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Sinopsis

Anábasis de Alejandro Magno o Las campañas de Alejandro de


Flavio Arriano es la fuente más importante sobre la historia de las
conquistas de Alejandro Magno.El término griego anabasis se refiere a
una expedición desde la costa hacia el interior de un país. El término
katabasis se refiere a un viaje desde el interior a la costa. Por lo tanto,
una traducción más literal sería la expedición de Alejandro.Este trabajo
de Alejandro es uno de los pocos supervivientes de la expedición del
conquistador macedonio. Flavio Arriano utilizó fuentes que están
perdidas, como las obras contemporáneas de Calístenes (el sobrino de
Aristóteles, tutor de Alejandro), Onesícrito, Nearco y Aristóbulo I, y se
basó también en el trabajo, un poco más tardío de Clitarco de
Alejandría. Lo más importante de todo, es que Flavio Arriano pudo
disponer de la biografía de Alejandro escrita por Ptolomeo, uno de los
principales generales de Alejandro y, posiblemente, su medio
hermano.Es principalmente una historia militar, que poco dice acerca
de la vida personal de Alejandro, su papel en la política griega o las
razones por las cuales la campaña contra el Imperio Aqueménida se
puso en marcha en primer lugar.
Lucio Flavio Arriano

Anábasis De Alejandro
Anábasis
de
Alejandro Magno

TRADUCCIÓN AL INGLÉS: E. J. Chinnock


TRADUCCIÓN AL CASTELLANO: Alura Gonz — Ignacio
Valentín Nachimowicz
EDICIÓN INGLESA ORIGINAL: Hodder & Stoughton, Londres,
1884.
No se aplican restricciones de copia PARA USO NO
COMERCIAL.
PRÓLOGO Y CRONOLOGÍA

ARRIANO: LA MEJOR FUENTE CLÁSICA DE ALEJANDRO

Por Joaquín Acosta

“Arriano no es segundo de nadie que haya escrito bien historia.”


Focio

A Arriano, el pionero en desentrañar al verdadero Alejandro.

VIDA Y OBRA

Lucio —o Aulo— Flavio Arriano[1] nació entre los años 80-95 dC


en Nicomedia (Bitinia), por lo que fue un “heleno asiático romanizado”
en genial expresión de Mary Renault. Este admirable autor pertenece a
la estirpe de grandes de las letras helénicas como su modelo Jenofonte
o Polibio de Megalópolis. Fueron tanto intelectuales como destacados
hombres de armas, al tiempo que entendieron el registro histórico
como una misión sagrada, la cual debe efectuarse dentro de un mínimo
de rigor y honestidad. Por ello el historiador debe renunciar a tratar de
admirar al lector mediante fabulaciones y distorsión de los hechos.
Máxime, cuando la realidad supera la ficción. Este “triunvirato” de
autores se acercó a ese objetivo e ideal, quizás sólo superados por
Tucídides, maestro de historiadores no sólo en la antigüedad, sino de
todos los tiempos.
Así como Jenofonte tuvo la inmensa dicha de ser discípulo de
Sócrates, Arriano tuvo durante su juventud como maestro al filósofo
Epicteto, quien enseñara que la libertad es el resultado de la victoria
sobre el miedo. Luego de unos tres o cuatro años de estudios, el
emperador Adriano —sucesor del gran Trajano, el optimus princeps—
le concedió el ingreso al Senado romano. Probablemente sus
cualidades le valieron que unos años después (117-120 dC) fuera
designado cónsul. No fue la culminación de su carrera política: entre
los años 131-137 fue nombrado gobernador de la provincia de
Capadocia, donde tuvieron lugar sus hechos de armas más notables:
rechazó repetidas veces una temible invasión de los alanos, pueblo que
junto con los suevos y vándalos fuera el azote de Roma, Hispania
inclusive. Hallazgos arqueológicos indicarían que nuestro buen autor
hubiese pisado suelo español [2]. Hacia 145-6 dC fue designado
ciudadano de honor de Atenas. Sobre sus últimos años nada se sabe. Se
ha conjeturado la posibilidad de que Arriano haya sido una víctima
más de los últimos años de Adriano. La hipótesis resulta creíble no sólo
en virtud de la ausencia de registros sobre los postreros días del de
Nicomedia, sino igualmente por su obra como se verá a continuación.
Como buen admirador de Jenofonte, Arriano redactó el Periplo
del Ponto Euxino que relata un viaje ordenado por el mismo
emperador Adriano y describe la costa del Mar Negro; igualmente de
su autoría es Campaña (o “Formación”) militar contra los alanos;
debido a que desde joven se dedicara “a la caza, la guerra y la
sabiduría” adicionalmente Arriano compuso un tratado sobre Táctica,
y elaboró otro sobre la caza (Cinegético), al tiempo que registró las
enseñanzas de su maestro (Diatribas de Epicteto). Si el ateniense
escribió las Helénicas¸ su émulo hizo lo propio con las Bitiníacas, obra
en ocho libros. Su obra cumbre desde luego es Anábasis (expedición)
de Alejandro Magno, cuya traducción al castellano ahora efectúa Alura
Gonz; posteriormente escribiría Los sucesos después de Alejandro una
historia de los reinos “diádocos” (sucesores); incluso los clásicos
mencionan a Arriano como autor de obras dedicadas a la física. Si
Jenofonte redactó una biografía de Agesilao y otra de Ciro de Persia,
Arriano hizo lo mismo con Dión de Siracusa o Timoleón de Corinto. Y
en manera alguna se ha agotado su listado de obras, tan reconocidas en
la antigüedad. Desgraciadamente la mayor parte de ellas se ha
perdido.
Mención aparte debe tener sus Párticas, 17 libros dedicados a las
campañas de Trajano. En adelante entraremos en el terreno de la
simple conjetura, pero es necesario para una mayor comprensión sobre
los registros clásicos.
Ya J I Lago en sus diferentes publicaciones ha destacado el
paralelismo existente entre César y Trajano. Ambos personajes fueron
de alguna manera “traicionados” por sus sucesores, Augusto y
Adriano respectivamente, pues su proyecto político fue manipulado
así como su memoria histórica. Por ello, Augusto no tuvo escrúpulo en
permitir que sus “palmeros” o agitadores de palmas [3] (Asinio Polión,
Tito Livio, Virgilio, Nicolás de Damasco o Veleyo Patérculo, entre
otros) deformaran los hechos. A tal punto, que varias obras de César
fueron desaparecidas (novelas eróticas, tratado sobre los juegos de
azar, etc.), anticipándose de esta manera al sistema de censuras de
Torquemada o los nazis.
Adriano no fue menos, y probablemente Arriano fuera una más
de sus víctimas.
Como veremos más adelante, Alejandro y Escipión soportaron
una manipulación post-mortem bastante similar a la de César y
Trajano. Como Posteguillo indicara en la nota histórica de su trilogía
dedicada a Escipión, las memorias del vencedor de Aníbal se
perdieron. Sólo gracias a Polibio se ha recuperado parte de tales
registros. Con el macedonio aconteció algo similar, en las condiciones
que se expondrán en el apartado correspondiente. Ahora volvamos a
Arriano y Adriano.
Ya durante el gobierno de Trajano tenemos el caso de Tácito,
“historietador” experto en recoger chismorreos, con la finalidad de que
los lectores creyeran que los emperadores fueron unos monstruos. ¿Por
qué? Pues para adular al optimus princeps mediante la estrategia
“augustea” de rebajar a la “competencia”, algo que el emperador
hispano ni pretendió ni necesita. Muchos han leído a Suetonio, el autor
de las famosas biografías de los doce primeros césares, pero pocos le
identifican como lo que fue: secretario de Adriano, y heredero de los
palmeros de Augusto.
La mayoría de los aficionados a la historia analizan a Adriano a
la luz de la obra de Marguerite Yourcenar. Gracias a ello se minimiza
que el ascenso al trono del sucesor de Trajano se efectuó mediante la
manipulación de varios hechos trascendentales, ocultando que el
optimus princeps pretendía que su sucesor fuera elegido por el Senado
de Roma (y que jamás designara a Adriano como heredero político).
Igualmente se disminuye que los testigos de estas realidades —los
allegados de Trajano— fueran acusados de traición y eliminados,
corriendo la misma suerte que el mejor arquitecto de su tiempo:
Apolodoro de Damasco. Ese fue el verdadero Adriano.
Y Arriano, la mejor fuente clásica de Alejandro Magno, no fue
ningún palmero. Seguramente su historia del principado de Trajano
fue “políticamente incorrecta”, al decir las cosas como fueron en
realidad, sin manipulaciones. Posiblemente ello incomodara a Adriano.
El hecho es que junto con la mayor parte de las obras de Arriano, sus
Párticas se ha perdido. Y hoy ignoramos cómo fueron los últimos días
del colega de Jenofonte y Polibio.
De ninguna manera es casualidad que los mejores registros en
torno a la gestión política de Alejandro, Escipión, César o Trajano se
hayan perdido. Catón el viejo, Augusto y Adriano son responsables en
buena medida de ello, y tanto Jenofonte, Polibio como Arriano
tuvieron que pagar un buen precio por su rigor histórico: desterrados,
exiliados y/o silenciados, al menos sin duda en el caso de los dos
primeros. No debe olvidarse cómo sutilmente el de Megalópolis narra
una anécdota con Catón a propósito de su repatriación a Grecia.
Célebre fue la manera en que el enemigo político de Escipión accedió
de manera tardía y displicente a esta medida.
La memoria de Alejandro fue igualmente manipulada, y en
condiciones análogas a las de los grandes de Roma (Escipión, César y
Trajano) como a continuación se expondrá.
LAS FUENTES CLÁSICAS DE ALEJANDRO MAGNO

Los registros históricos de la antigüedad relativos a Alejandro


con los que se cuenta actualmente son a menudo contradictorios, dejan
vacíos en muchos aspectos y su confiabilidad queda en entredicho por
muchas razones, políticas entre otras. Los primeros historiadores del
conquistador macedonio fueron sus contemporáneos. Entre los más
conocidos se tiene a: Calístenes de Olinto. Sobrino de Aristóteles y —a
instancias del filósofo— contratado expresamente por el soberano para
que le sirviera de cronista. Hacia 327 aC fue relevado de sus funciones
por participar en una conjuración contra el propio Alejandro. Mientras
que las fuentes más sensacionalistas sostienen que Calístenes fue
condenado por oponerse a la implantación de la proskýnesis —gesto
consistente en arrodillarse reverencialmente, reservado en Grecia para
los dioses, mientras que los persas lo practicaban para con sus reyes y
altos dignatarios— los registros más fiables indican que la traición al
rey fue producto de la indignación compartida en un sector
tradicionalista del círculo de poder greco-macedonio a raíz de la
política alejandrina de tolerancia y reconciliación entre vencedores y
vencidos.
Desde la antigüedad Calístenes tuvo poca credibilidad debido al
estilo adulador y fantasioso de sus escritos relativos a Alejandro.
Eumenes de Cardia. Primero secretario real de Filipo y luego de
su hijo Alejandro. Su principal misión era la de llevar un registro diario
de las órdenes impartidas por el rey así como los principales
acontecimientos en la corte macedónica, incluyendo el ámbito militar.
Estos diarios son conocidos como “Efemérides Reales”.
Estos documentos no estaban destinados a ser publicados. Hoy
se les denominaría “expedientes clasificados” o “secretos de Estado”,
pues eran confidenciales y de consulta exclusiva del rey. A tal punto
eran de acceso reservado, que cuando el monarca fallecía, tales
archivos eran sellados y depositados en la biblioteca real (ubicada en la
capital tradicional —Egas— o la nueva —Pela). Por ello resulta fácil
deducir que estos registros eran no sólo detallados, sino fiables.
Marsias de Pela. Hetairo macedonio y autor de una historia de su
país que iba desde el primer rey hasta aproximadamente la mitad del
reinado de Alejandro, cuando su propia muerte (307 aC,
aproximadamente) le impidió continuar con su trabajo.
Cares de Mitilene. Chambelán o maestro de ceremonias de
Alejandro. Por ello enfatizaría más los festejos adelantados durante el
reinado del macedonio, que aspectos políticos o militares.
Onesícrito de Astipalea. Timonel de la nave real, cuando menos
durante la campaña de la India. Fue Criticado por Estrabón y Luciano
como autor fantasioso y adulador, principalmente de su maestro
Diógenes —filósofo cínico de Atenas— al punto de acomodar sus
registros sobre los brahamanes de la India para retratarlos como
precedentes del pensamiento cínico.
Nearco de Creta. Amigo de infancia de Alejandro y
posteriormente almirante de la flota macedónica. Su estilo refleja
innegable influencia de Herodoto, el padre de la historia, y hasta del
propio Homero, resaltando la faceta de explorador de Alejandro,
haciendo un paralelo con el mítico Odiseo (Ulises). Pareciera que su
obra se hubiese compuesto para desmentir las fabulaciones de
Onesícrito. Al haber conocido tan bien al rey, los especialistas destacan
su registro relativo al pothos (término traducido como “anhelo” o
“deseo”; habría que añadir “ambición” o “voluntad”) de Alejandro. Su
obra fue alabada por los más respetados críticos de la antigüedad.
Medio de Larisa. Personaje polémico, amigo de Alejandro
cuando menos durante sus últimos días. En medio de las
recriminaciones que se hicieron los diádocos luego de la muerte del
conquistador, se llegó a sospechar que este personaje estuviera
implicado en el fallecimiento de Alejandro, pues fue el anfitrión del
último banquete al que asistiera el rey (sospechándose que en tal fiesta
se le suministrara veneno). De ahí que su obra haya sido tomada con
desconfianza, e interpretada como un “alegato de exculpación”. Sin
embargo, hay razones para dudar que Alejandro haya efectivamente
muerto envenenado. Adicionalmente, no todo aquel que se defiende es
necesariamente culpable.
Aristobulo (o Aristóbulo) de Casandrea. Arquitecto de Alejandro.
Si bien fue criticado por Luciano como adulador, es muy diciente que
no sólo Plutarco sino el propio Arriano le hayan tomado como fuente
creíble. Igualmente destaca el pothos del conquistador.
Ptolomeo (o Tolomeo) Lágida (hijo de Lago). Noble macedonio y
amigo de infancia del propio Alejandro, terminaría sus días como
soberano de Egipto. Participó como combatiente y posteriormente
general en las campañas de Europa y Asia. En su condición de hetairo
conocía a la perfección las costumbres macedonias. Añadiendo lo
anterior a su experiencia militar le convierte en el autor
contemporáneo de Alejandro mejor ubicado para narrar su historia.
Cuando Ptolomeo se adueñó de Egipto, igualmente se apoderó
del cadáver de su rey y amigo, y le erigió un monumental mausoleo en
la nueva capital egipcia (Alejandría). Por ello resulta más que probable
que el “Hetairo-Faraón” haya consultado las “Efemérides” escritas bajo
la dirección de Eumenes de Cardia, con las ventajas históricas que ello
reporta.
Efipo de Olinto. Compatriota de Calístenes, y por ende dispuesto
a verle como un mártir de Alejandro. Su obra “Sobre el funeral de
Alejandro y Hefestión” encierra amargas críticas hacia supuestas
depravaciones del macedonio. Vale la pena recordar que Filipo, el
padre de Alejandro, fue el responsable del saqueo y destrucción de la
patria de Efipo, lo cual explica la segura antipatía de este autor hacia
los macedonios. Sin duda es de los primeros autores hostiles, y germen
de más de una calumnia y falsa leyenda contra Alejandro y los propios
macedonios en general.
Clitarco de Alejandría. Griego probablemente de Colofón e hijo
de Dinón, autor de una obra dedicada a la historia de Persia. No fue
testigo presencial de los hechos por él narrados, pues no tomó parte en
la expedición comandada por Alejandro. Debido a su condición de
heleno, debió albergar la misma antipatía hacia los macedonios que
Efipo o Demóstenes en Atenas. Al final de su vida se instaló en
Alejandría de Egipto, y obsesionado con adular a Ptolomeo, no dudó
en tergiversar los hechos. Igualmente fue criticado por Cicerón,
Quintiliano, Estrabón y Quinto Curcio Rufo debido a su
sensacionalismo.
EL PROBLEMA

Ninguna fuente contemporánea de Alejandro ha llegado a


nuestros días. Los autores más cercanos, o mejor dicho, menos alejados
de Alejandro son posteriores al menos en tres siglos a la vida del hijo
de Filipo. Para empeorar la situación, ninguno de ellos es macedonio.
Es algo análogo a estudiar la vida y obra de Fernando el Católico, a
través de escritos de autores ingleses o franceses de finales del siglo
XVIII y posteriores exclusivamente. Ahora bien, la dificultad para
interpretar tales fuentes se aumenta, debido a que la historiografía de
la edad antigua dejaba de lado temas evidentes y conocidos en aquella
época, pero que en la actualidad son un completo misterio.
Sin embargo, ¿semejante realidad da derecho a resignarse a
permanecer en la ignorancia? ¿Con cuáles documentos cuenta la
humanidad acerca de las condiciones de la vida en este planeta, con
anterioridad a la aparición de nuestra especie? Y sin embargo, varias
películas recrean las condiciones de la vida con anterioridad a la
aparición de la escritura y de la especie humana inclusive, en donde
cualquier aficionado al tema podrá identificar la tergiversación de la
realidad conocida. Diferenciar la duda de la certeza. Qué se sabe, y qué
se ignora.
Si se ha podido desentrañar más de un misterio prehistórico, es
igualmente posible hacerlo con los enigmas históricos. Difícil
existiendo siempre, al acecho, el enemigo del error y el equívoco. Pero
a pesar de todo —tal y como nos lo han enseñado César, Escipión y
Alejandro— más de un imposible reside en la mente, y no en la
realidad. Tal es el caso de develar ciertos vacíos y contradicciones
relativas a Alejandro de Macedonia. Difícil, pero posible.
De la misma forma en que se ha podido saber la estructura
biológica de una criatura más grande que tres elefantes a partir de un
hueso más pequeño que la mano de un ser humano, o conocer aspectos
de la forma de vida de nuestros ancestros prehistóricos y hasta
averiguar los detalles de una trama política que constituye secreto de
Estado, en donde el gran objetivo de círculos poderosos es crear una
fortaleza que proteja el misterio, se puede entonces develar algunos
malentendidos relativos a Alejandro Magno.
Ha sido así como la historiografía contemporánea ha solucionado
aspectos tales como la infundada animadversión edípica entre Filipo y
su hijo, el asesinato del primero y la falsa participación de Alejandro, o
el supuesto romance entre éste y su lugarteniente Hefestión, la
difundida ninfomanía de Olimpia, o los verdaderos móviles del saqueo
del palacio de Persépolis, temas ya tratados en historialago.com y
profundizados en “Las Campañas de Alejandro Magno” (Ed. Almena),
así como en diferentes hilos de “Las Legiones de Roma”. Veamos otros
aspectos que igualmente ameritan ser analizados.
Irónicamente, la peor fuente contemporánea de Alejandro fue la
más divulgada. Así, las fuentes clásicas con las que hoy se cuenta,
dejan de lado los sobrios —y probablemente aburridos— registros de
Ptolomeo. Por el contrario el sensacionalista —pero entretenido y
ameno— Clitarco es profusamente citado por autores antiguos como
Diodoro, Diógenes Laercio, Ateneo, Estrabón, Plutarco, Eliano, Curcio
o Estobeo, como bien anota Antonio Bravo García.
Uno es el Alejandro retratado por los moralistas o autores de la
corriente denominada “Vulgata” (los clásicos influenciados por
Clitarco: Justino, Diodoro y Curcio) y otro muy diferente es el que nos
describe Arriano. Plutarco por su parte, en una genial solución de
compromiso, dando gusto tanto a los detractores como a los
defensores, aparentemente halla al verdadero Alejandro. En sus obras,
lo retrata como el joven que durante la mayor parte de su existencia
vivió virtuosamente, pero que al final de sus días renegó de algunos de
los valores griegos que le inculcara Aristóteles. Que viva la historia
objetiva pero al parecer, ésta sólo prefiere residir en el Demiurgo...
A partir de estos puntos de vista, los diferentes autores han
prolongado el debate hasta la actualidad. Grote describe de tal manera
al macedonio, que hasta los mismos moralistas se escandalizarían; W.
W. Tarn nos retrata a un precursor de Jesús, y fundador de la actual
ONU, lo cual evidentemente desborda el verdadero planteamiento de
Arriano. ¿Entonces cuál es el enfoque acertado?
No faltará la voz que sensatamente sugiera que la solución se
encuentra en el punto medio, y de esta manera acabar con la presente
discusión, que perfectamente se podría considerar bizantina. Pero, ¿en
dónde se encuentra tal punto medio? ¿En reconocer que Alejandro fue
un genio, pero que como todo poder corrompe, sus últimos días fueron
decadentes? ¿O que el macedonio tuvo la fortuna de contar con
soldados y generales de primer orden que pudieron vencer al
enfrentarse a un enemigo en decadencia?
El problema con tales soluciones de compromiso, es que son
falseadas o desvirtuadas por acontecimientos debidamente
comprobados, como es el caso de las espontáneas muestras de afecto
que tanto macedonios como asiáticos, nobles y plebeyos, sacerdotes y
laicos tuvieron con Alejandro, no sólo en vida o al momento de su
fallecimiento, sino con posterioridad a su desaparición, o la cantidad
de veces que los asiáticos pusieron en jaque a las fuerzas macedonias,
por ejemplo.
¿Cuál es el punto medio entre el blanco y el negro? ¿El gris?
¿Cuál tono, claro u oscuro? ¿Un solo tono, o muchos? ¿Cuáles? ¿Por
qué no las franjas negras y blancas? En tal caso, ¿verticales,
horizontales o diagonales? ¿Cuántas? ¿Por qué? En ocasiones, no es tan
fácil identificar el centro. Cierto que hay muchísimas probabilidades y
“combinaciones”, pero este sólo hecho no garantiza que todas las
soluciones propuestas sean acertadas. En determinado contexto, una
misma cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo, a pesar de la
relatividad inherente al cosmos. Alejandro, en sus últimos días o fue
un tirano y/o un decadente, y por lo tanto aborrecido por sus súbditos,
o un verdadero líder visionario y adelantado a su tiempo, y en
consecuencia tanto amado como incomprendido por ellos, tan típico de
la esencia contradictoria del alma humana.
LOS PUNTOS DE PARTIDA

Como no siempre el camino más fácil u obvio es el más acertado,


ha de buscarse otro. Tal es el caso de analizar las particulares
circunstancias y condiciones de las fuentes menos indirectas con las
que hoy contamos. Este no es un ejercicio nuevo. En este sentido,
biógrafos del macedonio como Paul Faure habla del “Examen crítico de
los antiguos historiadores de Alejandro el Magno”, obra del barón
Sainte-Croix (1775), la cual tendría una segunda edición en 1804. Pero
en realidad semejante trabajo historiográfico es mucho más antiguo. Ya
podemos ver la propuesta de sopesar las fuentes relativas a Alejandro
en el propio Arriano. Y con todo, un sector de la historiografía
contemporánea prefiere la obra de los moralistas de la Vulgata, esto es,
la de los autores que sostienen que Alejandro se dejó corromper por el
mundo asiático.
Tal es el caso de Harold Lamb, quien a propósito de las obras de
los testigos presenciales del reinado de Alejandro, comenta: “El
Anábasis de Calístenes es todo adulación; Ptolomeo, hijo de Lagos, y
rey-consorte de Tais, le elogia por razones políticas, y lo mismo le
sucede al escritor llamado Aristóbulo. Nearco hizo una escueta relación
de los viajes; Onesícrito, un epítome de Amazonas y prodigios. Baeton
y Diognetes hicieron una recopilación de sus trabajos (...) Arriano,
estoico y soldado, pinta al macedonio como un caudillo ideal, y
aunque sus elogios se deben, más que a la realidad, a las fuentes donde
se inspiró...”
Paul Faure por su parte, confía más en la obra de Plutarco,
Quinto Curcio o Justino, al considerar que tales escritos corresponden a
“los relatos de los soldados, más que los del rey y sus oficiales”.
¿Cuáles son las razones de semejantes afirmaciones?
En primer lugar, debido a que Arriano, en su “Anábasis de
Alejandro”, a la hora de exponer las fuentes en las cuales basó su obra,
manifestó: “Ptolomeo y Aristóbulo merecen el mayor crédito,
Aristóbulo por haber hecho la campaña con Alejandro y Ptolomeo no
sólo por haberle acompañado, sino porque un rey como él tendría más
vergüenza que nadie si mintiera. Y como escribieron tras la muerte de
Alejandro, no tenían ninguna obligación ni la menor necesidad de
dinero que les impulsara a deformar la realidad”
A partir de la anterior cita, Faure expone que Arriano parte del
paradigma imperialista de que los monarcas son seres superiores,
incapaces de mentir. En realidad, Faure sencillamente malinterpreta a
Arriano. El autor de la Anábasis de Alejandro en realidad dice que
Ptolomeo, al momento de escribir su biografía, lo hizo para
contemporáneos del Magno. Por lo tanto, en su condición de rey,
Ptolomeo se exponía a ser motivo de ridículo (vergüenza) entre sus
súbditos, soldados y adversarios políticos si deformaba la historia de
Alejandro ante los mismísimos testigos presenciales de su reinado. Tal
es el verdadero significado del texto de Arriano. Y tiene toda la razón.
Es como si algún cortesano de Calígula, Nerón, Domiciano, Cómodo,
Caracalla o Heliogábalo elaborara una biografía reivindicativa de
alguno de estos emperadores, para ser leída por las víctimas de sus
excesos. Obviamente, semejante temeridad se vería recompensada con
el descrédito ante tales lectores, cuando menos. Tales eran las
circunstancias en las que Ptolomeo redactó su historia del reinado de
Alejandro, con el agravante de que sus enemigos políticos (también
reyes y contemporáneos del Magno) jamás le contradijeron, con la
única excepción de Casandro (hijo del leal Antípatro). En este punto
resulta más que diciente que haya sido este diádoco quien haya
instigado la muerte de la madre, hijo y esposa de Alejandro (la beldad
asiática Roxana, el gran amor del conquistador). Con la misma inquina
que exterminó la familia de su rey, Casandro se dedicó a mancillar su
memoria. Un discípulo de Aristóteles (Teofrasto, el sucesor del maestro
en la dirección del Liceo ateniense) registró como verdad revelada las
calumnias de Casandro: masacres, depravación, tiranía por parte del
soberano macedonio. Los intelectuales de Atenas, la gran enemiga
helénica de Filipo y Alejandro, estuvieron más que dispuestos a creer
en esa leyenda negra, máxime verificado el final de Calístenes —
discípulo de Aristóteles— y “colega” de la elite académica ateniense.
Que Aristobulo y especialmente Ptolomeo redactaran la biografía
de Alejandro con la única intención de reivindicar la memoria del
Magno, dice mucho acerca de la confiabilidad de su trabajo, tal y como
acertadamente lo expone Arriano. Como también que el resto de
diádocos —enemigos de Ptolomeo sin duda alguna— se abstuvieran
de atacar su biografía. Siempre será un error considerar que Arriano,
por las razones que se quieran exponer, fue un ingenuo.
Mucha trascendencia tiene en este proceso de análisis de las
fuentes, que ciertos tarados que no tuvieron escrúpulo alguno en
deformar la historia para justificar campos de concentración,
exterminios masivos de seres humanos y otras abominaciones,
predicaran que Alejandro fue la prueba científica de la superioridad de
la raza aria al unificar a griegos, macedonios y persas, tres naciones de
origen ario. ¿Será racional entonces concluir que el Magno es el
precursor del nazismo? ¿Que los autores de la vulgata son —por las
atrocidades de ciertos tarados del siglo XX— la fuente más confiable?
Profundizando en sus argumentos, el propio Faure expone:
“Desde una perspectiva estrictamente marxista, Alejandro, como
emanación de la clase y la educación de los nobles macedonios, es el
símbolo de la explotación de los más débiles por los más fuertes. Ha
sustituido un imperialismo por otro, el de la nobleza iraní por el de sus
compañeros de armas. Al apoderarse de los medios de producción y
poder, los macedonios no han hecho sino perpetuar métodos de
explotación típicamente asiáticos, pues el suelo y las aguas pertenecen
al rey, que deja su disfrute a las grandes familias, al clero, a pequeños
campesinos libres, por medio de toda una jerarquía de prestaciones...”
Es con semejante planteamiento con el que este biógrafo expone
las razones por las cuales desconfía de Arriano. Sería interesante que el
actualmente mencionado autor francés manifestara cómo según los
cánones marxistas, Alejandro debió distribuir los puestos en el
banquete de Opis, festín en el cual el Magno promovió la
reconciliación entre griegos, macedonios y asiáticos (por citar un
ejemplo) para convencer a Faure de que la finalidad de las medidas
políticas del conquistador macedonio era la de cerrar la brecha entre
vencedores y vencidos.
No es satisfaciendo los yerros de Marx como se debe ponderar
una fuente histórica. Lo adecuado es confrontar los diferentes
testimonios con acontecimientos debidamente verificados, en aras de
establecer la confiabilidad de los diferentes autores. Si Alejandro se
limitó a darle gusto a la oligarquía macedónica, tal y como Faure
expone, ¿por qué los complots de los aristocráticos Filotas y Calístenes?
¿El descontento de altos jerarcas macedonios y allegados del propio
Alejandro como Parmenión, Clito o Aristóteles son acaso la prueba de
que la oligarquía macedonia estaba contenta? ¿Qué decir de la
conmovedora despedida entre Alejandro y sus soldados en Babilonia,
poco antes de la muerte del rey? ¿Del trato que los egipcios dieron al
cadáver del Magno, igual que el dedicado a sus dioses patrios? ¿O de
las muestras de dolor de la madre de Darío al enterarse del
fallecimiento del Magno? (Esta mujer se encerró en sus aposentos y se
dejó morir de hambre, medida que no tomó al enterarse del asesinato
de su propio hijo). ¿Es que acaso el pueblo llora la muerte de un tirano?
Arriano no fue el ingenuo que retratan los detractores de
Alejandro, pues el bitinio jamás quiso idealizar al macedonio, sino
retratarlo tal cual era, pero recordando igualmente las circunstancias
que le rodearon. Ya el mismo Arriano advierte en relación con las
fuentes relativas al Magno que “Acerca de ningún hombre se han dicho
tantas cosas, ni tan dispares”. Historiadores como Carl Grimberg
reconocen que Arriano nunca pretendió ocultar o esconder los defectos
y errores de Alejandro. Por el contrario, este político, gobernador,
general e historiador del imperio romano enfatiza la admirable
capacidad del Magno para reconocer públicamente sus pecados y
procurar sinceramente no volver a incurrir en ellos, tal y como se
refleja en el episodio de Clito.

Los autores que confían más en la obra de Diodoro o Justino


sencillamente desconocen que lo más probable de todo es que fueran
Casandro y Clitarco quienes motivaran a Aristobulo, Nearco y
especialmente Ptolomeo a convertirse en historiadores de Alejandro, ya
que se puede conjeturar que por lo menos el Hetairo-Faraón terminara
asqueado por la sarta de mentiras y sandeces escritas por el
historietador griego, principal fuente de los clásicos hostiles a
Alejandro. Desde una perspectiva historiográfica resulta ilustrativo
que mientras el adulador de Clitarco sostuvo que Ptolomeo le salvó la
vida a Alejandro en la India, el posterior soberano de Egipto
desmintiera a Clitarco al decir en su propia obra que fueron Leonato y
Peucestas, mientras que él se encontraba en otro lugar. Clitarco fue un
adulador que no tuvo escrúpulo alguno en tergiversar los hechos.
Ptolomeo por el contrario, al menos procuró ser honesto en su registro
del reinado de su amigo y rey, como este ejemplo lo ilustra.
En consecuencia, los autores de la Vulgata (Justino, Diodoro,
Curcio y en menor medida Plutarco) simplemente se fundaron en
mentiras abiertas y vulgares charlatanerías a la hora de registrar
masacres y depravaciones de Alejandro, y no como Faure sostiene, en
los “relatos de los soldados”. Algo que los detractores deberían tener
en cuenta a la hora de atacar al macedonio, como nos lo recuerda
Quintiliano. Una buena razón que explica esta credulidad, radica en
que los autores de la Vulgata asistieron a los “excesos y
depravaciones” de Calígula y Nerón. Por el estado de la historiografía
en aquella época, no pudieron evitar asimilar al emperador macedonio
a través de los dos polémicos césares romanos. Arriano por el
contrario, entendió la antipatía que Clitarco como griego sintió hacia
los macedonios y sopesó las fuentes con un rigor que ni siquiera ciertos
autores de nuestros días observan. Arriano es un verdadero adelantado
de la historia.
La anterior realidad explica las razones por las cuales mientras
que leer a Arriano es tan enriquecedor, placentero y sorprendente
como estudiar las obras de Jenofonte, Polibio o Julio César (eruditos
que al mismo tiempo fueron hombres de estado, discípulos de ilustres
filósofos, valientes soldados y grandes generales), por el contrario
analizar la obra de Justino o Diodoro produce ataques de risa en unos
apartes, y fuertes accesos de indignación en otros: estos autores recrean
las batallas en condiciones francamente ilusas, pues se limitan a repetir
los esquemas tácticos descritos en la Ilíada a la hora de narrar las
acciones militares de Alejandro. Algo análogo acontece con el registro
de los hábitos personales del macedonio. Arriano no sólo dejó de lado
la obra de Clitarco, sino que ni siquiera menciona a este autor, tan
criticado como retórico e historiador.

Como se puede ver, la memoria de Alejandro, Escipión, César y


Trajano fue manipulada no sólo por sus enemigos extranjeros, sino
especialmente por sus sucesores en el poder: Casandro en Macedonia,
y Catón el viejo, Augusto y Adriano en Roma. Es relativamente fácil
entender el caso de los dos primeros, en donde la envidia juega un
papel capital, mas no así en los dos últimos, supuestos herederos. Ahí
está la clave: en que fueron supuestos. Adicionalmente y como lo
expone J I Lago a propósito de Augusto, todos estos sucesores estaban
mediatizados por la memoria de personajes que fueron
“inmensamente más grandes” que los respectivos sucesores, en todos
los aspectos. Por ello necesitaron restarle méritos a sus predecesores,
rebajándoles y de esta manera ponerlos a la altura de los herederos,
mucho más baja. Así la obra de Arriano que ahora se presenta, se
inscribe en la lucha contra la manipulación de la memoria de los
grandes que ya iniciara Polibio en el caso de Escipión o Cayo Crispo
Salustio con César.

La humanidad tiene una deuda gigantesca con Flavio Arriano,


pues este admirable hombre de Estado y escritor perpetuó registros de
primera mano relativos a Alejandro Magno, contenidos a su vez en
fuentes que posteriormente habrían de perderse. Su obra es un
excelente contrapeso a las habladurías contenidas en los escritos de
Clitarco que, si bien en nuestros días se han perdido, han sido
[4]
recogidos por los denominados autores de la Vulgata . Arriano es la
pieza clave en el equilibrio de la balanza alejandrina.

Copyright by Joaquín Acosta 2003 — 2012.


CRONOLOGÍA

aC

3000 I época minoica, inicio de la civilización cretense.


Colonización de la región troyana.
1200-1100 Primeras invasiones dorias. Guerra de Troya.—
Primeras migraciones de pueblos egeos a Italia y al Mediterráneo
occidental. Formación de las primeras “polis” helénicas.
1183? Caída de Troya.
950-800 Aparición de los primeros alfabetos griegos.
800-575 Desarrollo y organización del Estado espartano. Colonias
griegas en Sicilia y en la Italia meridional.
776 Comienzo de la era de las Olímpíadas.
750? Homero.
750 Inicio de la colonización griega.
753 Fundación de Roma.
683 Arcontado en Atenas.
594 Reforma política ateniense: leyes de Solón.
560-537 Pisístrato, tirano de Atenas. — Recopilación y
publicación de los poemas homéricos.
550 Fundación de Ampurias, primera colonia griega en la
península ibérica.
546 Ciro de Persia conquista Lidia.
538 Ciro conquista Babilonia.
525 Cambises, sucesor de Ciro conquista Egipto.
510-506 Reformas democráticas de Clístenes en Atenas —
proclamación de la república romana.
499 Rebelión de los jonios — comienzo de las guerras médicas.
494 Destrucción de Mileto por los persas.
492 Conquista persa de Macedonia.
490 Batalla de Maratón.
480 Leónidas y su guardia espartana se sacrifican en las
Termópilas — Batallas de Artemisio y Salamina — derrota y huída de
Jerjes.
479 Batallas de Platea y Micale — expulsión de los invasores
persas.
478 Confederación de Delos — hegemonía ateniense.
474 Píndaro de Tebas: “Odas olímpicas”.
459 Atenas envía su flota en apoyo a los rebeldes egipcios contra
Persia — hostilidad entre Atenas y Esparta.
456 Muerte de Esquilo — esplendor de la tragedia griega.
454 La armada ateniense destruida en la desembocadura en el
Nilo. El ejército griego se rinde en Egipto a los persas.
443 Pérdicas, rey de Macedonia, promueve una rebelión en la
Calcídica contra los atenienses.
431 Comienza la guerra del Peloponeso.
405 Derrota de la flota ateniense en Egospótamos. Asedio de
Atenas.
404 Rendición de Atenas. Fin de la guerra del Peloponeso.
Comienzo de la hegemonía espartana.
401 Ciro el joven se rebela contra Artajerjes II — se renueva la
alianza entre Ciro y Esparta. Muerte de Ciro en la batalla de Cunaxa y
retirada de los diez mil, capitaneada y registrada por Jenofonte.
400 Los diez mil llegan al Helesponto. Esparta le declara la
guerra a Persia.
399 Sócrates condenado a muerte.
396 Agesilao, rey de Esparta, invade Asia.
395 Victoria de Agesilao en Sardes. Atenas, Corinto, Tebas y
Argos aliadas contra Esparta a instigación de Persia.
394 Retirada de Agesilao de Asia. Conón de Atenas destruye la
flota espartana gracias al apoyo persa.
392 Reforma militar de Ifícrates en Atenas.
387 Paz de Antálcidas entre Esparta y Persia. “Los griegos
compiten por arrastrarse ante los persas”.
382 Los espartanos ocupan a traición la ciudadela de sus aliados
tebanos.
380 Auge de la hegemonía espartana. Campaña política de
Isócrates por la unión de Grecia.
379 Pelópidas libera a los tebanos de la dominación espartana.
378 Nueva confederación marítima ateniense.
374 Armisticio entre Atenas y Esparta.
371 Los espartanos invaden Beocia. Epaminondas de Tebas les
derrota en Leuctra. Comienzo de la hegemonía tebana.
370 Pelópidas y Epaminondas invaden el Peloponeso.
369 Campañas de Pelópidas en Tesalia y Macedonia. El príncipe
Filipo rehén en Tebas.
367 Aristóteles, discípulo de Platón en la Academia ateniense.
Acceso de los plebeyos al consulado romano. Pelópidas en Persia.
364 Victoria y muerte de Pelópidas en Cinoscéfalos. Los tebanos
arrasan Orcómenos.
362 Victoria y muerte de Epaminondas en Mantinea. Rebelión de
Sátrapas contra Artajerjes II.
361 Agesilao en Egipto, jefe de mercenarios contra los persas.
359 Muerte de Pérdicas, rey de Macedonia, derrotado por los
ilirios. Filipo II designado regente, se impone sobre varios
pretendientes al trono apoyados por Atenas, Tracia y nobles
macedonios. Muerte de Artajerjes II de Persia; sucedido por Artajerjes
III Ocos.
358 Victorias de Filipo sobre peonios e ilirios.
357 Filipo conquista Anfípolis y hace de Pela su capital.
Matrimonio con la princesa Olimpia de Epiro.
356 Alianza de Atenas con ilirios, peonios y tracios. Filipo derrota
a los ilirios. Ocupación de Pydna y Potidea. Nacimiento de Alejandro
Magno (octubre). Incendio del templo de Artemisa en Éfeso.
355 Ascenso político de Demóstenes en Atenas. Filipo designado
rey por los macedonios.
353 Filipo ocupa Metone. A petición de los tesalios interviene en
Grecia, azotada por la “guerra sagrada” pero es derrotado.
352 Filipo en Tesalia y Tracia. Alarma en Atenas.
351 Muerte de Mausolo en Caria. Su viuda Artemisia ordena la
construcción del “Mausoleo”, una de las maravillas del mundo
antiguo.
349 Filipo en la Calcídica. Atenas intenta recuperar Eubea y es
derrotada.
348 Filipo destruye Olinto.
347 Muerte de Platón. Filipo invade nuevamente Tracia.
346 Paz entre atenienses y macedonios. Fin de la “guerra
sagrada”. El Consejo de la Anfictionía nombra a Filipo en remplazo de
los focenses. El rey de Macedonia preside los Juegos Píticos. Isócrates
pide a Filipo que guíe a los griegos contra Persia.
344 II Filípica de Demóstenes, fomentando la agitación de los
griegos contra los macedonios. Artajerjes III Ocos, con ayuda de
mercenarios griegos bajo las órdenes de Méntor y Memnón de Rodas,
renueva el papel de súper-potencia de Persia sofocando los
levantamientos en Asia Menor, Chipre y Fenicia, a su vez apoyados
por Atenas, Esparta y Tebas.
343 Filipo en Epiro y Ambracia. Los romanos vencen a los
samnitas. Aristóteles, maestro de Alejandro.
342 Persia reconquista Egipto.
341 III Filípica de Demóstenes. Hostilidades de los atenienses
contra los aliados de Filipo.
340 Asedio de Bizancio por Filipo. Alejandro designado regente.
Actuando por primera vez como general, el príncipe-regente derrota
una rebelión de medos o maidos en Tracia.
339 Campañas de Alejandro en Iliria. Filipo fracasa en su asedio
de Bizancio gracias a Atenas y Persia. Alianza entre atenienses y
tebanos. Batalla de Queronea: victoria macedónica y fin de la
hegemonía tebana.
337 Conformación de la Liga de Corinto. Los estados griegos —a
excepción de los espartanos— declaran la guerra a Persia. Nuevo
matrimonio de Filipo. Olimpia y Alejandro exiliados de la corte
macedónica.
336 Alejandro vuelve a Macedonia. Una vanguardia de 10.000
hombres al mando del macedonio Parmenión invade Asia. Luego de
una serie de victorias iniciales son rechazados por Memnón de Rodas,
mercenario al servicio de Persia. Los macedonios retroceden desde
Éfeso y Mileto hasta el Helesponto. Asesinato de Filipo. Alejandro es
elegido rey de los macedonios. Rebelión de tracios, ilirios y griegos.
335 Alejandro sofoca las rebeliones y es designado como nuevo
comandante en jefe de las fuerzas armadas griegas contra Persia.
Nueva rebelión de Tebas, que es destruida.
334 Desembarco en Asia. Batalla del Gránico — victoria
macedónica. Conquista del Asia Menor.
333 Alejandro deshace el nudo gordiano. Batalla de Issos.
332 Asedio y destrucción de Tiro. Conquista de Gaza y Egipto.
Fundación de Alejandría junto al Nilo.
331 Batalla de Arbelas-Gaugamela. Conquista de Babilonia y
Susa. Un levantamiento espartano es derrotado en Megalópolis por el
macedonio Antípatro.
330 Conquista de Persépolis. — Conspiración de Filotas,
ejecutado junto con Parmenión. Asesinato de Darío de Persia por
algunos de sus nobles.
329 Conquista de Aracosia.
328 Conquista de Bactria y Sogdia. Muerte de Clito.
327 Matrimonio con Roxana. Conspiración de los pajes. Arresto
de Calístenes. Comienzo de las campañas en India.
326 Cruce del Indo. Batalla de Hidaspes. Fin del avance hacia el
oriente. Navegación por el Indo hasta su desembocadura. Alejandro
gravemente herido en un asedio contra los malios.
325 Cruce del desierto de Gedrosia. Exploración marítima de
Nearco, almirante de la flota de Alejandro.
324 Últimas campañas de Alejandro. Traición de Harpalo.
Demóstenes desterrado de Atenas. Bodas de Susa entre macedonios y
persas. Motín de los macedonios en Opis. Fiesta de reconciliación de
los pueblos. Decreto de regreso de los exiliados griegos. Muerte de
Hefestión.
323 Babilonia designada nueva capital del imperio. Embajadas de
pueblos occidentales, y honores divinos a Alejandro. Preparativos para
la conquista de Arabia. Planes para Cartago y occidente. Muerte de
Alejandro Magno (Junio).
PREFACIO

He incluido en mi relato como estrictamente auténticos los


testimonios acerca de Alejandro y Filipo en que Ptolomeo, hijo de
Lago, y Aristóbulo, hijo de Aristóbulo, están de acuerdo; y de las
declaraciones que difieren entre sí, he seleccionado las que son a la vez
las más creíbles y merecedoras de ser registradas. Distintos autores han
dado versiones divergentes sobre la vida de Alejandro, y no hay
ninguno acerca de quien más personas hayan escrito, o sobre quien
haya más desacuerdo entre unos y otros. Sin embargo, en mi opinión,
los relatos de Ptolomeo y Aristóbulo son más dignos de crédito que el
resto; el de Aristóbulo porque sirvió a las órdenes del rey Alejandro en
su expedición, y el de Ptolomeo no sólo porque acompañó a Alejandro
en sus campañas, sino también porque él mismo se convirtió en rey
más adelante, y la falsificación de los hechos habría sido más
vergonzosa para él que para cualquier otra persona. Además, son
ambos dignos de confianza porque recopilaron sus historias luego de
la muerte de Alejandro, cuando ni la coerción fue utilizada ni una
recompensa les fue ofrecida por escribir algo diferente de lo que
realmente ocurrió. He incorporado algunas declaraciones de otros
autores en mi relato, pues me han parecido dignas de mención, y no
del todo improbables, pero las he presentado simplemente como
informes acerca de las actuaciones de Alejandro.

Y si alguno se pregunta por qué, después de que tantos otros


hombres hayan escrito sobre Alejandro, me haya venido a la mente
escribir esta historia, después de leer los relatos de los demás, que así
lo haga tras leer la mía.
LIBRO I

CAPÍTULO I. MUERTE DE FILIPO II Y ASCENSO DE


ALEJANDRO MAGNO — SU CAMPAÑA EN TRACIA

Según se dice, Filipo II murió cuando Pitodelo era arconte de


Atenas, y su hijo Alejandro, por entonces de alrededor de veinte años
de edad, habiendo asegurado su posición como nuevo rey, marchó
hacia el Peloponeso, donde exigió a todos los griegos de allí el mando
supremo de la expedición contra Persia, como ya le había sido
otorgado a su padre. De esta manera, le fueron conferidos los mismos
honores que a Filipo, con el beneplácito de todos los griegos, menos de
los lacedemonios, quienes respondieron que no era costumbre suya
seguir a otros, sino ser ellos los líderes de otros.
También Atenas intentó cambiar la situación política mediante la
rebelión, pero cuando Alejandro se aproximaba a la ciudad, tan grande
fue la alarma de los atenienses, que se apresuraron a concederle
honores públicos mayores incluso que aquéllos de Filipo. Luego de
esto, retornó a Macedonia para preparar la expedición a Asia.

Sin embargo, a principios de la primavera del año 335, tuvo que


marchar con el ejército hacia Tracia, a las tierras de los tribalios y los
ilirios, convencido de que éstos tramaban una rebelión, además de que
pensaba que sería muy arriesgado iniciar una campaña tan lejos de su
propio reino dejando a sus espaldas a pueblos sin subyugar cerca de
sus fronteras. Partiendo desde Anfípolis, invadió el territorio de los
tracios independientes, teniendo a la ciudad de Filipópolis y el monte
Orbelo ubicados al costado izquierdo del trayecto. Tras cruzar el río
Neso, llegó al monte Hemo el décimo día de marcha, y allí al pie del
desfiladero en las estribaciones de la montaña, se encontró con que
mercaderes armados y tracios independientes se habían preparado
para impedir su avance, tomando posiciones en la cima del Hemo, en
espera de que llegara su ejército. Habían colocado sus carros delante,
para utilizarlos como una barricada desde la cual defenderse en caso
de ser rechazados, así como para echarlos a rodar cuesta abajo desde la
parte más abrupta contra la falange macedonia si estos pretendieran
ascender, con la idea de que, mientras más densa fuera la formación de
la falange, con mayor facilidad podrían dispersarla al chocar
violentamente contra ella.

Pero Alejandro era alguien dispuesto a correr riesgos e ideó un


plan que le permitiera atravesar la montaña con el menor peligro
posible para sus hombres. Puesto que no existía otro camino
alternativo, ordenó a la bien armada infantería abrir sus filas tanto
como el espacio lo permitiera tan pronto los carros comenzaran a
moverse por el declive, formando un pasillo para que éstos pasaran; y
quienes se vieran rodeados por todos lados deberían o hincarse de
rodillas todos juntos, o tirarse al suelo, con los escudos unidos de
forma compacta, de tal manera que los carros que bajaban la cuesta por
su mismo impulso saltaran por encima de ellos, sin causarles daño.
Todo ocurrió tal como Alejandro había previsto y ordenado; algunos
de los hombres formaron pasillos en las filas de la falange, y otros
unieron sus escudos, mientras los carros les pasaban por encima sin
causar mucho perjuicio, y sin que muriera un sólo hombre bajo las
ruedas. A continuación, los macedonios recuperaron el ánimo al ver
que los temidos carros no les habían infligido daño alguno, y cargaron
contra los tracios dando fuertes alaridos. Alejandro ordenó a los
arqueros del ala derecha ponerse delante del resto de la falange, la
posición más conveniente para disparar contra los tracios cada vez que
éstos avanzaban. Tomando a su guardia personal, los hipaspistas y
agrianos, él mismo los dirigió hacia la izquierda. Entonces, los
arqueros empezaron a disparar flechas contra los tracios que surgían
hacia adelante, logrando repelerlos, y la falange entró en combate
cuerpo a cuerpo, echando de sus posiciones a esos montañeses
ligeramente armados y mal equipados, quienes no esperaron a recibir
la carga de Alejandro desde la izquierda, y tirando sus armas se dieron
a la fuga montaña abajo. Cerca de 1.500 de ellos perecieron, sólo unos
pocos fueron hechos prisioneros debido a la velocidad de su huida y su
conocimiento del terreno. No obstante, todas las mujeres y niños que
les seguían fueron capturados, junto con todo el botín.
CAPÍTULO II. BATALLA CONTRA LOS TRIBALIOS

Alejandro envió el botín a hacia el sur, a las ciudades costeras,


confiando en Lisanias y Filotas para encargarse de ponerlo a la venta.
Luego, se dispuso a cruzar a través de la cumbre hacia el territorio de
los tribalios, llegando al río Ligino, que dista del Danubio tres días de
marcha en dirección al monte Hemo. Habiendo tenido noticias de la
expedición de Alejandro con tiempo, el rey Sirmo de los tribalios,
mandó que las mujeres y los niños de su pueblo se dirigieran al
Danubio, y se internaran en Peuce, una de las islas en medio del río.
Hacia allí llegaron también a refugiarse los tracios, por cuyas tierras
colindantes con las de los tribalios avanzaba el macedonio. El rey
Sirmo, acompañado de su comitiva, halló refugio en el mismo lugar,
pero la mayoría de sus tribalios huyó hacia el río, de donde Alejandro
se había marchado un día antes.

Enterado Alejandro de ello, dio media vuelta de nuevo y, tras


una rápida marcha, los sorprendió en plena acampada. Quienes se
vieron así sorprendidos formaron de prisa en orden de batalla en una
cañada boscosa a lo largo de la orilla del río. Alejandro dispuso a la
falange en una columna muy profunda, poniéndose él mismo en
primera línea; también ordenó a los arqueros y honderos que se
adelantaran y descargaran una lluvia de flechas y piedras contra los
bárbaros, esperando provocarlos a salir de la cañada boscosa hacia el
descampado sin árboles. Éstos así lo hicieron cuando los tuvieron al
alcance, provocando que los tribalios se lanzaran a una escaramuza
cuerpo a cuerpo contra los arqueros desprovistos de escudos para
protegerse; pero se encontraron con que Alejandro, cumplido su
propósito de sacarlos fuera de su terreno, ordenaba a Filotas que
cargara con la caballería venida del norte de Macedonia contra el ala
derecha de los tribalios, lado por el que se habían adentrado más en su
salida. Ordenó a Heráclides y Sopolis que dirigieran la caballería de
Botiea y Anfípolis contra el ala izquierda, al tiempo que desplegó la
falange con el resto de la caballería por delante y arremetió contra el
centro del enemigo. Mientras sólo hubo escaramuzas en ambos lados,
los tribalios no se llevaron la peor parte y resistieron; pero tan pronto
como la falange en formación compacta atacó con vigor, y la caballería
cayó sobre ellos desde diversos sectores, ensartándoles con sus armas y
empujando hacia atrás con sus mismos caballos, entonces al fin se
dieron la vuelta y huyeron a través de la cañada hacia el río. Tres mil
de ellos perecieron en el combate, y unos pocos fueron tomados
prisioneros, en ambos casos porque el denso bosque en las lindes del
río y la cercanía de la noche impidieron a los macedonios proseguir la
persecución. Según Ptolomeo, las pérdidas de los macedonios fueron
once jinetes y cuarenta infantes muertos.
CAPÍTULO III. ALEJANDRO EN EL DANUBIO Y EL
TERRITORIO DE LOS GETAS

Tres días después de la batalla, Alejandro llegó al río Danubio, el


mayor de todos los ríos de Europa, que atraviesa un extenso territorio
y separa a varios pueblos belicosos, la mayor parte de los cuales
pertenecen a la raza celta, en cuyas tierras están las fuentes del río. Los
más remotos de estos pueblos son los cuados y los marcómanos,
seguidos de los iaziges, una rama de los sármatas, y los getas, quienes
creen en la inmortalidad; luego viene la rama principal de los sármatas,
y finalmente los escitas, cuyas tierras se extienden hasta tan lejos como
la desembocadura del río, allá donde por medio de cinco bocas vierte
sus aguas en el mar Euxino.

Allí, Alejandro se reunió con algunos barcos de su flota


procedentes de Bizancio, que habían venido por el Euxino y luego
subido río arriba. Embarcó en ellos a su arquería y las tropas de
infantería pesada, y puso proa hacia la isla donde los tribalios y tracios
habían escapado. Al querer desembarcar, los bárbaros descendían a la
orilla del río para atacarlos cada vez que los barcos, pocos en número y
con escasa tropa, lo intentaban. Aparte, las costas de la isla eran casi en
todas partes muy empinadas y escarpadas para el desembarco, y la
corriente del río, como es natural en los estrechos entre una orilla y
otra, era rápida y difícil de navegar.

Por ello, Alejandro retiró a sus barcos, decidido a cruzar el río e ir


a por los getas, que vivían en la otra orilla. Había observado que gran
número de ellos — 4.000 de caballería y 10.000 de infantería — se
habían reunido en la playa con el propósito de impedirle el paso en
caso de que intentara cruzar el río; además, le había entrado el deseo
de ir más allá del Danubio. Subió, entonces, a bordo, pero antes, hizo
que sus hombres rellenaran con paja las pieles que les servían para
armar sus tiendas, y mandó recolectar de los alrededores todos los
botes que se hallaran. Éstos estaban hechos de un único tronco, y los
había en abundancia, pues las gentes que vivían cerca del Danubio los
usaban para la pesca, a veces también para viajes de comercio entre
ambas orillas a lo largo del cauce, y para la piratería. Una vez
conseguida la mayor cantidad que se pudo, embarcó en ellos tantos de
sus soldados como fue posible; de esta manera, cruzaron el río con
Alejandro unos 1.500 jinetes y 4.000 soldados de a pie.
CAPÍTULO IV. DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE LOS
GETAS — LA EMBAJADA DE LOS CELTAS

Cruzaron durante la noche, desembarcando en un sitio cubierto


por trigales crecidos, permitiendo así que el cruce fuera más secreto. Al
despuntar el alba, Alejandro llevó a sus hombres a través del
sembradío, caminando inclinados y agarrando las lanzas de manera
transversal, rastrillando el trigal al avanzar hacia el terreno sin cultivar.
Mientras la falange avanzaba así por de los sembradíos, la caballería la
seguía. Cuando emergieron de los cultivos, Alejandro giró su montura
hacia la derecha, y mandó a Nicanor que formara la falange en cuadro
compacto. Los getas no pudieron siquiera resistir el primer embiste de
la caballería, pareciéndoles increíble la audacia de Alejandro al cruzar
en una sola noche el Danubio, el más caudaloso de los ríos, sin
necesidad de construir un puente. Terrorífica para ellos fue también la
solidez de la falange, y la violenta carga de la caballería. En un primer
momento, huyeron para refugiarse en su ciudad, que estaba a una
parasanga del Danubio; pero cuando vieron que Alejandro hacia
marchar a su falange con muchas precauciones a lo largo de la orilla
del río, para evitar que su infantería pudiera verse rodeada por los
getas en una emboscada, y que enviaba a su caballería directamente
contra su ciudad, la abandonaron por estar mal fortificada. Se llevaron
a tantos de sus mujeres y niños como sus caballos podían soportar, y
escaparon a las estepas desérticas, en la dirección que llevaba lo más
lejos posible del río. Alejandro tomó la ciudad y todo el botín que los
getas habían dejado atrás, nombrando a Meleagro y Filipo como
encargados de él. Después de arrasar la ciudad, ofreció un sacrificio a
orillas del río a Zeus Protector, a Heracles, y al mismo Danubio, por
permitirle el cruce, y mientras todavía era día, lideró a todos sus
hombres sanos y salvos de vuelta al campamento.
Allí acudieron embajadores de Sirmo, rey de los tribalios, y de las
demás naciones autónomas de las cercanías del Danubio. Algunos de
ellos venían de parte de los celtas que moraban cerca del golfo de
Jonia, gentes de gran estatura y maneras arrogantes. Todos ellos
anunciaron que venían para obtener la amistad de Alejandro. A todos
ellos les hizo promesas de amistad, y recibió las promesas de ellos a su
vez. Luego, preguntó a los celtas qué asunto era causa de especial
pánico en su mundo, esperando que su gran fama hubiera llegado a los
celtas y hubiera penetrado aún más allá, y lo que dirían sería que le
temían a él por encima de todo. Pero la respuesta que le dieron los
celtas fue contraria a sus expectativas; pues ellos, que vivían en un
territorio de difícil acceso, y conocedores de que su rumbo sería en otra
dirección, le contestaron que lo que más temían era que en algún
momento el cielo cayera sobre sus cabezas. A estos hombres Alejandro
los despidió llamándoles amigos suyos, y dándoles el rango de aliados,
añadiendo además el comentario de que los celtas eran unos
fanfarrones.
CAPÍTULO V. REBELIÓN DE CLITO Y GLAUCIAS

Cuando Alejandro se adentró en la patria de los agrianos y


peonios, llegaron mensajeros a informarle que Clito, hijo de Bardilis, se
había rebelado, y que el rey Glaucias de los taulantios se le había
unido. Otros más llegaron para advertirle que los autariatos planeaban
caer sobre él en plena marcha. Como consecuencia, decidió acelerar la
marcha sin más demoras; pero entonces el rey Langaro de los agrianos,
quien ya en vida de Filipo había sido abiertamente un amigo y aliado
de Alejandro, y que en ese tiempo había acudido personalmente como
embajador ante él, en esta ocasión acudió también acompañado de su
guardia personal, integrada por los mejor provistos y más eficientes de
sus hombres. Al oír que Alejandro inquiría acerca de qué tipo de gentes
eran y cuántos hombres tenían los autariatos, le aseguró que no debía
preocuparse, ya que éstos eran los menos belicosos de las tribus de
aquellos lugares, y que él, Langaro, podía hacer una incursión en su
territorio para mantenerlos demasiado ocupados para poder atacar a
los macedonios. Con la aprobación de Alejandro, realizó el ataque tal
como había propuesto, y arrasó sus tierras, obteniendo muchos
cautivos y grande botín. En recompensa, Langaro recibió los más altos
honores y regalos muy valiosos de parte de Alejandro, incluyendo la
promesa de darle a su hermana Cinane en matrimonio cuando visitara
Pella. Pero, en el camino de retorno a su hogar, Langaro enfermó y
murió.

Después de este suceso, Alejandro marchó por las riberas del río
Erigon hacia la ciudad de Pelión, enterado de que Clito se había
apoderado de ella. Acampando en el río Eordaico, resolvió atacar las
murallas al día siguiente, pero Clito se había hecho fuerte en las
montañas que la rodeaban, y dominaba la ciudad desde las alturas
cubiertas por densos matorrales. Sus intenciones eran caer sobre los
macedonios desde todas direcciones; sin embargo, aún no llegaban las
tropas del rey Glaucias de los taulantios cuando las fuerzas de
Alejandro ya estaban cerca de la ciudad. Tras sacrificar tres niños, igual
número de niñas y carneros negros, salieron a entablar combate cuerpo
a cuerpo con los macedonios que se aproximaban. Tan pronto como los
macedonios respondieron al ataque, éstos abandonaron sus posiciones
ventajosas para refugiarse en la ciudad, con tanta prisa que incluso sus
víctimas sacrificiales fueron posteriormente halladas todavía yaciendo
en el suelo.

Alejandro los obligó a encerrarse en ella, colocando su


campamento alrededor de las murallas; sin embargo, cuando al día
siguiente llegó el rey Glaucias de los taulantios con una fuerza
numerosa, abandonó la idea de capturar la ciudad, dándose cuenta de
que, si asaltaba las murallas, las tropas con las que disponía no podrían
lidiar al mismo tiempo con las muy belicosas tribus refugiadas allí y
con el ejército de Glaucias, mayor que el suyo, que le acosaría tan
pronto intentara el asalto. Envió, pues, a Filotas en busca de forraje con
todas las bestias de carga del campamento, bajo la protección de una
unidad de caballería. Al oír de esta expedición, Glaucias le salió al
encuentro, tomando posición en las montañas que rodeaban la planicie
donde Filotas tenía intención de conseguir el forraje necesario. Tan
pronto Alejandro supo que sus animales y sus jinetes estarían en grave
peligro si la noche los sorprendía donde estaban, tomó a los
hipaspistas, los arqueros, los agrianos, y cerca de 400 jinetes consigo
para ir a su auxilio a toda velocidad. Dejó al resto del ejército atrás, en
las afueras de la ciudad, para impedir que los cercados se apresuraran
a salir para reunirse con Glaucias, como habrían hecho si todo el
ejército macedonio se hubiera retirado. Cuando Glaucias percibió que
Alejandro se estaba acercando, evacuó las posiciones en las montañas,
permitiendo que Filotas y sus fuerzas retornaran a salvo al
campamento. No obstante esto, Clito y Glaucias creían todavía que
habían cogido a Alejandro en una posición muy desventajosa en
comparación a la suya, en posesión de las montañas en cuyas alturas
podían colocarse una numerosa cantidad de jinetes, lanzadores de
jabalina, honderos y una considerable fuerza de infantería pesada. Por
otra parte, se esperaba que los sitiados en la ciudad salieran a atacar y
perseguir muy de cerca a los macedonios si se retiraban. También el
terreno a través del cual Alejandro debía moverse era demasiado
estrecho y boscoso, limitado por el río por un lado, y por el otro lado
por una montaña muy alta y escarpada, por lo que no habría espacio
para que su ejército pasara, aunque los hipaspistas formaran en una
columna de sólo cuatro en fondo.
CAPÍTULO VI. DERROTA DE CLITO Y GLAUCIAS

Ante tal circunstancia, Alejandro formó a su ejército de tal


manera que la profundidad de la falange era de 120 hombres,
estacionando 200 de caballería en cada ala, con orden de mantener
silencio y acatar rápidamente lo que les indicara. A los soldados de a
pie, les instruyó llevar las lanzas en vertical y luego, a una señal suya,
las inclinaran en ristre primero a la derecha, luego hacia la izquierda,
siempre manteniéndose muy juntos. Luego, puso en movimiento a la
falange, haciéndola girar ya a la derecha, ya a la izquierda, de este
modo organizando y reorganizando sus líneas varias veces y muy
rápidamente; por fin, formó su falange en una especie de cuña, y la
condujo hacia la izquierda contra el enemigo, que había estado durante
todo este tiempo contemplando estupefacto tanto el orden como la
rapidez de sus evoluciones. En consecuencia, no pudieron sostener el
embate de Alejandro, abandonaron las primeras estribaciones de la
montaña. Ante esto, Alejandro ordenó a los macedonios elevar el grito
de batalla y hacer ruido golpeando sus armas contra sus escudos, y el
ejército de los taulantios, aún más alarmado por el ruido, volvió a la
ciudad a toda velocidad.

Alejandro vio cómo sólo unos pocos de los enemigos seguían


ocupando una cresta, cerca del pasadizo por el que debían transitar.
Ordenó a sus guardaespaldas y Compañeros tomar sus escudos,
montar en sus caballos e ir hacia la colina, y cuando llegaran, si los que
ocupaban la posición les esperaban, la mitad de ellos saltaran de sus
caballos para luchar como soldados de a pie, mezclándose con la
caballería. Pero, tan pronto el enemigo vio aproximarse a Alejandro,
renunciaron a sus posiciones en la colina y se retiraron a las montañas
en ambas direcciones, permitiendo que Alejandro y sus Compañeros la
ocuparan. Mandó luego llamar a los agrianos y arqueros, cuya fuerza
era de 2.000; y ordenó a los hipaspistas que cruzaran el río, seguidos de
inmediato por la infantería macedonia, con la instrucción de formar
ordenadamente en el lado izquierdo tan pronto llegaran a la otra orilla,
para que los sucesivos cuadros de la falange que cruzaban el río
pudieran formarse compactamente enseguida. Él, ubicado en la
vanguardia, observaba todo el tiempo desde la colina el avance del
enemigo, quienes al ver aquellas tropas cruzando el río, bajaron desde
las montañas para enfrentarlas, y atacar a Alejandro por la espalda
mientras se retiraba. Pero, cuando empezaban a acercarse a él,
Alejandro les salió al encuentro con sus hombres, y la falange, dando
alaridos, se dispuso a avanzar por el río. Viendo el enemigo que todos
los macedonios se les venían encima, cedieron y se dieron a la fuga.
Entonces, Alejandro comandó a los agrianos y arqueros a cruzar a toda
prisa el río, siendo él mismo el primero en cruzarlo. Cuando vio que el
enemigo presionaba a su retaguardia, hizo colocar su artillería en la
ribera, y ordenó a sus ingenieros que dispararan toda suerte de
proyectiles tan lejos y con tanto ímpetu como se pudiera, y también
indicó a los arqueros que se internaran en las aguas y, desde la mitad
del río, descargaran sus flechas contra los atacantes. Dado que Glaucias
no se atrevió a avanzar tanto como para colocarse dentro del rango de
tiro de los proyectiles, los macedonios pudieron terminar de cruzar sin
perder un hombre.

Tres días después, Alejandro descubrió que Clito y Glaucias


habían montado su campamento de manera tan negligente, que ni sus
centinelas se hallaban en sus puestos, ni había una empalizada o una
zanja que los protegiera, pues pensaban que había huido por miedo, y
que habían dispuesto sus líneas tan extensamente que era una
desventaja. Decidió entonces, cruzar el río en secreto durante la noche,
llevándose con él a los hipaspistas, los agrianos, arqueros y las
unidades de Pérdicas y Coeno, dejando órdenes de que el resto del
ejército los siguiera luego. Tan pronto vio una oportunidad favorable
para atacarlos, sin esperar a que todas sus tropas llegaran, despachó a
los arqueros y los agrianos contra el enemigo. Éstos, formados en
falange, cayeron de improviso en furiosa arremetida sobre el flanco
más débil, y mataron a algunos de ellos todavía en sus camas,
capturando fácilmente al resto en su huida. Muchos fueron los muertos
y capturados en la retirada desordenada y aterrorizada que siguió a
continuación, dejando pocos sobrevivientes para ser hechos
prisioneros. Alejandro prosiguió la persecución hasta las montañas
taulantias, y los que sobrevivieron tuvieron que escapar dejando
tiradas sus armas por el camino. Clito huyó primero a refugiarse en la
ciudad, a la que prendió fuego, y luego partió a buscar cobijo donde
Glaucias, en las tierras de los taulantios.
CAPÍTULO VII. LA REBELIÓN DE TEBAS

Mientras esto ocurría, algunos de los que habían sido exiliados


de Tebas, retornaron de noche y entraron en ella con la ayuda de
algunos ciudadanos que tenían el afán de fomentar un levantamiento
contra los gobernantes; aprehendieron y ejecutaron fuera de la
fortaleza Cadmia a los dos hombres que estaban al mando, Amintas y
Timoleo, quienes no sospechaban de tales planes hostiles. Luego, se
dirigieron a la asamblea pública e incitaron a los tebanos a rebelarse
contra Alejandro, esgrimiendo como pretextos palabras venerables y
gloriosas como libertad y libre expresión, e instándoles a liberarse por
fin del pesado yugo macedonio. En base a sostener con firmeza que
Alejandro había muerto en Iliria, pudieron llegar a persuadir a la
multitud, y lo que es más, este rumor era frecuente; por muchas
razones había ganado credibilidad, entre ellas porque había estado
ausente mucho tiempo, y porque ninguna noticia se tenía de él. Como
es habitual en tales casos, por desconocerse los hechos, cada uno
especulaba por su lado y creía lo que más le placiera.

Cuando lo que estaba sucediendo en Tebas llegó a oídos de


Alejandro, éste consideró que no era un movimiento que se debía
menospreciar en absoluto; ya desde hace mucho tiempo desconfiaba de
la ciudad de Atenas, por lo que no le parecía que la acción audaz de
Tebas fuera trivial, pues también los lacedemonios, que habían estado
durante mucho tiempo descontentos con su reinado, más los etolios y
algunos otros estados en el Peloponeso, que no eran firmes en su
lealtad a él, podrían participar en el esfuerzo rebelde de los tebanos.
Por ello, llevando a su ejército a través de Eordea y Elimiotis, pasando
por las montañas de Estimfea y Paravea, llegó en siete días a Pelina de
Tesalia. Partiendo de allí, llegó a Beocia el sexto día de marcha, de
forma que los tebanos no se enteraron de que había pasado por el sur
de las Termópilas, hasta que arribó a Onquesto con sus tropas
completas. Aún entonces, los cabecillas de la revuelta afirmaban con
vehemencia que era Antípatro, que había salido de Macedonia con su
ejército, y no Alejandro, pues estaba muerto, chocando furiosamente
con quienes anunciaban que era Alejandro en persona quien avanzaba
contra ellos. Decían que debía tratarse del otro Alejandro, el hijo de
Eropo, quien venía. Al día siguiente, Alejandro había salido de
Onquesto, y, acercándose a la ciudad, instaló su campamento en el
terreno consagrado a Iolao, con la intención de darles a los tebanos más
tiempo para arrepentirse de su deshonrosa resolución, y enviarle una
embajada. Pero, parecían estar muy lejos de querer llegar a un acuerdo,
pues su caballería y una numerosa fuerza de infantería ligera salieron
de la ciudad e iniciaron una escaramuza con los macedonios en los
bordes del campamento, matando a algunos de ellos. Ante ello,
Alejandro envió una partida de infantería ligera y arqueros para
repeler la partida, que ya se acercaba mucho al campamento, y éstos
pudieron repelerlos con facilidad. Al otro día, marchó con el ejército
entero hacia el otro extremo, donde estaba la puerta que llevaba a
Eleutera y Ática; no obstante, ni aún entonces asaltó la muralla, sino
que acampó no muy lejos de Cadmia, para poder auxiliar con
prontitud a los macedonios que ocupaban la ciudadela. Los tebanos
habían bloqueado Cadmia con una barrera doble, con guardias a cargo,
para que ninguno de afuera pudiera prestar ayuda a los sitiados, y
para que a la guarnición no le fuera posible hacer una incursión
mientras ellos atacaban al enemigo fuera de las murallas. Mas
Alejandro se mantuvo en el campamento cerca de Cadmia, porque
tenía todavía el deseo de llegar a un arreglo amistoso con los tebanos
antes de tener que combatirlos. Entonces, cuando aquéllos de entre los
tebanos que conocían bien lo que era mejor para los intereses de todos,
mostraron su disposición de salir al encuentro de Alejandro y obtener
el perdón para la ciudadanía de Tebas por su rebelión, los exiliados y
quienes los habían llamado de regreso a la ciudad, continuaron
incitando por todos los medios al populacho a tomar las armas; ya que
no tenían esperanza alguna de obtener para sí mismos ningún tipo de
indulgencia de parte de Alejandro, especialmente los que de entre ellos
eran beotarcas.

Pese a todo, Alejandro seguía sin atacar la ciudad.


CAPÍTULO VIII. LA CAÍDA DE TEBAS

Ptolomeo, hijo de Lago, nos cuenta que Pérdicas, quien estaba


situado con su propio destacamento en la guardia del campamento, no
muy lejos de la empalizada enemiga, no esperó a una señal de
Alejandro para comenzar la batalla, y fue el primero en asaltarla por su
cuenta; y, habiendo abierto una brecha en el medio, cayó sobre las
fuerzas de la vanguardia tebana. Le siguió Amintas, hijo de
Andrómenes, que estaba a su lado, también por su propia cuenta, al
ver que Pérdicas había penetrado en la barrera. Cuando Alejandro los
vio, mandó al resto del ejército tras ellos, temiendo que sin apoyo
fueran interceptados y aniquilados por los tebanos. Dio instrucciones a
los arqueros y agrianos de lanzarse contra la empalizada, sin
involucrar por el momento a los de su guardia y los hipaspistas.
Luego, Pérdicas, abriéndose paso a la fuerza a través de la segunda
empalizada, fue allí abatido por una flecha, y tuvo que ser retirado
muy malherido al campamento, donde con dificultades pudo curársele
la herida.
Sin embargo, los hombres de Pérdicas, en compañía de los
arqueros enviados por Alejandro, continuaron atacando a los tebanos y
los arrinconaron en la hondonada que llevaba al templo de Heracles,
siguiéndolos hasta el templo mismo. Los tebanos, dando media vuelta,
una vez más avanzaron desde esa posición dando gritos, y pusieron en
fuga a los macedonios. Euribotas el Cretense, capitán de los arqueros,
cayó con cerca de setenta de sus hombres, pero el resto huyó en
dirección a la guardia real de Macedonia y las tropas de hipaspistas.
Viendo Alejandro que ahora eran los suyos quienes se daban a la fuga,
y que los tebanos habían roto su formación para perseguirles, los atacó
con su propia falange en perfecta formación de batalla, haciéndoles
retroceder hasta las puertas de la ciudad. Los tebanos escaparon en tal
estado de pánico que, al ser empujados hacia las puertas, no tuvieron
tiempo de cerrarlas; todos los macedonios que les pisaban los talones a
los fugitivos entraron tras ellos dentro de las murallas, las que estaban
sin centinelas por la cantidad de tropas acampadas enfrente de ellas.
Cuando los macedonios entraron en Cadmia, algunos se adentraron en
ella y salieron en compañía de los ocupantes de la fortaleza, yendo
luego por el templo de Anfión hacia el otro extremo de la ciudad; pero
otros que traspasaron las murallas, ahora en poder de las tropas que se
habían lanzado hacia ellas detrás de los fugitivos, corrieron hacia la
plaza del mercado. Los tebanos que se habían hecho fuertes en sus
puestos frente al templo de Anfión, permanecieron allí por un corto
tiempo; cuando los macedonios los presionaron desde todas las
direcciones, azuzados por Alejandro, que iba de un lugar a otro, su
caballería escapó atravesando la ciudad y salió al campo, y entre la
infantería fue el sálvese quien pueda. Ahora, ya sin poder defenderse,
los tebanos fueron masacrados, no tanto por los macedonios como por
los focios, plateos y otros beocios, que ventilaron antiguos rencores
contra ellos mediante la matanza indiscriminada. Algunos ciudadanos
fueron incluso muertos en sus propias casas, unos pocos de ellos
tratando de defenderse, y otros que se hallaban en los templos
implorando la protección de los dioses; ni las mujeres y los niños
fueron respetados.
CAPÍTULO IX. LA DESTRUCCIÓN DE TEBAS

Lo sucedido fue considerado una enorme calamidad por el resto


de los griegos, a los que la conmoción golpeó en grado no menor que a
quienes habían tomado parte en la lucha, tanto por la importancia de la
ciudad capturada, como por la celeridad del suceso, ya que este
resultado era el contrario a las expectativas de las víctimas y de los
perpetradores. Los desastres que sufrieron los atenienses en Sicilia, por
el número de aquellos que perecieron, no trajeron menos desdicha a la
ciudad. Sin embargo, debido a que su ejército fue destruido lejos de su
tierra, estaba compuesto en su mayoría por tropas auxiliares que por
atenienses nativos, y porque su propia ciudad quedó intacta, por lo
que después lograron proseguir aquélla guerra durante mucho tiempo,
a pesar de la lucha contra los lacedemonios y sus aliados, así como
contra el Gran Rey de Persia; éstos desastres, digo yo, no produjeron en
los involucrados en esta calamidad una igual sensación de gran
desgracia, ni causó entre los demás griegos similar consternación por la
catástrofe. De igual forma, la derrota sufrida por los atenienses en
Egospótamos fue sólo naval, y la ciudad no recibió otra humillación
que el derribo de los Muros Largos, la rendición de la mayor parte de
sus naves, y la pérdida de la supremacía. Pero conservó su forma
acostumbrada de gobierno, y no mucho después, recuperaba su
antiguo poder al punto de ser capaz de reconstruir aquellos muros,
volver a tener el dominio del mar, y a su vez protegerse del peligro
extremo que significaban los formidables lacedemonios, que habían
llegado a casi borrar su ciudad del mapa. Por otra parte, las derrotas de
los lacedemonios en Leuctra y Mantinea los dejaron atónitos más bien
por lo inesperado de todo ello, que por la cantidad de las bajas. Y el
ataque conjunto de beocios y arcadios bajo Epaminondas contra
Esparta, causó espanto entre los mismísimos lacedemonios y sus
aliados en la causa más por la novedad del hecho, que por el peligro en
sí. La captura de Platea no fue un desastre de proporciones, por razón
del pequeño número de ciudadanos que fueron hechos prisioneros, ya
que la mayoría había escapado a Atenas. Finalmente, lo de Milo y
Esciona simplemente se trató de la captura de dos ciudadelas insulares,
y provocó más vergüenza a los captores que sorpresa a la comunidad
griega en su conjunto.

En cuanto a Tebas, su rebelión tan súbita y sin muchas


consideraciones previas, la toma de la ciudad en un tiempo tan corto y
sin dificultad alguna para los captores, la gran matanza realizada por
hombres pertenecientes a la misma raza, en venganza por viejas
afrentas, esclavizar a la población entera de una ciudad reputada entre
las primeras de Grecia por su poderío y su prestigio militar; todo esto
fue atribuido con toda probabilidad a la ira vengativa de los dioses.
Parecía ser que a los tebanos al fin les había tocado sufrir el castigo por
traicionar la causa griega durante las Guerras Médicas, por atacar la
ciudad de Platea durante la tregua y por esclavizar a toda su
población, así como por el comportamiento tan anti-heleno
demostrado por éstos al instigar a los lacedemonios a ejecutar a los
plateos que se habían rendido a ellos; y por devastar la campiña donde
los griegos se habían desplegado hombro con hombro en formación de
batalla para enfrentar a los persas y librar a Grecia del enemigo común.
Por último, porque con su voto a favor habían tratado de destruir
Atenas cuando los aliados de los lacedemonios presentaron una
moción para vender a los atenienses como cautivos. Además, se
reportaron varias señales de los dioses antes del desastre, portentos
que fueron ignorados en su momento, pero que más adelante, cuando
los hombres los recordaron, no tuvieron menos que decir que los
eventos que siguieron habían sido ya pronosticados con bastante
anticipación.

El destino de Tebas fue puesto por Alejandro en manos de los


aliados que habían tomado parte en la batalla. Éstos resolvieron ocupar
la ciudadela de Cadmia con una guarnición fija, arrasar la ciudad hasta
sus cimientos, distribuirse su territorio entre ellos, menos los
consagrados a los dioses; y vender como esclavos a las mujeres y niños,
más los pocos hombres que hubieran sobrevivido, excepto los que eran
sacerdotes y sacerdotisas, y aquellos unidos por lazos de amistad a
Filipo o Alejandro, o que eran clientes de los macedonios. Se afirma
que Alejandro protegió la casa y a los descendientes del poeta Píndaro,
por respeto a su memoria. Aparte de las decisiones anteriores, los
aliados decretaron que Orcómeno y Platea debían ser reconstruidas y
fortificadas.
CAPÍTULO X. TRATOS DE ALEJANDRO CON ATENAS

Tan pronto como las noticias de la suerte de Tebas alcanzaron a


los demás griegos, los arcadios, que iban de camino con ayuda para los
tebanos, sentenciaron a muerte a los que les habían persuadido de
hacerlo. Lo eleos también decidieron traer de vuelta a sus exiliados,
porque éstos eran partidarios de Alejandro; y los etolios enviaron
embajadas, una de parte de cada tribu, a suplicar el perdón por
intentar rebelarse alentados por los rumores diseminados por los
tebanos. Los atenienses se hallaban celebrando los Grandes Misterios,
cuando comenzaron a llegar unos cuantos tebanos escapados de la
batalla; tuvieron que suspender los ritos sagrados debido a la
conmoción, y se apresuraron a meter todas sus posesiones de los
alrededores dentro de la ciudad. Toda la población se reunió en
asamblea pública, y, a sugerencia de Demades, eligieron a diez
ciudadanos conocidos como simpatizantes de Alejandro para ir como
embajadores ante él, y expresarle, aunque de manera inoportuna, el
regocijo de Atenas por su regreso a salvo del país de los ilirios y los
tribalios, y por el castigo que les había infligido a los tebanos por su
rebelión. Alejandro dio a la embajada una contestación mayormente
amistosa, pero escribió una carta a los ciudadanos exigiendo la entrega
de Demóstenes y Licurgo, además de la de Hipérides, Polieucto, Cares,
Caridemo, Efialtes, Diotimo y Merocles, argumentando que dichos
hombres eran los responsables de lo ocurrido a las fuerzas de la ciudad
en Queronea, y los autores de las maquinaciones subsiguientes, desde
la muerte de Filipo, en contra de él y de su padre. Declaró también, que
eran en igual medida culpables de incitar a los tebanos a rebelarse
como aquellos de entre los mismos tebanos que estaban a favor de la
rebelión. No obstante, los atenienses no los entregaron, sino que
enviaron otra embajada a Alejandro, rogándole que mitigara su ira
contra los hombres cuya entrega exigía. El rey lo hizo, tal vez por
respeto a la ciudad de Atenas, o quizás por deseo de emprender de una
vez la expedición a Asia, sin dejar detrás ningún motivo para que los
griegos desconfiaran de él. Sin embargo, ordenó que uno de los
hombres que había pedido que le entregaran como prisioneros,
Caridemo, fuera enviado al exilio. Por lo tanto, fue Caridemo como
exiliado a Asia, a la corte del rey Darío.
CAPÍTULO XI. ALEJANDRO CRUZA EL HELESPONTO Y
VISITA TROYA

Una vez hubo resuelto la situación, Alejandro regresó a


Macedonia. A continuación, ofreció a Zeus Olímpico el sacrificio de
costumbre que había sido instituido por Arquelao, y celebró las
competiciones de los Juegos Olímpicos en Egas, además de, según se
dice, una competición pública en honor a las Musas. En esos días, se
comentaba que la estatua de Orfeo, hijo de Eagro el Tracio, que se
encontraba en Pieris, exudaba sin cesar un líquido. Varias fueron las
explicaciones a este prodigio que dieron los adivinos, pero Aristandro,
un adivino natural de Telmeso en Licia, pidió a Alejandro recuperar el
buen ánimo, pues dijo que esto era evidencia de que habría mucho
trabajo para poetas épicos y líricos, y compositores de odas, ya que
habrían de escribir y cantar acerca de las hazañas de Alejandro.

A comienzos de la primavera del año 334, éste marchó hacia el


Helesponto, confiando en Antípatro para regentar Macedonia y Grecia.
Con él iban algo más de 30.000 infantes, tropas ligeras y arqueros,
junto con más de 5.000 jinetes. Partió siguiendo la ruta por el lago
Cercinitis hacia Anfípolis, y el delta del río Estrimón. Habiéndolo
cruzado, atravesó el monte Pangeo, y siguió el camino que llevaba a las
ciudades griegas de Abdera y Maronea, en la costa. De allí, se dirigió al
río Hebro, cruzándolo sin problemas, y después continuó por Paetica
hasta el río Negro, llegando tras veinte días de marcha desde casa a
Sestos. Cuando entró en Eleo, hizo ofrendas sobre la tumba del héroe
Protesilao; entre otras razones, porque aquél había sido el primero de
los griegos que iban con Agamenón en su expedición contra Troya en
desembarcar en Asia. La intención de este sacrificio era que su propio
desembarco en Asia fuera más venturoso que el de Protesilao.
Luego, le dio a Parmenión la misión de transportar la caballería y
la mayor parte de la infantería desde Sestos a Abidos, lo que hizo
empleando 160 trirremes, aparte de numerosas embarcaciones
comerciales. La versión que prevalece afirma que Alejandro partió de
Eleo rumbo al Puerto de los Aqueos, dirigió con sus propias manos el
barco del almirante de la flota; y que, en medio del estrecho del
Helesponto, sacrificó un buey e hizo libaciones con una copa de oro a
Poseidón y las Nereidas. Se dice también que fue el primer hombre en
pisar suelo asiático, saltando del barco con la armadura completa
puesta; y que erigió, allí y en el punto de partida, altares al Zeus
protector de los desembarcos, a Atenea y a Heracles. Otro relato dice
que fue a Troya, donde ofreció sacrificios a la Atenea troyana, depositó
como ofrenda votiva su propia panoplia en el templo, tomando a
cambio algunas de las armas que allí se conservaban desde los tiempos
de la guerra de Troya, las que sus portadores de escudo llevarían en el
futuro delante de él cada vez que entrara en combate. Un relato más
afirma que ofreció un sacrificio a Príamo sobre el altar del Zeus
protector de los lugares amurallados, implorando a Príamo no
proseguir su inquina contra la progenie de Neoptólemo, de quien
Alejandro descendía.
CAPÍTULO XII. ALEJANDRO VISITA LA TUMBA DE
AQUILES — EL ALTO MANDO PERSA RECHAZA EL CONSEJO
DE MEMNÓN.

Cuando Alejandro entró en Troya, Menecio el Marino le obsequió


una corona de oro, y después de él, otros más siguieron su ejemplo,
tanto griegos como nativos del lugar, entre ellos Cares de Atenas, quien
vino a verle desde Sigeo. Alejandro, por su parte, fue a colocar una
guirnalda en la tumba de Aquiles, mientras Hefestión hacía lo mismo
ante la tumba de Patroclo, según se dice. La tradición dice que
Alejandro declaró que Aquiles era muy afortunado por haber tenido a
Homero como heraldo de su fama de cara a la posteridad. En verdad,
acertó al considerar a Aquiles especialmente afortunado por esta razón,
porque, pese a que a Alejandro mismo la fortuna le acompañó en todo
lo demás, en este campo no la tuvo. Sus hazañas nunca han sido
legadas a la humanidad de una manera que hiciera justicia al héroe. Ni
en prosa ni en verso ha sido alguien capaz de homenajearle
adecuadamente; tampoco sobre él se han cantado poemas épicos al
estilo de aquéllos en que se ha ensalzado a hombres como Hierón,
Gelón, Tero, y muchos otros de méritos no comparables a los de
Alejandro. Como consecuencia, los de Alejandro son menos conocidos
que otros hechos menores de la antigüedad. Por ejemplo, la marcha de
los diez mil de Ciro hasta Persia contra el rey Artajerjes, el trágico
destino de Clearco de Esparta y los que fueron capturados con él, y la
marcha de esos mismos hombres hasta llegar al mar, liderados por
Jenofonte; son mucho más conocidos para los hombres, gracias a la
narrativa de Jenofonte, que las proezas de Alejandro. Todo ello pese a
que Alejandro no fue uno que solamente acompañó la expedición de
otro, ni alguien que, escapando del Gran Rey, venciera solamente a
aquéllos que obstaculizaran su camino hacia el mar. Por supuesto,
tampoco hay otro individuo entre los griegos y los bárbaros, que haya
realizado gestas tan grandes e importantes en cantidad y magnitud
como las logradas por él. Tal es el motivo que me indujo a emprender
la tarea de escribir esta historia, no considerándome a mí mismo inepto
para conseguir que los hechos de Alejandro sean reconocidos por los
hombres. Porque — quienquiera que penséis que soy — tengo esto a
mi favor: Que no hay necesidad de parte mía de hacer valer mi
nombre, pues no es desconocido para los hombres, ni es necesario para
mí decir cuáles son mi tierra natal y mi familia, o si he tenido un cargo
público en mi propio país. Lo que si hago valer, es que ésta obra
histórica es y ha sido desde mi juventud, mi tierra natal, mi familia, y
mis magistraturas; y por esta razón no me considero a mí mismo
indigno de figurar entre los principales autores en lengua griega, si
Alejandro de hecho es el primero entre los guerreros.

De Troya, Alejandro fue a Arisbe, donde sus huestes completas


habían armado su campamento tras pasar el Helesponto; y, de allí, a
Percote al día siguiente. Después, dejando Lámpsaco, acampó a orillas
del río Praccio, que fluye desde el Monte Ida hasta desembocar en la
porción de mar entre el Helesponto y el Euxino. Pasó por Colonae, y
finalmente llegó a Hermotos. Desde allí, envió como avanzada una
partida del escuadrón de Compañeros al mando de Amintas, hijo de
Arrabeo, con la caballería procedente de Apolonia, cuyo comandante
era Sócrates, hijo de Sathon, y cuatro escuadrones de exploradores de
avanzada, o prodomoi, como se les llamaba. En plena marcha, mandó
también a Panegoro, hijo de Licágoras, de los Compañeros, a tomar
posesión de la ciudad de Príapo, cuyos ciudadanos la rindieron de
inmediato.

Los generales de Persia habían acampado cerca de la ciudad de


Zelea, junto con la caballería persa y los mercenarios griegos. Sus
nombres eran Arsames, Reomitres, Petines, Nifates, Espitridates,
sátrapa de Lidia y Jonia, y Arsites, gobernador de la Frigia
Helespóntica. Mientras se hallaban discutiendo en consejo de guerra,
se les informó que Alejandro había cruzado ya el Helesponto. Memnón
el Rodio, les aconsejó que no debían arriesgarse a una batalla campal
contra los macedonios, porque éstos los superaban en infantería,
además de que Alejandro se hallaba al mando de sus hombres; lo que
no se podía decir de Darío. En vez de ello, debían inutilizar el forraje
pisoteándolo a conciencia bajo los cascos de la caballería, quemar los
cultivos, y no escatimar las ciudades. "De esta forma," aseguraba él,
"Alejandro no podrá sobrevivir mucho tiempo por falta de
provisiones.” Pero, según se dice, Arsites le rebatió diciendo que no
permitiría que fuera quemada ni una sola posesión perteneciente a la
gente que estaba bajo su gobierno, y los demás persas estuvieron de
acuerdo con él. Tenían la sospecha de que Memnón estaba ideando una
forma de prolongar la guerra, con el propósito de obtener para sí
honores de parte del rey.
CAPÍTULO XIII. BATALLA DEL GRÁNICO.

Mientras tanto, Alejandro se estaba aproximando al río Gránico,


con su ejército desplegado en formación de batalla, dispuesta la
infantería pesada en doble falange, la caballería situada en ambas alas,
y la caravana de aprovisionamiento siguiéndolos en la retaguardia.
Hegeloco fue enviado a realizar un reconocimiento de las actividades
del enemigo, con la caballería provista de sarissas, y 500 de las tropas
ligeras. Estando ya muy próximo al Gránico, algunos de sus
exploradores llegaron a todo galope a informar a Alejandro de que los
persas estaban apostados en la orilla de enfrente, listos para el
combate. Ordenó al suyo que hiciera lo mismo. Parmenión, sin
embargo, se acercó a él y le habló, diciendo:

“En mi opinión, mi rey, lo aconsejable es que acampemos en esta


orilla donde nos hallamos. El enemigo, con menos infantería que
nosotros, no se atreverá a acampar toda la noche tan cerca de nosotros,
y entonces cruzaremos el río al alba, antes de que ellos puedan siquiera
formar para la batalla; pues no considero que en estos momentos
podamos intentar la operación sin riesgos, ya que no es posible llevar
el ejército a través del río sin extender demasiado las líneas. Porque
está claro que en muchas partes el lecho del río es profundo, sus
riberas son muy elevadas y en algunos lugares abruptas. Por lo tanto,
la caballería del enemigo, formando en cuadro compacto, nos va a
atacar a medida que emergemos del agua en filas desordenadas, y
atacará nuestra columna ahí donde somos más débiles. En la actual
coyuntura, un primer fracaso sería difícil de remontar, así como
peligroso para el resultado de la guerra."

A esto, Alejandro respondió: "Reconozco la fuerza de los


argumentos que has dado, Parmenión, pero me avergonzaría si,
después de cruzar el Helesponto con tanta facilidad, un riachuelo
insignificante — con esta despectiva denominación se refería al
Gránico — nos fuera a dificultar el paso. No creo que actuáramos
conforme con el prestigio de los macedonios, ni con mi propia forma
de reaccionar eficazmente ante los peligros. Por otra parte, creo que los
persas volverán a armarse de valor, mientras crean que en la guerra
están a la par de los macedonios, ya que hasta ahora no han sufrido
ninguna derrota ante nosotros que justifique el miedo que nos tienen."
CAPÍTULO XIV. ORDEN DE BATALLA DE LOS EJÉRCITOS
ENFRENTADOS

Habiéndose expresado de ésa manera, envió a Parmenión a


colocarse al mando de toda el ala izquierda, y él en persona se puso al
frente del ala derecha. En dicha ala formaban Filotas, hijo de
Parmenión, mandando la caballería de los Compañeros, arqueros y los
lanzadores de jabalina agrianos; Amintas, hijo de Arrabeo, con la
caballería armada de picas largas, los peonios, y Sócrates con su
escuadrón, cerca de Filotas. Pegados a ellos estaban apostados los
hipaspistas de los Compañeros, comandados por Nicanor, hijo de
Parmenión. A continuación, la unidad de Pérdicas, hijo de Orontes,
luego la de Coeno, hijo de Polemócrates, la de Crátero, hijo de
Alejandro; seguidamente la de Amintas, hijo de Andrómenes, y
finalmente los hombres que mandaba Filipo, hijo de Amintas. A la
izquierda, primero estaba la caballería tesalia, bajo el mando de Calas,
hijo de Harpalo; a su lado, la caballería de los aliados griegos liderada
por Filipo, hijo de Menelao, y después Agatón con los tracios. A la
derecha de éstos se hallaba la infantería, las unidades de Crátero,
Meleagro, y Filipo, llegando hasta el centro de toda la formación.
La caballería persa contaba con alrededor de 20.000 jinetes, y su
infantería, formada por mercenarios griegos, era ligeramente menor en
número. Habían apostado la caballería en una extensa línea paralela al
río, y a la infantería a sus espaldas, en las elevaciones del terreno
accidentado de la orilla que les correspondía. Desde la colina, pudieron
observar cómo Alejandro, reconocible por el brillo de su armadura y la
deferencia de sus acompañantes hacia él, avanzaba en dirección al ala
izquierda persa, y se apresuraron a concentrar sus escuadrones de
caballería en ese lado. Ambos ejércitos se detuvieron un buen tiempo
en los márgenes, en silencio, sin atreverse a precipitarse hacia el
contrario. Los persas aguardaban a que los macedonios se adentraran
en la corriente del río, para poder atacarlos mientras emergían.
Entonces, Alejandro espoleó su montura, gritó palabras de ánimo a sus
hombres para que le siguieran. Mandó a Amintas, hijo de Arrabeo, con
la caballería ligera, los peonios y una unidad de infantería, a provocar
una escaramuza; y antes de ellos a Ptolomeo, hijo de Filipo, con el
escuadrón de Sócrates, quienes aquél día habrían de liderar la
vanguardia de la caballería. Luego, se colocó en el ala derecha, ordenó
tocar las trompetas, elevar el grito de guerra invocando a Eníalo, dios
de la guerra, y entrar en el río manteniendo la formación oblicua, en la
dirección que fluían las aguas, para evitar que los persas cayeran sobre
un flanco cuando emergieran en la orilla opuesta, y poder enfrentarlos
con la falange tan bien ordenada como fuera practicable.
CAPÍTULO XV. DESCRIPCIÓN DE LA BATALLA DEL
GRÁNICO

Los persas dieron comienzo al combate lanzando jabalinas contra


las tropas de Amintas y Sócrates, las primeras en llegar a la otra orilla,
unos desde sus posiciones en las elevaciones, y otros descendiendo a la
playa hasta casi tocar el agua. A esto siguió un violento choque entre la
caballería macedonia que surgía del río y la caballería persa que
intentaba impedirles el paso. De parte de los persas, volaba una fuerte
descarga de proyectiles, pero los macedonios contraatacaban con sus
picas. Estos últimos, muy inferiores en número, sufrieron severamente
al principio de la arremetida, porque se vieron forzados a defenderse
en el lecho del río, donde los cascos de sus caballos resbalaban, y,
además, se hallaban por debajo del nivel de los persas, ubicados en una
posición alta muy ventajosa, sobre todo para su caballería. En lo más
reñido de la lucha estaban Memnón y sus hijos, que se habían atrevido
a correr el riesgo de descender a la playa. Los macedonios de la
primera línea, aunque demostraron su valentía, fueron derribados,
menos aquellos que se retiraron en dirección a Alejandro, que ya estaba
acercándose con las tropas del ala derecha. El rey macedonio atacó a
los persas allí donde se hallaban el grueso de su caballería y sus
comandantes, desatando una lucha desesperada a su alrededor, que
permitió que una oleada tras otra de fuerzas macedonias cruzaran el
río en el entretiempo. Parecía un combate de infantería, pese a que se
luchaba a caballo, porque cada bando se esforzaba por hacerse con la
victoria, apretujados jinetes contra jinetes, soldados de a pie contra
soldados de a pie; los macedonios pugnando por echar a los persas de
la orilla y llevarlos a la llanura, los persas pugnando por obstruir el
cruce de los primeros y empujarlos de vuelta al río. Al final, los
soldados de Alejandro empezaron a llevar la delantera, por su
contundencia y superior disciplina, y porque peleaban con picas
hechas de sólida madera de cornejo, mientras que los persas
empleaban jabalinas cortas.

En el combate, Alejandro rompió en pedazos su propia lanza, y


debió llamar a Aretes, uno de la guardia real que se ocupaba de ayudar
al rey con su montura, para que le pasara otra; pero él mismo había
quebrado en dos la suya durante lo más enconado de la lucha, y seguía
combatiendo con la mitad que le quedaba. Le mostró a su rey la lanza
rota, rogándole que mandara a otro por una nueva. Demarato de
Corinto, otro de los ayudas de campo, le dio la suya; tan pronto
Alejandro la hubo cogido, vio aparecer por las cercanías a un yerno de
Darío, Mitrídates. Tomando un escuadrón de caballería formado en
cuña, Alejandro arremetió contra el persa, golpeándole en el rostro y
derribándolo del caballo. Un momento después, Resaces cabalgó hacia
Alejandro y le golpeó en la cabeza con su espada, rompiendo un trozo
de su yelmo. El yelmo mitigó la fuerza del golpe. A éste también
Alejandro lo derribó, perforándole el pecho a través de la coraza con
otra lanza. Ahora, se le acercó Espitridates desde atrás, ya había
levantado en alto la espada e iba a descargarla contra el rey, cuando
Clito, hijo de Dropidas, anticipó el golpe, y alcanzándole en el hombro,
le arrancó el brazo de un tajo, con espada y todo. Mientras tanto, tantos
de los jinetes como habían cruzado subían por la ribera a lo largo del
río, y se unían a las tropas de Alejandro.
CAPÍTULO XVI. DERROTA DE LOS PERSAS — BAJAS EN
AMBOS BANDOS

Ahora los persas estaban siendo atacados desde todos lados,


recibiendo ellos y sus monturas lanzazos en la cabeza, siendo
empujados por la caballería y sufriendo muchas bajas ante la infantería
ligera entremezclada con los jinetes. Ya habían empezado a ceder
cuando Alejandro mismo pasó al ataque, despreciando el peligro.
Cuando su centro hubo cedido, la caballería en ambas alas fue también
rebasada, debiendo huir de prisa. De éstos, solamente cayeron unos
1.000, pues Alejandro no los persiguió hasta lejos, si no que se dio
vuelta para encargarse de los mercenarios griegos, el grueso de los
cuales seguía inmóvil allí donde los habían apostado al principio, más
debido a la confusión resultante del devenir de la batalla que de una
férrea resolución. Lanzando la falange contra ellos, y mandando a la
caballería atacar su línea central desde todos los flancos, los fue
diezmando hasta que ninguno de ellos llegó a escapar con vida, a
menos que se camuflara entre los cadáveres de los caídos. Alrededor
de 2.000 mercenarios fueron hechos prisioneros. También cayeron en
acción los siguientes mandos persas: Nifates, Petines, Espitridates,
sátrapa de Lidia, Mitrobuzanes, gobernador de Capadocia, Mitrídates,
yerno de Darío, Arbupales, hijo del Darío que era hijo de Artajerjes,
Farnaces, hermano de de la reina de Darío, y Omares, comandante de
las huestes auxiliares. Arsites abandonó el campo de batalla para huir a
Frigia, donde se dice que se suicidó tras ser señalado por los persas
como el responsable de la derrota.

