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FACULTAD DE CIENCIAS
ESCUELA PROFESIONAL DE CIENCIAS BIOLÓGICAS
MONOGRAFÍA
Ciclo : 2019 - I
Piura-Perú
2019
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Índice
INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………….. 3
ESTRÉS EN LAS PLANTAS………………………………………………………… 4
1. Concepto de estrés en Fisiología Vegetal………………………………………..... 5
2. Tipos de estrés……………………………………………………………………... 5
2.1. Estrés biótico en plantas………………………………………………………. 5
2.1.1. Agentes causales del estrés biótico…………………………………….. 5
2.1.2. Mecanismos de defensa de las plantas contra agentes patógenos……....5
2.1.3. Patógenos de plantas: virus…………………………………………….. 6
2.1.4. Clasificación taxonómica de los virus fitopatógenos………………….. 7
2.2. Estrés abiótico en plantas……………………………………………………... 8
2.2.1. Estrés salino……………………………………………………………. 9
Mecanismo de tolerancia frente al estrés salino……………………….. 9
2.2.2. Estrés hídrico……………………………………………………………10
Estrategias de resistencia al estrés hídrico a nivel celular: Ajuste
osmótico y elástico…………………………………………………….. 13
Cambios morfométricos en respuesta al estrés hídrico………………... 14
Estrés hídrico y fotoinhibición. Efecto sobre la fijación de CO 2 y la
fluorescencia de la clorofila a…………………………………………. 16
Plasticidad fenotípica…………………………………………………. 17
2.2.3. Radiación y estrés lumínico…………………………………………… 17
Exceso de radiación…………………………………………………… 19
2.2.4. Altas y bajas temperaturas como factores de estrés…………………… 23
3. Importancia del estudio del estrés en plantas………………………………………25
4. Fases de respuesta de las plantas al estrés………………………………………… 25
5. Mecanismos generales de respuesta al estrés…………………………………….. 27
ADAPTACIONES…………………………………………………………………… 27
1. Origen de las adaptaciones……………………………………………………….. 28
CONCLUSIONES……………………………………………………………………29
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS……………………………………………… 30
2
INTRODUCCIÓN
En forma general ante condiciones adversas, las plantas pueden desarrollar dos tipos
de mecanismos de respuesta. En uno la planta desarrolla funciones y estructuras que
contrarrestan (o protegen de) las condiciones adversas y de forma que éstas no llegan,
o llegan atenuadamente a la mayoría de las células. En el otro tipo de mecanismo, son
más las células que adaptan sus funciones para que puedan operar en esas condiciones
adversas, es decir, resisten esas condiciones. Con frecuencia en las plantas se dan
simultáneamente los dos tipos de mecanismos de adaptación: contrarrestar y resistir(o
tolerar)
Una planta que crece en condiciones óptimas se halla en situación de estrés cero. Esta
situación implica que todos los factores (luz, nutrientes, agua, temperatura, oxígeno)
están en su punto óptimo. Esta situación es improbable en las condiciones que crecen
las plantas. Un parámetro que se aleja ligeramente del punto óptimo (sub-óptimo) y
hace que una función se altere circunstancialmente y, poco después, vuelva a la
normalidad o casi a ella, es frecuente en cualquier cultivo. Homeostasis es la capacidad
que poseen los organismos de mantener sus funciones dentro de sus valores normales,
cuando una perturbación moderada los desplaza de ellos.
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El grado de variación de un factor (más allá del punto suboptimo), inducido por el
ambiente, es importante, como así también su duración. El término estrés lleva
implícito la idea de daño y aún la muerte de la planta o parte de ella, si se mantiene la
perturbación.
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ESTRÉS EN LAS PLANTAS
2. Tipos de estrés
Existen variadas clasificaciones de los factores de estrés. En general, estos pueden ser
clasificados como estreses bióticos y estreses abióticos (Azcón-Bieto y Talón, 2008).
Los estreses bióticos son causados por la acción de otros seres vivos: animales, otras
plantas (por competencia, alelopatía, etc.), microorganismos (bacterias, hongos), y
otros agentes fitopatógenos como los virus y viroides.
El estrés biótico está causado por la acción de otros seres vivos, entre los que cabe
destacar:
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Bacterias, hongos, virus y nemátodos: Para franquear las defensas de los
vegetales, algunos patógenos utilizan los estomas u otros órganos de
comunicación natural entre la planta y el medio, mientras que otros utilizan
presión mecánica o segregan enzimas específicas para romper los tejidos de la
planta. Sin embargo, la mayor parte de los patógenos invaden tejidos enfermos
o previamente dañados (Fraser, 1987).
