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Arriano. Anabasis de Alejandro Magno
Arriano. Anabasis de Alejandro Magno
Anábasis De Alejandro
Anábasis
de
Alejandro Magno
VIDA Y OBRA
aC
Después de este suceso, Alejandro marchó por las riberas del río
Erigon hacia la ciudad de Pelión, enterado de que Clito se había
apoderado de ella. Acampando en el río Eordaico, resolvió atacar las
murallas al día siguiente, pero Clito se había hecho fuerte en las
montañas que la rodeaban, y dominaba la ciudad desde las alturas
cubiertas por densos matorrales. Sus intenciones eran caer sobre los
macedonios desde todas direcciones; sin embargo, aún no llegaban las
tropas del rey Glaucias de los taulantios cuando las fuerzas de
Alejandro ya estaban cerca de la ciudad. Tras sacrificar tres niños, igual
número de niñas y carneros negros, salieron a entablar combate cuerpo
a cuerpo con los macedonios que se aproximaban. Tan pronto como los
macedonios respondieron al ataque, éstos abandonaron sus posiciones
ventajosas para refugiarse en la ciudad, con tanta prisa que incluso sus
víctimas sacrificiales fueron posteriormente halladas todavía yaciendo
en el suelo.
Los persas solían salir de Micala todos los días y navegar hasta la
flota griega, con la esperanza de inducirla a aceptar el reto y librar
combate; pero durante la noche regresaban a amarrar sus barcos cerca
de Micala, un gran inconveniente, porque se veían en la necesidad de ir
a traer agua de la desembocadura del río Meandro, a bastante
distancia. Alejandro puso a sus navíos a vigilar el puerto de Mileto, con
el fin de evitar que los persas forzaran la entrada, y, al mismo tiempo
envió a Filotas a Micala al mando de la caballería y tres regimientos de
infantería, con instrucciones de impedir que los tripulantes
desembarcaran. Como consecuencia de la escasez de agua potable y
demás cosas necesarias para la sobrevivencia, los persas se hallaron
sitiados en sus barcos; zarparon entonces hacia Samos, donde se
aprovisionaron de alimentos, y embarcaron de regreso a Mileto. Esta
vez, anclaron la mayor parte de sus barcos en alta mar no muy lejos del
fondeadero, con la esperanza de inducir de una u otra manera a los
macedonios para dirigirse a mar abierto. Cinco de sus barcos entraron
furtivamente en la rada que se extendía entre la isla de Lade y el
campamento, esperando sorprender a los barcos de Alejandro vacíos
de tripulación; porque habían comprobado que los marineros en su
mayor parte estaban dispersos fuera de ellos, unos reuniendo
combustible, otros recolectando víveres, y otros que se organizaban
para ir a conseguir forraje. Y, en efecto, sucedió que cuando se
acercaron, varios de los marineros estaban ausentes, pero en cuanto
Alejandro observó a cinco naves persas navegando hacia él, embarcó
en diez naves a los marineros que se encontraban a mano, y los envió a
toda velocidad contra ellos con órdenes de atacar de proa a proa. Tan
pronto como los marinos de los cinco barcos persas vieron a los
macedonios acercándose para enfrentarlos, en contra de sus
expectativas, de inmediato dieron un giro, y escaparon en dirección al
resto de su flota. El barco tripulado por gente de Yasos, al no ser una
embarcación rápida, fue capturado en plena huida con todos sus
hombres a bordo, pero los otros cuatro lograron abordar sus trirremes.
Después de esto, los persas abandonaron Mileto sin haber logrado
nada.
CAPÍTULO XX. SITIO DE HALICARNASO — ATAQUE
ABORTADO CONTRA MINDOS
Dicho relato lo incluyo sin estar seguro de que sea verdad, pero
no lo considero del todo improbable. Si lo que se cuenta realmente
ocurrió, no puedo menos que ensalzar a Alejandro por su trato
compasivo hacia aquellas mujeres, por la confianza que le tenía a aquel
Compañero, y el honor conferido al mismo. Si solamente es algo que
los historiadores creen probable que Alejandro hubiera hecho y dicho
en tal situación, incluso por esta razón creo que es digno de elogio.
CAPÍTULO XIII. HUIDA A EGIPTO DE LOS DESERTORES
MACEDONIOS — REBELIÓN DEL REY AGIS DE ESPARTA —
ALEJANDRO INVADE FENICIA
“Ven, pues, a mí, ya que soy ahora señor de toda Asia. Pero si
tienes miedo de sufrir un trato cruel de mi parte en caso de que lo
hagas, envía antes a algunos de tus leales cortesanos para recibir mi
palabra de que se te tratará como yo aseguro. Ven a mí entonces, y
pídeme tú mismo a tu madre, esposa e hijos, y todo lo que desees y
pidas lo recibirás; nada te será negado. Pero, en el futuro, cada vez que
envíes mensajeros a mí, tus peticiones las debes dirigir como al
soberano de Asia, y no como a un igual. Ahora, cada vez que tengas
necesidad de algo, me hablarás como al hombre que es señor de todas
tus posesiones; si actúas de otro modo, te consideraré un malhechor. Y
si disputas mi derecho al reino, ponte de pie y libra otra batalla por él;
pero no salgas corriendo otra vez, porque tengo la intención de
marchar a enfrentarte dondequiera que vayas. "
Pues bien, era al Heracles tirio a quien Alejandro dijo que quería
ofrecer sacrificios. Sin embargo, cuando su mensaje llegó a Tiro por
boca de los embajadores, el pueblo aprobó un decreto que obligaba a
conceder cualquier petición de Alejandro, pero sin admitir en la ciudad
a ningún persa o macedonio, con el argumento de que bajo las actuales
circunstancias ésa era la respuesta más diplomática, y la política a
seguir en cuanto a la guerra, cuyo derrotero aún no estaba claro. Al
escuchar la respuesta de Tiro, Alejandro despidió a los embajadores
tirios hecho una furia. Luego, convocó a un consejo a los Compañeros
y los generales de su ejército, junto con los oficiales de infantería y
caballería, y les habló sobre lo ocurrido.
CAPÍTULO XVII. DISCURSO DE ALEJANDRO ANTE SUS
OFICIALES
Gaza está ubicada a unos veinte estadios del mar; el camino que
lleva desde allí hasta la ciudad es densamente arenoso, y las aguas del
mar en sus cercanías son poco profundas. La ciudad de Gaza era
grande, y había sido construida sobre un montículo elevado, alrededor
del cual un fuerte muro se había construido. Es la última ciudad con
que se encuentra el viajero que va de Fenicia a Egipto, porque está
situada en el borde del desierto. Cuando el ejército de Alejandro llegó
cerca de la ciudad, acamparon desde el primer día en el lugar donde la
muralla parecía más fácil de asaltar, y allí elevaron sus torres de asedio
por órdenes del rey. Sin embargo, los ingenieros manifestaron que no
era posible tomar la muralla por la fuerza por la altura del montículo.
