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Para La VIDA PDF
Para La VIDA PDF
José Martí
"La Nación" B.A.-N. Y 1884
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Unas palabras…
Querido lector:
Muchas gracias.
José Martí
Prólogo a “El Poema del Niágara” de Pérez Bonalde
N.Y 1882
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ASAMBLEA DE HERRAMIENTAS
Cuentan que las herramientas, un buen día, se reunieron en asamblea plenaria con la
finalidad de arreglar sus diferencias.
El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La
Causa? Hacía demasiado ruido y además se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó
su culpa, pero pidió que el cepillo fuera expulsado también debido a que siempre hacía su
trabajo en la superficie, y no tenía profundidad alguna.
El cepillo aceptó a su vez, pero pidió la expulsión del tornillo. Adujo que había que darle
muchas vueltas para que sirviera para algo.
Ante el ataque el tornillo aceptó también. Pero a su vez pidió la expulsión del papel de lija.
Hizo ver que era muy áspero en su trato y siempre tenía fricciones con los demás. Y el papel
de lija aceptó, con la condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se pasaba
midiendo a los demás, con su medida como si este fuera perfecto.
En eso entró el carpintero, se puso el delantal y comenzó su trabajo. Utilizó el martillo, el
cepillo, el papel de lija, el metro y el tornillo.
Finalmente de la madera trabajada, salió un lindo mueble.
Cuando las herramientas quedaron solas, se reanudó la deliberación. Fue entonces cuando
tomó la palabra el serrucho y dijo:
Señores, ha quedado demostrado que tenemos muchos defectos, pero el carpintero trabaja
con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos e importantes. Así que no
pensemos en nuestras debilidades sino concentrémonos en nuestras fortalezas y aspectos
positivos.
La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, contundente y el cepillo suave y
eficaz. Se dieron cuenta de que el tornillo tenía la habilidad de unir y dar fuerza, y el papel de
lija era especial para afinar y limar asperezas.
También observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo
orgulloso capaz de servir y producir diversos artículos y muebles de calidad.
¿Ocurre lo mismo con nosotros los seres humanos? Observe a su alrededor y lo
comprobará.
Cuando en un hogar, empresa, institución u organización sus miembros gastan su tiempo y
esfuerzo en buscar los defectos de los demás, la situación se vuelve tensa, negativa y rumbo
al caos y la posible desaparición.
En cambio cuando los propósitos son enfocados positivamente buscando propiciar los
mejores valores individuales y de grupo, estamos ante las puertas de los mejores y más
satisfactorios logros humanos.
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BAILA COMO SI NADIE TE ESTUVIERA VIENDO
Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor después de casarnos,
después de tener un hijo y después tener otro. Entonces nos sentimos frustrados de que los
hijos no son lo suficientemente grandes y que seremos más felices cuando lo sean.
Después de eso nos frustramos porque son adolescentes (difíciles de tratar). “Ciertamente
seremos más felices cuando salgan de esta etapa”.
Nos decimos que nuestra vida estará completa cuando nuestro(a) esposo(a) le vaya mejor,
cuando tengamos un mejor carro o una mejor casa, cuando nos podamos ir de vacaciones,
cuando estemos retirados.
La verdad es que no hay mejor momento para ser felices que ahora, si no es ahora,
¿cuándo?
Tu vida siempre estará llena de retos. Es mejor admitirlo y decidir ser felices de todas formas.
Alfred D. Souza dijo: «¡Por largo tiempo parecía para mí que la vida estaba a punto de
comenzar, la vida de verdad!, pero siempre había algún obstáculo en el camino, algo que
resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda por pagar…
Entonces la vida comenzaría. Hasta que me di cuenta que estos obstáculos eran mi vida…»
No hay camino a la felicidad, la felicidad ES el camino. Así que atesora cada momento que
tienes y atesóralo más cuando lo compartas con alguien especial, suficientemente especial
para compartir tu tiempo, y recuerda que el tiempo no espera por nadie.
Así que deja de esperar hasta que termines la escuela, hasta que aumente tu sueldo, hasta
que bajes 10 kilos, hasta que te cases, hasta que tengas hijos, hasta que tus hijos se vayan
de casa, hasta el viernes, hasta el domingo por la mañana, hasta la primavera, el verano, el
otoño o el invierno, o hasta que te mueras. Para decidir que no hay mejor momento que este
para ser Feliz...
LA FELICIDAD ES UN TRAYECTO, NO UN DESTINO
Así que:
TRABAJA COMO SI NO NECESITARAS DINERO, AMA COMO SI NUNCA TE HUBIERAN
HERIDO y BAILA COMO SI NADIE TE ESTUVIERA VIENDO.
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EMPUJE LA VAQUITA
Un maestro de la sabiduría paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos
un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar.
Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de las visitas; también de
conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que tenemos de estas experiencias.
Llegando al lugar, constataron la pobreza del sitio, los habitantes -una pareja y tres hijos-,
tenían una humilde casa de madera y estaban vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin
calzado. Entonces se aproximó el Maestro al padre de familia y le preguntó:
– En este lugar no existen posibilidades de trabajo, ni tampoco puntos de comercio. ¿Cómo
hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?
El señor, calmadamente, respondió:
– Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días.
Una parte del producto la vendemos o la cambiamos por otros alimentos en la ciudad vecina,
y con la otra producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo, y así es como vamos
sobreviviendo.
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, luego se despidió y se
fue.
En el medio del camino, volteó hacia su fiel discípulo y le ordenó:
– Busca la vaquita, llévatela al precipicio de allí enfrente y empújala al barranco.
El joven, espantado, miró al Maestro y le cuestionó sobre el hecho de que la vaquita era el
medio de subsistencia de aquella familia. Más como percibió el silencio absoluto del Maestro,
fue a cumplir la orden. Así que empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir...
Aquella escena quedó grabada en la memoria del joven durante años y nunca pudo sacarse
un terrible cargo de conciencia por el crimen cometido a instancias de su Maestro. Tanto
impactó esto en su espíritu que abandonó al Maestro y prosiguió solo su camino.
Años después, el joven aprendiz debía pasar cerca de la casa y tomó la decisión de regresar
al lugar, contarle todo a la familia, obtener su perdón y, de ser ello posible, repararles el daño
causado.
Así lo hizo, y a medida que se aproximaba al lugar veía todo muy bonito, con árboles floridos,
una huerta arreglada, una bella casa, niños saludables y adecuadamente vestidos y
calzados. El joven se sintió más triste y desesperado aún, imaginando que aquella humilde
familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir.
Aceleró su paso y al llegar a la casa fue recibido por un hombre muy agradable y tranquilo. El
joven preguntó por la familia que vivió allí hacía unos cuantos años, pero el hombre le
respondió que ellos vivían allí de toda su vida.
Sorprendido, el joven revisó los rostros y descubrió que, efectivamente, se trataba de la
misma familia y sólo atinó a preguntar:
– Yo pasé años atrás y éste era un lugar pobre... ¿Cómo logró esta prosperidad?
Y el hombre, entusiasmado contestó:
– Mire joven... Años atrás nosotros teníamos una vaquita, pero no sabemos cómo, se cayó a
un precipicio y murió. Al principio creíamos que sería nuestra ruina. Sin embargo, obligados
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por las circunstancias debimos desarrollar otras habilidades y esfuerzos que ignorábamos
que fuésemos capaces de lograr. Y así alcanzamos el éxito que usted observa ahora...
MORALEJA:
Todos tenemos una vaquita que nos proporciona alguna cosa básica para nuestra
supervivencia, la cual es una convivencia con la rutina, nos hace dependientes, y el mundo
se reduce a lo que la vaquita nos brinda.
¡Descubre cuál es tu vaquita y empújala por el precipicio!
EQUIPO DE LA SELVA
Cuentan que en cierta ocasión el león, el rey de la selva, se encontraba muy preocupado por
la cantidad de cazadores que perseguían a las fieras y decidió hacer un ejército con el que
pudieran defenderse. Para ello salió a reclutar animales.
El primero que encontró a su paso fue al enorme y pesado elefante.
– Buenos días rey de la selva -saluda cordialmente el mastodonte.
– Buenos días mi querido elefante. ¿Quieres formar parte de mi ejército? -le preguntó el león.
– Por supuesto, majestad, por supuesto. Tú serás nuestra mayor defensa.
Los dos caminaron juntos en busca de nuevos reclutas. No tardaron en encontrarse con un
lobo. Este se inclinó en signo de sumisión y saludó respetuosamente.
– Buenos días, majestad.
– Muy buenos días, lobo feroz. Estoy reuniendo un valiente ejército para defendernos de los
cazadores. ¿Te unirás a nosotros?
El elefante miró al león y preguntó:
– ¿Para que te servirá un animal tan pequeño, comparado conmigo?
El rey de la selva, sin hacer caso a las alusiones del paquidermo, se dirigió de nuevo al lobo
y le dijo:
– Tú podrías ser un soldado muy fiero.
Por supuesto el lobo aceptó y los tres caminaron en busca de nuevos reclutas. Dieron
entonces con un mono chillón y el león lo invitó también a formar parte de sus huestes.
– ¿Para que lo quieres? No creo que sirva para nada -preguntó el lobo.
– Siempre sería bueno distraer al enemigo -sentenció el león- Nadie mejor que él para eso.
Caminaron entonces los cuatro. Ya sentía el león que el ejército se formaba. De pronto, ante
ellos apareció una asustadiza liebre y un pobre burro que apenas podía caminar.
El elefante y el lobo feroz se miraron, extrañados de que el león se dirigiera a esos dos
animales.
– No querrá reclutarlos ¿verdad? -se preguntaron el lobo y el elefante al mismo tiempo.
– ¡Claro que quiero reclutarlos! -rugió el león.
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– ¿Para qué? -preguntó el lobo-. ¿No te das cuenta que la liebre es un animal siempre
asustado, que huye con rapidez hasta su madriguera?... Y ese pobre burro, está tan viejo
que no tiene ya fuerza ni para cargar con su propio peso. ¡Estos dos si que no ayudarán en
nada!
Pero el león los reclutó.
Y el día de la batalla el burro, sentado en un punto de avanzada, rebuznó bien fuerte, y su
rebuzno alertó a todos de la proximidad del enemigo. La liebre corrió aprovechando su
rapidez, llevando mensajes de uno a otro. El mono chillón distrajo a los cazadores brincando
de un árbol a otro, gritando como solo él sabía hacerlo.
En tanto que el elefante apareció como una tromba, con su majestuoso tamaño, resoplando y
emitiendo sonidos agudos, y tras él apareció por un lado, el lobo con el lomo erizado y los
colmillos amenazantes, y por el otro el mismísimo león, rugiendo mientras sacudía la melena.
Ante todo ello, los aterrorizados cazadores no tuvieron otra opción que huir, abandonando
sus armas y jurándose no regresar jamás por aquella selva.
Por supuesto no es más que un cuento infantil, sacado del libro de fábulas. Pero la lección es
clara. El león fue un verdadero líder porque supo trabajar con las fortalezas de los miembros
de su equipo, a pesar de que algunos de ellos se concentraban en las debilidades de los
demás. El elefante veía muy pequeño al lobo, comparado con él. Y ambos, elefante y lobo,
no le veían utilidad alguna al mono chillón y menos aún a la huidiza liebre y al burro viejo.
Si pudiéramos concentrarnos más en las cualidades y menos en los defectos de aquellos
que nos rodean, llevaríamos una vida más agradable. Pero lo contrario es lo más usual, por
desgracia hay demasiada gente concentrada tan solo en los aspectos más desagradables de
los otros. El resultado es que llenan sus cabezas con la crítica y la condena y acaban
amargándose a sí mismos, y por supuesto amargando a aquellos que critican. Los padres
respecto de sus hijos, los gerentes y supervisores respecto de sus subordinados, los
maestros respecto de sus alumnos, los compañeros de trabajo unos respecto de otros, todos
deberíamos aprovechar la experiencia del león formando su ejército.
Y si por casualidad no encontráramos cualidades en los demás, debemos preocuparnos,
pero no por ellos que seguramente las tienen, sino por nosotros que posiblemente nos
habremos vuelto tan negativos que ya no somos capaces de percibir lo bueno de ellos.
LO NEGATIVO: No ver más que defectos y puntos débiles en aquellos con quien nos
toca vivir o trabajar.
LO POSITIVO: Darnos cuenta que aprovechando las cualidades y los puntos fuertes de
los demás y enfocándolos a logros extraordinarios, es como contaremos con gente
extraordinaria.
EQUIVOCACIONES
El error más grande lo cometes cuando, por temor a equivocarte, te equivocas dejando de
arriesgar en el viaje hacia tus objetivos.
No se equivoca el río cuando, al encontrar una montaña en su camino, retrocede para seguir
avanzando hacia el mar... Se equivoca el agua que por temor a equivocarse, se estanca y se
pudre en la laguna.
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No se equivoca la semilla cuando muere en el surco para hacerse planta... Se equivoca la
que por no morir bajo la tierra, renuncia a la vida.
No se equivoca el hombre que ensaya por distintos caminos para alcanzar sus metas... Se
equivoca aquel que por temor a equivocarse no acciona.
No se equivoca el pájaro que ensayando el primer vuelo cae al suelo... Se equivoca aquel
que por temor a caerse renuncia a volar permaneciendo en el nido.
Pienso que se equivocan aquellos que no aceptan que ser hombre es buscarse a sí mismo
cada día... sin encontrarse nunca plenamente.
Creo que al final del camino no te premiarán por lo que encuentres sino por aquello que
hayas buscado honestamente.
FRACASAS CUANDO ELIGES NO SEGUIR PROBANDO ALTERNATIVAS.
LOS GANSOS
Cuando veas a los gansos emigrar, dirigiéndose hacia un lugar más cálido para pasar el
invierno fíjate que vuelan en forma de V.
Tal vez te interese saber por qué lo hacen en esa forma:
Al batir sus alas, cada pájaro produce un movimiento en el aire que ayuda al pájaro que va
detrás de él.
Volando en V la bandada de gansos incrementa su poder de vuelo en un 71% en
comparación con un pájaro que vuela solo.
Las personas que comparten una dirección común y tienen sentido de comunidad, pueden
llegar a cumplir sus objetivos más fácil y rápidamente, porque ayudándonos entre nosotros
los logros son mayores.
Cada vez que un ganso sale de la formación siente inmediatamente la resistencia del aire, se
da cuenta de la dificultad de hacerlo solo y rápidamente vuelve a la formación para
beneficiarse del compañero que va adelante.
Si nos unimos y nos mantenemos junto a aquellos que van en nuestra misma dirección, el
esfuerzo será menor, será más sencillo y más placentero alcanzar las metas.
Cuando el líder de los gansos se cansa, se pasa a uno de los lugares de atrás, y otro ganso
toma su lugar.
Los hombres obtenemos mejores resultados si nos apoyamos en los momentos duros, si nos
respetamos compartiendo los problemas y los trabajos más difíciles.
Los gansos que van atrás graznan para alentar a los que van adelante a mantener la
velocidad.
Una palabra de aliento a tiempo, ayuda, da fuerza, motiva, produce el mejor de los
beneficios.
Finalmente cuando un ganso se enferma o cae herido por un disparo, otros dos gansos salen
de la formación y lo siguen para apoyarlo y protegerlo.
Si nos mantenemos uno al lado del otro apoyándonos y acompañándonos, si hacemos
realidad el espíritu de equipo, si pese a las diferencias podemos conformar un grupo humano
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para afrontar todo tipo de situaciones, si entendemos el verdadero valor de la AMISTAD, si
somos conscientes del sentimiento de COMPARTIR, la vida será más simple y el vuelo de
los años más placentero.
EL ÁRBOL CONFUNDIDO
Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser
cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales,
todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol
profundamente triste. Tenía un problema: "No sabía quién era."
– Lo que te falta es concentración, le decía el manzano, si realmente lo intentas, podrás tener
sabrosas manzanas. ¿Ves qué fácil es?
– No lo escuches, exigía el rosal. Es más sencillo tener rosas. ¿Ves qué bellas son?
Y el árbol, desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los
demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del
árbol, exclamó:
– No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la
tierra. Yo te daré la solución. No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas...
Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior. Y dicho esto, el búho
desapareció.
¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? Se preguntaba el árbol desesperado,
cuando de pronto, comprendió...
Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior
diciéndole:
“Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque
no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobija a las
aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje… Tienes una misión: ¡Cúmplela!”
Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual
estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo
entonces el jardín fue completamente feliz.
¿Cuántos serán robles que no se permiten a sí mismos crecer? ¿Cuántos serán rosales que
por miedo al reto, sólo dan espinas? ¿Cuántos, naranjos que no saben florecer? En la vida,
todos tenemos un destino que cumplir, un espacio que llenar...
¿Cuántas veces tratamos de ir por el mundo intentando ser lo que otros quieren que seamos,
aún cuando esto signifique nuestra infelicidad? Ten valor y carácter... busca en tu interior y
así sabrás hacia dónde dirigirte cuando no sepas quién eres...
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TODOS TENEMOS GRIETAS
Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un
palo y que llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras
que la otra era perfecta y conservaba toda el agua. Al final del largo camino a pie, desde el
arroyo hasta la casa de su patrón, cuando llegaba, la vasija rota sólo tenía la mitad del agua.
Durante dos años completos esto fue así diariamente. Desde luego la vasija perfecta estaba
muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada.
Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se
sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su
obligación.
Después de dos años, la tinaja quebrada le habla al aguador diciéndole:
– Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes
entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.
El aguador, le dijo compasivamente:
– Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo
del camino.
Así lo hizo la tinaja. Y en efecto vio muchas flores hermosas a lo largo, pero de todos modos
se sintió apenada porque al final, sólo quedaba dentro de ella la mitad del agua que debía
llevar.
EI aguador le dijo entonces:
– ¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido
de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo
del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido
recoger estas flores.
Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear
esta belleza.
Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas, pero
debemos saber que siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener
buenos resultados.
LLENANDO EL CÁNTARO
Cuentan que una vez un hombre envió a su joven hijo a llenar un cántaro al río, y le dijo que
volviera lo antes posible; el joven obedeció y fue hacia el río mientras su padre le observaba
de lejos. Entonces el hombre vio a su hijo poniendo el cántaro debajo una cascada, y la
fuerza del agua era tal y la cantidad tan grande que no entraba el agua al cántaro pues era
de cuello delgado.
Cuando el hijo regresó con el cántaro había roto el cuello del mismo por el constante golpear
y la fuerza del agua, esto además provocó que el agua llegara turbia y sucia. El padre
preguntó entonces:
– ¿Por qué no simplemente sumergiste el cántaro en el río? ¿No veías que el agua de la
cascada era demasiada para el cuello del cántaro?
El hijo contestó:
– Sí, pero es que quería llenarlo lo más rápido posible.
Muchas veces en nuestras vidas tratamos de "llenarnos" a nuestro tiempo en un mundo
acelerado y convulsionado. Por eso logramos las cosas a medias y el agua que conseguimos
no es pura ni cristalina, sino turbia. Queremos tener todo "ya" y en el proceso muchas veces
nos lastimamos por no sumergirnos poco a poco en la corriente calmada del río.
Aprende a conocer tu capacidad, no quieras hacer las cosas en tu momento, y espera a
llenar tu cántaro hasta el tope, pero en SU momento y según TU capacidad y preparación.
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Ese proceso consiste en volar hacia lo alto de una montaña y quedarse ahí, en un nido
cercano a un paredón, en donde no tenga la necesidad de volar.
Después de encontrar ese lugar, el águila comienza a golpear su pico en la pared hasta
conseguir arrancarlo. Luego debe esperar el crecimiento de uno nuevo con el que
desprenderá una a una sus uñas.