De los macedonios, perecieron unos 25 Compañeros al inicio del


conflicto, y a ellos se les erigieron estatuas de bronce hechas por Lísipo
en Díon, por orden de Alejandro. El mismo escultor era quien esculpía
las estatuas de Alejandro, pues era el preferido para esa labor por
encima de otros. Del resto de la caballería, murieron más de 60, y de la
infantería unos 30. Todos ellos recibieron honras fúnebres al día
siguiente, se les enterró con todas sus armas y condecoraciones. A sus
padres e hijos, Alejandro les concedió la exención de impuestos a los
productos agrícolas, además de eximirlos de cualquier otra obligación
personal e impuestos sobre la propiedad. Demostró, asimismo, su
preocupación por los heridos, visitando a cada uno de ellos,
interesándose por sus heridas y por saber en qué circunstancias las
habían recibido, permitiéndoles vanagloriarse de ellas y de sus
hazañas. Después, dio sepultura a aquellos comandantes persas caídos,
y los mercenarios griegos muertos luchando en el bando enemigo. Y a
los que había hecho prisioneros, los envió encadenados a Macedonia
para trabajar como esclavos en los campos, porque siendo griegos
habían peleado contra Grecia a favor de enemigos orientales, violando
los decretos que los helenos habían aprobado en asamblea. A los
atenienses, les mandó 300 armaduras persas completas para ser
depositadas en la Acrópolis, con esta inscripción sobre ellas:

“Alejandro, hijo de Filipo, y todos los griegos, menos los


lacedemonios, presentan esta ofrenda tomada de los persas que
ocupan Asia.”
CAPÍTULO XVII. ALEJANDRO EN SARDES Y ÉFESO

Después de la victoria, nombró a Calas sátrapa del territorio que


había sido de Arsites, pidió a los habitantes pagarle a él el mismo
tributo que solían pagar a Darío, y exhortó a los muchos nativos que
descendieron de las montañas a rendirse ante él a regresar a sus
moradas. También absolvió a la gente de Zelea de toda culpa, porque
sabía que habían sido obligados a colaborar con los persas en la guerra.
A continuación, envió a Parmenión a ocupar Dascilio, lo que éste
cumplió con facilidad porque la guarnición la evacuó deprisa.
Alejandro se dirigió hacia Sardes, y cuando estaba como a 70 estadios
de esa ciudad, se encontró con Mitrines, el comandante de la
guarnición de la Acrópolis, acompañado de los más influyentes de los
ciudadanos de Sardes. Los últimos entregaron la ciudad en sus manos,
y Mitrines la fortaleza y el dinero depositado en ella. Acamparon cerca
del río Hermo, que está a unos veinte estadios de Sardes; pero envió a
Amintas, hijo de Andrómenes, para ocupar la ciudadela de Sardes.
Tomó a Mitrines como huésped, tratándole con honor, y concedió a los
habitantes de Sardes y a los lidios el privilegio de seguir gobernándose
por las antiguas leyes de Lidia, permitiéndoles ser libres. Luego, subió
contra la ciudadela, que estaba guarnecida por los persas. La posición
le parecía ventajosa, porque era muy alta, escarpada por los cuatro
costados, y cercada por un triple muro. Por lo tanto, resolvió construir
un templo dedicado a Zeus Olímpico en la colina, y erigir un altar en el
mismo, pero mientras se hallaba pensando en qué parte de la colina era
el lugar más adecuado, de repente se levantó una tormenta, a pesar de
ser verano, con fuertes truenos, y una densa lluvia que cayó en el lugar
donde antes se ubicaba el palacio de los reyes de Lidia. Con ello,
Alejandro quedó convencido de que la deidad le había revelado dónde
debía construir el templo de Zeus, y dio órdenes consecuentes. Partió
dejando a Pausanias, uno de los Compañeros, como comandante de la
ciudadela de Sardes, a Nicias para supervisar la recolección de los
tributos e impuestos, y a Asandro, hijo de Filotas, como gobernador de
Lidia y el resto de los dominios de Espitridates, dándole el mayor
número de caballería e infantería ligera como fueran suficientes para
casos de emergencia. También envió a Calas y Alejandro, hijo de
Eropo, al territorio de Memnón, al mando de las tropas del Peloponeso
y la mayor parte de los aliados griegos, excepto los argivos, que habían
sido dejados atrás para proteger la ciudadela de Sardes.
Mientras tanto, cuando la noticia del combate de caballería se
esparció por todos los rincones, los mercenarios griegos que formaban
la guarnición de Éfeso se apoderaron de dos trirremes efesias, y
huyeron en ellas. Con ellos fue Amintas, hijo de Antíoco, que había
huido de Macedonia a causa de Alejandro, no porque hubiera recibido
algún daño de parte del rey, si no porque creía que debido a la mala
voluntad que le tenía, no era improbable que fuera a sufrir alguna clase
de castigo por su deslealtad. En el cuarto día, Alejandro llegó a Éfeso,
llamó de regreso del exilio a todos los hombres que habían sido
desterrados de la ciudad a causa de su adhesión a él, y después de
haber desbaratado la oligarquía local, estableció allí una forma de
gobierno democrático. También ordenó a los efesios contribuir al
templo de Artemis todos los tributos que tenían la costumbre de pagar
a los persas. Cuando el pueblo de Éfeso se vio aliviado de su temor a
los oligarcas que los gobernaban, se precipitaron a matar a los hombres
que había traído Memnón a la ciudad, así como a los que habían
saqueado el templo de Artemisa, a los que habían derribado la estatua
de Filipo que estaba en el templo, y a los que habían desenterrado y
llevado de la tumba al mercado los huesos de Hieropythes, el
libertador de su ciudad. También llevaron fuera del templo a Sirfax, su
hijo Pelagón, y los hijos de los hermanos de Sirfax, para apedrearlos
hasta la muerte. Sin embargo, Alejandro les impidió ir en búsqueda de
los oligarcas restantes con el propósito de saciar su venganza en ellos,
porque sabía que si la gente no se moderaba, iban a matar a los
inocentes junto con los culpables; algunos por puro odio, y otros con el
fin de apoderarse de sus bienes. Así, Alejandro ganó gran popularidad,
por su línea de conducta en general y en especial por sus acciones en
Éfeso.
CAPÍTULO XVIII. MARCHA DE ALEJANDRO HACIA
MILETO Y CAPTURA DE LA ISLA DE LADE

Vinieron a él embajadores de Magnesia y Trales, ofreciendo


entregarle ambas ciudades, y en respuesta les envió a Parmenión con
2.500 de la infantería auxiliar griega, un número igual de los
macedonios, y unos 200 de los Compañeros de caballería. También
envió a Lisímaco, hijo de Agatocles, con una fuerza similar a las
ciudades eólicas, y a todas las ciudades jónicas que se hallaran todavía
en poder de los persas. Se les ordenó a los dos que disolvieran las
oligarquías en todas partes, para establecer la forma democrática de
gobierno, restaurar sus propias leyes en cada una de las ciudades, y
remitir al rey el tributo que estaban acostumbrados a pagar a los
extranjeros persas. Alejandro mismo se quedó en Éfeso, donde ofreció
un sacrificio a Artemisa y llevó a cabo una procesión en su honor con la
totalidad de su ejército con todas sus armas y formado para la batalla.

Al día siguiente, tomó al resto de su infantería, arqueros,


agrianos, la caballería tracia, el escuadrón real de los Compañeros, y
otros tres escuadrones más, y se dirigió a Mileto. En su primer asalto se
apoderó de lo que se llamaba la ciudad exterior, que la guarnición
había evacuado. Allí acamparon, bloqueando la ciudad interior, y
Hegesístrato, a quien el rey Darío había confiado el mando de la
guarnición en Mileto, siguió enviando cartas a Alejandro, ofreciendo
rendir Mileto. Sin embargo, recuperando su valor ante la nueva de que
la flota persa no estaba lejos, tomó la decisión de preservar la ciudad
para Darío. Pero Nicanor, el almirante de la flota griega, se anticipó a
los persas en llegar al puerto de Mileto tres días antes de que éstos se
acercaran, con 160 barcos que anclaron en la cercana isla de Lade. Las
naves persas llegaron demasiado tarde, y al descubrir que Nicanor
había ya ocupado el fondeadero en Lade, los almirantes persas echaron
amarras cerca del monte Micala. Alejandro se les había anticipado en
apoderarse de la isla, no sólo al meter sus barcos cerca de ella, sino
también al transportar hacia ella a sus tropas de tracios y cerca de 4.000
de los auxiliares. Las embarcaciones de los persas eran como 400 en
número.

A pesar de la superioridad de la flota persa, Parmenión aconsejó


a Alejandro librar una batalla naval, con la esperanza de que la flota de
los griegos saliera victoriosa, entre otras razones porque un presagio
de los dioses le hizo confiar en obtener tal resultado: un águila se había
posado en la orilla, junto a las popas de los navíos de Alejandro.
También le instó con que, en caso de ganar la batalla, darían un gran
salto hacia su objetivo principal en la guerra, y si fueran vencidos, la
derrota no sería de gran consideración en esos momentos en que los
persas eran los soberanos del mar. Agregó que estaba dispuesto a subir
a bordo, y correr el riesgo con la flota. Alejandro respondió que
Parmenión estaba errado en su juicio, y no había interpretado el signo
a la luz de las probabilidades. Sería imprudente que él, con unos pocos
barcos, entrara en batalla contra una flota mucho más numerosa que la
suya propia, y con una fuerza naval inexperta que enfrentar a la muy
disciplinada de los chipriotas y fenicios. Además, no quería entregar en
bandeja a los persas en tan inestable elemento una ventaja que los
macedonios, pese a su habilidad y coraje, no tenían; y si fueran
destrozados en la batalla naval, su derrota no sería un mero obstáculo
de poca monta para el éxito final en la guerra, ya que con una noticia
así, los griegos se armarían de valor e intentarían llevar a cabo un
alzamiento. Tomando todo esto en cuenta, declaró que no creía que era
el momento ideal para un combate marítimo, y por su parte, interpretó
el presagio divino de una manera diferente. El águila, dijo, era una
señal a su favor, pero como se había posado en la playa, parecía más
bien un signo de que debía obtener el dominio sobre la flota persa
derrotando a su ejército en tierra.
CAPÍTULO XIX. ASEDIO Y CAPTURA DE MILETO

En ese tiempo, Glaucipo, uno de los hombres más notables de


Mileto, fue enviado ante Alejandro por el pueblo y los mercenarios
griegos, a quienes la ciudad había sido confiada, para decirle que los
milesios estaban dispuestos a abrir las puertas de sus murallas y el
puerto para él y los persas por igual, a cambio de acceder a levantar el
sitio en dichos términos. Alejandro contestó a Glaucipo que volviera
sin demora a la ciudad, y urgiera a los ciudadanos a prepararse para la
batalla que se daría al amanecer. A continuación, él en persona
supervisó el montaje de las máquinas de asedio ante la muralla, que en
poco tiempo derribarían mediante el bombardeo desde catapultas, o
abrirían con arietes una brecha de tamaño suficiente para que a través
de ella pudiera conducir dentro a su ejército, preparado a corta
distancia detrás para poder entrar enseguida por cualquier lugar por
donde el muro cayera. Los persas de Micala los seguían de cerca con
atención, casi podían ver a sus amigos y aliados siendo sitiados. En el
ínterin, Nicanor, observando desde Lade el comienzo del ataque de
Alejandro, navegó para adentrarse en el puerto de Mileto, remando a
lo largo de la costa, y amarrando sus trirremes lo más cerca posible
unas de otras, con sus proas hacia el enemigo, enfrente de la parte más
estrecha de la boca del puerto, de forma que taponaba la entrada al
puerto, y hacía imposible que los persas dieran socorro a los milesios.
Acto seguido, los macedonios arremetieron desde todas partes contra
los milesios y mercenarios griegos, que se dieron a la fuga, algunos de
ellos lanzándose al mar, y flotando en paralelo a la costa sobre sus
escudos volcados hacia arriba para ir a un islote sin nombre que se
encuentra cerca de la ciudad; mientras que otros subieron a sus
pinazas y se apresuraron a remar para colocarse de cara a las trirremes
de Macedonia, y fueron capturados en la boca del puerto. La mayoría
de ellos perecieron dentro de la ciudad.
Cuando Alejandro se hubo apoderado de la ciudad, navegó en
persecución de los que habían huido para refugiarse en la isla,
mandando que sus hombres llevaran escaleras en las proas de las
trirremes, con la intención de efectuar un desembarco a lo largo de los
acantilados de la isla, tal como se escalaba una muralla. Pero, al ver que
los hombres de la isla estaban decididos a correr todos los riesgos, se
compadeció de ellos; le parecían valientes y leales, por lo que les
ofreció una tregua con la condición de que sirvieran como soldados
suyos. Estos mercenarios griegos eran alrededor de 300. De igual
forma, perdonó a los habitantes de Mileto que habían sobrevivido a la
toma de la ciudad, y les devolvió su libertad.

Los persas solían salir de Micala todos los días y navegar hasta la
flota griega, con la esperanza de inducirla a aceptar el reto y librar
combate; pero durante la noche regresaban a amarrar sus barcos cerca
de Micala, un gran inconveniente, porque se veían en la necesidad de ir
a traer agua de la desembocadura del río Meandro, a bastante
distancia. Alejandro puso a sus navíos a vigilar el puerto de Mileto, con
el fin de evitar que los persas forzaran la entrada, y, al mismo tiempo
envió a Filotas a Micala al mando de la caballería y tres regimientos de
infantería, con instrucciones de impedir que los tripulantes
desembarcaran. Como consecuencia de la escasez de agua potable y
demás cosas necesarias para la sobrevivencia, los persas se hallaron
sitiados en sus barcos; zarparon entonces hacia Samos, donde se
aprovisionaron de alimentos, y embarcaron de regreso a Mileto. Esta
vez, anclaron la mayor parte de sus barcos en alta mar no muy lejos del
fondeadero, con la esperanza de inducir de una u otra manera a los
macedonios para dirigirse a mar abierto. Cinco de sus barcos entraron
furtivamente en la rada que se extendía entre la isla de Lade y el
campamento, esperando sorprender a los barcos de Alejandro vacíos
de tripulación; porque habían comprobado que los marineros en su
mayor parte estaban dispersos fuera de ellos, unos reuniendo
combustible, otros recolectando víveres, y otros que se organizaban
para ir a conseguir forraje. Y, en efecto, sucedió que cuando se
acercaron, varios de los marineros estaban ausentes, pero en cuanto
Alejandro observó a cinco naves persas navegando hacia él, embarcó
en diez naves a los marineros que se encontraban a mano, y los envió a
toda velocidad contra ellos con órdenes de atacar de proa a proa. Tan
pronto como los marinos de los cinco barcos persas vieron a los
macedonios acercándose para enfrentarlos, en contra de sus
expectativas, de inmediato dieron un giro, y escaparon en dirección al
resto de su flota. El barco tripulado por gente de Yasos, al no ser una
embarcación rápida, fue capturado en plena huida con todos sus
hombres a bordo, pero los otros cuatro lograron abordar sus trirremes.
Después de esto, los persas abandonaron Mileto sin haber logrado
nada.
CAPÍTULO XX. SITIO DE HALICARNASO — ATAQUE
ABORTADO CONTRA MINDOS

Alejandro resolvió que debía disolver la flota, en parte por no


tener suficiente dinero en esos momentos, y en parte porque vio que su
propia flota no era rival para la persa. No estaba dispuesto a correr el
riesgo de perder ni una pequeña fracción de su armamento. Además,
consideraba que ahora que ocupaba Asia con sus fuerzas terrestres, ya
no había necesidad de flota alguna; y que él sería capaz de acabar con
la flota de los persas si se apoderaba de las ciudades costeras, ya que
así no habría ningún puerto en el cual pudieran reclutar a su
tripulación, ni ningún puerto de Asia al que llevar sus barcos. Así,
explicó el presagio del águila como significando que debía obtener el
dominio sobre los barcos enemigos mediante sus tropas en tierra firme.
Después, emprendió el camino a Caria, informado de que una fuerza
considerable de persas y auxiliares griegos había recalado en
Halicarnaso. Habiendo tomado todas las ciudades entre Mileto y
Halicarnaso con pocas dificultades, acampó ante esta última ciudad, a
una distancia de unos cinco estadios, como si esperase que éste fuera
un largo asedio. Porque la posición natural del lugar la hacía un
bastión fuerte, no parecía haber ninguna deficiencia en materia de
seguridad, y había sido bien provista de suministros mucho tiempo
antes por Memnón, que estaba allí en persona, después de haber sido
proclamado por Darío como gobernador de Asia Menor y comandante
de la flota. Muchos soldados mercenarios griegos se habían quedado
en la ciudad, así como muchas tropas persas; las trirremes también
estaban amarradas en el puerto, por lo que los marineros podían ser
una valiosa ayuda en las operaciones. En el primer día del asedio,
mientras Alejandro estaba dirigiendo a sus hombres hasta la muralla
en la dirección de la puerta que conduce hacia Milasa, los hombres de
la ciudad hicieron una salida, y una escaramuza tuvo lugar; los
hombres de Alejandro pudieron rechazarlos con facilidad, y
encerrarlos en la ciudad.

Pocos días después, el rey tomó a los hipaspistas, los


Compañeros de caballería, las tropas de infantería de Amintas,
Pérdicas y Meleagro, y también a los arqueros y agrianos, y dio la
vuelta a la parte de la ciudad que está orientada hacia Mindos, para
inspeccionar la muralla, a ver si por allí sería más fácil de asaltar que
por otras partes, y al mismo tiempo, para ver si podía hacerse con
Mindos mediante un ataque repentino y secreto. Pues pensaba que si
Mindos fuera suya, sería de mucha ayuda en el sitio de Halicarnaso;
aparte, los ciudadanos de Mindos le habían ofrecido entregársela si se
acercaba a la ciudad en secreto, bajo el amparo de la noche. Cerca de la
medianoche, por lo tanto, se acercó a los muros de acuerdo con el plan
acordado, pero como ninguna señal de rendición fue hecha por los
hombres en el interior, y aunque no traía consigo sus máquinas de
guerra o sus escaleras, en la medida en que no se había propuesto sitiar
la ciudad, sino recibir su rendición; llevó a la falange macedonia cerca
de la muralla y les ordenó que la perforaran. Utilizaron una de las
torres, que, sin embargo, no logró abrir una brecha en el muro. Los
hombres en la ciudad se defendieron con denuedo, y al mismo tiempo,
las tropas de Halicarnaso ya venían en su ayuda por mar, lo que hizo
imposible que Alejandro pudiera capturar Mindos por sorpresa. Por lo
cual regresó sin cumplir ninguno de los planes que se había propuesto,
y se dedicó una vez más al cerco de Halicarnaso.

En primer lugar, se llenó de tierra la zanja que el enemigo había


cavado delante de la ciudad, de unos treinta codos de ancho y quince
de profundidad, para que fuera fácil de llevar adelante las torres, con
las que tenía la intención de descargar sus proyectiles contra los
defensores de la muralla; y para traer a primera línea las demás
máquinas de asedio con los que echar abajo el muro. Se rellenó la zanja
fácilmente, y las torres pudieron ser llevadas hacia adelante. Pero los
hombres de Halicarnaso hicieron una salida por la noche para prender
fuego a las torres y la maquinaria arrimada a las murallas, o casi.
Fueron fácilmente repelidos y empujados otra vez dentro por los
macedonios que custodiaban el material, y por otros que fueron
despertados por el ruido de la lucha y que corrieron en ayuda de los
primeros. Neoptólemo, el hermano de Arrabeo, hijo de Amintas, uno
de los que habían desertado al bando de Darío, fue abatido junto con
alrededor de 170 enemigos. De los hombres de Alejandro, dieciséis
soldados fueron muertos y 300 heridos, porque como la salida se
realizó en la noche, fueron menos capaces de protegerse para no recibir
heridas.
CAPÍTULO XXI. SITIO DE HALICARNASO

Unos días más tarde, dos hoplitas macedonios del batallón de


Pérdicas, que compartían la misma tienda, se hallaban comiendo
juntos; y ocurrió en el curso de la conversación que cada uno se
ensalzaba a sí mismo y sus propias hazañas. De ahí surgió una disputa
acerca de cuál de ellos era el más valiente, e inflamados ambos por el
vino, estuvieron de acuerdo en ir a por sus armas y asaltar por su
propia iniciativa la parte de la muralla frente a la ciudadela orientada
hacia Milasa. Así lo hicieron, más para dar una muestra de su propio
valor que por iniciar un peligroso choque con el enemigo. Algunos de
los hombres en la ciudad, sin embargo, al ver que sólo eran dos los
asaltantes, y que se estaban acercando imprudentemente a la muralla,
se precipitaron sobre ellos, mataron a ambos, y lanzaron jabalinas
contra los que estaban a poca distancia. Al final, los últimos fueron
superados tanto por el número de sus agresores y la desventaja de su
posición, ya que el enemigo realizaba el ataque desde un nivel
superior. Mientras tanto, otros hombres de la unidad de Pérdicas, y
otros de Halicarnaso se pusieron a luchar cuerpo a cuerpo cerca del
muro. Los que habían salido de la ciudad fueron obligados a
retroceder, y de nuevo encerrados en ella por los macedonios. La
ciudad escapó por poco de ser capturada, porque en ese momento las
murallas no estaban bajo vigilancia estricta, y dos de las torres con
todo el espacio intermedio entre ambas habían ya caído, y le ofrecían al
ejército un fácil acceso al interior, si hubieran coordinado la tarea entre
todos. La tercera torre, que había sido fuertemente sacudida, también
habría sido fácilmente derribada si hubiera seguido bajo ataque, pero
el enemigo tuvo éxito en la construcción de una pared de ladrillo en
forma de medialuna para tomar el lugar de la que había caído. Esto lo
pudieron hacer rápidamente por la multitud de manos a su
disposición.
Al día siguiente, Alejandro llevó sus máquinas hasta esta pared,
y los hombres de la ciudad hicieron otra salida para prenderles fuego.
Una parte de las vallas de mimbre cerca de la pared y una de las torres
de madera fueron quemadas, el resto estaba protegido por Filotas y
Helánico, a quienes había sido confiada la responsabilidad de la tarea.
Pero muy pronto los que habían hecho la incursión vieron a Alejandro;
los que habían venido a prestar ayuda trayendo más antorchas las
tiraron, y los demás arrojaron sus armas y huyeron todos dentro de las
murallas de la ciudad. Al menos, desde allí tenían la ventaja de su
posición geográfica, ya que debido a su altura dominaba el panorama,
y podían lanzar proyectiles en contra de los hombres que custodiaban
las máquinas; también desde las torres que seguían de pie en cada
extremo de la muralla derribada, eran capaces de contraatacar desde
ambos lados y casi desde atrás, a los que embestían contra la pared que
acababa de ser construida en el lugar de la que había quedado en
ruinas.
CAPÍTULO XXII. CONTINÚA EL SITIO DE HALICARNASO

Unos días después, cuando Alejandro acercó de nuevo su


maquinaria a la pared interior de ladrillo, y él mismo se encargaba de
vigilar el trabajo. Los de Halicarnaso hicieron una salida en masa,
algunos avanzando por la brecha en la muralla, donde Alejandro
estaba parado, otros por la puerta triple, donde los macedonios no los
esperaban. El primer grupo lanzó antorchas y otros materiales
inflamables sobre las máquinas de asedio, con el fin de prenderles
fuego y entretener a los ingenieros. Pero cuando los hombres
apostados alrededor de Alejandro contraatacaron con vigor, lanzando
grandes piedras y proyectiles con las catapultas desde las torres, se
dieron a la fuga hacia la ciudad. Como habían salido un gran número
de ellos y exhibido una excesiva audacia en la lucha, la masacre
resultante no fue nada desdeñable. Algunos de ellos fueron abatidos
luchando mano a mano con los macedonios, los demás fueron muertos
cerca de las ruinas de la muralla, porque la brecha en ella era
demasiado estrecha para que una multitud pasara a través, y los
fragmentos esparcidos de la pared hacían difícil la escalada.

La segunda partida, que salió por la puerta triple, fue recibida


por Ptolomeo, uno de los guardias de corps reales, que tenía con él a
las unidades de Adeo, y Timandro con algunos soldados de la
infantería ligera. Estos soldados por sí solos pudieron derrotar a la
partida de la ciudad; los de la ciudad, en su retirada corrían por un
estrecho puente colocado por sobre el foso, y tuvieron la mala suerte
de que se viniera abajo por el peso de la multitud. Muchos fueron los
que cayeron en la zanja, algunos de los cuales fueron pisoteados hasta
la muerte por sus propios compañeros, y otros fueron alcanzados por
los proyectiles que los de Macedonia les lanzaban desde arriba. Una
masacre muy grande tuvo lugar a las puertas de la ciudad, pues fueron
cerradas antes de tiempo ante las tropas que huían en estado de
pánico. El enemigo, temiendo que los macedonios estuvieran
pisándoles los talones a los fugitivos y entraran a la carrera tras ellos,
las cerró dejando a muchos compatriotas fuera, los que fueron
asesinados por los macedonios cerca de los muros. Otra vez la ciudad
escapó de la captura por los pelos, y, de hecho, habría sido tomada si
Alejandro no hubiera llamado de vuelta a su ejército, para ver si los de
Halicarnaso darían alguna señal de rendición, porque aún estaba
deseoso de salvar su ciudad. De los contrarios, cayeron alrededor de
mil, y de los hombres de Alejandro unos cuarenta, entre los que se
contaban Ptolomeo, uno de los guardias del rey, Clearco, un oficial de
los arqueros, Adeo, quien tenía el mando de una quiliarquía de la
infantería, y otros macedonios de renombre.
CAPÍTULO XXIII. DESTRUCCIÓN DE HALICARNASO —
LA REINA ADA DE CARIA

Orontobates y Mepinon, los comandantes de los persas, se


reunieron y decidieron que, dado el estado de cosas, no podrían resistir
el cerco por mucho tiempo. Parte de la muralla había caído y otra parte
había sido muy debilitada; además, muchos de sus soldados habían
perecido en las incursiones fuera de los muros, o estaban heridos y
mutilados. Teniendo en cuenta estas pérdidas, cerca de la segunda
vigilia de la noche, incendiaron la torre de madera que habían
construido para resistir las máquinas de asedio del enemigo, y las
recámaras donde tenían almacenadas las armas. También prendieron
fuego a las casas cerca de la muralla; pero otras casas se quemaron al
ser alcanzadas por las llamas de los almacenes de armamento y la
torre, esparcidas por el viento. Unos pocos enemigos se retiraron a la
fortaleza de la isla — llamada Arconeso —, y otros a otra fortaleza
llamada Salmacis. Todo ello le fue reportado a Alejandro por algunos
desertores de los incendiarios, y él mismo podía confirmarlo al ver el
furioso incendio, muy visible pese a ser cerca de la medianoche; lideró
entonces a los macedonios contra los que estaban todavía atizando el
incendio de la ciudad, y los mató. Pero dio órdenes de dejar con vida a
los civiles de Halicarnaso que se encontraran dentro de sus casas. Tan
pronto como la luz del día permitía discernir entre la humareda las
fortalezas que los persas y los mercenarios griegos ocupaban
respectivamente, decidió no asediarlas, teniendo en cuenta que
significarían un considerable retraso si lo hacía, dada la ubicación, y,
además, pensaba que tenían poca importancia para él ahora que por fin
había tomado la ciudad.

Por tanto, luego de enterrar a los muertos durante la noche,


ordenó a los hombres a cargo de su maquinaria de asalto
transportarlas a Trales. Él se marchó a Frigia, después de arrasar la
ciudad hasta los cimientos, y dejando atrás a 3.000 de la infantería
griega y 200 de la caballería bajo el mando de Ptolomeo, como
guarnición del lugar y del resto de Caria. Designó también a Ada como
sátrapa de toda la Caria. Aquella reina era hija de Hecatomno y esposa
de Hidrieo, quien, pese a ser su hermano, vivía con ella en matrimonio,
según era costumbre entre los carios. Cuando Hidrieo se estaba
muriendo, le había confiado la administración a ella, ya que había sido
una costumbre en Asia desde los tiempos de Semiramis que a las
mujeres se les permitiera gobernar igual que a los hombres. Pero
Pixodaro la expulsó del trono, y??se apoderó él mismo del gobierno
local. A la muerte de Pixodaro, su yerno Orontobates fue enviado por
el rey de los persas para gobernar a los carios. Ada mantuvo solamente
la ciudad de Alinda, la plaza más fuerte de Caria. Cuando Alejandro
invadió su patria, fue a reunirse con él, ofreciendo entregarle Alinda, y
adoptarlo como su hijo. Alejandro confió Alinda en sus manos, y no
consideró que el título de hijo suyo fuera indigno de ser aceptado; y,
además, una vez hubo capturado Halicarnaso y se hubo convertido en
el amo del resto de Caria, le concedió el privilegio de ser la gobernante
de todo este territorio.
CAPÍTULO XXIV. ALEJANDRO EN LICIA Y PANFILIA

Algunos de los macedonios que servían en el ejército de


Alejandro se habían casado apenas un poco antes de emprender la
expedición. Pensando que no debía tratar a estos hombres sin
consideraciones, los envió desde Caria a pasar el invierno en
Macedonia con sus esposas. Al mando estarían Ptolomeo, hijo de
Seleúco, uno de los guardaespaldas reales, y los generales Coeno, hijo
de Polemócrates, y Meleagro, hijo de Neoptólemo, porque también
eran recién casados. Les dio instrucciones a los oficiales de llevar a
cabo levas y a su regreso trajeran del país tantos jinetes y soldados de a
pie como pudieran; sin olvidar tampoco de traer de vuelta a todos los
hombres que estaban siendo enviados a casa con ellos. Por éste acto,
Alejandro se granjeó una popularidad todavía mayor entre los
macedonios combatientes y civiles. También envió a Cleandro, hijo de
Polemócrates, para reclutar soldados en el Peloponeso, y a Parmenión
a Sardes, dándole el mando de una unidad de caballería de los
Compañeros, la caballería de Tesalia, y el resto de los aliados griegos.
Sus órdenes eran tomar los pertrechos necesarios de Sardes, y avanzar
desde allí hacia Frigia.

Él, por su parte, se dirigió hacia Licia y Panfilia, para obtener el


dominio de toda la línea costera, y por este medio hacer que la flota de
sus enemigos les resultara poco útil en la guerra. La primera ciudad en
su ruta fue Hiparna, amurallada y con una guarnición de mercenarios
griegos, la que él tomó en el primer asalto; otorgando luego a los
griegos una tregua para que abandonaran la ciudadela. Luego, al
invadir Licia, obtuvo la ciudad de Telmeso por la capitulación sin lucha
de sus ciudadanos, y cuando hubo cruzado el río Janto, las ciudades de
Pinara, Janto, Patara, y una treintena de ciudades más pequeñas
también se rindieron a él. Habiendo logrado todo esto, y a pesar de que
ahora estaba muy avanzado el invierno, los macedonios invadieron el
territorio conocido como Milia, que es una parte de la Gran Frigia, pero
que en esos días rendía cuentas ante Licia, de acuerdo con una
reorganización territorial hecha por el Gran Rey de Persia. Aquí llegó
una embajada de Faselis en procura de un tratado de amistad, y para
coronarlo con una diadema de oro; la mayoría de los licios de la costa
también enviaron embajadores para tratar el mismo asunto. Alejandro
ordenó a los de Faselis y a los licios que entregaran sus ciudades a los
que fueran enviados por él para recibirlas, y así lo hicieron todos. Poco
después, llegó en persona a Faselis, y ayudó a los hombres de esa
ciudad a capturar una fortaleza que había sido construida por los
pisidios para intimidarlos, y desde la que aquellos bárbaros salían
periódicamente para infligir mucho daño a los habitantes de Faselis
cuando estaban ocupándose de la labranza de sus campos.
CAPÍTULO XXV. TRAICIÓN DE ALEJANDRO, HIJO DE
EROPO

Mientras el rey estaba aún cerca de Faselis, recibió información


de que Alejandro, hijo de Eropo, que no sólo era uno de los
Compañeros, sino también general de la caballería de Tesalia en esos
días, estaba conspirando contra él. Éste era hermano de Heromenes y
Arrabeo, que estaban involucrados en el asesinato de Filipo. En aquél
tiempo, el rey Alejandro le había perdonado a pesar de que fue
acusado de complicidad, porque inmediatamente después de la muerte
de Filipo había sido uno de sus primeros amigos en acudir a él, y
ayudándole a ponerse el peto, lo acompañó hasta el palacio. El rey le
honró luego ante la corte, le envió como general a Tracia, y cuando el
entonces comandante de la caballería de Tesalia, Calas, fue enviado a
ocupar una satrapía, fue designado para sucederle. Los detalles de la
conspiración se relatan como sigue:

Cuando Amintas desertó a la corte de Darío, le entregó algunos


mensajes y una carta al tal Alejandro. Luego, Darío había enviado a
Sisines, uno de sus leales cortesanos persas, hasta la costa asiática con
el pretexto de encontrarse con Atizies, sátrapa de Frigia, pero en
realidad para comunicarse con el susodicho Alejandro, y trasmitirle la
promesa de que, si asesinaba al rey Alejandro, Darío le nombraría rey
de Macedonia, y le daría 1.000 talentos de oro además del reino. Pero
Sisines, al ser capturado por Parmenión, le confesó a éste el verdadero
objetivo de su misión. Parmenión le envió inmediatamente bajo
custodia al rey, quien obtuvo la misma confesión de él. El rey, tras
reunir a sus amigos, les propuso como tema de deliberación qué hacer
con respecto a este Alejandro. Los Compañeros opinaron que no se
había actuado con sabiduría al confiar la mayor parte de la caballería a
un hombre carente de lealtad, y que ahora era conveniente encargarse
de él de la manera más rápida posible, antes de que se hiciera aún más
popular entre los tesalios e intentara socavar la autoridad del rey
mediante un motín. Por otra parte, estaban espantados por una señal
divina que acababa de ser avistada. Mientras Alejandro, el rey, todavía
estaba sitiando Halicarnaso, se dice que cuando hacia una pausa a
mediodía para descansar, una golondrina voló por encima de su
cabeza gorjeando sonoramente, se posó a un lado de su lecho y cantó
más fuerte que de costumbre. A causa de su fatiga, el rey no pudo ser
despertado de su sueño, pero para que no fuera molestado por el
ruido, al ave se le apartó de allí con suavidad. Sin embargo, estaba lejos
de querer escapar volando, se posó en la cabeza misma del rey, y no
desistió hasta que estuvo completamente despierto. Seguro de que el
asunto de la golondrina no era nada trivial, lo comunicó a su adivino,
Aristandro de Telmeso, quien le dijo que significaba que uno de sus
amigos iría a traicionarle. Según él, también significaba que la trama se
descubriría, porque la golondrina era un ave aficionada a la compañía
del hombre y bien dispuesta hacia él, así como más ruidosa que
cualquier otro pájaro.

Por lo tanto, y luego de comparar lo sucedido con las


declaraciones del persa, el rey decidió enviar a Anfótero, hijo de
Alejandro y hermano de Crátero, donde Parmenión, y con él a algunos
guías de Perga. Anfótero se vistió con el traje nativo para no ser
reconocido en el trayecto, y así llegó con sigilo donde estaba
Parmenión. No llevaba una carta de Alejandro, porque no le parecía
prudente al rey escribir abiertamente sobre un asunto como ése; era
mejor repetir el mensaje verbalmente. Como resultado, al mencionado
Alejandro se le arrestó y puso bajo custodia.
CAPÍTULO XXVI. ALEJANDRO EN PANFILIA — CAPTURA
DE ASPENDO Y SIDE

Saliendo de Faselis, Alejandro envió parte de su ejército a Perga a


través de las montañas, por las que los tracios habían despejado para él
un camino, una ruta por lo demás difícil y de largo aliento. Pero él
mismo llevó a la otra parte de sus fuerzas por una playa junto al mar,
allí donde no hay sendero alguno salvo cuando sopla el viento del
norte. Si el viento del sur sopla, es imposible viajar a lo largo de la
orilla. En ese momento, después de un fuerte viento del sur, soplaron
los vientos del norte, posibilitando su paso fácil y rápidamente, no sin
la intervención divina, según él y sus hombres lo interpretaron.
Cuando estaba avanzando desde Perga, se encontró en el camino con
los enviados plenipotenciarios de Aspendo, que le ofrecieron rendir su
ciudad, no sin antes rogarle que no condujera a una guarnición hacia
ella. Después de haber obtenido su solicitud en lo que respecta a la
guarnición, acordaron también pagarle cincuenta talentos para su
ejército, así como los caballos que criaban como parte del tributo que
debían a Darío. Después de haber acordado con él pagar todo ello, y
también haberse comprometido a entregar los caballos, se volvieron a
su ciudad.

Alejandro se marchó a Side, cuyos habitantes eran originarios de


Cime de Eolia. Estas gentes tienen una leyenda acerca de sus orígenes
que afirma que sus antepasados??procedían de Cime, y llegaron a ese
país para fundar una colonia. Habían olvidado de inmediato el idioma
heleno, y comenzado a hablar uno extranjero; no era, de hecho, el de
sus vecinos bárbaros, sino un lenguaje propio de ellos, que nunca antes
había existido. A partir de ese momento, el idioma que la gente de Side
utilizaba para comunicarse, era considerado un idioma foráneo muy
diferente del empleado por las naciones vecinas. Después de haber
dejado una guarnición en Side, Alejandro avanzó a Silio, lugar bien
fortificado que albergaba a una guarnición de mercenarios griegos y
nativos. Sin embargo, fue incapaz de tomar Silio con un ataque
sorpresa, porque se le informó sobre la marcha que los de Aspendo se
negaban ahora a cumplir cualquiera de los dos acuerdos logrados, y no
entregarían los caballos a los que fueron enviados a recogerlos, ni
pagarían la cantidad acordada; habían metido sus bienes de los
campos circundantes a la ciudad, cerraron sus puertas a los
macedonios, y emprendieron la reparación de sus muros allí donde se
hallaban en ruinas. Al oír esto, Alejandro viró de regreso a Aspendo.
CAPÍTULO XXVII. ALEJANDRO EN FRIGIA Y PISIDIA

Gran parte de Aspendo había sido construida sobre un precipicio


de roca sólida, al pie mismo del cual fluye el río Burimedon, pero era
en la llanura alrededor de la roca donde estaban construidas muchas
de las casas de los ciudadanos, rodeadas por un pequeño muro. Tan
pronto como se comprobó que Alejandro se acercaba, los habitantes
abandonaron la muralla y las casas situadas en la parte llana,
conscientes de la imposibilidad de defenderlas, y corrieron como un
solo hombre a refugiarse en la roca. Cuando llegó el macedonio con
sus fuerzas, halló todo desierto en la parte llana, y tomó las casas
abandonadas como cuartel general. Cuando los lugareños vieron que
Alejandro había llegado, al contrario de lo que esperaban, y que su
campamento les rodeaba por todas partes, enviaron emisarios
rogándole revalidar el acuerdo en los términos anteriores. Alejandro,
teniendo en cuenta la posición estratégica del lugar, y su propia falta
de preparación para emprender un largo asedio, accedió a un acuerdo,
aunque no con las mismas condiciones que antes. Exigió que le dieran
a sus hombres más influyentes en calidad de rehenes, entregaran los
caballos como habían acordado antes, pagaran cien talentos en lugar
de cincuenta, obedecieran al sátrapa nombrado por él, y a dieran un
tributo anual a los macedonios. Además, debía llevarse a cabo una
investigación sobre la acusación de que retenían por la fuerza tierras
que pertenecían por derecho a sus vecinos.

Cuando todas estas concesiones se hubieron cumplido, los


macedonios se marcharon a Perga, y de allí partieron para Frigia, por
la ruta que conduce más allá de la ciudad de Telmeso. Los moradores
de ésta ciudad son bárbaros, de la raza de los pisidios, y habitan en un
lugar muy elevado y escarpado por los cuatro costados, de modo que
el camino a la ciudad es difícil. Una montaña se extiende desde la
ciudad hasta la carretera, donde termina abruptamente, y un poco más
allá de ella se levanta otra montaña, no menos llena de precipicios.
Estas montañas forman las puertas, por decirlo así, en medio el
camino, y es posible para los que ocupen estas elevaciones, incluso con
una pequeña guarnición, hacer impracticable el paso. En esta ocasión,
los de Telmeso habían salido en gran número a ocupar ambos lados de
la montaña; viéndolos allí apostados, Alejandro ordenó a los
macedonios que acamparan allí, armados como estaban, imaginando
que los telmesios no se mantendrían en sus puestos cuando los vieran
vivaqueando enfrente suyo, y correrían a encerrarse en su ciudad, que
estaba cerca, dejando en los montes sólo los hombres suficientes para
formar una guardia. Y resultó así como él había conjeturado, porque la
mayoría de ellos se retiraron, y sólo quedaba una guardia. El rey tomó
inmediatamente a los arqueros, lanzadores de jabalina, y los hoplitas
ligeros, y los dirigió contra los que custodiaban el paso. Cuando éstos
empezaron a recibir la descarga de jabalinas, no pudieron mantener su
posición, y abandonaron el paso. Alejandro pasó entonces a través del
desfiladero, y acampó cerca de la ciudad.
CAPÍTULO XXVIII. OPERACIONES EN PISIDIA

Mientras estaba allí, vinieron unos embajadores de los selgianos,


que también son bárbaros de Pisidia, habitantes de una gran ciudad, y
muy belicosos. Ya que eran enemigos inveterados de los telmesios,
habían enviado a esta embajada ante Alejandro para conseguir su
amistad. Él los complació, y desde ese momento los tuvo como fieles
aliados en todos sus emprendimientos. Cayendo en la cuenta de que
no podría capturar Telmeso sin gran pérdida de tiempo, se dirigió en
vez a Sagalaso, otra gran ciudad; habitada también por pisidios, y
aunque todos los pisidios son guerreros, los hombres de ésta se
consideraban los más belicosos de todos. En esta ocasión, habían
ocupado la colina enfrente de la ciudad, ya que no era menos idónea
que los muros para atacar al enemigo, y allí le esperaban. Por su lado,
Alejandro desplegó la falange macedonia de la siguiente manera: En el
ala derecha, donde era habitual que se apostara él mismo, colocó a la
guardia real, y al lado de éstos a los hipaspistas de los Compañeros,
extendidos hasta la izquierda, en el orden de precedencia que cada uno
de los oficiales tenían ese día. En el ala izquierda situó como
comandante a Amintas, hijo de Arrabeo. Al frente del ala derecha se
ubicaron los arqueros y agrianos; y al frente del ala izquierda, los
lanzadores de jabalina tracios bajo el mando de Sitalces. La caballería
no formó, pues no iba a servirle de nada en un lugar tan abrupto y
desfavorable como ése. Los telmesios también habían acudido en
ayuda de los pisidios, y estaban mezclados entre sus filas. La avanzada
de Alejandro ya había atacado las posiciones de los pisidios en la
colina, avanzando hasta la parte más abrupta en su ascenso, cuando los
bárbaros que los esperaban emboscados se lanzaron contra las dos alas
macedonias, abriendo el combate en un lugar donde era muy fácil para
ellos avanzar, pero muy difícil para el enemigo.
Los arqueros, que fueron los primeros en llegar, fueron puestos
en fuga, ya que estaban insuficientemente armados para responder,
pero los agrianos permanecieron firmes en su terreno, mientras la
falange macedónica se iba acercando, con Alejandro a la cabeza. Se
desató la pelea cuerpo a cuerpo; a pesar de que los bárbaros no
llevaban armadura protectora, se lanzaban contra los hoplitas de
Macedonia, y caían heridos o muertos en todas partes. En efecto,
cedieron después de que cerca de 500 de ellos habían sido abatidos.
Como eran ágiles y perfectos conocedores de la localidad, realizaron
una retirada sin dificultad, mientras que los macedonios, a causa de la
pesadez de sus armas y su ignorancia del terreno, no se atrevieron a
perseguirlos. Alejandro, por lo tanto, se abstuvo de ir tras los fugitivos,
y tomó la ciudad por asalto, perdiendo a Cleandro, el comandante de
los arqueros, y cerca de otros veinte hombres. Luego de esto, Alejandro
marchó contra el resto de poblaciones de Pisidia, y tomó algunas de
sus fortalezas por las armas, mientras que a otras las obtuvo mediante
la capitulación.
CAPÍTULO XXIX. ALEJANDRO EN FRIGIA

Desde allí, Alejandro fue a Frigia, pasando por el lago llamado


Ascania, en cuyas riberas se forman sedimentos de sal de manera
natural. Los nativos usan esta sal, ya que no es de calidad inferior a la
del mar, la cual ya no necesitan teniendo la primera. En el quinto día
de su marcha, el rey llegó a Celenas, ciudad en la que había un bastión
construido en una roca escarpada por donde se mirara. Esta ciudadela
había sido dotada por el sátrapa persa de Frigia de una guarnición de
1.000 carios y cien mercenarios griegos. Estos hombres enviaron
embajadores a Alejandro, con la promesa de entregarle el lugar si
ningún socorro les llegaba hasta un día pactado de antemano. Tal
arreglo era a los ojos de Alejandro más sensato que sitiar la roca
fortificada, la cual era inatacable por todos lados. En Celenas
permaneció diez días, durante los cuales formó una guarnición de
1.500 soldados, nombró sátrapa de Frigia a Antígono, hijo de Filipo, y
en su lugar nombró a Balacro, hijo de Amintas, como general de las
tropas de aliados griegos; y luego prosiguió hacia Gordión. Envió una
orden para que allí se reuniera Parmenión con él llevando las fuerzas
bajo su mando, orden que el general obedeció. También los hombres
recién casados??que habían sido enviados a Macedonia ahora debían ir
a Gordión, y con ellos el ejército que había sido formado con las levas
de Grecia, ahora bajo el mando de Ptolomeo, hijo de Seleúco, Coeno,
hijo de Polemócrates, y Meleagro, hijo de Neoptólemo. Este ejército se
componía de 3.000 soldados macedonios de infantería y 300 soldados a
caballo igualmente macedonios, 200 de caballería de Tesalia, y 150
eleos comandados por Alcias de Elea.

Gordión se encuentra en la Frigia Helespóntica, y está situado


cerca del río Sangario, que tiene su origen en Frigia, fluye por la tierra
de los tracios de Bitinia, y cae en el mar Euxino. Aquí una embajada
llegó a Alejandro de parte de la ciudad de Atenas, para exhortarle a
liberar a los atenienses que habían sido capturados combatiendo para
el bando persa en el río Gránico, y que luego fueron llevados a
Macedonia para que sirvieran como esclavos, junto con los otros dos
mil capturados en esa batalla. Los enviados debieron partir sin haber
obtenido su solicitud a favor de los detenidos. Es que Alejandro creía
que sería riesgoso, mientras la guerra contra los persas todavía
estuviera en marcha, aliviar en lo más mínimo el terror que inspiraba a
los griegos que no consideraban indigno combatir como mercenarios
en nombre de los extranjeros y en contra de Grecia. Sin embargo,
respondió que una vez su presente empresa hubiera finalizado,
entonces podrían volverle a mandar embajadores para interceder por
sus conciudadanos.
Libro II.

CAPÍTULO I. CAPTURA DE MITILENE — MUERTE DE


MEMNÓN

Poco después de esto, Memnón, a quien el rey Darío había


nombrado almirante de la flota y comandante de toda la región costera,
con la idea de trasladar la guerra a Macedonia y Grecia, adquirió la
posesión de Quíos, que fue rendida a él mediante traición. Desde allí,
viajó a Lesbos, y conquistó para la causa persa todas las ciudades de la
isla excepto Mitilene, cuyos habitantes no se sometieron a él. Cuando
había tomado las restantes ciudades, concentró su atención en
Mitilene, y en aislar a la ciudad del resto de la isla mediante la
construcción de una empalizada doble desde un lado a otro del mar; y
así fácilmente consiguió el dominio terrestre por medio de la
construcción de cinco campamentos en puntos estratégicos. Una parte
de su flota se encargaba de la vigilancia del puerto, y de interceptar los
barcos que pasaran; mientras el resto de la flota guardaba Sigrio, un
promontorio de Lesbos que era el mejor lugar de desembarco para los
buques mercantes provenientes de Quíos, Geresto y Malea. De esta
manera, se privó a Mitilene de toda esperanza de ser socorrida por
mar. Sin embargo, en el entretiempo, Memnón enfermó y murió; su
muerte a esa altura de la crisis, fue sumamente perjudicial para los
intereses del rey persa.

No obstante, Autofrádates y Farnabazo, hijo de Artabazo,


prosiguieron el sitio con renovado brío. A este último, Memnón le
había confiado su mando al morir, ya que era hijo de su hermana, hasta
que Darío llegara a alguna decisión al respecto. Los defensores de
Mitilene, por lo tanto, estaban aislados del interior de la isla, y
bloqueados en el mar por muchos barcos fondeados cerca. Enviaron
entonces algunos emisarios a Farnabazo, y llegaron al acuerdo
siguiente: que las tropas auxiliares que habían venido en su ayuda de
parte de Alejandro se fueran, y los ciudadanos demolieran los pilares
en los que el tratado con Macedonia estaba inscrito; que se convirtieran
en aliados de Darío en los términos de paz acordados con el rey persa
en tiempos de la Paz de Antálcidas, y que sus exiliados debían volver
del destierro a condición de ser compensados con la mitad de los
bienes que poseían cuando fueron expulsados. Aceptados dichos
términos, la ciudad de Mitilene selló el pacto con los persas. Pero tan
pronto Farnabazo y Autofrádates entraron en la ciudad, establecieron
en ella una guarnición con Licomedes el Rodio como su comandante.
También posesionaron como tirano de la ciudad a Diógenes, uno de los
exiliados; y les sacaron mucho dinero a los pobladores de Mitilene, en
parte empleando la violencia contra los ciudadanos ricos, y en parte
mediante impuestos a la comunidad.
CAPÍTULO II. LOS PERSAS CAPTURAN TÉNEDOS — SU
DERROTA EN EL MAR

Después de lograr lo que quería, Farnabazo zarpó hacia Licia,


llevándose con él a los mercenarios griegos, y Autofrádates se dirigió a
las otras islas. Mientras tanto, Darío envió a Timondas, hijo de Mentor,
a las provincias marítimas del imperio para hacerse cargo de los
auxiliares griegos de Farnabazo, y conducirlos a su nuevo destino; y,
aparte, para comunicarle a Farnabazo que iba a mandar sobre todo lo
que había gobernado Memnón. Farnabazo le entregó los auxiliares
griegos, y luego viajó para unirse a Autofrádates y la flota. Cuando se
encontraron, enviaron a Datames, un persa, con diez barcos a las islas
llamadas Cícladas, mientras que ellos navegaron con cien barcos a
Ténedos. Habiendo fondeado en el puerto de Ténedos, que se llama
Bóreo, ambos enviaron un mensaje a los habitantes ordenándoles
demoler los pilares sobre los que se había inscrito el tratado con
Alejandro y los griegos; y en su lugar refrendar los términos de Darío
contenidos en el tratado que había ratificado el rey de Persia cuando se
firmó la Paz de Antálcidas. Los ciudadanos preferían seguir en
términos amistosos con Alejandro y los griegos, pero en la actual crisis
parecía imposible salvarse, excepto rindiéndose a los persas; ya que
Hegeloco, que había recibido de Alejandro la comisión de reunir otra
fuerza naval, no había traído una flota de las dimensiones adecuadas
como para justificar la esperanza de recibir un pronto auxilio. En
consecuencia, Farnabazo obligó a Ténedos a aceptar sus demandas más
por temor que de buena gana.

Mientras tanto, Proteo, hijo de Andrónico, había tenido éxito en


cumplir la orden de Antípatro de recolectar todos los buques de guerra
de Eubea y el Peloponeso; con lo que se podía esperar alguna
protección tanto para las islas como para la propia Grecia si los
extranjeros la atacasen por mar, como se creía que era su intención. Al
enterarse de que Datames tenía a diez de sus barcos amarrados cerca
de Sifnos, Proteo zarpó durante la noche desde Calcis en el Euripo con
quince embarcaciones; y, acercándose a la isla de Citnos en la
madrugada, ocupó el resto del día en hacerse con información fiable
acerca de los movimientos de los diez barcos persas, y de paso caer
sobre los fenicios por la noche, cuando era más probable causarles
terror y daños. Después de comprobar con toda certeza que, en efecto,
Datames estaba con sus naves en Sifnos, zarpó hacia allá cuando
todavía estaba oscuro; justo antes del alba cayó sobre ellos cuando
menos se lo esperaban, capturando ocho de los barcos, con sus
tripulantes y todo lo demás. Pero Datames, con las dos trirremes
restantes, se escabulló furtivamente al comienzo del ataque de los
barcos de Proteo, y llegó sano y salvo a reunirse con el resto de la flota
persa.
CAPÍTULO III. ALEJANDRO EN GORDIÓN

Cuando Alejandro llegó a Gordión, fue presa de un ardiente


deseo de subir a la ciudadela donde se ubicaba el palacio de Gordio y
su hijo Midas. Tenía ganas de ver el carro de Gordio y el nudo que unía
el yugo al carro. Existían gran cantidad de leyendas acerca de este
carro entre la población del lugar. Se decía que Gordio había sido un
campesino pobre que vivía entre los antiguos frigios, cuyas únicas
posesiones eran un pequeño pedazo de tierra para cultivar, y dos
yuntas de bueyes; a una la empleaba en el arado y la otra para tirar del
carro. En una ocasión, mientras estaba arando su campo, un águila se
posó sobre el yugo, y permaneció parada allí hasta que llegó el
momento de desuncir a los bueyes. Alarmado por tal vista, Gordio fue
a ver a los augures de Telmeso para consultarles el significado del
portento, porque la gente de allí son duchos en la interpretación de las
manifestaciones divinas, y el don de la adivinación se les ha concedido
no sólo a sus ancianos, sino también a sus esposas e hijos de generación
en generación. Cuando Gordio conducía su carro por una aldea cerca
de Telmeso, encontró a una muchacha que iba a buscar agua del
manantial, y a ella le relató cómo el águila se le había aparecido. Ya que
ella misma tenía dones proféticos, le dijo que debía volver al mismo
lugar y allí ofrecer sacrificios a Zeus. Gordio le pidió que lo
acompañara para explicarle la forma correcta de realizar el sacrificio.
Así se hizo, siguiendo las instrucciones de la joven, y luego él se casó
con ella. Un hijo les nació al poco tiempo, al que llamaron Midas, quien
al llegar a la edad de la madurez sería a la vez hermoso y valiente. En
aquellos tiempos, los frigios se vieron acosados??por continuos
disturbios civiles, y decidieron consultar al oráculo, que les dijo que un
carro les traería un rey que pondría fin a sus discordias. Mientras ellos
todavía estaban deliberando sobre dicho asunto, Midas llegó con sus
padres, y se detuvo cerca de la asamblea con el carro en cuestión. Los
ciudadanos, interpretando que la respuesta del oráculo se refería a él,
se convencieron de que esta persona era el monarca que vendría en un
carro, tal como había sentenciado la divinidad. Por lo tanto, nombraron
rey a Midas, y él, tras poner fin a las luchas internas, dedicó en la
acrópolis el carro de su padre como ofrenda de agradecimiento a Zeus
por enviar al águila. Además de esta historia, en esos tiempos se
contaba otra más popular sobre el carro: aquél que pudiera desatar el
nudo con que el yugo estaba unido a la carreta, estaba destinado a ser
el gobernante de toda Asia.

La cuerda estaba fabricada con corteza de cornejo, no se podía


ver dónde comenzaba ni dónde terminaba. Según relatan algunos,
Alejandro no pudo encontrar ninguna manera de aflojar el nudo; sin
embargo, como no estaba dispuesto a resignarse a que siguiera sin ser
desatado, y para no perturbar a la muchedumbre, golpeó el nudo con
su espada y lo cortó en dos, exclamando que él sí había logrado
desatarlo. Pero Aristóbulo dice, al contrario, que primero desenganchó
la clavija de la lanza — una estaca de madera que la atraviesa de una
parte a otra —, y tirando simultáneamente del nudo, pudo separar el
yugo de la lanza del carro. No puedo, sin embargo, precisar con
seguridad cómo fue en realidad que Alejandro actuó en relación a este
carro. En cualquier caso, tanto él como sus tropas salieron de la
acrópolis convencidos de que la predicción del oráculo había sido
cumplida. Por otra parte, ésa misma noche, hubo truenos y relámpagos
que fueron vistos como señales del cielo confirmando que así era; y por
esta razón, Alejandro ofreció al otro día sacrificios a los dioses que
habían puesto de manifiesto dichas señales, una manera segura de
hacerle conocer que el nudo había sido desatado de forma apropiada.
CAPÍTULO IV. LA CONQUISTA DE CAPADOCIA —
ALEJANDRO ENFERMA EN TARSO

Al día siguiente, Alejandro prosiguió hacia Ancira de Galacia,


donde acudió a él una embajada de los paflagonios con la oferta de
someter a la nación entera a su gobierno y pactar una alianza con él,
con la condición de que no invadiera sus tierras. Él aceptó el tratado,
respondiéndoles que ahora debían someterse a la autoridad de Calas,
el sátrapa de Frigia. En seguida, el rey fue de allí a Capadocia; subyugó
aquella parte de la misma que se encuentra de este lado del río Halis, y
mucho de lo que está más allá de él, región en la que dejaría a Sabictas
como sátrapa. Después avanzó hacia las Puertas de Cilicia, al
campamento de Ciro, el mismo que menciona Jenofonte, y enterándose
de que las Puertas estaban bien guarnecidas, dejó en el campamento a
Parmenión con la infantería pesada; y luego tomó cerca de la primera
hora de la vigilia a los hipaspistas, los arqueros y agrianos hacia las
Puertas, amparados en la oscuridad, para coger desprevenidos a los
centinelas. Su avance no fue tan furtivo como planeaba, pero de todas
maneras su audacia le rindió fruto, pues los guardias, al ver acercarse a
Alejandro, desertaron de sus puestos, dándose a la fuga. Al amanecer
del día siguiente, el rey pudo pasar a través de las Puertas con todo su
ejército, descendiendo a Cilicia. Aquí se le dijo que Arsames había
desistido de su plan de conservar Tarso para los persas cuando se
enteró de que Alejandro ya había pasado a través de las Puertas, y
había abandonado la ciudad; los atemorizados habitantes de Tarso
temían que saqueara la ciudad y los forzara a evacuarla. Al oír esto,
Alejandro llevó a su caballería y lo más ligero de su infantería a Tarso a
marchas forzadas; provocando que al saber Arsames de su
proximidad, huyera precipitadamente a la corte de Darío, sin tener
tiempo de causar destrozos en la ciudad.
En esos momentos, Alejandro enfermó a causa de las fatigas que
había sufrido, tal como cuenta Aristóbulo. Pero otros autores dicen que
mientras ardía de fiebre y sudaba en abundancia, salió a nadar en el río
Cidno, en cuyas aguas ansiaba bañarse. El río fluye en medio de la
ciudad, baja de sus fuentes en el monte Tauro serpenteado a través de
una campiña muy limpia, y es de aguas frías y cristalinas. Alejandro
sufrió convulsiones después de nadar, acompañadas de fiebre alta y
falta crónica de sueño. Ninguno de los médicos pensaba que
sobreviviría, excepto Filipo, un médico de Acarnania al servicio del
rey, quien confiaba en gran medida en sus conocimientos de medicina,
y que también disfrutaba de una excelente reputación entre el ejército
por su valor. Este hombre, con el permiso real, decidió administrarle
una purga a Alejandro. Cuando Filipo estaba preparando la pócima,
una carta le fue entregada al rey de parte de Parmenión, en la que le
advertía que tuviera cuidado con Filipo; el general se había enterado
de que el médico recibía sobornos de Darío para envenenar a
Alejandro mediante las medicinas que usaba. Leída la carta, y aún
sosteniendo ésta en la mano, el rey le arrebató la copa que contenía la
medicina y se la dio de leer a Filipo. Mientras el médico leía las noticias
de Parmenión, Alejandro bebió la poción. Era evidente para el rey que
el médico estaba actuando con honor al darle el remedio, porque no
estaba alarmado por la carta, y encima exhortó al rey a obedecer todas
las demás prescripciones que le diera, con la promesa de salvarle la
vida si obedecía sus instrucciones. Alejandro fue purgado a fondo con
dichas pociones, y su enfermedad comenzó a evolucionar
favorablemente. Con su conducta, le demostró a Filipo que él,
Alejandro, era un amigo leal, y al resto que tenía absoluta confianza en
sus amigos, al negarse a aceptar cualquier sospecha infundada sobre la
fidelidad que le profesaban; al mismo tiempo, demostró que podía
enfrentarse a la muerte con intrepidez.
CAPÍTULO V. ALEJANDRO VISITA LA TUMBA DE
SARDANÁPALO — OPERACIONES EN CILICIA

El rey envió a Parmenión a las otras puertas que separan la tierra


de los cilicios de la de los asirios, a fin de capturarlas y asegurar el paso
antes de que el enemigo se les adelantara. Para la misión le dio la
infantería aliada, los mercenarios griegos, los tracios que estaban bajo
el mando de Sitalces, y la caballería tesalia. Marchando de Tarso,
llegaron a la ciudad de Anquiale en el primer día. De esta ciudad se
cuenta que fue fundada por el asirio Sardanápalo, y por la
circunferencia y las bases de las murallas era obvio que en el pasado
había sido una gran ciudad y había alcanzado altas cuotas de poder.
Cerca de las murallas de Anquiale se hallaba el monumento de
Sardanápalo, en cuya parte superior se encontraba la estatua de este
rey con las manos juntadas como en un aplauso. Una inscripción en
caracteres asirios había sido colocada sobre él, escrita en verso según
aseguraban los lugareños. El significado de las palabras era el que
sigue: "Sardanápalo, hijo de Anacindaraxes, construyó Anquiale y
Tarso en un sólo día; pero tú, forastero, come, bebe y juega, pues todas
las demás cosas humanas no valen tanto como esto". Lo último hacía
referencia, como en un acertijo, al sonido sordo que las manos hacen al
aplaudir. También se decía que la palabra traducida como “jugar” tenía
una connotación lasciva en el idioma asirio.

Desde Anquiale, Alejandro fue a Soli, ciudad a la que impuso


una guarnición permanente y multó con 200 talentos de plata por
inclinarse a favor de los persas. Luego, tomó tres unidades de
infantería de Macedonia, todos los arqueros y los agrianos, para ir a
combatir contra los cilicios, que tenían las montañas en su poder; en
siete días en total hubo expulsado a algunos por la fuerza, y al resto
por rendición, y regresó a Soli. Allí comprobó que Ptolomeo y Asandro
habían ganado la batalla contra Orontobates, el persa en cuyo poder
estaba la ciudadela de Halicarnaso, y también las de Mindos, Cauno,
Tera, y Callipolis. Las ciudades de Cos y Triopión también habían sido
conquistadas. Ambos le escribieron para informarle que Orontobates
había sido derrotado en una gran batalla, en la que perecieron
alrededor de 700 de su infantería, 50 de su caballería, y no menos de
1.000 fueron hechos prisioneros. Ante tales noticias, Alejandro ofreció
en Soli un sacrificio a Asclepios, encabezó el desfile del ejército
completo, ordenó la celebración de una carrera de antorchas, y
concursos de gimnasia y música. Les otorgó, además, a las gentes de
Soli el privilegio de tener su propia constitución democrática. Luego,
los macedonios se marcharon a Tarso; enviando el rey a la caballería de
Filotas a marchar a través de la llanura de Alea hacia el río Píramo. Él,
por su parte, llegó con la infantería y el escuadrón real de caballería a
Magarso, donde ofreció sacrificios a Atenea Megarsis. Desde allí,
marcharon todos a Malos; adonde Alejandro ofreció a Anfíloco un
sacrificio con todas las honras debidas a un héroe. También puso fin al
descontento local arrestando a los agitadores que fomentaban la
sedición entre los ciudadanos. Por último, retuvo para su propio tesoro
los tributos que pagaba la ciudad al rey Darío, porque Malos era una
colonia fundada por los argivos, y él mismo, como descendiente de
Heracles, podía remontar sus orígenes a Argos.
CON DARÍO

Alejandro estaba aún en Malos cuando le informaron que Darío


había acampado con todas sus fuerzas en Soches, un lugar en Asiria, a
dos días de marcha desde las Puertas de Asiria. Reunió a los
Compañeros y les contó cuanto sabía acerca de Darío y su ejército; ellos
le instaron a ir a por los persas al instante, sin demora. Él les agradeció
y disolvió el consejo por ese día, pero al siguiente les mandó aprestarse
para marchar contra Darío y los persas. En el segundo día de marcha,
pasaron a través de las Puertas y acamparon cerca de la ciudad de
Miriandro; donde fueron retenidos en sus tiendas por una violenta
tormenta con fuertes vientos y lluvia que cayó durante la noche.

Darío, por su parte, había pasado mucho tiempo acampando con


su ejército en una llanura en territorio de Asiria, la que se extiende
totalmente plana en todas direcciones, muy adecuada para el inmenso
tamaño de su ejército y conveniente para las maniobras de la caballería.
El desertor macedonio Amintas, hijo de Antíoco, le aconsejó que no
abandonara esta posición, porque no había otro sitio con espacio
suficiente para las enormes fuerzas persas y la gran cantidad de
pertrechos que llevaban; Darío le hizo caso. Sin embargo, a medida que
la estancia de Alejandro en Tarso se prolongaba a causa de su
enfermedad, hacía otra parada no tan breve en Soli para ofrecer el
sacrificio y el desfile con su ejército, y, además, se demoraba
combatiendo contra los montañeses cilicios; Darío fue inducido a
desviarse de su resolución. Era un hombre que acostumbraba tomar
aquella decisión que estuviera más ligada a sus propios deseos, y era
sensible a los consejos de quienes se los daban con la convicción de que
serían agradables a sus oídos, sin tener en cuenta su sensatez — los
reyes siempre tendrán algún allegado para darles un mal consejo —;
llegó a la conclusión de que Alejandro ya no tenía deseos de adentrarse
aún más en el imperio, y que había desistido de provocar el
enfrentamiento al enterarse de que Darío en persona venía contra él.
Todos sus cortesanos insistían en que debían continuar el avance,
sosteniendo que eran tan superiores que sólo la caballería era suficiente
para aplastar al ejército de los macedonios. Por el contrario, Amintas
aseguraba que, sin lugar a dudas, Alejandro iría a cualquier lugar
donde creyera que Darío pudiera estar; y le exhortaba por todos los
medios a permanecer donde estaba. Se impuso el consejo menos
razonable, más agradable de oír en esos momentos. Y encima de esto,
alguna retorcida influencia divina guió a Darío hacia una localidad
donde era obvio que la caballería tendría pocas ventajas, si alguna, y
tampoco la infantería podría sacar provecho de la superioridad
numérica en combatientes, jabalinas y arquería; un lugar donde el
monarca persa ni siquiera podría exhibir la magnificencia de su
ejército, y le entregaría en bandeja a Alejandro y sus tropas una victoria
rápida. El Destino había decretado ya que a los persas les sería
arrebatado el dominio de Asia en beneficio de los macedonios, al igual
que los medos habían sido vencidos por los persas; y, más atrás en el
tiempo, los asirios por los medos.
CAPÍTULO VII. DARÍO EN ISSOS — ARENGA DE
ALEJANDRO A SU EJÉRCITO

Darío cruzó la sierra por lo que se llaman las Puertas Amanicas, y


avanzó sin que se le descubriera hacia Issos, a la retaguardia de
Alejandro. En Issos, atacó el campamento de los macedonios enfermos
y heridos que convalecían allí, asesinándolos y mutilándolos
cruelmente. Al día siguiente, procedió hacia el río Pinaro. Al enterarse
Alejandro de que Darío andaba por su retaguardia, no le pareció fiable
la noticia, por lo que mandó embarcar a algunos de los Compañeros en
un navío de treinta remos, y los envió de vuelta a Issos para comprobar
si el informe era cierto. Los enviados en el barco descubrieron que los
persas acampaban allí con comodidad, porque en esa parte el mar
forma una bahía. Por lo tanto, llevaron a Alejandro la noticia de que, en
efecto, Darío estaba al alcance de sus tropas.

Alejandro convocó a sus generales, comandantes de caballería, y


oficiales de los aliados griegos, y los exhortó a mostrar el mismo coraje
que durante los peligros anteriormente superados; afirmó que la
inminente lucha sería entre ellos, que habían salido siempre
victoriosos, y un enemigo que ya había sido derrotado. Los dioses
estaban actuando como generales en su nombre mejor que el mismo
Alejandro, plantándole en la mente a Darío la idea de mover a sus
fuerzas fuera de la espaciosa llanura, y llevarlas a encerrarse en un
lugar estrecho, donde había espacio suficiente para desplegar la
falange con la profundidad justa de adelante para atrás, pero en el que
al enemigo su enorme número le resultaría inútil en la batalla. Agregó
que sus enemigos no igualaban, ni en fuerza ni en valor, a los
macedonios curtidos durante mucho tiempo en conflictos bélicos
plagados de peligros; ahora iban al enfrentamiento directo con los
persas y los medos, hombres debilitados por una larga inmersión en
una existencia llena de lujos, y que, para colmo de males, siendo
hombres libres participaban en la batalla hombro a hombro con
esclavos. Dijo, además, que los griegos en los dos ejércitos no luchaban
por los mismos objetivos, pues aquéllos con Darío desafiaban el peligro
a cambio de una paga, que no era cuantiosa; mientras que los que
estaban de su lado lo hacían voluntariamente en defensa de los
intereses de toda Grecia. Las tropas de aliados tracios, peonios, ilirios y
agrianos, los más robustos y belicosos de los guerreros de Europa iban
a enfrentarse a las huestes más indolentes y afeminadas de Asia. Para
corolario, ellos tenían a un Alejandro al mando de la estrategia contra
Darío. Todas estas cosas las recitó como evidencia de la superioridad
macedonia, y también enumeró las grandes recompensas que
obtendrían, las que estaban a la par del peligro. Les dijo que en la
presente ocasión tendrían que vencer no a sólo los sátrapas de Darío, ni
la caballería desplegada en el Gránico, ni los 20.000 mercenarios
griegos, sino que debían derrotar a la crema de las fuerzas disponibles
de los persas y los medos, así como las de todas las demás razas
súbditas que habitan en Asia, y al actual Gran Rey en persona. Después
de este enfrentamiento, no quedaría para ellos otra que hacer aparte de
tomar posesión de toda Asia, y poner fin a sus muchas y heroicas
fatigas. Les recordó igualmente los brillantes logros colectivos en días
pasados, sin olvidarse de citar por su nombre a quienes se hubiesen
destacado de manera individual por llevar a cabo proezas por amor a
la gloria, elogiándolos por ellas.

Luego habló con toda la modestia posible de sus hazañas


personales en las diversas batallas libradas. También se dice que aludió
a Jenofonte y los diez mil hombres que le acompañaron, añadiendo
que no eran de ninguna manera comparables con ellos, ya sea en
número o en excelencia. Además, los últimos no habían tenido con
ellos a los de Tesalia, Beocia, el Peloponeso, Macedonia, Tracia; o
jinetes, ni nada comparable a la caballería del ejército macedonio. No
tenían arqueros o siquiera honderos cretenses, excepto uno pocos
cretenses y rodios, a quienes entrenó Jenofonte improvisando sobre la
marcha. Sin embargo, pese a sus carencias habían sido capaces de
derrotar completamente al rey persa y sus fuerzas cerca de Babilonia, y
de llegar al mar Euxino venciendo a todos los pueblos en su camino a
medida que fueron avanzando hacia su destino. También empleó otros
muchos argumentos adecuados para que un gran general los utilice
con el fin de alentar a los hombres valientes, en un momento tan crítico
como lo es el previo a la batalla. Sus hombres respondieron con vítores,
pasando adelante a estrechar la mano derecha del rey, instándole a
capitanearlos contra el enemigo sin más demoras, y dándole ánimos
con sus palabras.
CAPÍTULO VIII. ORDEN DE BATALLA DE MACEDONIOS
Y PERSAS

Alejandro ordenó a sus soldados que, por el momento, fueran a


comer, y en el entretiempo envió a algunos de sus jinetes y arqueros a
las Puertas, a explorar la carretera que pasaba por detrás; más tarde, al
anochecer, llevó a la totalidad del ejército para ocupar de nuevo el
paso. Se apoderó de él cerca de la medianoche, e hizo que el ejército se
acomodara para descansar sobre las rocas durante el resto de la noche,
apostando centinelas en las cercanías. En la madrugada, descendieron
desde el paso al camino, que era estrecho en todas partes, por lo que
condujo a su ejército en una columna; pero cuando las montañas se
abrieron para dejar paso a una llanura, permitió el despliegue en
falange, marchando juntas una línea de infantería pesada tras otra, con
la montaña a la derecha y el mar a la izquierda. Hasta ese momento
había sido la caballería la que iba detrás de la infantería, pero al llegar
a campo abierto, el ejército pasó a formar en orden de batalla. En la
primera línea a la derecha, que daba con la montaña, el rey puso a la
guardia real y a los hipaspistas bajo el mando de Nicanor, hijo de
Parmenión; al lado de ellos a la unidad de Coeno, seguida por la de
Pérdicas. Las nombradas tropas llegaban hasta el centro de la
infantería pesada, yendo de derecha a izquierda. En la primera línea
del ala izquierda se encontraba la unidad de Amintas, la de Ptolomeo a
continuación, y cerca de éste la de Meleagro. La infantería de la
izquierda había sido puesta bajo el mando de Crátero, y Parmenión
tenía el mando del ala entera. Dicho general había recibido la orden de
no abandonar su posición paralela al mar, para que los macedonios no
se vieran rodeados por el enemigo, ya que era probable que los
desbordaran por todas partes debido a su superioridad numérica.

Al confirmar Darío que Alejandro se acercaba en orden de


batalla, mandó a 30.000 de su caballería y con ellos a 20.000 de su
infantería ligera a través del río Pinaro, convencido de que sería capaz
de movilizar al resto de sus fuerzas con facilidad más adelante. De su
infantería pesada, la primera línea la formaban los 30.000 mercenarios
griegos para oponerse a la falange macedonia, y a ambos lados estaban
colocados 60.000 de los llamados cardaces, que también son infantería
pesada. El lugar en el que se encontraban podía contener sólo a esta
cantidad en una sola falange. Los persas también desplegaron a 20.000
hombres cerca de la montaña a su izquierda, de cara a la derecha de
Alejandro. Algunos soldados persas estaban apostados en la
retaguardia del ejército de Alejandro, en la parte donde la montaña
posee una hendidura cóncava que forma una especie de bahía como las
del mar, y luego surge hacia adelante, de manera que los hombres
apostados al pie de ella podían colocarse detrás de la derecha de
Alejandro. El resto de la infantería ligera y la infantería pesada de
Darío formaban según las naciones, en líneas sucesivas de una
profundidad nada práctica, e iban detrás de los mercenarios griegos y
el ejército persa dispuestos en falange. El conjunto del ejército de
Darío, se dice, sumaban alrededor de 600.000 hombres.

A medida que Alejandro avanzaba, notó que el terreno se hacia


un poco más ancho, y en consecuencia llamó a los jinetes, tanto de los
Compañeros como de los tesalios y macedonios, y les mandó colocarse
a su lado en el ala derecha. A los peloponesios y el resto de las fuerzas
aliadas griegas los envió donde Parmenión, a la izquierda. Darío
también estaba movilizando a toda su falange; hizo la señal concertada
de antemano para llamar a la caballería apostada enfrente del río con el
propósito expreso de facilitar la organización de su ejército. La mayor
parte de esta caballería se colocó en el ala derecha cerca al mar, frente a
Parmenión, porque allí el terreno era más adecuado para maniobrar a
caballo. Otra parte de ellos se dirigió a la montaña hacia la izquierda.
Pero al darse cuenta de que allí serían inútiles debido a la estrechez del
terreno, Darío les ordenó a la mayoría de ellos girar a la derecha y
unirse a sus camaradas apostados allí. Darío mismo ocupó una
posición en el centro de todo su ejército, como era la costumbre de los
reyes de Persia, cuya explicación ha sido registrada por Jenofonte, hijo
de Grilo.
CAPÍTULO IX. ALEJANDRO CAMBIA LA DISPOSICIÓN DE
SUS FUERZAS

Alejandro descubrió muy pronto que casi toda la caballería persa


había cambiado su posición inicial para ir a su izquierda, al lado el
mar, donde solamente las tropas del Peloponeso y el resto de la
caballería griega se habían apostado; envió a la caballería tesalia allí a
toda velocidad, con orden de no galopar enfrente de la formación, sino
proceder con sigilo por la parte posterior de la falange, para que el
enemigo no viera la nueva disposición. En frente de la caballería a la
derecha, puso a los lanceros al mando de Protomaco, y a los peonios
bajo el de Aristón; frente a la infantería, puso a los arqueros bajo la
dirección de Antíoco, y a los agrianos bajo la de Atalo. Dispuso a
algunos de los jinetes y arqueros??de manera que formasen un ángulo
agudo con el centro hacia la montaña que quedaba a sus espaldas, de
modo que la derecha de la falange se bifurcaba en dos líneas, una de
cara a Darío y el cuerpo principal de los persas más allá del río, y otra
frente a los apostados en la montaña a sus espaldas. Pasaron a engrosar
el ala izquierda la infantería compuesta por los arqueros de Creta y los
tracios bajo el mando de Sitalces, colocándose detrás de la caballería.

Los mercenarios griegos al principio quedaron atrás como


reserva. Sin embargo, Alejandro vio que la derecha de la falange era
muy delgada, y parecía muy probable que los persas la flanquearan;
movió sin ser vistos desde el centro hacia allí a dos escuadrones de la
caballería de los Compañeros, a saber: el de Antemos, cuyo hiparco era
Peroedas, hijo de Menesteo, y el de Leuge, bajo el mando de
Pantordano, hijo de Cleandro. También trasladó a los arqueros, parte
de los agrianos y de los mercenarios griegos a la parte delantera de su
ala derecha y así extendió su línea para flanquear el ala persa. Como
los que se habían ubicado en las elevaciones no se movían ni
descendían, algunos de los agrianos y arqueros cargaron contra ellos
por orden de Alejandro, y los expulsaron con facilidad de la ladera de
la montaña, haciéndoles huir hacia la cima. Hecho esto, Alejandro
comprendió que ya podía hacer uso de las tropas enviadas a
mantenerlos a raya, para reforzar las filas de la falange. Trescientos
jinetes serían más que suficientes para vigilar a los refugiados en la
cumbre.
CAPÍTULO X. BATALLA DE ISSOS

Terminada la reorganización de sus hombres, Alejandro les


permitió descansar un rato antes de volver a movilizarlos hacia
adelante, ante el lento avance del enemigo. Ahora Darío ya no enviaba
a los persas a hostigar a los macedonios como al principio, sino que los
mantenía en la misma posición a la orilla del río; en aquellas laderas
tan empinadas por todos lados, había mandado construir una
empalizada a lo largo de los lugares por donde era más fácil ascender.
Por ello, fue evidente de inmediato para los hombres de Alejandro que
Darío se sentía intimidado. Cuando ambos ejércitos quedaban ya muy
cerca el uno del otro, Alejandro cabalgó en todas direcciones para
exhortar a sus tropas a demostrar su valor; mencionando
elogiosamente los nombres, no sólo de sus generales, sino también los
de los generales de caballería e infantería, y de los simples mercenarios
griegos más distinguidos por rango o por mérito. Desde todos los
lados, le respondían con gritos de no demorarse más y atacar al
enemigo.

Al principio, él condujo a la falange en formación compacta y con


paso mesurado, aunque tenía a las fuerzas de Darío ante las narices; no
fuera a ser que, por una precipitada marcha, cualquier parte de la
falange fluctuara fuera de la línea y se separase del resto. Ya al alcance
de las jabalinas enemigas, Alejandro fue el primero en lanzarse en
dirección al río, y toda el ala derecha le siguió a la carrera; pretendía
causar desconcierto entre los persas con la rapidez de su aparición, y
por haber llegado antes a la primera línea enemiga, los arqueros
contrarios poco daño pudieron infligirle a la vanguardia macedonia.
Todo salió tal como Alejandro esperaba, pues tan pronto como la
batalla se convirtió en una lucha cuerpo a cuerpo, el ejército persa
estacionado en el ala izquierda emprendió la huida, permitiéndoles a
Alejandro y sus hombres ganar una brillante victoria en ese sector.
Pero los mercenarios griegos que peleaban para Darío, atacaron a los
macedonios en el punto donde vieron a su falange toda desordenada.
La derecha de la falange macedónica se había roto y desunido, porque
Alejandro había cargado con prisas hacia el río, y aunque en el
combate mano a mano ya estaba haciendo retroceder a los persas
apostados allí, los macedonios en el centro no habían ejecutado su
tarea con la misma velocidad. Además, debido a que muchas partes de
la orilla eran escarpadas y abruptas, no fueron capaces de conservar el
frente de la falange bien alineado. Allí, pues, la lucha era desesperada.
El objetivo de los mercenarios griegos de Darío era empujar a los
macedonios de nuevo al río, y revertir la victoria, a pesar de que sus
propias fuerzas estaban ya en retirada; el objetivo de los macedonios
era estar a la altura de la manifiesta buena fortuna de Alejandro, y no
manchar la gloriosa reputación de la falange, que hasta ese momento
había podido afirmar que era invencible. Aparte, el sentimiento de
rivalidad que existía entre las razas griega y macedonia inspiraba a
cada bando a dar lo mejor de sí. En esta batalla cayeron Ptolomeo, hijo
de Seleúco, no sin antes probar que era un hombre valiente, y
alrededor de 120 macedonios distinguidos.
CAPÍTULO XI. DERROTA Y HUIDA DE DARÍO

Luego de hacer retroceder a los persas, las tropas macedonias del


ala derecha giraron para ir a socorrer a sus compañeros del centro, que
estaban en apuros a causa de los mercenarios griegos de Darío.
Lograron empujar a éstos lejos del río, y extendiendo las líneas de la
falange por encima de la ahora hundida izquierda del ejército persa,
atacaron a los mercenarios griegos por el flanco, y en un instante
comenzaron a demoler implacablemente sus líneas. En el otro extremo,
la caballería persa destacada frente a la tesalia no se quedó al otro lado
del río durante la lucha, sino que cruzó las aguas para lanzar un
vigoroso ataque contra los escuadrones de Tesalia. El combate que se
desató entre ambas caballerías fue feroz; los persas no cedieron un
palmo hasta que observaron que Darío había huido y los mercenarios
griegos habían sido destrozados por la falange macedonia, y separados
de la caballería. Entonces, la huida de todo el ejército persa se hizo
claramente visible. Demasiado numerosa para moverse a sus anchas
por el terreno, la caballería persa sufrió mucho en la retirada debido a
que los jinetes iban fuertemente armados y galopaban en desorden por
el pánico, apiñados sin ton ni son a lo largo de senderos angostos;
muchos fueron derribados y pisoteados por los que venían detrás,
causando entre sus propios compatriotas la misma cantidad de bajas
que el enemigo. Los tesalios iban en su persecución, cazando a los
fugitivos al vuelo, por lo que la infantería persa tuvo tantas pérdidas
como la caballería.

El ala izquierda de Darío también había sido completamente


derrotada por Alejandro, y el rey persa, al ver que esta parte de su
ejército quedaba ahora separada del resto, no perdió tiempo en huir en
su carro, siguiendo la estela de los fugitivos. Su carro era un transporte
seguro mientras rodara por suelo llano; pero cuando se topó con
barrancos y terreno accidentado, abandonó el carro, despojándose de
su escudo y manto de Media. Incluso dejó su arco en el carro, y
montando a caballo continuó la huida. La oscuridad de la noche que ya
caía, fue lo único que le salvó de ser capturado por Alejandro, pues
éste mantuvo la persecución mientras duró la luz del día. Pero cuando
empezó a oscurecer y el terreno se hizo menos visible, Alejandro volvió
al campamento, llevándose el carro de Darío con el escudo, la capa
meda, y el arco dentro. Había llegado tarde para alcanzar a Darío,
porque, aunque dio media vuelta después de la primera ruptura de la
falange en la formación enemiga, no pudo perseguir al monarca rival
hasta que comprobó que los mercenarios griegos y la caballería persa
habían sido expulsados del río.

De los persas de importancia, fueron abatidos Arsames,


Reomitres y Atizies, que habían comandado la caballería en el Gránico.
Sabaces, sátrapa de Egipto, y Bubaces, de la alta nobleza persa,
también cayeron en la lucha con cerca de 100.000 soldados rasos, de los
que más de 10.000 eran de caballería. Tan grande fue la masacre que
Ptolomeo, hijo de Lago, quien estuvo allí con Alejandro, dice que los
hombres que fueron con él persiguiendo a Darío, llenaron un barranco
con los cadáveres para poder cruzarlo. El campamento de Darío fue
enseguida tomado en el primer asalto; allí se encontraban su madre, su
esposa — que también era su hermana —, y su pequeño hijo. También
estaban con ellas dos hijas de Darío, y unas cuantas mujeres más,
esposas de nobles persas, que servían a las mujeres de la familia real.
Otros aristócratas persas habían enviado a sus mujeres junto con el
resto de sus equipajes a Damasco, porque Darío había enviado a esa
ciudad la mayor parte de su tesoro, y todas las cosas que el Gran Rey
tenía por hábito llevar en su séquito para mantener su lujoso modo de
vida aún durante una expedición militar. Por ello, en el campamento
fueron hallados más de 3.000 talentos, y poco después, el tesoro dejado
en Damasco fue capturado por Parmenión, quien fue enviado allí con
ese propósito.
Tal fue el resultado de esta famosa batalla, que se libró en el mes
de memacterión, siendo Nicostrato el arconte de Atenas.
CAPÍTULO XII. LA FAMILIA DE DARÍO RECIBE BUEN
TRATO DE ALEJANDRO

Al día siguiente, Alejandro, todavía adolorido por una herida de


espada que había recibido en el muslo, visitó a los heridos, y mandó
reunir los cadáveres de los caídos para darles un entierro espléndido
en presencia de todas sus fuerzas, brillantemente dispuestas como para
una batalla. Habló de aquellos a quienes él mismo había visto
desempeñando una acción valiente en plena batalla, y también elogió a
los soldados cuyas hazañas fueron corroboradas por testigos e
incluidas en el informe del día. Igualmente honró a cada uno de ellos
con un obsequio en metálico en proporción a sus méritos. Luego,
posesionó como sátrapa de Cilicia a Balacro, hijo de Nicanor, uno de
los guardaespaldas reales; y para ocupar su lugar entre los guardias de
corps eligió a Menes, hijo de Dionisias. En lugar de Ptolomeo, hijo de
Seleúco, que había muerto en la batalla, puso a Poliperconte, hijo de
Simias, al mando de su batallón. Por último, devolvió a la ciudad de
Soli los cincuenta talentos que todavía adeudaba de la multa que se le
había impuesto, y también les devolvió sus rehenes.

No trató Alejandro con negligencia a la madre, esposa e hijos de


Darío; pues, como cuentan algunos historiadores, la misma noche en
que Alejandro regresó de la persecución, entró en la tienda del rey
persa, que había sido escogida para su uso, y oyó el lamento de las
mujeres y otros ruidos lastimeros no muy lejos de la tienda. Preguntó
quiénes eran aquellas mujeres, y por qué estaban en una tienda tan
cerca de la suya. Alguien le contestó de la siguiente manera:

"Mi rey, la madre, esposa e hijos de Darío se lamentan por él y lo


creen muerto, ya que han sido informadas de que su arco, su manto
real y su escudo están ahora en tu poder. "
Escuchando esto, Alejandro envió a verlas a Leonato, uno de los
Compañeros, con mandato de que les dijera: "Darío está todavía vivo.
En su huida, dejó sus armas y el manto en el carro, y éstos son los
únicos objetos suyos que Alejandro posee. "

Leonato entró en la tienda y les contó a las mujeres las noticias


acerca de Darío, diciéndoles, además, que Alejandro les permitiría
conservar su estatus y un séquito acorde con su rango real, así como el
título de reinas que ostentaban la esposa y la madre de Darío; porque
el rey macedonio no había emprendido la guerra contra Darío por un
sentimiento de odio personal, sino que lo había hecho de manera
legítima por el dominio de Asia. Tales son los relatos de Ptolomeo y
Aristóbulo, pero hay otro que dice que, al día siguiente, Alejandro fue
a verlas en la tienda de campaña, acompañado sólo por Hefestión, uno
de los Compañeros. La madre de Darío, no sabiendo cuál de ellos era el
rey — porque ambos estaban ataviados con ropajes del mismo estilo
—, se acercó a Hefestión, porque le apareció el más alto de los dos, y se
postró ante él. Pero cuando él se echó hacia atrás, y uno de los
asistentes de la reina madre señaló a Alejandro, diciéndole que él era el
rey, quedó muy avergonzada de su error y quiso retirarse. El rey de
Macedonia le dijo que no había cometido ningún error, porque
Hefestión también era un Alejandro.

Dicho relato lo incluyo sin estar seguro de que sea verdad, pero
no lo considero del todo improbable. Si lo que se cuenta realmente
ocurrió, no puedo menos que ensalzar a Alejandro por su trato
compasivo hacia aquellas mujeres, por la confianza que le tenía a aquel
Compañero, y el honor conferido al mismo. Si solamente es algo que
los historiadores creen probable que Alejandro hubiera hecho y dicho
en tal situación, incluso por esta razón creo que es digno de elogio.
CAPÍTULO XIII. HUIDA A EGIPTO DE LOS DESERTORES
MACEDONIOS — REBELIÓN DEL REY AGIS DE ESPARTA —
ALEJANDRO INVADE FENICIA

Darío huyó durante toda de la noche acompañado de unos pocos


sirvientes, pero durante el día siguiente fue recogiendo a su paso a los
persas y los mercenarios griegos que habían escapado de la batalla, un
total de 4.000 hombres. Se dirigió con ellos a marchas forzadas hacia la
ciudad de Tapsaco y el río Éufrates a fin de poner lo más rápido
posible ésa caudalosa franja de agua entre él y Alejandro. Por su lado,
los desertores como Amintas, hijo de Antíoco, Timondas, hijo de
Mentor, Aristomedes de Feres, y Bianor de Acarnania, huyeron del
campo de batalla con los 8.000 soldados bajo su mando; y, pasando por
las montañas, llegaron a Trípoli en Fenicia. Allí se apoderaron de los
barcos atracados a lo largo de la costa, los que previamente habían sido
transportados desde Lesbos; embarcaron en los buques a cuantos
traían consigo, y quemaron los sobrantes, incluyendo los muelles, con
el fin de no dejar al alcance del enemigo los medios para perseguirlos.
Huyeron primero a Chipre; luego a Egipto, donde poco después
Amintas, por entremeterse en las disputas políticas internas, fue
asesinado por los nativos.

Mientras tanto, Farnabazo y Autofrádates, que se alojaban cerca


de Quíos, después de haber establecido una guarnición en la isla,
enviaron algunos de sus barcos a Cos y Halicarnaso; luego, fueron
ellos mismos con cien de sus buques de vela a ocupar la isla de Sifnos.
Al lugar llegó en una trirreme Agis, rey de los lacedemonios, a pedirles
fondos para llevar a cabo la guerra contra Macedonia, y también para
instarlos a enviar con él una fuerza considerable al Peloponeso, tanto
naval como terrestre. Al mismo tiempo, llegaron noticias de la batalla
que se había librado en Issos, alarmando a los comandantes persas. Un
atónito Farnabazo zarpó a Quíos con doce trirremes y 1.500
mercenarios griegos, por temor a que la población intentara llevar a
cabo una rebelión cuando recibiera la noticia de la derrota persa. Agis,
después de recibir treinta talentos de plata y diez trirremes de
Autofrádates, despachó a Hipias para llevar los buques a su hermano
Agesilao en Ténaro; le ordenó también que pidiera a Agesilao pagarles
el sueldo completo a los marineros, y que luego fuera lo más rápido
posible a Creta a fin de poner las cosas en orden allí. Durante un
tiempo, Agis se quedó en las islas, y más tarde se unió a Autofrádates
en Halicarnaso.

Alejandro designó como sátrapa de Celesiria a Menón, hijo de


Cerdimnas, dándole la caballería de los aliados griegos para proteger
el país. A continuación, fue en persona a Fenicia. Sobre la marcha se
encontró con Estratón, hijo de Gerostrato, rey de Arados y de los
pueblos de los alrededores. Su padre Gerostrato servía en la flota de
Autofrádates, así como otros reyes de los fenicios y los chipriotas.
Cuando Estratón estuvo en presencia de Alejandro, le colocó una
diadema de oro sobre la cabeza, y le hizo la promesa de entregarle
tanto la isla de Arados como la próspera ciudad de Maratos, situada en
la parte continental, frente a Arados; también las ciudades de Sigon,
Mariamne, y todos los otros lugares que estaban bajo su dominio y el
de su padre.
CAPÍTULO XIV. RESPUESTA DE ALEJANDRO A LA CARTA
DE DARÍO

Mientras Alejandro se encontraba todavía en Maratos, llegaron


ante él unos embajadores con una carta de Darío, y le suplicaron que
devolviera a la madre, esposa e hijos del rey persa, como se les había
ordenado hacer para reforzar la petición por escrito. La carta le
recordaba al monarca macedonio la amistad y la alianza que había
existido entre Filipo y Artajerjes; y que cuando Arses, hijo de Artajerjes,
ascendió al trono, Filipo fue el primero en tomar medidas hostiles
contra los persas, aunque no hubo provocación por parte de los
segundos. De la misma manera, Alejandro, desde el momento en que
Darío comenzó su reinado en Persia, no había enviado ninguna
embajada a él para reafirmar la amistad y la alianza que durante tanto
tiempo habían existido entre ambos pueblos, sino que había cruzado a
Asia con su ejército y había perjudicado en gran medida los intereses
persas. Por esta razón, él había venido en persona a defender su tierra
y preservar el imperio de sus ancestros. En cuanto a la batalla pasada,
Darío aceptaba que se había decidido de acuerdo con la voluntad de
los dioses. Y ahora, le pedía de vuelta a su reina capturada, su madre y
sus hijos, porque deseaba formalizar un pacto de amistad con
Alejandro, y convertirse en su aliado. Para ello, le rogaba que enviara
sus propios embajadores con Menisco y Arsimas, los mensajeros
persas, para que recibieran sus promesas de fidelidad en nombre de
Alejandro.

Alejandro envió su respuesta con Tersipo, quien partió con los


hombres que habían venido de parte de Darío, con instrucciones de
entregar la carta a Darío en persona, pero sin abrir negociaciones de
ningún tipo con él. La carta de Alejandro decía así:
"Tus antepasados??invadieron Macedonia y el resto de Grecia, y
nos sometieron a todos a malos tratos, sin ningún tipo de ofensa de
nuestra parte. Fui nombrado comandante en jefe de los griegos, que
desean vengarse de los persas por los mencionados motivos, y crucé a
Asia para cumplir con su mandato; pero las hostilidades las iniciaste
tú. Tú, Gran Rey, enviaste ayuda a Perinto cuando se rebeló
injustamente contra mi padre; y antes de ti, Ocos había enviado tropas
a Tracia, que estaba bajo nuestro dominio. A mi padre le asesinaron
conspiradores instigados desde tu trono, como te has jactado en tus
cartas; y también eres responsable del asesinato de tu predecesor
Arses, así como del de Bagoas, aprovechándote de métodos inicuos y
contrarios a las leyes de Persia para hacerte con el trono. Has sido un
gobernante injusto para tus súbditos.”

“Has enviado cartas a los griegos hostiles a mí, instándolos a


hacerme la guerra. También has enviado dinero a los lacedemonios, y a
algunos otros griegos; pero ninguno de los estados lo ha aceptado,
salvo los lacedemonios. Tus agentes fueron los causantes de la
destrucción de los que eran mis amigos, y han tratando de disolver la
liga que yo había formado con los griegos, y es por ello que he salido al
campo de batalla en contra tuya, pues eres quien comenzó el conflicto.
Desde que he vencido a tus generales y sátrapas en las recientes
batallas, y ahora que te he vencido a ti y tus fuerzas de la misma
manera, yo soy, con el favor de los dioses, el que domina tus
territorios. Tengo conmigo a muchos de los hombres que lucharon en
tu ejército que no murieron en la batalla, y han venido a mí en busca de
refugio; los protejo, y me siguen, no en contra de su propia voluntad,
sino que están sirviendo en mi ejército como voluntarios.”

“Ven, pues, a mí, ya que soy ahora señor de toda Asia. Pero si
tienes miedo de sufrir un trato cruel de mi parte en caso de que lo
hagas, envía antes a algunos de tus leales cortesanos para recibir mi
palabra de que se te tratará como yo aseguro. Ven a mí entonces, y
pídeme tú mismo a tu madre, esposa e hijos, y todo lo que desees y
pidas lo recibirás; nada te será negado. Pero, en el futuro, cada vez que
envíes mensajeros a mí, tus peticiones las debes dirigir como al
soberano de Asia, y no como a un igual. Ahora, cada vez que tengas
necesidad de algo, me hablarás como al hombre que es señor de todas
tus posesiones; si actúas de otro modo, te consideraré un malhechor. Y
si disputas mi derecho al reino, ponte de pie y libra otra batalla por él;
pero no salgas corriendo otra vez, porque tengo la intención de
marchar a enfrentarte dondequiera que vayas. "

Tal fue la carta que envió el rey Alejandro a Darío.


CAPÍTULO XV. TRATO A LOS EMBAJADORES GRIEGOS
CAPTURADOS — RENDICIÓN DE BIBLOS Y SIDÓN

Cuando Alejandro comprobó que todo el tesoro de Darío


guardado en Damasco con Cofen, hijo de Artabazo, había sido
capturado por sus hombres, y que también tenían como prisioneros a
los persas que se habían quedado a cargo de los cofres, así como el
resto de la propiedad real; le ordenó a Parmenión tomar el tesoro de
vuelta a Damasco, y resguardarlo allí. Mandó asimismo que le
enviaran a los embajadores griegos que habían llegado para hacer
tratos con Darío antes de la batalla, y que habían sido capturados. Se
trataba de Euticles, un espartano, Tesalisco, hijo de Ismenio,
Dionisodoro, vencedor en los Juegos Olímpicos tebanos, e Ifícrates, hijo
del famoso general del mismo nombre, un ateniense. Cuando dichos
hombres llegaron a la presencia de Alejandro, él puso inmediatamente
en libertad a Tesalisco y Dionisodoro, a pesar de ser tebanos; en parte
por compasión hacia la destruida Tebas, y en parte porque
aparentemente habían demostrado que su comportamiento era
perdonable. Su ciudad natal había sido reducida a cenizas por los
macedonios, y por ello estaban tratando de obtener de Darío y los
persas cualquier cosa que pudiera socorrerles a ellos mismos, y tal vez
también a su ciudad natal. Así lo creía Alejandro, que tuvo compasión
de los dos y los liberó; aclarándole a Tesalisco que lo hacía por respeto
a su linaje, por pertenecer a las filas de los hombres ilustres de Tebas. A
Dionisodoro le explicó que, en su caso, lo hacía por ser un vencedor de
los Juegos Olímpicos; y en cuanto a Ifícrates, lo mantuvo a su servicio
por el resto de su vida, tratándolo con todos los honores especiales
debidos tanto a la amistad con la ciudad de Atenas, como al recuerdo
de la gloria de su padre. Cuando el ateniense falleció de enfermedad
poco después, el rey macedonio envió sus huesos a sus parientes en
Atenas. A Euticles lo puso al principio bajo custodia, aunque sin trabas
a sus movimientos, porque era un lacedemonio; un hombre
prominente de una ciudad que, en ese momento, era hostil a
Macedonia de manera abierta, y porque no veía en aquel individuo
nada que justificara otorgarle el perdón. Después, cuando Alejandro
acumuló éxitos todavía mayores, le devolvió su libertad.

Alejandro salió de Maratos para tomar posesión de Biblos, y


luego de Sidón en términos de la capitulación ofrecida por un enviado
de la última ciudad, que detestaba a los persas. De allí, siguió hasta
Tiro, cuya embajada le salió al encuentro y se reunió con él sobre la
marcha, anunciándole que los tirios habían decidido obedecer todo lo
que el macedonio dispusiera. Alejandro elogió a la ciudad y a sus
embajadores, y les ordenó regresar y decirles a los tirios que deseaba
entrar en la ciudad para ofrendar un sacrificio a Heracles. El hijo del
rey de los tirios era uno de los embajadores, y los otros hombres de la
comitiva eran todos ciudadanos notables; sin embargo, el rey Azemilco
se hallaba con la flota de Autofrádates.
CAPÍTULO XVI. EL CULTO DE HERACLES EN TIRO —
NEGATIVA DE LOS TIRIOS A RECIBIR A ALEJANDRO

La razón de la petición fue que en Tiro existía un templo de


Heracles, el más antiguo de todos los que se conocen. No estaba
dedicado al Heracles argivo, el hijo de Alcmena, sino a otro Heracles
que era honrado en Tiro muchas generaciones antes de que Cadmo
partiera de Fenicia y se instalara en Tebas; antes de que naciera Sémele,
la hija de Cadmo, de la que nació Dioniso, hijo de Zeus. Tal Dioniso
sería, por tanto, de la tercera generación de los descendientes de
Cadmo, pues era contemporáneo de Lábdaco, hijo de Polidoro, el hijo
de Cadmo; mientras que el Heracles argivo vivió en la época de Edipo,
hijo de Layo. Los egipcios también adoraban a otro Heracles, distinto
del tirio y del griego. Heródoto dice, sin embargo, que los egipcios
consideraban a Heracles uno de los doce dioses principales, así como
los atenienses adoraban a un Dioniso diferente, el hijo de Zeus y Core,
y que el canto místico llamado Yaco se cantaba para este Dioniso, no
para el de Tebas. Por mi parte, yo estoy convencido de que el Heracles
adorado por los iberos de Tartessos, donde están los pilares que se
llaman de Heracles, es el mismo Heracles tirio, pues Tartessos fue una
colonia fenicia, y el templo de Heracles se construyó con un estilo
arquitectónico fenicio y los sacrificios eran allí ofrecidos al uso de los
fenicios. El historiador Hecateo dice que Gerión, contra quien el
Heracles argivo fue enviado por Euristeo para arrebatarle sus bueyes y
llevarlos a Micenas, no tenía nada que ver con la tierra de los íberos; ni
fue Heracles enviado a ninguna isla llamada Erytia más allá del Gran
Mar, pues Gerión gobernaba como rey en una parte del continente —
Epiro — alrededor de Ambracia y Anfíloco, y allí fue donde Heracles
llevó a los bueyes, tarea nada fácil. Yo sé que en la actualidad ésa parte
del continente es rica en tierras de pastoreo y cría una muy fina raza de
bueyes, y no considero fuera de toda probabilidad que la fama de los
bueyes de Epiro, y el nombre del rey Gerión de Epiro, hubieran llegado
a oídos de Euristeo. Pero no creo que Euristeo conociera siquiera el
nombre del rey de los iberos, que fueron la más remota de las naciones
de Europa; o que supiera que una excelente raza de bueyes pastaban
en sus tierras. A menos que alguien, mediante la introducción de Hera
en el cuento, hiciera que ella diera tales órdenes a Heracles por
intermedio de Euristeo, para disfrazar por medio de semejante fábula
lo increíble de la historia.

