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FA C U LT A D D E IN GE N IE R ÍA

Á R E A OB R A S H ID R Á U LIC A S
C ON S T R U C C ION E S H ID R Á U LIC A S

SISTEMAS DE DESAGÜE DE LAS PRESAS


DISIPADORES DE ENERGÍA

Archivo: CT-11 - Disipadores de Energía.doc

Archivo: CT-11 - Disipadores de Energía.doc


Versión: EV-0
Fecha: Septiembre de 2013
Fotografía: Vertedero Principal de la Presa de Río Grande - Provincia de San Luis
Clase Teórica CT-11 UNLP - Facultad de Ingeniería
SISTEMAS DE DESAGÜE DE LAS PRESAS
DISIPADORES DE ENERGÍA Construcciones Hidráulicas

CÁTEDRA DE CONSTRUCCIONES HIDRÁULICAS

SISTEMAS DE DESAGÜE DE LAS PRESAS

DISIPADORES DE ENERGÍA

Los volúmenes excedentes que no pueden ser retenidos en el embalse deben ser reintegrados al
río en un cierto punto. Como existe un desnivel entre el embalse y la restitución, esa energía debe
disiparse para evitar que se produzcan daños en el sitio en que el agua reingresa al cauce aguas
abajo de la obra. Esa energía, antes de la existencia de la presa, se disipaba a lo largo del cauce
ocupado por el embalse. Luego de su ejecución, concentra al final del aliviadero todo su potencial
erosivo.
Este proceso es comparable con el uso del embalse para la generación de energía hidroeléctrica:
se concentra energía potencial en el embalse, la cual es aprovechada por las turbinas, que
accionan un generador para transformar esa energía en electricidad. Luego de su paso por las
turbinas, el agua vuelve al río en condiciones controladas.
La diferencia entre estos dos procesos pasa por la posibilidad de aprovechamiento o no de esta
energía potencial. Por otra parte, cuando se fija la capacidad de la central hidroeléctrica, se utiliza
un caudal que es del orden del módulo del río (habitualmente 2 a 3 veces el módulo), mientras
que los caudales para los cuales se diseñan las obras de alivio suelen ser muy superiores,
pudiendo alcanzar valores de 30 a 50 veces el módulo según sea el régimen hidrológico del curso.
Esta función del aliviadero es de una exigencia impresionante. Supongamos una presa de 100 m
de altura con una central que turbina 50 m 3/s, es decir, con una potencia de unos 50 MW. Ese
mismo río puede tener una crecida de unos 1.000 m 3/s, luego el aliviadero habrá de enfrentarse
con la disipación de una energía de 1.000 x 100 x 9,8 ~ 1.000 MW, por lo que la potencia a disipar
en el aliviadero será 20 veces mayor que la de una central ubicada al pie de la presa.

El problema es serio en función de la potencia puesta en juego. Por otra parte, las tolerancias son
grandes, pues no se exige la disipación total del excedente de energía, sino que basta dejar el
agua en el río de forma tal que la erosión que se produzca sea limitada y no progrese afectando a
las obras.

1. FORMAS DE DISIPACIÓN DE LA ENERGÍA


El temor ante la gran energía a disipar hizo que las
presas construidas en el primer cuarto o tercio del
siglo XX dispusieran las obras de alivio en forma
independiente, para alejar de la presa la zona de
impacto y erosión. Algunos de los aliviaderos de esa
época se proyectaron de forma que el agua se
reintegraba a un afluente próximo, creyendo que con
el alejamiento se resolvía el problema.
La consecuencia fue que en cuanto ocurrieron las
primeras crecidas de entidad, el caudal vertido a ese
cauce menor lo erosionaba para labrarse el cauce
necesario, mucho mayor que el existente, en
algunos casos con peligro de avance regresivo de la
erosión hacia el aliviadero. Otro efecto era la acumulación de los sedimentos erosionados en una
o más barras en el cauce principal que lo obstruían, en algunos casos haciendo perder salto a una
central hidroeléctrica al pie de la presa o cubriendo sembrados aguas abajo.
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El origen de todo ello era pretender trasladar un problema de envergadura a un lugar inadecuado
y de capacidad de absorción desproporcionada con su magnitud. Estos fracasos enseñaron
pronto que ese no era el camino para resolver el problema del amortiguamiento de la energía, y si
en algún caso se adopta hoy día es con pleno conocimiento de sus derivaciones, proyectándose
las obras necesarias para evitar los efectos citados aplicando las tecnologías que se describen a
continuación.
Las obras de restitución del agua al cauce responden a dos conceptos y obras esencialmente
distintos:
• Se hace pasar la corriente en régimen rápido a un cuenco en el que pasa a lento con la
formación de un resalto hidráulico. Este fenómeno conlleva una gran absorción de energía,
que se transforma en turbulencia y calor.
• La corriente se lanza al cauce por medio de un trampolín de forma que caiga a cierta
distancia de éste. La energía se amortigua en el propio cauce al formarse un resalto natural
en un cuenco creado por la propia erosión en la zona de caída.
En uno y otro caso el amortiguamiento no es total, y la energía remanente se va disipando de
forma más o menos controlada en el tramo aguas abajo.
El cuenco amortiguador a resalto hidráulico es una de las soluciones más comunes al pie de las
presas vertedero. El lanzamiento en trampolín es más propio de los aliviaderos separados de la
presa y están asociados a desniveles importantes. Pero estas reglas no son absolutas.

2. EL RESALTO HIDRÁULICO
La mejor manera de amortiguar la energía es por medio del resalto hidráulico, cuyos principios
esenciales vamos a recordar y resumir para poder comprender su aplicación al pie de una presa
vertedero.
El resalto es un típico fenómeno en el que no se cumplen las reglas de Bresse, ya que la
distribución de presiones en la vertical no será hidrostática. Para su análisis no es aplicable el
principio de conservación de la energía (teorema de Bernoulli), y se apela a la conservación de la
cantidad de movimiento. En la figura se ve lo que ocurre al pie de la presa, suponiendo que el
resalto se produce sobre una solera horizontal.
El tirante a la llegada del agua es y1 en
régimen rápido. Al encontrarse con el
colchón de agua, hay un régimen de
transición, con remolinos de eje
horizontal, y al cabo de una cierta
longitud L, se establece un régimen
lento con un nuevo tirante y2. Este no es
el tirante y’1 conjugado del y1, que daría
una energía específica h1 idéntica a la
que tiene la lámina en la entrada (b), sino otro y2<y'1 que tiene una energía específica h 2 <h 1 . La
diferencia h1-h2 se ha consumido en fricción contra la solera y, sobre todo, en los remolinos
formados, que la disipan en forma de calor. Conocido el número de Froude de la corriente de
entrada podemos determinar el tirante después del resalto