Cuando las nuevas uñas comienzan a nacer, comenzará a desplumar sus plumas viejas.
Después de cinco meses, sale para su vuelo de renovación y a vivir 30 años más. En
nuestras vidas, muchas veces tenemos que resguardamos por algún tiempo y comenzar un
proceso de renovación para continuar un vuelo de victoria, debemos desprendernos de
costumbres, tradiciones y recuerdos que nos causaron dolor.
Solamente libres del peso del pasado podremos aprovechar el resultado valioso que una
renovación siempre trae.
EN EL ANDÉN DE LA VIDA
Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en que ella viajaría se
retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una
revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo.
Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras hojeaba
su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la
señora observó cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano,
agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una,
despreocupadamente.
La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella
situación o hacer de cuenta que nada había pasado. Así que, con un gesto exagerado, tomó
el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a
los ojos.
Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La
señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a
comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho. El diálogo de miradas y
sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho
cada vez más sonriente.
Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. "No
podrá ser tan caradura", pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de
galletas.
Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió
exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a
su compañera de banco.
– ¡Gracias! -dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad.
– De nada -contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el
tren anunció su partida...
La señora se levantó furiosa del banco y subió a su coche. Al arrancar, desde la ventanilla de
su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: “¡Qué insolente, qué mal
educado, qué será de nuestro mundo!”
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Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que
aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó
totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas
intacto.
Cuántas veces nuestros prejuicios, hacen valorar erróneamente a las personas; cuántas
veces la desconfianza ya instalada en nosotros hace que juzguemos injustamente perdiendo
la gracia natural de compartir y enfrentar situaciones.
Cuenta tu jardín por las flores, no por las hojas caídas. Cuenta tus días por las horas
doradas, y olvida las penas habidas. Cuenta tus noches por estrellas, no por sombras.
Cuenta tu Vida por sonrisas, no por lágrimas... y para tu gozo en esta Vida, cuenta tu edad
por AMIGOS, no por años.
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Las cosas más bellas del mundo no se ven ni se tocan... Sólo se sienten en el corazón.
EL ROBLE
Nuestro cuerpo siempre nos da el primer aviso. Hemos llegado al límite. La presión, el
cansancio, el estado de ánimo, la confusión, el agotamiento y la falta de claridad indican que
se están agotando todas nuestras fuerzas. Es tiempo de actuar. Llegó el momento que
decidimos dar un ataque frontal contra todos los asuntos que nos abruman.
Tenemos la esperanza de triunfar, de terminar de una vez por todas con los problemas que
nos agobian. No debemos engañarnos, el objetivo de terminar de un solo golpe con nuestras
preocupaciones es difícil de lograr.
En la plaza central del pueblo debían quitar un gran roble que con el paso de los años se
había convertido en un símbolo del lugar. Hasta en el escudo del pueblo se dibujaba su
silueta. El roble se había enfermado de un extraño virus. Corría el riesgo de caerse y de
contagiar a los árboles más cercanos. Ya se había hecho todo lo posible por salvarlo y la
triste determinación de derribarlo provocaba en los vecinos una profunda sensación de
impotencia.
No es fácil determinar la causa de un problema y no es el camino más agradable tomar la
decisión de solucionarlo.
Los leñadores llegaron una mañana con sierras automáticas y hachas. Los vecinos se
reunieron en la plaza para presenciar su caída. Esperaban oír el estrépito producido por el
choque del inmenso árbol contra el suelo.
Suponían que los hombres empezarían a cortarlo por el tronco principal en un lugar lo más
pegado a la tierra. Pero los hombres colocaron escaleras y comenzaron a podar las ramas
más altas.
En ese orden de arriba hacia abajo cortan desde las más pequeñas hasta las más grandes.
Así, cuando terminaron con la copa del árbol, sólo quedaba el tronco central, y en poco
tiempo más aquel poderoso roble yacía cuidadosamente cortado en el suelo.
El sol ahora cubría el centro del parque, su sombra ya no existía, era como si no hubiera
tardado medio siglo en crecer, como si nunca hubiera estado allí. Los vecinos preguntaron
por qué los hombres se habían tomado tanto tiempo y trabajo para derribarlo. El más
experimentado leñador explicó:
– Cortando el árbol cerca del suelo, antes de quitar las ramas, se vuelve inconsolable y en su
caída, puede quebrar los árboles más cercanos o producir otros destrozos. Es más fácil
manejar un árbol cuando más pequeño se le hace.
El inmenso árbol de la preocupación, que tantos años ha crecido en cada uno de nosotros,
puede manejarse mejor si se lo hace lo más pequeño posible. Para lograrlo, es aconsejable
podar, en principio, los pequeños obstáculos que nos impiden el disfrutar de cada día y así ir
quitando el temor de que en el intento de librarnos de estos y mejorar, todo se derrumbe.
En ese orden, quitando del comienzo los pequeños problemas, podemos, gradualmente, ir
llegando al tronco principal de nuestras preocupaciones. Para cambiar hay que realizar una
tarea a la vez, quitar las ramas de la preocupación de una en una, ocuparnos y no
preocuparnos. Tal como indica la palabra. Reconocer nuestros errores y tener el valor para
enfrentarlos, establecer las prioridades y los objetivos en la vida y mantener una verdadera
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determinación para librarnos poco a poco de todo el peso que nos impide trabajar, crecer,
disfrutar y vivir, transformando nuestras ansiedades, miedos y preocupaciones en coraje,
esperanza y fe.
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El rey dirigió la mirada en dirección de la voz y allí estaba su primera esposa. Se veía tan
delgaducha, sufría de desnutrición. Profundamente afectado, el monarca dijo: ¡Debí haberte
atendido mejor cuando tuve la oportunidad de hacerlo!
MORALEJA
En realidad, todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas:
Nuestra cuarta esposa es nuestro cuerpo... no importa cuánto tiempo y esfuerzo invirtamos
en hacerlo lucir bien, nos dejará cuando muramos.
Nuestra tercera esposa son nuestras posiciones, condición social y riqueza… cuando
muramos, irán a parar a otros
Nuestra segunda esta es nuestra familia y amigos... no importa cuánto nos hayan sido de
apoyo a nosotros aquí, lo más que podrán hacer es acompañarnos basta el sepulcro.
Y nuestra primera esposa es nuestra alma, frecuentemente ignorada en la búsqueda de la
fortuna, el poder y los placeres del ego. Sin embargo, nuestra alma es la única que nos
acompañará adonde quiera que vayamos
¡Así que cultívala, fortalécela y cuídala ahora! Es el más grande regalo que puedes
ofrecerle al mundo.
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Vivimos dentro de una zona de comodidad donde nos movemos, y creemos que eso es lo
único que existe.
Dentro de esa zona está todo lo que sabemos, y todo lo que creemos. Viven nuestros
valores, nuestros miedos y nuestras limitaciones. En esa zona reina nuestro pasado y
nuestra historia. Todo lo conocido, cotidiano y fácil.
Es nuestra zona de confort y, por lo general, creemos que es nuestro único lugar y modo de
vivir.
Tenemos sueños, queremos resultados, buscamos oportunidades, pero no siempre estamos
dispuestos a correr riesgos. No siempre estamos dispuestos a transitar caminos difíciles. Nos
conformamos con lo que tenemos; creemos que es lo único y posible, y aprendemos a vivir
desde la resignación.
El liderazgo es la habilidad que podemos adquirir cuando aprendemos a ampliar nuestra
zona de comodidad.
Cuando estemos dispuestos correr riesgos, cuando a caminar en la cuerda floja, cuando
estemos dispuestos a levantar la vara que mide nuestro potencial.
Un verdadero líder tiene seguridad en si mismo para permanecer solo; coraje, para tomar
decisiones difíciles; audacia, para transitar hacia lo nuevo con pasión, y ternura suficiente
para escuchar las necesidades de los demás.
El hombre no busca ser un líder. Se convierte en líder por la calidad de sus acciones y la
integridad de sus intentos. Los líderes son como las águilas: no vuelan en bandadas… Los
encuentras cada tanto y volando solos. Nadie vendrá a rescatarte, nadie cortará tu rama. Tú
eres el mago.
Tu futuro está en tus manos. Solo necesitas comenzar...
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Es actuar con entusiasmo. Es tener una actitud positiva.
Es transitar por caminos desconocidos. Es desarrollar la creatividad.
Es probar hacer algo que nunca hiciste. Es utilizar la imaginación.
Es saber que no estamos solos. Es no Es volver a empezar, sin darse por
rendirse jamás.. vencido.
Es rendirse ante lo que no se puede Es hacer las cosas lo mejor posible, pero
cambiar hacerlas.
Es disfrutar de cada momento. Es actuar como si ya hubieras logrado tus
Es tener tiempo libre y disfrutarlo. metas.
Es tener claridad en el propósito.
Es tener metas claras.
Es no hacerse problema por las cosas
Es tener perseverancia para alcanzar tus
pequeñas.
sueños.
Es estar preparado para ver la Es dejar una huella para que otros
puedan seguir.
oportunidad.
Es arriesgar.
¿Te atreves?
LA PUERTA NEGRA
Érase una vez en el país de las mil y una noches.
En este país había un rey que era muy polémico por sus acciones, tomaba prisioneros de
guerra y los llevaba a una enorme sala. Los prisioneros eran colocados en grandes hileras en
el centro de la sala y el gritaba diciéndoles:
– ¡Les voy a dar una oportunidad! Miren el rincón del lado derecho de la sala...
Al hacer esto, los prisioneros veían a algunos soldados armados con arcos y flechas, listos
para cualquier acción.
– Ahora, -continuaba el rey- miren hacia el rincón del lado izquierdo...
Al hacer esto, todos los prisioneros notaban que había una horrible y grotesca puerta negra,
de aspecto dantesco. Cráneos humanos servían como decoración y el picaporte para abrirla
era la mano de un cadáver.....
En verdad, algo verdaderamente horrible solo de imaginar, mucho más para ver.
El rey se colocaba en el centro de la sala y gritaba:
– Ahora escojan, ¿qué es lo que ustedes quieren? ¿Morir clavados por flechas o abrir
rápidamente aquella puerta negra mientras los dejo encerrados allí? Ahora decidan, tienen
libre albedrío, escojan...
Todos los prisioneros tenían el mismo comportamiento: a la hora de tomar la decisión, ellos
llegaban cerca de la horrorosa puerta negra de más de cuatro metros de altura, miraban los
cadáveres, la sangre humana y los esqueletos con leyendas escritas del tipo: "viva la muerte"
y decidían:
– Prefiero morir flechado...
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Uno a uno, todos actuaban de la misma forma, miraban la puerta negra y a los arqueros de la
muerte y decían al rey:
– Prefiero ser atravesado por flechas a abrir esa puerta y quedarme encerrado.
Millares optaron por lo que estaban viendo: la muerte por las flechas.
Un día, la guerra terminó y pasado el tiempo, uno de los soldados del "pelotón de flechas"
estaba barriendo la enorme sala cuando apareció el rey.
El soldado con toda reverencia y un poco temeroso, preguntó:
–Sabe, gran rey, yo siempre tuve una curiosidad, no se enfade con mi pregunta, pero... ¿qué
es lo que hay detrás de aquella puerta negra?
El rey respondió...
– ¿Recuerdas que a los prisioneros siempre les di la opción de escoger? Pues bien... ve y
abre esa puerta negra.
El soldado, temeroso, abrió cautelosamente la puerta y sintió un rayo puro de sol besar el
suelo de la enorme sala, abrió un poco más la puerta y más luz y un delicioso aroma a verde
llenó del lugar. El soldado notó que la puerta negra daba a un campo que apuntaba a un gran
camino.
Fue ahí que el soldado se dio cuenta de que la puerta negra llevaba hacia la Libertad...
Todos tenemos una puerta negra dentro de nuestra mente.
Para algunos, la puerta negra es el miedo a lo desconocido, para otros, es una persona
difícil, tal vez para otros es una frustración, ya sea miedo a relacionarse o miedo a ser
rechazado, miedo a innovar o miedo a cambiar, miedo a volar más alto...
Para algunos la puerta negra es la inseguridad porque la falta de preparación lo atemoriza, o
una traba imaginaria que la inseguridad de la vida fabricó durante su educación o su crianza.
Pero si tú puedes perder, también puedes vencer. Si das un paso más allá del miedo, vas a
encontrar un rayo de sol entrando en tu vida...
¡Abre esa puerta negra y deja que el sol te inunde!
ACCIÓN DIARIA
Allí donde terminaba el pueblo había un barranco, una especie de arroyo seco que ya había
dejado de ser útil por un nuevo canal que se construyó por otro lado del pueblo.
Pero este barranco era muy importante para la comunidad porque más allá del arroyo seco
había unos increíbles prados y una hermosa cascada que la gente visitaba con mucha
frecuencia, pero para hacerlo antes debía sortear obstáculos.
Primero bajar trabajosamente y luego subir una muy empinada cuesta para poder disfrutar de
todas las bellezas que había del otro lado.
El hombre más sabio del lugar se acercaba al borde del barranco y desde el mismo sitio
todos los días arrojaba al fondo del mismo, piedras y guijarros que juntaba en las cercanías.
Su pequeño nieto; que muchas veces lo acompañaba al lugar, le preguntó:
– ¿Para qué haces eso abuelo? -y el anciano sabio le respondió:
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– Es mi aporte para reducir el abismo que nos separa de los prados y de las cascadas y que
tanto deseamos ver.
Si todos hacemos lo mismo, y si en el futuro tus hijos y tus nietos también lo hacen, alguna
vez el barranco quedará cubierto y los hombres podrán disfrutar sin fatigas de lo que ahora
nosotros debemos subir para gozar.
Mis piedras son pequeñas ya que no puedo cargar las más grandes, pero gracias a ellas las
cascadas y los prados están cada día más cerca.
OBSTÁCULOS EN EL CAMINO
Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino. Luego se
escondió y miró para ver si alguien quitaba la tremenda piedra. Algunos simplemente la
rodearon. Muchos culparon a la autoridad por no mantener los caminos despejados, pero
ninguno de ellos hizo nada para sacar la piedra del camino.
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Un vecino del pueblo que vivía en el sitio más descampado, pasaba por allí exhausto con un
fardo de leña sobre sus hombros y la vio.
Se detuvo, luego se aproximó a ella, puso su carga en el piso trabajosamente y trató de
mover la roca a un lado del camino.
Después de empujar y empujar hasta llegar a fatigarse mucho, con gran esfuerzo, lo logró.
Mientras recogía su fardo de leña, vio una pequeña bolsita en el suelo, justamente donde
antes había estado la roca. La bolsita contenía muchas monedas de oro y una nota para la
persona que removiera la roca como recompensa por despejar el camino.
El campesino aprendió ese día que cada obstáculo puede estar disfrazando una oportunidad
tanto para ayudar a los demás como para ayudarse a si mismo.
TU PROPIO JUCIO
A un oasis llega un joven, toma agua, se asea y pregunta a un anciano que se encuentra
descansando:
– ¿Qué clase de personas viven aquí?
El anciano le pregunta:
– ¿Qué clase de gente había en el lugar de donde tú vienes?
– Un montón de gente egoísta y mal intencionada -replicó el joven-. Estoy encantado de
haberme ido de allí.
A lo cual el anciano comentó:
– Lo mismo habrás de encontrar aquí.
Ese mismo día otro joven se acercó a beber agua al oasis y viendo al anciano preguntó:
– ¿Qué clase de personas viven en este lugar?
El viejo respondió con la misma pregunta:
– ¿Qué clase de personas viven en el lugar de donde tú vienes?
– Un magnífico grupo de personas, honestas, amigables, hospitalarias; me duele mucho
haberlos dejado.
– Lo mismo encontrarás aquí, -respondió el anciano.
Un hombre que había escuchado ambas conversaciones le preguntó al viejo:
– ¿Cómo es posible dar dos respuestas tan diferentes a la misma pregunta?
A lo cual el viejo contestó:
– Cada uno de nosotros sólo puede ver lo que lleva en su corazón. Aquel que no encuentra
nada bueno en los lugares donde estuvo no podrá encontrar otra cosa aquí ni en ninguna
otra parte.
Si te sientes dolorido por alguna causa externa, no es eso lo que te perturba, sino tu propio
juicio sobre ella.
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EL VIOLÍN
El subastador pensó que perdía su tiempo mostrando ese viejo violín estropeado y arañado,
pero aún así, lo mostró.
– ¿Cuánto ofrecen, buena gente? -gritó.
– ¿Quién hará la primera oferta?
– ¡Un dólar, un dólar! -entonces...
– ¡Dos! ¿Sólo dos?
– ¡Dos dólares!
– ¿Hay alguien que de tres?
– ¡Tres dólares! ...
– ¡Tres dólares la una! ¡Tres dólares...a las dos! Que se va por tres... pero…
–¡No!
Un hombre canoso se puso de pie, llegó adelante y tomó en sus manos el arco. Limpiando el
polvo del viejo violín armonizó sus cuerdas y tocó una melodía muy tierna. Al cesar la música
el subastador dijo, en voz muy baja y más bien para sí:
– ¡Cuánto daría yo por tener este viejo violín! -y tomándolo con más cariño lo volvió a
levantar:
– ¡Cien dólares!
– ¿Y quién da doscientos?
– ¡Doscientos!
– ¿Y quién da trescientos?
– ¡Trescientos!
– ¡Trescientos, a la una! ¡Trescientos a las dos! ¡Y se va y se fue! -exclamó.
Algunos lloraban y los demás aplaudían...
“No podemos comprender”, se decían, “¿Qué cambió su valor?” Alguien dijo por allí que fue
el toque de la mano de un maestro. Muchas personas sienten que sus vidas están fuera de
tono. No saben cómo aprovechar todos los recursos y talentos de que disponen. No saben
cómo convertir sus excusas en razones. No pueden ver las oportunidades que existen dentro
de las crisis. No le encuentran sentido a lo que hacen. No saben como ponerse en acción... y
a similitud del viejo violín se "subastan baratamente" a la multitud siguiendo el viaje de la vida
como un juego que no requiere pensar.... Pero un día cuando están preparados el maestro
aparece.
La gente no comprende cómo él puede encontrar tanto valor en algo que ellos no pueden. El
secreto del Maestro es mirar más allá de las apariencias y conectarse con la verdad de
alma de las cosas.
“La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer resolvería los
problemas más grandes que hay en el mundo.”
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LA ROSA ROJA Y EL SAPO
Había una vez una rosa roja muy bella que se sentía de maravilla al saber que era la rosa
más bella del jardín.
Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la admiraba de lejos ya que al lado de ella
siempre había un sapo grande y oscuro, y que era por eso que nadie se acercaba a mirarla
de cerca. Indignada ante lo descubierto le ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo,
muy obediente, dijo:
– Está bien, si así lo quieres...
Poco tiempo después el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al verla
totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo entonces:
– Vaya que te ves mal ¿Qué te pasó?
La rosa contestó:
–Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a
ser igual.
El sapo sólo contestó:
– Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la
más bella del jardín.
Muchas veces desprecios a los demás por creer que somos más que ellos, más bellos o
simplemente que no nos "sirven" para nada.
¿HONESTIDAD O HIPOCRESÍA?
En el reino de Ts'u vivía un joven llamado Honesto. Su padre robó una oveja, así que él fue a
informar de ello al magistrado, que hizo arrestar al culpable y castigarlo. El joven Honesto
pidió que se le permitiera sufrir la pena en lugar de su padre. Cuando ya iba a cumplirla, le
dijo al oficial:
– ¿Acaso no fui honesto cuando mi padre robó una oveja y yo denuncié el robo? ¿Acaso no
actué como un hijo que honraba a su padre cuando él iba a ser castigado y yo me ofrecí a
reemplazarlo? Si castigáis a los honestos, a los que demuestran amor filial, ¿quién habrá en
todo el reino que no merezca castigo?