Pues bien, era al Heracles tirio a quien Alejandro dijo que quería
ofrecer sacrificios. Sin embargo, cuando su mensaje llegó a Tiro por
boca de los embajadores, el pueblo aprobó un decreto que obligaba a
conceder cualquier petición de Alejandro, pero sin admitir en la ciudad
a ningún persa o macedonio, con el argumento de que bajo las actuales
circunstancias ésa era la respuesta más diplomática, y la política a
seguir en cuanto a la guerra, cuyo derrotero aún no estaba claro. Al
escuchar la respuesta de Tiro, Alejandro despidió a los embajadores
tirios hecho una furia. Luego, convocó a un consejo a los Compañeros
y los generales de su ejército, junto con los oficiales de infantería y
caballería, y les habló sobre lo ocurrido.
CAPÍTULO XVII. DISCURSO DE ALEJANDRO ANTE SUS
OFICIALES

Alejandro habló a sus hombres de la siguiente manera:

“Amigos y aliados, veo que una expedición a Egipto no será


segura para nosotros mientras los persas mantengan su superioridad
en el mar, y tampoco está exenta de amenazas la ruta por tierra; entre
otros motivos, por el estado de las cosas en Grecia, y porque tenemos
que perseguir a Darío dejando en la retaguardia a la ciudad de Tiro,
cuya lealtad es dudosa, y Egipto y Chipre están ocupados por los
persas. Estoy preocupado porque, al tiempo que avanzamos con
nuestras fuerzas hasta Babilonia en búsqueda de Darío, los persas
podrían reconquistar las provincias marítimas. Aparte, podrían
trasladar la guerra a Grecia con un ejército más grande, teniendo en
cuenta que los lacedemonios están ahora librando sin disimulo una
guerra contra nosotros; y la ciudad de Atenas está pacificada solamente
por el momento, más por temor que por buena voluntad hacia
nosotros.”

“Pero si capturamos Tiro, el conjunto de Fenicia caerá en nuestro


poder, y la flota de los fenicios, que es la más numerosa y diestra de la
marina persa, con toda probabilidad también será nuestra. Los
navegantes fenicios no podrán hacerse a la mar en nombre de terceros,
cuando vean que sus propias ciudades están siendo ocupadas por
nosotros. Después de esto, Chipre o se rendirá a nosotros sin demora, o
será capturado con facilidad con el simple desembarco de una fuerza
naval; y luego la isla pasará a alinear sus barcos con los de Macedonia,
como harán los fenicios. De esta manera, adquiriremos el dominio
absoluto del mar, y la expedición a Egipto se convertirá en un asunto
fácil para nosotros. Después de haber logrado el sometimiento
completo de Egipto, y libres ya de cualquier preocupación por Grecia y
nuestra propia tierra, seremos capaces de emprender la expedición a
Babilonia con la tranquilidad de saber resueltos los asuntos de casa; al
mismo tiempo, nuestra reputación será aún mayor por haber
arrebatado al resto del imperio persa todas las provincias marítimas, y
todas las tierras de este lado del Éufrates.”
CAPÍTULO XVIII. COMIENZA EL SITIO DE TIRO —
CONSTRUCCI Ó N DE UN MUELLE DESDE EL CONTINENTE
HASTA LA ISLA

Con el mencionado discurso, al rey le resultó fácil persuadir a sus


oficiales para emprender un ataque contra Tiro. Por otra parte, se
sentía alentado por una admonición divina: la misma noche tuvo un
sueño en el que se veía a sí mismo acercándose a los muros de Tiro, y
Heracles se le aparecía de pronto, le tomaba de la mano derecha y le
llevaba dentro de la ciudad. Esto fue interpretado por Aristandro en el
sentido de que Tiro sería capturada con muchísimo esfuerzo, tal como
las hazañas de Heracles fueron muy laboriosas. Sin duda, el sitio de
Tiro era el mayor desafío que enfrentaban los macedonios hasta ese
día, ya que la ciudad era una isla fortificada y con altos muros por
todos lados, que llegaban hasta el mar. Encima de esto, cualquier
operación naval en ese momento se saldaría a favor de los tirios,
porque los persas aún poseían la supremacía en el mar, y los mismos
tirios tenían a muchos de sus barcos en la isla.

Sin embargo, los argumentos de Alejandro prevalecieron; se


decidió que se iba a construir un muelle que fuera de la parte
continental a la ciudad amurallada. El lugar elegido era un angosto
estrecho, de aguas poco profundas y fangosas cerca de la parte
continental; y en la parte cerca de la ciudad, la más profunda del canal,
el mar tenía tres brazas de profundidad. Había en el lugar un
suministro abundante de piedras y bastante madera, que los ingenieros
de Alejandro emplearon para convertir en estacas colocadas encima de
las piedras. Las estacas se fijaron con facilidad en el fango, que a su vez
servía como una especie de cemento para mantener firmes las piedras.
El celo de los macedonios en la construcción del muelle era grande, y
se incrementó por la presencia del mismo Alejandro, quien tomaba la
iniciativa en todo; iba por ahí ya animando con palabras o premios a
sus hombres para esforzarse todavía más, ya aligerando la carga de
aquellos que estaban trabajando más que sus compañeros por el deseo
de ganar elogios a sus esfuerzos de parte de su rey.

La parte del muelle que se construía cerca de la parte continental


progresó fácil y rápidamente, ya que sólo había que verter el material
en una pequeña porción de aguas poco profundas, y no había nadie
que se lo impidiera. Pero a medida que se internaban en aguas más
profundas, en dirección a la ciudad de Tiro propiamente dicha, la labor
de los ingenieros se vio seriamente afectada al ser atacados con
proyectiles lanzados desde las muy altas murallas; no podían
defenderse, ya que habían sido expresamente preparados para un
determinado trabajo en lugar de para la lucha. Como los de Tiro
conservaban el dominio naval, arremetían con sus trirremes contra
varias partes del muelle, haciendo imposible que los macedonios
pudieran continuar vertiendo el material en el estrecho. Como
reacción, estos últimos construyeron dos torres en el muelle, que ya
ocupaba una larga franja de mar, y en estas torres colocaron las
catapultas y balistas. Cubiertas de pieles sin curtir se colocaron delante
de ellas para evitar que fueran alcanzadas por proyectiles incendiarios
lanzados desde las murallas tirias, y al mismo tiempo, para servir de
pantalla protectora contra las flechas para los que trabajaban en el
dique. Se pretendía, además, impedir que los barcos tirios siguieran
haciendo incursiones cerca de los hombres comprometidos en la
construcción del muelle, causarles daño y retirarse sin estorbos, pues
ahora se respondería a sus ataques desde las torres.
CAPÍTULO XIX. EL SITIO DE TIRO

Para contrarrestar esto, los tirios adoptaron una nueva


estratagema. Llenaron una nave, que había sido utilizada para el
transporte de caballos, con ramas secas y madera de combustión
rápida; colocaron otros dos mástiles en la proa, y fabricaron vallas a lo
largo de toda la circunferencia del barco, lo suficientemente altas para
que el buque pudiera contener tanta paja y antorchas como fuera
posible. En este barco cargaron grandes cantidades de alquitrán,
azufre, y todo lo que se calculó necesario para crear un incendio
enorme. También extendieron una doble verga en cada mástil, de las
que colgaban calderos en que se habían vertido o fundido materiales
para avivar las llamas, y que se extendieran a una gran distancia. A
continuación, lastraron la popa, a fin de elevar la proa en el aire.
Favorecidas por el viento que soplaba en dirección al muelle, dos
trirremes sujetaron a la embarcación por ambos lados y la remolcaron
hacia él. Tan pronto como se acercaron al muelle y las torres,
dispararon flechas encendidas contra la leña al mismo tiempo que la
embarcación encallaba violentamente contra un extremo del muelle.
Los hombres en el barco escaparon fácilmente nadando tan pronto
como se le prendió fuego. Una gran llama pronto envolvió a las torres,
atizada por el contenido de los calderos que se habían preparado para
encenderla. La tripulación de las trirremes permaneció cerca del
muelle, disparando flechas contra las torres, por lo que era peligroso
para los macedonios acercarse a apagar el fuego. Tras esto, cuando las
torres ya estaban siendo devoradas por las llamas, una partida de tirios
se apresuró a salir de la ciudad en botes ligeros, y atacaron las partes
intactas del muelle; destruyeron la empalizada que había sido colocada
a ambos lados para su protección, y quemaron todas las máquinas de
guerra a las que el fuego no había tocado.
No obstante, Alejandro persistió. Ordenó enseguida construir
otro muelle más ancho desde la parte continental, capaz de contener
más torres, y a sus ingenieros les dijo que volvieran a fabricar nuevas
piezas de artillería. Mientras sus hombres se apresuraban a cumplir
estas órdenes, Alejandro tomó a los hipaspistas y agrianos para ir a
Sidón, a reunir allí todos los trirremes que pudiera hallar. Se había
dado cuenta de que el éxito del sitio sería mucho más difícil de
alcanzar si los tirios conservaban su superioridad en el mar.
CAPÍTULO XX. TIRO ES ASEDIADA POR TIERRA Y MAR

En esos días, Gerostrato, el rey de Arados, y Enilo, el rey de


Biblos, tras cerciorarse de que sus ciudades habían caído en manos de
Alejandro, decidieron abandonar a Autofrádates y la flota bajo su
mando para unirse al rey de Macedonia con sus dos fuerzas navales
combinadas, acompañadas por trirremes sidonias, de modo que
contabilizaban un total de ochenta naves fenicias. Casi al mismo
tiempo, llegaron nueve trirremes de Rodas, incluyendo la nave
capitana Peripolos, guardiana de la isla. De Soli y Malos también
vinieron tres barcos, y de Licia diez. De Macedonia llegó una nave de
cincuenta remos, en la que venía Proteo, hijo de Andrónico. Poco
después, también los reyes de Chipre mandaron a Sidón cerca de 120
barcos cuando se enteraron de la derrota de Darío en Issos; muy
temerosos de lo que pudiera pasarle a su isla, porque el conjunto de
Fenicia ya estaba en poder de Alejandro. Para todos éstos, Alejandro
proclamó el perdón por su conducta anterior, ya que parecía que se
habían unido a la flota persa por necesidad, no por elección propia.
Una vez se hubo asegurado de que nuevas piezas de artillería se
estaban construyendo para él, y los barcos se iban equipando para un
ataque naval contra la ciudad de Tiro; Alejandro tomó algunos
escuadrones de caballería, arqueros y a los agrianos para una
expedición a la cadena de montañas llamada Antilíbano. Después de
haber sometido algunas tribus montañesas por la fuerza o por
rendición voluntaria, regresó a Sidón al cabo de diez días. Aquí
encontró a Cleandro, hijo de Polemócrates, recién llegado del
Peloponeso con 4.000 mercenarios griegos.

Cuando la flota se hubo organizado como era debido, se


embarcaron en ella solamente la cantidad de hipaspistas que a
Alejandro le pareció suficiente para la acción que llevarían a cabo; en
caso de que, por supuesto, el enfrentamiento naval resultara ser más
una cuestión de romper la línea enemiga y cargar a través de ella, que
de luchar cuerpo a cuerpo. La flota macedonia levó anclas en Sidón y
navegó hacia Tiro con sus barcos dispuestos en el orden correcto, con
su rey situado en el ala derecha, acompañado de los reyes de los
chipriotas y los fenicios; excepto Pnitágoras, que estaba al mando del
ala izquierda con Crátero. Los tirios, hasta entonces tan resueltos a
librar una batalla naval si Alejandro intentaba asaltar su ciudad por vía
marítima, vieron con sorpresa aparecer la multitudinaria flota
enemiga; no se habían enterado todavía de que Alejandro tenía todas
las naves de los chipriotas y fenicios. No menos les sorprendió ver que
él en persona se hallaba a bordo de uno de los barcos. La flota de
Alejandro se detuvo en mar abierto un poco antes de llegar a la ciudad,
con el fin de provocar a los navíos tirios a salir para empezar una
batalla; pero después, como el enemigo no se hizo a la mar aunque
estaban dispuestos en posición de combate, avanzaron al ataque con
toda la velocidad que permitían sus remos. Al ver que los contrarios se
les venían encima, los tirios decidieron no entrar en combate en el mar,
sino que se dedicaron a bloquear el paso de los buques enemigos
posicionando sus trirremes en las bocas de sus puertos, de manera que
la flota contraria no podría encontrar anclaje en ninguno de ellos.

Viendo que los de Tiro no se atrevían a enfrentarle en el mar,


Alejandro mandó a la flota navegar hasta quedar muy cerca de la
ciudad, pero sin tratar de forzar la entrada en el puerto en dirección a
Sidón, debido a la estrechez de su boca, y porque vio que la entrada
había sido bloqueada con muchas trirremes con sus proas vueltas hacia
él. Sin embargo, los fenicios cayeron sobre las tres trirremes amarradas
un poco más lejos en la boca del puerto; y embistiéndolas por la proa,
lograron hundirlas. Los tripulantes pudieron ponerse a salvo nadando
hasta territorio amigo. Entonces, Alejandro mandó que sus barcos
fueran amarrados a lo largo de la costa, no lejos del muelle ya
reconstruido, donde no parecía haber refugio de los vientos; y, al día
siguiente, ordenó a los chipriotas ir con sus barcos y Andrómaco como
almirante a anclar cerca de la ciudad, frente al puerto que está
orientado hacia Sidón, y a los fenicios a hacer lo mismo frente al puerto
que mira hacia Egipto, situado al otro lado del muelle, donde quedaba
la tienda de campaña de Alejandro.
CAPÍTULO XXI. CONTINUACIÓN DEL SITIO DE TIRO

Alejandro había conseguido traer muchos ingenieros de Chipre y


de toda Fenicia, por lo que toda la maquinaria de asalto necesaria fue
prontamente fabricada; algunas piezas se colocaron sobre el muelle,
otras en buques de los que son utilizados para el transporte de
caballos, venidos desde Sidón, y también algunas en las trirremes, que
no eran barcos rápidos. Concluidos todos los preparativos, el rey
mandó subir la artillería al muelle reconstruido; desde allí los
macedonios comenzaron a disparar a las murallas tirias, en sincronía
con la artillería de los barcos anclados en distintas partes cerca de las
murallas, para así demostrar su fuerza. Los tirios erigieron torres de
madera en sus almenas frente al muelle, desde las que entorpecían el
trabajo del enemigo; y cuando las máquinas de la artillería enemiga
fueron llevadas a otra parte fuera del rango de tiro, se defendieron
lanzando proyectiles y flechas incendiarias contra las naves, con lo que
disuadieron a los macedonios de acercarse mucho a los muros.

Las murallas de Tiro en la parte que quedaba frente al muelle


tenían unos ciento cincuenta pies de altura, con una anchura en
proporción, y estaban construidas con grandes piedras unidas con
argamasa. No fue fácil para los caballos, los transportes y los trirremes
macedonios ir transfiriendo una a una las piezas de la artillería hasta la
muralla, lo más cerca posible de la ciudad, ya que una gran cantidad
de piedras lanzadas por las catapultas tirias cayeron al mar,
impidiéndoles acercarse para comenzar el asalto. Alejandro estaba
decidido a retirar las piedras, lo que se llevó a cabo con los buques y no
desde tierra firme; pero se trataba de un trabajo muy difícil, sobre todo
porque los tirios colocaron un ingenio metálico en la proa de las naves,
las dirigieron junto a los anclajes de las trirremes macedonias, y
cortaron los cables de las anclas por debajo, de manera que les
resultara imposible permanecer amarradas. Alejandro hizo cubrir los
flancos de sus embarcaciones de treinta remos con protecciones, de la
misma manera que los tirios, y las colocó transversalmente en la parte
delantera de los barcos anclados, con lo que el asalto fue repelido. A
pesar de esto, los buzos de Tiro nadaron en secreto para colocarse
debajo de los navíos macedonios, y cortaron sus cables. Los
macedonios pasaron a utilizar cadenas como anclas en lugar de cables,
para que los buzos no pudieran causar más perjuicios. Entonces,
pudieron dedicarse a atar las piedras con nudos corredizos y
arrastrarlas desde el muelle, y catapultarlas a aguas profundas, donde
ya no harían daño al ser arrojadas contra los macedonios.

Los barcos ahora se acercaban sin estorbos a la parte de las


murallas donde se habían arrojado las piedras, ya totalmente
despejada. Los tirios se vieron presionados desde todas partes, y
decidieron realizar un ataque de distracción contra los barcos de
Chipre fondeados frente al puerto orientado hacia Sidón. Durante
mucho tiempo, mantuvieron extendidas las velas de sus barcos a lo
largo de la boca del puerto, a fin de que no fuera perceptible desde el
otro bando que embarcaban soldados en sus trirremes. Alrededor de
mediodía, cuando los marineros solían dispersarse en busca de los
pertrechos necesarios, y Alejandro por lo general dejaba la flota para
descansar en su tienda en el otro lado de la ciudad, los tirios
embarcaron en tres quinquerremes, un número igual de cuatrirremes y
siete trirremes con los más expertos de los remeros, y con los mejores
soldados acostumbrados a luchar en las cubiertas de los barcos, así
como con los hombres más osados en cuanto a maniobras navales. En
un primer momento, remaron lentamente y en silencio en una sola fila,
moviendo los remos sin ningún tipo de señal de los capataces que
marcan el tiempo a los remeros. Cuando ya estaban todas las proas
viradas de cara a los chipriotas, y suficientemente cerca para ser vistos
por ellos, los tirios lanzaron fuertes gritos de guerra y aliento para sus
colegas, e iniciaron la embestida remando a todo pulmón.
CAPÍTULO XXII. ASEDIO DE TIRO — DERROTA NAVAL
DE LOS TIRIOS

Sucedió ese día que Alejandro se retiró a su tienda, pero después


de un corto período de tiempo regresó a su barco; no era su costumbre
tomar descansos prolongados. Los de Tiro cayeron de improviso sobre
los barcos anclados, encontrando algunos completamente vacíos, y
otros atendidos solamente por una fracción de la tripulación que se
encontraba presente en el momento del ataque. En la primera ofensiva,
los tirios hundieron la quinquerreme del rey Pnitágoras, el barco de
Androcles de Amatos y el de Pasicrates de Curión; y destrozaron las
otras naves empujándolas hacia tierra firme.

Viendo lo que hacían las trirremes de Tiro, Alejandro gritó


órdenes a sus hombres de embarcarse deprisa en tantos de los barcos
bajo su mando que estuvieran a mano, e ir a tomar posición en la boca
del puerto, de modo que la salida quedaba obstruida para los tirios.
Luego, él en persona se puso al mando de las quinquerremes y cinco
trirremes antes de que los demás estuvieran listos, y dio la vuelta a la
ciudad para enfrentar a los tirios, que habían zarpado desde ese
puerto. Los hombres que observaban desde las murallas, al ver que el
mismo Alejandro lideraba el contraataque de su flota, comenzaron a
llamar a voces a sus propios buques, exhortándoles a que regresaran;
pero sus gritos no eran audibles a causa del estrépito provocado por
los barcos involucrados en la ofensiva, y debieron ordenarles retirarse
por medio de señales. La flota tiria tardó bastante tiempo en darse
cuenta del inminente ataque de la flota de Alejandro, y viró para huir
hacia el puerto; algunos de sus barcos lograron escapar, pero la
mayoría fueron embestidos por los barcos de Alejandro, quedando
varios de ellos no aptos para volver a navegar, y una quinquerreme y
una cuatrirreme fueron capturadas en la misma boca del puerto. La
cantidad de bajas entre los marineros tirios no fue tan grande, porque
se tiraron al mar tan pronto sus naves fueron abordadas por el
enemigo, y se pusieron a salvo sin dificultad nadando hasta el puerto.

Ahora que los tirios ya no podían obtener ninguna ayuda de sus


barcos, los macedonios pudieron arrimar sus artefactos de guerra a las
murallas de la ciudad. La artillería que fue apostada por el muelle
enfrente de la ciudad, no pudo causar un daño que valiera la pena
debido a lo resistentes que eran las murallas en ese sector. Otros de los
griegos acercaron algunos de los barcos transportando la artillería a las
murallas de la parte de la ciudad orientada hacia Sidón. Sin embargo,
tampoco allí tuvieron éxito. Alejandro les mandó pasar a la parte
proyectada hacia el viento del sur y hacia Egipto, y probar la fuerza de
la artillería bombardeando la muralla desde todas partes. Aquí, una
porción de la muralla que estaba siendo fuertemente sacudida por las
descargas de la artillería, tembló y cayó hecha pedazos. Alejandro trató
de llevar a cabo una tentativa de asalto a la muralla, lanzando un
puente sobre la parte donde se abrió la brecha. Pero de nuevo los tirios
rechazaron sin mucha dificultad a los macedonios.
CAPÍTULO XXIII. ASALTO A LAS MURALLAS DE TIRO

Tres días más tarde, después de haber esperado por un mar en


calma, y habiendo pronunciado un discurso de aliento ante los oficiales
de cada unidad que iba a participar en la maniobra, Alejandro ordenó
a los barcos cargados con la artillería acercarse de nuevo a la ciudad.
Éstos machacaron la muralla por donde habían logrado derribar un
tramo grande, y cuando la brecha parecía ser lo suficientemente
amplia, Alejandro ordenó retirarse a los barcos con la artillería, y
mandó acercarse a otros dos que llevaban pasarelas de madera, las que
tenía la intención de lanzar sobre la brecha en el muro. Los hipaspistas
bajo el mando de Admeto estaban en uno de estos barcos, listos para el
transbordo hasta la muralla; en el otro iban los del batallón de Coeno,
llamados los Compañeros de a pie. Alejandro, por su parte, se hallaba
al frente de los guardias reales, atento a la primera oportunidad para
escalar la pared por donde fuera posible.

Alejandro ordenó a algunas de las trirremes dirigirse hacia


ambos puertos, para ver si podían forzar la entrada por cualquier
medio mientras los tirios estuvieran entretenidos en combatirle a él.
También ordenó a las trirremes que contenían la artillería o llevaban a
los arqueros en cubierta, a dar la vuelta a los muros y descargar una
cortina de proyectiles allí donde consideraran necesario; debían
mantenerse dentro del rango de tiro de la artillería cuanto fuera
posible, para distraer a los tirios mediante una granizada de proyectiles
desde todas partes, y que no supieran adónde acudir primero para
repeler los ataques simultáneos. Cuando los buques de Alejandro
finalmente lograron asentar sus puentes sobre el muro, los hipaspistas
subieron valientemente a ellos y corrieron hacia la brecha detrás de su
comandante Admeto, quien demostró una impresionante valentía en
aquella ocasión. Alejandro les siguió pisándoles los talones, como un
corajudo participante en la acción misma, y??como testigo de brillantes
proezas y peligrosas demostraciones de valor realizadas por sus
hombres. De hecho, la sección de la muralla que fue la primera en ser
capturada fue ésa donde Alejandro se había situado; allí los tirios
fueron fácilmente derrotados tan pronto los macedonios pudieron
hacerse con una sección donde plantarse firmemente, y que no fuera
abrupta por todas partes. Admeto fue el primero en llegar arriba, pero
mientras gesticulaba desde allí para animar a sus hombres a escalar la
muralla, fue atravesado por una lanza y murió en el acto.

Alejandro y los Compañeros subieron detrás de él; se apoderaron


de toda la muralla, y capturaron algunas de las torres y las partes de
los muros que iban de una torre a otra; luego avanzaron a través de las
almenas hasta el palacio real, lado por cual el descenso a la ciudad
parecía menos complicado.
CAPÍTULO XXIV. CAPTURA DE TIRO

Volviendo al relato de qué hacia la flota, los fenicios situados


enfrente del puerto orientado hacia Egipto, donde se habían mantenido
anclados, de pronto irrumpieron por la fuerza en la boca del puerto
rompiendo las barreras en pedazos, y destrozaron los barcos enemigos
en el puerto; embistieron a algunos de ellos en aguas profundas, y
empujaron al resto hacia tierra firme. Los chipriotas también hicieron
su entrada en el puerto orientado hacia Sidón, que no tenía ninguna
cadena atravesada en la boca, y lograron una rápida captura de esta
sección de la ciudad. El cuerpo principal del ejército tirio huyó de las
murallas cuando cayeron en posesión del enemigo, y fueron a reunirse
frente a lo que se llamaba el templo de Agenor, donde se parapetaron
para resistir a los macedonios. A éstos fue a enfrentar Alejandro,
seguido por los guardias reales; derrotó a los hombres que allí
lucharon, y persiguió a los que lograron huir.

Espantosa fue la masacre que siguió, llevada a cabo por los


soldados que irrumpieron en la ciudad desde ambos puertos, y por el
batallón de Coeno, que también acababa de entrar. Los macedonios
avanzaban implacables y caían llenos de rabia sobre los tirios;
enfurecidos en parte por la larga duración del asedio y en parte porque
los tirios, habiendo capturado a algunos de sus enviados de Sidón, los
habían subido a las murallas, donde eran visibles desde el
campamento macedonio, y allí los degollaron. Después de matarlos,
habían arrojado los cuerpos al mar. Unos 8.000 de los tirios fueron
asesinados; y de los macedonios, además de Admeto, que había
demostrado ser un hombre valeroso al ser el primero en escalar el
muro, veinte de los guardias reales murieron en el asalto a las
murallas. En todo el sitio, alrededor de 400 macedonios cayeron en
combate.
Alejandro proclamó la amnistía para todos los refugiados en el
templo de Heracles, entre los que se hallaban la mayoría de los
magistrados de Tiro, incluidos el rey Azemilco y los enviados
cartagineses, que habían venido a la madre patria para asistir al
sacrificio en honor de Heracles, según una antigua costumbre. El resto
de los prisioneros fueron reducidos a la esclavitud; todos los tirios y las
tropas mercenarias capturadas, alrededor de 30.000 en total, fueron
vendidos. Terminada la lucha, Alejandro por fin pudo ofrecer un
sacrificio a Heracles, y llevó a cabo un desfile en honor de la deidad
con todos sus soldados armados hasta los dientes. Los barcos también
participaron en la procesión religiosa en honor de Heracles; además, se
realizó un certamen de gimnasia en el templo del héroe, y se celebró
una carrera de antorchas. La maquinaria de asalto con la que el muro
había sido echado abajo fue llevada al templo y dedicada como ofrenda
de agradecimiento; el barco sagrado de Tiro dedicado a Heracles, que
había sido capturado en el ataque naval, fue también entregado como
ofrenda al dios. Encima llevaba una inscripción, de la que se desconoce
si fue compuesta por el mismo Alejandro o por algún otro, pero que no
es digna de ser recordada, por lo que no he considerado que valga la
pena describirla.

Así, pues, fue capturada la ciudad de Tiro en el mes de


hecatombeón, cuando Aniceto era arconte de Atenas.
CAPÍTULO XXV. ALEJANDRO RECHAZA UNA OFERTA DE
DARÍO — NEGATIVA A RENDIRSE DE BASIS, GOBERNADOR
DE GAZA

Mientras Alejandro todavía se ocupaba de Tiro, llegaron los


embajadores de Darío, anunciando que el rey persa daría diez mil
talentos a cambio de liberar a su madre, esposa e hijos, y que todos los
territorios al oeste del río Éufrates hasta el mar griego, serían para
Alejandro; aparte, le presentaron la propuesta de casarse con la hija de
Darío, y convertirse así en su amigo y aliado. Cuando tales propuestas
fueron anunciadas durante un consejo con los Compañeros, se cuenta
que Parmenión dijo que si él fuera Alejandro estaría encantado de
poner fin a la campaña en esos términos, y no seguir en la
incertidumbre acerca del éxito de la misma. Alejandro, se dice, le
respondió que él también lo haría si fuera Parmenión, pero como era
Alejandro iba a contestarle a Darío de manera diferente. No tenía
necesidad alguna del dinero de Darío, ni quería recibir un pedazo de
su imperio en lugar de todo, porque todo su tesoro e imperio eran ya
suyos; además, si tuviera ganas de casarse con la hija de Darío, se
casaría con ella aunque Darío se opusiera. Por tanto, les dijo a los
embajadores que Darío debía venir a presentarse ante él si quería
recibir un trato generoso de su parte. Una vez Darío oyó esta respuesta,
desistió de seguir buscando un acuerdo con Alejandro, y comenzó a
preparar un nuevo ejército para continuar la guerra.

Alejandro estaba ahora decidido a comenzar la expedición a


Egipto. Todos los territorios de la región llamada Siria Palestina ya se
le habían rendido; pero cierto eunuco de nombre Batis, que gobernaba
la ciudad de Gaza, hizo caso omiso de su petición de entregársela, y en
cambio contrató los servicios de mercenarios árabes, y almacenó
durante días alimentos suficientes para un largo asedio. Hecho esto,
resolvió no admitir a Alejandro dentro de la ciudad, convencido de que
el lugar era inexpugnable.
CAPÍTULO XXVI. EL SITIO DE GAZA

Gaza está ubicada a unos veinte estadios del mar; el camino que
lleva desde allí hasta la ciudad es densamente arenoso, y las aguas del
mar en sus cercanías son poco profundas. La ciudad de Gaza era
grande, y había sido construida sobre un montículo elevado, alrededor
del cual un fuerte muro se había construido. Es la última ciudad con
que se encuentra el viajero que va de Fenicia a Egipto, porque está
situada en el borde del desierto. Cuando el ejército de Alejandro llegó
cerca de la ciudad, acamparon desde el primer día en el lugar donde la
muralla parecía más fácil de asaltar, y allí elevaron sus torres de asedio
por órdenes del rey. Sin embargo, los ingenieros manifestaron que no
era posible tomar la muralla por la fuerza por la altura del montículo.
Para Alejandro, no obstante, mientras menos factible parecía ser la
empresa, más firmemente decidido a realizarla se hallaba. Decía que,
de infligir al enemigo una derrota contraria a sus expectativas, ello
atemorizaría al resto de sus opositores; mientras que un fracaso en la
toma del lugar redundaría en desgracia para él mismo si llegaba a
oídos de los extranjeros o de Darío. Por lo tanto, resolvió construir un
terraplén alrededor de la ciudad, para utilizarlo como rampa para
subir sus máquinas de asedio a la colina hasta ponerlas al nivel de las
murallas de la ciudad. El terraplén fue construido en la cara sur de la
ciudad, donde era más fácil llevar a cabo la ofensiva. Una vez la altura
del terraplén alcanzó el nivel adecuado, los macedonios colocaron su
artillería sobre él, y la arrimaron a las murallas de Gaza. En el
momento en que esto sucedía, Alejandro estaba ofreciendo un
sacrificio, y, coronado con una guirnalda, se hallaba a punto de
comenzar el rito sagrado en primer lugar, según era la costumbre;
cuando una cierta ave carnívora sobrevoló el altar, y soltó una piedra
que tenía en sus garras, la cual cayó sobre la cabeza del monarca.
Alejandro solicitó al adivino Aristandro que interpretara el significado
del presagio. Éste le respondió:
"¡Oh, rey! Tú realmente lograrás capturar la ciudad, pero debes
cuidar de tu persona en este día."
CAPÍTULO XXVII. CAPTURA DE GAZA

Alejandro escuchó el consejo, y se mantuvo durante un tiempo


cerca de las torres de asedio, fuera del alcance de los proyectiles
enemigos. De pronto, desde la ciudad salió una atrevida partida de
árabes que llevaban antorchas para prender fuego a las torres de la
artillería; y otros desde su posición dominante en las murallas
empezaron a lanzar flechas y piedras contra los macedonios, que se
defendían en terreno más bajo, y estaban a punto de ser echados del
montículo artificial que habían construido. Al ver esto, Alejandro o
desobedeció a sabiendas al augur, o se olvidó de la profecía debido a la
emoción y el fragor de la pelea. Tomando a los hipaspistas reales, se
apresuró en ir al rescate de los macedonios que estaban siendo
acribillados con más saña, y les impidió darse a una vergonzosa fuga
colina abajo. Él mismo fue herido por una piedra catapultada desde las
murallas, que le golpeó en el hombro atravesando su escudo y coraza.
Con esto, recordó lo que Aristandro había profetizado acerca de una
posible herida; se alegró, pues, porque ello quería decir que la
interpretación del adivino era certera y ahora sólo faltaba capturar la
ciudad. Ciertamente, la herida que recibió no se la curaron con
facilidad.

Mientras se recuperaba, llegaron por vía marítima los pertrechos


y la artillería con que había capturado Tiro, y pudo entonces ordenar
que el terraplén fuera ampliado para abarcar todo el perímetro de la
ciudad; debía medir dos estadios de ancho, y 250 pies de altura. Toda
la maquinaria fue preparada y luego llevada a situarse a lo largo de la
colina, y enseguida comenzó el bombardeo de las murallas; se
excavaron túneles en varios lugares por debajo de éstas, y se escondía
la tierra que se extraía para que no fueran descubiertos. Pronto las
murallas se derrumbaron en muchas partes, cediendo por su propio
peso bajo los espacios huecos dejados por las excavaciones. Los
macedonios se adueñaron de una gran extensión de terreno,
protegidos gracias a la descarga constante de proyectiles contra la
ciudad, haciendo retroceder a los hombres que defendían las murallas
desde las torres. Sin embargo, los defensores de Gaza pudieron resistir
tres asaltos consecutivos, aunque muchos de ellos fueron muertos o
heridos. En el cuarto asalto, Alejandro mandó a la falange concentrarse
desde todos lados en este sector; acabaron de echar abajo la parte
semiderruida de la muralla, y derrumbaron otra porción considerable
de la misma empleando los arietes, de manera que a través de las
brechas era posible pasar empleando escaleras para sortear los
destrozos que obstaculizaban el paso. Todos sus hombres arrimaron
sus escaleras a los escombros del muro, y se desató una reñida
competición entre los macedonios con alguna pretensión de valentía
para ver quién sería el primero en escalar la muralla. Quien consiguió
este honor fue Neoptólemo, uno de los Compañeros, del linaje de los
Eácidas; y detrás de él subieron sus oficiales, alineados por rango.

Una vez que algunos de los macedonios estuvieron dentro, se


dispersaron en todas direcciones hacia las puertas que cada unidad
tenía más a mano, y las abrieron para dejar pasar al resto del ejército en
la ciudad. Aunque su ciudad estaba ahora en manos del enemigo, la
población de Gaza se resistió y luchó; todos los varones cayeron en sus
puestos de combate. Alejandro vendió a sus esposas e hijos como
esclavos; después trajo a los colonos vecinos para poblar la ciudad de
nuevo, e hizo de ella un puesto fortificado capaz de resistir otra guerra.
LIBRO III

CAPÍTULO I. CONQUISTA DE EGIPTO — FUNDACIÓN DE


ALEJANDRÍA

Alejandro se dirigió con su ejército en una expedición a Egipto,


tal como tenía planeado al salir de Tiro y antes de demorarse en el sitio
de Gaza; llegó al séptimo día de marcha desde la última a la ciudad de
Pelusio en Egipto. Su flota también zarpó de Fenicia a Egipto, y al
arribar Alejandro se encontró con los barcos ya amarrados en Pelusio.
Cuando Mazaces, el persa a quien Darío había nombrado sátrapa de
Egipto, se hubo informado de cómo le había ido a su señor en la batalla
de Issos, que Darío había huido con vergonzosa prisa y que Fenicia,
Siria, y la mayor parte de Arabia ya estaban en poder de Alejandro; y,
para colmo, él mismo no tenía ya ejército alguno con el que plantarse a
resistir, decidió abrir las puertas de todas las ciudades del país a
Alejandro en señal de amistad. Éste, por su parte, instaló una
guarnición en Pelusio, y les ordenó a las tripulaciones de los barcos
remontar el río hasta la ciudad de Menfis, mientras él iba en persona a
Heliópolis, teniendo siempre al Nilo a su derecha. Llegó a esa ciudad
luego de atravesar el desierto, tomando posesión de todos los poblados
a lo largo de su ruta por medio de la rendición voluntaria de los
habitantes. Cruzando el río, llegó a Menfis, donde ofreció sacrificios a
Apis y a los otros dioses, y celebró certámenes de gimnasia y música
entre los artistas más destacados en estas artes que llegaron de Grecia.

Desde Menfis navegó por el río hacia el mar, embarcando con él


a los hipaspistas, arqueros, agrianos y el Escuadrón Real de los
Compañeros de caballería. Llegando a Canope, dio la vuelta al lago
Mareotis, y desembarcó en el sitio donde ahora se encuentra la ciudad
de Alejandría, que toma su nombre de él. La posición del lugar le
pareció perfecta para fundar una ciudad, pues preveía que gracias a
ello se convertiría en un enclave próspero. Deseoso de poner en
práctica esta empresa, el propio Alejandro se involucró en el trazado
de los límites de la ciudad: señaló los lugares donde el ágora debía ser
construido y los templos se debían edificar, dio indicaciones acerca de
cuántos debían ser en número y a cuáles de los dioses griegos debían
ser dedicados; y, sobre todo, hizo delimitar el punto de la ciudad
donde debía ser erigido un templo dedicado a la egipcia Isis. Por
supuesto, no se olvidó de las murallas, las que debían ser levantadas
alrededor de todo el perímetro de la nueva ciudad. No descuidó
tampoco realizar los sacrificios pertinentes en estas cuestiones, los
cuales arrojaron auspicios favorables.
CAPÍTULO II. FUNDACIÓN DE ALEJANDRÍA —
PROBLEMAS EN EL EGEO

De la fundación de aquella ciudad se cuenta la siguiente historia,


que me parece fidedigna: Alejandro quiso dejar para los constructores
las marcas de los límites de las fortificaciones, pero no había nada a
mano con que hacer una surco en el suelo. Uno de los constructores
tuvo la ocurrencia de recolectar en vasijas la cebada que los soldados
llevaban y esparcirla por el suelo detrás del rey, que iba marcando los
límites con sus pasos; y así la circunferencia de la fortificación que se
debía construir para la ciudad quedó claramente delimitada. Los
adivinos, en especial Aristandro de Telmeso, de quien se dice que ya
había hecho muchas predicciones acertadas en el pasado, deliberaron
buen rato sobre esto. Luego, le dijeron a Alejandro que la ciudad sería
próspera en todos los aspectos, sobre todo en lo que respecta a los
frutos de la tierra.

En este momento, Hegeloco viajó a Egipto para avisarle a


Alejandro que la ciudad de Ténedos se había rebelado contra los persas
y pasado al bando de los macedonios, porque habían tenido que
apoyar a los persas en contra de sus deseos. También dijo que la
democracia de Quíos estaba protegiendo a los seguidores de
Alejandro, a pesar de los mandamases de la ciudad establecidos por
Autofrádates y Farnabazo. El comandante de la guarnición había sido
capturado y era mantenido como prisionero, igual que el tirano
Aristónico de Metimna, quien entró en el puerto de Quíos con cinco
barcos piratas, de los que tienen una fila y media de remeros, ignorante
de que el puerto estaba en manos de los partidarios de Alejandro; los
encargados de las barreras del puerto le habían engañado, y, además,
nada parecía fuera de lo normal porque la flota de Farnabazo seguía
anclada allí. Todos los piratas fueron masacrados por los de Quíos;
Hegeloco llevó ante Alejandro como prisioneros a Aristónico,
Apolónides de Quíos, Fisino, Megareo, y todos los demás que habían
tomado parte en la revuelta de Quíos a favor de los persas, y que
habían tomado las riendas del gobierno de la isla por la fuerza.
Hegeloco anunció que también había expulsado a Cares del mando de
Mitilene, había atraído a las otras ciudades de Lesbos hacia su causa
mediante un acuerdo voluntario por ambas partes, y que había
enviado a Anfótero a Cos con 60 naves porque los ciudadanos le
invitaron a su isla. Él mismo había ido después a Cos y comprobó que,
en efecto, estaba ya en manos de Anfótero.

Hegeloco traía a todos los prisioneros con él, excepto a


Farnabazo, quien había eludido a sus guardias de Cos y escapado con
sigilo de la ciudad. Alejandro envió a los tiranos que habían sido
traídos de las ciudades a sus conciudadanos para que dispusieran de
ellos a su antojo; pero a Apolónides y sus partidarios de Quíos los
mandó bajo una vigilancia estricta a Elefantina, una ciudad egipcia.
CAPÍTULO III. ALEJANDRO VISITA EL TEMPLO DE
AMÓN

Después de estos sucesos, Alejandro sintió ardientes deseos de


visitar el templo de Amón en Libia, con el fin de consultar al dios,
porque el oráculo de Amón era reputado por la exactitud de sus
predicciones, y tanto Perseo como Heracles, se dice, también habían
ido a consultarle; el primero cuando fue enviado por Polidectes contra
las Gorgonas, y el segundo durante su visita a Anteo en Libia y Busiris
en Egipto. Otro motivo era que Alejandro se sentía impulsado por el
deseo de emular a Perseo y Heracles, de quienes presumía descender.
También incluía en su pedigrí a Amón, al igual que las leyendas
trazaban el origen de Heracles y Perseo hasta Zeus. Por consiguiente,
emprendió el camino al oráculo de Amón por el deseo de establecer su
propio origen de una manera incuestionable, o al menos ser capaz de
decir que lo había hecho.

De acuerdo con Aristóbulo, el rey avanzó una distancia de 1.600


estadios a lo largo de la orilla del mar hasta Paretonio, a través de un
territorio desértico pero no sin agua. Desde allí, se dirigió hacia el
interior, donde se encuentra el oráculo de Amón. Todo el camino se
hace por el desierto, la mayor parte del cual es de arenas densas y
carentes de agua. Sin embargo, no faltó un suministro abundante de
agua de lluvia para Alejandro y sus hombres; cosa que se atribuyó a la
intervención divina, como también lo que pasó a continuación.

Cada vez que sopla el viento del sur en aquella tierra, levanta
montones de arena que cubren el paisaje a lo largo y ancho, lo que hace
invisibles las señales de los caminos, y es imposible discernir hacia
dónde debe dirigir uno su rumbo entre tanta arena, como pasa cuando
uno está desorientado en el mar. No hay señales a lo largo del camino,
ni montañas en cualquier lado; ni árboles, ni colinas que se mantengan
permanentemente iguales, con las que los viajeros pudieran ser
capaces de adivinar la dirección correcta, igual que hacen los
marineros mediante las estrellas. En consecuencia, el ejército de
Alejandro se hallaba perdido, e incluso los guías titubeaban en cuanto
al camino a seguir. Ptolomeo, hijo de Lago, dice que en ese momento
dos serpientes reptaron al frente del ejército; lanzando voces, Alejandro
ordenó continuar adelante teniendo como guía la ruta que trazaban
ellas en la arena, confiando en el portento divino. Se dice también que
las serpientes le mostraron el camino de ida y regreso al oráculo. Pero
Aristóbulo, cuyo relato es generalmente admitido como el correcto,
dice que dos cuervos volaban a la vanguardia del ejército y que fueron
éstos los que actuaron como guías de Alejandro. Que a éste le fue
concedido un poco de ayuda divina, lo puedo afirmar con confianza,
ya que la probabilidad se inclina hacia esta suposición; pero las
discrepancias en los detalles de las diversas versiones han privado de
exactitud a esta historia.
CAPÍTULO IV. EL OASIS DE AMÓN

El lugar donde se encuentra el templo de Amón está


completamente rodeado por un desierto de arena muy vasto, que está
desprovisto de agua. El enclave fértil en medio de este desierto no es
muy grande; por donde se halla su parte más extensa tiene sólo unos
cuarenta estadios de amplitud. Está lleno de árboles frutales, olivos y
palmeras, y es el único lugar en aquellas tierras que se refresca con el
rocío. Un manantial aflora en ese lugar, muy distinto de los otros
manantiales que surgen de la tierra. Durante el día, el agua está fría al
gusto y más aún al tacto; tan fría como el líquido puede ser. Pero
cuando el sol se ha puesto en el oeste, se calienta, y según avanza la
noche sigue poniéndose más caliente hasta la medianoche, cuando
alcanza la temperatura más alta. Después de la medianoche, vuelve
poco a poco a enfriarse; al amanecer ya está fría, al mediodía ya
alcanza el punto más frío. Cada día sin falta, el agua pasa por estos
cambios, que se alternan en sucesión regular. En el lugar también hay
excavaciones de las que se obtiene sal natural, la que es llevada a
Egipto en pequeñas cantidades por algunos de los sacerdotes de
Amón. Cada vez que los sacerdotes deben viajar a Egipto, la ponen en
cestas pequeñas hechas de hojas de palmera trenzadas, y la llevan
como regalo al rey o algún otro gran señor. Los granos de esta sal son
grandes, algunos de ellos incluso de más de tres dedos, y es clara como
el cristal; por esta característica es que los egipcios y otros que son
adeptos del dios usan esta sal en sus sacrificios, pues es más fina que la
obtenida del mar. Alejandro quedó maravillado por el oasis, y más
cuando consultó el oráculo del dios. Después de haber oído lo que
deseaba que se le respondiera, como él mismo dijo, se puso en camino
de regreso a Egipto por la misma vía por donde había venido, de
acuerdo con Aristóbulo. Pero, de acuerdo con Ptolomeo, hijo de Lago,
tomó otro camino: el que lleva directamente a Menfis.
CAPÍTULO V. REORGANIZACIÓN POLÍTICA DE EGIPTO

A Menfis llegaron para verle muchas embajadas desde Grecia, y


a ninguna de ellas despidió decepcionada por el rechazo de su
demanda. De parte de Antípatro, también llegó un ejército de 400
mercenarios griegos bajo el mando de Menidas, hijo de Hegesandro;
así como 500 soldados de caballería bajo la dirección de Asclepiodoro,
hijo de Eunico. Allí, Alejandro ofreció un sacrificio a Zeus, el padre de
los dioses, y condujo a sus soldados armados hasta los dientes en
solemne procesión en su honor, mandando también que se celebraran
concursos de gimnasia y música. A continuación, se puso manos a la
obra para organizar los asuntos gubernamentales de Egipto; nombró a
dos egipcios, Doloaspis y Petisis, como gobernadores del país,
dividiendo entre ellos todo el territorio. Sin embargo, como Petisis
declinó aceptar el gobierno de su provincia, Doloaspis recibió el
mando único. Alejandro nombró a dos de los Compañeros como
comandantes de las guarniciones: Pantaleón de Pidna para la de
Menfis, y Polemón, hijo de Megacles de Pella, para la de Pelusio.
También le dio el mando de los auxiliares griegos a Lícidas, un etolio, y
a Eagnosto, hijo de Jenofantes, uno de los Compañeros, le nombró
secretario de las mismas. Como supervisores puso a Esquilo y Efipo de
Calcis.

El gobierno de la vecina Libia se lo dio a Apolonio, hijo de


Carino; y la parte de Arabia cerca de Heroópolis se la dio para
gobernar a Cleómenes, nativo de Naucratis. Este último recibió la
orden de permitir a los gobernantes locales dirigir sus respectivas
provincias de acuerdo con las antiguas costumbres, sin descuidar la
cobranza del tributo que le correspondía al nuevo soberano. A los
gobernadores nativos también se les ordenó pagar a Cleómenes los
tributos correspondientes. Luego nombró a Peucestas, hijo de
Macartato, y a Balacro, hijo de Amintas, como generales del ejército
que dejó atrás en Egipto; y puso a Polemón, hijo de Terámenes, como
almirante de la flota. Incluyó también a Leonato, hijo de Anteo, entre
los escoltas reales en lugar de Arribas, que había muerto de
enfermedad. Antíoco, el que mandaba a los arqueros, también había
muerto; en su lugar fue designado Ombrión el Cretense. Cuando
Balacro se quedó atrás en Egipto, la infantería aliada griega, que había
estado bajo su mando, fue pasada a manos de Calano. Se dice que
Alejandro dividió el gobierno de Egipto entre tantos hombres debido a
que estaba sorprendido por la naturaleza del país y su fuerza, por lo
que creyó imprudente confiar el gobierno a una sola persona. Los
romanos, me parece, también han aprendido esta lección de él; por ello
es que mantienen a Egipto bajo una fuerte vigilancia, pues no envían
allí a ningún senador como procónsul por la misma razón que el
macedonio, sino sólo a hombres que tienen el rango de équites.
CAPÍTULO VI. MARCHA CONTRA SIRIA — ALEJANDRO
PERDONA A HARPALO Y SUS SEGUIDORES

Tan pronto comenzó la primavera, Alejandro pasó de Menfis a


Fenicia atravesando la corriente del Nilo por el puente que fue
construido para él cerca de Menfis, manera en la que también cruzó los
canales que se ramificaban desde allí. Su flota llegó a Tiro primero, y
cuando él lo hizo la encontró ya amarrada en los puertos. Quiso
entonces ofrecer por segunda vez sacrificios a Heracles y celebrar
certámenes tanto de gimnasia como de música. En esos momentos,
fondeó en el puerto el barco insignia ateniense, llamado Paralo; de él
bajaron Diofanto y Aquileo, venidos en calidad de embajadores,
acompañados por toda la tripulación del Paralo, que también eran
parte de la embajada. Éstos obtuvieron todas las peticiones que la
ciudad les había enviado a hacer, pues el rey devolvió a los atenienses
todos sus compatriotas capturados en el Gránico. De paso, le
informaron de los planes subversivos que se estaban llevando a cabo
en el Peloponeso; por esto, envió a Anfótero para ayudar a los
peloponesios que se mantenían inconmovibles en su apoyo a la guerra
contra Persia, y que no habían caído bajo el control de los
lacedemonios. También ordenó a los fenicios y chipriotas despachar al
Peloponeso unos 100 de sus barcos, además de los que iban con
Anfótero. Luego se marchó hacia el interior; dirigiéndose a Tapsaco y
el río Éufrates, no sin antes colocar a Coerano de Beroea a cargo de las
recaudaciones de tributos en Fenicia, y a Filóxeno para recolectarlos en
todo el territorio de Asia hasta el Tauro.

En sustitución de estos hombres confió la custodia del tesoro que


tenía con él a Harpalo, hijo de Macatas, que acababa de regresar del
exilio. Éste hombre había sido exiliado cuando Filipo era el rey, porque
había permanecido leal al príncipe Alejandro, como también lo fue
Ptolomeo, hijo de Lago; por igual razón fueron expulsados Nearco, hijo
de Andrótimo, Erigio, hijo de Larico, y su hermano Laomedón. Sucedió
cuando Alejandro fue blanco del recelo de Filipo cuando éste se casó
con Eurídice y trató con deshonor a Olimpia, la madre de Alejandro.
Pero después de la muerte de Filipo, quienes habían sido expulsados a
causa de Alejandro regresaron del exilio, y pasaron a gozar del favor
del nuevo rey. Ptolomeo se convirtió en uno de sus escoltas reales de
confianza; Harpalo fue puesto a cargo del patrimonio real, porque su
vigor físico no estaba a la altura de las exigencias de la guerra. Erigio
fue nombrado general de la caballería aliada griega; su hermano
Laomedón fue puesto a cargo de los prisioneros de guerra persas, pues
dominaba ambos idiomas, el griego y el persa, y podía además leer los
documentos escritos en persa. Nearco fue nombrado sátrapa de Licia y
de la región adyacente a la misma hasta el monte Tauro. Sin embargo,
poco antes de la batalla que se libró en Issos, Harpalo se dejó
influenciar por un sujeto inescrupuloso de nombre Taurisco, y huyó en
su compañía. Éste fue a buscar refugio donde Alejandro el Epirota en
Italia, y allí murió poco después. Harpalo encontró refugio en Megaris,
de donde Alejandro le convenció de volver, prometiéndole que no se
tomarían represalias contra él por su deserción. Cuando regresó, no
sólo no recibió castigo, sino que fue incluso reinstalado en su puesto de
tesorero.

Menandro, uno de los Compañeros, fue enviado a Lidia como


sátrapa, y Clearco fue puesto al mando de los mercenarios griegos que
habían sido de Menandro. Asclepiodoro, hijo de Eunico, fue nombrado
sátrapa de Siria en lugar de Arimas, porque el segundo había sido
negligente en sus funciones como encargado de conseguir los
suministros que se le había ordenado para el ejército, que el rey estaba
a punto de llevar hacia el interior.
CAPÍTULO VII. ALEJANDRO CRUZA LOS RÍOS ÉUFRATES
Y TIGRIS

Alejandro llegó a Tapsaco en el mes de hecatombeón, en el año


del arcontado de Aristófanes en Atenas, y se encontró con que se podía
atravesar la corriente del gran río por dos puentes que estaban siendo
preparados utilizando los barcos. Allí, en la ribera contraria, se
encontraba Maceo, a quien Darío había impuesto el deber de velar por
la zona del río. Con él, hacían guardia cerca de 3.000 jinetes, de los
cuales unos 2.000 eran mercenarios griegos. Por esta razón, los
macedonios no habían terminado de construir el puente hasta la otra
orilla, temiendo que Maceo pudiera asaltar el primer puente que tocara
tierra en el otro extremo. Pero cuando el persa se enteró de que
Alejandro se acercaba, se dio a la fuga con todo su ejército.

Tan pronto los enemigos huyeron, los puentes fueron terminados


y Alejandro cruzó por ellos con su ejército. Marcharon todos hacia el
interior a través de la región llamada Mesopotamia, teniendo siempre
el río Éufrates y las montañas de Armenia a su izquierda. Cuando
partieron desde el Éufrates, Alejandro no fue a Babilonia por la ruta
directa, porque al ir por el otro camino las cosas iban a ser menos
difíciles para su ejército; y también porque era más fácil obtener forraje
para los caballos, y provisiones para los hombres a lo largo del camino.
Además, el calor no era tan agobiante en la ruta indirecta. En la zona
fueron atrapados algunos exploradores del ejército de Darío, y por
ellos supo el macedonio que Darío había acampado cerca del río Tigris;
se hallaba muy decidido a impedir que Alejandro lo cruzara. También
le dijeron que había reunido un ejército mucho más grande que el
presentado en Cilicia. Al oír esto, Alejandro fue a toda prisa hacia el
Tigris, pero cuando llegó no encontró ni a Darío ni a la guardia que
éste había dejado para vigilar el río. Sin embargo, aunque nadie intentó
detenerlo, el ejército experimentó una gran dificultad para cruzar el
Tigris debido a la fuerza de la corriente. Una vez todos sus hombres
hubieron vadeado el río y avanzado más allá, los mandó a armar el
campamento para poder descansar del esfuerzo. Esa misma noche,
mientras acampaban, los sobresaltó un eclipse total de luna; Alejandro,
según se reporta, tuvo que realizar un sacrificio a la luna, el sol y la
tierra, quienes eran los responsables del fenómeno. El augur
Aristandro aseguró que el eclipse de luna era un presagio favorable
para Alejandro y los macedonios: habría una batalla ese mismo mes, y
las victimas sacrificiales habían vaticinado que la victoria sería para
Alejandro.

Después de esto, los macedonios se marcharon del Tigris para


atravesar la tierra de Aturia, teniendo a las montañas de Gordiene a la
izquierda y el río Tigris a la derecha. En el cuarto día después del paso
del río, sus exploradores le trajeron a Alejandro la noticia de que la
caballería del enemigo era visible a lo largo de la llanura ubicada más
adelante, pero que no habían podido calcular cuántos de ellos había.
Por consiguiente, él llamó a su ejército a formar en orden y avanzar
preparados para la batalla. Otros prodomoi que habían cabalgado de
nuevo para realizar observaciones más precisas, le dijeron que la
caballería persa no parecía que tuviera más de 1.000 jinetes.
CAPÍTULO VIII. DESCRIPCIÓN DEL EJÉRCITO DE DARÍO
EN GAUGAMELA

Alejandro tomó al Escuadrón Real de caballería y otro escuadrón


de los Compañeros, junto con los exploradores peonios, y avanzó a
toda velocidad a encontrarse con el enemigo, ordenando al resto de su
ejército a seguirlos sin prisas. Al ver a Alejandro avanzando
rápidamente, la caballería persa galopó en dirección contraria con toda
la presteza que pudieron exigir a sus corceles. A pesar de que los
macedonios estaban muy próximos, la mayoría de ellos escapó; pero
unos pocos, cuyos caballos estaban cansados, fueron derribados, y
otros fueron tomados prisioneros con sus caballos incluidos. Mediante
los testimonios de éstos, los macedonios comprobaron que Darío se
hallaba con un descomunal ejército no muy lejos de allí.

Según dijeron, la cuantía de sus fuerzas se debía a la diversidad


de los pueblos presentes: estaban los indios, cuyas tierras eran
limítrofes con las de los bactrianos; también éstos y los sogdianos
habían acudido a la convocatoria a filas de Darío. Todos ellos estaban
bajo el mando de Besos, sátrapa de Bactria. Estaban igualmente
presentes los sacas, una tribu escita que pertenece a la rama que habita
en Asia; no eran súbditos de Besos, pero estaban aliados con Darío.
Quien mandaba a éstos era Mavaces, y sus tropas las componían
solamente arqueros a caballo. Barsantes, el sátrapa de Aracosia,
lideraba a las tropas de aracosios y aquellos hombres que eran
llamados indios de las montañas. Satibarzanes, sátrapa de Aria, estaba
al mando de los arios; al igual que el sátrapa Fratafernes tenía bajo su
autoridad a los partos, hircanios y tapurianos, todos los cuales eran
jinetes. Atropates estaba al frente de los medos, con los que se hallaban
formados los cadusios, albanios y sacesianos.
Los hombres de las tribus que habitan cerca del Mar Rojo fueron
colocados bajo el mando de Ocondobates, Ariobarzanes y Otanes. Las
tropas de uxianos y susianos reconocían a Oxatres, hijo de Abulites,
como su general; los babilonios hacían lo mismo con Bupares. Los
carios deportados a Asia Central y los sitacenios iban dispuestos en las
mismas filas que los babilonios. Los armenios estaban comandados por
Orontes y Mitraustes, y los capadocios por Ariaces. Los sirios del valle
entre el Líbano y el Antilíbano — es decir, Celesiria —, y los hombres
de la Siria que se encuentra entre los ríos Éufrates y Tigris — es decir,
Mesopotamia —, fueron puestos a las órdenes de Maceo. Todo el
ejército de Darío, se decía, sumaba un total de 40.000 soldados de
caballería, 1.000.000 de infantería y 200 carros con afiladas guadañas.
Había sólo unos pocos elefantes, unos quince en total, pertenecientes a
los nativos que viven de este lado del Indo.

Con estas fuerzas había acampado Darío en Gaugamela, cerca


del río Bumodos, a unos 600 estadios de distancia de la ciudad de
Arbela. Era una zona totalmente llana; cualquier terreno por allí que
estuviera desnivelado y no apto para las evoluciones de la caballería,
había sido nivelado mucho antes por los persas, para facilitar el
deslizamiento de los carros y el galopar de los caballos. Ciertamente,
alguien convenció a Darío de que los persas se habían llevado la peor
parte en la batalla librada en Issos debido a la estrechez del terreno;
algo que no costó mucho inducir al monarca a creer.
CAPÍTULO IX. LAS TÁCTICAS DE ALEJANDRO — SU
DISCURSO ANTE SUS OFICIALES

Cuando Alejandro hubo recibido toda esta información de los


exploradores persas capturados, mantuvo inmóviles por cuatro días a
sus tropas en el lugar donde había recibido la noticia, para que el
ejército disfrutara de un tiempo de reposo después de la marcha. Hizo
que su campamento fuera fortificado con un foso y una empalizada;
tenía la intención de dejar atrás el tren de equipaje y a todos los
soldados no aptos para el combate, para así entrar en combate
acompañado de sus soldados sin otra impedimenta que sus armas. Por
consiguiente, hizo marchar a sus fuerzas durante la segunda vigilia de
la noche, con la idea de iniciar el choque con los persas al romper el
alba. Tan pronto como Darío fue avisado de la cercanía de Alejandro,
sacó a su vez al ejército a formar para la batalla, y esperó a que
Alejandro siguiera avanzando con el suyo preparado de la misma
manera.

Aunque los ejércitos estaban a tan sólo sesenta estadios el uno del
otro, no se podían ver mutuamente porque entre ambas fuerzas
hostiles se interponían algunas colinas. Cuando los de Alejandro
quedaban ya a sólo treinta estadios de distancia del enemigo, y ya
descendían de las mencionadas colinas, la falange se detuvo al avistar
a los adversarios. Alejandro convocó a un consejo a los Compañeros,
los generales, oficiales de caballería y los líderes de los aliados y
mercenarios griegos, en el cual deliberó con ellos si la falange debería o
no entrar en combate sin demora; la mayoría de ellos estaba a favor de
hacerlo sin perder tiempo, menos Parmenión. Éste creía preferible
preparar las tiendas de campaña donde estaban por el momento, y
mandar exploradores a reconocer todo el terreno, con el fin de ver si
había algo sospechoso ahí para impedir el avance, si había zanjas o
estacas firmemente clavadas fuera de la vista de los macedonios; así
como para realizar una investigación más precisa de las disposiciones
tácticas del enemigo. Prevaleció la opinión de Parmenión, por lo que
acamparon allí, sin abandonar el orden en que planeaban entrar en la
batalla.

Alejandro se llevó a la infantería ligera y los Compañeros de


caballería a hacer un reconocimiento de la planicie en la que
combatirían. Después se volvió al campamento, llamó otra vez a sus
oficiales, y les dijo que no necesitaban que él los alentara a participar
del combate, porque desde hace mucho su propio arrojo era su fuente
de motivación. Las acciones valerosas que habían realizado ya tantas
veces, eran lo que realmente les infundían entusiasmo. Lo que él
consideraba oportuno hacer ahora, era que cada uno de ellos debía
hablar para inflamar individualmente el valor de sus hombres por
separado: el general de infantería a los hombres de su unidad, el
comandante de caballería a los de su propio escuadrón; los oficiales
intermedios a los de sus destacamentos, y cada uno de los líderes de la
infantería a la sección de la falange confiada a él. Les aseguró que la
batalla que iban a librar no sería para nada como las de antes; no la
pelearían por ganar una región como Celesiria, Fenicia o Egipto, sino
por toda Asia. Dijo también que esta batalla decidiría quiénes iban a
ser los gobernantes del continente.

Confiaba en que no era necesario que él estimulara con sus


palabras a que sus hombres probaran su gallardía en la lucha,
prosiguió el monarca, ya que tenían esta cualidad por naturaleza. Pero
los oficiales debían hacer todo lo que estuviese en sus manos para
asegurarse de que sus hombres tuvieran la moral bien alta; para así
preservar la disciplina en el momento crítico de la acción, y para
mantener un silencio absoluto cuando era conveniente avanzar
calladamente. Por otro lado, debían ver que cada hombre gritara en el
momento en que fuese preciso que todas las gargantas elevaran un
terrible grito de guerra. Por último, les dijo que se organizaran para
que sus órdenes fueran obedecidas lo más rápidamente posible, y para
transmitir las órdenes que habían recibido a las filas con eficiente
rapidez; cada soldado debía recordar que pondría en peligro a su
persona y a sus camaradas si era negligente en el cumplimiento de su
deber, y que contribuiría a una gran victoria si se esforzaba al máximo
por cumplirlo.
CAPÍTULO X. EL CONSEJO DE PARMENIÓN ES
RECHAZADO

Con estas palabras y otras similares fue que Alejandro exhortó


brevemente a sus oficiales, y a su vez fue exhortado por ellos a que
sintiera plena confianza en el valor de éstos. Luego, ordenó a los
soldados ir a terminar sus cenas y descansar. Se dice que, un momento
después, Parmenión vino a la tienda real e instó al monarca a
emprender un ataque nocturno contra los persas. Si caían sobre ellos
sin darles tiempo a prepararse, le aseguró, los hallarían en un estado
de confusión y más propensos a ser presa del pánico debido a la
oscuridad. Como otros estaban escuchando la conversación, la
respuesta que recibió fue mesurada. Eso, le contestó Alejandro,
significaría robar una victoria — algo deshonesto —, y él debía vencer
a plena luz del día, sin ningún tipo de triquiñuelas.

Esta jactancia no es, como aparenta, mera arrogancia de su parte,


sino más bien un indicativo de que poseía seguridad en sí mismo en
medio de los peligros. A mí, en todo caso, me parece que el rey utilizó
un razonamiento correcto en este asunto. Muchos accidentes se han
producido inesperadamente durante la noche; tanto cuando los
hombres están lo suficientemente preparados para la batalla, como
cuando la preparación es deficiente. Son sucesos que han hecho
fracasar en sus planes al mejor ejército, y han entregado la victoria al
bando inferior, contrariamente a las expectativas de ambas partes.
Aunque Alejandro era, en general, muy aficionado a ir en persona a
encarar cualquier peligro en la batalla, la noche le parecía demasiado
peligrosa. Además, si Darío fuera derrotado de nuevo, un ataque
furtivo, y encima nocturno, por parte de los macedonios le eximiría de
toda responsabilidad y de confesar que él era un general mediocre que
comandaba tropas inferiores. Por otra parte, en caso de una inesperada
derrota del ejército macedonio, el país circunyacente era territorio
amistoso para el enemigo, quienes estaban familiarizados con la
geografía local. Los macedonios no estaban familiarizados con la
región; estarían rodeados de nada más que enemigos, de los cuales
mantenían un gran número en el campamento como prisioneros. Se
trataría de una gran fuente de ansiedad, ya que era probable que éstos
ayudaran al contrario durante el ataque en la noche, sea que
aparentaran estar siendo derrotados, o parecieran estar obteniendo una
victoria decisiva.

Por tan acertado modo de razonar, felicito a Alejandro, y creo


que él no es menos digno de admiración por su excesivo deseo de
luchar solamente a plena luz del día.
CAPÍTULO XI. TÁCTICAS DE LOS GENERALES
ENFRENTADOS

Darío y su ejército se mantuvieron alertas durante toda la noche


en el mismo orden en que se habían alineado al principio, porque no se
habían molestado en asentar completamente su campamento como era
debido, y, además, tenían miedo de que el enemigo los atacase por la
noche. Si algo hubo que obstaculizara la eficiencia y la buena fortuna
de los persas en esta ocasión, fueron precisamente estas largas horas en
vela con las armas a punto; y el temor que, por lo general, nace en los
momentos previos a los grandes peligros, y que, sin embargo, en su
caso no despertó de repente debido a un momento de pánico, sino que
lo venían experimentando desde hace mucho tiempo. Estaba arraigado
a fondo en su espíritu.

De acuerdo con la declaración de Aristóbulo, después de la


batalla fue capturado el esquema del orden de batalla elaborado por
Darío. Según esto, el ejército persa estaba alineado de la siguiente
manera:

El ala izquierda estaba ocupada por la caballería bactriana, en


conjunto con los daeos y aracosios. Cerca de éstos se habían
desplegado los persas, los a caballo y los de a pie mezclados entre sí;
seguidos por los susianos y luego por los cadusios. Éste fue el esquema
completo del ala izquierda, extendiéndose hasta el centro de la falange.
En cuanto al ala derecha, ahí estaban apostados los hombres de
Celesiria y Mesopotamia. A la derecha, una vez más, estaba la posición
de los medos, acompañados de los partos, y, a continuación, los sacas,
tapurianos e hircanios; por último, los albanios y sacesianos, cuyas filas
se extendían hasta la mitad de toda la falange. En el centro, donde por
tradición iba el rey Darío, estaban dispuestos los Parientes del Rey, los
guardias persas que llevan lanzas con manzanas de oro en el extremo
anterior. Los indios, los carios desplazados forzosamente a Asia
Central y los arqueros mardianos formaban cerca de ellos. Los uxianos,
babilonios, los nativos de las tribus que habitan cerca del Mar Rojo, y
los sitacenios también se habían emplazado en una columna muy
profunda. A la izquierda, justo enfrente de la derecha de Alejandro,
estaban ubicados la caballería escita, cerca de 1.000 bactrianos y 100
carros falcados. Frente al escuadrón real de caballería de Darío, estaban
los elefantes y 50 carros de guerra. Frente a la derecha iban la caballería
armenia y la de Capadocia, con otros 50 carros con guadañas. Los
mercenarios griegos, como eran los únicos capaces de lidiar con los
macedonios, se apostaron justo enfrente de la falange, en dos grupos
cercanos al carro de Darío y la Guardia Real, uno a cada lado.

El ejército de Alejandro se alineó de la siguiente manera:

Los Compañeros de caballería se posicionaron en la derecha, al


frente de los cuales se encontraba el Escuadrón Real al mando de Clito,
hijo de Dropidas. Cerca de éste, se hallaba el escuadrón de Glaucias,
junto con el de Aristón; luego estaba el de Sopolis, hijo de Hermodoro,
y, más allá, el de Heráclides, hijo de Antíoco. Contiguo a éste, formaba
el escuadrón de Demetrio, hijo de Altémenes, seguido del de Meleagro
y el último de los escuadrones reales de caballería, al que mandaba
Hegeloco, hijo de Hipóstrato. Todos los Compañeros de caballería
estaban bajo el mando supremo de Filotas, hijo de Parmenión.

En cuanto a la infantería de la falange macedonia, en el


emplazamiento más cercano a la caballería se había situado en primer
lugar el selecto cuerpo conocido como el Agema, y en segundo plano el
resto de los hipaspistas, bajo el mando de Nicanor, hijo de Parmenión.
Junto a ellos se ubicó la unidad de Coeno, hijo de Polemócrates;
después de éstos la de Pérdicas, hijo de Orontes, seguida de la de
Meleagro, hijo de Neoptólemo. Luego, venían los hombres de
Poliperconte, hijo de Simias, y, por último, la unidad que había sido de
Amintas, hijo de Andrómenes; ahora bajo el mando de Simias, porque
Amintas había sido enviado a Macedonia a reclutar refuerzos para el
ejército. La unidad de Crátero, hijo de Alejandro, se colocó en el
extremo izquierdo de la falange macedónica, y este mismo general era
quien comandaba toda el ala izquierda de la infantería. Con él fue a
ubicarse la caballería aliada griega bajo el mando de Erigio, hijo de
Larico. Próxima a éstos, hacia el ala izquierda del ejército, estaba la
caballería tesalia bajo el mando de Filipo, hijo de Menelao. El mando
general del ala izquierda lo tenía Parmenión, hijo de Filotas, alrededor
de quien se alineaban los jinetes de Farsalia, que eran a la vez el mejor
y más numeroso escuadrón de la caballería tesalia.
CAPÍTULO XII. DESPLIEGUE TÁCTICO DEL EJÉRCITO DE
ALEJANDRO

De la manera ya descrita es como Alejandro hizo formar a su


ejército; pero también proyectó una segunda alineación, de modo que
la falange pudiera ser doble. A los oficiales de estas tropas apostadas
en la retaguardia, les fueron dadas órdenes de girar hacia atrás y
soportar la embestida de los contrarios, en caso de ver a sus camaradas
rodeados por el ejército persa. Al lado del Escuadrón Real en el ala
derecha, la mitad de la agrianos, bajo el mando de Atalo, en compañía
de los arqueros macedonios bajo el de Briso, se desplegaron en
formación oblicua — es decir, de tal manera que las alas se extendían
hacia adelante formando un ángulo con el centro, a fin de enfrentar al
enemigo en el flanco —; en caso de que tuvieran la necesidad de
extender la falange, o de contraerla en línea, es decir, hacerla más corta
longitudinalmente. Al lado de los arqueros, fueron desplegados los
mercenarios veteranos de Cleandro. Enfrente de los agrianos y los
arqueros, se colocaron los prodomoi, la caballería ligera utilizada para
escaramuzas, y los peonios, bajo el mando de Aretes y Aristón
respectivamente. Delante de todos iba la caballería mercenaria griega
dirigida por Menidas; y enfrente del Escuadrón Real de caballería y los
demás Compañeros, se ubicaba la otra mitad de los agrianos y
arqueros; más los lanzadores de jabalina de Balacro, quienes estaban
de cara a los carros falcados persas. Menidas y sus tropas tenían
instrucciones de dar la vuelta y atacar al enemigo en el flanco, si es que
éstos sobrepasaban y envolvían su ala.

Así dispuso Alejandro las líneas del lado derecho. En lo que


respecta a la izquierda, los tracios bajo el mando de Sitalces se habían
dispuesto en formación oblicua, y cerca de ellos estaba la caballería de
los aliados griegos, liderada por Coerano. A continuación, se
encontraba la caballería odrisia bajo el mando de Agatón, hijo de
Tirimas. En esta parte, delante de todos ellos, se colocó la caballería
auxiliar de mercenarios griegos mandada por Andrómaco, hijo de
Hierón. Cerca del tren de bagaje, montaba guardia la infantería de
Tracia.

En total, el ejército de Alejandro contaba con 7.000 soldados de


caballería, y cerca de 40.000 de infantería.
CAPÍTULO XIII. LA BATALLA DE GAUGAMELA

Cuando los ejércitos se aproximaron cara a cara, se podía


observar desde el otro lado el carro de Darío y los hombres alrededor
de él, o sea, los melóforos, los indios, albanios, los carios desplazados a
Asia Central, y los arqueros mardianos; todos ellos situados frente al
mismo Alejandro y su Escuadrón Real de caballería. Alejandro movió a
su ejército más a la derecha, y los persas marcharon a su vez en
paralelo con él, flanqueando por mucho su ala izquierda. Acto seguido,
la caballería escita cabalgó en paralelo a la línea, y provocó una
escaramuza con los de la primera fila del cuerpo principal de las tropas
de Alejandro. Él, no obstante, no detuvo su marcha hacia la derecha, y
pasó con los suyos casi completamente más allá del terreno que había
sido limpiado y nivelado por los persas. Entonces Darío, por temor a
que sus carros se convirtieran en armas inútiles si los macedonios
avanzaban a un terreno irregular, ordenó a las primeras filas de su ala
izquierda dar la vuelta al ala derecha de los macedonios, donde
Alejandro tenía el mando supremo, para evitar que llevara su ala más
lejos. En respuesta, Alejandro mandó a la caballería de los mercenarios
griegos de Menidas a atacarlos. Pero la caballería escita y los
bactrianos, que habían sido puestos con los primeros, emprendieron la
carga contra ellos, y siendo mucho más numerosos que el pequeño
destacamento de los griegos, los vencieron. Alejandro envió entonces a
Aristón con los peonios y auxiliares griegos a atacar a los escitas, y los
bárbaros enseguida despejaron el camino. El resto de los bactrianos,
que se lanzaron contra los peonios y mercenarios griegos, lograron que
sus propios conmilitones, que ya estaban en fuga, se reanimaran y
renovaran el combate. Se desencadenó un denodado choque general de
caballerías, en el que muchos de los hombres de Alejandro acabaron
cayendo; no sólo por haber sido abrumados por el empuje de los
bárbaros, sino también porque los escitas y sus caballos estaban mucho
más protegidos, con una armadura que cubría completamente sus
cuerpos. A pesar de esto, los macedonios resistieron sus acometidas, y
atacando con violencia de escuadrón a escuadrón, pudieron
empujarlos fuera del terreno.

Mientras tanto, los extranjeros lanzaron sus carros falcados


contra el mismo Alejandro, creyendo que alcanzarían su objetivo de
confundir a la falange y desbaratarla. En esto estaban rematadamente
engañados. Porque, tan pronto como algunos carros se acercaron, los
agrianos y los lanzadores de jabalina de Balacro, que habían sido
puestos enfrente de la caballería de los Compañeros, los acribillaron; al
mismo tiempo, otros se apoderaron de las riendas y tiraron de los
conductores hacia fuera, al suelo, y, rodeando a los caballos, los
alancearon hasta matarlos. Sin embargo, algunos carros penetraron a
través de las filas, pues la infantería se separó y abrió sus filas, tal como
se les había ordenado, en las secciones adonde los carros se dirigían a
abrirse paso a punta de guadañas. De esta manera, sucedió que los
carros llegaron hasta la retaguardia sin causar estragos, y los
conductores de los mismos también resultaron ilesos. No por mucho
tiempo, claro está, porque éstos fueron domeñados a posteriori por los
mozos de cuadra del ejército de Alejandro, y por los guardias reales.
CAPÍTULO XIV. CONTINUACIÓN DE LA BATALLA DE
GAUGAMELA — HUIDA DE DARÍO

Tan pronto como Darío comenzó a poner toda su falange en


movimiento, Alejandro ordenó a Aretes pasar adelante para atacar a
los jinetes persas que cabalgaban por su ala derecha con intenciones de
realizar una maniobra de envolvimiento. Por un momento, él mismo
avanzó al frente de la columna. Pero cuando notó que los persas habían
dejado un hueco en la primera línea de su ejército, como consecuencia
de que la caballería corriera hacia adelante a ayudar a los que
intentaban rodear al ala derecha; Alejandro giró para ir a este espacio,
con la caballería de los Compañeros y aquella parte de la falange que
iba con ellos, en formación de cuña. Los llevó, con veloz galope y
dando estruendosos gritos de guerra, en línea recta hacia Darío mismo.
Por un corto tiempo, se produjo una lucha hombre a hombre; pero
luego la caballería macedonia, mandada por el mismo Alejandro,
siguió adelante con ímpetu, empujando sus caballos contra los de los
persas, y apuntando con sus golpes de lanza a sus rostros. Y cuando la
falange macedonia, en una formación apretada y erizada de largas
picas, también se hubo lanzado a la ofensiva en su dirección, todos
estos osados ataques parecieron llenar de pavor a Darío, que ya había
estado durante mucho tiempo viendo con nerviosismo cómo le estaban
resultando las cosas. De modo que él fue el primero en dar media
vuelta y huir. La alarma se apoderó también de la caballería persa que
intentaba sobrepasar el ala derecha, cuando vieron que Aretes salía a
responderles con un enérgico contraataque.

Ahora sí, los persas de este sector se dieron a la fuga con tanta
rapidez como les permitían sus caballos. Los macedonios siguieron a la
carrera a los fugitivos y los masacraron. Simias no tenía aún a su
unidad en condiciones de acompañar a Alejandro en su persecución,
porque debió detener a la falange allí para tomar parte en la lucha; el
ala izquierda de los macedonios, le informaron, estaba en aprietos. En
dicha parte del campo, la línea había sido perforada; algunos de los
indios y parte de la caballería persa irrumpieron a través de la brecha
hacia el tren de bagaje de los macedonios, y allí la situación era
desesperada. Los persas arremetieron contra los hombres que lo
cuidaban, que estaban en su mayoría desarmados, y no se esperaban
que los enemigos horadasen la doble falange y les cayeran encima.
Además, cuando vieron a los persas dándose al pillaje, los prisioneros
extranjeros les prestaron ayuda al abalanzarse sobre los macedonios en
medio del ataque. Sin embargo, los oficiales de las tropas que habían
sido dejadas atrás como reserva para la primera falange, al enterarse de
lo que estaba ocurriendo, los movieron rápidamente de la posición que
les habían ordenado ocupar; y se lanzaron contra los persas en la parte
posterior, matando a muchos de ellos mientras se dedicaban a rapiñar
todo el equipaje. El resto de ellos cedieron terreno y huyeron.

Mientras esto sucedía, los persas en el ala derecha, que no eran


conscientes todavía de la huida de Darío, giraron por el ala izquierda
de Alejandro y cargaron contra Parmenión por el flanco.
CAPÍTULO XV. DERROTA DE LOS PERSAS Y
PERSECUCIÓN DE DARÍO

En esta coyuntura, para los macedonios era incierto el resultado


de la batalla. Parmenión envió presuroso un mensajero a Alejandro,
para decirle que su ala se encontraba en una situación complicada y
debía enviarle ayuda. Cuando esta noticia llegó a Alejandro, de
inmediato abandonó la persecución e hizo voltear a la caballería de los
Compañeros, encauzando sus tropas a gran velocidad contra el ala
derecha de los persas. En primer lugar, embistió a la caballería
enemiga que escapaba, los partos y algunos de los indios; luego a la
más numerosa y más valiente de las alas persas. Sobrevino la contienda
de caballería más obstinada y reñida de toda la campaña. Alineados en
escuadrones, por así decirlo, los extranjeros se dieron la vuelta para
abalanzarse de frente sobre los hombres de Alejandro, ya sin confiar en
el uso de jabalinas o la destreza al maniobrar sus monturas, como es la
práctica común en los combates de caballería; todo el mundo se
esforzaba con vehemencia, cada quien por su cuenta, en arrollar todo
lo que se interpusiera en su camino, como si se tratara del único medio
de emerger sano y salvo de la conflagración. Ambos bandos golpeaban
y eran golpeados sin cuartel, como si ya no estuviesen luchando para
asegurar la victoria de un tercero, sino por su propia supervivencia
como individuos. Aquí sucumbieron unos 60 de los Compañeros de
Alejandro, y Hefestión resultó herido, como lo fueron de igual manera
Coeno y Menidas.

Pero incluso estos últimos jinetes fueron aplastados por


Alejandro; aquellos que sobrevivieron tuvieron que forzar a como
diera lugar su paso a través de sus filas, escabulléndose con toda la
celeridad posible. Ahora, Alejandro ya casi había llegado cerca del ala
derecha del adversario e iba a comenzar la refriega; pero, en el
entretiempo, la caballería de Tesalia se había lucido en un combate
espléndido, y con su labor había estado a la altura del éxito de
Alejandro. Los extranjeros en el ala derecha ya estaban empezando a
volar en todas direcciones para ponerse a salvo, cuando él llegó a la
escena; de modo que se giró de nuevo y partió en búsqueda de Darío
una vez más, manteniendo la persecución mientras duró la luz del día.
La unidad de Parmenión también se puso en camino a perseguir a
aquellos que se le habían enfrentado. Alejandro solo llegó hasta el río
Lico, lo vadeó e instaló su campamento allí, para permitirles a sus
hombres y caballos un poco de descanso; mientras tanto, los de
Parmenión tomaron el campamento de Persia con todos sus pertrechos,
elefantes y camellos.

Después de permitirles reposar a sus jinetes hasta la medianoche,


Alejandro avanzó nuevamente a marchas forzadas hacia Arbela, con la
esperanza de prender a Darío allí, junto con su tesoro y el resto de sus
reales pertenencias. Llegó a Arbela al día siguiente, habiendo recorrido
en total unos 600 estadios desde el campo de batalla. Pero como Darío
había continuado su escapada sin pausas, no se le pudo aprehender en
Arbela. Sin embargo, el dinero y todos los otros bienes sí fueron
capturados, y también el carro de Darío. Su lanza y el arco tampoco
faltaban, como había sido el caso después de la batalla de Issos.

De los hombres de Alejandro, perecieron alrededor de 100 y más


de 1.000 de sus caballos se perdieron, ya sea por heridas o por la fatiga
de la persecución; casi la mitad de ellos pertenecían a la caballería de
los Compañeros. De los extranjeros, se dice que fueron alrededor de
300.000 muertos, y que el número de quienes fueron hechos
prisioneros era mucho mayor que el de caídos. Los elefantes, y todos
los carros que no habían sido destruidos en la batalla, también fueron
capturados.

Tal fue el resultado de esta batalla, que se libró en el mes de


pianopsión, durante el arcontado de Aristófanes de Atenas. Así se
cumplió la predicción de Aristandro acerca de que Alejandro libraría
una gran batalla y ganaría una victoria igual de grande, en el mismo
mes del eclipse de luna.
CAPÍTULO XVI. DARÍO ESCAPA A MEDIA — ALEJANDRO
ENTRA EN BABILONIA Y SUSA

Inmediatamente después de la batalla, Darío marchó a través de


las montañas de Armenia hacia la tierra de los medos. Le
acompañaban en su huida la caballería bactriana, la misma que había
sido situada junto a él en la batalla; también los persas que eran
llamados los Parientes del Rey y unos pocos de los hombres que son
conocidos como melóforos. Alrededor de 2.000 de sus mercenarios
griegos también le seguían en su huida, dirigidos por Parón de Focea y
Glauco de Etolia. Huía el monarca persa a Media, porque pensaba que
Alejandro tomaría el camino a Susa y Babilonia al finalizar la batalla;
ya que la totalidad del país estaba habitado, y el camino no era difícil
para el tránsito de caravanas con mucho equipaje. Además, Babilonia y
Susa eran obviamente los botines más preciados de esta guerra. En
cambio, la ruta que comunicaba con Media no era de ninguna manera
fácil para la marcha de un gran ejército.

No se equivocaba Darío en sus conjeturas, pues al partir


Alejandro de Arbela, avanzó en línea recta hacia Babilonia; cuando ya
no estaban muy lejos de esa ciudad, llamó a su ejército a formar en
orden de batalla y prosiguió hacia adelante. Los babilonios fueron a su
encuentro en masa, con sus sacerdotes y magistrados en primera fila,
cada uno de los cuales llevaba obsequios de manera individual. Le
ofrecieron rendirle formalmente su ciudad, la ciudadela y el tesoro.
Luego, cuando Alejandro entró en la ciudad, pidió a los babilonios que
reconstruyeran todos los templos que Jerjes había destruido, en
especial el de Bel, a quien los babilonios veneran más que a cualquier
otro dios. Su siguiente acto consistió en nombrar sátrapa de Babilonia a
Maceo, a Apolodoro de Anfípolis como general de las tropas que se
quedarían atrás con Maceo, y a Asclepiodoro, hijo de Filón, como
recaudador de los tributos. A Mitrines, el que había rendido la
ciudadela de Sardes, lo envió a hacerse cargo de la satrapía de
Armenia. Fue también en Babilonia donde se reunió con los caldeos; y
todo lo que ellos le indicaron en lo que respecta a los ritos religiosos
babilonios, lo cumplió a rajatabla. En particular, tuvo cuidado de
realizar un sacrificio a Bel de acuerdo con sus instrucciones.

Después se dirigió hacia Susa; en el camino se encontró con el


hijo del sátrapa de los susianos, y con un heraldo que traía una carta de
Filóxeno, a quien había enviado directamente a Susa después de la
batalla. En la carta, Filóxeno había escrito que los susianos le habían
entregado su ciudad, y que la totalidad del tesoro estaba bajo custodia
para que Alejandro dispusiera de él. En veinte días más de cabalgata
desde Babilonia, el rey llegó a Susa; al entrar en la ciudad, tomó
posesión del tesoro, que ascendía a 50.000 talentos, así como del resto
de la propiedad real. Otros muchos bienes también fueron capturados
allí, por ejemplo: lo que trajo Jerjes con él de Grecia, especialmente las
estatuas de bronce de Harmodio y Aristogitón. Estas obras artísticas las
devolvió Alejandro a los atenienses. Ahora están erguidas en el
Cerámico de Atenas, por donde se sube a la Acrópolis, justo enfrente
del templo de Rea, la madre de los dioses, y no lejos del altar de los
Eudanemi [5]. El que se haya iniciado en los misterios de las dos diosas
en Eleusis, sabe del altar de Eudanemos que está sobre la explanada.

En Susa, Alejandro ofreció un sacrificio según la costumbre de


sus ancestros, y mandó celebrar una carrera de antorchas y un
concurso de atletismo. Luego, puso al persa Abulites como sátrapa de
Susiana, a Mazaro, uno de sus Compañeros, como comandante de la
guarnición de la ciudadela de Susa, a Arquelao, hijo de Teodoro, como
general; antes de continuar hacia la tierra de los persas. También
despachó a Menes a las satrapías marítimas, para fungir como
gobernador de Siria, Fenicia y Cilicia. Debía llevar con él unos 3.000
talentos de plata hacia la costa, y enviar por mar a Antípatro tantos
talentos como necesitase para financiar la guerra contra los
lacedemonios. En esos días, llegó Amintas, hijo de Andrómenes, con
las tropas que había conseguido de Macedonia. De entre éstas,
Alejandro seleccionó a los jinetes para las filas de los Compañeros de
caballería; a los soldados de a pie los añadió a las diversas unidades de
infantería, organizándolos de acuerdo con sus nacionalidades. Otra
innovación fue la introducción de dos compañías en cada escuadrón de
caballería; antes de este momento no existía tal unidad táctica en la
caballería, y sobre ellas puso como oficiales a los Compañeros más
meritorios.
CAPÍTULO XVII. ALEJANDRO SOMETE A LOS UXIANOS

Dejando Susa, Alejandro cruzó el río Pasitigris, e invadió el país


de los uxianos. Algunas de estas tribus, que habitan en las llanuras,
eran súbditos del sátrapa de los persas; éstos fueron quienes en esta
ocasión se rindieron a Alejandro. Pero aquellas tribus que son
montañesas no se encontraban entre los sometidos a los persas, y le
enviaron un mensaje a Alejandro diciéndole que no le permitirían
entrar con sus fuerzas en Persis, a menos que cobraran de él la
cantidad que acostumbraban recibir de parte del rey persa por transitar
a través de sus pasos de montaña. El macedonio despidió a los
mensajeros con el recado de que le esperasen en los desfiladeros, cuya
posesión les daba la seguridad de creerse que la única entrada a Persis
estaba en su poder; prometiendo que allí obtendrían de él la cifra
prescrita. Luego, tomó a su escolta real [6], los hipaspistas, y 8.000
hombres procedentes de otras unidades de su ejército, y, guiados por
susianos, marcharon en la noche por un camino diferente del
frecuentado. Avanzando por la ruta agreste y difícil, cayó ese mismo
día sobre las aldeas de los uxianos; muchos de los nativos murieron
estando aún en la cama, pero otros escaparon a las montañas. El botín
que consiguieron los macedonios fue considerable.

Enseguida prosiguió hacia los desfiladeros a marchas forzadas;


allí le esperaban los uxianos en masa, seguros de que les pagaría esa
especie de peaje de rigor. Pero él ya había enviado con anterioridad a
Crátero para apoderarse de las elevaciones del lugar. Estaba
convencido de que los uxianos se retirarían pronto si eran expulsados
por la fuerza. Por ello, él mismo fue al desfiladero con gran celeridad, y
se apoderó del paso antes de la llegada de los montañeses. Formó a sus
hombres en orden de batalla, y los lanzó desde la posición más alta y
dominante para atacar a los bárbaros. Ellos, aturdidos por la velocidad
de Alejandro, y descubriéndose privados mediante esta estratagema de
la posición ventajosa en la que siempre habían confiado especialmente,
se dieron a la fuga sin llegar nunca a combatir de cerca. Algunos de
ellos fueron abatidos por los soldados de Alejandro en su fuga, y
muchos otros perdieron la vida al caer por los precipicios a lo largo del
camino. La mayoría de ellos, sin embargo, pudo llegar a las montañas
en busca de refugio; allá chocaron inesperadamente con Crátero, y
fueron muertos por sus hombres.

Después de haber recibido estos “regalos” de Alejandro, con


dificultad y después de muchos ruegos, pudieron aquellas tribus
adquirir del rey el privilegio de retener la posesión de sus tierras, con
la condición de pagarle un tributo anual. Ptolomeo, hijo de Lago, dice
que la madre de Darío intercedió en nombre de ellos ante Alejandro, y
le suplicó que les concediera el privilegio de seguir habitando su
ancestral tierra. El tributo que se acordó fue de un centenar de caballos,
500 bueyes y 30.000 ovejas al año; porque los uxianos no tenían dinero
ni metales, ni era su país apto para la agricultura, sino que la mayoría
de ellos eran pastores y ganaderos.
CAPÍTULO XVIII. DERROTA DE ARIOBARZANES Y
CAPTURA DE PERSÉPOLIS

Alejandro envió a Parmenión con el bagaje, la caballería de


Tesalia, los aliados griegos, los auxiliares mercenarios y el resto de los
soldados mejor armados, hacia Persis por la ruta para caravanas que
conduce a ese país. El mismo iba a marchas forzadas a través de las
montañas con la infantería macedonia, la caballería de los
Compañeros, la caballería ligera utilizada para escaramuzas, los
agrianos y los arqueros. Cuando llegó a las Puertas Persas, se encontró
con que Ariobarzanes, el sátrapa de Persis, le aguardaba allí con 40.000
soldados de infantería y 700 de caballería. Había construido una pared
que atravesaba el paso de lado a lado, y había plantado su
campamento allí cerca del muro para bloquear a Alejandro. Éste tuvo
que detenerse a levantar su campamento en aquel sitio; pero al día
siguiente formó a su ejército y lo llevó a atacar el desfiladero.
Comprobó enseguida que, evidentemente, sería difícil de capturar
tomando en cuenta el carácter accidentado del terreno; lo que
confirmaba al presenciar cómo muchos de sus hombres resultaban
heridos en la refriega, porque el enemigo les arrojaba una catarata de
proyectiles procedente de la artillería instalada en un terreno más alto,
lo que les daba ventaja frente a sus agresores. Se retiró entonces a su
campamento.

Los prisioneros, no obstante, le revelaron que podían guiarle más


allá de las Puertas por otro camino, y llevarle al otro extremo del paso.
Éste camino era agreste y estrecho, por lo que dejó a Crátero en el
campamento con su unidad y la de Meleagro, así como con unos pocos
arqueros y unos 500 de la caballería. Sus órdenes eran que, cuando se
dieran cuenta de que Alejandro había pasado al otro lado y se acercaba
al campamento persa — algo que fácilmente podrían percibir, pues las
trompetas les darían la señal —, entonces debían asaltar la pared.
Alejandro avanzó unos 100 estadios durante la noche; le acompañaban
los hipaspistas, la unidad de Pérdicas, los arqueros más ligeros, los
agrianos, el Escuadrón Real de los Compañeros, y otro destacamento
de caballería además de éstos, formado por cuatro compañías. Con
estas tropas, rodeó el paso en la dirección que los guías cautivos le
indicaban. Ordenó a Amintas, Filotas y Coeno dirigir al resto del
ejército hacia la llanura, y fabricar un puente sobre el río [7] que se debe
vadear para entrar en Persis. Por su lado, la ruta que siguió era difícil y
accidentada; pese a lo cual hizo marchar a sus hombres a toda
velocidad la mayor parte del tiempo. Cayó sobre el primer puesto de
guardia de los bárbaros antes del amanecer, eliminándolos a todos, y
así lo hizo también con la mayoría de aquellos de la segunda guardia.
Pero gran parte de la tercera escaparon, y no precisamente para ir al
campamento de Ariobarzanes, sino a las montañas, presas todos de un
repentino pánico. Gracias a ello, Alejandro pudo atacar el campamento
del enemigo al clarear el día sin ser observado.

En el momento mismo en que comenzó el asalto a la empalizada


persa, las trompetas dieron la señal para Crátero, quien atacó
simultáneamente la fortificación más próxima. El enemigo se vio en un
estado de confusión al ser atacado por todas partes y huyeron sin
llegar a la lucha frontal. Al hacerlo, se vieron aprisionados como por
una tenaza, con Alejandro presionándolos desde una dirección, y los
hombres de Crátero desde la otra. Por lo tanto, la mayoría de ellos se
vieron obligados a huir de vuelta a las fortificaciones, que ya estaban
en manos de los macedonios. Alejandro había previsto lo que ahora
estaba ocurriendo y había dejado a Ptolomeo allí con tres mil infantes;
de modo que la mayoría de los bárbaros fueron hechos pedazos por los
macedonios en lucha hombre a hombre. Otros perecieron en la terrible
huida que siguió, durante la cual los fugitivos se tiraban al vacío desde
los acantilados. Ariobarzanes, sin embargo, escapó a las montañas con
unos pocos jinetes.
Alejandro se dio la vuelta y regresó a toda velocidad al río;
encontrando el puente ya construido, lo cruzó rápidamente con su
ejército. Desde allí, continuó su marcha a Persépolis, tan velozmente
que llegó antes de que los de la guarnición tuvieran tiempo de saquear
la tesorería de la ciudad. Más tarde, capturaría también los tesoros que
estaban en Pasargada, en la tesorería del primer Ciro. En la capital,
nombró a Frasaortes, hijo de Reomitres, como nuevo sátrapa de los
persas. Hizo quemar el palacio de Persépolis, desoyendo el consejo de
Parmenión de preservarlo. Éste había alegado, entre otras cosas, que no
era apropiado destruir lo que ahora era de su propiedad, porque con
este comportamiento no iba a ganarse a las gentes de Asia, quienes
deducirían que él no estaba tan decidido a quedarse con la supremacía
de toda Asia, sino que sólo había venido a conquistarla e irse luego. Sin
embargo, Alejandro contestó que deseaba vengarse de los persas, en
represalia por sus acciones durante la invasión de Grecia, cuando
Atenas fue arrasada hasta sus cimientos y los templos fueron
incendiados. También deseaba castigar a los persas por todos los
demás actos injuriosos con que habían humillado a los griegos.

Sin embargo, no me parece que Alejandro haya actuado con


prudencia en esta ocasión, ni creo que se tratara en absoluto de una
retribución por remotas rencillas con los antiguos persas.
CAPÍTULO XIX. PERSECUCIÓN DE DARÍO EN MEDIA Y
PARTIA

Después de resolver estos problemas con éxito, Alejandro avanzó


hacia Media, donde sabía que Darío estaba refugiado. Darío había
tomado la decisión de quedarse allí entre los medos, si Alejandro
permanecía en Susa o Babilonia; con el tiempo tal vez vería un cambio
en la política de Alejandro, pensaba él. Pero, en vez de ello, aquél
continuó persiguiéndole. Decidió, entonces, adentrarse en el interior,
hacia Partia e Hircania, o incluso más allá, hasta Bactria. Por el camino
iba arrasando toda la tierra para obstaculizar que Alejandro avanzara
más. Envió, además, a las mujeres y el resto de los bienes que aún
conservaba en carruajes cubiertos a las llamadas Puertas Caspias; pero
él mismo se quedó en Ecbatana con las fuerzas que habían sido
reclutadas de los pueblos a mano.
Enterado Alejandro, se adentró en tierras de los medos, e
invadiendo el territorio de los llamados paretaces, los sometió y
designó para gobernarlos como su nuevo sátrapa a Oxatres, hijo de
Abulites, el anterior sátrapa de Susa. Sobre la marcha, le informaron
que Darío había decidido librar con él otra batalla e intentar torcer el
desenlace de la guerra de nuevo — porque confiaba en los escitas y
cadusios que tenía como aliados —; ordenó Alejandro que las bestias
de carga, con sus mozos de cuadra y demás miembros de la caravana,
debían seguirle más despacio mientras él, en cambio, iba a responder al
desafío. Tomó al resto de su ejército y lo obligó a marchar en orden de
batalla durante días, llegando al duodécimo día donde los medos. Allí
se comprobó que las fuerzas de Darío no estaban preparadas para
luchar, y que sus aliados cadusios y escitas no habían acudido. Una vez
más, Darío había vuelto a huir. Por lo tanto, Alejandro aumentó aún
más, si cabe, su velocidad de marcha; cuando estaba a sólo tres días de
viaje de Ecbatana, se encontró con Bistanes, hijo de Ocos, el que reinó
sobre los medos antes de Darío. Aquél noble le anunció que Darío
había escapado cinco días antes, llevándose con él los 7.000 talentos del
tesoro de los medos, y un ejército compuesto de 3.000 soldados de
caballería y 6.000 de infantería.

Cuando Alejandro se instaló en Ecbatana, decidió licenciar a la


caballería tesalia y los aliados griegos. Les envió a embarcarse hacia
casa, pagándoles por entero el sueldo que se estipulaba y haciéndoles,
además, un obsequio adicional de 2.000 talentos salidos de su propio
bolsillo. Emitió también la orden de que, si cualquiera de estos
hombres deseaba por su propia voluntad continuar sirviendo como
mercenario, fuese aceptado con gusto. Los que se reengancharon a su
servicio no fueron pocos. Luego, ordenó a Epocilo, hijo de Poliedes,
que guiara a los que no se alistaron hasta el mar, con otra caballería
para escoltarlos, ya que los tesalios vendieron sus caballos antes de
partir. También envió un mensaje a Menes, avisándole que sería suyo
el deber de velar por el transporte de éstos en trirremes hasta Eubea.
Dio otras órdenes, como una a Parmenión de depositar en la ciudadela
de Ecbatana el tesoro que estaba siendo transportado desde Persis, y
entregarlo a la administración de Harpalo, a quien había dejado a
cargo del tesoro con una guardia de 6.000 macedonios, unos pocos
jinetes e infantería ligera para protegerlo. Le dijo asimismo a
Parmenión que llevara a los mercenarios griegos, los tracios y toda la
caballería, excepto la de los Compañeros, y marchase por la tierra de
los cadusios hacia Hircania. A Clito, que comandaba el Escuadrón Real
de caballería y había sido dejado enfermo en Susa, le envió un mensaje
para que al llegar a Ecbatana desde Susa, tomara a los macedonios que
estaban allí custodiando el tesoro y fuese en dirección a Partia. Allí
pretendía ir Alejandro después.
CAPÍTULO XX. EL PASO POR LAS PUERTAS CASPIAS

Luego, tomando la caballería de los Compañeros, los prodomoi,


la caballería mercenaria griega de Erigio, la falange macedónica — sin
los hombres a cargo del tesoro —, los arqueros y los agrianos, marchó
en busca de Darío. En las marchas forzadas que siguieron, varios de
sus soldados se quedaban atrás, agotados a más no poder, y muchos de
los caballos murieron de fatiga. Él, sin embargo, siguió adelante y al
undécimo día llegó a Raga. El lugar está a una jornada de distancia de
las Puertas Caspias, para quien marchara como Alejandro lo estaba
haciendo. Pero Darío ya había pasado por este desfiladero antes de que
Alejandro se acercase, aunque muchos de los que le acompañaban en
su fuga lo abandonaron en el camino y se retiraron a sus casas. Otros
tantos se rindieron a Alejandro.

