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“Mira, hoy pongo ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Elige la vida y vivirán y tu descendencia,
amando al Señor tu Dios, escuchando su voz y uniéndote a él, pues él es tu vida y el que garantiza tu
permanencia en la tierra que el Señor juró dar a tus antepasados, a Abrahán, Isaac y Jacob” (Dt. 30, 15.
19b-20).
Actualmente es difícil abordar el concepto de moral. A veces nos suena a un conjunto de normas más o
menos externas que son necesario cumplir, como las leyes de un país. Además tendemos a aferrarnos a
ellas como elementos de seguridad o a relativizarlas como, en ocasiones, hacemos con las leyes sociales.
Muchas veces en esta confusión se manifiesta, nuestra dificultad para integrar la fe y la vida. Nos cuesta
vincular la moral al conjunto de nuestro ser cristiano y a nuestra experiencia de Dios, y, por eso,
tendemos a juzgar y valorar las “normas morales” en sí mismas, sin buscar sus raíces profundas.
Sin embargo, la moral cristiana es la concreción cotidiana de nuestra experiencia de fe. Es decir, la
forma de manifestar, en lo que hacemos o dejamos de hacer, nuestra experiencia de Jesús como
salvador. Por tanto, en nuestro comportamiento moral nos jugamos la coherencia fe-vida.
Asumir la moral desde esta perspectiva implica profundizar en los fundamentos de la vida moral
cristiana. Creemos en un Dios que tiene una propuesta de vida y de plenitud para el ser humano y que lo
ha hecho libre y responsable. La experiencia moral supone esta libertad y responsabilidad. Por ello, toda
la vida del ser humano tiene una dimensión moral ineludible, que tiene que ver con lo bueno y lo malo,
lo justo y lo injusto.
Dios tiene una propuesta para la persona
“Mira, hoy pongo ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia” (Dt. 30,15) Dios ha creado al hombre y le
propone un proyecto de vida, felicidad y plenitud. Para Dios no es indiferente lo que la persona haga con
la vida que Él le ha regalado: junto con la vida, le ha regalado un proyecto, una propuesta de vida.
Ese proyecto de Dios para el hombre se nos revela plenamente en la persona de Jesús. Jesús es el
proyecto de Dios para el hombre y para la humanidad. En su vida, en su palabra, en sus actitudes, en su
historia y su entrega encontramos la realización plena del proyecto de Dios para cada uno de nosotros.
Eso es lo que Dios nos propone: que “seamos como Jesús”, porque Él es la realización plena de la
persona.
Así, nuestra conciencia y nuestra concepción de la moral parte de la certeza de que Dios tiene un
proyecto que se nos ha manifestado en Jesús y cuya concreción en la vida de cada uno de nosotros
hemos de descubrir y discernir en nuestra vida cotidiana. Una propuesta y un proyecto para la
humanidad en el que estamos llamados a participar.
La persona es libre “Elige la vida, y vivirás” (Dt 30, 19b). El proyecto de Dios para la persona incluye la
libertad pues Dios lo creó a su imagen y semejanza, como sujeto capaz de elección, como ser libre y
capaz de autonomía. Sin libertad, no tendríamos la posibilidad de “ser malos” pero tampoco la
posibilidad de “ser buenos”.
La persona se ve enfrentada diariamente a la necesidad de tomar decisiones y aunque las opciones seas
pocas, estas siempre existen. La libertad radica en esta capacidad inherente al ser humano, que también
cosiste en no decidir, lo que derivará en consecuencias distintas.
El mal en el mundo es una problemática teológica de no fácil solución y desearíamos que no lo hubiera.
Pero Dios no quiere un mundo de esclavos sino un mundo de hijos y hermanos libres, y está en nosotros
la posibilidad de adherir o rechazar el proyecto de Dios. Somos hijos de Dios y, al igual que nuestros
hijos, podemos optar libremente por abandonar la casa paterna. Porque Dios es un Padre bueno que
vincula a sus hijos en el amor.
1.3 La persona es responsable de su vida
“Y creó Dios a los seres humanos a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó. Y los
bendijo Dios diciéndoles: Crezcan y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen sobre los
peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra” (Gen 1, 27 -28).
