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Hija

de la luna

Sophie Saint Rose


Capítulo 1

Escocia. Año 793

Las monjas se arremolinaron en el pasillo. Miraron impresionadas la

enorme puerta tallada del convento que estaba a unos metros, murmurando las

unas con las otras y la Madre superiora cruzó el patio corriendo, casi cayéndose
cuando su sandalia resbaló sobre una piedra mojada. Una de las hermanas la

cogió del brazo. —Gracias, hermana María. ¿Se sabe algo?

—No la hemos encontrado, Madre superiora. Dijo que iba a pasear y


todavía no ha vuelto. Ya la conoce. Puede volver cuando sea de noche para la

cena —dijo angustiada.

—Santa Madre de Dios. —Se apretó las manos cuando golpearon la


puerta de nuevo.
—¡Abran a los McMurray!

—Van a tirar la puerta abajo —dijo otra hermana asustada.

—Abran, abran antes de buscarnos más problemas.

Dos de las monjas corrieron hacia la puerta y la Madre superiora miró a

la hermana María. —Que Dios nos proteja.

Tiraron de los cierres de hierro y las puertas se abrieron de par en par. No

se abría la puerta principal desde hacía dieciséis años y allí estaban otra vez los

McMurray para reclamar a su heredera.

La Madre superiora abrió los ojos como platos al ver entrar a un hombre

solo con el kilt rojo y verde de los McMurray. Pero eso no le llamó la atención.
Lo que le puso los pelos de punta fue su aspecto. Era enorme y sus brazos

desnudos eran grandes como troncos de árbol. Su barba rubia llegaba hasta su

pecho mientras que su melena le llegaba a la cintura con pequeñas trenzas que

salían de sus sienes. Su mano, apoyada en la espada que tenía a la cintura, estaba

dispuesta a matar y eso también lo confirmaban sus ojos castaños que las miraba
mientras se acercaba como si quisiera quemar el convento.

—Igual no deberíamos haberle hecho esperar —dijo la hermana María


asustada.

El McMurray caminó hasta ellas deteniéndose a unos metros y todas


miraron hacia arriba. —¿Dónde está? —preguntó con voz grave haciéndolas

temblar por dentro.


—Pues verá…

—Tengo que partir de inmediato. Su padre se muere y quiere verla. —


Dio un paso hacia la Madre superiora. —Mujer, no me diga que está muerta,

porque eso significaría que no la han cuidado bien.

—Oh, si está muy bien... —Sonrió incómoda. —Lo que ocurre es que no

está en el convento en este momento.

—¡No debía salir del convento! ¡El Laird fue claro cuando la dejó aquí!

Debíais protegerla con vuestra vida si hacía falta.

—Pero no hizo falta. Y está muy bien. Sale a pasear todas las tardes por
los campos, ¿sabe usted? Es un poco inquieta y pasear la ayuda a calmar sus

inquietudes. Llega mucho más tranquila y duerme a pierna suelta después de la

cena.

—¿Sufre de algún mal? ¿Está enferma de la cabeza?

—¡No! —Todas negaron dando un paso atrás. —Pero como ya le he

dicho es algo inquieta. Es natural, es joven y sana. La vida en el convento puede


ser aburrida para una joven de su temperamento. Tocaremos la campana para

llamarla y…

—¡Madre! ¡Mire lo que he encontrado en la chimenea!

Todas giraron la cabeza para ver a Greer en el tejado del edificio de la


cocina, levantando lo que parecía una cigüeña muerta, llena de hollín de pies a
cabeza sonriendo de oreja a oreja y mostrando su trofeo por las largas patas. —
¡Ya no se atascará el hogar, Madre!

El McMurray entrecerró los ojos dando un paso hacia el patio, viendo a


aquel desastre de pelo revuelto y llena de porquería vestida de harapos, sin poder

creerse que fuera la hija de la mujer más hermosa de Escocia. No, aquella no era

la chica que buscaba. Se volvió para seguir hablando con la Madre superiora
cuando ella debió verle porque gritó —¡Un hombre, Madre! ¡Un hombre ha

profanado el convento! ¡Espere gañán, que voy a por la guadaña!

Las hermanas gimieron cuando la vieron tirarse sobre el carro cargado de

paja, mostrando sus sucias piernas y con agilidad saltó al suelo. Cogió la

guadaña que estaba sujeta al carro, antes de levantarla con ambas manos por

encima de su cabeza y gritar como una loca mientras corría hacia él atravesando
el patio.

—¡Greer, no! —gritó la Madre superiora asustada.

El McMurray levantó las cejas y se inclinó hacia atrás cuando ella hizo

un arco intentando atacarle. —¡Greer, le envía tu padre! ¡Detente!

La chica se detuvo mirando con desconfianza de arriba abajo a aquella

montaña, antes de girarse a la Madre superiora. —¡Le han engañado, Madre!


¡Este no es un McMurray!

Las hermanas miraron al desconocido con temor.

—¿Eres Greer McMurray? —preguntó el desconocido.

Greer le puso la punta de la guadaña bajo la barbilla. —¿Quién lo


pregunta?

—Soy Angus McMurray y he venido a buscarte por orden de nuestro


Laird. —Ella le miró con sus grandes ojos verdes de arriba abajo de nuevo y él

aprovechó para apartar la guadaña antes de arrebatársela y tirarla al patio lejos de

su alcance.

Greer se escabulló cuando iba a cogerla por la cintura, sacando un puñal


de la espalda. Las monjas gritaron y se tiraron sobre el McMurray. Él gritó de

manera espeluznante quitándoselas de encima, pero Greer se lanzó sobre su

espalda cuando se estaba incorporando, agarrando su melena y colocando el

cuchillo bajo su cuello.

—¿Quién eres? —siseó fríamente contra su oreja—. Estás en la casa de

Dios, vuelve a mentir y te rebano el pescuezo.

Tres hombres entraron en el convento con las espadas en alto y sin

moverse levantó la vista hacia ellos que se detuvieron en seco divertidos.

—Angus, ¿crees que tardarás mucho? —preguntó un hombre moreno a


punto de reírse.

—No esperaba que se resistiera a acompañarnos —respondió irónico. La


montaña se enderezó con ella encima como si no pesara nada y puso los brazos
en jarras—. Decidle quien soy, a ver si así terminamos de una vez.

—Es Angus McMurray —dijo uno con el cabello castaño por los

hombros muy serio antes de mirar a la montaña—. ¿Quién es esa? ¿Su


protectora? —Miró alrededor. —¿Dónde está Greer McMurray? —Todas le

miraron como si fuera idiota y los tres abrieron los ojos como platos. —¡No!

¡Pero si parece una salvaje!

—¿Qué me ha llamado? —gritó Greer tirando del pelo de Angus.

Ellos levantaron las espadas al ver que estaba dispuesta a cortarle el

cuello, pero Angus levantó una mano. —Greer, baja el arma.

—Tú no eres un McMurray y esos tampoco —dijo con desprecio—. ¿Y

sabes cómo lo sé?

—No tengo ni idea.

—Porque padre le dijo a la anterior Madre superiora, que cuando


vinieran a buscarme, me traerían algo especial que solo sabíamos nosotras y tú

vienes con las manos vacías, apestoso. —Los cuatro se tensaron y ella sonrió

tirando de su cabello de nuevo. —Así que dime quién sois.

Las monjas levantaron sus faldas y sacaron puñales que tenían atados a

los tobillos para asombro de los hombres. —Mátalo, Greer —dijo la Madre
superiora—. No le des la oportunidad de herirte.

—Tu padre se está muriendo. No debió acordarse de eso. Solo pidió que

te lleváramos —dijo el moreno rápidamente dando un paso adelante, provocando


que todas las monjas le apuntaran con sus puñales. Lo que le hizo detenerse no
fue que apuntaran, sino que lo hacían sujetando el cuchillo por la hoja, lo que

demostraba que sabían lo que hacían.


Los tres miraron a Angus. —¡Haz algo!

—Han pasado dieciséis años. Está enfermo y se habrá olvidado —dijo


Angus muy serio—. Somos McMurray. ¿Sino cómo íbamos a saber que estás en

un convento en medio de la nada? Llevamos una semana de viaje atravesando

clanes enemigos y te aseguro que no ha sido fácil llegar hasta aquí. Tu padre te
reclama.

Greer dudó. ¿Y si era cierto? —¿Y por qué te ha enviado a ti?

—Es su mejor hombre —dijo el moreno—. Será el nuevo Laird porque

Geordan no ha tenido hijos. Lo ha decidido el mismo Laird y el clan está de

acuerdo.

—¡Cállate, Boyd! ¡El Laird todavía está vivo!

—Eso no lo sabemos. ¡Hace una semana que no estamos en el clan y

puede haber fallecido! ¡Si eres el nuevo Laird, te debe respeto!

—Niña… —La hermana María dio un paso hacia ella dudosa. —Después

de tantos años me extraña que estén aquí si no son del clan.

En eso tenía razón y apartó la punta del puñal de su cuello, haciendo


suspirar a los que estaban a su alrededor.

Saltó de su espalda dejando a los tres atónitos porque era muy bajita.

Parecía una niña. Greer se puso ante Angus mirando sus ojos castaños e inclinó
la cabeza viendo que se tensaba. —Antes de irme con vosotros, quiero hacerte
una pregunta que tú debes saber pues eres mayor que yo. Y si eres del clan debes
saberlo.

—Muy bien.

—La noche en que nací. ¿Qué sabes de ella?

Angus se tensó. —Eso lo sabe toda Escocia.

—¿De veras? —preguntó sorprendida.

—La luna desapareció en el momento de tu nacimiento. Fue un

acontecimiento tan enorme que a nadie le sorprendió que tu madre no tuviera

más hijos y que falleciera en el segundo parto dos años después. —Dio un paso

hacia ella. —Y todos dijeron que estabas bendecida. —La miró incrédulo. —

Aunque...

—¿Aunque qué?

El de pelo castaño carraspeó. —No esperábamos a una mujer de pelo

castaño. Su madre era pelirroja.

Las monjas se echaron a reír. —Se le ha oscurecido con los años. Debajo

de esa roña se ven los reflejos caoba —dijo la Madre superiora haciéndola
chasquear la lengua—. El baño mensual le tocaba hace dos meses ya.

Los hombres la miraron con horror.

—¡Lavarse es pecado! ¡Dígaselo, Madre! —dijo avergonzada. Si hubiera


sabido que venían, se hubiera arreglado un poco.

—Te he dicho mil veces, que lo que se considera pecado es alardear de la


belleza que se tiene.

Los cuatro la miraron como si estuviera loca y la Madre superiora se


sonrojó. Era obvio que ellos no esperaban que debajo de toda aquella roña fuera

especialmente bella y Greer que no era tonta, se encogió de hombros sin mostrar

que no le gustaba que Angus pensara eso de ella. —Vuelvo enseguida.

—¿A dónde va? —preguntó Angus molesto viéndola correr por el pasillo
con la hermana María detrás.

—Ha ido a por su equipaje. Siempre lo tiene preparado.

Eso sí que le dejó impresionado. —¿Siempre?

Las monjas asintieron. —No tardará mucho. Por cierto. ¿Tienen montura
para ella? Nosotras solo disponemos de dos mulas y…

—Montará conmigo —dijo Angus cada vez más enfadado antes de mirar

a sus hombres—. Esperadnos fuera.

—¿Puedo hablar con usted un momento?

Angus se acercó a la Madre superiora mientras las demás se alejaban


discretamente. —Me preocupa un poco que vayan tantos hombres con una joven

tan inocente. Solo se ha relacionado con nosotras y puede sentirse...

—No debe preocuparse por eso. Ninguno de mis hombres se atrevería a


ser irrespetuoso con ella.

La monja reprimió una risita. —No es eso lo que me preocupa. Sino todo

lo contrario. —La miró sin entender y ella suspiró. —Verá, Greer está
acostumbrada a ser franca. Enormemente franca. Nosotras no hemos podido
educarla en su relación con los hombres y temo que si le agrada uno de sus

guerreros, no lo oculte. ¿Entiende?

—¿Cree que ella puede seducirles?

—Si se empeña… Además, es un poco tozuda. Si se le mete algo entre

ceja y ceja, no para hasta conseguirlo.

—En eso se parece a su padre.

—¿Y su padre tiene previsto casarla pronto? —preguntó preocupada.

—Sí, ¿por qué? —le espetó a la cara.

—Espero que le agrade, eso es todo. Porque si no pobre hombre…

Atónito vio que la mujer sonreía forzadamente. —¡Me dijo que estaba

bien de la cabeza!

—¡Y lo está! ¡Pero es algo especial! —Asintió pensando en ello. —Yo he

hecho todo lo que me han encomendado. La he criado desde que la Madre

superiora murió y la he mantenido viva. ¡Ahora les toca a ustedes que hagan
algo por la niña! —Ofendida levantó la barbilla. —Pero ojito con llevarle la

contraria.

Angus no salía de su asombro y levantó la vista cuando la vio llegar


corriendo con una espada pequeña, que él no utilizaría ni para limpiarse los

dientes, y un hatillo en la mano donde no podía llevar más de una muda. Al


menos no tenía mucho equipaje, pero era lógico teniendo en cuenta su aspecto y
donde vivía. Además, dudaba mucho que Geordan le hubiera enviado nada a lo

largo de los años.

Llegó a su lado y sonrió. —Ya estoy aquí.

María también llegó corriendo colocándose a su lado. —Listas para

partir.

Miró asombrado a la monja. —Ah, no. ¡Ni hablar! ¡No pienso


llevármela!

—Claro que sí —dijo Greer sin perder la sonrisa—. Se viene conmigo.

Quiere acompañarme para asegurarse de que estoy bien y sí viene.

La Madre superiora gimió y cuando la miró levantó las cejas como


diciendo que ya se lo había dicho. Angus tomó aire. —¡No puede venir porque

es un viaje muy peligroso y no voy a repetirlo de nuevo para tener que

devolverla! ¡No sobrevivirá tres veces al viaje y yo tampoco!

—No pasa nada. Ella deja los hábitos.

—¡Hermana María! —dijo asombrada la Madre superiora.

—Lo siento, Madre —dijo la monja angustiada mirándola y pidiéndole

perdón con sus ojos azules—, ¡pero me voy a morir de aburrimiento si no me


voy con ella!

Greer sonrió. —Se viene.

—¡Qué no! —le gritó a la cara.


Greer entrecerró los ojos. —¿Qué has dicho?

—¡He dicho que no! ¡Vámonos de una vez!

Le pegó una patada entre las piernas que lo dejó seco y Angus

sorprendido gimió cayendo de rodillas antes de que ella le gritara —¡A mí no me

grites! ¡Y se viene conmigo, quieras o no! Vamos María.

—Sí, Greer. —La hermana sonrió levantando la barbilla y siguiendo a


Greer hasta la puerta donde todas esperaban para despedirse.

Le escucharon gemir de nuevo y Greer le miró con rencor por encima del

hombro de la hermana Magdalena antes de que Angus cayera al suelo


retorciéndose de dolor. —Tanto músculo para nada.

Se despidió de todas y al llegar a la Madre superiora sonrió. —¿Quién le

sacará las cigüeñas de la chimenea ahora?

La mujer la miró con lágrimas en los ojos. —Tienes otra misión.

—¿Y si no encuentro mi misión, Madre? ¿Qué haré entonces?

—Es tu destino. No podrás evitarlo. Cúbrete de tus enemigos y acoge a


los que te tiendan la mano. —La abrazó con fuerza. —Cuídate, niña. Te deseo lo

mejor.

—La quiero Madre. La echaré de menos. —La besó en la mejilla y se


apartó limpiándose las lágrimas antes de volverse y ver a los hombres montados

a caballo. A todos menos a Angus. Asombrada miró dentro del convento y gritó
—¿Qué pasa? ¿Ahora no tienes prisa, guerrero? ¡Qué delicada tienes la pierna!
Los hombres se echaron a reír y el tal Boyd se bajó del caballo para
meter la cabeza en el convento. Perdió la risa de golpe antes de gritar —Angus,

¿qué te ha hecho?

Él gimió desde el suelo y su amigo corrió hacia su jefe para ver que tenía

las manos sobre su sexo con la cara roja como un tomate. Sus amigos le
rodearon preocupados y Boyd se rascó la cabeza. —Ronald, ¿qué hacemos?

—Tiene una cara de dolor… Ni cuando le atravesaron la pierna con la

espada puso esa cara. ¿Has visto? —Su amigo se tiró de la barba castaña antes

de mirarle a los ojos. —¿Lo cogemos entre los tres?

—No puede subir así al caballo —dijo Morgan mirando a su hermano

Ronald como si fuera idiota—. ¿Te han pegado una patada ahí alguna vez?

—Pues no.

La cara de Greer apareció entre ellos mirando hacia Angus. —¿Por qué

se ha puesto así? Si le he dado en la pierna. Para tener tanto músculo no aguanta

mucho el dolor, ¿eh?

Los tres se sonrojaron. —Es una zona delicada para un hombre y…

Parpadeó sorprendida mirando a Ronald. —¿De verdad? —Le miró

como si comprendiera. —Ya entiendo. Tiene la mancha de Eva.

—¿La qué?

—Sí, eso que viene una vez cada mes y que pagamos por la traición de
Eva en el paraíso. —Se sonrojó dejándolos de piedra. —Ya me entiendes…
Los tres muertos de vergüenza negaron con la cabeza. —Los hombres no
tienen eso.

Por la cara que puso, ahora la sorprendida era ella. —¿De verdad?

Asintieron vehementes. —¡Pues Adán tampoco se quedó corto en su

pecado! —gritó sobresaltándoles.

—Quitádmela de delante antes de que la estrangule —dijo Angus


furioso, aunque la voz de pito le quitaba un poco de autenticidad.

—¿Te pasa algo en la voz?

Boyd la cogió por el brazo tirando de ella hacia la puerta. —Mejor nos

adelantamos. Ya nos alcanzarás cuando te encuentres mejor.

Ella se despidió con la mano de las monjas que estaban en la puerta.

—¡Buen viaje, niña! ¡Qué Dios te acompañe! —gritó la Madre superiora

en cuanto Boyd la hizo subir a su caballo.

—¡Os echaré de menos!

María se puso a su lado sentada ante Morgan, que silbó haciendo que los
tres salieran a galope subiendo la colina. Greer emocionada gritó de la alegría y

al llegar a lo alto de la colina se despidió con la mano. Sus ojos verdes se


llenaron de lágrimas viendo el convento. Su hogar hasta entonces. Pero tenía que
iniciar su vida y ya iba siendo hora de conocer a su pueblo. Esperaba que

llegaran a tiempo para conocer a su padre. Llevaba esperándole años y ahora le


perdería para siempre. No era justo.
Boyd vio que su mejilla se lavaba con las lágrimas. —No debes llorar. Al
hacerlo por ellas, insultas a tu pueblo que te reclama.

—Pues ya me podía haber reclamado antes.

—Hay muchas cosas que no sabes. Ya te enterarás cuando lleguemos.

Ahora mantente callada porque hasta que lleguemos a nuestras tierras, estamos

en las enemigas y no dudarán en matarnos.

Miró de reojo a María que asintió y se mantuvo en silencio todo lo que

pudo.

Cuando anocheció empezó a preocuparse porque Angus no les había

alcanzado. ¿No le habrían matado? Miró a sus hombres que no se habían

relajado desde que salieron del convento y vio como Ronald les hacía un gesto

con la mano deteniéndolos. —Pasaremos aquí la noche.

Ella miró el claro rodeado de árboles. —¿Aquí no estamos muy

expuestos?

—Veremos llegar al enemigo.

—Ah.

Boyd descendió del caballo y la cogió de la cintura para bajarla. La


vieron correr con María hacia los árboles y sus amigos se acercaron a él. —

¿Qué? ¿Tiene algo especial?


—¿Aparte de su olor? No. —Se pasó una mano por la nuca. —No vamos
a conseguir nada con este viaje. Es una estupidez de un viejo que ve las puertas

de la muerte.

—Los ancianos dicen que será nuestra salvación. —Ronald le advirtió

con la mirada. —Y que nadie te oiga hablar así. Te juegas el cuello.

—Amigo, un día tu lengua te va a meter en un problema.

—Es lo que pensamos todos.

—Angus no. Él todavía tiene la esperanza de que esto funcione. Así que

te aconsejo que cierres la boca a su lado.

Boyd se encogió de hombros. —De todas maneras, no tenemos nada que


perder.

Cuando vieron que María regresaba sola, se tensaron llevando las manos

a sus espadas. —Hemos encontrado un lago y se está bañando para quitarse el

hollín.

Suspiraron del alivio. Boyd le hizo un gesto a Ronald. —Ve a vigilar.

María se quitó el velo que cubría su precioso cabello rubio y todos se la

quedaron mirando con la boca abierta. Boyd le dio un codazo a su amigo. —


¡Qué vayas, te digo!

—¡Vete tú!

—Va, si por aquí no hay nadie —dijo Morgan sonriendo como un bobo

—. ¿Qué le va a pasar?
—Nada. Por supuesto. —Se acercaron a María que se sonrojó por su
atención antes de ponerse a hablar todos a la vez, olvidándose completamente de

Greer.

Greer se metió en el lago desnuda y quitó la tira de cuero que sujetaba su


trenza. Tenía el cabello tan sucio, que casi se sujetaba sola. Igual debía empezar

a asearse más a menudo, porque los hombres de su padre se habían horrorizado

al enterarse de lo poco que se lavaba. A ella no le molestaba asearse, pero le

habían inculcado que no había que ser engreída ni vanidosa. Que eso era pecado.

Pero igual ellos no creían en eso. Los hombres tenían el cabello limpio así que

no quería ser menos y que su padre se avergonzara de ella.

El agua llegó a sus rodillas y deshizo la trenza viendo la luna enorme en

creciente reflejada en el agua. Sonrió caminando hacia ella y se hundió dejando

que el agua fresca lavara su cara hasta llegar a su reflejo y entrar en él mirando

hacia arriba. Se dejó flotar mirando la luna y se sintió viva. Llevaba esperando
ese viaje toda su vida y al fin había llegado. Estaba tan nerviosa que no sabía si

podría dormir. La verdad es que le había sorprendido el hombre que había


enviado su padre. También le había sorprendido que no llevara el colgante que se

suponía que tenía que llevar para que supiera que eran enviados suyos. Pero
Angus tenía razón. Habían pasado muchos años y si estaba enfermo, debía
haberse olvidado. Algo lógico después de dieciséis años. En una semana

cumpliría dieciocho.

Miró la luna que estaba creciente. Sonrió porque estaría llena en su

cumpleaños. Frunció el ceño mirándola. —Espero que padre esté bien. No me

gustaría que muriera sin haberle conocido al menos.

Un ruido tras ella la asustó y se volvió para ver el caballo de Angus


bebiendo en la orilla. Miró a un lado y a otro, pero no le vio. Rayos, había

dejado su cuchillo con su ropa. Una mala idea, eso estaba claro. —¿Angus?

—Sal del agua, Greer. O te perderás la cena. Llevas ahí mucho tiempo.

Miró a su izquierda y le vio sentado en una roca tras uno de los árboles.

Se sonrojó por si la había visto desnuda. Caminó hacia la orilla y se mordió el

labio inferior porque se había olvidado el hatillo en el campamento. —No tengo

ropa. ¿Me la puedes traer?

Escuchó su suspiro desde allí. —Cúbrete con el kilt que tiene mi caballo.

No pienso dejarte sola aquí.

Ella miró la silla de su caballo y vio un kilt como el que llevaba él atado

con una correa. Sonrió porque eran sus colores y se cubrió con él cogiendo calor.
La lana del kilt era gruesa y sin poder evitarlo la olió cerrando los ojos. Rio por
lo bajo porque olía a caballo, pero para ella era maravilloso cubrirse con sus

colores. Escuchó un ruido ante ella y sonrió a Angus que la miraba fijamente
acercándose. —No me ponía mis colores desde la manta que me cubría cuando
me dejaron en el convento.

Él gruñó poniendo los brazos en jarras y la cogió por la cintura


sentándola sobre una roca antes de coger su bota que estaba realmente vieja.

Cogió un tobillo como si fuera una niña y le puso la bota haciéndola reír. —

Puedo hacerlo yo, ¿sabes?

—¡No terminas nunca! Llevo mucho esperando y también quiero


bañarme. —Le puso la otra bota de mala manera y la miró a los ojos sin

levantarse.

—¿Estás mejor? —Su mirada fue a parar a la entrepierna intentando

escudriñar entre sus rodillas y él se levantó en el acto haciendo que Greer mirara

al frente interesada por lo que había bajo su falda. —¿Qué te dolía exactamente?

—¡Nada!

La cogió de la muñeca levantándola para tirar de ella hasta el

campamento. —¡Mis cosas!

—Luego te las llevo yo.

—Pues sí que tienes prisa. —Le escuchó gruñir. —Siento haberte hecho
daño.

Él se volvió de golpe. —¡No me has hecho daño!

—¿En tu orgullo?

—¡Tampoco!
—¡Ah, entonces no tengo que disculparme!

—¡Nadie te lo ha pedido!

—La Madre superiora dice que hay que disculparse cuando se hace daño

a alguien. Aunque sea sin querer.

—¡Tú lo hiciste queriendo!

—Por eso te pido perdón. —Sonrió de oreja a oreja y Angus parpadeó

como si estuviera asombrado.

—¡No hagas eso!

—¿El qué?

—¡Sonreír!

—¿No puedo sonreír?

—¡No!

—¿Por qué? —Angus gruñó antes de tirar de nuevo de ella. —¿Tenemos

más normas en nuestro clan que deba conocer?

—¡Ya te enterarás!

—No me gustaría llevarme mal con alguien por no conocer las normas.
Nadie me las ha enseñado. Conozco las del convento, pero la Madre superiora

siempre me decía que no podía limitarme a cumplirlas. Que siempre hacía lo que
me daba la gana. No sé si cuando me digáis las normas que hay en el clan, podré

cumplirlas, porque…
Él se volvió mirándola furioso. —¡Harás lo que se te mande!

—¿Y ya está?

—¡Claro que ya está!

Ella se mordió el labio inferior y Angus le miró los labios separando los

suyos sin darse cuenta. A Greer se le cortó la respiración y sintió que su

estómago se ponía del revés. Debía tener hambre. No había comido desde el
desayuno. —¿Qué hay de cena?

Él miró sorprendido sus ojos y gruñendo de nuevo, volvió a tirar de ella

hasta el campamento donde todos estaban sentados alrededor del fuego. Les
miró sorprendida porque las liebres que estaban al fuego estaban casi hechas. —

¿Cuánto tiempo he estado bañándome?

María sonrió haciéndole hueco en la piedra donde estaba sentada. —El

que necesitabas por lo visto. Estás reluciente.

Se sentó ante el fuego y Angus le tapó las piernas de mala manera.

Asombrada le escuchó decir —Estaré en el lago.

Sus amigos asintieron sin preocuparse y ella se volvió sobre su hombro


para ver como se alejaba. —¿No cena?

—Cenará cuando regrese. —Ronald le dio una pata de liebre y la cogió

con cuidado soplando sobre ella para no quemarse. Cenaron en silencio


seguramente porque no les oyeran sus enemigos, pero a medida que iba
avanzando la cena los tres hombres la miraban cada vez más tiempo
incomodándola. Greer no se daba cuenta de que su cabello al secarse por el calor
del fuego, empezaba a formar caracolillos alrededor de su blanco rostro. Las

llamas destacaban los reflejos caoba de sus mechones que descansaban en su

hombro al descubierto. Estaba acabando su cena y tiró el hueso a un lado


chupándose el pulgar y Boyd dejó caer la mandíbula siguiendo cada uno de sus

movimientos. María entrecerró los ojos mirando a los hombres que parecían
hipnotizados y siguió sus ojos para jadear levantándose, mirándola con los ojos

como platos.

Greer se levantó también mirando tras ella. —¿Qué? ¿Qué es lo que has

visto? ¿Un enemigo?

María no salía de su asombro pálida como la nieve. —¿Greer?

Giró la cabeza hacia su amiga. —¿Si, qué?

Entrecerró los ojos acercándose casi hasta quedar nariz con nariz y Greer

se arqueó hacia atrás. —¿Qué rayos te pasa, María? ¿Te has quedado ciega?

—Estás distinta.

—¿Qué? —Se llevó la mano al rostro. —¿Qué tengo? ¿Me ha salido un

sarpullido?

Los cuatro negaron con la cabeza. —Tu cabello… —María tocó


asombrada sus rizos rojizos. —Y tu piel…

—¿Estás enferma? ¡Éste es mi pelo!

—Sí, pero… —María se sonrojó. —No sé. Estás hermosa.


Se puso como un tomate. —¿Has bebido? ¡Ya te dijo la hermana
Magdalena que era pecado beber el vino de la misa! —Fulminó a los hombres

con la mirada. —¿Qué le habéis dado?

—Nada. —De repente los tres la miraron sonriendo de oreja a oreja

embobados.

—¿Estáis borrachos?

Escuchó los pasos de Angus tras ella y se volvió enfadada, deteniéndose

en seco al igual que él en cuanto se vieron. Él parecía asombrado y a ella le dejó

sin aliento ver su pecho húmedo bajo el kilt y esos mechones de su cabello

pegados a su hombro. Con la garganta seca siguió una gota de agua que cayó

desde esos mechones hasta el pezón al descubierto, sintiendo que el fuego

abrasaba su vientre.

Boyd carraspeó. —Angus, ¿has visto qué cambio?

—Cierra la boca —dijo furioso antes de coger a Greer de la muñeca y

tirar de ella hasta al lado de un árbol sentándola—. Dormirás aquí. ¿Me has
entendido?

—¿Y María?

—Con otro de los hombres.

Jadeó indignada. —Pero…

—¡Greer!

Cerró la boca al ver que estaba enfadado y miró a María que le hizo un
gesto sin darle importancia. Pero no pensaba callarse. Le cogió del brazo y tiró
de él hasta que se acuclilló ante ella. —¡María duerme conmigo! ¡Y no se unirá a

un hombre hasta que ella quiera! —le gritó a la cara—. ¡Me da igual lo que

digas!

La agarró por la nuca y siseó —Harás lo que yo diga ahora y siempre.


¿Me has entendido?

Jadeó indignada. —¡No soy tuya! Y hago lo que me da la gana.

Él miró sus labios y algo en el interior de Greer tembló. No sabía lo que

le ocurría, pero sentía que le necesitaba. Angus soltó su nuca como si fuera un

esfuerzo enorme y se incorporó dándole la espalda mientras que Greer se quedó

allí sentada intentando recuperarse. Apretó las piernas una contra otra viéndole

caminar hacia la fogata, que apagó ante sus amigos que les observaban en
silencio. María se quedó allí de pie sin saber qué hacer y Greer reaccionó

haciéndole un gesto con la mano. Su amiga corrió hacia ella sentándose a su lado

y susurró —¿Qué está pasando?

La miró a los ojos. —No lo sé.

—Has cambiado. Pareces más madura y les tienes como locos. Angus te
mira como si fueras suya.

Levantó la barbilla orgullosa. —No lo soy. No puede mandarme. Soy la

hija del Laird y me debe respeto.

—Preveo problemas con ellos.


—No los habrá. Antes de la cena te miraban a ti. Mañana habrán
cambiado de opinión de nuevo cuando salga la luz del sol. Ahora durmamos. El

viaje será largo.

Se tumbaron una al lado de la otra mirándose a los ojos y se cogieron la

mano como si temieran separarse durante la noche. —No pasará nada —susurró
a su amiga.

—No me dejes.

—Eso no debe preocuparte. Nunca nos separarán.

María sonrió antes de cerrar sus preciosos ojos azules y ella hizo lo
mismo. Pero la inquietud que había llegado con su discusión con Angus no se

iba, así que durmió poco y mal. Estaba sentada en una roca mirando el amanecer

cuando le sintió tras ella.

—Debemos partir. Ven a comer algo.

Ella le miró sobre su hombro y forzó una sonrisa. —Sí, por supuesto.

Angus dio un paso hacia ella frunciendo el ceño. —¿Te encuentras mal?

Estás muy pálida.

—Será que casi no he dormido. Echo de menos mi celda.

—Dormir en el suelo puede ser muy incómodo si no se está


acostumbrada.

Ella gimió llevándose la mano al cuello como si estuviera inquieta. —Y

aquí hay mucha luz…


—¿Luz?

—Casi no me ha dejado dormir.

Angus la observó levantarse y caminar hasta los hombres. Parecía

agotada. Entrecerró los ojos al ver el vestido que llevaba. Le quedaba algo más

corto que el día anterior. La vio comer la cecina que le ofreció Morgan y beber

mucha agua. María le dijo algo al oído y ella negó con la cabeza. Se le cerraban
los ojos. Angus se acercó a ellos. —Daos prisa.

—Estamos listos.

Greer suspiró levantándose e iba a ir hasta el caballo de Boyd, pero


Angus la cogió de la mano tirando de ella hasta su caballo. Ni protestó, lo que le

llamó aún más la atención. La cogió por la cintura subiéndola a la montura y él

se subió tras ella cogiendo las riendas. María la miraba preocupada. —Ve con

Boyd.

—Greer, ¿estás bien?

Abrió los ojos sobresaltada. —¡Sí! ¡Bien!

—¿Se habrá enfriado? Ha dormido en el suelo con el cabello húmedo


y…

Angus cogió a Greer por la mejilla pegándola a su pecho para mirar su

cara antes de pasar su mano por su frente. Para su asombro estaba medio
dormida. —No tiene fiebres.

María suspiró del alivio y forzó la sonrisa. —Entonces estará cansada.


Aunque es raro porque siempre ha sido muy inquieta.

—Sí, será eso. —Miró hacia abajo para ver que se había dormido
totalmente pegada a él. —Boyd, dame el kilt que usó anoche.

María corrió hacia él y lo cogió de debajo del árbol donde habían pasado

la noche. La cubrió con él por si tenía frío y Greer sonrió en sueños como si le

gustara su calor.

—A ver si María tiene razón y se va a poner enferma. Nunca había salido

del convento y un viaje así… —dijo Morgan atándose su largo cabello castaño

en la nuca con una cinta de cuero.

—Está bien. —Angus le fulminó con la mirada. —¿Quieres darte prisa?

—Sí, jefe.

María les miró dudosa antes de ir hacia Morgan y tender su mano. Angus

sonrió cuando su amigo la subió a su caballo ignorando la orden que él había

dado. Boyd levantó sus cejas negras. —Bueno, ya han quedado claras sus

preferencias.

Angus sonrió hincando los talones en su caballo. Mientras los hombres se


ponían a su altura, miró a Greer que sonreía como si estuviera soñando algo

bonito. Apartó un rizo de su mejilla y ella suspiró.

Boyd carraspeó y molesto le miró. —¿Estamos atentos?

—Más te vale sino quieres que te saque las tripas por la nariz.

Su amigo se echó a reír a carcajadas. —Entendido, jefe.


Durmió hasta medio día y cuando abrió los ojos, la luz la molestó
tapándose con la manta. —Greer, vamos a detenernos para que descansen los

caballos.

Su respuesta fue girarse y apoyar la mejilla en su pecho para seguir

durmiendo. Angus empezó a preocuparse de veras. Solo le faltaba que se le


muriera la única esperanza para su pueblo. Miró a Boyd que debía estar

pensando lo mismo. —Está bien.

Su amigo asintió deteniendo su caballo como los demás. En cuanto María

se bajó del caballo, corrió hacia el suyo. —¿Greer?

Gimió contra su pecho y abrió un ojo. —¿Nos atacan?

—No —contestó su amiga atónita.

—¿Los hombres de mi padre te han molestado?

—No. Tengo que ir al bosque —dijo avergonzada.

Bufó contra su pecho y se apoyó en él para apartarse antes de estirar los


brazos sobre su cabeza bostezando. La miraron atónitos antes de que saltara del

caballo como si nada y caminara con fuerzas renovadas hasta el bosque con
María corriendo tras ella.

Los cuatro se miraron confundidos. —Ya es la de siempre —dijo Boyd

—. Aunque parece que está más alta.