F1 =
V1
g y1
⎯⎯→ y2 =
y1
2
( 1+ 8 F − 1)
2
1

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2.1 TIPOS DE RESALTO Y SU USO COMO DISIPADOR DE ENERGÍA


Los resaltos hidráulicos en fondos horizontales se clasifican en varias clases. De acuerdo con los
estudios del U. S. Bureau of Reclamation pueden clasificarse convenientemente según el número
de Froude de la corriente entrante:

a) 1<F<1.7: es un resalto ondulado. El tirante en la


entrada se encuentra ligeramente por debajo del valor
crítico. El cambio de régimen veloz a lento es gradual y
se manifiesta sólo por una superficie libre en la cual se
presentan pequeñas ondulaciones.
b) 1.7<F<2.5: es un resalto débil. Se desarrolla una serie
de remolinos sobre la superficie del resalto, pero la
superficie del agua hacía aguas abajo permanece
uniforme. La velocidad a través de la sección es
razonablemente uniforme y la disipación de energía es
baja.
c) 2.5<F<4.5: es el resalto oscilante. Existe un chorro
oscilante que entra desde el fondo del resalto hasta la
superficie y vuelve sin ninguna periodicidad. Cada
oscilación produce una onda grande con periodo
irregular. El resalto es inestable y las ondas tienden a
propagarse hacia aguas abajo.
d) 4.5<F<9.0: es el resalto estable. Se ve poco afectado
por la variación de y2, lo que es conveniente, pues da
margen para posibles imprevistos y contribuye a la
estabilidad. El resalto está bien definido, coincidiendo
el fin del remolino de eje horizontal con el del resalto.
Se encuentra bien balanceado y su comportamiento es
el mejor.
e) F>9.0: es el resalto fuerte. El chorro de alta velocidad
choca con la corriente de agua intermitente que corre
hacia abajo a lo largo de la cara frontal del resalto,
generando ondas que se propagan hacia aguas abajo.
La superficie libre es muy rugosa.

Para el caso a) no es necesario tomar mayores cuidados, y es suficiente proteger una distancia no
menor a 4 y2 a partir de la sección en la cual empieza a cambiar el régimen. Cuando el número de
Froude de la corriente que ingresa es 1.7, el tirante conjugado del resalto es del orden del doble
del de ingreso, y la velocidad será la mitad. La forma b) no requiere precauciones especiales. Sólo
tener la longitud suficiente, que no es grande.
El estado c) corresponde a un resalto que no está totalmente desarrollado. Da un movimiento
intermitente que presenta problemas (los regímenes inestables hidráulicos deben evitarse si es
posible). Este caso se da frecuentemente en las estructuras que se disponen en los canales y en
presas de baja altura. Los elementos adicionales de disipación suelen no resultar efectivos. Las
ondas que se producen se propagan más allá del resalto, generando inconvenientes en el cauce
aguas abajo y en las márgenes. Debido a este problema y a su tendencia a rechazar el resalto (el
tirante aguas abajo no resulta suficiente como para que se pueda formar el resalto), las
profundidades en el cuenco disipador se toman un 10% mayores que los correspondientes al
tirante conjugado.
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Cuando las características de la presa y el cauce lo permiten, puede lograrse un cambio de F1


variando las dimensiones del vertedero (su ancho, altura de lámina, etc.) para llevar la situación a
otro estado, incluso forzando algo las obras; por ejemplo, al aumentar el ancho pueden aumentar
las excavaciones en el cuenco e incluso la importancia de los muros laterales, a cambio de lograr
un funcionamiento más estable.
La forma d) corresponde a resaltos bien desarrollados y no trae problemas especiales. La longitud
puede acortarse cuando se adicionan dientes al cuenco, o bien tomando otro tipo de solución,
como son los trampolines sumergidos (ya no será un disipador a resalto hidráulico). Dentro de
esta forma, para F1 >8 (ya cercana a la e)) conviene disponer el colchón con profundidad superior
a y2, porque el resalto empieza a ser sensible a la profundidad aguas abajo.
La forma e) da una diferencia notable de tirantes y2-y1 de agua abajo a agua arriba, exigiendo
cuencos importantes y profundos. Puede resultar conveniente emplear trampolines sumergidos.
En todas las formas, las presiones son virtualmente las dadas por la superficie del agua.

2.2 LONGITUD DEL RESALTO


Se define como sección final del resalto aquella en que se establece la altura y2. Esta definición es
poco precisa, pues las ondulaciones superficiales no terminan bruscamente, pero se toma la
sección a partir de la cual puede considerarse prácticamente terminada la zona de agitación
grande con protuberancias y remolinos, que dan incluso velocidades hacia aguas arriba.
Definir la longitud del resalto es de gran importancia práctica, pues marca la zona en la que la
solera debe estar protegida (por las altas velocidades), así como la que ha de llevar cajeros
(muros laterales) de cierta altura. En la zona de régimen lento puede prescindirse incluso de la
solera o cajeros en una gran mayoría de los casos.
El gráfico de la figura siguiente reproduce los ensayos del Bureau of Reclamation (USBR). Se ve
que para valores de F1 entre 4,5 y 14 el valor de la relación L/y2 es prácticamente constante, del
orden de 6.

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2.3 ENERGÍA ABSORBIDA


Si h = h1—h2 es la energía específica perdida en
el resalto y la sección tiene una forma cualquiera

para sección rectangular esta fórmula se convierte en:

en la que q es el caudal por unidad de ancho,


En la figura se ve la curva obtenida por el USBR
que da la pérdida (h1-h2)/h1 porcentual en función
de F1. Como se ve, el amortiguamiento es
considerable incluso con valores no grandes de
F1 y puede ser muy elevado con valores altos.

2.4. ADAPTACIÓN DEL CUENCO AL CAUCE DEL RÍO


Es obvio que el vertedero, en todos sus aspectos, ha de adecuarse al cauce del río aguas abajo.
Por una parte, su ancho debe coincidir sensiblemente con el del río, para evitar excavaciones
onerosas si fuera mayor, o desperdiciar anchura obligando a una mayor altura de lámina en el
caso contrario.
En cuanto al tirante en el cuenco, también tiene que tener relación con el que tiene el agua en el
río, pues si no, el resalto podría no producirse o lograrse imperfectamente.
En la figura siguiente se dibujan dos curvas de tirantes para distintos caudales: la (y, Q) que da los
tirantes naturales del río aguas abajo de la presa; y la (y 2, Q) que define las alturas del resalto
para los distintos caudales Q. Es evidente que si para un caudal Q el tirante natural del río y fuera
menor que el y2 necesario para formar el resalto, éste no se formará a menos que hagamos
alguna obra para conseguirlo. Eso ocurriría en el caso de la figura para todos los caudales Q>Q P.
Para los caudales Q<QP el río da
naturalmente el tirante necesario para
producir el resalto. Si el caudal máximo a
verter es <QP, la única obra a hacer al pie de
la presa es la solera necesaria para proteger
una cierta longitud aguas abajo de ella al
objeto de evitar la fuerte erosión que puede
provocar la alta velocidad del agua y el
impacto del chorro al pie de la presa (en
donde hay un fuerte cambio de dirección en
un plano vertical).
Pero si el caudal máximo previsto Q m > QP,
es preciso crear unas condiciones artificiales
en el cauce para complementar su falta de
tirante. Ello puede conseguirse de tres formas.

