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Necesidad de una nueva interpretación

de la reforma agraria y sus efectos.


Estructura agraria y formas de producción
asociativas. Balance y perspectiva
de la investigación reciente
Bruno Revesz (CIPCA, Piura)*

El presente trabajo descansa sobre dos presupuestos: 1) La Reforma


Agraria velasquista interrumpió y redefinió las grandes tendencias de
reestructuración de la propiedad de la tierra vigentes en las últimas décadas.
2) Esta Reforma Agraria es todavía un proceso abierto al juego de las fuerzas
sociales.
La intencionalidad del análisis que proponemos responde a la preo-
cupación por discernir en qué medida los avances de investigación permi-
ten dar cuenta de las transformaciones en curso. La argumentación que nos
lleva a abogar en favor de nuevos desarrollos sobre temas considerados
como superados o suficientemente conocidos, está organizada en dos sec-
ciones. En la primera se sugiere que el proceso de la investigación agraria
no es unívocamente lineal o acumulativo. Tomamos aquí en cuenta un
principio epistemológico elemental que rige las ciencias sociales y según
el cual la construcción de un determinado objeto teórico -requisito para
pensar lo nuevo o para pensar nuevamente lo antiguo- oculta al mismo
tiempo que devela. En la segunda sección se señala las principales tenden-
cias de la investigación reciente en torno a las empresas campesinas (1).

(*) Director de Investigaciones. Centro de Investigación y Promoción del Campe-


sinado (CIPCA). Piura.
(1) De acuerdo con los términos de referencia de SEPIA 1, no se tomó en conside-
ración los trabajos relacionados con los complejos agro-industriales (CAPs
azucareras de la costa).
Por otra parte, la omisión de la situación del campesinado selvático se debe a
nuestra ignorancia y la poca difusión de los trabajos existentes.

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En esta sección combinaremos las referencias bibliográficas con los resul-
tados y conclusiones de nuestros propios trabajos sobre el tema.
El propósito de este trabajo es abrir un debate que ayude a constituir
una agenda colectiva de investigación (2).

1. LA REFORMA INVISIBLE
Reseñando el IV Seminario Nacional de Problemática Agraria cele-
brado en noviembre de 1979 en la ciudad de Cajamarca, José María Caballero
señalaba que los estudios agrarios nacionales habían alcanzado un nivel de
desarrollo «francamente impresionante, poniendo al Perú a la cabeza de la
investigación agraria en América Latina, segundo sólo respecto a México
probablemente» (Caballero 1980: 55). Tal afirmación fue retomada,
profundizada y sólidamente argumentada por el autor -y para los trabajos
referentes a su disciplina- en un importante texto ulterior. En esta oportunidad
recalcó que «ha surgido (¿continúa surgiendo?) una nueva generación de
investigadores cuyo peso se ha dejado sentir» (Caballero 1984: 3).
La duda en el corazón de la propuesta (¿continúa surgiendo?) y la
utilización del referente generacional, ordinariamente reservado en nuestro
país a la historiografía de la literatura, parece señalarnos de manera indirecta
pero significativa un conjunto de problemáticas latentes, insuficientemente
explicitadas en el debate o en el no-debate académico y político actual, e
indesligables de otras afirmaciones de Caballero: el trabajo de investigación,
además de ser hecho con seriedad y rigor, «tiene una orientación crítica más
que tecnocrática y una voluntad de servir a los intereses populares y no sólo
al avance de las carreras académicas de los autores(1984: 3); en definitiva
«el agrarismo peruano de hoy, más que una profesión, es una vocación y una
vocación política» (1980: 55).
Examinar a fondo por qué tales propuestas que tenían una gran dosis
de verdad a mitad de los setenta, han perdido diez años más tarde parte de su
validez o de su pertinencia, requeriría iniciar un estudio sicoanalítico de
pensamiento político de la izquierda y/o elaborar a la manera de Lucien

(2) Salvo cuando lo justifica una referencia directa en el texto, la bibliografía


compilada considera únicamente los trabajos publicados en el período 1980-
1985. Todos estos textos pueden ser consultados en el CENDOC-CIPCA
(Apartado 305, Piura).
La literatura producida en la década de los 70 es abundante. Ver referencias
bibliográficas en Matos y Mejía (1980), en el análisis de Scott (1978). Pedro
Atusparia (1977) y Béjar (1981) presentan de manera complementaria la di-
mensión política de la R.A.

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Goldmann una sociología de los intelectuales. Tales perspectivas no
pertenecen al propósito del presente trabajo. Queda el hecho -masivo e
ineludible- de que las investigaciones que permitieron el surgimiento de la
Reforma Agraria velasquista y que se realizaron en torno a sus resultados,
constituyen un campo teórico específico. Sería ilusorio pretender disociar en
dicha producción individual y colectiva lo que Max Weber contraponía como
ética de convicción y ética de responsabilidad. Precisamente porque el objeto
de investigación no era ni podía ser, en este determinado momento histórico,
un aséptico campo de estudio sino uno de los componentes de un móvil y
conflictivo proceso político, al cual desde luego no se reducía, pero del cual
el investigador - cualesquiera que fuesen sus intenciones- no se podía
desprender en sus premisas, hipótesis y conclusiones.

¿UNA O DOS RUPTURAS?


Este hecho -diríamos esta necesidad y esta responsabilidad de
confrontar en vivo y en directo la reflexión y la dinámica históricas- tiene
dos correlatos notables.
En primer lugar, las investigaciones realizadas en los años setenta en
torno a los cambios implementados, tanto en la estructura agraria como en
las formas productivas, participaban de una problemática no solamente
«crítica» sino común: Responder a la novedad del momento presente,
interpretar y caracterizar la reforma a través de su curso contradictorio y, en
base a sus realizaciones, medir sus alcances y determinar sus límites,
confrontarlos con la realidad y no con las imágenes heredadas del pasado.
En filigrana, la verdadera pregunta quizás no era tanto ¿qué hizo la reforma,
qué efectos va a tener?, sino más bien: ¿qué no hace, qué no ha querido
hacer, qué no puede hacer?
En segundo lugar, este período particular, donde la intervención
compulsiva del Estado en el reordenamiento agrario constituye el hori-
zonte y el contexto de la movilización campesina y del trabajo de
investigación, tiene no sólo un principio sino un fin. El principio, el
inesperado Decreto Ley 17716 y las primeras adjudicaciones. El fin, la virtual
desactivación del proceso a partir del golpe de Estado de 1975 y, más que
todo, el nuevo curso político que se abriera a partir del paro general de junio
1977. Si bien hubo una ruptura con el pasado en el desarrollo de la
investigación agraria en el Perú a partir del inicio de la reforma, el término
de esta etapa produjo también una segunda ruptura: la modificación de los
términos según los cuales, para una cierta generación, el agrarismo era no
sólo exigencia científica sino también «vocación política».

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Conviene examinar en tal óptica la pregunta que formula Caballero y
que todo su balance tiende a ocultar. ¿Continúa surgiendo esta específica
generación de investigadores? ¿Constituyen los avances de investigación
debatidos en los cuatro Seminarios Nacionales (1977-79) de Huancayo,
Ayacucho, Cusco y Cajamarca el punto de partida de un promisorio esfuerzo
colectivo sostenido y continuo, o no eran sino la culminación y el punto
tendencial de llegada de un peculiar ciclo simultánea e indisociablemente
académico y político?
Se puede cuestionar legítimamente tal disyuntiva. Después de todo,
las investigaciones actuales no hacen tabla rasa de los trabajos de los años
setenta; los presuponen y los prolongan en su esfuerzo por estudiar de manera
diferencial y sectorial las nuevas y múltiples facetas de la cuestión agraria,
ahora huérfana de la representación unitaria que le prestó -en otros tiempos-
un pensamiento más sensible a la coherencia de la visión de conjunto de la
sociedad peruana que a la virtud de trabajos dedicados al conocimiento parcial
pero preciso de algunos segmentos de la realidad. Sin embargo, si se trata de
evaluar hoy lo que sabemos y lo que no sabemos de los efectos de la
reestructuración del agro nacional por el proceso de la reforma agraria, la
segunda de las dos hipótesis (ruptura más que continuidad) tiene mejor valor
heurístico.
En primer lugar, tenemos que registrar el hecho trivial pero concreto
de que esta famosa «generación» no se ha consolidado sino debilitado y
dispersado. Limitándose a los participantes de la reunión de Cajamarca, se
puede mencionar, sin pretensión de exhaustividad, que un buen contingente
de los más calificados exponentes de la investigación rural o agraria de la
época emigraron a otros territorios. Físicamente en el caso de Elena Alvarez,
Héctor Maletta o del propio José María Caballero. Emigración simbólica en
otros campos de estudios o trabajos para José Manuel Mejía, Mariano
Valderrama, Luis Pásara, Diego García Sayán, Julio Cottler y muchos otros.
En segundo lugar, las problemáticas se desplazaron. Las grandes
interrogantes en torno a la dominación rural, la estructura de clase, la tenencia
de la tierra y la tranformación de las formas productivas, a las cuales habían
intentado responder tanto los investigadores de los años sesenta como los
análisis en torno a la implementación del proyecto de reforma agraria, han
sido abandonados.
Las razones de estos desplazamientos de problemática son bien
conocidas. Por un lado, se originan en la transformación misma de la
realidad agraria nacional. En un primer tiempo, el desalojo de la antigua
clase propietaria y la cancelación del régimen de hacienda (Matos y Mejía