—Sí, ha crecido —dijo Morgan entrecerrando los ojos—. Al menos dos


dedos desde ayer noche.
Todos miraron a Angus que asintió. —Y no solo eso. Su cabello brilla
más y su cara se está afilando. Me di cuenta de ello cuando salió del lago.

—Como si estuviera madurando.

—La observé en el lago. Miraba la luna de una manera que es difícil de

explicar. Como si se comunicara con ella o la necesitara. Y esta mañana ha dicho

que casi no podía dormir porque había mucha luz.

—¿No puede dormir de noche, pero sí de día? —preguntó Ronald

incrédulo.

—¡Es la luz de la luna, idiota! A ella la afecta de alguna manera —Boyd


bufó exasperado.

—Morgan, pregúntale a María si en su celda había alguna ventana. —Le

miró a los ojos. —Discretamente pregúntale sus costumbres.

—Bien, jefe.

Cuando las chicas regresaron, ayudaron en llenar las calabazas de agua.


Comieron algo de queso y Greer se dio cuenta de que todos la miraban como si

esperaran que saltara sobre ellos en cualquier momento. —¿Qué ocurre? ¿Tengo
algo en la cara?

María soltó una risita. —Es que estás muy hermosa. Es por eso.

Se sonrojó intensamente. —Tonterías. —Se levantó molesta. —¡Y deja

de decir esas cosas! —gritó antes de alejarse hacia el caballo de Angus como si
fuera a la guerra. Tanto, que el caballo se asustó dando varios pasos atrás.
Sin saber por qué sintió una rabia terrible y sus ojos se llenaron de
lágrimas. Puso los brazos en jarras y se dio la vuelta. —¿Qué le pasa a este

bicho?

Angus se levantó. —Greer, tranquilízate o no podrás subir al caballo.

—¿Que me tranquilice? —chilló de los nervios sin saber por qué—.

¡Estoy tranquila!

—¿Qué te pasa? —preguntó su amiga asustada al ver la rabia y sus ojos

llenos de lágrimas.

La miró impotente. —No lo sé. —Se echó a llorar y avergonzada corrió


hacia el bosque.

Angus le hizo un gesto a María que iba a correr tras ella. —Espera aquí.

—Pero me necesita.

—Morgan…

—María, hazle caso a tu Laird.

Ella apretó los labios impotente viendo como la seguía y Morgan la cogió
del brazo. —Ven, vamos a hablar de la vida de Greer.

—¿De su vida?

—Debemos saber qué está ocurriendo.


Capítulo 2

Angus la escuchó antes de verla. Estaba intentando retener su llanto, pero

solo conseguía hipar. Se acercó al tronco tras el que estaba escondida. Se había

sentado en el suelo y se abrazaba a sus piernas. Entonces Angus se detuvo en

seco porque le recordó a su hermana cuando estaba madurando. Tenía cambios

de humor que ni ella comprendía y a veces lloraba a escondidas. Por su mente

pasó la imagen de Greer el día anterior cuando se tiró al carro. Parecía una niña

que no pensaba en las consecuencias de sus actos como si no le tuviera miedo a

nada. Y eso lo demostró al atacarle con la guadaña.

En una noche había crecido y era obvio que su cuerpo había madurado.
Un cambio así debía agotar a cualquiera. Por eso había dormido toda la mañana

y tenía los nervios destrozados. Impotente se dio cuenta de que igual debería
haber dejado que María fuera a consolarla. Carraspeó colocándose ante ella y
avergonzada se limpió las lágrimas con las mangas del vestido mirando sus

rodillas.
—Greer, ¿te encuentras mejor?

Le miró por el rabillo del ojo y negó con la cabeza. Angus suspiró y se
acuclilló ante ella. —¿Por qué no me cuentas lo que sientes? Si estás enferma,

deberíamos encontrar a quien te ayude. Tu padre no querría que estuvieras mal.

Alguna curandera encontraremos si la necesitas.

—Me duele todo —susurró pasando el dedo por encima de su rodilla


metiendo el dedo en un pequeño agujerito.

—¿A qué te refieres? ¿Todo el cuerpo?

—Sí. Desde ayer noche.

—Después del baño.

Asintió. —Pero…

—Cuéntame.

Le miró con sus ojos verdes enrojecidos. —Siento una opresión aquí. —

Se tocó el pecho. —Y me mojo.

—¿Te mojas? —Angus se levantó de golpe y carraspeó. —¿Entre las


piernas? ¿Me estás diciendo eso?

Ella se sonrojó sin saber por qué y escondió la cara entre sus piernas. —

Vete. ¡Es culpa tuya!

Angus se pasó la mano por la cara sintiendo un calor horrible. Era obvio
que criada entre monjas no sabía lo que le estaba ocurriendo. ¡Si ni siquiera
sabía lo que los hombres tenían entre las piernas! Pero ya que estaba no se cortó

en preguntar —¿Te mojas conmigo o con todos? —Como no respondía, se

agachó molesto y la cogió por los hombros. —¡Greer! ¡Contéstame!

Ella entrecerró los ojos y le dio un puñetazo en la nariz. —¡Te odio! ¡No

me toques!

Salió corriendo de nuevo y Angus asombrado tirado en el suelo, se dio


cuenta que estaban en un problema aún peor de lo que creían.

Preocupado fue hasta el campamento donde María hablaba con los

hombres, que parecían muy interesados en lo que decía. Él se acercó mirando a

su alrededor. Era obvio que se había escondido otra vez.

—¿No la has encontrado? —preguntó Boyd levantándose de un salto.

—Dejémosla unos minutos. Está algo alterada —dijo con la voz ronca.

—¿Qué te ha pasado en el ojo?

—¡Me he dado con una rama! —Miró a María. —¿Qué os ha contado?

—Como sabemos llegó allí con dos años. Y la crió la propia Madre
superiora en su celda. Allí por supuesto había ventanas. —María asintió mientras

Morgan continuaba —Es una habitación grande y espaciosa. Pero cuando la


Madre superiora murió y llegó la nueva que llevaba a María, trasladaron a las

dos niñas a una celda juntas. Para protegerla la celda no tenía ventana, pero no le
dieron importancia ninguna de las dos, porque solo iban allí a dormir y era mejor
para no pasar frío por la noche.
—¿Qué edad tenías cuando llegaste al convento?

—Doce años —dijo María preocupada—. ¿Qué ocurre?

—¡Qué se estancó en los doce años! ¡Eso ocurre!

Los hombres le miraron sorprendidos. —¿De qué hablas?

—Necesita la luz de la luna para madurar. ¡Y anoche recibió una buena

dosis, lo que ha alterado su cuerpo! Por eso ha crecido y…

Boyd dio un paso hacia él. —¿Y?

—No sabe lo que le ocurre. —Se pasó la mano por la nuca preocupado.

—Está alterada y le duele todo.

—Ha crecido mucho en una noche —dijo Ronald sorprendido—. Es

normal.

—Se está haciendo una mujer en unas horas y no lo asimila. ¿Estás

diciendo eso? —preguntó Morgan.

—Sí.

—¿Y cuántos años tiene ahora?

—¡Y yo qué sé! —le gritó a su amigo a la cara. Miró a María y le apartó

para agacharse ante ella—. ¿Cuándo empezaron a agradarte los hombres?

María se puso como un tomate y miró a Morgan de reojo. Sus amigos se


echaron a reír. —¿Qué esperabas? Vivían en un convento —dijo Boyd divertido.

Se levantó de golpe mirando a los hermanos. —¿Cuándo se acostó tu


hermana por primera vez con un hombre?

—¿Estás diciendo que mi hermana es una zorra? —Morgan dio un paso


hacia el con ganas de matarle.

—¡No me fastidies! ¡Todo el mundo sabe que medio clan se ha tumbado

entre sus piernas!

Los hermanos se miraron molestos y Ronald bufó. —Creo que con


catorce. Madre se dio cuenta porque su cama estaba revuelta.

—¡Ronald! —protestó Morgan.

—Hermano, es cierto lo que ha dicho y que tenga cinco hijos sin casar lo

demuestra, ¿no crees?

María jadeó asombrada y todos la miraron. —¡No puedes compararla con

esa mujer!

—Siente deseo, así que más o menos estamos entre los catorce y quince

—dijo ignorándola—. Aunque en algunas de sus reacciones aún parece una niña.

—Entonces esto pasará pronto. A este ritmo llegará a los dieciocho en


tres días como mucho. —Ronald le miró confundido. —¿Cómo sabes que siente

deseo? ¿Por quién?

Todos le miraron y les respondió molesto —¡Lo sé! ¡Ahora buscadla que
tenemos que irnos! —Pareció pensarlo mejor. —Mejor la busco yo. Preparaos.

En ese momento Greer entró en el campamento y fue obvio para todos

que estaba avergonzada porque miraba al suelo con las manos unidas ante ella
como si no supiera qué hacer. Angus decidió que lo mejor era no darle
importancia. —Ya estás aquí. Estupendo. —Se acercó a ella y la cogió por la

cintura subiéndola al caballo. Se subió tras ella y cuando cogió las riendas

susurró —No vuelvas a alejarte sin escolta.

—Lo siento.

Sabía que no se disculpaba por eso, sino por lo que había ocurrido antes
y él carraspeó. —No pasa nada. —Angus vio que sus compañeros querían

enterarse de su conversación y fulminó con la mirada a Ronald, que resignado

alejó el caballo discretamente.

—No sé qué me pasa —dijo compungida.

Angus dudó si decirle sus conclusiones respecto a la luna por no asustarla

más, pero teniendo en cuenta que sabía las circunstancias de su nacimiento, igual

era un alivio.

—Greer… —Gimió por dentro cuando se recostó sobre él de nuevo

como si nada y gruñó cuando su hombría reaccionó con fuerza. —¿Recuerdas tu


baño de ayer? Pues creo que eso te ha afectado un poco.

—¿Me he enfriado? ¿Por eso me duele el cuerpo?

—Tu cuerpo ha madurado. Por eso los cambios.

Apartó la cabeza para mirarle a los ojos. —¿Madurado? ¿Como las


manzanas? ¿Por eso me duelen los pechos?

Oh Dios, se estaba poniendo malo. Desprendía un olor que le volvía loco


y recordar los pechos que había visto la noche anterior no era la mejor manera de

continuar esa conversación. Ella apartó la melena y asombrado vio cómo se los

tocaba por encima del vestido. —¿Voy a parir como las ovejas? ¿Por eso las

tengo más grandes?

Él estaba tan absorto mirando cómo se tocaba los pechos que no vio la
rama que le golpeó de lleno en la cara tirándolo del caballo. Greer parpadeó

asombrada al ver su trasero desnudo y sin poder evitarlo se lo comió con los ojos
mientras sus amigos se reían a carcajadas. El calor que sintió en ese momento la

dejó sin aliento y su corazón se aceleró.

Entrecerró los ojos cuando vio algo colgando entre sus piernas y abrió los

ojos como platos cuando se dio cuenta que tenía lo mismo que el perrito del
pastor del convento. Fueron apenas unos segundos, pero se quedó muy

confundida. Estaba furioso cuando se dio la vuelta después de pegarles cuatro

gritos a sus amigos y cuando la miró tomó aire como si regresara a la batalla.

Ahora entendía que el día anterior le hiciera tanto daño. Ella no tenía eso ahí,
pero él sí.

—¿Todos los hombres tienen lo mismo que tú entre las piernas? —

preguntó sin poder evitarlo.

Angus la miró como si le hubieran salido dos cabezas mientras sus

amigos seguían riendo de tal manera que parecía que se caerían del caballo en
cualquier momento.
—Eso no se pregunta —siseó cogiendo las riendas.

—¿Por qué?

—¡Hay ciertas cosas que una mujer no debe hablar en público y una de

ellas es qué tengo entre las piernas! ¡Pero todos tenemos lo mismo!

—Ah…—Eso no pareció gustarle e incómodo se intentó colocar mejor

sobre la silla. —Vaya.

Boyd se apretó el vientre. —Parece decepcionada, amigo.

—Muy gracioso —siseó con ganas de matarle.

—Hablando de mis pechos…

—¡Greer! ¡Mejor dejemos el tema! ¡Ya hemos formado bastante

escándalo como para que todos los clanes enemigos sepan exactamente dónde

estamos! —Miró a María que era la única que no se reía, sino que estaba

colorada hasta la raíz del pelo. —¿Es que en ese convento no le han enseñado

nada?

—Yo eso lo sabía porque tengo hermanos, pero nunca hemos hablado de
eso en el convento. Es pecado.

—¡Quizás deberías hablar con tu amiga de esas cosas para variar! ¡Está
muy confundida!

María asintió mirándole como si fuera la misión más importante de su


vida. —Sí, Laird.
—¡No soy Laird!

—Para lo que te queda —dijo Boyd como si nada.

—Mi padre estará vivo cuando lleguemos, ¿verdad?

Todos la miraron perdiendo la sonrisa de golpe y se dio cuenta de que

estaba muy mal. Agachó la mirada. —Resistirá para conocerme.

—Por supuesto que sí. —Angus les hizo cerrar la boca con la mirada. —

¿Por qué no descansas otro poco? Esta noche habrá luna y puede que no te deje

dormir la claridad de nuevo. —Cogió el kilt que tenía atado atrás y se lo tendió.

—Tápate, no cojas frío.

Ella sonrió cubriéndose con él. —Qué bueno eres. —Se recostó sobre su
pecho poniéndose cómoda mientras los demás veían asombrados como cerraba

los ojos dispuesta a dormir la siesta de nuevo. —Siento haberte juzgado mal.

Angus se sonrojó por el cumplido. Esa mujer decía lo primero que se le

pasaba por la cabeza. Era un auténtico peligro. —Descansa.

No tardó en quedarse dormida de nuevo y sus amigos se pusieron a su

altura.

—¿Te había juzgado mal?

—Cierra la boca, Boyd. —Por el rabillo del ojo vio un movimiento y


detuvo el caballo. Sus hombres se tensaron.

—¿Qué ocurre? —preguntó Morgan pasando a la parte de atrás a María

de un solo movimiento y cogiendo la espada en la mano mientras ella se


abrazaba a su cintura.

—Nos siguen.

Sus hombres les rodearon y esperaron, pero no hubo ningún movimiento.

—¿Estás seguro? —Boyd entrecerró los ojos.

—¿Crees que he perdido facultades? —preguntó agresivo.

—No, por supuesto. Pero Greer distrae mucho y puede que te hayas

confundido.

—Te digo que nos siguen. Avancemos.

A partir de ahí no se relajaron ni un segundo y Boyd se tensó al escuchar

un crujido en la lejanía. —Tienes razón. Nos siguen —susurró sin envainar su

espada.

—Angus, esto no me gusta. Creo que nos están rodeando. Yo lo he

escuchado al otro lado. —Ronald entrecerró los ojos mirando el bosque ante

ellos. —Deben estar esperando a que acampemos para sorprendernos.

Él miró a Greer que dormía plácidamente. Si había una lucha abierta,


prefería dejarla en el suelo. —Muy bien. Busquemos un claro para verles venir.

—¿Morgan? —preguntó María en voz muy baja muerta de miedo.

—No va a pasar nada. No pueden ser muchos.

En ese momento Greer abrió los ojos tensándose y se enderezó mirando


al frente. Se detuvieron al ver un lobo enorme ante ellos y les miraba fijamente.
Ronald cogió el arco de su espalda y una flecha de su carcaj. —No —ordenó

ella.

El lobo dio un paso hacia ellos y otros dos lobos aparecieron detrás como

por arte de magia. Greer les miró fascinada y sonrió. —Son hermosos.

Angus pasó una mano por su cintura apretándola a él mientras que con la

otra levantaba su espada. El lobo le miró directamente a los ojos antes de dar un
paso atrás. Los demás hicieron lo mismo antes de correr desapareciendo, pero el

grande se quedó unos segundos más. Miró a Greer a los ojos antes de correr

atravesando el bosque hasta que le perdieron de vista.

Los hombres suspiraron. —Al parecer no tenían hambre —dijo Boyd

envainando la espada.

—No te confíes. Cazan en manada. Y nos han estado siguiendo.

Boyd asintió y continuaron camino. Llegaron a un río y se bajaron del

caballo para darles de beber. —Dormiremos aquí —ordenó Angus cogiéndola

por la cintura—. Queda poco para que anochezca. —Ella miró sus ojos castaños.
—No te alejes. No me fío con los lobos cerca.

Ella asintió y se adentraron en el bosque para aliviarse. Estaban bajando


las faldas cuando María susurró —Angus quiere que hable contigo.

Se sonrojó con fuerza. —He dicho cosas que no debía decir, ¿verdad?

María suspiró y la cogió de la mano acercándola al campamento. Se


sentaron en una piedra. —Debemos hablar de los hombres y las mujeres. Somos
distintos, Greer. Ellos no tienen pechos, ¿no te habías dado cuenta?

—Sí, pero ellos no dan de mamar —susurró avergonzada.

—¿La Madre superiora no te ha dicho cómo se tienen los niños?

—Por obra y gracia del espíritu santo. —Sonrió porque eso se lo sabía.

—No.

—Que sí.

—¡Qué no, Greer!

Los hombres las miraron y María se sonrojó. —Escucha y después me


discutes. Que me discutirás…

Miró de reojo a Angus que se estaba aseando en el río y asintió. —

Cuando un hombre y una mujer se quieren, se casan y después tienen hijos. Y

para eso les sirve lo que tienen entre las piernas. Lo meten en ti y plantan su

semilla. —Sonrió como si hubiera conseguido la luna. —Hala, ya está.

Entrecerró los ojos. —Meten esas pelotitas en nosotras. ¿En dónde? ¿En

la boca?

Los hombres carraspearon incómodos y los hermanos se chocaron el uno


con el otro al disimular que no habían escuchado nada. María se puso como un

tomate. —No, entre tus piernas.

—¿Y tú cómo lo sabes? ¿No te lo estarás inventando? ¡Mira que mentir


es pecado! Si no lo has hecho nunca, ¿cómo lo sabes?
Todos miraron a María que no sabía dónde meterse de la vergüenza. Se
levantó rabiosa y le gritó —¡Lo sé! ¡Lo he visto!

—¿Ah, sí? —Morgan se cruzó de brazos mosqueado. —¿Y dónde lo has

visto?

—¡En mi aldea! ¡Lo hizo mi madre con el herrero y nueve meses después

nació mi hermano! ¡Por eso mi madre me envió al convento! ¡Para que no le


dijera nada a padre!

Greer la miró asombrada. —¿Por qué no me lo habías dicho?

María se echó a llorar y se encogió de hombros. Greer se levantó


abrazándola y al ver que las miraban incómodos gritó —¿No tenéis nada que

hacer? ¡Tengo mucha hambre y no quiero más cecina ni queso!

—Boyd, caza algo —dijo Angus muy serio acercándose—. ¿Por qué no

vais a asearos un poco? El agua fría le vendrá bien para apaciguar su disgusto.

—Ven, amiga. ¿Te das cuenta de que están todo el día escuchando las

conversaciones ajenas? —María asintió mientras se alejaban. —¿Así que meten


las bolitas en nosotras?

María le susurró algo al oído y Greer abrió los ojos como platos. —¡Eso

no lo he visto!

—Pues es muy grande y tiene que doler, porque mi madre gritaba mucho.

Angus puso los ojos en blanco antes de volverse y ver a sus hombres
escuchando sin disimular en absoluto. —¡A trabajar!
Boyd se echó a reír a carcajadas. —Amigos, no os envidio en absoluto.
Cuando las toquéis, se van a sorprender tanto que igual salen corriendo.

Morgan le arreó un puñetazo. —Qué ganas tenía de partirte la crisma.

¡Llevas todo el viaje fastidiando!

—¿Quién te ha dicho a ti que yo voy a tocar a Greer? —dijo Angus

agresivo.

Todos parpadearon mirándole como si fuera idiota y gruñó apretando los

puños. —¡Cerrad la boca de una vez! ¡Es la hija del Laird y hemos venido a

cumplir una misión!

—Pues mañana se sube a mi caballo —dijo Morgan divertido.

El puñetazo que le tiró al suelo no lo vio ni venir y antes de darse cuenta

Boyd se tiró sobre Morgan. María llegó corriendo y parpadeó al ver a los cuatro

pegándose los unos a los otros. Frunció el ceño y metió los dedos en la boca

silbando con fuerza. Los cuatro la miraron y Angus se levantó de golpe. —

¿Dónde está Greer?

—¡No lo sé! ¡Salí del agua a vestirme y cuando me volví ya no estaba!

¡La he llamado, pero no contesta!

Cogió su espada y salió corriendo con sus amigos detrás. Vieron el


vestido de Greer en una roca y susurró alerta —Dispersaos.

Caminaron entre las rocas siguiendo el curso del río, mientras Angus
subió una roca tras otra colina arriba tan aprisa como podía sin hacer ruido.
Estaba a punto de bajar cuando escuchó una risa. Se tensó siguiendo el sonido y
asomó la cabeza sobre otra roca para ver una pequeña cascada donde se reflejaba

la luz. Asombrado miró hacia arriba para ver la luna y subió la roca porque no

veía a Greer. Al verla aparecer de entre las aguas de la cascada se le cortó el


aliento. Era lo más hermoso que había visto nunca. Sin poder evitarlo sintió

como todo su cuerpo se inflamaba de deseo al ver como el agua caía sobre sus
pechos cuyos pezones estaban totalmente endurecidos. Greer rio levantando las

manos e inclinó la cabeza hacia atrás girándose y él pudo ver la curvatura de su

espalda, bajando los ojos por su precioso trasero.

—Greer —la llamó con voz ronca. Pero ella parecía ajena a ese mundo.

Levantó la cara y su rostro se iluminó con la luz de la luna. Dio un paso hacia

ella y un gruñido le tensó. Un lobo apareció sobre la cascada y gruñó de nuevo

mostrando sus colmillos. Otro y otro se colocaron a su lado en posición de

ataque y Angus temió por ella—. ¡Greer, ven aquí!

Ella se sobresaltó y se giró para ver a Angus ante ella con la espada en la
mano. Confundida miró la cascada. —¿Cómo he llegado aquí?

—Ven, preciosa —dijo sin dejar de mirar a los lobos estirando la mano

—. Ven conmigo. Muy despacio.

Los lobos gruñeron de nuevo y ella se volvió sorprendida para verlos en

la roca que estaba sobre su cabeza. —¡Angus!

—Ven lentamente. ¡No les mires!


Asustada se volvió mirando su mano y caminó muy despacio hasta él.
Estiró la mano y Angus tiró de ella hasta la roca, cogiéndola de la cintura y

colocándola tras él. Uno de los lobos aulló antes de que los tres saltaran de la

roca hacia al otro lado, perdiéndoles de vista. Cuando se fueron, se quedaron allí
unos minutos con las respiraciones agitadas esperando algún movimiento que no

se produjo. La mano de Greer tocó su espalda y sorprendida se apartó al ver


como Angus se estremecía. Se volvió de repente y la cogió por la nuca. —¿No te

dije que no te alejaras? —le gritó a la cara—. ¡Has podido morir!

Sus ojos verdes miraron los suyos y susurró —Estoy viva.

Angus miró sus labios y gimió antes de atraerla a él y acariciarlos sin

llegar a tocarlos del todo. El aliento de Angus la volvió loca y separó los labios
deseando sus caricias, cerrando los ojos. —Mía —dijo él posesivo antes de

entrar en su boca reclamándola.

Greer no se podía creer lo que experimentó su cuerpo en ese instante y

cuando su lengua se entrelazó con la suya, supo que había llegado a ese mundo

por ese momento. Así que se abrazó a su cintura pegándose a él. Cuando sus
pezones rozaron su pecho gimió en su boca y Angus se apartó de golpe

colocándola tras él y gritando —¡La he encontrado! Volved al campamento.

Se escondió tras él y gimió de nuevo al escuchar decir a Morgan —De

acuerdo. ¡No tardéis!

Avergonzada sacó la cabeza tras su enorme cuerpo para ver colina abajo
como la silueta de Morgan se alejaba. Angus tomó aire antes de volverse y juró
por lo bajo al ver su húmeda desnudez. —Vamos, tienes que vestirte. Te estás

helando.

—Pero…

—Esto no está bien —dijo desviando la mirada—. Vamos.

—¿Por qué? —Jadeó dándose cuenta. —¡Estás casado! —Le arreó un


puñetazo que le pilló desprevenido tirándolo roca abajo y furiosa saltó de roca en

roca sin preocuparse por él. Cuando llegó a su vestido se lo puso rápidamente y

miró hacia atrás. —¡Idiota! ¡Cómo te atreves! ¡Suerte que me has pillado de

buen humor que sino te despellejo! —Se volvió sobre sí misma. —¿Dónde tengo

mi cuchillo? —gritó desgañitada—. ¡Pecador! ¡Debería sacarte el corazón por

jugar conmigo! —Vio el filo del cuchillo tirado sobre la hierba y lo cogió a la
vez que las botas. —¡Roñoso besucón! ¡Infiel traidor! —Apretó el mango del

cuchillo con fuerza. —¡No te acerques más a mí! ¿Me oyes? ¡Porque si no dejaré

a tu mujer viuda!

Se volvió caminando hacia el campamento con grandes pasos. Todos la


vieron llegar y era obvio que la habían escuchado porque tenían la boca abierta.

María corrió hacia ella. —¿Qué ha hecho?

—¿Qué ha hecho? ¡Ese perro pulgoso me ha besado! —Los hombres se


echaron a reír y ella les miró con odio sujetando el brazo de su amiga. —¡Está

casado!
Los guerreros se miraron antes de echarse a reír de nuevo. Entrecerró los
ojos y dijo en voz baja —María, no dejes que te bese si está casado.

—No. —Se sonrojó intensamente. —Bueno…

La miró asombrada. —¿Ya te has dejado?

Se volvió dándoles la espalda y Greer hizo lo mismo. —Es que es muy…

muy… —Sonrió como una tonta. —Hermoso.

Se giró con ganas de matar a alguien y sacó el cuchillo de la espalda. —

¡Tú! ¿Te has aprovechado de mi hermana?

—¿Tu qué? —Morgan miró a María. —¿Qué le has dicho?

—Nada.

—¿La has besado?

—¡No! —Miró a sus amigos de reojo. —Bueno…

—¿Estás casado?

—¡No! —respondió como si fuera algo impensable.

—Pues te vas a casar. —Lo dijo de tal manera que todos perdieron la
sonrisa de golpe mientras María sonreía de oreja a oreja.

Morgan carraspeó. —¿Perdón?

—¡Ronald! ¡Vete a por un cura!

—¿Un cura en medio de las Highlands? —preguntó incrédulo—. ¿Y


dónde lo encuentro?
Ella le señaló con el cuchillo. —¡Me da igual! —gritó furiosa.

—Lo consultaremos con Angus —dijo Boyd—. Por cierto, ¿dónde está?

—¡Me da igual donde esté ese traidor! ¡Un hombre que engaña a su

mujer no es un hombre! —Enderezó la espalda. —¡Por mí como si no le veo

más!

Los hombres reprimieron la risa. —Pues es una pena porque lo vas a ver
mucho. Pero mucho.

—Voy a ver qué hace —dijo Morgan divertido.

—¡No! ¡Tú no te vas a ningún sitio hasta que no te cases con María! —

Entrecerró los ojos como si estuviera chiflada amenazándole con el cuchillo. —


No te voy a quitar el ojo de encima.

Morgan levantó las manos en son de paz. —Pues no vas a dormir mucho.

—Te aseguro que no estoy nada cansada. Pero nada de nada. Tú no

mancillas a mi hermana y la abandonas. Antes te corto el vientre de arriba abajo


y te cuelgo en una pica para que se alimenten los cuervos.

—Iré yo —dijo Boyd resignado.

—¿Por qué no hablamos de esto con calma? —preguntó Ronald mirando


malicioso a su hermano que gimió por lo bajo—. ¿Fue con lengua ese beso?

Morgan gruñó. —Hermano, no ayudas.

—Lo sé. Cuando se entere madre te va a matar.


Ella señaló a Ronald con el cuchillo. —¿Por qué? ¡No podía encontrar
mujer mejor para él!

—Es que quería que se casara con Jinny.

—¿Quién es Jinny? —preguntó María enfadada con las manos en jarras.

—Jinny es la hija de nuestro…

Su hermano le dio un puñetazo que le tiró al suelo y ambas parpadearon

asombradas. Ronald sonrió tumbado como estaba pasándose la mano por la boca

comprobando si tenía sangre. —Jinny es la hija de nuestro tío.

—¿Por qué le has pegado? —preguntó Greer con desconfianza.

—Uy, uy. Esto no me gusta nada, Greer. Nos están mintiendo.

—Tranquila, hermana. Me van a contar todo con pelos y señales o les

saco los ojos.

Un silbido les hizo volverse y Boyd gritó —¡Está muerto! ¡Angus está

muerto!

Greer palideció y se le quedó mirando sin reaccionar mientras sus amigos


corrían hacia él sacando sus espadas. María se acercó asustada. —¿Quién le ha

matado?

Palideció aún más al recordar que le había tirado de la roca y casi sin aire
corrió tras ellos.

—No le encontraba. Pero vi una pierna… Se ha roto el cuello.


Llegaron a las rocas y la luz de la luna mostró una pierna sobre un
matorral. Los hombres miraron al suelo tapándole la vista y se metió entre ellos

a empujones para ver a Angus que tenía sangre en la cabeza y que llegaba hasta

su barba. Sintiendo un miedo que le heló el alma, se arrodilló a su lado y susurró


—No puede ser. —Le cogió la cara con suavidad girándola hacia ella y cerró los

ojos acercando la mejilla a su boca. Cuando su aliento rozó su mejilla casi llora
del alivio y se giró mirando furiosa a Boyd. —¡Está vivo, imbécil! —Los tres

suspiraron. —¡Es que no sabes diferenciar un muerto de un vivo! —gritó

sobresaltando a Angus que abrió los ojos como platos. Ella sonrió de oreja a

oreja—. ¡Estás despierto! Tienes la cabeza muy dura, de eso no hay duda. —Le

soltó y ella hizo una mueca cuando su cabeza rebotó con la piedra de nuevo. —

Vaya, ¿estás bien?

—¡Estás loca! ¡Me has tirado!

—¿Yo? —Ofendida se levantó. —¡Yo no te he tirado! ¡Es que eres un

flojo! ¡Tanto músculo, tanto músculo y te resbalas por nada! —Todos la miraron
como si estuviera loca. —Pues así te piensas primero donde metes tu lengua.

—Ah, pues si vuestro beso fue con lengua, también tendréis que casaros,

¿verdad? —preguntó Ronald inocentemente.

—¡Claro que no! —respondieron antes de mirarse—. No me casaría

contigo… —Se miraron con odio y los chicos carraspearon.

—¡Ronald, ve a por un cura! —le ordenó ella.


Eso hizo que Angus se sentara de golpe. —¡No pienso casarme contigo!
¡Y ahora aún menos!

Le miró con burla mientras se levantaba. —Claro que no. ¡Porque estás

casado! ¿O es que en nuestro clan uno puede casarse dos veces? —le gritó a la

cara—. ¡Pues mi hombre solo es mío! —Se enderezó furiosa. —Pero Morgan no
se me escapa.

Angus miró a su amigo asombrado. —¿Te vas a casar con ella? ¿Y

Jinny?

Morgan se sonrojó. —Amigo… —Apretó los labios. —Es que me he

enamorado y…

—Te has enamorado —dijo con voz heladora. Sus amigos dieron un paso

atrás y ella les miró confundida. Angus dio un paso hacia ellos y éstos dieron un

paso atrás—. Repíteme eso de que te has enamorado.

—Tu hermana está muy bien —dijo Morgan rápidamente—. Es una

muchacha encantadora.

—¿Jinny es tu hermana?

Nadie le hizo ni caso porque no despegaban la vista de Angus que con el

cabello y la barba ensangrentados daba auténtico miedo. Y más aún cuando


sonrió de medio lado. Hasta a Greer se le heló la sangre. —Así que te vas a
casar… Ven aquí, amigo. Dame un abrazo.

Morgan negó con la cabeza. —No te enfades. El amor es así


El rugido de Angus la sobresaltó y más aún cuando saltó sobre Morgan
tirándolo al suelo.

Morgan no sabía ni por donde le venían los golpes y Greer hizo una

mueca cuando empezó a sangrarle la nariz. Levantó la vista para ver a María a

punto de llorar y le dio tanta pena que no podía consentir que se quedara viuda
antes de casarse. —¡Basta Angus!

Movió la cabeza de un lado al otro y cuando vio que sus amigos no iban

a hacer nada suspiró. Se agachó cogiendo una piedra y se acercó a él. —¿Angus?

Él se volvió ligeramente y puso los ojos en blanco cuando le arreó con la

piedra en la frente. Vieron como caía sobre Morgan y se quedaron en silencio

mirándose los unos a los otros hasta que Morgan gimió. —¿Me lo quitáis de

encima? Pesa mucho y creo que me ha roto la mitad de los huesos.

Los tres tiraron de él apartándolo a un lado y Morgan gimió llevándose la

mano al costado y girándose. María corrió hasta él. —¿Estás bien?

Él sonrió. —Ya podemos casarnos, preciosa.

Greer sonrió satisfecha. —¿Ronald?

—¡No puedo recorrer las Highlands buscando un cura, Greer! ¡Tenemos

que regresar a casa! ¡Ya bastante peligroso es el viaje, como para meternos en
más problemas!

—En eso Morgan tiene razón —dijo Boyd preocupado mirando a Angus.

Lo pensó seriamente. —Bueno, pero os casaréis en cuanto lleguéis.


Boyd carraspeó. —Hace más de cinco años que un cura no pasa por el
clan, Greer.

Parpadeó asombrada. —¿Y cómo os casáis?

—Nos casa el Laird como se ha hecho siempre.

—¿Siempre se ha hecho así? —preguntó María decepcionada.

Greer sabía cómo se sentía, porque la Madre superiora les había contado

lo bonita que era la ceremonia cristiana y siempre desearon casarse de esa

manera. Aunque María por supuesto no había dicho nada de ello, porque si no la

hubieran echado del convento a patadas pues se suponía que ya estaba casada
con Dios. María hizo un gesto sin darle importancia. —No importa.

Todos se dieron cuenta de que intentaba disimular y Morgan le acarició

la mejilla con ternura. —No te preocupes. Podemos casarnos de las dos maneras.

María sonrió, pero Greer sabía que ya no sería lo mismo. Suspiró

mirando al suelo y puso las manos en jarras porque Angus seguía sin

despertarse. —Igual no tiene la cabeza tan dura como había creído.

Se agachó rasgando su vestido y mojó la tela en el río antes de


arrodillarse a su lado para limpiar la sangre de la herida que tenía. Hizo una

mueca al ver el chichón que le estaba saliendo en la frente. Cuando cogió su


muñeca con fuerza, se sobresaltó con el paño en la mano. Él abrió los ojos y
siseó —Vuelve a hacer algo así y te la devolveré, Greer. Me da igual de quien

seas hija.
Ella se agachó sobre su rostro. —Ahora ya no estás tan guapo. —Le tiró
la tela a la cara y se levantó muy digna. —¡Tengo hambre!

Todos vieron cómo se alejaba y Ronald preguntó —¿Tiene el cabello más

largo?

—Y no solo eso. —Angus se levantó con esfuerzo mirando a Morgan

sorprendido al verle abrazado a María. —Tiene mucha más fuerza. —Señaló a


María. —¿Es con ella con quien vas a casarte?

—Claro, ¿qué pensabas? —preguntó Morgan ofendido.

Gruñó pasándose la mano por la frente y jurando por lo bajo.

—¿Dices que tiene más fuerza? —preguntó Boyd intrigado.

Le miró a los ojos. —Es casi tan fuerte como Morgan y lo que es peor.

¡No se ha dado cuenta y casi me parte la crisma!

María se acercó asustada. —Debemos hablar con ella. Puede hacer daño

a alguien. —Al ver la mirada que le echó Angus añadió —Alguien que le
importe.

