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La necesidad de consulta

Los males de la estima propia y de la independencia no santificada, que


malogran más nuestra utilidad, y que serán nuestra ruina si no los vencemos,
provienen del egoísmo. "Consultaos unos a otros", es el mensaje que me ha
repetido una y otra vez el ángel de Dios. Por su influencia sobre el juicio de un
hombre, Satanás puede procurar regir los asuntos de un modo que le
convenga. Puede tener éxito en extraviar la mente de dos personas; pero
cuando varias se consultan, hay más seguridad. Todo plan será más 90
detenidamente criticado, todo paso hacia adelante será estudiado más
cuidadosamente. De ahí que habrá menos peligro de dar pasos precipitados y
mal aconsejados, que producirían confusión y perplejidad. La unión hace la
fuerza; la división significa debilidad y derrota.

Dios está conduciendo a un pueblo, y preparándolo para la traslación.


Nosotros, que desempeñamos una parte en esta obra, ¿estamos de pie como
centinelas de Dios? ¿Estamos procurando trabajar unánimemente? ¿Estamos
dispuestos a ser siervos de todos? ¿Estamos siguiendo a nuestro gran
Ejemplo?

Estimados colaboradores, cada uno de nosotros está sembrando semilla en los


campos de la vida. Como sea la simiente, así será la mies. Si sembramos
desconfianza, envidia, celos, amor propio, amargura de pensamientos y
sentimientos, cosecharemos acíbar para nuestras propias almas. Si
manifestamos bondad, amor y tierna consideración por los sentimientos ajenos,
recibiremos lo mismo en recompensa. (CM, 89, 90)

Enero 27. UNÁMONOS COMO HIJOS DE DIOS *

Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. (Gál. 3: 26.)
Nunca encontramos a dos personas exactamente iguales. Entre los seres
humanos como en las cosas del mundo natural existe la diversidad. La unidad
en la diversidad entre los hijos de Dios, la manifestación de amor y tolerancia, a
pesar de las diferencias de disposición, éste es el testimonio de que Dios envió
a su Hijo al mundo para salvar a los pecadores.

La unidad que existe entre Cristo y sus discípulos no destruye la personalidad


de uno ni otro. Son o en mente, propósito y carácter, pero no en persona. El
hombre, al someterse a la ley de Dios y participar de su Espíritu, llega a ser
participante de la naturaleza divina. Cristo conduce a sus discípulos a una
unión viva consigo mismo y con el Padre. El hombre se completa en Cristo
Jesús mediante la obra del Espíritu Santo en su mente. La unidad con Cristo
establece un vínculo de unión de los unos con los otros. Esta unidad es para el
mundo la prueba más convincente de la majestad y la virtud de Cristo, y de su
poder para quitar el pecado.

Los poderes de las tinieblas tienen poca ocasión contra los creyentes que se
aman mutuamente como Cristo los amó, que rehúsan crear desunión y
contienda, que permanecen juntos, que son bondadosos, corteses y
compasivos, fomentando la fe que obra por amor y purifica el alma. Debemos
poseer el Espíritu de Cristo, o no somos suyos.
En la unidad está la fortaleza; en la división está la debilidad.
Mientras más íntima sea nuestra unión con Cristo, más íntima será nuestra
unión con el prójimo. La discordia y el desafecto, el egoísmo y el orgullo, están
luchando por la supremacía. Estos son los frutos de un corazón dividido y
abierto a las sugerencias del enemigo de las almas. Satanás se goza cuando
puede sembrar las semillas de la disensión.
En la unidad hay una vida, un poder, que no puede obtenerse de ninguna otra
manera. (DC, 35, 36)

“Jesús sabía que no escatimarían esfuerzo para crear una división entre sus
discípulos y los de Juan. Sabía que se estaba formando la tormenta que
arrebataría a uno de los mayores profetas dados al mundo. Deseando evitar
toda ocasión de mala comprensión o disensión, cesó tranquilamente de
trabajar y se retiró a Galilea. Nosotros también, aunque leales a la verdad,
debemos tratar de evitar todo lo que pueda conducir a la discordia o
incomprensión. Porque siempre que estas cosas se presentan, provocan la
pérdida de almas. Siempre que se produzcan circunstancias que amenacen
causar una división, debemos seguir el ejemplo de Jesús y el de Juan el
Bautista.

Juan había sido llamado a destacarse como reformador. A causa de esto, sus
discípulos corrían el peligro de fijar su atención en él, sintiendo que el éxito de
la obra dependía de sus labores y perdiendo de vista el hecho de que era tan
sólo un instrumento por medio del cual Dios había obrado. Pero la obra de
Juan no era suficiente para echar los fundamentos de la iglesia cristiana.
Cuando hubo terminado su misión, otra obra debía ser hecha, que su
testimonio no podía realizar. Sus discípulos no comprendían esto. Cuando
vieron a Cristo venir para encargarse de la obra, sintieron celos y
desconformidad.

Existen todavía los mismos peligros. Dios llama a un hombre a hacer cierta
obra; y cuando la ha llevado hasta donde le permiten sus cualidades, el Señor
suscita a otros, para llevarla más lejos. Pero, como los discípulos de Juan,
muchos creen que el éxito depende del primer obrero. La atención se fija en lo
humano en vez de lo divino, se infiltran los celos, y la obra de Dios queda
estorbada. El que es así honrado indebidamente se siente tentado a albergar
confianza propia. No comprende cuánto depende de Dios. Se enseña a la
gente a esperar 154 dirección del hombre, y así caen en error y son inducidos a
apartarse de Dios.

La obra de Dios no ha de llevar la imagen e inscripción del hombre. De vez en


cuando, el Señor introducirá diferentes agentes por medio de los cuales su
propósito podrá realizarse mejor. Bienaventurados los que estén dispuestos a
ver humillado el yo, diciendo con Juan el Bautista: "A él conviene crecer, mas a
mí menguar." 155 (DTG, 153 – 155)

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