Insectos: Los insectos pueden utilizar a las plantas como alimento. En general,
hay dos categorías de insectos herbívoros: (i) insectos chupadores: además de
los daños directos que provocan son capaces de transmitir virus depositándolos
directamente en el tejido vascular, lo que permite su rápida distribución por la
planta y (ii) insectos masticadores: raramente transmiten virus, pero dejan el
tejido vegetal dañado y expuesto a ataques de hongos y bacterias necrótrofos.
Las plantas están expuestas a un gran número de patógenos, sin embargo, a pesar de
ser sésiles y de carecer de un sistema inmune, la muerte de las plantas por enfermedad
es una situación excepcional (Whenham y cols., 1986). Ello hace pensar que han
desarrollado sistemas de defensa altamente efectivos para detener o contrarrestar la
infección. Estos mecanismos son de dos tipos: constitutivos e inducidos por la
presencia del patógeno.
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Si a pesar de estas barreras el patógeno entra en la planta, ésta puede activar
mecanismos de defensa con el fin de detener la infección, son los llamados
mecanismos de defensa inducidos por patógeno. Es una reacción más severa a nivel
local, en el tejido que está directamente en contacto con el patógeno, y más suave a
nivel sistémico, en los tejidos no infectados. Este tipo de reacción permite potenciar las
barreras, tanto químicas como estructurales, que los tejidos vegetales tienen de forma
constitutiva (Heath, 2000).
Existe un gran número de virus que infectan plantas. Las enfermedades virales son,
después de las enfermedades fúngicas, las fitopatologías con mayor repercusión
económica, en las especies cultivadas.
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Después de evadir inicialmente los mecanismos de defensa del huésped y conseguir
replicarse, el virus ha de moverse a otras partes de la planta (Mahajan y cols., 1996). El
movimiento del virus en la planta viene dirigido por una o varias proteínas codificadas
en el genoma, conocidas como proteínas de movimiento. A pesar de la ausencia de
similaridad de secuencia y número de éstas, todas ellas presentan características
funcionales comunes (Radhakrishnan y cols., 2008). La mayoría son capaces de unirse
a ácidos nucleicos, así como de interaccionar con los plasmodesmos celulares y en
algunos casos, actuar aumentando el tamaño de exclusión de los mismos (Girish y
Usha, 2005). Una característica interesante de estas proteínas es su capacidad para
beneficiarse del sistema celular de transporte de macromoléculas para desarrollar su
función de movimiento (Gilbertson y Lucas, 1996).
Además de su papel estructural, se han descrito diversas funciones para las proteínas
de la cápsida o proteínas de cubierta virales. Están implicadas en muchos de los
procesos del ciclo viral, entre los que cabe destacar su participación en: (i) replicación
viral (Malik y cols., 2005);
Género Ampelovirus. Especie tipo: virus del enrollado de las hojas de vid
serotipo 3 (Grapevine leafroll virus, GLRaV-3).
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En el género Closterovirus se incluyen especies virales con un tamaño de partícula que
oscila entre 1,200 y 2,000 nm (Matthews, 1991), con genoma de RNA monopartido de
15.5-19.3 Kb, en los que se distinguen dos grupos o bloques de genes altamente
conservados, con diferentes estrategias de extensión (Martelli y cols., 2000).
Los estreses abióticos, dependiendo del agente causal, pueden dividirse en físicos y
químicos. Entre los factores físicos (en realidad, físico-químicos) se pueden mencionar
el estrés por déficit o exceso de agua, temperaturas extremas (calor, frío, congelación),
salinidad (en su componente osmótico) y radiación UV. Entre los factores químicos
destacan la contaminación atmosférica por metales pesados, toxinas, salinidad (en su
componente iónico o tóxico) y carencia de elementos minerales.
Las condiciones ambientales son percibidas por los distintos órganos de la planta, y
esta información se transmite internamente mediante la modulación de la síntesis de
señales, fundamentalmente hormonas, que activan las respuestas de desarrollo y
crecimiento vegetativo (Talón y cols., 1991; Zeevaart y cols., 1993). Las respuestas de
la planta dependen del genotipo y del estado de desarrollo de la misma en el momento
del estrés, de la duración y la severidad del mismo y de los factores ambientales que lo
provoquen. Una vez activadas estas respuestas, el crecimiento propiamente dicho, se
verá limitado por el aporte de nutrientes, elementos minerales y carbohidratos
(Gillapsy y cols., 1993). La planta es capaz de, si las condiciones ambientales se
vuelven desfavorables, reprimir las respuestas de crecimiento (incluso después de
haberse iniciado el periodo de desarrollo) y desencadenar mecanismos de protección y
defensa que abortan el desarrollo y aseguran la supervivencia de la planta bajo
condiciones ambientales adversas.