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1980: 12) desactivó las interpretaciones globalizantes que hacían de la
erradicación de la dominación terrateniente de gamonales y burgueses la
clave del problema agrario; o las que subordinaban el desarrollo de las fuerzas
productivas al cambio en la tenencia de la tierra: visión que prevalece, por
ejemplo, en las fórmulas siguientes extraídas de una tesis de grado sostenida
hace veinte años en la UNA:
«... se da constantemente el caso que, queriendo pasar «gato
por liebre», se trata sólo de promoción agropecuaria y, se pre-
tende hablar de Reforma Agraria. Es decir, la Reforma Agraria
Y la Promoción Agropecuaria son cosas diferentes y no necesa-
riamente van juntas, y si bien la primera puede y debe incluir a
la segunda, la segunda no incluye a la primera (...) creemos que
(la Reforma Agraria) es la condición previa para el desarrollo
económico (...) creemos que el problema de la tierra es el pro-
blema fundamental del país» (Letts 1964: 183, 13).
En un segundo tiempo, el ocaso del movimiento de tomas de tierras como
modalidad de profundización de la Reforma Agraria o como alternativa política
(García Sayán: 1982) y el declive de la intervención del Estado (Revesz: 1981 )
redujo el interés de los análisis que, desplazando el estudio de la estructura y de
las relaciones de clase de lo social a lo jurídico administrativo, se habían
concentrado en el papel fiscalizador, represivo o promotor del Estado, enfocándolo
-explícitamente o no- en su «función terrateniente», como si hubiese existido una
estricta equivalencia o una homología directa entre el viejo orden oligárquico y
el nuevo sistema institucional.
Por otro lado, y es lo que nos importa aquí, el hecho de que la reforma
haya beneficiado directamente a un porcentaje minoritario del campesinado
nacional y no haya alterado sustancial y positivamente los flujos productivos,
indujo a centrar la atención sobre nuevas dinámicas del problema agrario
anteriormente descuidadas o insuficientemente respaldadas por una
información empírica.
Los dos órdenes de razones nos llevaban a constatar en otro lugar
(Revesz 1985c: 42) que mientras antes «se enfrentaba el problema de la tierra,
la destrucción del latifundio privado, la expropiación de la oligarquía
terrateniente capitalista y la transferencia de la propiedad a nuevas unidades
empresariales campesinas, hoy se ataca la pobreza campesina, particularmente
la subordinación económica, política y social del minifundio comunal serrano;
se trata de encarar el problema de la alimentación y la modificación de las
relaciones ciudad-campo, a fin de permitir la ‘ruralización’ de los excedentes,
lo que implica en última instancia el cambio radical del patrón de acumulación
actualmente predominante».

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LA NUEVA INVESTIGACIÓN
Dejando de lado los trabajos relativos a precios, crédito. mercados
e inversiones, sobre los cuales regresaremos más tarde, se puede
considerar -de manera por cierto algo esquemática- que los principales
aportes de la investigación iniciada a fines de los años setenta tienden a
privilegiar tres temáticas principales: la economía campesina de las
comunidades andinas, el cambio tecnológico en el agro serrano y la
dependencia agro-alimenticia. En los tres casos, los trabajos evidenciaron
factores importantes que, de haber sido investigados y establecidos en
las décadas anteriores, hubieran sin duda alterado los conceptos que
guiaron tanto la lucha por la Reforma Agraria como su aplicación.
Por un lado, la medición del fuerte porcentaje del ingreso monetario en
la economía minifundista, vinculada a una creciente generalización del
proceso de mercantilización en la zona andina, desmintió a los que hacían de
la permanencia de formas serviles de trabajo un factor explicativo de la
explotación campesina, y permitió reformular la articulación de la economía
de subsistencia con la economía de mercado.
Por otra parte, el nuevo acento puesto en las condiciones ecológicas
y en los factores tecnológicos del desarrollo subraya eficazmente que ni
la diferenciación, ni la modernización, pueden subsumirse de manera
inmediata en el análisis planteado en términos de relaciones de producción,
como tampoco ser modificados de manera uniforme por políticas globales.
Finalmente, la atención al problema agro-alimenticio restituyó su
papel a los monopolios agro-industriales, insuficientemente tomados en
cuenta en los estudios del sector agrario. Permitió entender por qué el
retraso de la producción agraria en relación al crecimiento demográfico
no indujo una crisis alimenticia de las nuevas concentraciones urbanas.
Aclaró también que la competencia que generan los complejos agro-
industriales a la producción campesina no es sólo asunto de ventajas
comparativas en materia de precios, sino que transita por los mecanismos
de modificación de la dieta urbana.
Desde el punto de vista de la sociología del conocimiento, estos
trabajos tienen un doble interés. A nivel metodológico, nacieron de las
exigencias internas del proceso de investigación frente a cuestiones no
resueltas. Como resultados, echaron por tierra algunas de las tesis
anteriormente aceptadas y difundidas. Sin embargo, cabe hacer tres tipos
de observaciones.

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1) En primer lugar, si bien estas temáticas constituyen per se un
desarrollo de la investigación, su determinación no obedece únicamente a
causas endógenas. La investigación agraria en sus tres formas: estatal,
universitaria y privada (Valcárcel 1978), no es autónoma ni guiada
exclusivamente por las necesidades académicas. La mayor parte de su
financiación proviene directa o indirectamente de fuentes internacionales.
Se articula a corrientes que tienen coherencia propia y cuya perspectiva, en
primera instancia, no es la de considerar de manera equilibrada los diferentes
rasgos de una determinada realidad nacional. Así, la inversión de la tendencia
que reconocía la importancia de las reformas agrarias en la estrategia de
desarrollo, no es una característica propia del Perú, sino un fenómeno general
en América Latina, cuando se aplican políticas económicas liberales y nuevas
estrategias de modernización (Chonchol 1982: 15). Es en tal contexto que
prevalece el interés de las organizaciones internacionales de fomento a la
investigación, para cuestiones como aumento de la productividad y tecnología
campesina, en detrimento de otras problemáticas tales como los movimientos
campesinos o los patrones de acumulación.
Del mismo modo, los estudios sobre la dependencia y la vulnerabilidad
alimenticia adquirieron en el Perú una pertinencia extrema con la agravación
de la crisis financiera, falta de divisas y déficit de la balanza comercial. No
implica eso que la realidad concreta del campesino andino tenga el status de
referencia determinante en la lógica que estructura los trabajos alentados por
la FAO, en función de su plan de trabajo sobre la seguridad alimenticia, o en
los estudios comanditados por instancias dedicadas al estudio de la
transnacionalización de la economía.
2) En segundo lugar, privilegiar de manera unilateral o exclusiva las
problemáticas señaladas puede tener «efectos perversos» sobre el lector:
estudiantes, políticos o tecnócratas. Si debiese confirmarse, en el imaginario
social, la actual propensión a identificar el problema agrario del Perú de hoy con
la cuestión serrana (más exactamente, la peculiar situación de las comunidades
de la sierra sur) cabría preguntarse si no se estaría reviviendo de manera subrepticia
«la interpretación dualista del campo tajantemente dividido en un inundo rural
tradicional y una agricultura capitalista ( ... )» que Caballero (1984: 4) declaraba
totalmente superada, contribuyendo por lo tanto a postergar la elaboración de
modelos alternativos de desarrollo nacional.
Por otro lado, el papel fundamental otorgado a la innovación, difu-
sión y capacitación tecnológica en el desarrollo rural se volvería contrapro-
ducente si tal enfoque del problema tuviese como consecuencia la de
disociar producción y circulación, o sea, la integralidad del proceso de