Éste debió abandonar toda esperanza de capturar a Darío a


fuerza de perseguirlo adonde fuese; permaneció allí cinco días para
dar reposo a sus exhaustas tropas. En el intervalo, nombró al persa
Oxodates, quien había tenido la mala fortuna de ser arrestado por
Darío y encerrado en Susa, para el puesto de sátrapa de Media. El
pésimo trato sufrido por este personaje era un incentivo para que
Alejandro confiara en su fidelidad. Luego, los macedonios
reemprendieron el camino hacia Partia. El primer día, acamparon cerca
de las Puertas Caspias, las que atravesaron el segundo día y
prosiguieron hasta donde el territorio estaba habitado. Enterado de
que la tierra de más allá era un desierto, Alejandro decidió adquirir un
buen cargamento de provisiones de los alrededores de donde
acampaban; le dio a Coeno la tarea de salir en una expedición de
búsqueda de alimentos, con la caballería y un pequeño destacamento
de infantería.
CAPÍTULO XXI. DARÍO ES ASESINADO POR BESOS

En aquel tiempo, Bagistanes, uno de los nobles de Babilonia, vino


a ver a Alejandro desde el campamento de Darío, acompañado por
Antibelo, uno de los hijos de Maceo. Estos hombres le informaron que
Nabarzanes, el general de la caballería que acompañaba a Darío, Besos,
sátrapa de Bactria y Barsantes, sátrapa de Aracosia y Drangiana, se
habían juntado para arrestar al rey. Tras escuchar estas nuevas,
Alejandro redobló la velocidad de su marcha más que nunca;
llevándose sólo a los Compañeros y la caballería de los prodomoi, así
como algunos soldados de la infantería ligera seleccionados por ser
hombres fuertes y ligeros de pies. Sin siquiera esperar a que Coeno
regresara de la expedición en busca de alimentos, puso a Crátero al
frente de los hombres que dejó atrás, con orden de seguirle a ritmo de
caravana. Sus propios hombres apenas tuvieron tiempo de llevarse sus
armas y provisiones para dos días. Después de marchar toda la noche
y hasta el mediodía del siguiente, le dio a su ejército un brevísimo
descanso, antes de marchar de nuevo durante toda la noche. Al clarear
el día, llegaron al campamento desde el que Bagistanes había salido a
su encuentro, pero no pudieron atrapar al enemigo. A Darío, como
comprobó el macedonio, le habían detenido y estaba ahora siendo
transportado en un carro cubierto. Besos poseía el mando en lugar de
Darío, pues había sido nombrado como su nuevo líder por la caballería
bactriana y todas las otras tropas bárbaras que escapaban con Darío, a
excepción de Artabazo y sus hijos, junto con los mercenarios griegos
que aún permanecían leales a Darío. Al no ser capaces de evitar lo que
se hacía, los disidentes se habían desviado de la carretera principal y se
marchaban ahora hacia las montañas por su cuenta, negándose a ser
cómplices de Besos y sus partidarios en su traición. Los que habían
arrestado a Darío habían llegado a la conclusión de que era mejor
vendérselo a Alejandro, porque así podrían canjearlo por algún tipo de
beneficio para ellos mismos, si se veían arrinconados por Alejandro;
pero en caso de que hubiera desistido de nuevo, estaban resueltos a
reunir el ejército más numeroso posible para preservar sus privilegios.
También se le informó a Alejandro que Besos ostentaba el mando
supremo por las siguientes razones: su relación con Darío, y porque la
guerra se libraría en su satrapía.

Cuando supo todo esto, Alejandro consideró que era conveniente


proseguir con más ganas; aunque sus hombres y caballos estaban ya
muy fatigados por la incesante y frenética marcha, siguió hacia
adelante. Recorriendo un largo camino durante toda la noche y el
siguiente día hasta el mediodía, llegaron a una aldea donde los que
tenían cautivo a Darío habían acampado el día anterior. Los bárbaros
también habían decidido continuar su marcha por la noche, al parecer.
Entonces, Alejandro les preguntó a los nativos si sabían de un camino
más corto para dar alcance a los fugitivos. Respondieron los lugareños
que sí sabían de uno, pero que era un atajo a través de un desierto
totalmente falto de agua. Él, sin embargo, les rogó que se lo enseñaran
de todas maneras. Dándose cuenta de que la infantería no podría
seguir su ritmo si partía a toda velocidad, hizo desmontar a 500 de la
caballería y entregarle sus caballos. Procedió, entonces, a seleccionar a
los mejores de entre los oficiales y soldados de la infantería, les ordenó
montar en las monturas cedidas, armados tal como estaban. También
instruyó a Nicanor, el que mandaba a los hipaspistas, y a Atalo, el de
los agrianos, guiar a los hombres que se quedarían atrás por la misma
ruta que había tomado Besos, dotados de armamento lo más ligero
posible; y, además, ordenó que el resto de la infantería le siguiera a un
ritmo de marcha normal.

Alejandro y sus tropas salieron por la tarde con gran rapidez.


Después de haber viajado 400 estadios durante la noche, se
encontraron con los bárbaros justo antes del amanecer. Iban por
delante sin ningún orden y sin armas, por lo que muy pocos de ellos se
apresuraron a formar para defenderse. La mayoría de ellos, tan pronto
como vieron aparecer a Alejandro en el horizonte, se dieron a la fuga
sin llegar siquiera a las manos con sus soldados. Algunos de ellos se
plantaron a resistir y fueron muertos; el resto de ellos puso pies en
polvorosa. Hasta ese momento, Besos y sus partidarios seguían
llevando a Darío con ellos en un carro cubierto; pero cuando Alejandro
ya estaba sobre sus talones, Nabarzanes y Barsantes hirieron al rey
persa y lo dejaron allí, huyendo enseguida con 600 jinetes. Darío
falleció debido a sus heridas poco después, antes de que Alejandro lo
viese.
CAPÍTULO XXII. REFLEXIONES SOBRE EL DESTINO DE
DARÍO

Alejandro envió el cadáver de Darío a Persis, para que pudiese


ser enterrado en el mausoleo real, con los mismos honores con que
muchos reyes persas habían sido enterrados antes que él. El macedonio
entonces proclamó al parto Aminaspes como nuevo sátrapa de los
partos e hircanios. Este hombre era uno de los que se habían rendido a
Alejandro con Mazaces en Egipto. Otro nombramiento fue el de
Tlepólemo, hijo de Pitófanes, uno de los Compañeros, para proteger
sus intereses en Partia e Hircania.

Tal fue el fin de Darío, ocurrido en el mes de hecatombeón,


durante el arcontado de Aristofonte en Atenas. Este rey era de aquellos
hombres eminentemente débiles y carentes de autoconfianza en
cuestiones militares; pero en cuanto a materias civiles no dio muestras
de poseer inclinación alguna a un comportamiento despótico. O tal vez
tampoco tuvo oportunidad de demostrarlo, pues sucedió que se vio
involucrado en una guerra con los macedonios y griegos casi en el
momento mismo en que ascendió al poder; y, en consecuencia, ya no
era fácil para él actuar como un tirano para sus súbditos, incluso si
hubiese estado en su naturaleza, debido a que ahora se veía en un
peligro mayor que su pueblo. Mientras él vivió, una desgracia tras otra
se acumularon sobre su cabeza; no cesaron tampoco de lloverle
calamidades desde el momento en el que subió por vez primera al
trono. Al comienzo de su reinado, tuvo que lidiar con la derrota de la
caballería de sus sátrapas en el Gránico; y casi al instante tanto Jonia y
Eolia como Frigia, Lidia y toda Caria, excepto Halicarnaso, fueron
ocupadas por su adversario. Poco después, también fue capturada
Halicarnaso, así como toda la región costera hasta Cilicia. Luego vino
su propia derrota en Issos, donde vio a su madre, esposa y sus niños
tomados prisioneros. Sobre esta pérdida, vinieron Fenicia y todo
Egipto; y luego, en Gaugamela, él mismo se cubrió de infamia al ser de
los primeros en huir, y, por causa de ello perder un ejército muy vasto,
compuesto de todas las naciones de su imperio. Después de vagar
como un exiliado por sus propios dominios, murió traicionado por sus
íntimos, quienes lo sometieron previamente al peor tratamiento posible
para un rey: ser al mismo tiempo un soberano y un prisionero,
ignominiosamente llevado de acá para allá en cadenas. Y, finalmente,
pereció víctima de una conspiración urdida por las personas más
estrechamente ligadas a él. Tales fueron las desgracias que se abatieron
sobre Darío en vida. Pero después de muerto recibió un funeral real, y
sus hijos recibieron por decisión de Alejandro una crianza y una
educación principescas, como su padre lo habría hecho de seguir como
rey; además, el mismo Alejandro se convirtió más adelante en su
yerno.

Cuando murió, tenía Darío unos cincuenta años de edad.


CAPÍTULO XXIII. ALEJANDRO EN HIRCANIA

Alejandro reunió ahora a los soldados que se habían quedado


atrás en su persecución y se dirigió con ellos a Hircania, que es la tierra
situada en el lado izquierdo del camino que conduce a Bactra. Por un
lado, está flanqueada por altas montañas densamente cubiertas de
bosques, y por la otra es una llanura que se extiende hasta el Mar
Grande,[8] hacia esta parte del mundo. Condujo, pues, a su ejército por
esta vía, porque determinó que los mercenarios griegos de Darío
habían logrado escapar por ella hasta la cordillera de Tapuria. Al
mismo tiempo, resolvió que debía someter a los tapurianos mismos.
Habiendo dividido su ejército en tres partes, se abrió paso por la ruta
más corta y más difícil, a la cabeza del más numeroso y, al mismo
tiempo, más ligero cuerpo de sus fuerzas. Despachó a Crátero con su
unidad y la de Amintas, unos cuantos de los arqueros y algunos de la
caballería contra los tapurianos; y ordenó a Erigio llevar a los
mercenarios griegos y el resto de la caballería por la vía pública, a
pesar de que era más larga, llevando la delantera para guiar a los
carros del equipaje, y la multitud de criados y seguidores del
campamento.

Después de cruzar las primeras montañas y acampando allí, se


llevó a los hipaspistas junto a los más ligeros infantes de la falange
macedonia y algunos de los arqueros por un camino duro para viajar a
pie. A lo largo del camino, iba dejando centinelas dondequiera pensara
que acechaba el peligro, para que los bárbaros que ocupaban las
montañas no pudiesen caer desde esos puntos sobre los hombres que
vendrían después. Cruzando por los desfiladeros con sus arqueros,
acampó en la llanura cerca de un pequeño río; mientras él estaba ahí,
Nabarzanes, el general de la caballería de Darío, Fratafernes, el sátrapa
de Hircania y Partia, y otros encumbrados dignatarios persas de la
corte de Darío, llegaron para rendirse. Tras cuatro días de ser
esperados en el campamento, llegaron los que habían quedado atrás en
la marcha, todos ellos sanos y salvos; excepto los agrianos, quienes,
mientras cuidaban la retaguardia de la caravana, fueron atacados por
los bárbaros montañeses. Sin embargo, éstos habían huido tan pronto
les tocó encajar la peor parte en la lucha. A partir de este lugar,
Alejandro avanzó hacia el interior de Hircania hasta tan lejos como
Zadracarta, la capital de los hircanios.

Acá vino a reunirse Crátero con sus tropas; no había tenido éxito
en encontrar a los mercenarios griegos de Darío, pero había atravesado
todo el país de una punta a otra, conquistando más territorio por la
fuerza o por capitulación voluntaria de los nativos. Erigio también
llegó aquí con los pertrechos y los carros. Y, poco después, llegaron a
presentarse ante Alejandro: Artabazo con tres de sus hijos, Cofen,
Ariobarzanes y Arsames, acompañado por Autofrádates, sátrapa de
Tapuria, y enviados de los mercenarios griegos al servicio de Darío. A
Autofrádates se le restauró en su cargo de sátrapa, pero a Artabazo y
sus hijos los mantuvo el rey en su entorno intimo, en una posición de
honor, tanto por su fidelidad a Darío como por ser uno de los
principales nobles de Persia. A los embajadores de los griegos, que le
suplicaron concederles una tregua en nombre de toda la fuerza
mercenaria, Alejandro les contestó que no llegaría a ningún tipo de
acuerdo con ellos, porque estaban actuando con alevosía al servir como
soldados a sueldo de los bárbaros contra Grecia, en contravención a la
resolución oficial de los griegos. Les ordenó que viniesen y se
entregasen todos ellos, dejando en sus manos decidir su suerte a su
antojo, o defenderse con las armas lo mejor que pudiesen. Los enviados
dijeron que tanto ellos como sus camaradas se rendían allí y en ese
momento a Alejandro, y le rogaron que enviase a alguien con ellos
para que actuase como su líder, para que pudieran unirse a él sin
contratiempos. Los mercenarios, le aseguraron al rey, eran 1.500 en
número. Alejandro acabó por ceder a sus ruegos, y envió a Andrónico,
hijo de Agerros, y a Artabazo a hacerse cargo de ellos.
CAPÍTULO XXIV. EXPEDICIÓN CONTRA LOS
MARDIANOS

Alejandro emprendió de nuevo la marcha, esta vez con


intenciones de enfrentarse a los mardianos. Como de costumbre, iban
con él los hipaspistas, los arqueros, los agrianos, las unidades de Coeno
y Amintas, la mitad de la caballería de los Compañeros y los
lanzadores de jabalina montados, porque ahora tenía ya un
destacamento de ésos. Recorriendo la mayor parte del territorio de los
mardianos, vio que muchos de ellos corrían a buscar refugio al verle
avanzar. Mató a buen número de ellos en su huida; de hecho,
solamente por haber plantado cara y defenderse cayeron bastantes, y
muchos más fueron hechos prisioneros. Por muchísimo tiempo, nadie
había invadido sus tierras con intenciones hostiles. No sólo debido a lo
escabroso del terreno, sino también porque la gente era pobre, y,
además de ser pobres, eran guerreros de conocida fiereza. Por lo tanto,
no se les había pasado por la cabeza que Alejandro tuviera las agallas
de atacarlos, sobre todo porque estaba avanzando para ir más allá de
su país. Por esta razón, fueron pillados fuera de guardia con facilidad.
Muchos de ellos, sin embargo, escaparon a las montañas, que en su
tierra son muy altas y escarpadas, pensando que Alejandro no
penetraría en éstas en ningún caso. Pero, Alejandro sí lo hizo. Al ver
que los buscaba en sus escondrijos de las montanas, los mardianos
enviaron emisarios a rendir el país y su gente ante el macedonio. Éste
los perdonó, y nombró a Autofrádates, al que recientemente también
había colocado como sátrapa de Tapuria, para serlo también de esta
tierra.

De regreso al campamento del que había partido a invadir el país


de los mardianos, se encontró con que los mercenarios griegos de
Darío habían llegado ya; traían consigo a los embajadores de los
lacedemonios venidos en misión diplomática ante el rey Darío. Los
nombres de estos hombres eran: Calicrátides, Pausipo, Mónimo,
Onomas y Dropites, un ciudadano de Atenas. Éstos fueron detenidos y
mantenidos bajo fuerte vigilancia; pero a los enviados de Sinope los
soltó, porque esta gente no tenía ninguna clase de participación en la
liga helénica. Eran de una ciudad sometida a los persas, y, por tanto,
no habían hecho nada irrazonable ni ilegal al ir en una embajada ante
su propio soberano. También dejó ir libres al resto de los griegos que
servían a sueldo con los persas desde antes de la alianza acordada
entre griegos y macedonios. Igualmente liberó a Heráclides, el
embajador de Calcedonia ante Darío. Al resto les dio la opción de
servir en su ejército por el mismo sueldo que habían recibido del rey
persa, poniéndolos bajo el mando de Andrónico, el mismo que los
había traído enteros al campamento, quien evidentemente se había
preocupado de tomar medidas prudentes para preservar las vidas de
aquellos hombres.
CAPÍTULO XXV. MARCHA HACIA BACTRA — BESOS
RECIBE AYUDA DE SATIBARZANES

Arreglados estos asuntos, Alejandro se dirigió a Zadracarta, la


ciudad más grande de Hircania, donde también estaba la sede del
gobernante de Hircania. Su estadía aquí duró quince días, durante los
cuales ofreció sacrificios a los dioses a la usanza local y celebró una
competición gimnástica; tras lo cual prosiguió su marcha hacia Partia,
y de allí a los confines de Aria y a Susia, una importante ciudad de esa
satrapía, donde le salió al encuentro Satibarzanes, el sátrapa de los
arios. A dicho sujeto, Alejandro lo confirmó en la dignidad de sátrapa,
y con él envió a Anaxipo, uno de los Compañeros, con cuarenta de los
nuevos lanzadores de jabalina montados para hacer de escoltas a su
paso por las diversas localidades, para que los arios no fuesen atacados
por el ejército en su marcha por ese territorio. En ese momento, se le
acercaron unos persas que le advirtieron acerca de una nueva acción de
Besos: había asumido la mitra que los reyes persas usaban a modo de
corona, vestía los ropajes reales de Persia y se hacía llamar Artajerjes [9]
en lugar de Besos; afirmando que él era el legítimo rey de Asia. Tenía
con él, añadieron los informantes, a los persas que habían escapado a
Bactra y a muchos de los bactrianos, y, por otra parte, esperaba que los
escitas se le unieran pronto como aliados.

Alejandro, que tenía ahora todas sus fuerzas a mano, se dirigió


hacia Bactra, donde le dio alcance Filipo, hijo de Menelao, recién
llegado de Media con la caballería mercenaria griega que estaba bajo su
mando, aquellos de los tesalios que se habían ofrecido a quedarse, y los
hombres de Andrómaco. Nicanor, hijo de Parmenión, el que mandaba
a los hipaspistas, había muerto no hace mucho de enfermedad.
Mientras Alejandro estaba todavía de camino a Bactra, le reportaron
que Satibarzanes, el recientemente confirmado sátrapa de Aria, había
matado a Anaxipo y a toda la guardia de lanceros a caballo que iban
con él; había armado a los arios y estaba ahora con ellos atrincherado
en la ciudad de Artacoana, la capital de esa nación. Había determinado
que, tan pronto como fuera conocido que Alejandro había avanzado en
su dirección, sus tropas saldrían de ese lugar para ir a engrosar las de
Besos. Su intención era unirse a ese príncipe en una guerra que acabase
con los macedonios, siempre que se diera la oportunidad. Al recibir
esta noticia, el soberano macedonio detuvo la marcha hacia Bactra,
dejó a una parte del ejército con Crátero donde estaban; llevando
consigo a la caballería de los Compañeros, los lanceros montados,
arqueros, agrianos y las unidades de Amintas y Coeno, partió a
marchas forzadas a enfrentar a Satibarzanes y sus arios. A una
velocidad estremecedora, llegó a Artacoana tras recorrer 600 estadios
en dos días.

Sin embargo, tan pronto como Satibarzanes supo que Alejandro


estaba cerca, le invadió el miedo y asombro por la rapidez de su
llegada; se dio a la fuga con unos pocos jinetes arios. Pocos, porque fue
abandonado por la mayoría de sus soldados durante la huida, cuando
también ellos se enteraron de que Alejandro estaba próximo. Éste
continuó su velocísima marcha en persecución del enemigo; alcanzó y
dio muerte a algunos de los hombres que él reconoció como culpables
de la revuelta, los que en el momento de verle venir se habían
precipitado a dejar sus pueblos, huyendo cada quien como mejor
podía. A los sobrevivientes los vendió como esclavos. Aplastada la
rebelión, proclamó al persa Arsames como nuevo sátrapa de Aria. Al
estar ahora presentes los hombres que se habían quedado atrás con
Crátero, decidió seguir de una vez hacia la tierra llamada Zarangiana,
específicamente al lugar donde estaba el palacio de su gobernante.
Barsantes, quien en ese momento tenía ese territorio en su posesión, y
era uno de los causantes de la muerte de Darío en la pasada huida,
escapó de nuevo al saber que Alejandro se acercaba; esta vez yendo a
refugiarse donde los nativos que viven de este lado del río Indo. Sin
embargo, éstos lo arrestaron y lo enviaron de nuevo a Alejandro, quien
le condenó a muerte por causa de su culpabilidad en el asesinato de
Darío.
CAPÍTULO XXVI. LA EJECUCIÓN DE FILOTAS Y
PARMENIÓN

En aquel tiempo, Alejandro descubrió la conspiración de Filotas,


hijo de Parmenión. Ptolomeo y Aristóbulo concuerdan en afirmar que
ya se le había informado de ello antes, en Egipto, pero que a él no le
había parecido creíble debido a la larga amistad entre ambos, los
honores que le confirió públicamente a su padre Parmenión, y por la
confianza depositada en Filotas. Ptolomeo, hijo de Lago, dice que
Filotas fue llevado ante la asamblea de macedonios, delante de la cual
Alejandro le acusó con energía, y que él se defendió de las acusaciones.
Añade también que quienes divulgaron el complot pasaron adelante y
lo señalaron como el culpable, y a quienes eran sus cómplices,
mediante pruebas claras; sobre todo ésta: Filotas confesó que había
oído hablar de una conspiración determinada que se estaba fraguando
contra Alejandro.

Fue declarado culpable de no haber dicho ni una palabra de


advertencia al rey acerca del complot, a pesar de que visitaba la tienda
real dos veces al día. Él y todos los demás conspiradores fueron
ejecutados por los macedonios, empleando jabalinas como medio. Y
enseguida Polidamante, uno de los Compañeros, fue enviado donde
Parmenión con cartas de Alejandro para los generales en Media —
Cleandro, Sitalces y Menidas —, que mandaban las diversas unidades
del ejército sobre el cual Parmenión tenía el mando supremo. El trío
decidió sentenciar a Parmenión a muerte, tal vez porque Alejandro
consideraba increíble que Filotas conspirase contra él sin que
Parmenión conociese el plan de su hijo. O tal vez pensó que, aunque no
tuviera ninguna participación en el asunto, a partir de entonces sería
un hombre peligroso si sobrevivía, tomando en cuenta que el rey había
terminado violentamente con la vida de su hijo. Además, al veterano
general se le tenía en grandísima estima, tanto por el propio Alejandro
como por todo el ejército; poseía enorme influencia no sólo entre las
tropas macedonias, sino también entre los auxiliares griegos, a los que
a menudo supo comandar de acuerdo con las directrices de Alejandro,
en misiones corrientes y extraordinarias por igual, con la aprobación
de su soberano y a entera satisfacción de éste.
CAPÍTULO XXVII. EL JUICIO DE AMINTAS — LOS
ARIASPIANOS

Se dice que, casi al mismo tiempo, Amintas, hijo de Andrómenes,


fue llevado a juicio junto con sus hermanos Polemón, Atalo y Simias,
bajo la acusación de ser cómplices de la conspiración contra Alejandro,
a causa de su confianza en Filotas y su amistad íntima con él. La
convicción de que había participado en la trama se fortaleció entre la
mayoría de los hombres por el hecho de que, cuando fue detenido
Filotas, uno de los hermanos de Amintas — Polemón —, huyó al
enemigo. Pero Amintas con sus otros dos hermanos se quedaron a la
espera del juicio, y él se defendió con tanta elocuencia ante los
macedonios que fue declarado inocente de los cargos. Tan pronto como
fue absuelto por la asamblea, exigió que se le extendiera la
autorización para ir a buscar a su hermano y traerlo de vuelta ante
Alejandro. A ello se adhirió la asamblea de los macedonios, por lo que
fue y en el mismo día volvió con Polemón. A cuenta de dicha acción,
ahora parecía libre de culpa mucho más que antes. Pero poco después,
mientras estaba sitiando una aldea, recibió un disparo de flecha y
murió a causa de la herida; de manera que no obtuvo ninguna otra
ventaja de su absolución, excepto la de morir con una reputación
impoluta.

Alejandro designó a dos nuevos hiparcos para los Compañeros


montados: Hefestión, hijo de Amintor, y Clito, hijo de Dropidas,
dividiendo la unidad de los Compañeros en dos, porque no quería que
ninguno de sus amigos tuviese el mando único de tantos jinetes;
especialmente si eran los mejores de toda su caballería, tanto en la
estima de sus hombres como en disciplina y marcialidad. Llegó, pues,
a la tierra de los anteriormente llamados ariaspianos, que después
fueron conocidos por el nombre de Euergetae [10], debido a que
ayudaron a Ciro, hijo de Cambises, en su invasión de Escitia. Alejandro
trató a estas personas, cuyos antepasados??habían sido tan útiles a
Ciro, con honor; cuando comprobó que no sólo disfrutaban de una
forma de gobierno diferente a la de los otros bárbaros en esa parte del
mundo, sino que era de una justicia tal que podía rivalizar con la mejor
de los griegos, decidió dejarlos en libertad. Les cedió, además, gran
parte de las tierras adyacentes a la suya que solicitaron como de su
propiedad, pues no era mucho lo que pidieron. Allí, en tierra de ellos,
ofreció un sacrificio a Apolo.

Después, mandó arrestar a Demetrio, uno de sus escoltas reales


de confianza, debido a la sospecha de haber estado implicado con
Filotas en la conspiración. Ptolomeo, hijo de Lago, fue escogido para el
puesto dejado vacante por Demetrio.
CAPÍTULO XXVIII. ALEJANDRO ATRAVIESA EL HINDU
KUSH

Después de estos arreglos, Alejandro avanzó contra Bactra y


Besos; consiguiendo la sumisión de la Drangiana y los habitantes de
Gedrosia durante su marcha. También venció a los aracosios, y puso
como sátrapa de este territorio a Menón. Por último, llegó hasta los
pueblos indios que habitan en las tierras que bordean las de los
aracosios. A todas estas naciones llegó Alejandro marchando por
caminos cubiertos por una gruesa capa de nieve, y sus soldados
experimentaron todo el tiempo una acuciante escasez de provisiones y
otras graves dificultades. Pronto se enteró de que los arios de nuevo se
habían rebelado, como consecuencia de la invasión de su tierra por
Satibarzanes, al frente de 2.000 soldados de caballería que había
recibido de Besos. Alejandro despachó contra ellos al persa Artabazo,
con Erigio, Carano y dos de los Compañeros. También dio orden a
Fratafernes, el sátrapa de Partia, de ayudarles en la campaña contra los
arios. Un combate empecinado entre las tropas de Erigio y Carano, y
las de Satibarzanes fue el resultado. Los bárbaros no cedieron ni un
dedo hasta que Satibarzanes, enfrentado por Erigio en medio de la
lucha, fue alcanzado por un lanzazo en el rostro y murió. Entonces los
bárbaros se desbandaron con rapidez.

Mientras tanto, Alejandro estaba llevando a su ejército hacia el


monte Cáucaso[11], donde fundó una ciudad a la que llamó Alejandría.
Después de haber ofrecido sacrificios a los dioses a los cuales allí se
acostumbraba a honrar, cruzó el monte Cáucaso. Designó al persa
Proexes como sátrapa de la región, y dejó un ejército para protección
de la satrapía, y como jefe de la guarnición a Neiloxenes, hijo de Sátiro,
uno de los Compañeros.
Según el relato de Aristóbulo, el monte Cáucaso es tan elevado
como cualquier otro en Asia, y la mayor parte de él es roca pelada; en
todo caso, sí lo era la parte por donde lo cruzó Alejandro. Este macizo
montañoso se extiende tan lejos que incluso dicen que el monte Tauro,
que marca el límite entre Cilicia y Panfilia, brota de él; al igual que
otras grandes cordilleras que se distinguen desde el Cáucaso y son
llamadas por varios nombres de acuerdo con la posición de cada una.
Aristóbulo cuenta que en la referida parte del Cáucaso nada crecía,
salvo arboles de encina y silfio; no obstante lo cual estaba habitada por
muchos campesinos, y allí pastaban bastantes rebaños de ovejas y
bueyes, porque los ovinos son muy aficionados al silfio. Si una oveja
huele la planta desde lejos, corre a la misma y se alimenta de la flor;
también excavan con sus pezuñas para desenterrar las raíces, las que se
comen igualmente. Por esta razón, en Cirene suelen apacentar sus
rebaños, en la medida de lo posible, fuera de los lugares donde crecen
plantas de silfio; otros incluso encierran los plantíos con una cerca, de
modo que si las ovejas logran acercarse no puedan meterse dentro del
recinto. Para los habitantes de Cirene, el silfio es muy valioso.

Acompañado por los persas que habían participado con él en el


asesinato de Darío, y con 7.000 de los bactrianos y los daeos que
habitaban del otro lado del Tanais, Besos fue devastando todas las
tierras que se extienden al pie del monte Cáucaso; para evitar que
Alejandro pudiese avanzar más lejos, estorbado por la desolación de la
tierra entre el enemigo y él mismo, y por la falta de provisiones. No
obstante esta treta, Alejandro no disminuyó su marcha, aunque ahora
avanzaba con dificultad a causa de la densa nieve y de la falta de
medios de subsistencia. Sin embargo, perseveró en su misión. Cuando
Besos fue informado de que Alejandro no estaba ya muy lejos, cruzó el
río Oxo, y, tras haber quemado los barcos en los que habían cruzado
sus tropas, se retiró a Nautaca en la satrapía de Sogdiana. Detrás de él
fueron Espitamenes y Oxiartes con la caballería de Sogdiana, así como
con las tropas daeas procedentes del Tanais. Pero los de la caballería
bactriana, al descubrir que Besos había resuelto escapar, se dispersaron
en varias direcciones de regreso a sus hogares.
CAPÍTULO XXIX. CONQUISTA DE BACTRIA Y
PERSECUCIÓN DE BESOS MÁS ALLÁ DEL OXO

Llegando a Drapsaca, Alejandro acampó en el lugar para darle


un descanso a su ejército. Luego partió hacia Aornos y Bactra, que son
las ciudades más grandes de Bactria. Ésas las pudo capturar en el
primer asalto; y dejó una guarnición en la ciudadela de Aornos,
mandada por Arquelao, hijo de Androcles, uno de los Compañeros.
Extendió mas honores sobre Artabazo, el persa, al nombrarlo sátrapa
del resto de los territorios bactrianos, que fueron sometidos con
facilidad. Luego, los macedonios marcharon hacia el río Oxo, que
desciende desde el monte Cáucaso, y es el más grande de todos los ríos
de Asia que Alejandro y su ejército llegaron a pasar; a excepción de los
ríos de la India, pero, por supuesto, los ríos de la India son los más
caudalosos del mundo. El mencionado Oxo descarga sus aguas en el
gran mar que está cerca de Hircania. Cuando Alejandro intentó cruzar
el río, hacerlo parecía totalmente impracticable por su anchura, que era
de unos seis estadios, y por su profundidad, mucho mayor en
proporción a su amplitud. El lecho del río era de arena, y la corriente
tan rápida que las estacas clavadas profundamente para construir un
puente eran desarraigadas con facilidad del fondo por la fuerza bruta
de la corriente; era imposible que se fijasen firmemente en la arena.
Además de esto, en la localidad escaseaba la madera. Alejandro era
consciente de que tomaría mucho tiempo y causaría un retraso
considerable, si trajesen de otro lado los materiales requeridos para
fabricar un puente sobre el río. Por lo tanto, instruyó a sus soldados
que tomaran las pieles que utilizaban para armar sus tiendas, las
llenasen de paja lo más seca posible, y las atasen y cosiesen con
puntadas muy prietas, de forma que el agua no penetrase en ellas.
Cuando así lo hubieron hecho, consiguieron suficientes balsas para
transportar a todo el ejército a través del río en cinco días.
Pero antes de comenzar el cruce del río, seleccionó a los soldados
más antiguos de los macedonios, que por la edad ya no estaban en la
mejor de las condiciones físicas para el servicio militar, y a todos los
tesalios que se habían ofrecido a permanecer en el ejército, para
mandarlos de vuelta a casa. A continuación, envió a la satrapía de Aria
a Estasanor, uno de los Compañeros, con instrucciones de detener al
sátrapa Arsames, porque estaba actuando de una manera que daba a
sospechar que estaba descontento. El Compañero debía asumir el cargo
de sátrapa de Aria en su lugar.

Después de pasar sobre el río Oxo, emprendió a marchas


forzadas la ruta hacia el lugar donde se enteró de que estaba Besos con
sus fuerzas; pero en ese momento le llegaron mensajeros de
Espitamenes y Datafernes, para anunciar que ambos arrestarían a
Besos y lo entregarían a Alejandro, si éste enviaba a un pequeño
ejército con un oficial al mando a recogerle. Ya lo tenían en ese mismo
momento bajo custodia, le aseguraron, aunque no encadenado.
Cuando Alejandro escuchó el mensaje, dejo reposar un poco a su
ejército, y luego marchó más lentamente que antes. Por delante envió a
Ptolomeo, hijo de Lago, con tres compañías de la caballería de los
Compañero, todos los lanceros montados; y de la infantería: la unidad
de Filotas, unos 1.000 de los hipaspistas, todos los agrianos y la mitad
de los arqueros, con órdenes de alcanzar lo más pronto posible a
Espitamenes y Datafernes. Ptolomeo salió a toda velocidad, de acuerdo
con sus instrucciones, y tras completar la distancia de diez días de
marcha en tan sólo cuatro días, llegó al campamento donde el día
anterior los bárbaros en Espitamenes habían acampado.
CAPÍTULO XXX. LA CAPTURA DE BESOS — HAZAÑAS DE
ALEJANDRO EN SOGDIANA

Aquí se enteró Ptolomeo de que la decisión de Espitamenes y


Datafernes de traicionar a Besos no era tan concluyente como habían
dado a entender. Por lo tanto, dejó atrás a la infantería con mandato de
seguirle a paso regular, y avanzó con la caballería hasta una aldea
donde estaba Besos con unos pocos soldados. Espitamenes y su partido
ya se habían retirado de allí, avergonzado como se sentía el persa de su
afán por traicionar a Besos. Ptolomeo ordenó a su caballería rodear el
perímetro de la aldea, la cual poseía una muralla con varias puertas.
Acto seguido, el Compañero mandó a los heraldos a lanzar una
proclama a los bárbaros dentro del pueblo, diciéndoles que se les
permitiría salir ilesos si le entregaban a Besos. Ellos, en consecuencia,
prestaron oídos al anuncio y admitieron a Ptolomeo y sus hombres
dentro del pueblo. Éste atrapó enseguida a Besos, y se fue igual de
rápido; pero envió antes a un mensajero a preguntar a Alejandro cómo
quería que llevase a Besos ante su presencia. Alejandro le contestó que
condujese al preso desnudo y con un collar de madera, y que, así
humillado, lo colocase en el lado derecho de la vía por la que estaba a
punto de pasar con el ejército. Así lo hizo Ptolomeo.

Cuando Alejandro vio a Besos, hizo que su carro se detuviera


frente al prisionero; y le preguntó por qué razón había arrestado en
primer lugar a Darío, su propio rey, que también era su pariente de
sangre y su benefactor. En segundo lugar, preguntó por qué se lo llevó
luego como a un vulgar prisionero en cadenas, y por último lo mató.
Besos respondió que él no era la única persona que había tomado la
decisión de hacer aquello, sino que se había tratado de una acción
conjunta de los que estaban en aquel momento en el séquito de Darío;
la idea era que con ello procurarían comprar su propia seguridad en
una eventual negociación con Alejandro. Por tal contestación, ordenó
Alejandro que al persa se le azotase, y que un heraldo debía repetir
fielmente los reproches que él mismo le había hecho a Besos durante el
interrogatorio. Después de ser vergonzosamente torturado, el persa fue
enviado a Bactra para ser condenado a muerte. Tal es el relato de
Ptolomeo en relación con el caso Besos. Pero Aristóbulo dice que
Espitamenes y Datafernes trajeron a Besos ante Ptolomeo, y,
habiéndolo desnudado y puesto un collar de madera, se lo entregaron
a Alejandro.

Alejandro hizo que suministrasen a su caballería con nuevas


monturas nativas de esta región, porque muchos de sus propios
caballos habían perecido en el pase del Cáucaso, y en la marcha hacia y
desde el Oxo. Llevó luego a su ejército a Maracanda, que es la capital
de los sogdianos. Desde allí avanzó hasta el río Tanais. Éste río, del que
Aristóbulo asegura que los bárbaros del lugar llaman por un nombre
diferente, Jaxartes, tiene su origen, al igual que el Oxo, en el monte
Cáucaso, y sus aguas las descarga también en el mar de Hircania. Debe
tratarse de un río Tanais distinto de aquél que menciona Heródoto; el
historiador dice que es el octavo de los ríos escitas, que fluye desde un
gran lago en el que se origina y desemboca en un lago aún más grande,
llamado el lago de Meótida. Hay algunos que hacen de este Tanais el
límite de Europa y Asia, afirmando que el Palus Maeotis [12] se origina
en el extremo más alejado del mar Euxino, y este río Tanais, desemboca
en el lago de Meótida y separa Asia de Europa; de la misma forma que
el mar cerca de Gadeira[13] y la tierra de los nómadas libios frente a
Gadeira separa a Libia de Europa. Libia, dicen estos hombres, también
es separada del resto de Asia por el río Nilo.

En este lugar — es decir en el río Tanais —, algunos de los


macedonios que se estaban dedicando a buscar alimentos, fueron
atacados y despedazados por los bárbaros. Los autores de este hecho
escaparon hacia una montaña muy accidentada y empinada por
doquier; eran unos 30.000 hombres en total. Alejandro tomó a las
tropas más ligeras de su ejército y marchó a enfrentarlos. Pronto los
macedonios se vieron envueltos en repetidos e inútiles asaltos a la
fortaleza en la cima de la roca. Desde un principio, fueron rechazados
por los proyectiles que les tiraban los bárbaros, y muchos de ellos
cayeron heridos, entre ellos el propio Alejandro, a quien le alcanzó una
flecha en la pierna, rompiéndole el peroné. A pesar de esto, se
empecinó en capturar el lugar hasta que lo logró. Muchos de los
bárbaros perecieron a manos de los macedonios, mientras que otros se
mataron al tirarse de cabeza desde las rocas; de 30.000 que había al
inicio, sobrevivieron no más de 8.000 hombres.
Libro IV

CAPÍTULO I. REBELIÓN DE LOS SOGDIANOS

Pocos días después de esto, llegaron embajadores ante Alejandro


de parte de los llamados escitas abianos, a quienes elogió Homero en
su poema[14], llamándolos los más justos de los hombres. Esta nación
vive en Asia y es independiente, principalmente a causa de su pobreza
y su amor a la justicia. También mandaron una misión diplomática los
escitas de Europa, que son el pueblo más grande que vive en ese
continente. Alejandro envió a algunos de los Compañeros con ellos
para acompañarles en su retorno a sus hogares, con el pretexto de
concluir los menesteres relativos a una alianza amistosa; pero el
verdadero objetivo de la misión era espiar. Debían conocer de primera
mano las características naturales de los territorios escitas, el número
de los habitantes y sus costumbres, así como el armamento que poseían
para expediciones militares.

Alejandro trazó un plan para fundar cerca del río Tanais una
ciudad que llevaría su nombre, porque el sitio le parecía adecuado para
que la ciudad adquiriese grandes dimensiones. También tomó en
consideración que al estar emplazada en un lugar estratégico, serviría
como una base de operaciones ideal para la invasión de Escitia, en caso
de que eventualmente esto llegara a ocurrir. No solamente eso, sino
que también sería un baluarte para defender el país de las incursiones
de los bárbaros que moraban en la ribera opuesta del río. Por otra
parte, pensaba que la ciudad se convertiría en una muy populosa, por
la cantidad de personas que vendrían a colonizar la zona, y por motivo
de la celebridad del nombre que se le pondría. Mientras se ocupaba de
esto, los bárbaros que habitaban cerca del río se abalanzaron sobre las
tropas macedonias que guarnecían los pueblos, y las aniquilaron; tras
lo cual se dieron a la tarea de fortificar las mismas ciudades para su
mayor seguridad. La mayoría de los sogdianos estaban con ellos en
esta revuelta, soliviantados todos ellos por los hombres que habían
detenido a Besos. Dichos hombres eran tan enérgicos en sus prédicas
que incluso convencieron a algunos de los bactrianos de unirse a la
rebelión; ya sea porque le tenían miedo a Alejandro, o porque los
sediciosos les convencieron de la autenticidad del motivo que alegaban
para levantarse en armas: que Alejandro había enviado instrucciones a
los gobernantes de ese país de reunirse para un consejo en Zariaspa, la
ciudad principal. La reunión, juraban los caudillos del alzamiento, no
la había convocado para nada bueno.
CAPÍTULO II. ALEJANDRO CAPTURA CINCO CIUDADES
EN DOS DÍAS

Cuando Alejandro fue informado de ello, dio instrucciones a la


infantería, destacamento por destacamento, para tener preparadas las
escaleras que cada uno tenía asignadas. Luego, comenzó la marcha a
través del campo, avanzando hasta la ciudad más cercana, el nombre
de las cual era Gaza; los bárbaros, se decía, habían huido en busca de
refugio a siete ciudades. Envió, pues, a Crátero a la más grande de
ellas, Cirópolis, en la que la mayoría de los bárbaros se habían
cobijado. Las órdenes de Crátero fueron de acampar cerca de la ciudad,
cavar un hondo foso alrededor de ella, rodearla de una empalizada, y
plantar cerca de ella la maquinaria de asalto que fuese necesario
utilizar; de modo que los hombres de esta ciudad, concentrada toda su
atención en las fuerzas que los acechaban, no estuvieran en
condiciones de mandar refuerzos a las otras ciudades.

Tan pronto como Alejandro hubo llegado a Gaza, no perdió


tiempo en dar la señal a sus hombres de colocar las escaleras contra la
muralla de la ciudad y tomarla al primer intento, ya que estaba hecha
solamente de tierra y no era para nada alta. Simultáneamente con el
asalto de la infantería, los honderos, arqueros y lanzadores de jabalina
atacaron a los defensores de la muralla, ayudados por la andanada de
proyectiles de la artillería. La muralla se despejó por la abrumadora
cantidad de disparos de las catapultas, por lo que fijar las escaleras
contra la pared y que los macedonios la escalasen fue cuestión de
minutos. Los soldados mataron a todos los hombres, de acuerdo con el
mandato de Alejandro, pero a las mujeres, los niños y otros bienes se
los llevaron como botín. Desde allí, Alejandro marchó de inmediato a
la ciudad vecina desde la ya capturada, y la tomó de la misma manera
y en el mismo día; dando a los cautivos el mismo trato que a los de la
previa. Luego, se dirigió hacia la tercera ciudad, y la conquistó al día
siguiente, de nuevo en el primer asalto.

Como tenía a la infantería ocupada en estos menesteres, envió a


su caballería a las dos ciudades colindantes, con órdenes de vigilar
estrechamente a los hombres dentro de ellas. No debían permitir que,
cuando éstos se enteraran al mismo tiempo de la captura de las
ciudades próximas y de que las suyas serían las siguientes, se fugaran e
hicieran imposible su captura para los macedonios. Resultó tal como lo
había conjeturado; el envío de la caballería se hizo en el momento
preciso. Y es que, cuando los bárbaros que ocupaban las dos ciudades
aún no capturadas vieron el humo que salía de la ciudad de enfrente
de ellos, que estaba siendo incendiada — y, además, algunos hombres
escaparon de esta calamidad, y se convirtieron en los portadores de las
malas noticias que habían presenciado —; comenzaron todos a huir en
tropel de ambas ciudades, lo más rápido que cada uno pudiese. Pero
fueron a estrellarse con el densamente desplegado cuerpo de la
caballería macedonia, que los esperaba en orden de batalla; la mayoría
de ellos fueron despedazados por los jinetes.
CAPÍTULO III. LA TOMA DE CIRÓPOLIS — LOS ESCITAS
SE REBELAN

Habiendo capturado las cinco ciudades y reducido a su


población a la esclavitud en dos días, Alejandro fue a Cirópolis, la
ciudad más grande del país. Estaba fortificada con una muralla más
alta que aquellas de las demás ciudades, ya que había sido fundada
por Ciro. La mayoría de los bárbaros de esta región, que eran los más
fieros, habían huido allí a refugiarse; por ello, no les fue posible a los
macedonios capturarla tan fácilmente o al primer asalto. Persistiendo,
Alejandro hizo que llevasen sus máquinas de sitio hasta la muralla, con
la determinación de echarlas abajo de esta manera, o abrir brechas
dondequiera pudieran hacerse. En un momento dado, observó que el
cauce del río, que fluye a través de la ciudad cuando está henchido por
las lluvias de invierno, estaba en ese momento casi seco y no llegaba
hasta la muralla; aquello permitiría infiltrarse a sus soldados por un
pasaje por el que se penetraba en la ciudad. Por él entró el rey con sus
escoltas reales, los hipaspistas, los arqueros y agrianos; siguiendo en
secreto el camino que llevaba dentro de la ciudad, a lo largo del canal.
En un primer momento, se coló con unos pocos hombres mientras los
bárbaros tenían la vista puesta en las máquinas de asalto y los que les
atacaban desde ese sector. Ya en el interior, hizo abrir las puertas que
estaban frente a esta posición, facilitando la entrada en tropel del resto
de sus soldados. Los bárbaros, a pesar de ser conscientes de que su
ciudad ya estaba en poder del enemigo, se volvieron, sin embargo, en
contra de Alejandro y los suyos, en un desesperado contraataque en el
que el mismo Alejandro recibió un violento golpe en la cabeza y el
cuello con una piedra, y Crátero fue herido por una flecha; como
también lo fueron muchos otros oficiales. A pesar de esto, los
macedonios lograron expulsar a los bárbaros fuera de la plaza del
mercado donde se concentraban. En el entretiempo, los que se hallaban
asediando la muralla, la tomaron ahora que estaba vacía de defensores.
En la captura de la ciudad, perecieron cerca de 8.000 de los 15.000
enemigos que luchaban en ella; el resto corrió a atrincherarse en la
ciudadela. Alejandro y sus soldados acamparon alrededor de ésta, y la
sitiaron durante un día; los defensores se rindieron por la falta de agua.

La séptima ciudad la tomó al primer intento. Ptolomeo dice que


sus habitantes se rindieron; pero Aristóbulo afirma que esta ciudad fue
tomada también por la fuerza, y que se mató a todos los que fueron
capturados en la misma. Ptolomeo también dice que él distribuyó los
cautivos entre el ejército, y ordenó mantenerlos vigilados y
encadenados hasta que los macedonios salieran del país, por lo que
ninguno de los que habían participado en la sublevación fue dejado
atrás. Mientras tanto, un ejército de los escitas asiáticos arribó a la orilla
del río Tanais, porque la mayoría de estas tribus habían oído que
algunos de los bárbaros en el lado opuesto del río se habían rebelado
contra Alejandro. Tenían la intención de atacar a los macedonios al
menor atisbo de un movimiento rebelde digno de consideración.
También llegaron nuevas de que Espitamenes tenía acorralados a los
hombres que habían quedado en la ciudadela de Maracanda. Contra él,
Alejandro despachó a Andrómaco, Menedemo y Carano con 60
Compañeros de caballería, unos 800 de la caballería mercenaria bajo el
mando de Carano, y 1.500 de infantería mercenaria. Sobre éstos colocó
como oficial de mayor rango al intérprete Farnuques, quien, aunque
licio de nacimiento, era fluente en la lengua de los bárbaros de este
país, y en otros aspectos también parecía saber tratarlos sabiamente.
CAPÍTULO IV. DERROTA DE LOS ESCITAS EN EL
JAXARTES

En veinte días, la ciudad fortificada estuvo terminada, y en ella se


establecieron algunos de los mercenarios griegos y los bárbaros de los
alrededores que se ofrecieron voluntariamente a ser participes de ello,
así como los macedonios de su ejército que ya no eran aptos para el
servicio. Alejandro ofreció, al terminar de organizar todo, un sacrificio
a los dioses según era habitual, y se celebraron competiciones de
equitación y gimnasia. Enseguida comprobó que los escitas no se
habían retirado aún de la orilla del río, sino que se estaban dedicando a
acribillar a flechazos a quien se acercase al río, que no era ancho por
este lado, y pronunciaban palabras soeces en su lengua bárbara para
insultar a Alejandro. Le gritaban que se atreviera a enfrentar a los
escitas, porque si lo hacía iba a enterarse de cuál era la diferencia entre
ellos y el resto de los bárbaros asiáticos. Al rey le escocían estas
provocaciones. Habiendo decidido cruzar a combatirles, comenzó a
preparar las pieles para el paso del río. Pero cuando ofreció el sacrificio
con vistas a la travesía, las víctimas dieron auspicios desfavorables, y,
aunque exasperado por esto, debió contenerse y quedarse donde
estaba. Sin embargo, como los escitas no desistían de seguirle
vilipendiando, volvió a ofrecer un sacrificio con el fin de propiciar el
cruce; otra vez Aristandro le dijo que los augurios aún presagiaban
peligro para la persona del monarca. Pese a esto, Alejandro dijo que era
mejor para él arrostrar un peligro extremo que, después de haber
dominado casi toda Asia, convertirse en el hazmerreír de los escitas,
como en los días de antaño lo fuera Darío, el padre de Jerjes.
Aristandro se negó a reinterpretar la voluntad de los dioses en contra
de las revelaciones expresadas en el ritual, simplemente porque
Alejandro deseara escuchar lo contrario.
Cuando las pieles quedaron listas para usarlas como botes, el
ejército se plantó cerca del río totalmente equipado. Las piezas de la
artillería, a la señal convenida, comenzaron a disparar contra los escitas
que patrullaban a caballo por la orilla del río. Algunos de ellos fueron
heridos por los proyectiles, y un jinete fue alcanzado por uno que le
perforó su escudo de mimbre y su coraza, y lo tumbó del caballo. Los
demás, amedrentados por la catarata de proyectiles que les caía desde
una distancia tan grande y por la muerte de su campeón, se retiraron
un poco de la orilla. Al ver Alejandro que los adversarios se hundían
en la confusión por efecto de las descargas de las catapultas, se
apresuró a cruzar el río en primera línea, con las trompetas sonando
ensordecedoramente, y el resto del ejército le siguió. Hizo que
desembarcaran en primer lugar los arqueros y honderos, para que se
dedicasen a cumplir su orden de disparar sucesivas andanadas de
flechas y piedras contra los escitas, para evitar que se acercasen a la
falange de infantería que emergía de las aguas hasta que toda la
caballería hubo cruzado. Cuando éstos ya estuvieron en la orilla en
densa formación, puso en enseguida en movimiento contra los escitas
una hiparquía de la caballería griega auxiliar y cuatro escuadrones de
lanceros. A éstos fueron a recibir los escitas en gran número y a caballo,
caracoleando en torno a ellos en círculos, e hirieron a muchos de ellos,
ya que eran pocos en número; ellos mismos pudieron escapar
indemnes luego. Alejandro juntó entonces a los arqueros, los agrianos
y otras tropas ligeras de las que mandaba Balacro con la caballería, y
los capitaneó contra el enemigo. Tan pronto estuvieron a un palmo de
chocar, ordenó ir a atacarlos a tres hiparquías de la caballería de los
Compañeros y los lanceros montados. El resto de la caballería, que él
mismo dirigía, realizó una carga rápida, con los escuadrones alineados
en columna. Ante esto, el enemigo ya no fue capaz como antes de
cabalgar en círculos para envolverlos, pues al mismo tiempo la
caballería y la infantería ligera se agolpaban sobre ellos y los
atenazaban, y no les permitían dar rodeos para ponerse a salvo. Acto
seguido, la desbandada de los escitas se hizo evidente. Cayeron 1.000
de ellos, incluyendo Satraces, uno de sus jefes; solamente 150 fueron
capturados.

A medida que avanzaba la persecución de éstos, una terrible sed


se apoderó de todo el ejército a causa de la veloz cabalgata y la fatiga
debida al excesivo calor. El mismo Alejandro, sin siquiera descabalgar,
bebió del agua disponible en el lugar. Pronto padeció una diarrea
incontenible, porque el agua era mala, y por esta razón no pudo
proseguir la cacería de todos los fugitivos escitas. De lo contrario, creo
yo que todos ellos habrían perecido en la huida si Alejandro no hubiera
caído enfermo. Éste fue llevado de vuelta al campamento, en una
condición lastimosa y peligrando su vida. De esta manera, se cumplió
la profecía de Aristandro.
CAPÍTULO V. ESPITAMENES DESTRUYE UN EJÉRCITO
MACEDONIO

Poco después, llegaron los enviados del rey de los escitas a pedir
disculpas por lo sucedido, y afirmar que la responsabilidad de lo que
se había hecho no recaía en el gobierno escita, sino en ciertos hombres
que vivían del saqueo, a la manera de los bandidos. Su rey, aseguraron
éstos, estaba predispuesto a obedecer las condiciones que se
establecieran en un tratado. Alejandro les envió de vuelta con una
respuesta cortés para su gobernante; no le parecía honorable
abstenerse de emprender una expedición en su contra si luego
desconfiara de él, y ese momento no era una buena ocasión para
hacerlo.

Los macedonios de la guarnición de la ciudadela en Maracanda,


al verse asediados por Espitamenes y sus partidarios, hicieron una
incursión y mataron a algunos de los enemigos y rechazaron al resto;
retirándose de inmediato a la ciudadela sin ninguna pérdida. Cuando
Espitamenes fue avisado de que los hombres enviados por Alejandro a
Maracanda estaban acercándose, levantó el sitio de la ciudadela y se
retiró a la capital de Sogdiana[15]. Farnuques y los oficiales que le
acompañaban, deseosos de expulsarlo por completo, lo siguieron en su
retirada hacia las fronteras de Sogdiana, y sin la debida reflexión
lanzaron un ataque conjunto contra los escitas nómadas. Luego, tras
recibir un refuerzo de 600 jinetes escitas, Espitamenes se envalentonó
aún más por los refuerzos adicionales de aliados escitas que llegarían
pronto, y salió a encontrarse con los macedonios que avanzaban sobre
él. Envió a sus hombres a un lugar llano cerca del desierto escita, pues
no estaba dispuesto a esperar a que el enemigo lo atacara primero;
dirigió a su caballería en círculos, sin dejar de descargar una profusión
de flechas sobre la falange de infantería. Cuando las fuerzas de
Farnuques contraatacaron, los contrarios escaparon con soltura, porque
sus caballos eran más veloces y más resistentes, mientras que los
caballos de Andrómaco se hallaban vapuleados por las interminables
marchas, así como por la falta de forraje; los escitas podían embestir
furiosamente contra ellos cada vez que se detenían o se retiraban.
Muchos de los macedonios fueron heridos por las flechas, y algunos
fallecieron por eso. Para continuar mejor protegidos, los soldados
macedonios se dispusieron en formación de cuadrado, y caminaron
hacia el río Politimeto, donde había una cañada boscosa cerca; en ese
ambiente, ya no sería fácil para los bárbaros seguir abatiéndolos a
flechazos y la infantería propia sería más útil y maniobrable.

Pero Carano, el hiparco de la caballería, intentó cruzar el río sin


comunicárselo a Andrómaco, a fin de posicionar a la caballería en un
lugar seguro en el otro lado. La infantería lo siguió sin que hubiese
gritado una palabra; descendieron al río en estado de pánico, y bajaron
por las riberas escarpadas sin ningún tipo de disciplina. Cuando los
bárbaros se dieron cuenta del error de los macedonios, saltaron aquí y
allá en dirección al vado, con todo y los caballos. Algunos de ellos
envolvieron y capturaron a los que ya habían cruzado y estaban
saliendo del agua; otros se situaron justo enfrente de los que estaban
cruzando, y los hicieron rotar de regreso al río, mientras que otros les
asaeteaban desde los flancos, y otros más ponían en apuros a los que
acababan de entrar en el vado. Los macedonios, así rodeados y
defendiéndose a duras penas en todos los frentes, huyeron para
refugiarse en una de las pequeñas islas en medio del río, donde fueron
rodeados por completo por los escitas y la caballería de Espitamenes.
Todos cayeron bajo la lluvia de flechas, con excepción de unos pocos a
los que se los redujo a la esclavitud. Todos éstos fueron posteriormente
asesinados.
CAPÍTULO VI. ESPITAMENES SE REFUGIA EN EL
DESIERTO

Sin embargo, Aristóbulo dice que la mayor parte de este ejército


fue destruido en una emboscada. Los escitas se habían escondido en un
bosquecillo, y habían caído sobre los macedonios desde sus escondrijos
en el momento en que Farnuques renunciaba al mando a favor de los
oficiales macedonios que habían sido enviados con él, con el
argumento de no ser un experto en asuntos militares; Alejandro,
alegaba él, le había encomendado la misión de ganarse a los bárbaros
para su causa, no la de tomar el mando supremo durante las batallas.
En cambio, adujo él, los oficiales macedonios presentes eran
Compañeros del rey. Pero Andrómaco, Menedemo y Carano se
negaron a aceptar el mando supremo; en parte porque no les parecía
correcto alterar a conveniencia las instrucciones dadas por Alejandro, y
en parte porque en el punto más crucial de la misión no estaban
dispuestos a que, si todo resultara en una derrota, uno sólo tuviera que
cargar con la culpa de manera individual, sino que todos de manera
colectiva debían ser responsables por cualquier debacle mientras
ejercían el mando. En esta confusión y desorden, cayeron los bárbaros
sobre ellos y los pasaron a todos por la espada; no más de 40 jinetes y
300 soldados de a pie salvaron la vida.

Cuando el informe de esta masacre llegó a oídos de Alejandro, a


éste le angustió la pérdida de sus soldados, y resolvió marchar a toda
velocidad a dar alcance a Espitamenes y sus huestes bárbaras. Tomó a
la mitad de la caballería de los Compañeros, todos los hipaspistas,
arqueros, agrianos, y los más ligeros hombres de la falange, y se dirigió
con ellos hacia Maracanda, donde se sabía que Espitamenes había
vuelto y estaba sitiando una vez más a los hombres en la ciudadela.
Después de haber viajado 1.500 estadios en tres días, en las
proximidades del amanecer del cuarto día llegó cerca de la ciudad;
pero a Espitamenes le habían advertido de la cercanía de Alejandro y
no se quedó, sino que abandonó la ciudad y huyó. Alejandro le
persiguió casi pisándole los talones. Llegando al lugar donde se había
librado la batalla, enterró a sus soldados lo mejor que las circunstancias
lo permitían, y luego siguió el rastro de los fugitivos hasta el desierto.
Volviendo de allí, quemó toda esa tierra hasta reducirla a un yermo, y
mató a los bárbaros que habían huido para refugiarse en los lugares
fortificados, porque se había enterado de que también ellos habían
tomado parte en la emboscada a los macedonios.

Alejandro atravesó todo el territorio que riegan las aguas del río
Politimeto en su curso; el territorio más allá del lugar donde las aguas
de este río desaparecen es un desierto, porque a pesar de que tiene
abundancia de líquido, éste desaparece en la arena. Otros ríos grandes
y perennes en esa región desaparecen de una manera similar, como ser:
el Epardo, que pasa por la tierra de los mardianos, el Ario, que da el
nombre al país de los arios, y el Etimandro, que fluye a través del
territorio de los Euergetae. Todos éstos son ríos de un tamaño tal que
ninguno de ellos es menor que el río Peneo tesalio, que fluye a través
de Tempe y desemboca en el mar. El Politimeto es demasiado grande
para ser comparado con el río Peneo.
CAPÍTULO VII. LA CONDENA DE BESOS

Y habiendo realizado esto, Alejandro llegó a Zariaspa, donde


permaneció hasta muy avanzado el invierno. En ese tiempo, se le
acercaron Fratafernes, el sátrapa de Partia, y Estasanor, que había sido
enviado a la satrapía de los arios para detener a Arsames. A éste le
traían con ellos en cadenas, como también a Barzanes, a quien Besos
había nombrado sátrapa de la tierra de los partos, y a algunos otros de
los que en esos días se habían unido a la revuelta de Besos. Al mismo
tiempo, llegaron desde la costa Epocilo, Melamnidas y Ptolomeo, el
general de los tracios, que habían escoltado hasta el mar a los aliados
griegos y el tesoro que se envió con Menes. Otros que arribaron fueron
Asandro y Nearco, al frente de un ejército de mercenarios griegos.
Asclepiodoro, sátrapa de Siria, y Menes, su lugarteniente, también
llegaron desde la costa con otro ejército.

Alejandro llamó a conferenciar a todos los que habían llegado, y


presentó a Besos ante ellos. La acusación presentada contra éste fue de
haber traicionado a Darío. El rey ordenó que su nariz y ambas orejas le
fueran cortadas, y que se le escoltara hasta Ecbatana para ser
condenado a muerte por la asamblea de los medos y persas. Yo no
apruebo esta pena excesiva; por el contrario, considero que la
mutilación de las características más prominentes del rostro es una
costumbre bárbara, y estoy de acuerdo con quienes dicen que a
Alejandro se le indujo a satisfacer su deseo de emular el esplendor
medo y persa, y a tratar a sus súbditos como a seres inferiores, según la
costumbre de los reyes de aquellos países. Tampoco puedo en manera
alguna encomiar que haya trocado el modo de vestir de Macedonia,
que sus ancestros habían adoptado, por el estilo medo; especialmente
por lo que era él: un descendiente de Heracles. Además, no se
avergonzaba de haber sustituido la diadema que el conquistador había
llevado durante tanto tiempo, por la corona enhiesta de los persas
conquistados. Ninguna de estas cosas las apruebo. Empero, considero
que los grandes logros de Alejandro demuestran — si alguna cosa
deben demostrar — que si un hombre tuviera una vigorosa
constitución física, fuese de ilustre ascendencia y más exitoso
militarmente que el mismo Alejandro, y, más aún, si incluso llegase a
rodear Libia así como toda Asia, y hacerlas caer bajo su dominio como
Alejandro de hecho planeaba; si pudiese añadir la posesión de Europa
a la de Asia y Libia, todas estas cosas no fomentarían la felicidad de
este hombre, a menos que al mismo tiempo tal hombre poseyera un
firme autocontrol, pese a haber llevado a cabo las impresionantes
hazañas ya enumeradas.
CAPÍTULO VIII. EL ASESINATO DE CLITO

Aquí también voy a dar cuenta de la trágica suerte de Clito, hijo


de Dropidas, y de la desgracia en la que se sumió Alejandro debido a la
misma. A pesar de que ocurrió un poco después de lo que narro, no
queda aquí fuera de lugar. Los macedonios tenían un día consagrado a
Dioniso, y en ese día Alejandro se afanaba en ofrecer sacrificios al dios
cada año sin falta. Pero dicen que en esta ocasión fue negligente con
Dioniso, y que en lugar de para él los sacrificios fueron para los
Dioscuros, pues por alguna u otra razón se había decantado por
venerar a los mellizos divinos. En esta ocasión, el consumo de vino se
prolongó más de la cuenta — porque Alejandro había adoptado varias
innovaciones en sus costumbres, incluso en lo que se refiere a la
bebida, imitando la costumbre de los extranjeros —, y en medio de la
juerga se planteó un debate acerca de los Dioscuros: cómo su
paternidad se le había quitado a Tíndaro y adscrito a Zeus. Algunos de
los presentes, por halagar a Alejandro, sostenían que Polideuces y
Cástor no eran en absoluto dignos de compararse con él, que había
llevado a cabo tantas hazañas. Esta clase de hombres siempre han
corrompido el carácter de los reyes, y nunca dejarán de estropear los
intereses de aquellos que reinan. Embriagados como estaban, otros no
se abstuvieron ni de compararlo con Heracles; argumentaban que sólo
la envidia era lo que impedía a los héroes aún vivos recibir de parte de
sus asociados los honores correspondientes.

Es bien sabido que Clito, desde hacía mucho tiempo, andaba


disgustado con Alejandro debido al cambio en su estilo de vida a favor
de una imitación de los reyes extranjeros, y le fastidiaban los que le
obsequiaban con palabras lisonjeras. En ese momento, con los ánimos
candentes por el vino, no les permitió insultar a las divinidades ni que,
menospreciando las proezas de los héroes antiguos, le confiriesen a
Alejandro un galardón que no merecía ni una venia amable. Afirmó
Clito que las obras de Alejandro no eran, de hecho, ni tan grandes ni
tan maravillosas como las representaban sus aduladores; no las había
conseguido por sí mismo, sino que en su mayor parte el mérito era de
los macedonios. Las palabras de este discurso lastimaron a Alejandro.
Yo opino que lo dicho no fue para nada loable, porque creo que en una
borrachera lo recomendable habría sido, en lo que a Clito concernía,
haber guardado silencio y no cometer el error de caer en la zalamería
como los demás. Pero a algunos les dio por mencionar las gestas de
Filipo sin ejercitar un raciocinio adecuado para sopesarlas, sino que
declararon que éste no había realizado nada grande o extraordinario, y
esto satisfizo a Alejandro. En este punto, Clito ya no fue capaz de
contenerse; comenzó a enumerar los logros de Filipo poniéndolos en el
escalón más alto, y a menospreciar a Alejandro y sus actuaciones.
Bastante embriagado ya, Clito hizo otras declaraciones insolentes en
gran medida, e incluso le injuriaba con recriminaciones, porque, a decir
verdad, le había salvado la vida durante la batalla de caballería librada
contra los persas en el Gránico. Por ello, extendiendo con altanería su
mano derecha, exclamó:

"Esta mano, Alejandro, es la que te salvó en esa ocasión."

Alejandro ya no pudo soportar la insolencia del muy borracho


Clito. Se levantó de un salto para abalanzarse contra él con furia, y se
vio refrenado por sus amigos íntimos. Como Clito no desistía de sus
comentarios insultantes, Alejandro gritó una orden de comparecencia
para los hipaspistas; pero como nadie le obedeció, dijo que lo habían
rebajado a la misma posición que Darío cuando fue tomado como
rehén por Besos y sus partidarios, y que ahora era rey sólo de nombre.
Sus Compañeros ya no fueron capaces de retenerle más tiempo,
porque según algunos se volvió a levantar de un salto y le arrebató la
jabalina a uno de la escolta real — según otros, una pica larga
perteneciente a uno de sus guardias ordinarios —, con la que golpeó y
mató a Clito.

Aristóbulo no dice cómo se originó la riña de borrachos, pero


afirma que la culpa fue enteramente de Clito, a quien, cuando
Alejandro se enfureció tanto como para dar un brinco hacia él con
intenciones de matarlo, se lo llevó fuera el escolta real Ptolomeo, hijo
de Lago, por la puerta de entrada hasta más allá del muro y el foso de
la ciudadela, donde se produjo la pelea. Añade que Clito no pudo
controlarse, pues al rato regresó de nuevo, y encarando a Alejandro,
que gritaba llamándolo, exclamó: " ¡Alejandro, aquí está Clito!”

Entonces fue golpeado con la sarisa y cayó muerto.


CAPÍTULO IX. EL DOLOR DE ALEJANDRO POR LA
MUERTE DE CLITO

Creo yo que Clito es merecedor de una severa censura por


comportarse desvergonzadamente con su rey, y al mismo tiempo me
compadezco de Alejandro por esta desgracia, porque en esa ocasión él
se mostró esclavo de dos vicios: la ira y la embriaguez, por ninguno de
los cuales es conveniente para el hombre prudente ser esclavizado.
Mas, por otro lado creo que su comportamiento posterior es digno de
alabanza, ya que inmediatamente después de haber cometido el
crimen, él mismo reconoció que era uno horrible. Algunos de sus
biógrafos dicen incluso que apoyó la sarisa contra la pared con la
intención de caer sobre ella, pensando que era indigno de seguir
viviendo ahora que había matado a un amigo bajo el influjo del vino.
La mayoría de los historiadores no mencionan esto; dicen sólo que se
fue a la cama y se quedó allí sin dejar de lamentarse, llamando a Clito
por su nombre y a su hermana Lanice, hija de Dropidas, que había sido
su nodriza. Exclamaba que, ahora que se había convertido en todo un
hombre, la única recompensa que le había otorgado por sus nobles
servicios durante su crianza era que ella hubiera vivido para ver a sus
hijos morir luchando en su nombre, y ahora el asesinato de su hermano
por la propia mano del rey. No dejaba Alejandro de referirse a sí
mismo como el asesino de sus amigos, repitiéndolo una y otra vez.
Durante tres días, se abstuvo de comida y bebida, y no prestó atención
a su apariencia personal.

Algunos de los adivinos fueron a revelarle que la ira vengadora


de Dioniso había sido la causa de su conducta, porque se había pasado
por alto el sacrificio a la deidad. Por fin, con gran dificultad pudieron
sus amigos convencerle de probar alimento y prestar la debida
atención a su persona. Luego, se dedicó a cumplir con el sacrificio a
Dioniso, ya que no estaba del todo mal dispuesto a atribuir la
calamidad más a la ira vengadora del dios que a su propio
envilecimiento. Considero que Alejandro merece muchos elogios por
esto, por no perseverar obstinadamente en el mal, o peor aún,
convertirse en defensor de la injusticia que se había hecho. Muy al
contrario, confesó que había cometido un delito, pues era un mortal y
no un dios.

Hay algunos que dicen que Anaxarco, el sofista, fue convocado a


la presencia de Alejandro para darle consuelo. Al verle en su tienda,
acostado y gimiendo, se rió de él y le dijo que Alejandro no
comprendía que los hombres sabios de la antigüedad por esta razón
consideraban a la Justicia como la consejera de Zeus. Todo lo que hizo
el dios fue hecho con justicia, y por tanto también lo que fue hecho por
el Gran Rey debía ser considerado justo; en primer lugar por el propio
rey, y luego por el resto de los hombres. Dicen que Alejandro se sintió
muy consolado por estas palabras. Sin embargo, yo afirmo que
Anaxarco le hizo a Alejandro un gran daño, aún mayor que aquella
tragedia por la que entonces se sentía tan afligido; si es que realmente
creía que ésa puede ser la opinión de un hombre sabio, que en verdad
es propio de un rey llegar a conclusiones precipitadas y actuar
injustamente, y que todo lo que un rey lleva a cabo debe ser
considerado justo, sin importar cómo se hace. Y es que hay un relato
que asegura que Alejandro deseaba ver a los hombres prosternarse
ante él como ante un dios, con la idea de que Amón era su padre en
vez de Filipo; y que ahora mostraba abiertamente su admiración por
las costumbres de los persas y medos, cambiando el estilo de su
vestido y modificando el protocolo general de su corte. No faltaron
quienes se apresuraron a satisfacer sus deseos en lo que respecta a
estas cuestiones, por pura adulación, entre ellos Anaxarco, uno de los
filósofos que asistían a su corte, y Agis de Argos, poeta épico de oficio.
CAPÍTULO X. DIFERENCIAS ENTRE CALÍSTENES Y
ANAXARCO

Se cuenta que Calístenes de Olinto, quien estudió filosofía con


Aristóteles y era algo brusco en sus modales, no estaba de acuerdo con
esta conducta, y yo, en lo que se refiere a esto, estoy totalmente de
acuerdo con él. Pero el siguiente comentario suyo, si es que se ha
registrado correctamente, no lo veo apropiado en absoluto: declaró que
Alejandro y sus hazañas dependían de él y la historia que estaba
escribiendo, y que él no había venido con éste para labrarse una
reputación, sino para hacerle célebre a los ojos de los hombres; por
consiguiente, cualquier consideración de Alejandro como divinidad no
dependía de la aseveración fantasiosa de Olimpia acerca de la autoría
de su nacimiento, sino de lo que pudiera reportar su biografía del rey a
la humanidad. Hay algunos escritores que afirman que en una ocasión
le preguntó Filotas cuál era el hombre a quien reverenciaba
especialmente el pueblo de Atenas, y que él respondió:

"Harmodio y Aristogitón, porque eliminaron a uno de los dos


tiranos y pusieron fin a la tiranía.”

Filotas volvió a preguntar:

"Si ocurriera ahora que un hombre matase a un tirano, ¿a cuál de


los Estados griegos preferirías tú que él huyera para preservar su
vida?"

Calístenes respondió de nuevo:

"Si no se refugia primero en cualquier otra parte, es entre los


atenienses que un exiliado encontrará su salvación; porque ellos
hicieron la guerra en nombre de los hijos de Heracles contra Euristeo,
que en ese tiempo gobernaba como tirano en Grecia.

En cuanto a cómo se resistió a la ceremonia de la prosternación


ante Alejandro, el que sigue es el relato más aceptado: Alejandro y los
sofistas, además de los más ilustres de los persas y los medos que
estaban presentes para servir al rey, se pusieron de acuerdo en que este
tema debía ser sacado a colación durante un banquete. Anaxarco
comenzó la discusión diciendo que él consideraba a Alejandro mucho
más digno de ser considerado un dios que cualquier Dioniso o
Heracles; no sólo debido a las muy numerosas y monumentales gestas
que había realizado, sino también porque Dioniso era sólo un tebano,
una ciudad no relacionada en modo alguno con los macedonios, y
Heracles era un argivo, no del todo relacionado con ellos, salvo en que
Alejandro trazaba sus orígenes hasta él. Agregó que los macedonios
debían, con mayor justicia, gratificar a su rey con honores divinos. No
había ninguna duda sobre que, cuando él dejara de caminar entre los
hombres, sería venerado como un dios. Cuánto más justo era entonces
que le adorasen ahora, en vida, que después de su muerte, cuando ya
no sería de provecho para él.
CAPÍTULO XI. CALÍSTENES SE OPONE A LA PROPUESTA
DE PROSTERNARSE ANTE ALEJANDRO

Cuando Anaxarco hubo terminado de pronunciar estas palabras


y otras de naturaleza similar, los que estaban al tanto del plan
aplaudieron su discurso, y quisieron comenzar enseguida la ceremonia
de la prosternación. La mayoría de los macedonios, sin embargo, se
enfadaron por el lenguaje empleado y guardaron silencio. En ese
momento, Calístenes se puso de pie y dijo:

"Anaxarco, declaro abiertamente que no hay honor que


Alejandro no sea digno de recibir, siempre y cuando sea coherente con
su estatus de humano; puesto que los hombres han hecho distinciones
entre los honores que se deben a los hombres y los reservados a los
dioses de muchas maneras diferentes, como por ejemplo:
construyéndoles templos y erigiéndoles estatuas. Además, para los
dioses se seleccionan recintos sagrados donde sacrificios se les
ofrendan, y libaciones se realizan para ellos. También los himnos son
compuestos en honor de los dioses, y los panegíricos son los que
corresponden a los hombres. Sin embargo, la mayor distinción se hace
por la costumbre de la prosternación. En efecto, es la práctica que los
hombres besen a quienes saludan, pero debido a que una deidad se
encuentra en un plano superior, no es lícito siquiera tocarle, y ésa es,
sin duda, la razón por la que nosotros le honramos mediante la
postración. Compañías de danzarines corales también son escogidas
para los dioses, y cantan himnos en su honor. Y esto no es nada fuera
de lo común, ya que ciertos homenajes están especialmente asignados a
algunos de los dioses, y otros diferentes a otros dioses; y, por Zeus, las
honras asignadas a los héroes son muy distintas de las que se les rinde
a los dioses. No es, pues, razonable equivocar todas estas distinciones
indiscriminadamente, exaltando al ser humano a un rango por encima
de su condición mediante la acumulación extravagante de honores, y
degradando a los dioses, según esté en poder de los mortales, a un
nivel impropio mediante la concesión de honores iguales a los que se
confieren a los hombres.”

Dijo asimismo que Alejandro no soportaría la afrenta si a algún


individuo de a pie reclamase para sí los honores exclusivos del rey de
forma injusta; ya sea por elección o votación a mano alzada. Mucho
más justo era, entonces, que los dioses se indignaran con aquellos
mortales que usurpasen los honores divinos, o que permitieran con
complacencia que otros se los concedieran. Continuó así:

"Alejandro no sólo parece ser, sino que lo es en realidad y más


allá de todo reparo, el más valiente de los valientes y el más majestuoso
de los reyes, y de los generales el más digno de mandar un ejército. ¡Oh
Anaxarco! Tú tienes la responsabilidad, más que cualquier otro
hombre, de convertirte en el defensor acérrimo de estos argumentos ya
aducidos por mí, y en el oponente de quienes están en contra; siendo
como eres un asociado del rey con el propósito de dedicarte a la
filosofía y la enseñanza. Por lo tanto, era inapropiado que comenzaras
esta discusión, cuando tú has debido recordar que no estás asociado ni
prestas asesoramiento a Cambises o Jerjes, sino al hijo de Filipo, que
remonta su origen a Heracles y Éaco; cuyos antepasados??vinieron a
Macedonia desde Argos y han continuado gobernando a los
macedonios hasta hoy, no por la fuerza, sino por la ley. Ni siquiera al
propio Heracles aún en vida le concedieron los griegos honores
divinos, e incluso después de su muerte no los recibió hasta que el
oráculo del dios en Delfos hubo decretado que los hombres debían
venerar a Heracles como a un dios. Sin embargo, si porque la discusión
se lleva a cabo en la tierra extranjera deberíamos adoptar la forma de
pensar de los extranjeros, yo te ruego, Alejandro, que reflexiones en tu
deber respecto a Grecia, por cuyo bienestar esta expedición ha sido
llevada a cabo por ti, para unir Asia a Grecia.”
“Por lo tanto, toma esto en consideración, si quieres volver allí y
obligar a los griegos, que son los hombres más celosos de su libertad, a
realizar la prosternación en tu honor, o si quieres mantener al margen a
Grecia, e imponer esta clase de homenaje en Macedonia solamente. O,
en tercer lugar, si quieres marcar la diferencia en todos los aspectos en
cuanto a los honores que se te deben, a fin de ser honrado por los
griegos y los macedonios como un ser humano y a la manera
acostumbrada de los helenos; y sólo por los extranjeros a la usanza
extranjera, como es la prosternación. Cuando se argumenta que Ciro,
hijo de Cambises, fue el primer hombre ante quien se realizó esto de la
prosternación, y que después esta ceremonia degradante continuó en
boga entre los persas y los medos, debemos tener en cuenta que los
escitas, hombres pobres pero independientes, vencieron a aquel Ciro;
que otros escitas nuevamente castigaron a Darío, como los atenienses y
los lacedemonios hicieron con Jerjes, como Clearco y Jenofonte con sus
10.000 seguidores hicieron con Artajerjes. Y, por último, que Alejandro,
aunque no honrado mediante la prosternación, ha conquistado a este
Darío."
CAPÍTULO XII. CALÍSTENES REHÚSA PROSTERNARSE

Al hacer éstas y otras observaciones por el estilo, Calístenes enojó


a Alejandro, pero acertó con toda exactitud en relación con los
sentimientos de los macedonios. Cuando el rey percibió esto, envió a
decir a los macedonios que se evitaría hacer cualquier mención de la
ceremonia de la prosternación en el futuro. Después del silencio, se
produjo una breve discusión, y el más encumbrado de los aristócratas
persas se levantó de su asiento y se prosternó delante de él; los demás
lo imitaron, alineados según sus rangos. Durante la ceremonia, uno de
los persas realizó la ceremonia de una manera torpe, provocando las
carcajadas descorteses de Leonato, uno de los Compañeros, que
consideró ridícula aquella postura. Alejandro en ese momento se
enfureció con él por esto, aunque más tarde se reconcilió con él.

El siguiente relato también ha quedado registrado: Alejandro


bebió de una copa de oro a la salud del círculo de invitados presentes,
y se la entregó primeramente a aquellos con quienes tenía concertada
la ceremonia de la prosternación. El primero que bebió de la copa se
levantó, realizó la postración, y recibió un beso del monarca. La
ceremonia continuó de uno en uno en el orden de importancia de cada
quien. Al llegarle el turno de brindar a Calístenes, éste se levantó y
bebió de la copa, y luego se acercó con la intención de besar al rey sin
llevar a cabo el acto de prosternarse. Alejandro había estado enfrascado
en una conversación con Hefestión, y por eso no había observado si
Calístenes había cumplido con la ceremonia correctamente o no. Pero
cuando se acercaba a Calístenes para darle un beso, Demetrio, hijo de
Pitonax, uno de los Compañeros, le hizo notar que éste no se había
postrado. Así que el rey no le permitió darle un beso, tras lo cual el
filósofo dijo:
"Me voy sólo con la pérdida de un beso".

Yo de ninguna manera apruebo cualquiera de estos


procedimientos, pues éstos ponen de manifiesto la arrogancia de
Alejandro en la presente ocasión y el carácter grosero de Calístenes.
Creo que, en lo que se refiere a lo dicho por el último, habría sido
suficiente con que diera su opinión con discreción, alabando en lo
posible las hazañas del rey, con quien nadie pensaba que era una
deshonra asociarse. Por ello, considero que no sin razón Calístenes se
hizo odioso a los ojos de Alejandro debido a las licencias fuera de foco
a las que se entregaba al discursear, así como por la atroz fatuidad de
su conducta. Supongo que ésa era la razón por la cual se creyó tan
fácilmente a quienes más tarde lo acusaron de participar en la
conspiración contra Alejandro planificada por sus pajes, y también a
los que afirmaron que habían sido incitados a complotar por él. Los
detalles de esta conjura serán conocidos a continuación.
CAPÍTULO XIII. LA CONSPIRACIÓN DE LOS PAJES

Era una costumbre introducida por Filipo que los hijos de los
macedonios que habían ocupado un alto cargo, tan pronto como
llegaran a la edad de la pubertad, debían ser seleccionados para asistir
a la corte del rey. A estos jóvenes les eran confiados todo tipo de
menesteres relacionados con el cuidado de la persona del rey, y debían
velar por su seguridad mientras dormía. Cuando el rey salía, algunos
de ellos recogían los caballos de manos de los mozos de cuadra y se los
llevaban, y otros le ayudaban a montar a la usanza persa. También
acompañaban al rey en perseguir a los animales durante la cacería.
Uno de estos jóvenes era Hermolao, hijo de Sopolis, que parecía aplicar
su mente al estudio de la filosofía, y cultivaba la amistad de Calístenes
para tal propósito. Hay una historia sobre dicho joven en la que se
cuenta que durante una partida de caza el jabalí se abalanzó sobre
Alejandro, y que se le anticipó Hermolao lanzando un venablo a la
bestia, que fue herida y muerta. Alejandro, perdida la oportunidad de
distinguirse al llegar un poco tarde, se indignó con Hermolao. En su
ira, ordenó que fuese flagelado a la vista de los demás pajes, y también
lo privó de su caballo.

Sintiéndose resentido por la humillación por la que se le había


hecho pasar, Hermolao se lo contó todo a Sóstrato, hijo de Amintas,
que tenía la misma edad y era amante suyo. Le dijo a éste que la vida
sería insoportable para él, a menos que se vengara de Alejandro por la
afrenta. Convenció con facilidad a Sóstrato de secundarle en su plan,
dado que estaba unido a él en una relación amorosa. Entre ambos
ganaron para su causa a Antípatro, hijo de Asclepiodoro, sátrapa de
Siria; a Epimenes, hijo de Arseas, Anticles, hijo de Teócrito, y a Filotas,
hijo de Carsis de Tracia. Acordaron dar muerte al rey atacándole en su
cama mientras dormía, en la noche del turno de guardia que le
correspondía a Antípatro.

Algunos dicen que esa noche Alejandro se la pasó bebiendo hasta


el amanecer de manera fortuita; empero Aristóbulo ha dejado una
historia diferente. Dice él que una mujer siria, que se decía inspirada
por los dioses y poseía dotes adivinatorias, solía seguir a Alejandro de
cerca. Al principio, su presencia era motivo de guasa para Alejandro y
sus cortesanos; pero al ver que todo lo que ella predecía por
inspiración divina resultaba ser verdad, dejaron de tomarla a la ligera,
y se le permitió tener libre acceso a él tanto por la noche como durante
el día. A menudo velaba por la seguridad del rey cuando estaba
dormido. Y, de hecho, en aquella ocasión, cuando se retiraba de la
fiesta se reunió con él; estaba bajo la inspiración de la divinidad en ese
mismo momento, y le rogó al rey que regresara a ella y bebiera toda la
noche. Alejandro, pensando que había una mano divina en la
recomendación, así lo hizo y siguió en el banquete. Por esto fue que el
plan urdido por los pajes se derrumbó.

Al día siguiente, Epimenes, hijo de Arseas, uno de los que


tomaron parte en la conjura, le confesó la trama a Caricles, hijo de
Menandro, que se había convertido en su amante; y Caricles a su vez se
lo contó a Euríloco, hermano de Epimenes. Euríloco fue a la tienda de
Alejandro y le relató todo el asunto a Ptolomeo, hijo de Lago, uno de
los escoltas reales de más confianza. Éste se lo dijo a Alejandro, quien
ordenó arrestar a todos los hombres cuyos nombres mencionó
Euríloco. Éstos, sometidos a tortura, confesaron su participación en el
complot, y dieron los nombres de algunos otros implicados.
CAPÍTULO XIV. EJECUCIÓN DE CALÍSTENES Y
HERMOLAO

Aristóbulo dice que los jóvenes aseguraron que fue Calístenes


quien instigó este audaz intento de asesinato, y Ptolomeo lo confirma.
La mayoría de los escritores, sin embargo, no está de acuerdo con ellos,
sino que interpretan que Alejandro estuvo dispuesto a creer sin
esfuerzo lo peor de Calístenes, por el odio que ya sentía hacia él, y
porque Hermolao era conocido por su muy estrecha relación con
aquél.
Algunos autores también han registrado los siguientes datos:
Hermolao fue llevado ante el consejo de los macedonios, a quienes les
confesó que había conspirado contra la vida de Alejandro porque ya no
era posible que un hombre libre soportara su insolente tiranía. Relató
todos los actos de despotismo de éste: la ejecución ilegal de Filotas, la
todavía más ilegal de su padre Parmenión y de los otros condenados a
muerte en ese tiempo, el asesinato de Clito en un momento de
embriaguez; la admisión de la vestimenta meda, la introducción de la
ceremonia de la prosternación, que había sido planeada de antemano y
la que, no obstante, luego no revocó, y las borracheras a las que el rey
se estaba aficionando y el sueño aletargado que de ellas deriva. Dijo
que no sintiéndose ya capaz de tolerar estas cosas, quiso liberarse a sí
mismo y liberar a los macedonios.

Los mismos autores registran que Hermolao y los que habían


sido arrestados con él fueron apedreados hasta la muerte por los que
estaban presentes. Aristóbulo dice que a Calístenes lo llevaba consigo
el ejército en sus desplazamientos, cargado con grilletes, y que después
murió de muerte natural; pero Ptolomeo, hijo de Lago, dice que fue
sometido a torturas y luego ahorcado. Como se puede ver, incluso
estos autores, cuyas narrativas son muy dignas de confianza, y que en
el momento de los hechos eran acompañantes cercanos de Alejandro,
no nos dan descripciones de estos hechos tan bien conocidos que sean
coherentes entre sí; ni de las circunstancias que no podrían haber
escapado a su atención. Otros escritores han dado muchos detalles de
varios de estos mismos procedimientos que son incompatibles entre sí,
pero creo que he escrito más que suficiente sobre este tema. A pesar de
que este acontecimiento tuvo lugar poco después de la muerte de Clito,
lo he descrito junto a lo que le pasó a Alejandro en relación con aquel
general, porque, a efectos de la narrativa, los considero muy
estrechamente conectados entre sí.
CAPÍTULO XV. ALIANZA CON LOS ESCITAS Y
CORASMIANOS

Otra embajada de los escitas de Europa llegó a Alejandro,


acompañada por los embajadores que él había enviado a esa gente,
porque el rey que los gobernaba en el tiempo en que fueron enviados
había fallecido y su hermano reinaba en su lugar. El propósito de la
embajada era reafirmar ante Alejandro que los escitas estaban
dispuestos a hacer cualquier cosa que dispusiera. Traían para
presentarle, de parte de su rey, los obsequios que entre ellos se
consideran más valiosos. Dijeron que su monarca estaba dispuesto a
dar su hija en matrimonio a Alejandro, con el fin de cimentar la
amistad y alianza con él; pero si Alejandro declinaba casarse con la
princesa de los escitas, estaba dispuesto, en todo caso, a dar las hijas de
los sátrapas de los territorios escitas y las de otros hombres poderosos
de este mismo pueblo a los más fieles oficiales macedonios. También
mandaba a decir que vendría en persona si se le ordenaba, a escuchar
de boca de Alejandro cuáles eran sus órdenes. Por las mismas fechas
llegó a ver a Alejandro el rey de los corasmianos, Farasmanes, con
1.500 jinetes. Éste juraba proceder de los confines de las naciones de la
Cólquide y de las mujeres llamadas Amazonas; le dijo a Alejandro que,
si se sintiera inclinado a invadir estas naciones para subyugar a las
razas de aquella región, cuyos territorios se extendían hasta el mar
Euxino, él se comprometía a actuar como su guía a través de las
montañas y a abastecer a su ejército de lo necesario.

Alejandro dio una respuesta educada a los embajadores de los


escitas, adaptada a las exigencias de ese momento en particular;
añadiendo que no había necesidad de una boda con la noble escita. A
Farasmanes le cubrió de elogios, y aceptó su amistad y pactó una
alianza con él; pero le dijo que por ahora no era conveniente para él
marchar hacia el mar Euxino. Después, presentó a Farasmanes como
amigo suyo al persa Artabazo, a quien había confiado el gobierno de
los bactrianos, y a todos los otros sátrapas que eran sus vecinos, y lo
envió de vuelta a sus dominios. Dijo Alejandro en esa ocasión que su
mente en ese momento estaba absorbida por el deseo de conquistar los
pueblos indios, porque cuando lograra someterlos poseería la totalidad
de Asia. Agregó que en cuanto Asia en su conjunto se encontrase en su
poder, iba a regresar a Grecia, y, desde allí, comenzaría una expedición
con todas sus fuerzas navales y terrestres hacia el extremo oriental del
Ponto Euxino a través del Helesponto y la Propóntide. Deseaba que
Farasmanes mantuviera en reserva el cumplimiento de su presente
promesa hasta entonces.

El rey macedonio volvió al río Oxo con la intención de internarse


en Sogdiana, porque las noticias que le presentaron acerca de los
sogdianos decían que muchos de éstos habían huido a refugiarse en
sus fortalezas, y se negaban a someterse al sátrapa que los debía
gobernar en nombre de los macedonios. Mientras estaba acampando
cerca del río Oxo, un manantial de agua y cerca de él otro de aceite
brotaron del suelo, no lejos de la tienda de campaña de Alejandro.
Cuando este prodigio se lo señalaron a Ptolomeo, hijo de Lago, uno de
los escoltas reales, éste se lo comunicó a Alejandro, quien ofreció los
sacrificios que los videntes consideraron apropiados para tal
fenómeno. Aristandro afirmó que la fuente de aceite era un signo de
penalidades, pero que también significaba que después de estos
esfuerzos llegaría la victoria.
CAPÍTULO XVI. SUBYUGACIÓN DE SOGDIANA —
REVUELTA DE ESPITAMENES

Alejandro cruzó el río con una parte de su ejército y entró en


Sogdiana, dejando a Poliperconte, Atalo, Gorgias y Meleagro entre los
bactrianos, con indicaciones de vigilar esta tierra, para evitar que los
bárbaros de la región se inclinaran por insurreccionarse, y para
someter a obediencia a los que ya se habían rebelado. Dividió el
ejército que tenía con él en cinco secciones: la primera bajo el mando de
Hefestión, la segunda bajo el de Ptolomeo, hijo de Lago, un escolta real
de su entera confianza; la tercera fue para Pérdicas, y para Coeno y
Artabazo el mando conjunto de la cuarta; él mismo tomó la quinta
división de sus fuerzas, y con ella penetró en aquella tierra en dirección
a Maracanda. Las otras también avanzaron como a cada una le pareció
viable, reduciendo a la fuerza algunos bastiones adonde habían huido
para refugiarse los bárbaros, y capturando otros que se rindieron a
ellos aceptando acuerdos de capitulación. Cuando todas sus fuerzas
alcanzaron Maracanda, después de atravesar la mayor parte del
territorio de los sogdianos, Alejandro envió a Hefestión a establecer
colonias helénicas en las ciudades de Sogdiana. También envió a Coeno
y Artabazo a Escitia, porque se le informó que Espitamenes había ido a
refugiarse allí. Por su lado, él y el resto de su ejército atravesaron
Sogdiana, y redujeron sin problemas todas las plazas fuertes que
seguían en poder de los rebeldes.

Mientras Alejandro ocupaba su tiempo en esto, Espitamenes y


algunos exiliados sogdianos que le acompañaban huyeron a la tierra de
los escitas llamados masagetas. Y después de haber conseguido 600
jinetes de esta nación, fueron a capturar una de las muchas fortalezas
de Bactriana. Cogieron desprevenidos al jefe de la guarnición de esta
fortaleza, que no esperaba ninguna manifestación hostil, y sobre los
que hacían la guardia con él; pasaron a cuchillo a los soldados, y al jefe
de la fortaleza lo mantuvieron en custodia. Envalentonado por la
exitosa toma de esta fortaleza, Espitamenes se acercó a Zariaspa unos
días después; sin embargo, decidió no atacar la ciudad, y se marchó
tras recoger una gran cantidad de botín.

Pero en Zariaspa habían sido acogidos algunos de los


Compañeros de caballería, dejados atrás por estar enfermos; con ellos
estaba Peitón, hijo de Sosicles, quien había sido encomendado para
supervisar a los muchos criados y asistentes de la casa real en Zariaspa,
y Aristónico el arpista también. Estos hombres, al enterarse de la
incursión de los escitas, y estando ya recuperados de su enfermedad,
tomaron las armas y montaron en sus caballos. Seguidos de 80 jinetes
mercenarios griegos, que habían sido dejados atrás para guarnecer
Zariaspa, y algunos de los escuderos reales, salieron a enfrentar a los
masagetas. Se cernieron sobre los escitas sin que ellos alcanzaran
siquiera a sospechar del ataque que les iba a caer; les arrebataron todo
el botín en el primer ataque y mataron a muchos de los que intentaban
ponerlo fuera del alcance. Sin embargo, como no había nadie al mando,
se volvieron sin ningún tipo de orden y fueron arrastrados a una
emboscada tendida por Espitamenes y otros escitas. Perdieron a siete
de los Compañeros, y 60 de la caballería mercenaria. Aristónico el
arpista fue muerto también allí, no sin antes haber dado amplia
muestra de su valentía, más allá de lo que podría haberse esperado de
un músico. Peitón, malherido, fue tomado prisionero por los escitas.
CAPÍTULO XVII. DERROTA Y MUERTE DE ESPITAMENES

Cuando esta noticia llegó a Crátero, éste partió a marchas


forzadas en busca de los masagetas, quienes, al saber que venía contra
ellos, huyeron tan rápido como pudieron hacia el desierto. Yendo
detrás de ellos a poca distancia, alcanzó a los mismos hombres y a más
de 1.000 jinetes masagetas no muy lejos del desierto. Una feroz batalla
se produjo, de la que los macedonios salieron victoriosos. De los
escitas, 150 jinetes fueron muertos, pero el resto de ellos escapó al
desierto, adonde era imposible que los macedonios los siguieran.

En esos días, Alejandro relevó a Artabazo de la satrapía de los


bactrianos a petición propia, sobre la base de su avanzada edad, y
Amintas, hijo de Nicolao, fue nombrado sátrapa en su lugar. Coeno se
quedó con las unidades de éste y de Meleagro, unos 400 de la
caballería de los Compañeros, y todos los arqueros a caballo, además
de los bactrianos, sogdianos y otros que hasta ese momento
comandaba Amintas. Todos ellos estaban bajo órdenes estrictas de
obedecer a Coeno, y pasar el invierno en Sogdiana, con el fin de
proteger al país y detener a Espitamenes; si es que de algún modo
pudieran atraerlo a una emboscada, ya que éste andaba vagando
durante el invierno.

Tomando consciencia Espitamenes de que todas las plazas se


hallaban ocupadas por una guarnición de macedonios, y que pronto no
habría ni una vía de escape abierta para él; giró para arremeter contra
Coeno y las tropas que traía, pensando que por ese lado estaría en
mejores condiciones de vencer. Llegando a Bagas, un lugar fortificado
en Sogdiana, situado en los límites entre las tierras de los sogdianos y
los escitas masagetas, persuadió sin dificultades a 3.000 jinetes escitas
de unirse a él en una invasión de Sogdiana. No cuesta nada convencer
a estos escitas de participar en una guerra tras otra, porque viven en
medio de una aplastante pobreza, y, aparte, no tienen ciudades o
domicilios establecidos; nada poseen que sea causa de ansiedad como
quienes tienen un hogar que es lo más querido para ellos.

Cuando Coeno se hubo cerciorado de que Espitamenes avanzaba


con su caballería, se dirigió a su encuentro con su ejército. Un choque
espantoso fue el resultado, del que los macedonios fueron los
vencedores. De la caballería bárbara, más de 800 cayeron en la batalla;
Coeno perdió sólo 25 jinetes y doce soldados de a pie. La consecuencia
fue que los sogdianos que todavía eran leales a Espitamenes, así como
la mayoría de los bactrianos, lo abandonaran durante la huida y fueran
a entregarse a Coeno. Los masagetas, frustrados por el mal resultado
de la batalla, saquearon el bagaje de los bactrianos y sogdianos que
estaban sirviendo en el mismo ejército que ellos; luego huyeron al
desierto en compañía de Espitamenes. Pero cuando se les informó que
Alejandro estaba a punto de iniciar la marcha al desierto, le cortaron la
cabeza a Espitamenes y se la enviaron al rey, con la esperanza de que
mediante este hecho se apartaría de la idea de perseguirlos.
CAPÍTULO XVIII. OXIARTES ES SITIADO EN LA ROCA
SOGDIANA

Retornó Coeno a reunirse con Alejandro en Nautaca, como


también lo hicieron Crátero, Fratafernes, el sátrapa de los partos, y
Estasanor, el sátrapa de los arios, habiendo terminado de poner en
práctica todas las órdenes que Alejandro les había dado. El rey hizo
que su ejército descansara alrededor de Nautaca, porque ya era pleno
invierno, pero envió a Fratafernes a la tierra de los mardianos y
tapurianos para buscar a Autofrádates, el sátrapa, porque, aunque
muchas veces había sido convocado, no parecía sentir que fuese su
obligación comparecer. También envió a Estasanor a Drangiana, y a
Atropates donde los medos, con el nombramiento de sátrapa de Media,
porque Oxodates se mostraba desafecto. A Estamenes lo envió a
Babilonia, porque le habían anunciado que el gobernador de Babilonia,
Maceo, acababa de morir. A Sopolis, Epocilo y Menidas los destinó a
Macedonia, para que de allí reclutaran un ejército de compatriotas.

Con los primeros brotes primaverales, Alejandro avanzó hacia la


Roca Sogdiana, donde, según le habían contado, muchos sogdianos
habían huido a guarecerse. Entre ellos se decía que estaban la esposa e
hijas de Oxiartes, el bactriano, que las había dejado por su seguridad
en ese lugar, como si en verdad fuera inexpugnable. Lo hizo porque él
también se había alzado contra Alejandro. Si esta roca fuera capturada,
era obvio que no les quedaría nada más a los sogdianos que deseaban
deshacerse de su juramento de lealtad al macedonio. Cuando
Alejandro se acercó, le pareció que los riscos eran muy empinados por
los cuatro costados, como para desanimar un asalto, y, además, los
bárbaros habían almacenado provisiones para un largo asedio. La gran
cantidad de nieve que había caído ayudaba a que el acercamiento fuese
más difícil para los macedonios; al mismo tiempo que mantenía a los
bárbaros bien provistos de agua para beber. No obstante todo esto, el
rey resolvió asaltar el lugar, porque ciertas palabras pronunciadas con
desdeñosa petulancia por los bárbaros le habían lanzado a un estado
de férrea perseverancia, alimentada por la cólera.

Y era porque, cuando se les invitó a venir a negociar los términos


de la capitulación y se les planteó a modo de incentivo que si
entregaban el lugar se les permitiría retirarse con salvoconducto a sus
hogares, ellos se echaron a reír, y en su lengua bárbara le contestaron a
Alejandro que se buscara soldados alados que pudiesen capturar la
roca por él, ya que ellos no sentían aprensión alguna a causa de sus
amenazas. Alejandro reaccionó emitiendo una proclama acerca de que
el primer soldado que escalara la roca tendría una recompensa de doce
talentos, el que llegase junto a él recibiría el segundo premio, y el
tercero otro premio, y así sucesivamente en orden de llegada; de modo
que la recompensa última sería de trescientos dáricos para el último en
pisar la cima. Este anuncio inflamó todavía más el coraje de los
macedonios, que desde siempre habían sido muy competitivos a la
hora de comenzar un asalto.
CAPÍTULO XIX. ALEJANDRO CAPTURA LA ROCA
SOGDIANA Y CONTRAE NUPCIAS CON ROXANA

Dieron un paso adelante todos los hombres que habían adquirido


mucha práctica en escalar acantilados en asedios precedentes, en
número de 300. Estaban provistos con las pequeñas estacas de hierro
con que fijaban al suelo sus tiendas de campaña, las cuales pensaban
fijarlas en la nieve dondequiera ésta estuviese tan endurecida como
para poder soportar el peso; o en la roca, allí donde exhibiese un
espacio libre de nieve. Atando fuertes cuerdas hechas de lino a los
extremos, estos hombres avanzaron durante la noche hacia la parte
más escarpada de la roca, que era también la más desprotegida;
clavaron algunas de estas estacas en la piedra donde era visible, y otros
en la nieve donde por lo menos parecía que no se fuera a romper. Así
todos se izaron sobre el peñón, unos por una cara y otros por otra.
Treinta de ellos murieron en el ascenso; se precipitaron al vacío y
cayeron en varias partes cubiertas de nieve, ni siquiera sus cuerpos se
encontraron para su entierro. Los demás, sin embargo, llegaron a la
cima de la montaña al comienzo de la madrugada, y habiendo tomado
posesión de ella, agitaron banderas de lino en dirección al campamento
de los macedonios, tal como Alejandro les había mandado hacer.
Ahora éste envió un heraldo para gritar a los centinelas de los bárbaros
que se rindieran de una vez, sin más demora, puesto que había
encontrado sus "hombres alados" y éstos acababan de conquistar las
cumbres de la montaña. El heraldo, al mismo tiempo que gritaba,
señaló a los soldados en la cresta de la roca.