Para Alejandro, no obstante, mientras menos factible parecía ser la
empresa, más firmemente decidido a realizarla se hallaba. Decía que,
de infligir al enemigo una derrota contraria a sus expectativas, ello
atemorizaría al resto de sus opositores; mientras que un fracaso en la
toma del lugar redundaría en desgracia para él mismo si llegaba a
oídos de los extranjeros o de Darío. Por lo tanto, resolvió construir un
terraplén alrededor de la ciudad, para utilizarlo como rampa para
subir sus máquinas de asedio a la colina hasta ponerlas al nivel de las
murallas de la ciudad. El terraplén fue construido en la cara sur de la
ciudad, donde era más fácil llevar a cabo la ofensiva. Una vez la altura
del terraplén alcanzó el nivel adecuado, los macedonios colocaron su
artillería sobre él, y la arrimaron a las murallas de Gaza. En el
momento en que esto sucedía, Alejandro estaba ofreciendo un
sacrificio, y, coronado con una guirnalda, se hallaba a punto de
comenzar el rito sagrado en primer lugar, según era la costumbre;
cuando una cierta ave carnívora sobrevoló el altar, y soltó una piedra
que tenía en sus garras, la cual cayó sobre la cabeza del monarca.
Alejandro solicitó al adivino Aristandro que interpretara el significado
del presagio. Éste le respondió:
"¡Oh, rey! Tú realmente lograrás capturar la ciudad, pero debes
cuidar de tu persona en este día."
CAPÍTULO XXVII. CAPTURA DE GAZA
Cada vez que sopla el viento del sur en aquella tierra, levanta
montones de arena que cubren el paisaje a lo largo y ancho, lo que hace
invisibles las señales de los caminos, y es imposible discernir hacia
dónde debe dirigir uno su rumbo entre tanta arena, como pasa cuando
uno está desorientado en el mar. No hay señales a lo largo del camino,
ni montañas en cualquier lado; ni árboles, ni colinas que se mantengan
permanentemente iguales, con las que los viajeros pudieran ser
capaces de adivinar la dirección correcta, igual que hacen los
marineros mediante las estrellas. En consecuencia, el ejército de
Alejandro se hallaba perdido, e incluso los guías titubeaban en cuanto
al camino a seguir. Ptolomeo, hijo de Lago, dice que en ese momento
dos serpientes reptaron al frente del ejército; lanzando voces, Alejandro
ordenó continuar adelante teniendo como guía la ruta que trazaban
ellas en la arena, confiando en el portento divino. Se dice también que
las serpientes le mostraron el camino de ida y regreso al oráculo. Pero
Aristóbulo, cuyo relato es generalmente admitido como el correcto,
dice que dos cuervos volaban a la vanguardia del ejército y que fueron
éstos los que actuaron como guías de Alejandro. Que a éste le fue
concedido un poco de ayuda divina, lo puedo afirmar con confianza,
ya que la probabilidad se inclina hacia esta suposición; pero las
discrepancias en los detalles de las diversas versiones han privado de
exactitud a esta historia.
CAPÍTULO IV. EL OASIS DE AMÓN
Aunque los ejércitos estaban a tan sólo sesenta estadios el uno del
otro, no se podían ver mutuamente porque entre ambas fuerzas
hostiles se interponían algunas colinas. Cuando los de Alejandro
quedaban ya a sólo treinta estadios de distancia del enemigo, y ya
descendían de las mencionadas colinas, la falange se detuvo al avistar
a los adversarios. Alejandro convocó a un consejo a los Compañeros,
los generales, oficiales de caballería y los líderes de los aliados y
mercenarios griegos, en el cual deliberó con ellos si la falange debería o
no entrar en combate sin demora; la mayoría de ellos estaba a favor de
hacerlo sin perder tiempo, menos Parmenión. Éste creía preferible
preparar las tiendas de campaña donde estaban por el momento, y
mandar exploradores a reconocer todo el terreno, con el fin de ver si
había algo sospechoso ahí para impedir el avance, si había zanjas o
estacas firmemente clavadas fuera de la vista de los macedonios; así
como para realizar una investigación más precisa de las disposiciones
tácticas del enemigo. Prevaleció la opinión de Parmenión, por lo que
acamparon allí, sin abandonar el orden en que planeaban entrar en la
batalla.
Ahora sí, los persas de este sector se dieron a la fuga con tanta
rapidez como les permitían sus caballos. Los macedonios siguieron a la
carrera a los fugitivos y los masacraron. Simias no tenía aún a su
unidad en condiciones de acompañar a Alejandro en su persecución,
porque debió detener a la falange allí para tomar parte en la lucha; el
ala izquierda de los macedonios, le informaron, estaba en aprietos. En
dicha parte del campo, la línea había sido perforada; algunos de los
indios y parte de la caballería persa irrumpieron a través de la brecha
hacia el tren de bagaje de los macedonios, y allí la situación era
desesperada. Los persas arremetieron contra los hombres que lo
cuidaban, que estaban en su mayoría desarmados, y no se esperaban
que los enemigos horadasen la doble falange y les cayeran encima.
Además, cuando vieron a los persas dándose al pillaje, los prisioneros
extranjeros les prestaron ayuda al abalanzarse sobre los macedonios en
medio del ataque. Sin embargo, los oficiales de las tropas que habían
sido dejadas atrás como reserva para la primera falange, al enterarse de
lo que estaba ocurriendo, los movieron rápidamente de la posición que
les habían ordenado ocupar; y se lanzaron contra los persas en la parte
posterior, matando a muchos de ellos mientras se dedicaban a rapiñar
todo el equipaje. El resto de ellos cedieron terreno y huyeron.