Ante estas palabras, el magistrado liberó al joven.
¡Qué extraño que un hombre venda el buen nombre de su padre para hacerse reputación de
honesto! Si eso es honestidad, mejor sería ser deshonesto.
Debemos amar la verdad, pero sin buscar beneficios espurios. Glorificar nuestra devoción
por una verdad abstracta no es un propósito noble.
MANOS
Durante el siglo XV, en pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una familia con 18 niños.
Para poder poner pan en la mesa para tal prole, el padre y jefe de familia trabajaba casi 18
horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara.
A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los hijos de Albrecht Durer tenía
un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre
jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia.
Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un
acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los
estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al
que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario.
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Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia.
Albrecht Durer ganó y se fue a estudiar a Nuremberg.
Albert comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los
próximos cuatro años para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer
momento fue toda una sensación en la Academia.
Los grabados de Albrecht, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de
muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a
ganar considerables sumas con las ventas de su arte. Cuando el joven artista regresó a su
aldea, la familia Durer se reunió para dar una cena festiva en su honor. Al finalizar la
memorable velada, Albrecht se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un
brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una
realidad.
Sus palabras finales fueron:
– Ahora, Albert hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus
sueños, que yo me haré cargo de ti. - Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia
el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenía el rostro empapado en lágrimas, y
movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez: “No... No... No...”
Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de
aquellos seres queridos y se dirigió a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel
le dijo suavemente:
– No, hermano, no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Mira lo que cuatro años de
trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al
menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta
me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis... Mucho menos podría trabajar con
delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No
hermano... para mí ya es tarde.
Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas,
tallas y demás obras de Albrecht Durer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el
mundo. Pero seguramente usted, como la mayoría de las personas, solo recuerde uno.
Lo que es más, seguramente hasta tenga uno en su oficina o en su casa.
Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albrecht Durer dibujó las
manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo.
Llamó a esta poderosa obra simplemente "Manos", pero el mundo entero abrió de inmediato
su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de "Manos que oran".
La próxima vez que veas una copia de esta creación, mírala bien. Permite que sirva de
recordatorio, si es que lo necesitas, de que nadie, nunca triunfa solo.
EL ENEMIGO INVENSIBLE
Érase una vez un castillo abandonado. Antigua morada de grandes y generosos reyes.
Estaba casi derruido, la humedad hacía que las piedras de los muros brillaran ante la tenue
luz de algunas antorchas. En una parte recóndita de aquella fortificación prácticamente
arruinada, estaba la habitación del príncipe, asegurada dentro de la roca misma de la
montaña que le servía de cimientos. Y ahí estaba él, mordisqueando sus furias y
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resentimientos. El rostro que alguna vez había sido bello estaba lleno de cicatrices, y la
crueldad de aquellos ojos era rivalizada únicamente por una sonrisa que le daba ese aspecto
tan feroz como nocturno.
El soberano esperaba impaciente la llegada del prisionero. Había sido una larga cacería.
Toda la astucia del príncipe (que no era poca) fue necesaria para atrapar a su odiado
disidente. Las frenéticas tropas habían acosado a su objetivo desde tiempos que ya no
podía ni siquiera recordar. Sin embargo su adversario parecía invencible. De todos los
obstáculos que hábilmente le había colocado salía siempre librado misteriosamente.
La corte entera esperaba la acariciada promesa de aquel mercenario: “Yo lo mataré”.
Junto al príncipe merodeaban nerviosos guerreros de un aspecto estremecedor. En una
esquina, se encontraba un personaje con un martillo. Sus golpes eran contundentes, tenía
una fuerza portentosa.
Sus sorpresivos ataques eran de una efectividad sorprendente, particularmente ante
oponentes de corazón débil. Él había tratado de aniquilar una y otra vez al enemigo del
príncipe, pero su martillo y sus ataques sorpresivos mellaban las fuerzas del contrincante,
pero no le destruían.
Mientras el guerrero del martillo daba vueltas por la habitación del príncipe, otro mercenario
más temible observaba sus manos, perfectamente cuidadas. Nadie podría creer que era un
guerrero, y en eso estaba fuerza. Su rostro femenino, las maneras dóciles, un lenguaje sutil y
penetrante eran suficientes para que sus contrincantes quedaran rendidos a sus perfumados
encantos. Sin embargo, aquel rostro bello y atrayente había un corazón podrido.
Había muchos otros servidores y combatientes que también habían intentado destruir al
enemigo del príncipe.
Estaba el gigante de piedra que aplastaba cualquier cosa a su paso, la mujer de hielo que
congelaba cuanto tocaba, la mendigante que robaba todos los recursos materiales de sus
enemigos y los dejaba sin medios para combatir. También estaba la peste, que a los
corazones curtidos acababa haciéndolos caer en la desesperación.
Y a pesar de tan feroces adversarios, el enemigo del príncipe siempre había salido airoso de
todos los combates. Maltrecho, herido, lastimado en lo más profundo, pero vivo, y es que
bastaba con que quedara un pequeñísimo aliento vida para que volviera a crecer y, peor
aún, a fortalecerse.
Todos los intentos habían sido vanos, hasta que llegó un nuevo mercenario de una región
alejada. Cuando lo vieron entrar a la corte del príncipe todos se burlaron de él. Su aspecto no
tenía nada temible. Parecía un campesino común y corriente. Pasaba desapercibido por
donde merodeaba.
Aquel aspecto ordinario era su escudo, más efectivo que uno de hierro forjado. Cuando se
presentó al príncipe prometiendo que mataría al enemigo todos rieron con excéntricas
carcajadas. Sin embargo, nadie rió cuando extendió su mano y mostró unos pequeñísimos
alfileres. El guante que protegía las manos de aquel mercenario de aspecto vulgar contenía
miles de millones de diminutos alfileres. Al instante los arrojó hacia uno de los soldados de la
corte. Nadie vio aquellas insignificantes agujas volar por el aire. Ninguno vio tampoco cómo
penetraron la armadura del soldado. Ni siquiera la víctima sintió cómo se clavaron aquellas
puntas afiladas en su carne. El personaje dijo al príncipe: No tengo prisa. Puedo matar a tu
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enemigo como ya he matado a tu soldado. Lo ves de pie, y no siente nada. Volveré en seis
meses y me dirás si crees que puedo aniquilar a tu adversario.
Y, efectivamente, pasaron seis meses.
El soldado comenzó a sangrar a las pocas semanas. Eran gotas imperceptibles. Las puntas
de los alfileres se habían clavado en su carne creando millones de heridas imperceptibles,
tan menudas que era imposible verlas y por tanto, curarlas. El soldado sufrió una agonía,
aunque indolora. Simplemente moría un poco cada segundo. Hasta que un día, sin que nadie
pudiera evitarlo, el soldado cayó muerto ante el irremediable mal que el mercenario había
arrojado sobre él.
El príncipe, con mueca maligna, esperaba ansioso la llegada del cautivo. Su perenne
enemigo había caído en su trampa, creyendo que aún estando preso nada podrían contra él.
Muy equivocado meditó el príncipe.
Las horas de espera fueron largas y llenas de agitación. El mismo aire escapaba de los
pulmones del soberano que esperaba ansioso la llegada del cautivo.
De pronto, se abrieron las puertas del recinto y los soldados arrojaron al centro de la piara
una figura de deslumbrante belleza. Ni siquiera los golpes brutales habían podido empañar
aquel rostro resplandeciente. No era esa belleza lo que enervaba al príncipe, era aquel poder
que tenía de rejuvenecer a quien tocara, de llenar de esperanza el corazón que acariciara. El
soberano del castillo detestaba profundamente el brillo que aquel enemigo imprimía en
aquellos a los que se acercaban.
El príncipe se puso de pie y se acercó al prisionero macilento. Sin tocarlo (no podría
soportarlo) le habló muy cerca del oído.
– Te has burlado de mí. Me has humillado, has hecho lo que has querido en lo que me
pertenece. Has resistido todos mis ataques. El Mal Carácter, con su martillo te debilitó, pero
seguiste en pie. La Ambición con su belleza sensual te arrebató pero no te mató. Y lo mismo
ocurrió con la Enfermedad, la Pobreza, y con todos mis aliados.
El príncipe sonrió malévolo mientras caminaba en círculos contra su contrincante,
paladeando el momento de su triunfo.
– Creíste que todo lo podías... Mmm... Amor... Amor... -repitió el príncipe diciendo aquel
nombre casi con asco- ¿Quién te crees tú que eres? ¿De dónde has salido? ¿Por qué osas
meterte en mis dominios? ¿No sabes que tengo poder en toda la tierra? ¿No sabes que soy
más astuto, más viejo, más inteligente y más poderoso que tus seres humanos, a los que
tanto cuidas? Amor... Qué nombre tan repugnante. "Nada puede contra el amor" -dijo el
príncipe con expresión burlona- "El amor lo puede todo, el amor rompe barreras". iBasura! -la
expresión del príncipe se volvió rabiosa y atroz y mientras hablaba sus manos temblaban de
la ansiedad con las que las pronunciaba. Este es mi tiempo, mi momento, mi mundo...
El príncipe se desplomó pesadamente en su trono.
– Pero ha llegado tu fin. ¡Traigan al mercenario!
Las órdenes fueron cumplidas de inmediato, y ahí apareció la ordinaria figura del interesado.
Caminó hasta donde estaba el amor. Con rostro flemático le observó.
El príncipe dijo entonces: ¡Hazlo! El guerrero de aspecto normal metió su mano enguantada
en una bolsa y extrajo una miríada de sus artefactos mortales. Hizo el ademán necesario
para arrojarlo cuando el príncipe interrumpió la ejecución.
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– ¡Espera! Antes de que lo hagas... ¿Cuál es tu nombre?
El combatiente ordinario solo pronunció dos palabras:
– La rutina.
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EL ANILLO
– Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada.
Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo
mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
– Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema.
Quizás después... -y haciendo una pausa agregó:- Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría
resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
– Encantado, maestro- titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus
necesidades postergadas.
– Bien, -asintió el maestro. Se quitó el anillo en el dedo pequeño, y dándoselo al muchacho,
agregó:- Toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este
anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas la mayor suma posible,
pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido
que puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún
interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba
la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta a la cara y solo un viejito fue tan
amable como para explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a
cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el
joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien
personas, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría entonces
habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir
entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
–Maestro- dijo - lo siento, no se puede conseguir lo que me pidió. Quizás pudiera conseguir
dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto al valor
del anillo.
¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber
primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él
para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no
importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y
luego le dijo:
– Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo dar más de 58 monedas
de oro por su anillo.
– ¡¡¡58 MONEDAS!!! -exclamó el joven.
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– Sí -replicó el joyero-, yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas,
pero no sé... si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
– Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo.
– Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un
verdadero experto. ¿Qué haces pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.
Todos somos como esta joya, valiosos y únicos, y andamos por los mercados de la vida
pretendiendo que gente inexperta nos valore.
LAS RANAS
Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo
profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo.
Cuando vieron cuán hondo este era, le dijeron a las dos ranas en el fondo que para efectos
prácticos, se debían dar por muertas.
Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de
saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas.
Las otras seguían insistiendo que sus esfuerzos serían inútiles.
Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió, se
desplomó y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible.
Una vez más, la multitud de ranas le gritaba y le hacían señas para que dejara de sufrir y que
simplemente, se dispusiera a morir, ya que no tenía caso seguir luchando. Pero la rana saltó
cada vez con más fuerzas hasta que finalmente logró salir del hoyo.
Cuando salió, las otras ranas le dijeron: nos da gusto que hayas logrado salir, a pesar de lo
que te gritábamos. La rana les explicó que era sorda, y que pensó que las demás la estaban
animando a esforzarse más y salir del hoyo.
Moralejas:
La palabra tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento compartida con alguien que
se siente desanimado puede ayudar a levantarlo al finalizar el día.
Una palabra destructiva dicha a alguien que se encuentre desanimado puede ser que acabe
por destruirlo. Tengamos cuidado con lo que decimos.
Una persona especial es la que se da tiempo para animar a otros.
En la NASA hay un póster muy lindo de una abeja, el cual dice así:
“Aerodinámicamente el cuerpo de una abeja no está hecho para volar, lo bueno es que
la abeja no lo sabe…”
LAS DUDAS
Un pobre hombre que vivía en la miseria y mendigaba de puerta en puerta, observó un carro
de oro que entraba en el pueblo llevando a un rey sonriente y radiante.
El pobre se dijo de inmediato: “Se ha acabado mi sufrimiento, se ha acabado mi vida de
pobre. Este rey de rostro dorado ha venido aquí por mí, lo sé. Me cubrirá de migajas de su
riqueza y viviré tranquilo".
En efecto, el rey, como si hubiese venido para ver al pobre hombre, hizo detener el carro a
su lado.
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El mendigo, que se había postrado en el suelo, se levantó y miró al rey, convencido de que
había llegado la hora de su suerte.
Entonces, de repente, el rey extendió la mano hacia el pobre y le dijo:
– ¿Qué tienes para darme? -y el pobre, muy sorprendido y muy desilusionado, no supo que
decir.
“¿Es un juego -se preguntó- lo que el rey me propone? ¿Se burla de mí? ¿Es un nuevo
pesar?"
Entonces, al ver la persistente sonrisa del rey, su luminosa mirada y su mano tendida, el
pobre metió la mano en su alforja, que contenía unos puñados de arroz.
Cogió un grano de arroz, y se lo dio al rey, que le dio las gracias y se fue enseguida llevado
por unos caballos sorprendentemente rápidos.
Al final del día, al vaciar su alforja, el pobre encontró un grano de oro.
Entonces se puso a llorar diciendo:
– ¿Por qué no le habré dado todo mi arroz?
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querido amigo, -continuó el sabio- que puedes comunicar una misma verdad de dos formas:
la pesimista, que sólo recalcará el lado negativo de esa verdad, o la optimista, que sabrá
encontrarle siempre el lado positivo a la misma verdad.
De "Las Mil y una noches" (Literatura Popular Árabe)
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Claro que el mero propósito no alcanza... Se requiere de la ACCIÓN para logro los
beneficios.
TAZÓN DE MADERA
El viejo se fue a vivir con su hijo, se nuera y su nieto de cuatro años.
Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia completa
comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el
alimentarse un asueto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba
tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. El hijo y su esposa se cansaron de la
situación...
– Tenemos que haces algo con el abuelo, -dijo el hijo-. Ya he tenido suficiente. Derrama la
leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo.
Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor.
Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el
abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez
en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos
mientras estaba ahí sentado sólo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía
eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida. El niño de
cuatro años observaba todo en silencio.
Una tarde, antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de
madera en el suelo. Le preguntó dulcemente: ¿Qué estás haciendo? Con la misma dulzura el
niño le contestó:
– Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes
coman en ellos. Sonrió y siguió con su tarea.
Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las
lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos
sabían lo que tenían que hacer.
Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la
familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni
el esposo ni la esposa, parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se
derramaba o se ensuciaba el mantel.
Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos siempre escuchan y sus
mentes procesan los mensajes que absorben. Si ven que con paciencia proveemos un hogar
feliz para todos los miembros de la familia, ellos imitarán esa actitud por el resto de sus
vidas. Los padres y madres inteligentes se percatan que cada día colocan los bloques con
los que construyen el futuro de su hijo. Seamos instructores sabios y modelos a seguir.
He aprendido que independientemente de la relación que tengas con tus padres, los vas a
extrañar cuando ya no estén contigo.
La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca cómo los hiciste sentir
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LIBERTAD PARA ELEGIR
Era un profesor comprometido y estricto, conocido también por sus alumnos como hombre
justo y comprensivo...
Al terminar la clase ese día de verano, mientras el maestro organizaba unos documentos
encima de su escritorio, se le acercó uno de sus alumnos y en forma desafiance le dijo:
– Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase es que no tendré que escuchar más
sus tonterías y podré descansar de verle esa cara aburridora.
El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el maestro
reaccionara ofendido y descontrolado.
El profesor miró al alumno por un instante y en forma muy tranquila le preguntó:
– Cuándo alguien te ofrece algo que no quieres, ¿lo recibes?
El alumno quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta.
– Por supuesto que no, contestó de nuevo en tono despectivo el muchacho.
– Bueno, -prosiguió el profesor- cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo
desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que
puedo decidir no aceptar.
– No entiendo a qué se refiere -dijo el alumno, confundido.
– Muy sencillo, -replicó el profesor-. Tú me estás ofreciendo rabia y desprecio y si yo me
siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tú regalo, y yo, mi amigo, en verdad,
prefiero obsequiarme mi propia serenidad. Muchacho, -concluyó el profesor en tono gentil- tu
rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa. Yo no puedo
controlar lo que tú llevas en tu corazón pero de mí depende lo que yo cargo en el mío.
Cada día, en todo momento, tú puedes escoger qué emociones o sentimientos quieres poner
en tu corazón y lo que elijas lo tendrás hasta que decidas cambiarlo.
Es tan grande la libertad que nos da la vida que hasta tenemos la opción de amargarnos o
ser felices.
LOS TRES CONSEJOS
Una pareja de recién casados, era muy pobre y vivía de los favores de un pueblito del
interior.
Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa:
– Querida, yo voy a salir de la casa, voy a viajar bien lejos, buscar un empleo y trabajar hasta
tener condiciones para regresar y darte una vida más cómoda y digna. No sé cuanto tiempo
voy a estar lejos, sólo te pido una cosa, que me esperes y mientras yo esté lejos, seas fiel a
mí, pues yo te seré fiel a ti.
Así, siendo joven aún, caminó muchos días a pie, hasta encontrar un hacendado que estaba
necesitando de alguien para ayudarlo en su hacienda.
El joven llegó y se ofreció para trabajar y fue aceptado. Pidió hacer un trato con su jefe, el
cual fue aceptado también. El pacto fue el siguiente: “Déjeme trabajar por el tiempo que yo
quiera y cuando yo encuentre que debo irme, el señor me libera de mis obligaciones. Yo no
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quiero recibir mi salario. Le pido al señor que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día
en que me vaya. El día que yo salga usted me dará el dinero que yo haya ganado.”
Estando ambos de acuerdo, aquel joven trabajó durante 20 años, sin vacaciones y sin
descanso. Después de veinte años se acercó a su patrón y le dijo:
– Patrón, ya quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa.
El patrón le respondió:
– Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, sólo que antes quiero hacerte una propuesta,
¿está bien? Yo te doy tu dinero y tú te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero y te
vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y
después me das la respuesta.
Él pensó durante dos días, buscó al patrón y le dijo:
– Quiero los tres consejos.
El patrón le recordó:
– Si te doy los consejos, no te doy el dinero -a lo que el empleado respondió: “Quiero los
consejos”. El patrón entonces le aconsejó:
1. NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA. Caminos más cortos y desconocidos te pueden
costar la vida.
2. NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL, pues la
curiosidad por el mal puede ser fatal.
3. NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR, pues puedes
arrepentirte demasiado tarde.
Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven, así:
– Aquí tienes tres panes, dos para comer durante el viaje y el tercero es para comer con tu
esposa cuando llegues a tu casa.
El hombre entonces, siguió su camino de vuelta, de veinte años lejos de su casa y de su
esposa que él tanto amaba.
Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludó y le preguntó:
– ¿Para dónde vas?
–Voy para un camino muy distante que queda a más de veinte días de caminata por esta
carretera.