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1) Profundizando el cuenco al pie de


la presa un valor Δy de forma que
para el caudal máximo se tenga un
tirante y+Δy>y2 (a).
2) Poniendo aguas abajo de la presa
otra pequeña que produzca un
tirante y2 (b).
3) Usando ambos procedimientos (c).
La adopción del método depende del
caso en cuestión y del criterio del
proyectista. En principio, hay que
elegir la alternativa más económica,
dentro de la necesaria seguridad.
En cualquier caso, el tirante y2 debe
entenderse como el valor teórico
necesario para producir el resalto,
pero las obras deben proyectarse de
forma que se cuente con un tirante
algo superior (de un 10 a un 20 %)
para garantizar con ese margen la
estabilidad del resalto y compensar las
oscilaciones que se producen respecto
a las condiciones medias teóricas.

Podría ocurrir que el río tuviera una pendiente fuerte y produjera un régimen rápido (supercrítico)
para todos los caudales o al menos para la mayor parte de ellos. Entonces podría resultar ficticio
el hacer un resalto por dichos procedimientos artificiales, pues a continuación el régimen tendría
que volver a pasar de lento a rápido, por lo que cabe analizar la necesidad de generar el resalto.
El objeto del resalto es la disipación de la energía para evitar daños: primero a la presa y luego al
cauce. Pero si en el río se presentan naturalmente velocidades altas, es inútil tratar de
disminuirlas al pie de la presa, pues el agua acabará acelerándose de nuevo. Entonces, más que
resalto propiamente dicho, lo que se necesita es amortiguar la excesiva velocidad del agua
producida por la caída desde lo alto de la presa, hasta alcanzar la que se produce en el cauce
natural. Aparte de eso, se debe proteger un cierto tramo aguas abajo de la presa para evitar
erosiones que pudieran poner en riesgo su estabilidad.
En estos casos caben dos soluciones: o hacer el resalto, para amortiguar la energía, resolviendo
de una vez el problema, sin preocupaciones de que el agua tome luego la velocidad que le
imprima la pendiente del río; o limitarnos a frenar su velocidad y contener la erosión, sin resalto
completo. Esto puede lograrse con un tramo de transición de velocidades, protegido contra la
erosión, o incluso con un lanzamiento en trampolín libre, lo mismo que se hace en un aliviadero
independiente. En este caso hay que extremar todo lo posible la distancia de lanzamiento y la
protección, pues no es lo mismo que la erosión ocurra lejos de la presa que a su pie.

3. TRAMPOLINES Y DIENTES SUMERGIDOS


Los dientes sumergidos suelen ser muy eficaces para ayudar a la formación del resalto, acortar su
longitud y, sobre todo, para darle estabilidad en los casos en que no está bien definido. Aunque la
experiencia y la intuición permiten presuponer su colocación y las dimensiones más adecuadas,
es conveniente comprobarlas apelando a ensayos en modelo reducido, pues su efecto no siempre
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es el previsto, y una falsa ubicación podría convertir ese efecto, que puede ser muy eficaz, en
contraproducente. Asimismo, sus formas y dimensiones definitivas sólo suelen conseguirse
después de tanteos en laboratorio, analizando algunas variantes.
Los dientes fraccionan la lámina uniforme del ancho total en
varios chorros separados, unos D pasando por encima de los
dientes y otros E entre ellos. El fraccionamiento, la distinta
inclinación de los chorros y el roce y choque entre ellos disipan
energía. Las formas adoptadas son varias, como se describe a
continuación. Las distintas variantes pretenden conseguir el
fraccionamiento de corrientes, los ángulos de lanzamiento y el
entrechoque de chorros más adecuados, que unas veces adopta
formas bruscas y otras suaves.
Los dientes encrespados como (b) tienden a producir un
movimiento circular aguas abajo (de trazos) que contrarresta la
corriente E que pasa entre los dientes.
También se usan dientes a distinta altura para producir
corrientes contrarrestadas. La fila de dientes superior produce un
chorro que se opone al rulo creado por la corriente de fondo que
ha pasado entre los dientes, contribuyendo a la disipación de
energía y a la mayor tranquilidad del agua al pie de la presa.

Los dientes dan lugar a una depresión aguas abajo del borde de despegue producida por la alta
velocidad del agua, que normalmente da V2/2g muy superior a la presión atmosférica, por lo que
se puede producir cavitación. Para evitarla, conviene dar una aireación a esa zona, lo que se logra
colocando un tubo que aporte aire desde el exterior. El diámetro del tubo debe ser proporcional al
diente y a la velocidad del agua, para que el aire llegue francamente.
Es aconsejable evitar ángulos agudos en los dientes para no producir zonas débiles, y deben ir
fuertemente armados y bien anclados a la masa de la presa o de la solera (según donde estén)
pues los esfuerzos son considerables y, además, la armadura ayuda a su conservación. De todas
formas, es frecuente que los dientes sufran daños y hay que repararlos, pero se pueden
aprovechar las temporadas en que el embalse está bajo o no se esperan crecidas.
Los trampolines sumergidos se usan para dirigir la lámina con la inclinación conveniente para
ayudar al resalto o para evitar la erosión aguas abajo de la obra. El trampolín sumergido es
bastante usual al final de la obra del cuenco. Si el trampolín se remata con el bisel en ángulo recto
que se ve en la figura, se forma aguas abajo y en la parte inferior a la lámina de salida un remolino
de eje horizontal cuyo sentido de giro es tal que su parte inferior va hacia la presa. Esto es
favorable a la estabilidad del lecho del cauce aguas abajo, pues las partículas erosionadas no son
arrastradas por la corriente, sino aportadas de nuevo por el remolino hacia el borde del trampolín.
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De esta forma se llega a crear una fosa estable,


incluso con un fondo aluvional. El ensayo en
modelo es indispensable, salvo en casos
conocidos.
Otra precaución evidente es prolongar la
fundación hasta una profundidad tal que permita
que se empotre en la roca, y que tenga en cuenta
la erosión previsible, de forma de asegurar la
estabilidad de la estructura al deslizamiento.

4. OTROS PROBLEMAS ASOCIADOS A LOS CUENCOS DISIPADORES


La alta velocidad de la corriente en el ingreso al cuenco y el proceso de disipación de energía que
tiene lugar originan una serie de efectos que suelen tener notable intensidad y que pueden afectar
a la integridad del hormigón o a la estabilidad de la solera y cajeros del cuenco, tales como la
subpresión, las presiones fluctuantes y la abrasión. En los cuencos se presentan problemas
debidos a las altas velocidades, aunque en ellos operan con menor importancia relativa que en las
rápidas, pues la longitud de la corriente rápida es más limitada y la aireación está asegurada. En
cambio, la formación del resalto conlleva una intensa macroturbulencia, origen de los efectos que
se van a analizar.