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acumulación, o de eludir el examen con cuestiones centrales como las
contradicciones inter-étnicas, la naturaleza del dominio político y social del
mundo rural y los obstáculos a su democratización.
Por último, el privilegio otorgado a la cuestión alimenticia lleva consigo
el riesgo de que los grandes problemas del agro sean examinados, desde la
ciudad, en función de sus efectos negativos sobre el nuevo rostro urbano y
no a partir de las exigencias de la sociedad rural. Se ha señalado que era
conceptualmente erróneo definir el problema en términos autárquicos, o sea
como la necesidad y la posibilidad de una adecución física entre la demanda
interna de alimentos y la oferta nacional (Maletta/Gómez 1984: 43-44).
Añadiríamos que sería irresponsable plantear al campesino andino un desafío
y un papel histórico al cual no está en la medida de responder.
3) La tercera observación es consecuencia lógica de las dos prime-
ras. La «nueva investigación”- en virtud de sus intereses científicos (sec-
tores de baja productividad, transformación-recuperación de tecnologías
nativas, estructura de los flujos productivos, incremento de la oferta ali-
menticia)- tiende a borrar en el análisis de la realidad agraria de ayer y de
hoy las huellas de las antiguas haciendas. Un tratamiento más fino de
los datos censales de 1972 permitió aclarar que el peso económico del
latifundio serrano había sido sobredimensionado. Tal conclusión no auto-
riza, sin embargo, a subestimar la importancia estructural de las grandes
unidades productivas en el desenvolvimiento del sector agrario o a soslayar
el papel que tienen en la heterogeneidad extra e inter-regional. Esto por dos
razones: 1)En una parte significativa de la tierra transferida, la actividad
productiva y la división del trabajo descansan todavía sobre la naturaleza y
la magnitud de la inversión y transformación tecnológica operadas por los
ex-hacendados. 2) El papel de los grandes polos empresariales no se mide
sólo en su ámbito (la tierra concentrada) sino por el conjunto de sus efectos
en su entorno (el sistema regional).
Desde este punto de vista, se puede considerar como insatisfactorio el
débil entronque de la «nueva investigación» con el agrarismo militante de la
coyuntura R.A. (segunda ruptura) y también -lo que es más grave para una
inteligencia histórica de las formas de transición- con los avances de las
décadas anteriores (primera ruptura), algunas de ellas de alto valor académico.
Lo que hasta pocos años antes había sido el minucioso estudio de pesadas
estructuras opresivas, de sus cambios en el largo tiempo y de sus
contradicciones, se convirtió demasiado fácilmente en el rápido acápite de
«antecedentes» en las publicaciones de hoy. Tal desencuentro no favorece el
estudio sistemático de las persistencias del pasado en la estructura agraria,
social y productiva, actualmente vigente (Bonilla 1983).

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Por otro lado, los trabajos dedicados a la política económica agraria
en el período posterior a 1969 tampoco se preocupan de dar cuenta del
papel económico de las ex-haciendas, ahora en manos del campesinado. El
divorcio entre la lógica de los cambios estructurales implementados por la
Reforma Agraria y la naturaleza de las políticas de precios, impuestos y
comercio que tenían vida y coherencia propia -hasta cierto punto
independientes de las exigencias internas del funcionamiento del sector
agrario- motivó que tales políticas y mecanismos fuesen metodológicamente
considerados en sí mismos (Alvarez 1983, Revesz 1982).
No sería, por lo tanto, exagerado sostener que haciendas y ex-
ha=ciendas, nacidas de la R.A., sean, en cierto modo, invisibles en la actual
investigación agraria. Sin embargo, presentes o no en el discurso científico
dominante, dichas realidades existen y siguen siendo significativas: «Eppus
si muove!» (Galileo). En estas condiciones, la paradoja de la Reforma Agraria
consiste en ser a la vez institucionalizada y fantasmal.
La posición del Perú es, en este aspecto, bastante singular en el con-
tinente. Distinta tanto de la chilena, donde se liquidó la R.A. (exorcizada
como error del pasado), como de la brasileña, donde se presentó al Congre-
so, en mayo de 1985, el Plan Nacional de Reforma Agraria (impulsado
como imperativo democrático). Sobre la base y la aceptación de los cam-
bios ya realizados, la Reforma Agraria peruana ha sido institucionalizada no
sólo por la Constitución de 1979, sino por la práctica de los gremios cam-
pesinos y por el consenso de la nueva clase política. Vale la pena trans-
cribir aquí en extenso el punto 4 del Acuerdo Nacional Agrario (ANA),
donde, tratando de la R.A., se opta por el mantenimiento del statu quo
entendido como la coexistencia pacífica entre las distintas formas productivas
y de propiedad (3).
«La Reforma Agraria es un proceso permanente de transforma-
ción y consolidación de la estructura rural y de promoción integral
del hombre del campo; dirigida hacia un sistema justo de propiedad,
tenencia y trabajo de la tierra, para el desarrollo económico y social
del sector agrario y del país. Con tal fin se dictarán medidas que:
a) Impidan el resurgimiento del latifundio.
b) Eliminen el minifundio mediante planes de concentración
parcelaria.

(3) El acápite aquí transcrito fue incluido en las conclusiones de la comisión «te-
nencia y propiedad de la tierra del segundo Congreso del CUNA (Luna, se-
tiembre 1985) y como tal, aprobado y ratificado por su plenario y Asamblea
General de Delegados.

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c) Difundan, titulen, consoliden y protejan la pequeña y me-
diana propiedad rural individual, conducida directamente
por sus propietarios (entendida como dirección personal y
responsabilidad por la empresa).
d) Difundan, titulen, consoliden y protejan a las empresas,
cooperativas, SAIS y otras formas asociativas, para la pro-
ducción, transformación, comercio y distribución de pro-
ductos agrarios.
e) Respeten, protejan y promuevan el desarrollo integral de
las comunidades campesinas y comunidades nativas, proce-
diendo a la titulación de las que no cuenten con títulos y
fomentando las empresas comunales, apoyándolas mediante
asistencia técnica crediticia”.
El ANA fue presentado públicamente en febrero de 1985 por las
organizaciones integrantes del Consejo Unitario Nacional Agrario (CUNA),
en el cual - desde el alejamiento de la ONA- tienen un papel predomi-
nante la CCP y la CNA, antiguos beligerantes del proceso de R.A. El
acuerdo fue posteriormente suscrito por los dos principales candidatos a
la Presidencia de la República, Alfonso Barrantes Lingán y Alan García
Pérez.
En cambio, la posición de los investigadores es más bien prudente y
dubitativa, los análisis y los resultados de que disponen para definir los
cambios estructurales, objetos de tales acuerdos, son poco significativos o
de índole negativa. En general, tales cambios, ahora programáticamente
asumidos y reivindicados por los productores agrarios y las organizaciones
clasistas del campo, son más bien, para parte de la intelectualidad -
especializada o no en temas agrarios, como el punto focal fantasmal de muchos
de los maleficios actuales del agro.
A diez años de la desaparición de Juan Velasco de la escena política
distante ya de tres regímenes distintos, debería ser posible emprender como
lo propone Carter (1985: 51), una nueva interpretación de la reforma, donde,
más allá del análisis implacable de sus inconsistencias lógicas y sus fallas
históricas, se tomen en serio sus enseñanzas positivas y se investigue en el
terreno el nuevo papel, no solo económico sino social y político, de las formas
productivas que sustituyeron a las haciendas.
No estamos en capacidad de elaborar o presentar tal re interpretación
pero consideramos que sería necesario explorar colectivamente tal perspec-
tiva para desarrollar racionalmente y reordenar eficazmente la investiga-
ción futura.

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2. CAMPESINOS ASOCIADOS Y CAPITALISMO

Indicadores
Se ha dicho a menudo que la Reforma Agraria perpetuó la vieja es-
tructura agraria porque mantuvo la gran propiedad terrateniente y fue
colectivista en lugar de ser redistributiva. Tal afirmación es incompleta.
La R.A. incrementó la concentración de la tierra al agrupar fundos y
pequeñas haciendas en empresas más grandes, pero disminuyó
sustancialmente la extensión que ocupaba el gran latifundio privado.
La R.A. privilegió las empresas asociativas pero al mismo tiempo dio
acceso en posesión individual a una parte significativa de este territorio.
Para recordar estos hechos, ya un poquito antiguos, utilizaremos los
minuciosos cálculos de Caballero y Alvarez (1980) en sus «Aspectos
Cuantitativos de la Reforma Agraria (1969-1979)». En lo que sigue
denominamos esa fuente A.C. El investigador que no quiera caer ingenuamente
víctima de los «espejismos estadísticos» que podrían producir los
«procedimientos para la estandarización» utilizados aquí, puede consultar
previamente las cortantes observaciones de Eduardo Grillo (1982)
Ex-haciendas, nuevas empresas campesinas y tierra:
Contabilizada la tierra estandarizada (Ha.E.), las empresas recibieron
la mitad (52.0%) del total expropiado y adjudicado (Cuadro l). Los
individuales recibieron 40.2%. La categoría «individuales» incluye tanto los
nuevos adjudicatarios individuales de la Dirección General de R.A. como
los que A.C. considera como ex-feudatarios y que ahora tienen posesión libre
de las tierras (4). Las comunidades han recibido como tales un porcentaje
reducido (5).
El promedio de tierra por beneficiario de empresas es de 3.8 Hás.E y
de 2.3 Hás.E. para los individuales. La relativa estrechez de las diferencias

(4) Estos ex-feudatarios son en su, mayoría ex-colonos o ex-pequeños arrendata-


rios de las haciendas expropiadas. Algunos son teóricamente miembros de
grupos campesinos que nunca se han constituido, otros «trabajan ocasional-
mente como asalariados eventuales para las empresas (A.C.: 42)».
(5) No se sabe si esas tierras constituyeron fundos comunales o si fueron entregados
por la C.C. a hijos de comuneros, por lo tanto no se puede incluir este porcentaje en
la categoría de individuales.