La persona le dijo entonces:
– Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegarás en pocos días.
El joven, contento, comenzó a caminar por el atajo, cuando se acordó del primer consejo,
entonces volvió a seguir por el camino normal.
Días después supo que el atajo llevaba a una emboscada.
Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de
la carretera, donde hospedarse. Pagó la tarifa por un día y después de tomar un baño se
acostó a dormir. De madrugada se despertó asustado con un grito aterrador. Se levantó de
un salto y se dirigió hasta la puerta para ir adonde escuchó el grito.
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Cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo.
Regresó y se acostó a dormir. Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le
preguntó si no había escuchado el grito y él le contestó que sí lo había escuchado. El dueño
de la posada le preguntó: “¿Y no sintió curiosidad?”. Él le contestó que no. A lo que el dueño
le respondió:
– Ud. es el primer huésped que sale vivo de aquí, pues mi único hijo tiene crisis de locura,
grita durante la noche y cuando él huésped sale, lo mata y lo entierra en el quintal.
El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y
noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de
su pequeña casa, caminó y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba
anocheciendo, pero alcanzó a ver que ella no estaba sola.
Anduvo un poco más y vio que ella tenía en sus piernas un hombre al que estaba
acariciando los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón llenó de odio y amargura y
decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad.
Respiró profundo, apresuró sus pasos, cuando recordó el tercer consejo. Entonces se paró y
reflexionó. Decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decisión. Al
amanecer, ya con la cabeza fría, él dijo: "No voy a matar a mi esposa. Voy a volver con mi
patrón y a pedirle que me acepte de vuelta”.
Solo que antes quiero decirle a mi esposa que siempre le fui fiel a ella. Se dirigió a la puerta
de la casa y tocó.
Cuando la esposa le abrió la puerta y lo reconoció, se colgó de su cuello y lo abrazó
afectuosamente. El trató de quitársela de arriba, pero no lo consiguió. Entonces con lágrimas
en los ojos le dijo:
– Yo te fui fiel y tú me traicionaste. Ella espantada le respondió:
– ¿Cómo? Yo nunca te traicioné, te esperé durante veinte años. -Él entonces le preguntó:
– ¿Y quién era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde? -Y ella le contestó:
– Aquel hombre es nuestro hijo. Cuando te fuiste, descubrí que estaba embarazada. Hoy él
tiene veinte años de edad.
Entonces el marido entró, conoció y abrazó a su hijo y les contó toda su historia en tanto su
esposa preparaba la cena. Se sentaron a comer el último pan juntos.
Después, con lágrimas de emoción, él partió el pan y al abrirlo, se encontró todo su dinero, el
pago de sus veinte años de dedicación.
Muchas veces creemos que los atajos, quemar etapas, nos ayudan a llegar más rápido, lo
que no siempre es verdad...
Muchas veces somos curiosos, queremos saber de cosas que ni nos dan respeto y no nos
traen nada de bueno...
Otras veces reaccionamos movidos por el impulso, en momentos de rabia, y después
tardíamente nos arrepentimos...
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ÉL CREE QUE NO PUEDE
A un niño le encantaban los circos y lo que más le gustaban eran los animales y de todos
ellos el que más llamaba su atención era el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza
descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el
elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una
pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos
centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, parecía obvio que ese
animal era capaz de arrancar con facilidad la estaca y huir.
El misterio era evidente: ¿Por qué no huía si aquello que lo sujetaba era tan débil comparado
con su fuerza?
Cuando tenía cinco o seis años, pregunté a varias personas por el misterio del elefante y
alguien me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?”
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Hace algunos años descubrí a alguien lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
“El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que
era muy pequeño”.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse.
Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría
que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que
seguía... hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y
se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso no escapa porque CREE QUE NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente poco
después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez.
Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a
cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que no podemos hacer un
montón de cosas simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos.
Grabamos en nuestro recuerdo el “no puedo... no puedo y nunca podré”, perdiendo una de
las mayores bendiciones con que puede contar un ser humano: la fe.
La única manera de saber es intentar de nuevo poniendo en el intento TODO NUESTRO
CORAZÓN y todo nuestro esfuerzo como si todo dependiera de nosotros.
AFILANDO EL HACHA
En cierta ocasión un hombre joven llegó a un campo de leñadores, ubicado en la montaña,
con el objeto de obtener trabajo. Durante su primer día de labores trabajó arduamente y
como resultado, taló muchos árboles.
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El segundo día, trabajó tanto como el primero, pero su producción, fue escasamente la mitad
del primer día. Durante el tercer día, se propuso mejorar su producción. Golpeó con furia el
hacha contra los árboles, pero sus resultados fueron nulos.
El capataz, al ver los resultados del joven leñador, le preguntó:
– ¿Cuándo fue la última vez que afilaste tu hacha?
– Realmente no he tenido tiempo de hacerlo, he estado demasiado ocupado cortando
árboles.
Moralejas:
Muchas veces no es tan importante el trabajo duro y sostenido sino la calidad y efectividad
de cómo este se realiza.
"Para cortar rápidamente un árbol, gaste el doble del tiempo afilando el hacha."
LA CUERDA DE LA VIDA
Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua inició su travesía
después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin
compañeros.
Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino
que decidió seguir subiendo, decidido a llegar a la cima.
Oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver
absolutamente nada, todo era negro, cero visibilidades, no había luna y las estrellas eran
cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los
aires... caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que
pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos sus
gratos y no tan gratos momentos de la vida, él pensaba que iba a morir, sin embargo, de
repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos... Sí, como todo alpinista
experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga
que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no hizo más que gritar pidiendo
ayuda, aferrándose cada vez más a la cuerda.
Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado,
muerto, agarrado con fuerza, con las manos, a una cuerda... A dos metros del suelo...
¿Y tú? ¿Qué tan confiado estás de tu cuerda? ¿Por qué no la sueltas?
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hiciera un esfuerzo mayor incluso que el que habían hecho sus antepasados, trabajando por
el reino, él no se dejó impresionar y sencillamente se dedicó a disfrutar su vida. Heredó de su
padre la fama de ser justo y popular, así que sus súbditos lo querían y él se sentía feliz con
aquel cariño. Sus consejeros manejaban las cuestiones, de Estado y todo marchaba, si no
del todo bien, tampoco del todo mal. Los años pasaron y con ellos el rey creció en edad.
En cierta ocasión, viajando de paseo con su hija por una de las lejanas provincias del reino,
se vio envuelto en una tormenta que separó su barco de los de su escolta. Y ante el embate
del viento huracanado y las olas embravecidas, naufragó. Cuando la tempestad se apaciguó,
el rey se percató que él y su hija eran los únicos supervivientes. Asidos de un madero y
después de muchas horas de haber sido arrastrados por las corrientes del mar, fueron
arrojados a una playa totalmente desconocida,
Vivían en el lugar un grupo de pescadores muy pobres. Su jornal diario apenas les alcanzaba
para mal vivir con sus familias. Jamás habían escuchado acerca del rey ni del reino. Incluso
los cobradores de impuestos ni siquiera los habían visitado dada su condición económica
paupérrima. Sin embargo lo recibieron bien y trataron de ayudarles.
Pero se percataron de que los extraños náufragos a la hora de comer eran los primeros en
sentarse a la mesa y exigían que se les sirviera, y a la hora de acostarse esperaban hasta
que les pusieran las cobijas. Además, no hacían otra cosa que mandar, ordenar, quejarse y
criticar. Pero eran incapaces de ayudar en lo más mínimo en el duro trabajo diario con que
apenas sobrevivían aquellos pescadores.
El más viejo del lugar habló con los forasteros, y les pidió que se marcharan tierra adentro en
busca de ayuda ya que ellos eran demasiado pobres para alimentar dos bocas más.
Ante estas palabras el rey se enfureció cómo se atrevía este hombre que era quizás el último
de sus súbditos a hablarle así. ¡A él, que había nacido noble y rico! Se acostó sin cenar, la
plática del viejo le había quitado el hambre. Se durmió profundamente, y en sueños escuchó
una voz que le decía: “Sólo puede ser considerado de tu propiedad aquello que pudo
sobrevivir a tu naufragio”... ¿Sobrevivido? ¿Acaso habían sobrevivido sus riquezas y su
nobleza? ¡No! ¡Sólo habían sobrevivido él y su hija! Comprendió entonces, él era ahora el
responsable tanto por el sustento de su hija como por el de él mismo, y se lamentó de no
haber aprendido a ser útil mediante el trabajo.
Al día siguiente se despidió de aquella buena gente y avergonzado se internó con su hija
tierra adentro. Encontró un granjero que aunque se sorprendió de que no supieran hacer
nada, se dispuso a enseñarles el oficio de cuidar ovejas. Y el viejo rey tuvo por primera vez
en su vida un oficio. Y pasaron cinco años en los que él cumplió fielmente con su patrón. Su
hija creció en ese tiempo y se convirtió en una mujer extraordinariamente bella.
En esos cinco años la fama de la belleza de esa joven se esparció por aquellos parajes. Y
gracias a ello, en palacio llegaron a pensar que se trataba de la princesa, y que podía haber
otros sobrevivientes del naufragio. Salieron en su búsqueda. El granjero se sorprendió al
saber que aquel excelente empleado que tuvo todo ese tiempo, era nada menos que ¡el rey!
Una vez instalado nuevamente en el trono, cuentan que llegaron muchos emisarios de reinos
vecinos a pedir la mano de su hija. El monarca averiguaba en primer lugar que tan útiles y
trabajadores eran aquellos pretendientes. Y ese fue el primer criterio que siguió para escoger
el consorte de su hija, aquel que un día gobernaría a su pueblo. Tomó medidas para que
todo súbdito se capacitara para el trabajo. Y cuentan que trabajando todos, el reino prosperó
y se enriqueció, dando una vida mucho mejor a su habitantes.
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LO NEGATIVO: No sentir la necesidad de capacitarnos para trabajar productiva y
eficazmente.
LO POSITIVO: Comprender que ningún ser humano vale más que otro, a menos que sea
capaz de hacer más, hacerlo mejor, más rápida y utilizando menos recursos.
TREN DE LA VIDA
La vida no es más que un viaje por tren: repleto de embarques y desembarques, salpicado
de accidentes, sorpresas agradables en algunos embarques, y profundas tristezas en otros.
Al nacer, nos subimos al tren y nos encontramos con algunas personas las cuales creemos
que siempre estarán con nosotros en este viaje: nuestros padres.
Lamentablemente la verdad es otra. Ellos se bajarán en alguna estación dejándonos
huérfanos de su cariño, amistad y su compañía irreemplazable. No obstante, esto no impide
que se suban otras personas que nos serán muy especiales. Llegan nuestros hermanos,
nuestros amigos y nuestros maravillosos amores.
De las personas que toman este tren, habrá los que lo hagan como un simple paseo, otros
que encontrarán solamente tristeza en el viaje, y habrá otros que, circulando por el tren,
estarán siempre para ayudar a quien lo necesite.
Es curioso constatar que algunos pasajeros, quienes nos son más queridos, se acomodan en
vagones distintos al nuestro. Por lo tanto, se nos obliga a hacer el trayecto separados de
ellos.
Desde luego, no se nos impide que durante el viaje recorramos con dificultad nuestro vagón
y lleguemos a ellos... pero lamentablemente, ya no podremos sentarnos a su lado pues
habrá otra persona ocupando el asiento.
No importa… El viaje se hace de este modo; lleno de desafíos, sueños, fantasías, esperas y
despedidas... pero jamás regresos. Entonces, hagamos este viaje de la mejor manera
posible.
Tratemos de relacionarnos bien con todos los pasajeros, buscando en cada uno lo que mejor
tengan. Recordemos siempre que en algún momento del trayecto, ellos podrán titubear y
probablemente precisaremos entenderlo ya que nosotros también muchas veces
titubearemos, y habrá alguien que nos comprenda.
El gran misterio, al fin, es que no sabremos jamás en qué estación bajaremos, mucho menos
dónde bajarán nuestros compañeros, ni siquiera el que está sentado en el asiento de al lado.
Me quedo pensando si cuando baje del tren sentiré nostalgia... Creo que sí. Separarme de
algunos amigos de los que hice en el viaje será doloroso. Dejar que mis hijos sigan solitos,
será muy triste.
Lo que me hará feliz será pensar que colaboré con que el equipaje creciera y se hiciera
valioso.
Amigos, hagamos que nuestra estadía en este tren sea tranquila, que haya valido la pena.
Hagamos tanto para que cuando llegue el momento de desembarcar, nuestro asiento vacío
deje añoranza y lindos recuerdos a los que en el viaje permanezcan.
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LA PAZ PERFECTA
Te cuento que…
Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una
pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron.
El rey observó y admiró todas las pinturas, personalmente hubo dos que realmente le
gustaron y tuvo que escoger entre ellas.
La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban
unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con
tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura quedaron que esta reflejaba la paz
perfecta.
La segunda pintura también tenía montañas. Pero eran escabrosas y descubiertas. Sobre
ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos.
Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba
para nada pacífico.
Pero cuando el rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto
creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del
rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en medio de su
nido... la paz perfecta.
¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?
El rey escogió la segunda. ¿Sabes por qué?
Porque, explicaba el rey: “Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin
trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas,
permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón.
Este es el verdadero significado de la paz.
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– Ciertamente -admitió el rabino-. Aunque desees reparar el daño que ha causado con tu
rumor, al igual que no puedes reunir plumas esparcidas por el viento, ya no tienes modo de
remediarlo.
LECCIÓN DE LA VIDA
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:
– Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes
posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en
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momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis
herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo
del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes
tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en
momentos de desesperación total...
Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del
rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia.
EI rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y este le
dijo:
– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga
vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con
un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de
agradecimiento, me dio este mensaje.
El anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey.
– Pero no lo leas -agregó-, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo
demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.
Ese momento no tardó en llegar. EI país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo
en su caballo para salvar su vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los
perseguidores eran numerosos.
Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y
un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el
camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia adelante y no
había ningún otro camino...
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje
tremendamente valioso:
Simplemente decía "ESTO TAMBIÉN PASARÁ". Mientras leía sintió que se cernía sobre él
un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o
debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el
trote de los caballos.
El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas
palabras habían resultado milagrosas.
Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino.
Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música,
bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:
– Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
– ¿Qué quieres decir? preguntó el rey. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no
estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
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– Escucha, -dijo el anciano- este mensaje no es solo para situaciones desesperadas;
también es para situaciones placenteras. No es solo para cuando estás derrotado; también
es para cuando te sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último; también es para
cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará", y nuevamente sintió la misma
paz, el mismo silencio en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo
y el egoísmo habían desaparecido.
El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.
Entonces el anciano le dijo:
– RECUERDA QUE TODO PASA
Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes.
Como el día y la noche, hay momentos de alegría momentos de tristeza. Acéptalos como
parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
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La vida entera debe ser considerada como una gran escuela de experiencia en la cual
todos somos alumnos.
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EL PICADOR DE PIEDRAS
Cuenta la leyenda que un humilde picador de piedras vivía resignado en su pobreza, aunque
siempre anhelaba con deseo convertirse en un hombre rico y poderoso. Un buen día expresó
en voz alta su deseo y cuál fue su sorpresa cuando vio que este se había hecho realidad: se
había convertido en un rico mercader.
Esto le hizo muy feliz hasta el día que conoció a un hombre aún más rico y poderoso que él.
Entonces pidió de nuevo ser así y su deseo le fue también concedido. Al poco tiempo se
cercioró de que debido a su condición se había creado muchos enemigos y sintió miedo.
Cuando vio cómo un feroz samurai resolvía las divergencias con sus enemigos, pensó que el
manejo magistral de un arte de combate le garantizaría la paz y la indestructibilidad. Así que
quiso convertirse en un respetado samurai y así fue.
Sin embargo, aún siendo un temido guerrero, sus enemigos habían aumentado en número y
peligrosidad. Un día se sorprendió mirando al sol desde la seguridad de la ventana de su
casa y pensó: él si que es superior, ya que nadie puede hacerle daño y siempre está por
encima de todas las cosas. “¡Quiero ser el sol!”.
Cuando logró su propósito, tuvo la mala suerte de que una nube se interpusiera en su
camino entorpeciendo su visión y pensó que la nube era realmente poderosa y así era como
realmente le gustaría ser.
Así, se convirtió en nube, pero al ver cómo el viento le arrastraba con su fuerza, la desilusión
fue insoportable. Entonces decidió que quería ser viento. Cuando fue viento, observó que
aunque soplaba con gran fuerza a una roca, ésta no se movía y pensó: “¡Ella sí que es
realmente fuerte; quiero ser una roca!” Al convertirse en roca se sintió invencible porque
creía que no existía nada más fuerte que él en todo el universo.
Pero cuál fue su sorpresa al ver que apareció un picador de piedras que tallaba la roca y
empezaba a darle la forma que quería pese a su contraria voluntad. Esto le hizo reflexionar y
le llevó a pensar que, en definitiva, su condición inicial no era tan mala y que deseaba de
nuevo volver a ser el picador de piedras que era en un principio.
HONESTIDAD
Hubo una vez un emperador que convocó a todos los solteros del reino pues era tiempo de
buscar pareja a su hija.
Todos los jóvenes asistieron y el rey les dijo:
– Os voy a dar una semilla diferente a cada uno de vosotros; al cabo de seis meses deberán
traerme en una maceta la planta que haya crecido, y la planta más bella ganará la mano de
mi hija, y por ende el reino.
Así se hizo, pero había un joven que plantó su semilla pero no germinaba. Mientras tanto,
todos los demás jóvenes del reino no paraban de hablar y mostrar las hermosas plantas y
flores que habían sembrado en sus macetas.
Llegaron los seis meses y todos los jóvenes desfilaban hacia el castillo con hermosas y
bellas plantas.
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El joven estaba demasiado triste pues su semilla nunca germinó, ni siquiera quería ir al
palacio, pero su madre insistía en que debía ir pues era un participante y debía estar allí. Con
la cabeza baja y muy avergonzada, desfiló el último hacia el palacio con su maceta vacía.
Todos los jóvenes hablaban de sus plantas, y al ver a nuestro amigo lo colmaron de risas y
burlas.
En ese momento el alboroto fue interrumpido por la entrada del rey; todos hicieron su
respectiva reverencia mientras el rey se paseaba entre todas las macetas admirando las
plantas. Finalizada la inspección hizo llamar a su hija, y llamó de entre todos al joven que
llevó su maceta vacía. Atónitos, todos esperaban la explicación de aquella acción.
El rey dijo entonces:
– Este es el nuevo heredero del trono y se casará con mi hija, pues a todos ustedes se les
dio una semilla infértil, y todos trataron de engañarme plantando otras plantas, pero este
joven tuvo el valor de presentarse y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, real y valiente,
cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece.
Moraleja: "La honestidad será por siempre una virtud".
OPORTUNIDADES
Un hombre recibió una noche la visita de un ángel, quien le comunicó que le esperaba un
futuro fabuloso: se le daría la oportunidad de hacerse rico, de lograr una posición importante
y respetada dentro de la comunidad y de casarse con una mujer muy hermosa.
Ese hombre se pasó la vida esperando que los milagros prometidos llegasen, pero nunca
sucedieron, así que al final murió solo y pobre. Cuando llegó a las puertas del cielo vio al
ángel que le había visitado tiempo atrás y protestó:
– Me prometiste riqueza, una buena posición social y una bella esposa. ¡Me he pasado la
vida esperando en vano!
– Yo no te hice esa promesa -replicó el ángel-. Te prometí la oportunidad de riqueza, una
buena posición social y una esposa hermosa.