Los bárbaros quedaron pasmados por lo inesperado de la vista;


sospechando que los hombres que ocupaban los picos eran más
numerosos de lo que realmente eran y que estaban completamente
armados, se rindieron incondicionalmente. Estaban espantadísimos
por la visión de aquellos pocos macedonios.

Las esposas y los hijos de muchos hombres importantes fueron


capturados allí, incluidos los de Oxiartes. Este jefe tenía una hija, una
doncella en edad de casarse, de nombre Roxana; de ella los hombres
que sirvieron en el ejército de Alejandro afirmaban que era la más
hermosa de todas las mujeres asiáticas, con la única excepción de la
esposa de Darío. También dicen que tan pronto como Alejandro la vio,
se enamoró de ella. Pero, a pesar de que estaba enamorado de ella, se
negó a emplear la violencia con ella como con una cautiva; y no creo yo
que fuera un insulto a su dignidad el tomarla por esposa. Esta
conducta de Alejandro creo que merece más bien alabanzas que
críticas. Por otra parte, en lo que respecta a la esposa de Darío, de
quien se decía era la mujer más bella de Asia, Alejandro o bien no
albergaba ninguna pasión por ella, o bien ejercía un firme control sobre
sí mismo, aunque él era joven y estaba a poca distancia de la cumbre
del éxito, cuando los hombres suelen actuar con insolencia y violencia.
Por el contrario, él actuó con modestia y preservó el honor de la reina,
demostrando compostura al refrenar sus pasiones, y, al mismo tiempo,
evidenciando un sano deseo de obtener una buena reputación.
CAPÍTULO XX. MAGNANIMIDAD DE ALEJANDRO CON
LA FAMILIA DE DARÍO

En relación con este tema, hay una historia que dice que, poco
después de la batalla que se libró en Issos entre Darío y Alejandro, el
eunuco que fue preceptor de la esposa de Darío escapó y vino a él.
Cuando Darío vio a este hombre, su primera pregunta fue si sus hijos,
esposa y madre estaban vivos. Al contestársele que no sólo estaban
todos vivos, sino que las mujeres seguían siendo llamadas reinas, y
disfrutaban de la misma pompa y atención personal a las que se habían
habituado con Darío; él se apresuró a hacer una segunda pregunta: si
su esposa era todavía una mujer casta. Cuando comprobó que así era,
preguntó de nuevo si Alejandro había empleado algún tipo de
violencia con ella para satisfacer su lujuria. El eunuco pronunció
primero un juramento, y dijo:

"Oh rey, tu mujer sigue tal como tú la has dejado. Alejandro es el


mejor y más continente de los hombres."

Entonces Darío extendió las manos al cielo y oró de la siguiente


manera:

"Oh padre Zeus, que posees el poder para dictaminar los asuntos
de los soberanos de los hombres: conserva ahora para mí todo el
imperio de los persas y los medos tal como me lo concediste. Pero si yo
debo dejar de ser el rey de Asia por tu voluntad, en todo caso, no
entregues el poder que yo poseía a ningún otro hombre sino a
Alejandro.”

Así pues, considero yo que ni siquiera para sus enemigos era tal
recto proceder una cuestión que les resultara indiferente. Oxiartes, al
oír que sus hijos estaban en poder de Alejandro, y que él estaba
tratando a su hija Roxana con respeto, se armó de valor y fue a verle.
Fue recibido como huésped de honor en la corte del rey, como era
natural después de una racha afortunada.
CAPITULO XXI. CAPTURA DE LA MONTAÑA DE
CORIENES

Alejandro había terminado su campaña entre los sogdianos, y


ahora estaba en posesión de la roca; se dirigió hacia la tierra de los
paretacenos, porque muchos de estos bárbaros, se decía, se habían
hecho fuertes en otra fortaleza montañosa en ese país. Ésta era llamada
la Roca de Corienes, y el mismo Corienes con muchos otros jefes
habían huido en busca de refugio allí. La altura de esta roca era de
unos veinte estadios, y su circunferencia era de alrededor de sesenta.
Existían precipicios en todos sus lados, y sólo había una vía de ascenso
hacia ella, que era estrecha y nada sencilla de escalar, y había sido
construida así por la naturaleza del lugar. Era, por tanto, difícil subir a
ella, incluso con los hombres dispuestos en fila india y sin que nadie les
cerrase el paso. Un profundo barranco existía adjunto a la roca y la
rodeaba por completo; de manera que quien pretendiera liderar un
ejército contra ella debía antes construir una calzada de tierra sobre
este barranco, para iniciar su escalada desde el nivel del suelo y llevar a
sus tropas a asaltar la fortaleza en sí.

A pesar de todo esto, Alejandro perseveró en la empresa. A estos


niveles de audacia había llegado tras una extensa retahíla de triunfos a
lo largo de los años, y pensaba que ya ningún lugar era inaccesible
para él, y tampoco imposible de ser capturado. Se cortaron, pues, los
recios árboles de pino que eran muy abundantes y cubrían toda la
montaña; con ellos hizo fabricar escalas, para que los soldados se
sirvieran de ellas para descender a la quebrada, porque de lo contrario
era imposible para ellos hacerlo. Durante el día, él mismo supervisaba
el trabajo, manteniendo a la mitad de su ejército comprometido en él; y
durante la noche, algunos de la escolta real — Pérdicas, Leonato, y
Ptolomeo, hijo de Lago — le relevaban en el turno con la otra mitad del
ejército, dividido en tres partes para realizar el trabajo asignado a cada
una durante las horas nocturnas. Pero aunque todas las tropas se
dedicaban a esta labor, apenas pudieron completar no más de veinte
codos en un día, y no tanto en una noche; tan difícil era el lugar para
aproximarse a él, y era bien complicado el trabajo. Descendiendo por el
barranco, los soldados fijaron las estaquillas en la parte más
puntiaguda y más estrecha del mismo, distantes unas de otras lo
necesario para tener la resistencia requerida para soportar el peso de lo
que llevarían encima. Sobre éstas se colocaron vallas hechas de sauce y
mimbre, a manera de un puente; lo comprimieron todo junto, y
cargaron tierra por encima. De esta forma, el ejército podría acercarse a
la roca a nivel del suelo.

Al principio los bárbaros se burlaban, como si el intento fuese a


ser abortado por completo. Pero cuando las flechas empezaron a llegar
a la roca, no fueron capaces de hacer retroceder a los macedonios,
aunque ellos mismos estaban en un nivel más alto; es que los primeros
habían construido unas pantallas para desviar los proyectiles, por lo
que podían proseguir con sus afanes sin recibir lesión alguna. Corienes
se asustó con lo que estaban haciendo, y envió un heraldo a Alejandro
a implorarle que enviara a Oxiartes ante él. Alejandro así lo hizo.
Oxiartes, a su llegada, convenció a Corienes de encomendarse a sí
mismo y a la fortaleza a la buena voluntad de Alejandro porque, le
dijo, no había nada que Alejandro y su ejército no pudiesen tomar por
asalto. Y como él mismo había acordado un pacto de fidelidad y
amistad con él, elogió al rey por su honor y su justicia en términos
excelsos, aduciendo otros ejemplos, y sobre todo su propio caso, como
pruebas de sus argumentos. Por estas aclaraciones, Corienes fue
persuadido por entero, y bajó donde Alejandro acompañado por
algunos de sus parientes y compatriotas. Cuando llegó, el rey dio
respuestas educadas a sus preguntas, y lo retuvo con él después de que
le jurase su fidelidad y amistad. También le pidió que enviara a la roca
a unos cuantos de los que estaban con él, a ordenar a sus hombres que
entregasen el lugar; y, en efecto, la fortaleza fue entregada por los que
en ella se refugiaban. Enseguida Alejandro se llevó a 500 de sus
hipaspistas, y se acercó a obtener una visión desde adentro de la roca.
Estaba tan lejos de querer infligir cualquier vejación o tratamiento duro
a Corienes, que confió en él colocándole de nuevo en su puesto en la
fortaleza, y le hizo el gobernante de todo lo que había poseído antes.

Sucedió que el ejército había sufrido muchas penurias por la


crudeza del invierno; una gran cantidad de nieve había caído durante
el asedio, y, al mismo tiempo, los hombres se vieron en grandes apuros
por la falta de provisiones. Pero Corienes dijo que iba a dar suministros
al ejército para dos meses, y fue tienda por tienda entregando a cada
hombre trigo, vino y carne salada de los depósitos de la fortificación.
Cuando hubo repartido todo esto, les dijo que no había agotado ni la
décima parte de lo que tenían almacenando para el asedio. Por ello,
Alejandro lo elevó a honores aún mayores, pues había entregado la
roca no por obligación, sino a partir de su propia inclinación.
CAPÍTULO XXII. ALEJANDRO LLEGA AL RÍO KABUL Y
RECIBE EL HOMENAJE DE TAXILES

Después de realizar esta hazaña, Alejandro fue a Bactra, pero


envió a Crátero con 600 de los Compañeros de caballería y su propia
unidad de infantería, más las de Poliperconte, Atalo y Alcetas, contra
Catanes y Austanes, los únicos rebeldes que aún permanecían en el
territorio de los paretacenos. Crátero salió victorioso de la batalla que
se libró contra ellos; Catanes cayó luchando, y Austanes fue apresado y
llevado ante Alejandro. De los bárbaros, unos 120 jinetes y alrededor
de 1.500 soldados de a pie fueron muertos. Crátero, habiendo
cumplido su tarea, también fue a Bactra; allí fue donde tuvo lugar el
infortunio relacionado con Calístenes y los escuderos.

Ahora que la primavera iba llegando a su fin, Alejandro decidió


que el ejército debía avanzar de Bactra hacia la India; dejaría a Amintas
en la tierra de los bactrianos con 3.500 jinetes y 10.000 soldados de
infantería. Cruzó el Cáucaso en diez días y llegó a la ciudad de
Alejandría, que él mismo había fundado en el territorio llamado
Paropamisades durante su primera expedición a Bactra. Destituyó del
puesto de gobernador de la ciudad a quien hasta entonces lo ocupaba,
porque consideraba que no gobernaba eficientemente. También
estableció en Alejandría a miembros de las tribus vecinas, y los
soldados que no se encontraban ya aptos para el servicio, además de
los primeros pobladores. Ordenó a Nicanor, uno de los Compañeros,
quedarse para hacerse cargo de los asuntos de la ciudad. Además, a
Tiriaspes lo nombró sátrapa de Paropamisades y del resto del país
hasta el río Cofen[16]. Al llegar a la ciudad de Nicea, ofreció sacrificios a
Atenea, y luego avanzó hacia el Cofen; enviando más tarde un heraldo
a interesarse por Taxiles y los jefes de este lado del río Indo, para hacer
la petición de que vinieran a su encuentro cuando les resultase
conveniente. Taxiles y los otros jefes obedecieron y vinieron a reunirse
con él, con los obsequios que son de mayor valor entre los indios.
También prometieron presentarle los elefantes que tenían con ellos,
veinticinco en total.

Aquí el rey dividió su ejército; envió a Hefestión y Pérdicas a la


tierra de Peucelaotis, hacia el río Indo, con las unidades de Gorgias,
Clito[17] y Meleagro, la mitad de los Compañeros de caballería, y toda la
caballería de los mercenarios griegos. Les dio instrucciones de capturar
las ciudades y pueblos en su ruta, por las armas o por capitulación; y,
cuando llegaran al río Indo, hacer los preparativos necesarios para el
paso del ejército. Con ellos marcharon también Taxiles y los otros jefes.
Cuando las tropas macedonias llegaron al río Indo, ejecutaron
enseguida las órdenes de Alejandro. Pero Astes, el gobernante de
Peucelaotis, aprovechó para iniciar una revuelta; sólo consiguió quedar
él mismo arruinado, y llevar a la ruina también a la ciudad a la que
había escapado en busca de refugio. Hefestión la tomó tras asediarla
durante treinta días, y Astes mismo fue asesinado. Sangeo, que hace
algún tiempo había tenido que huir de Astes y buscar protección con
Taxiles, fue designado para hacerse cargo de la ciudad. Esta deserción
fue una demostración de su lealtad hacia Alejandro.
CAPÍTULO XXIII. BATALLA CONTRA LOS ASPASIOS

Alejandro ahora tomó el mando de los hipaspistas, la caballería


de los Compañeros, con la excepción de los que habían ido con
Hefestión, las unidades de los llamados Compañeros de a pie, los
arqueros, agrianos y los lanzadores de jabalina montados, y avanzó
con ellos hacia las tierras de los aspasios, gureos y asacenios;
marchando por un camino montañoso y agreste a lo largo del río
llamado Coes. Lo cruzó con dificultad, y luego ordenó que el cuerpo
principal de su infantería lo siguiera a paso regular, mientras él con
toda la caballería y 800 de la infantería macedonia, a quienes hizo
montar a caballo con sus escudos de infantería, continuarían a marchas
forzadas; había recibido informes de que los bárbaros que habitaban en
esa zona habían huido a la seguridad de las montañas que se extienden
por esas tierras, en las que muchas de sus ciudades estaban situadas y
eran lo suficientemente fuertes para resistir un sitio. Decidió atacar la
primera de estas ciudades que se encontraba en su camino. Él dirigió
en persona el primer asalto sin perder tiempo, hizo retroceder a los
hombres a los que se encontraban desplegados enfrente de la ciudad, y
los obligó a encerrarse en ella. Alejandro fue herido por un dardo que
penetró a través de la coraza en su hombro, pero la herida no resultó
preocupante, pues su coraza impidió que la flecha penetrara muy
profundamente en su hombro. Leonato y Ptolomeo, hijo de Lago,
también resultaron heridos.

Luego acamparon cerca de la ciudad, en el lugar donde la


muralla parecía más fácil de asaltar. Al amanecer del día siguiente, los
macedonios se abrieron paso a través del primer muro, que no había
sido sólidamente cimentado. La ciudad estaba protegida por una
muralla doble. En el segundo muro, los bárbaros mantuvieron su
posición por un corto tiempo, porque muy pronto las escalas se fijaron
a él, y los defensores, cayendo heridos por las flechas disparadas desde
todas partes, ya no pudieron sostenerse allí. Se precipitaron por las
puertas hacia fuera de la ciudad, a las montañas. Algunos de ellos
murieron en la desbandada, pues los macedonios, enfurecidos porque
habían herido a Alejandro, mataron a todos los que tomaron
prisioneros. La mayoría de ellos, sin embargo, escapó a las montañas,
que no estaban lejos de la ciudad. Después de haber reducido esta
ciudad a escombros, Alejandro se dirigió a otra, llamada Andaca, de la
que se apoderó al optar ésta por la rendición voluntaria. Salió de allí
con Crátero y los otros oficiales de la infantería, para capturar todas las
demás ciudades que no querían capitular por su propia voluntad; y
para poner los asuntos de todo este país en el orden que era más
idóneo para él según las circunstancias.
CAPÍTULO XXIV. OPERACIONES CONTRA LOS ASPASIOS

Alejandro marchaba con los hipaspistas, los arqueros, los


agrianos, las unidades de Coeno y Atalo, el Escuadrón Real de
caballería, unas cuatro hiparquías de la caballería de los Compañeros,
y la mitad de los arqueros montados; avanzaba hacia el río Euaspla,
donde se hallaba el jefe de los aspasios. Tras un largo viaje, llegó a la
ciudad en el segundo día. Cuando los bárbaros pudieron constatar que
se estaba acercando, prendieron fuego a la ciudad y escaparon a las
montañas. Pero las tropas de Alejandro siguieron de cerca a los
evadidos hasta las montañas, y mataron a muchos de ellos antes de
que lograran subir a los lugares de difícil acceso.

Ptolomeo, hijo de Lago, observando que el jefe de los indios de


esa región estaba en cierta colina, y que algunos de sus guardias
estaban a su alrededor, decidió perseguirlo a caballo, aunque tenía con
él muchos menos hombres. A medida que ascendía por la colina, se le
iba haciendo fatigoso a su caballo galopar promontorio arriba. Dejó,
pues, su montura allí, entregándosela a uno de los hipaspistas para que
se la llevara. Luego persiguió al indio a pie, sin pararse a
consideraciones. Cuando el último se percató de que Ptolomeo se le
venía encima, se volvió, y lo mismo hicieron sus guardias con él. El
indio más cercano a Ptolomeo golpeó a éste en el pecho, intentando
atravesar su coraza con una lanza larga; pero el peto frenó el impacto
del lanzazo. Ptolomeo reaccionó golpeando al indio directamente en el
muslo, lo derribó y lo despojó de sus armas. Cuando sus guardias
vieron que su líder yacía muerto, ya no se mantuvieron unidos y se
disgregaron; pero los hombres de las montañas, al ver el cadáver de su
jefe siendo llevado por el enemigo, fueron presa de la indignación, y
corriendo hacia la colina empezaron una lucha desesperada por
recuperarlo. En ese instante, el mismo Alejandro apareció por la colina
con la infantería, que se había apeado de los caballos. Éstos cayeron
sobre los indios, los echaron de vuelta a las montañas después de un
encarnizado combate, y conservaron la posesión del cadáver.

Cruzando por las montañas, Alejandro descendió a una ciudad


llamada Arigeo, y encontró que ésta había sido incendiada por los
habitantes, que habían huido después. Allí llegó Crátero con su
ejército, habiendo llevado a cabo todas las órdenes del rey. Porque a
éste la ciudad le pareció estar construida en un lugar idóneo, ordenó al
general que la reconstruyera, fortificase también, e instalara en ella a
tantas personas del vecindario como estuviesen dispuestas a vivir allí,
junto con los soldados que ya no estaban en óptimas condiciones para
guerrear. Más tarde, avanzó hasta el lugar donde estaba enterado de
que la mayoría de los bárbaros de la zona se estaban refugiando. Al
llegar a una determinada montaña, acampó al pie de la misma.

Entretanto Ptolomeo, hijo de Lago, enviado por Alejandro en una


expedición de forrajeo, recorrió una distancia considerable con unos
pocos hombres para hacer un reconocimiento; a su vuelta, mandó a
decir al rey que había observado muchas más fogatas en el
campamento de los bárbaros que en el de Alejandro. Pero éste no creyó
que las hogueras de los enemigos fueran tantas. Sin embargo,
descubrieron que se debía a que todos los bárbaros de la comarca
habían sumado sus fuerzas en un solo ejército. Dejó entonces una parte
del suyo allí, cerca del monte, acampados como estaban; tomando sólo
a los hombres necesarios, como le pareció de acuerdo con los informes
que había recibido, se dirigió al campamento contrario. Tan pronto
divisó los fuegos cerca de él, dividió su ejército en tres partes. Una la
puso bajo Leonato, otro de sus escoltas reales de confianza, juntando
las unidades de Atalo y Balacro a las suyas. La segunda división se la
dio a Ptolomeo, hijo de Lago; incluía a la tercera parte del agema, las
unidades de Filipo y Filotas, dos quiliarquías de caballería, los
arqueros, los agrianos, y la mitad de la caballería. A la tercera división,
él mismo la dirigió hacia el lugar donde la mayoría de los bárbaros
eran visibles.
CAPÍTULO XXV. DERROTA DE LOS ASPASIOS — ATAQUE
CONTRA LOS ASACENIOS Y GUREOS

Cuando los enemigos que ocupaban los puestos más elevados se


percataron de que los macedonios se acercaban, descendieron a la
llanura, envalentonados por su superioridad numérica y
menospreciando a los macedonios porque eran sólo unos pocos. El
enfrentamiento fue sangriento, pero Alejandro obtuvo la victoria sin
complicaciones. Los hombres de Ptolomeo no se desplegaron en
formación en la parte llana, porque los bárbaros ocupaban una colina.
Por eso, Ptolomeo ordenó la formación de sus unidades en columna,
las condujo hasta el punto en la colina que parecía más atacable y no
daba lugar a que lo rodeasen por completo, pero dejaba espacio para
que los bárbaros pudieran huir si estaban dispuestos a hacerlo. Allí
también se produjo un choque violento con estos hombres, por la
naturaleza difícil del terreno, y porque los indios no eran como los
otros bárbaros de esta región. Son mucho más fuertes que sus vecinos.
Estos hombres también fueron expulsados??de la elevación por los
macedonios. De similar manera procedió Leonato con la tercera
división del ejército, y sus hombres también derrotaron a los opuestos.
Ptolomeo dice que todos los adversarios fueron capturados; ascendían
a un número superior a 40.000, y además 230.000 bueyes se añadieron
al botín, de los cuales Alejandro escogió a los mejores, aquellos que
sobresalían tanto en belleza como en tamaño, con el deseo de enviarlos
a Macedonia para arar la tierra.

Desde allí marcharon hacia la tierra de los asacenios, porque el


rey recibió la noticia de que dicha tribu había hecho preparativos para
una guerra contra él; tenían 20.000 de caballería, más de 30.000 de
infantería y 30 elefantes. Cuando Crátero hubo fortificado
escrupulosamente la ciudad para cuya fundación se había quedado
atrás, trajo a sus tropas de la infantería pesada donde Alejandro; sin
olvidar la maquinaria militar, en caso de que fuera necesario poner
sitio a cualquier lugar. Alejandro pudo entonces marchar contra los
asacenios a la cabeza de la caballería de los Compañeros, los arqueros
montados, las unidades de Coeno y Poliperconte, los agrianos, la
infantería ligera, y los arqueros de a pie. Atravesando la tierra de los
gureos, cruzó el río que da nombre a esta tierra, el Gureo, con
dificultad debido a su profundidad y porque su corriente era rápida;
las piedras en el fondo del río eran redondas, y hacían tropezar a
quienes posaban los pies sobre ellas. Al saber los bárbaros que
Alejandro se acercaba, no se atrevieron a tomar posición para una
batalla en orden cerrado, sino que se dispersaron; uno por uno
volvieron a las distintas ciudades que habitaban, con la determinación
de preservar éstas por medio de una decidida resistencia.
CAPÍTULO XXVI. ASEDIO DE MASAGA

En primer lugar, Alejandro dirigió a sus fuerzas contra Masaga,


la mayor de las ciudades en ese territorio. Al aproximarse a las
murallas, los bárbaros, ensoberbecidos por los 7.000 mercenarios que
habían obtenido como refuerzos de los indios más distantes, se
abalanzaron a la carrera contra los macedonios que se disponían a
asentar su campamento. Alejandro, al ver que la batalla estaba a punto
de desarrollarse cerca de la ciudad, se puso ansioso por atraerlos más
lejos de sus murallas; de este modo, si los ponía en fuga, como creía
que sucedería, no podrían escapar con desenvoltura para refugiarse en
la ciudad, tan cercana. Por tanto, cuando vio a los bárbaros corriendo
hacia él, ordenó a los macedonios dar la vuelta, y retirarse a una cierta
colina distante unos siete estadios del lugar donde había decidido
acampar. Los enemigos se envalentonaron aún más, como si los
macedonios ya hubiesen cedido terreno; se precipitaron sobre ellos sin
ningún tipo de orden.

Cuando las flechas empezaron a caerles encima, Alejandro dio la


señal convenida para que sus hombres giraran, y su falange
arremetiera contra los adversarios al trote. Sus lanceros a caballo, los
agrianos y los arqueros fueron los primeros en correr hacia adelante y
liarse en combate con los bárbaros; el mismo rey capitaneó la falange
detrás de ellos en orden y a paso regular. Los indios se sobresaltaron
ante esta maniobra inesperada, y tan pronto como la batalla se
convirtió en un conflicto hombre a hombre, cedieron y huyeron a la
ciudad. Alrededor de 200 de ellos fueron abatidos, y el resto se encerró
dentro de los muros. Alejandro llevó a su falange hasta la muralla,
donde poco después recibió una herida leve de flecha en el tobillo. Al
día siguiente hizo llevar sus máquinas de asedio, las que fácilmente
desprendieron un buen pedazo de la muralla. Pero los indios
rechazaron gallardamente a los macedonios que estaban tratando de
forzar la entrada por la brecha abierta, y Alejandro tuvo que llamar al
ejército a retroceder ese día. Al siguiente, los macedonios se dedicaron
a asaltar los muros con más vigor; una torre de madera había sido
arrimada a las murallas, desde la cual los arqueros disparaban contra
los indios, y, además, un montón de proyectiles eran lanzados desde
las catapultas, lo que hizo retroceder a una gran distancia a los
defensores. No obstante, ni siquiera así fueron capaces los macedonios
de abrirse camino dentro de la ciudad.

En el tercer día, Alejandro acercó a la falange de nuevo, y


después de lanzar una pasarela desde una de las torres a la parte de la
pared donde estaba la brecha, llevó a través de ella a los hipaspistas
que habían capturado Tiro de similar manera. Pero como muchos de
ellos subieron a la vez, impulsados??por su ardor, el puente recibió un
peso demasiado grande y se rompió en pedazos; todos los macedonios
cayeron a tierra con él. Los bárbaros, al ver lo que estaba ocurriendo,
elevaron un ensordecedor grito, y les dispararon desde la muralla una
buena cantidad de piedras, flechas, y todo lo que tenían a mano o
podían arrancar en ese momento. Otros salieron por las pequeñas
puertas ubicadas entre las torres de la muralla, y atacaron a los todavía
aturdidos soldados que habían sido arrojados al suelo al caer la
pasarela.
CAPÍTULO XXVII. CONTINÚA EL SITIO DE MASAGA —
EL ASEDIO DE ORA

Alejandro envió ahora a Alcetas con su propia unidad a


recuperar a los hombres que habían sido gravemente heridos, y llamar
a retirada a aquellos que todavía estaban peleando con el enemigo. En
el cuarto día, apoyó otra vez una nueva pasarela contra la pared en la
misma manera que la anterior, desde otra torre.

Los indios, siempre y cuando su jefe permaneciera con vida, se


defendían con arrojo; pero al rato éste fue alcanzado y matado por un
proyectil lanzado desde una catapulta. Y como ya una buena parte de
sus tropas se habían reducido en el sitio, que había continuado sin
pausa, además de que la mayoría de ellos estaban heridos e
incapacitados para seguir combatiendo, los defensores recurrieron al
envío de un heraldo ante Alejandro. Éste se alegró de poder perdonar
las vidas de hombres tan bravos; llegó a un acuerdo con los
mercenarios de la India con esta condición: debían enrolarse en las filas
de su ejército y servir como soldados suyos. Entonces, todos ellos
salieron de la ciudad cargando sus armas, y acamparon sobre una
colina que se hallaba frente al campamento de los macedonios; por la
noche, decidieron salir corriendo y regresar a sus moradas, porque no
estaban dispuestos a tomar las armas contra sus compatriotas indios.
Cuando la inteligencia macedonia informó de esto a Alejandro, éste
colocó la totalidad de su ejército alrededor de la colina durante la
noche; interceptaron a los aspirantes a fugitivos en pleno escape y los
mataron a todos. A continuación, se dirigieron a tomar la ciudad por
asalto, desnuda de defensores como había quedado, y capturaron a la
madre y la hija de Asacenio. En todo el sitio, unos 25 de los hombres de
Alejandro murieron luchando.
Desde allí despachó a Coeno a Bazira, convencido de lo acertado
de su propia opinión de que los habitantes se rendirían cuando se
enteraran de la captura de Masaga. También mandó a Atalo, Alcetas y
Demetrio, un hiparco de la caballería, a otra ciudad llamada Ora, con
instrucciones de bloquearla hasta que él llegase. Los hombres de esta
ciudad salieron a enfrentar a las fuerzas de Alcetas; pero los
macedonios los derrotaron sin esfuerzo y los echaron dentro de la
ciudad. Mas los asuntos en Bazira no se resolvieron a favor de Coeno:
sus habitantes no daban ni la más remota señal de querer capitular,
confiados como estaban en la capacidad de resistencia de aquélla,
porque no sólo estaba situada en un promontorio, sino que también
estaba muy bien fortificada por todos sus costados.

Cuando Alejandro supo esto, se puso en marcha hacia Bazira. En


el camino, comprobó que algunos de los bárbaros del vecindario
estaban a punto de entrar en la ciudad de Ora a escondidas, enviados
allí por el jefe Abisares para tal propósito; tuvo que desviarse para ir
por primera vez a Ora. Mandó un mensaje a Coeno ordenándole que
fortificara cierta posición estratégica para servir como base de
operaciones contra la ciudad de Bazira, y más adelante fue a reunirse
con él llevando al resto de su ejército; no sin antes haber dejado en el
lugar de partida a una guarnición con tropas suficientes para impedir a
los habitantes disponer a su antojo de las tierras de los alrededores. Al
ver los hombres de Bazira que Coeno se alejaba con la mayor parte de
su ejército, sintieron desprecio por los macedonios, considerándolos
incapaces de lidiar con ellos; decidieron, pues, salir a la llanura. Se
produjo una aparatosa colisión entre ambas tropas, en la que 500 de los
bárbaros cayeron, y más de 70 fueron tomados prisioneros. El resto,
que huyeron de vuelta a la ciudad, quedaron ahora aislados del
exterior por los hombres en el fuerte macedonio. El asedio de Ora al
final resultó ser un asunto sencillo para Alejandro; tan pronto atacó las
murallas en el primer asalto, se apoderó de la ciudad y capturó los
elefantes que habían quedado allí.
CAPÍTULO XXVIII. LA CAPTURA DE BAZIRA — AVANCE
HACIA AORNOS

Cuando los hombres de Bazira escucharon esta noticia,


desconfiaron de poder resistir; abandonaron la ciudad alrededor de la
medianoche, y huyeron a refugiarse en una fortaleza rocosa, como los
otros bárbaros estaban haciendo. Todos los habitantes abandonaron las
ciudades, y comenzaron a afluir a la roca que se encuentra en esa tierra
y se llama Aornos. Esta roca es objeto de leyendas en esta tierra; de ella
se cuenta que fue inexpugnable incluso para Heracles, el hijo de Zeus.
Yo no puedo precisar, en cualquier caso, si el Heracles de Tebas — o el
de Tiro, o el egipcio — penetró alguna vez en la India o no, pero me
inclino a pensar que no llegó tan lejos; todo esto puede deberse a que
los hombres acostumbran a magnificar las dificultades de las empresas
ya de por sí difíciles, a un grado tal que les permita afirmar que ésta o
aquélla habría sido irrealizable hasta para Heracles. Por ello, me
decanto por concluir que, en lo que respecta a esta roca, el nombre de
Heracles se mencionaba simplemente para engalanar la historia. Sea
como fuere, se dice que la circunferencia de la roca era de
aproximadamente 200 estadios, y su altura era de once estadios en su
parte más baja. Sólo había una vía para escalarla, que era artificial y
peliaguda. En la cima de la roca había abundancia de agua pura, que
fluía de un manantial que brotaba de la tierra; había también mucha
madera, y suficiente buena tierra de cultivo para que 1.000 hombres la
labraran.

Al saberlo Alejandro, fue presa de un deseo vehemente de


capturar esta montaña, sobre todo a causa de la leyenda que circulaba
acerca de Heracles. Primero hizo fortificar Ora y Masaga para
mantener esa tierra pacificada, y fortificó la ciudad de Bazira.
Hefestión y Pérdicas también fortificaron para los macedonios otra
ciudad, llamada Orobatis, y dejando en ella una guarnición marcharon
hacia el río Indo. Cuando llegaron a ese río, de inmediato comenzaron
a poner en práctica las órdenes de Alejandro con respecto a construir
un puente sobre él.

Alejandro nombró sátrapa del territorio en este lado del río Indo
a Nicanor, uno de los Compañeros; y enseguida se puso al frente del
ejército para guiarlo hacia el río, logrando de paso que la ciudad de
Peucelaotis, que estaba situada no muy lejos de él, capitulara sin
luchar. En esta ciudad destinó una guarnición de macedonios, bajo el
mando de Filipo. Y después se dedicó a doblegar algunas otras
ciudades pequeñas situadas cerca de dicho río; acompañado todo el
tiempo por Cofeo y Asagetes, los jefes de las tribus de este territorio. Al
llegar a la ciudad de Embolima, situada cerca de la Roca de Aornos,
dejó a Crátero en ella con una parte del ejército, para hacer acopio de la
cantidad de cereales que se pudiera en esta ciudad, así como otras
cosas necesarias para una estancia larga. Haciendo de ésta su base de
operaciones, los macedonios podrían ser capaces de llevar a cabo un
largo asedio de la roca; suponiendo que no fuese capturada en el
primer asalto. Luego tomó a los arqueros, los agrianos, la unidad de
Coeno, y una selección de los más ligeros infantes, así como los
hombres mejor armados del resto de la falange; unos 200 de la
caballería de los Compañeros y 100 arqueros montados, y avanzó hacia
la roca. Por ese día acamparon donde al rey le apareció conveniente; a
la mañana siguiente se acercaron un poco más a la roca, y acamparon
de nuevo.
CAPÍTULO XXIX. ASEDIO DE AORNOS

A estas alturas, algunos de los nativos vinieron a verle, y,


después de rendirse formalmente, se ofrecieron a guiarle hasta un
sector de la roca por donde ésta podía ser atacada con menos
dificultades, y por la que iba a ser fácil para él capturar el lugar. Con
ellos envió al escolta real Ptolomeo, hijo de Lago, al mando de la
agrianos, otros soldados ligeramente armados, y unos cuantos
hipaspistas escogidos. A este general se le dieron instrucciones de que
tan pronto hubiera tomado posesión del lugar, lo rodease con un
numeroso contingente de centinelas, e hiciera señales para indicar que
la misión había sido cumplida. Ptolomeo procedió a lo largo de un
camino montuoso y difícil de transitar, y ocupó la posición sin el
conocimiento de los bárbaros. Después de reforzar ésta con una
empalizada y una zanja, hizo una señal con fuego en la montaña, desde
donde era probable que fuese vista por Alejandro. La llama fue, en
efecto, avistada por el rey. Al día siguiente, éste llevó a su ejército hacia
adelante; pero como los bárbaros entorpecían su avance, no podía
hacer nada más debido a la agreste naturaleza del terreno. Al
percatarse los bárbaros de que Alejandro no podía iniciar el asalto, se
volvieron para atacar a Ptolomeo. Se desencadenó una tenaz lucha
entre ellos y los macedonios. Los indios hacían grandes esfuerzos para
derribar la empalizada, y Ptolomeo para preservar su posición. Los
bárbaros se llevaron la peor parte en la refriega, y debieron retirarse
cuando llegó el anochecer.

Alejandro escogió de entre los desertores de la India a un hombre


que le era muy devoto, quien además conocía la localidad, y lo envió
de noche donde Ptolomeo con una carta; en ella estaba escrito que en el
mismo instante que el rey atacara la roca, Ptolomeo debía caer desde la
montaña sobre los bárbaros, y no contentarse con mantener la
vigilancia de su posición. De esta manera, al verse los indios
presionados desde ambos lados a la vez, dudarían acerca de qué
camino tomar. En consecuencia, partieron los macedonios de su
campamento al amanecer; el rey los condujo por el camino por donde
Ptolomeo había ascendido a hurtadillas, convencido de que si se
abriera paso en esta dirección y uniese sus fuerzas a las de Ptolomeo,
completar la faena no sería ya complicado para él. Y así es como
resultó. Hasta el mediodía, indios y macedonios se mantuvieron
enzarzados en un muy disputado combate; los últimos se empeñaban
en abrir a como diera lugar un camino para acercarse, y los primeros
lanzaban proyectiles contra ellos mientras subían. A medida que
pasaba el tiempo, los macedonios no relajaban su empuje, avanzando
uno tras otro; los que estaban en la vanguardia se paraban a descansar
hasta que sus compañeros de atrás los alcanzaban. Tras descomunales
esfuerzos, tomaron posesión del objetivo a primeras horas de la tarde,
y pudieron unirse con las fuerzas de Ptolomeo. Ahora unidas ambas
tropas, Alejandro las lanzó en un ataque contra la roca misma. Sin
embargo, aproximarse a ella era todavía impracticable. Tal fue el
resultado final de las fatigas de ese día.

Al clarear la madrugada, el rey emitió una orden para que cada


soldado cortara 100 estacas de manera individual. Y cuando esto se
hubo hecho, hizo erigir un gran montículo de tierra contra la roca, a
partir de la cima de la colina donde habían acampado. Desde este
montículo, pensaba él, las flechas y piedras catapultadas desde las
piezas de la artillería llegarían hasta los defensores de la roca. Cada
hombre del ejército le ayudó en esta tarea de elevar el montículo, que él
mismo supervisó en calidad de observador; iba de acá para allá
elogiando al soldado que había completado su tarea con entusiasmo y
prontitud, y también castigando al que fuese lento pese a la presente
urgencia.
CAPÍTULO XXX. CAPTURA DE AORNOS — LLEGADA DE
ALEJANDRO AL INDO

En el primer día, su ejército levantó la base del montículo, de un


estadio de longitud. Al día siguiente, los honderos empezaron a
disparar contra los indios desde la parte ya terminada; con la asistencia
de los proyectiles que vomitaban las catapultas, rechazaron las
incursiones de los enemigos en contra de los hombres que estaban
terminando el montículo. Continuó el trabajo durante tres días sin
interrupción, y al cuarto día algunos de los macedonios, abriéndose
paso a la fuerza, ocuparon una pequeña elevación que estaba a la
altura de la roca. Sin tomar descanso, Alejandro continuó con el
terraplén, anhelando conectar el promontorio artificial con la colina
que unos pocos de sus hombres ocupaban.

Para entonces los indios, pasmados ante la audacia indescriptible


de los macedonios, se habían abierto paso hacia aquella elevación; y
viendo que el terraplén estaba unido ya con ella, renunciaron a
continuar la resistencia. Enviaron un heraldo a Alejandro, diciendo que
estaban dispuestos a renunciar a la roca, si se les concedía una tregua.
Pero en realidad planeaban perder el día de forma continua retrasando
la ratificación de la tregua, y dispersarse durante la noche, escapando
cada quien de regreso a su casa. Alejandro descubrió esta estratagema;
les regaló tiempo para iniciar su retirada y para quitar los centinelas
apostados por todo el lugar. Permaneció en silencio hasta que
comenzaron su fuga; después, se dirigió a la roca con 700 hombres
tomados de la escolta real y de los hipaspistas, y fue el primero en
escalar la roca por la parte abandonada por el enemigo. Los
macedonios ascendieron después de él, unos por una parte, otros por
otra distinta. Sus hombres, a la señal convenida, se lanzaron contra los
bárbaros en retirada y mataron a muchos de ellos. Otros, corriendo
despavoridos, se mataron al saltar por los precipicios. Así fue como la
fortaleza que había sido inexpugnable para Heracles fue ocupada por
Alejandro. Él ofreció un sacrificio en ella; y luego organizó una
guarnición para la fortaleza, cuyo gobierno puso en manos de Sisicoto.
Éste había desertado mucho antes de los aliados indios de Besos en
Bactra; después de que Alejandro conquistó Bactria, había entrado en
su ejército y parecía ser una persona muy de fiar.

Alejandro salió de la roca para invadir la tierra de los asacenios;


había sido informado de que el hermano de Asacenio había escapado a
las montañas de esta zona, con sus elefantes y muchos de los bárbaros
de las tribus vecinas. Llegando a la ciudad de Dirta, no encontró en ella
a ninguno de los habitantes, ni en el interior ni en las tierras
adyacentes. Al día siguiente, mandó en una misión a Nearco y Antíoco,
dos quiliarcas de los hipaspistas; al primero le dio el mando de los
agrianos y las tropas de la infantería ligera, y al segundo el mando de
su propia quiliarquía y otras dos más. Debían realizar un
reconocimiento de la localidad, y probar si podían capturar a algunos
de los bárbaros en cualquier sitio de por allí, con el fin de obtener
información general del país; el rey estaba especialmente ansioso por
saber noticias de los elefantes. Enfiló su marcha hacia el río Indo, con el
ejército yendo muy adelantado para abrir un camino para él; de lo
contrario, la travesía por esta tierra habría sido complicada. Aquí se
apoderó de algunos bárbaros, por los cuales se enteró de que los indios
de aquella tierra habían huido por su seguridad a Abisares, pero
habían dejado a sus elefantes ramoneando cerca del río Indo.

Ordenó a estos hombres que le mostraran el camino hacia donde


los elefantes se hallaban. Muchos de los indios son cazadores de
elefantes, y a éstos Alejandro los mantuvo siempre a su servicio y en
alta estima, pues salía a cazar elefantes en compañía de ellos. Dos de
estos animales murieron durante la cacería, saltando por un precipicio;
el resto fueron capturados y colocados con el ejército, montados por
sus respectivos conductores. Asimismo, mientras Alejandro marchaba
a lo largo del río, se topó con un bosque cuyos árboles daban una
madera ideal para la construcción de barcos. Éstos fueron talados por
el ejército, y los barcos que fueron construidos navegaron por el río
Indo hasta el puente, el que hace un tiempo habían levantado
Hefestión y Pérdicas.
Libro V.

CAPÍTULO I ALEJANDRO EN NISA

En este país, que se extiende entre los ríos Cofen e Indo, se


encuentra la ciudad de Nisa, adonde llegó Alejandro. De ella se cuenta
que su fundación fue obra de Dioniso, que la construyó tras haber
sometido a los indios. Pero es imposible determinar quién era este
Dioniso, y en qué momento o desde qué lugar dirigió un ejército contra
los indios. Por mi parte, soy incapaz de precisar si el Dioniso tebano,
partiendo de Tebas o del monte Tmolo en Lidia, invadió la India a la
cabeza de un ejército, y, después de atravesar los territorios de muchas
y muy belicosas naciones desconocidas para los griegos de la época, las
subyugó a todas ellas, exceptuando a la de los indios. Yo, no obstante,
no creo que deberíamos hacer un examen minucioso de las leyendas
que fueron elaboradas en la antigüedad sobre las divinidades, porque
lo que no es creíble para quien las analiza solamente de acuerdo con las
normas de la probabilidad, deja de ser del todo increíble si se añade la
intervención divina a la historia.

Cuando Alejandro se aproximó a Nisa, los habitantes enviaron


ante él a su gobernante, cuyo nombre era Acufis, acompañado de
treinta augustos conciudadanos, para implorar a Alejandro que
permitiera a su ciudad continuar siendo independiente por respeto al
dios. Los enviados entraron en la tienda de Alejandro y lo encontraron
todavía cubierto de polvo del camino, con la armadura puesta, su casco
en la cabeza y sosteniendo su lanza en la mano. Viéndole así, sus ojos
se llenaron de asombro; cayeron postrados al suelo y permanecieron en
silencio durante un largo rato. Alejandro les dio permiso para ponerse
de pie, y les pidió que recuperasen el buen ánimo. Acufis comenzó
entonces a hablar y dijo:

"Los niseos te suplicamos, oh rey, que por deferencia hacia


Dioniso nos permitas seguir siendo libres e independientes; porque
cuando Dioniso hubo sometido a la nación de los indios e iba de vuelta
al mar de los griegos, fundó esta ciudad con los soldados licenciados
del servicio militar y que eran bacantes por inspiración suya, para que
llegara a ser un recordatorio de su periplo y sus victorias para los
hombres de tiempos posteriores, al igual que tú también has fundado
la Alejandría cerca del monte Cáucaso, y otra Alejandría en el país de
los egipcios. Muchas otras ciudades has fundado ya, y sé que otras
tantas has de fundar en el transcurso de tu existencia, y además veo
que has realizado mayores hazañas que las de Dioniso. El dios, de
hecho, ha llamado Nisa a nuestra ciudad, y Nisea a la tierra
circundante, en honor a quien fuera su nodriza, Nisa. A la protectora
montaña en nuestra ciudad le dio el nombre de Meros — es decir, el
muslo —, porque, según la leyenda, él creció en el muslo de Zeus. A
partir de ese momento, hemos vivido libres en la ciudad de Nisa y
seguimos siendo autónomos; llevamos los asuntos de nuestro gobierno
conforme con el orden constitucional. Y si te sirve a ti como una prueba
de que nuestra ciudad debe su fundación a Dioniso, ten ésta: la hiedra,
que no se conoce en ningún otro sitio de la India, crece entre nosotros."
CAPÍTULO II ESTANCIA DE ALEJANDRO EN NISA

Todo esto fue muy grato a los oídos de Alejandro, porque él


ansiaba que la leyenda sobre el viaje de Dioniso y que Nisa debía su
fundación a esa deidad fuese dada por verídica, puesto que de esta
manera se diría que él mismo había llegado adonde lo hizo Dioniso, e
incluso había avanzado más allá de los límites adonde se aventuró este
último. De igual forma, creía que el entusiasmo de los macedonios por
compartir sus fatigas si avanzaba aún más no disminuiría debido a que
los impulsaría el deseo de superar los logros de Dioniso. Por lo tanto,
concedió a los habitantes de Nisa el privilegio de conservar su estatus
autónomo, y cuando les preguntó acerca de sus leyes, los felicitó
porque el gobierno estuviera en manos de la aristocracia. Les pidió
enviar a 300 hombres a caballo para que lo acompañaran, y seleccionar
para lo mismo a 100 de los aristócratas que presidían el gobierno del
estado, que también eran 300 en número. Fue a Acufis a quien ordenó
hacer la selección, pues lo había nombrado gobernador de la tierra de
Nisea. Cuando Acufis oyó sus exigencias, se dice que sonrió mientras
pronunciaba el discurso; por lo cual Alejandro le preguntó el motivo
de su risa. Acufis replicó:

"Rey, ¿cómo podría una ciudad privada de cien de sus buenos


hombres continuar estando bien gobernada? Si te preocupa el bienestar
de los niseos, llévate contigo los 300 jinetes y aún más si lo deseas; pero
en vez de cien de los mejores hombres que tú me ordenas elegir,
duplica el número de los otros que no los son, para que cuando
regreses aquí por segunda vez a la ciudad, ésta continúe en el mismo
orden que ahora."

Estos comentarios fueron bien acogidos por Alejandro, quien


consideró que se le había hablado con prudencia. Así que les ordenó
que mandaran a los jinetes para acompañarle, desechando la exigencia
acerca de los cien hombres selectos, ni pidió otros en su lugar. Sin
embargo, a Acufis le pidió que enviara a su propio hijo y el hijo de su
hija para que lo acompañaran.

A Alejandro le entraron ardorosos deseos de ver el lugar donde


los niseos se jactaban de tener algunos altares conmemorativos de
Dioniso. Subió al monte Meros con la caballería de los Compañeros y
el ágema. La montaña, comprobó el rey, estaba totalmente cubierta de
hiedra, laurel, y espesos bosques con muchas variedades de madera en
los que se podía cazar distintas especies de animales salvajes. Los
macedonios estaban encantados de ver la hiedra, que no habían visto
hacía mucho tiempo, porque en la tierra de los indios no crecía hiedra
ni donde se cultivaban viñas. Se pusieron con entusiasmo a fabricarse
guirnaldas con ella, y se coronaron con ellas, cantando himnos en
honor de Dioniso e invocando a la deidad por sus varios nombres.
Alejandro ofreció un sacrificio a Dioniso, y posteriormente festejó junto
a sus Compañeros. No sé si alguien lo va a creer, pero algunos autores
también han declarado que muchos de los macedonios distinguidos de
su séquito, tras haberse colocado coronas hechas de hiedra en la cabeza
y mientras se dedicaban a invocar al dios, fueron poseídos por el
frenesí dionisíaco, entonaron a gritos el evohé en honor a la divinidad
y se comportaron como bacantes.
CAPÍTULO III EL ESCEPTICISMO DE ERATÓSTENES — EL
CRUCE DEL INDO

Cualquiera que lea estas historias puede creer en su veracidad o


desestimarlas como le plazca. Pero yo no estoy en absoluto de acuerdo
con Eratóstenes de Cirene, quien dice que todo lo que los macedonios
atribuían a la intervención divina, en realidad lo decían sólo para
complacer a Alejandro mediante elogios excesivos. Él afirma que los
macedonios, al ver una caverna en la tierra de los paropamisadas,
acerca de la cual habían oído una cierta leyenda muy difundida entre
los nativos — o que ellos mismos inventaron —, extendieron el rumor
de que en verdad era la cueva donde se tenía encadenado a Prometeo,
para que un águila se diera un cotidiano festín con sus entrañas, y que,
cuando llegó Heracles, mató al águila y liberó a Prometeo de sus
ataduras. También dice que los macedonios transfirieron por su cuenta
el monte Cáucaso desde el Ponto Euxino a la parte oriental del mundo,
y la tierra de los paropamisadas a la de los indios, rebautizando a lo
que realmente era el monte Paropamiso con el nombre de Cáucaso, con
el fin de agigantar la gloria de Alejandro con la afirmación de que
había pasado por el Cáucaso. Y añade que, cuando vieron en la propia
India algunos bueyes marcados con el dibujo de un garrote, llegaron a
la conclusión de que Heracles había penetrado en la India. Eratóstenes
también descree de una historia similar acerca del viaje de Dioniso. En
lo que a mí respecta, permitidme considerar las historias sobre estos
asuntos como no concluyentes.

Cuando Alejandro llegó al río Indo se encontró con un puente


sobre él, fabricado por Hefestión, y dos triacóntoros, además de
muchas naves más pequeñas. Allí recibió, según se estima, 200 talentos
de plata, 3.000 bueyes, por encima de 10.000 ovejas para los sacrificios
y treinta elefantes como obsequio de parte del indio Taxiles; también
700 jinetes indios llegaron como refuerzos, y un mensaje del príncipe,
que mandaba decir que vendría a rendir ante él la ciudad de Taxila, la
más grande de las asentadas entre los ríos Indo e Hidaspes. Alejandro
ofreció sacrificios a los dioses de costumbre, y organizó una
competición de gimnasia y equitación en la ribera. Los sacrificios
ofrecidos daban buenos auspicios para realizar el cruce enseguida.
CAPÍTULO IV DIGRESIÓN ACERCA DE LA INDIA

Las siguientes afirmaciones sobre el río Indo son mayormente


incuestionables, y, por tanto, me es permisible registrarlas. El Indo es el
más grande de todos los ríos de Asia y Europa juntas, a excepción del
Ganges, que es también un río de la India. Se origina en este lado del
monte Paropamiso, o Cáucaso, y vierte sus aguas en el Océano que se
encuentra cerca de la India en la dirección del viento del sur. Cuenta
con dos bocas, las cuales están llenas de lagunas de poca profundidad
como las cinco bocas del Istro. Forma un delta en la tierra de los indios
parecido al de Egipto, que se llama Patala en la lengua india. Los ríos
Hidaspes, Acesines, Hidraotes e Hífasis se hallan igualmente en la
India, y son muy superiores a otros ríos de Asia en tamaño; pero son
pequeños, se podría decir minúsculos, en comparación con el Indo, del
mismo modo que aquel río es más pequeño que el Ganges. De hecho,
dice Ctesias de Cnido — si es que alguien cree que sus evidencias son
de fiar — que allí donde el Indo es más estrecho sus orillas se hallan a
cuarenta estadios de distancia la una de la otra; donde es más amplio,
la distancia aumenta a 100 estadios, y en la mayor parte de su recorrido
la cifra es la media entre ambos extremos.

Este río Indo lo cruzó Alejandro en la madrugada con su ejército,


para internarse en el país de los indios. Al respecto, en esta historia no
he descrito cuáles son las leyes con que cuentan, qué extraños animales
produce su tierra, ni cuántos y qué tipo de peces y monstruos acuáticos
habitan en el Indo, Hidaspes, Ganges, o cualquier otro río de la India.
Tampoco he descrito las hormigas que cavan en la tierra para extraer
oro, los grifos guardianes de tesoros, ni ninguno de los incontables
relatos que se han compuesto más para entretener que para ser
recibidos como una recopilación de hechos reales; y, además, la
falsedad de las extrañas historias que se han inventado sobre la India
no la puede desvelar cualquiera. Han sido Alejandro y los que
sirvieron en su ejército quienes han puesto de manifiesto cuan
inexactas son la mayoría de estas historias; aunque algunos de estos
mismos hombres fueron responsables del origen de algunas de ellas. Se
demostró que aquellos indios a quienes Alejandro visitó con su
ejército, y visitó muchas tribus, carecían de oro, y tampoco era en
modo alguno suntuoso su estilo de vida. Además, descubrieron que
eran de estatura magnífica, de hecho más elevada que la de cualquier
raza a lo largo y ancho de Asia: la mayoría de ellos medía cinco codos
de altura o un poco menos. Tenían la piel más oscura que el resto de
los hombres, a excepción de los etíopes, y en la guerra eran por mucho
la más valiente de todas las razas que habitaban en Asia en aquel
tiempo. No puedo comparar con justicia a los antiguos persas con los
guerreros de la India, aunque los primeros invadieron la tierra meda y
arrebataron a los medos su imperio de Asia liderados por Ciro, hijo de
Cambises, y conquistaron muchos otros pueblos por la fuerza y por
rendición voluntaria. Y es que en ese tiempo los persas eran un pueblo
pobre y habitaban una tierra agreste, con leyes y costumbres muy
similares a la disciplina de Laconia. Tampoco soy capaz de conjeturar
si la derrota encajada por los persas en la tierra de los escitas fue
debido a la naturaleza difícil del país invadido, a algún error por parte
de Ciro, o a si los persas eran muy inferiores en asuntos bélicos a los
escitas de aquella región.
CAPÍTULO V MONTAÑAS Y RÍOS DE ASIA

Así pues, de los indios voy a tratar en una obra distinta [18],
tomando como base los relatos más creíbles que fueron compilados por
los hombres que acompañaron a Alejandro en su expedición, así como
las memorias de Nearco, que navegó a través del Océano que está cerca
de la India[19]. En ella he de registrar una descripción de la India,
añadiendo lo que ha sido escrito por Megástenes y Eratóstenes, dos
hombres de eminente autoridad; voy a describir las costumbres
propias de los indios y los animales extraños que habitan en el país, así
como la propia travesía por el Océano.

Permitidme exponer en esta historia tan sólo lo que a mi juicio es


suficiente para explicar los logros de Alejandro. Los Montes Tauro
forman el límite de Asia comenzando en Micala, el promontorio que se
encuentra frente a la isla de Samos, y luego, pasando a través de los
territorios de los panfilios y cilicios, se extienden hasta Armenia. Desde
este país, la cordillera se ramifica hacia Media atravesando las tierras
de los partos y los corasmios. En Bactria se une con el monte
Paropamiso, al que los macedonios que sirvieron en el ejército de
Alejandro renombraron como Cáucaso con el fin, se dice, de
engrandecer la gloria de su rey afirmando que fue allende el Cáucaso
con sus tropas victoriosas. Tal vez es un hecho que esta cadena
montañosa es la prolongación del otro Cáucaso en Escitia, como la del
Tauro lo es de la misma. Por esta razón, en una ocasión anterior me he
referido a este macizo como Cáucaso, y por el mismo apelativo he de
seguir llamándolo en el futuro. Este Cáucaso se extiende hasta el
Océano que se encuentra en la dirección de la India y el Oriente. De los
ríos de Asia que por sus dimensiones son importantes y que nacen del
Tauro y del Cáucaso, algunos van encauzados hacia el norte,
desembocando ya sea en el lago de Meótida[20], o en el mar llamado
Hircano, que en realidad es un golfo del Océano. Otros fluyen hacia el
sur, como ser: los ríos Éufrates, Tigris, Indo, Hidaspes, Acesines,
Hidraotes, Hífasis, y todos aquellos que se encuentran entre éstos y el
río Ganges. Todos ellos desembocan en el mar o desaparecen
adentrándose en pantanos, como sucede con el río Éufrates.
CAPÍTULO VI DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA INDIA

Quien examina la posición geográfica de Asia de tal manera que


se divida entre el Tauro y el Cáucaso, desde el céfiro hacia el viento del
este, se encuentra con que estas dos grandes divisiones las demarca el
mismo Tauro; una se inclina hacia el sur y el viento del sur, y la otra
hacia el norte y el viento del norte. El sur de Asia puede una vez más
dividirse en cuatro partes, de las cuales Eratóstenes y Megástenes
afirman que la India es la más grande. Este último autor vivió en la
corte de Sibircio, el sátrapa de Aracosia, y dice que él visitaba con
frecuencia a Sandracoto[21], rey de los indios. Ambos autores escriben
que la más pequeña de las cuatro partes es la que está delimitada por el
río Éufrates y se extiende hasta nuestro Mar Interior. Las otras dos se
encuentran entre los ríos Éufrates e Indo, son poco dignas de ser
comparadas con la India aunque estuvieran unidas entre sí.

Dicen que la India limita por el este y el viento del este hasta el
sur con el Océano; hacia el norte con el monte Cáucaso, hasta donde
éste se une con el Tauro, y que el río Indo la delimita por el oeste y el
viento del noroeste, hasta el Océano. La mayor parte de ella es una
llanura que, como se supone, ha sido formada por los depósitos
aluviales de los ríos; igual que las llanuras en el resto de las tierras
situadas cerca del mar son en su mayor parte debidas a los aluviones
de los ríos que las surcan. Es por ello que, en tiempos antiguos, los
nombres por los que tales países eran llamados se debían a los ríos. Por
ejemplo: existe cierta llanura que toma su nombre del Hermo, el cual
surca el territorio de Asia desde el monte de la Madre Dindimene, y
después fluye más allá de la ciudad eolia de Esmirna hasta llevar sus
aguas al mar. Otra planicie de Lidia lleva el nombre del Caistro, un río
lidio; otra por el Caico, en Misia, y la llanura caria que se extiende
hasta la ciudad jónica de Mileto lleva el nombre del Meandro. Los
historiadores Heródoto y Hecateo — a menos que la obra sobre Egipto
sea de otra persona y no de Hecateo — llaman de la misma manera a
Egipto un don del río, y Heródoto ha demostrado con pruebas
inequívocas que tal es el caso; de modo que incluso el propio país
quizás recibió su nombre del río. Y es que el río que tanto los egipcios
como los hombres del extranjero dan ahora el nombre de Nilo, fue en
los tiempos de antaño llamado Egipto; Homero es prueba suficiente,
pues dice que Menelao colocó a sus barcos a la salida del río Egipto.
Por tanto, si uno sólo de estos ríos, que además no son muy
caudalosos, basta para formar una extensa zona llana en un país,
mientras fluya siempre hacia adelante, hasta el mar, arrastrando el
fango y el limo desde las regiones más altas de donde se derivan sus
fuentes, de seguro que no es apropiado hacer exhibición de
escepticismo cuando se trata del caso de la India; si ha llegado a pasar
que la mayor parte de ella sea una inmensa llanura, ha sido porque la
han formado los depósitos aluviales de sus ríos. Porque si los ríos
Hermo, Caistro, Caico, Meandro, y todos los ríos de los países de Asia
que vierten sus aguas en nuestro Mar Interior fueran todos juntados, el
volumen de agua resultante no sería comparable con uno de los ríos de
la India. No me refiero únicamente al Ganges, que es el más
gigantesco, y con el que ni el Nilo de Egipto ni el Istro que fluye a
través de Europa son dignos de equipararse; sino a que, si todos los
ríos se mezclaran juntos, ni siquiera así igualarían al río Indo, que ya es
un río enorme tan pronto como brota de sus fuentes, y después de
recibir las aguas de quince ríos, todos ellos mayores que los de la
provincia de Asia, vierte sus aguas en el mar manteniendo su propio
nombre y absorbiendo el de sus afluentes.

Estas observaciones que he hecho acerca de la India me parecen


suficientes para la presente obra; permitidme que el resto lo reserve
para mi "Historia Índica."
CAPÍTULO VII DESCRIPCIÓN DE MÉTODOS PARA
CONSTRUIR PUENTES

Cómo Alejandro construyó su puente sobre el río Indo no lo


explican ni Aristóbulo ni Ptolomeo, autores a los que suelo seguir. No
soy capaz tampoco de formarme una opinión definitiva sobre si pudo
ser un puente de barcos, como el que Jerjes hizo en el Helesponto, y
Darío en el Bósforo y en el Istro, o si construyó un puente permanente
sobre el río. A mí me parece más probable que el puente fuese de
barcas, porque la profundidad de las aguas no admitía la construcción
de un puente regular; ni podía tan enorme trabajo ser completado en
tan poco tiempo. Si el paso se hizo mediante un puente de barcos, no
sabría precisar si las embarcaciones unidas entre sí con cuerdas y
amarradas en fila fueron suficientes para formar el puente, como
Heródoto de Halicarnaso asegura que el Helesponto fue cruzado; o si
el trabajo se efectuó en la forma en que el puente sobre el Istro y el Rin
galo fueron construidos por los romanos, y en la forma en que éstos
han venido fabricando puentes sobre el Éufrates y el Tigris con la
frecuencia que la necesidad les demanda.

Mas, como yo mismo conozco de primera mano, los romanos han


comprobado que la manera más rápida de hacer un puente es con
barcos, y este método es el que explicaré en esta ocasión porque vale la
pena describirlo. Se hace así:

A una señal convenida, las naves son soltadas en la corriente, no


con sus proas hacia adelante, sino como si le dieran la espalda al agua.
Como es natural, la corriente se las lleva río abajo, pero una barcaza
equipada con remos las detiene para que se asienten en el lugar
asignado a cada una. Luego, unos cestos de mimbre de forma
piramidal y llenos de piedras sin labrar se dejan caer en el agua desde
la proa de cada una, con el fin de inmovilizarlas en contra de la fuerza
de la corriente. Tan pronto como una de estas embarcaciones ha sido
rápidamente amarrada, otras más son amarradas de la misma manera
con sus proas contra la corriente, apartadas unas de otras a una
distancia adecuada para soportar lo que se les pondrá encima. En
ambas se colocan piezas de madera con puntas afiladas que sobresalen
hacia fuera, sobre las que se clavan tablas cruzadas para unirlas; y así
procede el trabajo con todas las naves necesarias para salvar el río. En
cada extremo de este puente, se colocan firmes pasarelas fijas que se
lanzan hacia tierra, para que el cruce sea más seguro para los caballos y
bestias de carga, y, al mismo tiempo, para que sirva de enlace con el
puente. En poco tiempo, todo acaba envuelto en mucho ruido y
bullicio; sin embargo, la disciplina no se relaja mientras el trabajo se
está realizando. Los llamados a voz en cuello de los supervisores a los
hombres de una embarcación a otra, o sus censuras por su laxitud, no
evitan que las órdenes se escuchen, ni estorba la celeridad de la obra.
CAPÍTULO VIII ALEJANDRO MARCHA DESDE EL INDO
AL HIDASPES

Éste ha sido el método de construcción de puentes practicado por


los romanos desde tiempos inmemoriales, pero cómo estableció
Alejandro un puente sobre el río Indo no puedo precisarlo, porque
quienes sirvieron en su ejército no han dicho nada al respecto. Pero yo
creo que el puente se hizo de una forma lo más similar posible a la que
he descrito; si se empleó algún otro artilugio, así sea.

Cuando Alejandro hubo cruzado al otro lado del río Indo, volvió
a ofrecer el sacrificio que ya era habitual. Luego, partiendo del Indo
llegó a Taxila, una ciudad grande y próspera, de hecho la más grande
de las situadas entre los ríos Indo e Hidaspes. En ella gozó de la
hospitalidad de Taxiles, el gobernador de la ciudad, y los ciudadanos
de aquel lugar. Accedió a añadir a su territorio gran parte del país
vecino, como éstos le pedían. Hasta aquí vinieron a verle unos
emisarios de Abisares, rey de los indios de las montañas, entre los
cuales se incluían el hermano de Abisares y otros hombres notables.
Otros enviados vinieron de parte de Doxares, gobernante de aquella
tierra, trayendo regalos para el rey. Aquí en Taxila, Alejandro ofreció
los sacrificios acostumbrados, y mandó celebrar certámenes de
gimnasia y equitación. Después nombró sátrapa de los indios de este
territorio a Filipo, hijo de Mácata; dejó una guarnición en Taxila, con
los soldados que estaban de baja por enfermedad, y luego enfiló hacia
el río Hidaspes.

Se le había informado de que Poro estaba con la totalidad de su


ejército en el otro lado de ese río, muy resuelto a impedirle pasar, o
atacarle mientras estuviese cruzando. Habiendo comprobado esta
noticia, Alejandro envió a Coeno, hijo de Polemócrates, de vuelta al río
Indo con indicaciones de desmontar en piezas transportables todos los
barcos que había preparado para cruzar ese río, y llevarlos al río
Hidaspes. Coeno desarmó todos los barcos, y los transportó adonde se
le había dicho; los más pequeños los dividieron en dos piezas, y los
triacóntoros en tres. Las piezas fueron llevadas en carros hasta la ribera
del Hidaspes; allí las ensamblaron de nuevo y botaron la flota entera
en el río. Alejandro tomó las fuerzas que tenía cuando llegó a Taxila,
aumentadas con 5.000 indios bajo el mando de Taxiles y los jefes de
aquel territorio, y los hizo marchar hacia el mismo río.
CAPÍTULO IX PORO OBSTRUYE EL AVANCE DE
ALEJANDRO

Alejandro se instaló en la orilla del Hidaspes, donde se divisaba a


Poro con todo su ejército y su considerable dotación de elefantes, que
cubrían toda la orilla opuesta. Éste se quedó a vigilar el paso frente al
sitio donde vio acampar a Alejandro, y apostó centinelas en otros
tramos del río que eran fácilmente vadeables, colocando a buenos
oficiales en cada destacamento, pues estaba muy decidido a obstruir el
paso de los macedonios. Cuando Alejandro se percató de ello,
consideró que era conveniente mover su ejército en distintas
direcciones, para distraer la atención de Poro y despistarle hasta
dejarle sin saber qué hacer. Dividió su ejército en varias unidades; llevó
a algunas de sus tropas ora aquí, ora allá; al mismo tiempo provocando
estragos en el territorio enemigo y escrudiñando atentamente el río
para ver si existía un lugar por donde fuese más fácil de vadear. El
resto de sus tropas las confió a sus diferentes generales, a quienes de
igual forma dispersó en distintas direcciones. También mandó a
acopiar grano de los campos en los alrededores de aquende el
Hidaspes para el campamento; y así hacer que fuese evidente para
Poro que habían decidido permanecer cerca de la orilla hasta que el
nivel de las aguas del río descendiera en el invierno, cuando es posible
el cruce por muchos lugares a lo largo del cauce.

Sus barcos navegaban río arriba y río abajo, las pieles se estaban
llenando de heno para usarlas como balsas, y toda la playa parecía
estar cubierta por toda la caballería en un punto y en otro por la
infantería; a Poro no se le dio una sola oportunidad de permanecer
quieto en un sitio, o concentrar a todas sus tropas juntas en un punto
escogido por ser adecuado para la defensa del paso. Además, en
aquella temporada todos los ríos de la India fluyen con el cauce muy
crecido, y aguas turbias y raudas, porque es la época del año cuando el
sol está orientado hacia el solsticio de verano. Ésta es la estación de las
copiosas e incesantes lluvias en la India, y las nieves del Cáucaso,
donde la mayoría de los ríos tienen sus fuentes, se funden y van a
aumentar las corrientes en gran medida. Pero en el invierno vuelven a
disminuir, los ríos se encogen y el agua se pone clara, y son vadeables
por algunos lugares; con la excepción del Indo, el Ganges, y tal vez uno
o dos más. En cualquier caso, el Hidaspes si es factible vadearlo
entonces.
CAPÍTULO X ALEJANDRO Y PORO EN EL HIDASPES

Por ello, Alejandro echó a correr el rumor de que iba a esperar a


que tal estación del año llegara, si el paso seguía obstaculizado como
en aquel momento. En realidad, todo el tiempo estaba al acecho para
ver si mediante la rapidez de sus movimientos podría escabullirse de la
vigilancia del adversario y cruzar por un lugar cualquiera sin ser
observado. Sin embargo, se dio cuenta de que era imposible hacerlo
por el mismo sitio donde había acampado Poro, tan cercano a la orilla
del Hidaspes; no sólo debido a la multitud de sus elefantes, sino
también por su gran ejército dispuesto en orden de batalla y
espléndidamente ataviado, que estaba listo para atacar a sus hombres
tan pronto como pusieran un pie fuera del agua. Por otra parte, sabía
que sus caballos no estarían dispuestos a siquiera posar las patas en la
orilla opuesta, puesto que los elefantes caerían enseguida sobre ellos y
los espantarían por su aspecto y su barritar; mucho menos se
mantendrían tranquilos sobre las balsas de cuero durante el cruce del
río, ya que al mirar hacia el otro lado y olfatear a los elefantes, se
convertirían en una masa frenética y saltarían al agua.

Por lo tanto, decidió realizar una travesía furtiva mediante la


maniobra siguiente: en la noche, llevó a la mayor parte de su caballería
bordeando la orilla en varias direcciones, armando todo el barullo
posible y elevando gritos de batalla en honor a Eníalo. Hacían todo
tipo de ruido, como si estuvieran realizando preparativos para cruzar
el río. Poro se vio forzado a marchar también a lo largo del río, delante
de sus elefantes dispuestos en paralelo a los lugares de donde venía el
clamor. Así, Alejandro poco a poco le impuso el hábito de conducir a
sus hombres desplegados frente a la batahola de la orilla contraria.
Pero como esto ocurría con frecuencia, y al descubrir que no se trataba
de otra cosa que bulla y gritos de batalla, Poro dejó de avanzar deprisa
hasta el punto donde se creía que llegaría la caballería; al constatar que
su miedo había sido infundado, optó por permanecer en su posición en
el campamento. No obstante, no renunció a enviar exploradores a
patrullar a lo largo de la ribera. Una vez que Alejandro se convenció de
que la mente de Poro ya no albergaba temor alguno a sus tentativas
nocturnas, ideó una nueva estratagema.
CAPÍTULO XI ESTRATAGEMA DE ALEJANDRO PARA
CRUZAR EL RÍO

Existía en la ribera del Hidaspes un promontorio saliente, donde


el río formaba una formidable curva. Estaba cubierto por un denso
bosque que contenía toda clase de árboles, y más allá, en medio del río
y opuesta a él, había una isla llena de árboles y sin senderos por estar
deshabitada. Notando que la isla estaba exactamente enfrente del
promontorio, y que ambos eran boscosos e ideales para ocultar el cruce
del río, Alejandro decidió transferir a su ejército a este lugar. Tanto el
promontorio como la isla se hallaban a 150 estadios de distancia de su
campamento principal. A lo largo de toda la ribera, apostó centinelas
separados por una corta distancia, para no perderse de vista unos a
otros y poder escuchar las órdenes voceadas desde cualquier dirección.
Para disimular el plan, mandó que siguieran haciendo ruido en todas
partes durante muchas noches más, y que las fogatas se mantuvieran
ardiendo en el campamento.

Cuando el rey decidió que ya podía llevar a cabo el paso del río,
en el campamento se prepararon abiertamente las medidas para el
cruce. Crátero se quedaría en el campamento con su propia hiparquía
de caballería, los jinetes aracosios y paropamisadas, las unidades de la
falange de la infantería de Macedonia que mandaban Alcetas y
Poliperconte, junto con los jefes de los indios que habitan en este lado
del Hífasis, que tenían con ellos a 5.000 hombres. A Crátero se le
ordenó no cruzar el río antes que Poro se hubiese trasladado con sus
fuerzas contra Alejandro, o antes de que éste mismo se cerciorase de
que Poro se había dado a la fuga, tras haber obtenido Macedonia una
nueva victoria. "Sin embargo," dijo Alejandro, "si Poro toma sólo a una
parte de su ejército para marchar a enfrentarme, y deja a la otra parte
con los elefantes en su campamento, en ese caso, tú también debes
permanecer en tu posición actual. Pero si lleva a todos sus elefantes con
él contra mí y una fracción del resto de su ejército se queda atrás en el
campamento, entonces tú debes cruzar el río a toda velocidad.”

“Porque sólo los elefantes," prosiguió el rey," hacen que sea


imposible desembarcar a los caballos en la otra orilla. El resto del
ejército puede cruzar fácilmente."
CAPÍTULO XII EL CRUCE DEL HIDASPES

Tales fueron las cautelosas indicaciones para Crátero. Entre la isla


y el gran campamento donde había dejado a este general, Alejandro
destacó a Meleagro, Átalo y Gorgias con los mercenarios griegos de
caballería e infantería, dándoles instrucciones de que cada sección del
ejército cruzara tan pronto como vieran a los indios involucrados en la
batalla. A continuación, tomó al selecto cuerpo del ágema de los
llamados Compañeros, así como las hiparquías de caballería de
Hefestión, Pérdicas y Demetrio, las caballerías de Bactria, Sogdiana y
Escitia, y los arqueros montados dahos. De la falange de infantería
tomó a los hipaspistas, las unidades de Clito y Coeno, con los arqueros
y agrianos; e inició la marcha en secreto, manteniéndose lejos de la
orilla del río para no ser visto yendo hacia la isla y el promontorio, sitio
por el cual se había decidido a cruzar.

Allí, las pieles se llenaron durante la noche con la paja que había
sido adquirida mucho antes, y se cosieron con fuertes puntadas por la
parte superior. Esa misma noche, se produjo una furiosa tormenta con
lluvia, con lo que sus preparativos y su intento de cruzar pasarían aún
más inadvertidos, ya que el ruido de los truenos y la tormenta ahogó el
producido por las armas y el vocerío de los oficiales. La mayoría de los
barcos, las galeras de treinta remos incluidas con el resto, habían sido
desmontados en piezas a orden suya, y se transportaron a este lugar,
donde los habían vuelto a ensamblar y escondido en el bosque. Al
despuntar la luz del día, amainaron el viento y la lluvia; el resto del
ejército se posicionó frente a la isla, la caballería embarcó en las balsas
hechas con las pieles, igual que tantos de los soldados de a pie como
los barcos pudieron soportar. Pasaron tan sigilosamente que no fueron
detectados por los centinelas apostados por Poro; no antes de haber
conseguido pasar más allá de la isla y estando no muy lejos de la otra
orilla.
CAPÍTULO XIII EN LA OTRA ORILLA DEL HIDASPES

Alejandro se embarcó en un triacóntoro y se dirigió hacia la otra


ribera, acompañado por Pérdicas, Lisímaco, dos miembros de la escolta
real, Seleuco, uno de los Compañeros, que después sería rey, y la mitad
de los hipaspistas; las tropas restantes se transportaron en otras galeras
del mismo tamaño. Cuando los soldados pasaron allende la isla,
enfilaron su rumbo hacia la orilla ya sin disimulo, y cuando los
centinelas enemigos los avistaron, partieron a avisar a Poro tan rápido
como el caballo de cada quien podía galopar. El mismo Alejandro fue
el primero en saltar a tierra, y de inmediato empezó a formar en
correcto orden de batalla a la caballería a medida que ésta iba
desembarcando de sus embarcaciones y de los demás triacóntoros. La
caballería había recibido órdenes de ser la primera en desembarcar; y
ya desplegada en el orden usual, Alejandro se puso al frente y se
dispuso a avanzar. Pronto vio que, debido a su desconocimiento del
lugar, había efectuado el desembarco en un terreno que no era parte de
la ribera, sino una isla; una bastante grandota, de ahí que no se diera
cuenta de que se trataba de una isla. Estaba separada de la otra orilla
por un meandro del río donde el cauce era poco profundo. Pero la
fuerte lluvia caída durante la tormenta anterior, que duró la mayor
parte de la noche, había aumentado tanto las aguas que la caballería no
podía encontrar un vado, y temía someterse a otro cruce tan laborioso
como el primero.

Cuando por fin se encontró un vado, Alejandro condujo a sus


hombres a través de él con mucha dificultad porque pasaban por
donde éste era más profundo; el agua les llegaba por encima del pecho
a los infantes, y de los caballos sólo sus cabezas se elevaban por encima
de ella. Cuando también hubo cruzado este tramo, seleccionó al ágema
de caballería y a los mejores hombres de las otras hiparquías de las
restantes caballerías, y los puso en columna a su derecha. Frente a toda
la caballería ubicó a los arqueros montados, desplazó junto a la
caballería y delante de la infantería a los hipaspistas reales bajo el
mando de Seleuco. Cerca de ellos estaba el ágema de a pie, y junto a
éstos el resto de los hipaspistas, en el orden de precedencia que se
estilaba en aquellos tiempos. A cada lado, en los extremos de la
falange, iban los arqueros, los agrianos y los lanzadores de jabalina.
CAPÍTULO XIV BATALLA DEL HIDASPES

Habiendo dispuesto así a su ejército, Alejandro ordenó a la


infantería seguir adelante a un ritmo lento y regular; no eran muchos
menos de 6.000 hombres, y según pensaba el rey, tenían superioridad
en caballería, por lo que llevó solamente a un total de 5.000 jinetes
hacia adelante con rapidez. También ordenó a Taurón, el jefe de los
arqueros, guiarlos con la misma velocidad detrás de la caballería. El
rey había llegado a la conclusión de que si Poro llegaba a enfrentarle
con todas sus fuerzas, no tendría dificultad en superarle al contraatacar
con su caballería, o mantenerse a la defensiva hasta que su infantería
llegase en el transcurso del combate; pero si los indios se
amedrentaban por su extraordinaria audacia al pasar el río y
escapaban, él sería capaz de darles alcance en su huida, por lo que la
masacre sería mayor, y no quedarían muchos problemas más para él.

Aristóbulo dice que el hijo de Poro llegó con unos sesenta carros
de guerra antes de que Alejandro acabara de cruzar desde la isla a la
orilla, y que podría haber impedido el paso de Alejandro — quien
estaba ya teniendo dificultades incluso cuando nadie se le oponía — si
los indios hubieran bajado de sus carros y asaltado las primeras líneas
de macedonios que salían del agua. Empero pasaron de largo con los
carros, y de esa forma el cruce fue bastante seguro para Alejandro,
quien al llegar a la orilla mandó a sus arqueros montados a cargar
contra los indios en los carros, y éstos los pusieron fácilmente en fuga,
muchos de ellos malheridos. Otros autores dicen que tuvo lugar una
batalla entre los indios que vinieron con el hijo de Poro y Alejandro al
frente de su caballería; que el hijo de Poro traía consigo una fuerza
muy superior, que el mismo Alejandro fue herido por éste, y que cayó
en acción su caballo Bucéfalo, al que le tenía mucho cariño, herido, al
igual que su amo, por el hijo de Poro.
Sin embargo, Ptolomeo, hijo de Lago, con quien estoy de acuerdo
esta vez, da una versión diferente. Este autor también dice que a quien
envió Poro fue a su hijo, pero no con apenas 60 carros de guerra; no es
probable que Poro, oyendo de sus exploradores que, o bien el propio
Alejandro o, en todo caso, una parte de su ejército se habían acercado a
la orilla del Hidaspes en la que estaban, pensara en mandar a su hijo
contra él con sólo esa cantidad de carros. Se trata, de hecho, de que 60
eran demasiados para enviarlos como una partida de reconocimiento,
y no son apropiados para una rápida retirada; pero, eso sí, eran una
fuerza suficiente para inmovilizar a las del enemigo que aún no
hubieran pasado, así como para atacar a los que ya habían
desembarcado. Ptolomeo dice que el hijo de Poros se presentó a la
cabeza de 2.000 soldados de caballería y 120 carros. Para entonces,
Alejandro había cruzado desde la isla antes de que aparecieran.
CAPÍTULO XV DESPLIEGUE TÁCTICO DE PORO

Ptolomeo también dice que Alejandro en primer lugar envió a los


arqueros montados contra aquella fuerza; luego se puso al frente de la
caballería, creyendo que era Poro quien se acercaba con todas sus
fuerzas, y que este cuerpo de caballería era sólo la vanguardia del resto
de su ejército. Tras haber determinado con exactitud el número de los
indios a combatir, de inmediato embistió velozmente contra ellos con
la caballería que tenía a mano. Al darse cuenta los adversarios de que
quien arremetía contra ellos era Alejandro en persona, acompañado
por la caballería en torno a él, formada no en el orden de batalla
acostumbrado, sino en escuadrones, cedieron terreno; unos 400 de su
caballería murieron en la contienda, entre ellos el hijo de Poro. Los
carros también fueron capturados, con los caballos y todo incluido,
porque eran pesados y lentos en el retroceso, y resultaron inútiles en el
combate propiamente dicho a causa de la tierra arcillosa.

Cuando los jinetes que habían escapado de la debacle le contaron


a Poro la nueva de que el mismo Alejandro había cruzado el río con la
flor de su ejército, y que su hijo había fallecido en la batalla, éste no
podía decidirse qué rumbo tomar. Era obvio que los hombres que se
habían quedado atrás con Crátero intentarían cruzar el río desde el
gran campamento, que estaba justo enfrente del suyo. Al final prefirió
marchar contra el mismo Alejandro con todo su ejército, y entablar un
combate decisivo con las mejores y más tenaces tropas de los
macedonios, comandados por el rey en persona. Por precaución, dejó
unos pocos de los elefantes, junto con un pequeño ejército, en el
campamento para sobrecoger a la caballería de Crátero y mantenerlos
lejos de su orilla. Luego, tomó a todos sus jinetes, un total de 4.000
hombres, sus 300 carros de guerra, 200 elefantes y 30.000 soldados de
infantería de élite, y marchó a encontrarse con Alejandro.
Encontrando un lugar en el que vio que no había fango, sino que
debido a la arena el suelo era todo nivelado y endurecido, y por lo
tanto apto para el avance y retroceso de la caballería, Poro desplegó allí
a su ejército. En primer lugar colocó a los elefantes por delante, cada
animal a aproximadamente cien pies aparte, de modo que se
extendieran en línea en la parte delantera de la infantería, y causaran
pavor entre la caballería de Alejandro. Además, pensaba el monarca
indio que a ninguno de los enemigos se le ocurriría la temeridad de
penetrar en los espacios que separaban a los elefantes; la caballería
sería disuadida de siquiera intentarlo por el susto de sus equinos, y
menos aún lo haría la infantería, pues era probable que fuesen echados
hacia atrás por los pesadamente armados soldados que caerían sobre
ellos, y serían pisoteados por los elefantes dando volteretas en torno a
ellos. Cerca de éstos había apostado a su infantería, que no ocupaba
una línea al lado de los animales, sino que iba en una segunda línea
detrás de ellos, a una distancia oportuna para que las unidades de
infantería pudieran avanzar rápido hacia los espacios entre los
paquidermos. Poro tenía también otras tropas de infantería ubicadas
más allá de los elefantes, en ambas alas, y en ambos flancos de la
infantería había destacado a la caballería, frente a la cual iban los carros
en las dos alas de su ejército.
CAPÍTULO XVI TÁCTICAS DE ALEJANDRO

Tal fue orden de batalla que ideó Poro para sus fuerzas. Al
observar Alejandro que los indios habían terminado de formar para la
batalla, detuvo a su caballería para no avanzar más lejos, y que pudiera
alcanzarlos la infantería, que ya aparecía, y cuando la falange hubo
arribado cerca de la caballería tras una rápida marcha, no los hizo
formar enseguida ni los condujo directo al ataque; no deseaba entregar
en bandeja a sus hombres, resoplando de agotamiento y sin aliento tras
la caminata, a los bárbaros frescos y descansados. Por el contrario, hizo
que su infantería reposara hasta que recobrasen sus fuerzas; montando
a caballo, trotó alrededor de sus líneas para inspeccionar a sus
soldados.

Acabando de estudiar el despliegue de los indios, decidió no


avanzar contra el centro, frente al cual los elefantes se hallaban, y en los
espacios entre ellos era visible una densa falange de adversarios; le
empezaba a preocupar el despliegue táctico que Poro había elaborado
para dicha sección, puesto que evidentemente había previsto lo que
podía intentar el macedonio. Pero como poseía una superior caballería,
tomó la mayor parte de aquélla y arremetió contra el ala izquierda del
enemigo, con el propósito de empezar el ataque en este flanco. Contra
la derecha, envió a Coeno con su propia hiparquía y la de Demetrio,
indicándole mantenerse detrás de los bárbaros cuando, al ver éstos la
densa masa de la caballería del rey embistiendo contra ellos, se
aglomerasen a toda prisa para ir a enfrentarlo. Seleuco, Antígenes y
Taurón recibieron la orden de ponerse al mando de la falange de
infantería, pero sin involucrarse en la lucha hasta que observaran que
la caballería y la falange de infantería enemigas se hundían en el
desorden por el ataque de la caballería bajo el mando del rey.
Cuando llegaron dentro del alcance de las flechas, Alejandro
lanzó a 1.000 de los arqueros montados contra el ala izquierda de los
indios; de esta manera lograría sumir las líneas del enemigo apostadas
allí en la confusión por la lluvia incesante de flechas y la carga
simultánea de los jinetes. Él mismo galopó prontamente con la
caballería de los Compañeros contra el ala izquierda de los bárbaros,
ansioso de atacarlos por el flanco mientras todavía se encontraban
desorganizados, y antes de que su caballería pudiera ser desplegada
para responder.
CAPÍTULO XVII DERROTA DE PORO

Mientras tanto, los indios habían concentrado su caballería desde


todas las partes, y se desplazaban hacia adelante apartándose de su
posición para contraatacar a la caballería de Alejandro. Coeno apareció
en ese momento con sus hombres por la retaguardia, de acuerdo con
las órdenes recibidas. Los indios, observando esto, se vieron obligados
a bifurcar la línea de su caballería en ambos sentidos; la parte más
avezada y numerosa enfiló en contra de Alejandro, y el resto volvió
grupas para encargarse de Coeno y sus fuerzas. Esto tuvo el efecto de
que a las filas indias y sus cuidadosos planes se los tragara el caos.
Alejandro vio su oportunidad en el momento en que la caballería se
daba la vuelta en la otra dirección; atacó a los que tenía enfrente con tal
brío que los indios no pudieron aguantar la embestida de su caballería,
y fueron desbandados y arrojados hacia atrás, refugiándose detrás de
los elefantes como si fuesen una muralla amiga. Al contemplar esto, los
guías de los elefantes instaron a los animales a cargar contra la
caballería, pero ahora la propia falange de los macedonios avanzaba
directamente hacia los paquidermos; los hombres lanzaban jabalinas
para derribar a los guías y también los infantes más audaces lograron
llegar cerca: desplegados en torno a las enormes patas, golpeaban a las
propias bestias desde todos lados.

Se desarrolló así la acción bélica más insólita de todas cuantas se


habían dado hasta entonces. Siempre que los animales hallaban cómo
girar sobre sí mismos, arremetían contra las filas de la infantería y
demolían la falange de los macedonios, compacta como solía ser. Los
de la caballería de la India, viendo que la infantería estaba demasiado
ocupada en esto, se reunieron de nuevo y avanzaron contra los jinetes
de Macedonia. Pero los hombres de Alejandro, destacados por su
combatividad y disciplina, los apabullaron una segunda vez, y fueron
rechazados de nuevo hacia los elefantes y encerrados entre ellos. Para
ese momento, la totalidad de la caballería de Alejandro se había
reunido en un solo escuadrón, no porque su rey les hubiese dado la
orden, sino porque la lucha misma los había llevado a ello, y
dondequiera que atacaban, las filas de los indios eran destrozadas.

Las bestias estaban ahora apiñadas en un espacio


angustiosamente estrecho; haciendo cabriolas y dando empellones
para despejar el terreno, pisoteaban y lesionaban a las tropas amigas y
a las tropas enemigas equitativamente. En consecuencia, se produjo
una gran matanza entre la caballería, encerrada como estaba en un
espacio reducido en torno a los elefantes. La mayoría de los cuidadores
de los elefantes habían sido tumbados por las jabalinas, y algunos de
los animales habían recibido heridas, mientras que otros ya no podían
seguir y luchaban por alejarse de la batalla a causa de sus sufrimientos
o por fallecimiento de su guía. Enloquecidos por el dolor, corrían hacia
amigos y enemigos por igual, empujándolos, pisoteándolos y
matándolos de todas las formas imaginables. A los macedonios les iba
mejor, pues se retiraban a tiempo cuando veían venir a esas
impresionantes moles a la carrera, porque ellos se habían abalanzado
sobre los animales en un espacio más abierto y actuaban de acuerdo
con un plan; cuando los elefantes se daban media vuelta para regresar,
los seguían de cerca y lanzaban venablos contra ellos. Los indios que
en su retirada se metían entre los elefantes estaban recibiendo ahora un
mayor daño de parte de ellos. Cuando los animales estaban demasiado
extenuados, y ya no eran capaces ni de cargar a media fuerza,
comenzaron a retirarse de cara a los enemigos como barcos que van a
contracorriente, emitiendo simplemente un estridente sonido de
advertencia con sus trompas.

Alejandro rodeó toda la línea adversaria con su caballería, y dio


la señal a la infantería de juntar sus escudos entre sí para formar un
rectángulo muy compacto, y avanzar así en falange. Por este medio, la
caballería india, con la excepción de unos pocos hombres, se redujo
considerablemente en número luchando contra ellos; como también la
infantería, porque los macedonios estaban presionándolos por doquier.
Percatándose de que estaban siendo derrotados, todos los que podían
hacerlo se dieron a la fuga a través de los espacios abiertos entre los
distintos escuadrones de la caballería de Alejandro.
CAPÍTULO XVIII PÉRDIDAS DE AMBOS COMBATIENTES
— PORO SE RINDE

Al mismo tiempo, Crátero y los otros oficiales del ejército de


Alejandro que se habían quedado en el campamento del Hidaspes,
cruzaron el río cuando se dieron cuenta de que Alejandro había
logrado otra brillante victoria. Estos hombres, estando descansados,
continuaron con la persecución de los fugitivos en lugar de las
exhaustas tropas de Alejandro; nada menos que una gran masacre de
los indios en retirada fue lo que hicieron. De los indios, algo menos de
20.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería murieron en esta
batalla. Todos los carros de guerra fueron hechos pedazos; dos hijos de
Poro fueron abatidos en combate, al igual que Espitaces, el sátrapa de
los indios de aquella región, todos los guías de los elefantes, los aurigas
de los carros de guerra y todos los jefes de caballería y los generales del
ejército de Poro. Los elefantes que no murieron ahí fueron capturados
posteriormente. De las fuerzas de Alejandro, en cambio, cayeron unos
80 de los 6.000 soldados de infantería que participaron en el primer
ataque, y diez de los arqueros montados que también fueron los
primeros en participar en la acción; unos 20 de la caballería de los
Compañeros, y 200 jinetes de otras hiparquías.

Poro había demostrado su admirable talento para la guerra en


aquella batalla, realizando competentemente las tareas no sólo de un
general, sino también de un valiente soldado; observando la masacre
de su caballería y viendo que algunos de sus elefantes yacían muertos,
otros privados de sus guías errando por allí en condiciones lastimeras,
y que la mayor parte de su infantería habían perecido, no escapó, como
el Gran Rey Darío hizo, dando un mal ejemplo a sus hombres. Por el
contrario, mientras quedó algún contingente indio que se mantuviera
firme y ordenado en la batalla, él prosiguió la lucha. Pero al final, tras
haber recibido durante la confrontación una herida en el hombro
derecho, la única parte de su cuerpo sin protección, debió retroceder.
Su cota de malla protegía el resto de su cuerpo de los proyectiles, al ser
extraordinaria por su resistencia y porque encajaba a la perfección en
sus extremidades, como pudieron observar más tarde los que le vieron.
Herido, hizo dar la vuelta a su elefante y empezó a retirarse del campo.

Alejandro, que había constatado que aquél era un gran hombre y


valeroso en la batalla, deseaba preservarle con vida. Por consiguiente,
mandó primero a verle al indio Taxiles, quien cabalgó hasta ponerse a
una cercana pero prudencial distancia del elefante que cargaba a Poro,
y le ordenó mantener quieto al paquidermo; le aseguró que huir ya no
era posible para él y le rogó que escuchase el mensaje de Alejandro. No
obstante, al ver Poro que el heraldo era Taxiles, su viejo enemigo, se
dio media vuelta y se dispuso a atravesarlo con una jabalina;
probablemente lo habría matado si el otro no hubiera puesto rápido a
su caballo fuera del alcance de Poro, antes de que éste pudiera
golpearlo. Alejandro no se enfadó con Poro ni siquiera por esto, sino
que continuó enviándole más emisarios uno tras otro; el último de
todos fue Meroe, un indio, porque se había enterado de que era un
antiguo amigo de Poro. Tan pronto como éste terminó de escuchar el
mensaje que le llevó Meroe, y, al mismo tiempo, sintiéndose vencido
por la sed, detuvo su elefante y se apeó de él. Después de beber un
poco de agua y sentirse refrescado, le dijo a Meroe que le llevara sin
más retraso ante Alejandro. Así lo hizo Meroe.
CAPÍTULO XIX ALIANZA ENTRE ALEJANDRO Y PORO —
MUERTE DE BUCÉFALO

Cuando Alejandro escuchó que Meroe traía a Poro, se puso al


frente de sus tropas con algunos de los Compañeros para ir al
encuentro; detuvo su caballo frente a él, admirando su hermosa figura
y su estatura, que se elevaba un poco más de cinco codos. También se
sorprendió de que su indómito espíritu no diera muestras de estar
intimidado, sino que avanzó a su encuentro como un hombre valiente
recibiría a otro hombre valiente, habiendo luchado honorablemente en
defensa de su propio reino contra otro rey. Alejandro fue el primero en
hablar, pidiéndole al indio que le dijera cuál era el tratamiento que
deseaba recibir. El relato asegura que Poro contestó:

"¡Trátame, Alejandro, como a un rey!"

Muy complacido por estas palabras, Alejandro le respondió:

"Por parte mía, Poro, serás tratado de esta manera. Por la tuya
pídeme algo que te agradaría recibir a ti."

Sin embargo, Poro dijo que todo lo que deseaba estaba incluido
en esa petición. Alejandro, aún más contento por esta contestación, no
sólo le restituyó la soberanía sobre sus propios territorios, sino que
también agregó otro domino al que ya tenía, de mayor magnitud que el
anterior. Así cumplió el deseo de aquél admirablemente valeroso
hombre de ser tratado como un rey, y desde ese momento éste le fue
siempre leal en todas las circunstancias.

Tal fue el resultado de la batalla de Alejandro contra Poro y los


indios que vivían allende el río Hidaspes, que se libró en el mes de
muniquión en el año del arcontado de Hegemón en Atenas.

Alejandro fundó dos ciudades, una donde la batalla se llevó a


cabo, y la otra en el lugar donde se comenzó a cruzar el río Hidaspes; a
la primera la llamó Nicea, en conmemoración de su victoria sobre los
indios, y a la segunda Bucéfala en memoria de su caballo Bucéfalo, que
murió allí, no por haber sido herido por cualquier arma, sino por los
efectos de la fatiga y la vejez; contaba ya con una treintena de años y
estaba muy desgastado por el agotamiento. Este Bucéfalo había
compartido muchas penurias y peligros con Alejandro durante muchos
años; no se dejaba montar por nadie que no fuera el rey, porque
rechazaba a otros jinetes. Era a la vez de tamaño inusual y generoso de
temple. La cabeza de un buey la tenía grabada como una marca
distintiva, y, de acuerdo con algunos autores, ésa fue la razón por la
que recibió aquel nombre; pero dicen otros que, aunque era negro por
completo, tenía una mancha blanca en la testa que tenía un notorio
parecido con la cabeza de un buey. En la tierra de los uxios, este
caballo se lo robaron a Alejandro, quien inmediatamente envió una
proclama por todo el país diciendo que iba a matar a todos los
habitantes a menos que el caballo fuese devuelto. Como resultado de
esta proclama, el animal fue traído de nuevo sin tardanza ante él. Lo
cual ilustra cuan intenso era el cariño que Alejandro sentía por el
caballo, y el grande temor a Alejandro que los bárbaros albergaban.
Permitidme que rinda este pequeño homenaje de mi parte a este
Bucéfalo por deferencia a su amo.
CAPÍTULO XX LA CONQUISTA DE LOS GLAUSOS — LA
EMBAJADA DE ABISARES — CRUCE DEL RÍO ACESINES

Realizados los ritos fúnebres con todos los honores debidos para
los macedonios caídos en la batalla, Alejandro ofreció los sacrificios
rituales a los dioses en agradecimiento por su victoria, y organizó
concursos de gimnasia y equitación en la orilla del Hidaspes, en el
lugar donde por primera vez lo cruzó con su ejército. Más adelante,
dejó a Crátero atrás con una parte del ejército para terminar de erigir y
fortificar las ciudades que él estaba fundando en aquella región; él
mismo debía proseguir su marcha para combatir con los indios de la
tierra contigua a los dominios de Poro. De acuerdo con Aristóbulo, este
pueblo era conocido con el nombre de glaucánicos, Ptolomeo, al
contrario, los llama glausos; cuál era realmente el nombre que llevaban,
me es bastante indiferente. Alejandro atravesó su tierra con la mitad de
la caballería de los Compañeros, los soldados de infantería escogidos
de cada falange, todos los arqueros montados, los agrianos y los
arqueros de a pie. Todos los habitantes se acercaron a él en son de paz
para capitular voluntariamente, y de esta manera es como se adueñó
de treinta y siete ciudades; las más chicas de éstas tenían 5.000
habitantes en total, y las más grandes presumían de poseer por encima
de 10.000 ciudadanos. También tomó muchos pueblos, cuya población
no era mucho menor que de las ciudades. Estas tierras también se las
cedió a Poro para que las gobernara, y debió enviar de vuelta a Taxiles
a sus dominios después de apadrinar una reconciliación entre él y
Poro.

En ese momento llegó una legación de parte de Abisares, quien le


dijo que su rey estaba dispuesto a entregarse y cederle la tierra que
gobernaba. Y, sin embargo, antes de la batalla entre Alejandro y Poro,
Abisares ambicionaba unir sus fuerzas a las de este último. Mudando
de opinión, envió a su hermano con los embajadores ante Alejandro,
cargados de tesoros y cuarenta elefantes como regalo para el rey. Otra
legación vino de parte de los indios independientes, y de un cierto
gobernante indio llamado Poro, distinto del anterior[22]. Alejandro
contestó que Abisares debía comparecer ante él lo más pronto posible,
con la amenaza explícita de ir a verle con su ejército en un lugar donde
no se alegraría de encontrarle, en caso de no presentarse.

Fratafernes, el sátrapa de Partia e Hircania, fue otro que llegó a


ver a Alejandro, trayendo a los tracios que se habían quedado con él.
Mensajeros de Sisicoto, sátrapa de los asacenos, arribaron también para
informar que los nativos habían asesinado al sátrapa y se habían
sublevado contra Alejandro. Éste reaccionó despachando a Filipo y
Tiriaspes con un ejército para sofocar la rebelión y poner en orden los
asuntos de aquella satrapía.

Después se dirigió hacia el río Acesines. Ptolomeo, hijo de Lago,


ha descrito sólo el tamaño de este río de entre todos los que surcan la
India: afirma que Alejandro lo cruzó con su ejército en barcos y botes
de pieles cosidas; la corriente era rápida y el cauce estaba lleno de rocas
grandes y afiladas, contra las cuales el agua chocaba y formaba
violentos remolinos. Dice también que su anchura ascendía a quince
estadios; que los que pasaron en los botes de pieles tuvieron un cruce
tranquilo, pero que no pocos de los que cruzaron en los barcos
perecieron ahogados, ya que muchos de ellos zozobraron al estrellarse
con las rocas y hacerse astillas. A partir de esta descripción, sería
posible que uno llegue a ciertas conclusiones por comparación: no se
han desviado de la realidad quienes proponen que la dimensión del río
Indo es de una media de cuarenta estadios de ancho, la cual se contrae
a quince estadios donde es más estrecho y más profundo, y que ésta es
la anchura del Indo en muchos lugares. Llego yo, entonces, a la
conclusión de que Alejandro eligió una parte del Acesines donde el
cauce era más amplio, porque en ese caso encontraría el flujo más lento
que en otros lugares.
CAPITULO XXI ALEJANDRO AVANZA MÁS ALLÁ DEL
HIDRAOTES

Después de cruzar el río, le dijo a Coeno que se quedase con su


propia unidad en aquella orilla, para supervisar el paso de la parte del
ejército que se había quedado atrás con el fin de recolectar grano y
otros suministros en los territorios de los indios que ya eran súbditos
suyos. Envió a Poro a sus dominios para seleccionar a los más feroces
de sus indios, reunir todos los elefantes que pudiera y, hecho todo,
regresar donde los macedonios. Al otro Poro, el desleal, decidió darle
caza con las más ligeras tropas de su ejército; le habían informado que
aquél había salido de la tierra que gobernaba y había huido. El Poro
rebelde, mientras subsistían las hostilidades entre Alejandro y el otro
Poro, había enviado emisarios a Alejandro con la oferta de someterse y
rendir sus ciudades a él; más por enemistad con el Poro beligerante
que por simpatía hacia Alejandro. Pero cuando se enteró de que el
primero no había perdido la libertad, y encima le habían puesto en el
trono de otro gran país además del suyo, temió no tanto a Alejandro
como a su tocayo, y huyó de su tierra llevándose con él a muchos
guerreros a quienes pudo persuadir de compartir su aventura.