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CUADRO 1
Repartición de hectáreas estandarizadas según el tipo e beneficiarios al
30 de setiembre de 1979. Porcentajes (A) en relación al total de hectáreas
estandarizadas adjudicadas y (B) en relación al total de hectáreas
estandarizadas agropecuarias. Promedio de ectáreas estandarizadas por
beneficiario

I II III Total Total


Empresas Individ. Comunid. Adjudicado Censo:72
(Hás. x 1000) 365.4 282.8 54.1 702.3 1,811.6
A (%) 52.0 40.2 7.7 100.0 -.-
B (%) 20.2 15.6 3.0 38.8 100
Promedio
Ha.E/Benefi-
ciario 3.8 2.3 0.4 ( 1.9) -.-

FUENTE: Caballero y Alvarez (1980). Elaboración nuestra a partir del


Cuadro 6 y según la metodología y los datos del Anexo 3 de A.C.

entre estos dos rangos (un tercio menos por persona) autoriza comparaciones.
Sabemos muy poco de la situación económica post-R.A. de estos beneficiarios
individuales que conforman un grupo más numeroso que los trabajadores
estables de empresas. Investigaciones en torno a ellos sobre ingresos,
productividad y bienestar serían indispensables para evaluar si la distribución
hipotética del total de las tierras adjudicadas entre todos los beneficiarios
(incluyendo los comuneros) hubiera dado un decisivo impulso a la «via
farmer». En este caso, el promedio equitativo hubiera sido de 1.9 Ha.E., o
sea una dotación inferior a lo que disponen ahora los actuales beneficiarios
individuales.
Las empresas campesinas ocupan, así, una parte minoritaria (20.2%)
del territorio agropecuario nacional (compatibilizadas en Ha.E. según los
datos censales de 1972 y no considerando a las tierras marginales en las
áreas reformadas según la metodología de A.C. Cuadro 2. Nota 2). Si se
elimina la totalidad de las áreas descentralizadas de las empresas (A.C. 147),
o sea todas las parcelas a las cuales los trabajadores estables tengan acceso
en las empresas, el peso de ese conjunto sería aún más reducido: el 1 7.6%
de las tierras agropecuarias del país (A.C. Cuadro 14).

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Sin embargo, este contingente de campesinos asociados (6) contro-
lan una buena parte de las mejores tierras del país dotadas además de
bienes de capital. Se trata, por lo tanto, de un subsector económico pode-
roso, estratégico dentro del sector agrario. Aunque realmente eso fue lo
que pasó en la última década, difícilmente se podría concebir que no sea
el objeto de una atención privilegiada en cualquier estrategia de desarrollo
nacional. Hay buenas razones de afirmar, como lo hace Héctor Béjar en
un análisis (1981: 7), que «la definición de lo que suceda en el futuro en
el agro pasa por las empresas asociativas. Porque sólo ellas pueden ase-
gurar al campesino, en las actuales condiciones, capacidad de acumulación
y posibilidades de integración suficiente en términos económicos; articu-
lación y coordinación organizativa y capacidad de presión suficiente, en
términos políticos».

(6) ¿Son campesinos? Más allá del hecho de ser un trabajador directo de la tierra,
no existe definición satisfactoria o universaImente aceptada del campesino.
Cada sociedad tiene los suyos y desde hace milenios.
a) ¿Se debe hablar de proletarios porque son asalariados? Según Marx, que
trabajó la cuestión, este factor importante no es suficiente. 1) El proletario
no se define por el elemento estático de una tipología, sino por una posición
dentro de la relación entre clases sociales. 2) Es el objeto de una determinada
forma de explotación capitalista. En torno a esos dos criterios se pueden
hacer las observaciones siguientes: 1) En la medida en que la conciencia de
clase es uno de los elementos de la relación de clase, tiene pertinencia que
los luchadores de las empresas, asociativas se reconocen e identifican social
y culturalmente en la práctica de gremios campesinos como por ejemplo la
CCP. 2) La explotación del proletariado se realiza como extracción de la
plusvalía bajo su forma mercancía en la esfera de la producción. Para los
«campesinos asociados» y al igual que para el campesino individual -
suponiendo por supuesto que haya plus-trabajo, condición sin la cual no
sería posible hablar en rigor de término de explotación capitalista - la
apropiación por el capital del plus-valor colectivo creado se realiza
(intercambio desigual) bajo su forma dinero en la esfera de la circulación,
en particular cuando la mercancía producida se intercambia en el mercado
(Revesz, 1982: 26). Por otra parte, a otro nivel de abstracción, el verdadero
proletario es productor no sólo de plusvalía sino de plusvalía relativa. Eso
se da cuando -separado no sólo de sus bienes de producción, sino también
de su autonomía técnica en relación al cielo de producción- pasa de la
situación de sumisión formal al estado de sumisión real al capital (Capítulo
VI inédito del Capital). En tal caso, se transforma en un elemento subor-
dinado de un proceso de trabajo indivisible. Razón por la cual permanece
proletario en la economía socialista cuando desapareció la clase capitalista.
Pero aquí entra en juego la especificidad de la producción agropecuaria. Al
no estar ella totalmente desvinculada de la naturaleza, a diferencia del
proceso industrial, la sumisión real del capital no es extensiva al conjun-
to del ciclo productivo sino en el mejor de los casos vinculado a algunas

99
Costa y Sierra
Frente a lo dicho, el indicador que utilizamos, la hectárea
estandarizada, puede parecer bien pobre. Lo es, en efecto, no por su claridad,
sino porque homogeniza formas productivas de naturaleza distinta. Es la
razón por la cual Caballero y Chávez (1978) habían preparado un sugestivo
trabajo donde identifican 17 tipos de empresas asociativas. Lamentablemente
para nosotros, lo que fue quizás el más ambicioso y promisorio proyecto de
investigación agraria de la última década, no se pudo concluir.
Disponemos de indicadores sobre la distribución entre costa, sierra y
selva. Pero esta tipología regional es obviamente muy escueta. Bajo un mismo
término «sierra», un mundo de determinaciones ecológicas, históricas,
culturales, tecnológicas y mercantiles separan por ejemplo los Andes bajos
sub-tropicales y las tierras ayacuchanas. Asimismo, se puede suponer sin
riesgo que la generalización de los análisis expresados en términos de
«complementariedad de pisos ecológicos» o de «comunidades campesinas»
no basta para explicar la realidad de Cajamarca, el primer departamento
campesino de la sierra.

tareas específicas. Un trabajador de la tierra no es nunca totalmente un


proletario (un obrero agrícola puede serlo ahora en las agricultoras «fuera
del suelo», o también en ciertas empresas de crías, de aves «fuera de la
luz»).
Es la razón por la que se habla de «campesinos sin tierra». Es también la
razón por la cual un palanero puede seguir reproduciéndose en el mismo
sitio, en ciertos casos con los mismos cultivos, después de la parcelación
de su empresa. En relación a los puntos expuestos (gremios inter-
campesinos, sumisión real al capital), los trabajadores azucareros ocupan
una posición netamente agroindustrial, diferenciados del resto del
campesinado peruano.
Dicho eso, es bien evidente, como lo veremos (y no incompatible con su
identidad campesina o comunera), que los huachilleros de las alturas de
Junín, trabajadores estables de la Cooperativa de Servicios de la SAIS
Cahuide se reproduzcan según la lógica del capital y no según la lógica de
lo que los científicos estudian, desde Chayanov, como «economía
campesina». Del mismo modo y a la inversa, una lógica y una identidad
campesina viven en el seno de las empresas capitalistas de la costa: en
particular porque sus socios no son trabajadores libres, y separados de sus
medios de producción.
b) Conforman una pequeña o mediana burguesía agraria? Así lo afirma la teoría
neoclásica, puesto que son dueños de su empresa y entran en el mercado
para valorizar su capital. Pero cualquiera que sabe del choque entre nueva
y mediana burguesía agraria y con campesinos asociados, comuneros o
parcelarios en el primer CUNA (Revesz, 1983: 77-78) no estará propenso a
usar semejante terminología.

100
Según A.C., el 58.5% de las Ha.E. adjudicadas se encuentran en la
costa. En términos económico-productivos, la concentración de tierra
mantenida-transformada por la R.A. sería por lo tanto predominantemente
costeña. Pero si de espacio humano y social se trata, la situación es inversa,
puesto que en hectáreas simples el 86.6% de las tierras adjudicadas se
encuentra en la sierra.

