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Material de estudio para el aprendizaje de las relaciones entre los Sistemas de

Labranza y los recursos naturales suelo, agua, planta (Revisión bibliográfica)

Como objetivos principales de las labranzas, según Unger y Kaspar (1994), pueden ser
considerados el control de malezas, la acumulación de agua, permitir el adecuado
crecimiento de raíces para que los cultivos absorban agua y nutrientes y, mineralizar la
materia orgánica. Las labranzas no son el único medio para lograr esos objetivos; por
ejemplo, con herbicidas y fertilizantes podrían solucionarse en gran parte los problemas de
malezas y de nutrientes, mientras que con riego podría asegurarse el abastecimiento de
agua y el crecimiento de raíces. Sin embargo, las labranzas han sido históricamente la
principal vía para cubrir esas necesidades y, en sistemas productivos extensivos,
continúan aun teniendo relevancia.
Una gran proporción de los efectos perjudiciales causados por los sistemas de labranza
convencionales es atribuida a la eliminación de la cobertura del suelo con restos vegetales.
Laflen y Colvin (1981) citan que la erosión de suelo que ocurre durante una lluvia es
inversamente proporcional al porcentaje de cobertura con residuos vegetales.
Precisamente por esta razón, la esencia de los sistemas de labranza conservacionista es
el mantenimiento de una determinada cobertura del suelo, al punto tal que ASAE define
como sistema conservacionista a aquel sistema que mantiene al menos un 30% del suelo
cubierto con residuos vegetales o al menos 1100 kg.ha-1 de ellos al momento de la
implantación del cultivo, o de la máxima intensidad de lluvias (ASAE, 1993). Berón y Blotta
(1995), en un ensayo de sistemas de labranza, encontraron que la erosión disminuyó
generalmente a partir de un 30% de cobertura. Dickey et a. (1984), concluyen que un 20%
de cobertura es suficiente para reducir la erosión hídrica en aproximadamente un 50 a 80%
de la que ocurriría en suelo desnudo, siendo mayor el efecto protector de ese nivel de
cobertura cuanto mayor es la pendiente del suelo. Similares resultados lograron Laflen et
al. (1978) cuando citan que niveles de cobertura del suelo con residuos vegetales del 20%
al 30% al momento de la implantación del cultivo pueden disminuir la erosión hídrica un
50% a 90% con respecto a la que ocurre sobre suelo desnudo.
Marelli y Lattanzi (1990) incluyen dentro de los sistemas conservacionistas a los de
siembra directa, labranza superficial, y labranza bajo cubierta de rastrojos. Este último, se
define por el uso del escarificador de cinceles como herramienta de labor principal. Los
sistemas de siembra directa en general dejan gran parte de la superficie cubierta con
rastrojo, sin tener dificultades en estas regiones y con las rotaciones más habituales para
alcanzar el umbral de cobertura. En los sistemas con escarificador de cincel la condición
final respecto al nivel de cobertura tiene resultados variables; aunque ésta sea suficiente
como para calificarlo de conservacionista luego de la labor primaria, las labranzas
secundarias, con herramientas de discos u otras, pueden reducirla a valores insuficientes o
acelerar su descomposición (Erbach et al., 1992).
Dickey et al. (1986) mencionan que es una costumbre generalizada entre los productores,
la de calificar un sistema de labranza por las herramientas utilizadas o el número de
pasajes sobre el terreno y no por los efectos que esas herramientas logran sobre el suelo.
Colvin et al. (1986) demostraron que un determinado implemento incorporó diferentes
cantidades de rastrojo en relación al tipo de cultivo y a la secuencia en que el mismo fue
utilizado. Shelton et al. (1994) ensayaron 11 combinaciones de sistemas de labranza y
plantación, y concluyeron que cualquier combinación que incluía más de tres pasadas era
incapaz de mantener al menos un 30% de cobertura. Según Shelton et al. (1995)