El hombre estaba realmente intrigado. No entiendo lo que quieres decir, confesó:
– ¿Recuerdas que una vez tuviste la idea de montar un negocio, pero el miedo al fracaso te
detuvo y nunca lo pusiste en práctica? -y el hombre asintió con un gesto-. Al no decidirte,
unos años más tarde se le dio la idea a otro hombre que no permitió que el miedo al fracaso
le impidiera ponerla en práctica. Recordaras que se convirtió en uno de los hombres más
ricos del reino. También recordarás -prosiguió el ángel-, aquella ocasión en que un terremoto
asoló la ciudad, derrumbó muchas casas y miles de personas quedaron atrapadas en ellas.
En aquella ocasión tuviste la oportunidad de ayudar a encontrar rescatar a los sobrevivientes,
pero no quisiste dejar tu hogar sólo por miedo a que los muchos saqueadores que había te
robasen tus pertenencias. Así que ignoraste la petición de ayuda y te quedaste en casa.
El hombre asintió con vergüenza.
– Esa fue tu gran oportunidad de salvarle la vida a cientos de personas, con lo que hubieras
ganado el respeto de todos ellos, continuó el ángel. Y por último ¿recuerdas aquella hermosa
mujer pelirroja, que te había atraído tanto? La creías incomparable a cualquier otra y nunca
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conociste a nadie igual. Sin embargo, pensaste que tal mujer no se casaría con alguien como
tú y para evitar el rechazo, nunca llegaste a proponérselo.
El hombre volvió a asentir, pero ahora las lágrimas rodaban por sus mejillas.
– Sí, amigo mío, ella podría haber sido tu esposa, -dijo el ángel. Y con ella se te hubiera
otorgado la bendición de tener sanos y hermosos hijos y multiplicar la felicidad en tu vida.
A todos se nos ofrecen a diario muchas oportunidades, pero muy a menudo, como el hombre
de la historia, las dejamos pasar por nuestros temores e inseguridades.
BESITOS
La historia cuenta que hace algún tiempo un hombre castigó a su hijita de cinco años por
desperdiciar un rollo de papel dorado para envolver regalos.
Estaban apretados de dinero y se molestó mucho cuando la niña pegó todo el papel dorado
en una cajita que puso debajo del árbol de Navidad.
Sin embargo, la mañana de Navidad, la niña le trajo la cajita envuelta con el papel dorado a
su papá: Esto es para ti, papá.
El papá se sintió avergonzado por haberse molestado tanto la noche anterior, pero su
molestia resurgió de nuevo cuando comprobó que la caja estaba vacía y le dijo en tono
molesto:
– No sabe usted, señorita, que cuando uno da un regalo debe haber algo dentro del
paquete?
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La niña volteó a verlo con lágrimas en sus ojitos y le dijo:
– Pero papi, no está vacía… Le puse besitos hasta que se llenó.
El papá estaba conmovido, cayó de rodillas, abrazó a su hijita, le pidió que le perdonara su
desconsiderado coraje.
Un tiempo después, un accidente tomó la vida de la niña. Se dice que el papá conservó la
cajita dorada junto a su cama por el resto de su vida.
Cuando se sentía solo y desanimado, metía su mano en la cajita dorada y sacaba un besito
imaginado de ella.
LA MEJOR MAESTRA
El primer día de clases la profesora López, maestra de 5to grado de primaria, les dijo a sus
nuevos alumnos que a todos los quería por igual. Pero eso era una mentira, porque en la fila
de adelante se encontraba hundido en su asiento Pedro González, a quien la profesora
López conocía desde el año anterior y había observado que él era un niño que no jugaba
bien con los otros niños, que sus ropas estaban desaliñadas y constantemente necesitaba un
baño. Con el paso del tiempo, la relación entre la profesora y Pedro se volvió desagradable,
a tal punto que esta sentía mucho gusto al marcar sus tareas con grandes tachaduras en
color rojo.
Un día la escuela le pidió a la Sra. López revisar los expedientes anteriores de cada niño de
su clase y ella puso el de Pedro al final. Sin embargo, cuando revisó su archivo, se llevó una
gran sorpresa. La maestra de primer grado de Pedro escribió: “Pedro es un niño brillante con
una sonrisa espontánea. Hace sus deberes limpiamente y tiene buenos modales; es un
deleite tenerlo cerca”.
Su maestra de segundo grado escribió: “Pedro es un excelente alumno, apreciado por sus
compañeros pero tiene problemas debido a que su madre tiene una enfermedad incurable y
su vida en casa debe ser una constante lucha”.
Su maestra de tercer grado escribió: “La muerte de su madre ha sido dura para él. Trató de
hacer su máximo esfuerzo pero su padre no muestra mucho interés y su vida en casa le
afectará pronto si no se toman algunas acciones”.
Su maestra de cuarto escribió: “Pedro es descuidado y no muestra mucho interés en la
escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones se duerme en clase”.
En este momento la Sra. López se dio cuenta del problema y se sintió apenada. Se sintió
todavía peor cuando al llegar la Navidad, todos los alumnos le llevaron sus regalos envueltos
cada uno de ellos en papeles brillantes y preciosos listones, excepto el de Pedro. Su regalo
estaba torpemente envuelto en el pesado papel café que tomó de una bolsa del mercado.
Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró dentro de ese papel un brazalete de
piedras al que le faltaban algunas y la cuarta parte de un frasco de perfume. Pero ella
minimizó las risas de los niños cuando exclamó:
– ¡Qué brazalete tan bonito!, poniéndoselo y rociando un poco de perfume en su muñeca.
Pedro González se quedó ese día después de clases solo para decir:
– Sra. López, hoy usted olió como mi mamá solía hacerlo.
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Después de que los niños se fueron, ella lloró por lo menos durante una hora. Desde ese día
renunció a enseñar solo lectura, escritura y aritmética. En su lugar, comenzó a enseñar
valores, sentimientos y principios a los niños. La señora López le tomó especial atención a
Pedro. A medida que trabajaba con él, su mente parecía volver a la vida. Mientras más lo
motivaba, más rápido respondía. Al final del año, Pedro se había convertido en uno de los
niños más listos de la clase y a pesar de su mentira de que ella quería a todos los niños por
igual, Pedro se volvió uno de sus consentidos.
Un año después, encontró una nota de Pedro debajo de la puerta del salón, diciéndole que
ella era la mejor maestra que había tenido en su vida. Pasaron seis años antes de que
recibiera otra nota de Pedro. Él entonces le escribió que ya había terminado la preparatoria,
había obtenido el tercer lugar en su clase, y que ella todavía era la mejor maestra que había
tenido en su vida.
Cuatro años después, recibió otra carta, diciéndole que sin importar que en ocasiones las
cosas hubieran estado duras, él había permanecido en la escuela y pronto se graduaría en la
Universidad con los máximos honores. Y le aseguró a la Sra. López que ella era aún la mejor
maestra que él había tenido en toda su vida. Luego pasaron otros cuatro años, y llegó otra
carta. Esta vez le explicó que después de haber recibido su título universitario, él decidió ir un
poco más allá. Y le volvió a reiterar que ella era aún la mejor maestra que él había tenido en
toda su vida. Solo que ahora su nombre era más largo y la carta estaba firmada por el Dr.
Pedro González, MSc.
El tiempo siguió su marcha y en una carta posterior Pedro le decía que había conocido a una
chica y que se iba a casar. Le explicó que su padre había muerto hacía dos años, le preguntó
si accedía a sentarse en el lugar que normalmente está reservado para la mamá del novio.
Por supuesto que ella accedió. Para el día de la boda usó aquel brazalete con varias piedras
faltantes se aseguró de usar el mismo perfume que le recordó a Pedro a su mamá la última
Navidad.
Ellos se abrazaron y el Dr. González susurró al oído de la Sra. López:
– Gracias Sra. López por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y por
enseñarme que yo podía hacer la diferencia.
La Sra. López, con lágrimas en sus ojos, le susurró de vuelta diciéndole:
– Pedro, tú estás equivocado. Tú fuiste el que me enseñó que yo podría hacer la diferencia.
No sabía como enseñar hasta que te conocí.
Las experiencias que tenemos a lo largo de nuestras vidas (gratas y desagradables) marcan
lo que somos en la actualidad, no juzgues a las personas sin saber qué hay detrás de ellas,
dales siempre una oportunidad de cambiar tu vida.
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Al verse admirado, el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer
el corazón más hermoso de todo el vasto lugar. De pronto un anciano se le acercó y le dijo:
“Por qué dices eso, si tu corazón no es ni tan aproximadamente hermoso como el rnío”.
Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía
vigorosamente, estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos que
habían sido reemplazados por otros que no encajaban perfectamente en el lugar, pues se
veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde
faltaban trozos profundos.
La gente se sobrecogió: “¿Cómo puede decir él que su corazón es más hermoso?”,
pensaron. El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó
a reír y dijo: “Debes estar bromeando. Compara tu corazón con el mío... El mío es perfecto.
En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor”.
Y el anciano respondió:
– Es cierto, tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo.... Mira, cada
cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi
corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos, a su vez, me
han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las
piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos
me recuerdan el amor que hemos compartido. Hubo oportunidades, en las cuales entregué
un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a
cambio. Y ahí quedaron los huecos (dar amor es arriesgar). Pero a pesar del dolor que esas
heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y
alimentan la esperanza de que algún día tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado en
mi corazón. ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?
El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano,
arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció.
El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya
viejo y maltrecho y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la
perfección.
Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.
El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes,
porque el amor del anciano fluía en su interior.
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Después fue localizando a los 11 apóstoles, a quienes pintó juntos, dejando pendiente a
Judas Iscariote, pues no daba con el modelo adecuado.
Éste debía ser una persona de edad madura y mostrar en el rostro las huellas de la traición y
la avaricia, por lo que el cuadro quedó inconcluso por largo tiempo, hasta que le hablaron de
un terrible criminal que habían apresado.
Fue a verlo y era exactamente el Judas que él quería para terminar su obra, por lo que
solicitó al alcalde le permitiera al reo que posara para él. El alcalde, conociendo la fama del
maestro Da Vinci, aceptó gustoso y llevaron al reo custodiado por dos guardias y
encadenado al estudio del pintor. Durante todo el tiempo el reo no dio muestra de emoción
alguna por haber sido elegido para modelo, mostrándose demasiado callado y distante.
Al final Da Vinci, satisfecho del resultado, llamó al reo y le mostró la obra. Cuando el reo la
vio, cayó de rodillas sumamente impresionado, llorando.
Da Vinci, extrañado, le preguntó el por qué de su actitud, a lo que el preso respondió:
“Maestro Da Vinci, ¿es que acaso no me recuerda?”. Da Vinci observándolo le contestó: “No,
nunca antes lo había visto”.
Llorando y pidiendo perdón a Dios el reo le dijo: “Maestro, yo soy aquel joven que hace 19
años usted escogió para representar a Jesús en este mismo cuadro”.
MORALEJA:
Por más belleza física que se posea, es la belleza interna la que al fin sale a relucir a través
del tiempo. Si se lleva una vida de malos sentimientos, éstos quedarán marcados en las
arrugas de nuestro rostro.
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decía a sus hermanos: “Vamos muchachos, ¡a volar!”. Todos los pavos le explicaban
nuevamente: “Los pavos no vuelan. A ti te hace mal la comida”.
El pavito fue hablando más de comer y menos de volar. Y creció y murió en la pavada
general. ¡Pero era un cóndor! Había nacido para volar hasta los 7000 metros, pero, como
nadie volaba...
El riesgo de morir en la pavada general es muy grande. ¡Como nadie vuela!
Muchas puertas están abiertas porque nadie las cierra, y otras puertas están cerradas
porque nadie las abre. El miedo al hondazo es terrible, pero la verdadera protección está en
las alturas. Especialmente cuando hay hambre de elevación y buenas alas.
LA MARIPOSA
Un hombre encontró un capullo de una mariposa y se lo llevó a casa para poder ver a la
mariposa cuando saliera del capullo. Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se
sentó a observar por varias horas, viendo que la mariposa luchaba por abrirlo más grande y
poder salir.
El hombre vio que la mariposa forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del
pequeño agujero, hasta que llegó un momento en el que pareció haber cesado de forcejear,
pues aparentemente no progresaba en su intento.
Parecía que se había atascado. Entonces el hombre, en su bondad, decidió ayudar a la
mariposa y con una pequeña tijera cortó al lado del agujero para hacerlo más grande y ahí
fue que por fin la mariposa pudo salir del capullo. Sin embargo, al salir la mariposa tenía un
cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas.
El hombre continuó observando, pues esperaba que en cualquier instante las alas se
desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, el cual se contraería al reducir
lo hinchado que estaba.
Ninguna de las dos situaciones sucedieron y la mariposa solamente podía arrastrarse en
círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas. Nunca pudo llegar a volar.
Lo que el hombre en su bondad y apuro no entendió, fue que la restricción de la apertura del
capullo y la lucha requerida por la mariposa para salir por el diminuto agujero, era la forma en
que la naturaleza forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que
estuviesen grandes y fuertes y luego pudiese volar.
La libertad y el volar solamente podían llegar luego de la lucha. Al privar a la mariposa de la
lucha, también le fue privada su salud.
Algunas veces las luchas son lo que necesitamos en la vida. Si la naturaleza nos permitiese
progresar por nuestras vidas sin obstáculos, nos convertiría en inválidos. No podríamos
crecer y ser tan fuertes como podríamos haberlo sido.
¡Cuánta verdad hay en esto! Cuántas veces hemos querido tomar el camino corto para salir
de dificultades, tomando esas tijeras y recortando el esfuerzo para poder ser libres.
Necesitamos recordar que nunca recibimos más de lo que podemos soportar y que a través
de nuestros esfuerzos y caídas, somos fortalecidos así como el oro es refinado con el fuego.
Nunca permitamos que las cosas que no podemos tener, o que no tenemos, o que no
debamos tener, interrumpan nuestro gozo de las cosas que tenemos y podemos tener.
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EL ÁRBOL DE MANZANAS
Hace mucho tiempo existía un enorme árbol de manzanas. Un pequeño niño lo amaba
mucho y todos los días jugaba alrededor de él. Trepaba al árbol hasta el tope y él le daba
sombra. Él amaba al árbol y el árbol amaba al niño.
Pasó el tiempo y el pequeño niño creció y nunca más volvió a jugar alrededor del enorme
árbol. Un día el muchacho regresó y el árbol le dijo tristemente: «¿Vienes a jugar conmigo?».
Pero el muchacho contestó: «Ya no soy el niño de antes que jugaba alrededor de enormes
árboles. Lo que ahora quiero son juguetes y necesito dinero para comprarlos». «Lo siento»,
dijo el árbol, «pero no tengo dinero... Te sugiero que tomes todas mis manzanas y las
vendas. De esta, manera tú obtendrás el dinero para tus juguetes». El muchacho se sintió
muy feliz. Tomó todas las manzanas y obtuvo el dinero y el árbol volvió a ser feliz.
Pero el muchacho nunca volvió después de obtener el dinero y el árbol volvió a estar triste.
Tiempo después, el muchacho regresó y el árbol se puso feliz y le preguntó: «¿Vienes a
jugar conmigo?». «No tengo tiempo para jugar. Debo trabajar para mi familia. Necesito una
casa para compartir con mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?»... «Lo siento, no tengo una
casa, pero... Tú puedes cortar mis ramas y construir tu casa». El joven cortó todas las ramas
del árbol y esto hizo feliz nuevamente al árbol, pero el joven nunca más volvió desde esa vez
y el árbol volvió a estar triste y solitario.
Cierto día de un cálido verano, el hombre regresó y el árbol estaba encantado. «¿Vienes a
jugar conmigo?», le preguntó el árbol. El hombre contestó: «Estoy triste y volviéndome viejo,
quiero un bote para navegar y descansar, ¿puedes darme uno?». El árbol contestó: «Usa mi
tronco para que puedas construir uno y así puedas navegar y ser feliz». El hombre cortó el
tronco y construyó su bote. Luego se fue a navegar por un largo tiempo.
Finalmente regresó después de muchos años y el árbol le dijo: «Lo siento mucho, pero ya no
tengo nada que darte, ni siquiera manzanas». El hombre replicó: «No tengo dientes para
morder, ni fuerza para escalar... Ahora ya estoy viejo». Entonces el árbol, con lágrimas en
sus ojos le dijo: «Realmente no puedo darte nada... la única cosa que me queda son mis
raíces muertas». Y el hombre contestó: «Yo no necesito mucho ahora, solo un lugar para
descansar. Estoy tan cansado después de tantos años»... «Bueno, las viejas raíces de un
árbol son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa». El
hombre se sentó junto al árbol y este, feliz y contento sonrió con lágrimas.
Esta puede ser la historia de cada uno de nosotros. El árbol podría ser uno de nuestros
padres. Cuando somos niños, amamos y jugamos con papá y mamá... Cuando crecemos los
dejamos… Solo regresamos a ellos cuando los necesitamos o estamos en problemas... No
importa lo que sea, ellos siempre están allí para darnos todo lo que puedan y hacernos
felices. Tú puedes pensar que el muchacho es cruel contra el árbol, pero es así como
nosotros tratamos a nuestros padres...
Valoremos a nuestros padres mientras los tengamos a nuestro lado y si ya no están, que la
llama de su amor viva por siempre en nuestros corazones y sus recuerdos nos den fuerzas
cuando estemos cansados...
DONACIÓN
Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de Stanford, conocí a
una niña llamada Liz que sufría una extraña enfermedad. Su única oportunidad de
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recuperarse aparentemente era una transfusión de sangre de su hermano de cinco años, que
había sobrevivido milagrosamente a la misma y había desarrollado los anticuerpos
necesarios para combatirla.
El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a dar
su sangre a su hermana. Yo lo vi dudar sólo un momento antes de tomar un gran suspiro y
decidir:
– Sí, lo haré, si eso salva a Liz.
Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la de su
hermana, sonriente mientras nosotros lo asistíamos a él y a su hermana y veíamos retornar
el color a las mejillas de la niña. Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa
desapareció. Miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa:
– ¿A qué hora empezaré a morirme?
Siendo solo un niño, no había comprendido al doctor; él pensaba que le daría toda su sangre
a la hermana. Y aún así se la daba.
Da todo por quien ames.
LA RUEDA
Narra la historia de una rueda a la que le faltaba un pedazo, pues habían cortado de ella un
trozo triangular. La rueda quería estar completa, sin que le faltara nada, así que se fue a
buscar la pieza que había perdido. Pero como estaba incompleta y solo podía rodar muy
despacio, reparó en las bellas flores que había en el camino, charló con los gusanos y
disfrutó de los rayos del sol. Encontró montones de piezas, pero ninguna era la que le
faltaba, las hizo a un lado y prosiguió su búsqueda. Un día halló una pieza que le venía
perfectamente. Entonces se puso muy contenta, pues ya estaba completa, sin que nada le
faltara. Se colocó el fragmento en el cuerpo y empezó a rodar...
Volvió a ser una rueda perfecta que podía rodar con mucha rapidez... Tan rápidamente, que
no veía las flores ni charlaba con los gusanos. Cuando se dio cuenta de lo diferente que le
parecía el mundo cuando rodaba tan de prisa, se detuvo, dejo en la orilla del camino el
pedazo que había encontrado y se alejó rodando lentamente.
La moraleja de este cuento es que, por alguna razón, nos sentimos más completos cuando
nos falta algo. El hombre que lo tiene todo es un hombre pobre en ciertos aspectos: «Nunca
sabrá qué se siente al anhelar, tener esperanzas, nutrir el alma con el sueño de algo mejor,
ni tampoco conocerá la experiencia de recibir de quien lo ama lo que siempre había deseado
y no tenía. Hay integridad en la persona que acepta sus limitaciones y tiene el suficiente
coraje para renunciar a sus sueños inalcanzables sin considerar que por eso ha fracasado.