La salinización secundaria se produce directamente por la acción del ser humano. Esta
salinización va asociada a la evolución de la agricultura, tanto a nivel de las técnicas de
irrigación como a los cambios en el uso y distribución del agua. Se produce debido a
una aportación de agua insuficiente que impide una adecuada lixiviación de las sales
del suelo (Pitman y Läuchli, 2002). Dentro del área mediterránea este fenómeno es un
grave problema que pone en peligro la economía agrícola. La masiva urbanización de
las zonas costeras obliga a la sobreexplotación de pozos, lo que provoca un desajuste
en el equilibrio de agua dulce-salada y se producen intrusiones marinas que hacen
inadecuada el agua para el riego.
El efecto de las sales sobre la fisiología de las plantas presenta una doble vertiente, un
efecto osmótico y otro iónico (Munns, 2002). La acumulación de sales en la zona
radicular provoca el descenso del potencial hídrico del suelo y dificulta la absorción de
agua y nutrientes; pero la planta, a través de diferentes mecanismos, consigue
restablecer el balance osmótico. Es en este punto cuando la absorción de las sales y su
incorporación a los tejidos llevan a la aparición del efecto iónico que provocará
diferentes daños en la planta dependiendo, por una parte de la sensibilidad del genotipo
a las sales y, por otra, de la especie iónica implicada (Munns, 2002).
Para combatir las condiciones de salinidad, las plantas han desarrollado diferentes
mecanismos y estrategias que se pueden clasificar en (Breckle, 2002):
Mecanismos para evitar el estrés salino: (i) crecimiento limitado a las épocas
favorables; (ii) elección de los lugares más favorables para el crecimiento y (iii)
limitación del crecimiento radical y la absorción en horizontes concretos del
suelo.
Procesos de evasión y adaptación: (i) absorción selectiva de los iones Na+ y Cl;
(ii) compartimentación de las sales en la planta, en determinados tejidos o
células: el parénquima xilemático, las raíces o la parte aérea; (iii) síntesis de
solutos orgánicos; (iv) translocación de las sales a las raíces y secreción al
exterior; (v) almacenaje en los órganos senescentes y (vi) secreción a través de
estructuras similares a glándulas, en la parte aérea.
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células o de los orgánulos celulares y (ii) aumento de la halo-suculencia,
mediante el incremento de la suculencia foliar o el aumento de la suculencia
del brote y disminución del número de hojas.
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adsorción por capilaridad del agua y el potencial gravitacional es aquel relacionado
con la fuerza de gravedad.
Desde que es absorbida en las raíces hasta que es perdida por transpiración en las
hojas, el transporte de agua en las plantas se realiza a través del xilema. El ascenso del
agua a través de estos conductos se explica mediante la teoría coheso-tenso-
transpiratoria del agua (Dixon & Joly, 1894), que postula que la pérdida de agua por
transpiración genera tensiones suficientemente grandes como para producir el
movimiento de agua de la raíz a las hojas, y que la cohesión entre moléculas de agua es
más que suficiente para mantener la continuidad de las columnas de agua que circulan
en este trayecto siendo la fuerza motora el gradiente de potencial existente entre las
raíces y la superficie foliar. Bajo condiciones que permitan la manifestación de presión
radical, el agua en el xilema puede hallarse bajo presión hidrostática positiva, y se
mueve siguiendo gradientes de presión positiva.
La pérdida de agua desde las hojas hacia la atmósfera (transpiración) esta asociada al
intercambio de CO2 necesario para el crecimiento y desarrollo de la planta, siendo los
estomas la principal vía de intercambio de carbono y agua. Así, la transpiración tiene
efectos positivos y negativos. Dicho proceso proporciona la energía capaz de
transportar agua, minerales y nutrientes a las hojas en la parte superior de la planta,
mientras que al mismo tiempo es la mayor fuente de pérdida de agua. Esta pérdida
puede amenazar la supervivencia de la planta, especialmente en climas muy secos y
cálidos. Casi toda el agua se transpira por los estomas de las hojas y del tallo, por lo
tanto una planta al abrir y cerrar los mismos debe lograr un equilibrio entre la
absorción de dióxido de carbono para la fotosíntesis y la pérdida de agua por
transpiración. De esta manera, se logra un flujo unidireccional desde el sistema de
absorción de agua hasta las superficies por las cuales los individuos transpiran.
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Aunque el cierre estomático suponga una gran ventaja a la hora de evitar pérdidas de
agua, tiene como contrapartida una reducción en la captación de CO2 y el
calentamiento de la hoja, que pueden conducir a la debilidad de la planta, a daños en la
estructura celular e incluso a la muerte del individuo (Bohnert & Jensen, 1996). A la
vez, gracias a la liberación de energía durante el proceso de evaporación del agua de
los tejidos se produce la “refrigeración” de la misma. Así, la temperatura de la hoja
puede ser de 10 a 15 ºC menor que la del aire circundante.