4.1. SUBPRESIÓN Y PRESIONES FLUCTUANTES


Estos son los efectos más peligrosos y que más accidentes han producido en los cuencos
amortiguadores. El cuenco está sometido a la subpresión creada por el nivel freático aguas abajo.
Su importancia y posibilidad de control son distintas según el cuenco esté hundido para obtener la
profundidad necesaria para el resalto o si está sobreelevado por un borde de salida para crear esa
profundidad.
Cuando el cuenco está hundido, al cesar el vertido baja el nivel del agua en el cuenco y en el
cauce, pero el nivel freático, si tiene cierta inercia, puede quedar “colgado” en el nivel anterior en
el cauce, y se produce un desequilibrio hacia arriba por el menor peso de agua en el cuenco. Si
éste está por encima del cauce, el agua se mantiene dentro de él a nivel superior al del cauce,
incluso cuando cesa el vertido, y el desequilibrio no se produce o es menor.
Este efecto es difícilmente corregible, pues un drenaje por gravedad con salida aguas abajo del
cuenco puede no tener suficiente eficacia de evacuación por falta de pendiente si su salida está a
una altura superior al nivel máximo del agua en el cauce. Y si para salvar este inconveniente se
situara la salida más baja, se conseguiría aumentar la capacidad de desagüe cuando el nivel en el
cauce bajara, pero a través del drenaje se habría abierto con aguas altas una alimentación hacia
el cuenco, con el consiguiente aumento en la subpresión. Por eso el drenaje por gravedad debe
salir a una altura fuera de la influencia del nivel del río, a pesar del defecto de gradiente para el
desagüe, salvo quizá para las crecidas de baja probabilidad, porque dada su rareza, el aumento
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de subpresión afectaría a pocos metros y quizá no llegaría a actuar, pues la brevedad de su


permanencia no daría lugar a transmitirse hacia el interior. En cualquier caso, esta tolerancia, si se
tiene, debe ser mínima y previo análisis de sus posibles efectos. No se debe colocar la salida de
drenes en el interior del cuenco, salvo que sea a mayor cota (con un margen de seguridad) del
máximo nivel de funcionamiento.
La solución a todas estas limitaciones es un control del nivel freático con bombas, pero es
costoso, y no sólo por la instalación y el gasto de energía, sino porque para asegurar su
funcionamiento hay que mantener un personal apto. Por ello, sólo se emplea cuando hay una
central adjunta a la presa, con lo que se asegura al mismo tiempo la disponibilidad de energía y el
adecuado mantenimiento de las bombas. También se ha decidido la instalación de éstas en
algunos grandes cuencos que han de funcionar con cierta continuidad, aún sin haber una central
inmediata: la magnitud del problema, junto con el frecuente uso, pueden justificar los gastos en
casos de ese tipo.
Pero con todo, no es el efecto directo de la subpresión el más importante, pues con o sin drenaje
cabe compensarla con el peso propio del cuenco e incluso con el de los cajeros, aumentando las
dimensiones lo necesario. De todas formas, la solera debe tener un gran espesor para resistir
otros efectos, como se verá, por lo que puede tener por sí misma el peso necesario para equilibrar
la subpresión, o con la ayuda de un incremento moderado de peso o drenaje.
Más repercusión suelen tener los impactos dinámicos producidos por las fluctuaciones de presión
debidas a la macroturbulencia intrínseca al funcionamiento del resalto, puesto que es a través de
ella como se produce la disipación de energía. Este efecto se refuerza con altos números de
Froude. La macroturbulencia afecta a todo el cuenco (solera y cajeros) y se caracteriza por
fluctuaciones muy rápidas de la presión y amplitudes muy variables; las máximas semiamplitudes
pueden ser cercanas a 0,4V2/2g, siendo V la velocidad en régimen rápido a la entrada del cuenco;
el período suele ser del orden del segundo. Las medidas registradas en varios aliviaderos indican
que el valor cuadrático medio de la semiamplitud de estas oscilaciones dinámicas está
comprendido entre 0,10 y 0,12 v2/2g, o sea, un 25 al 30% de la máxima. Esta media es la más
efectiva, pues las máximas son puntuales y de breve duración y se reparten en el conjunto, dada
la gran masa del cuenco.
La oscilación de signo positivo (sobrepresión) no suele tener efecto desfavorable, pues produce
compresiones adicionales, compatibles con la resistencia del hormigón. La desfavorable es la
oscilación negativa (depresión), pues se suma a la subpresión y exige un suplemento de peso.
Con una velocidad de 25 m/s la depresión media es 0,12•252/19.62 =3,83 m, que puede afectar,
en principio, a toda la solera y que se sumaría a la subpresión, aumentándola, según los casos, en
un 50 ó 100%.
Otro posible incremento de subpresión puede producirse por la entrada de agua por las juntas
transversales, sobre todo si presentan salientes contra corriente, pues la energía cinética se
puede convertir en presión que penetre por debajo del revestimiento. Las formas de evitarlo son
las dichas allí, a las que en este caso pueden añadirse unas láminas flexibles entre placas de la
solera para lograr su estanqueidad sin impedir su movimiento relativo. En los cuencos está más
justificado este refuerzo adicional, pues los efectos dinámicos son superiores a los que se ejercen
en las rápidas y, además, el campo de aplicación es más restringido.
Otro efecto que se suma a los anteriores es la resonancia de las losas sometidas a estas
fluctuaciones. Las de macroturbulencia de mayor amplitud tienen una frecuencia baja (1 a 10 Hz),
que puede estar muy próxima a la de vibración propia de las placas de la solera o de sus dientes.
El movimiento producido puede provocar una rotura directa o una basculación parcial que abra
una junta con el borde levantado (saliente) a través de la cual se produzca la penetración de agua
con los efectos desfavorables conocidos, que se añadirían a la basculación iniciada.
Todas estas causas, aisladas o en conjunto, dan lugar a fuerzas de notable magnitud, dada la alta
energía cinética del agua, y en varios aliviaderos han llegado a producir el arrancamiento de losas
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de la solera. Por ello, es preciso calcular la estructura del cuenco para resistir esos esfuerzos y
tomar las disposiciones para aminorarlos.
La comprobación de la estabilidad del cuenco debe hacerse bajo dos hipótesis: fuera de servicio,
con la subpresión debida al nivel freático residual creado por el nivel en el cauce durante el
anterior funcionamiento; y en servicio, con la subpresión y una depresión 0,12 V2/2g en toda la
superficie de la solera.
Para prevenir y aminorar todos estos efectos, y además del adecuado dimensionamiento de
acuerdo con los cálculos de estabilidad, son recomendables las siguientes disposiciones
constructivas:
• Hacer lo más extensas posible las losas que componen la solera. Las depresiones
máximas pueden concentrarse en una zona, por lo que cuanto mayor sea la losa mejor se
distribuye el efecto concentrado y más se aproxima a la media.
• Solidarizar las losas entre sí por medio de dientes o armaduras para repartir lo mejor
posible el efecto de las depresiones máximas puntuales.
• Dar a la solera un espesor adecuado para que su peso equilibre las fuerzas a que estará
sometida y para que su masa proporcione la inercia necesaria para promediar el impacto
de la oscilación. Puede contarse también con el peso de los cajeros, que suele ser
importante. El conjunto, por supuesto, debe dar un cierto margen de seguridad.
• Si la roca subyacente tiene la suficiente consistencia, pueden anclarse a ella las losas para
aumentar peso e inercia y alejar el peligro de resonancia.
• Impermeabilizar las juntas de las losas por medio de láminas flexibles metálicas o plásticas
(water stop).
• Minimizar el número de juntas horizontales de hormigonado y asegurarse de su buena
trabazón por un adecuado tratamiento y armaduras de cosido, pues si se abrieran esas
juntas, debilitarían la colaboración conjunta de la solera y serían sometidas también a
subpresión.
• Tener muy en cuenta lo dicho sobre el drenaje y hacer que cualquier salida al cuenco esté
por encima (con un prudente margen) del nivel máximo previsible en el cuenco. Si es
posible, se deben evitar las salidas del drenaje al cuenco. Las salidas del drenaje al cauce
deben estar por encima del máximo nivel previsible, con la posible tolerancia antes citada.