Acá vino a reunirse Crátero con sus tropas; no había tenido éxito
en encontrar a los mercenarios griegos de Darío, pero había atravesado
todo el país de una punta a otra, conquistando más territorio por la
fuerza o por capitulación voluntaria de los nativos. Erigio también
llegó aquí con los pertrechos y los carros. Y, poco después, llegaron a
presentarse ante Alejandro: Artabazo con tres de sus hijos, Cofen,
Ariobarzanes y Arsames, acompañado por Autofrádates, sátrapa de
Tapuria, y enviados de los mercenarios griegos al servicio de Darío. A
Autofrádates se le restauró en su cargo de sátrapa, pero a Artabazo y
sus hijos los mantuvo el rey en su entorno intimo, en una posición de
honor, tanto por su fidelidad a Darío como por ser uno de los
principales nobles de Persia. A los embajadores de los griegos, que le
suplicaron concederles una tregua en nombre de toda la fuerza
mercenaria, Alejandro les contestó que no llegaría a ningún tipo de
acuerdo con ellos, porque estaban actuando con alevosía al servir como
soldados a sueldo de los bárbaros contra Grecia, en contravención a la
resolución oficial de los griegos. Les ordenó que viniesen y se
entregasen todos ellos, dejando en sus manos decidir su suerte a su
antojo, o defenderse con las armas lo mejor que pudiesen. Los enviados
dijeron que tanto ellos como sus camaradas se rendían allí y en ese
momento a Alejandro, y le rogaron que enviase a alguien con ellos
para que actuase como su líder, para que pudieran unirse a él sin
contratiempos. Los mercenarios, le aseguraron al rey, eran 1.500 en
número. Alejandro acabó por ceder a sus ruegos, y envió a Andrónico,
hijo de Agerros, y a Artabazo a hacerse cargo de ellos.
CAPÍTULO XXIV. EXPEDICIÓN CONTRA LOS
MARDIANOS
Alejandro trazó un plan para fundar cerca del río Tanais una
ciudad que llevaría su nombre, porque el sitio le parecía adecuado para
que la ciudad adquiriese grandes dimensiones. También tomó en
consideración que al estar emplazada en un lugar estratégico, serviría
como una base de operaciones ideal para la invasión de Escitia, en caso
de que eventualmente esto llegara a ocurrir. No solamente eso, sino
que también sería un baluarte para defender el país de las incursiones
de los bárbaros que moraban en la ribera opuesta del río. Por otra
parte, pensaba que la ciudad se convertiría en una muy populosa, por
la cantidad de personas que vendrían a colonizar la zona, y por motivo
de la celebridad del nombre que se le pondría. Mientras se ocupaba de
esto, los bárbaros que habitaban cerca del río se abalanzaron sobre las
tropas macedonias que guarnecían los pueblos, y las aniquilaron; tras
lo cual se dieron a la tarea de fortificar las mismas ciudades para su
mayor seguridad. La mayoría de los sogdianos estaban con ellos en
esta revuelta, soliviantados todos ellos por los hombres que habían
detenido a Besos. Dichos hombres eran tan enérgicos en sus prédicas
que incluso convencieron a algunos de los bactrianos de unirse a la
rebelión; ya sea porque le tenían miedo a Alejandro, o porque los
sediciosos les convencieron de la autenticidad del motivo que alegaban
para levantarse en armas: que Alejandro había enviado instrucciones a
los gobernantes de ese país de reunirse para un consejo en Zariaspa, la
ciudad principal. La reunión, juraban los caudillos del alzamiento, no
la había convocado para nada bueno.
CAPÍTULO II. ALEJANDRO CAPTURA CINCO CIUDADES
EN DOS DÍAS
Poco después, llegaron los enviados del rey de los escitas a pedir
disculpas por lo sucedido, y afirmar que la responsabilidad de lo que
se había hecho no recaía en el gobierno escita, sino en ciertos hombres
que vivían del saqueo, a la manera de los bandidos. Su rey, aseguraron
éstos, estaba predispuesto a obedecer las condiciones que se
establecieran en un tratado. Alejandro les envió de vuelta con una
respuesta cortés para su gobernante; no le parecía honorable
abstenerse de emprender una expedición en su contra si luego
desconfiara de él, y ese momento no era una buena ocasión para
hacerlo.
Alejandro atravesó todo el territorio que riegan las aguas del río
Politimeto en su curso; el territorio más allá del lugar donde las aguas
de este río desaparecen es un desierto, porque a pesar de que tiene
abundancia de líquido, éste desaparece en la arena. Otros ríos grandes
y perennes en esa región desaparecen de una manera similar, como ser:
el Epardo, que pasa por la tierra de los mardianos, el Ario, que da el
nombre al país de los arios, y el Etimandro, que fluye a través del
territorio de los Euergetae. Todos éstos son ríos de un tamaño tal que
ninguno de ellos es menor que el río Peneo tesalio, que fluye a través
de Tempe y desemboca en el mar. El Politimeto es demasiado grande
para ser comparado con el río Peneo.
CAPÍTULO VII. LA CONDENA DE BESOS
Era una costumbre introducida por Filipo que los hijos de los
macedonios que habían ocupado un alto cargo, tan pronto como
llegaran a la edad de la pubertad, debían ser seleccionados para asistir
a la corte del rey. A estos jóvenes les eran confiados todo tipo de
menesteres relacionados con el cuidado de la persona del rey, y debían
velar por su seguridad mientras dormía. Cuando el rey salía, algunos
de ellos recogían los caballos de manos de los mozos de cuadra y se los
llevaban, y otros le ayudaban a montar a la usanza persa. También
acompañaban al rey en perseguir a los animales durante la cacería.
Uno de estos jóvenes era Hermolao, hijo de Sopolis, que parecía aplicar
su mente al estudio de la filosofía, y cultivaba la amistad de Calístenes
para tal propósito. Hay una historia sobre dicho joven en la que se
cuenta que durante una partida de caza el jabalí se abalanzó sobre
Alejandro, y que se le anticipó Hermolao lanzando un venablo a la
bestia, que fue herida y muerta. Alejandro, perdida la oportunidad de
distinguirse al llegar un poco tarde, se indignó con Hermolao. En su
ira, ordenó que fuese flagelado a la vista de los demás pajes, y también
lo privó de su caballo.
En relación con este tema, hay una historia que dice que, poco
después de la batalla que se libró en Issos entre Darío y Alejandro, el
eunuco que fue preceptor de la esposa de Darío escapó y vino a él.
Cuando Darío vio a este hombre, su primera pregunta fue si sus hijos,
esposa y madre estaban vivos. Al contestársele que no sólo estaban
todos vivos, sino que las mujeres seguían siendo llamadas reinas, y
disfrutaban de la misma pompa y atención personal a las que se habían
habituado con Darío; él se apresuró a hacer una segunda pregunta: si
su esposa era todavía una mujer casta. Cuando comprobó que así era,
preguntó de nuevo si Alejandro había empleado algún tipo de
violencia con ella para satisfacer su lujuria. El eunuco pronunció
primero un juramento, y dijo:
"Oh padre Zeus, que posees el poder para dictaminar los asuntos
de los soberanos de los hombres: conserva ahora para mí todo el
imperio de los persas y los medos tal como me lo concediste. Pero si yo
debo dejar de ser el rey de Asia por tu voluntad, en todo caso, no
entregues el poder que yo poseía a ningún otro hombre sino a
Alejandro.”