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solamente los sistemas de no laboreo y labranza con rejas "Pie de Pato" superaron el
umbral del 30% de cobertura al momento de la implantación de forma consistente. Cassel
et al. (1995) en dos años de ensayos realizados en 2 localidades citan niveles de cobertura
del 1% al 2% para el sistema con arado de reja, del 27% al 43% para el sistema con
escarificador de cincel, que no incluyó ninguna labor secundaria, y valores entre el 75% y
el 87% para el sistema de siembra directa. La producción del cultivo antecesor y las
condiciones ambientales después de la cosecha son factores que pueden tener influencia
sobre la cantidad de residuos vegetales (Andraski et al., 1985).
Cuando se comparan sistemas que incluyen la roturación del suelo es importante
cuantificar el alcance de la remoción lograda con las herramientas. Esto es más crítico
cuando se trabaja con herramientas de labranza vertical, dada su particular forma de
remoción. Williat y Willis (1965) establecieron que entre los planos de acción de dos
dientes contiguos queda un camellón sin remover de altura variable, en función de la
profundidad de trabajo y del grado de interacción de los dientes. Spoor y Fry (1983)
identificaron dos formas de roturación del suelo mediante el trabajo con implementos de
dientes estrechos, y que pueden producirse en forma simultánea: una forma de
fracturamiento en sentido ascendente, con aflojamiento completo del suelo, y una forma de
fracturamiento con deformación lateral, en la que no existe generalmente un completo
aflojamiento, existiendo el peligro de producirse compactación. La profundidad a la cual el
fracturamiento lateral predomina sobre el ascendente, se denomina profundidad crítica, y
depende del tipo de herramienta y del tipo y condición de suelo. Spoor y Goodwin (1978)
citan, trabajando con subsoladores alados y escarificadores de arcos rígidos, que puede
aumentarse la profundidad crítica mediante la adición de alas a los órganos activos.
Balbuena et al. (1992) establecen que las rejas "Pata de Ganso" y convencional alada se
comportan en campo de forma similar a los escarificadores y subsoladores alados y que
las rejas aladas muestran una mayor aptitud para la remoción del suelo.
En la mayoría de los trabajos publicados sobre el efecto de los sistemas de labranza con
herramientas de laboreo vertical sobre los cultivos no se especifica la magnitud de la
remoción lograda (Zeljkovich et al., 1980; Kaspar et al., 1987; Gayle et al., 1992;
Chidichimo y Asborno, 1992). Algunas veces sólo se especifica en materiales y métodos la
profundidad de los órganos activos, mientras que raramente se describa la separación
entre planos de acción de los mismos, o la magnitud del área de suelo que fue removida.
Esto deja lugar a dudas en la mayoría de los casos, si las diferencias entre cultivos bajo
distintos sistemas de labranza están originadas en efectos intrínsecos a cada uno de los
sistemas, o solamente a diferencias en el área removida.
Cuando se compara la eficiencia de diferentes herramientas de dientes, así como también
sus distintas alternativas de uso, se recurre generalmente a la utilización del perfilómetro
para la cuantificación del área removida (Williat y Willis, 1965; Balbuena et al., 1992;
Balbuena et al. 1995). Esta herramienta, a pesar de lo relativamente engorroso de su
utilización, provee datos consistentes para la caracterización de la labor realizada con
herramientas de laboreo vertical.

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1. Humedad del Suelo
La variación en la capacidad de retención de agua de los suelos con los sistemas de
labranza, ha sido mencionada entre otros por Negi et al. (1980), aunque la bibliografía no
siempre es coincidente respecto del sentido en el que las mismas se producen. En años
secos, los sistemas de siembra directa presentan en general una mayor disponibilidad de
agua en el suelo, comparados con los sistemas que utilizan arado de reja y vertedera
(Zeljkovich y Ferrari, 1991). Erbach et al. (1986) compararon el sistema de labranza con
arado de reja y vertedera respecto a la siembra directa; ellos hallaron diferencias en el
contenido volumétrico de agua de los primeros 0,2 m del suelo, durante el período de dos
meses comprendido a partir de la segunda semana de realizada la siembra. En ese lapso
de tiempo las diferencias estuvieron en el rango del 20 al 25% a favor de la siembra
directa. Abarcando ya una mayor profundidad de medición, hasta 1,5 m de profundidad,
Senigagliesi y Ferrari (1993) citan que, en la rotación trigo-soja de segunda siembra-maíz,
el contenido hídrico del perfil fué mayor en siembra directa comparada con el sistema
convencional durante casi toda la estación de crecimiento de maíz y soja en los cuatro
años evaluados y, en 3 de los 4 años en el cultivo de trigo.
Denton y Wagger (1992) señalan que en años secos la siembra directa está asociada a
una mayor recarga de agua en el perfil del suelo por mayor infiltración, aunque también a
mayor secado por mayor crecimiento vegetativo del cultivo; en relación al sistema
convencional, estos autores afirman que está relacionado con pérdidas de agua al realizar
las labranzas. Ellos determinaron que la siembra directa tuvo generalmente mayor
humedad volumétrica que el sistema con arado de reja y vertedera en suelo franco arcillo
arenoso hallándose esas diferencias en el rango de 3 a 10 puntos de humedad. En suelos
franco arenosos las diferencias fueron poco frecuentes y de aproximadamente 1,4 puntos.
Los autores sugieren que puede haber beneficios importantes de acumulación de agua en
la siembra directa sólo si existe pendiente, mientras que si no la hay, los beneficios son
menores. En años con lluvias normalmente espaciadas las diferencias en el contenido
hídrico de suelos bajo distintos sistemas de labranza desaparecerían, debido al efecto de
reposición de las lluvias (Erbach et al., 1986). Radcliffe et al. (1988), trabajando sobre un
Hapludult típico franco arcillo arenoso, determinaron luego de 10 años que no existen
diferencias de humedad gravimétrica del suelo entre sistemas de labranza, aunque la
siembra directa tendió a un mayor contenido que el sistema con arado de reja y vertedera.
Resultados opuestos han sido presentados por Cassel et al. (1995), quienes trabajando en
suelos del pedemonte de Estados Unidos encuentran que con sequía la humedad del
suelo es similar en todos los sistemas de labranza, mientras que sí ocurren diferencias en
años con lluvias abundantes, las que atribuyen a menor infiltración bajo arado de reja y
vertedera por encostramiento.
Por otra parte, en años húmedos Gayle et al. (1992) encontraron que la siembra directa
tuvo menor porcentaje de agua en un suelo franco arcillo arenoso fino que el laboreo con
cincel profundo. Los autores estiman que ello podría atribuirse a una menor infiltración en
siembra directa. La mayor cantidad de agua en el suelo en el sistema de siembra directa
es atribuída a un menor escurrimiento (Zeljkovich y Ferrari, 1991; Berón y Blotta, 1995),
mayor infiltración (Senigagliesi y Ferrari, 1993) y menor evaporación debido al mulch
(Zeljkovich y Ferrari, 1991; Senigagliesi y Ferrari, 1993). Las diferencias en escurrimiento
sólo ocurren a comienzos de una lluvia, ya que si esta se prolonga, se alcanza un valor de
escurrimiento de equilibrio que es independiente del grado de cobertura, siendo diferente
solamente la concentración de suelo disuelto en el agua (Dickey et al., 1984). Si bien esto