Hay entereza en quien ha aprendido que es lo bastante fuerte para sufrir una tragedia y
sobrevivir, que puede perder a un ser querido y aún así sentirse completo pues ha
atravesado por la peor experiencia y ha salido indemne. Cuando aceptemos que la
imperfección es parte de la condición humana y sigamos rodando por la vida sin renunciar a
disputarla, habremos alcanzado una integridad a la que otros solo aspiran. No significa ser
perfectos ni nunca cometer errores sino ser íntegros…Y, finalmente si tenemos suficiente
valor para amar, compasión para perdonar, generosidad para alegrarnos con la felicidad
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ajena y sabiduría para reconocer que hay AMOR de sobra para todo el mundo, entonces
podremos alcanzar una satisfacción que nunca otra criatura alcanzó.
LA BOTELLA
Un hombre estaba perdido en el desierto, destinado a morir de sed. Por su buena ventura,
llegó a una cabaña vieja, desmoronada, sin ventanas, sin techos. El hombre anduvo por ahí y
se encontró con una pequeña sombra donde acomodarse para huir del calor y del sol
desértico. Mirando a su alrededor, vio una vieja bomba de agua, toda oxidada, se arrastró
hacia allí, tomó de la manivela y comenzó a bombear, a bombear y a bombear sin parar, pero
nada sucedía. Desilusionado, cayó postrado hacia atrás, notó que a su lado había una
botella vieja, la miró, la limpió de todo el polvo que la rodeaba, y pudo leer un mensaje que
decía:
«Usted necesita primero preparar la bomba con toda el agua que contiene esta botella, mi
amigo, después, por favor tenga la gentileza de llenarla nuevamente antes de marchar.»
El hombre desenroscó la tapa de la botella, y en realidad, ahí estaba el agua. ¡La botella
estaba llena de agua! De repente, él se vio en un dilema, si bebiese aquella agua, podría
sobrevivir, pero si la vertía en esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca, bien
fría, del fondo del pozo, y podría tomar toda el agua que él quisiese, o tal vez no, tal vez, la
bomba no funcionaría… ¡Y el agua de la botella sería desperdiciada! ¿Qué debería hacer?
¿Derramar el agua en la bomba y esperar a que saliese agua o beber el agua vieja de la
botella e ignorar el mensaje? ¿Debería perder toda aquella agua en la esperanza de aquellas
instrucciones poco confiables, escritas no se sabe cuánto tiempo atrás? Con grandes dudas,
el hombre derramó toda el agua en la bomba, enseguida agarró la manivela y comenzó a
bombear y la bomba empezó a rechinar sin parar. ¡Nada pasaba! La bomba continuaba con
sus ruidos. Y entonces, surgió un hilo de agua, después un pequeño flujo y finalmente, el
agua corrió con abundancia, agua fresca, cristalina. Él llenó la botella y bebió ansiosamente,
la llenó otra vez y ¡tomó aún más de su contenido refrescante!
Enseguida, la llenó de nuevo para el próximo viajante la llenó hasta la boca, tomó la Pequeña
nota y aumentó la frase: «Créame que funciona, usted tiene que dar toda el agua antes de
obtenerla nuevamente».
Hay varias lecciones preciosas que podemos extraer de esta historia. ¿Cuántas veces
tenemos miedo de iniciar un nuevo proyecto pues este demandará de una enorme inversión
de tiempo, recursos, preparación y conocimiento? ¿Cuántos se han quedado parados
satisfaciéndose con los resultados mediocres, cuando podrían conquistar victorias
significativas?
Muchas veces tenemos oportunidades bellísimas que se nos presentan en la vida, y que
pueden ayudarnos a ser mejores personas o pueden abrirnos puertas nuevas, que nos
conducen a un mundo mejor. Pero siempre tememos, nunca nos entregamos ni confiamos
demasiado, y es por eso que, ante caminos nuevos, nuestras dudas y nuestras
inseguridades nos paralizan y tomamos lo justo y necesario sin arriesgarnos ni un poquito
más, por miedo o temor.
Si tenemos en cuenta aquella frase "La vida es un desafío", ¿por qué no nos arriesgamos?
¿Por qué no creemos? Alguien dijo alguna vez que: "El tren pasa algunas veces por nuestra
vida cargado de cosas bellas, y está en nosotros arriesgarnos y subir, o dejarlo pasar".
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¿Y si no vuelve? ¿Y si esa oportunidad que hoy dejamos pasar no se repite?
Entonces tomemos la botella y no dudemos, derramemos el agua en la bomba y
obtendremos un manantial de agua fresca y cristalina en la que nos veremos reflejados y
triunfadores. Y al fin comprenderemos que:
"Todo es posible si nos arriesgamos. Si no dudamos, todo es posible".
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Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con
el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero
que sí le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.
Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había
cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta
vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.
Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar
físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar
vergüenza delante de todos.
Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su
meditación como lo había hecho las veces anteriores.
El hombre, medio molesto pero ya mucho más sereno, se dirigió al árbol centenario y allí
sentado fue convirtiendo en humo su tabaco y su bronca.
Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto.
Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que
seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho.
El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol,
diciéndole: «Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era
necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo».
SE VENDEN CACHORROS.
El dueño de una tienda estaba colocando un anuncio en la puerta que decía: “Cachorritos en
venta”. Esa clase de anuncios siempre atraen a los niños, y pronto un niñito apareció en la
tienda preguntando: «¿Cuál es el precio de los perritos?» El dueño contestó: «Entre $30 y
$50». El niñito metió la mano en su bolsillo y sacó unas monedas: «Solo tengo $2.35...
¿Puedo verlos?» .
El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió su perra corriendo seguida por cinco perritos.
Uno de los perritos estaba quedándose considerablemente atrás. El niñito inmediatamente
señaló al perrito rezagado que cojeaba.
«¿Qué le pasa a ese perrito?», preguntó.
El hombre le explicó que cuando el perrito nació, el veterinario le dijo que tenía una cadera
defectuosa y que cojearía por el resto de su vida. El niñito se emocionó mucho y exclamó:
«¡Ese es el perrito que yo quiero comprar!». Y el hombre replicó: «No, tú no vas a comprar
ese cachorro, si tú realmente lo quieres, yo te lo regalo». El niñito se disgustó, mirando
directo a los ojos del hombre le dijo: «Yo no quiero que Ud. me lo regale, él vale tanto como
los otros perritos y yo le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis $2.35 ahora y
50 centavos cada mes hasta que lo haya pagado completo».
El hombre contestó: «Tú de verdad no querrás comprar ese perrito, hijo. El nunca será
capaz de correr, saltar y jugar como los otros perritos».
El niñito se agachó y se levantó la pierna de su pantalón para mostrar su pierna izquierda,
cruelmente retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al
hombre y le dijo: «Bueno yo no puedo correr muy bien tampoco, y el perrito necesitará a
alguien que lo entienda».
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El hombre estaba ahora mordiéndose el labio, y sus ojos se llenaron de lágrimas… sonrió y
dijo: «Hijo, sólo espero y rezo para que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como
tú».
En la vida no importa quién eres, sino que alguien te aprecie por lo que eres, y te acepte y te
ame incondicionalmente.
Un verdadero amigo es aquel que llega cuando el resto del mundo se ha ido.
NO TE OLVIDES DE LO PRINCIPAL
Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en brazos, pasando delante de una
caverna escuchó una voz misteriosa que allá adentro le decía: «Entra y toma todo lo que
desees, pero no te olvides de lo principal. Recuerda algo: después que salgas, la puerta se
cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo
principal».
La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las
joyas, puso al niño en el piso y empezó a juntar, ansiosamente, todo lo que podía en su
delantal.
La voz misteriosa habló nuevamente. «Tienes solo ocho minutos».
Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacía afuera
de la caverna y la puerta se cerró... Recordó, entonces, que el niño quedo allá y la puerta
estaba cerrada para siempre. La riqueza duró poco y la desesperación, siempre.
Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros mismos. Tenemos 80 años para vivir en este mundo,
y una voz siempre nos advierte: ¡No te olvides de lo principal!
Y lo principal son los valores espirituales, la familia, los amigos, la vida. Pero la ganancia, la
riqueza y los placeres materiales nos fascinan tanto que lo principal siempre se queda a un
lado.
Así agotamos nuestro tiempo y dejamos a un lado lo esencial: ¡Los tesoros del Alma!
Jamás nos olvidemos que la vida en este mundo pasa rápido y que la muerte llega de
inesperado. Y que cuando la puerta de esta vida se cierra para nosotros, de nada valdrán las
lamentaciones.
CLAVOS
Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa
de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de
la puerta. El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta.
Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez
menos clavos.
Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó el
día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre,
este le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días
pasaron y el joven pudo anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la
puerta...
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Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta.
Le dijo: has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más
será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las
que ves aquí.
Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo como se lo digas lo devastará, y
la cicatriz perdurará para siempre.
Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física.
Los amigos son en verdad una joya rara. Ellos te hacen reír y te animan a que tengas éxito.
Ellos te prestan todo, comparten palabras de elogio y siempre quieren abrirnos sus
corazones. Si alguna vez dejaste una cicatriz en la puerta de un ser querido, compénsalo con
una sonrisa llena de ternura.
EL CIENTÍFICO Y EL EGO
Había una vez un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan
perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción. Un día se
enteró de que lo andaba buscando el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí
mismo.
El Ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el
científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo. Pero no por mucho tiempo,
porque, como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa
estrategia.
Regresó de nuevo y dijo: «Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan
perfectas reproducciones de sí mismo, sin embargo, he descubierto que su obra tiene un
defecto, un único y minúsculo defecto».
El científico pegó un salto y gritó: «¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?»
«Justamente aquí», respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus
reproducciones y se lo llevaba consigo.
Todo lo que hace falta para descubrir al 'ego' es una palabra de adulación o de crítica.
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que impedía mostrar el caballo ideal que tenía en su interior. El artista supo "ver" dentro, lo
que nadie veía. Ese fue su arte.
Pienso todo esto al comprender que con la educación de los humanos pasa algo parecido.
¿Han pensado ustedes alguna vez que la palabra "educar" viene del latín "edúcere", que
quiere decir exactamente: sacar de dentro? ¿Han pensado que la verdadera genialidad del
educador no consiste en "añadirle" al niño las cosas que le faltan, sino en descubrir lo que
cada pequeño tiene ya dentro al nacer y saber sacarlo a la luz?
Me parece que muchos padres y educadores se equivocan cuando luchan para que sus hijos
se parezcan a ellos o a su ideal educativo o humano. Padres que quieren que sus hijos se
parezcan a Napoleón, a Alejandro Magno o al banquero que triunfó en la vida entre sus
compañeros de curso. Pero es que su hijo no debe parecerse a Napoleón ni a nadie. Su hijo
debe ser, ante todo, fiel a sí mismo. Lo que tiene que realizar no es lo que haya hecho el
vecino, por estupendo que sea. Tiene que realizarse a sí mismo y realizarse al máximo.
Tiene que sacar de dentro de su alma la persona que ya es, lo mismo que del bloque de
piedra sale el caballo ideal que había dentro.
Ser hombre no es copiar nada de fuera. No es ir añadiendo virtudes que son magníficas,
pero que tal vez son de otros. Ser hombre es llevar a su límite todas las infinitas posibilidades
que cada humano lleva ya dentro de sí. El educador no trabaja como el pintor, añadiendo
colores o formas. Trabaja como el escultor, quitando todos los trozos deformes del bloque de
la vida y que impiden que el hombre muestre su alma entera tal y como ella es.
Y los muchachos tienen razón cuando se revelan contra quienes quieren imponerles modelos
exteriores. Aunque no la tienen cuando se entregan no a lo mejor de sí mismos sino a su
comodidad y a su pereza, que es precisamente el trozo de bloque que les impide mostrar lo
mejor de sí mismos. Un buen padre, un buen educador es el que sabe ver la escultura
maravillosa que cada uno tiene, revestida tal vez por toneladas de vulgaridad. Quitar esa
vulgaridad a martillazos -quizás muy dolorosos- es la verdadera obra del genio creador.
AFRONTAR EL SUFRIMIENTO
En tiempos de Buda, murió el único hijo de una mujer llamada Kisagotami. Incapaz de
aceptar aquello, la mujer corrió de una persona a otra en busca de una medicina que
devolviera la vida a su hijo. Le dijeron que Buda la tenía.
Kisagotami fue a ver a Buda, le rindió homenaje y le preguntó:
– ¿Puedes preparar una medicina que resucite a mi hijo?
– Conozco esa medicina -contestó Buda-. Pero para prepararla necesito ciertos ingredientes.
– ¿Qué ingredientes? -preguntó la mujer, aliviada.
– Tráeme un puñado de semillas de mostaza -le dijo Buda.
La mujer le prometió que se las procuraría, pero antes de que se marchase, Buda añadió:
– Necesito que las semillas de mostaza procedan de un hogar donde no haya muerto ningún
niño, cónyuge, padre o sirviente.
La mujer asintió, y empezó a ir de casa en casa, en busca de las semillas. En todas las
casas que visitó, la gente se mostró dispuesta a darle las semillas pero al preguntar ella si en
la casa había muerto alguien, se encontró con que todas las casas habían sido visitadas por
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la muerte; en una había muerto una hija, en otra un sirviente, en otras el marido o uno de los
padres. Kisagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el
sufrimiento de la muerte. Al darse cuenta de que no estaba sola en su dolor, la madre se
desprendió del cuerpo sin vida de su hijo, y fue a ver a Buda, quien le dijo con gran
compasión:
– Creíste que solo tú habías perdido un hijo; la ley de la muerte es que no hay permanencia
entre las criaturas vivas.
La búsqueda de Kisagotami le enseñó que nadie se libra del sufrimiento y la pérdida. Ella no
era una excepción.
Esa comprensión no eliminó el sufrimiento inevitable que comporta toda pérdida, pero redujo
el que deriva de luchar contra ese triste hecho, y por sobretodo le permitió reponerse y ser
feliz.
COMPARTIR
Dos hombres, ambos enfermos de gravedad compartían el mismo cuarto semiprivado del
hospital.
A uno de ellos se le permitía sentarse durante una hora en la tarde, para drenar el líquido de
sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que
permanecer acostado de espalda todo el tiempo.
Conversaban incesantemente todo el día y todos los días. Hablaban de sus esposas y
familias, sus hogares, empleos, experiencias durante sus servicios militares y sitios visitados
durante sus vacaciones. Todas las tardes, cuando el compañero ubicado al lado de la
ventana se sentaba, se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía.
Con el tiempo, el compañero acostado de espalda, que no podía asomarse por la ventana,
se desvivía por esos períodos de una hora, durante los cuales se deleitaba con los relatos de
las actividades y colores del mundo exterior. La ventana daba a un parque con un bello lago.
Los patos y cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos a
la orilla del lago. Los enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores; era
un paisaje con árboles majestuosos y, en la distancia, una bella vista de la ciudad. A medida
que el señor cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, su compañero
cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco. Una tarde, le describió un desfile que
pasaba por el hospital, y aunque no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de
la mente mientras su compañero se lo describía.
Pasaron los días y las semanas; y una mañana, la enfermera, al entrar para el aseo
matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor cerca de la ventana, quien había
expirado tranquilamente durante su sueño. Con mucha tristeza avisó para que trasladaran el
cuerpo. Al día siguiente, el otro señor pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. A la
enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse de que estaba cómodo, lo dejó
solo.
Con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder mirar el mundo exterior por
primera vez. Finalmente, tendría la alegría de verlo por sí mismo. Se esforzó para asomarse
por la ventana, y lo que vio fue la pared del edificio de al lado. Confundido y entristecido, le
preguntó a la enfermera qué sería lo que animó a su difunto compañero a describir tantas
cosas maravillosas fuera de la ventana...
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La enfermera le respondió que el señor era ciego y no podía ni ver la pared de enfrente. Ella
le dijo: «Quizás solamente deseaba animarlo a usted».
Existe una inmensa alegría en poder alegrar a otros, a pesar de nuestra propia situación. La
aflicción compartida disminuye la tristeza, pero cuando la alegría es compartida, se duplica.
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– Si usted hubiera invitado a Riqueza o a Éxito, los otros dos nos hubiéramos quedado
afuera, pero como usted invitó a Amor, dondequiera que él va, nosotros lo acompañamos.
Dondequiera que haya amor, también hay riqueza y éxito.
EL ECO DE LA VIDA
Un espeleólogo, hombre aficionado a explorar las grutas y cavernas, llevaba a su pequeño
hijo de cuatro años a conocer por primera vez una cueva, en la cual el pequeño descubrió el
“eco” arrojando una piedrecilla.
El chico sorprendido gritó: “Horrible” y el eco le regresó el grito. Gritó entonces:
“Espantosamente” y el eco devolvió nuevamente el sonido.
El chico tembló de miedo ante lo desconocido y le preguntó a su padre sobre esa resonancia.
El padre inteligentemente lo tomó en sus brazos y le dijo: «Hijo mío, escucha nuevamente…»
y gritó: "Maravillosamente" y el eco le devolvió en sus diversas voces gritos de "bello,
espléndido, extraordinario, excelente", con iguales resultados.
El niño sonrió y le volvió a preguntar: «¿Qué es papá?» y él le respondió: «ES LA VIDA HIJO
MÍO. Como le llamas, te contesta. Pídele lo mejor y te dará lo mejor. Pídele lo peor y te dará
lo peor».
EL CARPINTERO
Un carpintero ya entrado en años, estaba listo para retirarse. Le dijo a su Jefe de los planes
de dejar el negocio de la construcción para llevar una vida más placentera con su esposa y
disfrutar de su familia.
El Jefe lamentaba que su buen empleado dejara la compañía y le pidió si podía construir una
sola casa más, como un favor personal. El carpintero accedió, pero era notorio que no estaba
poniendo el corazón en su trabajo. Utilizaba materiales de inferior calidad y el trabajo era
deficiente. Era una desafortunada manera de terminar su carrera.
Cuando el carpintero terminó su trabajo y su Jefe fue a inspeccionar la casa, el Jefe le
extendió al carpintero las llaves de la puerta principal.
– Esta es tu casa -dijo-. Es mi regalo para ti.
¡Qué tragedia! ¡Qué pena! Si solamente el carpintero hubiera sabido que estaba
construyendo su propia casa, la hubiera hecho de manera totalmente diferente. Ahora tendría
que vivir en la casa que construyó "no muy bien" que digamos.
Está en nosotros. Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando cuando
deberíamos actuar, dispuestos a poner en ello menos que lo mejor. En puntos importantes,
no ponemos lo mejor de nosotros en nuestro trabajo. Entonces con pena vemos la situación
que hemos creado y encontramos que estamos "viviendo en la casa que nosotros mismos
hemos construido". Si lo hubiéramos sabido antes, la habríamos hecho diferente.
Piensen como si fueran el carpintero. Piensen en su casa. Cada día clavamos un clavo,
levantamos una pared o edificamos un techo. Construyan con sabiduría. Es la única vida que
podrán construir. Inclusive si sólo la viven por un día más, ese día merece ser vivido con
gracia y dignidad.
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Una placa en la pared debería decir: «La Vida es un Proyecto de “Hágalo-usted-mismo”».
¿Quién podría decirlo más claramente? Su vida, ahora, es el resultado de sus actitudes y
elecciones del pasado.
Su vida mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones hechas ¡HOY!