—Tienes razón, cielo. Lo mejor es hablar con ella y…

Escucharon un grito y corrieron hacia el campamento para encontrarse a


Greer con un jabalí tumbado ante ella. Le observaba asombrada y le dio con la
punta del pie. El animal no se movió. Atónita les miró. —Me asusté y le di una

patada.

Boyd dio una palmada. —Pues ya tenemos cena. ¿Quién lo destripa? —


Como nadie dijo nada, sacó el cuchillo de la bota antes de acercarse al animal.

Greer se acercó a María, parecía algo impresionada. —¿Pones esa cara


por haber matado a un jabalí cuando a mí casi me matas? —Angus no se lo

podía creer.

—Es una criatura de Dios.

—¡Y yo!

Se sonrojó con fuerza. —Él no me había hecho nada.

Asombrado vio que se alejaba con su amiga mientras sus amigos

reprimían la risa y dijo seriamente —Está loca. Tanto tiempo en ese convento la

ha enloquecido. O lo de la luna. ¿Recordáis a aquella mujer que cantaba cuando


había luna llena? —Entrecerró los ojos gimiendo de dolor. —Sí, igualita que la

loca Marsa. —Se sentó en una roca llevándose las manos a la cabeza que le iba a

estallar en cualquier momento.

Morgan se sentó a su lado tocándose el costado. —Apareció por aquí

acusándote de estar casado. Y una mujer despechada es peligrosa.

—No le he dicho que estaba casado. ¡Se lo ha inventado ella! —Miró


hacia donde Greer hablaba con María sentadas sobre otra roca. —Pero casi

mejor así. Ronald, a partir de mañana la llevas tú.

Ronald sonrió de oreja a oreja y Angus entrecerró los ojos mirando a


Boyd, pero negó con la cabeza. —Sí, la llevas tú.

—¿Estás seguro, jefe? —preguntó Morgan—. ¿También vas a pegar a mi


hermano cuando hable con él?

Giró la cabeza mirándole con odio. —Espero que Jinny te saque los ojos.

—Tú no me pegaste por eso. Creías que me iba a casar con Greer.

—¡Cierra la boca!

La miró de reojo y vio cómo se echaba a reír pegándole a María un

empujón que la tiró patas arriba. Chilló levantándose de golpe para recogerla.

María estaba medio atontada y Angus miró a un lado para ver que su amigo

había desaparecido corriendo hacia su novia. Esas mujeres les iban a complicar

mucho la vida.

Capítulo 3

Greer tumbada sobre el duro suelo, se volvió a girar mirando el cielo

cuajado de estrellas y cuando sus ojos llegaron a la luna, gruñó volviéndose de

costado. Todavía estaba asimilando lo que le había contado María. Al principio

no se lo creía. Pero cuando por un empujoncito de nada su amiga había caído

varios metros más allá, empezó a darse cuenta de que algo en su cuerpo estaba

cambiando. Y no solo eso. Su figura estaba distinta. Tenía los pechos más

grandes y firmes. ¡Y tenía cintura! Si el día anterior había sentido que su cuerpo

estaba agotado y dolorido, ahora tenía una vitalidad que la impresionaba. Miró al
cielo de nuevo y apretó los labios mirando la luna. ¿Tendría razón? ¿Le afectaría

su luz? Le había explicado que cuando dormían juntas no había ventana por el
que su influjo pasara. Que por eso se había ralentizado su crecimiento. Pero
ahora ya parecía una mujer. Era una mujer y muy atractiva por como la miraban

los demás. En cuanto llegaran al clan, le diría a su padre que le presentara a los
solteros porque se iba a casar de inmediato. ¡Hasta sin cura se casaba con tal de
pasarle por los morros a ese gañán al partido que iba a conseguir!

Suspiró mirando la luna. Esperaba que su influjo terminara pronto,


porque tampoco quería convertirse en un guerrero como Angus. Al pensar en él

volvió a gruñir y giró la cabeza lentamente hacia su derecha para verle tumbado

de espaldas a ella. Hizo una mueca. Estaba enfadado. ¡Pues tampoco era para
tanto! Ella sí que tenía que estar enfadada. Casado. Menuda decepción. Apretó

los labios. Sí que había sido una decepción, sí. ¡Le había dado su primer beso un
hombre casado! Frunció el ceño. ¿Cómo sería su esposa? Seguro que era muy

hermosa. Se la imaginó ante su choza despidiéndose con la mano de él rodeada

de tres niños rubios. Sus labios temblaron de frustración girándose de nuevo.

Maldito. Esperaba que su mujer le colocara la cornamenta. ¡No! Mucho mejor.

Le diría a la pobre mujer qué marido le había tocado en suerte. Y menuda suerte

había tenido la puñetera, porque con solo mirarla le cortaba el aliento. Sin poder

evitarlo recordó su beso y cómo se sintió cuando sus pieles se tocaron. Una
lágrima rodó por su mejilla sin darse cuenta porque todo su cuerpo rogaba por él

desde que le había conocido. Esa mañana no sabía lo que le pasaba, pero después
de ese beso… Le deseaba a él. Se limpió las lágrimas con el kilt de Angus y
escuchó un crujido. Se quedó muy quieta escuchando los ruidos de la noche y

muy lentamente llevó la mano a la espalda para coger su puñal por debajo del
kilt.

Miró la espalda de María que dormía a su lado y al otro lado dormía


Morgan. Al volver a escuchar que pisaban sobre unas hojas secas ya no tuvo
duda y se sorprendió cuando los hombres se levantaron lentamente y en silencio

con las armas en la mano. María ni se había enterado y ella se sentó alargando la

mano para tocar su hombro. Su amiga levantó la cabeza, pero ella miraba el

bosque levantándose lentamente. A su derecha Angus les hizo una seña a sus
hombres que se acercaron rodeándolas. Ella miró su puñal. ¿Dónde había metido

su espada? Tenía que estar más preparada la próxima vez. Al ver que Angus
daba un paso hacia el bosque estuvo a punto de protestar. ¿Pero a ella qué le

importaba si le partían la cabeza de un hachazo? Pues sí que le importaba. Gruñó

por dentro, pero debieron oírla porque los tres la miraron, así que sonrió

disimulando. María la miró incrédula y ella bufó. La miraron de nuevo como si

fuera tonta. —¿Qué? ¿Atacan o no? —preguntó exasperada—. ¡No tengo toda

la noche!

En ese momento saltaron varios hombres de los árboles y Greer y María

se quedaron con la boca abierta al ver que estaban desnudos y con la cara
pintada. Gritaron de manera feroz antes de cargar contra ellos. María gritó

agachándose cuando un hacha pasó volando sobre sus cabezas. Greer se asustó
porque estaban en clara desventaja. Les doblaban en número y se apartó de ellos
agarrando a María, temiendo que la mataran en el fragor de la batalla. Vio que

dos se tiraban sobre Angus y gritó de miedo al ver el brillo de la espada a punto
de clavarse en su cuerpo, cuando un lobo se lanzó sobre el brazo de su enemigo

tirándolo de espaldas antes de atacar su cuello desgarrando la carne. Asustada se


volvió al escuchar un gruñido, para ver una manada de lobos mostrando sus
colmillos de manera feroz antes de que corrieran rodeándolas, lanzándose sobre
los hombres que les habían atacado. María la abrazó escondiendo la cara en su

cuello porque empezaron a despedazarlos y todavía impresionada ni se dio

cuenta de que la agarraban por la cintura separándola de su amiga. Cuando


reaccionó ya estaba sobre el caballo de Angus y él se subía tras ella. Cogió las

riendas y Greer horrorizada miró a su alrededor para ver los cuerpos


desmembrados repartidos por todo el campamento. Salieron a galope con sus

hombres detrás y Angus no se detuvo hasta el amanecer. Le pasó tan rápido

como un abrir y cerrar de ojos.

Cuando él descendió del caballo, la cogió por la cintura para bajarla y

asustada le amenazó con el cuchillo que aún tenía en la mano.

Angus levantó las manos. —Greer, soy yo. —Le miró a los ojos y sin

poder evitarlo se puso a temblar como una hoja, mostrando el miedo que sentía.

Él cogió su cuchillo de la mano lentamente y la cogió en brazos pegándola a su

pecho. Morgan intentaba calmar a María que lloraba aferrada a la cintura de su


novio mientras que los demás estaban pálidos. Nunca habían visto algo igual. —

Cuidad a los caballos. Enseguida nos ponemos en camino de nuevo. Nos


detendremos para lo imprescindible.

Boyd asintió mientras se alejaban y Ronald se puso a su lado obviamente

preocupados. —Ha sido ella. Greer ha convocado a los lobos —dijo Boyd sin
perder de vista como Angus la sentaba sobre una roca y se acuclillaba ante ella

cogiéndole las manos.


—Sí. A nosotros ni nos miraron. —Morgan se giró hacia él. —Es
peligrosa. Demasiado.

—Es nuestra única esperanza. Pero tienes razón, es peligrosa. No la

pierdas de vista.

Aún temblando miró los ojos de Angus impresionada. —Soy una

cobarde.

—Ninguna mujer que se enfrente a mí puede ser una cobarde. —La

cogió por la nuca levantando su cara. Estaba muy pálida. —¿Te duele algo? ¿Te
han herido?

—Esos lobos…

—Olvídate de ellos. Sabíamos que había lobos por la zona y no

deberíamos haber acampado allí. Ha sido una casualidad.

Asustada negó con la cabeza. —Vi cómo me miraba el grande. Como si


quisiera decirme algo.

—Estás impresionada. Eso es todo. Se sintieron amenazados por ellos y


les atacaron.

Greer le miró dudosa. —¿Tú crees?

—A nosotros no nos hicieron nada. Fue cuando nos atacaron cuando


reaccionaron. Invadieron su territorio y al ver su agresividad, reaccionaron. Así

de simple.

Ella asintió y Angus dejó salir el aire que estaba conteniendo al darse

cuenta de que estaba más tranquila. María gritó histérica —¡Ha sido ella! ¡Desde

que ha cambiado, hace cosas extrañas y los lobos son prueba de ello! ¡La siguen!
¡Está endiablada! ¡Por eso la encerraron en el convento! Fue por eso, ¿verdad?

Greer palideció al escuchar eso de los labios de su amiga y Angus se

volvió furioso. —¡Haz que tu mujer cierre la boca!

Morgan apretó los labios. —¿Por decir la verdad? ¡Todos lo hemos visto!

¡Las rodearon para atacarles!

—¡Pues si lo que dice es cierto, deberíais darle las gracias, porque de otra

manera estaríamos muertos!

Ella miraba a su amiga dolida y María apartó la cara echándose a llorar.

No se podía creer lo que acababa de decirle, pero era obvio que estaba

convencida de que estaba endemoniada. ¿Por eso la habrían enviado al


convento? Puede que sí. Las circunstancias de su nacimiento la habían hecho

creer que era especial porque así se lo había dicho la Madre superiora, pero
puede que en su clan le tuvieran miedo como María acababa de demostrar. No lo

pudo evitar. Se sintió traicionada porque María había compartido seis años a su
lado y siempre la había protegido y tratado como a una hermana. Viendo como

Morgan la abrazaba, se dio cuenta de que ahora se apoyaba en otra persona y ya


no la necesitaba. Angus se agachó. —No le hagas caso. Ha pasado miedo y…

Forzó una sonrisa intentando ocultar su dolor y reteniendo las lágrimas


preguntó —¿No deberíamos continuar?

—En cuanto descansen los caballos.

Asintió levantándose. —Vuelvo enseguida.

Angus apretó los labios viendo cómo se alejaba. María no fue tras ella

como de costumbre y él se volvió apretando los puños. Morgan le miró a los ojos

mientras abrazaba a su mujer. —No quiero que se hable más de esto. ¿Me oís?

Morgan asintió y cogiendo por los hombros a María, se alejaron al ver su

furia en sus ojos marrones. Sus hombres se acercaron a él, yendo hacia los
caballos que ya pastaban y Boyd miró hacia el bosque. —¿Estamos en

problemas, Angus?

—Todavía nos quedan días de viaje y nos ha dado muchas sorpresas. No

quiero ni imaginar lo que nos encontraremos más adelante.

Ronald le cogió del antebrazo para que le mirara. —Debes seducirla.

—No digas locuras —siseó tensándose.

—De todas maneras, el Laird te ordenará que te cases con ella. Lo sabes
tan bien como yo. Para eso fuimos a buscarla.

—No sé por qué pones tantos peros. Antes casi la seduces junto al río —
dijo Boyd sorprendido.
—Esa decisión no está tomada aún. ¡Y hasta que no lleguemos al clan, no
pienso tomar un camino que puede que lleve a la destrucción de nuestro pueblo!

—Acaba de perder a su amiga del alma. Todos lo hemos visto. Si se

siente ligada a ti, habrá menos problemas. —Ronald hizo una mueca. —Además

la deseas. Es obvio para todos. La proteges como Morgan a María, aunque


quieras evitarlo.

—¡Dejadme en paz! ¡Haré lo que crea conveniente para el clan porque es

mi obligación como futuro Laird!

Los hombres vieron cómo iba hacia su caballo y Morgan susurró —¿Por

qué crees que no quiere hacerlo?

—Porque es peligrosa. Por eso. Teme que ella nos destruya. Y después de

lo que acabo de ver, estoy convencido de que es muy capaz de hacerlo si le

damos motivos. —Le miró a los ojos. —Nunca debimos sacarla del convento.

—Espero que te equivoques. Vinimos por ella con una esperanza de

liberación.

—Pues acabamos de cavar nuestra propia tumba y lo peor, si nos

deshacemos de ella ahora, las consecuencias serán imprevisibles. Así que en este
momento solo podemos seguir hacia adelante como ha ordenado el Laird.

Greer detrás de un tronco lo había escuchado todo y una lágrima corrió


por su mejilla. De lo que se podía enterar una escuchando a hurtadillas. No lo

había hecho a propósito, pero como no quería hablar con nadie, cuando les había

visto se había escondido, esperando a que se alejaran. Así que fue una sorpresa

enterarse de que su padre quería que se casara con Angus. Claro, quería asegurar
su futuro como la esposa del nuevo Laird. Eso daba estatus en el clan. Y también

entendía por qué habían dejado que creyera que él estaba casado. Porque con lo
que le había ocurrido, no confiaba en ella. Y después del episodio con los lobos

aún menos. Ahora todos la temían. Hasta el punto de que pensaban en

deshacerse de ella por el bien del clan. Ya iba entendiendo por qué la habían

dejado en el convento. La consideraban peligrosa y la habían echado. La Madre

superiora le había dicho que su padre la había llevado allí por su seguridad, pero

seguramente fue lo que le dijo a la monja para que la acogiera. Si le hubiera

dicho que era peligrosa, la mujer no habría consentido que creciera allí. Pero no
había ocurrido nada durante su infancia. Y puede que su crecimiento se retrasara

unos años, pero nunca había habido un suceso inexplicable o peligroso en el

convento. Todavía no podía creerse que María, que la conocía tan bien, tuviera
ese concepto de ella por un episodio en un viaje que de por sí ya era peligroso.

Ellos mismos lo habían dicho cuando la recogieron. Que no querían llevarse a su


amiga porque no querían estar pendientes de ella por los peligros del viaje. Su

cuerpo tembló sin poder evitarlo recordando los ojos grises de ese lobo. Igual
tenían razón. Igual era peligrosa porque cuando ese lobo la miró, supo que

estaba allí para protegerla.


Unos pasos tras ella hicieron que se volviera y Angus muy serio le dijo
con voz grave —Tenemos que irnos.

Agachó la mirada y caminó hacia el caballo. —No. Irás con Ronald a

partir de ahora.

Sintió que algo se rompía en su interior y miró a Ronald que se acercó

con el caballo para tenderle la mano. Le miró con sus ojos verdes y él apartó la
vista. No quería mirarla. Como si fuera una bruja. Se lo había escuchado una vez

a una de las novicias. En su aldea había una mujer a la que todos consideraban

maldita y nadie la miraba a los ojos por miedo a los maleficios que pudiera

hacerles. Greer enderezó la espalda. ¿No la querían? Le daba igual. Su padre sí

que quería verla y eso era lo único que le importaba. Que se pudrieran todos.
Cogió su mano y Ronald tiró de ella colocándola detrás. Lo que para Greer era

mucho más incómodo, porque tenía que agarrarse a su cintura. Pero le daba lo

mismo. En ese momento lo único que quería era llegar a su aldea y perderles de

vista. Miró a su derecha y sus ojos se encontraron con los de María. Fríamente
levantó la barbilla y ella se sonrojó agachando la mirada. Menuda desagradecida.

Con todo lo que había hecho por ella. Para que te fíes de las amistades. Eso le
enseñaba una lección. La amistad no existía. Era un simple apoyo y María ahora

se apoyaba en otra persona. Estaba segura de que si en ese momento ellos


quisieran deshacerse de ella, los apoyaría. Y eso le había roto el corazón.

Se pasó horas sin hablar sumida en sus pensamientos. Y el no haber


dormido durante la noche, le pasó factura porque empezó a dolerle todo el

cuerpo. Por la tarde estaba agotada y se le cerraban los ojos, obligándose a

mantenerse despierta mordiéndose el labio inferior. No dijo nada por no molestar


y por orgullo. A veces escuchaba a María y a Morgan susurrar entre ellos.

Incluso un par de veces escuchó como ella intentaba no reírse, pero se negó a
mirarlos diciéndose que debía aislarse de ellos. Así no le harían daño de nuevo

con sus estúpidas palabras.

Cuando oscureció no se detuvieron y ella empezó a sentirse mejor.

Levantó la vista y vio la luna. Por supuesto. Eso confirmaba todo lo que María le
había contado. Sintió que Angus la observaba y agachó la cabeza de nuevo

evitándole.

—Nos detendremos aquí unas horas —ordenó él—. Los caballos tienen

que descansar.

—Y nosotros también —dijo Ronald afable—. Además estoy


hambriento. ¿No habrá un jabalí por aquí?

Greer se tensó tras él y se bajó del caballo sin que tuviera que ayudarla.

Se alejó en silencio y Angus dijo —No te alejes demasiado.

Se volvió apretando los puños, pero en lugar de decir lo que pensaba,


simplemente asintió antes de alejarse. Después de aliviarse, quiso beber algo y
vio un riachuelo. Se puso de rodillas y vio la luna reflejada en el agua. Pasó las

manos por el agua mojándose la cara antes de beber juntando las manos. Vio que

María hacía lo mismo a unos metros, pero ella hizo que no se daba cuenta. Se

levantó como si nada y volvió hacia donde estaban los caballos. Se tumbó en la
hierba y cerró los ojos. Los hombres la miraron sorprendidos y Angus juró por lo

bajo al ver que se abrazaba a sí misma. Seguramente tenía frío, pero en su huida
habían dejado los kilt. Además, tenía que estar hambrienta pero al parecer no iba

a esperar a cenar.

—¿No va a cenar? —preguntó Boyd extrañado—. No ha comido nada en

todo el día.

—Debe estar agotada. No ha dormido nada. El día anterior había


dormido a caballo, pero hoy no ha podido. Déjala descansar.

Les escuchó cenar y nadie se acercó a ofrecerle alimento, aunque

tampoco lo esperaba. Pero le daba igual. Solo quería llegar a su clan de una

maldita vez. Se limpió una lágrima que corrió por su nariz y se obligó a dormir.

Escuchó una risa de mujer y sonrió en sueños alargando la manita para coger un
mechón de pelo rojizo. Vio unos ojos verdes que le sonreían y la risa volvió. —

Mi preciosa niñita bendecida por la luna. La más preciosa de las Highlands. —


Greer sintió que la abrazaba, sabiendo que estaba segura. —Algún día harás que

me sienta muy orgullosa de ti. Serás importante. Ya lo verás. El futuro de


muchos estará en tus manos y sé que tomarás la decisión correcta. —Greer la

miró a los ojos. —No tengas miedo. Nunca tengas miedo porque estaré a tu lado,
mi vida. —El color verde de sus ojos se difuminó hasta llegar a un gris claro.
Escuchó el llanto de un niño que cada vez se hizo más fuerte y unas fauces

ensangrentadas la sobresaltaron despertándola.

Con la respiración agitada miró a su alrededor para ver que Angus la

observaba sentado en una roca con la espalda apoyada en un árbol. Aún


confundida por el sueño, se dio cuenta de que los demás estaban durmiendo a su

alrededor y de que él vigilaba. Se pasó la mano por la nuca y tocó la humedad de


su sudor. Se levantó en silencio alejándose hacia el arroyo y se arrodilló ante él

para beber. No debía haber dormido mucho porque la luna seguía sobre ella.

—¿Estás bien?

Se asustó volviéndose y vio a Angus tras ella. —Sí. —Cogió más agua y

se empapó la cara. Se estaba pasando la mano por la nuca cuando él se detuvo a


su lado. —Si quieres comer algo…

—No, gracias.

—Greer, sé que estás disgustada por lo de tu amiga, pero debes


alimentarte. Tu cuerpo está pasando por unos cambios y necesitas estar fuerte.

Se levantó sin mirarle y se alejó. Angus la cogió por el brazo


volviéndola. —¿Se puede saber qué te ocurre? ¡Te estoy hablando!

Ella apartó el brazo furiosa. —¡Y yo no quiero hablar contigo! ¡Eres un


mentiroso y no me fío de ti! ¡No me fío de ninguno!

Angus dio un paso atrás sorprendido. —¿De qué hablas?


—¿Soy peligrosa? Me da igual —dijo con desprecio—. Acércate a mí de
nuevo y vas a comprobar lo peligrosa que puedo ser.

—¿Me estás amenazando? —preguntó con voz heladora. La cogió por el

cuello acercándola a él y Greer llevó la mano a la espalda. Antes de darse cuenta

le había golpeado la mano y el cuchillo había salido despedido cayendo en el


riachuelo. Estaba furioso—. Vuelve a amenazarme a mí o a los míos y te juró

que vas a sufrir.

Estaba claro que ella no era de los suyos. Sin intimidarse le miró a los

ojos fríamente sin sentir miedo. —Suéltame, Angus. Te lo advierto.

Un gruñido tras él hizo que volviera la cabeza para ver un gran lobo al

otro lado del riachuelo. Él la giró rápidamente colocándola ante su cuerpo sin

soltar la mano de su cuello y le susurró al oído —Dile que se calme.

—Suéltame.

—Eso no va a pasar. Dile que se calme o moriremos los tres. Eso te lo

juro, porque antes de que el Señor me lleve os mataré.

Se le heló la sangre porque hablaba en serio y ahí se dio cuenta que ella

no le importaba en absoluto. Pero lo que más le dolió fue descubrir que ella sí
daría la vida por él y que sus amenazas siempre habían sido fanfarronadas.
Angus le había robado el corazón y puede que nunca lo recuperara. Dolida miró

a los ojos al lobo y susurró —No pasa nada. Aléjate. —El lobo dejó de gruñir,
pero se mantenía en guardia. —¡Aléjate!
El lobo gimió dando un paso atrás y se volvió caminando para perderse
entre los árboles. Angus la cogió por su melena forzando a que le mirara. —

¡Jamás vuelvas a utilizarlos contra los míos o contra mí! ¿Me oyes? —le gritó a

la cara—. ¡Eres mía! ¡Y harás lo que yo te diga!

Era suya, pero no la quería. Lo hacía por el clan. Ella no le importaba en


absoluto. Una lágrima cayó por su mejilla y él reteniendo el aliento la vio

recorrer su suave piel hasta la comisura de la boca. Miró sus ojos de nuevo. —
No llores. —Con la otra mano acarició su mejilla y la pegó a él abrazándola. —

Me estás volviendo loco.

Greer tampoco entendía nada, pero no pudo evitar abrazarse a él

sintiendo su calor. Aun así susurró —Tú no quieres hacer esto.

La apartó por los hombros y dijo furioso —¡No tienes ni idea de lo que
quiero hacer! ¡Pero si me estás preguntando si no te quiero a mi lado, la

respuesta es no! ¡Por eso dejé que pensaras que estaba casado! ¡No te quiero a

mi lado porque solo me darás problemas!

Reprimiendo las lágrimas se soltó y salió corriendo. Y corrió todo lo que


pudo queriendo alejarse de todos. Escuchó cómo Angus la llamaba, pero ella

solo corrió subiendo una colina. No dejó de correr y no supo cuánto tiempo lo
hizo, pero solo se detuvo cuando ante ella apareció su lobo.

Con la respiración agitada se miraron a los ojos y ella dio un paso hacia

él admirando su cabello plateado. Alargó la mano sin sentir miedo y él se acercó


a ella lentamente pasando su lomo por debajo de su mano extendida como si
quisiera que le acariciara. Greer lo hizo fascinada por la suavidad de su pelo. La

rodeó y al darse cuenta de lo que estaba haciendo cayó de rodillas llorando de

nuevo. El lobo acercó su hocico a su brazo y se lo acarició gimiendo antes de


empezar a lamer su cara. Sorprendida sonrió y eso pareció alegrar a su lobo

porque movió el rabo de un lado a otro. Ella acarició el pelaje de su cuello. —


¿No quieres que llore? Muy bien. De todas maneras las lágrimas no sirven de

nada. Lo dice la Madre superiora. —Pasó su mano entre sus ojos y se tumbó ante

ella demostrando la confianza que le tenía. —Así que me proteges. Es una pena

que no puedas decirme el porqué. —Acarició su lomo distraída. —No me quiere.

No me quieren ninguno. Que le voy a traer problemas. ¿Sabes lo que voy a

hacer? En cuanto vea a mi padre, le voy a decir que no me casaré con él. Que me

busque a otro. O sino no me caso. —Se encogió de hombros. —Tampoco es tan


importante. Puedo volver al convento. —El lobo gruñó. —¿No? Pero Angus será

mi Laird y debo seguir sus órdenes. Sería incómodo. Además, en estos días no

soy yo misma. —Se echó a reír mirando al lobo. —Está claro que no. —Frunció
el ceño recordando la conversación de los hombres esa mañana. —Me sacaron

del convento esperando que yo les liberara. ¿De qué? ¿En qué puedo ayudarles
yo? Me necesitan, pero me temen. —Miró al lobo de nuevo. —¿Y a ti cómo te

llamo? Ese sí que es un tema importante, ¿no crees? —Su lobo levantó la
cabeza. —Tiene que ser un nombre a la altura. Eres un jefe, ¿verdad? Déjame

pensar… —Levantó la cara hasta la luna y susurró —Ella tiene que ver en todo
esto. Te llamaré Lun. —El lobo gimió. —¿No? Sí, tienes razón, es un poco
femenino. Además, tiene que dar miedo. Cuando te enfadas pones una cara que

da mucho miedo. Algo terrorífico para los enemigos… Que crean que eres cruel

y despiadado. Crul. —El movió el rabo dejándolo caer al suelo. —¿Te gusta? —
Sonrió de oreja a oreja. —Crul. Sí, así será como te llame. —Miró a su lobo. —

¿Vendrás cuando te necesite, Crul? No sé por qué, pero tengo la sensación de


que solo puedo fiarme de ti. Ni de María, ni de Angus… Solo de ti. No me falles

amigo. —Él lamió su mano y Greer se emocionó porque tuvo la sensación de

que la comprendía. —Tenemos que volver. Mi padre me espera. —Se levantó

mirando a su alrededor. —Vaya, ¿por dónde he venido? Crul llévame de vuelta.

—Se echó a reír cuando Crul inició el camino. —¿Sabes que eres muy útil? Y

escuchas muy bien, como un verdadero amigo.

Escucharon la risa de Greer antes de verla. Se habían quedado en el

campamento porque su rastro había desaparecido en el riachuelo y no sabían por


dónde buscar hasta que amaneciera. Angus hizo un gesto con la mano al

escucharla a lo lejos y los hombres que le iban a seguir se detuvieron. —


Quedaos aquí.

—Pero, ¿y si la pierdes de nuevo? —preguntó Boyd preocupado.

—¡Haz lo que te digo!


Salió del campamento y cruzó el riachuelo siguiendo el sonido de su risa.
—Estate quieto. —Se echó a reír de nuevo y Angus se tensó con fuerza subiendo

la colina. —No, no me tires de la falda. Tengo que volver. —Angus sacó la

espada dispuesto a atravesar a cualquiera que estuviera con Greer, pero cuando
llegó a lo alto de la colina la vio correr de un lado a otro del claro con un lobo

enorme jugando con ella a que la perseguía. Dejó caer la mandíbula hasta el
pecho al ver como se reía cuando el lobo agarró el bajo de su vestido tirando de

ella y haciéndola caer al suelo. Riendo a carcajadas el lobo se colocó sobre ella

lamiéndole la cara como si fuera un cachorro y Angus sintió que el corazón se le

colocaba en la boca del susto. ¡Esta mujer estaba loca!

El lobo miró hacia él porque seguramente le había llegado su olor y

Angus se tensó cuando gruñó. —¿Qué ocurre? —Tumbada en la hierba miró

hacia Angus y perdió la sonrisa al verle. —El gigante nos ha encontrado, Crul.

—Acarició su cuello haciendo que la mirara. —Ahora dame un beso y vete, que
les asustas. —Sin salir de su asombro vio como el lobo le lamía la mejilla antes

de alejarse corriendo. Sonriendo como una niña se sentó para verle correr.

Pero perdió la sonrisa porque Angus se acercaba furioso, así que se


levantó rápidamente. —¡Estás loca! ¡Es un animal! ¡Puede matarte en cualquier

momento!

—Crul no me haría nada.

—¿Crul? ¿Le has puesto nombre? ¡Es un lobo, Greer!


—Tienes muy bien la vista. —Pasó a su lado dispuesta a regresar al
campamento, pero él la agarró con fuerza del brazo. —¿Ya estamos otra vez?

—¡No vuelvas a salir corriendo! ¡Me tienes harto con tus escapadas y tus

lloros! ¡Compórtate como una adulta por una vez!

—Pero es que estoy cumpliendo las expectativas que tenías sobre mí. —

Sonrió maliciosa. —¿No decías que solo te traería problemas?

—¡No entiendes nada! ¡Haz lo que te digo de una vez!

—Sí, Laird —dijo con burla.

Se volvió caminando colina arriba y él gruñó apretando la empuñadura

de su espada con fuerza. Miró sobre su hombro y allí estaba el lobo


observándoles. Estupendo. Aquello era estupendo para la tranquilidad de su clan.

—¡Greer!

—¡Qué me dejes!

—¡No te acerques más a él! ¿Me oyes? —Angus escuchó una pedorreta y

entrecerró los ojos siguiéndola. —¡Mujer, hablo en serio!

—¡Haré lo que me venga en gana! ¡Tú no me mandas! —Se volvió

furiosa. —Solo voy a ver a mi padre. Me da igual lo que todos esperéis de mí,
porque haré lo que quiera. Y ni tú ni nadie me va a ordenar lo que tengo que
hacer. ¡No eres ni mi hermano ni mi padre y mucho menos mi Laird, así que no

seguiré tus órdenes! ¡Estás aquí para llevarme hasta él! ¡Nada más! ¡Y no soy
tuya! Si ni siquiera quieres ser mi hombre y tienes la cara de decir que soy tuya.
¿Pues sabes qué? ¡Me da igual! Tampoco eres tan atractivo con tanto pelo.

Seguro que hay un McMurray por allí que sí que quiera ser mi hombre. Uno bien

hermoso.

Se tensó con fuerza y siseó —¿Qué has dicho?

—¡Encima sordo! ¡Debe ser por todo ese pelo que te sale de las orejas!

—Se volvió bajando la colina como si fuera a la guerra.

—¡Greer! Te lo advierto... Como no me hagas caso…

Otra pedorreta le puso de los nervios.

Greer llegó al campamento y la miraron como si fuera la causa de todos

sus males. Les sacó la lengua y se sentó a esperar. María reprimió una sonrisa y
la fulminó con la mirada sonrojándola. Ahora estaba arrepentida. Pero el daño ya

estaba hecho y no necesitaba su amistad para nada. Angus llegó en ese momento

y gritó —¿Dónde está el desayuno? ¿Es que tengo que hacerlo yo todo?

—Jefe, es que las provisiones se quedaron en el otro campa… —Angus

miró a Ronald como si quisiera matarlo. —Ahora cazo algo.

—Eso pensaba.

Escucharon un gruñido y Greer giró la cabeza como un resorte para ver a


Crul con un conejo en las fauces. Sonrió radiante levantándose cuando lo dejó

caer al suelo. —¿Me has traído la comida? —Se arrodilló ante él y lo abrazó por
el cuello besándole en la cara mientras los demás la miraban paralizados. —
Gracias. Ha sido un detalle muy hermoso.
Crul se alejó unos metros sentándose en las patas traseras y ella cogió la
pieza incorporándose. La levantó por las patas. —Es un buen ejemplar. Menudo

desayuno me voy a comer. —Miró maliciosa a María. —Seguro que tú no

quieres, porque como lo ha traído Crul y está endiablado como yo… —Suspiró.
—Pero tranquila, que tu hombre te alimentará a partir de ahora.

Morgan hinchó el pecho. —Por supuesto.

—Perfecto. Porque Crul solo caza para mí.

Asombrados vieron cómo iba hacia el riachuelo y buscaba su cuchillo.

Afortunadamente estaba amaneciendo y lo encontró enseguida. Lo destripó y le

quitó la piel. Ni corta ni perezosa avivó el fuego y puso la liebre ensartada en un

palo sobre él. Se sentó en una roca. Boyd y Morgan habían desaparecido y María

la miraba tímidamente sentada donde había dormido. Angus se sentó ante Greer
en un tronco y siseó —Nosotros lo compartimos todo contigo.

Se sonrojó con fuerza. —Pero por una razón, ¿no es cierto? Si no

quisierais algo de mí, me podría haber podrido en ese convento.

Angus la miró sorprendido. —¿De qué hablas? Estamos aquí porque tu

padre te ha mandado llamar.

—Sí, eso también. Pero os escuché hablar ayer después del ataque.
Queréis que os libere. ¿De qué tengo que liberar a mi clan, Angus? ¿Cuándo vas

a contarme la verdad?

—No sé de qué me hablas.


—¿El clan está en problemas?

—Sí.

—¿Qué tipo de problemas? —Giró la liebre como si le diera igual.

—Nos atacan continuamente para usurpar nuestras tierras. Han muerto

muchos hombres y nos eliminarán a todos si no hacemos algo —dijo con rabia.

Le miró sorprendida. —¿Mi padre está herido?

—No. Está enfermo. Llevaba enfermo un tiempo, pero su estado se ha

agravado.

—¿Y yo cómo puedo ayudar?

—Te lo contará él cuándo lleguemos. Eso es cosa del Laird y no tengo

derecho a decirte nada.

—Pero quiere que me case contigo.

Angus apretó los labios. —Veo que eres muy buena escuchando a
escondidas.

—No os escondisteis demasiado. María me lo hubiera contado. Eso si

siguiéramos siendo amigas, por supuesto.

María se sonrojó y desvió la mirada haciendo como si no lo hubiera oído.

—Me alejaron por la luna, ¿verdad?

Él la miró sorprendido. —¿Por qué piensas eso?

—No sé. Puede que el hecho de que me siga un lobo, me haya dado una
pista —dijo con burla—. Y por vuestras reacciones. Antes era una más y ahora

solo doy problemas. Antes te atraía y ahora os doy miedo.

—No me das miedo —dijo con ganas de matarla.

—¿Ah, no? Como dices que solo doy problemas… —Giró de nuevo la

liebre.

—¡Porque los das!

—¿Si? Dime un solo problema que haya dado yo.

—¡Esta conversación es ridícula si todavía no te has dado cuenta!

—Que me desees no es problema mío.

—¡No te deseo! —gritó levantándose.

—Mientes. Y mentir es pecado. —Sonrió con picardía. —Por cierto,

gracias al ataque ya se lo que tienen los hombres entre las piernas. Estoy

deseando saber lo que se siente con eso dentro. —La miró asombrado. —Pero

solo lo hará mi marido, por supuesto. Y ese no vas a ser tú. Se lo diré a mi padre

en cuanto lleguemos.