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último implica una ventaja importante desde el punto de vista del control de la erosión
hídrica, pierde relevancia en cuanto al almacenaje de agua en el suelo.
Zeljkovich y Ferrari (1991) se preguntan hasta dónde la mayor infiltración en siembra
directa no se ve contrarrestada por un aumento en el escurrimiento subsuperficial y/o en el
drenaje, tendiendo a minimizar las diferencias. Para dilucidar estos interrogantes se hace
necesario el estudio de la dinámica del agua en la subsuperficie, estudios de los cuales se
tiene muy poca información; Philips (1980) informa que en dos estaciones de crecimiento
ha estimado el drenaje del agua del suelo más allá de la rizosfera, y el tratamiento de
siembra directa drenó más del doble del agua que el sistema convencional. Según Philips
(1980), partiendo de un suelo inicialmente húmedo, los procesos de evaporación del agua
a través del tiempo se dividen en dos etapas o estadíos: un primer estadío, donde el agua
se evapora a una tasa constante, y un segundo que ocurre finalizado el primero donde la
evaporación ocurre a una tasa decreciente (Figura 1a). La presencia de mulch sobre la
superficie de un suelo puede prolongar la duración del primer estadío, pero puede también
disminuir la tasa de evaporación de agua (Figura 1b).
Si se compara un suelo desnudo respecto a uno con cobertura, el primero permanece en el
primer estadío (y con una alta tasa de evaporación) sólo por un corto tiempo, para pasar
rápidamente al segundo estadío; el suelo cubierto podría permanecer en el primer estadío
a una tasa de evaporación menor que la del suelo desnudo pero durante un tiempo más
prolongado. Si este tiempo es lo suficientemente largo, y no suceden nuevas
precipitaciones, la evaporación en el suelo cubierto podría igualar o superar a la del suelo
desnudo.
Para Unger y Kaspar (1994) la acumulación de agua, como objetivo principal de un sistema
de labranza, tendría más beneficios si existe una capa dura que frene la infiltración. Si esa
capa existe, entonces los tratamientos con remoción acumularían más agua. Los autores
señalan además que esto tendría relevancia en años secos o ante sequías estacionales.
La labranza vertical profunda como forma de aumentar el almacenaje de agua en el perfil
del suelo es propuesta por algunos autores, quienes hipotetizan que a través de la
remoción de zonas de baja permeabilidad, ya sean genéticas o antrópicas, se podría
aumentar el contenido de agua en el perfil del suelo. Negi et al. (1980) trabajaron sobre un
suelo arcilloso en un año seco. Ellos primeramente compactaron de manera artificial
terreno arado, y luego de la compactación implantaron los diferentes tratamientos.
Encontraron que la cantidad de agua retenida en los primeros 0,3 m llegó a ser el doble en
el tratamiento que fue subsolado a 0,45 m que la correspondiente al suelo arado. De forma
llamativa el comportamiento del tratamiento con escarificador de cincel, que trabajó a 0,25
m de profundidad, resultó más parecido al tratamiento con arado que con el subsolador; sin
embargo, los datos de densidad aparente luego de la labor sugieren que el grado de
remoción logrado con el escarificador resultó similar al tratamiento con arado de reja y
vertedera, lo que explicaría la tendencia en el almacenamiento de agua. Los autores
concluyen que el trabajo profundo puede ser promisorio en campos que han sufrido
compactación, ya que pueden mejorar la retención de agua a mayores profundidades.

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240

190

Tasa de evaporación
140

90

40

-10
0 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100

Tiempo
Suelo cubierto Suelo desnudo

1a. Tasa de evaporación en función del tiempo para suelo desnudo y suelo cubierto.

6000
Evaporación acumulada

5000

4000

3000

2000

1000

0
0 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100

Tiempo
Suelo cubierto Suelo desnudo

1b. Evaporación acumulada en función del tiempo para suelo desnudo y suelo cubierto.

Figura 1. Pérdida de agua del suelo en función del tiempo para suelo desnudo y suelo cubierto. Adaptado de
Philips (1980).