EL JUICIO
Cuenta una antigua leyenda, que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente
acusado de haber asesinado a una mujer.
En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el
primer momento se procuró un “chivo expiatorio”, para encubrir al culpable.
El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas posibilidades de
escapar al terrible veredicto: ¡¡La horca!!
El Juez, también complotado, cuidó no obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo, por
ello dijo al acusado:
– Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu
destino. Escribiremos en dos papeles separados las palabras «culpable» e «inocente». Tú
escogerás y será la mano de Dios la que decida tu destino.
Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda:
«culpable» y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema
propuesto era una trampa. No había escapatoria.
El Juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Este respiró
profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados, y cuando la
sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, tomó uno de
los papeles y llevándolo a la boca lo engulló rápidamente.
Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon airadamente:
«Pero ¿qué hizo...? ¿Y ahora…? ¿Cómo vamos a saber el veredicto...?
Es muy sencillo, respondió el hombre... Es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos
lo que decía el que me tragué...
Con rezongos y bronca mal disimulada, debieron liberar al acusado, y jamás volvieron a
molestarlo.
Por más difícil que se nos presente una situación nunca dejes de buscar la salida ni de luchar
hasta el último momento.
SÉ CREATIVO ¡CUANDO TODO PAREZCA PERDIDO, USA LA IMAGINACIÓN! En los
momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento.
EL MÁS PODEROSO
El sol y el viento discutían para ver quién era el más fuerte.
El viento decía: «¿Ves aquel anciano envuelto en una capa? Te apuesto a que le haré quitar
la capa más rápido que tú».
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Se ocultó tras una nube y comenzó a soplar el viento, cada vez con más fuerza, hasta ser
casi un ciclón, pero cuanto más soplaba tanto más se envolvía el hombre en la capa.
Por fin el viento se calmó y declaró vencido. Y entonces salió el sol y sonrió benignamente
sobre el anciano. No pasó mucho tiempo hasta que el anciano, acalorado por la tibieza del
sol, se quitó la capa.
El sol demostró entonces al viento que la suavidad y el amor de los abrazos son más
poderosos que la furia y la fuerza.
LA JOYA ÚNICA
Cruzando el desierto, un viajero inglés vio a un árabe muy pensativo, sentado al pie de una
palmera. Apoca distancia reposaban sus camellos, pesadamente cargados, por lo que el
viajero comprendió que se trataba de un mercader de objetos de valor, que iba a vender sus
joyas, perfumes y tápices a alguna ciudad vecina.
Como hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien, se aproximó al pensativo
mercader diciéndole:
– Buen amigo, ¡salud! Parecéis muy preocupado. ¿Puedo ayudaros en algo?
– ¡Ay!, respondió el árabe con tristeza, estoy muy afligido porque acabo de perder la más
preciosa de las joyas.
– ¡Bah!, respondió el inglés, la pérdida de una joya no debe ser gran cosa para vos que
lleváis tesoros sobre vuestros camellos, y os será fácil reponerla.
– ¡¿Reponerla?! ¡¿Reponerla decís?! -exclamó el árabe-. Bien sé que no conocéis el valor de
mi pérdida.
– ¿Qué joya es, pues?, -preguntó el viajero.
– Era una joya, -le respondió el mercader- como no volverá a hacerse otra. Estaba tallada en
un pedazo de piedra de la Vida y había sido hecha en el taller del Tiempo. Adornabanla
veinticuatro brillantes, alrededor de los cuales se agrupaban sesenta más pequeños. Ya veis
que tengo razón al decir que joya igual no podrá reproducirse jamás.
– A fe mía, dijo el inglés, vuestra joya debía ser preciosa. Pero, ¿no creéis que con mucho
dinero pueda hacerse otra igual?
– La joya perdida, -respondió el árabe, volviendo a quedar pensativo- era un día, y un día
que se pierde no vuelve a encontrarse.
EL CORCHO
Hace años, un inspector visitó una escuela primaria. En su recorrido observó algo que le
llamó poderosamente la atención. Una maestra estaba atrincherada atrás de su escritorio, los
alumnos hacían gran desorden y el cuadro era caótico.
Decidió presentarse:
– Permiso, soy el inspector de turno... ¿algún problema?
– Estoy abrumada señor, no se qué hacer con estos chicos... No tengo láminas, el Ministerio
no me manda material didáctico, no tengo nada nuevo que mostrarles ni qué decirles...
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El inspector, que era un docente de alma, vio un corcho en el desordenado escritorio. Lo
tomó y con aplomo se dirigió a los chicos:
– ¿Qué es esto?
– Un corcho señor... -gritaron los alumnos sorprendidos.
– Bien, ¿De dónde sale el corcho?
– De la botella señor. Lo coloca una máquina, de un árbol… de la madera... -respondían
animosos los niños.
– ¿Y qué se puede hacer con madera? -continuaba entusiasta el docente.
– Sillas..., una mesa..., un barco...
– Bien, tenemos un barco. ¿Quién lo dibuja? ¿Quién hace un mapa en el pizarrón y coloca el
puerto más cercano para nuestro barquito? Escriban a qué provincia argentina pertenece. ¿Y
cuál es el otro puerto más cercano? ¿A qué país corresponde? ¿Qué poeta conocen que allí
nació? ¿Qué produce esta región? ¿Quién recuerda una canción de este lugar?
Y comenzó una tarea de geografía, de historia, de música, economía, literatura, religión, etc.
La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase le dijo conmovida:
– Señor, nunca olvidaré lo que me enseñó hoy. Muchas Gracias.
Pasó el tiempo. El inspector volvió a la escuela y buscó a la maestra. Estaba acurrucada
atrás de su escritorio, los alumnos otra vez en total desorden...
– Señorita… ¿Qué pasó? ¿No se acuerda de mí?
– Sí señor. ¡Cómo olvidarme! Qué suerte que regresó. No encuentro el corcho. ¿Dónde lo
dejó?
Ser creativo... Usar la imaginación... Pensar un poco más y tratar de encontrar la magia...
esa magia transformadora...
Todos somos alumnos en esta gran escuela que es la vida, y sin embargo usamos poco la
imaginación, entonces vivimos a medias, buscando estímulos en cosas o lugares que solo
nos ayudan a perder el tiempo pero que pocas veces nos hacen crecer o nos iluminan...
Entonces cuando sentimos hastío y estamos cansados o deprimidos nos aferramos a las
excusas: que no tengo dinero, que no me da el tiempo, que no sé qué hacer, que... y de
excusa en excusa seguimos dormidos esperando que alguien cree la fórmula mágica que
nos haga sentir, que nos estimule, que nos encienda...
Debemos darle paso a nuestra creatividad y dejar que nuestra imaginación despierte y nos
dé las respuestas... Imaginar... Imaginar... es algo así como soñar despierto, es transformar
con la mente todo aquello que nos parece que no puede modificarse...
La vida nos regala todos los días pequeños instantes en donde somos sus grandes artistas,
sin embargo muchos sólo se quejan, se aburren, o sólo esperan que otros den sentido a sus
días...
La creatividad despierta el poder que duerme en nuestra imaginación; es osadía, aventura
para descubrir y aprender de los cambios; es respuesta hábil, no impotencia explicada o
reclamo por lo que nos falta.
Crear y despertar ese poder... esa es la clave...
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DOS LOBOS
Un viejo amerindio estaba hablando con su nieto. Le decía: «Me siento como si tuviera dos
lobos peleando en mi corazón. Uno de los dos es un lobo enojado, violento y vengador. El
otro está lleno de amor y compasión».
El nieto preguntó: «Abuelo, dime, ¿cuál de los dos lobos ganará la pelea en tu corazón?»
El abuelo contestó: «Aquel que yo alimente…»
¿EXCELENCIA O SUFICIENCIA?
Juan trabajaba en una empresa hacía dos años. Siempre fue muy serio, dedicado y
cumplidor de sus obligaciones. Llegaba puntual y estaba orgulloso de que en dos años nunca
recibió una amonestación. Cierto día buscó al Gerente para hacerle un reclamo:
– Señor, trabajo en la empresa hace dos años con bastante esmero y estoy a gusto con mi
puesto, pero siento que he sido postergado. Mire, Fernando ingresó a un puesto igual al mío
hace sólo seis meses y ya ha sido promovido a Supervisor.
– iUhm! -reflexiona mostrando preocupación-. Mientras analizamos esto, quisiera pedirte que
me ayudes a resolver un problema. Quiero dar fruta al personal para la sobremesa del
almuerzo de hoy. En la bodega de la esquina venden frutas. Por favor, averigua si tienen
naranjas.
Juan se esmeró por cumplir con el encargo y en 5 minutos estaba de regreso.
– Bueno Juan, ¿qué averiguaste?
– Señor, tienen naranjas para la venta.
– ¿Y cuánto cuestan?
– ¡Ah!… No pregunté por eso.
– OK, ¿pero viste si tenían suficientes naranjas para todo el personal? (preguntaba serio).
–Tampoco pregunté por eso señor.
– ¿Hay alguna fruta que pueda sustituir la naranja?
– No sé señor, pero creo...
– Bueno, siéntate un momento.
El Gerente tomó el teléfono y mandó llamar a Fernando.
Cuando se presentó, le dio las mismas instrucciones que le diera a Juan y en 10 minutos
estaba de vuelta.
Cuando retornó el Gerente pregunta:
– Bien Fernando, ¿qué noticias me tienes?
– Señor, tienen naranjas, lo suficiente para atender a todo el personal, y si prefiere también
tienen plátano, papaya, melón y mango. La naranja está a 1,5 pesos el kilo, el plátano a 2,2
la mano, el mango a 0,9 el kilo, la papaya y el melón a 2,8 pesos el kilo. Me dicen que si la
compra es por cantidad, nos darán un descuento de 8%. He dejado separada la naranja,
pero si usted escoge otra fruta debo regresar para confirmar el pedido.
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– Muchas gracias Fernando, pero espera un momento.
Se dirige a Juan, que aún seguía esperando estupefacto y le dice:
– Juan, ¿qué me decías?
Nada señor, eso es todo, muchísimas gracias, con su permiso.
¿Y tú?... ¿Haz hecho hoy tu mejor esfuerzo?
Por eso, haz tu mejor esfuerzo, aún con las tareas más sencillas, ya que de otra forma nadie
nos confiará tareas de mayor importancia. Todas las veces que empleas correctamente la
información, tienes la oportunidad de imprimir tu marca personal.
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Los mejores hombres no son aquellos que han esperado las oportunidades, sino quienes las
han buscado y las han aprovechado a tiempo; quienes han asediado a la oportunidad,
quienes la han conquistado.
La conquista puede ser un amor, conocimientos, trabajo, riquezas materiales o espirituales.
Todo está a tu alcance. Tú puedes plantearte las metas y los objetivos que deseas.
Las condiciones para lograr éxitos no son siempre fáciles. No hay otro método que trabajar
duro, ser tenaz, soportar, tener fe, luchar, creer siempre, no rendirse y jamás volver la
espalda.
LA FLOR
Había una joven muy rica, que tenía de todo, un marido maravilloso, hijos perfectos, un
empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo extraño es que ella no conseguía
conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida siempre
estaba deficitaria en alguna área.
Si el trabajo le consumía mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos, si surgían problemas, ella
dejaba de lado al marido. Y así, las personas que ella amaba eran siempre dejadas para
después.
Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: Una flor rarísima y
rarísima, de la cual solo había un ejemplar en todo el mundo y le dijo: Hija, esta flor te va a
ayudar mucho, ¡más de lo que te imaginas! Tan solo tendrás que regarla y podarla de vez en
cuando, y a veces conversar un poco con ella, y ella te dará a cambio ese perfume
maravilloso y esas maravillosas flores.
La, joven quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una belleza sin igual.
Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía todo su tiempo, y
su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar la flor.
Ella llegaba a casa, miraba la flor y las flores todavía estaban allá, no mostraba señal de
flaqueza o muerte, apenas estaban allá, lindas, perfumadas.
Entonces ella pasaba de largo.
Hasta que un día, sin más ni menos, la flor murió. Ella llegó a casa y se llevó un susto.
Estaba completamente muerta, su raíz estaba reseca, sus flores caídas y sus hojas
amarillas.
La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre entonces
respondió: «Yo ya me imaginaba que esto ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no
existe otra flor igual a esa, ella era única, al igual que tus hijos, tu marido y tu familia. Todos
son bendiciones que la vida te dio, pero tú tienes que aprender a regarlos, podarlos y darles
atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren. Te acostumbraste a ver
la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla».
¡Cuida a las personas que amas!
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Debemos quitarle algo a los hombres, ¿pero qué le quitamos?
Después de mucho pensar uno de ellos dijo:
– ¡Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde la escondemos
para que no la encuentren -propuso el primero-. Vamos a esconderla en la cima del monte
más alto del mundo, -a lo que inmediatamente repuso otro:
– No, recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si uno la
encuentra, ya todos sabrán donde está.
Luego propuso otro:
– Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar, -y otro contestó:
– No recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá un aparato para poder
bajar y entonces la encontrará.
Uno más dijo:
– Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra, -y otro agregó:
– No, recuerda que tienen inteligencia, y algún día alguien va a construir una nave en la que
puedan viajar a otros planetas y la va a descubrir, entonces todos tendrán felicidad.
El último de ellos era un duende que había permanecido en silencio escuchando
atentamente a cada uno de los demás duendes.
Analizó y dijo:
– Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.
Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono: «¿Dónde?» Y el duende respondió:
– La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que
nunca la encontraran.
Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: El hombre se pasa la vida
buscando felicidad sin saber que la trae consigo.
LA CANASTA VACÍA
La esposa del Faraón de Egipto había perdido muchos hijos en su vientre... Este parto,
seguramente, era su última oportunidad para darle un heredero al Faraón.
Rodeada de médicos y sirvientas, el dolor de su vientre fue en aumento hasta que explotó en
un grito de dolor liberador y, simultáneamente a su muerte, dio un parto de cinco hijos, cuatro
de ellos varones y una niña.
El Faraón crió con amor y dedicación a sus hijos, dándoles la educación de futuros
gobernantes a los varones y de princesa a la hija.
Pasados los años y crecidos sus hijos, el Faraón se enfrentó al dilema de escoger a su
sucesor. Dado que todos habían nacido en el mismo parto, no había un primogénito a quién
el derecho le correspondiese naturalmente.
Consultó con el Consejo de Ancianos:
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– ¡Qué debo hacer? ¿Cómo elegir a mi sucesor? ¿Quizás deba dividir el Imperio en cuatro
reinos para ser justo con todos ellos?
Los sabios respondieron:
– No, su majestad, dividir el Imperio implica debilitarlo y ello acarreará su destrucción,
además, usted tuvo cinco hijos y sería injusto con su hija. Lo mejor es hacer un Concurso
entre ellos y el que traiga el Proyecto que más beneficie a Egipto, ese sea el escogido.
Satisfecho con la sabiduría del consejo recibido, el Faraón citó a sus hijos, incluida la hija, y
les dijo:
– Tienen seis meses para plantear el Proyecto más beneficioso para Egipto y quién así lo
haga será elegido mi sucesor.
En ese mismo instante los cuatro varones se miraron suspicaces, surgiendo por primera vez
entre ellos el recelo, el temor y quizás, hasta el odio mismo.
Seis meses después los cinco hijos se congregaron en el Salón del Faraón portando los
varones gran cantidad de maquetas y planos y la hija una canasta vacía.
El Faraón escuchó por turno los Proyectos... Cada cual superaba al anterior: Que un Sistema
de Caminos para el Reino, que un Sistema de Canales de Riego, que un Sistema de Silos
para las Cosechas, que un Sistema de Puertos para el comercio... Era difícil pensar en uno
que superase en beneficios al otro. La discusión para analizar el valor de cada uno, sin duda
sería ardua, problemática y difícil.
Sin embargo, al llegar el turno a la hija esta mostró su canasta vacía y dijo:
– Padre, yo traigo una canasta vacía que hoy vale tanto como las maquetas que has visto.
Nadie puede decir qué obra es la mejor hasta no verla hecha y, para ese entonces el
contenido de mi canasta podría superar en valor a cualquiera de ellos.
Todos quedaron sorprendidos por el enunciado, pero el Faraón y el Consejo de Sabios
estuvieron de acuerdo en que discutir el valor de los Proyectos no tenía más sentido que
discutir el valor del contenido de una canasta vacía.
Entonces la solución fue obvia: los recursos del reino se afectarían al desarrollo de los
Proyectos durante dos años y, al cabo de ese tiempo se analizaría el beneficio real de cada
obra para el Reino.
Pasaron los dos años de febril actividad y llegó el momento de presentarse al Salón del
Trono.
Cada uno de los hijos venía orgulloso con gran cantidad de documentos y asesores para
demostrar que su obra había sida la más beneficiosa al Reino... y la hija llegó con su canasta
vacía...
A su turno cada hijo expuso el valor de las obras hechas: de cómo ahora el sistema de riego
había aumentado las cosechas, de cómo ahora el sistema de caminos permitían que esas
cosechas llegasen hasta el último rincón del Reino, de cómo ahora el sistema de silos
permitía almacenarlas de modo limpio y seguro, de cómo ahora los nuevos puertos eran
fuente de comercio y prosperidad.
Al llegar el turno de la hija, esta señaló su canasta y dijo:
– Padre, tal como lo anuncié, el tiempo me permitiría dar valor al contenido de esta canasta...
Ahora lo ves, gracias a mi canasta vacía el Reino tiene canales, caminos, silos y puertos...
75
Sin ella sólo hubiésemos tenido Proyectos y una larga discusión para ver cuál era el mejor
sin que nunca ocurriese nada... Los cuatro hermanos se dieron vuelta sorprendidos y
azorados y, tras un momento de vacilación se arrodillaron frente a su hermana...
... Y así Egipto tuvo su primera Emperatriz...
CONSTRUIR EL PUENTE
No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes cayeron en un
conflicto. Este fue el primer conflicto serio que tenía en 40 años de cultivar juntos hombro a
hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes en forma continúa.
Esta larga y beneficiosa colaboración terminó repentinamente. Comenzó con un pequeño
malentendido y fue creciendo hasta llegar a ser una diferencia mayor entre ellos, que explotó
en un intercambio de palabras amargas seguido de semanas de silencio.
Una mañana alguien llamó a la puerta de Luís. Al abrir la puerta, encontró a un hombre con
herramientas de carpintero.
– Estoy buscando trabajo por unos días -dijo el extraño-. Quizás usted requiera algunas
pequeñas reparaciones aquí en su granja y yo pueda ser de ayuda en eso.
– Sí -dijo el mayor de los hermanos-, tengo un trabajo para usted. Mire al otro lado del
arroyo, aquella granja, ahí vive mi vecino, bueno, de hecho es mi hermano menor. La
semana pasada había una hermosa pradera entre nosotros y él tomó su buldózer y desvió el
cauce del arroyo para que quedara entre nosotros. Bueno, él pudo haber hecho esto para
enfurecerme, pero le voy a hacer una mejor. ¿Ve usted aquella pila de desechos de madera
junto al granero? Quiero que construya una cerca, una cerca de dos metros de alto, no
quiero verlo nunca más.
El carpintero le dijo:
– Creo que comprendo la situación. Muéstreme donde están los clavos y la pala para hacer
los hoyos de los postes y le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho.
El hermano mayor le ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja por el
resto del día para ir por provisiones al pueblo.
El carpintero trabajó duro todo el día midiendo, cortando, clavando. Cerca del ocaso, cuando
el granjero regresó, el carpintero justo había terminado su trabajo.