Así pues, considero yo que ni siquiera para sus enemigos era tal
recto proceder una cuestión que les resultara indiferente. Oxiartes, al
oír que sus hijos estaban en poder de Alejandro, y que él estaba
tratando a su hija Roxana con respeto, se armó de valor y fue a verle.
Fue recibido como huésped de honor en la corte del rey, como era
natural después de una racha afortunada.
CAPITULO XXI. CAPTURA DE LA MONTAÑA DE
CORIENES
Alejandro nombró sátrapa del territorio en este lado del río Indo
a Nicanor, uno de los Compañeros; y enseguida se puso al frente del
ejército para guiarlo hacia el río, logrando de paso que la ciudad de
Peucelaotis, que estaba situada no muy lejos de él, capitulara sin
luchar. En esta ciudad destinó una guarnición de macedonios, bajo el
mando de Filipo. Y después se dedicó a doblegar algunas otras
ciudades pequeñas situadas cerca de dicho río; acompañado todo el
tiempo por Cofeo y Asagetes, los jefes de las tribus de este territorio. Al
llegar a la ciudad de Embolima, situada cerca de la Roca de Aornos,
dejó a Crátero en ella con una parte del ejército, para hacer acopio de la
cantidad de cereales que se pudiera en esta ciudad, así como otras
cosas necesarias para una estancia larga. Haciendo de ésta su base de
operaciones, los macedonios podrían ser capaces de llevar a cabo un
largo asedio de la roca; suponiendo que no fuese capturada en el
primer asalto. Luego tomó a los arqueros, los agrianos, la unidad de
Coeno, y una selección de los más ligeros infantes, así como los
hombres mejor armados del resto de la falange; unos 200 de la
caballería de los Compañeros y 100 arqueros montados, y avanzó hacia
la roca. Por ese día acamparon donde al rey le apareció conveniente; a
la mañana siguiente se acercaron un poco más a la roca, y acamparon
de nuevo.
CAPÍTULO XXIX. ASEDIO DE AORNOS
Así pues, de los indios voy a tratar en una obra distinta [18],
tomando como base los relatos más creíbles que fueron compilados por
los hombres que acompañaron a Alejandro en su expedición, así como
las memorias de Nearco, que navegó a través del Océano que está cerca
de la India[19]. En ella he de registrar una descripción de la India,
añadiendo lo que ha sido escrito por Megástenes y Eratóstenes, dos
hombres de eminente autoridad; voy a describir las costumbres
propias de los indios y los animales extraños que habitan en el país, así
como la propia travesía por el Océano.
Dicen que la India limita por el este y el viento del este hasta el
sur con el Océano; hacia el norte con el monte Cáucaso, hasta donde
éste se une con el Tauro, y que el río Indo la delimita por el oeste y el
viento del noroeste, hasta el Océano. La mayor parte de ella es una
llanura que, como se supone, ha sido formada por los depósitos
aluviales de los ríos; igual que las llanuras en el resto de las tierras
situadas cerca del mar son en su mayor parte debidas a los aluviones
de los ríos que las surcan. Es por ello que, en tiempos antiguos, los
nombres por los que tales países eran llamados se debían a los ríos. Por
ejemplo: existe cierta llanura que toma su nombre del Hermo, el cual
surca el territorio de Asia desde el monte de la Madre Dindimene, y
después fluye más allá de la ciudad eolia de Esmirna hasta llevar sus
aguas al mar. Otra planicie de Lidia lleva el nombre del Caistro, un río
lidio; otra por el Caico, en Misia, y la llanura caria que se extiende
hasta la ciudad jónica de Mileto lleva el nombre del Meandro. Los
historiadores Heródoto y Hecateo — a menos que la obra sobre Egipto
sea de otra persona y no de Hecateo — llaman de la misma manera a
Egipto un don del río, y Heródoto ha demostrado con pruebas
inequívocas que tal es el caso; de modo que incluso el propio país
quizás recibió su nombre del río. Y es que el río que tanto los egipcios
como los hombres del extranjero dan ahora el nombre de Nilo, fue en
los tiempos de antaño llamado Egipto; Homero es prueba suficiente,
pues dice que Menelao colocó a sus barcos a la salida del río Egipto.
Por tanto, si uno sólo de estos ríos, que además no son muy
caudalosos, basta para formar una extensa zona llana en un país,
mientras fluya siempre hacia adelante, hasta el mar, arrastrando el
fango y el limo desde las regiones más altas de donde se derivan sus
fuentes, de seguro que no es apropiado hacer exhibición de
escepticismo cuando se trata del caso de la India; si ha llegado a pasar
que la mayor parte de ella sea una inmensa llanura, ha sido porque la
han formado los depósitos aluviales de sus ríos. Porque si los ríos
Hermo, Caistro, Caico, Meandro, y todos los ríos de los países de Asia
que vierten sus aguas en nuestro Mar Interior fueran todos juntados, el
volumen de agua resultante no sería comparable con uno de los ríos de
la India. No me refiero únicamente al Ganges, que es el más
gigantesco, y con el que ni el Nilo de Egipto ni el Istro que fluye a
través de Europa son dignos de equipararse; sino a que, si todos los
ríos se mezclaran juntos, ni siquiera así igualarían al río Indo, que ya es
un río enorme tan pronto como brota de sus fuentes, y después de
recibir las aguas de quince ríos, todos ellos mayores que los de la
provincia de Asia, vierte sus aguas en el mar manteniendo su propio
nombre y absorbiendo el de sus afluentes.
Cuando Alejandro hubo cruzado al otro lado del río Indo, volvió
a ofrecer el sacrificio que ya era habitual. Luego, partiendo del Indo
llegó a Taxila, una ciudad grande y próspera, de hecho la más grande
de las situadas entre los ríos Indo e Hidaspes. En ella gozó de la
hospitalidad de Taxiles, el gobernador de la ciudad, y los ciudadanos
de aquel lugar. Accedió a añadir a su territorio gran parte del país
vecino, como éstos le pedían. Hasta aquí vinieron a verle unos
emisarios de Abisares, rey de los indios de las montañas, entre los
cuales se incluían el hermano de Abisares y otros hombres notables.