Senigagliesi y Ferrari (1993) alertan en cuanto a que la mejor condición física superficial de
los sistemas conservacionistas puede ser insuficiente para permitir una adecuada
infiltración de agua de lluvia, si ocurren eventos de alta intensidad, ya que en los argiudoles
el factor limitante puede ser la baja permeabilidad del horizonte B. En estos casos,
sugieren que el uso de labranzas profundas podría colaborar en la reducción de esas
limitaciones.
Raper et al. (1994), trabajaron en un Hapludult típico franco arenoso, con duripan y
encontraron que el subsolado anual, incorporado a la siembra en una misma y única labor,
tuvo más humedad en el suelo al final del quinto ciclo de cultivo que otros tratamientos que
incluían opciones de subsolado completo previo al inicio del experimento, el no subsolado
y laboreo con rastra de disco y cultivador de campo, y el subsolado anual combinado con

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rastra de disco y cultivador. Ellos atribuyen esa diferencia a un aumento en la infiltración de
agua.
Como se puede apreciar, el efecto de los sistemas de labranza sobre el almacenaje de
agua en el suelo está fuertemente influenciado por las características texturales del mismo,
el relieve, la presencia o no de capas de baja permeabilidad, y la frecuencia e intensidad
de las precipitaciones en forma previa y durante el transcurso del ciclo de cultivo. Cada una
de esas características incide sobre uno o más de los procesos de ganancia y/o pérdida de
agua del suelo, además de interactuar entre sí y con el cultivo. Esto dificulta el
establecimiento de reglas genéricas sobre el tema, a la vez que muestra los riesgos de la
extrapolación de resultados, tal como lo sugieren Head et al. (1987).
Lo anteriormente expuesto refuerza la necesidad de contar con datos locales para conocer
los efectos específicos en cada lugar de los sistemas de labranza. Totis de Zeljkovich
(1996) concluye que si bien es imposible que sin riego se corrijan las deficiencias hídricas
en la región pampeana, es importante que con las prácticas adecuadas éstas se atenúen.

2. Densidad Aparente
La densidad aparente del suelo es uno de los parámetros físicos que resulta afectado
durante los procesos agrícolas. Este indicador junto con la resistencia a la penetración son
frecuentemente usados, y resultan adecuados según Soane (1968), O'Sullivan et al.
(1987), Carter (1988) y Balbuena et al. (1995), para la caracterización del grado de
compactación de un suelo y del efecto producido por las labranzas.
Erbach (1987) hace un resumen de los métodos utilizados para la medición de la densidad
aparente, entre los que cita a los métodos por muestreo, por excavación, por radiación, y
por estimación a través del índice de cono. Si bien el método patrón es por muestreo con
cilindro calador, en este pueden producirse errores por densificación de la muestra al
introducir el muestreador (Erbach, 1987); mientras que la medición por radiación gamma
es tan segura como el primero, y permite ahorrar un 50 a 70 % de tiempo (Soane et al.,
1971).
Se ha encontrado que las sucesivas labranzas a través de los años con arados de reja,
trabajando en muchos casos en condiciones no óptimas, puede ocasionar la formación de
capas densificadas o pisos de arado, por debajo de la profundidad de labor (Mazzuco,
1979; Negi et al., 1980; Demmi y Puricelli, 1987; Swan et al., 1987).
El aumento de la densidad aparente de los suelos cultivados es atribuido en parte al paso
de rejas o discos sobre los mismos, pero principalmente al tránsito, que cubriría al menos
una vez la superficie durante un ciclo completo de cultivo (Gaultney et al., 1982). Swan et
al. (1987) consideran que el paso de la rueda por dentro del surco compacta el suelo por
debajo de la profundidad de labor habitual. Goss et al. (1984), sostienen que el crecimiento
de raíces en suelos bien drenados depende de un adecuado número de macroporos
continuos, y concluyen que la labranza con arado de reja aumenta el porcentaje de
macroporos, pero interrumpe su continuidad hacia estratos inferiores. Por otra parte la
labranza vertical no tendría efecto sobre la continuidad de los macroporos.
Se ha comprobado que el tráfico con altos pesos por eje produce un aumento en la
densidad aparente de los suelos, y que este efecto no puede revertirse completamente con
una arada (Gameda et al., 1985). La magnitud de esta densificación depende del tipo y
estado del suelo y de la carga por eje del vehículo (Swan et al., 1987). Esto cobra mayor
importancia, si se tiene en cuenta el aumento en el tamaño, y por lo tanto en el peso, de