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siempre al mismo potencial mínimo), y otras anisohídricas (Tardieu &
Simoneau, 1998). En este último caso, el potencial mínimo al que llegan al
mediodía puede variar dependiendo del contenido de agua en el suelo. En
estas especies pueden verificarse pérdidas de conductividad hidráulica a
medida que desciende el potencial mínimo diario. Las plantas
derrochadoras de agua pueden agotar los recursos hídricos, por lo que esta
estrategia sólo puede mantenerse por períodos de sequía moderada o de
corta duración. Cuando los recursos hídricos del suelo se agotan, muchas
especies derrochadoras se convierten en ahorradoras. En cualquier caso
existen muchas situaciones intermedias a estos dos extremos.
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el grado y la velocidad de desarrollo del estrés y la historia previa de la planta), como
de factores ambientales (principalmente precipitaciones, Herralde Traveria, 2000).
Por otro lado, las paredes de las células vegetales presentan propiedades plásticas y
elásticas y son estas últimas las que generan el potencial de turgencia (presión) en
células vivas. La plasticidad de las paredes celulares vegetales posibilita la extensión
permanente de las células en crecimiento. El módulo de elasticidad máximo (εmax)
describe los cambios del potencial de turgencia en función de las variaciones de
volumen celular. Valores bajos de módulo de elasticidad indican una mayor elasticidad
de las paredes celulares. El incremento de la elasticidad tisular permite el
mantenimiento de la turgencia a contenidos relativos de agua bajos, pudiéndose
considerar así como un mecanismo de tolerancia. Asimismo, la disminución de la
elasticidad permite el desarrollo de potenciales hídricos foliares menores para una
determinada disminución del contenido relativo de agua; ello permite una mayor
capacidad de extracción de agua del suelo en condiciones de desecación, pudiendo así
considerarse como un mecanismo de evasión (Savé et al., 1994).
Por todo lo antes mencionado, el valor adaptativo del ajuste osmótico ha sido señalado
por distintos autores en diferentes especies. Así, por ejemplo, estudios desarrollados
por Aranda et al. (2004) sobre el comportamiento adaptativo ante la sequía de dos
especies de roble (Quercus petraea y Q. pyrenaica) mostraron disminuciones
significativas en los valores de potencial osmótico a plena turgencia y en plasmólisis
conjuntamente con un aumento en el módulo de elasticidad. Al comparar plantines
bien regados y estresados, Q. pyrenaica mostró una disminución de 0.8 MPa en el
potencial osmótico en turgencia plena respecto a 0.3 MPa en Q. petraea. Estos
resultados ponen de manifiesto la presencia de ajuste osmótico en ambas especies. Sin
embargo estos autores destacan que la capacidad de osmorregulación fue superior en
Q. pyrenaica, lo cual señala una mayor capacidad de puesta en marcha de mecanismos
de tolerancia al estrés hídrico.
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órganos de la planta diferencialmente (e.g. Spollen et al., 1993) pudiendo alterar rasgos
morfológicos de las mismas.
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Craufurd, 1999). Esto se debe a que hojas más densas usualmente poseen una mayor
densidad de clorofila y proteínas por unidad de área, por ende, poseen una mayor
capacidad fotosintética (por unidad de área foliar) que hojas más delgadas.
Para evitar el daño, las hojas deben disipar o utilizar toda la energía absorbida de
alguna manera. Existen tres procesos principales por las cuales se disipa la energía
absorbida por la clorofila (principal pigmento del aparato fotosintético de una planta).
Un primer proceso, definido como mitigación fotoquímica (qP, del ingles
“photochemical quenching”), consiste en convertir la energía lumínica a energía
química, que posteriormente es utilizada para la fotosíntesis. Dado que los
requerimientos lumínicos de una planta para la fotosíntesis son usualmente bajos en
relación a la luz absorbida, mucha de esta energía extra es disipada como calor. Este
segundo proceso es denominado como mitigación no fotoquímica (qN, del ingles “non
photochemical quenching”). Finalmente, una baja pero importante porción del exceso
de energía es mitigada (emitida) como fluorescencia desde las moléculas de clorofila
(qF, del ingles “fluorescente quenching”). Algunas veces, bajo condiciones de alta
radiación, la planta puede ser incapaz de mitigar toda la energía que absorbe. Cuando
esto ocurre, la energía en exceso actúa como combustible de reacciones metabólicas
que generan radicales libres como peróxidos y otras especies reactivas del oxígeno
(Björkman & Demmig-Adams, 1994; Ritchie, 2006). Estos tres procesos compiten
simultáneamente, con lo cual el incremento de uno da como resultado la disminución
de los dos restantes.