4.2 ABRASIÓN
Los aliviaderos de superficie no suelen llevar en suspensión materiales abrasivos (arenas duras),
porque normalmente se habrán depositado en el embalse. Otro es el caso de los desagües
profundos o el de algunos embalses antiguos que puedan haberse colmatado.
En cambio, un cuenco puede verse seriamente deteriorado por la acción de piedras duras que
puedan caer en su interior y que, al ser movidas con fuertes velocidades, actúan como piedras de
molino. Las piedras pueden proceder de la propia construcción (que no hayan sido retiradas),
caídas de las laderas (o arrojadas) o del cauce aguas abajo, arrastradas por una corriente de
retorno.
Para evitar la permanencia de piedras, el cuenco debe ser autoevacuante, esto es, que funcione
de manera que todo sólido en su interior sea expulsado hacia aguas abajo por la corriente, sin
entrar en el juego de los remolinos del resalto. Por otra parte, esta condición debe conjugarse con
otra aparentemente contraria, pero realizable con facilidad gracias a un adecuado perfil del
trampolín de salida: éste debe producir aguas abajo de su borde un remolino con una componente
de fondo hacia él para aportar material del cauce y asegurar que no se produce un descalce por
arrastre de la corriente principal, que debe quedar por encima del remolino aportador y darle la
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energía que precisa para su movimiento. Pero hay que asegurarse de que este movimiento
alimentador de áridos se limita al pie aguas abajo del cuenco y no entra en él. Esto es fácil de
evitar, pues se cuenta con el efecto de arrastre de la corriente de salida, pero un inadecuado perfil
podría permitir una entrada de sólidos que, por limitada que sea, podría llevar a un importante
desgaste. El modelo reducido, aunque plantea dificultades en la reproducción a escala de los
áridos, permite apreciar perfectamente si el funcionamiento expulsor del cuenco es correcto,
porque éste es más bien función de la distribución de las corrientes y remolinos que de su
capacidad de arrastre de sólidos, que siempre es sobrada en principio.
Complementaria y coherente con la anterior condición es la de que el cuenco expulse
automáticamente todo sólido que pueda estar o caer en su interior, para asegurar que cualquier
piedra accidentalmente caída o dejada no permanece en el cuenco más que el tiempo estricto
para salir de él. Lo peligroso no son los roces breves accidentales, sino los reiterativos de unas
piedras girando continuamente en un remolino.
El modelo hay que comprobarlo en distintas condiciones de caudal, porque su funcionamiento
puede variar de unos a otros. También debe ensayarse el comportamiento con desagüe
asimétrico (apertura de sólo parte de las compuertas) porque los remolinos de eje vertical
resultantes pueden distorsionar el funcionamiento previsto. Este puede ser correcto en pleno
funcionamiento simétrico, pero quizá no con caudales menores o con disimetría de flujo.
Si la corriente aporta partículas abrasivas en suspensión, estas medidas son insuficientes y la
abrasión será inevitable si la velocidad sobrepasa 10 m/s, que será lo más frecuente en cuanto la
caída sea mayor de 15 m. Por debajo de esa velocidad se ha comprobado que no se produce
abrasión, pero si se sobrepasa, los efectos crecen con V3, es decir, muy rápidamente.

5. TRAMPOLINES DE LANZAMIENTO
El trampolín de lanzamiento toma su nombre de la similitud con el utilizado en los saltos de esquí.
En la literatura técnica se lo designa incluso con el término salto de esquí.
La esencia de su funcionamiento es aprovechar la velocidad de la corriente para lanzarla a una
distancia prudente y alejar la segura erosión. Por eso su elemento esencial es una rampa que
proporciona un ángulo de lanzamiento adecuado para que la trayectoria parabólica resultante de
la inercia del chorro y la acción de la gravedad tenga la máxima distancia entre el borde del
lanzamiento y la zona de caída.
Así como el cuenco amortiguador afronta directamente el problema de la disipación de energía, el
trampolín se limita a alejarlo. Pero el problema sigue ahí y puede encararse de dos formas:
preparando las obras necesarias en la zona de impacto del chorro o demorar su solución definitiva
hasta ver el comportamiento del cauce ante la erosión. Por supuesto, esto último sólo se decide
cuando un estudio previo haya proporcionado la convicción de que no se verá comprometida la
estabilidad de las obras en el plazo corto, por lo que no sólo no es osado esperar, sino incluso
conveniente para realizar las obras con mayor eficacia a la vista de la experiencia. Debe tenerse
presente que en las presas de embalse, en general, los aliviaderos funcionan en forma
intermitente, a veces con largos períodos de inactividad, y se dispone de tiempo para sacar
conclusiones y realizar las obras en el momento oportuno. En los casos de funcionamiento
frecuente es aconsejable preparar desde el principio las obras de amortiguación y protección en la
zona de caída, sobre todo si el caudal es importante y el cauce estrecho.

5.1. CONDICIONES QUE DEBE CUMPLIR EL LANZAMIENTO


El trampolín debe proyectarse de manera que cumpla lo mejor posible las siguientes condiciones:
• Lanzamiento óptimo. En principio, suele coincidir con el de máxima distancia, pero hay
casos en los que interesa que la caída se efectúe en una zona determinada, que puede no
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ser la más distante alcanzable. Otras condiciones a cumplir pueden ser la mejor incidencia
con las laderas o en el cauce, la repartición del agua en una amplia zona de caída (para
aminorar la energía cinética por m 2) y una buena emulsión de aire, que rebaja la energía
cinética por el doble efecto del frenado y de la disminución de densidad.
• Estabilidad del cuenco de erosión en la zona de caída. La erosión puede ser progresiva,
pero hay que asegurarse de que a partir de unas ciertas dimensiones el cuenco formado es
estable y sin peligro para las laderas u otras obras. En este sentido hay que verificar que la
barra o barras que puedan formarse en el cauce no perjudican el funcionamiento del propio
trampolín ni de otros órganos de desagüe de la presa o de la central hidroeléctrica —si
existe— ni representan riesgo para cultivos o propiedades aguas abajo, ya sea por
elevación del pelo de agua o por la eventual rotura de las barras.
• El chorro lanzado debe tener completa ventilación. Por la parte superior de la lámina está
asegurada, pero si por la inferior fuera insuficiente, la gran velocidad del chorro produciría
una depresión, acortando la distancia de lanzamiento y pudiendo dar lugar a inestabilidad
de la lámina. Para evitarlo, el borde de lanzamiento deberá estar a suficiente altura sobre el
máximo nivel del agua en el cauce cuando esté en pleno funcionamiento el aliviadero, y
debe tenerse en cuenta el remanso que pudiera producirse por un depósito de material en
el tramo aguas abajo de la zona de impacto.