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los tractores y maquinarias agrícolas que se viene produciendo en los últimos años. El
efecto del aumento de la densidad aparente de los suelos tendría incidencia por un lado
sobre la dinámica de gases, agua y nutrientes, pero por otro sobre el estado de tensión del
mismo. Unger y Kaspar (1994) citan a Taylor et al. (1964) quienes dicen que los suelos
minerales aumentan su tensión cuando son compactados, y los suelos compactados
aumentan su tensión al perder humedad.
El aumento de la capacidad portante del suelo por efecto del rastrojo en superficie ha sido
citado. Según esto, los efectos perjudiciales del tráfico son menores en suelos en los que
el rastrojo no ha sido incorporado (Raper et al., 1994; Daho, 1996) lo que sería una
característica ventajosa de los sistemas conservacionistas.
Se ha intentado establecer las relaciones que existen entre los valores de densidad
aparente y el crecimiento del sistema radicular de los cultivos, resultando las mismas
dependientes de las características texturales del suelo (Jones, 1983). Taylor y Burnet
(1963) muestran valores limitantes al crecimiento de raíces de algodón sobre un suelo
franco arenoso fino que oscilan entre 1730 y 1800 kg.m -3, mientras que afirman que no
existen diferencias entre especies en su capacidad para penetrar capas duras. Veihmeyer
y Hendrickson (1948) muestran valores similares para suelos arenosos, y entre 1460 y
1630 kg.m-3 para suelos arcillosos.
Sin embargo, el crecimiento de raíces se vería afectado por valores de densidad aparente
sensiblemente inferiores a los citados como limitantes. Chidichimo et al. (1997) realizaron
un experimento en macetas rellenas con tierra proveniente de un suelo franco limoso,
donde compactaron homogéneamente el suelo en los distintos tratamientos. Los autores
hallaron que niveles de densidad aparente de 1090; 1250 y 1410 kg.m -3 ocasionaron
diferencias en la producción de raíces, cuantificadas a través del peso seco y la longutud
de las mismas, mientras que hubo respuestas diferenciales a la compactación en función
del genotipo.

3. Resistencia a la Penetración
De similar manera que para la densidad aparente, se ha intentado también relacionar la
resistencia a la penetración de un suelo con la capacidad de las raíces para colonizarlo. La
medición de resistencia a la penetración de un suelo a través del penetrómetro de cono
tiene la ventaja de ser fácil, rápida y económica; al tiempo que provee datos que pueden
ser sencillamente analizados (Perumpral, 1987). Sin embargo la información obtenida debe
ser interpretada cuidadosamente, ya que sus lecturas son afectadas por el tipo de suelo,
tensión y humedad de este, velocidad de penetración, medida del cono, forma, y rugosidad
superficial del mismo (Perumpral, 1987). De todos modos, con el uso de penetrómetros
estandarizados los últimos cuatro factores quedarían controlados.
Las asociaciones entre la resistencia a la penetración del suelo y el crecimiento de las
raíces han tenido resultados variables, debido entre otros, a la capacidad de las raíces de
rodear obstáculos, de crecer en grietas horizontales, al efecto lubricante del mucigel, a la
variación en la forma del cono por adherencia del suelo, y a la influencia de la humedad
sobre las lecturas (Bowen et al., 1995). No obstante ello, es generalmente aceptado que
valores de resistencia a la penetración de 1.5 MPa reducirían el crecimiento de las raíces,
y de 2 o más MPa lo impedirían (Threadgill, 1982).
Si bien se considera a las labranzas como una vía para evitar que la tensión del suelo
impida el adecuado crecimiento de las raíces (Unger y Kaspar, 1994), la bibliografía no es
concluyente respecto de la necesidad o no de las labranzas como vía para la eliminación

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de impedimentos físicos al crecimiento radicular. Leiva y Hansen (1984) determinaron en
un ensayo de larga duración, que la siembra directa produce una mayor compactación del
suelo. Ellos realizaron las mediciones en el mes de diciembre con un penetrómetro de
impacto, encontrándose el suelo en ese momento con un contenido promedio de humedad
del 15%. Este efecto fue mayor en el estrato de 0,05 a 0,2 m (hasta 2,7 MPa). A su vez, la
labranza con arado de reja y vertedera compactó el suelo en orden medio (1,75 MPa) entre
los tratamientos en estudio y en el estrato de 0,2 a 0,25 m, mientras que la labranza con
escarificador de cincel no produjo compactación (1,2 MPa). La compactación ocurrió
siempre por encima de los 0,2 a 0,25 m de profundidad, no más.
De manera semejante, Carter (1988) concluye que los sistemas que no remueven el suelo
pueden ayudar a la compactación del mismo, mientras que la labranza combinada,
sucesión de cultivos implantados con y sin labranzas, evita la compactación, de acuerdo a
lo determinado por Senigagliesi y Ferrari (1993). Según estos autores, los suelos bajo
siembra directa presentan menores valores de macroporosidad y de porosidad total.
Resultados de Erbach et al. (1986) indican menores valores de densidad aparente que
arado de reja en los primeros 0,05 m del suelo, lo que podría deberse a la formación de un
horizonte orgánico, pero mayor densidad aparente entre 0,05 y 0,1 m.
En contraposición a lo mencionado anteriormente, Lal et al. (1994) determinan, en un
ensayo de 28 años, menores valores de densidad aparente de los primeros 0,18 m de
suelo en siembra directa, comparado con reja y cincel, lo que atribuye a la acción de las
lombrices como formadores de canales. Drees et al. (1994) también mencionan la
presencia de biocanales en suelos bajo siembra directa en otro ensayo de larga duración.
Parecería así que, si bien los sistemas sin remoción de suelo pueden llegar a presentar en
algún momento mejores condiciones físicas que los sistemas convencionales, será
necesario para esto de la acción biológica de la microfauna del suelo y de la actividad
radicular (Unger y Kaspar, 1994) durante una importante cantidad de ciclos de cultivo.
La labranza vertical profunda es propuesta por algunos autores (Senigagliesi y Ferrari,
1993; Negi et al., 1980) como otra de las formas para disminuir la resistencia a la
penetración y facilitar el desarrollo de raíces en profundidad. Raper et al. (1994) concluyen
que el subsolado anual tiene menores valores de índice de cono en los primeros 0,2 m de
suelo y de densidad aparente en los 0,075 m superficiales, aunque no dicen nada acerca
del comportamiento de la densidad aparente dentro del duripan. Estos valores fueron
determinados en otoño luego de 5 años de ensayo. Cuando analizaron la profundidad a la
que se presentaron restricciones al crecimiento de las raíces (2 MPa), observaron que la
zona apta para el crecimiento se incrementó desde los 0,3 m aproximadamente para los
tratamientos sin subsolado anual a casi 0,5 m para los que sí lo tuvieron.