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los estados individuales de excitación de las clorofilas modifica el rendimiento de la
fluorescencia de la clorofila a y, de esta forma, su intensidad. Este es el principio
básico para utilizar la fluorescencia de la clorofila a para el monitoreo de procesos
fisiológicos in vivo. Por este motivo esta variable puede ser utilizada para obtener
información de los cambios en la eficiencia fotoquímica y en la disipación de calor
(Maxwell & Johnson, 2000). A mayor intensidad de fluorescencia de la clorofila
menor actividad de disipación por procesos de mitigación fotoquímica (qP) y
mitigación no fotoquímica (qN). De esta forma la fluorescencia puede dar valiosa
información respecto al daño que se produce sobre el aparato fotosintético (PSII) y a
su tolerancia ante el estrés ambiental (Bilger et al., 1995). En aquellos casos en los que
pueden llegar a conjugarse todos los factores ambientales promotores de estrés al
mismo tiempo, en función de mantener una buena asimilación de CO2 la planta debe
establecer un compromiso entre el gasto hídrico, la fijación de materia y energía y la
disipación de la energía excesiva, aplicando todos estos mecanismos para poder
mantener la productividad de la especie.
Plasticidad fenotípica
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síntesis de compuestos carbonados ricos en energía química. Este proceso es
característico de las plantas y provee la principal entrada de energía libre en la
biosfera.
flujos térmicos: son el mayor modo de intercambio de energía entre las plantas
y el ambiente aéreo. La radiación solar provee la principal entrada de energía a
las plantas. Mucha de esa energía se convierte en calor, conduciendo a otros
intercambios y procesos como por ejemplo la transpiración, determinando la
temperatura de la hoja y así las tasas de procesos metabólicos y el balance entre
ellos.
Como se mencionó, la radiación puede ser perjudicial para los vegetales cuando
alcanza niveles excesivos, dañando el aparato fotosintético hasta puntos extremos de
causar la fotooxidación de las clorofilas (Jones, 1992). Existe entonces un compromiso
para los organismos fotosintéticos de optimizar la interceptación de la radiación para la
fotosíntesis minimizando a su vez, el daño potencial que ésta puede causar.
Evolutivamente las plantas han desarrollado un amplio número de estrategias para
combinar la absorción de luz con la capacidad para utilizar ésta en el proceso
fotosintético.
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molecular (Jansen et al., 1998).
Exceso de radiación.
Las plantas poseen en general, mecanismos para afrontar fluctuaciones diurnas de los
niveles de radiación, pudiéndose aclimatar a cambios estacionales en el tiempo. Pese a
ello, los incrementos repentinos en los niveles de radiación presentan grandes desafíos
para las plantas (e.g. la transición de bajos a altos niveles de radiación que ocurren
cuando se crea un claro frente a la caída de un árbol en el bosque o en función de
niveles de luz variables o "sunflecks"; Pearcy et al., 1996). También se ha observado
que las plantas experimentan exceso de luz en los momentos en que un estrés
medioambiental o biótico reduce su capacidad fotosintética (por ejemplo, momentos
de estrés hídrico), y por consiguiente, se reduce el umbral de radiación a partir del cual
la energía recibida pasa a constituir un exceso de radiación (Osmond, 1994; Mullieaux
& Karpinski, 2002).
Siempre que la cantidad de radiación absorbida por las plantas sobrepase los niveles
requeridos para la fotosíntesis, la planta deberá asegurar estrategias de protección para
reducir el fotodaño potencial. Estas estrategias pueden dividirse en a) aquellas que
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operan reduciendo la absorción lumínica de la hoja (mecanismos de protección
externa) y b) aquellas que actúan dentro de la hoja previniendo el daño dentro del
cloroplasto (mecanismos de protección interna) (Larcher et al., 2003).
Los mecanismos de protección externa son la primera línea de defensa contra el exceso
de luz, reduciendo la absorción de fotones hasta equipararse con los valores requeridos
para una actividad fotosintética adecuada. Este tipo de mecanismos es empleado en
plantas creciendo bajo una condición continua de alta irradiancia; poseen hojas con un
área foliar reducida (hojas pequeñas y estrechas) y pueden disminuir la interceptación
de radiación mediante la orientación vertical de las hojas. Otra estrategia posible es la
de incrementar la reflactancia mediante la producción de ceras o pelos. Estos
mecanismos reducen la absorción de luz de todo el espectro lumínico, protegiendo así
los tejidos del exceso de la energía por radiación visible junto a los UV, rayos X, etc.
La reducción del área foliar y el incremento en la reflactancia también reducen el
sobrecalentamiento y la pérdida de agua de las plantas siendo rasgos comunes en
plantas xerófitas. Pese a que estos mecanismos son muy efectivos en reducir la
interceptación de luz, usualmente son determinados durante el desarrollo de la hoja y
no son reversibles. Esta permanencia significa que son sólo adecuados en plantas bajo
ambientes constantes de alta irradiancia. En plantas expuestas a niveles de luz
fluctuantes es necesaria una respuesta más rápida y reversible de protección. También
pueden observarse otros mecanismos, tales como la posibilidad de mover sus hojas
para evitar períodos intensos de radiación (Taiz & Zeiger, 1998).