5.2. PENDIENTE DE LANZAMIENTO Y TRAYECTORIA DEL CHORRO


La superficie del trampolín puede ser de forma compleja. Por ello, vamos a analizar el lanzamiento
entre dos planos verticales próximos de forma que la velocidad en cada punto pueda considerarse
representativa de todo el ancho. En esas condiciones, un filete líquido saldrá lanzado con una
velocidad V, con componentes Vx (horizontal) y Vy (vertical); la gravedad actuará en toda la
trayectoria, modificándola con su componente de aceleración vertical hacia abajo. Prescindiendo
del efecto de frenado del aire, en cualquier punto de la trayectoria se tendrá:

La velocidad V viene fijada por las condiciones generales del aliviadero, pero podemos fijar a
voluntad las componentes Vx y Vy según el valor que se adopte para el ángulo de lanzamiento θ
del trampolín con la horizontal:
Vx = V cos θ
Vy = V sen θ
La parábola queda definida así en función del ángulo θ o de la pendiente m con la horizontal:

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Suponiendo constante V en todo el espesor, la trayectoria de cualquier fílete es paralela a la del


inferior, desplazada. La distancia horizontal x = D desde el borde A de lanzamiento al punto de
caída al cauce se obtiene haciendo z = 0 en la ecuación anterior:

Para un valor dado de m resultan dos distancias D, pero sólo una tiene sentido físico. Si se desea
obtener la pendiente m para que el chorro caiga a una distancia D prefijada, la ecuación anterior
debe resolverse en m de esta forma:
g D2 m2 - 2 V2 D m + g D - 2 V2 ho = 0
Cuando V2 (V2 + 2gho) - g2 D2 > 0 esta ecuación tiene dos raíces positivas, luego una distancia D
dada puede ser alcanzada con dos pendientes distintas m 1 y m2. El lanzamiento hidráulico es un
problema similar al del tiro con un arma: un objetivo dado se puede alcanzar de dos formas: con el
tiro directo, que corresponde a la raíz menor m 1 o con el tiro por elevación, según la raíz mayor
m2. Esto sucede hasta una distancia D para la cual el radical se anula y la raíz es doble; su valor
mo da la pendiente para la que se alcanza la distancia D m máxima posible con esa energía
cinética. Como es obvio, los valores de D > Dm corresponden a distancias inalcanzables. Por lo
tanto, la distancia máxima alcanzable con una velocidad V desde una altura de lanzamiento h o es:

Como puede verse, 2gho/V2 es la relación entre la energía residual h o debida a la altura del
trampolín con respecto al cauce y la energía cinética de la corriente V 2/2g.
Las condiciones de máxima distancia en horizontal no se dan nunca en trampolines, pues h0 debe
ser de algunos metros para que la lámina quede bien ventilada. Por lo tanto, en un trampolín
lanzador se tendrá m< 1, y tanto menor cuanto mayor sea h 0. La pendiente de lanzamiento se
ajusta al filete inferior o al medio.
Lo más frecuente es que convenga el lanzamiento máximo, pero a veces conviene acortarlo para
que la lámina caiga en una cierta zona o para no incidir con el chorro en la ladera de enfrente. En
los casos de trampolines de formas complejas los ángulos de lanzamiento son variables según las
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trayectorias; entonces, sólo algunos perfiles son de lanzamiento máximo, y los restantes más
cortos; a veces se busca formar un abanico transversal de la lámina para aumentar la emulsión, y
entonces puede ser conveniente hacer lanzamientos por elevación en parte del trampolín.
El aire frena el chorro y acerca un poco la zona de caída hacia el trampolín, pero en general con
poca incidencia, pues el recorrido es muy breve (pocas decenas de metros). En los filetes
inferiores, al roce con el aire se suma el de la solera, que hace que estos filetes estén ligeramente
retrasados respecto a los interiores. El resultado es que el lanzamiento es más corto en la parte
inferior, y esto, unido al esponjamiento de la lámina, hace que la zona de caída sea un poco más
amplia que la teórica. El esponjamiento y el frenado varían con el espesor de la lámina.

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5.3. FORMA DEL TRAMPOLÍN Y DE LA LÁMINA


Si el trampolín estuviera formado por una rampa plana enmarcada por dos cajeros para establecer
una sección constante, el chorro sería prácticamente uniforme en toda su trayectoria, y poco
habría que añadir a lo dicho. En realidad, aún en esas condiciones, el penacho se expandiría un
poco lateralmente por efecto de la emulsión y del peso no contrarrestado.
El trampolín debe lanzar la lámina de forma que caiga repartida en una zona lo más amplia
posible o según determinadas limitaciones del cauce o las laderas, todo ello factible gracias a un
adecuado perfilado de la superficie de lanzamiento.
Por ello, la rampa de lanzamiento, aunque puede ser plana, es más frecuentemente una superficie
curva, incluso con doble curvatura. Su funcionamiento y perfilado definitivos sólo pueden
conocerse bien por medio de un modelo físico a escala reducida, pero puede partirse de tanteos
iniciales teóricos que proporcionan una primera aproximación.
El rozamiento del agua con la solera es importante como agente disipador, pero a pesar de ello, la
componente tangencial es despreciable frente a la energía cinética y a la presión que por la fuerza
centrífuga ejerce el agua sobre la superficie curva del trampolín, por lo que puede aceptarse que
la presión del agua sobre la superficie de lanzamiento es normal a ésta.
La parábola de lanzamiento depende de la pendiente de salida m; si la superficie es curva, cada
trayectoria a lo largo del trampolín tendrá una pendiente distinta, y cada filete tendrá su propia
parábola y su sitio de caída. Según la forma que se fije a la superficie se obtendrá un abanico de
caída. En la figura siguiente se ve un lanzamiento en abanico simétrico conseguido por un
trampolín de borde curvo más alto en el centro.

La siguiente figura muestra un chorro completamente distinto, asimétrico y repartido en una franja
de caída alargada; el anterior será adecuado en un cauce ancho, y el segundo en uno estrecho,
en el que convenga recortar y dirigir el chorro para que incida lo menos posible en las márgenes.

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Manipulando la forma del trampolín se pueden obtener los más variados lanzamientos: simétricos,
asimétricos, ensanchados, alargados, con chorro oblicuo al trampolín, en lámina partida, etc. En
algunos trampolines se producen chorros abarquillados abanicos espectaculares para emulsionar
la lámina intensamente y restarle poder erosivo. Esto se consigue haciendo que parte del
lanzamiento se produzca por elevación y el resto directo, con una zona intermedia de lanzamiento
máximo; la elevación, unida a la curvatura transversal, da al penacho una sección transversal
fuertemente curvada, llegándose a veces en él a ángulos transversales de más de 90°. A
diferencia del cuenco amortiguador, que responde a modelos esterotipados, cada trampolín es un
proyecto único, que debe hacerse a medida del valle, y en ese sentido es una obra de arte. La
imaginación del proyectista se abre sin más límites que los que le impone el cauce, pero el mismo
objetivo puede alcanzarse con infinidad de soluciones distintas; de hecho, ante un mismo cauce,
varios ingenieros darían proyectos diferentes.