—Vete haciéndote a la idea Greer. ¡Eres mía!

—No. —Le miró fijamente con sus preciosos ojos verdes. —Si queréis

mi ayuda, es una condición. Tú nunca serás mi marido.

Angus la miró asombrado. —¡Si eres tú la que me deseabas desde el


principio!
Ronald carraspeó y él le miró dándose cuenta de que estaba en el
campamento. —¿Qué rayos haces ahí? ¡Ve a buscar algo para comer a ver si

podemos irnos de una maldita vez!

En ese momento volvieron los hombres con las manos vacías. —No sé

qué ocurre. No hay un animal en los alrededores —dijo Boyd impresionado—.


Nada.

Angus la miró furioso. —¡Es por culpa tuya!

Abrió los ojos como platos. —¿Mía?

—¡Los lobos, Greer! Han espantado a la caza.

—Ah, entonces sí. —Todos se la quedaron mirando y suspiró porque


Angus tenía razón. Ellos habían compartido su comida con ella. —¡Crul!

Todos se alejaron de ella menos Angus y antes de darse cuenta el lobo

llegaba por su espalda colocando la cabeza sobre su hombro. Ella sonrió

acariciándole el cuello. —¿Me traes otro para mis amigos? —Crul gruñó

haciéndola reír. —Sé bueno, y tráeme otro. Se portarán mejor a partir de ahora,
¿verdad?

—¡Esto es ridículo! —protestó Angus impotente.

Crul le gruñó y Angus entrecerró los ojos. —¡Dile a tu lobo, que como

vuelva a gruñirme, le retuerzo el pescuezo!

Ella se tensó sujetando a Crul por el cuello. —Tranquilo, bonito… Ve a


por la liebre que yo me encargo de él.
Crul le lamió la mano antes de alejarse corriendo. Se levantó lentamente
sin perder a Angus de vista. —Voy a decirte esto solo una vez. ¡Jamás! ¡Jamás

vuelvas a amenazar a Crul!

—¡Ya te lo dije antes y te lo vuelvo a repetir! ¡Si crees que puedes poner

a ese bicho entre nosotros, estás muy equivocada!

—¡Solo quiere protegerme!

—¡No tiene que protegerte de mí!

—Igual le confundió un poco ver cómo me agarrabas del cuello.

—¿Te ha pegado? —preguntó María asombrada.

La miró con desprecio y se echó a reír con incredulidad. —¿Te importa?

—Claro que me importa.

—Tiene gracia que digas eso cuando nadie en la vida me ha hecho más

daño del que me has hecho tú.

María palideció. —No quería…

—¿No querías hacerlo? Tranquila, ya se me ha pasado. —Miró a Angus.

—No te interpongas entre mi lobo y yo. Estás advertido. No eres mi dueño, no


me quieres a tu lado porque solo te doy problemas y no voy a ser tu esposa. Creo

que todo está más que claro. Llévame hasta mi padre y déjame en paz. —En ese
momento Crul regresó con una pieza en la boca y ella sonrió cogiéndola de sus
fauces y tirándosela a Angus a los pies. —Que aproveche.

Capítulo 4

Durante el resto del día todos se mantuvieron en silencio. Angus no

volvió a hablarle y era obvio para todos que no quería hablar con nadie porque

iba ante el grupo lamiéndose las heridas. Mientras que ella iba sentada tras

Ronald intentando mantenerse sobre el caballo porque sintió tal agotamiento

repentino que la cabeza se le iba de un lado a otro medio dormida. Estaba

oscureciendo cuando se cayó del caballo. Estaba tan agotada que ni se dio

cuenta. Todos se detuvieron para ver que se giraba y ponía la mano bajo la

mejilla. Angus puso los ojos en blanco. —Nos detendremos aquí hasta que se
despierte. En cuanto oscurezca se despertará de nuevo.

—Sí, será lo mejor —dijo María asombrada al ver que Crul se acercaba a

ella y se tumbaba a su lado dándole calor.

—Al parecer tendremos que acostumbrarnos a él —dijo Boyd divertido.

—No tiene gracia —siseó Angus con ganas de matarlo.

—Sí que la tiene. Vuestra cama va a tener que ser más grande de lo
normal. —Boyd se echó a reír antes de recibir un puñetazo de Angus que lo tiró

al suelo.

—No se va a casar con él —dijo María convencida—. Cuando se le mete

algo en la cabeza ya no hay quien se lo quite.

—Eso ya lo veremos. —Angus bajó del caballo y se acercó a Greer

cogiéndola en brazos sin que Crul se moviera ni hiciera nada. La llevó hasta
debajo de un árbol tumbándola sobre la hierba porque parecía que iba a llover.

Juró por lo bajo porque no tenía con qué cubrirla, así que miró a Crul. —

Túmbate a su lado.

El lobo le rodeó para tumbarse al lado de Greer y bufó girándose para ver

que todos se habían quedado de piedra. —Se puede tratar con él. Estamos cerca

del clan de los McSwain. Voy a acercarme a robar algunas mantas. No podemos
continuar hacia el norte así. Además, necesitamos algo de comer. Estamos

haciendo demasiados fuegos. Hasta ahora hemos tenido suerte, pero no podemos

arriesgarnos acercándonos tanto a los clanes enemigos.

—Te acompaño —dijo Ronald muy serio.

Angus señaló a Boyd. —Quedas al mando. Si alguien se acerca no toques


a Greer. Crul se encargará. —El lobo levantó las orejas al oír su nombre y Angus

le señaló. —Cuídala.

El lobo vio cómo se acercaba hasta su caballo y volvía a montar. Boyd y


los demás observaron cómo se alejaban. —¿Ahora el lobo es su protector? ¿Qué
hacemos aquí entonces? Puede recorrer las Highlands sola.

Morgan sonrió. —Y seguramente llegaría sana y salva. Somos nosotros


los que necesitamos su protección, ¿no te has dado cuenta todavía?

María soltó una risita recogiendo leña. —Es así desde pequeña. Siempre

cuidando de todo el mundo y… —Perdió la sonrisa al darse cuenta de lo que

había dicho.

Su hombre la miró con pena. —No te entristezcas. Tuviste una reacción

normal a lo que había ocurrido.

Ella negó con la cabeza. —No es cierto. Le hice daño cuando durante
todo el ataque ella solo quiso protegerme. Y la llamé endiablada. No me

perdonará.

—Claro que sí.

—¿Y qué más da que la perdone o no para lo que va a vivir? —dijo Boyd

entre dientes.

María le miró sorprendida. —¿Qué has dicho?

—¿Yo? Nada.

Morgan miró a su amigo como si quisiera matarle. —No ha dicho nada,


María. Ven, cielo. Vamos a encender el fuego.

—Ha dicho que daba igual que me perdone para lo que iba a vivir —
siseó mirando de reojo a Greer que seguía dormida—. ¿Qué ha querido decir?
—Nada. Son tonterías de Boyd.

Les miró con desconfianza dando un paso atrás. —Mientes. Me estás


mintiendo.

—¡Cielo, es idiota! No pasa nada.

—Díselo, la va a despertar y se lo contará todo.

Morgan apretó los labios. —Bocazas. Ya verás cuando se entere Angus

de esto. Suerte tendrás de que te deje vivir.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó María asustada.

—No ocurre nada. —La cogió por los brazos sentándola en un tronco y

agachándose ante ella. —Cielo, no ocurre nada. Nuestro clan está en peligro y la

necesitamos.

—Sí, eso ya se lo oí a Angus esta mañana, pero ese ha dicho que ella iba

morir.

La cogió por las mejillas para que le mirara a los ojos. —Nos matarán a

todos. En los últimos ataques ha muerto mucha gente. Mi pueblo se muere. Los
McMurray acabarán con todos por nuestras tierras y la necesitamos para

negociar. ¿No lo entiendes?

—Los… —María abrió los ojos como platos. —¿Quiénes sois?

—Los McLellan. —Apretó los labios al ver el estupor en su cara. —


Cielo, era la única opción que nos quedaba. Llevábamos escuchando la historia

de su supuesta desaparición toda la vida y sabíamos dónde estaba. Solo teníamos


que ir y cogerla para negociar con Geordan McMurray. —Miró a Greer nervioso.
—Nuestro Laird negociará por su vida y para salvar a nuestro pueblo la casará

con Angus que es su primogénito.

—¿Y por qué creéis que un hombre que la ha ignorado casi toda su vida

le iba a interesar que ahora vosotros la tengáis?

—Pues más vale que estés equivocada, porque si no todos estaremos


muertos antes de que lleguen las nieves. Los ancianos de mi clan la ven como

nuestra única esperanza. Creen que es especial.

María miró de reojo a su amiga que seguía dormida. —Y lo es.

—Sí, pero también es peligrosa. —María le miró a los ojos. —Cuando se

entere de esto, se va a enfadar mucho y nosotros no imaginábamos que detrás de

ella había un ejército de lobos dispuestos a arrasar todo lo que encontraran.

—Ahora la teméis. ¡Ella tiene razón! —dijo furiosa—. ¡Queréis que os

libere de su padre y ahora teméis las consecuencias!

—Por eso tienes que ayudarnos a que lo comprenda antes de llegar.

María entrecerró los ojos. —Ahora queréis que yo sea vuestro cómplice.

—Preciosa, será nuestro hogar y podemos perderlo todo.

—Simulasteis ser de su clan para que os acompañara sin protestar,


¿verdad?

—Mejor eso que llevarla a rastras por todas las Highlands —dijo Boyd

como si fuera estúpida—. No nos imaginábamos que también vendrías tú.


—Boyd cállate —siseó Morgan furioso—. Cierra la boca de una vez o te
juro que te la cerraré yo.

Su amigo puso los ojos en blanco antes de alejarse. María le miró de

nuevo y negó con la cabeza. —Nunca he podido mentir y me conoce muy bien.

—Solo tienes que explicarle lo que ha ocurrido. No nos esperábamos

todas estas cosas. Sus cambios, los lobos… Tienes que ayudarnos.

—Ya no confía en mí.

—Angus quiere que se entere cuando lleguemos a casa y pueda

controlarla en nuestro terreno, pero yo sé que eso solo traerá problemas.

—Por eso Angus no la reclamaba. Por si la mataban en la negociación


con su padre. —Se echó a llorar. —Solo la estáis manipulando y yo le he hecho

daño. No pienso participar en esto. No os ayudaré a enviarla a la muerte.

—Eh, eh. Puede que eso no ocurra. Puede que su padre por mantenerla

viva permita el matrimonio y nos deje en paz por su bienestar.

—¿Y que en un futuro por cualquier disputa pague ella las

consecuencias? Ni hablar. Greer siempre ha cuidado de mí y puede que no se lo


haya agradecido como debía, pero no pienso traicionarla de esta manera. No

cuentes conmigo.

Morgan apretó los labios viendo en sus ojos azules su decisión. —¿Es tu
última palabra?

—Sí.
—¿Le contarás esta conversación? —Al ver las dudas en su rostro sonrió.
—Hablaré con Angus para que se lo cuente antes de llegar.

—¿Me lo prometes?

—En cuanto llegue hablo con él. Todo hubiera sido distinto si se

hubieran enamorado, pero… —Los ojos azules de María brillaron. —¿Qué?

—Espera, estoy pensando. —Morgan reprimió una sonrisa. —No, que


todavía no se lo diga. ¿Cuántos días quedan para llegar?

—Depende. Si tenemos suerte con el tiempo, unos diez al paso que

vamos.

—Todavía pueden enamorarse. Has visto cómo la mira. La considera


suya. Pero él la ha alejado. Creía que era por el episodio de los lobos, pero

después de lo que me has dicho, es evidente que lo que no quiere es unirse a ella

para después perderla.

—Continúa.

—Ha hecho que sea Ronald quien la lleve, pero aun así siempre está

pendiente de lo que necesita. La desea. Solo tenemos que hacer que pasen
tiempo juntos, eso es todo. Lo demás surgirá solo. Viste como la besaba en el río

aquella noche.

—Pero ahora ella le odia.

—Porque piensa que la teme. Ya la oíste esta mañana. Cuando ella le


ame, lo dará todo por él, incluso arriesgando su propia vida si hace falta.
—¿Cómo estás tan segura?

—Porque una vez arriesgó su vida por mí, sacándome de un establo en


llamas y yo se lo agradezco así.

Él besó sus labios apasionadamente y se apartó sonriendo. —Muy bien.

¿Y cómo lo hacemos?

—Muy fácil. Necesitamos un caballo menos.

Angus llegó al sitio donde los había dejado y frunció el ceño al ver que

Greer seguía dormida abrazada a Crul. —Bicho apestoso. —El lobo gruñó

mientras bajaba del caballo y en ese momento llegó Morgan corriendo. —¿Qué

ocurre?

—Uno de los caballos ha desaparecido.

—Será una broma —dijo con voz heladora.

—Sí, el de Boyd —Reprimió la risa—. Un misterio. Estaba y de repente


ya no estaba. —Angus miró al lobo como si quisiera que le cayera un rayo y éste

gimió levantando las orejas. —Él no se ha movido de ahí —dijo Morgan


rápidamente.

Ronald bufó. —¿Tenemos que volver a la aldea a robar un caballo? Casi


nos cogen.
—Entonces lo mejor es no volver. Además, por un caballo nos seguirán.

—Nos seguirán hasta por los quesos que hemos robado —dijo Angus
como si fuera estúpido. Se bajó del caballo—. Tenemos que irnos cuanto antes.

¿No se ha despertado? —preguntó incrédulo.

—No, jefe.

Se acercó a Greer y le apartó el cabello de la frente antes de tocarla. Él


miró hacia el cielo y sonrió. —Ha terminado.

—¿El qué? —preguntaron sus amigos acercándose, pero se detuvieron en

cuanto Crul gruñó.

—Su cambio. Por eso ya puede dormir de noche. Crul, nos vamos. —Se
agachó para cogerla en brazos.

—¿Y no será que el cielo está cubierto de nubes? —preguntó Ronald

deteniéndole en seco.

—¡Sube al caballo, agorero!

—No puede ir con Ronald —dijo Morgan rápidamente—. Boyd no puede


ir contigo en el caballo. Lo reventaréis. —Ronald levantó las cejas castañas

mirando a su hermano porque él también era de buen tamaño y dijo rápidamente


—Además el caballo de Angus es mucho mejor que el tuyo, hermano. Sería una

pena que se muriera en el camino.

—¡Ah, y el mío sí! ¡Qué se vaya caminando! ¡Así deja de hablar tanto
que solo mete la pata!
—Y que lo digas.

—¿Qué? —preguntó Angus.

—Nada. ¿Entonces la llevas tú?

—Claro. No vaya a ser que al idiota de tu hermano se le vuelva a caer.

—¡Jefe, iba detrás! Me hubieras sacado los ojos si hubiera ido delante.

En ese momento llegó Boyd corriendo con los ojos como platos. —¡Ni

rastro! No han dejado ni los huesos.

—¿No te lo habrán robado?

Señaló el suelo con ambas manos. —¡Si estaba aquí! Y siempre había

alguien con Greer. —Entrecerró los ojos. —Que te lo diga María.

—Mi mujer se quedó dormida. ¡No tiene por qué cuidar tu caballo!

—Tú también estabas.

—Fui a mear.

—¡Sí, y yo también! ¡En cuanto regresaste y después cuando llegué ya

no estaba! ¡Se esfumó! —Miró a Greer. —¿Seguro que está dormida?

—¿Vas a echarle la culpa de esto? —preguntó Angus dando un paso


amenazante hacia él.

—¡Yo solo quiero encontrar mi caballo!

—Sube con Ronald. ¡No tardarán en saber que les hemos robado! No
podemos esperar más tiempo a que encuentres tu caballo.
—¡Qué no se ha perdido! —Boyd miró hacia el cielo. —Ha volado.

—¡Sube al caballo, Boyd!

María reprimió la risa tapándose la boca y Morgan la cogió del brazo

para llevarla hasta su caballo. —¿Qué has hecho? —le preguntó él al oído. —

¿Dónde lo has dejado?

—Antes cuando fui a aliviarme, vi la entrada de una cueva. Está allí, pero
como es de noche no se le ve al ser negro. Cariño, ¿crees que lo encontrarán?

—Los McSwain se van a alegrar del cambio, eso seguro. Un caballo por

unas mantas y unos quesos. Han salido ganando.

María sonrió radiante. —Entonces no hemos robado.

—Cielo, somos escoceses. Robarnos entre clanes es muy habitual… y

necesario.

—Sí, pero es pecado.

—Hay que seguir las tradiciones. —Vieron como Angus se subía a su

caballo para después coger a Greer de manos de Ronald. Él la cogió con cuidado
y la cubrió con la manta antes de coger las riendas. Ambos se miraron. —Cielo,

eres muy lista.

—Gracias. —Al ver lo apretujados que iban Ronald y Boyd sobre el


caballo casi se echan a reír. —¿Estás contento conmigo?

—Mucho.

La luz la hizo sonreír, pero no abrió los ojos al sentir que su mejilla

estaba apoyada sobre algo duro. Movió la nariz rozando lo que parecía piel y

cuando se dio cuenta de que se movía supo que estaba sobre un caballo. Abrió

los ojos en una rendija para ver la barba de Angus. Volvió a cerrarlos de
inmediato. ¿Qué rayos hacía sobre el caballo de Angus? Y lo peor. ¿Qué rayos

hacía sobre el caballo de Angus en sus brazos? Gruñó por dentro y él dijo —Ya

se ha despertado.

Abrió los ojos de inmediato encontrándose con los suyos. Él sonrió. —

Buenos días, ¿de qué humor nos encontramos hoy?

Encima cachondeo. Se apoyó en su brazo sin contestar para sentarse

derecha y miró a su alrededor. Al ver a sus dos amigos subidos al mismo caballo

parpadeó asombrada. —¿Qué ha ocurrido?

—No lo sé —respondió Boyd enfadado—. Dímelo tú.

—¿Yo? —Sin entender nada miró a Angus. —¿De qué habla?

—No te preocupes. Al parecer Boyd no recuerda dónde dejó su caballo.

—¡Sí que lo recuerdo! ¡Estaba allí! ¡Y desapareció! —Entrecerró los ojos

mirándola fijamente. —Cosa de brujas…

—¿Me ha llamado bruja? —preguntó indignada—. ¡Eso no te atreves a


decírmelo a la cara!
—¡Lo acabo de hacer!

—Boyd… —le advirtió Ronald en voz baja.

Ella intentó bajar del caballo, pero Angus la agarró con el brazo libre a

punto de reírse. —Déjale, el pobre está disgustado. No sabe lo que dice.

¿Por qué estaba tan contento? —¿Y a ti qué te pasa?

—Nada. —Le miró con desconfianza. —Es que hace una mañana

estupenda.

—Va a llover.

—¡Pues para mí es estupenda! —le gritó a la cara.

—Amigos, mi caballo necesita un descanso.

Ella miró el caballo de Ronald que ciertamente parecía cansado. —

Necesitamos otro caballo y si fueran tres mejor. ¿Dónde podemos comprarlos?

Los hombres se echaron a reír y asombrada miró a María que hizo un


gesto sin darle importancia. —¿De qué se ríen?

—No lo sé, pero ha sido una pregunta muy lógica.

—Preciosa, ¿tienes dinero? —preguntó Angus—. ¿Algo para hacer un

trueque? ¿Algo con lo que negociar?

Se sonrojó. —No. Pero tendréis dinero. Mi padre debió daros dinero para
el viaje.

Se echaron a reír de nuevo y Angus preguntó a Morgan —¿Has tenido


dinero alguna vez?

Morgan se echó a reír a carcajadas y María le dio un codazo. —Los


hombres son estúpidos. Se ríen de tonterías.

—¡No hace falta que me des la razón en todo! ¡Ya no somos amigas!

María se sonrojó. —¿No me perdonas?

—¡No!

—Muy bien.

—¿Cómo que muy bien? —Morgan parecía indignado. —Yo les perdono

a mis amigos sus tonterías continuamente. Mira a Boyd.

—Gracias —dijo el aludido cabreado—. ¡Cómo si yo no tuviera que

soportarte a ti!

—Mucho menos, te lo aseguro.

—¡Me da igual lo que digáis! ¡Esto es cosa mía!

—Preciosa, ¿en el convento no te enseñaron a perdonar? Un error lo


tiene cualquiera. ¿No lo aprendiste de la Madre superiora? ¿Lo de la otra mejilla

y eso?

Greer giró la cabeza lentamente. —¿La pondrías tú? ¿La otra mejilla?

—¡Con los golpes que me has dado desde que te conozco, es una
pregunta absurda! ¡Yo te he perdonado!

Greer se sonrojó. —¡Pero no eras mi amigo! ¡Ni lo serás! —Le miró


tímidamente. —¿Me has perdonado?

—Si nos perdonas tú nuestro comportamiento por lo de los lobos, yo te


perdonaré a ti por haber sido grosera conmigo.

Se mordió la lengua. ¿Cuándo había sido ella grosera con él? Bueno,

puede que cuando le dio la patada… ¡Pero es que no quería llevarse a María del

convento! Y cuando le tiró de la roca fue porque creyó que estaba casado. Le
había mentido. Se lo merecía por no haber reaccionado a tiempo. Menudo

guerrero estaba hecho. Pero estaba dispuesto a perdonarla. Lo pensó seriamente

y miró a su amiga que parecía avergonzada. Le había hecho mucho daño su

comportamiento, pero la Madre superiora le diría lo mismo que Angus. Y puede

que le hubiera hecho daño, pero la seguía queriendo y la echaba de menos.

—¿No me traicionarás de nuevo?

María gimió por dentro y miró a Morgan que se tensó. —Contesta a tu

amiga, cielo. Está esperando.

Greer vio cómo se mordía el labio inferior como si se lo estuviera


pensando y la decepción la embargó.

—¿María? —Angus estaba indignado.

—Te quiero como a una hermana —dijo María precipitadamente—. Y no


puedo negar que me asusté mucho con lo de los lobos. Reaccioné mal. ¿Me
perdonas? Deseo que todo sea como antes. Lo deseo mucho. Más que nada.

—Vaya, gracias —dijo Morgan por lo bajo.


María le ignoró mirando a los ojos a Greer que dudó. La conocía muy
bien y sabía que algo se le pasaba por la cabeza. —¿Qué me ocultas? —Cuando

se sonrojó con fuerza Greer entrecerró los ojos. —¿Me estás mintiendo? ¡Te

conozco como si te hubiera parido y me estás ocultando algo! —Abrió los ojos
como platos. —Me sigues teniendo miedo. ¿Es eso?

—No es eso… —dijo Angus intentando mediar.

—¿Estoy hablando contigo? ¿No, verdad? ¡Hablo con ella! ¡Y la conozco

muy bien! ¿No nos deteníamos? ¡Mi amiga y yo tenemos que hablar! ¡A solas!

—Ahora sí que das miedo —dijo Ronald divertido ganándose una mirada

de odio de Greer.

—¿Tus amigos nunca se callan?

—No, es una desgracia desde que somos muy pequeñitos. Que dicen lo

primero que se les pasa por la sesera. —Angus la cogió por la barbilla para que

le mirara. —¿Te encuentras bien?

Le miró sorprendida. —¿Por qué? ¿Ya me han salido los cuernos?

Todos se echaron a reír menos Angus que gruñó. —No tiene gracia. Lo
digo porque te has despertado algo alterada. ¡Y no estás endiablada! Lo dijo sin

pensar.

María asintió varias veces muy arrepentida y Greer chasqueó la lengua.


—Está bien. Te perdono. —Sonrió maliciosa. —Pero ya sabes lo que tienes que
hacer.
—Ah, no. ¡Ya no somos niñas, Greer!

—¡Da igual! ¡Cuando se hace algo mal, debes cumplir tu penitencia! ¡Lo
dice la Madre superiora! ¿Has hecho algo mal o no?

—Sí —respondió a regañadientes.

—¿Y quién es la ofendida?

—Tú.

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer.

—¿Qué tiene que hacer? —preguntó Angus.

—¡No es asunto tuyo!

Angus puso los ojos en blanco. —¡Cómo sigas así no te voy a perdonar!

—No he hecho nada malo que tengas que perdonarme. —Levantó la

barbilla orgullosa. —Lo he pensado y no te he ofendido nunca sin razón.

—¿De veras? ¿Y cuando me tiraste de la roca?

—No tienes reflejos. No es mi culpa. ¡Si hasta te caíste del caballo solo!

¡Además me rechazaste! ¡A mí! ¡Y desnuda! —Los hombres carraspearon


incómodos. —¿Qué iba a pensar? Pues que estabas casado, como es lógico.

—Mejor hablaremos de esto en otro momento.

—Si estás intentando disculparte, puedo ser magnánima y perdonarte.

Pero no me casaré contigo —dijo altanera.

—¡Cómo si te lo hubiera pedido!


—Además si quieres que te perdone, debes cumplir penitencia como
María.

—¿Qué penitencia? —preguntó con desconfianza.

—Oh, poca cosa.


Capítulo 5

Los hombres no se lo podían creer. —¡Será una broma! —gritó Morgan

al ver a su mujer dispuesta a subir a un árbol de al menos veinte metros de altura.

—¡Si tiene miedo!

—De eso se trata —dijo Greer con las manos a la cintura—. Tiene que

hacer algo que la haga superarse. La Madre superiora dice que eso me hace

sentir mejor a mí, porque sé que lo va a pasar mal, y le hace sentirse mejor a ella,

porque cuando baje estará encantada de haberlo conseguido. Como ya ha subido


a árboles más bajos, éste es perfecto.

—Así que su penitencia se basa en torturarla para superarse. Eso si no se

mata, claro —dijo Angus divertido.

—Pues sí. —Se volvió hacia su amiga que estaba pálida y sonrió. —¿Has
vomitado ya?

—¿Qué? —Morgan estaba horrorizado. —María no te vas a subir ahí.

—Entonces no la perdono.
María tomó aire antes de rodear el árbol perdiendo todo el color de la
cara y vomitar lo poco que tenía en el estómago. Greer sonrió de oreja a oreja.

—Ahora sí que está lista. —Le dio una palmada a Morgan en la espalda que casi

lo tumba. —Tranquilo, al principio parece que se cae a cada rato, pero en cuanto
llega a la mitad ya sube con mucha agilidad. Deben ser las ganas que tiene de

bajar. —Entrecerró los ojos. —Nunca se lo he preguntado.

—¡Estás loca! ¿Y si luego no puede bajar?

—Tranquilo, eso también está pensado.

—¿Y normalmente cuál es tu penitencia? —preguntó Angus a punto de

reírse.

Greer parpadeó. —Nunca he tenido que hacerla. —Lo pensó seriamente.

—No, nunca he tenido que hacer ninguna. —Sonrió radiante. —Eso demuestra

que tengo un corazón de oro.

—O que cambias los hechos a tu conveniencia y que convences a los

demás de que la culpa es suya cuando no es así.

Miró a Angus mosqueada. —¡Lo que pasa es que ahora te estás echando

atrás! ¡En tu conciencia queda! —Miró a sus amigos. —Pensar en lo que más
miedo le dé. Que en cuanto baje María, nos vamos a reír un rato. Ya veréis que
divertido.

Sin darse cuenta de que sus amigos se miraban sin saber qué decir le

gritó a María —¿Lista? ¡No tenemos todo el día!


—¡Ya voy! —Tambaleante fue hasta el tronco y se quitó las botas.

—¡Me voy a quedar sin esposa antes de casarme!

—Qué no. Que ya tiene mucha práctica. Enseguida la tienes aquí.

La miró como si estuviera loca y ella chasqueó la lengua. —¡Vamos,

María! ¡Tú puedes!

Tomó aire de nuevo mirando hacia arriba y se santiguó varias veces

haciendo que Morgan palideciera. —Angus detén esto.

—¿Yo? A mí no me metas, es su penitencia no la mía.

Su amigo le miró como si quisiera cargárselo. —Angus te tiene miedo a

ti, Greer. Tiene miedo de enamorarse de ti y que te pase algo. ¡Por eso te rechazó

en el río!

Greer se sonrojó con fuerza mientras que Angus entrecerraba los ojos

tensándose. —Ah… —Carraspeó sin saber qué decir —Vaya.

—¡Eso es mentira! ¡Yo no le tengo miedo a nada! ¡Esta penitencia es

absurda! ¡Si la protejo, es porque tenemos que llevarla con nuestro Laird como
se nos ha ordenado!

Confundida miró a su amigo que sonrió malicioso. —Está mintiendo


descaradamente. —Al ver que los demás disimulaban como si no quisieran
meterse, desconfió. —Hazme caso. Conozco a Angus desde siempre y a lo que

más teme eres tú.

—Bueno… esto ha sido… —Sintiendo que la felicidad la invadía, miró


al árbol donde María estaba ya en la primera rama, pero obviamente disimuló.
—Muy revelador.

—Cierra la boca, imbécil. ¡Solo dices tonterías! —Parecía a punto de

matar a alguien y Greer se dijo que esa teoría había que comprobarla. Además,

era su penitencia y si era lo que más miedo le daba… Se iba a cagar.

—Greer no te creas una palabra de lo que dice. Solo quiere fastidiarme


porque no he impedido a María subir.

—Ajá. —Volvió la cabeza hacia él y le sonrió haciendo que no tenía

importancia. —Claro que sí. Se le ve algo molesto.

—¡Molesto! ¡Se va a matar! —gritó Morgan antes de correr hacia el

árbol al ver que se le resbalaba un pie a María—. ¡Agárrate!

—¡Eso intento, pero la corteza resbala!

Boyd y Ronald se echaron a reír al ver que su amigo levantaba las manos

como si su novia se fuera a caer en cualquier momento.

—¿Si tanto le preocupa por qué no sube a buscarla? —preguntó distraída.

Angus gruñó por lo bajo—. ¿Qué?

—No nos subimos a los árboles. Lo hacíamos de niños, pero al crecer


hemos perdido agilidad. La última vez que Morgan lo intentó, se quebró el

brazo.

Le miró de arriba abajo y pensó que era lógico con lo que pesaba.
Reprimió una sonrisa. —Oh. Una pena.
—¿Cuál es mi penitencia?

—Tus amigos todavía no me han dicho cuál es tu mayor temor.

Él pareció aliviado. —Es que no tengo ninguno.

—A todos nos da miedo algo. Piénsalo y sé sincero. De otra manera no te

perdonaré.

María ya estaba casi a la mitad y alargó la pierna para ponerla en una

rama que no aguantaría su peso. —¡No, María! —gritó corriendo hacia el árbol,

pero ya era demasiado tarde y había cargado su peso sobre ella rompiéndola.

María gritó aguantándose solo con una mano a una rama mientras Morgan
gritaba que se agarrara a la rama de su derecha, pero María estaba paralizada de

miedo.

—¡María! ¡Escúchame! —gritó ella desde abajo quitándose las botas. —

¡María! —Su amiga miró hacia abajo. —Coge la rama que tienes a mano. Está

ahí. Solo tienes que agarrarte a ella hasta que yo llegue. —La miró a los ojos. —

Voy a por ti. ¿De acuerdo? —María asintió. —Bien, ahora mira hacia arriba y
cógela. ¡Hazlo! —Su amiga miró hacia arriba y vio la rama cogiéndola a toda

prisa para alivio de todos. —Aguanta. No tardo nada.

—¡No puedes subir tú también! —Angus intentó cogerla del brazo, pero
Morgan se interpuso. —¡Aparta!

Greer no perdió el tiempo y le dijo a Boyd —Junta las manos.

Él lo hizo a toda prisa y ella puso el pie sobre ellas mirando la rama que
tenía encima. —Ahora. —Boyd la empujó hacia arriba y se cogió con ambas
manos.

—¡Joder, aparta! —Morgan cayó al suelo y él alargó las manos casi

rozando sus pies. —¡Baja, Greer!

—No puedo. ¡Tengo que subir!

Para asombro de todos vieron cómo se subía a la rama con una agilidad
que parecía una ardilla. Caminó sobre la rama con los brazos extendidos antes de

agarrar la siguiente y así hasta llegar a su amiga que miraba hacia ellos. Greer se

sentó en una rama robusta por encima de ella y María miró hacia atrás sonriendo

del alivio. —Estás ya aquí.

—Claro que sí. —Se tumbó sobre la rama y alargó la mano. —Vamos

amiga. Todavía te queda un buen trecho para subir.

—¿Está loca? —gritó Morgan desde abajo—. ¿No pensará que siga

subiendo?

—¡Greer baja de inmediato! ¡No te lo digo más!

María cogió su mano y tiró de ella hasta la rama casi sin esfuerzo. —
Menuda fuerza tienes ahora —dijo sentándose a su lado.

—Eres tú que estás muy delgada. Por cierto, tengo hambre.

Ambas miraron hacia abajo y vieron a los cuatro que no les quitaban ojo.

Las dos sonrieron. —¡Estamos bien!

—¡Bajad ahora mismo! —gritó Angus perdiendo los nervios.


—Parece molesto —susurró María.

—Es que lo que más miedo le da, es que me pase algo —dijo divertida.

María la miró con sorpresa antes de echarse a reír a carcajadas. —¿Le

vas a torturar?

—¿Debo hacerlo?

—¡Claro que sí!

—¿Seguimos subiendo? —Tampoco quería que su amiga se muriera de

miedo. —No tienes por qué hacerlo.

—Es mi penitencia. La Madre superiora diría que no la he completado

porque no he llegado arriba. Esto no me ha dado satisfacción, ¿y a ti?

Negó con la cabeza. —Pues vamos. Tengo hambre. —Miró hacia abajo

poniéndose de pie sobre la rama.

Al ver que estiraba la mano hacia arriba todos abrieron los ojos como

platos.

—¿Qué diablos haces, Greer? ¡Baja ahora mismo!

—¡Voy a acompañarla!

—Ni hablar. ¿Me oyes? ¡Bajad de inmediato!

—María… cielo. Baja.

—¡No! ¡Tengo que cumplir con lo pactado! ¡Ya me ha perdonado!

—¡Baja ahora mismo! —gritó Morgan sorprendiéndola.


—¡Oye, a mí no me hables así!

—Perdona cielito, pero baja que te vas a partir la cabeza.

Angus le miró como si fuera estúpido. —¡Imponte!

—Como si fuera tan fácil —siseó—. ¡No veo que tu hagas bajar a tu

mujer!

Él entrecerró los ojos. —¿Greer? Como no bajes ahora mismo… —

Pensó en qué podía quitarle. Pero es que no se le ocurría nada. —¡Baja de una

maldita vez!

Ella se echó a reír lo que le puso más de los nervios y cuando se le

enganchó la falda en una de las ramas casi le da algo pensando que se caería.

Boyd le miró extrañado. —¿Estás sudando?

—¡Cierra la boca! ¡Greer baja!

Casi ni las veían por las ramas y se alejaron para ver como continuaban

como si nada. —¡Muy bien! ¡Si sigues subiendo, el que no te perdonaré seré yo

a ti!

Morgan movió la cabeza de un lado a otro buscándolas entre las hojas. —

¿María estás bien? ¡No te veo!

—Sí. Greer me está ayudando.

Sonrió como un bobo. —La está ayudando. Eso es que han hecho las
paces.
—¡Serás idiota! ¿Cómo dejas que tu mujer se suba a un árbol?

—¡Lo mismo te digo!

—¡Greer solo quiere ayudarla! ¡Y si María supiera subir a los árboles

esto no habría pasado!

—¡Obviamente, porque no le tendría miedo a las alturas!

Un chillido hizo que pálidos miraran hacia arriba para después escuchar

una risa. —La mato. En cuanto baje le retuerzo el cuello —siseó Angus mirando

la copa del árbol donde le pareció ver un reflejo rojizo. En ese momento una

gota cayó sobre su cara y miró al cielo. Iba a caer una buena tormenta—. ¡Bajad
del árbol, empieza a llover!

Como no había rastro de ellas, unos minutos después se acercó al tronco

de nuevo para no ver nada. —¿Qué hacen?

Morgan se encogió de hombros. —¡María! —Se volvió hacia su amigo.

—¿Y si amenazamos con irnos?