La otra cara de la libertad es la responsabilidad. Si la persona es libre de elegir, también es responsable
de lo que elige, de lo que elige, de lo que hace con su vida y con todos los bienes que le fueron
confiados. Dios confía en la persona: le entrega el mundo y lo deja en sus manos. Pero también le ofrece
la guía y la orientación que necesita para que lo logre.
La libertad hace a la persona un sujeto responsable, que debe responder de sus opciones. Esta libertad y
responsabilidad lo hace un sujeto moral que puede elegir hacia la vida o hacia la muerte.
La persona responsable de su propia vida y también de la de los demás. Dios no nos ha puesto en el
mundo solo, sino en relación, y su proyecto se orienta hacia la construcción de un mundo de fraternidad,
a imagen del mismo Dios que es relación y comunidad de amor. El proyecto de Dios se realiza en las
relaciones entre los seres humanos, y de éstos con la creación. La acogida o rechazo de este proyecto
para por ejercer nuestra responsabilidad con los demás. Las consecuencias que tiene nuestros actos, y
cómo estos se orientan a la construcción de un mundo de hijos y hermanos, es la referencia fundamental
para discernir cómo estamos ejerciendo nuestra libertad y nuestra responsabilidad. La moral cristina
nunca puede ser una moral individualista.
En este módulo queremos profundizar, partiendo de esta perspectiva, en los criterios y herramientas que
pueden ayudarnos a comprender con mayor profundidad la moral cristiana para asumirla con mayor
libertad y responsabilidad en nuestra vida cotidiana.
1.4 Conclusión
Buscando una definición más precisa, podríamos decir que la Moral es la ciencia que trata de las
acciones humanas en orden a su bondad o malicia. “la ciencia de lo que el hombre debe ser en función
de lo que ya es”. Esta definición nos señala lo siguiente:
A) El aspecto científico de la moral. Es un estudio sistemático, que cuenta con sus fuentes y principios
propios, su metodología y sus conclusiones.
B) El aspecto tensional propio de la moral, como comportamiento responsable o como disciplina. Es una
tensión que apunta a la meta dinámica del ser hombre en el mundo y ser hombre con los hombres. La
bondad ética brota del ser del hombre y tiende a realizarse en ese mismo hombre.
C) El carácter personal de toda moral. Toda reflexión ética estudia el proceso por el que el ser humano
tiende a evitar la maldad y realizar la bondad en la concretes espacio-temporal en que se halla y se
mueve: el proyecto de hombre que lo ha de conducir a la felicidad, a la identidad consigo mismo.
Para los cristianos la moral implica un don y una tarea. Se nos presente el ideal, el deber ser y el camino
para conseguirlo: seguir a Jesucristo. En el Evangelio de San Mateo, el joven que pregunta a Jesús:
“Maestro ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?, plantea “una pregunta de pleno
significado para la vida”. La pregunta clave en moral es: ¿Qué tengo que hacer como cristiano? La
moral es para liberar, no para condenar: me libero DE… PARA… PARA SEGUIR a JESÚS, PARA
participar en un proyecto de vida, INSPIRADO Y FORTALECIDO POR DIOS, POR EL ESPÍRITU
DE DIOS.
La Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino (s. XIII) marcó por muchos siglos a toda la teología y
también a la moral. Todavía hoy se sigue haciendo referencia a ella. Santo Tomás fue el primero en
elaborar una teología moral sistemática recurriendo a la racionalidad aristotélica. Pone la reflexión sobre
los actos humanos en el contexto de la moralidad general.
Después de referirse al tema de la felicidad, que abre el Tratado y describe el fin de la vida moral, Santo
Tomas añade la exposición, amplia y sistemática, de los actos humanos5 y delos otros temas relacionaos
con ellos como son la moralidad, pasiones, hábitos, virtudes, dones y frutos el Espíritu,
bienaventuranzas, los vicios y los pecados, la ley, la gracia y el mérito. En la parte 2-2 de la Suma
Teológica estudia la moral específica sobre el esquema de las virtudes teologales y cardinales.
Se denominan así los diferentes elementos de la acción humana, que se han de medirse por la norma
ética y que determinan la moralidad de la acción. Santo Tomás de Aquino las redujo a tres: el objeto de
la acción misma, el fin que con ella se persigue y las circunstancias que la sitúan en un lugar y en un
momento concreto.