Con las reglas dichas puede prediseñarse geométricamente el trampolín, pero su forma definitiva
requiere la confirmación del modelo reducido, que normalmente requiere retoques sucesivos; e
incluso no es infrecuente que después de ensayar la idea primitiva se cambie radicalmente a otra,
o que se ensayen dos o más modelos en alternativa. Cada uno de ellos sólo requiere un costo
moderado, lo que facilita la multiplicidad de ensayos que, además, se justifican por la importancia
de dar un resultado satisfactorio al problema.
No debe olvidarse la necesidad de ensayar varios caudales dentro de la gama posible, pues el
lanzamiento puede variar con los caudales más bajos, acercando la zona de caída. En particular,
con caudales pequeños puede no haber casi lanzamiento, reduciéndose a una caída casi al pie
del trampolín, lo que requeriría protegerlo con escollera o con hormigón.
El lanzamiento es más complejo que el análisis elemental por trayectorias que se ha analizado. En
realidad, y aparte la ligera corrección por rozamiento, las trayectorias geométricas sólo serían
válidas para los filetes inferiores o para una lámina muy delgada. En una lámina gruesa, la fuerza
centrífuga en cada punto de un filete actúa sobre la normal principal, comprime los filetes
subyacentes y produce su expansión lateral. Incluso en un trampolín cilíndrico de generatrices
horizontales transversales a la corriente las trayectorias se abrirían hacia los lados. La desviación
puede ser más importante de lo que pudiera parecer a primera vista, pues con altas velocidades la
fuerza centrífuga es notable y el lanzamiento se suele apartar de la trayectoria cinemática por
prevalecer el efecto de choque y la dispersión lateral.
Lo más normal es que la dispersión se provoque, por lo que es frecuente no poner cajeros, ya que
la alta velocidad mantiene la lámina casi uniforme hasta su encuentro con la superficie curva, y es
ésta la que provoca la dispersión. Sólo en los casos en que conviene encauzar el chorro por
exigencias de la zona de caída se acompaña por cajeros laterales en su recorrido por el trampolín.
Hemos citado las láminas obtenidas por fuertes cambios de dirección, pero suelen ser la
excepción, porque dan lugar a fuertes efectos dinámicos concentrados y, en general, no son
necesarios, pues el agua a gran velocidad da lugar a una buena dispersión, incluso con formas
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relativamente suaves. La dispersión lateral se ve aumentada también por el frenado del aire que,
al retrasar los filetes laterales, produce su desviación.
El trampolín debe calcularse teniendo en cuenta todos los efectos dinámicos y proyectarse
macizo, con la masa necesaria para su estabilidad y con las armaduras o refuerzos oportunos y,
sobre todo, con una buena cimentación que tenga en cuenta la posible erosión.

5.4. EMULSIÓN EN EL LANZAMIENTO. DIENTES


El chorro lanzado se emulsiona más que una rápida, puesto que está envuelto por aire en todo su
contorno, aunque la brevedad del recorrido reduce mucho el efecto. Pero hay formas de
intensificarlo al objeto de disminuir el poder erosivo del chorro por reducción de su velocidad y de
su peso específico. La emulsión, por otra parte, contribuye por sí misma a la expansión de la
lámina y a su mejor reparto en la zona de caída.
Las formas curvadas del trampolín contribuyen a la emulsión porque aumentan la superficie
expuesta al aire y adelgazan la lámina, efectos que alcanzan máxima intensidad en algunas
formas en abanico.
Una intensificación importante se consigue con los dientes, que actúan de forma similar a los
sumergidos, dividiendo la corriente en lanzamientos fraccionados y con pendientes distintas, lo
que provoca una mejor penetración del aire por las superficies de discontinuidad; el efecto se
refuerza por la mayor dispersión y reparto de la superficie de caída al alternarse en el mismo
borde distintas pendientes de lanzamiento.
En realidad, el efecto dispersador de una superficie curva es tan efectivo que la mayor parte de los
trampolines se proyectan continuos, sin dientes, puesto que éstos son origen de cavitaciones que
conviene evitar, salvo que su acción sea necesaria. Sí se hace a veces una forma quebrada o con
uno o dos escalones que produce un efecto similar, pero con mayor suavidad y mejor resistencia.
Los dientes propiamente dichos se emplean en trampolines de gran anchura, en los que las formas
curvas son más difícilmente adaptables.

5.5. LANZAMIENTO DESDE LA PRESA


El vertido desde el coronamiento de una presa en arco no es propiamente un lanzamiento, sino
una caída libre acompañada, más que guiada, por un “babero” en un corto tramo. Cuando el
vertido sobre la presa se prolonga hasta un trampolín más abajo ya se trata de un verdadero
lanzamiento, pues la velocidad lo permite y la lámina queda dirigida con una componente hacia
arriba que la separa de la presa y aleja la zona de caída.

Esta clase de trampolines tiene ciertas diferencias con los situados al final de una rápida aparte de
la presa, que son obras relativamente concentradas con un ancho proporcionado al de la rápida y
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con grandes velocidades. En cambio, los trampolines sobre el paramento situados a pocos metros
por debajo del coronamiento son normalmente anchos, pues recogen un vertido libre o de
compuertas, que requieren un cierto desarrollo lineal. Este tipo de trampolines anchos son en
general de perfil uniforme cilíndrico, con generatrices horizontales rectas o curvas, según lo sea el
paramento al que tienen que acoplarse. Para lograr mejor emulsión y reparto de la caída pueden
estar provistos de dientes sistemáticamente colocados. Las velocidades son menores que en los
trampolines separados de la presa, pues tienen menor altura desde el embalse al trampolín; ése
es un motivo para la conveniencia de los dientes. Es más raro que el trampolín esté al pie de la
presa, pues la ventaja de los lanzamientos desde cerca del coronamiento es que no es necesario
proteger el paramento más que en una corta zona. En estos casos suele ser preferible disponer
un cuenco amortiguador. Si se decide el trampolín la velocidad de lanzamiento será similar a la de
un trampolín separado. Estos trampolines al pie se disponen a veces como elementos separados,
alimentados individualmente por una o dos compuertas, y en este caso pueden adoptar formas
curvas similares a las de los trampolines estrechos.

En los lanzamientos desde altura, el ángulo óptimo es menor que en uno bajo. En presas arco
gravedad o gravedad hay que cuidar que la lámina no incida sobre la parte baja de la presa, lo
que puede obligar a bajar el trampolín para aumentar la velocidad. Es difícil evitar esa incidencia
con caudales bajos, pero como la energía es menor, tiene menos importancia. De todos modos
será indispensable alguna protección al pie, y lo deseable es minimizarla.