—¿Sin Greer?

—¿Insinúas que podrías abandonar a María?

—¡Mira, puede que sea tu mujer, pero a quien necesitamos es a Greer!

—Menudo amigo estás hecho.

—¡Creo que tu enamoramiento te hace ver las cosas de distinta manera


que al resto! ¡Estamos aquí por Greer!
—Yo no abandonaría a Greer tampoco.

—¿Porque la necesitamos?

Un silbido les puso en tensión y se volvieron para encontrarse a sus

amigos que se acercaban corriendo con las espadas en la mano. —Un grupo a

caballo se acerca. Cinco. Están subiendo la colina —dijo Boyd mirando el árbol

—. ¿Siguen ahí?

—Mierda. Al menos ahí están seguras. Esconded los caballos y ocultaos.

Angus se ocultó tras el árbol y miró hacia arriba jurando por lo bajo al no

ver a Greer. Giró la cabeza para ver que Morgan estaba oculto tras una roca llena
de musgo apenas a un metro de él. Escuchó un crujido a su derecha y Boyd que

estaba tras otro árbol hizo una mueca justo cuando empezaron a escuchar los

cascos de los caballos que se acercaban. Contuvo el aliento con la espada en alto

pegándose al tronco y sacó un poco la cabeza para ver que por el kilt que

llevaban eran McMurray. Impresionado miró a Morgan que negó con la cabeza.

¿Qué hacían los McMurray en las tierras de los McSwain?

El grupo pasó por el claro a todo galope y Angus les siguió con la mirada

para comprobar que no se detenían. Suspiró del alivio cerrando los ojos
apoyando la cabeza en el árbol.

—Menos mal que estaban ahí arriba —susurró Morgan mientras sus

amigos se acercaban—. Si hubiéramos tenido que defendernos, a ver cómo


explicábamos que matamos a otros McMurray.
Angus seguía mirando por donde habían desaparecido. —Esto no me
gusta. ¿Qué hacen tan lejos de sus tierras? Estamos a tres días del convento y me

parece demasiada casualidad.

—¿Crees que han ido a buscarla? Ya sería mala suerte después de tantos

años allí abandonada —dijo Boyd sorprendido.

—No puede ser eso, Angus. ¿Para qué iba a reclamarla Geordan después
de tantos años? ¿Y precisamente ahora? —preguntó Ronald.

—¿Y por qué mi padre estaba tan empeñado en hacer esto ahora cuando

podía haberlo sugerido hace dos años, que fue cuando empezaron los problemas?

¿De repente sabía dónde estaba escondida la hija de Geordan? ¿A ti no te ha

parecido extraño?

—Crees que nos ocultan algo. —Morgan miró hacia arriba preocupado.

—No te voy a decir lo que creo sino lo que sé. Sé que hace dos años

Geordan buscó la excusa del robo de cuatro vacas para provocar una maldita

guerra. Que mi padre no dijo dónde estaba Greer hasta hace unos días cuando es
obvio que podía haberlo dicho antes. Que acabo de ver a la mano derecha de

Geordan camino del convento a muchas millas de su casa y en tierras enemigas.

—Es preocupante —dijo Boyd—. Preocupante como poco.

—¿Estás diciendo que la guerra de nuestros clanes tiene una razón que
desconocemos?

—Mi padre y Geordan eran grandes amigos. Estuvo en el funeral de su


esposa e incluso en el nacimiento de Greer que fue un par de años antes. Si sabía
dónde estaba Greer fue porque sabían dónde la iba a llevar o porque Geordan

que confiaba en él le dijo el lugar de su escondite. Así como la razón para que la

llevaran al convento.

—Yo creía que lo habían hecho por su seguridad —dijo Boyd haciendo
que todos lo miraran—. Los McMurray se llevan mal con media Escocia. Es

lógico que quisiera proteger a su hija si alguien la había amenazado.

—Puede que no fuera eso y que María tuviera razón cuando dijo que la

habían llevado al convento por endemoniada —añadió Ronald.

—¡No está endemoniada!

—Lo sé Angus, pero tienes que reconocer que hace cosas que no son

normales. ¿Conoces a alguna mujer que suba un árbol así?

—¡Tenía dos años cuando la dejaron allí! ¿Crees que se subía a los

árboles entonces?

—Mi mujer ha subido —dijo Morgan orgulloso.

—Sí, con su ayuda.

—Lo que no tengo claro es que bajen. —Miraron todos hacia arriba. —
¿Qué hacen que no bajan?


Greer sentada en una rama miraba a María con los ojos como platos. —
No es una broma, ¿verdad?

Su amiga gimió. —No te enfades. Están desesperados. Están matando a

su pueblo y solo encontraron esta solución.

Los ojos de Greer brillaron. —Así que quieren que me case con Angus

como una negociación para que haya paz entre los clanes.

—Sí. No iba a decirte nada, pero cuando me has dicho que tiene miedo a

perderte me pareció que lo mejor es que lo supieras todo. Teme que cuando

lleguemos a ti te pase algo en la negociación porque él se debe a su clan y puede

perderte. Por eso solo te besó.

Se sonrojó de gusto y sonrió tímidamente. —Le importo.

—Claro que sí.

—¿Y mi padre no está enfermo?

—Creo que el enfermo es el padre de Angus. Por eso va a ser Laird.

—Por eso no me llevaron la estrella —dijo Greer distraída.

—¿La estrella?

Parpadeó sorprendida. —Es un colgante muy especial. O al menos eso

me dijo la Madre superiora. Ella lo vio, por supuesto. Me dijo que era una
estrella de plata que mi padre llevaba colgada al cuello. Cuando me dejó en el
convento, le dijo que el portador de la estrella podía llevárseme. Solo el que la

llevara, pero cuando llegaron ellos como iban con el kilt y sabían cómo había
nacido… —Se mordió el labio inferior preocupada.

—Estabas deseando conocer a tu padre y confiaste en que eran de tu clan.


Nadie puede culparte de ello. Y tu padre menos que nadie después de haberte

dejado allí sin preocuparse por tu estado.

—Es irónico, ¿verdad? Él no me quiere y Angus quiere utilizarme para

enfrentarse a los McMurray —dijo con una triste sonrisa.

—Pero te puede querer —dijo María haciendo que la mirara a los ojos—,

y no me digas que no lo deseas porque te conozco y sé que no te es indiferente.

—Se sonrojó porque no podía negarlo. —Tienes la oportunidad de tenerlo todo.

A Angus, ser su esposa y lograr la paz entre los clanes.

Las palabras de su madre pasaron por su memoria y sonrió. —¿Tú crees?

—Si alguien puede conseguirlo esa eres tú. Estoy convencida de ello.

—¿Padre no se sentirá traicionado?

—Debes hacerlo de tal manera que no se sienta ofendido. ¡No te


comportes como una bruta!

—¡Yo no soy bruta!

—¡Si casi descalabras a Angus!

—Eso fue un accidente. —Levantó la barbilla antes de reír. —Y quiere


que le perdone.

—Eso te demuestra que le importas. —María gimió al mirar hacia abajo.


—¿No deberíamos…?

—Sí, empieza a llover con fuerza. Lo que me faltaba es que me cayera un


rayo. —María se echó a reír. —Por cierto, amiga… No le digas a Morgan que

hemos mantenido esta conversación. Que se estrujen la sesera para seguir

inventando historias.

—¿Vas a hacerle sufrir?

—Qué bien me conoces.

Ellos seguían mirando hacia arriba y no las llamaban a gritos por si los

McMurray estaban aún cerca. —¿No les habrá pasado nada? —preguntó Ronald

preocupado.

—¡Nos estamos empapando! —protestó Boyd. Cuando sus amigos le

miraron gruñó —No me gusta mojarme.

En ese momento Angus vio lo que parecía una pierna y cuando vio lo que
parecía un trasero gritó a Boyd y a Ronald. —¡Fuera de aquí!

—¡María! ¡Se te ve todo!

El chillido de María se debió escuchar en todas las Highlands y Boyd rió


por lo bajo. —Mejor me voy a por los caballos.

—Sí, lárgate —dijo Angus molesto sin dejar de mirar hacia arriba.
—Amigo no mires. —Morgan le dio un empujón.

—¿Crees que me voy a escandalizar por ver el culo de tu mujer? ¡Solo


quiero ver el de la mía!

—¡Qué se vaya, Morgan! ¡O no bajo!

Escucharon una risita y Angus entrecerró los ojos. —¡Greer baja de una

vez! ¡Estamos en las tierras de un clan enemigo!

—Sí, Sí. Ya voy. Baja María.

—¡Ni hablar! ¡A mí solo me ve el culo mi marido!

—Muy bien. María baja primero y después bajará Greer —dijo Morgan

intentando mediar—. Angus ya se va.

Gruñendo se alejó hasta donde estaba Ronald. —Mujeres.

—Pues no has empezado todavía. Vas a tener una vida de lo más

entretenida a su lado.

—Eso si sobrevive.

—Amigo, si piensas tanto en lo que puede pasar, vas a perderte muchas

cosas que sí pueden ocurrir. Vive la vida como si no hubiera un mañana porque
puede que no veas salir el sol de nuevo.

Pensó en ello y supo que Ronald tenía toda la razón. Qué diablos. Era su

mujer. Lo había sabido desde el principio, así que iba a aprovechar el tiempo que
tuviera con ella. María cayó sobre los brazos de Morgan y se echó a reír
abrazándole. —¡Lo conseguí!

—Sí, preciosa. Lo conseguiste y a mí casi me da un ataque.

María le besó y Angus gruñó acercándose. —¡Greer!

—Ya voy…

María y Morgan le miraron como si fuera idiota. —Tienes que ser más

delicado con tu mujer —le reprochó María—. Aprende de tu amigo.

Exasperado miró hacia arriba y gruñó al ver su trasero porque todo su

cuerpo reaccionó a ella. Estaba claro que le volvía loco o se casaba con ella. Su

cabello se enganchó en una rama y Angus hizo una mueca al ver su gesto de

dolor. Dios, era preciosa y suya. Al diablo con todo. Si tenía que compartir la
cama con Crul el resto de su vida lo haría. Vaya si lo haría. Cuando llegó a la

última rama le miró a los ojos. —¿Me coges?

—¡Baja de una vez! —exclamó alargando los brazos.

Ella sonrió tirándose sobre él con fuerza y rodaron por el suelo. María
gimió. —Amiga, ¿te has hecho daño?

—¡Este idiota no me ha cogido!

—Preciosa, no controlas tu fuerza. Podrías derribar a una montaña si te


tiraras sobre ella de esa manera. —Se sentó mirándola preocupado. —¿Estás
bien?

Le miró sorprendida. —¿Tanta fuerza tengo?


Angus gruñó —Pues sí.

Morgan se acercó. —¿De verdad? Vamos a probarla.

—¿Estás loco?

Nadie le hizo caso a Angus. —Derríbame a mí. De pie. A ver si puedes.

Asombrado vio cómo se levantaba con agilidad mientras que Angus

estaba deslomado después de la caída. No era bueno para su orgullo, pero estaba

deseando ver como Morgan mordía el polvo. Se levantó y vio como caminaban

hasta el claro. Ya llovía con fuerza. —¿Tenemos que hacer esto ahora?

—Será un momento —dijo Morgan divirtiéndose.

—Si te hace daño yo no quiero saber nada.

—¿Cómo me va a hacer daño?

—Mi hombre es muy fuerte. Solo tiene que derribarlo.

Lo había advertido. Boyd llegó tirando de las riendas de los caballos y se


detuvo al ver que Greer estaba ante Morgan a unos metros. —¿Qué hacéis?

Se quedó con la boca abierta al ver como Greer corría hacia Morgan y se

tiraba sobre él haciéndole rodar por el suelo. Ronald no salía de su asombro


mientras María gritaba yendo hacia Morgan que no se levantaba. —Cariño,

¿estás bien?

—Déjame recuperar el aliento —dijo girándose y suspirando—. Ha sido


como chocar con una roca.
—Qué exagerado —dijo Greer de pie a su lado.

La miró sorprendido. —¡Estás en pie!

—Claro. —Miró a Angus que cruzado de brazos sonrió como si estuviera

orgulloso. —¿Lo he hecho bien?

—Perfecto, preciosa. —Greer se sonrojó de gusto. —Ahora nos vamos.

—Un momento —dijo Ronald intrigado—. Boyd ven aquí. —Su amigo

negó con la cabeza. —¡Ven aquí te digo!

Arrastrando los pies fue hasta él. —¿Qué quieres?

Ronald la miró. —Derríbanos a los dos —dijo poniéndose en tensión

marcando todos sus músculos.

—Ronald…

—Jefe, tiene que saber cuáles son sus límites. Así no se hará daño.

Él la miró a los ojos. —No tienes por qué hacerlo.

—No, si me da igual. Los que hacen el ridículo son ellos.

Boyd entrecerró los ojos tensándose. —Eso está por ver.

Sonrió maliciosa y Morgan gimió aún en el suelo. —Prepararos…

Greer corrió hacia ellos y saltó antes de llegar con los brazos extendidos
y mirada de loca. Los tiró de espaldas cayendo sobre ellos que se quedaron

mirando al cielo con los ojos como platos. Angus se acercó a sus cabezas y
levantó una ceja. —¿Ya podemos irnos? O queréis que mi mujer os de una paliza
para remataros.

—Amigo, te compadezco —dijo Boyd casi sin voz.

Chasqueó la lengua acercándose a Greer que sonreía de oreja a oreja y la

cogió por la cintura cargándosela al hombro para llevarla hasta el caballo. —

¿Estás bien?

—Esto me ha costado un poco más —dijo boca abajo.

—Seguiremos con esas pruebas cuando no llueva a cántaros.

—¿De verdad?

—Tienes que aprender a defenderte.

La sentó sobre el caballo y ella apartó su melena a toda prisa. —¿Me

enseñarás?

—Solo si prometes no ir pegando porrazos por ahí. —Se subió tras ella

cogiéndola por la cintura para pegarla a él. —Cúbrete con la manta. No quiero

que te enfríes.

—¿Te has preocupado porque me subí al árbol? —Sonrió dulcemente. —


¿Te preocupaste?

—¡Claro que sí! ¡Podías haberte roto el cuello!

—¿De verdad? Está bien, te perdono. Si has pasado miedo por mí, has

cumplido tu penitencia. ¿A que ahora te alegras mucho más de que esté bien? La
Madre superiora es muy lista.
—Listísima. —Ella se volvió a mirar al frente y Angus sonrió admirando
su cabello. —¿Y cuál es tu mayor miedo, preciosa?

Se volvió mirando sus ojos castaños. —No poder darte un hijo. —A

Angus se le cortó el aliento y la cogió por la nuca acercándola a él. —¿Crees que

podré?

—Sí, preciosa. Vas a darme muchos hijos —dijo con voz ronca antes de
atrapar sus labios.

Ella se entregó sintiéndose maravillosamente entre sus brazos. Un

carraspeo a su lado le hizo gruñir en su boca antes de apartarse a regañadientes

de ella. Greer suspiró aún con los ojos cerrados y Angus susurró —Tendremos

que esperar.

—No.

Angus rió por lo bajo. —Debemos continuar. —Hincó los talones en su

caballo e iniciaron el camino, pero ella no se volvió recostando la cabeza en su

brazo. Alargó la mano y acarició su musculoso pecho con las yemas de los dedos
hasta llegar a la tela del kilt que cruzaba su pecho. —A tu lado me siento viva.

La miró posesivo. —Lo mismo digo, preciosa.

Pasó su dedo por la tela del kilt de su clan. —¿Crees que mi padre
aprobará nuestra unión? Sé que creéis que quiere que nos casemos, pero si no es
así...

Él se tensó. —Me da igual. Eres mi mujer.


—¿Y si no quiero ayudar al clan en ese problema que tenéis? —Él gruñó
por lo bajo. —¿Crees que se disgustará? Al fin y al cabo, me dejó abandonada en

un convento durante casi toda mi vida. ¿Crees que debería ayudar a un padre

desnaturalizado y a un clan que me ha dado la espalda? No sé lo que diría la


Madre superiora de eso.

—Preciosa…

—Por otra parte, son sangre de mi sangre. Mi familia. Debo ser fiel hasta

la muerte. Por cierto, no me has dicho por qué me dejaron en el convento. ¿Por

qué? ¿Por qué lo hizo? No me quería, ¿verdad? ¿Fue por la luna? Creo que va

siendo hora de contestar a algo, ¿no crees?

—Cielo, ¿no tienes sueño?

—No.

—Esta conversación debes tenerla con tu padre —dijo incómodo—. No

debería ser yo quien te lo cuente.

Ella entrecerró los ojos. —Tienes razón. Debemos hablarlo él y yo. —


Pasó la uña por su pezón sobresaltándolo. —O perdona. ¿Te he hecho daño?

—No —gruñó molesto.

—¿Y cómo es nuestro clan? Cuéntame cosas…

Angus miró a Morgan que no ocultaba que escuchaba descaradamente su

conversación. —Deberíamos buscar un sitio donde resguardarnos. Estamos


empapados.
—Pasamos por aquí al venir. En aquella colina hay una cueva —dijo
Boyd a toda prisa.

Greer reprimió una sonrisa. Era obvio que no quería hablar del clan. Ya

le seguiría torturando más adelante.

Cuando llegaron a la cueva, los chicos encendieron un fuego y se sentó al

lado de María para entrar en calor mientras ellos se encargaban de los caballos.

—¿Dónde estará Crul? —preguntó mirando al exterior—. Espero que

esté bien.

—Es un lobo. Está acostumbrado a vivir en este clima.

—No le he visto en todo el día.

—Nos siguió un rato y después se fue. —Su amiga tiró una rama al

fuego. —Estabas dormida. Como estabas bien cuidada debió decidir que no le

necesitabas. Durante la noche no se separó de ti.

Soltó una risita. —Lo sé. Es muy calentito.

Angus gruñó tras ella y las dos se miraron sonriendo. En ese momento
los caballos se pusieron nerviosos y Crul apareció en la entrada de la cueva con

una pieza en la boca. Ella chilló de la alegría levantándose y se acercó a toda


prisa abrazándole. —Estás helado. Ven al fuego.

El lobo no quiso entrar y confundida vio cómo se alejaba corriendo.

Angus se puso tras ella mirándole. —¿Qué ocurre?

—No lo sé. No ha querido entrar.


—Igual es porque pone nerviosos a los caballos. Le sienten y este lugar
es limitado. En el bosque podemos alejarlos de él.

Miró sobre su hombro. —¿Tú crees?

Él forzó una sonrisa. —Prepara la cena. Intentaremos descansar bien esta

noche para salir temprano. Debemos llegar cuanto antes porque con un caballo

menos nos estamos retrasando.

—Bien. —Se agachó para coger la liebre y frunció el ceño antes de

sonreír. —Ya lo sé. Ha ido a por más.

Pero no regresó y ella sí que empezó a preocuparse. Llenaron la barriga


con el queso que habían robado y preocupada se acercó de nuevo a la entrada de

la cueva cubierta con la manta, pero ya era de noche y no se veía nada.

Angus la abrazó. —Preciosa, debemos apagar el fuego. Se ve desde

fuera.

—Está muy oscuro. Me pone los pelos de punta una noche tan oscura.

No se ve la luna.

Él sonrió besándola en la sien. —Sigue ahí. Como Crul.

—Ocurre algo. Lo sé.

—Tranquila. Sabe cuidarse solo. —Se dejó llevar hasta cerca del fuego y
se tumbó a su lado. Dejaron de avivar el fuego y entre sus brazos le miró a los

ojos. Él acarició su mejilla. —¿Tienes frío?

—Estoy bien. ¿Y tú?


Él sonrió. —Estoy muy bien.

Greer se acercó para darle un suave beso en los labios y se apartó cuando
se pinchó con la barba. —¿Te has quitado eso alguna vez?

—¿El qué? —preguntó entrecerrando los ojos.

—La barba.

—¿Qué estás pensando, mujer?

—No te veo la cara —dijo maliciosa—. ¿Y si eres feo? —Sus amigos se

echaron a reír y ella puso los ojos en blanco. —¿Es que siempre tenéis que estar

escuchando?

—Sí —contestaron todos a la vez.

—No voy a recortarme la barba —dijo molesto.

—¿De verdad? ¿Ni por mí?

Gruñó pegándola a él. —Duérmete.

—Bueno, ya hablaremos de ello mañana.

Angus no pudo evitar sonreír. —No vas a dejarlo, ¿verdad?

—No. Quiero saber con quién me caso —susurró cerrando los ojos.

Se quedó dormida mientras él acariciaba su espalda y durmió inquieta.


Las llamas la rodeaban y no podía alejarse. Estaba tumbada en una cama y no

podía moverse. Cada vez se acercaban más y lloraba pidiendo ayuda. La


angustia la recorrió cuando una antorcha se acercó a ella e intentó gritar al ver
como prendía una tela blanca que estaba a sus pies. Angus se despertó cuando la
escuchó gemir y se apoyó en el antebrazo para mirarla. —Tiene una pesadilla —

susurró María—. Las tiene mucho.

La miró sorprendido. —¿Sobre qué?

—Cuando se despierta nunca las recuerda. Solo ve fuego.

Greer se giró dándole la espalda y se abrazó las piernas como si tuviera


frío. La cogió por la cintura pegándola a él y Greer gritó despertándose de golpe

antes de sentarse. Al ver Angus a su lado se sobresaltó apartándose y él la miró

preocupado. —Preciosa… —Al reconocerle suspiró cerrando los ojos y se

acercó a ella abrazándola. —Es una pesadilla.

—Tenía tanto miedo…

—¿La recuerdas? —preguntó María arrodillándose ante ellos.

—No, pero siento que va a ocurrir algo malo. —Sus ojos verdes

mostraban el temor que la recorría.

—No va a ocurrir nada. —Angus la abrazó a él preocupado mirando a

María. —Todo va a ir bien. Lo que pasa es que llevas dos noches sin la luz de la
luna y la necesitas.

—¿Crees que es eso?

Entonces escucharon un aullido que ponía los pelos de punta fuera de la

cueva y antes de darse cuenta Greer corría hasta la salida.

—¡Greer no! —gritó Angus escuchando más aullidos.


—¿Qué ocurre? —Boyd se levantó con la espada en la mano.

—¡No lo sé!

Corrió tras Greer y vio que se había detenido en medio de la colina. Al

mirar hacia abajo se encontraron a una manada de más de doscientos lobos y

temió por ella. María jadeó del asombro con sus hombres tras ella. Sin dejar de

mirar a los lobos que estaban muy nerviosos aullando y caminando de un lado a
otro, se acercó a Greer cogiéndola del brazo. —Ven conmigo.

—No. Tengo que estar aquí.

Y sabía que tenía que estar allí porque Crul la necesitaba. Le vio avanzar
hacia ella y alargó la mano. Él se acercó para recibir sus caricias y varios lobos

aullaron, pero varios gruñeron amenazantes. Era una lucha de poder y ella estaba

inclinando la balanza a favor de Crul, pero sabía que eso solo se podía resolver

demostrando quién era el más fuerte para ser su líder. Un lobo negro enorme dio

un paso adelante y varios le dejaron espacio. Ella le miró a los ojos y éste gimió

dando un paso atrás, pero aulló con fuerza demostrando que no pensaba darse

por vencido.

—Lo que nos faltaba —siseó Angus tras ella—. Es más fuerte.

Greer lo sabía y sufría por Crul. Se agachó a su lado y le acarició el


cuello mirándole a los ojos. —No tienes por qué hacerlo. —Él gruñó orgulloso y

Greer sonrió mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. —Pero eres un líder y
tienes que demostrar a la manada quién eres. Estoy aquí.
Crul giró la cabeza hacia su enemigo erizando el pelaje de su lomo y
gruñendo con fuerza antes de ir hacia él. Su contrincante mostró sus dientes con

ferocidad y ella tembló por dentro.

Sus hombres se pusieron a su lado mientras Angus la abrazó por los

hombros pegándola a él. —Preciosa, no tienes que verlo.

—No, tengo que estar aquí por él —susurró mientras lloraba sin darse
cuenta.

Se pusieron el uno ante el otro caminando en círculo mientras se gruñían.

—Es increíble —susurró Ronald impresionado mirando a toda la manada—. Y

llegan más.

Greer ni le escuchó porque en ese momento Crul se tiró sobre el

aspirante y los dos rodaron por el suelo intentando morderse. Se encogió

pegándose a Angus sin darse cuenta, mientras Crul se ponía a cuatro patas

rugiendo con fuerza antes de lanzarse de nuevo sobre el lobo negro que giró la

cabeza mordiéndole en el lomo. Greer se tapó la boca con la mano impidiéndose

gritar al ver la sangre en su pelaje plateado, pero Crul no mostró signos de


rendirse clavando sus fauces en el cuello de su enemigo que aulló con fuerza. El

lobo negro intentó soltarse moviéndose con fuerza de un lado a otro, pero Crul
resistió mientras su oponente iba perdiendo fuerzas.

—Ya está, preciosa —susurró Angus—. Le tiene.

Y lo demostró cuando Crul soltó a su presa colocándose ante él y rugió


de nuevo. El lobo negro dio un paso atrás antes de que sus patas traseras fallaran.

Crul dio un paso hacia él y volvió a gruñir. Impresionada vio como el lobo negro

se tumbaba ante el cerrando los ojos para que hiciera lo que quisiera con él. —

Dios mío.

Crul volvió a gruñir mostrando sus dientes y miró a la manada que dieron
un paso atrás. Greer sonrió. —Ven aquí, amigo. Ya has demostrado quien es el

más fuerte.

Su lobo se acercó a ella lentamente y se sentó en sus patas traseras

mirándola a los ojos. Se agachó ante él y le acarició la cara y el cuello. —¿Estás

bien?

Angus se puso a su lado apartando el pelaje y Crul gruñó. —Eh, eh. Solo

quiere comprobar si estás bien. Déjale hacer, ¿me oyes? —Sonrió besándole en
el cuello.

—Ten cuidado, Greer. Un animal herido puede ser muy peligroso —dijo

María impresionada.

—No me haría daño —dijo sin soltarle antes de mirar por encima de su

lomo a Angus—. ¿Es mucho?

Él hizo una mueca. —No lo veo muy bien, pero tiene un buen mordisco.
—Miró hacia atrás para ver al lobo negro y que la manada le había ignorado.

Seguía tumbado en el suelo gimiendo mientras los demás se alejaban. —Ese no


creo que sobreviva. Ha sangrado mucho.
Greer apretó los labios. Sentía pena por él, pero más por su lobo. De
rodillas se acercó al lomo de Crul y vio los agujeros que aún sangraban mientras

Angus se levantaba con la espada en la mano. —¿Qué vas a hacer? —preguntó

al ver que descendía la colina.

—No debe sufrir más. Ha luchado con honor.

Se mordió el labio inferior desviando la mirada, encogiéndose cuando


escuchó un gemido. Greer sin poder evitarlo se echó a llorar y abrazó a Crul. —

No vuelvas a hacerme esto. ¿Me oyes?

—¿No deberíamos vendarle? —preguntó María dando un paso hacia

ellos.

Un lobo aulló y Crul giró el cuello como un resorte. Angus sonrió. —

Creo que esperan para atenderle.

Greer miró a la loba que esperaba inquieta. Sorprendida vio que tenía el

pelaje blanco. —Vaya, Crul. ¿Tienes pareja? —Le miró sorprendida mientras

los demás reían. —Qué cayado te lo tenías. Es preciosa. —Le acarició el cuello.
—Vete con ella. Yo estoy bien. Ahora tienes que ponerte bien tú.

Él se volvió y aulló con fuerza antes de correr hacia su pareja, que pasó
su cuello por su lomo, manchando su pelo blanco con su sangre antes de que
Crul echara a correr y ella corriera tras él alejándose.

—¿Ves cómo todo ha salido bien? —Angus la cogió por la cintura

pegándola a él.
—Espero que se reponga pronto.

—Es muy fuerte. Ya verás como sí.

—Creo que ya no dormiremos más —dijo Boyd mirando el cielo—.

¿Nos vamos?

—No. —Angus miró a sus hombres. —Dejemos descansar a Crul.

—Pero la manada llamará mucho la atención si no se mueve.

—Ellos saben esconderse. María, ¿por qué no entráis? Vamos a

encargarnos del lobo. No quiero dejarlo tan cerca de la cueva por si lo ve algún

enemigo.

María le miró extrañada, pero asintió. —Sí, claro. Además, hace frío.

Entremos. A ver si dormimos un poco más.

—No sé si podré dormir ahora —dijo preocupada por Crul—. ¿Ella sabrá

curarle?

—Claro que sí. Los animales se lamen las heridas. Ya verás cómo se

repone antes de lo que piensas.

Asintió caminando a su lado. Cuando entraron en la cueva, los hombres

se miraron. —Tenemos un problema enorme —dijo Angus mirándolos uno por


uno—. ¿Sugerencias?

—La siguen por alguna razón. Y a nosotros no nos atacan, así que no veo
el problema —dijo Morgan demostrando que había cambiado totalmente de

opinión.
—Igual que la estemos engañando tiene algo que ver —dijo Boyd
irónicamente—. Cuando se entere de quienes somos, esa manada puede volverse

contra nosotros. Y no solo eso, cuando llegue la manada a nuestras tierras, ¿de

qué crees que se alimentarán? —Angus se tensó. —Adiós a la caza y nuestro


clan morirá de hambre. Ya estamos escasos de recursos por los ataques, esto nos

matará definitivamente.

—Empiezo a creer que la alejaron por esa razón —añadió Ronald.

—Pero las monjas no tuvieron esos problemas. Si no la hubieran echado

a patadas —dijo Morgan molesto.

—Morgan tiene razón. La siguen en este momento, pero antes no. Ella

fue la primera sorprendida con su defensa. Esto no había ocurrido antes —dijo

Angus pensando en ello.

—Han aparecido para defenderla de algo. Eso lo tenemos claro. Y no

vimos lobos a la ida, así que llegaron en cuanto la sacamos —dijo Morgan

analíticamente.

—Y en cuanto empezó a recibir el influjo de la luna de nuevo, ahí

llegaron los cambios en su cuerpo —dijo Boyd con los ojos entrecerrados.

—Como la fuerza. Igual este es un cambio más. —Morgan miró a Angus


y éste asintió.

—Pues espero que no haya muchos más —dijo Ronald divertido—. ¿Qué

será lo siguiente?
—Estas dos últimas noches las nubes han impedido que veamos si
cambia en algo más. Igual esto es todo.

—Pues ya es bastante —replicó Boyd—. ¿Qué hacemos con los lobos?

—¿Quieres enfrentarte a Crul? —preguntó Morgan irónico—. Porque yo

aprecio demasiado mi pescuezo como para enfrentarme a ellos. Y acabáis de ver

que si nos deshacemos de Crul aparecerá otro.

—La manada se queda —dijo Angus sorprendiéndolos—. Está aquí para

protegerla y se queda.

—Puede volverse contra nosotros —le advirtió Ronald.

—Entonces habrá que unirla a nuestro clan lo máximo posible, ¿no


crees?

—¡Ya te dijimos que la sedujeras y te negaste! —protestó Ronald.

—¡Pues he cambiado de opinión! Es mi mujer, eso está decidido. Puede

que se enfade cuando lleguemos y se entere de la verdad, pero se le pasa


enseguida. Y si no os habéis dado cuenta los lobos no atacan cuando se enfada,

solo cuando está en peligro.

Los hombres entrecerraron los ojos. —Es cierto. Lleva todo el viaje
enfadada contigo y sigues vivo. Es más, Crul deja que le toques —dijo Boyd

antes de sonreír—. Pues ánimo, machote. A por ella.

—No necesito que me animes —gruñó molesto. Todos se cruzaron de


brazos—. ¿Ahora?
—Cuanto antes mejor —dijo Morgan levantando una ceja—. Tiene que
estar tan enamorada al llegar, que todo le de igual.

—¡Ya está enamorada! —Les miró dudoso. —¿Creéis que todavía no me

quiere? Claro que me quiere. ¡No sabéis nada de mujeres! —Se volvió subiendo

la colina hacia la cueva. —Pero voy a dejárselo muy claro para que no tenga
dudas.

—Eso, jefe. Demuéstrale quien manda. —Ronald susurró a sus amigos

—Más nos vale que lo entienda porque sino estamos muertos. —Los demás

asintieron antes de girarse hacia el lobo. —Comérnoslo estaría mal, ¿verdad?

Boyd hizo una mueca. —Mejor no nos arriesgamos a que se ponga

furiosa.

Angus entró en la cueva y puso los ojos en blanco al ver que estaba

dormida al lado de la hoguera que habían avivado. Tenía la mano agarrada a

María y sonrió porque era cierto que no tenía una pizca de rencor en su cuerpo.

Su mujer lo entendería. En cuanto se lo explicara, lo entendería. Bueno, igual

tardaba un poco en pasársele el disgusto, pero terminaría por entenderlo.


Capítulo 6

Un roce en su cuello la despertó y sonrió cogiendo la mano que la

acariciaba. —Despierta perezosa. Crul está esperando.

Abrió los ojos y gritó mirando al hombre que tenía sobre ella. Miró sus

ojos reconociendo los ojos de Angus antes de bajar la vista por su cara y él

sonrió. Dios, se iba a casar con el hombre más guapo del mundo, pensó mirando

su sonrisa y su fuerte barbilla.

—¿No te gusta?

Entrecerró los ojos y alargó la mano para acariciar su piel. —Ahora lo


entiendo todo.

—¿El qué entiendes, preciosa?

—Los lobos. Son para alejar de ti a todas las frescas que deben seguirte.

Angus se echó a reír y la cogió por la cintura pegándola a él. —Así que

te agrado.
Abrazó su cuello comiéndoselo con los ojos. —Mucho. —Miró sus
labios y se acercó a ellos, pero él se apartó levantándose de golpe. Le miró sin

saber qué ocurría. —¿Angus?

—No podemos. Todavía.

—¿Todavía qué?

—Preciosa, estamos solos, pero nos están esperando. Si te toco ahora, no


podré detenerme, así que se buena levántate y vámonos.

Seguía sin entender nada. —¿No podrás detenerte? Antes me has

besado…

—Sí, pero quiero más.

—¿Quieres más besos?

Angus gimió pasándose la mano por la nuca. —Te espero fuera.

—¡No, dime qué ocurre! ¡Luego vienen los malentendidos y creo que

estás casado!

—¡Quiero hacer el amor contigo, Greer!

Ella jadeó. —¡No puedes! ¡No estamos casados! —Levantó la barbilla


remilgada. —Pero dejo que me beses.

—Te aseguro que tú no vas a llegar virgen a la boda —dijo mirándola

como si la deseara más que a nada.

Se sonrojó. —¿Ah, no?


—¡No! ¿No estabas deseando saber lo que se sentía con lo que tengo
entre las piernas? —Ella miró su kilt sin poder evitarlo. —Pues te aseguro que

esta noche lo vas a sentir.

Se mordió el labio inferior y él gimió agachándose para cogerla por la

nuca besándola con ansias hasta tumbarla. Greer sintió algo duro que le
presionaba el vientre y se separó de él con la respiración agitada mirando hacia

abajo. —¿Qué es eso?

—¿Ya estamos otra vez?

Le miró sorprendida. —¡Crece!

—Te aseguro que a ésta aún le queda por crecer —dijo con la voz ronca.

Ella miró la entrada de la cueva y cogió la falda de su kilt. —Greer, ¿qué haces?

—preguntó apartándose.

—Quiero verlo.

La miró como si le hubieran salido dos cabezas. —¡No!

—¿Por qué no?

—Porque entonces sí que va a crecer y tenemos que irnos.

—Un poco. —Juntó las manos. —Por favor… —Miró hacia la entrada
de nuevo. —Venga, date prisa.

Angus gruñó y se levantó el kilt. Ella se quedó con la boca abierta al ver
que su miembro estaba inclinado, pero se fue enderezando poco a poco mientras

él gemía. —Preciosa, te juro que como sigas así no nos vamos.