Una vez que la energía provista por la radiación solar penetra en la hoja puede ser
absorbida por los pigmentos fotosintéticos en las membranas tilacoidales del
cloroplasto, alterando su estado de excitación. Las plantas superiores contienen dos
tipos de pigmentos fotosintéticos: clorofilas a y b y un rango de pigmentos
carotenoides (xantofilas, carotenos, etc.). Estos últimos, en caso de mantenerse un
buen estado del fotosistema dos (PSII), transfieren la energía absorbida a las moléculas
de clorofila. Una vez que la energía lumínica alcanza el centro de reacción de la
clorofila es utilizada por uno de tres procesos competitivos: 1) procesos fotoquímicos
asimilatorios y no asimilatorios, 2) disipación como calor y 3) fluorescencia de la
clorofila a.
Toda la energía lumínica por sobre el punto de saturación lumínica (PSL) se considera
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en exceso, lo que resulta en la regulación negativa y disipación de este exceso por
parte de la planta. Esto generalmente conduce a un descenso en el rendimiento
cuántico (fotoinhibición dinámica) o en casos extremos puede llegar a dañar al aparato
fotosintético causando fotoinhibición crónica (Adir et al., 2003). Este fenómeno se
manifiesta a través de una baja tasa de fijación de CO2 y un bajo rendimiento cuántico
de la fotosíntesis. La fotoinhibición crónica involucra la formación de centros de
reacción no funcionales en los PSII, que se acumulan en la membrana y promueven la
disipación de calor.
Las especies que están genéticamente adaptadas a la sombra tienen una capacidad
restringida para aclimatarse a altas irradiancias. Las plantas no aclimatadas a altos
niveles de radiación tienden a ser dañadas por los altos niveles de irradiancia cuando la
energía absorbida por los fotosistemas excede la energía que puede ser usada en
procesos fotoquímicos (fotodaño). Contrariamente, las especies evolutivamente
adaptadas a altos niveles de luz poseen un mecanismo que evita el fotodaño. Existen
especies que generan los mecanismos fotoprotectivos en un corto plazo (ej. Quercus
suber, Faria et al., 1996), aclimatando sus hojas en función del nuevo ambiente
lumínico mientras que en otras especies se da la muerte y abscisión de las hojas
(Addicott, 1968), generándose nuevas hojas aclimatadas al nuevo medio (Guédon et
al., 2006; Puntieri et al., 2007).
Es sabido que en ambientes con bajos niveles de déficit hídrico, los niveles de
radiación son el principal factor determinante de la composición de especies en las
distintas etapas sucesionales de los sistemas boscosos (Pacala & Tilman, 1994;
Gómez-Aparicio et al., 2006; Rodriguez-Calcerrada et al., 2008). Debido al porte de
las especies arbustivas y arbóreas, que en algunos casos forman estratos de diversas
alturas dentro de los bosques, la heterogeneidad en la disponibilidad de radiación es
muy amplia, tanto a nivel vertical como horizontal (Pearcy, 1999; Valladares, 2003).
Por ello, durante la ontogenia de una especie arbórea que regenera en el sotobosque
debe variar su tolerancia a niveles de radiación bajos y altos. A su vez, existen
diferencias intrínsecas en la tolerancia a la sombra y excesos de radiación de las
distintas especies, determinando en gran medida su comportamiento como pioneras o
especies que aparecen en las etapas tardías de la sucesión (King, 2003).
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2.2.4. Altas y bajas temperaturas como factores de estrés.
Cada especie tiene un umbral de temperatura mínima, por debajo del cual el
crecimiento cesa, un rango de temperaturas óptimo en el que la tasa de crecimiento es
la más alta, y un umbral máximo, por encima del cual, el crecimiento llega a su fin. A
la vez, el rango de temperaturas óptimas también puede variar en cada etapa del
desarrollo, así como la duración en que esa temperatura prevalece. La temperatura
óptima para la fotosíntesis de una planta es generalmente mayor a aquella en la que las
plantas crecen (Li, 1980). Este óptimo refleja el rango de temperaturas ambientales al
cual la planta se adapta (Berry & Björkman, 1980; Falk et al., 1996). Por ejemplo,
especies arbóreas de climas tropicales muestran un menor rango de temperaturas
óptimas que aquellas de ambientes templados, en donde la fluctuación de temperaturas
es mayor (Cunningham & Read, 2003).