5.6. AMORTIGUACIÓN EN LA ZONA DE IMPACTO


La energía de la corriente producirá una erosión en la zona de impacto. Si no se toma ninguna
medida la erosión irá progresando con cada vertido hasta que su forma y dimensiones sean tales
que se produzca en el cuenco formado un resalto hidráulico con amortiguamiento de energía en el
grado suficiente para que la restante sea incapaz de proseguir el efecto erosivo. Esto es lo que se
hace en algunos casos, dejando al proceso natural que por sí mismo cree la forma y volumen
adecuados para la amortiguación de la energía. En cauces anchos, en los que hay espacio
sobrado para que se forme el cuenco natural, puede ser una solución aceptable, siempre que una
estimación previa asegure que no hay peligro para el trampolín u otras obras. Se juega también
con el margen que da el funcionamiento esporádico del aliviadero (a veces con largos intervalos
entre descargas) y la rara probabilidad de las crecidas mayores, todo lo cual da margen para
observar el proceso y tomar las medidas pertinentes en cuanto la situación aconseje no seguir
dejando su curso a la acción natural. Incluso sabiendo de entrada que serán necesarias ciertas
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obras, podría ser mejor dejar su decisión y proyecto para cuando la propia evolución natural
indique con mayor claridad cuáles son más adecuadas.
La profundidad de la erosión puede preverse por medio de fórmulas empíricas como la de
Veronese, que da la media obtenida de varios modelos reducidos:
d = 1.9 h 0.225 q 0.54
donde d es la profundidad máxima en metros, q el caudal por metro de ancho (m 3/s/m) y h la
altura total entre el nivel del embalse y el plano de agua en el cauce.
Otra fórmula es la de Martins, obtenida como envolvente de las observaciones en 18 aliviaderos
en servicio:
d = 2,3 h0.10 q 0.6
En esta expresión, h es la misma anterior cuando se trata de un lanzamiento libre desde cerca del
coronamiento; si es un trampolín al final de una rápida, el plano inferior es el labio de lanzamiento.
Estas y otras fórmulas son independientes del material del cauce, porque parten de la hipótesis de
que la fosa de amortiguamiento requiere unas dimensiones que son función de h y q y que el
material sólo influye en el tiempo que tarda en formarse. Las fórmulas se limitan a dar la
profundidad alcanzable, sin precisar la forma ni las proporciones de la fosa, pero a pesar de ello
se reconoce su utilidad por los proyectistas, ya que proporcionan el orden de magnitud de la
dimensión más importante.
Cuando es necesaria una protección de la fosa en valles abiertos (previa o a posteriori) suele
bastar una escollera natural o de bloques de hormigón y, eventualmente, unos muros limitadores
de la erosión regresiva. Cuando se deciden las obras a priori, hay que hacer una excavación
preventiva, y el tratar de evitarla es una de las razones de preferir que la haga la erosión natural;
cuando se hace, se intenta utilizar el material como árido para espaldones o para el hormigón. A
veces se hace una excavación preventiva para adelantar el proceso y se deja que el
funcionamiento del aliviadero la remate y dé la forma y dimensiones definitivas. Esto puede tener
la ventaja de disponer desde el principio de una cierta amortiguación e incluso de tratar de centrar
la fosa en una cierta zona, evitando su eventual dispersión o formación en otra menos
conveniente. La protección definitiva se deja para el momento en que la fosa ha adquirido
estabilidad o está muy próxima a ella, y basta completarla con unos retoques.
En valles estrechos (que suelen ser frecuentes en presas) el problema se complica, porque la
erosión no se limita a una fosa de amortiguamiento en el cauce, sino que las dimensiones
necesarias para ella se extienden a las laderas. Se considera que el volumen de agua necesario
para la disipación de energía en una fosa natural es por lo menos 1,5 veces el del cuenco con
resalto para el mismo caudal y desnivel desde el embalse. En esas condiciones puede ser
arriesgado dejar que se forme la erosión natural, sobre todo si las laderas son muy empinadas,
porque su descalce podría producir deslizamientos de mayor extensión. Las circunstancias
pueden variar mucho de unos casos a otros, según la anchura del cauce, la pendiente y
constitución de las laderas, etc.
En los lanzamientos es obligado el estudio sobre modelo reducido, no sólo para definir la forma
del trampolín, sino para predecir la erosión. Los resultados suelen ser bastante fiables en valles
anchos porque el material influye menos en la forma y dimensiones de la fosa. Pero en los
estrechos son menos significativos, por la dificultad (o imposibilidad) de reproducir las
características del materia aluvional del cauce y de las laderas simultáneamente. A pesar de esta
limitación, son útiles e imprescindibles, al menos como una primera aproximación y orientación
cualitativa. Los modelos con fondo móvil son más adecuados, pero también insuficientes, dada la
influencia de las laderas, que son las que resultan de más dudosa reproducción en cuanto a su
resistencia.
Con los resultados de los modelos se decide la protección pertinente. En valles estrechos suele
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ser oportuno realizar una excavación previa con protección de escollera en el fondo en superficies
poco inclinadas, y de hormigón armado en las más empinadas. Los revestimientos armados
resisten mejor que la roca, porque la mayor uniformidad de su superficie disminuye los esfuerzos
dinámicos concentrados y alternativos. Pero su aplicación se suele limitar a rocas de suficiente
calidad (buena o mediana) para que sea efectivo el anclaje en ellas; en otro caso, el espesor
necesario para asegurar su resistencia sin anclaje podría ser prohibitivo. Esto parece una
contradicción, pues las rocas menos consistentes son las que necesitan mayor protección, pero
también suelen tener pendientes menores, permitiendo el apoyo de escolleras de protección.

5.7. AMORTIGUAMIENTO AL PIE DE UNA PRESA EN ARCO


Este caso presenta características
distintas de las del trampolín, por
tratarse de una caída libre cuya
incidencia en el cauce es próxima a la
vertical, con un impacto directo y
concentrado, mientras que en los
trampolines la componente horizontal
predomina y permite la salida del
chorro después del impacto, menos
intenso y más repartido que en la caída
libre.
Las mediciones efectuadas han dado
como consecuencia que la
sobrepresión permanente en la zona de
impacto directo puede llegar a igualar
la altura de caída, si no hay cuenco
amortiguador. La sobrepresión decrece
con rapidez al alejarse del lugar de
impacto directo, por lo que el choque
de la lámina produce un efecto de punzonamiento muy intenso y concentrado que afecta a la roca
o a su protección. Con un colchón de agua el efecto se amortigua y reparte tanto más cuanto
mayor sea el espesor de agua. Con una profundidad del 45% de la altura de caída desaparece la
sobrepresión en el fondo, pero es difícil alcanzar esa gran profundidad. Lo habitual es adoptar
soluciones intermedias de compromiso, con profundidades más moderadas, admitiendo una cierta
sobrepresión y un reparto menos uniforme.
Si la profundidad h del cuenco es mayor que 7,43 veces el espesor b del chorro al incidir en él la
variación de las sobrepresiones Δp sobre el fondo es, según R. Cola,

donde v0 es la velocidad de entrada al cuenco, x la distancia al centro de la zona de impacto y b el


espesor de la lámina.
En las soleras y cuencos al pie de una caída libre se producen los mismos efectos descriptos en
los cuencos amortiguadores, y por idénticas causas: subpresiones, presiones fluctuantes
producidas por la macroturbulencia, etc. En algún caso estos efectos han sido tan fuertes que han
producido la destrucción de la solera protectora en el primer vertido. Como la concentración de
esfuerzos y el impacto son mayores en la caída libre, los espesores de hormigón y las armaduras
deben ser los necesarios para asegurar la distribución de las cargas y la unión de las losas entre
sí; en particular, debe reforzarse la zona de caída directa.
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Según Lencastre la amplitud de las fluctuaciones de presión por macroturbulencia en la zona de


impacto llega a ser 2,8 veces la sobrepresión permanente en esa zona si la profundidad del
colchón es inferior a 11,4 veces el espesor del chorro; pero estas fluctuaciones dinámicas de
presión dejan de ser apreciables cuando el colchón tiene una profundidad de 15 veces el espesor
del chorro.
Según otras experiencias, a partir de una profundidad de colchón del orden del 20% de la altura
de caída disminuyen de forma notable tanto la sobrepresión permanente como las fluctuaciones
dinámicas en la zona de impacto.

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