Otros enviados vinieron de parte de Doxares, gobernante de aquella
tierra, trayendo regalos para el rey. Aquí en Taxila, Alejandro ofreció
los sacrificios acostumbrados, y mandó celebrar certámenes de
gimnasia y equitación. Después nombró sátrapa de los indios de este
territorio a Filipo, hijo de Mácata; dejó una guarnición en Taxila, con
los soldados que estaban de baja por enfermedad, y luego enfiló hacia
el río Hidaspes.
Sus barcos navegaban río arriba y río abajo, las pieles se estaban
llenando de heno para usarlas como balsas, y toda la playa parecía
estar cubierta por toda la caballería en un punto y en otro por la
infantería; a Poro no se le dio una sola oportunidad de permanecer
quieto en un sitio, o concentrar a todas sus tropas juntas en un punto
escogido por ser adecuado para la defensa del paso. Además, en
aquella temporada todos los ríos de la India fluyen con el cauce muy
crecido, y aguas turbias y raudas, porque es la época del año cuando el
sol está orientado hacia el solsticio de verano. Ésta es la estación de las
copiosas e incesantes lluvias en la India, y las nieves del Cáucaso,
donde la mayoría de los ríos tienen sus fuentes, se funden y van a
aumentar las corrientes en gran medida. Pero en el invierno vuelven a
disminuir, los ríos se encogen y el agua se pone clara, y son vadeables
por algunos lugares; con la excepción del Indo, el Ganges, y tal vez uno
o dos más. En cualquier caso, el Hidaspes si es factible vadearlo
entonces.
CAPÍTULO X ALEJANDRO Y PORO EN EL HIDASPES
Cuando el rey decidió que ya podía llevar a cabo el paso del río,
en el campamento se prepararon abiertamente las medidas para el
cruce. Crátero se quedaría en el campamento con su propia hiparquía
de caballería, los jinetes aracosios y paropamisadas, las unidades de la
falange de la infantería de Macedonia que mandaban Alcetas y
Poliperconte, junto con los jefes de los indios que habitan en este lado
del Hífasis, que tenían con ellos a 5.000 hombres. A Crátero se le
ordenó no cruzar el río antes que Poro se hubiese trasladado con sus
fuerzas contra Alejandro, o antes de que éste mismo se cerciorase de
que Poro se había dado a la fuga, tras haber obtenido Macedonia una
nueva victoria. "Sin embargo," dijo Alejandro, "si Poro toma sólo a una
parte de su ejército para marchar a enfrentarme, y deja a la otra parte
con los elefantes en su campamento, en ese caso, tú también debes
permanecer en tu posición actual. Pero si lleva a todos sus elefantes con
él contra mí y una fracción del resto de su ejército se queda atrás en el
campamento, entonces tú debes cruzar el río a toda velocidad.”
Allí, las pieles se llenaron durante la noche con la paja que había
sido adquirida mucho antes, y se cosieron con fuertes puntadas por la
parte superior. Esa misma noche, se produjo una furiosa tormenta con
lluvia, con lo que sus preparativos y su intento de cruzar pasarían aún
más inadvertidos, ya que el ruido de los truenos y la tormenta ahogó el
producido por las armas y el vocerío de los oficiales. La mayoría de los
barcos, las galeras de treinta remos incluidas con el resto, habían sido
desmontados en piezas a orden suya, y se transportaron a este lugar,
donde los habían vuelto a ensamblar y escondido en el bosque. Al
despuntar la luz del día, amainaron el viento y la lluvia; el resto del
ejército se posicionó frente a la isla, la caballería embarcó en las balsas
hechas con las pieles, igual que tantos de los soldados de a pie como
los barcos pudieron soportar. Pasaron tan sigilosamente que no fueron
detectados por los centinelas apostados por Poro; no antes de haber
conseguido pasar más allá de la isla y estando no muy lejos de la otra
orilla.
CAPÍTULO XIII EN LA OTRA ORILLA DEL HIDASPES
Aristóbulo dice que el hijo de Poro llegó con unos sesenta carros
de guerra antes de que Alejandro acabara de cruzar desde la isla a la
orilla, y que podría haber impedido el paso de Alejandro — quien
estaba ya teniendo dificultades incluso cuando nadie se le oponía — si
los indios hubieran bajado de sus carros y asaltado las primeras líneas
de macedonios que salían del agua. Empero pasaron de largo con los
carros, y de esa forma el cruce fue bastante seguro para Alejandro,
quien al llegar a la orilla mandó a sus arqueros montados a cargar
contra los indios en los carros, y éstos los pusieron fácilmente en fuga,
muchos de ellos malheridos. Otros autores dicen que tuvo lugar una
batalla entre los indios que vinieron con el hijo de Poro y Alejandro al
frente de su caballería; que el hijo de Poro traía consigo una fuerza
muy superior, que el mismo Alejandro fue herido por éste, y que cayó
en acción su caballo Bucéfalo, al que le tenía mucho cariño, herido, al
igual que su amo, por el hijo de Poro.
Sin embargo, Ptolomeo, hijo de Lago, con quien estoy de acuerdo
esta vez, da una versión diferente. Este autor también dice que a quien
envió Poro fue a su hijo, pero no con apenas 60 carros de guerra; no es
probable que Poro, oyendo de sus exploradores que, o bien el propio
Alejandro o, en todo caso, una parte de su ejército se habían acercado a
la orilla del Hidaspes en la que estaban, pensara en mandar a su hijo
contra él con sólo esa cantidad de carros. Se trata, de hecho, de que 60
eran demasiados para enviarlos como una partida de reconocimiento,
y no son apropiados para una rápida retirada; pero, eso sí, eran una
fuerza suficiente para inmovilizar a las del enemigo que aún no
hubieran pasado, así como para atacar a los que ya habían
desembarcado. Ptolomeo dice que el hijo de Poros se presentó a la
cabeza de 2.000 soldados de caballería y 120 carros. Para entonces,
Alejandro había cruzado desde la isla antes de que aparecieran.
CAPÍTULO XV DESPLIEGUE TÁCTICO DE PORO
Tal fue orden de batalla que ideó Poro para sus fuerzas. Al
observar Alejandro que los indios habían terminado de formar para la
batalla, detuvo a su caballería para no avanzar más lejos, y que pudiera
alcanzarlos la infantería, que ya aparecía, y cuando la falange hubo
arribado cerca de la caballería tras una rápida marcha, no los hizo
formar enseguida ni los condujo directo al ataque; no deseaba entregar
en bandeja a sus hombres, resoplando de agotamiento y sin aliento tras
la caminata, a los bárbaros frescos y descansados. Por el contrario, hizo
que su infantería reposara hasta que recobrasen sus fuerzas; montando
a caballo, trotó alrededor de sus líneas para inspeccionar a sus
soldados.