4. Remoción del Suelo y Persistencia de la Labor


La persistencia de la labor constituye otro aspecto de importancia al analizar el efecto de
las labores sobre el suelo y los cultivos. Un sistema de labranza adecuado debería permitir
que las mejores condiciones brindadas por él se mantengan al menos hasta que el sistema
radicular complete su desarrollo. Erbach et al. (1992), en ensayos sobre suelos franco-
limosos y franco-arcillo limosos, encuentran que la labranza con arado de reja a una
profundidad de 0,2 m es la que más afloja el suelo en este estrato, manifestado a través
del índice de cono y de la densidad aparente, pero es quien sufre la mayor recompactación
posterior, por lo que al momento de la siembra presenta un grado de compactación
semejante a otros tratamientos. El trabajo con paraplow a 0,3 m de profundidad, afloja el

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suelo a mayor profundidad. A su vez, el cincel afloja ligeramente el suelo respecto de
siembra directa, pero no tanto como el paraplow. Esto podría deberse a que la profundidad
efectiva de trabajo del cincel es seguramente menor a la capa sobre la que se realizaron
las mediciones, y por lo tanto parte de las mismas se toman sobre suelo sin remover,
mientras que en paraplow seguramente toda esa capa habrá sido labrada.
Jensen y Sletten (1965) señalan que si bien los implementos de labranza vertical aflojan el
suelo, los procesos de reconsolidación que se producen con el tiempo disminuyen los
efectos de la labor. Ressia et al. (1998) hallaron que la labranza vertical produjo un
aumento en la profundidad a la cual la resistencia a la penetración del suelo alcanzaba 1,5
MPa, en comparación a la labranza convencional; sin embargo, esa diferencia comparativa
desapareció cuando el cultivo de maíz implantado desarrolló su novena hoja.
El grado de refinamiento obtenido cuando se trabaja en doble pasaje, junto a la mayor
intensidad de tráfico (Domínguez Brito et al., 2000), representan un riesgo elevado de
reconsolidación en estos sistemas. En este último experimento, de similares características
y realizado sobre el mismo sitio experimental que el del presente trabajo, los autores
determinaron que la intensidad de tráfico del tratamiento con escarificador de cincel fue
22% superior a la del tratamiento con arado de reja y vertedera, y 204% superior al de
siembra directa.
Cerisola (1993), trabajando en suelos vertisoles encuentra que el tratamiento con arado de
reja y vertedera presentó mayor porosidad estructural que el de siembra directa una vez
realizadas las labranzas, pero también fue quien mayores variaciones sufrió a través del
ciclo de cultivo. Luego, la variación de porosidad estructural entre la siembra y la cosecha
en el tratamiento con arado de reja fue de sólo un 11%, y coincidente con la variación en
densidad aparente. Soane et al. (1982) afirman también que los suelos bajo siembra
directa adquieren con el transcurso de algunos años, un estado de precompactación que
les permite soportar mejor los efectos del tránsito.
La lluvia y el tráfico aceleran la reconsolidación del suelo destruyendo la porosidad
estructural lograda con la labranza (Cerisola, 1993). Unger y Fulton (1990) citan que, luego
de 180 días en que ocurrieron importantes lluvias, el suelo bajo labranza convencional se
reconsolidó hasta tener mayor densidad aparente que suelo bajo siembra directa. De
similar modo, Ortolani (1991) encontró que hubo restitución de los valores originales de
densidad aparente a los 7 meses de la labranza en los primeros 0,1m. Se tiene entonces
que, luego de aflojar el suelo por medio de una labor primaria, si no se es cuidadoso con la
secuencia de labores, atendiendo al tiempo a transcurrir hasta el crecimiento de los
cultivos y, sobre todo al tránsito, se corren severos riesgos de lograr efectos contrapuestos
al originalmente deseado con la labranza.
Daho (1996) halló que en un suelo franco limoso la labranza convencional tuvo a la
siembra menor densidad aparente entre 0 y 0,05 m que la siembra directa, aunque al final
del ciclo se recompactó un 4,8%, siendo en esta ocasión menor la densidad aparente bajo
siembra directa. La densidad aparente en siembra directa fue menor a partir de 0,22 m, lo
cual podría explicarse por un vigoroso crecimiento de raíces que habría formado una
intensa red de bioporos.