Una acción humana será buena cuando los tres elementos lo sean. Y será mala cuando al menos uno de
ellos choque contra los valores éticos que reflejan las normas de la moralidad.
a) El objeto del acto moral es la primera y fundamental fuente de moralidad. Si el objeto es malo, el
acto será siempre malo, aunque las circunstancias y el fin sean buenos; “nunca está permitido hacer el
mal para obtener un bien”; el fin, con el objeto, determina la sustancia del acto moral. El fin es la
intención subjetiva que pretende el agente con la acción.
b) El fin del acto moral es el objeto al que el agente ordena sus actos, es decir lo que se propone
conseguir. Este fin, junto con el objeto, determina la sustancia del acto moral. El fin es la intención
subjetiva que pretende el agente con la acción.
c) Las circunstancias del acto moral son aquellos aspectos accidentales del objeto o de la intención del
agente, que afectan de algún modo a la bondad de la acción, pero sin cambiar su sustancia. Por ejemplo,
el cariño con que se da una limosna. Si el acto es bueno o malo por su objeto y fin, las circunstancias
acrecientan o disminuyen accidentalmente su bondad o maldad.
2.4 Actos intrínsecamente malos
El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Una
finalidad mala corrompe la acción, aunque su objeto sea bueno. Así, rezar, ayudar, a alguien o dar
limosna, siendo actos buenos en sí mismos, no tienen validez si el fin de la acción es para ser visto por
los hombres”. Ninguna finalidad buena justifica un acto malo.
El objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Comportamientos concretos
como el adulterio, calumnia, homicidio, siempre son error porque su elección comporta un desorden de
los valores éticos objetivos.
Es un error juzgar la moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención subjetiva que los
inspira o las circunstancias que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente
del fin del que actúa o de la intención, son gravemente ilícitos por razón de su objeto. Otra cosa es que
las circunstancias modifiquen, cuantitativa o cualitativamente, la responsabilidad personal del agente.
No está permitido hacer un mal para obtener un bien10. La encíclica Veritatis Splendor llama la atención
contra un hipotético proporcionalismo, consecuencialismo o teleologismo que no tuviera
suficientemente en cuenta la maldad intrínseca de determinados actos humanos, que estarían prohibidos
“siempre y sin excepción”. La encíclica recuerda con insistencia que existen “actos que, en la tradición
moral de la Iglesia, han sido denominados “intrínsecamente malos” (intrínseca malum); lo son siempre y
en sí mismos, es decir, por razón de su objeto, independientemente de las intenciones del agente y de las
circunstancias que acompañan a la acción”. La conclusión que extrae a encíclica es la siguiente:
“Hay que rechazar la tesis, característica de las teorías teleológicas y proporcionalistas, según su especie
–su objeto- la elección deliberada de algunos comportamientos o actos determinados prescindiendo de la
intención por la que la elección es hecha o de la totalidad de las consecuencias previsibles de aquel acto
para todas las personas interesadas”.
4. La ley moral
La ley, según Santo Tomás es “la ordenación de la razón dirigida para el bien común y promulgada por
quien tiene a su cargo la comunidad”. Brota de la razón e incluye en sí el concepto de norma, pero
además remite a la voluntad competente, que manifiesta e impone la norma como obligatoria. Como
ordenación racional y como tendencia a un fin, es también expresión de una voluntad libre.
En la Teología Moral el término ley dice relación a la mediación objetiva de la moralidad.
La ley moral
La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una
instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta
que llevan a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su
amor. Es, a la vez, firme en sus preceptos y amable en sus promesas.
La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley
moral supone el orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el
poder, la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última.
Es declarada y establecida por la razón como participación en la providencia del Dios vivo, Creador y
Redentor de todos.
“El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir
de Dios una ley: Animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta
disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha entregado todo”.
Sus expresiones son diversas y todas están coordinadas entre sí: la ley eterna, fuente en Dios de todas las
leyes; la ley natural; la ley revelada, que comprende la ley antigua y la ley la ley nueva o evangélica; las
leyes civiles y eclesiásticas.
Tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en persona el camino de la perfección. Es el fin de
la ley, porque sólo Él enseña y da la justicia de Dios: “Porque el fin de la Ley es Cristo para justificación
de todo creyente” (Rom 10,4).
La ley moral natural
El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el domino de sus actos y la
capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original
que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira.
La ley “divina y natural”, muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar
su fin. Contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración
y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo como igual a sí mismo.
Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a
la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la
naturaleza humana.
Presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón es universal en sus preceptos, y su
autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus
derechos y deberes fundamentales.
Su aplicación varía mucho: puede exigir una reflexión adaptada a la multiplicidad de las condiciones de
vida según los lugares, las épocas y las circunstancias. Sin embargo, en la diversidad de culturas, ella
permanece como una norma que une entre sí a los hombres, y les impone, por encima de la diferencias
inevitables, principios comunes.
Es inmutable y permanece a través de las variaciones de la historia; subsiste bajo el flujo de ideas y
costumbres, y sostiene su progreso. Las normas que la expresan permanecen sustancialmente valederas.
Incluso cuando llega a renegar de sus principios, se la puede destruir ni arrancar del corazón del hombre.
Resurge siempre en la vida de individuos y sociedades.
Obra maravillosa del Creador, proporciona los fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede
construir el edificio de las normas morales que guían sus decisiones. Establece también la base moral
indispensable para le edificación de la comunidad de los hombres. Finalmente, proporciona la base
necesaria a la ley civil que se adhiere a ella, bien mediante una reflexión que extrae la conclusión de sus
principios, bien mediante adiciones de naturaleza positiva u jurídica.
Los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos de una manera clara e inmediata. En la
situación actual, la gracia y la revelación son necesarias al hombre pecador para que las verdades
religiosas y morales puedan ser conocidas “de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla
de error”. La ley natural proporciona a la ley revelada y a la gracia un cimiento preparado por Dios y
armonizado con la obra del Espíritu.
4.3 La ley antigua
Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su ley, preparando así la
venida de Cristo. La ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Éstas
están declaradas y autentificadas en el marco de la Alianza de la Salvación.
La ley antigua es el primer estado de la ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los
Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre,
formando a imagen de Dios. Prohíben lo que contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo
que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la
llamada y los caminos de Dios, y para protegerlo contra el mal.
“La importancia que tiene el Decálogo para la moral es enorme. En primer lugar, para los judíos resume
lo más importante que tienen que cumplir para ser fieles a la Alianza con Dios. Los cristianos también
van a considerar central el Decálogo y será parte de la enseñanza de la moral hasta el día de hoy, unida,
a la moral que se desprende del Sermón de la Monte. El Decálogo es una base moral para toda la
humanidad. En efecto, sus exigencias tiene que ver con elementos fundamentales de la moral natural de
todos los hombres y también puede ser vistas como una base ética para la Declaración Universal de los
Derechos Humanos.
Según la tradición cristiana, la ley santa (Rom 7,12), espiritual (Rom 7,14) y buena (Rom 7,16) es
todavía imperfecta. Como un pedagogo (Gál 3, 24), muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo
la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de
ser una ley de servidumbre. Según San Pablo, tiene por función principal denunciar y manifestar el
pecado, que forma una “ley de concupiscencia” (Rom 7), en el corazón del hombre. No obstante,
constituye la primera etapa en el camino del reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada cristiano
a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza que subsiste para siempre,
como la Palabra de Dios.
La ley antigua es una preparación para el Evangelio. “La ley es profecía y pedagogía de las realidades
venideras”. Profetiza y presagia la obra de la liberación del pecado que se realizará con Cristo;
suministra al Nuevo Testamento las imágenes, los “tipos”, los símbolos para expresar la vida mediante
el Espíritu. La ley se completa según la enseñanza de los libros sapienciales y de los profetas, que la
orienta hacia la nueva Alianza y el reino de los cielos.
4.4 La ley nueva o ley evangélica
La ley nueva o la ley evangélica es la perfección de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y
se expresa particularmente en el Sermón de la Montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por Él
viene a ser la ley interior de caridad (cf Heb 8,8-10; Jer 31,31-34).
Es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo, actúa por la caridad, utiliza el
Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer y los sacramentos para comunicarnos la gracia
de realizarlo.