"Por parte mía, Poro, serás tratado de esta manera. Por la tuya
pídeme algo que te agradaría recibir a ti."
Sin embargo, Poro dijo que todo lo que deseaba estaba incluido
en esa petición. Alejandro, aún más contento por esta contestación, no
sólo le restituyó la soberanía sobre sus propios territorios, sino que
también agregó otro domino al que ya tenía, de mayor magnitud que el
anterior. Así cumplió el deseo de aquél admirablemente valeroso
hombre de ser tratado como un rey, y desde ese momento éste le fue
siempre leal en todas las circunstancias.
Realizados los ritos fúnebres con todos los honores debidos para
los macedonios caídos en la batalla, Alejandro ofreció los sacrificios
rituales a los dioses en agradecimiento por su victoria, y organizó
concursos de gimnasia y equitación en la orilla del Hidaspes, en el
lugar donde por primera vez lo cruzó con su ejército. Más adelante,
dejó a Crátero atrás con una parte del ejército para terminar de erigir y
fortificar las ciudades que él estaba fundando en aquella región; él
mismo debía proseguir su marcha para combatir con los indios de la
tierra contigua a los dominios de Poro. De acuerdo con Aristóbulo, este
pueblo era conocido con el nombre de glaucánicos, Ptolomeo, al
contrario, los llama glausos; cuál era realmente el nombre que llevaban,
me es bastante indiferente. Alejandro atravesó su tierra con la mitad de
la caballería de los Compañeros, los soldados de infantería escogidos
de cada falange, todos los arqueros montados, los agrianos y los
arqueros de a pie. Todos los habitantes se acercaron a él en son de paz
para capitular voluntariamente, y de esta manera es como se adueñó
de treinta y siete ciudades; las más chicas de éstas tenían 5.000
habitantes en total, y las más grandes presumían de poseer por encima
de 10.000 ciudadanos. También tomó muchos pueblos, cuya población
no era mucho menor que de las ciudades. Estas tierras también se las
cedió a Poro para que las gobernara, y debió enviar de vuelta a Taxiles
a sus dominios después de apadrinar una reconciliación entre él y
Poro.
Tales fueron las órdenes que dio el rey. Ptolomeo recogió tantos
carros como pudo de los que habían sido abandonados en la primera
retirada de los bárbaros y los colocó transversalmente, de manera que
podría parecer a los fugitivos en la oscura noche que tropezaban con
muchos estorbos en su camino. Como la empalizada había sido
derribada, o no la habían fijado firmemente al suelo, ordenó a sus
hombres acumular montones de tierra en varios lugares entre el lago y
la muralla. Esto realizaron sus soldados durante la noche. Cuando se
aproximaba la cuarta vigilia, los bárbaros, tal como a Alejandro le
habían revelado, abrieron las puertas orientadas hacia el lago y
salieron a la carrera en esa dirección. Sin embargo, no escaparon a la
atención de los centinelas, ni a la tropa de Ptolomeo, que se había
ubicado detrás de ellos para prestarles ayuda. En ese mismo instante,
una trompeta dio la señal, y Ptolomeo se adelantó hacia los bárbaros
con su ejército completamente equipado y formado en orden de
batalla. Los evadidos tuvieron que moverse entre los carros y la
estacada colocada en el espacio intermedio, una incómoda obstrucción
para ellos. Al sonar la trompeta, Ptolomeo les cayó encima, matando a
los hombres a medida que intentaban escabullirse a través de los
carros. Todos fueron repelidos de nuevo hacia la ciudad, y en su
retirada fueron cayendo hasta 500 de ellos.
Se decía que el país allende el río Hífasis era fértil, que los
hombres eran eximios agricultores y valientes en la guerra, y que
resolvían sus propios asuntos de gobierno de una manera estructurada
y constitucional. El pueblo llano estaba gobernado por la aristocracia,
que ejercía el poder sin contrariar en ningún modo las normas de la
moderación. También afirmaban los informes que los hombres de
aquella tierra poseían un número de elefantes que excedía por mucho
al de los demás indios; eran varones de estatura muy elevada y
descollaban por su valor. Estos informes excitaron en Alejandro unas
abrasadoras ansias de avanzar más y más; no obstante, el espíritu de
los macedonios empezaba a flaquear al notar que su rey seguía
planeando una expedición tras otra, e incurría en un peligro tras otro.
Se celebraron conciliábulos por todo el campamento, en los cuales los
más moderados se limitaban a lamentar su sino, mientras que los más
exaltados declaraban resueltamente que no seguirían a Alejandro más
lejos, incluso si él de nuevo se ponía al frente para abrir la senda.
Cuando él tuvo conocimiento de lo que sucedía, antes de que la
indisciplina y la pusilanimidad cundieran todavía más entre los
soldados, convocó a un consejo a los jefes de todas las unidades y se
dirigió a ellos con estas palabras:
"Yo, por mi parte, creo que para un hombre valiente los trabajos y
el esfuerzo no tienen límites; no hay otro fin para él excepto la labor en
sí misma, siempre y cuando lleve a resultados gloriosos. Mas si alguien
desea saber cuál será el final de esta guerra, le hago conocer hoy que la
distancia que aún queda antes de llegar al río Ganges y el Océano no es
muy grande, y le informo que comprobaremos con nuestros ojos que el
mar Hircano se une con éste, puesto que el Océano rodea toda la
Tierra. Mi intención es demostrar tanto a los macedonios como a los
aliados griegos que el Golfo Índico confluye con el Pérsico, y el mar de
Hircania con dicho golfo indio. Desde el Golfo Pérsico, la expedición
navegará por Libia hasta las Columnas de Heracles. A partir de estos
pilares, todo el interior de Libia se convertirá en posesión nuestra [23], y
así el conjunto de Asia nos pertenecerá a nosotros; los límites de
nuestro imperio serán los que Dios ha designado como confines de la
Tierra.”
Una vez más envió a Crátero con su ejército a través del territorio
de los aracosios y drangianos, y él mismo navegó por el río
adentrándose en los dominios de Musicano, la parte más próspera de
la India de acuerdo con sus informes. Subió en contra de este rey
debido a que éste todavía no había venido a su encuentro para
ofrecerse como vasallo y rendirle su reino, ni había enviado emisarios a
obtener una alianza. Ni siquiera le había enviado los regalos de rigor
para un gran rey, o pedido un favor de su parte. Alejandro aceleró su
viaje por el río a tal grado que logró llegar a los confines de la tierra de
Musicano antes de que éste hubiera oído una palabra acerca de que
estaba subiendo contra él. Musicano se enteró a tiempo, y, alarmado en
gran medida, reunió objetos preciosos para presentarle como
obsequios y fue tan rápido como pudo a su encuentro, sin prescindir
de llevar todos sus elefantes. Ofreció su propio sometimiento y el de su
nación, al mismo tiempo que reconocía su equivocación, que con
Alejandro era la forma más efectiva que empleaba todo el mundo para
conseguir lo que pidieran. Tras estas profusas consideraciones,
Alejandro le perdonó por la ofensa. Le concedió también el privilegio
de continuar gobernando su ciudad y su país, los cuales Alejandro
admiraba. A Crátero le mandó a fortificar la ciudadela en la capital, lo
cual se llevó a cabo mientras Alejandro estaba todavía presente en ella.