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a) la reducción fotosintética del carbono, b) la síntesis de sacarosa, c) la partición del
carbono y d) el funcionamiento del inter-sistema (PSI y PSII) del transporte de
electrones debido al efecto sobre la actividad de las enzimas transportadoras de
electrones, como son la plastoquinona y la plastocianina (Falk et al., 1996). Los
efectos combinados de la luz y la sensibilidad diferencial a la temperatura en procesos
foto y termoquímicos de la fotosíntesis pueden conducir así a desbalances metabólicos
que, en definitiva, pueden resultar en significativos deterioros como resultado de la
fotoinhibición (Savitch et al., 2000). Finalmente, la temperatura a la cual una planta
crezca puede inducir aclimatación de la fotosíntesis gracias a la plasticidad de algunos
de los procesos mencionados (Bunce, 2000; Sage & Kubien, 2007).
Parte del daño por enfriamiento está asociado al aparato fotosintético (disminución en
la fluidez de las membranas, cambios en la actividad de los procesos mediados por
enzimas asociadas a membrana y pérdida de la actividad de enzimas sensibles al frío,
entre otros) mientras que el daño por congelamiento esta asociado principalmente a la
formación de cristales de hielo dentro de las células y órganos. La resistencia al
congelamiento en ciertas especies se debe a que: 1) pueden limitar el crecimiento de
los cristales en espacios extracelulares, realizar ajuste osmótico y bajar el contenido de
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agua para reducir el punto de congelamiento (Levitt, 1980; Griffit & Antikainen,
1996), 2) pueden acumular sustancias crioprotectoras y cambiar la composición de
lípidos estabilizando las membranas a contenidos hídricos celulares bajos (Santarius,
1982; Lynch & Steponkus, 1987; Hincha et al., 1989) y 3) generando ajustes en el
metabolismo celular para optimizar su habilidad para fotosintetizar y funcionar bajo
condiciones de ciclos de congelamiento y descongelamiento (Hällgren & Öquist,
1990).
Existen numerosas razones para estudiar la fisiología de las plantas bajo condiciones
de estrés, las más importantes, según Tambussi (2004) son: (i) el conocimiento de los
factores de estrés en los vegetales puede resultar crucial para la elaboración de
modelos mecanísticos de naturaleza predictiva (por ejemplo, el estudio de los posibles
efectos del cambio climático); (ii) desde una perspectiva ecofisiológica, el análisis de
la interacción de las plantas con los factores ambientales es fundamental para
comprender la distribución de las especies en los diferentes ecosistemas; y (iii) el
rendimiento de los cultivos está fuertemente limitado por el impacto de estreses
ambientales (Nilsen y Orcutt, 1996).
Los ciclos estrés/respuesta son situaciones que se dan de forma rutinaria a lo largo de
la vida de las plantas. El concepto de estrés en sí mismo es relativo, ya que una
determinada situación medioambiental puede resultar estresante para una especie y no
para otras (Azcón-Bieto y Talón, 2008).
En una escala temporal, la respuesta de las plantas al estrés puede dividirse en tres
fases (Lambers y cols., 1998):
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fisiológico realizado por la planta (como individuo) para compensar el peor
funcionamiento de la misma después de la exposición al estrés. Ocurre en una
escala de días a semanas. La activación de los mecanismos defensivos o de
respuesta conduce a la acomodación del metabolismo celular a las nuevas
condiciones, a la activación de los procesos de reparación de la maquinaria
celular dañada y a la expresión de las adaptaciones morfológicas.
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Los cambios en la actividad hormonal. Además de participar en la percepción
de la señal, la modificación de los niveles hormonales puede incrementar la
resistencia al estrés.
ADAPTACIONES
Toda característica de un organismo o sus partes que tenga valor definitivo en lo que
respecta a permitirle a dicho organismo existir en las condiciones de su hábitat, puede
llamarse adaptación. Tales rasgos pueden asegurar cierto grado de éxito, ya sea
permitiéndole a la planta hacer uso total de las cantidades de nutrimento, agua, calor o
luz disponibles, o bien confiriéndole un alto grado de protección contra algunos
factores adversos, como son las temperaturas extremas, la sequía y los parásitos. Al
acumular adaptaciones, los organismos utilizan los recursos del planeta cada vez
eficientemente, y al cabo de un prolongadísimo período de desarrollo, muchas, si no es
que la gran mayoría de las características, de una especie son adaptativas. De hecho, se
dice que un organismo es “un paquete de adaptaciones”. En esta diversidad de
adaptaciones algunas especies se han convertido en tolerantes a un factor estresante o a
varios, mientras otras, son muy sensibles al mismo. La tolerancia o resistencia a un
estrés puede cambiar a medida que la planta crece: ser sensible a las bajas temperaturas
en el estado de plántula y volverse resistente en el de planta adulta. La falta de
adaptación puede provocar el desmedro del organismo, o su muerte y aún la
desaparición de la especie. A la capacidad de adaptación de una especie se la
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denomina plasticidad.