“Da cumplimiento” (Mt 5, 17-19), purifica, supera y lleva a su perfección la ley antigua. En las
Bienaventuranzas da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al Reino de los
cielos. Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los
humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando así los
caminos sorprendentes del reino.
Lleva a plenitud los mandamientos de la ley. El Sermón del Monte, lejos de abolir a devaluar las
prescripciones morales de la ley antigua, extrae de ella su virtualidad oculta y hacer surgir de ella nuevas
exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a
reformar la raíz de los actos, el corazón donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf. Mt 15, 18-
19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El evangelio conduce
así la ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre Celestial (cf. Mt 5, 44), mediante
el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina.
La moral del sermón del Monte es un punto central de la moral cristiana. Es la propuesta o programa de
conducta moral que Jesús propone a todos los que creen que Él es el Hijo de Dios.
Las frases que resumen el mensaje del Sermón del Monte se encuentren en San Mateo 5, 20 donde se
expresa: “ Y les digo que si vuestra conducta no es mejor que la de los maestros de la ley y de los
fariseos, no entrarán en el reino de los Cielos” y en Mateo 6, 33: “Busquen primero el reino de Dios y su
justicia y lo demás se os dará por añadidura” son citas que resumen todo el sentido del SM porque la
primera plantea el cambiar de conducta (no vivir igual que los fariseos) y la segunda plantea las
prioridades: para el seguidor de Cristo está primero la causa del Evangelio (los valores del reino) y luego
vienen las preocupaciones de este mundo.
4.5 La “Novedad” del mandamiento del amor
Siempre se ha dicho que Jesús enseñó el mandamiento del amor. Eso es cierto pero ya este mandamiento
se conocía en el Antiguo Testamento. Por tanto, la novedad no está en haber enseñado por primera vez
este mandamiento sino en el modo, la profundidad y la extensión con que lo enseñó:
a) La unión inseparable que Jesús plantea entre el amor a Dios y el amor al prójimo. En el AT
parecía que era posible separar ambos tipos de amor. Para Jesús son dos aspectos de un mismo
mandamiento: la manera de expresar concretamente el amor a Dios para por el amor al prójimo (“quien
dice amar a Dios y no ama al prójimo es un mentiroso” expresa san Juan).
b) La primacía (o la mayor importancia) que Jesús otorga al amor (a Dios y al prójimo) por sobre
todos los otros mandamientos. Jesús resume todas las exigencias éticas en el mandamiento del amor (a
Dios y al prójimo). Por eso los 10 mandamientos pueden reducirse a vivir el amor: el amor a la vida (no
matar), el amor a la verdad (no mentir) el amor al compromiso serio (no cometer actos impuros), el amor
al bien ajeno (no robar), etc.
c) Jesús enseña el amor al prójimo con tres novedades que nunca antes se habían planteado: 1.
Extensión máxima de amor al prójimo: amar hasta el enemigo; 2. Amar como Jesús nos ha amado
(en el AT se decía “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús cambia el criterio y dice “amen como Yo
los he amado”… es decir con un amor que puede llegar a dar la vida). 3. Perdonar sin medida.
5. La conciencia moral
“En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la
que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole
siempre a amar y hacer el bien y a evitar el mal… el hombre tiene una ley inscrita por Dios en su
corazón… la conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios,
cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” Gadudium et Spes, 16.
5.1 El dictamen de la conciencia
Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral (cf. Rom 2, 14-16) le ordena, en el momento
oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las opciones concretas aprobando las que son
buenas y denunciando las que son malas (cf. Rm 1,32). Atestigua la autoridad de la verdad con
referencia al bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge.
El hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que le habla.
La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de
un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está
obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el
hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina.
Es preciso que cada uno preste atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta
exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a
prescindir de toda reflexión, examen o interiorización.
La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral. La conciencia
moral comprende la percepción de los principios de la moralidad (“sindéresis”), su aplicación a las
circunstancias concretas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y en
definitiva el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad
sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el
dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o
juicio.
La conciencia hace posible asumir la responsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete el
mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él testigo de la verdad universal del bien, al mismo
tiempo que de la malicia de su elección concreta. El veredicto del dictamen de conciencia constituye una
garantía de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que se ha
de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de
Dios: “Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso que nos condene nuestra conciencia, pues
Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (Jn 3,19-20).