CUADRO 2
Distribución de las tierras agropecuarias adjudicadas al 30 de setiembre
1979 según región natural en miles de hectáreas simples y estandarizadas

Costa Sierra Selva Total


Miles Hás. simples 840.1 6,080.9 288.1 7,209.1
Miles Hás. estandarizadas 411.1 250.0 41.2 702.3
% Hás. simples 11.6 84.4 4.0 100.0
% Hás. estandarizadas 58.5 35.6 5.9 100.0

FUENTE: Caballero y Alvarez (1980). Elaboración nuestra corrigiendo


los datos del Cuadro 1 de A.C. con la metodología de su Cuadro 2 donde,
en las hectáreas simples de tierras agropecuarias, no figuran las tierras
marginales de las empresas

La predominancia económica de las empresas campesinas de la costa


sobre el subsector reformado serrano se refleja en otro indicador: el valor de
las adjudicaciones por tipo de empresas. El peso de las CAPs costeñas en el
total nacional es del 75%, mientras que SAIS y CAPs serranas juntas
representan el 19%. El otro 6% se reparte entre CAPs de la selva, grupos
campesinos e individuales. La desproporción entre el valor de adjudicación
de las formas empresariales y el que corresponde a los otros beneficiarios,
refuerza lo que hemos señalado anteriormente sobre el potencial económico
en manos de los campesinos asociados.
Dejando de lado las CAPs agroindustriales, el peso de la costa baja al
37%: Sin embargo, juntas, las pequeñas y medianas CAPs costeñas recibieron
(hasta la fecha considerada) el doble de valor de todas las empresas de la
sierra (19%).

101
CUADRO 3
Distribución porcentual del valor de las abjudicaciones según modalidad
efectuadas al 31 de diciembre de 1975

Costa % Sierra % Otras %


CAPs. agroindustriales 38 -.-
Otras CAPs. 37 14
SAIS -.- 5
Total = 100% 75 19 6

FUENTE: Caballero y Alvarez (1980). Cuadro 9 (reproducido de Martínez


1980: 110)

Mantenimiento versus transformación de la estructura agraria


Frente a los efectos de la crisis general del agro y de la economía
nacional, el mantenimiento y el desarrollo del sector empresarial campesino
supone vigorosas medidas de reactivación económica orientadas a incrementar
su rentabilidad. Dentro del abanico de políticas macro y micro que hay que
jerarquizar y combinar, el ex- ministro de Agricultura Hurtado Miller (1985)
privilegia en su tesis de grado lo siguiente:
- Mejoramiento del nivel gerencial
- Incremento de la productividad a partir del mejoramiento en el uso
de los factores de producción (en base al mejoramiento de los pro-
cesos físicos, químicos y biológicos)
- Existencia de precios de refugio
- Desarrollo de estrategias de manejo del riesgo
- Transferencia de recursos financieros para la recapitalización de
las empresas.
- Reforzamiento de la propiedad plena de la tierra.
Al mismo tiempo, la propaganda liberal, la acción de agentes externos
y la promulgación en 1980 del D.L. No. 2 han impulsado, en determinados
valles de la costa, un espectacular proceso de parcelación de las ex - haciendas.
Desde hace 5 años el proceso de erosión del universo de las empresas
campesinas entró, así, en un nuevo contexto histórico en el cual se ha puesto
a la orden del día su posible liquidación (Revesz 1981. 1984. 1985b).

102
No trataremos aquí de la reestructuración interna de estas empresas
(Democratización y/o redimensionamiento). Nos limitamos a las hipótesis
relativas, a lo que llamamos «reordenamiento de la propiedad rural», término
por el cual denominamos al proceso de liquidación de la estructura agraria
mantenida-transformada por la R.A., o sea la fragmentación y redistribución
de las áreas centralizadas de las ex-haciendas.
La tipología siguiente presenta un rudimental marco interpretativo7.
En tal esquema, forman parte del «sector moderno» los productores que tienen
capacidad de acumulación, o por lo menos de reproducción simple (de su
fuerza de trabajo y de sus herramientas de trabajo), sobre la base de la
actividad agropecuaria que controlan. La dimensión de la tierra es sólo uno
de los factores explicativos de esta capacidad, determinada por otras variables
como eficiencia tecnológica o especialización en determinados cultivos. No
están consideradas en este modelo las actividades realizadas sobre otra base
que la posesión y propiedad de la tierra y que son, en general, un factor
decisivo en la acumulación o reproducción (empleos complementarios,
actividades de comercio, pequeñas agro -industrias, producción de bienes
no agropecuarios, etc.).

ESQUEMA No. 1
ESTRUCTURA DE LA PROPIEDAD RURAL Y
PRODUCTORES AGRARIOS

SECTOR MODERNO SECTOR SEMI - CAMPESINO


1. Burguesía agraria o ganadera No hay reproducción de la fuerza de
trabajo sobre la base de la tierra en
2. Empresas asociativas posesión.
- Agro - industriales.
- Campesinas (sierra y costa) - Pequeños parceleros de la
sierra.
3. Pequeños y medianos producto- - Comuneros pobres.
res mercantiles (explotación fa- - Minifundistas de la costa.
miliar)

(7) Esta tipología es alternativa a la de Figueroa (1983: 6) que distingue «coope-


rativas, burguesía y campesinado» y de A.C. (Cuadro 13) donde la misma rea-
lidad es presentada como «sector asociativo, medianos propietarios, economía
campesina».

103
La primera alternativa de reordenamiento es la «Reforma de la
Reforma» (Revesz 1985b), es decir, la redistribución de las tierras de las
empresas a sus socios. Privilegia implícitamente como vía de desarrollo
capitalista la «vía farmer». Su estrategia apunta a desplazar del campo
empresarial al sector campesino (Esquema No. l), cuyos componentes son
reubicados como pequeños productores mercantiles. Hasta ahora tal
estrategia se implementa según las medidas definidas por el informe de la
misión Reagan, y en función de los factores imputables al DL No. 2 (1980).
Existe, sin embargo, otra alternativa no reformista, sino más bien
revolucionaria, y que opta por la «vía campesina» (Caballero 1980b: 87.
Caballero y Alvarez 1980: 80-89. Figueroa 1982). Sus implicaciones
parecieran ser la disolución o la reducción del sector moderno para fortalecer
el sector semi-campesino. Cuando fue presentada tal hipótesis era afín a
planteamientos de ciertos sectores de la CCP. Ahora la nueva prioridad
nacional en favor de la base campesina de la pirámide de ingresos le procura
una nueva vigencia.
En el Esquema No. 2, hemos reunido los principales elementos que
permiten interpretar lo que, a nuestro juicio, está en juego en cada una de las
dos alternativas.
La pertinencia de la hipótesis y objetivos de la alternativa «A» no puede
ser medida a nivel nacional. Ha de verificarse espacio regional por espacio
regional. Existen trabajos de esta naturaleza para la sierra central, a los cuales
regresaremos más tarde. En torno a la costa, Willy Hakim (1981) realizó un
pulcro análisis de la estructura agraria en el Bajo Piura, para determinar si la
redistribución de todas las tierras de las ex-haciendas que conforman la mayor
parte del valle permitiría solucionar para los 11,000 comuneros semi-
campesinos la disposición de 5 hectáreas (tope máximo del minifundio según
el Censo Agropecuario de 1972). Suponiendo que el objetivo sea que después
de la redistribución cada uno de los comuneros disponga de esta parcela,
Hakini demuestra que en este caso sería necesario expulsar de su territorio a
8,700 de estas familias. Tal hecho puede ayudar a entender por qué la C.C.
de Catacaos, violentamente opuesta en 1973 al modelo de la R.A. (Matos y
Mejía: 230-233. Diego García Sayán: 30), optó posteriormente por el
mantenimiento y la defensa de las áreas centralizadas.
Las hipótesis y objetivos de la alternativa «B» han de ser verificadas
según lógicas distintas: la comparación sistemática de las eficiencias sociales
y económicas de las empresas campesinas y de los pequeños productores
mercantiles operando en el mismo mercado y en un mismo marco social y
ecológico. No tenemos conocimiento de la existencia de tales investigaciones.

104
En el Esquema No. 3 presentamos una tipología de las modalidades
de implantación de estas dos alternativas de reordenamiento. Dado que el
tipo «I.A.» es contradictorio y que cada una de las otras 5 modalidades
tiene 3 variantes sierra, costa, sierra y costa, resultan en total 15 tipos
posibles.