Hipnotizada alargó la mano y la falda cayó cubriéndole mientras saltaba
hacia atrás. —Ah, no. Eso sí que no.

Le miró decepcionada, pero de pronto sonrió. —¿Me dejarás que lo

toque esta noche?

Él carraspeó mientras se moría porque le tocara. —Si te empeñas.

—Bien. —Se levantó cogiendo la manta. —Estoy lista.

Resuelta salió de la cueva y Angus gruñó mirando hacia abajo. —Piensa

en otra cosa. Piensa en otra cosa.

—¡Angus!

—Mierda.

Salió de la cueva y vio que todos ya estaban subidos a sus monturas,

incluida Greer. Sus amigos le miraron y de pronto se echaron a reír.

—Y encima ahora tienes que subirte al caballo —dijo Boyd partiéndose

de la risa.

—¿De qué se ríen? —preguntó María intrigada.

Ella miró la entrepierna de Angus. —Ya te lo cuento luego—susurró.

—¡No tienes nada que contar! ¡Qué se lo cuente Morgan!

—Ah, es verdad, que de la entrepierna de un hombre no se habla.

Boyd se apretó el vientre sin dejar de reír, pero ella no le hizo caso
porque vio como Crul pasaba por delante de su caballo. —¡Estás aquí! —Iba a
bajarse del caballo, pero Angus se subió tras ella cogiéndola de la cintura y se
detuvo en seco al sentir su miembro en la espalda. —Ya le saludarás después —

dijo él con voz ronca—. Está bien. Ya no sangra.

Pendiente de eso que tenía en la espalda sonrió. —Ajá…

—¿Queréis que nos adelantemos? —preguntó Ronald divertido.

—Cierra la boca. —Inició el camino adelantándose y gruñó cuando ella


movió el trasero hacia atrás. —Preciosa no hagas eso.

—¿Te hago daño?

—Greer deja de hablar de ello o no se bajará —siseó como si estuviera

sufriendo.

—Pues háblame de nuestro clan.

Eso bajaba la libido a cualquiera. —¿Y qué quieres saber?

—No sé —dijo muy ilusionada—. ¿Es bonito aquello?

—El sitio más bonito de Escocia —dijo Boyd orgulloso.

Angus le fulminó con la mirada. —Me ha preguntado a mí.

—Ya, pero como no contestas…

—¡Porque no me has dejado!

—Estás algo irascible. ¿Por qué será?

Sus amigos se partieron de la risa. —Descríbeme cómo es.

—Cielo, lo vas a ver en unos días.


—Imagínate que no llegamos —protestó ella.

—¿Con un ejército de lobos no vamos a llegar? ¿Eso crees?

—Tenemos un precioso acantilado que alcanza el infinito y el mar es

verde del color de tus ojos —dijo Boyd haciendo que todos le miraran—. Y

nuestros campos son llanos y muy productivos. Pastos verdes hasta el horizonte.

Nuestro castillo está en el centro de nuestras tierras y allí vive el Laird con su
familia.

Ella miró a María que puso los ojos en blanco. Se suponía que su padre

no tenía familia y ella no vivía con él.

Angus carraspeó. —Pero ahora solo la ocupa tu padre, por supuesto.

—Por supuesto… ¿Y no es una casa muy grande para un hombre solo?

—Viven más personas con él —dijo Morgan rápidamente—. Angus por

ejemplo y su hermana. Además de su madre que se encarga de la casa.

—Tu madre —dijo ilusionada mirando al frente—. Espero que nos


llevemos bien. —Los hombres se miraron y Ronald hizo una mueca. —Estoy

deseando conocerla. Se tomará bien nuestro matrimonio, ¿verdad? Ya verás lo


bien que administro. Me ha enseñado la Madre superiora. ¿Tenemos cabras?

—Sí —respondieron todos a la vez rápidamente.

—Me sale un queso buenísimo. Ya verás, conmigo conseguirás dinero.

Un clan tiene que tener dinero. Es extraño porque la Madre superiora me dijo
que éramos ricos. Pero claro han pasado muchos años. Tu madre no debe
administrar muy bien. —Los hombres carraspearon. —La mujer de un Laird

debe llevar la administración de un clan. Me lo ha dicho la Madre superiora y

por si acaso me lo ha enseñado todo. Porque los hombres se encargan de las

tareas pesadas y de la defensa del clan. ¿A que sí? —Miró a Angus sobre su
hombro y él asintió haciendo que sonriera de oreja a oreja. —María me ayudará.

Puede vivir con nosotros, ¿verdad?

—Bueno, en realidad…

—Claro que puede vivir con nosotros. No querrás que esté incómoda en

mi propia casa porque no conozca a nadie.

—No, claro que no.

María sonrió radiante. —¡Cariño vamos a vivir en la casa del Laird!

Morgan se encogió de hombros. —Perfecto, así me ahorro construir

nuestra casa.

—Bueno, solo los primeros años porque si tenemos muchos hijos no

queremos molestar —dijo María encantada.

Angus miró a Boyd diciéndole con los ojos que le ayudara. Su amigo
carraspeó. —¿Y no queréis tener vuestro propio hogar de momento? Cuando uno

se casa…

—Tonterías —dijo María—. Mi amiga me necesita y hago lo que sea


necesario para poner el clan a punto. Tenéis ovejas, ¿verdad?

—No muchas —contestó Morgan haciendo una mueca.


—Da igual. Lograremos sacar dinero —dijo Greer convencida—. Pero a
tu madre sí que habrá que hacerle una casita, cariño. No quiero conflictos por

quien dirige el clan.

—Lo dirigiré yo —gruñó Angus.

—Ya, pero con mi ayuda. Hay muchas cosas de las que tú no puedes

encargarte. Tranquilo que yo estoy aquí. A tu lado. Para siempre.

María reprimió la risa desviando la cara y Greer sonrió a los hombres. —

¿Cómo os protegéis de los enemigos? ¿Tenéis empalizada?

—Sí. Eso nos ha librado de que el clan haya desaparecido.

—Es extraño todo lo que ha cambiado el clan desde que yo no estoy allí.

—¿Por qué lo dices?

—Oh, porque la Madre superiora… la primera que me acogió, era de mi

clan y no me había contado nada de esto. —Los hombres se miraron

sorprendidos. —Ni que había castillo, ni que estábamos cerca del mar… —
Frunció su precioso ceño. —De hecho, me dijo que nuestra aldea estaba en lo

alto de una colina y que estaba amurallada.

—¿Era mayor la mujer? Seguro que era eso —dijo Morgan rápidamente.

—Murió con cuarenta años. De unas fiebres.

María intentaba retener la risa y ella le advirtió con la mirada. Tenían


unas caras que ya no sabían qué decir.
—Por eso pregunté lo de la empalizada porque… o hablamos de otro
clan o la Madre superiora no dio una.

—Esa mujer no recordaba bien. Seguro que se fue del clan muy jovencita

al convento —dijo Boyd rápidamente.

Ella sonrió. —Sí, seguro que es eso. O que no era de mi clan y engañó a

mi padre, que también puede ser.

Boyd carraspeó —Era monja, ¿cómo va a mentir?

—Uy, soltaba mentiras como puños.

—¿De verdad? —preguntó Angus impresionado.

Se echó a reír. —Una vez dijo que mi madre era especial. La mujer más

hermosa de las Highlands, me dijo. Y que yo sería como ella. —Los hombres

hicieron una mueca. —Y no solo eso, también me dijo que ella podía ver el

futuro en el… —Perdió la sonrisa poco a poco.

—En el agua de los ríos en noche de luna llena.

Se volvió mirando a Angus sorprendida. —¿Es cierto?

—Sí, preciosa. Es cierto. Tu madre era especial. Como tú.

—Y sí que era hermosa —dijo Morgan como si recordara recibiendo un

codazo de María.

—¿Me parezco a ella? —preguntó preocupada.

—Mucho —respondió Angus—. Tu padre se va a quedar impresionado


cuando te vea.

Miró al frente pensativa. —Entonces si la Madre superiora no me


mentía…

—¿Qué más te contó? —preguntó Boyd interesado.

Miró a María de reojo y Angus se tensó detrás de ella. —¿Greer?

—Que las mujeres de mi familia morían en el parto —dijo pensativa.

—Eso no te va a pasar a ti. Igual tu madre tuvo un presentimiento sobre

ella misma.

—¿Mi abuela murió en el parto?

—No lo sabemos. No habíamos nacido, cielo —dijo rápidamente.

—Pues ya que lo dices mi madre lo comentó una vez y… —Todos

miraron a Boyd como si fuera idiota. —Seguro que era otra mujer. Yo nunca

atendía a lo que comentaba mi madre.

—Así saliste —dijo Ronald tras él.

—No te preocupes —le dijo Angus al oído —. A ti no te va a pasar nada.

Se apoyó en su pecho y él la besó en la sien. —¿Entonces por qué mi

mayor miedo es no darte hijos?

Angus apretó los labios. —La monja te dejó eso dentro y lo has
recordado. Eso es todo. Pero tu madre no habló de ti. Seguro que hablaba de su

madre o de un presentimiento que tuvo de ella. No le des más vueltas.


—Que chivata la monja —le dijo Boyd a Ronald.

—Ya podía haber cerrado la boca. Que ganas de amargarle la vida. —


Ronald la miró de reojo.

—No debes preocuparte por eso, amiga. —María la miró sonriendo—.

Cuando se te mete algo en la cabeza no hay quien te pare. Lo que te haya dicho

esa mujer no debe afectarte. Tendrás muchos hijos bien hermosos. Ya verás.

Forzó una sonrisa. —Sí, tenéis razón. Es una tontería. No hablaba de mí

sino en general.

Angus asintió. —Precisamente.

—Así que tenéis empalizada —dijo María rápidamente queriendo


cambiar de tema.

—Oh, sí. Queremos construir una muralla de piedra, pero para eso

tenemos que esperar a que las cosas se calmen —respondió Morgan.

—¿Cómo se llama el clan que os acosa? —Greer miró a Angus


levantando una ceja. —¿Quién os ataca?

—Los McLellan. —Angus miró de reojo a sus amigos que asintieron con

vehemencia.

—¿Y cuál es la razón de ello?

—Éramos aliados. Incluso amigos porque nuestras tierras lindan por el


oeste. —Ella asintió. —Pero un día se presentaron en el clan cinco hombres

acusándonos de haberles robado cinco vacas. Esa noche apareció muerto todo un
rebaño de ovejas. —Greer le miró sorprendida. —Para nosotros fue un golpe
muy duro porque ese invierno perdimos recursos, pero aun así no les atacamos.

—¿Por qué no os defendisteis?

Angus apretó los labios con rabia. —El Laird no quiso. Dijo que había

sido un malentendido. Fue al clan McLellan y le trataron como antes. Como a un

invitado querido, pero en cuanto regresó nos atacaron. Intentaron quemar la


empalizada, pero no lo consiguieron. Aun así, las casas que estaban fuera de la

barrera fueron calcinadas y mataron a los animales. Desde entonces lo han

intentado dos veces más en unos meses. No solo han arruinado el clan, sino que

han muerto muchos hombres protegiendo el castillo.

—¿Y ellos son ricos?

Angus asintió. —Y no solo eso. Tiene guerreros muy bien formados y yo

no tengo casi hombres. Además, ellos siguen como antes de empezar todo esto,

mientras que nosotros lo hemos perdido todo.

Greer pensó en ello. Qué guerra más absurda. Y no solo eso. Parecía que
el clan de su padre estaba realmente ofendido porque habían llegado a atacar el

castillo. Generalmente cuando un clan entraba en guerra no llegaban a un ataque


tan directo a no ser que la afrenta fuera considerable. La mitad de los clanes

estaban en guerra con unos o con otros, pero eran más reyertas que otra cosa.
Eso impedía entrar en sus tierras. Se robaban los unos a los otros, pero una

invasión real como en este caso era extraño a no ser que se sintieran realmente
ofendidos. La Madre superiora le había dicho hacía un par de años que su clan
había sido invadido cuando era niña, pero que había ocurrido cuando habían

matado a la hija del clan vecino en una incursión. Había sido un error al intentar

robarles y lo pagaron con creces. Le extrañaba que su padre iniciara una guerra
así sin ninguna provocación.

—¿Y nuestro Laird no hizo nada que pudiera ofender al clan rival?

Angus se tensó. —No. Eso es lo que más rabia nos da.

—¿Y vuestros aliados?

—¿Aliados? —preguntó Boyd irónico—. En cuanto tuvieron


conocimiento de que necesitábamos su ayuda, se desentendieron. Dos de ellos ni

dejaron dormir al mensajero en el clan porque los McLellan no se sintieran

también ofendidos.

—Les intimidan.

—Intimidan a todas las Highlands, Greer. Desde hace unos años son el

clan más poderoso del norte. Nosotros resistimos a duras penas —dijo Angus
preocupado—. Espero que no hayan atacado en nuestra ausencia y nuestro

pueblo siga allí.

—Claro que sí —dijo ella acariciando su brazo recostada en su pecho—.


Ya verás como todo va bien. —Miró a su amiga que apretó los labios
preocupada. —Pero sigo pensando que si los hechos fueron así, los ofendidos

sois vosotros y ese ataque es desmedido.


—Fueron así —dijo Boyd ofendido—. ¿Dudas de nuestra palabra?

Bueno, aquello era el colmo cuando estaban mintiéndole desde el


principio. María negó con la cabeza al verla entrecerrar los ojos, pero ella no

hizo caso mirando a Boyd que encima parecía ofendido. —¿Qué si dudo de

vuestras palabras? Pues ya que lo dices…

Boyd jadeó. —¡Cómo te atreves! ¡No estabas allí!

—No. Por eso pregunto. ¡Pero está claro que ese clan está gravemente

ofendido y no es por unas vacas!

—Lo que ocurre es que quieren nuestras tierras, Greer —dijo Angus
molesto.

—¿Cuando son ricos? ¿No tienen tierras de sobra?

Los hombres se miraron. —Pues quieren más —dijo Ronald empecinado.

—Menuda mentira.

—¡Greer! —exclamó Angus sorprendido.

—¡No sabéis la razón! ¡Os la habéis inventado! ¿El Laird McLellan os ha


dicho la razón? ¿Le habéis visto dar la razón a alguien?

—¿Dudas de la palabra de tu padre? —preguntó Angus entre dientes.

Se volvió para mirarle a los ojos. —¿De mi padre o del tuyo?

Angus perdió el color de la cara al ver en su mirada que lo sabía todo. —

¿Cuándo te has enterado?


—Me lo dijo María.

—¡María! —exclamó Morgan enfadado.

—¡Es mi amiga! ¡No podía dejar que no lo supiera! ¡Ves como no ha

pasado nada!

Angus miró a su amigo fríamente. —Gracias.

Morgan hizo una mueca. —Mujeres. No saben guardar un secreto.

—¿Como tú? —preguntó Boyd molesto mirando a Greer de reojo como

si temiera que fuera a saltar del caballo en cualquier momento.

—Preciosa…

—¡No me llames preciosa! —le gritó a la cara—. ¡Me has mentido desde

el principio y sigues haciéndolo cuando vas a ser mi marido! —Eso pareció

aliviarle. —¡No, no pongas esa cara porque me tienes muy enfadada!

—¡Estoy intentando salvar mi clan!

—¡A mi costa!

—¡No te va a pasar nada!

—¡Claro que no, porque mi padre no me haría daño! ¿Y el tuyo? ¡O

piensa cortarme una mano para enviársela a mi padre!

—No la reconocería. Como hace tanto que no te ve… —dijo Morgan


ganándose una mirada de odio de Greer—. ¡Es la verdad!

—Lo hizo para protegerme. ¡Me lo dijo la Madre superiora! ¡Me dejó allí
por mi bien!

—¿De veras? ¿El clan más poderoso de las Highlands te llevó allí para
protegerte? ¿De quién? Nunca he oído que se sintieran amenazados por otro

clan. Nadie se atrevería. —dijo Angus cortándole el aliento.

Le miró a los ojos. —¿Me estás diciendo que me tenían miedo?

—No sé lo que ocurrió, pero lo que sí sé es que desde niño nunca he


escuchado que un clan amenace a los McMurray. ¡Todo lo contrario!

Le miró asustada. —¿Qué quieres decir?

—Todos les temen, Greer —dijo Ronald preocupado—. Cuando pedimos

ayuda a nuestros aliados ninguno se atrevió a ponerse de nuestro lado. A


Geordan McMurray todo el mundo le teme. Nosotros vivimos tranquilos muchos

años porque Cameron, el padre de Angus, era su amigo, pero algo cambió. De

hecho, Cameron estuvo en tu casa la noche en que naciste. Estaba allí para la

fiesta de la cosecha de primavera y naciste tú. Todavía recuerdo el día que

regresó diciendo que eras la niña más hermosa de las Highlands.

—Si eran tan amigos tenía que saber la razón para alejarme —dijo

ansiosa—. ¡Cameron sabía dónde estaba!

—Mi padre nunca nos dijo la razón. Creímos que había sido por el
fallecimiento de tu madre o al menos fue lo que mi padre insinuó.

—¿Y si todo ocurre precisamente por eso? —Todos miraron a María.

—¿A qué te refieres?


—¿Y si tú o tu paradero es la razón de los ataques al clan? Cameron
sabía dónde estabas. Debía ser de los pocos que lo sabían. ¿Y si los ataques son

por esa razón?

—Pues ha conseguido todo lo contrario, porque al sentirnos amenazados

hemos venido por ella —dijo Angus muy tenso.

—Pero si yo fuera el padre de Greer y después de tantos años quisiera


que tu padre me tuviera miedo, le atacaría para que pensara en cómo protegeros

en lugar de provocar un ataque aun peor al venir a rescatarla. Le iría quitando

recursos poco a poco hasta dejarle casi sin nada. Ni se me ocurriría ir a por su

hija para provocar un ataque que no puedo repeler.

—¿Crees que durante el último año ha seguido esa estrategia? ¿Para qué?

¿Con qué razón? —preguntó Morgan intrigado.

—Porque teme algo de Cameron. Él sabe algo que puede hacerle daño de

alguna manera.

Todos se quedaron en silencio pensando en ello y Greer apretó los labios


porque las palabras de María no eran descabelladas. Cameron sabía su paradero

y era amigo de su padre. Nunca había pasado nada hasta hacía dos años. Lo que
indicaba que antes eran amigos. Y su padre de repente busca una excusa para

atacarles… ¿Por qué?

—Por eso no enviaba a más hombres. Siempre me ha intrigado por qué


se iban en lugar de insistir hasta aplastarnos —susurró Ronald—. Nos sitiaban,
pero siempre se iba en un par de semanas.

—Y os atacaban de nuevo pasado un tiempo. Su objetivo no era acabar


con vosotros. Su objetivo era mermar vuestros recursos. Vuestros animales y

vuestros hombres hasta hacerlos intranscendentes para ellos.

—Nosotros no les hubiéramos atacado nunca. Nuestras relaciones eran

excelentes —dijo Angus sin creerse una palabra.

—Puede que no. Pero si lo que dice María es cierto, puede que tu padre

supiera algo de Geordan que podía afectarle precisamente ahora.

Greer miró a Crul a los ojos y supo que no le mentían. Su padre había
actuado así por una razón y tenía que ver con ella.

—Estáis equivocados —dijo suavemente teniendo un presentimiento—.

Atacó a vuestro clan para que ningún clan os apoyara si tu padre contaba algo.

Quería ver con que recursos contabais y con qué aliados.

—¿Nos apoyaran en qué, preciosa?

Ella se volvió para mirarle a los ojos. —En defenderos de sus planes.

—¿Y qué planes puede tener? —preguntó Angus molesto.

Sus amigos la miraron y ella sonrió con tristeza. —¡Si ni se ha


preocupado por mí en dieciséis años!

—Tu madre leía el futuro —dijo Morgan muy serio—. ¡Y un grupo de


los McMurray iba hacia el convento!
A ella se le cortó el aliento. —¿Qué?

—Preciosa, cuando estabas subida al árbol pasó un grupo McMurray en


dirección al convento. Y están muy lejos de sus tierras, te lo aseguro.

—¿Crees que iban a buscarme?

—Es una posibilidad.

—Tu cumpleaños —dijo María abriendo los ojos como platos—. Es en

unos días.

—Quedan tres días. En tres días cumplo dieciocho.

Angus miró a sus amigos. —Necesitamos tres caballos. Debemos darnos

prisa por llegar a casa.

—Deberíamos cabalgar día y noche para llegar a tiempo. Nos llevará al

menos cinco días regresar —dijo Morgan preocupado.

—Si los McMurray han ido al convento a buscarla, sabrán que nos la

hemos llevado nosotros. Nos atacarán para reclamarla y esta vez sin piedad. Si

no estamos allí…

—Si los lobos no están allí acabarán con el clan. ¿Eso es lo que quieres

decir? —preguntó ella con ironía.

Angus se tensó. —Cielo, no sé lo que está ocurriendo, pero hablamos de


mi clan, de mi familia… de nuestras familias.

Ella agachó la cabeza y se miró las manos. Le estaban pidiendo que


traicionara a su clan. —Eres injusto. Quieres que te apoye cuando me has

mentido desde el principio.

—Entonces hablarás con mi padre. Ya que él tiene la clave de todo.

—Hasta que no hable con él no os ayudaré. No traicionaré a mi clan sin

una razón poderosa.

Angus asintió. —Entonces habrá que darse prisa por llegar antes que
ellos.

A partir de ahí no hablaron mucho porque Angus lo único que quería era

encontrar unas monturas adecuadas para todos. Harta de dar vueltas vio que

estaba oscureciendo. —Dejadnos aquí —dijo ella mirando como el sol se

ocultaba—, solo os estamos retrasando. Id vosotros tres a buscarlos. Nos

quedamos aquí con Boyd y Crul. —Angus iba a protestar. —Está oscureciendo,

Angus. Así iréis más rápido. Sabes que con Crul no nos pasará nada y Boyd solo
os retrasa.

Boyd asintió. —Es lo mejor. Así ellas descansarán y comerán algo.

Morgan dejó bajar a María, pero Angus no estaba de acuerdo. —Greer…

—Hablaremos cuando vuelvas. —Forzó una sonrisa dispuesta a bajar,

pero él la cogió por la nuca para que le mirara a los ojos. —Estás perdiendo el
tiempo.
—Sigues siendo mi mujer. —La besó apasionadamente y Greer
respondió necesitando sentirle. Él se apartó lentamente y apoyó su frente en la

suya. —Preciosa, no dudes de mí. Sé que todo lo que ocurre te hace dudar de lo

que siento por ti, pero te juro que nada nos separará.

Ella le miró a los ojos angustiada. —¿De verdad?

Besó suavemente sus labios y se sintió amada. —Nada nos separará. —


Greer sonrió y cogió su mano que la bajó hasta el suelo. —Volveremos lo antes

posible. No os mováis de aquí.

—Cuidaros mucho —dijo preocupada—. No hagáis tonterías.

Él sonrió hincando los pies en su montura y los tres se alejaron a galope.

Boyd se acercó a ella para ver como se iban. —Tranquilas, ahora que es de

noche podrán robar los caballos con más facilidad.

—Ya, ¿pero dónde los van a encontrar? —preguntó María.

—El clan McCaskill está cerca. Podrán robarlos de la aldea si hay suerte.

Greer se mordió el labio inferior. —Preparemos la cena. —Se acercó a su

lobo y se agachó a su lado acariciando su cuello. —¿Cómo te encuentras,


amigo? ¿Puedes traernos una buena cena para cuando regresen los hombres?

Crul le lamió la cara antes de alejarse y ella sonrió al escuchar a Boyd

que se frotaba las manos. —Voy a encender una hoguera.

María se acercó a ella preocupada. —¿Estás bien?

—Es extraño. Toda la vida he deseado conocer a mi padre y en este


momento no sé qué pensar. Nunca se ha preocupado por si estaba bien en todos
estos años y ahora va a buscarme. —Suspiró pasándose una mano por la frente.

—No sé qué está ocurriendo.

—No te apures. Al final descubrirás la verdad y tomarás la decisión

correcta. —Esa frase pasó por su mente y la reconoció de un sueño. Miró a su


amiga sorprendida recordando las risas de la mujer y el color de sus ojos. María

la cogió por los hombros. —¿Qué te ocurre?

—Nada. —Forzó una sonrisa. —Busquemos leña o Boyd no terminará

nunca.

—¡Te he oído!

Se echaron a reír y María la distrajo un rato pues también debían buscar

agua. Los tres bebieron de un riachuelo y Greer se aseó como pudo cuando nadie

miraba. Había terminado cuando llegó Crul con la segunda pieza de caza. Tenía

la sensación de que no los había cazado él por lo poco que había tardado, pero

tampoco podía preguntárselo así que lo dejó pasar.

Horas después estaban sentados ante el fuego y éste se estaba apagando.

Greer cogió una rama pensando en avivarlo cuando salió un fogonazo de la


hoguera que les dejó con los ojos como platos. —¿Qué ha sido eso? —preguntó

sorprendida con la rama aún en la mano.

—No lo sé. Pero casi me quema las cejas —dijo Boyd impresionado
sacando el palo que mantenía la cena de los demás caliente. La liebre estaba muy
tostadita.

María tenía los ojos como platos y ella gimió por dentro. —Por favor,
decidme que no he sido yo.

La miraron sin saber qué contestar, pero elevaron sus caras hacia el cielo

donde la luna brillaba casi llena. —Mierda —susurró Greer para sí.

Boyd rio sin ganas. —¿Cómo ibas a ser tú? Ha sido el viento.

—¿Tú crees?

—¿En qué estabas pensando cuando ocurrió? —preguntó María sin salir

de su asombro.

—En avivar el fuego.

—Oh… —Su amiga forzó una sonrisa. —Pues menos mal que no

pensabas en encenderlo, sabe Dios lo que hubiera pasado.

Boyd se levantó a toda prisa. —Vamos a ver, que ya os estáis imaginando

cosas. —Juntó ante ella unas ramitas. —Enciéndelo.

—¿Cómo?

—¿Y yo qué sé? ¿Tú eres la que hace cosas raras?

Entrecerró los ojos. —Me eres muy antipático.

—Gracias. Enciéndelo.

—Solo esas ramitas —puntualizó María—. No queremos que incendies


el bosque con nosotros dentro.
—Muy graciosa. —Miró el montoncito de ramas y pensó en que se
encendiera. Una llamita apareció entre las hojas, para después chisporrotear

encendiendo las ramas que tenía encima, dejándolos a todos con la boca abierta.

—Vale, ya tenemos la comida que nos proporciona Crul y el fuego. ¡Está

claro que puedes recorrer las Highlands tú sola! —dijo Boyd muy molesto.

María acercó la mano a la llama y Greer asustada la cogió por la muñeca.


—¿Qué haces? ¿Has perdido el juicio?

—¡Es de verdad!

—¡Claro que es de verdad!

—Pensemos. Te ha dado la luna de nuevo y tienes otro don —dijo Boyd


pasándose la mano por la barbilla.

—Un don muy poderoso —dijo María con admiración.

Hizo una mueca sin darle importancia antes de mirar a Boyd que seguía

hablando. —Tienes tanta fuerza como un hombre.

—Tiene más fuerza que tú.

—Eso es lo que he dicho —gruñó haciéndolas sonreír—. Los lobos te

obedecen y ahora haces fuego. —Chasqueó la lengua apartando su melena negra


de su hombro con un golpe de cabeza antes de mirarla a los ojos. —Muchos
dirían que eres una bruja.

Jadearon indignadas. —Menuda mentira. Son dones. ¡Se los ha dado

Dios porque es especial!


—¿Y eso cómo se llama? ¡Una bruja de toda la vida!

María le miró como si quisiera que le cayera un rayo. —Tienes suerte de


que yo no tenga esos dones. ¡Ya estarías criando malvas!

—¿Soy una bruja? —Parpadeó sorprendida. Aunque era lógico porque su

madre veía el futuro.

Miró hacia arriba y Boyd gritó —¡Deja de mirarla!

—Este hombre es tonto —dijo María exasperada.

—¿Perdona?

—¡Da igual que la mire! ¡Su influjo le afecta igual!

—¡Pues a ver hasta dónde llega porque yo estoy empezando a ponerme

nervioso! —Las chicas se miraron y sin poder evitarlo se echaron a reír. —

¿Qué? ¿Qué es tan gracioso?

—Llevas nervioso desde el ataque de los lobos. Ni te acercas a Crul.

—Y tú tampoco —le replicó a María.

—Es que soy precavida.

Boyd se sentó a su lado. —¿Crees que podrás hacer que caigan rayos y

que llueva?

—¿Y para qué quieres que haga eso? —preguntó sorprendida.

—Para apagar los fuegos que ocasiones por error…

María asintió. —Sería práctico.


—¿Queréis callaros de una vez? ¡Me estáis poniendo nerviosa! —Un
trueno sonó en el cielo y todos miraron hacia arriba. —Ay, madre —gimió sin

ver una sola nube.

—¿Una casualidad? —preguntó María mirando de un lado a otro.

—Piensa en un trueno.

—¡No quiero pensar en nada!

Otro trueno resonó con fuerza poniéndole un nudo en la garganta. —

Piensa en un prado verde. Hace un sol de justicia —dijo Boyd preocupado—.

¡No pienses en rayos que puede que nos caiga uno!

—¿Y para qué hablas de ellos? —gritó medio histérica. Un rayo cayó
sobre la hoguera y chillaron levantándose de golpe, corriendo en distintas

direcciones. Crul que estaba descansando, levantó la cabeza y gruñó antes de

recostarse de nuevo como si nada.

Greer detrás de un árbol miró la hoguera refunfuñando —Ya no tienen

cena.

Boyd la miró fijamente con los brazos en jarras. —¡A ver si te controlas!

—¡Cállate Boyd! —Miró a su alrededor y María salió de detrás de otro


árbol. —¿Estás bien?

—Claro. —Se tocaba una mano y asustada se acercó a ella para cogérsela

con cuidado. Tenía una quemadura en el dorso. —No es nada. Un rescoldo de la


hoguera me cayó encima, pero no es nada, de verdad.
—Claro que sí. Te tiene que doler mucho —dijo angustiada.

—Métela en el agua. Eso alivia —dijo Boyd tras ellas.

De repente sobre ellas cayó un chaparrón que las empapó de arriba abajo

y atónitas se miraron a los ojos. —Ya está bien —dijo María—. Ya tengo

bastante agua.

—Sí, creo que ya está bien —susurró ella impresionada.

Boyd se echó a reír a carcajadas. —¿Estaba fría? Habéis puesto una

cara… —Un chaparrón cayó sobre él cortándole la risa de golpe. —Eso no ha

tenido gracia.

María soltó una risita. —Hazlo otra vez.

—¡No! —Apenas había terminado cuando le cayó el agua encima y

gruñó con todo el pelo sobre la cara, haciendo reír a María cuando movió el

cabello de un lado a otro salpicándolas.

En ese momento escucharon los cascos de unos caballos y Crul se


levantó poniendo tiesas las orejas. —Escondeos. —María puso los ojos en

blanco y Boyd bufó. —¡Al menos aparentad que os defiendo!

—¿Para qué?

Boyd gruñó. —Pues tienes razón.

Se volvió a meter la espada en el cinturón antes de sentarse


tranquilamente. Los caballos se acercaron y Greer entrecerró los ojos al no ver el

caballo de Angus. María gritó al ver que Morgan que iba el primero tenía un
corte en el brazo. Corrieron hasta ellos y Greer preguntó asustada —¿Qué ha
pasado?

—Una mujer dio la alarma cuando estábamos cogiendo los caballos.

Angus no quería dejarlos y le han cogido.

Ansiosa miró su brazo. —¿Estás malherido?

—No quería dejarle allí, pero me ordenó que te llevara a casa cuanto
antes.

Ronald bajó del caballo y puso las manos en las rodillas agotado. —

Cuando le vi por última vez se tiraban sobre él —dijo cuando recupero el aliento
—. No sé si le habrán matado.

Greer palideció sintiendo que el miedo la recorría. —Eso no puede pasar.

¡Está vivo!

Ronald levantó la cabeza. —Eran seis, Greer. Y todos iban armados.

—¡Puede que esté herido, pero no está muerto!

—¿Cómo lo sabes?

—¡Lo sé! —Cogió el caballo de Ronald por las riendas y éste se las

agarró. —¡Voy a ir a por él!

—¡Ni hablar! ¡Tú eres la única esperanza que tiene mi pueblo!

—¡Y él es la única esperanza que tengo yo! —Le empujó por el hombro
tirándolo al suelo y se subió al caballo rápidamente. —¡Crul!
Su lobo aulló antes de seguir su caballo. No podía perder el tiempo y el
lobo se puso ante ella mostrándole el camino. Vio las hogueras en cuanto subió

la colina. Eran al menos cuarenta chozas y para la hora que era de la noche, era

obvio que los de la aldea estaban alterados porque se encontraban en lo que


parecía un patio ante una choza más grande. Escuchó los gritos desde allí y

entrecerró los ojos. Miró a su lobo. —Déjame a mí. Si tengo problemas, ven a
ayudarme. Solo si estoy en problemas, Crul.

Su lobo gruñó mostrando sus dientes, pero no se movió de allí siguiendo

sus órdenes. Bajó la colina montada en el caballo y alguien debió verla porque

sonó un cuerno en señal de alarma. Varios hombres armados se pusieron ante

ella con espadas. Levantó la barbilla sin mostrar miedo, aunque por dentro

estaba temblando, pensando en lo que le podía haber pasado a Angus.

—¿Qué quieres? —gritó un hombre mayor que tenía una enorme barriga.

—Vengo a por mi hombre y más te vale que esté vivo, viejo.

—¿Vivo? —Se echó a reír. —Sí, todavía está vivo. Pero no por mucho

tiempo. —La señaló con la espada. —Crees que podéis venir a robarnos y que
no vamos a impartir justicia.

—Dame a mi hombre. No te lo digo más.

—¡Atrapadla!

Uno de los hombres tiró la espada al suelo y dio dos pasos hacia ella

antes de que un rayo le alcanzara desplomándolo. Sin dejar de mirar al viejo a


los ojos siseó —Quiero a mi hombre y tres caballos o arraso la aldea.

El hombre dio un paso atrás. —¡Traedle!

Greer ansiosa por verle giró el caballo cuando se puso nervioso y una

flecha rozó su brazo. Ella gritó de rabia porque no quería hacer más daño.

Cuando vio que el hombre que la había lanzado llevaba la mano atrás para coger

otra flecha, provocó que el arco se incendiara en sus manos haciéndolo chillar de
dolor. —¡Aprisa! —gritó ella.

Dos hombres salieron corriendo y Greer señaló a su jefe. —Diles que se

estén quietos o te juro que mañana vas a tener que reconstruir tu clan.

—¡Quietos! ¡Lo ordena el Laird!

Cuando vio como dos hombres llevaban de los brazos a Angus que casi

no podía caminar, algo se revolvió dentro de ella. Furiosa esperó a que los

hombres se apartaran para dejarle pasar y cuando llegó hasta ella, Greer le cogió

por la barbilla para levantarle el rostro que estaba lleno de golpes. —Subidle a

uno de los caballos —ordenó antes de mirar al Laird—. Porque comprendo


cómo te sientes no te mato ahora mismo por tocar lo que es mío. —El hombre

suspiró de alivio. —Él hizo mal y merecía el castigo. —Le miró maliciosa. —
¿Pero seis contra uno? No, eso es ensañarse. Las penitencias deben pagarse en su

justa medida. Y él no llegó a robar nada. —El viejo palideció. —¿Diste tú la


orden?

—La di yo. —Un joven de unos veinte años dio un paso adelante.
—¿Tu hijo?

—Por favor, no le hagas nada. Es mi único hijo.

Greer miró al chico que no mostraba miedo. Al menos tenía valor. —

Acércate.

Se acercó hasta ella y Greer sonrió antes de cogerle por el cuello

levantándole del suelo. El chico la cogió del brazo quedándose sin aire. —
Aprende a impartir justicia o no serás un buen Laird. —Le tiró al suelo con

fuerza y el chico rodó por la hierba hasta chocar con las piernas de su padre. —

Gracias por los caballos. Intentaré devolvérselos sanos y salvos.