El hombre tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las
decisiones morales: “no debe ser obligado a actuar contra su conciencia. Ni se le debe impedir que actúe
según su conciencia, sobre todo en materia religiosa”.
5.2 La formación de la conciencia
Hay que formar la conciencia y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz.
Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero y querido por la sabiduría del Creador.
Es indispensable para las personas sometidas a influencias negativas y tentados por el pecado.
Es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y a la práctica de
la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o
sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los
movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. Garantiza la libertad y
engendra la paz del corazón.
En ella, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la
oración, y la pongamos en práctica. Es preciso, también, que examinemos nuestra conciencia atendiendo
a la cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los
consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia.
5.3 Decidir en conciencia
Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo con la
razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erróneo que se aleja de ellas. El hombre se ve a veces
enfrentado a situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar
siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina.
Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la experiencia y los signos de los tiempos
gracias a la virtud de la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo
y de sus dones.
En todos los casos son aplicables algunas reglas:
Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.
La “regla de oro”: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros” (Mt
7,12; LC 6,31; Tb 4,15). La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su
conciencia: “pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia…, pecáis contra Cristo”
(1Cor 8,12). “ lo bueno es… no hacer lo que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad”
(Rm 14,21).
5.4 El juicio erróneo
La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente
contra éste último, se condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada
por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos. Esta
ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así sucede “cuando el
hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la
conciencia se queda casi ciega”. En estos casos, la persona es culpable del mal que comete.
El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre
de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la
autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a
desviaciones del juicio en la conducta moral.
Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral,
el mal cometido por la persona no puede ser imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un
desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores.
La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo
“de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera” (1Tm 1,5; 3,9; 2Tm 1,3; 1P 3,21;
HCH 24,16).
La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo
“de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera” (1Tm 1,5; 3,9; 2 Tm 1,3; 1P 3,21;
Hch 24,16).
“Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los grupos se apartan
del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas objetivas de moralidad”.
6. Los valores
El valor es una realidad compleja. Se define como aquello que es (o hace a un objeto) apetecible,
amable, digno de aprobación, de admiración…; lo que provoca sentimientos, juicios o actitudes de
estima y recomendación; lo que es útil para un fin determinado. El valor dice relación a la persona
humana en cuanto hace referencia a su condición de ser indigente (deseos, aspiraciones, necesidades): la
experiencia humana de la exigencia de satisfacer un número de necesidades (biológicas, psicológicas,
sociales, espirituales).
La limitación característica del ser humano y su carencia radical le vuelven menesteroso y necesitado en
todos los niveles de su personalidad. Toda realidad que satisface esas exigencias o aspiraciones se hace
valiosa; es decir, constituye un valor hacia el que se experimenta una inclinación natural y espontánea.
El valor viene a llenar una ausencia, a satisfacer una necesidad, a ofrecer precisamente lo que falta.
El valor designa lo que dice perfección o bien; por tanto lo apreciable, lo preferible, lo deseable, el
objeto de una anticipación o de una espera normativa. A la vez, a nivel objetivo, dice relación a aquella
cualidad intrínseca del objeto que suscita la admiración, la estima, el respeto, el afecto, la búsqueda y la
complacencia.
Todos los valores dicen relación dicen relación a la persona humana en cuanto constituyen un bien para
ella. Sin embargo, el valor ético tiene un talante totalizante, y que no promociona una sola dimensión
sino la totalidad de la existencia en cuanto interpela a la libertad del sujeto como responsable de su
proyecto de vida. Así, a título de ejemplo, una persona inteligente siendo la inteligencia un valor) no es
necesariamente una persona honrada (el valor moral que abarca todas las dimensiones de la vida
relacionada con la honradez). Sólo el valor moral otorga el adjetivo de bondad o maldad a la persona.
Si el valor ético dice relación a la auténtica realización de la persona humana, como un llamado
correspondiente a su propia dignidad, ¿cuál es el referente fundante? Depende de cuál es el valor
supremo dentro de un pensamiento ético desde el cual se organiza la jerarquización de los valores éticos
dentro de su sistema moral particular.