Persiguiendo a este hombre, Alejandro llegó al Hidraotes, que es


otro río indio no menos caudaloso y ancho que el Acesines, pero sin
una corriente tan turbulenta como aquél. El macedonio atravesó las
tierras en torno al Hidraotes, dejando guarniciones en los lugares más
adecuados, con miras a que Crátero y Coeno pudieran avanzar sin
percances, recorriendo la mayor parte de aquella tierra para forrajear.
Luego, despachó a Hefestión hacia el territorio del Poro sublevado,
dándole una parte del ejército compuesta por dos unidades de la
falange, la hiparquía que éste comandaba y la de Demetrio, y la mitad
de los arqueros, sus órdenes eran entregarle el país al otro Poro, el leal,
para que éste terminara de someter a las tribus autónomas de los
indios que habitaban cerca de las orillas del río Hidraotes, y dejarlas
después en manos de Poro para que las gobernase. El río Hidraotes lo
cruzó sin problemas, como no sucedió en el Acesines. Luego, siguió
avanzando; a medida que se internaba en la tierra allende el Hidraotes,
sucedió que la mayoría de aquellas gentes capitulaba sin luchar.
Algunos salieron a su encuentro bien armados y en plan de combatir;
otros trataron de escapar, y fueron capturados y subyugados por
medio de las armas.
CAPÍTULO XXII INVASIÓN DE LA TIERRA DE LOS
CATEOS

Mientras tanto, se le informó que la tribu de los llamados cateos


y algunas otras tribus indias independientes se preparaban para la
guerra, en caso de que el rey llegara a aproximarse a su tierra, y que
estaban convocando a una alianza a todas las tribus limítrofes, que
eran de la misma manera todavía autónomas. También le contaron que
la ciudad de Sangala, cerca de la cual estaban pensando plantearle
batalla, tenía excelentes fortificaciones. Los propios cateos estaban
considerados como un pueblo muy intrépido y hábil para la guerra;
temperamento que los asemejaba a otras dos de las tribus indias, los
oxidracos y los malios. Poco tiempo antes, Poro y Abisares habían
marchado contra ellos con sus propias fuerzas y las de muchas otras
tribus de indios libres, a quienes habían persuadido de unirse a sus
tropas; pero se vieron obligados a retirarse sin lograr nada que
compensara por la afanosa planificación a la que se habían dedicado
con este propósito.

Conociendo Alejandro los pormenores de este revés, él mismo


emprendió una marcha forzada para presentarse ante los cateos. En el
segundo día después de partir desde el río Hidraotes, llegó a una
ciudad llamada Pimprama, habitada por una tribu de indios llamados
adraistas que aceptaron sus términos para rendírsele. Dando un corto
descanso a su ejército durante el siguiente día, partió al tercero hacia
Sangala, donde los cateos y las otras tribus vecinas se habían
concentrado y estaban esperándole listos frente a la ciudad, sobre una
colina que no era tan elevada en ninguno de sus lados. Habían
dispuesto sus carros en torno a este cerro, y acampaban dentro del
círculo que formaban éstos, de manera que parecían estar rodeados por
una triple barrera de carros.
Alejandro se detuvo a contar el gran número de los bárbaros y
analizó la naturaleza de su posición; tras hacerlo, desplegó a sus
fuerzas en el orden que le pareció el más apropiado para esta
circunstancia. Envió a sus jinetes arqueros a arremeter contra ellos sin
perder tiempo, ordenando que se acercaran al adversario todo lo que
pudieran y disparasen sus flechas desde la distancia; impidiendo así
que los indios pudiesen hacer una incursión desde la barrera de carros,
y herirlos dentro de sus refugios antes de que su ejército tuviera
ocasión de formar para pelear. A la derecha, apostó al ágema de
caballería y la hiparquía de Clito; próximos a éstos a los hipaspistas, y
luego a los agrianos. A la izquierda se había alineado Pérdicas con su
propia hiparquía y los Compañeros de a pie. A los arqueros los dividió
en dos contingentes y los colocó en cada ala.

Mientras él estaba reuniendo su ejército, la infantería y la


caballería de la retaguardia llegaron por fin. De éstos, a la caballería
también la dividió en dos contingentes y los mandó a plantarse en cada
ala, y a la infantería le ordenó rellenar las filas de la falange para
hacerla más densa y compacta. Acto seguido, tomó a la caballería
desplegada a la derecha, y la condujo hacia los carros en el ala
izquierda de los indios, porque aquí su posición le parecía más
endeble, y los carros no habían sido colocados muy juntos.
CAPÍTULO XXIII ATAQUE CONTRA SANGALA

Los indios no se retiraron de sus sitios detrás de los carros para


responder al ataque de la caballería que se les venía encima; en vez de
eso, subieron a los carros y comenzaron a lanzar proyectiles desde la
parte superior de los mismos. Alejandro, al ver que esto no era trabajo
para la caballería, desmontó de su corcel, y a pie lideró el ataque de la
falange. Los macedonios no tuvieron dificultades para despejar la
primera fila de carros indios; pero entonces los indios, tomando
posición frente a la segunda fila, más fácilmente pudieron repeler el
ataque, ya que se situaron en formación más densa en un círculo más
pequeño. Por otra parte, mientras los de Macedonia proseguían la
arremetida hacia el espacio reducido, los indios fueron arrastrándose
furtivamente hacia la primera fila de carros, y, echando a un lado la
disciplina, salieron a agredir a sus enemigos a través de los huecos que
quedaban entre los carromatos, atacando cada hombre cuando
encontraba una oportunidad. Empero estos indios fueron igualmente
expulsados de allí por la eficiente falange de los macedonios. Ya no
pudieron resistir en la tercera fila de carros y huyeron tan rápido como
podían hacia la ciudad, encerrándose en ella.

Durante ese día, Alejandro acampó con su infantería rodeando la


ciudad; al menos una gran parte de ella como la falange alcanzaba a
rodear, porque no podía desplegar a todas sus tropas en torno a la
muralla, extensa como era. Cercano a la parte que su campamento no
rodeaba, existía un lago; envió a la caballería a apostarse alrededor del
mismo, que era poco profundo como descubrieron al instante. Tal
orden la dio porque suponía que los indios, intimidados por su derrota
reciente, querrían abandonar la ciudad en la noche. Y resultó tal como
había intuido; durante la segunda vigilia de la noche, la mayoría de
ellos se dejó caer desde la muralla, pero aterrizaron sobre los centinelas
de la caballería macedonia. Gran parte de ellos fueron muertos por
éstos; los hombres que venían detrás de los primeros fugitivos, al
percatarse de que el lago estaba custodiado por doquier, se retiraron a
la ciudad otra vez.

Alejandro hizo cercar la ciudad con una empalizada doble,


excepto en la parte donde el lago se hallaba, y alrededor del lago
colocó a vigías más atentos. Igualmente decidió emplear su maquinaria
de asedio para derribar los muros. En el entretiempo, algunos de los
hombres de la ciudad desertaron a su campamento, y le revelaron que
los indios pretendían salir subrepticiamente esa misma noche fuera de
la ciudad y escapar por el lago, donde estaba el espacio que la
empalizada no obstruía. Su reacción fue destinar allí a Ptolomeo, hijo
de Lago, asignándole tres quiliarquías de los hipaspistas, todos los
agrianos y una unidad de arqueros, indicándole el lugar por donde,
según sus suposiciones, los bárbaros tratarían de abrirse camino.

"Cuando veas que los bárbaros fuerzan su camino hasta aquí," le


dijo, señalándole el sitio, '' tú y el ejército debéis obstaculizar su paso y
ordenar al corneta tocar la señal. Y cuando lo haga, cada uno de los
jefes, al oír la señal, debe formar en orden de batalla con sus propios
hombres; avanzad hacia el ruido, adonde el corneta os guíe. Yo, por mi
parte, tampoco me voy a abstener de entrar en acción."
CAPÍTULO XXIV CAPTURA DE SANGALA

Tales fueron las órdenes que dio el rey. Ptolomeo recogió tantos
carros como pudo de los que habían sido abandonados en la primera
retirada de los bárbaros y los colocó transversalmente, de manera que
podría parecer a los fugitivos en la oscura noche que tropezaban con
muchos estorbos en su camino. Como la empalizada había sido
derribada, o no la habían fijado firmemente al suelo, ordenó a sus
hombres acumular montones de tierra en varios lugares entre el lago y
la muralla. Esto realizaron sus soldados durante la noche. Cuando se
aproximaba la cuarta vigilia, los bárbaros, tal como a Alejandro le
habían revelado, abrieron las puertas orientadas hacia el lago y
salieron a la carrera en esa dirección. Sin embargo, no escaparon a la
atención de los centinelas, ni a la tropa de Ptolomeo, que se había
ubicado detrás de ellos para prestarles ayuda. En ese mismo instante,
una trompeta dio la señal, y Ptolomeo se adelantó hacia los bárbaros
con su ejército completamente equipado y formado en orden de
batalla. Los evadidos tuvieron que moverse entre los carros y la
estacada colocada en el espacio intermedio, una incómoda obstrucción
para ellos. Al sonar la trompeta, Ptolomeo les cayó encima, matando a
los hombres a medida que intentaban escabullirse a través de los
carros. Todos fueron repelidos de nuevo hacia la ciudad, y en su
retirada fueron cayendo hasta 500 de ellos.

Mientras tanto, Poro llegó trayendo con él a los elefantes que le


quedaban, y 5.000 soldados indios. Ya habían terminado de construir
las máquinas de asedio para Alejandro y las estaban llevando hasta la
muralla, pero antes de que fuera echada abajo, los macedonios
tomaron la ciudad por asalto. Habían excavado debajo del muro, que
estaba hecho de ladrillo, por donde se colaron, y también entraron
apoyando escalas contra él en distintos lados. En la captura de la
ciudad, alrededor de 17.000 de los indios fueron abatidos, y por encima
de 70.000 fueron capturados; además de 300 carros de guerra y 500 de
la caballería. En todo el sitio, un poco menos de 100 del ejército de
Alejandro murieron combatiendo; el número de heridos fue mayor en
proporción a los muertos: fueron más de 1.200, entre los que se
encontraban el escolta real Lisímaco y otros oficiales.

Después del funeral de los muertos realizado de acuerdo con la


costumbre, Alejandro envió a Eumenes, el secretario real, con 300 de la
caballería a las dos ciudades que se habían unido a Sangala en su
sublevación; a decir a sus habitantes que Sangala había caído, y para
informarles que Alejandro no los haría objeto de malos tratos si se
quedaban donde estaban y le recibían como a un amigo. Después de
todo, ningún daño les había infligido a cualquiera de los otros pueblos
indios independientes que se habían entregado a él por su propia
iniciativa. Pero éstos habían escapado despavoridos de aquellas
ciudades, porque a Eumenes le precedió la nueva de que Alejandro
había tomado Sangala por la fuerza. Cuando Alejandro lo supo,
decidió perseguirlos a toda prisa, pero la mayoría de ellos eran
demasiado escurridizos para él, y su huida fue exitosa, porque sus
perseguidores partieron desde un punto lejano. Sin embargo, algunos
se quedaron atrás durante la retirada por hallarse débiles, y fueron
capturados por el ejército y asesinados; éstos fueron alrededor de 500.
Luego, abandonando la persecución, el rey volvió a Sangala, y redujo
la ciudad a escombros. Esta tierra la agregó a los dominios de los
indios que antes habían sido independientes, pero que ahora se habían
sometido voluntariamente a él. Por último, envió a Poro con sus
fuerzas a las ciudades que habían aceptado su supremacía, para
introducir guarniciones en ellas. Él mismo se dirigió luego al río
Hífasis con su ejército, para someter a los indios que moraban más allá
de él. No parecía que para él la guerra fuese a tener un pronto fin; no
mientras existiera alguien que le fuera hostil.
CAPÍTULO XXV EL EJÉRCITO SE NIEGA A CONTINUAR
EL AVANCE — ALEJANDRO PRONUNCIA UN DISCURSO ANTE
LOS OFICIALES

Se decía que el país allende el río Hífasis era fértil, que los
hombres eran eximios agricultores y valientes en la guerra, y que
resolvían sus propios asuntos de gobierno de una manera estructurada
y constitucional. El pueblo llano estaba gobernado por la aristocracia,
que ejercía el poder sin contrariar en ningún modo las normas de la
moderación. También afirmaban los informes que los hombres de
aquella tierra poseían un número de elefantes que excedía por mucho
al de los demás indios; eran varones de estatura muy elevada y
descollaban por su valor. Estos informes excitaron en Alejandro unas
abrasadoras ansias de avanzar más y más; no obstante, el espíritu de
los macedonios empezaba a flaquear al notar que su rey seguía
planeando una expedición tras otra, e incurría en un peligro tras otro.
Se celebraron conciliábulos por todo el campamento, en los cuales los
más moderados se limitaban a lamentar su sino, mientras que los más
exaltados declaraban resueltamente que no seguirían a Alejandro más
lejos, incluso si él de nuevo se ponía al frente para abrir la senda.
Cuando él tuvo conocimiento de lo que sucedía, antes de que la
indisciplina y la pusilanimidad cundieran todavía más entre los
soldados, convocó a un consejo a los jefes de todas las unidades y se
dirigió a ellos con estas palabras:

"Macedonios y aliados griegos: al ver que ya no me seguís en


designios arriesgados con una determinación igual a la que antes os
animaba, os he reunido a todos en un mismo lugar para que ver si os
puedo persuadir a continuar adelante conmigo, o si vosotros me
persuadís a mí de regresar. Si efectivamente las penalidades a las que
se os ha sometido hasta llegar a nuestra posición actual os parecen
reprochables, y si no aprobáis mi liderazgo, no puede haber ningún
sentido en que siga hablando. Pero considerad que como resultado de
tales penalidades es que sois dueños de Jonia, el Helesponto, las dos
Frigias, Capadocia, Paflagonia, Lidia, Caria, Licia, Panfilia, Fenicia,
Egipto junto con la Libia helénica; así como parte de Arabia, la
Celesiria, la Siria entre los ríos, Babilonia, la nación de los susianos,
Persia, Media, además de todas las naciones que los persas y los medos
gobernaban, y muchas otras que no gobernaban; la tierra más allá de
las Puertas Caspias, el país allende el Cáucaso, el Tanais, así como la
tierra más allá de este río, Bactria, Hircania y el mar Hircano. Y
también hemos sometido a los escitas, incluso a los de las tierras
yermas; y, además de eso, el río Indo fluye a través de un territorio que
es nuestro, como también lo hacen el Hidaspes, Acesines e Hidraotes.
¿Por qué, entonces, vosotros os abstendréis de sumar el Hífasis
también, y las naciones asentadas al otro lado de este río, a nuestro
imperio de Macedonia? ¿O es que teméis que nuestro avance sea
detenido en un futuro cercano por cualquier bárbaro? De estos
mismos, unos se nos someten por su propia voluntad y otros son
capturados en pleno escape; mientras que otros más, habiendo tenido
éxito en sus esfuerzos por huir, de todos modos nos dejan sus tierras
desiertas, que añadimos a las de nuestros aliados, o a las de quienes se
han sometido voluntariamente a nosotros.”
CAPÍTULO XXVI CONTINUACIÓN DEL DISCURSO DE
ALEJANDRO

"Yo, por mi parte, creo que para un hombre valiente los trabajos y
el esfuerzo no tienen límites; no hay otro fin para él excepto la labor en
sí misma, siempre y cuando lleve a resultados gloriosos. Mas si alguien
desea saber cuál será el final de esta guerra, le hago conocer hoy que la
distancia que aún queda antes de llegar al río Ganges y el Océano no es
muy grande, y le informo que comprobaremos con nuestros ojos que el
mar Hircano se une con éste, puesto que el Océano rodea toda la
Tierra. Mi intención es demostrar tanto a los macedonios como a los
aliados griegos que el Golfo Índico confluye con el Pérsico, y el mar de
Hircania con dicho golfo indio. Desde el Golfo Pérsico, la expedición
navegará por Libia hasta las Columnas de Heracles. A partir de estos
pilares, todo el interior de Libia se convertirá en posesión nuestra [23], y
así el conjunto de Asia nos pertenecerá a nosotros; los límites de
nuestro imperio serán los que Dios ha designado como confines de la
Tierra.”

“Por ello, si volvemos ahora, abandonaremos la conquista de


muchas naciones belicosas de más allá del Hífasis hasta Océano en el
este; y muchas más entre aquél e Hircania en la dirección del viento del
norte, y, no muy lejos de ellas, los pueblos escitas. Si nos volvemos, hay
razón para temer que los pueblos que ahora son súbditos nuestros, al
no ser firmes en su lealtad hacia nosotros, pueden ser instigados a
levantarse por los que aún no se han sometido. Entonces todos
nuestros numerosos esfuerzos habrán sido en vano, o será necesario
para nosotros incurrir otra vez en los mismos peligros y labores que al
principio. ¡Oh macedonios y aliados griegos, manteneos firmes!
Gloriosos son los hechos de los que acometen una grande labor y
corren un grande riesgo, y es muy agradable llevar una existencia
valiente y morir dejando tras de sí la gloria imperecedera. ¿O no sabéis
que nuestro ancestro ha alcanzado tan altas cotas de gloria, pasando de
ser un mero mortal a convertirse en un dios, como parece ser, debido a
que no permaneció en Tirinto o Argos, o incluso en el Peloponeso o en
Tebas? Los trabajos de Dioniso no fueron pocos, pero él era una deidad
de rango muy excelso para ser comparado con Heracles. Vosotros, sin
embargo, habéis penetrado en las regiones más allá de Nisa, y aquella
Roca de Aornos que Heracles no pudo capturar se encuentra en
vuestro poder. Sumad, pues, las partes de Asia que aún quedan por
subyugar a las ya adquiridas, la minoría a la mayoría.”

“¿Qué memorables y gloriosas gestas podríamos haber realizado


si, sentados a nuestras anchas en Macedonia, hubiéramos considerado
que era suficiente con dedicarnos a nuestro propio país, sin ninguna
otra preocupación o trabajo que tan sólo repeler los ataques de las
tribus de nuestras fronteras, los tracios, ilirios y tribalos, o los griegos
hostiles a nuestros intereses? Si fuera el caso que yo actuase como
vuestro general sin someterme a las mismas penurias y
manteniéndome lejos del peligro, mientras vosotros hacíais todo el
trabajo y os exponíais al peligro, no sin razón se os debilitaría el
espíritu y flaquearía vuestra resolución. Porque entonces solamente
vosotros haríais los trabajos, y las recompensas las cosecharían otros.
Sin embargo, sabéis que los padecimientos los compartimos vosotros y
yo; asumimos los riesgos a partes iguales, y las recompensas están
abiertas a la libre competencia de todos. Porque las tierras son
vuestras, y vosotros sois quienes las gobernáis. De igual manera, la
mayor parte de los tesoros son ahora vuestros; y cuando hayamos
conquistado lo que queda de Asia, por Zeus, que habré satisfecho
vuestras expectativas, e incluso habré superado las ganancias que cada
uno esperaría recibir, y entonces a quienes deseéis retornar os enviaré
de vuelta a vuestro propio terruño, o yo mismo os guiaré de regreso a
casa. A los que se queden aquí conmigo, los convertiré en la envidia de
los que se marchen."
CAPÍTULO XXVII LA RESPUESTA DE COENO

Terminando Alejandro de pronunciar estas frases y otras


similares, se hizo un largo silencio; nadie del auditorio poseía el coraje
suficiente para hablar en oposición al rey y sin restricciones, y tampoco
deseaban aceptar su propuesta. El rey en repetidas ocasiones animó a
hablar a quien lo deseara, aunque sus puntos de vista fuesen distintos
de los que él mismo había expresado. No obstante, el silencio continuó
durante buen rato más; y al final, Coeno, hijo de Polemócrates, hizo
acopio de valor y habló así:

"¡Oh rey! Ya que tú no quieres gobernar a los macedonios


mediante imposiciones, sino que tú mismo dices preferir liderarnos
mediante la persuasión, o ceder a nuestra persuasión, y no pretendes
usar la violencia en contra nuestra; daré un discurso no en mi propio
nombre ni en el de mis conmilitones aquí presentes, que poseemos
mayores honores que los sencillos soldados, y la mayoría de nosotros
ya hemos recogido los frutos de nuestra labor, y debido a nuestra
preeminencia somos más celosos que el resto para servirte en todas las
cosas. En nombre de quienes voy a hablar es en el de los soldados de la
mayor parte del ejército. En nombre de este ejército no hablaré lo que
sea gratificante para los oídos de nuestros hombres, sino lo que
considero que es más ventajoso para ti en estas circunstancias y más
seguro para el futuro. Siento que me incumbe no ocultar lo que pienso
que es el mejor camino a seguir, tanto debido a mi edad como al honor
conferido a mí por el resto del ejército a tu petición, y la valentía que he
demostrado hasta el presente y sin ninguna duda, en todo peligro y
labor emprendida.”

“Muy numerosas e impresionantes han sido las hazañas por ti


alcanzadas como general nuestro y por quienes salimos de casa
contigo, por lo cual más lógico me parece que debe ponerse fin a
nuestros trabajos y peligros. Porque tú has visto por ti mismo el
número de macedonios y griegos que comenzaron esta expedición, y
qué pocos de nosotros hemos quedado. Bien hiciste en mandar de
vuelta de entre los nuestros a los tesalios aquella vez en Bactra, porque
te habías percatado de que ya no estaban dispuestos a continuar
compartiendo nuestras fatigas. De los otros griegos, algunos se han
establecido como colonos en las ciudades que has fundado, en las que
no todos permanecen por su libre albedrío. Los soldados macedonios y
griegos que continuaron compartiendo nuestros trabajos y
arriesgándose con nosotros, o bien han perecido en muchas batallas,
han quedado inválidos para luchar a causa de sus heridas, o han sido
desperdigados por diferentes partes de Asia. La mayoría, sin embargo,
han perecido a causa de enfermedades; por lo que muy pocos han
quedado de muchos. Y estos pocos ya no se encuentran igual de
vigorosos en cuerpo, y en espíritu están profundamente agotados.”

“Todos y cada uno de ellos sienten un gran anhelo de ver a sus


seres queridos. Aquellos cuyos padres todavía viven, anhelan verlos
una vez más; otros extrañan a sus esposas e hijos, o simplemente
anhelan regresar a su tierra natal. Sin duda, es perdonable que
suspiren por volver a verlos con los honores y las dignidades que han
adquirido gracias a ti; y que deseen regresar como grandes hombres
cuando salieron siendo hombres insignificantes, y como hombres ricos
en lugar de los pobres que eran al inicio. No nos lleves ahora en contra
de nuestra voluntad, porque descubrirás que ya no somos los mismos
soldados en lo que se refiere a enfrentar los peligros, ya que estaremos
privados de nuestro libre albedrío y faltos de ganas. Más bien, si te
parece razonable, vuelve a nuestra tierra, visita a tu madre, soluciona
los asuntos con los griegos, y presenta en la casa de tus padres estas
tantas y colosales victorias. Más adelante en el tiempo, empieza una
nueva expedición, si ése es tu deseo, en contra de estas tribus de indios
situados muy al oriente. O bien, si tú lo deseas así, hacia el Ponto
Euxino, o contra Carchedón[24] y las regiones de Libia situadas en los
confines de las tierras de este pueblo.”

“Ahora bien, es tu derecho gestionar tales asuntos, y los


macedonios y griegos te seguirán; hombres jóvenes en lugar de viejos,
frescos en lugar de exánimes. Hombres para quienes la guerra no tiene
terrores, porque hasta el momento no la han experimentado, y que
estarán ansiosos por empezar, con la esperanza de una recompensa
cuantiosa. Es también probable que en la nueva campaña te
acompañen con un celo aún mayor que los de ésta, cuando vean que
los hombres de la expedición anterior, tras compartir intensos trabajos
y grandes peligros, han regresado a casa como personajes prósperos en
vez de miserables, y afamados en lugar de seres oscuros como lo eran
antes. ¡El autocontrol en medio del éxito es la más noble de todas las
virtudes, rey! Para nada has de temer a los enemigos mientras estás al
mando, y conduciendo un ejército como éste; pero los cambios que
decide la deidad de la fortuna nunca son esperados, y, por lo tanto, los
hombres no pueden tomar precauciones con respecto a ello."
CAPÍTULO XXVIII ALEJANDRO DECIDE REGRESAR

Cuando Coeno concluyó su discurso, los que estaban presentes


prorrumpieron en sonoros aplausos en apoyo a sus palabras, y, en
efecto, muchos incluso lloraron; lo último hizo aún más evidente cuan
poco dispuestos se sentían a correr riesgos adicionales, y cuan dulce
sería el regreso para ellos. Alejandro entonces se apartó de la
conferencia, enojado por la libertad con que Coeno se expresó y la
vacilación que demostraron los demás oficiales. Al día siguiente, de
nuevo llamó a los mismos hombres a un consejo, todavía airado, y les
dijo que tenía la intención de continuar avanzando, pero que no
obligaría a ningún macedonio a que lo acompañara en contra de su
voluntad; sólo se llevaría a los que quisieran seguir a su rey por
elección propia, y quienes estuvieran ansiosos de retornar a sus
hogares eran libres de hacerlo, y que al llegar contaran a sus amigos y
familiares que habían regresado tras haber abandonado a su soberano
en medio de sus enemigos. Dicho esto, se retiró a su tienda y no
admitió a ninguno de los Compañeros que quisieron verle ese día. Así
estuvo hasta el tercer día, a la espera de ver si algún cambio se
producía en las mentes de los macedonios y sus aliados griegos, como
suele suceder por regla general entre una multitud de soldados, y que
los inclinara de nuevo a obedecer.

Al contrario, un profundo silencio envolvió todo el campamento.


Los soldados estaban obviamente molestos por el enfado de su rey, sin
haber reconsiderado un ápice por ello. Ptolomeo, hijo de Lago, dice
que Alejandro de todas maneras ofreció el habitual sacrificio
propiciatorio para el paso del río; las víctimas no dieron auspicios
favorables cuando lo hizo. Entonces sí, reunió a los más antiguos de los
Compañeros, en particular a quienes eran viejos amigos suyos, y les
dijo que, como todo apuntaba a que lo más conveniente era regresar,
daría a conocer al ejército que había resuelto emprender la marcha de
vuelta a casa.
CAPÍTULO XXIX ALEJANDRO VUELVE A CRUZAR LOS
RÍOS HIDRAOTES Y ACESINES

Cuando lo anunció, la heterogénea multitud de sus soldados


elevó gritos de regocijo, y la mayoría de ellos derramaron lágrimas de
alegría. Algunos de ellos se acercaron a la tienda real y rezaron por
abundantes bendiciones divinas para Alejandro, porque solamente una
vez accedió a ser conquistado por alguien: por sus mismos hombres.
Luego, se dividió al ejército en distintos contingentes, y el rey ordenó
preparar doce altares, de un tamaño equiparable en altura a unas
enormísimas torres, y en circunferencia mucho mayores que tales
torres, para servir como ofrendas de agradecimiento a los dioses que le
habían conducido hasta ahora como un conquistador, y también para
quedar allí como monumentos conmemorativos de sus propios logros.

Cuando los altares se completaron, ofreció sacrificio en ellos de


acuerdo con su costumbre, y se dieron las también acostumbradas
competiciones de gimnasia y equitación. Después, agregó las tierras en
torno al río Hífasis a los dominios de Poro, y puso de nuevo rumbo al
Hidraotes. Cruzó este río una segunda vez y continuó su marcha de
regreso al Acesines, donde entró en la ciudad que a Hefestión se le
había encomendado fortificar, la cual estaba muy bien construida. En
esta ciudad se establecieron muchas gentes de los pueblos vecinos para
vivir en ella de manera voluntaria, y también los mercenarios griegos
que ya no servían para continuar como soldados. Luego, el rey
comenzó a hacer los preparativos necesarios para un viaje por el río
hasta el Océano. En ese tiempo, llegó Arsaces, el gobernante de las
tierras que bordean a las de Abisares, y el hermano de este último, con
sus otros parientes; traían regalos considerados valiosos entre los
indios para Alejandro, entre ellos algunos elefantes de Abisares, en
número de treinta. Declararon ante el monarca que Abisares mismo no
había podido venir por hallarse enfermo, y con estos hombres
estuvieron de acuerdo los emisarios de Alejandro enviados a Abisares.
Sin dudarlo creyó éste que tal era el caso, y le concedió al príncipe el
privilegio de gobernar su propio país como sátrapa en su nombre, y a
Arsaces lo puso también bajo su autoridad. Acabando de acordar qué
clase de tributo y en qué cantidad se le debía pagar, volvió a ofrecer un
sacrificio cerca del río Acesines. Pasó por el río otra vez, y llegó al
Hidaspes, donde empleó al ejército en la reparación de los daños
causados a las ciudades de Nicea y Bucéfala por las lluvias, y en poner
los asuntos de otras regiones del país en orden.
Libro VI.

CAPÍTULO I PREPARATIVOS PARA LA TRAVESÍA POR EL


RÍO INDO

Alejandro decidió navegar por el Hidaspes hasta el Océano, para


lo cual en las orillas de aquel río había mandado tener preparados
numerosos triacóntoros y galeras con una hilera y media de remos,
muchas naves de transporte de caballos y demás aparejos necesarios
para un cómodo transporte del ejército río abajo. Al principio, había
creído descubrir las fuentes del Nilo cuando vio cocodrilos en el río
Indo, que no había contemplado en ningún otro río, excepto en el Nilo,
así como los lotos que crecen cerca de las orillas del Acesines, que eran
de la misma especie que aquella que crece en la tierra de Egipto. Esta
suposición quedaba confirmada al enterarse de que el Acesines era un
afluente del río Indo. Pensaba él que el Nilo se originaba en aquel lugar
u otro punto en la India, y, después de fluir a través de un extenso
territorio desértico, perdía el nombre de Indo allí, pero después,
cuando resurgía de nuevo para surcar la tierra habitada, se le llamaba
Nilo en la tierra de los etíopes y los egipcios, y finalmente
desembocaba en el Mar Interior. De igual manera, Homero daba a este
río el nombre de Egipto, al cual el país debe el suyo. En consecuencia,
al escribirle a Olimpia acerca de la India, le dijo entre otras cosas que
creía haber descubierto las fuentes del Nilo, habiendo llegado a
deducir esto a partir de premisas pequeñas y baladíes.

Sin embargo, al hacer indagaciones más cuidadosas de los hechos


relacionados con el río Indo, se enteró de los siguientes datos por los
nativos: que el Hidaspes une su caudal con el Acesines, y éste hace lo
propio con el Indo y ambos pierden sus nombres al desembocar en el
Indo; que este último río posee dos bocas, a través de las cuales sus
aguas son vertidas en el Océano, pero el río no tiene relación alguna
con Egipto. Alejandro eliminó entonces de la carta a su madre los
párrafos que había escrito sobre el Nilo. Se puso a planificar un viaje
por el río hasta el Océano, y ordenó alistar barcos con este propósito.
Las tripulaciones para sus navíos las proporcionaron los fenicios,
chipriotas, carios y egipcios que acompañaban al ejército.
CAPÍTULO II PREPARATIVOS PARA LA TRAVESÍA POR EL
HIDASPES

En aquel tiempo cayó enfermo Coeno, uno de los más leales


Compañeros de Alejandro, y murió, y el rey le dio sepultura con tanta
magnificencia como las circunstancias lo permitían. Luego del funeral,
reunió a los Compañeros y los legados de la India que estaban
presentes, y designó a Poro rey de la parte de la India ya conquistada,
que eran siete naciones en total, y contenía a más de dos mil ciudades.

Después de ello, dividió a su ejército como sigue: a bordo de las


naves le acompañarían todos los hipaspistas, los arqueros, los agrianos
y el ágema de la caballería. Crátero llevaría a una parte de la infantería
y la caballería a lo largo de la margen derecha del Hidaspes, mientras
que a lo largo de la otra avanzaría Hefestión al frente del contingente
más numeroso y fuerte del ejército, incluyendo a los elefantes, que
ahora eran alrededor de doscientos. Ambos generales recibieron la
orden de partir lo más rápidamente posible al lugar donde estaba
situado el palacio de Sopites; y a Filipo, el sátrapa del país allende el
Indo que se extiende hasta Bactria, se le mandó seguirles con sus
fuerzas tres días más tarde. A la caballería de los niseos la licenció para
que retornaran a su ciudad. El mando supremo de la fuerza naval lo
ostentaba Nearco, pero el timonel de la nave de Alejandro era
Onesícrito, quien, en la crónica que escribió de las campañas de
Alejandro, afirmaría falazmente que era navarca, cuando en realidad
era sólo un timonel. Según Ptolomeo, hijo de Lago, en cuyas
declaraciones me baso principalmente, el número total de barcos era de
unos ochenta triacóntoros, mas el total de naves, si se incluyen las de
transporte de caballos, los botes, y demás embarcaciones fluviales,
tanto las que ya navegaban por el río y las que se construyeron en esa
época, no estaba tan por debajo de dos mil.
CAPÍTULO III NAVEGANDO POR EL HIDASPES

Hechos todos los preparativos necesarios, el ejército comenzó a


embarcar al despuntar la aurora, mientras el rey hacía las ofrendas de
costumbre a los dioses y al río Hidaspes, como se lo indicaron los
videntes. A bordo de su nave, derramó una libación en el río desde la
proa con una copa de oro, invocando a la deidad del Acesines, así
como a la del Hidaspes, pues había comprobado que el primero era el
más caudaloso de todos los ríos que se unen al segundo, y que la
confluencia de ambos caudales no estaba muy lejos. También invocó a
la del Indo, en el que desemboca el Acesines luego de juntarse con el
Hidaspes.

Derramó también libaciones en honor a su antepasado Heracles,


a Amón y los otros dioses a quienes acostumbraba hacer ofrendas, y
luego ordenó que las trompetas dieran la señal de zarpar hacia el mar.
Tan pronto como se dio la señal, comenzó el viaje en disciplinada
ordenación, porque había dado instrucciones acerca de a cuánta
distancia de separación era necesario que los barcos cargados de
pertrechos se alinearan, como también los barcos de transporte de
caballos y las naves de guerra, de modo que ninguno se extraviara por
deslizarse por el canal al azar. No permitió siquiera que los barcos más
raudos se salieran de la formación por avanzar a una velocidad
superior a la del resto. El ruido de los remos jamás fue igualado en
ninguna otra ocasión, puesto que procedía de tantos barcos remando al
unísono; de los gritos de los cómitres marcando los tiempos para
comenzar y detener los golpes de remo, y de los remeros, que al seguir
los tiempos hundiendo los remos en el agua a la vez, hacían un ruido
similar a gritos de batalla. Las orillas del río se elevaban en muchos
lugares por encima de los barcos, concentrando el sonido en un espacio
estrecho, y, aumentada su resonancia debido a esta angostura, el eco
reverberaba de una ribera a otra a lo largo del río. En algunas partes,
las arboledas a cada lado del río ayudaban a acrecentar el bullicio,
tanto por las repercusiones de los sonidos como por la soledad.

Los caballos que se avistaban en las cubiertas de las


embarcaciones impresionaron a los bárbaros; tan asombrados estaban
que aquellos que estuvieron presentes al zarpar la flota la
acompañaron un largo trecho desde el lugar de embarque. Y es que los
caballos nunca antes habían sido vistos a bordo de barcos en el país de
la India, y los nativos no recordaban que la expedición de Dioniso a la
India hubiese sido naval. Los gritos de los remeros y el ruido de los
remos los escucharon los indios que se habían sometido a Alejandro,
quienes bajaron corriendo a la orilla del río y lo acompañaron
entonando canciones nativas. Los indios han sido muy aficionados a
cantar y bailar desde la época de Dioniso, cuando éste y quienes se
hallaban bajo inspiración báquica aparecieron por la tierra de los
indios.
CAPÍTULO IV DEL HIDASPES AL ACESINES

Navegando de esta manera, se detuvo al tercer día en el punto


donde había ordenado a Hefestión y Crátero que acamparan en orillas
opuestas del mismo sitio. Allí permaneció dos días, hasta que le
alcanzó Filipo con el resto del ejército. Envió a este general con los
hombres que traía con él al río Acesines, con la orden de marchar a lo
largo de este río a pie. De nuevo despachó a Crátero y Hefestión,
especificándoles cómo debían llevar a cabo la marcha; y continuó su
viaje por el río Hidaspes, cuyo cauce en ninguna parte es menor a
veinte estadios de ancho. Dondequiera que amarrara sus
embarcaciones cerca de la orilla, recibía a algunos de los indios que
habitaban en las cercanías como aliados por medio de su rendición en
los términos acordados, y reducía por las armas a los que venían a
medir fuerzas con él.

Luego puso proa con rapidez hacia la tierra de los malios y


oxidraces, porque había constatado que estas tribus eran las más
numerosas y belicosas de los indios de aquella región, y, según sus
informes, éstos habían dejado a sus esposas e hijos protegidos dentro
de las ciudades mejor fortificadas, resueltos como estaban a plantearle
batalla. Continuó el viaje con enorme celeridad, deseando atacar antes
de que ellos hubieran organizado siquiera un plan de combate, y
estando aún faltos de preparación y confusos. Emprendió una segunda
marcha desde donde se hallaba, y al quinto día llegó a la confluencia
del Hidaspes y el Acesines. Cuando estos ríos se unen, un río muy
estrecho nace a partir de los dos, y debido a esta estrechez es que la
corriente es demasiado rápida. Hay en esta corriente remolinos que
dan prodigiosos giros, y en ella se elevan olas sumamente turbulentas,
por lo que el ruido del oleaje puede ser escuchado con nitidez por la
gente cuando todavía se encuentra muy lejos. Sobre estas cosas habían
informado anteriormente los nativos a Alejandro, y por éste se habían
enterado sus soldados. Sin embargo, cuando su ejército se acercó a la
confluencia de ambos ríos, el ruido producido por la corriente causó
una fuerte impresión en ellos; los marineros dejaron de remar, no
porque hubiera hablado la voz al mando, sino porque los mismos
cómitres que marcaban el ritmo se horrorizaron al oír aquel ruido y
quedaron en silencio debido al asombro.
CAPÍTULO V TRAVESÍA POR EL ACESINES

En cuanto se acercaron a la confluencia de los ríos, los timoneles


gritaron la orden de que los hombres remaran con toda la fuerza de sus
brazos para alejarse de los estrechos, para que los barcos no cayeran en
los remolinos y éstos los volcasen, sino que remando con todo su vigor
superaran las turbulentas aguas. Al ser de formas redondas, las
embarcaciones mercantes que giraron en círculos empujadas por la
corriente no recibieron daños por el oleaje; pero los hombres a bordo
fueron lanzados de acá para allá en completa anarquía y pasaron
sustos. Mantenidas en posición vertical por la fuerza de la corriente,
estas embarcaciones pudieron restablecer de nuevo su curso normal
más adelante. Sin embargo, las naves de guerra, que eran alargadas, no
salieron igual de indemnes de la corriente giratoria del río, que no las
elevó en el aire de la misma manera que a las precedentes sobre las
aguas encrespadas. Los barcos que tenían dos filas de remos a cada
lado, llevaban los remos de la hilera inferior apenas un poco por
encima del agua, y al llegar a los remolinos, la corriente las colocó en
una posición transversal, y a aquellas cuyos remeros no pudieron
levantarlos en el momento debido, se les rompieron los remos,
quedando a merced de las aguas. De esta manera, muchos de los
navíos fueron dañados; dos de ellos chocaron y zozobraron partidos en
pedazos, pereciendo muchos de las tripulaciones. Pero cuando el río se
ensanchó, la corriente no era ya tan rápida, y los remolinos que poseía
no giraban tan violentamente.

Alejandro mandó que su flota fuese amarrada en la orilla


derecha, donde había protección contra la fuerza de la corriente y un
fondeadero para los barcos. Un cierto promontorio sobresalía en el río
y era conveniente para recoger los restos de los naufragados.
Rescataron con vida a los hombres que flotaban en los restos hacia él, y
al completar las reparaciones de los barcos perjudicados, ordenó a
Nearco que navegara por el río hasta los límites de la tierra de los
llamados malios. Él mismo decidió hacer una incursión en los
territorios de los bárbaros que no cedían ante él, impidiéndoles ir a
socorrer a los malios, y luego partió a reunirse con su fuerza naval.

Hefestión, Crátero y Filipo se habían unido ya con sus fuerzas en


aquel punto. Alejandro hizo transportar a los elefantes, la unidad de
Poliperconte, los arqueros montados, y las tropas de Filipo a través del
río Hidaspes, e indicó a Crátero que se pusiera al mando de todos ellos.
A Nearco y la flota les ordenó zarpar tres días antes que el ejército.
Dividió el resto de su ejército en tres partes, y ordenó a Hefestión partir
con cinco días de antelación; de este modo, si los contrarios trataban de
huir antes de que llegaran los hombres bajo su propio mando, se
encontrarían rápidamente con las tropas de Hefestión y serían
atrapados. Otra parte del ejército se la dio a Ptolomeo, hijo de Lago,
mandándole seguirle luego de un lapso de tres días, para que aquellos
que huían de su presencia en su dirección chocaran contra las fuerzas
de Ptolomeo. A los que enviaba como vanguardia les dijo que, cuando
llegaran a la confluencia de los ríos Acesines e Hidraotes, se
mantuvieran quietos hasta su llegada, y a Crátero y Ptolomeo les dijo
que también debían reunirse con él en aquel mismo sitio.
CAPÍTULO VI CAMPAÑA CONTRA LOS MALIOS

Alejandro tomó a los hipaspistas, los arqueros, los agrianos, la


unidad de Compañeros de a pie de Peitón, todos los arqueros
montados y la mitad de la caballería de los Compañeros, y marchó a
través de un territorio carente de agua contra los malios, una tribu de
indios libres. En el primer día, acamparon cerca de un pequeño
riachuelo que estaba a unos cien estadios del Acesines. Después de
cenar allí y dar descanso a su ejército durante un período breve, les
ordenó a todos los hombres que llenaran cualquier recipiente que
hubieran traído con el agua a mano. Luego de recorrer el tramo
restante de aquel día y toda la noche que siguió, una distancia de unos
cuatrocientos estadios, llegó en la madrugada a la ciudad a la cual los
malios habían huido en busca de refugio. La mayoría de ellos se
hallaban desarmados fuera de la ciudad, confiados en que Alejandro
no llegaría nunca, pues no se podía pasar por esa tierra tan árida y sin
agua. Era evidente que el rey había conducido a su ejército por ese
camino precisamente por tal razón, porque como era tan difícil
conducir un ejército de aquella manera, le parecería improbable al
enemigo que sus fuerzas aparecieran por esta dirección. Cayó sobre
ellos de improviso, y mató a la mayoría de ellos sin que hubiera tiempo
a recurrir a sus armas para defenderse, ya que estaban desarmados. A
los sobrevivientes los encerró en la ciudad, y apostó a toda su
caballería en torno a la muralla, porque la falange de infantería aún no
había arribado. Por ello es que empleó a su caballería a modo de
empalizada.

Llegada la infantería, envió a Pérdicas con su propia hiparquía


de caballería y la de Clito, así como con los agrianos, a pelear en otra
ciudad de los malios, donde una gran cantidad de los indios de esa
región se estaban refugiando. A Pérdicas le ordenó que sitiara a los
hombres en la ciudad, pero sin iniciar la lucha hasta que él mismo
estuviese presente, para que nadie escapara de ella y llevase al resto de
los bárbaros la noticia de que Alejandro se acercaba. Pronto comenzó el
asalto de la muralla, los bárbaros la abandonaron en cuanto vieron que
no serían capaces de defenderla, dado que a muchos los habían
matado en el asalto, y otros habían quedado fuera del combate a causa
de sus heridas. Huyendo a atrincherarse en la ciudadela, se
defendieron en ella durante algún tiempo gracias a su posición
dominante por su altura y su difícil acceso, pero los macedonios
presionaban con mayor vehemencia desde todos lados, y el mismo
Alejandro apareció ahora en esta parte de la acción, y la ciudadela fue
tomada por asalto, perdiendo la vida los dos mil hombres que
luchaban en ella. Pérdicas, por su parte, encontró desierta la ciudad a
la que había sido enviado, y al saber que los habitantes habían
escapado un poco antes, siguió a marchas forzadas la pista de los
fugitivos. La infantería ligera lo siguió tan rápido como pudieron a pie,
de forma que consiguió apresar y masacrar a muchos de los evadidos
que no pudieron aventajarle cuando huían por su seguridad a los
pantanos.
CAPÍTULO VII BATALLAS CONTRA LOS MALIOS

Tras hacer descansar a sus hombres hasta la primera vigilia de la


noche, Alejandro emprendió con ellos una larga marcha durante toda
la noche, avistando el río Hidraotes al amanecer. Allí comprobó que el
grueso de los malios había cruzado el río, y lanzándose al ataque
contra aquellos que aún estaban pasando, acabó con muchos de ellos
en pleno vado. Pasando sin demora por el mismo vado con sus
hombres a la otra ribera, persiguió de cerca a los que le llevaban
ventaja en su retirada. A muchos de ellos también los mató, y a algunos
tomó prisioneros; pero la mayoría de ellos huyeron a un lugar que por
su emplazamiento se hallaba bien protegido y más aún por sus
fortificaciones. Cuando le dio alcance la infantería, Alejandro envió a
Peitón contra los hombres de la fortaleza, dándole el mando de su
propia unidad de infantería y dos hiparquías de la caballería. Éstos
atacaron el lugar enseguida, lo tomaron en el primer asalto, y
convirtieron en esclavos a todos los que habían huido allí por su
seguridad, al menos a los que no habían perecido en el ataque. Hecho
esto, Peitón regresó de nuevo al campamento.

Alejandro en persona condujo a sus fuerzas a atacar una


determinada ciudad de los brahmanes, porque se enteró de que
algunos malios habían escapado a refugiarse en ella. Cuando estuvo
frente a ella, llevó a su falange en filas compactas cerca a la muralla,
rodeándola por completo. El enemigo, al ver que sus muros estaban
siendo debilitados, y tras ser ellos mismos rechazados por la andanada
de proyectiles, se apartaron de la muralla y se parapetaron en la
ciudadela, desde donde continuaron defendiéndose. Unos cuantos
macedonios que se colaron con ellos, volviéndose y reuniéndose en
formación rectangular, los apabullaron y mataron a veinticinco
adversarios en su retirada.
Alejandro ordenó que apoyaran las escalas en toda la extensión
de los muros de la ciudadela, y que las máquinas de asalto los batieran;
cayó una de las torres que estaban siendo batidas, y se abrió una
brecha en un tramo de la muralla entre dos torres, con lo cual la
ciudadela quedaba ahora más vulnerable en este sector, y Alejandro
fue visto siendo el primer hombre en escalar la muralla y apoderarse
de ella. Los macedonios que se habían quedado rezagados, se
avergonzaron de sí mismos al verlo y montaron las escalas en varios
lugares del muro. La ciudadela estuvo pronto en su poder. Algunos de
los indios comenzaron a prender fuego a las casas y perecieron al verse
atrapados en el incendio, pero la mayor parte de ellos murieron
combatiendo. Acerca de 5.000 en total fueron muertos, y sólo unos
pocos fueron tomados prisioneros, por respeto a su valentía.
CAPÍTULO VIII DERROTA DE LOS MALIOS EN EL RÍO
HIDRAOTES

Después de haber permanecido allí un día para que descansara el


ejército, Alejandro partió por la mañana contra los otros malios.
Encontró sus ciudades abandonadas, y se cercioró de que los hombres
habían huido al desierto. Entonces volvió a dar al ejército otro día de
ocio, y al siguiente despachó a Peitón y Demetrio, un hiparco de la
caballería, de vuelta al río al mando de sus propias tropas, añadiendo
tantas unidades de la infantería ligera como fueran necesarias para su
cometido. Sus instrucciones eran avanzar por la orilla del río, y si se
topaban con los que habían huido al bosque, de los cuales había
muchos cerca de la ribera, mataran a todos los que se negasen a
rendirse. Peitón y Demetrio atraparon un buen número de malios en el
bosque y los mataron.

El rey lideró a sus fuerzas contra la ciudad más grande de los


malios, en la que, según le informaron, encontraría a muchos
refugiados de las otras ciudades. Pero a ésta los indios también la
habían abandonado en cuanto se enteraron de que Alejandro venía a
atacarla. Habían cruzado el río Hidraotes, y permanecían con sus
fuerzas desplegadas a lo largo de la escarpada orilla, con la intención
de obstruir el paso de Alejandro. Cuando él escuchó de esto, tomó a
toda la caballería que tenía con él, y fue a la parte del río donde se le
dijo que los malios estaban dispuestos para la batalla, y la infantería
recibió la orden de seguirle más tarde. Ya cerca del río, vio que el
enemigo se encontraba en la orilla opuesta, no quiso retrasarse, y al
instante se hundió en el vado con sólo la caballería. Al verle los malios
en medio del río, se retiraron de la orilla a toda velocidad pese a estar
listos para el combate, y Alejandro les siguió con solamente su
caballería. Al percatarse los indios de que se trataba solamente de la
caballería, giraron y lucharon con valor desesperado. Eran alrededor
de 50.000 en número.

Alejandro era consciente de que la falange adversaria era muy


cerrada, y estando su propia infantería ausente, sólo podía cabalgar en
torno al ejército haciendo amago de embestir contra ellos, pero sin
llegar a pelear de cerca. Entretanto, los arqueros, los agrianos, y otras
unidades escogidas de la infantería ligera que estaba trayendo con él
llegaron por fin, y su propia falange de infantería se veía no muy lejos
de allí. Como se vieron amenazados por varios peligros al mismo
tiempo, los indios giraron de nuevo y comenzaron a huir deprisa
rumbo a la mejor fortificada de las ciudades adyacentes; Alejandro los
siguió y mató a muchos, mientras que los que lograron llegar a la
ciudad debieron encerrarse dentro de ella. Al principio hizo que los
jinetes rodearan la ciudad, desplegándolos alrededor de ella a medida
que iban llegando, mas en cuanto llegó la infantería, acampó delante
de la muralla por aquel día, porque no quedaba mucho de él para
intentar asaltarla, y el ejército estaba exhausto; la infantería debido a la
larga marcha, y la caballería por la persecución ininterrumpida, y,
sobre todo, por el cruce del río.
CAPÍTULO IX CAPTURA DE LA FORTALEZA MALIA

Al día siguiente, habiendo dividido el ejército en dos partes y


puesto una de ellas bajo el mando de Pérdicas, él mismo se lanzó al
asalto de las murallas al frente de la otra. Los indios no esperaron a la
llegada de los macedonios, sino que abandonaron los muros de la
ciudad y huyeron a la ciudadela. Alejandro y sus tropas echaron abajo
una pequeña puerta, y entraron en la ciudad mucho antes que los
demás, porque los hombres de Pérdicas se habían retrasado mucho, y
estaban experimentando dificultades para escalar las murallas, ya que
la mayoría de ellos no se habían traído sus escaleras, pensando que la
ciudad había sido capturada al observar los muros desiertos de
defensores. Sin embargo, hallaron que la ciudadela todavía estaba en
poder del enemigo, y se podía ver claramente a muchos de ellos
desplegados en ella, atentos a repeler los ataques. Algunos de los
macedonios trataron de forzar la entrada socavando los muros, y otros
escalándolos por dondequiera fuese posible hacerlo.

A Alejandro le parecía que los hombres que llevaban las escaleras


eran demasiado lentos, le arrebató una al soldado que la cargaba, la
apoyó contra la pared, y comenzó a subir agazapado bajo su escudo.
Tras él subió Peucestas, el que portaba el escudo sagrado que
Alejandro sacó del templo de Atenea Ilíaca, que mantenía siempre con
él y era llevado delante de él en todas sus batallas. Detrás de Peucestas,
por la misma escalera subió Leonato, el escolta real, y por otra escala lo
hizo Abreas, un soldado que recibía doble paga por servicios
distinguidos[25]. El rey estaba ahora cerca de las almenas de la muralla,
apoyando su escudo en ella, empujó a algunos de los indios hacia
dentro de la fortaleza, y acabó de despejar esta parte del muro
matando a los demás con su espada. Los hipaspistas, cada vez más
nerviosos por la seguridad del rey, se daban empellones unos a otros al
subir por la misma escala, y la rompieron; aquellos que ya estaban
montados en ella fueron a dar al suelo, haciendo la subida
impracticable para el resto.

De pie en la almena, Alejandro estaba siendo atacado desde las


torres adyacentes, porque ninguno de los indios se atrevía a
acercársele. También estaba recibiendo flechazos de parte de los
hombres de la ciudadela, ubicados a corta distancia sobre un
montículo de tierra acumulado enfrente del muro. Alejandro sobresalía
tanto por el brillo de sus armas como por su extraordinaria muestra de
audacia. Por ello se dio cuenta de que, si se quedaba donde estaba,
correría un grave peligro sin llegar a realizar nada digno de
consideración; pero si saltaba dentro de la fortaleza, creía que tal vez
con tal acto aterrorizaría a los indios, y si no lo lograba y sólo se metía
en peor peligro, en todo caso su muerte no sería innoble al haber
realizado valientes proezas dignas de ser recordadas por hombres de
tiempos por venir. Resuelto a ello, se arrojó desde la almena dentro de
la ciudadela, donde, apoyándose contra el muro, golpeó con su espada
y mató a algunos indios que vinieron a trabarse en un cuerpo a cuerpo
con él, incluyendo a su líder, que se abalanzó sobre él con excesiva
osadía. A otro hombre que se acercó a él, lo mantuvo a raya con una
pedrada, y de la misma manera a un tercero. A quienes se aventuraron
más cerca de él, los repelió con la espada, de modo que los bárbaros
perdieron la inclinación a acercarse a él, y se mantuvieron en torno a él,
lanzándole desde todos lados cualquier proyectil que tenían a mano o
podían conseguir al momento.
CAPÍTULO X ALEJANDRO ES GRAVEMENTE HERIDO

Mientras tanto, Peucestas y Abreas, el soldado con derecho a una


paga doble, y después de ellos Leonato, los únicos hombres que
escalaron el muro antes de que las escalas se rompieran, habían saltado
hacia abajo y peleaban delante del rey. Abreas, el soldado de la doble
paga, cayó allí por un disparo de flecha que le acertó en la frente. El
mismo Alejandro también fue herido debajo del pectoral por una
flecha que horadó su coraza y se le clavó en el pecho, herida por la cual
dice Ptolomeo que salía aire junto con la sangre. Sin embargo, a pesar
de que iba debilitando por el agotamiento, no dejó de defenderse
mientras su sangre todavía estuviera caliente. Pero como la sangre
manaba copiosamente y sin cesar a cada movimiento de su respiración,
el mareo se apoderó de él y se desvaneció, y al inclinarse cayó sobre su
escudo. En cuanto hubo caído, Peucestas protegió su cuerpo
sosteniendo por encima y delante de él el escudo sagrado traído de
Troya, y por el otro costado lo protegió Leonato. Ambos hombres
también fueron heridos, y Alejandro estaba ya a punto de perder el
conocimiento por completo debido a la pérdida de sangre.

Los macedonios estaban experimentado grandes dificultades en


el asalto también esta vez, porque los que vieron a Alejandro
recibiendo los proyectiles en la almena, y luego saltar dentro de la
ciudadela, habían roto las escalas en su ardor derivado del temor a que
su rey sufriera algún accidente por exponerse al peligro de manera
temeraria. Unos y otros comenzaron a idear planes disímiles para
escalar el muro como cada quien pudiera, abochornados como estaban;
algunos fijaron sus estaquillas en el muro, que estaba hecho de adobe,
y se izaron penosamente hacia las almenas, mientras que otros
subieron montando unos sobre los hombros de otros. El primer
hombre que llegó arriba, se tiró hacia adentro desde la muralla, y así lo
hicieron todos sucesivamente, prorrumpiendo en lamentaciones y
lanzando aullidos de dolor en cuanto vieron al rey tendido en el suelo.
Se produjo una desesperada pugna alrededor de su cuerpo caído,
delante del que los soldados macedonios interponían uno tras otro sus
escudos. En el entretiempo, otros soldados hicieron saltar en pedazos
la barra con que estaba atrancada la puerta ubicada en el espacio entre
las torres, entrando en la ciudad unos pocos primero, y luego otros
apoyaron sus hombros en la brecha abierta en la puerta y la tumbaron
hacia adentro, forzando así la entrada en la ciudadela por aquel sector.
CAPÍTULO XI LA HERIDA DE ALEJANDRO

Por consiguiente, se desató una matanza de indios en que no se


respetó siquiera a mujeres y niños. El rey fue retirado yaciendo sobre
su escudo en condición débil, y no se podía predecir si conseguiría
sobrevivir. Algunos autores han escrito que Critodemo, un médico de
Cos y Asclepíada de linaje, hizo una incisión en la parte lesionada y
arrancó la flecha de la herida. Otros autores dicen que, como no había
ningún médico presente en este momento de crisis, el escolta real
Pérdicas, por orden de Alejandro, le hizo una incisión con su espada en
la parte herida y le sacó el proyectil. Al arrancarlo, se produjo una
hemorragia tan abundante que Alejandro se desmayó de nuevo, y el
efecto del desvanecimiento fue que el flujo de sangre se detuvo.
Muchos otros detalles relativos a esta catástrofe han sido registrados
por los historiadores, y Rumor[26], habiendo recibido las declaraciones
sobre los hechos tal como fueron dadas por los falsarios originales, aún
las preserva hasta nuestros días, y no desistirá de traspasar tales
falsedades a otros más en sucesión ininterrumpida, a menos que se le
paren los pies con lo escrito en esta historia.

Por ejemplo, el relato más difundido es que esta desgracia le


ocurrió a Alejandro entre los oxidraces, y lo cierto es que sucedió entre
los malios, una tribu india independiente; la ciudad pertenecía a los
malios, y los hombres que le hirieron fueron igualmente los malios.
Estas gentes en realidad habían decidido unir sus fuerzas con los
oxidraces para llevar a cabo una valerosa y desesperada resistencia
conjunta; pero él se les anticipó al marchar en contra de ellos a través
de un territorio sin agua, antes de que alguna ayuda llegase a ellos
desde los oxidraces, o viceversa. Otra historia bien conocida dice que la
última batalla contra Darío ocurrió cerca de Arbela, batalla de la cual el
persa huyó y no desistió de huir hasta que fue arrestado por Beso y se
le dio muerte ante la llegada de Alejandro; igualmente, se dice que la
batalla antes de ésta fue en Iso, y que la primera batalla de caballería
ocurrió en el Gránico. La batalla de caballería ciertamente tuvo lugar
en el Gránico, y la siguiente batalla contra Darío en verdad fue cerca de
Iso; pero los autores que dan la mayor distancia dicen que Arbela
estaba a seiscientos estadios de la llanura donde Alejandro y Darío
combatieron por última vez, mientras que aquellos que dan la
distancia menor dicen que se hallaba a quinientos estadios. Mas
Ptolomeo y Aristóbulo afirman al unísono que la batalla se libró en
Gaugamela, en las inmediaciones del río Bumodo, pero ya que
Gaugamela no era una ciudad, sino una aldea grande, y por añadidura
un lugar para nada célebre y con un apelativo poco armonioso al oído,
me parece a mí que Arbela, al ser una ciudad, se ha llevado la gloria de
prestar su nombre a aquella gran batalla. Es necesario tener en cuenta
que, si se alega que este acontecimiento ocurrió en las inmediaciones
de Arbela, estando ésta en realidad tan distante del campo de batalla,
entonces sería aceptable decir que el combate naval de Salamina se
libró cerca del istmo de Corinto, y que la batalla de Artemisio, en
Eubea, ocurrió cerca de Egina o Sunio.

Por otra parte, en lo que respecta a los soldados que protegieron


a Alejandro con sus escudos cuando corría peligro, todos coinciden en
que Peucestas sí lo hizo, y disienten en lo que respecta a Leonato o
Abreas, el soldado con derecho a doble paga por sus servicios
distinguidos. Algunos escriben que Alejandro, después de haber
recibido un golpe en la cabeza con un trozo de madera, se derrumbó
presa del vértigo, y que al volverse a incorporar fue herido por una
flecha que se clavó en su pecho perforando la coraza; empero
Ptolomeo, hijo de Lago, dice que no recibió otra herida que ésa en el
pecho.

En mi opinión, el mayor error cometido por los que han escrito la


historia de Alejandro es el que describo: hay algunos que han
registrado que Ptolomeo, hijo de Lago, subió en compañía de Peucestas
por la escala detrás de Alejandro, que fue Ptolomeo quien interpuso su
escudo por encima de él cuando yacía herido, y que se llamaba Sóter [27]
por cuenta de esto. Y, no obstante, el propio Ptolomeo ha escrito que él
ni siquiera estuvo presente en esta batalla, puesto que estaba peleando
contra otros bárbaros al frente de otro ejército. Permitidme mencionar
estos hechos a modo de digresión de la narración principal, porque
contar la versión correcta de esos grandes hechos y calamidades no
puede serles indiferente a los hombres del porvenir.
CAPÍTULO XII LA ANGUSTIA DE LOS SOLDADOS POR EL
ESTADO DE ALEJANDRO

Mientras Alejandro permanecía en aquel lugar hasta que la


herida se curara, las primeras noticias que llegaron al campamento
desde el que había partido a atacar a los malios aseguraban que había
muerto a causa de la herida. En un primer momento, empezó a oírse el
sonido de lamentos entre el ejército entero a medida que el rumor
pasaba de boca en boca. Cuando cesó el llanto, se hallaban abatidos en
espíritu y se miraban perplejos entre sí, preguntándose cuál sería ahora
el hombre que se convertiría en el líder del ejército, porque muchos de
la oficialidad gozaban del mismo rango y tenían los mismos méritos,
tanto en opinión de Alejandro como en la de los macedonios. Su estado
de perplejidad se acrecentaba al pensar en cómo volverían sanos y
salvos a su propia patria, rodeados como se hallaban por tantas
naciones de fieros guerreros, algunas de las cuales todavía no habían
conquistado y que, tal como conjeturaban, irían a luchar porfiadamente
por su libertad; en tanto que otras sin duda se rebelarían al verse libres
del temor a Alejandro. Se veían, pues, en ese momento en medio de
ríos infranqueables, y todo les parecía incierto y carente de esperanzas
ahora que estaban privados de la presencia de Alejandro.

Por eso, cuando al fin llegó la noticia de que estaba vivo,


difícilmente pudieron creerla, y seguían sin considerar que fuese
probable que sobreviviera. Incluso cuando llegó una carta del rey,
diciendo que se presentaría en el campamento dentro de un corto
período de tiempo, no les pareció fidedigna a la mayoría de ellos
debido a su desmesurado temor, y porque suponían que la carta había
sido fraguada por los escoltas reales y los generales.
CAPÍTULO XIII JÚBILO DE LAS TROPAS POR LA
RECUPERACIÓN DE ALEJANDRO

Cuando Alejandro conoció esto, temió que se produjeran


disturbios en el ejército, y ordenó que se preparara una embarcación en
la orilla del río Hidraotes, y que tan pronto pudiera soportarlo le
llevaran a bordo para navegar al encuentro de sus tropas. El
campamento macedonio se encontraba en la confluencia del Hidraotes
y el Acesines, el mando del ejército de tierra lo ostentaba Hefestión, y
Nearco mandaba sobre la flota. Al acercarse al campamento el barco
que lo llevaba, el rey pidió que el toldo que lo cubría fuese removido
de la popa para que su persona quedara visible para todos.

Sin embargo, los soldados seguían incrédulos, y pensaron que en


realidad el cadáver de Alejandro estaba siendo transportado a bordo
del navío, hasta que él extendió la mano para saludar a la multitud
cuando el barco llegaba a la orilla. Entonces los hombres elevaron
gritos de júbilo, levantando sus manos algunos hacia el cielo y otros
hacia el propio rey. Muchos derramaron lágrimas involuntarias ante
tan inesperada vista. Algunos de sus hipaspistas le acercaron una
camilla cuando lo bajaban de la nave, pero él les pidió ir a buscar su
caballo. Al volverlo a ver una vez más montando en su corcel, por todo
el lugar resonaron los estruendosos aplausos del ejército, haciendo que
ambas riberas del río y los bosques cercanos retumbaran con el sonido
de muchas palmas al batir. Al acercarse a su tienda, el rey se apeó de
su caballo para que pudieran verle caminando. Entonces sus hombres
se le acercaron, unos por un lado, otros por el contrario, algunos a
tocar sus manos, otros las rodillas o solamente sus ropas. Algunos más
tan sólo obtenían una visión parcial de él, y se apartaban entonando
loas para el rey, mientras que otros le arrojaban guirnaldas, o flores de
las que en el país de la India crecen en esa estación del año.
Nearco dice que unos cuantos de sus amigos le disgustaron por
reprocharle que se expusiera al peligro en primera línea durante la
batalla, lo cual, decían ellos, era el deber de un soldado raso y no el de
un general. Me parece a mí que Alejandro se sintió ofendido por estos
comentarios porque sabía que tenían razón, y que se merecía esas
amonestaciones. Sin embargo, al igual que quienes son dominados por
cualquier clase de placeres, él no tenía suficiente autocontrol para
mantenerse al margen del peligro, debido a su impetuosidad en
combate y su pasión por la gloria. Nearco también dice que cierto
beocio de venerable edad, cuyo nombre no especifica, al ver que
Alejandro ponía expresión ofendida ante las censuras de sus amigos y
los miraba con hosquedad, se acercó a él, y, hablando en el dialecto
beocio, dijo: «Oh Alejandro, es de grandes héroes realizar grandes
hazañas», y recitó un verso yámbico cuyo sentido era que el hombre
que lleva a cabo algo grande está destinado también a sufrir[28]. Este
beocio le agradaba a Alejandro ya por entonces, y posteriormente fue
incluido entre sus allegados más íntimos.
CAPÍTULO XIV VIAJE POR LOS RÍOS HIDRAOTES Y
ACESINES HACIA EL INDO

En aquel tiempo llegaron los emisarios de los malios que aún


quedaban con una oferta de rendición, y también de parte de los
oxidraces llegaron los gobernantes de las ciudades y de las distintas
comarcas, acompañados por ciento cincuenta hombres de entre sus
notables, con plenos poderes para acordar un tratado de paz y
cargados de valiosos obsequios, y, al igual que los malios, dispuestos a
ser una nación vasalla. Decían que el error de no haber enviado una
embajada ante él en el pasado era perdonable, porque eran gente que
sobresalía entre las demás razas por su apego a la libertad e
independencia; su libertad nunca había sido amenazada desde los
tiempos en que Dioniso llegó a la India hasta que Alejandro apareció,
pero si le placía a él, de quien se aseguraba que era también un
descendiente de dioses, estaban dispuestos a aceptar a quien él
nombrara sátrapa, pagar el tributo decretado por él, y darle como
rehenes a tantos como él exigiera. Exigió entonces que le entregaran a
los mil mejores hombres de su nación, a los que tendría como rehenes
si le placía, y si no, para emplearlos como soldados en su ejército hasta
que terminara la guerra que estaba librando contra los restantes indios.
Ellos, por consiguiente, escogieron a un millar de hombres de entre los
más fuertes y de estatura más impresionante, y se los enviaron junto
con quinientos carros de guerra y sus aurigas, aunque esto último no
se lo había pedido. Alejandro nombró a Filipo sátrapa de éstos y de los
malios supervivientes, y les devolvió a los rehenes, pero retuvo los
carros de guerra.

Luego de arreglar satisfactoriamente estos asuntos, y dado que


en el plazo de su convalecencia habían sido fabricados muchos barcos,
embarcó en ellos a 1.700 jinetes de los Compañeros, el mismo número
de la infantería ligera que al principio, y a 10.000 de la infantería, y con
ellos navegó un trecho corto por el río Hidraotes. A la altura de donde
el río mezcla sus aguas con las del Acesines y este último presta su
nombre al caudal resultante, continuó su viaje por el Acesines hasta
llegar a su confluencia con el río Indo. Los cuatro grandes ríos de esta
tierra, que son todos navegables, desembocan en el río Indo, aunque
ninguno conserva su nombre distintivo; por ejemplo: el Hidaspes se
une al Acesines, y después de la unión de ambos caudales pasa a
llamarse Acesines. A su vez, este mismo río une sus aguas al Hidraotes,
y después de absorber aquel río, aún conserva su propio nombre. Más
adelante, el Acesines recibe las aguas del Hífasis, y finalmente
desemboca en el río Indo manteniendo su propio nombre, que pierde
al internarse en el Indo. Desde este punto, no tengo ninguna duda
acerca de que el Indo fluye unos cien estadios hacia adelante, y quizás
más, antes de dividirse para formar el Delta, y allí se extiende a la
manera de un lago más que de un río.
CAPÍTULO XV VIAJE POR EL INDO HASTA LA TIERRA DE
MUSICANO

En la confluencia del Acesines y el Indo, se detuvo hasta que


Pérdicas llegara con el ejército, tras haber derrotado en su camino a la
tribu independiente de los abastanos. Durante la espera, se le unieron
otros triacóntoros y barcos mercantes que se habían construido para él
entre los chatrias[29], otra tribu de indios libres que se habían sometido a
él. Una embajada de los osadios, una tribu autónoma de los indios,
también vino a someterle su pueblo.

Fijó la confluencia del Acesines y el Indo como el límite más


lejano de la satrapía de Filipo, y le asignó a todos los tracios y a tantos
hombres de las unidades de infantería como consideró suficientes para
velar por la tranquilidad de esta tierra. Una ciudad se fundó allí, en el
cruce de los dos ríos por orden suya, con la esperanza de que a futuro
se convirtiera en próspera y famosa entre los hombres. Por su mandato
se construyó un astillero en esta ciudad recién fundada. Estando en
ello, el bactriano Oxiartes, progenitor de su esposa Roxana, vino a él, y
recibió la satrapía de los paropamisadas por destitución del anterior
sátrapa, Tiriaspes, de quien le habían llegado noticias sobre que
empleaba su autoridad de manera inapropiada.

Luego mandó que Crátero transportara el cuerpo principal del


ejército y los elefantes a la orilla izquierda del río Indo, porque parecía
ser más conveniente para las tropas pesadas marchar a lo largo de
aquel lado del río, y, además, porque las tribus que vivían por allá no
eran todas hospitalarias. Él en persona zarpó hacia la capital de los
sogdianos, donde hizo fortificar otra ciudad y construir otro astillero
donde reparar sus maltrechos barcos. Designó sátrapas a Oxiartes y
Peitón para la tierra que se extiende desde la confluencia del Indo y el
Acesines hasta el mar, junto con toda la franja costera de la India.

Una vez más envió a Crátero con su ejército a través del territorio
de los aracosios y drangianos, y él mismo navegó por el río
adentrándose en los dominios de Musicano, la parte más próspera de
la India de acuerdo con sus informes. Subió en contra de este rey
debido a que éste todavía no había venido a su encuentro para
ofrecerse como vasallo y rendirle su reino, ni había enviado emisarios a
obtener una alianza. Ni siquiera le había enviado los regalos de rigor
para un gran rey, o pedido un favor de su parte. Alejandro aceleró su
viaje por el río a tal grado que logró llegar a los confines de la tierra de
Musicano antes de que éste hubiera oído una palabra acerca de que
estaba subiendo contra él. Musicano se enteró a tiempo, y, alarmado en
gran medida, reunió objetos preciosos para presentarle como
obsequios y fue tan rápido como pudo a su encuentro, sin prescindir
de llevar todos sus elefantes. Ofreció su propio sometimiento y el de su
nación, al mismo tiempo que reconocía su equivocación, que con
Alejandro era la forma más efectiva que empleaba todo el mundo para
conseguir lo que pidieran. Tras estas profusas consideraciones,
Alejandro le perdonó por la ofensa. Le concedió también el privilegio
de continuar gobernando su ciudad y su país, los cuales Alejandro
admiraba. A Crátero le mandó a fortificar la ciudadela en la capital, lo
cual se llevó a cabo mientras Alejandro estaba todavía presente en ella.
Una guarnición se quedaría en ella, porque era un bastión en este lugar
tan adecuado mantendría subyugadas a las tribus de los alrededores.
CAPÍTULO XVI CAMPAÑA CONTRA OXICANO Y SAMBO

Emprendió el rey de nuevo la marcha con los arqueros, los


agrianos, y la caballería que había traído por el río con él, esta vez en
contra del gobernante de aquella tierra, cuyo nombre era Oxicano,
porque tampoco se había presentado ante él, ni había acudido legación
alguna proveniente de su corte para rendirse él y su tierra. En el primer
asalto tomó las dos ciudades más grandes de los dominios de Oxicano,
en la segunda de las cuales este príncipe fue capturado. El botín lo
repartió entre su ejército, pero los elefantes se los llevó consigo. Las
demás ciudades de esta tierra fueron capitulando a medida que
avanzaba, pues ninguna tenía ánimos para resistir; así de acobardados
en espíritu se hallaban los indios al sopesar los continuos éxitos de
Alejandro.

Éste siguió su marcha contra Sambo, a quien había nombrado


sátrapa de los indios montañeses, y de quien le habían avisado que
había huido al enterarse de que Musicano había sido indultado por
Alejandro y seguía reinando en su tierra. Y es que ese hombre estaba
en guerra con Musicano. Cuando Alejandro se acercó a la capital de la
satrapía de Sambo, cuyo nombre era Sindimana, las puertas se abrieron
para él tan pronto se halló frente a ella, y los parientes y allegados de
Sambo sacaron todo el tesoro y salieron a recibirle, trayendo con ellos a
los elefantes. Delante de él confesaron que la huida de Sambo no era
debida a un sentimiento hostil hacia Alejandro, sino al temor causado
por la amnistía concedida a Musicano.

Capturó el rey también otra ciudad que se había sublevado al


mismo tiempo, y ejecutó a todos los brahmanes que habían instigado la
revuelta. Estos hombres son los filósofos de los indios, acerca de cuya
filosofía, si tal puede llamarse, compondré una descripción en mi libro
sobre la India.
CAPÍTULO XVII MUSICANO ES EJECUTADO — CAPTURA
DE PATALA

Entretanto le anunciaron que Musicano se había rebelado. Envió


al sátrapa Peitón, hijo de Agenor, con las tropas justas para lidiar con el
rebelde, y él mismo fue a atacar las ciudades que habían sido puestas
bajo el gobierno de Musicano. Algunas de ellas las destruyó por
completo, esclavizando a todos sus habitantes, y en otras sólo introdujo
guarniciones y fortificó sus ciudadelas.

Después de esta gesta, volvió al campamento y a la flota. Para


entonces ya Musicano había sido hecho prisionero por Peitón, que lo
estaba llevando ante Alejandro. Éste le ordenó que lo ahorcara en su
propio dominio, y con él a todos los brahmanes que habían llamado a
la rebelión. Acudieron a él el gobernante de las tribus que moraban en
la tierra de Patala, quien le contó que el delta formado por el río Indo
era todavía mayor que el delta egipcio. Este hombre le rindió sus
tierras y le encomendó su persona y sus bienes. Alejandro lo envió de
regreso a sus dominios, con la orden de tener preparado lo que fuera
necesario para la recepción del ejército. A Crátero le ordenó que fuera
por Carmania con las unidades de Átalo, Meleagro y Antígenes,
algunos de los arqueros, y los Compañeros y macedonios de otras
ramas que ya no eran aptos para el servicio militar, a quienes
despacharía a Macedonia por la ruta que atraviesa las tierras de los
aracosios y zarangianos. A Crátero le dio el deber de conducir a los
elefantes, y el resto del ejército, a excepción de la parte de éste que
navegaría con el rey hacia el mar, lo puso bajo el mando de Hefestión.
A Peitón lo trasladó con la caballería, los lanceros y los agrianos a la
orilla opuesta del río Indo, la contraria a la que Hefestión estaba a
punto de dirigir sus tropas. La orden que recibió Peitón fue asentar
cuantos hombres hallara como colonos en las ciudades que acababan
de ser fortificadas, y más tarde alcanzar al rey en Patala una vez
hubiera resuelto los asuntos de los indios de esa región, si es que
intentaban un alzamiento.

En el tercer día de viaje, a Alejandro le anunciaron que el jefe de


las tribus de Patala[30] había congregado a la mayor parte de sus
súbditos y se estaba yendo a escondidas, dejando su tierra desierta. Por
esta razón, Alejandro mandó doblar la velocidad de navegación río
abajo, y cuando llegó a Patala, encontró la ciudad abandonada por sus
ciudadanos y los campos vacíos de los habituales labradores. Despachó
entonces a las tropas más ágiles de su ejército en persecución de los
fugitivos, y a cuantos de ellos fueron capturados los despidió de
regreso a sus casas, pidiéndoles que recuperasen el buen ánimo, ya que
podían continuar habitando en la ciudad y labrando la tierra como al
principio. La mayoría de ellos aceptó volver.
CAPÍTULO XVIII NAVEGANDO POR EL RÍO INDO

Tras ordenar a Hefestión que fortificara la ciudadela de Patala,


envió a sus hombres al territorio vecino, donde no había agua, para
cavar pozos y acondicionar aquella tierra para ser habitada. Algunos
nativos atacaron a estos hombres, cayendo sobre ellos sin preaviso y
mataron a unos cuantos de ellos; y como perdieron a muchos más de
sus propios hombres, acabaron huyendo hacia el desierto. El trabajo lo
terminaron los que habían sido enviados en primer lugar, con otro
ejército que se unió más tarde a ellos, al que Alejandro había
despachado a tomar parte en esta labor en cuanto se enteró del ataque
de los bárbaros.

Cerca de Patala el cauce del Indo se divide en dos grandes ríos,


los cuales retienen el nombre de Indo hasta llegar al mar. Alejandro
construyó en este sitio un puerto con astilleros, y cuando sus obras
habían avanzado bastante hacia su conclusión, se decidió a navegar río
abajo hasta la desembocadura del brazo derecho del mismo. Puso a
Leonato al mando de mil jinetes y 8.000 infantes pesados??y ligeros, y
lo envió a través de la isla de Patala para marchar en paralelo a la
expedición naval, y él mismo zarpó al frente de los barcos más
marineros, de aquellos que tienen una hilera y media de remos, todos
los triacóntoros y algunas embarcaciones menores, navegando por el
brazo derecho del río. Los indios de esa región habían huido, y por ello
no pudo contratar a ningún timonel que sirviera de guía para el viaje, y
la navegación por el río resultó muy azarosa. El día en que zarparon, se
levantó una tormenta; el viento soplaba a contracorriente, provocando
que el cauce perdiera profundidad y levantando paredes de agua que
rompían con violencia contra los cascos de las naves, de manera que la
mayoría de éstas resultaron dañadas y algunos triacóntoros quedaron
completamente despedazados. Sin embargo, la flota tuvo éxito en
llegar a un fondeadero antes de quedar reducida a trozos flotando en el
agua, y otros barcos fueron construidos en aquel lugar.

Alejandro envió a los más rápidos de la infantería ligera a


adentrarse en la tierra más allá de aquella orilla del río, para que
capturasen a algunos indios, quienes a partir de ese momento le
sirvieron como timoneles y le guiaron por el canal. Cuando llegaron al
lugar donde el río se expande hasta alcanzar doscientos estadios de
anchura, un fuerte viento sopló desde el Océano, y los remos no
podían ser maniobrados como era debido; por lo tanto, se refugiaron
de nuevo en un canal hacia el que los timoneles nativos los condujeron.
CAPÍTULO XIX DEL RÍO INDO AL MAR

Estando los barcos fondeados en este sitio, se hizo presente el


fenómeno del flujo y reflujo de la marea en el cercano Océano,
haciendo que sus barcos fueran a parar en tierra seca. Esto causó no
poca sorpresa a Alejandro y sus compañeros, que no estaban
familiarizados con ello. Lo que más preocupaciones les provocó fue
que, pasado un momento, al acercarse las olas de la marea hacia la
orilla, los cascos de las naves se elevaron muy alto en el aire. Aquellos a
los que la marea atrapó asentados en la parte fangosa se elevaron en el
aire sin sufrir ningún daño, y volvieron a flotar de nuevo sin que se les
quebrara una pieza; pero a los que habían fondeado en terreno más
seco y no tenían un punto firme de apoyo, la ola inmensa que avanzó
hacia ellos hizo que o bien chocaran entre sí, o se estrellaran contra
tierra firme y saltaran en pedazos.

Alejandro hizo reparar estas naves lo mejor que las


circunstancias lo permitían, y envió a algunos hombres por el río en
dos botes para explorar la isla en la que, según le habían recomendado
los indios, tenía que amarrar sus barcos durante su viaje hacia el mar,
la cual era llamada Ciluta. Sus exploradores le informaron que había
puertos en ella, que era muy grande y tenía agua dulce. Hizo entonces
que el resto de su flota fondeara ahí, y avanzó más allá sólo con los
mejores barcos, a comprobar si la boca del río no presentaba otras
dificultades para su viaje hacia mar abierto. Después de recorrer unos
doscientos estadios desde la primera isla, descubrieron otra, que estaba
bastante adentrada en altamar. De regreso a la isla en el río, y
amarrando sus barcos en un extremo de la misma, Alejandro ofreció un
sacrificio a los dioses a quienes Amón le había indicado hacer ofrendas.

Al otro día, se embarcó para ir a la otra isla que estaba muy al


interior del mar, y al llegar a la costa de ésta, también ofreció sacrificios
a otros dioses de distinta manera. Estos sacrificios, por lo visto, los
ofrecía igualmente de acuerdo con las instrucciones del oráculo de
Amón. Luego, pasando más allá de las bocas del río Indo, enfiló hacia
mar abierto, como él decía, para descubrir si existía alguna tierra no
muy lejos del mar, mas es mi opinión que lo hizo sobre todo para
poder afirmar que había navegado por el gran mar exterior de la India.
Allá sacrificó algunos toros a Poseidón y los lanzó a las aguas, y
derramó una libación después del sacrificio, tirando la copa y las
cráteras, todas ellas de oro, al mar como ofrendas de gratitud, y
rogando al dios que acompañara con su benevolencia a la flota, a la
que tenía la intención de despachar al Golfo Pérsico y las
desembocaduras del Éufrates y el Tigris.
CAPÍTULO XX EXPLORACIÓN DE LA DESEMBOCADURA
DEL INDO

Regresando a Patala, halló que la ciudadela había terminado de


ser fortificada y que Peitón había llegado con su ejército, cumpliendo
con todas las tareas para las cuales había partido. A Hefestión le
instruyó que preparase todo lo necesario para fortificar una base naval,
completa con astilleros, porque había decidido dejar una flota con
numerosos barcos cerca de la ciudad de Patala, donde el río Indo se
divide en dos cauces.

Se embarcó de nuevo hacia el océano por la otra boca del río


Indo, para determinar qué rama del río era la más navegable. Ambas
bocas del río Indo están separadas por aproximadamente mil
ochocientos estadios de distancia. En el viaje río abajo llegó a un gran
lago en la desembocadura, que el río mismo forma al ensancharse; o tal
vez las aguas de la comarca que afluyen a esta parte hacen que sea tan
grande, pues se parece mucho a un abismo oceánico. En él vivían peces
como los del mar, de hecho, son más grandes que los de nuestro mar.
En este lago anclaron los barcos donde indicaron los timoneles indios;
Alejandro dejó allí la mayor parte de los soldados y todos los botes con
Leonato, y él mismo con los triacóntoros y los barcos con una hilera y
media de remos pasó allende la boca del Indo; avanzando mar adentro
descubrió que la desembocadura de este lado [31]del río era más
adecuada para navegar que la otra. Amarrando los barcos cerca de la
costa, se llevó a algunos de la caballería con él, y anduvo a lo largo de
la costa marítima tres días de camino, explorando qué tipo de terreno
era ése para un viaje de cabotaje, y ordenando que pozos de agua
fuesen excavados para que a los marineros no les faltara el líquido para
beber. Luego regresó a los barcos y navegaron todos de regreso a
Patala, pero a una parte de su ejército la mandó a efectuar lo mismo
que acababa de realizar a lo largo del litoral, dándoles indicaciones
para volver a Patala cuando hubiesen cavado suficientes pozos.
Poniendo proa de nuevo hacia el lago, hizo que se construyera otro
puerto y un astillero en el lugar; y dejando una guarnición en él,
mandó hacer acopio de alimentos en cantidad suficiente para abastecer
al ejército durante cuatro meses, así como cualquier otra cosa
imprescindible para la travesía de su flota por la costa.
CAPITULO XXI CAMPAÑA CONTRA LOS ORITAS Y
ARABITAS

Aquella temporada del año no era oportuna para continuar


viajando, porque soplaban los vientos periódicos[32] que en esta
estación no soplan desde el norte como entre nosotros, sino desde el
Océano, en la dirección del viento del sur. Por otra parte, todos los
informes decían que las condiciones propicias para navegar se daban
poco después del comienzo del invierno, desde el ocaso de las Pléyades
hasta el solsticio de invierno, porque entonces soplan brisas suaves
desde la tierra empapada por las grandes lluvias, y en un viaje de
circunnavegación estos vientos son convenientes tanto para los remos
como para las velas.

Nearco, el navarca al mando de la flota, decidió esperar a la


época propicia, pero Alejandro partió de Patala con todo su ejército
hasta el río Arabis. Allí, tomó a la mitad de los hipaspistas y arqueros,
las unidades de infantería denominadas Compañeros de a pie, el ágema
de la caballería de los Compañeros, un escuadrón de cada una de las
restantes hiparquías, y todos los arqueros montados, con quienes se
alejó por la izquierda rumbo al Océano para perforar pozos, para que
la flota tuviera un abundante suministro de agua a lo largo de la
travesía costera, y, al mismo tiempo, para realizar un ataque sorpresa
contra los oritas, una tribu de los indios de esa región que se mantenía
autónoma desde tiempos remotos, acción que había meditado porque
no habían demostrado ningún comportamiento amistoso ni hacia él
mismo ni hacia su ejército. Puso antes a Hefestión al mando de las
fuerzas que dejaba atrás.

Los arabitas, otra tribu independiente que habitaba cerca del río
Arabis[33], considerando que no podrían hacer frente a Alejandro en
batalla, y no sintiéndose dispuestos a someterse a él, huyeron al
desierto al oír que se acercaba. Éste vadeó el río Arabis, que era a la vez
angosto y poco profundo, y viajando durante la noche un largo trecho
a través del desierto, llegó cerca de la zona poblada en la madrugada.
Mandó a la infantería que le siguiera en orden regular, y se llevó a la
caballería con él, dividiéndola en escuadrones que al desplegarse
ocupaban gran parte de la llanura, penetrando en esta formación en la
tierra de los oritas. Quienes se dieron la vuelta para defenderse fueron
masacrados por la caballería, y muchos otros fueron hechos
prisioneros. Luego asentó el campamento cerca de un cauce de agua,
aguardando a que Hefestión se reuniera con él para proseguir su
avance. Al llegar a la aldea más grande de la tribu de los oritas,
llamada Rambacia, elogió el emplazamiento, considerando que si ese
lugar se convertía en ciudad con más colonos, prosperaría y sería
populosa. Por lo tanto, hizo quedarse en ella a Hefestión para llevar a
cabo este propósito.
CAPÍTULO XXII SUMISIÓN DE LOS ORITAS Y ENTRADA
EN EL DESIERTO DE GEDROSIA

Poniéndose de nuevo al frente de la mitad de los hipaspistas y


agrianos, el ágema de caballería y los arqueros montados, marchó hasta
los confines de las tierras de los gedrosios y oritas, donde se le había
advertido que existía un estrecho paso, y los oritas habían unido sus
fuerzas a las de los gedrosios, acampando ambos enfrente del paso con
el objeto de impedir que Alejandro lo cruzara. Se habían hecho fuertes
en aquel lugar; sin embargo, al llegarles la noticia de su proximidad, la
mayoría de ellos abandonaron los puestos de vigilancia. Sus jefes, no
obstante, se presentaron ante él a rendirle su nación. Alejandro prefirió
mandarles que reunieran a su gente y los retornaran a sus hogares sin
infligirles ningún daño. Sobre este pueblo colocó a Apolófanes de
sátrapa, y con él destinó al escolta real Leonato en la ciudad de Ora, al
mando de todos los agrianos, unos cuantos arqueros y jinetes, y el
resto de mercenarios griegos de infantería y caballería; debía colonizar
la ciudad y poner orden en los asuntos de los oritas para que así el
sátrapa afianzara su autoridad sobre ellos, mientras esperaba a que la
flota emprendiera la circunnavegación. Con el grueso del ejército que
tenía con él —pues Hefestión acababa de llegar con los hombres que
había dejado atrás—, él mismo penetró en la tierra de los gedrosios por
una ruta que era en su mayor parte desértica.

Aristóbulo dice que en este desierto crecían abundantes árboles


de mirra, más enormes que los de la especie ordinaria, y que los
fenicios que acompañaban al ejército por afán de negocios se pusieron
a recolectar la goma de la mirra, la cargaron en sus animales, y se la
llevaron. Había una portentosa cantidad de ella, la exudaban tallos
grandes y nunca antes había sido recogida. Dice también que este
desierto produce muchas raíces aromáticas de nardo, que los fenicios
se apresuraron a recoger, pero gran parte de estos plantíos fueron
hollados por el ejército, y el pisoteo esparció un dulce perfume a lo
largo y ancho de aquella tierra, en la que había grande cantidad de
estas plantas. En el desierto hay otras especies de árboles, una de las
cuales tenía el follaje como el del laurel, y crecía en lugares bañados
por las olas del mar. Estos árboles estaban en un terreno que queda
seco durante el reflujo de la marea, y cuando el agua avanza hacia
tierra, parece como si hubieran brotado en el mar. Las raíces de otros
siempre estaban siendo regadas por el agua salina, debido a que
crecían en lugares ahuecados en los cuales el agua quedaba estancada,
y, sin embargo a tales árboles no los destruía el mar. Algunos de los
árboles en esta región llegaban a medir treinta codos de alto. En
aquella temporada se hallaban en plena floración, y su flor era muy
parecida a la violeta nívea, mas el perfume que de ellas emanaba era
superior al de la segunda. Había también otro tallo espinoso que brota
en aquella tierra, cuyas espinas son tan resistentes que al atravesar la
ropa de los hombres que pasaban a caballo, se prendían a ellas tan
fuertemente que apeaban al jinete de su caballo en lugar de dejarse
arrancar del tallo. Se decía que cuando las liebres corretean entre estos
arbustos se les clavan las espinas en su piel, y de esta manera dichos
animales son capturados tal como las aves son cazadas con liga, o los
peces con el anzuelo. Sin embargo, se corta fácilmente con espadas o
dagas, y cuando las espinas se parten el tallo suelta bastante más savia
que las higueras en la primavera y más pegajosa.
CAPÍTULO XXIII MARCHA POR EL DESIERTO DE
GEDROSIA

Desde allí, Alejandro marchó atravesando la tierra de los


gedrosios por una ruta difícil, donde no se podían conseguir vituallas,
y en muchos lugares tampoco se podía encontrar agua para el ejército.
Por esto es que se vieron obligados a marchar la mayor parte del
trayecto durante la noche, y a una gran distancia del mar. Alejandro se
hallaba muy deseoso de llegar a la parte del país donde estaba la costa,
para ver qué puertos existían en ella, y hacer durante la marcha todos
los preparativos que pudiera para apoyar a la flota, ya sea mediante el
empleo de sus hombres en la excavación de pozos de agua, o
adecuando algún lugar para servir de punto de anclaje y
aprovisionamiento para los barcos. Pero la parte de Gedrosia cercana al
mar estaba por completo deshabitada. Por ello, destacó a Toante, hijo
de Mandrodoro, con algunos jinetes a explorar la costa y ver si había
algún puerto para los barcos en cualquier sitio, si cerca del mar había
alguna fuente de agua o algo necesario para vivir. El hombre regresó
sin otra nueva que haber encontrado a algunos pescadores que vivían
próximos a la costa en cabañas miserables construidas con conchas de
mejillón y los huesos del dorso de los peces empleados a modo de
techo. Contó también que aquellos pescadores se proveían de poca
agua, obteniéndola trabajosamente escarbando en la arena, y la escasa
que de esta manera obtenían no era del todo dulce.

Cuando Alejandro llegó a un cierto punto en Gedrosia donde


halló harina en cantidad abundante, la cogió toda, cargándola sobre las
acémilas, y marcando los sacos con su sello personal, ordenó que los
transportaran a la costa. Pero mientras él marchaba al siguiente punto
de avituallamiento cercano al mar, los soldados, mostrando poco
respeto por el sello real, se apropiaron de ella para consumirla ellos
mismos, y dieron una parte a los que aparentaban estar más acuciados
por el hambre. Hasta tal punto había llegado la miseria de los
macedonios que, después de deliberar entre sí, resolvieron que era
mejor tener en cuenta la ruina ya visible e inminente más que la aún
remota ira del rey que no estaba ante sus ojos. Comprendiendo el
estado de extrema necesidad que les había impulsado a actuar como lo
hicieron, Alejandro perdonó a los que habían cometido la ofensa. Él en
persona se apresuró a recolectar de aquella tierra todo lo que pudo
para el avituallamiento del ejército que iba con la flota, y envió a
Creteo de Calatis con los suministros a la costa. También ordenó a los
nativos moler todo el grano que pudieran y traerlo desde el interior del
país, junto con dátiles y ovejas que comprarían los soldados; y mandó a
Télefo, un Compañero, que llevara a otro punto en la costa una
pequeña cantidad de este grano ya molido.
CAPÍTULO XXIV ATRAVESANDO GEDROSIA

Luego avanzó hacia la capital de los gedrosios, llamada Pura,


adonde llegó sesenta días después de partir desde Ora. La mayoría de
los historiadores del reinado de Alejandro afirman que todas las
penalidades que su ejército sufrió en Asia no se pueden comparar en
justicia con los trabajos a los que se vieron sometidos en este punto.
Escriben ellos que Alejandro siguió esta ruta no por ignorancia de las
dificultades que presentaba la travesía —Nearco es quien asegura que
lo ignoraba—, sino porque estaba enterado de que nadie había pasado
por allí hasta la fecha con un ejército y salido incólume del desierto, a
excepción de Semíramis cuando huyó de la India. Los nativos
aseguraban que incluso ella emergió con solamente veinte
supervivientes de su ejército, y que Ciro, hijo de Cambises, escapó con
solamente siete de sus hombres. Se cuenta que Ciro igualmente se
había internado en esta región con el propósito de invadir la India,
pero que no había efectuado su retirada sin perder antes la mayor
parte de su ejército debido a los problemas hallados en este camino por
el desierto. Y en cuanto Alejandro escuchó esta tradición, fue poseído
por el deseo de superar a Semíramis y Ciro.

Nearco dice que emprendió la marcha por esta vía por la razón
expuesta, y, al mismo tiempo, para dejar provisiones cerca de la flota.
El calor abrasador y la falta de agua diezmaron a gran parte del
ejército, especialmente a los animales de carga, la mayoría de los cuales
murieron de sed y algunos de ellos porque se hundieron en la densa e
caliente arena, siempre hirviente debido al sol. Y es que se toparon con
altas dunas de arena, no apretadas y endurecidas, sino tan blandas que
engullían a los que acaban de poner un pie en ellas como si caminaran
sobre fango, o más bien nieve recién caída. Por añadidura, los caballos
y las mulas sufrían todavía más al subir y bajar las arenosas colinas
debido a las irregularidades del terreno, así como por su inestabilidad.
La longitud de las marchas entre una etapa y otra también tenía muy
agobiado al ejército, porque a causa de la falta de agua se veían a
menudo obligados a recorrer distancias inusuales. Cuando viajaban
por la noche una distancia que era necesario completar y bebían
cuando amanecía, no sufrían ninguna penalidad; pero si, estando aún
en el camino y a raíz de la longitud de la etapa se veían atrapados por
el calor, entonces, en efecto, sufrían indecibles penurias bajo un sol
llameante, soportando a la vez una sed inextinguible.
CAPÍTULO XXV SUFRIMIENTOS DEL EJÉRCITO
MACEDONIO

Los soldados mataban a muchos de los animales de carga por su


propia mano a falta de provisiones; se juntaban y sacrificaban la mayor
parte de sus caballos y mulas. Se comían la carne de éstos, y los
reportaban como fallecidos por sed o insolación. No había nadie que
divulgara la verdad acerca de estos actos, debido a la angustia que
atenazaba a estos hombres y porque todos por igual estaban
implicados en el mismo delito. Lo que estaba sucediendo no había
escapado a la atención de Alejandro, pero éste vio que la mejor política
en el actual estado de cosas era pretender que lo ignoraba, en lugar de
permitir que fuese conocido que todo ocurría con su connivencia.
Como consecuencia, dejó de ser fácil transportar a los soldados de baja
por alguna enfermedad, o a aquellos que se quedaban rezagados en los
caminos a causa del calor; en parte por la falta de acémilas y en parte
porque los hombres estaban desguazando los carromatos al no ser ya
capaces de extraerlos cuando se atascaban en la profunda arena, razón
ésta por la cual en las primeras etapas se habían visto forzados a andar
no por las rutas más cortas, sino por las que eran más transitables para
los carros.

Por ello muchos enfermos fueron rezagándose a lo largo de los


caminos, además de otros por la fatiga y los efectos del calor, o
simplemente por no poder resistir la sequía, y nadie regresaba a ellos
ya sea a mostrarles el camino o permanecer a su lado y atenderles en
su enfermedad. Puesto que la expedición se hacía con gran urgencia, la
atención individual a cada persona se descuidó necesariamente en
favor del celo mostrado por la seguridad del ejército en su conjunto.
Como las marchas se hacían generalmente por la noche, algunos de los
hombres eran vencidos por el sueño en el camino, y al despertar,
aquellos que todavía tenían fuerzas seguían las pistas del ejército, pero
solamente unos pocos de los muchos alcanzaban al grueso de las
tropas en condiciones aceptables. La mayoría de ellos perecían
devorados por la arena, como náufragos en el mar.

Otra calamidad más se abatió sobre el ejército, y angustió a


hombres, caballos y bestias de carga por igual; en la tierra de los
gedrosios la lluvia es arrastrada por los vientos monzónicos, al igual
que en la de los indios, y va a caer no en las llanuras de Gedrosia, sino
sólo en las montañas, adonde las nubes son impelidas por el viento y
se disuelven en una lluvia copiosa, sin pasar más allá de las cumbres
de las montañas. En una ocasión, el ejército acampó, para aprovechar
sus aguas, cerca de un arroyuelo que era un torrente invernal, y en
torno a la segunda vigilia de la noche el arroyo se hinchó de repente
por las lluvias que descendían de las montañas y que habían pasado
desapercibidas para los soldados. El torrente bajó veloz, provocando
una inundación suficientemente grande como para ahogar a la mayor
parte de las esposas e hijos de los hombres que seguían al ejército, y
barrer con todo el bagaje real, así como con todas las acémilas que aún
quedaban. Con ímprobos esfuerzos, los soldados apenas fueron
capaces de ponerse a salvo junto con sus armas, muchas de las cuales
perdieron sin posibilidad de recuperación. Más adelante, tras soportar
el calor abrasador y la sed, encontraron una fuente abundante de agua,
y muchos de ellos murieron por beberla en exceso, incapaces de
controlar sus ansias por ella. Por estas razones, Alejandro normalmente
armaba su campamento alejado de las fuentes, a una distancia de unos
veinte estadios, para evitar que hombres y animales se lanzaran en
tropel hacia el agua y perecieran, y, al mismo tiempo, para prevenir
que aquellos que no podían aguantar la sed contaminaran el líquido
para el resto del ejército al entrar corriendo en los manantiales o
arroyos.
CAPÍTULO XXVI CONDUCTA MAGNÁNIMA DE
ALEJANDRO

Aquí me he decidido a no pasar por alto el acto quizás más noble


jamás realizado por Alejandro, que se produjo ya sea en esta tierra o,
de acuerdo con la afirmación de otros autores, aún antes, entre los
paropamisadas. El ejército proseguía su marcha a través de las dunas
pese al calor inaguantable del sol, porque era necesario alcanzar una
fuente de agua antes de parar. Habían recorrido ya mucho de aquella
ruta, y el mismo Alejandro, aunque oprimido por la sed, seguía, sin
embargo, liderando a pie muy adolorido y a duras penas al ejército, de
modo que sus soldados, como es habitual en estos casos, aguantaran
con más paciencia al comprender que compartía sus penurias. En aquel
momento, algunos de los soldados de la infantería ligera se separaron
del ejército en busca de agua, y encontraron un poco estancada en una
hendidura profunda, una pequeña y mezquina fuente. Recogiendo
algo de esta agua con esfuerzo, la llevaron a toda prisa donde
Alejandro, como si trajeran una inmensa bendición. Antes de
presentarla al rey, vertieron el agua en un casco y se lo ofrecieron. Él lo
tomó, y tras elogiar a sus hombres por encontrarla, de inmediato la
derramó sobre la tierra a la vista de todos. Como resultado de este acto,
el ejército se sintió revitalizado a tal grado que cualquiera hubiera
imaginado que el agua que derramó Alejandro había proporcionado
un sorbo a cada uno de sus hombres. Aplaudo este acto por encima de
todos los demás como prueba de la capacidad de resistencia de
Alejandro y su autocontrol, así como de su habilidad para conducir un
ejército.