ESQUEMA No. 2

ALTERNATIVAS PARA EL REORDENAMIENTO DE LA


PROPIEDAD RURAL

(A) (B)
Propuesta Redistribución de las tierras Redistribución de las tierras
del país de manera equitativa de las empresas campesinas
a sus trabajadores estables

Objetivo Optimizar las estrategias de Fortalecer la eficiencia ca-


sobrevivencia de la base pitalista.
campesina de la pirámide de Reabrir el mercado de
ingresos tierras.
Vía de
Desarrollo Vía Campesina Vía Farmer
escogida
-Caballero (1980b) -I n f o r m e d e l a m i s i ó n
Textos de Reagan
referencia -Caballero y Alvarez (1980)
-Figueroa (1982) -D.L. No. 2 (1980)
-Declaraciones del PPC.
Hipótesis Existen deseconomías de Las economías de escala
Explícita escala en la actual asignación externa e interna son un
del recurso tierra factor secundario para las
empresas campesinas.
Hipótesis El capital técnico es indefinidamente divisible
Implícita 1
Hipótesis No tienen pertinencia en el desarrollo rural regional los
Implícita 2 servicios sociales sostenidos por las empresas campesinas.

105
ESQUEMA No. 3
TIPOLOGIA DE LAS MODALIDADES DE IMPLEMENTACION
DE LAS ALTERNATIVAS DE REORDENAMIENTO DE LA
PROPIEDAD RURAL
Modalidades Por decisión libre Por efecto de las Por coacción (In-
y racional de las fuerzas del merca- tervención estatal
persona jurídi- do en el marco de directa. Tomas
cas propietarias los dispositivos le- campesinas de
de las tierras re- gislativos vigen- tierras)
distribuibles. tes.

Alternativa
I.A. II.A. III.A.
A (vía cam-
pesina)
Alternativa B I.B. II.B. III.B.
(vía Farmer)

Sobre estos temas, y por las razones indicadas en la primera sección,


existe un cierto estancamiento de la investigación agraria. En contraste con
la inflación de publicaciones de la segunda mitad de la década de los 70, las
de hoy son más bien escasas. No todas denotan «seriedad y rigor» (Caballero
1984: 3). Aparte de algunos artículos, hay tesis, ponencias, informes, poco
accesibles fuera de la comunidad científica. En las sub - secciones siguientes
señalaremos las más significativas.

SAIS y descampesinización
Hemos aludido más arriba a la coexistencia pacífica ahora vigente entre
las diferentes formas productivas y los principales gremios del campo (II
CUNA). La situación era diferente hace 7 años cuando la CCP acordaba, en
su V Congreso (Anta-Cusco 1978), la realización de un plan nacional de
toma de tierras (García Sayán 1982: 293) explícitamente dirigido en contra de
las SAIS y CAPs, respetando, sin embargo, las tierras de «aquellas empresas
que si garantizan un salario estable y servicios adecuados a sus
trabajadores». La posición según la que «la lucha por la tierra es el problema
central del campesinado» era impulsada por los responsables de las
comunidades serranas, mientras que por su cuenta los delegados de las
CAPs de la costa defendían vigorosamente el respeto de su herra-

106
mienta colectiva de trabajo. Dominaba en los debates la idea de una
descomposición general de las empresas de la sierra, en razón de una escasa
capitalización y un fuerte asedio (Caballero 1980b: 92), contrapuesta a la
relativa estabilidad empresarial de las cooperativas modernas de la costa.
Fernando Eguren (1983: 84) resume bien el sentimiento general sobre este
punto:
«Aunque en la sierra -más atrasada que la costa también se
formaron CAPs, son las SAIS las que predominan. Fueron
constituidas asimismo en base a los latifundios, reuniéndose
en muchos casos a varios de ellos para constituir una sola
empresa. En contraste con la costa, la mayor parte de los
trabajadores de los latifundios serranos eran campesinos,
eventualmente asalariados, casi siempre poseedores de
pequeñas parcelas y de un número viable de ganado. El
personal asalariado estable era muy reducido, en parte por
las formas pre-capitalistas de la producción y del carácter
extensivo de la ganadería, la cual requiere poca mano de obra.
Un importante porcentaje de estos latifundios, además estaban
rodeados de comunidades campesinas - parte de cuyas tierras
fueron tomadas-, siendo un hecho común los litigios por tierra
entre éstas y aquellos, y aún los intentos de recuperación
directa a través de invasiones. La creación de las SAIS, al
mantener invariables las dimensiones de los latifundios que
le dieron origen, al no incorporar sino simbólicamente a las
comunidades campesinas como asociadas, al no haber
modificado sustancialmente las organizaciones y la producción
y al no haber recibido apoyo técnico ni económico- financiero
del Estado, han mantenido con poca variación un conjunto de
problemas existentes antes de la Reforma Agraria:
concentración de las tierras precisamente en las zonas donde
existe un minifundismo extendido, estancamiento económico,
bajos ingresos campesinos, sub empleo. No es casualidad que
algunas de estas empresas hayan desaparecido recientemente
como consecuencia de su inviabilidad económica y de la
presión, abierta o soterrada de campesinos minifundistas y
comunidades campesinas».
Sin embargo, los resultados recientes de la investigación sobre el tema
indican que esta visión de conjunto no es del todo correcta o, por lo menos,
no es siempre generalizable en los términos en que está planteada.
En torno a la sierra, la principal distinción que hacían Caballero y

107
Chávez (1978) en su tipología era de carácter ecológico, las empresas de
puna y las empresas de jalea y de valles interandinos. Las primeras, empresas
de altura, se orientan principalmente a la cría de ganado ovino y a la
exportación lanar y trabajan en base al pastoreo extensivo. Tienen como
problema específico la competencia entre el ganado huacha y el ganado
empresarial. En cambio, las empresas de las zonas bajas suelen ser más
heterogéneas. Se han formado en su mayor parte sobre haciendas tradicionales
y no disponen de un fuerte cuerpo técnico administrativo. Combinan
actividades agrícola y ganadera, esta última predominantemente vacuna y
orientada al mercado interno.
La mayoría de los trabajos publicados se dedican a la primera de estas dos
categorías, las grandes empresas de altura, con una peculiar atención a sus
empresas de punta: las SAIS de la sierra central (Aramburú 1973. Montoya et al.
1974. Caycho 1977. Tume y Fernández 1977. Long y Robert 1978. Campaña y
Rivera 1978. Renique 1979. Valdivia 1985. Pichihua 1985. Jurado et al. 1985).
La investigación en torno a estas empresas dio pie además a una esclarecedora
polémica con Juan Martínez Alier sobre el «huacchillaje», publicada por la revista
Estudios Rurales Latinoamericanos (Campaña y Rivera 1979).
A pesar de la gran afluencia de centros y proyectos de promoción y
desarrollo en sus áreas rurales, la región de Puno, donde se concentra cerca
de la mitad del total de las SAIS (23 de las 60 existentes a nivel nacional) no
ha sido objeto del mismo tratamiento.
Las 60 empresas jurídicas constituidas como SAIS son en realidad de
dos tipos. Veinte de ellas, la mayor parte en Puno, son de primer grado y
conformadas por personas naturales; en realidad, son seudo-cooperativas
(Cárdenas 1983. 291 y 296). Las otras cuarenta, de segundo grado, están
constituidas por dos tipos de personas jurídicas: las comunidades campesinas
beneficiarias y las cooperativas de servicios que agrupan a los socios
trabajadores. Son las verdaderas SAIS. De ellas se ha dicho que son la «peor
de las mezclas que se puede dar en una empresa, pues los co-propietarios
tienen intereses distintos» (Figueroa 1982: 156).
Una parte significativa de este universo de «verdaderas SAIS», seis de
esas grandes SAIS de segundo grado, se encuentran en el departamento de
Junín, entre otras la Cahuide, la Túpac Amaru, la Pachacútec, donde
concentran el 75.8% del total regional de tierras adjudicadas (622.000 Has.
del total de 873.000 Has.). Se establecieron en base a las grandes
negociaciones ganaderas de la región. División Ganadera Cerro de Paseo,
Sociedad Ganadera Corpecha y Sociedad Ganadera del Centro (Renique
1979). Los resultados que presentamos a continuación son establecidos