El hombre la miró asombrado y asintió antes de que ella cogiera las

riendas que le tendían mirando hacia atrás, donde Angus estaba prácticamente

tumbado sobre el lomo del caballo. Esperaba que no se le cayera por el camino.

Subieron la colina y al llegar arriba allí estaban Boyd y Ronald en la penumbra.

Crul gruñó y ella le guiñó un ojo a Ronald que parecía que había visto un

fantasma. —¿Qué ha ocurrido ahí abajo?

—Nada. Se ha caído un rayo. ¿Te lo puedes creer? —Negó con la cabeza.

—Ya, pues es lo que ha ocurrido. Llevemos a Angus a un sitio seguro. No me fío


de que no quieran venganza y nos sigan.

Ronald cogió las riendas de su mano y Boyd se acercó a agarrar a Angus

por el cabello levantando su cabeza. Hizo una mueca. —Le han pegado con
ganas.
—Sí, ¿crees que se pondrá bien?

Dejó caer su cabeza. —Tranquila. Tiene la piel más curtida de lo que


crees.

Asintió preocupada antes de hincar los talones en su caballo. Crul corrió

a su lado de regreso al campamento y ella vio como varios lobos se retiraban

bajando por la colina.

En cuanto llegaron a donde sus amigos esperaban, se bajó del caballo

rápidamente para acercarse a Angus que estaba inconsciente. Le bajaron con

cuidado acercándole al fuego. Pudo ver los golpes que tenía en el torso y el corte

en una pierna. Se rasgó el vestido y María susurró —Te vas a terminar quedando

sin él si sigues así.

—Pues ya no tengo otro. —Escuchó un gemido y se acercó a la cara de

Angus. —¿Cariño?

Él abrió los ojos sorprendido y gritó —¿Qué haces aquí? —Sus amigos

se colocaron sobre ella y gruñó —¿Cuándo vais a seguir las órdenes?

—Jefe, no te enfades. Es que tu mujer es difícil de convencer —dijo

Boyd divertido.

Ella le besó por toda la cara. —Tenía que haber ido yo desde el principio.
Pero ya he aprendido la lección.

—¿Estás diciendo que no puedo ocuparme de robar unos caballos,


mujer?
—No, claro que no. —Se acercó a la pierna y echó un vistazo a la herida
que no era demasiado grande. Rodeó la herida con un pedazo de tela de su

vestido. La verdad es que por lo que veía, había salido muy bien parado. —

Seguro que robas muy bien normalmente.

—Pues no creas que se le da demasiado bien —dijo Boyd ganándose una


mirada fulminante de su amigo—. Cierto, robas como si fueras una sombra. Una

sombra enorme, pero una sombra.

—¿Cómo me habéis sacado de allí?

—¡Creo que deberías tener una conversación con tu mujer! —Ronald se

cruzó de brazos. —Al parecer le ha dado la luna, pero bien.

Gimió cerrando los ojos. —Preciosa, no me digas que hay más lobos.

—No, aunque no los he contado.

Él abrió los ojos y ella forzó una sonrisa. —Tenemos que irnos. —La

cogió por la muñeca para que no se moviera. —Nada, puedo hacer fuego. Eso es

todo.

—¿Eso es todo? —Boyd la miró sorprendido. —¿Por qué le mientes si se


va a enterar?

—¡Era para no decírselo todo de golpe!

Morgan y Angus la miraban sin comprender mientras Ronald

carraspeaba. —No es que lo pueda hacer, jefe. ¡Es que puede hacer que aparezca
de la nada!
—De la nada, de la nada… De algún sitio tiene que venir.

—Joder —susurró Angus.

—Pues cuando te enteres de lo demás. —Boyd se partía de la risa y ella

entrecerró los ojos. —¡No! —El torrente de agua ya le había empapado.

—Era para demostrárselo.

Angus se sentó de golpe mirando a su amigo de arriba abajo. —Eso es…

Ella se incorporó rápidamente. —¿Nos vamos?

—Pero…

Miró a Ronald fijamente y éste dio un paso atrás. —Nos vamos, nos

vamos.

—Greer…

Suspiró girándose a Angus que estaba pálido. —No es nada.

—¡Nada! ¿Cómo que nada?

Un rayo cayó tras ellos y Angus parpadeó antes de mirarla a los ojos. —

Muy… práctico.

Ella sonrió radiante. —¿Verdad que sí? Si algún día me pones la


cornamenta, ya sabes cuál será tu destino.

Angus se levantó tocándose el costado. —Ni se me ocurriría.

—A la que no se le ocurriría sería a la otra. Tendría que estar loca —dijo


Morgan divertido.
María soltó una risita. —¿A que al mío también le fulminarías con un
rayo de manera dolorosísima si se le ocurriera engañarme?

Morgan miró con horror a su mujer. —¿Pero qué dices?

—Claro que sí, amiga. Fulmino a quien tú quieras.

Angus sonrió. —Así no soy el único. Es un alivio.

Le cogió con cuidado por la cintura y le besó con suavidad en los labios.

—Me gustaría poder curarte.

—Cariño, creo que ya haces bastante.

Ella puso su mano sobre su pecho y una luz apareció bajo su palma.

Todos dieron un paso atrás mientras fascinada pasaba la mano por su pecho

borrando los golpes de su piel. Angus suspiró cerrando los ojos y su mano subió

hasta su cara dejando a todos con la boca abierta cuando los golpes

desaparecieron, así como la hinchazón.

—La pierna —dijo María desatando la venda del brazo de Morgan.

Se agachó ante él y pasó la mano por su pierna. Cuando quitó la venda


solo tenía una pequeña cicatriz. —Increíble —susurró Boyd.

—Pues yo creo que ya he llegado a un punto en que ya no me sorprendo


de nada. —Morgan sonrió. —¿Puedes…?

—Oh, sí. —Pasó las manos por su brazo y todos vieron la cicatriz.

Chilló de la sorpresa cuando la cogieron en brazos y rió abrazando el


cuello de Angus. —Preciosa, creo que hoy te ha dado demasiado la luna.

La montó en una yegua blanca y le entregó las riendas sonriendo. Ella


correspondió a su sonrisa y se agachó para darle un beso en los labios. —Te

quiero.

La miró sorprendido. —¿Tan pronto?

—Desde siempre.

—Preciosa, no haces más que sorprenderme.

Se echó a reír radiante de felicidad. —Yo también me sorprendo a mí

misma, te lo aseguro.

Capítulo 7

La noche siguiente estaban cenando y todos la miraban atentamente. —

¡Estoy bien! ¡No voy a salir volando en cualquier momento! ¡Dejad de mirarme!

—Chicos… —advirtió Angus molesto—. Igual se ha acabado.

—No estés tan seguro —dijo Boyd por lo bajo.

María se sentó a su lado. —¿Qué tal si piensas en volar?

—¿Qué?

—Por pensarlo no pierdes nada.

—Estoy pensando en ello y no vuelo.

Le sorprendió que María estuviera decepcionada y miró a Angus con los


ojos como platos haciéndole reír. Tiró el hueso al fuego y se levantó. —Hay una

laguna. Voy a darme un baño.

Todos vieron cómo se alejaba y Angus carraspeó levantándose también.


—Voy a vigilar.
Greer miró hacia tras y rió al ver que la seguía antes de echar a correr. Se
quitó el vestido y las botas rápidamente. Chilló al sentir lo fría que estaba el agua

y entró muy despacio hasta que le llegó a la cintura. Al mirar hacia atrás se

encontró con que Angus la observaba. —¿No te unes a mí?

—Preciosa, eso es lo que me temo.

A Greer se le cortó el aliento por el deseo que reflejaban sus ojos. —Me
muero por sentirte dentro de mí.

—No nos hemos casado, Greer —dijo con voz ronca—. Tú dijiste…

—Ante Dios ya eres mi marido. Te he entregado mi corazón. No necesito


más.

Separó los labios al ver como se abría el cinturón y dejaba caer el kilt al

suelo. Se quitó las botas y entró en el agua mostrando su impresionante

desnudez. A Greer se le secó la boca al ver su perfección y sintió que se

estremecía deleitándose con que era suyo. Lo sería hasta el día de su muerte.

Al llegar hasta ella la cogió por la cintura pegándola a su cuerpo y Greer


cerró los ojos mareada por todo lo que experimentó antes de suspirar cuando su

mano bajó por su espalda, deteniéndose en sus nalgas. Abrió los ojos y se
miraron mientras ella rodeaba sus caderas con las piernas, gimiendo al sentir su
sexo rozando el suyo.

—Dime que eres mía —ordenó con voz ronca.

Abrazó su cuello muerta de deseo. —Hasta que expire mi último aliento


mi corazón es tuyo.

Entró en su ser de un solo empellón y Greer gritó arqueando su cuello


hacia atrás. Un rayo cayó a lo lejos y Angus gruñó sujetándola por las caderas

antes de salir de ella lentamente. Greer clavó sus uñas en su cuello al sentir como

todo su cuerpo se tensaba con fuerza y apretó su interior queriendo retenerle.


Entró en ella de nuevo con contundencia y Greer gimió abrazándole, queriendo

fundirse con él por el placer que la traspasó. Fue tan intenso que tembló entre sus
brazos incontrolablemente mientras él seguía moviendo sus caderas sin darle

tregua una y otra vez hasta que con un último empellón todo su cuerpo se tensó

explotando al llevarla al éxtasis. Greer nunca se sintió tan bien como en ese

momento y se abrazó a su marido con fuerza no queriendo perderle jamás.

Angus gruñó antes de besar su hombro. —Cielo, me vas a ahogar. No

eres consciente de tu fuerza.

—Uy, perdón. —Aflojó un poco su abrazo, pero no le soltó haciéndole

sonreír.

Él la cogió por el cabello para que apartara su cabeza y mirarla al rostro.


Greer sonrió de oreja a oreja. —Mi marido.

—¿Estás bien?

—Nunca he estado mejor.

Angus besó sus labios y ella respondió ansiosa, notando que volvía a

crecer en su interior. Él se apartó lentamente y Greer protestó cuando sintió que


salía de ella del todo sin intención de entrar de nuevo. —¿Qué haces?

—Preciosa, te acabo de desflorar y soy muy grande. Te va a molestar y


si… —Ella se tiró sobre él hundiéndole en el agua y cuando emergieron, Greer

se echó a reír al escucharle decir —¡Me vas a ahogar!

—Perdona. Estoy muy bien. ¿Repetimos?

—Greer…

—Quiero más. —Le miró con deseo con sus preciosos ojos verdes,

cogiéndole por los hombros y pegándose a él de nuevo.

—Mañana no quiero ninguna protesta —dijo él con voz ronca.

—No se me ocurriría —susurró contra sus labios antes de entrar en su

boca.

Los chicos se miraron después de que cayera otro rayo en el horizonte

cuando estaba amaneciendo.

Boyd reprimió la risa. —Ya no tengo dedos para contar los que han caído
a lo largo de la noche.

—Nueve. Han caído nueve y tienes diez dedos —dijo María como si

fuera idiota.

Él gruñó fulminándola con la mirada. —Yo no me he criado en un


convento.

—Eso es evidente.

Morgan se echó a reír a carcajadas asando las liebres que Crul les había

llevado. Debía prever que tendrían hambre porque había llevado tres. Todo un

banquete.

—Está amaneciendo —comentó Ronald apartando su cabello castaño de


sus hombros para atárselo a la nuca con una cinta de cuero—. Nos retrasaremos

mucho después de haber perdido la noche.

Todos miraron hacia el lugar donde estaba el lago y vieron aparecer a


Angus que al darse cuenta de que le miraban gruñó —¿Qué pasa?

—¿No teníamos prisa?

—Mi mujer también la tenía. —Se sentó agotado ante el fuego y Boyd

levantó una ceja divertido. —Abre esa boca y será lo último que hagas.

Todos reprimieron la risa y Boyd no se dio por aludido. —¿Sabes que


han caído nueve rayos durante la noche? Y no hay ni una nube en el horizonte.

Gruñó de nuevo cogiendo una pata de la liebre. Mordió con saña como si

estuviera famélico y gruñó de nuevo.

—Pues parece que no estás muy contento después de una noche de


bodas. —Morgan parecía asombrado.

—Me duele todo, diablos. No controla su fuerza.


Todos se echaron a reír a carcajadas. —¿De qué os reís?

Se volvieron hacia Greer y perdieron la risa de golpe al verla. Estaba tan


hermosa que quitaba el aliento y sus ojos verdes brillaban de una manera que

eran hipnotizantes.

Angus entrecerró los ojos. —¿Qué miráis? —preguntó agresivo. Los

hombres carraspearon haciéndose los tontos, sentándose alrededor de la hoguera


sin decir ni pío. —. Mujer, siéntate aquí. —Greer se sentó a su lado y él cortó

otra pata antes de entregársela. Greer sonrió mirándole enamorada.

María aún la observaba asombrada. —Estás…

—¿Qué? —Se llevó la mano a sus rizos que estaban algo encrespados.

De hecho, parecía que sus rizos se habían multiplicado. Se miró un mechón y vio

que su color era más rojo. —Oh, vaya. Me gustaba más cuando estaba más

oscuro.

—Eres igual que tu madre —dijo Angus antes de dar otro mordisco.

—¿De verdad?

Él asintió mirando de reojo a Ronald que la observaba comer embobado.


Bufó tirando el hueso tras él antes de arrearle un puñetazo a su amigo que cayó

patas arriba.

—Amigo, vas a pegar muchos puñetazos cuando lleguemos al clan —


dijo Boyd estirando el cuello para ver a Ronald sin sentido.

—Pegaré los que haga falta —dijo advirtiéndole con la mirada.


—¿Pero qué ha hecho? —Asombrada vio que a nadie le había parecido
mal, ni siquiera a su hermano que sonrió a Angus como si nada.

—Es algo entre nosotros. Cosas de hombres.

—Ah…

Crul llegó corriendo y se detuvo ante ellos elevando las orejas. Los

hombres se levantaron en el acto y Angus siseó —Morgan despierta a tu


hermano.

Le dio una patada en el muslo y Greer puso los ojos en blanco antes de

seguir comiendo. —Preciosa, al caballo.

—¡Tengo hambre!

—¡Pues llévatelo!

—Si no nos va a pasar nada…

María le dio la razón, pero cuando vio la mirada de su hombre se levantó

en el acto cogiendo la liebre con cuidado. —Para un desayuno abundante que

tenemos, nos lo tienen que fastidiar.

Dos lobos se pusieron tras Crul y eso sí que la preocupó. —María aprisa.

Echó a correr y entonces escuchó el ruido. Algo retumbaba en el suelo y

asombrada miró a Angus que corrió hacia su caballo. —¡Corred, es un ejército!

Salieron a galope intentando despistarles, pero cuando subieron la colina


Greer se detuvo volviendo su montura para ver al menos a doscientos escoceses
montados a caballo. También vio a sus lobos rodeando al grupo que ni sabían al

peligro al que se enfrentaban. Angus se puso a su lado y miró hacia abajo. —Los

McCaskill, los McSwain y los McNevin.

—Al parecer no les ha gustado que les robáramos. —Giró su montura y

azuzó a su caballo.

No les costó despistarles porque sus caballos estaban frescos, pero


estaban acercando un ejército a sus tierras y eso la preocupaba. Y mucho. Los

McLellan ya tenían bastantes problemas con los McMurray como para añadir

más.

Miró a Angus que cabalgaba a su lado. —¡Debemos apartarlos de

nuestras tierras!

—¡Nos creen McMurray! —Ella detuvo su caballo que levantó las patas

delanteras y el grupo se detuvo volviéndose hacia ella. —¿Qué haces?

—¿Creen que somos de mi clan? ¿Y cómo se atreven a perseguirnos si

tanto nos temen?

Los chicos fruncieron el ceño antes de mirarse. —Greer tiene razón.

Aquí hay algo que se nos escapa —dijo Morgan preocupado—. Si nos creen
McMurray no se atreverían a seguirnos por las consecuencias. Nadie amenaza a
Geordan.

—¿No os dais cuenta? De alguna manera saben quién es Greer —dijo

Boyd dejándolos con la boca abierta—. Los McCaskill han visto sus dones y
hemos iniciado una guerra despedazando a esos McNevin. Ella ha sido el

detonante. Temen a los McMurray y ahora todavía más a causa de ella. Eso hará

que se unan los clanes que temen a su padre. Ahora tienen una razón muy

poderosa.

Greer palideció. —¿Que yo he sido el detonante?

Angus apretó los labios. —Si les matamos, vendrán más. Y si no los
repelemos y Boyd tiene razón, arrasarán su clan.

—¡No habrá más muertes! —gritó ella horrorizada porque sus lobos

volvieran a hacer algo así. Nerviosa movió las riendas de un lado a otro

intentando controlar a su montura. Ella había provocado todo aquello y no sabía

cómo arreglarlo.

—Vamos a casa. Debes hablar con mi padre —dijo Angus mirándola a

los ojos.

—¡No voy a abandonar a mi clan! —gritó angustiada sin saber qué hacer.

Miró a Angus a los ojos—. ¿Cuánto falta para llegar?

—A este ritmo llegaremos al amanecer.

Le miró sorprendida. —Es mi cumpleaños. Mañana es mi cumpleaños.

En cuanto la luna esté sobre nosotros cumpliré dieciocho años. Y será luna llena.

Angus la cogió por el antebrazo. —Preciosa, tenemos que irnos. ¡Ahora!

—¡Tengo que ir a mi clan! —gritó apartando su brazo asustada por ellos.

—¡Angus, debemos irnos! ¡Nos pisan los talones!


—¡Iros vosotros!

El grupo se adelantó y ella le miró rogándole con sus preciosos ojos


verdes. —No puedo dejarles morir. Son mi sangre. Mi familia. No voy a

abandonarles.

—¡Escúchame! ¡Ellos sí que te abandonaron!

—¡Debe haber una razón! ¡Cómo dijiste, un grupo de mi clan iba a


buscarme!

—¡No voy a dejar que te vayas! ¡Eres mi mujer!

Entendía que él no podía acompañarla porque no sería bien recibido y

más con ese kilt, pero Greer lo consideraba su deber. Sus ojos se llenaron de
lágrimas de la impotencia, pero sabía que hacía lo correcto. —Vete.

—¡No! ¡No te voy a dejar!

—En cuanto solucione esto, volveré a ti. Te lo juro.

Angus apretó los labios. —¡No!

—Crul me llevará hasta ellos. No debes preocuparte por mí.

El sonido de sus enemigos se acercaba y le miró asustada a los ojos.


Asustada por él susurró —Vete, por favor.

—No voy a abandonarte. Iré contigo.

—¡Te matarán! ¡Crul! —Su lobo se puso a su lado y mordió al caballo de

Angus en la pata trasera. Éste salió espantado y Greer reprimió las lágrimas
azuzando su caballo. —¡Llévame a casa, Crul!

Su lobo tomó la delantera y cabalgó tras él todo lo aprisa que pudo. Tuvo
que detenerse en cuanto oscureció porque su caballo no podía más. Al lado de un

arroyo le dio de beber y ella se sentó en una roca mirando el cielo. Allí estaba

casi llena y enorme. Bufó mirando a su caballo y se acercó al arroyo. Bebió


juntando las manos y cuando se agachó a beber de nuevo, en el agua que corría

sobre sus palmas apareció una imagen. Sorprendida se vio a sí misma bebiendo
de una copa sentada a una mesa. Un guerrero se acercó al hombre mayor que

tenía al lado y le susurraba al oído —Estamos preparados.

La mirada de satisfacción en esos ojos verdes iguales a los suyos,

provocó que su vello se erizara apartando las manos del agua asustada, pero aun
así vio como el hombre mayor se volvía y le decía —Hija, ¿te gusta la cerveza?

—Una sirvienta le sirvió de nuevo.

Greer miró a Crul regresando al presente. —Por eso estás aquí, ¿verdad?

Su lobo aulló con fuerza y varios salieron de entre los árboles. Greer

apretó los labios. Pero no podía abandonar a los suyos. No sabía lo que le
deparaba el futuro, pero debía haber una razón para todo aquello. Y solo podía

conocer la verdad enfrentándose a su destino. Si se iba con Angus no se


perdonaría nunca que su clan sufriera por su causa. Al recordar a Angus apretó

los puños pensando en lo que le estaría pasando por la cabeza en ese momento.
Seguramente que le había traicionado. Era su esposo y su obligación era
seguirle, pero tenía la sensación de que si no terminaba con eso no tendrían vida

que seguir, porque los clanes no pararían hasta matarlos.

Se subió a su caballo de un salto y las riendas fueron a parar a sus manos.

Asombrada miró a Crul. —¿Hasta dónde voy a llegar?

Se miraron a los ojos antes de que su lobo echara a correr y por la prisa

que se dio Greer fue consciente de que quería que llegara cuanto antes.

Cabalgó sin darse cuenta del paisaje que la rodeaba y cuando vio el

castillo en lo alto de la colina su caballo bufaba al borde del colapso. Se bajó

pasándole la mano por el cuello sin dejar de mirar el contorno del castillo que se

veía bajo la luz de la luna. Quedaba poco para amanecer y sus ojos fueron a

parar a una ventana abierta en la torre. Sintió el dolor y la tristeza. Lo sintió

como si lo hubiera experimentado ella misma y supo que era un recuerdo. Un


recuerdo de su infancia. Vio a vigías en el muro que rodeaba el castillo y la

puerta estaba cerrada. Como si estuvieran preparados para un ataque. Le pareció

sospechoso, sobre todo teniendo en cuenta que no tenían de quien temer.

Miró a Crul y susurró —Quedaos aquí. —Su lobo gruñó. —Haz lo que te
digo. Cuanto menos sepan mejor. Tengo que enterarme de lo que pretende.

Salió de entre los árboles y caminó por la hierba empezando a subir la

colina. El muro de piedra era enorme en comparación con el castillo, lo que


suponía que todo el clan vivía allí dentro. Un silbido le dijo que ya sabían que

estaba allí y fue evidente cuando varios hombres con arcos la apuntaron. Uno
llegó con una antorcha, pero ella no se detuvo.

—¡Detente!

—¿Tenéis miedo de una mujer? —preguntó sin dejar de caminar hasta

llegar a la gran puerta doble de madera. —Abrir la puerta a una McMurray.

—¡Tu nombre, mujer!

Ella miró hacia arriba dejando que la antorcha iluminara su rostro. —

Greer McMurray. Hija de Geordan.

Uno de los hombres salió corriendo y escuchó actividad al otro lado de la

puerta. También escuchó como deslizaban los tablones que aseguraban la entrada

y las dos hojas de la puerta se abrieron lentamente mostrando los tres fuegos que
estaban encendidos ante el castillo. Su cabello se iluminó y varios hombres de su

padre la miraron asombrados cuando pasó ante ellos. Ella solo podía mirar el

castillo porque presintió que su madre estaba allí. La sintió en el mismo

momento en que atravesó la puerta. Su espíritu estaba allí y no se había liberado.

Un hombre salió del castillo bajando los tres escalones de piedra y


parecía asombrado. Era el hombre de su visión. Con el cabello castaño a la altura

de los hombros y no llevaba barba. Sus ojos verdes eran iguales a los que había
visto. No eran fríos, sino que parecía complacido al verla. Enormemente
complacido.

—Hija… —Abrió los brazos y se acercó a ella a toda prisa abrazándola.

—Ya estás en casa.


Su recibimiento la confundió. —Sí, padre. Estoy en casa.

Se apartó y miró tras ella. —¿Dónde están Seumas y los demás? ¿Dónde
está tu escolta?

—He venido sola, padre —dijo mirando sus ojos—. Tenía que regresar a

casa. Era hora, ¿no crees?

Geordan carraspeó. —Sí, por supuesto.

Varias personas habían salido de sus casas ante el castillo y la miraban

como si no se lo creyeran. Es igual que Rhona decían algunos. Su viva imagen.

—Padre, me siguen —dijo sin perder el tiempo para que se prepararan—.

Varios clanes me siguen y no tienen buenas intenciones.

Su padre asintió y ella se sobresaltó cuando la puerta del muro se cerró.

—Tu madre me había advertido, hija. Te has adelantado.

Le miró sin comprender. —Enseguida hablaremos y te lo explicaré todo.

—Se volvió. —¡Paisley! ¡Mi hija necesita alimento y descanso! ¡Date prisa,
mujer!

Una mujer morena de la edad de su padre con un vestido color azafrán se

acercó apurada. —Sí, por supuesto. —Sonrió encantada. —No me recuerdas,


pero soy Paisley. Te cuidé cuando eras pequeña. Ven conmigo. Tenía preparada

tu habitación para cuando llegaras.

Vio que miraba a su padre de reojo y cuando la miró de nuevo forzó una
sonrisa. Esa mujer la temía y estaba empezando a pensar que había una razón
muy poderosa para ello. Pero aun así sonrió. —Gracias, estoy cansada del viaje.

Entró en el castillo tras ella y vio una gran mesa central. Allí estaba
sentada en su visión. Al mirar al otro lado se encontró una enorme chimenea

encendida. Pero eso no es lo que le llamó la atención. Sino todos los hombres

que dormían en el suelo del salón armados hasta los dientes. Estaba claro que
estaban preparados para una guerra y si era evidente que no sabían que los clanes

la seguían porque eso acababa de ocurrir, su madre debió avisar a su padre de


que la guerra estallaría.

Los hombres estaban despiertos, aunque simulaban dormir. Otra cosa que

la puso en guardia. Paisley cogió una antorcha y empezó a subir una escalera

estrecha circular, como la que llevaba al campanario del convento, y ascendieron


hasta el segundo piso de la torre. Al llegar arriba solo había una puerta y vio que

tenía los cerrojos por fuera. Sintió que esa era la habitación de su madre en

cuanto Paisley abrió. Una gran cama cubierta de pieles ante la chimenea la

hicieron recordar unas risas. Vio a su madre tumbada sobre la cama con ella en
brazos. Apenas tenía un año y la elevaba sobre ella haciéndola reír. Su madre la

pegó a su cuerpo abrazándola y susurró —No tengas miedo. Ríe. Ríe mi niña,
porque algún día llorarán otros.

—Voy a cerrar por fuera para tu seguridad.

Se volvió y entrecerró los ojos. —¿Mi seguridad? He recorrido media


Escocia sola. Sé cuidarme. Quiero agua caliente para asearme y algo de comer. Y
ropa. ¿Puede ser? —preguntó irónica.

—Sí, enseguida.

La mujer salió casi corriendo de la habitación y ella se giró a la chimenea

apagada. Movió la mano encendiendo los troncos que estaban en el hogar y se

volvió hacia la ventana abierta. Se acercó para mirar al exterior. Estaba

amaneciendo y desde allí pudo ver las tierras de los McMurray. Vio un jinete a lo
lejos en una colina. Simplemente miraba hacia allí y angustiada dio un paso más

poniendo las manos sobre la fría piedra sin dejar de mirarle. —Angus… —

susurró mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Su padre entró en la habitación sin llamar y ella se volvió de golpe. —

Hija, ¿qué ocurre? —preguntó preocupado.

—Estoy emocionada por estar aquí.

Él sonrió. —Por supuesto. —Se acercó y le acarició la mejilla. —Pero ya

estás en casa. Al fin estás en tu casa, mi niña bonita. Lo he deseado tanto… —La

miró como si la amara de verdad y Greer se sintió culpable por pensar mal de él.

—¿De verdad te alegras, padre?

—Por supuesto que sí. ¿Acaso lo dudas?

—Como no fuiste a buscarme…

Su padre apretó los labios. —No podía. Por mí hubieras vivido aquí, a mi

lado. Pero tenía que protegerte.

—¿Protegerme de qué?
Él la miró extrañado. —De tu naturaleza, hija.

—¿Mi naturaleza?

En los ojos de su padre vio que dudaba. —Tu madre era especial.

—¿De verdad? —Se sentó en la cama. —¿En qué?

—Veía el futuro. —Vio que el desconfiaba de que no supiera nada y

Greer sonrió. —¿Lo sabías?

—Me lo dijo la Madre superiora, pero siempre he creído que bebía a

escondidas —dijo divertida. Le miró aparentando sorpresa—. ¿No creerás que

yo veo el futuro?

Su padre se tensó. —¿No lo ves?

—No. —Se levantó preocupada. —Padre, ¿esperabas que viera el futuro?

¿Por eso me apartasteis? ¿Me temes?

—¡No! ¿Cómo voy a temerte, hija? Eres mi sangre. Jamás me

traicionarías.

Parecía tan convencido de lo que decía que volvió a dudar. —Entonces


no lo entiendo. ¿Por qué no fuiste a buscarme? —preguntó angustiada.

—¡Porque tu madre me hizo prometer que te guardaría en un lugar

seguro hasta después de tu dieciocho cumpleaños! ¡Por eso! —dijo enfadado—.


Le dije que no lo haría y ella me reveló que había tenido una visión. ¡Qué serías
muy poderosa y que querrían matarte! Hubo un incendio la noche en que murió

tu madre y temí por ti. ¡Por eso cumplí sus pedidos!


El incendio. Entonces recordó su sueño y vio las llamas ante ella. Sintió
que alguien la cogía en brazos y al volverse su madre lloraba abrazándola.

Estaba viva en ese momento y Greer supo que su padre mentía.

—¿Por qué después de mi cumpleaños?

—Dijo que serías lo suficientemente madura para defenderte sola. —Se

sentó en la cama pensando en ello y su padre sonrió. —Pero ya estás en casa. —


Se sentó a su lado y cogió su mano. —¿Quién te persigue, hija? ¿Los McLellan?

Se tensó al escuchar el nombre del clan de Angus y le miró sorprendida.

—No sé cómo se llaman.

—Claro, no reconocerías su kilt. Es de rayas verdes y amarillas.

—No padre. No son ellos. Estarán al llegar. Enseguida lo sabrás. —

Sonrió dulcemente. —Es que tuve que robar un caballo. Me dolían los pies de

caminar.

—Entiendo. —Palmeó su mano. —No ocurrirá nada. No debes

preocuparte.

Tres mujeres entraron con un caldero de agua caliente y una barrica


redonda. Otra llevaba jabón y ropas. También dejó una tela para secarse y su kilt.

Apretó los labios al ver sus colores. Los colores de su clan, de su familia.

—Te dejaré para que te asees. Además, querrás descansar. Esta noche
celebraremos una gran fiesta por tu llegada y tu cumpleaños.

—¿Una fiesta? —Le miró a los ojos aparentando que le hacía ilusión. —
Nunca he asistido a una fiesta.

—Entonces te divertirás. —Miró a las mujeres y ordenó —Dadle lo que


pida mi hija. Que no le falte de nada.

—Sí, mi Laird—dijo Paisley agachando la cabeza.

Su padre salió de la habitación rápidamente y Greer supo que no podría

mantener su mentira mucho tiempo. Ya fuera porque llegaran los clanes


buscando venganza o porque llegaran los hombres que habían enviado a

buscarla. Las monjas les contarían que hombres de McMurray se la habían

llevado y eso la descubriría. Necesitaba averiguar lo que estaba ocurriendo ya, y

al levantar la vista observó como Paisley llenaba el barreño de agua. —Dejadnos

solas. Paisley me atenderá ya que lo hizo de pequeña.

Las mujeres salieron de la habitación cerrando la puerta y Paisley la miró

de reojo dejando el caldero sobre el suelo de madera.

Ella cogió su vestido sacándoselo por la cabeza y desnuda caminó hacia

el barreño. —Dime Paisley… ¿Conocías a mi madre?

—Mucho. La conocía mucho.

—¿Erais amigas?

—La quería como a una hermana. Era muy buena persona.

Metió una pierna dentro del agua y suspiró de alivio. El agua estaba

perfecta. Metió la otra pierna y se sentó en el barreño apoyándose en los


laterales. —Cuéntame algo de ella.
—Te quería más que a nada en la vida. —Sonrió encantada de hablar de
eso. —Te adoraba. De hecho, recuerdo muy bien la noche en que naciste, porque

la asistí en el parto y cuando te puse en sus brazos, lloró de la alegría. Dijo que

había nacido para ese momento y que ahora su vida tenía sentido.

—¿Dijo eso? —Fascinada cogió el jabón que ella le tendía con el pedazo
de tela. Metió el jabón en el agua mientras ella seguía hablando.

—Y no quería separarse de ti. Dormías ahí —dijo señalando con la

cabeza a la derecha de su cama.

—Murió cuando era muy pequeña, ¿verdad? Me lo dijo la Madre

superiora.

—En el parto de tu hermanito. Murieron los dos. Una pena. Todo el clan

lloró su muerte.

—Así que tengo familia aparte de mi padre. —Paisley disimuló

girándose y cogiendo la tela con la que tenía que secarse.

—No tenía familia. Ella no nació en el clan.

—¿Ah, no?

—Un día la encontraron atravesando nuestras tierras y los hombres del


Laird la apresaron. En cuanto se conocieron la reclamó. —Greer tuvo un mal

presentimiento.

—¿La reclamó?

Paisley sonrió. —Era un hombre muy apuesto y tu madre una belleza.


—¿A dónde se dirigía? —preguntó Greer levantándose de la barrica.

La miró extrañada. —Nunca lo supe. Supongo que no tenía hogar y que


aquí encontró el suyo.

—¿Fue feliz?

Paisley sonrió con ternura. —Fue inmensamente feliz a tu lado. La

hiciste la mujer más feliz del mundo.

Se empezó a secar y pensó en ello. La mujer se volvió cogiendo el cubo y

Greer se puso ante ella en cuanto se volvió impidiéndole salir. —Ahora vas a

contarme la verdad.

Asustada dio un paso atrás. —No sé de qué me hablas.

—Tengo la sensación de que las mentiras me rodean y no me gusta. ¿Por

qué me enviaron al convento y cómo murió mi madre?

Palideció negando con la cabeza. —No sé de qué me hablas. Te acabo de

decir…

—¿Quién provocó el incendio? ¿A quién buscaba mi madre?

Ella miró hacia la puerta mostrando su miedo. —No puedo decir nada.

Me matarán.

—Va a morir todo el clan como no me digas ahora mismo lo que quiero
saber —dijo fríamente.

Sorprendida susurró —Tu madre tenía razón, ¿verdad? Has vuelto


buscando venganza.

La puerta se abrió y Greer se volvió furiosa para ver que una mujer
entraba con una bandeja. —¿No sabes llamar?

La muchacha se sonrojó. —Traía algo de comer.

—¡Déjalo ahí y vete! ¿No ves que estoy desnuda? ¡No me gusta que

entren en mi habitación sin anunciarse!

—Sí, Greer. Lo siento.

Salió rápidamente agachando la cabeza y se volvió hacia Paisley que

levantó un dedo para que no hablara. Llevó el cubo hasta la puerta y dijo —

Enseguida vuelvo con un camisón.

Abrió la puerta de golpe y preguntó —¿Qué haces ahí perdiendo el

tiempo? Vete a buscar un camisón para la hija del Laird y llévate esto de paso.

—Sí, Paisley.

Cerró la puerta de nuevo y se acercó a ella. —Ya se ha ido. No tenemos

mucho tiempo —susurró.

—¿Estaba espiando?

—Es la hermana de Seumas. La mano derecha de tu padre. Es fiel hasta

la muerte.

—¿Quién la mató? —Miró los ojos grises de la mujer que agachó la


mirada apretándose las manos.
—Murió en el parto.

La cogió por el brazo con fuerza y se quejó de dolor. —Dime la verdad.


No quiero hacerte daño, pero…

—Murió en el parto. Pero fue porque se adelantó a causa del incendio.

Yo creo que lo provocó tu padre porque te tenía miedo. Aunque no puedo

asegurarlo del todo.

—¿A mí? —preguntó sorprendida.

—Tu madre le amenazó con que tú la liberarías. Que buscarías venganza.

Que serías poderosa. Mil veces más que ella. Que había soportado su encierro
porque sabía que tenía que traerte al mundo, pero que ahora que habías nacido

no tenía que aguantarle.