El ejército corrió la siguiente aventura en este mismo país: un día,


los guías confesaron que ya no reconocían el camino, porque las
señales se habían esfumado con el viento que las borraba
amontonando arena sobre ellas. Aparte, densas dunas de arena blanda
y caliente habían reducido todo al mismo nivel, plano e irreconocible,
sin señal alguna mediante la cual pudieran adivinar la vía correcta; no
se veían siquiera los árboles que de ordinario crecían allí, ni ninguna
colina permanente, y encima no tenían experiencia en orientarse
durante los viajes por las estrellas brillando en la noche, o por el sol
durante el día, como los marineros hacen mediante las constelaciones
de las Osas: los fenicios por la Osa Menor, y otros hombres por la Osa
Mayor. En aquel punto, Alejandro comprendió que era necesario que él
en persona encontrara el camino desviándose a la izquierda, y
tomando a unos cuantos jinetes con él, se adelantó al frente del ejército.
Pero hasta los caballos de estos mismos quedaron reventados por el
agotamiento y el calor, y debió dejar a la mayoría de estos hombres
atrás, alejándose con sólo cinco de ellos hasta encontrar el mar.
Después de haber excavado en aquella pedregosa playa, encontró agua
dulce y pura, y regresó para traer a todo el ejército. Los siete días
siguientes marcharon a lo largo de la costa, aprovisionándose de agua
en la orilla. Desde ese punto, dirigió su expedición hacia el interior,
porque para ese momento los guías ya habían reconocido el camino.
CAPÍTULO XXVII MARCHA A TRAVÉS DE CARMANIA —
ALEJANDRO CASTIGA A ALGUNOS SÁTRAPAS

A su llegada a la capital de Gedrosia, permitió a su ejército que


descansara. Depuso a Apolófanes de sus funciones en la satrapía,
porque descubrió que no había prestado atención a sus instrucciones.
Toante fue nombrado sátrapa de los habitantes de aquella tierra en su
lugar, pero cayó enfermo y murió, y Sibircio le sucedió en el cargo. Este
hombre había sido recientemente nombrado sátrapa de Carmania por
Alejandro, y ahora se le daba el gobierno de los aracosios y gedrosios,
por lo que Tlepólemo, hijo de Pitófanes, recibió Carmania en
sustitución. El rey se hallaba de camino hacia Carmania cuando le llegó
la noticia de que Filipo, el sátrapa del país de los indios, había sido
víctima de un complot de los mercenarios y había sido asesinado a
traición, la guardia personal macedonia de Filipo había atrapado a
algunos de los asesinos en el mismo acto y a otros después, y los
habían ejecutado. Al enterarse de los detalles, envió una carta a la India
para Eudemo y Taxiles, ordenándoles que administraran los asuntos
del territorio que había estado subordinado a la autoridad de Filipo,
hasta que pudiera mandar a un nuevo sátrapa.

Cuando llegó a Carmania, se encontró con Crátero, que traía al


resto del ejército y los elefantes. Traía también a Ordanes, a quien
había detenido por rebelde y por intentar una sublevación. Hasta allí
también acudió Estasanor, el sátrapa de los arios y zarangianos,
acompañado por Farismanes, hijo de Fratafernes, el sátrapa de los
partos e hircanios. Otros que acudieron fueron los generales que
habían servido bajo Parmenión en el ejército de Media: Cleandro,
Sitalces y Heracón, al frente del grueso de sus tropas. Tanto los nativos
como los soldados presentaron acusaciones en contra de Cleandro y
Sitalces, entre las cuales se contaban el saqueo de los tempos,
profanación de antiguas tumbas, y otros actos de injusticia, descontrol
y tiranía ejercidos contra sus súbditos. Dichos cargos fueron probados,
sentenciándolos entonces a muerte, con el fin de infundir a los demás
sátrapas, gobernadores[34] y nomarcas el miedo a sufrir las mismas
sanciones si se desviaban de la senda del deber. Uno de los principales
medios por los cuales Alejandro mantenía obedientes a las naciones
que había conquistado en la guerra o que se habían sometido de buen
grado a él, a pesar de que eran tantas en número y tan distantes unas
de otras, era que bajo su regio dominio no permitía que los pueblos
vencidos fuesen tratados injustamente por quienes los gobernaban.
Heracón fue absuelto de la acusación en este juicio, pero poco después
fue condenado por los hombres de Susa por haber expoliado el templo
de la ciudad, y también sufrió el mismo castigo.

Estasanor y Fratafernes[35] acudieron ante Alejandro con grandes


recuas de bestias de carga y muchos camellos en cuanto supieron que
venía por el camino a Gedrosia, suponiendo correctamente que su
ejército estaría pasando por las dificultades que en efecto estaba
sufriendo. Llegaron justo en el momento en que eran más necesitados
sus camellos y acémilas. Alejandro distribuyó todos estos animales
entre los oficiales, uno por uno, a todos los escuadrones y compañías
de la caballería y a las de la infantería, tantos para cada una como el
número de animales lo posibilitara.
CAPÍTULO XXVIII ALEJANDRO EN CARMANIA

Aunque a mí esta afirmación me parece increíble, ciertos autores


dicen que Alejandro condujo a sus fuerzas a través de Carmania
tumbado con sus Compañeros en dos carros de guerra cubiertos y
uncidos juntos, con flautistas tocando para él, y sus soldados
caminando detrás con guirnaldas y luciéndose en juegos. Las gentes de
Carmania les trajeron alimentos, y todo tipo de cosas exquisitas y
refinadas les fueron obsequiadas a lo largo del camino. Dicen que lo
hizo a imitación de la procesión báquica de Dioniso, deidad acerca de
la que se existía la tradición de que, habiendo sometido a los indios,
atravesó gran parte de Asia con una comitiva semejante, por lo que
había recibido la invocación de Triambo, razón por la que las
procesiones tras las victorias en guerra fueran llamadas Triambo. Esta
historia no la registran Ptolomeo, hijo de Lago, ni Aristóbulo, hijo de
Aristóbulo, y tampoco otro escritor cuyo testimonio sobre cualquiera
de estos acontecimientos merezca nuestro crédito, lo cual me basta
para hacerla constar como indigna de ser creída.

En cuanto a lo que describiré, me baso en el testimonio de


Aristóbulo. En Carmania, Alejandro ofreció sacrificios a los dioses
como agradecimiento por su victoria sobre los indios, y por la
salvación del ejército en Gedrosia, y también celebró juegos musicales
y atléticos. A Peucestas lo nombró escolta real, aparte de haber
decidido designarle sátrapa de Persia. Deseaba que antes de ser
asignado a esta satrapía, experimentara este honor y prueba de
confianza como recompensa por la hazaña realizada entre los malios.
Hasta este momento, el número de miembros de la escolta real había
sido de siete: Leonato, hijo de Anteo, Hefestión, hijo de Amíntor,
Lisímaco, hijo de Agatocles, Aristonoo, hijo de Piseo, los cuatro de
Pella; Pérdicas, hijo de Orontes, de Oréstide, Ptolomeo, hijo de Lago, y
Peitón, hijo de Crátero, ambos de Eordea. Peucestas, que había
protegido con su escudo a Alejandro, ahora se unía a ellos como el
octavo.

En aquel tiempo, Nearco, tras haber bordeado la costa de Ora,


Gedrosia y la parte donde viven los ictiófagos, fondeó en un sector
deshabitado del litoral de Carmania, y subiendo desde allí hacia el
interior con unos pocos hombres, le dio noticia a Alejandro acerca de
los pormenores del viaje de circunnavegación que había hecho por el
Océano. Nearco fue enviado hacia el mar una vez más, a dar la vuelta
por la costa hasta Susiana y la desembocadura del río Tigris. Cómo
navegó desde el río Indo hasta el Golfo Pérsico y la boca del Tigris, es
algo que he de describir en un libro aparte, siguiendo el testimonio del
mismo Nearco, puesto que él también escribió una historia de
Alejandro en griego. Tal vez sea capaz de componer tal historia en el
futuro, si la inclinación y la inspiración de la divinidad me asisten.

Alejandro ordenó a Hefestión que marchara a Persia desde


Carmania por la costa del Océano, con el más grande de los
contingentes en que dividió al ejército y la mayoría de los animales de
carga, llevándose también los elefantes porque, como emprendería la
expedición en la temporada de invierno, la parte de Persia próxima al
mar era cálida y poseía un abundante suministro de vituallas.
CAPÍTULO XXIX ALEJANDRO REGRESA A PERSIA —
REPARACIÓN DE LA TUMBA DE CIRO

Desde aquel punto, se dirigió hacia Pasargada en Persia con los


más ágiles de su infantería, la caballería de los Compañeros y una
parte de los arqueros, despachando antes a Estasanor de regreso a su
satrapía. Cuando llegó a la frontera de Persia, se encontró con que
Frasaortes ya no era el sátrapa, pues sucedió que había fallecido por
enfermedad mientras Alejandro se encontraba todavía en la India.
Orxines se encargaba de los asuntos del país, no porque hubiera sido
nombrado para gobernar por Alejandro, sino porque había creído que
era su deber mantener el orden en Persia en su nombre, ya que no
había otro gobernante. Atrópates, el sátrapa de Media también arribó a
Pasargada con Bariaxes, un medo a quien había arrestado por asumir
la corona enhiesta y llamarse a sí mismo rey de los persas y los medos.
Con Bariaxes traía también a quienes fueron sus cómplices en el
intento de revuelta. Alejandro ordenó la ejecución de todos estos
hombres.

Alejandro se entristeció ante el ultraje sufrido por la tumba de


Ciro, hijo de Cambises, la cual, de acuerdo con Aristóbulo, habían
excavado por debajo y penetrado para saquearla. La tumba del famoso
Ciro se hallaba en el parque real en Pasargada, y alrededor de ella un
bosque con toda clase de árboles había sido plantado, irrigado por un
manantial, y con hierba que crecía alta en el prado. La base de la propia
tumba había sido levantada con piedra cortada en forma rectangular.
Por encima se elevaba un edificio de piedra coronado con un tejado
doble, con una puerta que llevaba al interior, tan estrecha que incluso
un hombre de bajo tamaño podía introducirse a duras penas y
soportando muchas molestias. En el edificio había un sarcófago de oro,
donde el cuerpo de Ciro había estado depositado, y al lado del
sarcófago había un lecho con pies de oro macizo esculpidos a cincel. Lo
cubrían tapices púrpuras de Babilonia, y encima estaban un manto
medo con mangas y diversas túnicas fabricadas en Babilonia.
Aristóbulo añade que pantalones y mantos medos teñidos del color del
jacinto también estaban sobre él, así como otros ropajes púrpuras y de
otros colores, collares, espadas, y zarcillos de oro y piedras preciosas
pulidas y unidas en cuentas, y una mesa cerca de allí. El sarcófago que
contenía el cuerpo de Ciro estaba colocado sobre el lecho. Dentro del
recinto, cerca de la escalinata de ingreso a la tumba, había una casita
construida para los magos que custodiaban la tumba, un deber que se
transmitía de padres a hijos, y que evidentemente no habían cumplido
desde los tiempos de Cambises, hijo de Ciro. Para estos hombres una
oveja y ciertas medidas de harina de trigo y vino se les entregaba a
diario por decreto del rey, y un caballo una vez al mes para sacrificarlo
a Ciro. Sobre la tumba había una inscripción en grafía persa, que tenía
el siguiente significado en esta lengua:

«Oh mortal, yo soy Ciro, hijo de Cambises, fundador del imperio


de los persas y señor del Asia. No me envidies por tanto este
monumento».

Alejandro había deseado visitar la tumba de Ciro desde el


momento en que terminó la conquista de Persia, y cuando lo hizo al
fin, se encontró con que había sido expoliada, y no quedaba más que el
sarcófago y el lecho. El cuerpo del rey había sido profanado, porque le
habían arrancado la tapa al sarcófago y arrojado fuera el cadáver.
Habían tratado de reducir el tamaño de éste para facilitar el robo
arrancando una parte de él y aplastando otra, pero como sus esfuerzos
no dieron fruto, habían abandonado el sarcófago en esa condición. Al
decir de Aristóbulo, él mismo fue puesto por Alejandro a cargo de la
restauración de la tumba de Ciro; debía devolver al sarcófago las
partes del cuerpo que aún se conservaban, colocarle la tapa, y restaurar
los relieves que hubieran sido desfigurados. Además, se le instruyó
que restituyera el lecho envolviéndolo con bandas, cubriéndolo con
imitaciones de todos los ornamentos que solía llevar, en una cantidad
igual y que se asemejasen a los anteriores. Le ordenó que luego
clausurara la puerta, reconstruyera parte de ella con piedra y revocara
una parte con argamasa, poniendo al final el sello real sobre ella.
Alejandro hizo detener a los magos que eran los guardianes de la
tumba, y mandó someterlos a tortura para obligarlos a confesar quién
había cometido el crimen; pero, a pesar de las torturas, no confesaron
nada, ninguno se delató a sí mismos ni a cualquier otro implicado. No
pudiendo comprobar que el hecho se hubiese llevado a cabo con su
conocimiento, Alejandro los puso en libertad.
CAPÍTULO XXX PEUCESTAS, NUEVO SÁTRAPA DE
PERSIA

Desde allí se dirigió al palacio real de los persas, aquel que había
incendiado en una pasada ocasión, hecho que ya he relatado,
expresando mi desaprobación hacia el mismo, y que Alejandro
tampoco encomiaba a su regreso. Muchas acusaciones fueron
presentadas por los persas contra Orxines, quien los gobernaba desde
la muerte de Frasaortes, y fue declarado culpable de haber saqueado
los templos y las tumbas reales, y de condenar injustamente a muchos
persas a muerte. Fue, por lo tanto, ahorcado por hombres actuando a
las órdenes de Alejandro, y Peucestas, el flamante escolta real, fue
nombrado sátrapa de Persia. El rey le demostró esta especial confianza,
entre otros motivos, en reconocimiento a su hazaña entre los malios,
donde se había enfrentado al mayor de los peligros y había ayudado a
salvar la vida de Alejandro. Peucestas no se negó a acomodarse al
modo de vida asiático, y tan pronto como fue nombrado para el cargo
de sátrapa de Persia, asumió abiertamente los ropajes nativos,
convirtiéndose en el único hombre entre los macedonios que adoptaba
la vestimenta meda anteponiéndola a la griega. También aprendió a
hablar la lengua persa con corrección, y se comportaba en toda ocasión
como un persa más. Por este comportamiento no solamente era
elogiado por Alejandro, sino que también los persas se sentían
inmensamente felices con él, por preferir las costumbres de ellos a las
de sus propios ancestros.
Libro VII.

A partir del Libro VII, que sigue, se ha encargado de la traducción don


Ignacio Valentín Nachimowicz, que amablemente nos ha autorizado a
publicarla en nuestra página y en Internet en general, con las mismas
condiciones de gratuidad que los precedentes y con la misma obligación de
citar su autoría de la traducción (Nota del Editor).

CAPÍTULO I. CON LOS FILÓSOFOS INDIOS

Cuando Alejandro llegó a Pasargada y Persépolis, fue atrapado


por el ardiente deseo de navegar por el Éufrates y el Tigris hasta el mar
Pérsico, y ver las desembocaduras de los ríos como había visto las del
Indo, así como el mar al cual fluye. Algunos autores también señalan
que estaba meditando acerca de un viaje alrededor de la parte más
grande de Arabia, el país de los etíopes, Libia y Numidia más allá del
monte Atlas hacia Gadeira, hacia el interior de nuestro mar; pensando
que después de haber sometido tanto Libia como Carquedón, entonces
sí podría con justicia ser llamado rey de toda Asia. El decia que los
reyes de los persas y los medos y se llamaban a sí mismos Grandes
Reyes sin ningún derecho, ya que gobernaban sobre una relativamente
pequeña parte de Asia. Algunos dicen que estaba meditando un viaje
desde allí hacia el Ponto Euxino, a Escitia y al Lago Meotis; mientras
que otros afirman que su intención era ir a Sicilia y al Cabo Yapigio, ya
que la fama de los romanos que se extendía a lo largo y ancho, excitaba
sus celos. Por mi parte no puedo conjeturar con alguna certeza cuáles
eran sus planes; y no me interesa adivinarlo. Pero lo que creo poder
afirmar con confianza es que no meditaba nada pequeño o
insignificante; y que nunca habría quedado satisfecho con ninguna de
las adquisiciones que había hecho, aunque hubiera añadido Europa a
Asia o las islas de los britones a Europa; pero hubiera seguido
buscando alguna tierra desconocida más allá de las mencionadas. Yo
creo verdaderamente que si no hubiera encontrado a nadie con quién
luchar, habría luchado consigo mismo. Y sobre este relato yo elogio a
algunos de los filósofos indios de quienes se dice que fueron
capturados por Alejandro mientras caminaban a campo abierto donde
acostumbraban a pasar su tiempo. A la vista de él y su ejército no
hicieron otra cosa que pisotear con los pies la tierra, sobre la que
caminaban. Cuando preguntó por medio de intérpretes el significado
de su acción, respondieron lo siguiente "0h, rey Alejandro, cada hombre
posee tanto de tierra como esta sobre la cual estamos parados; pero tú, siendo
un hombre como el resto de nosotros, excepto por el hecho de ser tan
entrometido y arrogante como para venir a través de una parte tan grande de
la tierra desde tu propia tierra, a la vez, teniendo problemas para ti mismo
como dándoselos a los demás. Y sin embargo pronto morirás, y sólo poseerás
tanta tierra como sea suficiente para que tu cuerpo sea enterrado”.
CAPÍTULO II. ELOGIO A LOS SABIOS INDIOS

En esta ocasión, Alejandro elogió tanto las palabras como a los


hombres que las pronunciaron; pero sin embargo, él hizo exactamente
lo opuesto a lo que elogió. Cuando incluso en el Istmo se encontró con
Diógenes de Sinope, tomando sol, de pie junto a él con sus guardias
escuderos e infantes Compañeros, le preguntó si quería algo. Pero
Diógenes le dijo que no quería nada más, salvo que él y sus asistentes
se corrieran del sol. Se dice que Alejandro expresó su admiración por
Diógenes. Por lo tanto es evidente que Alejandro no estaba del todo
desprovisto de mejores sentimientos; pero era el esclavo de su
insaciable ambición. En otra ocasión, cuando llegó a Taxila y vio la
secta de filósofos indios desnudos, deseaba mucho que uno de estos
hombres viviera con él, porque admiraba su poder de resistencia. Pero
el mayor de los filósofos, de nombre Dandamis, del cual los otros eran
discípulos, se negó a presentarse a Alejandro, y no permitía que los
otros lo hicieran. Se dice que respondió que él mismo era un hijo de
Zeus, si Alejandro lo era; y que no quería nada de él, porque estaba
muy contento con lo que tenía. Y además dijo que vio a sus asistentes
vagando por gran parte de la tierra y el mar sin ningún beneficio, y que
no había fin a sus muchas andanzas. Por lo tanto no tenía ningún deseo
de que Alejandro le diera algo de lo que ya era poseedor, ni por otra
parte tenía miedo alguno de ser excluido de cualquier cosa que
Alejandro gobernaba. Porque mientras vivió en la India, que produce
los frutos a su tiempo, era suficiente para él; y que cuando muriera se
vería liberado del cuerpo, un asociado desagradable. Alejandro por lo
tanto no intentó obligarle a venir donde él, teniendo en cuenta que el
hombre era libre (para hacer lo que quisiera). Pero Megástenes ha
registrado que Calano, uno de los filósofos de esta región, que tenía
muy poco poder sobre sí mismo, fue inducido a hacerlo; y que los
filósofos mismos le reprocharon por haber abandonado la felicidad
existente entre ellos, y sirviendo a otro señor en lugar de a Dios.
CAPÍTULO III. EL FUNERAL DE CALANO

Esto lo he recopilado, porque en la historia de Alejandro, es


necesario también hablar de Calano; porque cuando él estaba en el país
de Persis su salud se debilitó, aunque él nunca había estado antes
sujeto a la enfermedad. En consecuencia, no estando dispuesto a llevar
la vida de un hombre con la salud débil, le dijo a Alejandro que, en
tales circunstancias, pensaba que lo mejor para él era que pusiera fin a
su existencia, antes de llegar a la experiencia de cualquier enfermedad
que podría obligarle a cambiar su modo de vida anterior. Durante
mucho tiempo, el rey trató de disuadirlo; pero cuando vio que no iba a
ser convencido, pero que encontraría alguna otra forma de liberación si
esto no se producía, ordenó que se apilara una pira funeraria para él,
en el lugar en el que el hombre mismo dirigiera, y dio instrucciones
que Ptolomeo, hijo de Lago, el guardaespaldas confidencial, estuviera a
cargo de la misma. Dicen que una procesión solemne, consistente en
caballos y hombres, avanzó antes que él, algunos de estos últimos
armados y otros llevando todo tipo de inciensos para la pira.

También dicen que llevaban copas de oro y plata y ropa real; y al


no poder caminar debido a la enfermedad, estaba preparado un caballo
para él. Sin embargo, al no poder montar el caballo, fue transportado
tendido sobre una litera, coronado con una guirnalda a la manera de
los indios, y cantando en la lengua de los indios. Los indios dicen que
cantaba himnos a los dioses y elogios de sus compatriotas. Antes de
ascender a la pira funeraria entrego el caballo que debería haber
montado, un corcel real de raza Nisea, a Lisímaco, uno de los que
asistieron a sus enseñanzas para aprender su filosofía. Distribuyó entre
sus otros discípulos las copas y las mantas que Alejandro había
ordenado que fueran arrojadas en la hoguera como un honor hacia él.
Entonces, subiendo a la pira se acostó sobre ella de una manera
apropiada, y visible para todo el ejército. A Alejandro el espectáculo le
pareció impropio, ya que estaba siendo exhibido a costas de un amigo,
pero para el resto fue motivo de asombro que no moviera parte alguna
de su cuerpo en el fuego. Tan pronto como a los hombres a los que les
había sido asignado el servicio, prendieron fuego a la pira, Nearco dice
que sonaron las trompetas, de acuerdo con la orden de Alejandro, y
todo el ejército levantó el grito de guerra, ya que tenían la costumbre
de gritar al entrar en batalla. Los elefantes también intervinieron con su
grito estridente y guerrero, en honor de Calano. Autores sobre los que
se puede confiar, han registrado estas cosas y otras semejantes sobre
Calano el indio, hechos de gran importancia para aquellos que están
deseosos de aprender cuan firme e inmutable es la mente humana en lo
que se refiere a lo que desea lograr.
CAPÍTULO IV. LA BODA ENTRE MACEDONIOS Y PERSAS

En este tiempo Alejandro envió a Atropates a su propio


virreinato, después de avanzar a Susa, donde arrestó a Abulites y a su
hijo Oxatres, y los hizo ejecutar, con el pretexto de que gobernaban mal
a los susianos. Muchas atrocidades sobre los templos, tumbas, y los
sujetos mismos, habían sido cometidas por aquellos que gobernaban
los países conquistados por Alejandro en guerra, porque la expedición
del rey a India había tomado mucho tiempo, y no se consideró creíble
que él regresara a salvo de tantas naciones que poseen tantos elefantes,
yendo a su destrucción más allá del Indo, Hidaspes, Acesines e Hifasis.
Las calamidades que le sucedieron entre los gedrosios fueron aún
mayores incentivos para aquellos que actuaban como virreyes en esta
región, como para estar libres de temor de regresar a sus dominios. No
sólo eso, sino que el mismo Alejandro se dice que se volvió más
inclinado en ese momento a creer en acusaciones que eran plausibles
en todos los sentidos, así como para infligir castigos muy severos sobre
aquellos que eran declarados culpables de delitos, incluso pequeños,
ya que con la misma disposición él pensó que sería probable que
realizaran grandes. [laguna]... En Susa también celebró tanto su propia
boda como las de sus compañeros. Él se casó con Barsine, la hija mayor
de Darío, y de acuerdo a Aristóbulo, además de ella, otra, Parisatis, la
hija menor de Oco. Ya se había casado con Roxana, hija de Oxiartes el
bactriano. A Hefestión le dio Dripetis, otra hija de Darío, y hermana de
su propia esposa; él quería que los hijos de Hefestión fueran primos
hermanos de los suyos. A Crátero dio Amastrine, hija de Oxiartes el
hermano de Darío; a Pérdicas, la hija de Atropates, virrey de los medos;
a Ptolomeo su guardaespaldas confidente y a Eumenes, el secretario
real, las hijas de Artabazo, al primero Artacama, y al otro Artonis. A
Nearco le dio la hija de Barsine y Mentor; a Seleuco, la hija de
Espitamenes el bactriano. Del mismo modo que al resto de sus
Compañeros, dió las más selectas hijas de los persas y los medos, en
número de ochenta. Las bodas se celebraban a la manera persa,
estando los asientos colocados en una fila para los novios; y después
del banquete las novias entraron y se sentaron, cada una cerca de su
propio marido. Los novios las tomaron de la mano derecha y las
besaron, siendo el rey el primero en comenzar, pues las bodas se
llevaban a cabo todas de la misma manera. Esto parecía la cosa más
popular que Alejandro jamás había hecho, y demostró su afecto por
sus Compañeros. Cada uno tomó su propia novia y se la llevó; y a
todos sin excepción Alejandro otorgó dotes, También ordenó que los
nombres de todos los macedonios que se habían casado con alguna de
las mujeres asiáticas, debía ser registrado. Eran más de 10.000 en
número, y para estos Alejandro hizo regalos con motivo de sus bodas.
CAPÍTULO V. LOS PREMIOS AL EJÉRCITO

Él pensó que ahora era una ocasión propicia para liquidar las
deudas en las que todos los soldados habían incurrido; para ello
ordenó que se llevara un registro de lo que cada hombre debía, a fin de
que pudieran recibir el dinero. Al principio sólo unos pocos registraron
sus nombres, por temor a que esto hubiera sido instituido por
Alejandro como una prueba, para descubrir a cuál de los soldados le
resultaba insuficiente su salario para cubrir sus gastos, y cuáles de ellos
eran extravagantes en su modo de vida. Cuando se le informó que la
mayoría de ellos no estaban inscribiendo sus nombres, pero que los
que habían pedido prestado dinero con fianza estaban ocultando el
hecho, les echó en cara su desconfianza hacia él.
Porque él dijo que no era justo tampoco que el rey tratara de otra
manera que que no fuera sinceramente con sus súbditos, o que alguno
de los regidos por él pensara que él se ocuparía de otra manera que no
fuera sinceramente con ellos. En consecuencia, puso mesas en el
campamento con dinero sobre ellas, y designó a hombres para
gestionar la distribución del mismo. Ordenó que las deudas de todos
los que mostraron un bono de dinero a ser liquidado sin el nombre del
deudor no quedaran registradas por más tiempo. En consecuencia, los
hombres creyeron que Alejandro estaba tratando sinceramente con
ellos; y el hecho de que no se supiera su nombre, fue un placer mayor
para ellos que el hecho de que dejaran de estar en deuda. Esta entrega
al ejército se dice que ascendió a 20.000 talentos.

También hizo regalos a personas concretas, según como cada


hombre era tenido en honor por su mérito o valor, si se hubiera
convertido en fundamental en las crisis de peligro. A los que eran
distinguidos por su valentía personal, los coronó con guirnaldas
doradas: en primer lugar, Peucestas, el hombre que había sostenido el
escudo sobre él; en segundo lugar, Leonato, quién también había
sostenido su escudo sobre él, y por otra parte había incurrido en
peligros en la India y obtenido una victoria en Ora. El se había
apostado con las fuerzas que le habían dejado contra los oricianos y las
tribus que vivían cerca de ellos, que estaban tratando de llevar a cabo
una revolución, y los había vencido en la batalla. También pareció
haber logrado otros asuntos en Ora con gran éxito. Además de éstos,
coronó a Nearco por su exitoso viaje alrededor de la costa desde la
tierra de los indios a través del Gran Mar; este oficial había ahora
llegado a Susa. Además de estos tres, coronó a Onesícrito, el piloto de
la nave real; así como Hefestión y al resto de los guardaespaldas
privados.
CAPÍTULO VI. ALEJANDRO CREA UN EJÉRCITO
ASIÁTICO

Los virreyes de las nuevas ciudades construidas y el resto del


territorio sometido en la guerra se allegaron hasta él, trayendo consigo
jóvenes recién entrando a la adultez a la edad adulta en número de
30.000, todos de la misma edad, a quien Alejandro llamó Epígonos. Se
les había ataviado con armas de Macedonia, y ejercitado en disciplina
militar según el sistema macedonio. La llegada de éstos se dice que
irritó a los macedonios, que pensaban que Alejandro estaba ideando
todos los medios a su alcance para librarse de la necesidad futura de
sus servicios. Por la misma razón también la visión de sus vestidos
medos fue no menor causa de insatisfacción para ellos; y las bodas
celebradas a la moda persa desagradaban a la mayoría de ellos,
incluyendo a algunos de los que se casaron, a pesar de haber sido muy
honrados al haber sido puestos en el mismo nivel que el rey en la
ceremonia de matrimonio. Y estaban ofendidos con Peucestas, el
sátrapa de Persis, a causa de su persianización tanto en el vestir como
en el hablar, porque el rey estaba encantado por su adopción de las
costumbres asiáticas. Estaban disgustados que los jinetes bactrianos,
sogdianos, aracotianos, zarangianos, arianos y partos, así como los
jinetes persas llamados Evacae, hubieran sido distribuidos entre los
escuadrones de la caballería de los Compañeros; como muchos de
ellos, al menos como se veían, sobresalían en reputación, finura de
talla, o cualquiera otra buena cualidad, y que una quinta división de
caballería se añadió a estas tropas, no compuestas íntegramente por
extranjeros; pero todo el cuerpo de caballería fue aumentado en
número, y los hombres fueron escogidos de entre los extranjeros y
puestos en él. Cofen, hijo de Artabazo, Hidarnes y Artiboles, hijos de
Mazeo, Sisines y Fradasmenes, hijos de Fratafernes, virrey de Partia e
Hircania, Histanes, hijo de Oxiartes y hermano de la esposa de
Alejandro, Roxana, así como Autobares y su hermano Mitrobeo fueron
elegidos y enrolados entre los guardia de a pie, además de los
funcionarios macedonios. Sobre estos, Histaspes el bactriano fue
designado como comandante; y se les dio lanzas macedonias en vez de
las jabalinas bárbaras que tenían correas unidas a ellas. Todo esto
ofendió a los macedonios, que pensaban que Alejandro se estaba
convirtiendo absolutamente asiático en sus ideas, y consideraba a los
macedonios mismos, así como a sus costumbres en una posición de
desprecio.
CAPÍTULO VII. LA TRAVESÍA DEL TIGRIS

Alejandro ordenó ahora a Hefestión llevar el cuerpo principal de


la infantería hasta el mar Pérsico, mientras que él mismo, habiendo
navegado su flota hasta la tierra de Susiana, se embarcó con los
escuderos y la escolta de infantería; y habiendo puesto también a
bordo a algunos de los Compañeros de caballería, navegó por el río
Euleo hasta el mar. Cuando estaba cerca del lugar donde el río
desemboca en lo profundo, dejó allí la mayoría de sus barcos, incluidos
los que estaban en necesidad de reparación, y con aquellos
especialmente adaptados para la navegación rápida, navegó a lo largo
del río Euleo a través del mar hasta la desembocadura del Tigris. El
resto de las naves fue conducido por el río Euleo hasta el canal que
había sido cortado desde el Tigris al Euleo, y por este medio fueron
llevadas al Tigris. De los ríos Eufrates y Tigris, que encierran entre ellos
Siria, de donde también surge el nombre por el cual es llamada por los
nativos Mesopotamia, el Tigris fluye en un canal mucho más bajo que
el Eufrates, del que recibe muchos canales; y después de tomar muchos
afluentes y aumentar sus aguas por ellos, cae en el mar Pérsico. Es un
río grande y no puede ser cruzado a pie en ninguna parte hasta su
desembocadura, ya que ninguna de sus aguas es consumida para el
riego del país, porque la tierra a través de la cual fluye es más elevada
que el agua, y no se extrae en canales o en otro río, sino que los recibe
en sí mismo. Es en absoluto imposible regar la tierra con él. Pero el
Eufrates fluye en un canal elevado, y está en todas partes a la altura de
la tierra a través de la cual pasa. Muchos canales se han hecho en el,
algunos de los cuales están siempre fluyendo, y de los que los
habitantes de ambas orillas se abastecen de agua; de otros sólo lo hacen
las personas que necesitan regar la tierra, cuando están en necesidad
de agua por la sequía. Este país está generalmente no tiene lluvia. La
consecuencia es que el Eufrates al final tiene sólo una pequeña
cantidad de agua, que desaparece en un pantano. Alejandro pasó por
el mar alrededor de la costa del Golfo Pérsico que se extiende entre los
ríos Tigris y Euleo; desde allí navegó hasta este último río hasta el
campamento donde Hefestión se había instalado con todas sus fuerzas.
Desde allí navegó de nuevo a Opis, una ciudad situada en ese río. En
su viaje destruyó las presas que existían en el río, y así hizo que la
corriente quedara nivelada. Estas presas habían sido construidas por
los persas, para prevenir que cualquier enemigo con una fuerza naval
superior partiera desde el mar a su país. Los persas habían recurrido a
estos artilugios porque no eran un pueblo náutico; por lo tanto
haciendo una sucesión ininterrumpida de presas habían convertido el
viaje por el Tigris en una cuestión imposible. Pero Alejandro dijo que
estos dispositivos eran impropios para hombres que son victoriosos en
la batalla; por lo que él consideraba este medio de seguridad
inadecuado para él; y al demoler el laborioso trabajo de los persas,
demostró de hecho que lo que pensaban que era una protección, era
indigno del nombre.
CAPÍTULO VIII. PROBLEMAS EN EL EJÉRCITO

Cuando llegó a Opis, reunió a los macedonios y anunció que


tenía la intención de dar de baja del ejército a los que eran inútiles para
el servicio militar ya sea por edad o por haber sido mutilado en las
extremidades; y dijo que los enviaría de regreso a sus propios hogares.
También se comprometió a dar como recompensa extra a los que
regresaran, tanto como para convertirlos en objetos especiales de
envidia a los de su casa y despertar en los otros macedonios el deseo
de compartir peligros y trabajos similares. Alejandro dijo esto, sin
duda, con el fin de complacer a los macedonios; pero por el contrario,
se sentían, no sin razón, ofendidos por el discurso que pronunció,
pensando que ahora eran despreciados por él y considerados como
inútiles para los servicios militares. De hecho, a lo largo de toda esta
expedición se les había ofendido con muchas otras cosas; por su
adopción del vestido persa, demostrando su desprecio por su opinión,
lo que a menudo les causó dolor, como lo hizo también proveyendo de
equipamiento militar a los soldados extranjeros llamados epígonos al
estilo macedonio y la mezcla de los jinetes extranjeros en las filas de los
Compañeros. Por eso no podían permanecer en silencio y controlarse a
sí mismos, pero lo instaron a despedir a todos ellos de su ejército; y le
aconsejaron continuar la guerra en compañía de su padre, burlándose
de Amón por esta observación. Cuando Alejandro oyó esto (ya que en
ese momento estaba más precipitado de temperamento que hasta
ahora, y no ya, como antaño, indulgente con los macedonios de tener
un séquito de asistentes extranjeros), saltando hacia abajo desde la
plataforma con sus oficiales a su alrededor, ordenó que fuera arrestado
el más conspicuo de los hombres que habían tratado de incitar a la
multitud a la sedición. El mismo señaló con la mano a los guardias
escuderos a aquellos a quienes iban a arrestar, en número de trece, y
ordenó que fueran llevados a la ejecución. Cuando el resto, golpeado
por el terror, quedó en silencio, él subió a la plataforma de nuevo, y
dijo lo siguiente:
CAPÍTULO IX. ALEJANDRO HABLA

«Macedonios, mi discurso no estará dirigido a detener vuestro


impulso de volver a casa; por lo que a mí respecta pueden ir donde
quieran. Pero quiero que se den cuenta al apartarse de lo que he hecho
por ustedes, y de lo que ustedes han hecho por mí. Permítanme
comenzar, como es justo, por mi padre Filipo. Él los encontró vagando
sin recursos, muchos de ustedes vestidos con pieles de ovejas y
pastando pequeños rebaños en las montañas, defendiéndose con
dificultad de ilirios, tribalianos y tracios vecinos. Les dio capas para
usar en lugar de pieles de oveja, los trajo de las montañas a las
llanuras, y los convirtió en capacitados para la guerra contra los
bárbaros vecinos, debiendo vuestra su seguridad a vuestra propia
valentía y ya no a la confianza en sus fortalezas montañosas. Os hizo
habitantes de la ciudad y los civilizó con buenas leyes y costumbres.
Sobre esos bárbaros que solían acosarlos y saquear vuestros bienes, los
convirtió en sus líderes en lugar de sus esclavos y súbditos. Anexó
gran parte de Tracia a Macedonia, se apoderó de las ciudades costeras
más favorables y abrió el país al comercio y les permitió explotar sus
minas sin ser molestados. Los convirtió en gobernantes de los tesalios,
ante los cuales ustedes solían morirse de miedo, humilló a los focenses
y así abrió un camino ancho y fácil en Grecia en lugar de uno estrecho
y difícil. Los atenienses y tebanos, que permanentemente estaban a
punto de atacar Macedonia, tanto los humilló (y yo lo ayudaba en esta
tarea) que en vez de tener ustedes que pagar tributo a los atenienses y
estar bajo el dominio de los tebanos, ahora a su vez, ellos tuvieron que
buscar seguridad de nosotros. Marchó al Peloponeso y arregló los
asuntos allí también. Fue nombrado comandante en jefe de toda Grecia
para la campaña contra los persas, pero prefirió asignar el crédito a
todos los macedonios y no sólo a sí mismo.
Tales fueron los logros de mi padre; como podéis ver por
vosotros mismos, son grandes, pero pequeños en comparación con los
míos. Heredé de mi padre unas cuantas tazas de oro y plata, y menos
de 60 talentos en el tesoro; Filipo tenía deudas por valor de 500
talentos, y yo tomé un préstamo por otros 800. Partí de un país que
apenas podía sostenerlos e inmediatamente abrí el Helesponto para
ustedes, a pesar de que los persas detentaban el dominio del mar.
Derroté en un combate de caballería a los sátrapas de Darío y anexé a
vuestro dominio toda la Jonia y Eolide, Frigia y Lidia, y tomé por
asalto Mileto.

Todo el resto llegó a nuestro lado espontáneamente, y yo lo hice


vuestro para vuestro regocijo. Toda la riqueza de Egipto y Cirene, que
gané sin luchar, ahora son vuestros, Celesiria, Palestina y Mesopotamia
son vuestra posesión, Babilonia, Bactria y Elam les pertenecen, sois
dueños de la riqueza de Lidia, los tesoros de Persia, las riquezas de la
India y el Océano Exterior. Sois sátrapas, sois generales, sois capitanes.
En cuanto a mí, ¿qué me queda de todos estos trabajos? Apenas este
manto púrpura y una diadema. [...]

Yo no me he apropiado de nada para mí, ni tampoco nadie puede


señalar mis tesoros, excepto estas posesiones suyas o las cosas que
estoy custodiando en vuestro nombre. Individualmente, sin embargo,
no tengo ningún motivo para protegerlas, ya que yo me alimento de la
misma comida que ustedes, y solo tomo la misma cantidad de sueño.
No, no creo que mi alimento sea tan bueno como el de aquellos de
entre ustedes que viven lujosamente; y sé que a menudo me siento a la
noche a vigilar por ustedes, para que puedan dormir.
CAPÍTULO X. CONTINÚA EL DISCURSO DE ALEJANDRO

"Pero alguien podría decir, que mientras que ustedes sufrieron


fatiga y el cansancio, yo he adquirido estas cosas como su líder
compartir el esfuerzo y la fatiga. ¿Pero quién de vosotros sabe si ha
sufrido tanto esfuerzo por como yo lo he hecho por él? Que venga
ahora, cualquiera de vosotros que tenga heridas, que las descubra y las
muestre, y yo mostraré las mías a su vez; porque no hay parte alguna
de mi cuerpo, en todo caso, que esté libre de heridas; ni existe
cualquier tipo de arma utilizada, ya sea para combate cuerpo a cuerpo
o para lanzarla al enemigo, cuyas huellas no lleve en mi persona.
Porque he sido herido con la espada en combate cuerpo a cuerpo, se
me han disparado flechas, y he sido golpeado con proyectiles lanzados
desde máquinas de guerra; y aunque muchas veces he sido golpeado
con piedras y pernos de madera por el bien de sus vidas, su gloria y su
salud, aún estoy guiándolos como conquistadores de toda la tierra y el
mar, todos los ríos, montañas y llanuras. He celebrado vuestras bodas
con la mía, y los hijos de muchos de ustedes serán similares a mis hijos.
Además he liquidado a todos los que habían provocado, sin indagar
demasiado acerca del propósito por el que habían sido contratados, a
pesar de que ustedes recibieron un pago tan significativo y llevaron
tanto botín cada vez que hubo botín obtenido después de un asedio. La
mayoría de ustedes tienen coronas de oro, los eternos monumentos a
su valor y el honor que recibieron de mí. Quien haya sido asesinado se
ha encontrado con un final glorioso y ha sido honrado con un
espléndido entierro. Estatuas de bronce de la mayoría de los muertos
han sido levantadas en casa, y sus padres son tenidos en honor) siendo
liberados de todo servicio público y de los impuestos. Pero ninguno de
vosotros ha sido asesinado huyendo bajo mi liderazgo. Y ahora tenía la
intención de enviar de vuelta a aquellos de ustedes que no son aptos
para el servicio, objeto de envidia de los que están en casa; pero ya que
todos desean partir, ¡partan todos ustedes! Vayan y cuenten en casa
que vuestro rey Alejandro, el conquistador de los persas, medos,
bactrianos, y sacianos; el hombre que ha subyugado a lo uxianos,
aracocianos y drangianos, quien también ha conseguido el imperio de
los partos, corasmianos e hircanios, hasta el Mar Caspio; que ha
marchado sobre el Cáucaso, a través de las Puertas del Caspio, que ha
cruzado los ríos Oxo y Tanais, y el Indo, además, que nunca ha sido
cruzado por ninguna otra persona excepto Dionisio; que también ha
cruzado el Hidaspes, Acesines e Hidraotes, y que habría cruzado el
Hifasis, si vosotros no hubierais retrocedido con alarma; que ha
penetrado en el Gran Mar por ambas bocas del Indo; que ha marchado
a través de la desierto de Gedrosia, donde nadie nunca marchó con un
ejército; quien en su recorrido tomó posesión de Carmania y la tierra
de los oricianos, además de sus otras conquistas, habiendo su flota en
el ínterin navegado alrededor de la costa del mar que se extiende desde
la India hasta Persia — informado que cuando vosotros retornasteis a
Susa, desertásteis de mí y os fuisteis, su entregándolo a la protección
de los extranjeros conquistados Quizás este informe vuestro será a la
vez glorioso para vosotros a los ojos de los hombres y devoto yo sea a
los ojos de los dioses. Partid! ".
CAPÍTULO XI. LA RECONCILIACIÓN

Habiendo hablado así, saltó rápidamente de la plataforma, y


entró en el palacio, donde no prestó atención al arreglo de su persona,
ni admitió a ninguno de sus Compañeros que lo viera. Ni siquiera en la
mañana fue admitido alguno de ellos a una audiencia; pero al tercer
día llamó a los persas elegidos adentro y entre ellos distribuyó los
comandos de las brigadas, y dictó la regla de que sólo aquellos que él
proclamaba como sus parientes, tendrían el honor de saludarlo con un
beso. Pero los macedonios que oyeron el discurso se sorprendieron por
completo en el momento, y permanecieron allí en silencio cerca de la
plataforma; tampoco cuando se retiró ninguno de ellos acompañó al
rey, salvo sus Compañeros personales y los guardaespaldas. A pesar
de que permanecieron, la mayoría de ellos no tenía nada que hacer o
decir, y sin embargo no estaban dispuestos a retirarse. Pero cuando se
les comunicó la noticia acerca de los persas y los medos, que los
mandos militares se estaban dando a los persas, que los soldados
extranjeros estaban siendo seleccionados y divididos en compañías,
que una guardia de infantería persa, Compañeros infantes persas, un
regimiento de persas con escudos de plata, así como los Compañeros
de caballería, y otra guardia real de caballería distinta de estas, eran
llamados con nombres macedonios, no pudieron ya contenerse; pero
corriendo en grupo al palacio, abandonaron su armas delante de las
puertas como signos de súplica al rey. De pie frente a las puertas,
gritaron, suplicando que se les permitiera entrar, y diciendo que
estaban dispuestos a entregar a los hombres que habían sido los
instigadores de los disturbios en esa ocasión, y los que habían iniciado
el clamor. También declararon que no se retirarían de las puertas ya
fuera de día o de noche, a menos que Alejandro tuviera un poco de
piedad por ellos. Cuando fue informado de esto, salió sin demora; y
viéndolos en el suelo con humilde apariencia, y oyendo a la mayoría
de ellos lamentándose en alta voz, las lágrimas comenzaron a fluir
también desde sus propios ojos. Hizo un esfuerzo para decirles algo,
pero ellos continuaron sus insistentes ruegos. Por fin, uno de ellos,
Callines de nombre, un hombre notable, tanto por su edad y porque
era un capitán de la caballería de los Compañeros, dijo lo siguiente:
"¡Oh rey, lo que aflige a los macedonios es que tú ya has hecho a algunos de los
persas parientes tuyos, y que los persas son llamados hermanos de Alejandro,
y tienen el honor de saludarte con un beso; mientras que ninguno de los
macedonios hasta ahora ha disfrutado de este honor". Entonces Alejandro
interrumpiéndole, dijo: "Pero a todos ustedes, sin excepción, los considero
mis hermanos, y así desde ahora los voy a llamar." Y habiendo dicho esto,
Callines avanzó y lo saludó con un beso, y lo mismo hicieron todos los
que querían saludarlo. Entonces tomaron sus armas y volvieron al
campamento, gritando y cantando una canción de acción de gracias.
Después de esto Alejandro ofreció sacrificios a los dioses a los que se
tenía la costumbre de sacrificar, y dio un banquete público, que él
mismo presidió, con los macedonios sentados alrededor de él, y junto a
ellos los persas; después de éstos venían los hombres de las otras
naciones, preferidos en honor a su rango personal o por alguna acción
meritoria. El rey y sus invitados tomaron vino del mismo recipiente y
escanciaron las mismas libaciones, tanto los profetas griegos y los
magos comenzando la ceremonia. Oró por otras bendiciones, y sobre
todo porque la armonía y la comunidad de gobierno pudieran existir
entre los macedonios y los persas. La cuenta es, que los que tomaron
parte en el banquete fueron 9.000 en número, que todos ellos
escanciaron una libación, y después cantaron una canción de acción de
gracias.
CAPÍTULO XII. PROBLEMAS ENTRE ANTÍPATRO Y
OLIMPIA

Luego, aquellos de los macedonios que no eran aptos para el


servicio en razón de su edad o cualquier otra desgracia, regresaron por
su propia voluntad, en número aproximadamente de 10.000. A ellos
Alejandro les dio la paga no sólo por el tiempo que había transcurrido
ya, sino también por el que tardarían en volver a casa. También le dio a
cada uno un talento, además de su salario. Si alguno de ellos tenía hijos
con mujeres asiáticas, les ordenó que las dejaran atrás con él, para no
introducir en Macedonia una causa de discordia, llevando con ellos
niños de las mujeres extranjeras que eran de una raza diferente a los
niños que habían dejado en casa nacidos de madres macedonias.
Prometió encargarse de que serían educados como macedonios,
educándolos no sólo en cuestiones generales, sino también en el arte de
la guerra. También se comprometió a llevarlos a Macedonia cuando
llegaran a la madurez, y entregarlos a sus padres. Estas inciertas y
oscuras promesas fueron hechas para ellos mientras partían; y pensó
que estaba dando la prueba más indiscutible de la amistad y el afecto
que sentía por ellos enviando con ellos, como tutor y líder de la
expedición, a Crátero, su hombre más fiel, y al que valoraban
igualmente que a él. Entonces, después de haber saludado a todos, los
despidió con lágrimas así como llorando por su presencia. Ordenó a
Crátero que condujera a estos hombres de vuelta, y cuando lo hubiera
hecho, tomara sobre sí el gobierno de Macedonia, Tracia y Tesalia, y
que presidiera la libertad de los griegos. También ordenó a Antípatro
que le trajera los macedonios en edad viril como sucesores de los que
eran enviados de vuelta. Envió a Polispercón también con Crátero,
como su segundo al mando, de modo que si le sucedía cualquier
percance a Crátero en la marcha (ya que él lo enviaba de vuelta a causa
de la debilidad de su salud), los que iban no quedaran en necesidad de
un general. También circulaba un informe secreto acerca de que
Alejandro estaba ahora agobiado por las acusaciones de su madre
sobre Antipatro, y que deseaba sacarlo de Macedonia. Este informe
estuvo vigente entre los que interpretan las acciones reales más
celosamente cuanto más se ocultan, y que se inclinan a analizar la
fidelidad como algo malo en lugar de aceptarlo como real; un curso al
que se ven conducidos por las apariencias y por su propia
depravación. Pero quizás este envío por medio de Antípatro no fue
diseñado para su deshonra, sino más bien para evitar consecuencias
desagradables a Antípatro y Olimpia en su pelea, y que él no pudiese
rectificar. Porque ellos escribían incesantemente a Alejandro, el
primero diciendo que la arrogancia, la aspereza, y entrometimiento de
Olimpia era sumamente impropio para la madre del rey; hasta el punto
que a Alejandro se lo relacionaba con haber utilizado el siguiente
comentario en referencia a los informes que recibió sobre su madre;
que ella estaba exigiendo de él un pesado alquiler por los diez meses.
La reina escribió que Antípatro era arrogantemente insolente en sus
pretensiones de soberanía, así como en el servicio de su corte, no
recordando ya quien lo había nombrado, pero reclamando ganar y
mantener el primer puesto entre los griegos, e incluso de los
macedonios. Estos calumniosos informes sobre Antípatro parecían
tener más peso con Alejandro, ya que eran más formidables en cuanto
a la dignidad regia. Sin embargo, no se informó acerca de ningún acto
hostil o palabra del rey, de la que cualquiera pudiera inferir que
Antípatro era de alguna manera menos en su favor que antes.
CAPÍTULO XIII. SOBRE LAS AMAZONAS

Se dice que Hefestión muy en contra de su voluntad cedió a este


argumento y se reconcilió con Eumenes, quien por su parte quería
solucionar el conflicto. Se dice que en este viaje Alejandro vió la llanura
que se dedicaba a las yeguas reales. Heródoto dice que la llanura era
llamada Nisea, y que las yeguas eran llamadas Niseas; añadiendo que
en tiempos pretéritos había 150.000 de estos caballos. Pero en este
momento Alejandro no encontró no más de 50.000; la mayoría de ellos
habían sido llevados por los ladrones. Aquí se dice que Atropates, el
virrey de Media, le dió un centenar de mujeres, diciendo que eran de la
raza de amazonas. Estas habían sido equipadas con las armas de jinetes
masculinos, excepto que llevaban hachas en lugar de lanzas y y
pequeños protectores redondos en lugar de escudos. También dicen
que tenían el pecho derecho más pequeño que el izquierdo, y que lo
exponían en la batalla. Alejandro las expulsó del ejército, para que no
pudiera ser hecho intento alguno de violar por de los macedonios o de
los bárbaros; y les ordenó que llevaran su palabra a su reina diciendo
que estaba llegando con el fin de procrear hijos con ella. Pero esta
historia no ha sido registrada ni por Aristóbulo ni por Ptolomeo, ni
ningún otro escritor que sea una autoridad confiable sobre estas
cuestiones. Ni siquiera creo que la raza de amazonas hubiera
sobrevivido hasta ese momento, o incluso antes de la época de
Alejandro; de lo contrario habrían sido mencionadas por Jenofonte,
quien menciona a los fasianos, cólquidos y todas las otras razas
bárbaras sobre las que los griegos vinieron, cuando empezaron desde
Trapezus o antes de que marcharan hacia Trapezus. Sin duda se
habrían relacionado allí con las amazonas, si es que todavía existían.
Sin embargo, no me parece creíble que esta raza de mujeres no tuviera
existencia en absoluto, ya que ha sido celebrado por muchos poetas
famosos. El informe general es que Heracles marchó contra ellas y trajo
el cinturón de la reina Hipólita a Grecia; y que los atenienses bajo Teseo
fueron los primeros en conquistar y rechazar a estas mujeres a medida
que avanzaban en Europa. La batalla de los atenienses y las amazonas
ha sido pintada por Micón, no menos que la de los atenienses y los
persas. Heródoto también ha escrito con frecuencia sobre estas mujeres
y también lo han hecho los escritores atenienses que han honrado con
discursos a los hombres que murieron en la guerra. Han mencionado la
hazaña de los atenienses contra las amazonas como una de sus glorias
especiales. Si entonces Atropates mostró a Alejandro a alguna mujer
ecuestre, creo que debe de haberle mostrado algunas otras mujeres
extranjeras formadas en la equitación, y equipadas con las armas que
se decía que eran las de las amazonas.
CAPÍTULO XIV. MUERTE DE HEFESTIÓN

En Ecbatana Alejandro ofreció sacrificio conforme a su


costumbre, por su buena fortuna; y celebró un concurso de gimnasia y
música. También mantuvo reuniones de bebedores con sus
Compañeros. En este momento Hefestión enfermó; y se dice que el
estadio estaba lleno de gente en el séptimo día de su fiebre, porque ese
día había un concurso de gimnasia para niños. Cuando Alejandro fue
informado que Hefestión se encontraba en estado crítico, fue a él sin
demora, pero lo encontró ya muerto. Diferentes autores han dado
diferentes explicaciones del dolor de Alejandro en esta ocasión; pero
todos están de acuerdo en esto, que su dolor era grande. En cuanto a lo
que se hizo en honor de Hefestión, se hacen diversas declaraciones, tal
como cada escritor fue accionado por la buena voluntad o la envidia
hacia él, o incluso hacia el propio Alejandro. De los autores que han
hecho estas imprudentes declaraciones, algunos me parece que han
pensado que todo lo que dijo o hizo Alejandro para mostrar su
excesivo dolor hacia el hombre que le era el más querido en el mundo,
redunda en su honor; mientras que otros parecen pensar que tendía a
su desgracia, como siendo conducta impropia a cualquier rey y
especialmente a Alejandro. Algunos dicen que se arrojó sobre el cuerpo
de su compañero y se quedó allí durante la mayor parte del día,
lamentándose y negándose a apartarse de él, hasta que fue llevado a la
fuerza a distancia por sus Compañeros. Otros que yació sobre el
cuerpo durante todo el día y la noche. Otros, dicen que hizo ahorcar al
médico Glaucias, por haber dado indiscretamente la medicina;
mientras que otros afirman que, estando como espectador de los
juegos, descuidóa Hefestión, que estaba lleno de vino. Que Alejandro
se debería haber cortado el cabello en honor del muerto, yo no lo creo
improbable, tanto por otras razones y sobre todo por el deseo de imitar
a Aquiles, a quien desde su niñez tuvo la ambición de competir. Otros
también dicen que el propio Alejandro condujo el carro que se había
llevado el cuerpo, pero no creo en esta declaración de manera alguna.
Otros más afirman que ordenó que el santuario de Asclepio en
Ecbatana fuera arrasado hasta los cimientos; lo que fue un acto de
barbarie, y de ningún modo en armonía con el comportamiento
general de Alejandro, sino más bien de acuerdo con la arrogancia de
Jerjes en su trato la deidad, que se dice que había dejado grilletes en el
Helesponto, con el fin de castigarlo en verdad. Sin embargo, la
siguiente declaración, que ha sido registrada, no me parece totalmente
fuera del alcance de la probabilidad que cuando Alejandro marchaba a
Babilonia, se encontró en el camino con muchas embajadas de Grecia,
entre las que había algunos enviados de Epidauro, que obtuvieron de
él sus peticiones. También les dio una ofrenda que debía ser
transportada a Asclepio, agregando este comentario: "Aunque Asclepio
no me ha tratado con justicia, al no haber salvado la vida de mi compañero, a
quien yo valoraba por igual con mi propia cabeza".Se ha dicho por la
mayoría escritores que ordenó que se rindieran siempre honores a
Hefestión como un héroe, y algunos dicen que incluso envió hombres
al templo de Amón a pedir al dios si era permisible ofrecer sacrificio a
Hefestión como un dios, pero Amón respondió que no era permisible.
Todas las autoridades, sin embargo, están de acuerdo en cuanto a los
siguientes hechos: que hasta el tercer día después de la muerte de
Hefestión, Alejandro ni probó la comida ni prestó atención a su aspecto
personal, sino que yacía en el suelo, ya fuera llorando o quejándose en
silencio; que también ordenó una pira funeraria que estuviera
preparada para él en Babilonia a costa de 10.000 talentos; algunos
dicen, que a un costo aún mayor, y que se publicó un decreto en todo
el territorio bárbaro para el mantenimiento de un duelo público.
Muchos de los Compañeros de Alejandro se dedicaron a sí mismos y a
sus armas al muerto Hefestión con el fin de mostrar su respeto hacia él;
y el primero en iniciar el artificio fue Eumenes, al que poco tiempo
atrás se mencionaba como habiendo estado en desacuerdo con él. Esto
hizo que Alejandro no pensara que estaba contento con la muerte de
Hefestión. Alejandro no designó a nadie para ser comandante de la
caballería de los Compañeros en lugar de Hefestión, para que el
nombre de ese general no se perdiera de la brigada; pero la división de
caballería todavía se llamaba Hefestión y la figura de Hefestión iba al
frente de ella. También decidió celebrar un concurso de gimnasia y
musical, mucho más magnífico que cualquiera de los anteriores, tanto
por la multitud de competidores como por la cantidad de dinero
invertido en ella. El proporcionó 3.000 competidores en total, y se dice
que estos hombres poco tiempo después también compitieron en los
juegos celebrados en el funeral del propio Alejandro.
CAPÍTULO XV. EMBAJADAS ANTE ALEJANDRO

El duelo se prolongó por muchos días; y cuando estaba


empezando a recobrarse, bajo tales circunstancias sus Compañeros
tuvieron menos dificultades para despertarlo a la acción. Entonces por
fin hizo una expedición contra los coseanos, una raza guerrera lindante
con en el territorio de lo uxianos. Son montañeses, que habitan
posiciones fuertes en aldeas separadas. Siempre que una fuerza se
acercaba a ellos, tenían la costumbre de retirarse a las cumbres de sus
montañas, ya fuera en conjunto o por separado, cuando a los hombres
les parecía posible; y así escapaban, dificultando a quienes les atacaban
con sus fuerzas acercarse a ellos. Después de la partida del enemigo,
acostumbraban a merodear nuevamente, ocupación por la cual ellos se
mantenían. Pero Alejandro sometió a esta raza, a pesar de que marchó
contra ellos en invierno; pues ni el invierno ni la aspereza del terreno
era impedimento alguno para él o para Ptolomeo, hijo de Lago, que
lideró una parte del ejército en la campaña contra ellos. Así, ninguna
empresa militar que Alejandro emprendió terminó fracasando.
Mientras marchaba de regreso a Babilonia, se encontró con las
embajadas de los libios, que lo felicitaron y coronaron como
conquistador del reino de Asia. De Italia también vinieron brucios,
lucanos, y tirrenos como enviados, con el mismo propósito. Los
cartagineses se dice que le enviaron una embajada en este momento; y
también se afirma que llegaron enviados etíopes a pedir su amistad,
escitas de Europa, galos, iberos, naciones cuyos nombres eran
escuchados y sus pertrechos eran vistos entonces por primera vez por
griegos y macedonios. También se dice que encomendaron a Alejandro
la tarea de resolver sus disputas entre sí. Entonces sí que era
especialmente evidente tanto para él como para los que le rodeaban,
que él era el señor de toda la tierra y el mar. De los hombres que han
escrito la historia de Alejandro, Aristos y Asclepíades bastan para decir
que los romanos también le enviaron una embajada, y que cuando se
encontró con su embajada, predijo algo acerca del poder futuro de
Roma, observando el atuendo de sus hombres, su amor al trabajo, y su
devoción a la libertad. Al mismo tiempo, hizo averiguaciones urgentes
sobre su constitución política. Este incidente lo he registrado ni como
ciertamente auténtico ni tan increíble por completo; pero ninguno de
los escritores romanos han hecho mención alguna a esta embajada
como habiendo sido enviada a Alejandro; ni de los que han escrito un
relato de las acciones de Alejandro, ya sea Ptolomeo, hijo de Lago o
Aristóbulo, la mencionan. Con estos autores estoy generalmente de
acuerdo. Tampoco parece probable que la república romana, que era en
ese momento destacada por su amor a la libertad, enviara una
embajada a un rey extranjero, sobre todo a un lugar tan lejos de su
propia tierra, en tanto no estaban obligados a hacerlo así por temor o
por alguna esperanza de ventaja, estando poseídos como estaban, más
allá de cualquier otro pueblo, por odio al nombre y raza de déspotas.
CAPÍTULO XVI. LOS MAGOS CALDEOS

Después de esto, Alejandro envió a Heráclides, hijo de Argeo, a


Hircania al mando de una compañía de carpinteros de buques, con la
orden de cortar madera de las montañas de Hircania y con ello
construir una serie de naves de guerra, algunos sin cubiertas y otras
con cubiertas según la manera griega de construcción naval. El estaba
muy deseoso de descubrir con qué mar el llamado Hircanio o Caspio
se une; si se comunica con el agua del mar Euxino, o si el mar Grande
viene justo y alrededor del Mar del Este, que está cerca de la India y
fluye hacia el Golfo de Hircania; del mismo modo que había
descubierto que el mar Pérsico, que fue llamado Mar Rojo, en realidad
es un golfo del Mar Grande. Las fuentes del mar Caspio no se han
descubierto todavía, aunque muchos países moran a su alrededor, y
ríos navegables descargan sus aguas en él. A partir de Bactria, el Oxo,
el más grande de los ríos asiáticos, exceptuando los de India, descargan
en este mar, y a través de Escitia fluye el Jaxartes. El relato es que el
Araxes, que también fluye de Armenia, cae en el mismo mar. Estos son
los más grandes; pero muchos otros desembocan en ellos, mientras que
otros más se descargan directamente en este mar. Algunos de ellos
eran conocidos por los que visitaron estas naciones con Alejandro;
otros están situados más lejos hacia el lado del golfo, como parece, en
el país de los escitas nómadas, un distrito que es bastante desconocido.
Cuando Alejandro cruzó el río Tigris con su ejército y marchaba a
Babilonia, fue recibido por los filósofos caldeos, quienes, llevándolo
lejos de sus compañeros, le rogaron suspender su marcha a esa ciudad.
Ellos decían que una declaración oracular se les había presentado por
el dios Belus, que su entrada a Babilonia en ese momento no sería para
su bien. Pero él contestó a su discurso con una frase del poeta
Eurípides en este sentido "El mejor profeta es el que también adivina.",
Pero dijeron los caldeos: "¡Oh rey, en todo caso, no entres en la ciudad
mirando hacia el oeste, ni conduzcas el ejército en esa dirección; más bien ve
hacia el este". Pero esto no resultaba ser fácil para él, a causa de la
dificultad del terreno; la deidad le conducía al lugar donde entrando,
estaba condenado a morir pronto. Y tal vez era mejor para él saltar a la
fama en el colmo de su gloria, así como los afectos tenidos para con él
por los hombres, antes que cualquiera de las vicisitudes naturales de
los hombres cayera sobre él. Probablemente esta fue la razón que Solon
aconsejó a Creso bucar al final de una larga vida, y no declarar antes a
todo hombre feliz. Sí, verdaderamente la muerte de Hefestión había
sido una gran desgracia para Alejandro; y yo creo que más bien se ha
ido antes de que ocurriera que el haber vivido para experimentarlo; no
menos de Aquiles, como me parece, hubiera preferido morir antes de
Patroclo que haber sido el vengador de su muerte.
CAPÍTULO XVII. ALEJANDRO NO SIGUE EL CONSEJO DE
LOS MAGOS

Pero él tenía la sospecha de que los caldeos estaban tratando de


evitar su marcha a Babilonia en ese momento con referencia más bien a
su propio beneficio que a la declaración del oráculo. Porque en el
medio de la ciudad de los babilonios estaba el templo de Belus, un
edificio muy grande en tamaño, construida de ladrillos cocidos que
estaban cementados con betún. Este templo había sido arrasado hasta
los cimientos por Jerjes, a su regreso de Grecia; así como también todos
los otros edificios sagrados de los babilonios. Algunos dicen que
Alejandro había tomado la resolución de reconstruirlo sobre sus
anteriores bases; y por esta razón ordenó a los babilonios sacar el
montículo. Otros dicen que tenía la intención de construir uno aún más
grande que el que existía anteriormente. Pero después de su partida,
los hombres a los que se les había confiado el trabajo lo prosiguieron
sin vigor, de modo que ahora decidió emplear la totalidad de su
ejército en la realización del mismo. Una gran cantidad de tierra, así
como de oro había sido dedicada al dios Belus por los reyes asirios; y
desde antaño el templo se mantuvo en reparación y se ofrecían
sacrificios al dios. Pero en ese tiempo los caldeos fueron apropiándose
de la propiedad del dios, ya que no existía nada en el que los
impuestos pudieran ser gastados. Alejandro sospechaba que no
querían que entrara a Babilonia por esta razón, por miedo a que en
poco tiempo la terminación del templo les privaría de los beneficios
derivados de ese dinero. Y, sin embargo, de acuerdo a Aristóbulo,
estaba dispuesto a ceder a sus intentos de persuadirlo hasta, al menos,
en cuanto a cambiar el rumbo de su entrada en la ciudad. A tal efecto,
en el primer día acampó cerca del río Eufrates; y al día siguiente
marchó a lo largo de la orilla, manteniendo el río a su derecha, con la
intención de pasar más allá de la parte de la ciudad vuelto hacia el
oeste, y allí girando en derredor para dirigir a su ejército hacia el este.
Pero a causa de la dificultad del terreno no pudo marchar con su
ejército en esa dirección; porque si un hombre que está entrando en la
ciudad desde el oeste, cambia aquí su dirección hacia el este, se
encuentra con un suelo cubierto de pantanos y bancos de arena. Por lo
tanto, en parte por su propia voluntad y en parte contra su voluntad,
desobedeció al dios.
CAPÍTULO XVIII. LA MUERTE DE ALEJANDRO SE
PREDICE

Además, Aristóbulo ha registrado la siguiente historia:


Apolodoro el Anfipolitano, uno de los Compañeros de Alejandro, era
general del ejército que el rey había dejado con Mazeo, el virrey de
Babilonia. Cuando unió sus fuerzas con las del rey al regreso de este
último de India, y observó que estaba castigando severamente a los
virreyes que habían sido colocados en los diversos países, envió a su
hermano Pitágoras y le pidió que adivinara acerca de su seguridad.
Pitágoras era un adivino que derivaba su conocimiento del futuro de la
inspección de las entrañas de los animales. Este hombre envió de
vuelta a Apolodoro, preguntándole a quién temía tanto como para
desear consultar a la adivinación. Este último respondió: "Al mismo
rey y a Hefestión." Pitágoras entonces, en primer lugar, ofreció
sacrificio con referencia a Hefestión. Pero como no había lóbulo visible
en el hígado de la víctima sacrificial, señaló este hecho en una carta que
selló y envió a su hermano de Babilonia a Ecbatana, explicando que no
había motivo alguno para temer a Hefestión, pues en poco tiempo
estaría fuera de su camino. Y Aristóbulo dice que Apolodoro recibió
esta carta sólo un día antes de que Hefestión muriera. Luego Pitágoras
volvió a ofrecer sacrificio con respecto a Alejandro, y el hígado de la
víctima consultado con respecto a él también carecía de lóbulo. Por lo
tanto, escribió a Apolodoro con el mismo tenor sobre Alejandro que
como sobre Hefestión. Apolodoro no ocultó la información que le
enviaron, pero le dijo a Alejandro, para demostrar lo más posible su
buena voluntad havia el rey, le instó a ponerse en guardia, no fuera
que algún peligro cayera sobre él en ese momento. Y Aristóbulo dice
que el rey elogió Apolodoro, y cuando entró en Babilonia, preguntó a
Pitágoras qué signo había encontrado como para inducirlo a escribir
así a su hermano. Dijo que el hígado de la víctima sacrificada por él no
tenía lóbulo. Cuando Alejandro le preguntó qué significaba la señal, él
dijo que era una muy desastrosa. El rey estaba tan lejos de estar
enojado con él, que incluso lo trataba con el mayor respeto, por decirle
la verdad sin ningún ambage. Aristóbulo dice que él mismo escuchó
esta historia de Pitágoras, y añade que el mismo hombre actuó como
adivino para Pérdicas y después para Antígono, y que el mismo signo
ocurrió para los dos. Fue verificado de hecho; porque Pérdicas perdió
la vida comandando un ejército contra Ptolomeo y Antígono fue
muerto en la batalla librada por él en Ipso contra Seleuco y Lisímaco.
También en relación a Calano, el filósofo indio, ha sido registrada la
siguiente historia. Cuando iba a la pira funeraria a morir, dio saludo de
despedida a todos sus otros compañeros, pero se negó a acercarse a
Alejandro a darle el saludo, diciendo que iba a encontrarse con él en
Babilonia y allí le saludaría. En el momento esta observación fue
considerada con negligencia, pero después, cuando Alejandro murió
en Babilonia, volvió al recuerdo de los que la habían oído, y pensaron
en verdad que era una insinuación divina del próximo fin de
Alejandro.
CAPÍTULO XIX. SE PREPARA LA INVASIÓN DE ARABIA

A medida que entraba en Babilonia, era recibido por embajadas


de los griegos; pero con qué propósito había sido enviada cada
embajada no ha sido registrado. A mí, me parece ciertamente probable
que la mayoría de ellos hayan llegado para coronarlo y elogiarlo a
causa de sus victorias, en especial los indios, como para decir también
que los griegos se regocijaron ante su regreso a salvo de la India. Se
dice que saludó a estos hombres con la mano derecha, y después de
rendirles la honra adecuada los envió de vuelta. También permiso dio a
los embajadores para llevar consigo todas las estatuas de hombres y las
imágenes de los dioses y los otros exvotos que Jerjes había llevado
desde Grecia a Babilonia, Pasargada, Susa, o cualquier otro lugar de
Asia. De esta manera, se dice que las estatuas de bronce de Harmodio
y Aristogitón, así como la imagen de Artemisa Celcea, fueron llevadas
de nuevo a Atenas. Aristóbulo dice que encontró en Babilonia la flota
con Nearco, que había zarpado desde el Mar Pérsico hasta el río
Eufrates; y otra, que había sido conducida desde Fenicia, que constaba
de dos quinquerremes fenicios, tres quadriremes, doce trirremes y
treinta triacónteras. Estos habían sido despiezados y transportados
hasta el río Eufrates desde Fenicia hasta la ciudad de Tapsaco. Allí
fueron unidos de nuevo y embarcados hacia Babilonia. El mismo
escritor dice que él taló los cipreses en Babilonia y con ellas construyó
otra flota; en la tierra de los asirios estos árboles son abundantes, pero
con respecto a las otras cosas necesarias para la construcción de barcos,
este país no ofrecía nada. Una multitud de pescadores de púrpura de
pescado y otros hombres de mar vinieron de Fenicia y del resto de las
poblaciones costeras para servir como tripulación de los buques y
realizar los otros servicios a bordo. Cerca de Babilonia hizo un puerto
de excavación lo suficientemente grande como para permitir el anclaje
de 1.000 buques de guerra; y al lado del puerto hizo astilleros. Miccalo
de Clazomene fue enviado a Fenicia y Siria con 500 talentos para
reclutar algunos hombres y para comprar otros experimentados en
asuntos náuticos. Alejandro designó para colonizar el terreno costero
cerca del Golfo Pérsico, así como las islas en ese mar. El pensaba que
esta tierra se convertiría en no menos próspera que Fenicia. Hizo estas
preparativos de la flota para atacar el cuerpo principal de los árabes,
bajo el pretexto de que eran los únicos bárbaros de esta región que no
le habían enviado una embajada o hacer cualquier otra cosa en lo
referente a su posición y mostrando respeto hacia él. Pero la verdad
era, como me parece a mí, que Alejandro era insaciablemente
ambicioso de adquirir siempre nuevos territorios.
CAPÍTULO XX. EL VIAJE DE NEARCO

El informe ordinario es que se enteró de que los árabes


veneraban sólo dos dioses, Urano y Dioniso; el primero porque él
mismo es visible y contiene en sí mismo las luminarias celestiales,
sobre todo del sol, de donde emana el beneficio mayor y más evidente
para todos las cosas humanas; y el último a causa de la fama que
adquirió por su expedición a la India. Por lo tanto, se creía muy digno
de ser considerado por los árabes como un tercer dios, ya que él había
llevado a cabo actos de ninguna manera inferiores a los de Dioniso. Si,
entonces, podía conquistar a los árabes, tenía la intención de
concederles el privilegio de llevar a cabo su gobierno de acuerdo con
sus propias costumbres, como lo había hecho ya a los indios. La
fertilidad de la tierra era un estímulo secreto para él para invadir;
porque se enteró de que la gente obtenía cassia de los lagos, y mirra e
incienso de los árboles; que la canela se cortaba de los arbustos, y que
las praderas producíann nardo sin cultivo alguno. En cuanto al tamaño
del país, se le informó que la costa de Arabia, no era menor en
magnitud a la de la India; que cerca se encontraban numerosas islas;
que en todas las partes del país había puertos suficientemente cómodos
como para proporcionar anclaje a su flota, y que suministraba sitios
para fundar ciudades, que se convertirían en florecientes. También se le
informó de que había dos islas en el mar frente a la desembocadura del
Eufrates, la primera de las cuales no estaba lejos del lugar donde las
aguas del río se vierten en el mar, estando alrededor de 120 estadios
distante de la orilla y de la boca del río. Este es el más pequeño de los
dos, y estaba densamente cubierto con todo tipo de árboles. En él
también había un templo de Artemisa, en torno al cual los propios
habitantes pasaban sus vidas. La isla estaba dedicada a la utilización de
cabras salvajes y ciervos, a los que se les permitía vagar en extenso
como estando dedicados a Artemisa. Era ilegal perseguirlos a menos
que alguien deseara ofrecer sacrificios a la diosa; y para este sólo
propósito era lícito perseguirlos. Aristóbulo dice que Alejandro ordenó
que esta isla se llamara Ícaro, como la isla, así llamada en el mar Egeo,
en la que, como el informe sigue, Ícaro, hijo de Dédalo, cayó, cuando la
cera por la que las alas habían sido sujetadas, se derritieron. Porque él
no voló cerca de la tierra, de acuerdo a los mandatos de su padre, sino
que volando lejos sin sentido, dejó que el sol ablandara y perdiera la
cera. Icaro dejó su nombre a la isla y el mar, siendo llamada la primera
Ícaro y el segundo Icario. La otra isla se dice que estaba distante de la
desembocadura del Eufrates, derca de un día y una noche de viaje para
un buque corriendo antes de la brisa. Su nombre era Tilus; era grande
y la mayor parte ni robusto ni leñoso, sino adecuado para la
producción de frutas cultivadas y todas las cosas a su debido tiempo.
Parte de esta información se dió a Alejandro por Arquías, que fue
enviado con un triacóntera para investigar el curso de la travesía
costeando a Arabia, y que llegó hasta la isla de Tilus, pero no se atrevió
ir más allá de ese punto. Andróstenes fue enviado con otra triacóntera
y navegó a lo largo de una parte de la península de Arabia. Hieron de
Soli el piloto, también recibió una triacóntera de Alejandro y avanzó
más lejos que aquellos a quienes se envió a esta región; había recibido
instrucciones de navegar alrededor de toda la península Arábiga hasta
el Golfo Pérsico, cerca de Egipto, en contra de Heroopolis. A pesar de
que navegó una gran distancia a lo largo del país de los árabes, no se
atrevió a ir tan lejos como se le ordenó; pero volviendo a Alejandro,
informó que el tamaño de la península era maravilloso, siendo sólo un
poco más pequeña que la del país de los indios, y proyectada su
extremidad en el mar Grande. Nearco de hecho en su viaje desde la
India, había visto este estiramiento no muy lejos, antes apartarse del
camino hacia el Golfo Pérsico, y fue hasta casi inducido a cruzar sobre
él. El piloto Onesícrito pensó que deberían haber ido allí; pero Nearco
dice que él mismo se lo impidió, por lo que después de navegar
alrededor del Golfo Pérsico, podría dar un informe a Alejandro sobre
las cosas por las que había sido enviado. Nearco decía que él no había
sido enviado a navegar por el mar Grande, sino a explorar las tierras
que bordean el mar, para averiguar qué hombres las habitaban, para
descubrir los puertos y ríos en ellas, para determinar las costumbres de
la gente, y para ver si alguno de los países era fértil, y si alguno era
estéril. Esta fue la razón por la que la expedición naval de Alejandro
regresó en paz; porque si hubiera navegado más allá de los desiertos
de Arabia, no habría regresado a salvo. Se dice que esta fue también la
razón por la que Hierón se volvió.
CAPÍTULO XXI. DESCRIPCIÓN DE LOS RÍOS

Mientras que los trirremes eran construidos por él, y el puerto,


cerca de Babilonia era excavado, Alejandro salió de Babilonia por el
Éufrates hacia lo que se llamaba río Pallacopas, que está distante de
Babilonia alrededor de 800 estadios. Este Pallacopas no es un río que
nace de fuentes, sino un canal cortado del Éufrates. Este río que fluye
desde las montañas de Armenia, corre dentro de sus riberas en la
temporada de invierno, ya que su agua es escasa, pero cuando la
primavera comienza a hacer su aparición, y especialmente justo antes
del solsticio de verano, corre con una fuerte corriente e inunda sus
riberas en el país de Asiria. Porque en esa temporada, la nieve de las
montañas de Armenia se funde y e hincha sus agua de gran forma; y
como su corriente fluye alta y al mismo nivel que la tierra, fluiría sobre
la tierra si alguien no lo equipara con un canal a lo largo del Pallacopas
y lo desviara hacia pantanos y estanques, los cuales, a partir de este
canal, se extienden hasta el campo contiguo a Arabia. Desde allí se
extiende a lo largo y ancho en un lago de poca profundidad, del que
cae en el mar por muchas bocas invisibles. Después que la nieve se ha
derretido, alrededor de la época de las Pléyades, el Éufrates fluye en
una pequeña corriente; pero, no obstante, la mayor parte de ella se
vierte en los estanques a lo largo del Pallacopas. A menos que, por lo
tanto, alguien contenga al Pallacopas nuevamente, de modo que el
agua pueda reencauzada dentro de las riberas (del Éufrates) y
conducida por el canal del río, vaciaría el Eufrates en sí mismo, y en
consecuencia el país asirio no sería regado por él. Pero la salida del
Eufrates en el Pallacopas solía ser represada por el virrey de Babilonia
con gran trabajo (aunque era una tarea fácil construir el canal), porque
el suelo en esta región es lodoso y la mayor parte de barro, por lo que
que una vez que ha recibido el agua del río no permite su fácil retorno.
Más de 10.000 asirios eran usados en este trabajo incluso hasta el tercer
mes. Cuando Alejandro fue informado de esto, fue inducido a otorgar
un beneficio a la tierra de Asiria. Decidió cerrar por completo la salida
por la cual la corriente del Eufrates era devuelta al Pallacopas. Cuando
había avanzado unos treinta estadios, la tierra se veía que era algo
rocosa, de modo que si era cortada a través y se hacía una unión con el
viejo canal a lo largo del Pallacopas, a causa de la dureza del suelo, no
permitiría que el agua se filtre, y no habría dificultad alguna para
hacerla retornar en la estación designada. Para este fin se embarcó en el
Pallacopas, y luego continuó su viaje por ese canal en los estanques
hacia el país de los árabes. Viendo allí cierto sitio admirable, fundó una
ciudad en él y la fortificó. En ella estableció tantos mercenarios griegos
como quisieran quedarse, y aquellos que no eran ya aptos para el
servicio militar por razones de edad o heridas.
CAPÍTULO XXII. NUEVOS PRESAGIOS SOBRE LA
MUERTE DE ALEJANDRO

Habiendo demostrado la falsedad de la profecía de los caldeos, al


no haber experimentado fortuna alguna desagradable en Babilonia,
como habían predicho, pero habiendo marchado fuera de la ciudad sin
sufrir percance alguno, creció la confianza en su espíritu y navegó de
nuevo a través de los pantanos, teniendo a Babilonia a su mano
izquierda. Aquí una parte de su flota perdió el rumbo en las estrechas
ramificaciones del río por falta de un piloto, hasta que él envió un
hombre para pilotearla y llevarla de vuelta al cauce del río. Se cuenta la
siguiente historia. La mayoría de las tumbas de los reyes asirios han
sido construidas entre charcos y pantanos.
Cuando Alejandro estaba navegando a través de los pantanos, y,
como cuenta la historia, estaba él mismo al gobierno del trirreme, una
fuerte ráfaga de viento cayó sobre su sombrero de ala ancha
macedonio, y el filete que lo rodeaba. El sombrero, que era bastante
pesado, cayó al agua, pero el filete, arrastrado por el viento, se
enganchó en una de las cañas que crecían cerca de la tumba de uno de
los antiguos reyes. Este incidente en sí era un presagio de lo que iba a
ocurrir, y también lo fue el hecho de que uno de los marineros nadó
tras el filete y lo desenganchó de la caña. Pero no lo llevó en sus manos,
porque se habría humedecido mientras nadaba; por lo tanto se lo puso
alrededor de su cabeza y se lo llevó al Rey. La mayoría de los biógrafos
de Alejandro dicen que el rey le regaló un talento como recompensa
por su celo, y luego ordenó que le cortaran la cabeza; los profetas
habían expuesto el presagio en el sentido de que no debía permitir que
una cabeza que hubiera llevado el filete real, quedara firme. Aristóbulo,
dice sin embargo, que el hombre recibió un talento; que también
recibió un azote por colocarse el filete alrededor de la cabeza. El mismo
autor dice que fue uno de los marineros fenicios el que trajo el filete a
Alejandro; pero hay algunos que dicen que fue Seleuco, y que esto era
un presagio de la muerte de Alejandro y del gran reino de Seleuco. Ya
que de todos los que sucedieron en la soberanía después de Alejandro,
Seleuco se convirtió en el rey más importante, fue el más digno de ser
rey por su inteligencia, y gobernó sobre la máxima extensión de tierra
después del mismo Alejandro, y no me parece que deba admitir la
cuestión.
CAPÍTULO XXIII. HOMENAJE A HEFESTIÓN

Cuando regresó a Babilonia se encontró con que Peucestas había


llegado de Persis, trayendo con él un ejército de 20.000 persas, así como
muchos coseanos y tapurianos, porque se informó que estas razas eran
las más belicosas de las que limitan con Persis. También vino Filoxeno
trayendo un ejército de Caria; Menandro, con otro de Lidia, y Ménidas
con la caballería, que había sido puesta bajo su mando. Al mismo
tiempo llegaron embajadas de Grecia, cuyos miembros, con coronas
sobre sus propias cabezas, se acercaron a Alejandro y lo coronaron con
coronas de oro, como si en verdad hubieran llegado a él como enviados
especiales destinados a rendirle honores divinos; y su final no estaba
lejos.

Luego elogió a los persas por su gran celo hacia él, que fue
demostrado por su obediencia a Peucestas en todas las cosas, y a
Peucestas mismo por la prudencia que había mostrado al gobernarlos.
Distribuyó estos soldados extranjeros entre las filas macedonias de la
siguiente manera. Cada compañía estaba dirigida por un decurión
macedonio, y junto a él había un macedonio recibiendo doble paga por
valor distinguido; después venía uno que recibía diez estáteras
(mensuales), que era así llamado por el pago que recibía, siendo algo
menor al recibido por el hombre con doble paga, pero más que el de
los hombres que estaban sirviendo como soldados sin mantener una
posición de honor. A continuación de éstos venían doce persas, y
último en la compañía, otro macedonio, quien también recibía el pago
de diez estáteras; de modo que en cada compañía había doce persas y
cuatro macedonios, tres de los cuales recibían una paga más alta, y el
cuarto estaba al mando de la compañía. Los macedonios estaban
armados a su manera acostumbrada; pero algunos de los persas eran
arqueros, mientras que otros tenían jabalinas equipadas con correas,
por medio de las cuales las sostenían. En este tiempo Alejandro
revisaba con frecuencia su flota, tenía muchos combates simulados con
sus trirremes y quadriremes en el río, y concursos tanto para los
remeros como para los pilotos, recibiendo los ganadores coronas.
Entonces llegaron los enviados especiales a quienes había enviado a
Ammón a preguntar cómo era lícito honrar a Hefestión.

Le dijeron que Ammón dijo que era lícito ofrecerle sacrificios


como a un héroe. Regocijado ante la respuesta del oráculo, le rindió
desde esa época honores a él como un héroe. También envió una carta
a Cleómenes, que era una mala persona que había cometido muchos
actos de injusticia en Egipto. Por mi parte yo no lo culpo por su
amistad hacia Hefestión, incluso después de muerto, y por su recuerdo
de él; pero lo culpo por muchos otros actos. Porque la carta
encomendaba a Cleomenes que preparara capillas para el héroe
Hefestión en la Alejandría de Egipto, uno en la ciudad misma y otro en
la isla de Faros, donde se encuentra la torre. Las capillas tenían que ser
excesivamente grandes y construídas a todo lujo. La carta también
ordenaba que Cleomenes debía tener cuidado de que se conviertiera en
costumbre ser llamadas por el nombre de Hefestión; y, además, que su
nombre debería ser grabado en todos los documentos legales con los
que los comerciantes entraran en tratos con los demás. Por estas cosas
no puedo culparle, salvo que hizo mucho ruido en el momento sobre
cuestiones insignificantes. Pero por lo siguiente debo culparle
severamente: "Si veo", dice la carta, "que los ritos sagrados y las capillas al
héroe Hefestión en Egipto están bien cumplimentados, no sólo perdonaré todos
los crímenes que has cometido en el pasado, sino que en el futuro no sufrirás
tratamiento desagradable alguno por mi parte, por grandes que sean los
delitos que puedas cometer". No puedo elogiar este mensaje enviado por
un gran rey a un hombre que estaba gobernando un país grande y con
mucha gente, sobre todo porque el hombre era un malvado.
CAPÍTULO XXIV. NUEVO PRESAGIO

Pero el final de Alejandro estaba ahora cerca. Aristóbulo dice que


el siguiente episodio fue un pronóstico de lo que iba a suceder. Él
estaba distribuyendo el ejército que venía con Peucestas de Persia, y el
que había venido con Filoxeno y Menandro del mar, entre las líneas de
macedonias, y, sintiendo sed, se retiró de su asiento y dejó el trono real
vacío. A cada lado del trono había sofás con pies de plata, sobre los
cuales estaban sentados sus Compañeros personales. Un hombre de
oscura condición (algunos dicen que era uno de los hombres que se
mantenían bajo vigilancia sin estar encadenado), viendo el trono y los
sofás vacíos, y los eunucos de pie alrededor del trono (ya que también
los Compañeros se habían levantado de su asientos con el rey cuando
éste se retiró), caminó a través de la línea de los eunucos, ascendió al
trono, y se sentó sobre él.

De acuerdo con una ley persa, no le hicieron levantarse del trono;


pero rasgaron sus vestiduras y golpearon sus pechos y caras, como si
fuera a causa de un gran mal. Cuando Alejandro fue informado de ello,
ordenó al hombre que se había sentado en su trono que fuera sometido
a tortura, con el fin de descubrir si había hecho esto de acuerdo a un
plan concertado por una conspiración. Pero el hombre nada confesó,
excepto que se le vino a la mente en el momento el actuar así. Aún más
por esta razón los adivinos explicaron que este hecho no presagiaba
nada bueno para él. Pocos días después de esto, después de ofrecer a
los dioses tradicionales los sacrificios por el buen éxito, y también otros
determinados con el fin de adivinación, fue a un festín con sus amigos,
y se pasó la noche bebiendo. También se dice que distribuyó las
víctimas de los sacrificios, así como una cantidad de vino al ejército lo
largo de todas las compañías y centurias. Hay algunos que han
registrado que deseaba retirarse a su alcoba después de la reunión de
bebedores, pero Medio, en ese momento el más influyente de los
Compañeros, se reunió con él y le pidió que se uniera a un grupo de
juerguistas en su residencia, diciendo que el goce sería agradable.
CAPÍTULO XXV. ALEJANDRO ENFERMA

El Diario Real da el siguiente relato, en el sentido de que se


deleitó y bebió en la vivienda de Medio, luego se levantó, se bañó y
durmió, luego cenó otra vez en la casa de Medio y bebió de nuevo
hasta bien entrada la noche. Después de retirarse de la reunión de
bebedores se dio un baño; después del cual tomó un poco de comida y
durmió allí, porque ya se sentía afiebrado. Fue llevado a los sacrificios
en un sofá, con el fin de que pudiera ofrecerlos según su diaria
costumbre. Después de colocar los sacrificios en el altar se acostó en la
sala de banquetes hasta el anochecer. Mientras tanto, dio instrucciones
a los oficiales acerca de la expedición y el viaje, ordenando a los que
iban a pie que estuvieran listos al cuarto día, y los que iban a navegar
con él que estuvieran listos para navegar al quinto día. Desde este
lugar fue llevado en el sofá hasta el río, donde se embarcó y navegó
por el río hasta el parque. Allí volvió a tomar un baño y se fue a
descansar. Al día siguiente tomó otro baño y ofreció los sacrificios
habituales. Luego entró en una cama con dosel, se acostó, y conversó
con Medio. También ordenó a sus oficiales que vinieran a su encuentro
al amanecer. Una vez hecho esto, comió una cena frugal y fue
nuevamente conducido a la cama con dosel. La fiebre ahora duró toda
la noche sin interrupción. Al día siguiente se dio un baño, después
ofreció sacrificio, y dio órdenes a Nearco y a los demás oficiales que el
viaje debía comenzar en el tercer día. Al día siguiente se bañó una vez
más y ofreció los sacrificios prescritos. Después de colocar los
sacrificios sobre el altar no se quedó ya callado aunque sufría por la
fiebre. A pesar de ello, convocó a los oficiales y les dio instrucciones
para que todas las cosas estuvieran listas para la puesta en marcha de
la flota. Por la noche se dio un baño, después del cual él ya estaba muy
enfermo. Al día siguiente fue trasladado a la casa cerca de la piscina,
donde ofreció los sacrificios prescritos. A pesar de que ahora estaba
muy gravemente enfermo, llamó a sus oficiales más responsables y les
dio nuevas instrucciones sobre el viaje. Al día siguiente fue llevado con
dificultad a los sacrificios, los que ofreció; no obstante, dio otras
órdenes a los oficiales sobre el viaje. Al día siguiente, aunque estaba ya
muy enfermo, ofreció los sacrificios prescritos. Ahora dio la orden de
que los generales permanecieran presentes en la sala, y que los
coroneles y capitanes permanecieran ante las puertas. Pero estando ya
completamente en un estado desesperante, fue transportado desde el
parque hacia el palacio. Cuando sus oficiales entraron en la habitación,
él de hecho los reconoció, pero no pronunció una palabra, quedando
en silencio. Durante la noche siguiente y el día y la noche siguiente y el
día estuvo con una fiebre muy alta.
CAPÍTULO XXVI. ALEJANDRO MUERE

Tal es el relato que aparece en el Diario Real. Además de esto, se


afirma que los soldados estaban muy deseosos de verlo; algunos, con el
fin de verlo una vez más en vida; mientras que otros, porque había un
informe de que ya estaba muerto, imaginaban que su muerte estaba
siendo ocultada por sus guardias confidenciales, como yo, por mi
parte, supongo. La mayoría de ellos a través del dolor y el afecto por su
rey se abrieron paso para verlo. Se dice que cuando sus soldados
pasaban a su lado él era incapaz de hablar; sin embargo, él saludó a
cada uno de ellos con su mano derecha, levantando la cabeza con
dificultad y haciendo una seña con los ojos. El Diario Real también dice
que Peitón, Atalo, Demofonte y Peucestas, así como Cleómenes,
Ménidas y Seleuco, durmieron en el templo de Serapis, y preguntaron
al dios si no sería mejor y más deseable para Alejandro ser llevado
como un suplicante a su templo para ser curado por él. Una voz salió
del dios diciendo que él no debía ser llevado al templo, pero que sería
mejor para él permanecer donde estaba. Esta respuesta fue reportada
por los Compañeros; y poco después Alejandro murió, como si
después de todo, esto fuera ahora lo mejor. Ni Aristóbulo ni Ptolomeo
han dado un relato muy diferente del anterior. Algunos autores, sin
embargo, han relatado que sus Compañeros le preguntaron a quien
dejó su reino; y que él respondió "Al mejor": Otros dicen que, además
de esta observación, él les dijo que veía que habría un gran concurso
funerario en su honor.
CAPÍTULO XXVII. OTROS RELATOS

Soy consciente de que han sido relatados por los historiadores


muchos otros detalles acerca de la muerte de Alejandro, y
especialmente que fue enviado veneno por Antípatro, de los efectos del
cual murió. También se afirma que el veneno fue procurado a
Antípatro por Aristóteles, que ahora temía a Alejandro a causa de
Calístenes. Se dice que fue llevado por Casandro, hijo de Antípatro,
diciendo algunos informes que fue conducido en la pezuña de una
mula, y que su hermano menor Iollas se lo dió al rey. Este hombre era
el copero real, y recibió algún agravio de Alejandro poco tiempo antes
de su muerte. Otros han afirmado que Medio, siendo un amante de
Iollas, participó en en el hecho; porque él fue el que indujo al rey a
deleitarse. Se dice que Alejandro fue presa de un paroxismo de dolor
agudo sobre la copa de vino, y que al sentirlo se retiró de la borrachera.
Un escritor no se ha avergonzado de dejar constancia que cuando
Alejandro percibió que era poco probable que sobreviviera, iba a
lanzarse al río Eufrates, para desaparecer de la vista de los hombres, y
dejar entre los hombres del futuro una opinión arraigada con la mayor
firmeza de que debía su origen a un dios, y que había partido donde
los dioses. Pero mientras salía no pudo impedir la atención de su
esposa Roxana, quien le impidió llevar a cabo su plan. Con lo cual
pronunció lamentaciones, diciendo que ella le envidiaba la completa
gloria de ser considerado el descendiente del dios. Estas declaraciones
las he registrado para que no pueda aparecer como ignorante que
habían sido hechas, más que porque considerarlas dignas de crédito, o
incluso de narración.
CAPÍTULO XXVIII. SOBRE ALEJANDRO

Alejandro murió en la 114ª Olimpiada, siendo arconte Hegesias


en Atenas. De acuerdo con la declaración de Aristóbulo, vivió treinta y
dos años, y había llegado al octavo mes de los treinta y tres años. Había
reinado doce años y estos ocho meses. Era muy guapo en persona, y
muy aficionado al ejercicio, muy activo de mente, coraje muy heroico,
de honor muy tenaz, muy aficionado a incurrir en el peligro, y
estrictamente observante de su deber para con la divinidad. En cuanto
a los placeres del cuerpo, tenía perfecto dominio de sí mismo; y de los
de la mente, la alabanza era la única de la que era insaciable, Era muy
hábil en reconocer lo que era necesario hacer, cuando otros estaban
todavía en un estado de incertidumbre; y mucho exitoso en conjeturar
a partir de la observación de los hechos lo que era probable que se
produciera. En conducir, armar y comandar un ejército, era muy hábil;
y muy conocido por despertar la valentía de sus soldados, llenándolos
de esperanzas de éxito, disipando el miedo en medio del peligro por su
propia libertad del temor. Por lo tanto, aun lo que tenía que hacer con
incertidumbre del resultado, lo hizo con la mayor audacia. También era
muy hábil en conseguir el inicio de sus enemigos, arrebatándoles en
secreto sus ventajas anticipándose a ellos, antes de que cualquiera
presintiera lo que iba a suceder. Era también muy firme en mantener
los acuerdos y arreglos que hizo, así como muy seguro de ser atrapado
por engañadores. Por último, era muy parco en el gasto de dinero para
la satisfacción de sus propios placeres, pero era sumamente generoso
en el gasto para el beneficio de sus asociados.
CAPÍTULO XXIX. SUS ERRORES

Que Alejandro habría cometido errores en su conducta debido a


la impetuosidad o a la ira, y de que él habría sido inducido a
comportarse como los monarcas persas en un grado excesivo, no lo
creo relevante si tenemos en cuenta tanto su juventud como su
ininterrumpida carrera de buena fortuna; del mismo modo que los
reyes tienen asociados para la satisfacción del placer, y que siempre
tendrán asociados instándolos a equivocarse, pero sin preocuparse por
sus mejores intereses. Sin embargo, estoy seguro de que Alejandro fue
el único de los antiguos reyes que, a partir de la nobleza de su carácter,
se arrepentió de los errores que había cometido. La mayoría de los
hombres, aun si se han dado cuenta de que han cometido un error,
cometen el error de pensar que pueden ocultar su pecado defendiendo
su error, como si hubiera sido una acción justa. Pero me parece que la
única cura para el pecador es confesar el pecado, y estar visiblemente
arrepentido en lo que se refiere al mismo. Así, el sufrimiento no
aparecerá del todo intolerable a aquellos que han sufrido un trato
desagradable, si la persona que lo ha infligido confiesa que ha actuado
de manera deshonrosa; y esta buena esperanza para el futuro le es
concedida al hombre propiamente, de que nunca volverá a cometer un
pecado similar, si se ve que está molesto por sus errores pasados.
No creo que ni siquiera trazando su origen en un dios haya sido
un gran error por parte de Alejandro, si no era quizá tan sólo un medio
para inducir a sus súbditos a que le reverenciaran. Tampoco me parece
que haya sido un rey menos renombrado que Minos, Éaco o
Radamanto, a quienes no se les atribuye insolencia alguna por parte de
los hombres de la antigüedad, ya que ellos remontaban su origen a
Zeus. Tampoco parece en absoluto inferior a Teseo o Ion, siendo el
primero el reputado hijo de Poseidón, y el segundo de Apolo. Su
adopción del modo de vestir persa también me parece que fue un
artilugio político en lo que respecta a los extranjeros, que el rey no
puede parecerles completamente ajeno a ellos; y en lo que respecta a
los macedonios, para demostrarles que él tenía un refugio de sus
temperamentos precipitados e insolencia. Por esta razón, creo yo,
mezcló la guardia real persa, que llevaba manzanas de oro en la punta
de sus lanzas, entre las filas de los macedonios, y pares persas con los
custodios macedonios.
Aristóbulo también afirma que Alejandro solía tener largas
fiestas de bebedores, no con el fin de disfrutar del vino, ya que no era
un gran bebedor de vino, sino con el fin de exhibir su sociabilidad y
sentimiento de amistad hacia sus Compañeros.
CAPÍTULO XXX. ELOGIO

Cualquiera, pues, que reproche Alejandro como una mala


persona, que lo haga; pero permítasele primero no sólo traer a su
mente todos sus actos merecedores de reproche, sino también reunir en
una visión todos sus actos de todo tipo. Entonces, ciertamente,
permítasele reflejar quién es él mismo, y qué clase de fortuna ha
experimentado; y luego considerar quién fue ese hombre a quien
reprocha como malo, y hasta qué altura del éxito humano llegó,
convirtiéndose en rey sin disputa de ambos continentes, llegando su
fama a cada sitio; mientras el que le reprocha es de poca monta,
pasando su vida en cuestiones baladíes, en las que, sin embargo, no
logran triunfar, baladíes como son. Por mi parte, pienso que fue en ese
tiempo en el que ninguna raza de hombres, ciudad, ni siquiera una
sola persona, a quien el nombre de Alejandro y su fama no haya
llegado. Por esta razón me parece que un héroe totalmente diferente a
cualquier otro ser humano no podría haber nacido sin la intervención
de la deidad. Y se dice que esto fue revelado después de la muerte de
Alejandro por las respuestas oraculares, por las visiones que se les
presentaron a varias personas, y por los sueños que fueron vistos por
diferentes individuos. También queda demostrado por el honor dado a
él por los hombres, hasta el momento presente, y por el recuerdo que
aún se tiene de él como algo más que humano. Incluso en la
actualidad, después de un intervalo tan largo, se han dado a la nación
de los macedonios otras respuestas oraculares en su honor. Al relatar la
historia de los logros de Alejandro, hay algunas cosas que he visto
obligado a censurar; pero yo no me avergüenzo de admirar el propio
Alejandro. Aquellas acciones que he calificado como malas, tanto en
consideración a mi propia veracidad, y al mismo tiempo para el
beneficio de la humanidad. Por esta razón asumí a la tarea de escribir
esta historia, no sin la intervención del dios.
Libro VIII. (Índica)

English Translator E. Iliff Robson (1933)


Traduccción al español: Ignacio Valentín Nacimowicz (2013)

La geografía de la India

I. Todo el territorio que se extiende al oeste del río Indo hasta el


río Cofen está habitado por astacenios y asacenios, tribus indias. Pero
no son, como los indios que habitan el río Indo, altos de estatura, ni de
manera similar de espíritu valiente, ni tan negros como la mayor parte
de los indios. Estos hace mucho tiempo fueron súbditos de los asirios;
luego de los medos, y así quedaron sometidos a los persas; y pagaron
tributo a Ciro, hijo de Cambises, de su territorio, como Ciro lo ordenó.
Los niseos no son una raza india; sino parte de los que vinieron con
Dioniso a la India; posiblemente, incluso de aquellos griegos que
llegaron pasado el servicio en las guerras que Dioniso libró con los
indios; posiblemente también voluntarios de las tribus vecinas a
quienes Dionisio estableció allí junto con los griegos, llamando al país
Nisea por la montaña Nisa, y la propia ciudad Nisa. Y la montaña
cerca de la ciudad, en cuyas estribaciones está construída Nisa es
llamada Merus a causa del incidente en el nacimiento de Dioniso.
Todos estos poetas cantaron sobre Dioniso; y dejo a los narradores de
la historia griega u oriental para contarlos. Entre los asacenios es
Massaca, una gran ciudad, donde reside la principal autoridad de la
tierra asaciana, y otra ciudad Peucela, también una gran ciudad, no
muy lejos del Indo. Estos lugares entonces están habitados en este lado
del Indo hacia el oeste, hasta el río Cofen.
II. Pero las partes del Indo hacia el este, las llamaré India y a sus
habitantes, indios. El límite del país de India hacia el norte es el Monte
Tauro. No se sigue llamando Tauro en esta tierra; pero Tauro comienza
desde el mar enfrente de Panfilia y Licia y Cilicia; y llega hasta el
Océano Oriental, corriendo a través de Asia. La montaña tiene
diferentes nombres en diferentes lugares; en uno, Parapamiso, en otro
Hemodo; en otra parte se llama Imaon, y tal vez tenga todo tipo de
otros nombres, pero los macedonios que luchaban con Alejandro la
llamaron Cáucaso; otro Cáucaso, es decir, no el escita; de modo que
corre la historia de que Alejandro llegó aún hasta el otro lado del
Cáucaso. La parte occidental de India está delimitada por el río Indo
hasta el mar, donde el río pasa por dos bocas, no unidas entre sí como
lo están las cinco bocas del Istro; pero al igual que las del Nilo, por las
cuales se forma el delta egipcio; así también el delta indio está formado
por el río Indo, no menos que el egipcio; y esto en la lengua indígena se
llama Pattala. Hacia el sur este océano delimita el terreno de India, y
hacia el este el mar mismo es el límite. La parte sur cerca de Pattala y
las bocas del Indo fueron supervisadas por Alejandro y los
macedonios, y muchos griegos; en lo que refiere a la parte oriental,
Alejandro no la atravesó más allá del río Hifasis. Unos pocos
historiadores han descrito las partes que están de este lado del Ganges
y dónde están las bocas del Ganges y la ciudad de Palimbothra, la
mayor ciudad india en el Ganges.