5. Sistema Radicular
Mucho esfuerzo se ha realizado en tratar de establecer las relaciones suelo-raíz-planta;
una mejor comprensión de las mismas permitiría predecir la respuesta del cultivo a las
prácticas de manejo del cultivo. Una de las formas de abordaje de la problemática ha sido

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el estudio de la rizogeografía, donde los autores han determinado la respuesta a sus
tratamientos en función de la producción y de la distribución de las raíces en el perfil de
suelo. Parece adecuado señalar aquí una de las particularidades que el estudio de los
sistemas radiculares posee, tal como lo es su alta variabilidad (Cantero et al., 1988; citado
por Gil, 1995); el coeficiente de variación oscila normalmente entre el 30% y el 40%,
aunque a menudo sobrepasa el 100% (Gil, 1995; Vepraskas y Hoyt, 1988). Magnitudes tan
grandes de variabilidad no se originan en limitaciones de la técnica, sino en la variabilidad
intrínseca del sistema suelo-planta (Gil, 1995).
Lorens et al. (1987), trabajando con dos híbridos de distinto grado de resistencia a la
sequía y en distintas condiciones de estrés hídrico, encuentran que las plantas con mayor
potencial agua en sus hojas son las más resistentes al estrés hídrico, e hipotetizan que
este mayor potencial podría estar dado por una mayor cantidad de raíces en profundidad.
Gardner (1960, 1964) citado por Lorens et al. (1987), sostiene que el patrón de extracción
de agua es sensible a la distribución de raíces. De forma similar, Lipiec et al. (1993)
hallaron que la extracción de agua y el crecimiento temprano de maíz fué función de la
penetración de raíces a capas más profundas y húmedas.
Kaspar et al. (1987), compararon sistemas de labranza con arado de reja y vertedera,
rastra de discos y escarificador de cincel. Ellos realizaron un muestreo de raíces durante el
estado vegetativo del cultivo y encontraron diferencias de peso seco de raíz entre sistemas
de labranza, las que explican en función de la influencia de la temperatura del suelo sobre
los meristemas.
Leiva y Hansen (1984), encuentran tendencias hacia una mayor producción de raíces, en
peso seco, en tratamientos con mayor remoción de suelo. El patrón de distribución de
raíces con la profundidad también cambia; el tratamiento con arado de reja y vertedera
tiene un 77% del peso seco en los primeros 0,20 m, mientras que con escarificador de
cincel solo hay un 67% en ese estrato, siendo a su vez el tratamiento con una mayor
uniformidad en la distribución de las raíces a lo largo del perfil. En siembra directa, por otra
parte, se concentran las raíces en los primeros 0,1 m. Esto coincide con los patrones de
resistencia a la penetración encontrados por los autores y presentados anteriormente.
Barber (1971), en ensayos de maíz realizados sobre un Argiudol franco limoso, determina
que la remoción de suelo aumenta el crecimiento de raíces finas en la porción labrada y la
profundidad a la que la densidad de raíces es máxima. Para los dos años reportados, el
peso de raíces en siembra directa, en los primero 0,6 m, fue 12% y 18% inferior al sistema
convencional. Kohnke y Barber (1969) citados por Barber (1971), afirman que en el año
anterior, en ese mismo ensayo, el peso de raíces en el tratamiento de siembra directa fue
un 30% del peso en el tratamiento en el tratamiento con arado de reja y vertedera. La
producción de raíces más finas en capas removidas ha sido reportada también por Boone
y Veen (1982) y Lipiec et al. (1993).
En el trabajo de Barber (1971) resulta llamativa la gran variación interanual de los valores
de densidad de peso de raíces, habiéndose alcanzado un año valores 4 veces superiores
al año anterior. No obstante, y con excepción de la siembra directa, al no tener diferencias
significativas en el rendimiento, el autor concluye que, en general, la menor cantidad de
raíces fue suficiente para sostener el rendimiento que fue de unas 9 t.ha -1. El tratamiento
de siembra directa resultó una excepción, ya que la reducción de raíces se vió
acompañada de un menor rendimiento.
Por otra parte, Gayle et al. (1992), comparando dos sistemas de labranza (escarificador de
cincel y siembra directa) durante dos años húmedos, sobre un suelo franco arcillo arenoso,