Una guarnición se quedaría en ella, porque era un bastión en este lugar
tan adecuado mantendría subyugadas a las tribus de los alrededores.
CAPÍTULO XVI CAMPAÑA CONTRA OXICANO Y SAMBO
Los arabitas, otra tribu independiente que habitaba cerca del río
Arabis[33], considerando que no podrían hacer frente a Alejandro en
batalla, y no sintiéndose dispuestos a someterse a él, huyeron al
desierto al oír que se acercaba. Éste vadeó el río Arabis, que era a la vez
angosto y poco profundo, y viajando durante la noche un largo trecho
a través del desierto, llegó cerca de la zona poblada en la madrugada.
Mandó a la infantería que le siguiera en orden regular, y se llevó a la
caballería con él, dividiéndola en escuadrones que al desplegarse
ocupaban gran parte de la llanura, penetrando en esta formación en la
tierra de los oritas. Quienes se dieron la vuelta para defenderse fueron
masacrados por la caballería, y muchos otros fueron hechos
prisioneros. Luego asentó el campamento cerca de un cauce de agua,
aguardando a que Hefestión se reuniera con él para proseguir su
avance. Al llegar a la aldea más grande de la tribu de los oritas,
llamada Rambacia, elogió el emplazamiento, considerando que si ese
lugar se convertía en ciudad con más colonos, prosperaría y sería
populosa. Por lo tanto, hizo quedarse en ella a Hefestión para llevar a
cabo este propósito.
CAPÍTULO XXII SUMISIÓN DE LOS ORITAS Y ENTRADA
EN EL DESIERTO DE GEDROSIA
Nearco dice que emprendió la marcha por esta vía por la razón
expuesta, y, al mismo tiempo, para dejar provisiones cerca de la flota.
El calor abrasador y la falta de agua diezmaron a gran parte del
ejército, especialmente a los animales de carga, la mayoría de los cuales
murieron de sed y algunos de ellos porque se hundieron en la densa e
caliente arena, siempre hirviente debido al sol. Y es que se toparon con
altas dunas de arena, no apretadas y endurecidas, sino tan blandas que
engullían a los que acaban de poner un pie en ellas como si caminaran
sobre fango, o más bien nieve recién caída. Por añadidura, los caballos
y las mulas sufrían todavía más al subir y bajar las arenosas colinas
debido a las irregularidades del terreno, así como por su inestabilidad.
La longitud de las marchas entre una etapa y otra también tenía muy
agobiado al ejército, porque a causa de la falta de agua se veían a
menudo obligados a recorrer distancias inusuales. Cuando viajaban
por la noche una distancia que era necesario completar y bebían
cuando amanecía, no sufrían ninguna penalidad; pero si, estando aún
en el camino y a raíz de la longitud de la etapa se veían atrapados por
el calor, entonces, en efecto, sufrían indecibles penurias bajo un sol
llameante, soportando a la vez una sed inextinguible.
CAPÍTULO XXV SUFRIMIENTOS DEL EJÉRCITO
MACEDONIO
Desde allí se dirigió al palacio real de los persas, aquel que había
incendiado en una pasada ocasión, hecho que ya he relatado,
expresando mi desaprobación hacia el mismo, y que Alejandro
tampoco encomiaba a su regreso. Muchas acusaciones fueron
presentadas por los persas contra Orxines, quien los gobernaba desde
la muerte de Frasaortes, y fue declarado culpable de haber saqueado
los templos y las tumbas reales, y de condenar injustamente a muchos
persas a muerte. Fue, por lo tanto, ahorcado por hombres actuando a
las órdenes de Alejandro, y Peucestas, el flamante escolta real, fue
nombrado sátrapa de Persia. El rey le demostró esta especial confianza,
entre otros motivos, en reconocimiento a su hazaña entre los malios,
donde se había enfrentado al mayor de los peligros y había ayudado a
salvar la vida de Alejandro. Peucestas no se negó a acomodarse al
modo de vida asiático, y tan pronto como fue nombrado para el cargo
de sátrapa de Persia, asumió abiertamente los ropajes nativos,
convirtiéndose en el único hombre entre los macedonios que adoptaba
la vestimenta meda anteponiéndola a la griega. También aprendió a
hablar la lengua persa con corrección, y se comportaba en toda ocasión
como un persa más. Por este comportamiento no solamente era
elogiado por Alejandro, sino que también los persas se sentían
inmensamente felices con él, por preferir las costumbres de ellos a las
de sus propios ancestros.
Libro VII.
Él pensó que ahora era una ocasión propicia para liquidar las
deudas en las que todos los soldados habían incurrido; para ello
ordenó que se llevara un registro de lo que cada hombre debía, a fin de
que pudieran recibir el dinero. Al principio sólo unos pocos registraron
sus nombres, por temor a que esto hubiera sido instituido por
Alejandro como una prueba, para descubrir a cuál de los soldados le
resultaba insuficiente su salario para cubrir sus gastos, y cuáles de ellos
eran extravagantes en su modo de vida. Cuando se le informó que la
mayoría de ellos no estaban inscribiendo sus nombres, pero que los
que habían pedido prestado dinero con fianza estaban ocultando el
hecho, les echó en cara su desconfianza hacia él.
Porque él dijo que no era justo tampoco que el rey tratara de otra
manera que que no fuera sinceramente con sus súbditos, o que alguno
de los regidos por él pensara que él se ocuparía de otra manera que no
fuera sinceramente con ellos. En consecuencia, puso mesas en el
campamento con dinero sobre ellas, y designó a hombres para
gestionar la distribución del mismo. Ordenó que las deudas de todos
los que mostraron un bono de dinero a ser liquidado sin el nombre del
deudor no quedaran registradas por más tiempo. En consecuencia, los
hombres creyeron que Alejandro estaba tratando sinceramente con
ellos; y el hecho de que no se supiera su nombre, fue un placer mayor
para ellos que el hecho de que dejaran de estar en deuda. Esta entrega
al ejército se dice que ascendió a 20.000 talentos.