Se pueden distinguir dos tipos principales de variaciones: las inducidas por el ambiente
y las genéticas. Las primeras también conocidas como variaciones somáticas,
modificaciones de caracteres adquiridos o no heredados, se dan en individuos
(genéticamente iguales) que crecen en regiones diferentes, cuyas características
(morfológicas) se desarrollan de acuerdo con el hábitat particular en el cual crecen. Las
variaciones de naturaleza morfológica inducidas por el ambiente ocurren únicamente,
como resultado de una exposición continua durante gran parte del ciclo de vida; pero
los ajustes fisiológicos pueden aparecer en unos cuantos días.
Con frecuencia las variaciones de este tipo son benéficas y pueden clasificarse como
adaptaciones. Por ejemplo la exposición a la sequía induce la resistencia a la sequía, el
frío aumenta la resistencia al frío y una sombra desigual estimula la flexión hacia la luz
brillante. El teorema de Chatelier puede expresarse para los fenómenos biológicos
como sigue : toda intensificación de un factor ambiental tiende a incrementar la
resistencia de un organismo a una intensificación mayor de dicho factor. Por ejemplo:
Ludwigia peploides (verdolaga de la isla) y Echinochloa polystachya (Canutillo)
presentan formas muy diferentes cuando crecen en el agua o en la tierra. Estas plantas
difieren en apariencia especialmente en el tamaño de sus partes vegetativas (tamaño y
forma de hojas), en el número le tallos (grosor y consistencia) y erguimiento, no
obstante, pertenecen a un tronco genético esencialmente homogéneo. En estos casos se
habla de ecofeno de agua y ecofeno de tierra, para indicar que se trata de la misma
especie adaptada a uno u otro hábitat.
El origen de las variaciones genéticas está sujeto a las leyes de las probabilidades,
pero, a medida que se desarrolla la especie, los valores relativos de los materiales
hereditarios se afirman cada vez más ocasionando que la supervivencia, la maduración
y la reproducción no sean definitivamente aleatorias. Si el nuevo carácter es nocivo, el
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organismo tiene menos éxito que otros de su misma clase, y por lo tanto no es factible
que el cambio se mantenga. Si bien la innovación constituye una ventaja para el.
receptor, existen mayores posibilidades de supervivencia que las normales. Por lo tanto
la selección natural, que opera en las variaciones genéticas aleatorias, tiende a producir
nuevas formas cada vez más adaptadas al hábitat.
Los caracteres mejorados por la selección natural crean una gran armonía entre el
organismo y el ambiente, lo que constituye la única explicación para los innumerables
casos de similaridad ecológica entre las especies taxonómicamente distintas.
CONCLUSIONES
El estrés es cualquier factor ambiental biótico o abiótico que reduce la tasa de algún
proceso fisiológico (por ejemplo, crecimiento o fotosíntesis) por debajo de la tasa
máxima que podría alcanzar.
Existen variadas clasificaciones de los factores de estrés. En general, estos pueden ser
clasificados como estreses bióticos y estreses abióticos. Los estreses bióticos son
causados por la acción de otros seres vivos mientras que los estreses abióticos,
dependiendo del agente causal, pueden dividirse en físicos y químicos. Entre los
factores físicos (en realidad, físico-químicos) se pueden mencionar el estrés por déficit
o exceso de agua, temperaturas extremas (calor, frío, congelación), salinidad (en su
componente osmótico) y radiación UV. Entre los factores químicos destacan la
contaminación atmosférica por metales pesados, toxinas, salinidad (en su componente
iónico o tóxico) y carencia de elementos minerales.
Existen numerosas razones para estudiar la fisiología de las plantas bajo condiciones
de estrés, las más importantes son: (i) el conocimiento de los factores de estrés en los
vegetales puede resultar crucial para la elaboración de modelos mecanísticos de
naturaleza predictiva (por ejemplo, el estudio de los posibles efectos del cambio
climático); (ii) desde una perspectiva ecofisiológica, el análisis de la interacción de las
plantas con los factores ambientales es fundamental para comprender la distribución de
las especies en los diferentes ecosistemas; y (iii) el rendimiento de los cultivos está
fuertemente limitado por el impacto de estreses ambientales.
Los ciclos estrés/respuesta son situaciones que se dan de forma rutinaria a lo largo de
la vida de las plantas. El concepto de estrés en sí mismo es relativo, ya que una
determinada situación medioambiental puede resultar estresante para una especie y no
para otras.
La respuesta de las plantas al estrés puede dividirse en tres fases: fase de alarma,
aclimatación y adaptación.
Toda característica de un organismo o sus partes que tenga valor definitivo en lo que
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respecta a permitirle a dicho organismo existir en las condiciones de su hábitat, puede
llamarse adaptación.
Actualmente se cree que la mayoría de las adaptaciones ocurren por la acción selectiva
del medio ambiente que opera en forma de criba en las variaciones genéticas cuyos
orígenes son estrictamente cuestiones de posibilidades.
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