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encuentran en siembra directa un 62-64 % mayor longitud de raíces que en escarificador
de cincel, hecho que atribuyen a una mejor aireación, a pesar de la mayor densidad
aparente.
Goss et al. (1984), por determinación de la extracción de agua en profundidad por parte de
las raíces, establece que la penetración de raíces de trigo es a menudo mas profunda en
siembra directa que en reja. Esto podría entenderse por la mayor continuidad de poros en
estos sistemas.
Anderson (1987), comparando sistemas de labranza mínima y convencional, con distintos
niveles de fertilización nitrogenada, encuentra que la morfología de las raíces fue alterada
por el fertilizante, la labranza y el tiempo de muestreo. El autor cita que las mayores
diferencias en densidad de raíces ocurren en los 0,14m superficiales, siendo muy
semejantes luego, hasta los 0,6m. También concluye que si la cantidad de raíces es
suficiente para absorber agua y nutrientes, el rendimiento no se ve afectado a pasar de la
menor cantidad de raíces que un cultivo pueda tener. Cassel et al. (1995) también señalan
que las mayores diferencias en densidad de raíces, por acción de las labranzas, se
presentan en los primeros 0,2m.
Chidichimo y Asborno (1992), comparando sistemas de labranza (arado de reja y vertedera
y escarificador de cincel) con dos híbridos de maíz de distinto ciclo, no hallan diferencias
en peso seco, longitud ni diámetro de raíces con las labranzas, ni interacción labranza por
híbrido. Sí encuentran diferencias para estos caracteres entre híbridos, siendo el de ciclo
más corto el de mayor eficiencia, ya que alcanza el mismo rendimiento con menor cantidad
de raíces. Chidichimo et al. (1992), comparan el comportamiento del sistema radical de
genotipos de maíz. Ellos concluyen que distintos genotipos tienen un patrón diferente de
distribución de raíces en profundidad; siendo generalmente los de ciclo más largo los que
colonizan mejor los estratos más profundos.
En un ensayo realizado en macetas, Chidichimo et al. (1997) compararon distintos híbridos
entre los que se hallaban el DK 4F37 y el DK 664; ellos hallaron diferencias significativas
en producción de biomasa y longitud de raíces, al mismo tiempo que detectaron
respuestas diferenciales de los híbridos, en producción de raíces, frente a los tratamientos
de compactación y sequía a los que fueron sometidos. En este ensayo, el híbrido DK 4F37
se caracterizó por sul elevados valores de peso y longitud de raíces, mientras que el DK
669 por la mayor estabilidad de los mismos parámetros frente a las condiciones impuestas
por los distintos tratamientos.
La evaluación de sistemas radiculares de cultivos bajo diferentes sistemas de labranza
involucra una dificultad extra, cual es la distinta disponibilidad y distribución de nutrientes
en el perfil del suelo, que alteraría el grado de respuesta de los sistemas radiculares a
otras condiciones como las propiedades físicas del suelo.
Eghball y Maranville (1993) realizaron un experimento para determinar si el desarrollo de
raíces y la tasa de absorción de nitrógeno de genotipos de maíz son afectados por efectos
interactivos de déficits de agua y de este nutriente. Ellos determinan que la disponibilidad
de nitrógeno esta directamente relacionada al flujo de absorción e inversamente
relacionada al crecimiento de las raíces. Si la disponibilidad es baja, es necesaria una
mayor superficie radicular para, con un flujo menor, alcanzar un nivel nutricional adecuado.
Respecto del agua, encuentran que los genotipos de enraizamiento más superficial pueden
aprovechar bien el agua de lluvia, pero no la de riego (que mojaría un perfil mas profundo).
Concluyen que el sistema radicular debe ser considerado cuando se selecciona el material

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genético por resistencia a la sequía. Robinson (1996) cita que la explotación de un
nutriente localmente disponible necesita de la producción de raíces laterales.
Otro enfoque que se ha dado al estudio de las relaciones suelo-raíz-planta, es el que trata
de determinar los mecanismos a través de los cuales los vegetales responden a estímulos
del ambiente. En los estudios relacionados a sistemas de labranzas y/o compactación es
normal intentar relacionar esos mecanismos a las restricciones que la resistencia mecánica
del suelo impone a las raíces; algunos de esos antecedentes ya han sido presentados en
párrafos anteriores, junto a los de propiedades físicas del suelo.
Boone y Veen (1982) en un ensayo en macetas determinaron que el peso fresco de raíces
no se modificó por valores de índice de cono entre 0,3 MPa y 3 MPa, pero la extensión de
raíces sí lo hizo, habiendo decaído un 50% la tasa de elongación de raíces de maíz con
aumentos de resistencia a la penetración del suelo en el rango de 0,9 a 1,6 MPa. Ellos
discuten que la presión de turgor de las células es la que actuaría en el crecimiento
radicular para, primero desplazar la pared celular y luego el suelo circundante; entonces, la
alta resistencia mecánica del suelo se opondría a la elongación de raíces. Discuten
también que la modificación de la tasa de elongación de raíces a bajos niveles de
resistencia mecánica del suelo no es explicable solamente a través de mecanismos físicos,
sino que actuarían mecanismos fisiológicos. Vepraskas y Wagger (1989) reportan que la
abundancia relativa de raíces en el sistema con escarificador de cincel tiene buena relación
con el índice de cono medio.
Los efectos de la compactación sobre el crecimiento y funcionamiento del sistema radicular
no pueden ser explicados solamente por un balance de presiones. El autor sugiere un
mecanismo de múltiples señales donde tendría participación la impedancia mecánica y
mensajes por estreses secundarios como estrés hídrico o hipoxia, quienes a su vez
tendrían influencia sobre la concentración de ácido abcísico (Tardieu, 1994).
Unger y Kaspar (1994), revisan una serie de trabajos sobre compactación, en los cuales
los tratamientos consisten en compactar artificial y uniformemente el sitio experimental. Los
autores proponen que en general no todas las partes del sistema radicular están expuestas
al mismo grado de compactación, y la capacidad de crecimiento compensatorio de las
partes no impedidas del sistema radicular puede lograr que sólo se altere la producción de
raíces, y no la producción total.
Masle y Passioura (1987) señalan sin embargo, que el mensaje directo de la resistencia
mecánica afecta también partes no impedidas de la planta (raíces y parte aérea),
probablemente a través de un cambio en las propiedades reológicas y una reducción en la
tasa de formación de células.

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