108
por Pichihua (1985) a partir de un detenido estudio de la SAIS Cahuide, pero
sus conclusiones son confirmadas por trabajos que analizan otras empresas
(Jurado et al.: 1985, Valdivia: 1985).
a) La SAIS recuperó entre 1970 y 1975 los niveles de capitalización y
de productividad obtenidos en las ex-haciendas. A partir de 1976 se
incrementó la producción por la intensificación de líneas complementarias
como vacunos, crianza de truchas, explotación forestal, etc. Se aumentó la
producción y la productividad ganadera tanto por el mantenimiento de la
producción y la productividad en ovinos, alcanzado en base a un nivel técnico
genético alto, como por el incremento de la producción lechera. Este se logró
gracias a mayor capitalización y mejoras en las condiciones de explotación
(pastos cultivados, suplementaciones y ensilados) y al mejoramiento genético.
Así, en la Unidad de Producción Laive, el rendimiento pasó de 5.06 litros/
vaca/día en 1976 a 7.72 litros en 1982.
b) A pesar de las cargas sociales que implica el modelo SAIS, del aIza
en los precios de los insumos a ritmos mayores que la inflación, del alza
acelerada de los costos financieros reales y del sobre-empleo eventual y
permanente, la capitalización ha crecido en 16% entre 1976 y 1982. El salario
de los permanentes está en un promedio del 100% sobre el salario mínimo de
la zona (SMZ), y los eventuales ganan un promedio del 25% superior a este
SMZ. Por otra parte, la SAIS ha destinado crecientes excedentes a las
comunidades socias, lo que permite que «los comuneros mantengan un alto
grado de identificación» (Pichihua 1985). La integración de los trabajadores
es mucho más débil, tienen «muchos patrones» y se sienten explotados por la
empresa y los comuneros. Su participación en la Asamblea General de
Delegados, que define la política de inversión y el reparto de excedentes, es
minoritaria, fijada en el 3.5% de los votantes mientras que el resto son
representantes comuneros. Sin embargo, los trabajadores reconocen que la
parcelación no sería viable porque cancelaría la rentabilidad de la ganadería
dependiente de su calidad genética, de los niveles tecnológicos obtenidos y
de la buena articulación con el mercado. El circuito comercial depende del
tipo de productor, y los parcelarios se verían inmersos dentro de la cadena de
alcanzadores y rescatistas mientras que las SAIS se enlazan directamente
con los grandes agentes comerciales. Por otra parte, entrarían en conflicto
con los derechos ancestrales de las comunidades sobre la tierra.
En base a estos resultados, Pichihua (1985: 155) encuentra infunda-
das hipótesis generalmente bien recibidas, como las de Martínez (1980:146
y 149) y de J.M. Caballero (1980b. 87 y 91), que afirman la incom-patibilidad
en este tipo de empresa entre la capitalización, por un lado, y por el otro
el pago del salario legal, la cancelación de la deuda agraria o

109
el costo de la constitución de fondos sociales. En realidad, hubo un buen
nivel de capitalización mientras que el pago de la fuerza laboral en situación
de sobreempleo se mantuvo por encima del salario del mercado. Además,
señala como incorrecta la disyuntiva de Caballero entre acumulación y
distribución de excedentes: «los resultados observados muestran que la
empresa ha mantenido una tendencia creciente en la distribución,
simultáneamente con la acumulación, o que decrecieron juntos”.
Por su lado, Valdivia (1985), según una metodología similar, llega a los
resultados del mismo tipo en su estudio de la CAP El Diezmo Palcán. En esta
empresa, ubicada en las alturas de Pasco, la población ovina está en constante
incremento, habiéndose duplicado entre 1971 y 1979. La fuerza de trabajo
utilizada se duplicó también en razón del incremento de la producción. Está
remunerada por encima del salario mínimo legal y al mismo tiempo existe una
fuerte capitalización empresarial. En torno al incremento de productividad,
Corinne Valdivia redondea al declarar que si Martínez (1980: 42) tiene razón al
definir la participación como un «proceso de interacción» con el proceso
productivo, en este caso sería necesario concluir que existe un buen nivel de
participación.
Los autores (Pichihua 1985: 203, Jurado et al. 1985: 27) refutan también el
concepto organización económica deficiente (OED) que utiliza Figueroa (1982)
para sustentar su propuesta de redistribución de las tierras de las SAIS en favor
de los campesinos más pobres o semi-campesinos. El concepto OED se define a
partir de «deseconomías de escala» proviniendo del sobredimensionamiento de
las empresas y de la subutilización del recurso tierra. Refiriendo la «subutilización»
a la relación receptividad -uso del factor fijo (pasto), se indica que los cálculos
de Figueroa no toman en cuenta los distintos tipos de gramíneas, variable
independiente determinante de dicho factor en relación a cada especie animal.
Por otra parte, los cálculos de Figueroa no se apoyan sobre los promedios
agrostológicos de receptividad de las praderas. En cuanto a la OED misma la
investigación realizada considera que las SAIS «grandes» son eficientes en la
organización empresarial y rentabilidad.
El trabajo de Víctor Caballero (1984) sobre Puno es de carácter más
general. Trata de las empresas asociativas regionales como conjuntos, CAP
y SAIS. Varias de esas son, como lo hemos señalado, de primer grado. Sus
conclusiones son más bien contrarias a las que acabamos de exponer,
confirmando los resultados preliminares de Auroi (1980). Sin embargo, la
parcelación (redistribución individual) tampoco está aquí a la orden del
día. La alternativa en este caso sería la de «reestructuración democrática».
Sería importante disponer de los indicadores económicos de algunas de
estas empresas y también de buenos estudios socio-económicos sobre la

110
relación entre empresas campesinas y transferencia-apropiación de
tecnologías agropecuarias modernas en gran escala (en variedades y cultivos
de pastos, por ejemplo), en esta región tan específica.
Se ha dicho muchas veces que la SAIS Túpac Amaru «no es un caso
muy representativo» (Diego García Sayán en Figueroa 1982: 16) o que «hay
solamente una SAIS, la Túpac Amaru, en la Sierra Central, que distribuye
beneficios (Maletta 1980: 46). Los trabajos presentados muestran que no
una sino varias empresas están en esta situación. Representativas o no,
constituyen de hecho una parte significativa del universo de las 40 verdaderas
SAIS. A eso se añade un doble interés:
Primero. La comparación entre empresas grandes como la SAIS Cahuide
y chicas como la CAP El Diezmo Palcán puede ofrecernos elementos
importantes para discernir si las deseconomías de escalas son de naturaleza
financiero-productiva (disminución de la productividad del trabajo) o de
naturaleza técnico-ecológica (subutilización del espacio).
Segundo. Estas empresas se encuentran en el campo de las grandes
insurgencias que, gracias a Manuel Scorza, son ahora patrimonio de la
humanidad. Este campo es un terreno privilegiado para el estudio de la
relación entre el desarrollo capitalista y resistencia campesina. Tanto los
avances de los que hemos dado cuenta, como los aportes de Pilar Campaña
y de Rigoberto Rivera, sobre la transformación del «Huacchillaje», en
regalía, o sea en bien salarial, entran en un debate que está lejos de
agotarse.

La crisis de reproducción de las CAPs costeñas


a) La parcelación, una realidad para investigar:
La principal paradoja del proceso de parcelación de las CAPs. de la
costa es la carencia de información actualizada llevada de parte del sector
público sobre su amplitud y modalidad. Puesto que dichas empresas fun-
cionan en base a la aprobación por la Zona Agraria (Z.A.) de su Plan de
Cultivo y Riego (P.C.R.) y con el financiamiento otorgado por el Banco
Agrario (B.A.), tales deficiencias son elocuentes del grado de desarticula-
ción o de descomposición de los organismos de Estado al término del
paréntesis belaundista.
En tales circunstancias, es más prudente preferir en lugar de los
apurados ensayos globales que no se apoyan sobre prácticas de campo,
balances regionales como el establecido por Torre (1985) en el caso de
Lambayeque. Al no tomar los datos con pinzas se cae fácilmente en afir-

111
maciones incorrectas8 , como las publicadas por Wiener (1985).
Por lo general, los errores serían más bien de signo inverso,
subestimando la magnitud del proceso de parcelación. Ana María Vidal.
analizando 23 resoluciones directorales (R.D.) de las Regiones Agrarias de
Lambayeque y Lima, detecta que en muchos casos se mantiene la ficción
legal de la supervivencia de las CAPs, puesto que la falta de rigurosidad y de
claridad de las disposiciones legales permite «que las R.D. no mencionan ni
reconocen oficialmente la «muerte» real y legal de las CAPs, por temor a una
explosión política de insospechables consecuencias para la política agraria
actual, y la ficción legal la ha evitado, jugando un rol encubridor en esta
situación (Vidal 1985: 183).
Aun si se conociera con precisión el número de empresas realmente
afectadas, no sería necesariamente un indicador suficientemente pertinen-
te. Así, el ministro de Agricultura en su exposición ante el II CUNA (se-
tiembre 1985) indica que la Región Agraria que registra «un mayor núme-
ro de cooperativas parceladas es la Región Agraria II-Piura, con 66 empre-
sas». De ellas casi la totalidad son las micro-cooperativas de la colonización
San Lorenzo. Si bien conforman más de la mitad del universo cooperativis-
ta del agro departamental, se trata en realidad de «grupos campesinos»
formados en el tiempo de la R.A. como extensión de la frontera agrícola
y sin mayores recursos empresariales o técnicos. Tuvieron una existencia
efímera, concluida hace varios años. En contraste, en los dos significativos
valles del Chira y del Bajo Piura, para los cuales en la década del 60 los
hacendados hegemónicos habían gestionado al proyecto Chira-Piura y la
construcción de la represa de Poechos, casi ninguna de las 35 empresas
campesinas, que sustituyeron a las modernas haciendas, ha entrado
todavía en el proceso de parcelación. Bajo la misma denominación
encubridora «CAP», se trata en este caso de dos realidades agrarias cual
cualitativamente distintas.