En la Teología Moral se han presentado distinto referentes fundantes: la caridad, el reino de Dios, la
imitación de Cristo, el cuerpo místico de Cristo, el seguimiento de Cristo.
Desde la realidad latinoamericana se puede presentar otra formulación: el valor supremo de la ética
cristina en cuanto cristiana es la persona de Jesús el Cristo, y en cuanto ética es la caridad que se expresa
en el respeto por la dignidad de cada y toda persona humana (bioética), la opción por el amor (moral de
la sexualidad) y la exigencia de la solidaridad (moral social) teniendo al pobre como referente de
autenticidad práxica.
6.2 Valor y juicio moral
El juicio moral se pronuncia sobre la presencia o la ausencia de un valor ético en una situación o un
comportamiento concreto. La integración de distintos juicios, a partir de su estructura racional aplicada
al mayor número posible de situaciones, permite la formulación de principios para orientar el
comportamiento humano responsable.
Los principios morales han de ser entendido como directores de valor, mediante las cuales la experiencia
ética archivada ayudada, y no anula, la decisión original e irrepetible del individuo en la situación
concreta.
Los principios éticos orientan al sujeto en las situaciones conflictivas porque asumen la realidad
concreta en cuanto consideran las consecuencias de una acción, identificando en ella la presencia de un
valor que puede entrar en conflicto con otro.
En la reflexión moral, tradicionalmente se distinguen cuatro principios y cuatro distinciones.
Principios
a) El principio de doble efecto, supone un contexto en que una acción determinada provoca
simultáneamente dos consecuencias: una positiva y la otra negativa. Se establecen cuatro condiciones:
debe ser una acción buena en sí misma, o al menos, indiferente; la honestidad del fin; la independencia
del efecto bueno del malo; y una razón proporcionalmente grave.
b) El principio de totalidad asume la relación existente entre la parte y el todo, privilegiando el
significado más completo que posee el todo con respecto a la parte. El valor de la totalidad tienen una
preferencia cuando entra en conflicto con el valor de una parte.
c) El principio del bien posible o del mal menor presume una colisión de deberes o de conflicto de
valores, ya que la observación de una norma llevaría a consecuencias aún más graves, comprometiendo
valores de igual o mayor jerarquía (como por ejemplo en el caso de la legítima defensa). En el horizonte
de lo ideal (una tensión inherente a lo ético) no se puede desconocer lo real (la posibilidad concreta) en
una situación conflictiva.
d) El principio de la epiqueya tiene un talante ético jurídico dado que presupone una situación donde la
perspectiva moral no coincide con la jurídica vigente. Se trata de una situación concreta no prevista ni
previsible por el legislador, justamente para poder ser fiel al espíritu del legislador contenido en la ley
promulgada. En este caso hay una interpretación, por parte del sujeto agente, de la voluntad del
legislador o del espíritu de la ley, para hacerla coincidir con la perspectiva dentro del cual se ha
formulado la ley misma. El recurso a la epiqueya supone equilibrio, madurez y rectitud.
Distinciones
a) Voluntario-Involuntario: se emplea principalmente en el contexto del principio de doble efecto,
subrayando la voluntad de realizar el efecto positivo mientras tan sólo se tolera el efecto negativo. Esta
distinción dice relación a la actitud.
b) Directo-Indirecto: el efecto negativo debe seguir sólo indirectamente de la realización del acto de
doble efecto, pero no pude ser su fin directo que sólo puede identificarse con el efecto positivo. Este
criterio hace referencia al acto.
c) Activo-Pasivo: básicamente esta distinción sólo difiere de la anterior por la terminología y el ámbito
en el cual se aplica habitualmente (la licitud ética de dejar morir con dignidad se llamaba eutanasia
pasiva y la condena ética se dirige a una intervención activa o directa encaminada a abreviar la vida).
d) Inocente-Culpable: cuando se juzgaba lícito realizar una acción que tuviese como consecuencia
involuntaria (no deseada) e indirecta la muerte de un inocente (interrupción del embarazo en el caso de
un útero afectado por un tumor).
Si el valor es un bien ético (la justicia), el principio es una explicación direccional del valor que
posibilita su consecución (entonces, la justicia implica la perspectiva y la causa de los pobres).