El granjero quedó con los ojos completamente abiertos, su quijada cayó. ¡¡¡No había ninguna
cerca de dos metros!!! En su lugar había un puente. ¡¡Un puente que unía las dos granjas a
través del arroyo!! Era una fina pieza de arte, con todo y pasamanos.
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En ese momento, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y abrazando a su
hermano le dijo:
– Eres un gran tipo, mira que construir este hermoso puente después de lo que he hecho y
dicho.
Estaban en su reconciliación los dos hermanos cuando vieron que el carpintero tomaba sus
herramientas.
– No, espera, -le dijo el hermano mayor-. Quédate unos cuantos días. Tengo muchos
proyectos para ti.
– Me gustaría quedarme, dijo el carpintero, pero tengo muchos puentes por construir.
ALGO CAMBIÓ
Un amigo nuestro iba caminando al atardecer por una playa desértica. Mientras caminaba,
divisó a otro hombre a lo lejos. Al acercarse, notó que el lugareño se agachaba
constantemente, recogía algo y lo arrojaba al agua. Una y otra vez lanzaba cosas al océano.
Cuando nuestro amigo se acercó más todavía, vio que el hombre recogía estrellas de mar
que se habían clavado en la playa y una por vez, las iba devolviendo al agua.
Nuestro amigo se sintió confundido. Se acercó y dijo:
– Buenas noches, amigo. Me pregunto qué está haciendo.
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– Devuelvo estas estrellas de mar al océano. Ve, en este momento, la marea está baja y
todas estas estrellas quedaron en la costa. Si no las echo nuevamente al mar, se mueren
aquí por falta de oxígeno.
– Ya entiendo -respondió mi amigo- pero ha debe de haber miles de estrellas de mar en esta
playa. Es imposible tomarlas a todas. Son demasiadas. Además, seguramente esto pasa en
cientos de playas a lo largo de toda la costa. ¿No se da cuenta que no cambia nada?
El lugareño sonrió, se agachó, levantó otra estrella de mar para arrojarla de nuevo al mar y
respondió:
– ¡Para esta, sí cambió algo!
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estábamos de pie, gritando y aclamando, haciendo todo lo posible para mostrar cuánto
apreciábamos lo que él había hecho.
Él sonrió, se secó el sudor de sus cejas, alzó su arco para callamos, y después dijo, no
presumidamente, pero en un tono tranquilo, pensativo, y reverente:
«Ustedes saben, algunas veces la tarea del artista es la de averiguar cuánta música
podemos producir con lo que nos queda».
¡Qué renglón tan poderoso! Se ha quedado en mi mente desde que lo oí. ¿Y quién sabe? Tal
vez esa sea la definición de la vida, no solo para las artistas sino para todos nosotros. He
aquí un hombre que se ha preparado por toda su vida para producir música con un violín de
cuatro cuerdas, quien se encuentra de repente en medio de un concierto con solo tres
cuerdas; y entonces produce música con tres cuerdas, y la música que él produjo esa noche
con sólo tres cuerdas era más bonita y más memorable que cualquier otra que él haya
producido con cuatro cuerdas.
Entonces, tal vez nuestra tarea en este mundo inestable, cambiante, y perplejo en el que
vivimos es la de producir música, primero con lo que tenemos, y después, cuando esto ya no
sea posible, producir música con lo que nos queda.
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hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba
nuevamente en el estuche.
Ella pensó: «¡Qué maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj!» Entró a
preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho
más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar.
Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía
esperar tanto.
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para
esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar
por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: “Se compra pelo
natural”. Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez
años, no tardó en entrar a preguntar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para
una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:
– Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, usted me lo compraría.
– Seguro, -fue la respuesta.
– Entonces en tres días estaré aquí.
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre.
Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.
Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró
allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se
hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las
luces, puso solo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su
pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo
después para explicárselo.
Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó
de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue
hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no
estaba. La caja contenía sendas bellas peinetas que él había comprado vendiendo el reloj de
oro del abuelo.
LA SEGUNDA OPORTUNIDAD
Si alguna vez en la historia hubo un hombre que de verdad perdonó a alguien, fue Tomás
Edison, él inventor de la bombilla eléctrica, también conocido como el foco. Tras mucho
experimentar, por fin había producido el foco perfecto, resultado final de cientos de pruebas.
Era el primer foco eléctrico que se había hecho jamás, y Edison se sentía sumamente
orgulloso y feliz. Durante años había soñado con aquel momento.
Jimmy, llévalo arriba, por favor, dijo, entregándoselo a su asistente, Jimmy Price. De pronto
se escuchó que algo se rompía y al volverse, Edison vio su preciado foco hecho trizas en el
suelo. ¡A Jimmy se le había resbalado de los dedos!
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Edison no dijo palabra, pero es de imaginarse lo que pensaría. Regresó a su mesa de trabajo
y se puso a hacer otro foco. Pasaron varios días hasta que por fin estuvo listo el segundo
foco. Allí estaba sobre la mesa frente a su invento, totalmente terminado.
Entonces Edison hizo algo muy importante en señal de que había perdonado a su aprendiz
por haber roto su primer foco. Con una sonrisa, le entregó el foco a Jimmy.
«Ten cuidado», le dijo. Le dio al muchacho otra oportunidad. Jimmy no rompió aquel foco, y
así es que ahora tenemos miles de millones de ellos en el mundo.
Moraleja:
Así es la vida, no esperes demasiado para decirle a ese alguien especial lo que sientes.
Díselo hoy. Mañana puede ser muy tarde.
EL RÁTON Y LA RATONERA
Un ratón, mirando por un agujero de la pared, ve al paje y a su mujer abriendo un paquete.
Rápidamente pensó: «¿Qué tipo de comida podrá haber allí?» Quedó aterrorizado cuando
descubrió que era una ratonera. Fue al patio de la casa a advertir a todos: «¡Hay una
ratonera en la casa…! ¡Una ratonera!» La gallina que estaba buscando sus lombrices en la
tierra, cacareó y le dijo: «Discúlpeme Sr. Ratón; entiendo que sea un gran problema para
usted, pero a mí no me perjudica en nada, ni me molesta!»
El ratón se llegó hasta el cordero y le dijo: «¡Hay una ratonera en la casa!». «Discúlpeme, Sr.
Ratón, pero no veo nada que pueda hacer, a no ser orar. ¡Quédese tranquilo, usted está en
mis oraciones!».
El ratón se fue hasta donde estaba la vaca, y ella le dijo: «¿Qué me dice Sr. Ratón, una
ratonera? ¿Estoy en peligro por casualidad?... Creo que no...» Entonces el ratón se volvió a
la casa, cabizbajo y abatido, para encarar solo la ratonera del paje. Aquella misma noche se
escuchó un ruido, como el de una ratonera agarrando a su víctima. La mujer del estanciero
corrió a ver qué había en la ratonera. Pero, en la oscuridad, no vio que la trampa había
agarrado la cola de una víbora venenosa. La víbora la mordió. El paje la llevó corriendo al
hospital. La mujer volvió con fiebre. Todo el mundo sabe que para alimentar a alguien que
tiene fiebre, nada mejor que un buen caldo de gallina. El hombre entonces tomó un cuchillo y
fue a buscar el principal ingrediente: la gallina. Como la enfermedad de la mujer continuaba,
amigos y vecinos vinieron a verla. Para alimentarlos, hubo que matar al cordero. Pero la
mujer no resistió, y acabó falleciendo.
Muchas personas vinieron al funeral. El pobre hombre, muy triste y agradecido por la
solidaridad, resolvió matar a la vaca para darle de comer a todos.
La próxima vez que oigas decir que alguien está delante de un problema, recuerda que
cuando hay una ratonera en la casa… ¡toda la granja corre peligro! ¿Se dieron cuenta quien
se salvó?
Si no hay solidaridad, si sólo palabras ficticias se dicen ante el reclamo de un temor, de una
necesidad, de una ayuda, ¿quién puede ser tan diferente que se jacte de estar en mejor
situación sin hacer nada por los demás con la seguridad de que nunca le llegará la hora de
tener que vérselas con lo que alguna vez considera ajeno con indiferencia y
despreocupación?
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EL PESCADOR Y EL SAMURAI
Durante la ocupación Satsuma de Okinawa, un Samurai que le había prestado dinero a un
pescador, hizo un viaje para cobrarlo a la provincia Itoman, donde vivía el pescador.
No siéndole posible pagar, el pobre pescador huyó y trató de esconderse del Samurai, que
era famoso por su mal genio. El Samurai fue a su hogar y al no encontrarlo ahí, lo buscó por
todo el pueblo. A medida que se daba cuenta de que se estaba escondiendo se iba
enfureciendo.
Finalmente, al atardecer, lo encontró bajo un barranco que lo protegía de la vista. En su
enojo, desenvainó su espada y le gritó:
– ¿Qué tienes para decirme?
El pescador replicó:
– Antes de que me mate, me gustaría decir algo. Humildemente le pido esa posibilidad.
– ¡Ingrato! Te presto dinero cuando lo necesitas y te doy un año para pagarme, y me
retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de parecer.
– Lo siento -dijo el pescador-, sólo que cabo de comenzar el aprendizaje del arte de la mano
vacía y la primera cosa que he aprendido es el precepto: Si alzas tu mano, restringe tu
temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano.
El Samurai quedó anonadado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó
su espada y dijo:
– Bueno, tienes razón. Pero acuérdate de esto: volveré en un año a partir de hoy, y será
mejor que tengas el dinero. -Y se fue.
Había anochecido cuando el Samurai llegó a su casa y, como era costumbre, estaba a punto
de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su
habitación, a través de la puerta entreabierta.
Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y, el contorno impreciso de
alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira se dio cuenta de que era
un samurai.
Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada
preparándose para atacar a través de la puerta, cuando se acordó de las palabras del
pescador: Si tu mano se alza, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza
restringe tu mano.
Volvió a la entrada y dijo en voz alta.
– ¡He vuelto!
Su esposa se levantó y abriendo la puerta, salió junto con la madre del Samurai para
saludarlo, la madre, vestida con ropas de él. Se había puesto ropas de Samurai para
ahuyentar intrusos durante su ausencia.
El año pasó rápidamente y el día del cobro llegó. El Samurai hizo nuevamente el largo viaje.
El pescador lo estaba esperando. Apenas vio al Samurai, salió corriendo y le dijo:
– He tenido un buen año. Aquí está lo que le debo y además los intereses. ¡No sé cómo darle
las gracias!
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El Samurai puso su mano sobre el hombro del pescador y dijo:
– Quédate con tu dinero. No me debes nada. Soy yo el endeudado.
EL BAMBÚ JAPONÉS
No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla,
buen abono y riego constante.
También es obvio que quien cultiva la tierra se impaciente frente a la semilla sembrada y
grite con todas sus fuerzas: ¡¡¡Crece, crece!!!
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no
apto para impacientes: siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla
constantemente.
Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la
semilla durante los primeros siete años, a tal punto, que un cultivador inexperto estaría
convencido de haber comprado semillas infértiles.
Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de solo seis semanas la planta de
bambú crece ¡más de 30 metros!, ¿tardó sólo seis semanas en crecer? No, la verdad es que
se tomó siete años y seis semanas para desarrollarse.
Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un
complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener
después de siete años.
Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas veces tratamos de encontrar soluciones rápidas,
soluciones apresuradas sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento
interno y que este requiere tiempo.
Quizás por la misma impaciencia, cuando aspiramos resultados a corto plazo, abandonamos
súbitamente justo cuando ya estábamos a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil
convencer al impaciente que solo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y
saben esperar el momento adecuado.
De igual manera es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a
situaciones en las que creemos que nada está sucediendo y esto puede ser extremadamente
frustrante.
En estos momentos (que todos tenemos), hay que recordar el ciclo de maduración del
bambú japonés, y aceptar, en tanto no bajemos los brazos, ni abandonemos por no "ver", el
resultado que esperamos, si está sucediendo algo dentro nuestro, estamos creciendo,
madurando.
Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el
temple que les permitirá sostener el éxito cuando este al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige
aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso que exige cambios,
acción y formidables dotes de paciencia. La vida a veces es como el bambú.
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LA HISTORIA DEL BURRO
Un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El animal lloró fuertemente por horas,
mientras el campesino trataba de buscar algo que hacer. Finalmente, decidió que el burro ya
estaba viejo y el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas; que
realmente no valía la pena sacar al burro del pozo.
Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y
empezaron a echarle tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró
horriblemente. Luego, para sorpresa de todos, se aquietó después de unas cuantas paladas
de tierra.
El campesino finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio... con cada
palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: se sacudía la tierra y daba un paso
encima de la tierra.
Muy pronto todo el mundo vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó
por encima del borde y salió trotando...
La vida va a echarte tierra, todo tipo de tierra... El truco para salir del pozo es sacudírsela y
usarla para dar un paso hacia arriba. Cada uno de nuestros problemas es un escalón hacia
arriba. Podemos salir de los más profundos huecos sino nos damos por vencidos... Usa la
tierra que te echan para salir adelante.
Recuerda las cinco reglas para ser feliz:
1 – Libera tu corazón del odio.
2 – Libera tu mente de las preocupaciones.
3 – Simplifica tu vida.
4 – Da más y espera menos.
5 – Ama más y... sacúdete la tierra porque en esta vida hay que ser solución, no problema.
LA ORUGA
n pequeño gusanito caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se
encontraba un saltamontes:
– ¿Hacia dónde te diriges? -le preguntó.
Sin dejar de caminar, la oruga contestó:
– Tuve un sueño anoche; soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el
valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo.
Sorprendido, el saltamontes le dijo, mientras su amigo se alejaba:
– ¡Debes estar loco! ¿Cómo podrías llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una
piedra será para ti una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera
infranqueable.
Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó. Sus diminutos pies no dejaron de moverse.
La oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros.
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Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor aconsejaron a nuestro amigo a desistir de
su sueño. «¡No lo lograrás jamás!» le dijeron, pero en su interior había un impulso que lo
obligaba a seguir.
Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su
último esfuerzo un lugar donde pernoctar:
– Estaré mejor -fue lo último que dijo, y murió.
Todos los animales del valle por días fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal más
loco del pueblo. Había construido como su tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba
un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable.
Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se
congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los
atrevidos. De pronto quedaron atónitos.
Aquella concha dura comenzó a quebrarse y con asombro vieron unos ojos y una antena que
no podía ser la de la oruga que creían muerta. Poco a poco, como para darles tiempo de
reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas, arco iris de aquel impresionante
ser que tenían frente a ellos: UNA MARIPOSA.
No hubo nada que decir, todos sabían lo que haría:
Se iría volando hasta la gran montaña y realizaría su sueño; el sueño por el que había vivido,
por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir.
"Todos se habían equivocado".
Si tienes un sueño, vive por él, intenta alcanzarlo, pon la vida en ello y si te das cuenta que
no puedes, quizás necesites hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en
tu vida y entonces, con otro aspecto, con otras posibilidades y circunstancias distintas: ¡LO
LOGRARÁS!
EL VENDEDOR DE GLOBOS
Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y
ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y
los puestos de venta de cuanta cosa linda uno pudiera imaginarse. Los niños eran quienes
gozaban con aquellos festejos populares.
Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y
domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el
pueblo toda clase de vendedores que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los
chicos gastaran allí el dinero que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de
sus cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y
formas.
Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún
animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran
originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se
acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.
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Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba
ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo
soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y
pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol
radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo,
empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora.
El primer niño gritó: «¡Mira mamá, un globo!». Inmediatamente fueron varios más que lo
vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor, ya
había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que
prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a
contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver cómo un globo perseguía al otro en
su subida al cielo. Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores
colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla de niños pequeños
lo rodeara, y pidieran a gritos que sus padres le compraran globos como aquellos que
estaban subiendo y subiendo.
Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara
todos los que aún le quedaban, y que eran muchos ya que realmente tenía globos de todas
formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban
con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara
en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo
aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que
era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño
movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo.
–Te lo regalo, pequeño -le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara. Pero
el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un
ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo.
Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño qué era entonces lo que lo entristecía. Y el
negrito le contestó, en forma de pregunta:
– Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los
otros globos de colores?
Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y
desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:
– Haz tú mismo la prueba. Soltadlo y verás como también tu globo sube igual que todos los
demás.
Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al
ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos.
Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de pura alegría y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con
cariño:
– Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene
adentro.
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ALUMBRA EL CAMINO DE LOS OTROS
Había una vez, en una ciudad de Oriente, un hombre que caminaba por las calles llevando
encendida una lámpara de aceite. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como
aquella. En determinado momento se encuentra con un amigo. Este lo mira y de pronto lo
reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo y le dice:
– ¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano, si tú no ves...?
Entonces, el ciego le responde:
– Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco de memoria la oscuridad de las
calles. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí... No sólo es
importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan
servirse de ella. Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para que sea visto por
otros, aunque aparentemente no lo necesite.
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil. Muchas veces en vez de alumbrar
oscurecemos mucho más el camino de los demás. ¿Cómo? A través del desaliento, la crítica,
el egoísmo, el desamor, el odio, el resentimiento... ¡Qué maravilloso sería si todos
ilumináramos los caminos de los demás! Sin fijarnos si lo necesitan o no... Llevar luz y no
oscuridad... Si toda la gente encendiera una luz el mundo entero estaría iluminado y brillaría
día a día con mayor intensidad...
Todos pasamos por situaciones difíciles a veces. Todos sentimos el peso del dolor en
determinados momentos de nuestras vidas. Todos sufrimos en algunos momentos. Lloramos
en otros. Pero no debemos proyectar nuestro dolor cuando alguien desesperado busca
ayuda en nosotros... Al contrario, ayudemos a los demás sembrando esperanza en ese
corazón herido... Nuestro dolor es y fue importante pero se minimiza si ayudamos a otros a
soportarlo, si ayudamos a otro a sobrellevarlo... ¡LUZ!... demos luz. Tenemos en el alma el
motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite ir a iluminar en vez de
oscurecer. Está en nosotros saber usarla. Esta en nosotros ser Luz y no permitir que los
demás vivan en las tinieblas.
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– ¿Sabe?, quiero dar este regalo a mi hermana mayor. Desde que murió nuestra madre, ella
cuida de nosotros y no tiene tiempo para ella. Es su cumpleaños y estoy segura que quedará
feliz con el collar que es del color de sus ojos.
El hombre fue para la trastienda, colocó el collar en un estuche, envolvió con un vistoso
papel rojo e hizo un trabajado lazo con una cinta verde.
– Tome, dijo a la niña. Llévelo con cuidado.
Ella salió feliz, corriendo y saltando calle abajo. Aún no acababa el día cuando una linda
joven entró en el negocio, colocó sobre el mostrador el ya conocido envoltorio deshecho e
indagó:
– ¿Este collar fue comprado aquí? ¿Cuánto costó?
– Ah!, -habló el dueño del negocio-. El precio de cualquier producto de mi tienda es siempre
un asunto confidencial entre el vendedor y el cliente.
La joven exclamó:
– Pero mi hermana tenía solamente algunas monedas. El collar es verdadero, ¿no? Ella no
tendría dinero para pagarlo.
El hombre tomó el estuche, rehizo el envoltorio con extremo cariño, colocó la cinta, se lo
devolvió a la joven y le dijo:
– Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar, ella dio todo lo que tenía.
El silencio llenó la pequeña tienda y dos lágrimas rodaron por la faz emocionada de la joven
cuando sus manos tomaban el pequeño envoltorio.
La verdadera donación es darse por entero, sin restricciones. La gratitud de quien ama no
conoce límites para los gestos de ternura. Agradece siempre, pero no esperes el
reconocimiento de nadie. Gratitud con amor no sólo reanima a quien la recibe, reconforta a
quien la ofrece.
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