(8) Es evidentemente falso afirmar que el proceso de parcelación afecta «al 100% de
las empresas asociativas» del valle del Alto Piura (Wiener 1985: 146): Consultar
Arévalo (1984) para una evaluación del fenómeno en dicho valle. Sería lógico que
fuera así, puesto que estas cooperativas han conocido una crisis crónica,intervenidas
desde 1975, afectadas por una prolongada sequía, privadas de sus pastizales decla-
rados tierras eriazas y alquilados ahora por el Estado a la burguesía ganadera regio-
nal. Sin embargo, por asombroso que sea, no es así.
En el caso del Chira, Wiener (1985: 149 y 152) señala que dos cooperativas son
parceladas y que la parcelación en ellas es total. Una de ellas es «Santa Sofía»:
cabe decir que, hasta ahora, no hay ningún indicio de parcelación sea parcial, sea
total en dicha CAP.

112
Sorprendentemente, este proceso de transformación agraria de enorme
importancia ha sido todavía poco investigado en profundidad. Existen, sin
embargo, algunos trabajos pioneros que pueden servir de punto de apoyo
para la investigación futura. En particular los de Méndez (1981, 1982a, 1982b,
1985), Gonzales (1985) y Torre (1985). Confluyen en demostrar que la pérdida
de rentabilidad de las empresas campesinas del agro moderno de la costa no
se origina en la baja de los rendimientos por hectáreas ni en el alza de los
costos de mano de obra. Al contrario, por lo general, los primeros aumentan
tendencialmente mientras que los segundos disminuyen rápidamente su
participación en los costos de producción. La pérdida de rentabilidad se
explica directamente por la simultánea baja del valor mercantil de la
producción y por el incremento de los costos de producción no salarial,
insumos y costos financieros. La transferencia de valor a los otros sectores
transita por los mecanismos de la subordinación técnica y financiera del
productor campesino al capital (Revesz 1982).
María Julia Méndez, uno de los autores que con más constancia ha indagado
en el tema, muestra claramente, en su estudio de las cooperativas de Chincha
(1985), el carácter anárquico de las parcelaciones. Se realizan sobre la base de la
relación hombre-tierra, sin ser respaldados por estudios de factibilidad. En
definitiva, las condiciones en que -en la mayor parte de la costa- se expande la
fragmentación del agro moderno eliminan toda posibilidad de considerar dicha
transformación como el impulso a una vía farmer que encaminaría las nuevas y
pequeñas unidades productivas. Sin embargo, según Torre, los inicios de la nueva
experiencia en Lambayeque habrían arrojado resultados positivos.
Para Méndez la consecuencia de tal tendencia es la destrucción del
capital técnico en manos del campesinado. Debilitado técnica y políticamente,
privado de sus economías de escalas externas e internas, defendido sólo por
sus ilusiones y un uso más intensivo de su fuerza de trabajo, el nuevo parcelero
costeño sería la próxima víctima de la burguesía agraria, dispuesto a expulsarlo
para recuperar las tierras de mayor renta diferencial: 48% de las tierras de
riego de la costa estaban en poder de las empresas del sector reformado
(Hurtado Miller 1985).

b) Empresas campesinas del agro moderno, intercambio subordinado y


acumulación capitalista.
En la década del 70 el destino de las CAPs costeñas fue investigado
con mucha insistencia a través de sus contradicciones institucionales o de
comportamiento ambivalente del cooperativista. Se puede mencionar la
minuciosa encuesta en Piura de Rubín de Celis (1978), el análisis social
y político de Caballero (1980) y el trabajo de Bonfiglio (1980), uno de

113
sus colaboradores. Las categorías centrales «identificación», de «conciencia
dual», de «contradicción de intereses» se remitían al marco referencial de
Rosa Luxemburgo. Las CAN, intrínsecamente contradictorias, iban a la
autodestrucción, salvo si las protegían tendencias contrarrestantes
generalmente externas y de carácter represivo, como la fiscalización estatal
o la presión del asedio externo.
A la luz de tal perspectiva, la parcelación aparece como el punto lógico
de llegada de un doloroso proceso que hubiera sido posible ahorrar si desde
el inicio se hubiese transferido la tierra en forma individual. Una versión
más optimista, no necesariamente antagónica, puede también considerar este
punto de llegada como una victoria campesina, la conclusión de un largo
proceso de desconcentración de la tierra que la R.A. hubiera interrumpido.
Sin embargo, a pesar de sus aportes a veces excelentes, tal enfoque ha
sido abandonado por la investigación actual.
En primer lugar, porque análisis más finos como los de Carter (1984 y
1985) enseñan cómo se había desarrollado una gran variedad de estrategias
de parte de los agentes de la producción, miembros de la empresa campesina,
para lograr un control social del proceso de trabajo y del «uso de los insumos»
en una forma donde normas asumidas y compromisos mutuos no son
excluyentes.
En segundo lugar, no se ha verificado que la «esquizofrenia de clase»
(Caballero 1980b: 94. Bonfiglio 1980: 50) «caracterizada por un
desdoblamiento de la personalidad política y de clase de los socios» haya
paralizado su «capacidad de movilización gremial y política» (Caballero 1980
b: 94). Al contrario, son estos campesinos asociados, y no el campesinado
independiente, los que han sido, en la costa, la punta de tal movilización
como lo manifiesta en los últimos años la insurgencia de los dos grandes
paros nacionales agrarios. Este campesinado tiene mártires como Manuel
Bruno Juárez, victimado por la policía en su lucha colectiva para que el
campesinado del Alto Piura tenga acceso a las aguas del río Huancabamba.
Hemos analizado en otro trabajo (Revesz 1985a) la nueva presencia del
campesinado regional en su tránsito de la lucha por la tierra a la lucha por la
defensa del excedente potencial.
Por otro lado, el envejecimiento de las hipótesis en que se apoyaba el
«agrarismo crítico» del pasado lustro (1975-1980) se debe más que todo a
los nuevos enfoques desarrollados por la investigación agraria. Una serie de
trabajos han desplazado el campo analítico del individuo hacia la empresa,
ubicada como eslabón de la cadena de acumulación capitalista. La
investigación de las políticas económicas agro-alimenticias (Alvarez 1983),

114
de la transferencia fuera del agro del excedente (Billone et al. 1982. Revesz
1982), y de los indicadores financieros del sector campesino del agro moderno
(Martínez 1984) pusieron en evidencia la gravedad y la aceleración del
proceso de descapitalización y de destrucción del patrimonio, determinado
principalmente por los términos de intercambio ciudad-campo, la
manipulación política de los precios y el vertiginoso crecimiento de los costos
financieros en el costo total.
Las empresas campesinas son particularmente vulnerables: no gozan
de la movilidad del empresario privado que puede momentáneamente retirarse
del mercado o reorientar del todo su actividad productiva. Tampoco gozan
de la protección al riesgo que ofrece a la agricultura campesina la
complementariedad de sus sistemas de cultivo. En tal contexto, la
fragmentación del agro moderno, y más que todo la forma en que se realiza,
aparece como una grave y durable regresión en la historia agraria de los
valles del litoral. El campesinado nacional está conformado no sólo por
sectores deprimidos, sino también por sectores agredidos.

Perspectivas
Sin embargo, es evidente que los análisis en términos de contradicción
interna o de agresión externa son insuficientes para dar cuenta de lo que está
en juego en la nueva estructuración agraria9. El control directo del Estado en
la organización y manejo de las empresas correspondió a la necesidad de
llenar la brecha entre infraestructura (organización de trabajo, tecnología,
tenencia de la tierra), y superestructura (conocimientos técnicos, capacidad
gerencial y contable, conciencia política, práctica democrática) que abrió la
Reforma Agraria con la transformación de la hacienda. La actual
reestructuración responde a un desajuste en estas dos dimensiones: El reajuste
es necesario e inevitable. El reto de la investigación es el de no encerrarse en
la lógica de formas puras (campesino individualizado o colectivización total)
y de analizar en qué condiciones y dónde se combinan manejos y decisiones
individuales y colectivas. Existe, según las empresas y las zonas ecológicas
y culturales, una gran diversidad en la organización de trabajo, los objetivos
económicos, el reparto de los excedentes: la adecuación de lo infra o lo
superestructural implica soluciones diferentes según las regiones, las
cooperativas o comunidades, los condicionamientos ecológicos y culturales.
El desarrollo de la investigación en este terreno supone la existencia

(9) En lo que sigue reproducimos un comentario que nos dirigió Bruno Kervyn en
torno a la presente ponencia.

115
de un debate teórico que tome en cuenta experiencias de otros países (nuevas
estrategias chinas y vietnamitas, cooperativas en el agro europeo, etc.) Tal
debate no ha de limitar el problema del ajuste a las solas empresas creadas
por la R.A. Pero el debate agrario ha de considerar con particular firmeza las
posibilidades de retroceso o de progreso político, técnico y económico en lo
infraestructural y lo superestructural para los campesinos que trabajan la
tierra de las ex-haciendas.

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