Luego elogió a los persas por su gran celo hacia él, que fue
demostrado por su obediencia a Peucestas en todas las cosas, y a
Peucestas mismo por la prudencia que había mostrado al gobernarlos.
Distribuyó estos soldados extranjeros entre las filas macedonias de la
siguiente manera. Cada compañía estaba dirigida por un decurión
macedonio, y junto a él había un macedonio recibiendo doble paga por
valor distinguido; después venía uno que recibía diez estáteras
(mensuales), que era así llamado por el pago que recibía, siendo algo
menor al recibido por el hombre con doble paga, pero más que el de
los hombres que estaban sirviendo como soldados sin mantener una
posición de honor. A continuación de éstos venían doce persas, y
último en la compañía, otro macedonio, quien también recibía el pago
de diez estáteras; de modo que en cada compañía había doce persas y
cuatro macedonios, tres de los cuales recibían una paga más alta, y el
cuarto estaba al mando de la compañía. Los macedonios estaban
armados a su manera acostumbrada; pero algunos de los persas eran
arqueros, mientras que otros tenían jabalinas equipadas con correas,
por medio de las cuales las sostenían. En este tiempo Alejandro
revisaba con frecuencia su flota, tenía muchos combates simulados con
sus trirremes y quadriremes en el río, y concursos tanto para los
remeros como para los pilotos, recibiendo los ganadores coronas.
Entonces llegaron los enviados especiales a quienes había enviado a
Ammón a preguntar cómo era lícito honrar a Hefestión.
La geografía de la India
XV. Los indios consideran al tigre como mucho más fuerte que el
elefante. Nearco escribe que él había visto una piel de tigre, pero no al
tigre; los indios registran que el tigre es de tamaño tan grande como el
caballo más grande, y su rapidez y fuerza sin paralelo, ya que un tigre,
cuando se encuentra con un elefante, salta sobre la cabeza y fácilmente
lo ahoga. Aquellos, sin embargo, que vemos y llamamos tigres, son
chacales moteados, pero más grande que los chacales ordinarios. Sobre
las hormigas, también Nearco dice que él no vió hormiga alguna, del
tipo que algunos autores han descrito como nativas de la India; vio, sin
embargo, varias de sus pieles llevadas al campamento macedonio.
Megástenes, sin embargo, confirma la información dada sobre estas
hormigas; que las hormigas desentierran oro, no ciertamente por el
oro, sino como su madriguera natural, por lo que hacen agujeros, al
igual que nuestras pequeñas hormigas excavan una pequeña cantidad
de tierra; pero estas, que son más grandes que los zorros, excavan la
tierra proporcionalmente a su tamaño; la tierra es aurífera, y así los
indios consiguen su oro. Megástenes, sin embargo, se limita a frases
oídas, y como no tengo certeza de escribir sobre el tema, estoy
dispuesto a terminar este tema de las hormigas. Nearco describe, como
algo milagroso, loros, encontrados en la India, y describe al loro, y
cómo pronuncia una voz humana. Pero después de haber visto varios,
y otros que están familiarizados con esta ave, no se extienden sobre su
descripción como algo extraordinario; tampoco en el tamaño de los
simios, ni en la belleza de algunos simios indios, y el método de
captura. Yo sólo diré lo que todo el mundo sabe, excepto tal vez que los
monos son hermosos en cualquier lugar. Y Nearco dice además que allí
se cazan serpientes, moteadas y rápidas; y lo que declara Peitón, hijo
de Antígenes, que capturó, tenía más de dieciséis codos; pero los indios
(prosigue) afirman que las serpientes más grandes son mucho más
grandes que esta. No hay médicos griegos que hayan descubierto un
remedio contra la mordedura de la serpiente india; pero los mismos
indios utilizan para curar a aquellos que fueron mordidos. Y añade
Nearco que Alejandro reunió alrededor de él indios muy expertos en
medicina, y se enviaron órdenes alrededor del campamento que
cualquier persona mordida por una serpiente se debía presentar en el
pabellón real. Pero no hay muchas enfermedades en la India, ya que las
estaciones son más templadas que las nuestras. Si alguien está
gravemente enfermo, se informaba a sus hombres sabios, y se pensaba
que utilizaban la ayuda divina para curar lo que se podía curar.
XL. Los persas habitan hasta este punto y los susianos junto a
ellos. Por encima de los susianos vive otra tribu independiente, los
cuales son llamados uxianos, y en mi historia anterior los he descrito
como bandidos. La extensión del viaje a lo largo de la costa persa fue
de 4.400 estadios. La tierra persa está dividida, dicen, en tres zonas
climáticas. La parte que se encuentra junto al Mar Rojo es arenosa y
estéril, debido al calor. A continuación, la siguiente zona, hacia el
norte, tiene un clima templado; el país se encuentra cubierto de hierba
y tiene prados exuberantes y muchas viñas y todas las demás frutas,
excepto la oliva; es rico en todo tipo de jardines, cuenta con ríos puros
que lo atraviesan, así como lagos, y es bueno tanto para todo tipo de
aves que frecuentan los ríos y lagos, como para los caballos, y también
pastan otros animales domésticos, y está bien arbolada, y tiene mucha
caza. La siguiente zona, todavía más hacia el norte, es fría y con nieve.
Nearco nos habla de algunos enviados del Mar Negro, que después de
un viaje corto se cruzaron con Alejandro atravesando Persia y le
causaron no poco asombro; explicaron a Alejandro cuan corto era el
viaje. Yo he explicado que los uxianos son vecinos de los susianos, que
los mardianos también son bandidos y viven cerca de los persas, y los
coseanos vienen a continuación de los medos. Alejandro redujo a todas
estas tribus, llegando a ellos en época invernal, cuando pensaban que
su país era inaccesible. También fundó ciudades de manera que ya no
fueran nómadas, sino cultivadores y labradores de la tierra, y así,
teniendo una porción fija del país, podían ser disuadidos de atacarse
unos a otros. Desde aquí, el convoy pasó por el territorio susiano.
Sobre esta parte del viaje, Nearco dice que no puede hablar con el
detalle preciso, excepto sobre las radas y la duración del viaje. Esto se
debe a que el país se encuentra en la mayor parte pantanoso y va hacia
el mar, con olas, y es muy difícil conseguir un buen anclaje. Así que su
viaje fue principalmente por el mar abierto. Navegaron hacia fuera, por
lo tanto, desde la boca del río, donde habían acampado, justo en la
frontera persa, llevando agua para cinco días; los pilotos dijeron que no
encontrarían agua dulce.
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16/05/2013