III. Espero que se me permita considerar a Eratóstenes de Cirene


como digno de un especial crédito, desde que era un estudiante de
Geografía. El afirma que a partir de Monte Tauro, donde se encuentran
las nacientes del río Indo, a lo largo del Indo hasta el océano, y hacia
las bocas del Indo, el lado de la India tiene trece mil estadios de
longitud. El lado opuesto a éste, a partir de la misma montaña hasta el
Océano Oriental, no se toma en cuenta ni siquiera como igual a la
primera parte, ya que tiene un promontorio que corre al mar; el
promontorio se extiende aproximadamente a tres mil estadios. Así que
esto daría de este lado de la India, hacia el este, una longitud total de
dieciséis mil estadios. Esto lo da, entonces, medido ancho de la India.
Su longitud, sin embargo, de oeste a este, hasta la ciudad de
Palimbothra, él afirma que por mediciones hechas con cañas; porque
hay un camino real; y esto se extiende a diez mil estadios; más allá de
eso, la información no es tan cierta. Sin embargo, aquellos que han
seguido las informaciones boca a boca, dicen que, incluyendo el
promontorio, que desemboca en el mar, la India se extiende por cerca
de diez mil estadios; pero más al norte su longitud es de cerca de
veinte mil estadios. Ctesias de Cnido afirma que el territorio de la India
es del mismo tamaño que el resto de Asia, lo cual es absurdo; y
Onesicrito es absurdo, porque dice que la India es la tercera parte de
todo el mundo; Nearco, por su parte, afirma que el viaje a través de la
llanura real de la India es un viaje de cuatro meses. Megástenes tiene
por el ancho de la India de este a oeste, lo que otros llaman su
longitud; y dice que es de dieciséis mil estadios, en su tramo más corto.
De norte a sur, entonces, se convierte para él en su longitud, y se
extiende 22.300 estadios, hasta su punto más estrecho. Los ríos de la
India son mayores que cualquier otro del Asia; los más grandes son el
Ganges y el Indo, de donde el país recibe su nombre; cada uno de ellos
es mayor que el Nilo de Egipto y el Istro escita, aún puestos juntos; mi
propia idea es que incluso el Acesines es mayor que el Istro y el Nilo,
habiendo tomado el Acesines el Hidaspes, Hidraotes e Hifasis, corre
hacia el Indo, de modo que su ancho allí se torna en treinta estadios.
Posiblemente corran también otros ríos mayores a través del territorio
de la India.

IV. En cuanto a la parte de allá del Hifasis, no puedo hablar con


confianza, ya que Alejandro no fue más allá del Hifasis. Pero sobre
estos dos grandes ríos, el Ganges y el Indo, Megastenes escribió que el
Ganges es mucho mayor que el Indo, y también lo hacen todos los
demás que mencionan el Ganges; porque (dicen); el Ganges ya es
grande viniendo de su manantiales, y recibe como afluentes al río
Cainas y al Erannoboas y el Cossoanus, todos navegables; también los
ríos Sonus y Sittocatis y el Solomatis, estos también navegables. Luego
además están el Condocates y el Sambus y el Magón y Agoranis y
Omalis; y también desembocan en el Commenases, un gran río, y el
Cacutis y Andomatis, que fluyen de la tribu india de los mandiadines;
después de ellos, el Amistis por la ciudad de Catadupas y el Oximagis
en el lugar llamado Pazale, y el Errenisis entre los mates, una tribu
indígena, también encuentran el Ganges. Megasthenes dice que
ninguno de ellos es inferior al Meandro, ya que es navegable. El ancho
por lo tanto del Ganges, donde es más estrecho, es de cien estadios; a
menudo se desparrama en lagos, de modo que el lado opuesto no
puede ser visto, donde es bajo y no tiene proyecciones de colinas. Es lo
mismo con el Indo; el Hidraotes, en el territorio de los cambistolios,
recibe el Hifasis en el de los astribeos, y el Saranges de los cecios, y el
Neidrus de los atacenios, y fluye, con estos, al Acesines. El Hidaspes
también entre los oxidraces recibe al Sinarus entre los arispes y
también fluye hacia el Acesines. El Acesines entre los mallianos se une
al Indo; y el Tutapus, un gran río, fluye hacia el Acesines. Todos estos
ríos aumentan el caudal del Acesines, y orgullosamente, conservando
su propio nombre, fluye hacia el Indo. El Cofen, en los peuceletios,
llevándose consigo al Malantus, Soastus y Garroeas, se une al Indo. Por
encima de estos, el Pareno y Saparno, no muy lejos el uno del otro,
fluyen hacia el Indo. El Soanus, desde las montañas de los
abissareanos, sin ningún afluente, desemboca en él. A la mayoría de
estos, Megástenes los reporta como navegables. No debería entonces
ser increíble que ni el Nilo ni el Istro sean comparados con el Indo o el
Ganges en volumen de agua. Porque no conocemos ningún afluente
del Nilo; más bien de los canales que han sido cortados a través de la
tierra de Egipto. En cuanto al Istro, nace de sus fuentes con un flujo
escaso, pero recibe muchos afluentes; aún no igual en número a los
tributarios indios que fluyen al Indo o al Ganges; y muy pocos de ellos
son navegables; yo mismo he conocido sólo al Enus y al Saus. El Enus
en la línea entre Norica y Recia se une al Istro, el Saus en Peonia. El
país donde se unen los ríos se llama Tauruno. Si alguien tiene
conocimiento de otros ríos navegables que forman afluentes al Istro,
ciertamente no conoce muchos.
V. Espero que cualquiera que desee explicar la causa del número
y tamaño de los ríos de la India, lo hará; y que mis comentarios puedan
ser considerados, como surgidos solamente de rumores. Megástenes ha
registrado los nombres de muchos otros ríos, que más allá del Ganges
y el Indo fluyen en los océanos oriental y meridional; de modo que él
indica el número completo de ríos de la India en cincuenta y ocho, y
todos navegables. Pero ni siquiera Megástenes, hasta donde puedo ver,
viajó a través de una gran parte de la India; sin embargo, mucho más
de lo que hicieron los seguidores de Alejandro, hijo de Filipo. El dice
que conoció a Sandracoto, el más grande de los reyes indios, incluso
mayor que Poro, él. Este Megástenes dice, además, que los indios no
declararon la guerra a hombre alguno, ni otros hombres a los indios,
pero por otro lado que el egipcio Sesostris, después de dominar la
mayor parte de Asia, y después de la invasión de Europa con un
ejército, volvió; e Indatirsis, el escita, que partió desde Escitia,
conquistó muchas tribus de Asia, e invadió Egipto victoriosamente;
pero la reina asiria Semiramis trató de invadir la India, pero murió
antes de poder llevar a cabo sus propósitos; de hecho fue Alejandro el
único que realmente invadió India. Antes de Alejandro, también, hay
una considerable tradición acerca de Dioniso como habiendo invadido
también la India, y sometido a los indios; sobre Heracles no hay mucha
tradición. En cuanto a Dioniso, la ciudad de Nisa no es sino un
recuerdo de su expedición, y también el monte Mero, y el crecimiento
de la hiedra en este monte, y la costumbre de los indios mismos de
salir a la batalla con el sonido de tambores y címbalos; y su traje
moteado, como el usado en las bacanales de Dioniso. De Heracles los
monumentos en recordación son pocos. Sin embargo, la historia de la
roca de Aornos, que Alejandro específicamente forzó, que Heracles no
pudo capturar, me inclino a pensar en un alarde macedonio; así como
los macedonios llaman al Parapamiso por el nombre de Cáucaso,
aunque no tiene nada que ver con el Cáucaso. Y, además, sabiendo que
había una cueva entre los parapamisados, dijeron que esta era la cueva
de Prometeo el Titán, en el que fue crucificado por el robo del fuego.
Entre los sibeos, también, una tribu india, habiendo observado los
vestidos con pieles que usaban para afirmar que eran reliquias de la
expedición de Heracles. Lo que es más, ya que los sibeos llevaban un
mazo, y marcaban a su ganado con un mazo, se referían también a esto
como recuerdo del mazo de Heracles. Si alguien cree esto, debe de
haber algunos otros Heracles, no el de Tebas, pero de Tiro o de Egipto,
o algún gran rey del país habitado más alto cerca de la India.

VI. Esto entonces debe considerarse como una digresión, de


modo que no se puede dar demasiado crédito a las historias que ciertas
personas han relatado acerca de los indios más allá del Hifasis;
aquellos que sirvieron con Alejandro son razonablemente confiables
hasta el Hifasis. Megástenes nos dice también esto sobre un río indio;
su nombre es Silas, fluye de un manantial del mismo nombre que el río
a través del territorio de la sileos, el pueblo así llamado también tanto
por el río como por el manatial; su agua tiene la siguiente peculiaridad;
nada puede ser apoyado sobre ella, nadie puede nadar en ella o flotar
sobre ella, sino que todo va directamente al fondo; tanto más es el agua
delgada y etérea que cualquier otro. En el verano hay lluvia a través de
la India, especialmente en las montañas, Parapamiso, Hemodo e Imao,
y de ellas los ríos corren cargados y turbulentos.
Las llanuras de la India también reciben lluvias en verano, y gran
parte de ellas se convierte en pantanos; de hecho, el ejército de
Alejandro se retiró del río Acesines en pleno verano, cuando el río se
había desbordado a los llanos; de éstas, por lo tanto, se puede medir la
inundación del Nilo, ya que probablemente las montañas de Etiopía
reciben lluvia en verano, y de ellas el Nilo se carga y desborda la tierra
de Egipto. El Nilo, por lo tanto, también corre turbio en esta época del
año, ya que probablemente no es de la fusión de la nieve; ni aún si su
corriente haya sido contenida por los vientos estacionales que soplan
durante el verano; y, además, las montañas de Etiopía probablemente
no están cubiertas de nieve, a causa del calor. Pero que reciben la lluvia
como la India lo hace, no está fuera de los límites de la probabilidad, ya
que en otros aspectos, la India no es diferente a Etiopía, y los ríos de la
India tienen cocodrilos, como el etíope y el Nilo egipcio; y algunos de
los ríos de la India tiene peces y otras grandes animales acuáticos como
los del Nilo, menos el hipopótamo: aunque Onesicrito dice que ellos
también tienen hipopótamos. La apariencia de los habitantes, también,
no es tan diferente en la India y Etiopía; los indios meridionales se
parecen mucho a los etíopes, y son de color negro en el semblante, y su
pelo también es negro, sólo que no son tan ñatos o de tanto pelo
lanudo como los etíopes; pero los indios del norte son más como los
egipcios en apariencia.

VII. Megástenes afirma que hay ciento dieciocho tribus indias.


Que hay muchas, estoy de acuerdo con Megástenes; pero no puedo
conjeturar cómo conoció y registró el número exacto, cuando nunca
visitó una gran parte de la India, y dado que estas diferentes razas no
tienen mucha interrelación unos con otros. Los indios, dice, son de
origen nómada, al igual que los escitas no agrícolas, que vagando en
sus carros, habitan ahora una ahora y luego otra parte de Escitia; no
habitan en ciudades y no reverencian templo alguno de dioses; así
también los indios no tienen ciudades y no construyen templos; pero
están vestidos con pieles de animales muertos en la caza, y como
comida ingieren la corteza de los árboles; estos árboles son llamados en
la lengua indígena, Tala, y crecen sobre ellos, como sobre las copas de
las palmeras, lo que parece como ovillos de lana. También utilizan
como alimento lo que capturan cazando, comiéndolo crudo, antes, al
menos, que Dioniso llegara a la India. Pero cuando Dioniso llegó, y se
convirtió en amo de la India, fundó ciudades, y dio leyes para estas
ciudades, y se convirtió para los indios en el que otorgó el vino, como
para los griegos, y les enseñó a sembrar sus tierras, dándoles semillas.
Puede ser que Triptólemo, cuando fue enviado por Démeter para
sembrar toda la tierra, no llegó de esta manera; o tal vez antes que
Triptólemo este Dioniso, quienquiera que haya sido, vino a la India y
dio a los indios semillas de plantas domésticas; a continuación,
Dionisio fue el primero en uncir bueyes al yugo del arado y convirtió a
la mayor parte de los indios en agricultores en lugar de vagabundos, y
también los armó con las armas de la guerra. Además, Dioniso les
enseñó a reverenciar a otros dioses, pero sobre todo, por supuesto, a él
mismo, con estrépito de platillos y batiendo tambores y bailando al
estilo satírico, la danza llamada "cordax"entre (falta espacio) los
griegos, y les enseñó a usar el pelo largo en honor del dios, y les
instruyó en el uso del gorro cónico y las unciones con perfumes; por lo
que los indios salían a la batalla, incluso en contra de Alejandro, al
sonido de címbalos y tambores.

VIII. Al salir de la India, después de hacer todos estos arreglos,


coronó a Espatembas rey del país, uno de sus Compañeros, siendo
muy experto en los ritos báquicos; cuando Espatembas murió, Budias,
su hijo, reinó en su lugar; el padre reinó en la India durante cincuenta y
dos años, y el hijo, veinte años, y su hijo, a su vez, llegó al trono, un tal
Cradeuas; y sus descendientes, en su mayoría, recibieron el reino en
sucesión, el hijo sucediendo al padre; si la sucesión fallaba, entonces los
reyes eran nombrados por alguna preeminencia. Pero Heracles, a quien
la tradición señala como habiendo llegado hasta la India, fue llamado
por los propios indios 'indígena'.
Este Heracles fue honrado principalmente por los surasenios,
una tribu indígena, entre los cuales hay dos grandes ciudades, Metora
y Cleisobora, y el río navegable Iobares fluye a través de su territorio.
Megástenes dice también que el traje que este Heracles llevaba era
como el del Hércules tebano, como también los mismos indios
registran; también tuvo muchos hijos en su país, porque este Heracles
también casó con muchas esposas; tuvo una hija sola, llamada Pandea;
así como también el país en el que ella nació, y Heracles la educó para
gobernarlo, se llamó Pandea por la chica; aquí ella poseía 500 elefantes
dados por su padre, cuatro mil jinetes, y ciento treinta mil infantes.
Algunos escritores también refieren esto sobre Heracles; recorrió toda
la tierra y el mar, y cuando libró a la tierra de los monstruos malvados,
encontró en el mar una joya que conmovía a las mujeres. Y así, aún
hasta nuestros días, los que traen las exportaciones de la India a
nuestro país, adquieren estas joyas a gran precio y las exportan, y
todos los griegos en tiempos antiguos, y los romanos ahora que son
ricos y prósperos, están más dispuestos a comprar la perla de mar,
como se le llama en la lengua indígena, porque a ese Heracles, la joya
le tan pareció encantadora, que recogió de todo el mar a la India este
tipo de perla, para adornar a su hija. Y Megástenes dice que esta ostra
se caza con redes; que es oriunda del mar, y que muchas están juntas,
como las abejas; y que las ostras perlíferas tienen un rey o una reina,
como lo tienen las abejas. Si alguien por casualidad captura al rey,
puede rodear fácilmente al resto de las ostras; pero si el rey se desliza a
través de la red, entonces las demás no pueden ser tomadas; y de las
que se toman, los indios dejan pudrir su carne, utilizando el esqueleto
como adorno. Entre los indios esta perla vale a veces tres veces su peso
en oro sólido, que es también cavado en la India.

Las costumbres de la India

IX. En este país en el que la hija de Heracles era la reina, las


muchachas son casaderas a los siete años, y los hombres no viven más
de cuarenta años. Sobre esto hay una historia entre los indios, que
Heracles, a quien le nació esta hija en los años maduros, dándose
cuenta de que su propio fin estaba cerca, y sabiendo que no había un
digno esposo a quien otorgar a su hija, se convirtió en su marido
cuando ella tenía siete años, por lo que reyes indios, sus hijos,
quedaron. Heracles la hizo entonces casadera, y por lo tanto apareció
toda la raza real de Pandea, con los mismos privilegios de Heracles.
Pero creo que, incluso si Heracles hubiera sido capaz de lograr algo tan
absurdo, podría haber alargado su propia vida, con el fin de aparearse
con la niña cuando estuviera más madura. Pero si realmente esto
acerca de la edad de las niñas en este distrito es cierto, me parece que
tiende del mismo modo que la edad de los hombres, en tanto que el
más viejo de ellos muere a los cuarenta años. Porque cuando la vejez
aparece mucho más rápido y la muerte con la edad, la madurez
razonablemente será anterior, en proporción al final; de modo que a los
treinta años los hombres podrían estar en el umbral de la vejez, y a los
veinte años, los hombres en la flor y adultez alrededor de los quince
años, por lo que las mujeres pueden razonablemente ser casaderas a
los siete. Megasthenes nos dice que los frutos maduran antes en este
país que en otros lugares, y perecen antes. De Dioniso a Sandracoto, los
indios contaban ciento cincuenta y tres reyes, en seis mil cuarenta y dos
años, y durante este tiempo tres veces [hubieron movimientos] por la
libertad... esto por trescientos años; el otro por unos ciento veinte años;
los indios dicen que Dioniso vivió quince generaciones anteriores a
Heracles; pero nadie más invadió la India, ni siquiera Ciro, el hijo de
Cambises, aunque hizo una expedición contra los escitas, y en todo lo
demás fue el más enérgico de los reyes en Asia; pero Alejandro llegó y
conquistó por la fuerza de las armas a todos los países en los que entró;
y hubiera conquistado el mundo entero si su ejército hubiera estado
dispuesto. Ningún indio marchó fuera de su propio país en una
expedición guerrera, tan justos eran.

X. Todo esto también está relatado; que los indios no ponen


monumentos a los muertos; pero consideran sus virtudes como
monumentos suficientes para los difuntos, y las canciones que cantan
en sus funerales. En cuanto a las ciudades de la India, uno no puede
registrar su número con exactitud, debido a su gran cantidad; pero
aquellas que están cerca de los ríos o cerca del mar, se construyen de
madera; porque si fueran construidas de ladrillo, no podrían durar
mucho debido a la lluvia, y también debido a que sus ríos se
desbordan y llenan las llanuras con agua. Pero las ciudades que se
construyen en lugares altos y elevados, sí se hacen de ladrillo y arcilla.
La más grande de las ciudades de la India se llama Palimbotra, en el
distrito de los prasios, en la confluencia del Erannoboas y el Ganges; el
Ganges, el más grande de todos los ríos; el Erannoboas puede ser el
tercero de los ríos de la India, en sí mayor que los rios de otros países;
pero cede prioridad al Ganges, cuando se vierte en él como afluente. Y
Megástenes dice que la longitud de la ciudad a lo largo de cada lado,
donde es más larga, llega a ochenta estadios y su anchura a quince, y
se ha excavado una zanja alrededor de la ciudad, de seis pletros de
ancho y treinta codos de alto; y en los muros hay quinientos setenta
torres y sesenta y cuatro puertas. También es notable en la India, que
todos los indios son libres, y ningún indio en lo absoluto es esclavo. En
esto los indios están de acuerdo con los lacedemonios. Sin embargo, los
lacedemonios tienen ilotas como esclavos, que realizan las tareas de
esclavos; pero los indios no tienen esclavos en lo absoluto, y mucho
menos algún indio es esclavo.

XI. Los indios generalmente se dividen en siete castas. Los


llamados hombres sabios son menos en número que el resto, pero los
principales en honor y respeto. Ellos no tienen necesidad alguna de
hacer ningún tipo de trabajo corporal; ni contribuir como resultados de
su trabajo al almacén común; de hecho, ningún tipo de restricción
descansa sobre estos hombres sabios, salvo para ofrecer los sacrificios a
los dioses en nombre de la población de India. Entonces cada vez que
alguien sacrifica en privado, uno de estos sabios actúa como instructor
del sacrificio, ya que de lo contrario el sacrificio no habría resultado
aceptable para los dioses. Estos indios también son expertos en
profecías, y a ninguno, salvo a uno de los hombres sabios, se les
permite profetizar. Y ellos profetizan acerca de las estaciones del año, o
de cualquier calamidad pública inminente; pero no se molestan en
profetizar sobre los asuntos privados de los particulares, ya sea porque
su profecía no condice con cosas más pequeñas, o porque es indigno
para ellos hacerse problemas por esas cosas. Y cuando uno ha
cometido tres veces un error en su profecía, no sufre daño alguno,
excepto que debe mantener para siempre su paz; y nadie va a
convencer a tal persona a profetizar sobre quién este este silencio ha
sido ordenado. Estos sabios pasan su tiempo desnudos, durante el
invierno al aire libre y al sol, pero en verano, cuando el sol es fuerte, en
los prados y las tierras pantanosas bajo grandes árboles; su sombra
Nearco calcula que alcanza a cinco pletros en total, y diez mil hombres
puede tomar sombra bajo un árbol; tan grandes son estos árboles. Se
alimentan de frutas de estación, y de la corteza de los árboles; esta es
dulce y nutritiva tanto como lo son los dátiles de la palma. A
continuación, al lado de estos vienen los agricultores, que son la clase
más numerosa de indios; no hacen uso de armas bélicas o actos bélicos,
pero cultivan la tierra; y pagan los impuestos a los reyes y a las
ciudades, cuando son autónomas; y??si hay guerra interna entre los
indios, no pueden tocar a estos trabajadores, y ni siquiera devastar la
tierra misma; pero algunos hacen la guerra matando a todos los recién
llegados, y otros cerca, están arando en paz o recogiendo frutas, o
agitando los manzanos o cosechando. La tercera clase de los indios son
los pastores, pastores de ovejas y ganado, y no habitan ni cerca de las
ciudades ni en los pueblos. Son nómadas y se ganan la vida en las
laderas, y pagan impuestos por sus animales; también cazan aves y
animales de caza en el país.

XII. La cuarta clase es la de los artesanos y los comerciantes;


estos son trabajadores, y pagan tributos sobre sus trabajos, excepto los
que fabrican armas de guerra; estos son pagados por la comunidad. De
esta clase son los carpinteros y marineros que navegan los ríos. La
quinta clase de indios es la clase de los soldados, a continuación de los
agricultores en número; estos tienen la mayor libertad y más espíritu.
Practican solamente actividades militares. Sus otras armas las forjan
otros para ellos, y otros les proporcionan los caballos; otros también
sirven en los campamentos, los que preparan sus caballos y pulen sus
armas, guían a los elefantes, y mantienen en orden y conducen los
carros. Ellos mismos, cuando existe la necesidad de guerra, van a la
guerra, pero en tiempo de paz disfrutan; y reciben tal paga por parte
de la comunidad, que pueden fácilmente mantener a otros. La sexta
clase de los indios son los llamados vigilantes. Ellos supervisan todo lo
que pasa en el campo o en las ciudades; y esto lo informan al rey,
donde los indios son gobernados por reyes, o a las autoridades, donde
son independientes. Para ellos, es ilegal hacer cualquier informe falso;
nunca hubo indio alguno acusado alguna vez de tal falsificación. La
séptima clase son los que deliberan acerca de la comunidad junto con
el Rey, o, en las ciudades que son autónomas, con las autoridades. En
número, esta clase es pequeña, pero con sabiduría y rectitud se lleva
las palmas de todas las demás; a partir de esta clase se eligen sus
gobernadores, gobernadores de distrito y diputados, guardianes de los
tesoros, oficiales del ejército y la marina, oficiales financieros y
supervisores de los trabajos agrícolas. Casarse fuera de cualquier clase
es ilegal — como, por ejemplo, de la clase campesina con los artesanos,
o viceversa; ni tampoco debe un mismo hombre ejercer dos
actividades; ni cambiar de una clase a otra, como hacerce agricultor
siendo pastor o hacerse pastor siendo artesano. Sólo le está permitido
unirse a cualquier clase a los sabios; pues su trabajo no es tarea fácil,
pero la más laboriosa de todas.

XIII. La mayoría de los animales salvajes que cazan los griegos


los indios también las cazan, pero estos tienen una manera de cazar
elefantes diferente de todos los otros tipos de caza, al igual que estos
animales no son como los demás animales. Elijen un lugar que esté a
nivel y abierto al calor del sol, y cavan una zanja en un círculo, lo
suficientemente amplia como para que un gran ejército acampe dentro
de ella. Cavan la zanja de cinco brazas de ancho y cuatro de
profundidad. La tierra que sacan de la zanja la amontonan a cada lado
de la zanja, y así la utilizan como una pared; entonces hacen refugios
para ellos mismos, excavados en la pared externa de la zanja, y dejan
pequeñas ventanas en ellos; a través de éstas entra la luz, y también
ven a los animales que entran y cargan en el recinto. Luego, dentro del
recinto dejan unas tres o cuatro hembras, las que son más mansas, y
dejan sólo una entrada por la zanja, haciendo un puente sobre ella; y
aquí amontonan mucha tierra y pasto para que los animales no puedan
distinguir el puente, sospechando algún engaño. Los cazadores luego
se mantienen fuera del camino, escondidos debajo de los refugios
excavados en la zanja. Ahora bien, los elefantes salvajes no se acercan a
los lugares habitados durante el día, pero de noche deambulan
alrededor y se alimentan en manadas, siguiente al mejor y más grande
de ellos, como lo hacen las vacas con los toros. Y cuando se acercan a la
zanja y se oye el bramido de las hembras y las perciben por su olor, se
lanzan al recinto amurallado; y cuando, trabajando alrededor del borde
exterior de la zanja, se encuentran con el puente, empujan a través de
él al recinto. Entonces los cazadores, al percibir la entrada de los
elefantes salvajes, algunos quitan el puente sin demora, otros se
apresuran a los pueblos vecinos informando que los elefantes están
atrapados en la zanja; y los habitantes, al enterarse de la noticia,
montan en los elefantes más animosos y más disciplinados, y los
conducen hacia el recinto, y cuando los han conducido hasta allí, no
comienzan inmediatamente la batalla, sino que permiten a los elefantes
salvajes que se angustien por el hambre y sean dominados por la sed.
Pero cuando creen que están lo suficientemente angustiados, entonces
erigen nuevamente el puente, y entran en el recinto; al principio hay
una batalla feroz entre los elefantes domesticados y los cautivos, y
luego, como era de esperar, los elefantes salvajes son domesticados,
angustiados como están por un derrumbe de sus espíritus y por el
hambre. A continuación, los jinetes desmontan de los elefantes
domesticados y atan los pies de los salvajes, ahora lánguidos; luego
ordenan a los elefantes domesticados que castiguen al resto por
repetidos golpes, hasta que en su angustia caen a tierra; luego se
acercan a ellos y echan sogas alrededor de sus cuellos, y se suben a
ellos, mientras yacen allí. Y para que no se lancen a sus conductores ni
los lastimen, hacen una incisión en el cuello con un cuchillo afilado,
todo alrededor, y atan un lazo alrededor de la herida, por lo que en
virtud de la herida mantienen la cabeza y el cuello quietos. Porque allí
donde quieran voltearse para hacer mal, la herida debajo de la cuerda
se irrita. Y así quedan callados, y percibiendo que han sido
conquistados, son llevados por los elefantes domesticados por la
cuerda.

XIV. A los elefantes que no están todavía completamente


desarrollados o por algún defecto no justifican la adquisición, les
permiten partir hacia sus propias guaridas; entonces conducen a sus
cautivos a los pueblos y primero de todo les dan brotes verdes y hierba
para comer; pero ellos, por falta de deseo, no están dispuestos a comer
nada; de modo que los indios se ordenan alrededor de ellos y con
tambores y címbalos, golpeando y cantando, los adormecen. Porque si
hay un animal inteligente, ese es el elefante. De algunos de ellos se sabe
que, cuando sus conductores han perecido en la batalla, los han
tomado y llevado al entierro; otros se han mantenido encima de ellos,
protegiéndolos. Otros, cuando han caído, han luchado activamente por
ellos; otro, en efecto, que en un momento mató a su chofer (no es el
término apropiado...), murió de remordimiento y pena. Yo mismo he
visto a un elefante haciendo sonar los címbalos y a otros bailando; dos
platillos fueron atados a las patas delanteras del intérprete, y otro a su
tronco, y rítmicamente golpeaba con su trompa el platillo en cada
pierna; los bailarines bailaban en círculo, y levantando y doblando sus
patas delanteras alternativamente; también se movía rítmicamente,
mientras el intérprete con los platillos marcaba el tiempo para ellos.
Los elefantes se aparean en primavera, al igual que los bueyes y los
caballos, cuando ciertos poros determinados sobre las sienes de las
hembras se abren y exhalan; la hembra tiene su cría a los dieciséis
meses por lo menos, dieciocho a lo sumo; tiene un potrillo, al igual que
una yegua; y este mama hasta su octavo año. Los elefantes más
longevos sobreviven doscientos años; pero muchos mueren antes por
enfermedad; pero en lo que se refiere a la mera edad, llegan a esta
edad. Si sus ojos están afectados, la leche de vaca inyectada les cura;
para sus otras dolencias, un trago de vino oscuro, y para sus heridas,
carne de cerdo asada, puestas sobre el punto, son buenas. Estos son los
remedios indios para ellos.

XV. Los indios consideran al tigre como mucho más fuerte que el
elefante. Nearco escribe que él había visto una piel de tigre, pero no al
tigre; los indios registran que el tigre es de tamaño tan grande como el
caballo más grande, y su rapidez y fuerza sin paralelo, ya que un tigre,
cuando se encuentra con un elefante, salta sobre la cabeza y fácilmente
lo ahoga. Aquellos, sin embargo, que vemos y llamamos tigres, son
chacales moteados, pero más grande que los chacales ordinarios. Sobre
las hormigas, también Nearco dice que él no vió hormiga alguna, del
tipo que algunos autores han descrito como nativas de la India; vio, sin
embargo, varias de sus pieles llevadas al campamento macedonio.
Megástenes, sin embargo, confirma la información dada sobre estas
hormigas; que las hormigas desentierran oro, no ciertamente por el
oro, sino como su madriguera natural, por lo que hacen agujeros, al
igual que nuestras pequeñas hormigas excavan una pequeña cantidad
de tierra; pero estas, que son más grandes que los zorros, excavan la
tierra proporcionalmente a su tamaño; la tierra es aurífera, y así los
indios consiguen su oro. Megástenes, sin embargo, se limita a frases
oídas, y como no tengo certeza de escribir sobre el tema, estoy
dispuesto a terminar este tema de las hormigas. Nearco describe, como
algo milagroso, loros, encontrados en la India, y describe al loro, y
cómo pronuncia una voz humana. Pero después de haber visto varios,
y otros que están familiarizados con esta ave, no se extienden sobre su
descripción como algo extraordinario; tampoco en el tamaño de los
simios, ni en la belleza de algunos simios indios, y el método de
captura. Yo sólo diré lo que todo el mundo sabe, excepto tal vez que los
monos son hermosos en cualquier lugar. Y Nearco dice además que allí
se cazan serpientes, moteadas y rápidas; y lo que declara Peitón, hijo
de Antígenes, que capturó, tenía más de dieciséis codos; pero los indios
(prosigue) afirman que las serpientes más grandes son mucho más
grandes que esta. No hay médicos griegos que hayan descubierto un
remedio contra la mordedura de la serpiente india; pero los mismos
indios utilizan para curar a aquellos que fueron mordidos. Y añade
Nearco que Alejandro reunió alrededor de él indios muy expertos en
medicina, y se enviaron órdenes alrededor del campamento que
cualquier persona mordida por una serpiente se debía presentar en el
pabellón real. Pero no hay muchas enfermedades en la India, ya que las
estaciones son más templadas que las nuestras. Si alguien está
gravemente enfermo, se informaba a sus hombres sabios, y se pensaba
que utilizaban la ayuda divina para curar lo que se podía curar.

XVI. Los indios llevan vestiduras de lino, como dice Nearco,


viniendo el lino de los árboles de los que ya he hecho mención. Este
lino es tanto más brillante que la blancura de otro lino, o la negrura
propia de la gente hace que parezca inusualmente brillante. Llevan una
túnica de lino a la mitad de la pantorrilla, y para prendas exteriores,
una lanzada sobre sus hombros, y una enrollada alrededor de la
cabeza. Los indios ricos llevan zarcillos de marfil; la gente común no
los utiliza. Nearco escribe que se tiñen la barba de varios colores;
algunos, por lo tanto, la tienen tan blanca como sea posible, otros
oscura, otros carmesí, otros púrpura, otros verde pasto. Los indios más
distinguidos usan sombrillas contra el calor del verano. Llevan
sandalias de piel blanca, y estas también hechas esmeradamente; y las
suelas de sus sandalias son de diferentes colores, y también altas, por
lo que los usuarios parecen más altos. El equipamiento bélico indio
difiere; la infantería tiene un arco, de la altura del propietario; lo
apoyan en el suelo, y colocan su pie izquierdo contra él, y disparan así;
jalan mucho de la cuerda del arco; porque sus flechas tienen poco
menos de tres codos, y nada puede interponerse en contra de una
flecha disparada por un arquero indio, ni escudo ni coraza ni
armadura fuerte. En la mano izquierda llevan pequeños escudos de
cuero sin curtir, más estrechos que sus portadores, pero no mucho más
cortos. Algunos tienen jabalinas en lugar de arcos. Todos llevan una
cimitarra ancha, de longitud no menor de tres codos; y a esta, cuando
tienen una lucha cuerpo a cuerpo — y los indios no luchan entre ellos
mismos de esta manera — la hacen descender con ambas manos
golpeando, por lo que el golpe puede ser muy efectivo. Sus jinetes
tienen dos jabalinas, como lanzas, y un pequeño escudo, más pequeño
que el de la infantería. Los caballos no tienen monturas, ni utilice
brocas griegas ni ninguna como los bocados celtas, pero alrededor del
final de la boca de los caballos, tienen una rienda sin curtir; en esta
instalan, del lado interno, pinches de bronce o de hierro, más bien
suavizados; la gente rica usa pinches de marfil; dentro de la boca de los
caballos hay un bocado, como un espeto, a cualquiera de los extremos
al los que las riendas están adjuntas. Luego, cuando aprietan las
riendas, este bocado domina al caballo, y los pinches, unidos a él,
pinchan al caballo y le obligan a obedecer la rienda.

XVII. Los indios son delgados y altos y mucho más ligeros en el


movimiento que el resto de la humanidad. Por lo general, montan en
camellos, caballos y asnos; los hombres más ricos, en elefantes. El
elefante en la India es una cabalgadura real; la siguiente en dignidad es
un carro de cuatro caballos y los camellos vienen en tercer lugar;
montar simplemente un caballo es bajo. Sus mujeres, que son de gran
modestia, no pueden ser seducidas por ningún regalo, pero ceden ante
cualquier persona que les de un elefante; y los indios no piensan que
sea una deshonra ceder ante el regalo de un elefante, sino que más bien
parece honorable para una mujer que su belleza se valorada a la par de
un elefante. Se casan sin dar nada ni recibir nada; a las niñas casaderas
sus padres las ofrecen y permiten que cualquier persona que se
demuestre victoriosa en la lucha libre o boxeo o en la carrera o muestre
preeminencia en cualquier otra actividad varonil, que elijan entre ellas.
Los indios ingieren comida y cultivan el suelo, con excepción de los
montañeses; pero éstos comen la carne de la caza. Esto debe ser
suficiente para una descripción de los indios, siendo las cosas más
notables las que Nearco y Megástenes, hombres de crédito, han
registrado sobre ellos. Pero como el tema principal de esta, mi historia,
no era escribir un relato de las costumbres indias, sino la forma en que
la marina de Alejandro llegó a Persia desde la India, todo esto debe
tenerse en cuenta como una digresión.

El viaje de Alejandro y Nearco

XVIII. Alejandro, cuando su flota estuvo lista en las orillas del


Hidaspes, reunió a todos los fenicios, chipriotas y egipcios que habían
seguido la expedición norteña. Con éstos tripuló sus naves, escogiendo
como tripulantes y remeros para ellas a cualquiera que fuera experto
en navegación. Había también un buen número de isleños en el
ejército, que entendían de estas cosas, y jonios y helespontinos. Como
comandantes de trirremes fueron designados, de los macedonios,
Hefestión, hijo de Amintor, y Leonato, hijo de Eunoo, Lisímaco, hijo de
Agatocles, y Asclepiodoro, hijo de Timandro, y Arcón, hijo de Clinias,
y Demónico, hijo de Ateneo, Arquías, hijo de Anaxidoto, Ofelas, hijo de
Sileno, Timantes, hijo de Pantiades; todos ellos de Pella. De Anfípolis
fueron nombrados estos oficiales: Nearco, hijo de Andrótimo, quien
escribió el relato del viaje; Laomedonte, hijo de Lárico, y Andróstenes,
hijo de Calístrato; y de Orestis, Crátero, hijo de Alejandro, Pérdicas,
hijo de Orontes. De Eordea, Ptolomeo, hijo de Lagos y Aristonoo, hijo
de Peiseo; de Pidna, Metrón, hijo de Epicarmo y Nicárquides, hijo de
Simo. Luego, además, Atalo, hijo de Andrómenes; de Estinfa,
Peucestas, hijo de Alejandro; de Mieza, Crateuas, hijo de Peitón; de
Alcómene; Leonato, hijo de Antípatro, de Egas; Pantauco, hijo de
Nicolao, de Aloris; Mileas, hijo de Zoilo, de Berea; todos estos
macedonios. De los griegos, Oxintemis, hijo de Medio, de Larisa;
Eumenes, hijo de Jerónimo, de Cardia; Critóbulo, hijo de Platón, de
Cos; Menodoro, hijo de Toas y Meandro, hijo de Mandrógenes, de
Magnesia; Andrón, hijo de Cabeleo, de Teos; de los chipriotas,
Nicocles, hijo de Pasícrates, de Soh; Nitafón, hijo de Pitágoras, de
Salamina. Alejandro designó también a un trierarca persa, Bagoas, hijo
de Farnuces; del propio barco de Alejandro, el timonel fue Onesícrito
de Astipalea; y el contador de toda la flota fue Evágoras, hijo de
Eucleón, de Corinto. Como almirante fue nombrado Nearco, hijo de
Andrótimo, cretense de raza, y vivía en Anfípolis, sobre en el Estrimón.
Y una vez que Alejandro hubo hecho todas estas disposiciones,
sacrificó a los dioses, tanto a los dioses de su raza como a todos de los
cuales los profetas le habían advertido, y a Poseidón y Anfitrite y las
nereidas y al Océano mismo y río Hidaspes, de donde empezó, y al
Acesines, en el que desemboca el Hidaspes, y al Indo, en el que ambos
desembocan; e instituyó concursos de arte y atletismo, y se les dio a
todo el ejército víctimas para el sacrificio, según sus destacamentos.

XIX. Luego, cuando hubo hecho todo para iniciar el viaje,


Alejandro ordenó a Crátero marchar por un lado del Hidaspes con su
ejército, caballería e infantería; Hefestión había comenzado ya a lo
largo del otro, con otro ejército aún más grande que el de de Crátero.
Hefestión se llevó consigo a los elefantes, en número de 200. Alejandro
se llevó con él a todos los peltastas, como se les llama, y a todos los
arqueros y de la caballería, a los llamados "Compañeros"; en total, ocho
mil. Crátero y Hefestión, con sus fuerzas, recibieron la orden de
marchar al frente y esperar la flota. Envió a Filipo, a quien había hecho
sátrapa de este país, a las orillas del río Acesines, también con una
fuerza considerable; a estas alturas, ciento veinte mil hombres en edad
de combatir lo seguían, junto con aquellos a quienes él mismo había
traído de la costa del mar; y con aquellos que sus oficiales, enviados a
reclutar fuerzas, había traído; por lo que ahora conducía todo tipo de
tribus orientales, armados de diferentes fornas. Luego navegó con sus
barcos por el Hidaspes al lugar de reunión del Acesines y el Hidaspes.
Su flota entera de naves era de 1800 Su flota sumaba 1.800 naves (más
apropiado), tanto buques de guerra como mercantes, y transportes de
caballos además y otros trayendo provisiones junto con las tropas. Y
cómo su flota descendió los ríos, y las tribus que conquistó en el
descenso, y cómo él mismo en peligro entre los malianos, y la herida
que allí recibió, luego, la forma en la cual Peucestas y Leonato lo
defendieron mientras yacía allí — todo esto ya lo he relatado en mi otra
historia, escrita en dialecto ático. Este, mi trabajo actual, sin embargo,
es una historia del viaje que Nearco desarrolló con éxito con su flota a
partir de la desembocadura del Indo por el océano hasta el Golfo
Pérsico, que algunos llaman el Mar Rojo.

XX. Sobre esto, Nearco escribe así: Alejandro tenía un deseo


vehemente de navegar por el mar que se extiende desde la India a
Persia; pero no le gustaba la duración del viaje y temía que,
encontrándose con algún país desierto o sin radas, o no provisto
adecuadamente de los frutos de la tierra, su flota entera fuera
destruida; y esto, no siendo una pequeña mancha en sus grandes
logros, podría arruinar toda su felicidad; pero su deseo de hacer algo
inusual y extraño prevaleció; aún así, estaba en duda a quién elegir,
que tuviera los méritos para sus planes; y también al hombre indicado
para estimular al personal de la flota, — enviados como estaban a una
expedición de este tipo, para que no se sintieran que estaban siendo
enviados ciegamente a peligros manifiestos. Y Nearco dice que
Alejandro discutió con él a quien debía seleccionar para ser almirante
de la flota; pero como se mencionó a uno y a otro, y como Alejandro
rechazó a algunos, como no deseando arriesgarlos por su seguridad,
otros como temerosos, otros como consumidos por el deseo de retornar
a sus hogares, y encontrando alguna objeción a cada uno; entonces
Nearco mismo habló y se comprometió a sí mismo de esta manera:
“Oh, Rey, me comprometo a conducir su flota! Y que dios ayude en la
empresa! Llevaré sus barcos y hombres sanos y salvos a Persia, si este mar es
navegable y la empresa no por encima de las fuerzas humanas”. Alejandro,
sin embargo, respondió que no iba a permitir que uno de sus amigos
corriera esos riesgos y soportara tal sufrimiento; Nearco, no aflojó en
su petición, pero rogó fervientemente a Alejandro; hasta que por fin
Alejandro aceptó el espíritu dispuesto de Nearco, y lo nombró
almirante de toda la flota, en la que la parte del ejército que estaba
enumerada para navegar en este viaje, y las tripulaciones, se sintieran
más tranquilas, asegurándose de que Alejandro nunca habría expuesto
a Nearco a un peligro evidente a menos que también ellos volvieran a
salvo. Entonces, el esplendor de todas las preparaciones completas y el
equipamiento inteligente de las naves, y el entusiasmo vivo de los
comandantes de los trirremes acerca de los distintos servicios y las
tripulaciones se hubieran entusiasmado aquellos que hasta hace poco
estaban vacilando, tanto por la valentía y por mayores esperanzas
acerca de todo el asunto; y además contribuyó mucho a los buenos
espíritus en general de la fuerza que Alejandro había lanzado por el
Indo y había explorado ambas salidas, incluso al océano, y había
ofrecido víctimas a Poseidón, y a todos los otros dioses del mar, y dio
espléndidos dones al mar. Entonces, confiando como lo hicieron en la
generalmente extraordinaria buena fortuna de Alejandro, se sintieron
que no había nada a lo que él no se atreviera, y nada que no pudiera
llevar a cabo.

XXI. Cuando los vientos alisios se llamaron al descanso, que


siguen soplando desde el océano a la tierra durante toda la temporada
de verano, y por lo tanto hacen que el viaje sea imposible, se hicieron a
la mar, siendo arconte en Atenas, Cefisodoro, a los veinte días del mes
boedromion, como los atenienses lo conocen; pero como los
macedonios y los asiáticos los cuentan, fue... en el undécimo año del
reinado de Alejandro. Nearco también sacrificó, antes de zarpar, a Zeus
Salvador, y también realizó una competencia atlética. Entonces
saliendo de su rada, anclaron en el primer día en el río Indo cerca de
un gran canal, y permanecieron allí dos días; el distrito era llamado
Stura; estaba a unos cien estadios de la rada. Luego, al tercer día
comenzaron a navegar por otro canal, a una distancia de treinta
estadios, y este canal ya era salado; porque el mar lo invadió, sobre
todo en las mareas altas, y luego en el flujo, el agua permaneció allí,
mezclada con el agua del río. Este lugar fue llamado Caumara. Desde
allí navegaron veinte estadios y anclaron en Coreestis, aún en el río.
Desde allí comenzaron de nuevo y navegaron no muy lejos, porque
vieron un arrecife en esta salida del río Indo, y las olas rompían
violentamente en la orilla, y la orilla misma era muy irregular. Pero
donde había una parte más suave del arrecife, cavaron un canal de
cinco estadios de largo, y llevaron los barcos hacia abajo, cuando la
marea subió del mar. Luego navegando hacia adelante, a una distancia
de ciento cincuenta estadios, anclaron en una isla arenosa llamada
Crocala, y permanecieron allí hasta el día siguiente; allí vive una raza
india llamada arabeos, de los cuales hice mención en mi historia más
extensa; y tienen su nombre del río Arabis, que atraviesa su país y
encuentra su desembocadura en el mar, formando la frontera entre este
país y el de los oritanos. De Crocala, teniendo a la derecha el cerro que
llaman Irus, navegaron, con una isla baja a su izquierda; y la isla
corriendo en paralelo con la costa hace una estrecha bahía. Entonces,
cuando hubieron navegado a través de esta, anclaron en un puerto con
buen anclaje; y como Nearco consideró al puerto como uno grande y
bueno, lo llamó Refugio de Alejandro. A la cabeza de la bahía yace una
isla, a una distancia de dos estadios, llamada Bibacta; la región vecina,
sin embargo, se llama Sangada. Esta isla, formando una barrera al mar,
de por sí hace un puerto. Hay fuertes vientos constantes que soplan
desde el océano. Nearco, por lo tanto, temiendo que algunos de los
nativos se unieran para saquear el campamento, rodeó el lugar con un
muro de piedra. Se quedó allí treinta y tres días; y durante ese tiempo,
dice, los soldados cazaron mejillones, ostras y peces navaja, como se les
llama; eran todos de tamaño inusual, mucho más grandes que los de
los mares. También bebieron agua salobre.

XXII. Con el viento activo, levaron anclas; y después de navegar


sesenta estadios amarraron en una playa de arena; había una isla
desierta cerca de la orilla. Usaron esta, por lo tanto, como un
rompeolas y amarraron allí: la isla se llamaba Domai. En la orilla no
había agua, pero después de avanzar unos veinte estadios al interior
encontraron agua potable. Al día siguiente navegaron hasta el
anochecer a Saranga, unos trescientos estadios, y amarraron en la
playa, y el agua fue hallada a unos ocho estadios de la playa. Desde allí
navegaron y amarraron en Sacala, un lugar desierto. Luego, abriéndose
camino a través de dos rocas, tan juntas que las palas de los remos de
las naves tocaban las rocas a babor y estribor, amarraron en
Morontobara, después de navegar unos trescientos estadios. El puerto
es amplio, circular, profundo y sereno, pero su entrada es estrecha.
Ellos lo llaman, en el lenguaje nativo, "La Piscina de Las Damas” ya
que fue una dama la primera soberana de este distrito. Cuando
estuvieron ya a salvo a través de las rocas, se encontraron con grandes
olas y el mar corriendo con fuerza; y por otra parte, parecía muy
peligroso navegar hacia el mar desde los acantilados. Al día siguiente,
sin embargo, navegaron con una isla en su timón de babor, con el fin
de romper el mar, tan cerca de la playa que cabría conjeturar que se
trataba de un canal cortado entre la isla y la costa. Todo el pasaje era de
unos setenta estadios. En la playa había muchos árboles frondosos, y la
isla estaba cubierta por completo por un bosque sombrío. Al amanecer,
navegaron fuera de la isla, por un paso estrecho y turbulento; la marea
seguía cayendo. Y habiendo navegado unos ciento veinte estadios
anclaron en la desembocadura del río Arabis. Había un puerto bueno y
grande en su desembocadura, pero no había agua potable; la boca del
Arabis se mezclaba con agua de mar. Sin embargo, después de
penetrar cuarenta estadios al interior encontraron un pozo de agua, y
después de sacar agua de allí regresaron de nuevo. Cerca del puerto
había una isla alta, desierta y alrededor de ella se podía conseguir
ostras y todo tipo de pescado. Hasta aquí se extiende el país de los
arabeos; son los últimos indios asentados en esta dirección; a partir de
aquí, comienza el territorio de los oritanos.

XXIII. Dejando las salidas del Arabis, navegaron a lo largo del


territorio de los oritanos, y anclaron en Pagala, después de un viaje de
doscientos estadios, cerca de un mar rompiente; pero fueron capaces lo
mismo de fondear. La tripulación salió del mar en sus barcos, aunque
algunos fueron en busca de agua, y la consiguieron. Al día siguiente
salieron de madrugada, y después de hacer cuatrocientos treinta
estadios se detuvieron al atardecer en Cabana, y amarraron en una
playa desierta. Allí también había un fuerte oleaje, por lo que anclaron
sus buques bien hacia el mar. Fue en esta parte del viaje que una fuerte
tormenta desde el mar cayo Una fuerte tormenta proveniente del mar
cayó sobre la flota, y dos buques de guerra se perdieron en el pasaje, y
una galera; los hombres nadaron y se salvaron, ya que estaban
navegando muy cerca de tierra. Pero cerca de la medianoche, levaron
anclas y zarparon hasta Cocala, que estaba a unos 200 estadios de la
playa en la que habían anclado. Los barcos se mantuvieron en mar
abierto y anclaron, pero Nearco desembarcó las tripulaciones y acampó
en tierra; después de todos estos trabajos y peligros en el mar,
deseaban descansar un rato. El campo estaba atrincherado, para
mantener alejados a los nativos. Aquí Leonato, que había estado a
cargo de las operaciones contra los oritanos, venció a los oritanos en
una gran batalla, junto con otros que se habían unido a su empresa.
Mató a unos seis mil de ellos, incluyendo a todos los oficiales
superiores; de la caballería con Leonato, quince cayeron, y de su
infantería, entre algunos otros, Apolófanes, el sátrapa de Gedrosia.
Esto lo he relatado en mi otra historia, y también cómo Leonato fue
coronado por Alejandro por esta hazaña con una corona de oro ante los
macedonios. Su provisión de grano ya había sido recogida, por orden
de Alejandro, para el avituallamiento del ejército; y llevaron a bordo
raciones para diez días. Los barcos que habían sufrido en el trayecto
fueron reparados; y cualesquiera que fueran las tropas que Nearco
pensaba que eran inclinadas a fingir enfermedad, las entregó a
Leonato, pero él mismo reclutó su flota de los soldados de Leonato.

XXIV. Desde allí zarparon y avanzaron con viento a favor; y


después de un trecho de 500 estadios anclaron derca de un torrente,
que se llamaba Tomero. Había una laguna en la desembocadura del
río, y las depresiones cerca de la orilla estaban habitadas por nativos en
cabañas sofocantes. Estos, viendo al convoy hacerse a la vela, quedaron
asombrados, y cubriendo a lo largo la costa, estaban listos para repeler
cualquier intento de desembarco. Llevaban lanzas gruesas, de unos seis
metros de largo; no tenían punta de hierro, pero obtenían el mismo
resultado endureciendo la punta con fuego. Eran en número unos
seiscientos. Nearco observó esto manteniéndose firme y en orden, y
ordenó a los barcos que se mantuvieran a su alcance, a fin de que sus
proyectiles pudieran llegar a la costa; las lanzas de los nativos, que
parecían sólidas, eran buenas para la lucha cuerpo a cuerpo, pero no
presentaban ventajas contra una descarga. Luego Nearco tomó las
tropas más ligeras y más ligeramente armadas, como también los que
eran los mejores nadadores y les pidió que nadaran tan pronto como
recibieran la orden. Sus órdenes eran que, tan pronto como cualquier
nadador encontrara fondo, debía esperar a su compañero, y no atacar a
los nativos, hasta que tuvieran una formación de tres en profundidad;
pero entonces debían elevar su grito de guerra y cargar el doble. A la
orden, los detallados para este servicio se lanzaron desde los barcos al
mar, y nadaron con elegancia, y tomaron su formación en forma
ordenada, y habiendo hecho una falange, cargaron, elevando, por su
parte, su grito de guerra al Dios de la Guerra, y los de a bordo lanzaron
el grito junto con ellos; y fueron lanzados contra los nativos proyectiles
y flechas. Ellos, asombrados ante lo súbito de la armadura, y la rapidez
de la carga, y atacados por una lluvia de flechas y proyectiles, medio
desnudos como estaban, nunca dejaron de resistir, pero cedieron.
Algunos murieron en la huída; mientras que otros fueron capturados;
pero algunos escaparon a las colinas. Los capturados eran velludos, no
sólo sus cabezas, sino el resto de sus cuerpos; sus uñas eran como
garras de bestias; utilizaban sus uñas (según el informe) como si fueran
instrumentos de hierro; con ellas rasgaban en pedazos sus peces, e
incluso los tipos menos sólidos de madera; todo lo demás lo rompían
con piedras afiladas, pues no poseían hierro. Por ropa usaban pieles de
animales, algunos incluso las pieles gruesas de los peces más grandes.

XXV. Aquí las tripulaciones vararon sus barcos y repararon lo


que habían sufrido. Al sexto día se hicieron a la vela, y después de
viajar alrededor de trescientos estadios, llegaron a un país que era el
último punto en el territorio de los oritanos: el distrito se llamaba
Malana. Los oritanos que viven tierra adentro, lejos del mar, visten
como lo hacen los indios, y se equipan de manera similar para la
guerra; pero difieren en su dialecto y costumbres. La duración del viaje
de cabotaje a lo largo del territorio de los arabeos fue de alrededor de
mil estadios desde el punto de partida; la longitud de la costa oritana
es de 1600. Mientras navegaban a lo largo de la tierra de la India pues
desde allí en adelante los indios no son más indios, Nearco sostiene
que sus sombras no aparecían de la misma forma; pero dónde estaban
dirigiéndose a la alta mar y siguiendo un rumbo hacia el sur, sus
sombras parecían caer más hacia el sur también; pero cuando el sol
estaba en el mediodía, todo parecía sin sombras. Entonces algunas de
las estrellas tal como las habían visto hasta ahora en el cielo, algunas
estaban completamente ocultas, otras se mostraban bajas hacia la
tierra; aquellas que habían visto continuamente delante, ahora se
observaban ambas poniéndose, y luego, de pronto, apareciendo de
nuevo. Creo que esta historia de Nearco es probable, ya que en Syene
de Egipto, cuando el sol está en el solsticio de verano, la gente muestra
un pozo donde al mediodía no se ve sombra alguna; y en Meroe, en la
misma temporada, no se proyectan sombras. Por lo tanto, parece
razonable que en la India también, ya que están lejos hacia el sur,
ocurran los mismos fenómenos naturales, y sobre todo en el Océano
Índico, sólo porque corre hacia el sur. Pero aquí tengo que dejar este
tema.

XXVI. Junto a los oritanos, más hacia el interior, habitan los


gedrosios, cuyo país Alejandro y su ejército atravesaron con grandes
dificultades; de hecho sufrieron más que en todo el resto de su
expedición: todo esto lo he relatado en mi historia más completa. Por
debajo de los gedrosios, siguiendo la costa actual, habita el pueblo
llamado «comedores de peces». La flota navegó más allá de su país. En
el primer día amarraron sobre la segunda vigilia, e hicieron escala en
Bagisara; una distancia a lo largo de la costa de unos seiscientos
estadios. Allí hay un puerto seguro, y un pueblo que se llama Pasira, a
unos sesenta estadios del mar; los nativos cercanos son llamados
pasireos. Al día siguiente zarparon antes de lo habitual y navegaron
alrededor de un promontorio que se encuentra lejos hacia el mar, que
era alto y escarpado. Entonces cavaron pozos; y obtuvieron sólo un
poco de agua, y pobre y por ese día se echó el ancla, porque había
fuerte oleaje en la playa. Al día siguiente hicieron escala en Colta
después de un viaje de 200 estadios. De allí partieron al amanecer, y
después de viajar 600 estadios, anclaron en Calyba. Hay una aldea en
la orilla, unas pocas palmeras datileras crecen cerca de ella, y había
dátiles, aún verdes, sobre ellos. A unos cien estadios de la playa hay
una isla llamada Carnine. Allí, los aldeanos llevaron regalos a Nearco,
ovejas y peces; la carne de cordero, dice, tenía un sabor a pescado,
como la carne de las aves marinas, ya que incluso las ovejas se
alimentan de los peces; porque no hay hierba en el lugar. Sin embargo,
al día siguiente navegaron 200 estadios y amarraron en una playa y un
pueblo situado a unos treinta estadios del mar: era llamado Cissa, y
Carbis era el nombre de la franja costera. Allí encontraron unos pocos
botes, de la clase que podrían utilizar los pescadores pobres; pero no
encontraron a los propios pescadores, pues estos habían huido tan
pronto como vieron anclar a los barcos. No había allí grano, y el
ejército había empleado la mayor parte de su reserva, pero tomaron y
embarcaron algunas cabras, y así zarparon. Doblando un cabo alto, a
unos ciento cincuenta estadios en el mar, hicieron escala en un puerto
tranquilo; había agua allí, y los pescadores vivían cerca; el puerto se
llamaba Mosarna.

XXVII. Nearco narra que a partir de este punto, un piloto navegó


con ellos, un gedrosio llamado Hidraces. Él había prometido llevarlos
hasta Carmania; desde allí la navegación no era difícil, pero los
distritos eran más conocidos, hasta el Golfo Pérsico. De Mosarna
partieron por la noche, setecientos cincuenta estadios, a la playa de
Balomus. Desde allí otra vez a Barna, un pueblo, cuatrocientos
estadios, donde había muchas palmeras y un jardín; y en el jardín
crecían mirtos y abundantes flores, de las que los nativos tejían
coronas. Allí, por primera vez, vieron árboles de jardín, y hombres
moradndo allí no enteramente como animales. Desde allí navegaron
otros 200 estadios y llegaron a Dendrobosa y los barcos mantuvieron el
ancla en la rada. Desde allí partieron cerca de la medianoche y llegaron
a un puerto llamado Cofas, después de un viaje de unos 400 estadios;
ahí vivían pescadores, con barcos pequeños y débiles; y no lo remaban
en fila con sus remos como lo hacen los griegos, sino como se hace en
un río, impulsando el agua de un lado u otro, al igual que los
trabajadores que cavan en el suelo. En el puerto había agua pura en
abundancia. A la primera vigilia zarparon y llegaron a Cyiza, después
de una travesía de 800 estadios, donde había una playa desierta y un
fuerte oleaje. Aquí, por lo tanto, anclaron, y cada nave consiguió su
propia comida. Desde allí viajaron 500 estadios y llegaron a un
pequeño pueblo construido cerca de la playa en una colina. Nearco,
quien imaginó que el distrito debía ser cultivado, dijo a Arquías de
Pella, hijo de Anaxidoto, que navegaba con Nearco, y era un notable
macedonio, que debían sorprender al pueblo, ya que no tenía ninguna
esperanza de que los nativos les dieran al ejército provisiones por su
buena voluntad; mientras no pudiera capturar la ciudad por la fuerza,
pues esto requeriría un asedio y mucha demora; mientras que en el
ínterin había escasez de provisiones. Pero el grano que la tierra
producía lo pudo juntar de la paja que vio yacente cerca de la playa.
Cuando llegaron a esta resolución, Nearco ordenó a la flota en general
que estuviera lista como para hacerse a la mar; y Arquías, en su lugar,
preparó todo para el viaje; Nearco se quedó atrás con una sola nave y
se fue como para echar un vistazo a la ciudad.

XXVIII. A medida que Nearco se acercaba a las murallas, los


nativos le trajeron, de manera amistosa, regalos de la ciudad; atunes
cocido en ollas de barro; ahí habitaba la más occidental de las tribus
comedoras de pescado, y fueron los primeros a los que los griegos
vieron cocinar sus alimentos; y trajeron también algunos pasteles y
dátiles de las palmas. Nearco, dijo que aceptaba esto con gratitud; y
deseaba visitar la ciudad, y se le permitió entrar. Pero tan pronto como
pasaron al interior de las puertas, pidió a dos de los arqueros que
ocuparan el postigo, mientras que él y otros dos, y el intérprete,
subieron a la pared de un lado e hicieron señas a Arquías y sus
hombres como habían previsto: Nearco debía hacer señales, y Arquías
entender y hacer lo que se le había ordenado. Al ver la señal los
macedonios vararon sus barcos con la mayor rapidez; saltaron a toda
prisa en el mar, mientras que los nativos, asombrados ante esta
maniobra, corrieron a por sus armas. El intérprete con Nearco gritaron
que debían dar grano al ejército, si querían salvar su ciudad; y los
indígenas respondieron que no tenían nada, y al mismo tiempo
atacaron la muralla. Pero los arqueros con Nearco disparando desde
arriba fácilmente los contuvieron. Sin embargo, cuando los indígenas
vieron que su ciudad estaba ya ocupada y casi lista para ser
esclavizada, rogaron a Nearco que tomaran el grano que tenían y se
retiraran, pero que no destruyeran la ciudad. Nearco, sin embargo,
ordenó a Arquías que capturara las puertas y la muralla vecina; envió
con los nativos a algunos soldados para ver si entregaban su grano sin
truco alguno. Ellos mostraron libremente su harina, molida de pescado
seco; pero sólo una pequeña cantidad de trigo y cebada. De hecho,
utilizaban como harina lo que obtenían de los peces; y utilizaban pan
de harina de trigo como un manjar. Cuando, sin embargo, mostraron
todo lo que tenían, los griegos se aprovisionaron de lo que había allí, y
se hicieron a la mar, anclando cerca de un promontorio que los
habitantes consideran sagrado para el Sol: el cabo se llamaba Bageia.

XXIX. Desde allí, zarpar hacia cerca de medianoche, viajaron


otros mil estadios a Talmena, un puerto que da buen anclaje. Desde allí
se dirigieron a Canasis, una ciudad desierta, cuatrocientos estadios
más lejos; ahí encontraron un pozo hundido, y cerca crecían palmeras
silvestres datileras. Cortaron los corazones de éstos y se los comieron;
porque el ejército tenía escasez de alimentos. De hecho, ahora estaban
muy angustiados por el hambre, y navegaron día y noche, y anclaron
en una playa desierta. Pero Nearco, temeroso de que desembarcaran y
dejaran sus barcos por debilidad, mantuvo a propósito los barcos en la
rada abierta. Navegaron desde allí y anclaron en Canate, después de
un viaje de setecientos cincuenta estadios. Aquí hay una playa y
canales poco profundos. Desde allí navegaron 800 estadios, anclando
en Troea; había pueblos pequeños y pobres en la costa. Los habitantes
abandonaron sus chozas y los griegos encontraron allí una pequeña
cantidad de grano, y los dátiles de las palmas. Mataron a siete camellos
que habían quedado allí, y comieron la carne de ellos. Cerca del
amanecer levaron anclas y navegaron 300 estadios, y anclaron en
Dagaseira; ahí habitaba una tribu errante. Desde allí navegaron sin
parar todo el día y la noche, y después de un viaje de mil cien estadios
pasaron el país de los comedores de pescado, dónde habían estado
muy angustiados por la falta de alimento. No amarraron cerca de la
costa, pues había una larga línea de rompientes, pero anclaron al aire
libre. El largo del viaje a lo largo de la costa de los comedores de
pescado es de un poco por encima de diez mil estadios. Estos
comedores de pescado viven de pescado, y de ahí su nombre; sólo
unos pocos de ellos pescan, ya que sólo tienen unos pocos barcos
propios y no tienen experiencia alguna en la técnica de la captura de
peces; en su mayor parte es la marea baja la que les proporciona sus
capturas. Algunos han hecho también redes para este tipo de pesca, la
mayoría de ellas de dos estadios de longitud. Ellos hacen las redes de
la corteza de la palmera datilera, torciendo la corteza como una cuerda.
Y cuando el mar se retira y queda la tierra, donde la tierra permanece
seca, no hay peces, por regla general; pero donde hay huecos, parte del
agua se mantiene, y en estos un gran número de peces, mayormente
pequeños pero algunos grandes también. Lanzan sus redes sobre ellos
y así los capturan. Los comen crudos, tal como los sacan del agua, es
decir, los que són más tiernos; los más grandes, que son más
resistentes, los secan al sol hasta que quedan bastante secos y los
golpean hasta hacer una harina y pan de ellos; otros incluso hacen
tortas de esta harina. Incluso sus rebaños se alimentan de peces secos;
el país no cuenta con praderas de hierba y no produce pasto. Recogen
también en muchos lugares cangrejos y ostras y mariscos. Hay sales
naturales en el país; de éstas hacen aceite. Aquellos que habitan en las
regiones desérticas de su país, sin árboles, como son y sin partes
cultivadas, encuentran todo su sustento en la pesca, pero algunos de
ellos siembran parte de su distrito, usando el grano como un
condimento a los peces, ya que los peces forman su pan. El más rico de
ellos ha construido chozas; recogen los huesos de cualquier pez grande
que el mar arroja, y los usan en lugar de vigas. Las puertas se hacen a
partir de los huesos planos que se pueden recoger. Pero la mayor parte
de ellos, y la clase más pobre, tienen cabañas hechas de espinas
dorsales de los peces.

XXX. Las ballenas grandes viven en el océano exterior y peces


más grandes que esos, en nuestro mar interior. Nearco dice que
cuando dejaron Cyiza, al amanecer, vieron agua soplada hacia arriba
desde el mar, como disparada hacia arriba por la fuerza de una tromba
marina. Quedaron asombrados, y preguntaron a los pilotos del convoy
que podía ser y cómo se producía; respondieron que estas ballenas,
mientras vagan por el océano, tiran un chorro de agua a una gran
altura; los marineros, sin embargo, se asustaron tanto que los remos
cayeron de sus manos. Nearco fue y los animó, y cada vez que
navegaba más allá de cualquier barco, les indicaba que giraran la proa
del barco en dirección a las ballenas como para darles batalla; y
elevando su grito de guerra con el sonido de la levantada, remar con
golpes rápidos y con gran cantidad de ruido. Así, todos se animaron y
navegaron juntos de acuerdo a la señal. Pero cuando realmente se
acercaban a los monstruos, gritaron con toda la fuerza de sus
gargantas, y las trompetas sonaron, y los remeros hicieron sonoras
salpicaduras con sus remos. Entonces las ballenas, ahora visibles en la
proa de los barcos, se asustaron, y se sumergieron en las
profundidades; a continuación, poco después se acercaron a popa y
tiraron agua de mar a las alturas. Acto seguido un alegre aplauso
acogió con satisfacción este saludo inesperado, y llovieron muchos
elogios sobre Nearco por su valentía y prudencia. Algunas de estas
ballenas bajan a tierra en diferentes partes de la costa; y cuando viene
la marea, se ven atrapadas en las aguas poco profundas; y algunas
incluso son echadas en tierras altas y secas, por lo que perecen y se
pudren, y su carne podrida deja los huesos convenientes para ser
utilizados por los indígenas para sus chozas. Por otra parte, los huesos
de sus costillas sirven para las vigas más grandes para sus viviendas; y
las más pequeñas para las vigas; las mandíbulas son los postes de las
puertas, ya que muchas de estas ballenas alcanzan una longitud de 25
brazas.

XXXI. Mientras estaban costeando el territorio de los comedores


de peces, oyeron un rumor acerca de una isla, que se encuentra a cierta
distancia de tierra firme en esa dirección, a unos cien estadios, pero
que está deshabitada. Los indígenas dijeron que era sagrada para el Sol
y era llamada Nosala, y que ningún ser humano por su propia
voluntad jamás entraría ahí; pero que cualquiera que, por ignorancia la
tocara, desaparecería inmediatamente. Nearco, sin embargo, dice que
una de sus galeras con tripulación egipcia se había perdido
completamente no muy lejos de esta isla, y que los pilotos
valientemente afirmaron al respecto que habían tocado ignorantemente
la isla y así habían desaparecido. Nearco envió una nave de treinta
remos para navegar alrededor de la isla, con órdenes de no entrar, pero
que la tripulación gritara en voz alta, mientras costeaban alrededor tan
cerca como se atrevieran; y debían llamar al timonel perdido por su
nombre, o cualquiera de su tripulación cuyo nombre conociera. Como
nadie respondió, él nos dice que él mismo navegó hasta la isla, y obligó
a su tripulación a que bajara; luego fue a tierra y echó por tierra este
cuento de hadas acerca de la isla. Oyeron también otra historia
corriente de esta isla, que una de las Nereidas vivía allí; pero el nombre
de este Nereida no fue dicho. Ella demostró mucha simpatía a
cualquier marinero que se acercara a la isla, pero luego lo convertía en
pez y lo arrojaba al mar. El Sol entonces se enojó con la Nereida, y le
ordenó que saliera de la isla, y ella accedió a retirarse de allí, pero pidió
que le fuera retirado el hechizo sobre ella; consintió el Sol, y se
compadeció de esos seres humanos que ella había convertido en peces,
y los convirtió nuevamente de peces en seres humanos, y así nació el
pueblo llamado comedores de pescado. Y así descendieron hasta los
días de Alejandro. Nearco demuestra que todo esto es mera leyenda;
pero yo no tengo elogios para sus penas y su erudición; las historias
son bastante fáciles de derribar; y considero tedioso relatar estos viejos
cuentos y luego probar que son todos falsos.

XXXII. Más allá de estos comedores de peces, los gedrosios


habitan en el interior, un territorio pobre y arenoso; aquí fue donde el
ejército de Alejandro y Alejandro mismo sufrieron tan en serio, como
ya lo he relatado en mi otro libro. Pero cuando la flota, dejando a los
comedores de pescado, entró en Carmania, ancló a la intemperie, en el
punto donde tocaron por primera vez Carmania; había una línea larga
y áspera de oleaje paralelo con la costa. De allí no navegaron más hacia
el oeste, sino que tomaron un nuevo rumbo y se dirigieron con sus
arcos apuntando entre el norte y el oeste. Carmania es más boscosa que
la región de los comedores de peces, y tiene más frutas, tiene más
pasto, y está bien regada. Ellos amarraron en un lugar habitado
llamado Badis, en Carmania, con muchos árboles cultivados en
crecimiento, excepto el olivo y los buenos viñedos; también produce
grano. De allí partieron y viajaron 800 estadios, y amarraron de una
playa desierta; y avistaron un gran cabo sobresaliendo lejos en el
océano; parecía como si el propio promontorio estuviera a un día de
navegación. Los que tenían conocimiento del distrito, dijeron que este
promontorio pertenecía a Arabia, y fue llamado Maceta, y que desde
allí los asirios importaban canela y otras especias. Desde esta playa en
la que la flota ancló en rada abierta, y el promontorio, que avistaron
frente a ellos, corriendo hacia el mar, la bahía (esta es mi opinión, y
Nearco sostenía lo mismo) se extiende de nuevo hacia el interior, y
parece ser el Mar Rojo. Cuando avistaron el cabo, Onesícrito les pidió
que siguieran su curso y que navegaran directamente a él, a fin de no
tener la molestia de costear alrededor de la bahía. Nearco, sin embargo,
respondió que Onesícrito era un tonto, si ignoraba el propósito de
Alejandro de despachar la expedición. No era porque él no fuera capaz
de traer a pie toda su fuerza de manera segura el porque el había
enviado la flota; pero deseaba hacer un reconocimiento de las costas
que están en la línea de la travesía, las radas, los islotes; para explorar a
fondo cualquier bahía, que apareciera, y para enterarse de las ciudades
que estaban sobre la costa del mar; y para averiguar que tierra era
fértil, y cual estaba desierta. No deben por lo tanto, estropear la
empresa de Alejandro, especialmente cuando estaban casi al final de
sus fatigas, y eran, por lo demás, No teniendo ya dificultad alguna
acerca de las provisiones en su patrullaje costero. Su propio miedo era
que desde el cabo corría un largo camino hacia el sur, que encontrarían
allí tierra sin agua y sol abrasador. Este punto de vista prevaleció; y
creo que Nearco evidentemente conservó la fuerza expedicionaria por
esta decisión; por lo general se afirma que este cabo y el país alrededor
son totalmente desiertos y absolutamente desprovistos de agua.

XXXIII. Navegaron a continuación, dejando esta parte de la


costa, abrazando la tierra; y después de viajar unos setecientos estadios
anclaron en otra playa, llamada Neoptana. Luego, al amanecer se
alejaron hacia el mar, y después de atravesar cien estadios, amarraron
cerca del río Anamis; el distrito se llamaba Harmozeia. Todo aquí era
amistoso, y producía frutos de todo tipo, excepto que las aceitunas no
crecían allí. Allí desembarcaron, y tuvieron un bien merecido descanso
a sus largas fatigas, recordando los sufrimientos que habían soportado
en el mar y en la costa de los comedores de pescado; narrando unos a
otros la desolación del país, la naturaleza casi bestial de los habitantes,
y sus propias angustias. Algunos de ellos se adelantaron cierta
distancia tierra adentro, abriéndose de la fuerza principal, algunos en
busca de esto, y algunos de aquello. Allí se les apareció un hombre,
vestido con una túnica griega, y vestido de una manera diferente a la
moda griega, y hablando también griego. Los primeros que lo vieron
dijeron que se echó a llorar, tan extraño parecía después de todas estas
miserias, ver a un griego, y oír hablar griego. Le preguntaron de dónde
venía, quién era él; y dijo que se había separado del campamento de
Alejandro, y que el campamento, y el mismo Alejandro, no estaban
muy lejos. Gritando en voz alta y aplaudiendo llevaron a este hombre
ante Nearco; y le contó todo a Nearco, y que el campamento y el rey
estaban a cinco días de viaje desde la costa. También se comprometió a
mostrar Nearco, al gobernador de este distrito y así lo hizo; y Nearco
tomó consejo con él acerca de cómo marchar hacia el interior para
encontrarse con el Rey. Por el momento, regresó a la nave; pero al
amanecer tenía las naves alineadas en tierra, para reparar a las que
habían sido dañadas durante el viaje; y también porque había decidido
dejar la mayor parte de su fuerza detrás de aquí. Así que construyó
una doble empalizada alrededor de la playa de los barcos, y una pared
de barro con una zanja profunda, a partir de la orilla del río y
siguiendo hacia la playa, donde sus barcos habían sido arrastrados a
tierra.
XXXIV. Mientras Nearco se ocupaba de estos arreglos, el
gobernador del país, a quien se había dicho que Alejandro sentía la
más profunda preocupación por esta expedición, dio por sentado que
iba a recibir una gran recompensa por parte de Alejandro si era el
primero en informarle sobre la seguridad de la fuerza expedicionaria, y
que Nearco se presentaría inmediatamente ante el Rey. Así que se
apresuró por el camino más corto y le dijo a Alejandro: «Mira, aquí está
Nearco, que viene de donde los barcos». A esto, Alejandro, aunque no creía
lo que se le decía, se mostró por su natural satisfecho por la noticia.
Pero cuando los días se sucedieron y Alejandro no pudo ya creer la
buena noticia tras considerar el tiempo que había pasado, y más aún
cuando, por otra parte, enviaba relevo tras relevo para escoltar a
Nearco, recorriendo una parte de la ruta y, no encontrando a nadie,
regresaban sin éxito, o iban más allá y, sin encontrar el grupo de
Nearco, no retornaban en absoluto, Alejandro ordenó que el hombre
fuera arrestado por difundir una historia falsa y hacer las cosas aún
peores por esta falsa felicidad; y Alejandro mostró tanto por su aspecto
como por su ánimo que estaba herido por un dolor muy agudo.
Mientras tanto, sin embargo, algunos de los suyos enviaron a buscar a
Nearco, poniendo quien los tenía caballos para llevarlo y carros, y
encontraron en el camino a Nearco y Arquias, y otros cinco o seis; tal
era el número de las personas que vinieron con él hacia el interior. En
este encuentro no reconocieron ni a Nearco ni a Arquias, tan alterados
parecían, con su pelo largo y sucio, cubierto con salmuera, arrugados y
pálidos de insomnio y todas sus otras aflicciones; cuando, sin embargo,
preguntaron dónde podía estar Alejandro, el grupo de búsqueda dio
como respuesta la localidad y siguió adelante. Arquías, sin embargo,
tuvo una idea feliz, y dijo a Nearco: «Yo sospecho, Nearco, que estas
personas que atraviesan el mismo camino que el nuestro a través de este país
desértico, han sido enviadas con el expreso propósito de encontrarnos; por su
fracaso en reconocernos, no me extraña eso; estamos en una situación tan
lamentable como para ser irreconocibles. Vamos a decirles quiénes somos y
preguntarles por qué vinieron aquí». Nearco aprobó; les preguntaron a
dónde se dirigía la partida, y ellos contestaron: «En busca de Nearco y su
fuerza naval». A lo que «Aquí estoy, Nearco», dijo él, «y aquí está
Arquías». Guiadnos; nosotros haremos un informe completo a
Alejandro acerca de la fuerza expedicionaria.

XXXV. Los soldados los llevaron en sus carros y volvieron.


Algunos de ellos, ansiosos de ser los primeros con la buena noticia,
corrieron y dijeron a Alejandro: «Aquí está Nearco; y con él Arquías y
cinco más, viniendo a tu presencia». No pudieron, sin embargo, responder
a pregunta alguna sobre la flota. Alejandro acto seguido fue poseído
por la idea de que estos pocos habían sido milagrosamente salvados,
pero que todo su ejército había perecido; y no se regocijó tanto con la
llegada a salvo de Nearco y Arquías, ya que estaba amargamente
dolido por la pérdida de toda su fuerza. Apenas habían dicho esto los
soldados, cuando Nearco y Arquías se acercaron; Alejandro sólo con
gran dificultad pudo reconocerlos; y viéndolos como los vio con el pelo
largo y mal vestidos, su dolor por toda la flota y su personal recibió
aún mayor certeza. Dando su mano derecha a Nearco y llevándolo
aparte de los Compañeros y los guardaespaldas, sollozó durante
mucho tiempo; pero al fin se recuperó y dijo: «Que regreses a salvo a
nosotros, y Arquías aquí, todo el desastre se atempera; pero ¿cómo pereció la
flota y la fuerza?» «Señor -respondió él— tus barcos y hombres están a
salvo, nosotros vinimos a contarle con nuestros propios labios su salvamento».
Ante esto, Alejandro lloró aún más, dado que el salvamento de la
fuerza parecía demasiado bueno para ser verdad; y entonces preguntó
donde estaban anclados los barcos. Nearco respondió: «Todos ellos han
sido conducidos a la desembocadura del río Anamis, y están siendo sometidos
a reparaciones». Alejandro entonces puso por testigo al Zeus de los
griegos y al libio Amón, de que en verdad se alegraba más por esta
noticia que por haber conquistado toda Asia, pues el dolor que había
sentido ante la supuesta pérdida de la flota había anulado toda su otra
buena fortuna.

XXXVI. El gobernador de la provincia, sin embargo, a quien


Alejandro había arrestado por sus falsas noticias, viendo a Nearco en el
lugar, cayó a sus pies: «Aquí» dijo, «estoy yo, quién informó a Alejandro tu
llegada a salvo; mira la difícil situación en que ahora estoy». De modo que
Nearco rogó a Alejandro que lo dejara ir, y fue liberado. Alejandro
entonces sacrificó ofrendas de agradecimiento por la salvación de su
anfitrión, a Zeus Salvador, Heracles, Apolo, el alejador del Mal,
Poseidón y todos los dioses del mar; y llevó a cabo un concurso de arte
y atletismo, así como una procesión; Nearco estaba en la primera fila
de la procesión, y las tropas derramaban sobre él cintas y flores. Al
final de la procesión, Alejandro dijo a Nearco: «No te dejaré, Nearco,
correr riesgos o sufrir angustias de nuevo como las que pasaste; algún otro
almirante comandará la marina hasta que la lleve a Susa». Nearco, sin
embargo, entró y dijo: «Rey, yo te obedeceré en todo, como es mi deber; pero
si quieres hacerme un gran favor, no hagas eso, sino que déjame ser el
almirante de tu flota hasta el final, hasta que yo traiga tus buques a salvo a
Susa. Que no se diga que me confiaste la tarea difícil y desesperada, pero que
la tarea fácil, que conduce a la fama, me haya sido quitada y puesta en manos
de otro». Alejandro revisó su discurso después y le dio encima las
gracias calurosamente; y así le dio nuevamente una señal, dándole una
fuerza de escolta, pero una pequeña, ya que atravesaba territorio
amigo. Su viaje hacia el mar no fue imperturbable; los indígenas de la
comarca estaban en posesión de las plazas fuertes de Carmania, desde
que su sátrapa había sido condenado a muerte por órdenes de
Alejandro, y su sucesor designado, Tlepólemo, no había establecido su
autoridad. Dos o tres veces en un día, la partida entró en conflicto con
diferentes grupos de indígenas que seguían llegando, y por tanto, sin
pérdida de tiempo, sólo se las arreglaron para llegar a salvo a la costa.
Entonces Nearco sacrificó a Zeus el Salvador y sostuvo un encuentro
atlético.

XXXVII. Por tanto, cuando Nearco hubo así realizado en debida


forma todos sus deberes religiosos, zarpó. Costeando una isla áspera y
desierta, anclaron frente a otra isla, una grande y poblada; esto fue
después de un viaje de trescientos estadios desde su punto de partida.
La isla desierta se llamaba Organa, y en la que amarraron, Oaracta. En
ambas crecían vides y palmas; y producían grano; la longitud de la isla
era 800 estadios. El gobernador de la isla, Mazenes, navegó con ellos
hasta Susa como piloto voluntario. Decían que en esta isla se veía la
tumba del primer jefe de este territorio; su nombre era Eritres, y de ahí
el nombre del mar. Desde allí levaron anclas y zarparon hacia adelante,
y cuando habían costeado unos doscientos estadios a lo largo de esta
misma isla, anclaron una vez más y avistaron otra isla, a unos sesenta
estadios de esta. Se decía que estaba consagrada a Poseidón, y no para
ser hollada por el pie del hombre. Cerca de la madrugada se hicieron a
la mar, y se encontraron con un reflujo tan violento que tres de los
barcos encallaron y quedaron rápidamente en tierra firme, y el resto
apenas navegó a través de las olas y encontró seguridad en aguas
profundas. Los barcos que encallaron, sin embargo, reflotaron cuando
llegó la próxima inundación, y llegó al día siguiente al sitio donde
estaba la flota principal. Amarraron en otra isla, a unos trescientos
estadios del continente, después de un viaje de 400 estadios. Desde allí
zarparon al amanecer, y pasaron por babor una isla desierta; su
nombre era Pylora. Luego anclaron en Sisidona, un pequeño y
desolado municipio, sin nada más que agua y peces; los nativos aquí
eran comedores de pescado, lo hicieran o no, porque habitaban un
territorio muy desolado. Allí consiguieron agua, y llegaron al Cabo
Tarsias, que termina justo en el mar, después de un viaje de trescientos
estadios. Desde allí se dirigieron hacia Cataea, una isla baja y desierta;
se dice que estaba consagrada a Hermes y Afrodita; el viaje fue de
trescientos estadios. Cada año, los nativos de los alrededores enviaban
ovejas y cabras consagradas a Hermes y Afrodita, y uno podía verlas,
ahora bastante asilvestradas por el paso del tiempo y la falta de
cuidado.

XXXVIII. Hasta aquí se extiende Carmania; más allá es Persia. La


duración del viaje a lo largo de la costa de Carmania es de 3.700
estadios. El modo de vida de los nativos es como el de los persas, de
quienes también son vecinos; llevan el mismo equipamiento militar.
Los griegos se trasladaron desde allí, de la isla sagrada, y ya estaban
costeando territorio persa; llegaron a un lugar llamado Eas, donde se
forma un puerto en una pequeña isla desierta, que se llama Cecandrus;
el viaje hasta allí es de 400 estadios. Al despuntar el día navegaron a
otra isla, una habitada, y anclaron allí; aquí, de acuerdo a Nearco, hay
pesca de perlas, como en el Océano Índico. Navegaron a lo largo de la
punta de la isla, una distancia de cuarenta estadios, y amarraron allí. A
continuación anclaron al lado de un cerro alto, llamado Oco, en un
puerto seguro; los pescadores vivían en sus orillas. Desde allí
navegaron cuatrocientos cincuenta estadios, y anclaron en Apostana;
muchos barcos estaban anclados allí, y había un pueblo cercano, a unos
sesenta estadios del mar. Levaron anclas y zarparon en la noche desde
allí a un golfo, con un buen número de villas asentadas alrededor. Este
fue un viaje de cuatrocientos estadios; anclaron debajo de una
montaña, en la que crecían muchas palmeras datileras y otros árboles
frutales como florecen en Grecia. Desde allí desamarraron y navegaron
a lo largo hacia Gogana, unos seiscientos estadios, un distrito habitado;
anclaron al lado de un torrente, llamado Areon, justo a su salida. El
anclaje allí era incómodo; la entrada era estrecha, justo en la boca, ya
que el reflujo causaba bajíos en toda la vecindad de la salida. Después
de esto, anclaron de nuevo, en otra desembocadura de un río, después
de un viaje de unos 800 estadios. Este río se llamaba Sitaco. Incluso
aquí, sin embargo, no encontraron un fondeadero placentero; de hecho
este viaje a lo largo de toda Persia se componía de bajíos, afloraciones y
lagunas. Allí encontraron una gran cantidad de grano; por órdenes del
rey, permanecieron allí 21 días para aprovisionarse; vararon allí las
naves y repararon las que estaban dañadas, preparando también a las
demás.

XXXIX. Desde allí salieron y llegaron a la ciudad de Hieratis, un


lugar muy poblado. El viaje fue de setecientos cincuenta estadios, y
anclaron en un canal que va desde el río hasta el mar y es llamado
Heratemis. Al amanecer navegaron a lo largo de la costa hasta un
torrente llamado Padagrus; todo el distrito forma una península. Había
muchos jardines, y todo tipo de árboles frutales crecían allí; el nombre
del lugar era Mesambria. De Mesambria se embarcaron y después de
un viaje de unos 200 estadios anclaron en Taoce, sobre el río Granis.
Tierra adentro desde aquí había una residencia real persa, a unos
doscientos estadios de la desembocadura del río. En este viaje, Nearco
dice, fue vista una gran ballena varada en la orilla, y algunos de los
marineros pasaron junto a ella y la midieron, y dijeron que tenía una
longitud de noventa codos. Su piel era escamosa, y tan espesa que
tenía un codo de profundidad; y tenía muchas ostras, lapas y algas
marinas creciendo en ella. Nearco también dice que podían ver muchos
delfines alrededor de la ballena, y más grandes que los delfines del
Mediterráneo. Continuando por lo tanto, entraron en el torrente
Rogonis, en un buen puerto, la duración de este viaje fue de 200
estadios. Desde allí navegaron 400 estadios y acamparon al lado de un
torrente, su nombre era Brizana. Luego encontraron anclaje difícil;
había olas, aguas poco profundas y arrecifes mostrándose sobre el mar.
Pero cuando la marea llegó, pudieron anclar; sin embargo, cuando la
marea se retiró otra vez, los barcos quedaron encallados. Luego,
cuando el nivel de la marea volvió, navegaron y anclaron en un río
llamado Oroatis, el más grande, de acuerdo a Nearco, de todos los ríos
que en esta costa desembocan en el océano.

XL. Los persas habitan hasta este punto y los susianos junto a
ellos. Por encima de los susianos vive otra tribu independiente, los
cuales son llamados uxianos, y en mi historia anterior los he descrito
como bandidos. La extensión del viaje a lo largo de la costa persa fue
de 4.400 estadios. La tierra persa está dividida, dicen, en tres zonas
climáticas. La parte que se encuentra junto al Mar Rojo es arenosa y
estéril, debido al calor. A continuación, la siguiente zona, hacia el
norte, tiene un clima templado; el país se encuentra cubierto de hierba
y tiene prados exuberantes y muchas viñas y todas las demás frutas,
excepto la oliva; es rico en todo tipo de jardines, cuenta con ríos puros
que lo atraviesan, así como lagos, y es bueno tanto para todo tipo de
aves que frecuentan los ríos y lagos, como para los caballos, y también
pastan otros animales domésticos, y está bien arbolada, y tiene mucha
caza. La siguiente zona, todavía más hacia el norte, es fría y con nieve.
Nearco nos habla de algunos enviados del Mar Negro, que después de
un viaje corto se cruzaron con Alejandro atravesando Persia y le
causaron no poco asombro; explicaron a Alejandro cuan corto era el
viaje. Yo he explicado que los uxianos son vecinos de los susianos, que
los mardianos también son bandidos y viven cerca de los persas, y los
coseanos vienen a continuación de los medos. Alejandro redujo a todas
estas tribus, llegando a ellos en época invernal, cuando pensaban que
su país era inaccesible. También fundó ciudades de manera que ya no
fueran nómadas, sino cultivadores y labradores de la tierra, y así,
teniendo una porción fija del país, podían ser disuadidos de atacarse
unos a otros. Desde aquí, el convoy pasó por el territorio susiano.
Sobre esta parte del viaje, Nearco dice que no puede hablar con el
detalle preciso, excepto sobre las radas y la duración del viaje. Esto se
debe a que el país se encuentra en la mayor parte pantanoso y va hacia
el mar, con olas, y es muy difícil conseguir un buen anclaje. Así que su
viaje fue principalmente por el mar abierto. Navegaron hacia fuera, por
lo tanto, desde la boca del río, donde habían acampado, justo en la
frontera persa, llevando agua para cinco días; los pilotos dijeron que no
encontrarían agua dulce.

XLI. Luego, después de recorrer 500 estadios, anclaron en la


desembocadura de un lago lleno de peces, llamado Cataderbis: en la
desembocadura había una pequeña isla llamada Margastana. Desde
allí, al amanecer, navegaron por aguas poco profundas en columnas
individuales de naves; las aguas poco profundas estaban marcadas a
ambos lados por postes clavados abajo, al igual que en el estrecho entre
la isla de Leucas y Acarnania se han puesto señales para los navegantes
para que los buques no encallen en las aguas poco profundas. Sin
embargo, los bajíos alrededor de Leucas son de arena y es fácil para los
que encallan salir; pero aquí hay barro a ambos lados del canal,
profundo y tenaz; una vez allí encallado, no se puede salir. Los postes
se hundieron en el barro y no les dieron ayuda alguna, y fue imposible
para las tripulaciones desembarcar y sacar los barcos, ya que se
hundían hasta el pecho en el fango. Así que entonces navegaron con
gran dificultad y recorrieron 600 estadios, cada tripulación siguiendo
su barco; y luego se tomaron un respiro para la cena. Durante la noche,
sin embargo, tuvieron la suerte de llegar a aguas profundas y al día
siguiente también, hasta la noche; navegaron novecientos estadios, y
anclaron en la desembocadura del Eufrates, cerca de un pueblo de
Babilonia, llamada Didotis; aquí los comerciantes reunen incienso del
vecino país y el resto de las especias aromáticas que produce Arabia.
Desde la desembocadura del Eufrates hasta Babilonia, Nearchus dice
que es un viaje de 3.300 estadios.

XLII. Allí se enteraron que Alejandro estaba saliendo hacia Susa.


Por lo tanto, navegaron hacia atrás, con el fin de navegar hasta el
Pasitigris y encontrar a Alejandro. Así que se embarcaron nuevamente,
con la tierra de Susia a su izquierda, y fueron a lo largo del lago al que
corre el Tigris. Fluye desde Armenia pasada la ciudad de Nino, que
una vez fue una ciudad grande y rica, y así hace la región entre sí y el
Éufrates; por eso es llamada "Entre los ríos". El viaje desde el lago hasta
el río mismo es de seiscientos estadios, y hay una ciudad de Susia
llamada Aginis; esta ciudad está a quinientos estadios de Susa. La
extensión del viaje a lo largo de territorio susiano hasta la boca del
Pasitigris es de dos mil estadios. De allí navegaron el Pasitigris a través
de un país habitado y próspero. Entonces, habiendo navegado unos
ciento cincuenta estadios, amarraron allí, esperando a los exploradores
que Nearco había enviado a ver dónde estaba el rey. Sacrificó a los
dioses salvadores, y mantuvo un encuentro atlético e hizo feliz a toda
la fuerza naval. Y cuando llegó la noticia de que Alejandro se acercaba,
navegaron de nuevo el río, y amarraron cerca del puente de pontones
sobre el que Alejandro tenía la intención de llevar su ejército a Susa.
Allí, las dos fuerzas se encontraron; Alejandro ofreció sacrificios por
sus barcos y hombres, volvió a salvo, y se celebraron juegos; y cada vez
que Nearco apareció en el campamento, los soldados le arrojaron cintas
y flores. Allí también Nearco y Leonato fueron coronados por
Alejandro con una corona de oro; Nearco por conducir a salvo los
barcos, Leonato por la victoria que había conseguido ante los oritanos
y los nativos que habitaban cerca de ellos. Así pues, Alejandro recibió
nuevamente a salvo su marina de guerra, que había partido desde las
bocas del Indo.

XLIII. En el lado derecho del mar Rojo, más allá de Babilonia,


está la parte principal de Arabia, y de esta parte baja hasta el mar de
Fenicia y Siria Palestina, pero en el oeste, hasta el Mediterráneo, los
egipcios viven en las fronteras de Arabia. A lo largo de Egipto, un golfo
que corre del Gran Mar deja en claro que, debido a la unión del golfo
con la Alta Mar, uno puede navegar alrededor de Babilonia en este
golfo que se extiende a Egipto. Sin embargo, en realidad, nadie ha
navegado alrededor de esta manera, a causa del calor y de la
naturaleza desértica de la costa, sólo unas pocas personas que
navegaban por el mar abierto. Pero aquellos del ejército de Cambises
que llegaron a salvo de Egipto a Susa y las tropas que fueron enviadas
por Ptolomeo Lago a Seleuco Nicator en Babilonia a través de Arabia,
cruzaron un istmo en un período de ocho días y pasaron a través de un
país árido y desierto, montando rápido en camellos, llevando agua
para ellos sobre sus camellos, y viajando de noche; durante el día no
podían salir del refugio en razón del calor. Así es la región habitada al
otro lado de esta franja de tierra, que ha demostrado ser un istmo
desde el golfo de Arabia corriendo hacia el Mar Rojo, tal que sus partes
septentrionales son bastante desérticas y arenosas. Sin embargo, desde
el Golfo Arábigo que se extiende a lo largo de Egipto, personas han
partido y han circunnavegado la mayor parte de Arabia con la
esperanza de llegar al mar lo más cercano posible a Susa y Persia, por
lo que han navegado hasta ahora alrededor de la costa de Arabia tanto
como les ha permitido la cantidad de agua dulce llevada a bordo sus
buques, y luego han regresado a casa. Y a los que Alejandro envió
desde Babilonia, a fin de que, navegando hasta donde pudieran a la
derecha del mar Rojo, pudieran reconocer el país de este lado,
avistando estos exploradores algunas islas situadas en su curso, y muy
posiblemente llegando a la parte continental de Arabia. Pero el cabo
que Nearco dice que su partida vio entrando en el mar frente a
Carmania, nadie ha sido capaz de rodearlo, y así se adentra hacia el
interior. Me inclino a pensar que éste hubiera sido navegable, y hubiera
habido algún pasaje, habría demostrado ser navegable, y encontrado
un pasaje, por la infatigable energía de Alejandro. Por otra parte, el
libio Hannon partió de Cartago y pasó las columnas de Hércules y
navegó hacia el océano exterior, con Libia sobre su costado de babor, y
navegó hacia el Este, 35 días en total. Pero cuando por fin volvió hacia
el sur, se encontró con toda clase de dificultades, falta de agua, calor
abrasador, e intensas corrientes fluyendo hacia el mar. Pero Cirene,
situada en las partes más desérticas de África, está cubierta de hierba
fértil y bien irrigada; mantiene todo tipo de frutas y animales, hasta la
región donde crece el silfio; más allá de este cinturón de silfio, sus
partes superiores son peladas y arenosas. Aquí cesará mi historia, la
cual, al igual que las otras mías, trató sobre Alejandro de Macedonia,
hijo de Filipo.

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16/05/2013

Notas a pie de página


[1] Según eruditos como Peppas Delmosou —recogido en el estudio
sobre Arriano que hiciera Antonio Bravo García— el nombre completo pudo
haber sido el de Lucio/Aulo Flavio Arriano Jenofonte. La principal razón para
este aserto es la existencia de una estatua que representa a este personaje en el
museo Epigráfico de Atenas, cuyo basamento suministra el último nombre. Lo
más probable es que en esa obra se haya enfatizado el paralelismo con otro
ilustre hombre de armas y letras: Jenofonte de Atenas, el famoso autor de la
Anábasis (expedición de los diez mil) y discípulo de Sócrates. Arriano
admiraba a este autor al punto que le tomó como modelo. Así, debemos
concluir que la mención de Jenofonte no se debe tanto al nombre completo del
de Bitinia, sino más bien a que los contemporáneos de Arriano reconocieron
que el discípulo alcanzó el nivel del maestro. Debe tenerse en cuenta que
Plutarco falleció cuando Arriano alcanzó la madurez. Por ello el tema de las
“vidas paralelas” ya estaba enraizado en el occidente antiguo. Prueba de esta
realidad la constituye un doble Hermes expuesto permanentemente en el
Museo Nacional de Atenas que representa los retratos tanto de Jenofonte como
el de Arriano.
[2] Se trata de un epigrama hallado en Córdoba. Para mayor
información consultar A.B. Bosworth “Arrian in Baetica”, Gr. Rom. And Byz.
St. 17 (1976), 55-64. En nuestro idioma se puede ver A. Tovar, “Un nuevo
epigrama de Córdoba”, in Estudios sobre la obra de Américo Castro, Madrid,
1971, págs.. 403-412; M. Fernández-Galiano, “Sobre la nueva inscripción
griega de Córdoba”, in Emerita 40 (1972), 47-50.
[3] La expresión es tomada de J I Lago “Las Campañas de Julio César
— El Triunfo de las Águilas”, pág. 240 y sgtes., por el episodio del brote del
vástago de palma luego de la batalla de Munda como presagio de la grandeza
de Augusto [4] No sobra advertir que Clitarco tan sólo fue una de entre varias
fuentes de las obras de Curcio, Plutarco, Diodoro o Justino. En consecuencia
ciertos pasajes de estos autores de la Vulgata son verídicos al basarse en
fuentes más confiables como Aristobulo o Nearco, al punto que no sólo
concuerdan con los registros de Arriano, sino que le complementan.
[5] Una de las familias encargadas de los ritos llevados a cabo
durante los Misterios Eleusinos, se consideraban descendientes del
héroe Eudanemos. (N. de la T.) [6] Los Somatophylakes —
“Guardaespaldas” —, eran nobles macedonios de alto rango que
escoltaban al rey. (N. de la T.) [7] Se refiere al río Araxes (N. de la T.)
[8] El mar Caspio (N. de la T.)
[9] Besos o Bessos, quiso reinar con el nombre de Artajerjes V. (N.
de la T.) [10] Es decir, benefactores. (N. de la T.)
[11] El actualmente llamado Hindu Kush, al que los griegos
conocían como Parapamisos. Arriano usa la denominación que le
dieron los romanos: Cáucaso Índico. (N. de la T.) [12] Nombre que los
romanos daban al lago o mar de Meótida, hoy Mar de Azov. (N. de la
T.) [13] Bahía de Cádiz.
[14] La Ilíada. (N. de la T.)
[15] Aparentemente se trata de un error, pues la capital era la
misma Maracanda. (N. de la T.) [16] El actual río Kabul. (N. de la T.)
[17] Alejandro mantuvo el nombre de la unidad de Clito el Negro
después de su muerte. (N. de la T.) [18] La Historia Índica
[19] Arriano no emplea los términos Océano ni Océano Índico en
el original griego, sino los de gran mar, gran mar oriental y mar exterior,
que E. J. Chinnock mantiene y traduce literalmente en la versión
inglesa. (N. de la T.) [20] Mar de Azov
[21] El rey indio Chandragupta
[22] Estrabón afirma que este Poro era primo del Poro que
Alejandro derrotó.
[23] El interior del territorio africano conocido hasta entonces,
entre Gibraltar y Egipto, y el sur inexplorado. Los geógrafos antiguos
se referían a África como parte del continente asiático. (N. de E. J.
Chinnock).
[24] Nombre que daban los griegos a Cartago
[25] Dimoirites en griego; el duplicarius equivaldría a este puesto
entre los romanos [26] Rumor, Fama o Feme, es la diosa que
personificaba la celebridad, los chismes y rumores de tipo tanto
negativo como positivo.
[27] Es decir, «salvador».
[28] Esta cita procede de un fragmento de una tragedia de
Esquilo que se ha perdido. (N. de E. J. Chinnock) [29] Xathroi en el
original; ha sido también traducido como jatros [30] Los indios
llamados patalos
[31] El este
[32] Los vientos monzónicos que soplan del sureste
[33] Conocido también como Arabio
[34] Se ha empleado gobernador en lugar de hiparco para evitar
confusiones con el rango homónimo de la caballería [35] Este pasaje
parece referirse al hijo de Fratafernes, y no al mismo Fratafernes

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