—La encerró aquí, ¿verdad?

—En cuanto la vio por primera vez. Solo la permitía salir al exterior con

él. O si había invitados y la mantenía vigilada continuamente. Decía que era por

amor. Y si en algún momento se revelaba no le daba de comer. Cuando naciste,


pasaste aquí casi todo el tiempo. Ella se intentó escapar contigo varias veces,

pero siempre la cogían antes de que llegara muy lejos. Un día me dijo que no
viviría mucho y en otra ocasión subía la bandeja de la cena cuando les escuché
discutir. Ella se resistía a compartir su cama y escuché como… —Greer apretó

los puños. —La pegó —dijo la mujer angustiada—. Y al día siguiente tenía
varios golpes en la cara. Se quedó preñada de nuevo y fue cuando se puso
furiosa. Le gritaba que tú te vengarías y que eras mil veces más poderosa que

ella. Que cuando fueras adulta toda Escocia te temería y él moriría bajo tu

castigo. —Miró hacia la puerta de nuevo bajando más la voz. —Una noche tu

madre estaba cenando en el salón con varios invitados y aquí se inició un fuego.
Tu madre corrió antes de que se enterara nadie y te cogió de la cuna antes de que

se incendiara. Esa noche fue la primera vez que durmió en la habitación del
Laird y al día siguiente se puso de parto. Murió esa noche con su bebé y tú al día

siguiente saliste hacia el convento.

—¿Si quería mi muerte por qué no me mató después en lugar de

enviarme al convento?

Paisley la miró a los ojos. —Porque tu madre le dijo que serías poderosa.
Y la historia de tu madre no iba a contártela nadie.

—Quiere utilizarme.

La mujer asintió. —Acabo de poner mi vida en tus manos.

Se iba a alejar cuando ella la cogió del brazo mirándola a los ojos. —La
Madre superiora me dijo que las mujeres de mi familia morían en el parto.

Paisley apretó los labios. —Me dijo que su madre había muerto cuando
ella nació y que no conoció a su padre. Pero Rhona murió con su segundo hijo.
No debes hacer caso a esa mujer. Tu madre demostró que las mujeres de tu

familia pueden sobrevivir al dar a luz.

Pensando en ello la dejó ir y salió de la habitación a toda prisa. Vio la


bandeja de la cena y se acercó a ella. Cogió la copa de plata y la miró

asombrada. Nunca había visto una y la impresionaron sus grabados de flores.

Miró su contenido, era vino. Lo olió antes de tirarlo en la chimenea. Cogió un

pedazo de pan y lo mordió mientras pensaba en todo lo que le había dicho. Se


acercó a la ventana de nuevo y miró fríamente al exterior. Esa era la vista que

había tenido su madre durante años. La risa de su madre llegó a sus oídos y
escuchó un susurro —Mi preciosa niña. No te precipites. Calma tu ira. —El

viento agitó su cabello y cerró los ojos sintiendo su aroma.

Llamaron a la puerta y se volvió. —Pase.

La chica de antes entró sonriendo. —Le traigo el camisón.

Se sentó en la cama correspondiendo a su sonrisa porque debía tener su

edad. Era rubia y muy bonita. —¿Cómo te llamas?

—Anne. —Se sonrojó dejando el camisón sobre la cama. —¿Quiere algo

más?

—Cuéntame algo. ¿Cómo es mi padre?

—El mejor Laird de las Highlands. El más valiente.

—¿Es justo?

—El hombre más justo que conozco —dijo radiante.

—Así que estás contenta. ¿Vives en el castillo?

—Sí, en el piso de abajo. Con mi madre que se encarga de la cocina y los

quehaceres de la casa.
Así que su madre se encargaba de dirigir el castillo. Las tareas que haría
la esposa del Laird. La miró a los ojos y los tenía verdes. —¿Eres hermana mía?

Anne se sonrojó. —Claro que no. ¡Mi padre fue un hombre del Laird! —

Parecía indignada, pero ella no se lo tragó.

—Como tu madre ocupa el puesto que me corresponde a mí por ser hija

del Laird… ¿son amantes?

—Creo que me voy a ir.

—¡No des un paso fuera de esta habitación! —ordenó con autoridad.

Anne se detuvo en seco y la miró asustada. Greer sonrió—. ¿Me temes?

—No, claro que no.

—¿Seguro? —Dio un paso hacia ella y Anne dio un paso atrás. —

¿Sabes? Desde hace unos días mi vida ha cambiado mucho. Te sorprenderías.

Me gustaría tener una hermana. Y no debes temer de mí. Si no me has hecho

nada…

—No, claro que no. Si no te conozco.

—¿Pues entonces por qué parece que me temes? —preguntó suavemente

—. ¿Te han dicho algo sobre mí? Nadie de aquí me conoce.

Anne se mordió el labio inferior y la miró a los ojos antes de sonreír. —


He oído cosas.

Cogió el camisón dejando caer la tela con la que se había secado sobre la

cama y preguntó como si nada —¿Qué cosas?


—Que eres bruja.

La miró sorprendida antes de echarse a reír y Anne reprimió la risa. —


¿Quién te ha dicho esa tontería?

—Se lo oí decir a mi madre cuando hablaba con Seumas.

—¿Y quién es Seumas? —preguntó haciéndose la tonta.

—Mi hermano mayor. Tu prometido.

Vaya, vaya. Aquello se ponía interesante. —¿Mi qué?

Anne palideció. —No tenía que haber dicho nada. No me delates, por

favor.

—¿De quién tienes miedo?

—Me castigarán.

—Tranquila no diré nada. —Ya con el camisón puesto se sentó en la

cama de nuevo y sonrió. —No me voy a casar con tu hermano —dijo


tranquilamente.

—Si lo ordena el Laird… —Se sentó a su lado. —No puedes decir que

no.

—Claro que puedo. Soy dueña de mi destino.

Anne negó con la cabeza. —Aquí nadie es dueño de nada. —La miró de
reojo. —Te adora, ¿sabes?

Su rostro no pudo evitar reflejar su sorpresa. —¿Quién?


—Tu padre. Eres lo más importante de su vida.

Eso sí que la dejó de piedra. —No hablas en serio. Si me abandonó en un


convento.

—Pero lo hizo por tu bien. Para que estuvieras a salvo.

—¿A salvo de qué? Aquí no hay peligro alguno.

—Tu madre se ganó algunos enemigos. La temían. —Miró hacia la

puerta. —Y había gente que la odiaba porque decían que había embrujado al

Laird. —La miró incrédula por la nueva versión de la historia y Anne asintió. —

Tu madre hacía cosas. ¿No lo sabes?

—Mi padre dice que veía el futuro.

—Y el pasado —dijo Anne con los ojos como platos—. A mi madre le

dijo que sería viuda joven y lo fue. Y profetizó varias cosas.

—¿Como qué?

—El año en que naciste dijo que habría una plaga. Y la hubo. Murieron

muchas ovejas y ese invierno varios de nuestro clan enfermaron hasta morir. Le
echaron la culpa a ella y cuando la luna desapareció en tu nacimiento la creyeron

bruja. Un mal fario.

—Continúa.

—Nadie la miraba bien, pero las cosas se calmaron hasta que le dijo al
Laird que no hicieran una incursión porque varios morirían. Y murieron. Ahí

murió mi padre. Desde ese momento la llamaron bruja e intentaron matarla.


Otra historia que tenía sentido. Y mucho. —¿Qué hizo mi padre?

—Os trasladó aquí y ordenó que no subiera nadie. —Greer vio los
tablones tras la puerta para cerrar por dentro. —Ordenó que toda la comida que

ella comiera la probara Paisley primero ante sus ojos. Una noche vinieron

invitados de clanes vecinos y ella te dejó aquí. Pero se inició un fuego. Tu madre
subió a toda prisa y te cogió en brazos justo antes de que las llamas llegaran a ti.

Al día siguiente tu madre empezó a sentir unos dolores terribles, pero ella dijo
que no eran de parto. Se llamó a la curandera y dijo que la habían envenenado.

Que había que sacar al bebé porque moriría antes de la noche.

—¿Sacar al bebé?

—Lo hizo una vez y el niño sobrevivió. Pero en este caso no fue así y

ambos murieron.

—La mataron. Los mataron a los dos.

—Sí. —La miró con pena. —Tu padre asustado por ti te envió al

convento.

Se quedó atónita. Dos historias que tenían sentido. —¿Por qué estáis

preparados para la batalla?

Anne la miró sorprendida. —¿No lo sabes?

—No.

—Estamos en guerra con los McLellan. —Su corazón dio un vuelco. —


Nos atacan cada poco. Y ha muerto mucha gente de ambos clanes. —Greer
palideció porque eso no tenía nada que ver con lo que le había contado Angus.

—Nos odian.

—¿Por qué?

—Porque Cameron McLellan es un tramposo y un traidor. Era el mejor

amigo de mi Laird e intentó matarle en una fiesta hace dos años.

Se llevó la mano al pecho. —¿Y cuál es la razón?

—Ni mi Laird entendió su reacción. Dicen que se ha vuelto loco y ha

llevado a su clan a la destrucción. —Levantó la barbilla. —Y les destruiremos.

—Pero tiene que haber una razón. Algo pasaría esa noche…

Anne negó con la cabeza. —Era una fiesta normal por el inicio de la

primavera. Yo estaba bailando y recuerdo que Cameron se tiró sobre nuestro

Laird con un cuchillo. Ambos grupos se tensaron y empezaron a pelear. Mi Laird

le preguntó si se había vuelto loco y recuerdo que el Laird de los McLellan gritó

que el loco era él. Que no dejaría que se repitiera la historia.

—¿Que se repitiera la historia?

La puerta se abrió en ese momento y Anne se levantó como un resorte.

Una mujer rubia de unos cuarenta años sonrió. —Veo que ya os habéis hecho
amigas. Eso es bueno.

Tenía una dulce sonrisa y unos preciosos ojos verdes. —Greer, ella es mi

madre. Ailsa.

—Encantada de conocerla.
—Deja esas formalidades, niña. Somos familia. —Miró a su hija. —
¿Contando historias, Anne?

Su hija se sonrojó. —Lo siento mamá. Me preguntó…

—El pasado hay que dejarlo atrás. —Miró a Greer a los ojos. —Lo

importante es el futuro y tenemos mucho futuro juntos. Ahora dejemos descansar

a Greer. Ha tenido un largo viaje y nosotras tenemos mucha tarea.

Anne pasó ante su madre a toda prisa con la cabeza agachada y Ailsa le

dijo —Descansa. Y no pienses en esas cosas. Sé que quieres respuestas, pero a

veces las respuestas son mucho más duras que la ignorancia. Piensa en ello.

Greer apretó los puños. —Pues yo quiero saber la verdad. Y la voy a

descubrir.

Unos gritos en el exterior la tensaron y se acercó a la ventana a toda prisa

para ver que los que la seguían habían llegado. Y eran un espectáculo digno de

ver montados sobre sus caballos rodeando el valle. Los soldados de su padre se

colocaron sobre la muralla apuntándoles con arcos y lanzas.

—Al parecer has hecho amigos de la que viajabas —dijo Ailsa divertida.

—No pareces temerles. —Preocupada la miró.

—¿Contigo aquí? —Rio volviéndose. —No. No les temo en absoluto.

—Os equivocáis conmigo. Creéis que soy especial y no lo soy.

La miró a los ojos perdiendo la sonrisa. —¡Nunca se te vuelva a ocurrir

renegar de lo que eres! ¿Me oyes? Debes estar orgullosa de tu naturaleza. ¡De
otra manera insultas a tu madre y a quien te ha dado esos dones de los que
reniegas!

Palideció al escucharla. —No pretendía insultarla.

Ailsa sonrió. —Lo sé. —La observó unos segundos. —Es una pena que

no te instruyeran como se debe. Pero ya no hay remedio a eso. Tu padre no quiso

oír hablar del asunto. Creía que llevándote al convento cambiaría tu naturaleza,
pero ambas sabemos que eso no puede evitarse, ¿no es cierto?

—Pareces saber mucho de mí.

Ailsa salió de la habitación cerrando la puerta mientras decía —Sé


mucho de muchas cosas. Descansa. Lo vas a necesitar. Esta noche será muy

intensa para ti. —Iba a cerrar la puerta cuando la volvió a abrir. —Por cierto…

No le digas a tu padre que te has unido con ese hombre. Se enfadaría mucho y no

tiene por qué saberlo de momento.

Dejó caer la mandíbula del asombro y Ailsa se echó a reír cerrando la

puerta. Asombrada porque lo supiera, miró por la ventana de nuevo viendo cómo
se preparaban para sitiar el castillo. Bufó yendo hacia la cama. Lo que le faltaba.

Como no tenía ya bastantes problemas… Entrecerró los ojos abrazando la


almohada. —¿Cómo lo habrá sabido? —Y las dudas empezaron de nuevo.

¿Quién decía la verdad? Había tantas versiones de la misma historia que ya no


sabía qué pensar. Estaba claro que su padre había mentido al decirle que su

madre había muerto por el incendio. ¿Por qué había mentido en eso? Y lo que
había dicho Anne… Que su madre había sido envenenada. Que su padre la
adoraba. Y Ailsa… Esa mujer le daba confianza. Se sentía ligada a ella de alguna

manera. Parecía saber mucho de cómo era. ¿Se lo habría dicho su madre?

Cómo descubrir la verdad cuando había tantas versiones de la misma

historia. Y después estaba lo que le había dicho de Angus y su clan. Que


Cameron se había tirado sobre su padre gritando que no se repetiría la misma

historia. ¿A qué se refería? Por eso el rumor le había dicho que no se precipitara.
Estaba claro que tenía razón. No debía creerse todo lo que le dijeran. Entonces

recordó las palabras de la Madre superiora. Cúbrete de tus enemigos y acoge a

los que te tiendan la mano. —Sí, madre. ¿Pero quiénes son mis enemigos?

Cerró los ojos y vio el rostro de Angus mirándola como si fuera lo más
importante de su vida. Estaba claro que solo podía confiar en él. Su hombre no la

traicionaría jamás. De eso estaba segura.


Capítulo 8

Bajó a cenar cuando Paisley fue a buscarla. Estaba medio adormilada y la

ayudó a vestirse con un vestido de mucha calidad en color verde. Nunca se había

colocado su kilt y ella le enseñó en silencio cómo se utilizaba, mostrándole cómo

se hacían los pliegues ajustándolo a la cintura con un cinturón. Pasó la tela

sobrante sobre su hombro y se lo prendió con un bonito broche de plata. —Qué

bonito.

—Regalo de tu padre —dijo a regañadientes.

Decidió no comentar nada porque en ese momento se sentía algo


confundida y no quería meter la pata.

—Gracias por ayudarme. Nunca me había puesto el kilt.

Paisley sonrió. —De nada. Estás preciosa.

La miró a los ojos. —¿Me parezco a ella?

—Eres su viva imagen. Parece que no han pasado los años y que la estoy
viendo preparándose para la cena cuando había invitados.

—¿Han preparado la fiesta?

—Por supuesto. Esta es tu noche.

—¿Incluso cuando están a punto de atacarnos?

—Somos el clan más temido de las Highlands. No creo que consigan

molestarnos esta noche. Disfruta de tu cumpleaños. —La besó en la mejilla. —

Felicidades y que cumplas muchos más.

—Gracias —susurró disimulando el escalofrío que sintió cuando la besó

en la mejilla.

Tomó aire yendo hacia la puerta. —Estoy algo nerviosa por conocerles a

todos.

—Te acogerán con los brazos abiertos.

La ironía de su voz, aunque intentó disimularla, no le pasó desapercibida

y las palabras de Anne tomaron más fuerza en su mente. Empezaba a creer que

cada uno tenía una versión de la historia, pero todo empezaba a tomar forma.
Solo necesitaba tiempo y esperaba que los que estaban fuera no se precipitaran,

porque no quería matar sin saber todavía todo lo que había ocurrido. Pensó en
Angus. Esperaba que estuviera a salvo en su clan.

Paisley bajaba los escalones tras ella en silencio y el sonido de la música

amortiguaba sus pasos. Como no estaba acostumbrada a vestidos tan largos,


Greer se pisó el bajo al descender un escalón y Paisley la agarró por el hombro
antes de que cayera rodando por las escaleras. Apoyó la espalda en la pared

respirando hondo. —Gracias.

—Ten cuidado, niña. No serías la primera que se rompe el cuello en esta

escalera por un paso en falso.

Greer se tensó. —¿Me estás advirtiendo?

—Claro que sí. La escalera es peligrosa. —Pasó ante ella bajando como
si nada, pero Greer entrecerró los ojos. Al parecer había que tener ojos hasta en

la nuca. Debía empezar a no confiarse tanto.

Cuando llegaron al salón su padre sentado a la mesa principal se levantó


sonriendo con una copa de oro en la mano. —¡Por mi hija! ¡Al fin ha vuelto a

casa y ocupará su puesto! ¡Por Greer!

Todos se levantaron como su Laird y gritaron levantando sus copas —

¡Por Greer!

—Ven, hija. Acércate y siéntate a mi lado.

Ella algo intimidada por tanta gente observándola, se acercó tímidamente

y su padre la miró orgulloso. —Eres tan hermosa como tu madre. —Le cogió la
mano y la sentó a su lado como si fuera una delicada florecilla.

Ailsa se sentó a su otro lado. —Feliz cumpleaños, Greer.

—Gracias.

Su padre dio dos palmadas y de pronto los suyos se apartaron para dejar

pasar a dos hombres con un cofre que pusieron sobre la mesa. —Feliz
cumpleaños, hija.

—¿Es para mí? —preguntó sorprendida.

—Por supuesto. Ábrelo.

Emocionada levantó la pestaña de hierro tirando de la tapa hacia arriba

para ver una cantidad de joyas y oro que era digno de un rey. Sin saber que decir

miró a su padre. —¿Por qué?

—¿Por qué? —Se echó a reír haciendo que los demás rieran con él como

si no tuvieran voluntad propia. —Es un regalo que te hace el clan. Para que

lleves una vida próspera y desahogada entre nosotros.

Ella cerró la tapa y negó con la cabeza. —Es del clan. No puedo
aceptarlo.

Todos se quedaron de piedra y su padre el que más. —Pero hija, no

puedes rechazarlo.

—Son riquezas que pertenecen a todos. No sería apropiado si soy una


más. Además, no lo necesito. Tengo todo lo que deseo y soy joven y fuerte para

trabajar como cualquier otro. Lo agradezco, pero no puedo aceptarlo.

Su clan la miró con admiración y Anne sonriendo dio un paso al frente.


—Pues al menos elige algo que te agrade que te recuerde este maravilloso día. El

día que volviste a nosotros.

Todos asintieron sonriendo y Greer se sonrojó. —Si os empeñáis. —


Abrió de nuevo el cofre y miró todo lo que allí había. Vio un anillo con una
piedra verde y se lo puso en el dedo índice. Su padre la miró emocionado. —Era

de tu madre.

Se llevó la mano al pecho. —¿De verdad?

Su padre asintió y metió la mano en el cofre sacando una estrella de

plata. —Y esto también. —Le puso la estrella al cuello y Greer la acarició con

ternura.

—Pues es lo que deseo.

—Tuyo es. —Anne aplaudió y todos los demás la siguieron.

—¡Cerveza para mi hija!

Vio como el chico que servía la cerveza a los demás se acercó de

inmediato sirviéndole a ella, así que sonrió levantando su copa. —Por los

McMurray. Por la familia y nuestro futuro.

Ailsa se acercó a su oído y le susurró —Perfecto. Te los has ganado con

una sola frase.

La miró sin saber qué decirle porque no había sido intencionado. Bebió
de su cerveza y su padre se sentó satisfecho a su lado ocupando su lugar. —Hija,

espero que disfrutes mucho de tu fiesta.

—Gracias padre —dijo tímidamente mirándole de reojo.

Él la observó con una sonrisa en los labios—. Sé que no me conoces y te


preguntas muchas cosas. Tendremos tiempo a hablar, ya verás.
—Sí, padre.

Alguien le sirvió y miró hacia Ailsa, que sonrió asegurándose de que su


plato estuviera lleno. —Come hija. No debes preocuparte por nada. Yo estoy

aquí.

Lo dijo de tal manera que parecía que haría lo que fuera por protegerla y

se sintió una desagradecida por haber pensado mal de él unas horas antes. Miró
al frente y vio a Paisley que no les quitaba ojo. La mujer sonrió asintiendo antes

de coger el pollo y darle un mordisco como si quisiera darle confianza. Tomó

aire cogiendo su pata y dándole un mordisco. Parecía que todo el mundo estaba

pendiente de sus actos y eso la puso nerviosa, así que sonrió masticando para

alivio de su audiencia que volvió a brindar a su salud.

La música empezó de nuevo y pudo relajarse. Ailsa le susurró —¿Te


gusta? Si no estás acostumbrada puedes pedir otra cosa.

—Está delicioso. Gracias.

Ailsa miró a Geordan sobre su cabeza y sonrió al igual que su padre que
hinchó el pecho orgulloso. —Mi hija ha vuelto a casa.

—Como tú querías. Es una pena que se adelantara a Seumas, pero es


fantástico que haya llegado ya.

Greer se atragantó tosiendo con fuerza y su padre le dio dos palmadas en


la espalda con delicadeza antes de acercarle su copa. —Bebe, hija. ¿Estás bien?

Ella asintió con lágrimas en los ojos y Ailsa reprimió una risita. —Estoy
bien, padre —dijo en cuanto se encontró mejor.

Geordan suspiró del alivio. —Debes tener más cuidado.

—Lo tendré, padre. —Fulminó con la mirada a Ailsa que se echó a reír a

carcajadas.

—¿De qué te ríes, mujer?

—Tu hija esconde mucho carácter bajo esa dulce apariencia, esposo.

Geordan se sonrojó. —¡Ailsa!

—Si ya lo sabe, ¿verdad Greer?

—Sí, padre. Ya lo sé. Entiendo que hayas rehecho tu vida. —Miró a su

padre a los ojos y decidió ser sincera. —Lo único que siento es que yo no

estuviera aquí.

Ailsa se rio de nuevo. —¿Ves? En una hora hará tiras de tu piel con su

afilada lengua.

—Veo que pareces conocerme bien. Me pregunto por qué será.

—Ailsa conocía muy bien a tu madre, hija —dijo su padre con una triste

sonrisa—. Era su mejor amiga.

Eso sí que la sorprendió y miró a Ailsa que asintió bebiendo de su copa


después. —Y Rhona no se reprimía a la hora de decir lo que pensaba. Como tú.

Además, era muy tozuda cuando quería algo y sospecho que tú eres su reflejo
por dentro y por fuera. —La miró con sus inteligentes ojos verdes. —¿Verdad,
niña?

Levantó la barbilla orgullosa. —No, yo soy mucho más poderosa.

Ailsa sonrió satisfecha. —Así me gusta. Levanta esa barbilla y que nadie

te haga de menos sin morder el polvo.

—Mujer… —Geordan se preocupó. —No quiero perderla también a ella.

—Se acercó a su hija y susurró mirándola muy serio —No hablarás de esto con
nadie fuera de nuestro entorno. ¿Me oyes?

Ella hizo una mueca y Ailsa se echó a reír de nuevo. —Querido, ¿por qué

crees que están esos escoceses ahí fuera? Ya ha mostrado lo que vale y no están
muy contentos.

Su padre jadeó. —¡Me dijiste que habías robado un caballo!

Greer se sonrojó. —Padre…

—Ahí viene.

Fulminó a Ailsa con la mirada. —¿Me dejas a mí?

—Por supuesto. Todo tuyo.

Miró a su padre arrepentida. —No lo sabía, de verdad.

—¿El que no sabías, hija?

—Que no eran de nuestro clan. —Su padre la miró sin comprender. —


Angus me dijo que lo eran. Y llevaban vuestro kilt.

—¿Angus? ¿Qué Angus?


—McLellan —susurró mirando de reojo a los de la fiesta que no parecían
enterarse de nada.

—¿Qué? —gritó su padre furioso levantándose.

Todos le miraron y ella le rogó con la mirada cogiéndole del antebrazo

para que se sentara de nuevo, casi obligándole a que lo hiciera. Su padre gruñó a

su lado y gritó —¡Esa música! ¡No la oigo!

Los tipos se pusieron a tocar a toda prisa, acelerando la melodía sin darse

cuenta y todos empezaron a murmurar.

—¿Qué Angus McLellan llevaba nuestro kilt? ¿Me estás diciendo lo que
creo que me estás diciendo?

—¡Les has oprimido, padre! ¡Tenían que hacer algo! Han muerto muchos

y tienen hambre. Vinieron a buscarme y yo pensé que eran de nuestro clan.

—Malditos… —Su padre apretó los puños.

—Cálmate, esposo. Está sana y salva. No le ha ocurrido nada.

—¿Por qué les acosas?

—¡Eso no es asunto tuyo! Son asuntos del clan. ¿Qué pretendían? ¿Un

rescate?

—No… —Se sonrojó intensamente. —Un matrimonio.

Su padre no pareció entender hasta que abrió los ojos como platos. —¡Ni
hablar!
—Padre…

—¡Voy a liquidar a esos pulgosos hasta no dejar ni uno!

Chasqueó la lengua cogiendo un pedazo de carne. —Ya, ya.

Ailsa se echó a reír. —Querido, eso ya está hecho. Está enamorada. Tiene

la misma expresión que Rhona después de verte. Es su destino.

—Ni hablar.

—Padre no te pongas cabezón que no vas a conseguir nada. Angus es ya

mi marido ante Dios.

Geordan dejó caer la mandíbula. —¡No!

—¡Qué sí! —gritó ella dejándolos a todos de piedra.

—¡Pero si estás comprometida!

—¡Oye, que yo no sabía lo que me tenías preparado! —gritó sin

reprimirse—. ¡Será porque nunca he hablado contigo! ¡Y es mi marido! ¡Así que


déjalo estar porque lo será para siempre! —Le señaló con el dedo. —¡No sé lo

que ha ocurrido entre vosotros, pero ya puedes ir arreglándolo!

—¿Que yo tengo que arreglarlo? ¡Soy el ofendido!

—¿De verdad? ¿Y qué ocurrió?

—¡No tengo por qué decírtelo! —le gritó a la cara. Ella parpadeó sin
mostrar ningún miedo y su padre entrecerró los ojos—. Hija, ese matrimonio no

es válido. Seumas…
—No quiero a Seumas. Quiero a Angus.

—¡Qué no!

—¡Qué sí!

Varios reprimieron la risa al ver que la hija del Laird tenía valor. —¡Si no

fuera tu cumpleaños te encerraría en tu habitación!

—¡Cómo si pudieras impedir que así le siguiera queriendo! Menuda

tontería.

Geordan la miró asombrado. —¡Hija!

—¿Qué?

—¡Es un ladrón y un mentiroso! ¿No te lo ha demostrado que fingiera ser

del clan para sacarte del convento?

—Lo hizo por una razón. Pero ahora no me mentiría. —Sonrió radiante

cortándole el aliento con su belleza. —Me ama.

—Te ama.

—Pues sí.

Siguió comiendo como si nada y Geordan miró asombrado a Ailsa que

hizo un gesto con la mano como si no le diera importancia. —Siéntate, querido.

—Malditos McLellan —siseó su padre molesto sentándose a su lado—.


Sabía que algo así ocurriría. —Furioso cogió su copa antes de vaciarla de un

solo trago—. Cuando le coja…


—Por eso les atacaste, ¿verdad? ¡Para reprimirlos!

—¡En cuanto me insultó supe que podía ocurrírsele ir al convento a por


ti! No soy tonto. ¡Él me acompañó cuando te llevé y sabía dónde estabas! Les

ataqué repetidamente para que no se les ocurriera ni pensar en hacerte daño. ¡Lo

que tenía que haber hecho era ir a buscarte y traerte a casa!

—Sí, es lo que tendrías que haber hecho. —Se encogió de hombros. —


Aunque ahora me alegro.

Su padre gruñó —Pues vete olvidándote de él porque este matrimonio

queda disuelto desde ahora mismo.

—No tienes el poder de hacer eso.

—¡Hija!

—¿Te robaron las vacas?

—¡Sí! ¡Y me tomé la revancha!

—Pero él no contestó a tu ataque y le invitaste a la fiesta.

—¡Exacto! ¡Y tuvo el descaro de casi matarme!

—Algo harías…

Jadeó ofendido. —¡No hice nada!

—¿Qué historia no se iba a repetir?

Geordan entrecerró los ojos. —¿A quién tengo que matar por tener la
lengua demasiado larga?
—¿A mí?

—¿Quién te ha contado eso?

—Por mucho que grites no vas a conseguir que te lo diga. Soy una

tumba.

La esposa de su padre se partía de la risa y Greer sonrió a la sala

tranquilizándolos. —Menudo carácter tiene, ¿eh? Menos mal que me lo he


ahorrado dieciocho años.

Todos se echaron a reír y su padre gruñó haciendo un gesto para que le

llenaran la copa.

—No tiene gracia. No va a quedar una sola piedra de ese ruinoso castillo
—dijo entre dientes antes de beber.

Ella le miró tranquilamente. —No harás tal cosa, porque voy a vivir allí

con mi esposo.

—¡Lo que me faltaba por oír!

—Será Laird y soy su esposa. —Levantó la barbilla. —Es mi deber


seguirle.

—¿Y qué haces aquí?

—Oh, es que vosotros también sois mi familia y esos venían detrás.


Tenía que advertiros.

Ailsa sonrió. —Que buen corazón tienes.


—Gracias.

—¿Y por qué no ha venido contigo tu valiente guerrero?

Ella levantó ambas cejas. —Es que no quería quedarme viuda antes de

tiempo y viendo tu carácter, mejor que me haya adelantado a aclararlo todo

desde el principio. Además padre, sé cuidarme sola. Eso nos lleva a que durante

el viaje ocurrieron algunas cosillas que…

—¿Qué cosillas? —preguntó Ailsa divertida.

Ella miró a su alrededor y decidió ser muy sincera porque de todas

maneras le daba igual que lo supieran o no. Las cabezas de Ailin y su padre se
acercaron y empezó a relatar lo que había sucedido en el viaje. A medida que

iba hablando parecían más sorprendidos y cuando terminó su relato su padre se

pasó la mano por la mejilla mirando a Ailsa preocupado. —Es mucho peor de lo

que me pensaba.

—Sabías que esto iba a ocurrir. Rhona fue muy clara el día en que murió.

—Si nuestro clan se entera de esto, no vivirá mucho. —La miró a los
ojos. —Debes reprimir eso. ¿Entiendes?

—No. Es su naturaleza. Rhona…

—¡Se lo advertí a mi esposa muchas veces y no me hizo caso! ¡El

resultado fue su muerte y la de mi hijo! ¡No voy a volver a pasar por eso cuando
me he privado de ella toda su vida! —dijo con voz heladora haciéndola callar.

Greer puso su mano sobre la suya. —Padre, nadie puede cambiar nuestro
destino. Está escrito en las estrellas.

Geordan la miró asombrado. —Rhona dijo lo mismo antes de morir.


Fueron sus últimas palabras.

—¿Quién la mató?

—No lo sé. Nunca se descubrió al culpable. Y teniendo en cuenta que la

curandera era una inútil, aún dudo que no muriera por el susto que se llevó el día
del incendio adelantando su parto.

—¿Por qué me mentiste sobre su muerte?

—Porque no quería que te enteraras de lo del envenenamiento —dijo

arrepentido—. Quería que te sintieras cómoda en tu nueva casa. Pero hija, si


empiezas a hacer cosas como tu madre… te temerán. Está en su naturaleza.

Greer apretó los labios comprendiéndole. Estaba preocupado por su

seguridad y no quería que la temieran. Hizo una mueca porque ocultar lo que era

iba a ser difícil, sobre todo porque Angus y los demás ya lo sabían cómo todos

los que estaban fuera. Y le daba la sensación de que no se irían con facilidad.
Eso le hizo pensar en el padre de Angus. —¿Qué hizo Cameron que te disgustó

tanto? Yo he sido sincera. Va siendo hora de que me cuentes toda la verdad.

Su padre gruñó. —Estaba enamorado de tu madre.

Abrió los ojos como platos. —¿Qué?

—Cuando se enteró de que había decidido casarte con Seumas se puso


como loco.
—¿Por qué?

Apretó los labios. —Porque tu madre le dijo que estabas destinada a su


hijo. ¿Contenta?

Abrió la boca asombrada. —¿Y aun así ibas a casarme con otro?

—Seumas lleva toda su vida preparándose para ello —dijo Ailsa

divertida—. Para... reprimir lo que eres.

—¡Estupendo! ¡Esto es estupendo, padre!

—Yo le dije mil veces que no funcionaría. Rhona no fallaba nunca. Y el

destino ha querido que las cosas volvieran a su sitio —dijo con burla mirando a

su marido—. Gracias a ti.

—¿A mí? —preguntó sorprendido.

—Si no te hubieras enfadado con Cameron, él no hubiera enviado a su

hijo. Sabía que irías a recogerla después de su cumpleaños y él se adelantó para

darte una lección. Teme por su clan. Es lógico que si hieres a un lobo, te muerda
la mano cuando te acercas demasiado.

—Pero si estaba casado —dijo aún impresionada porque su suegro amara

a su madre.

—Rhona era irresistible —dijo Ailsa divertida—. Cielo, la mitad de los


hombres de este salón están deseando seducirte. Y eso que ya saben que tienes

marido gracias a los gritos de tu padre.

Miró al salón y al ser consciente de cómo la miraban algunos hombres, se


sonrojó hasta la raíz del pelo. Fulminó a su padre con la mirada. —Se está
muriendo. Irás y te disculparás como un hombre.

—¡Antes muerto! ¡Intentó matarme en mi propia casa!

—¡Porque le ofendiste al no aceptar a su hijo! ¡El ofendido era él!

Geordan la miró como si fuera la primera vez que se le pasaba eso por la

cabeza y Ailsa se echó a reír a carcajadas. —Cómo me alegro de que hayas


vuelto. Es como un soplo de aire fresco.

—¡Y eso de que te teman todos los clanes vamos a arreglarlo también!

¡No puedes ir avasallando a la gente! ¡La Madre superiora te tiraría de las orejas!

—¡Hija! ¡Somos el clan más poderoso de las Highlands!

—¡Hasta que se unan contra ti!

Él bufó cogiendo su copa de nuevo que ya estaba vacía y molesto hizo un

gesto para que se la llenaran de nuevo. Ella cogió su copa y un hombre se acercó

a su padre para susurrarle algo al oído. Su padre la miró satisfecho y preguntó —


Hija, ¿te gusta la cerveza?

—¿Para que estáis preparados?

Su padre puso los ojos en blanco mientras su esposa se reía de nuevo. —


Ríndete Geordan. No puedes con ella.

—Voy a salir un momento de la fiesta. Vuelvo enseguida.

Greer se tensó levantándose. —Voy contigo.


—Ni hablar. Tú te quedarás aquí. ¿Me has escuchado bien?

—¡No me fío un pelo! He tenido un mal presentimiento con esto y voy


contigo. Y además no puedes retenerme, así que no discutas.

Caminó hacia la puerta y su padre gruñó diciendo —Igualita que su

madre.

—Qué maravilla, esposo. Es como tenerla aquí de nuevo.

—Pues espero que no termine igual.

Ailsa perdió la sonrisa al ver el dolor en sus ojos. —Eso no ocurrirá,

debes tranquilizarte.

Geordan se fue sin escucharla y Ailsa miró a su hija que sonrió. Le hizo

un gesto con la cabeza haciendo que saliera corriendo tras ellos. Se sentó de

nuevo en su silla y apretó los labios sumida en sus pensamientos. Cogió su copa

y susurró —Rhona, espero que ayudes a tu hija estés donde estés. Lo va a

necesitar.

Greer esperaba impaciente a su padre y cuando salió levantó los brazos

como diciendo ya era hora.

—No vas a salir. Sube a la muralla y mirarás desde allí. Hay una vista
estupenda.

—No.

—Hija, no puedes quitarme autoridad ante mis hombres.


Se sonrojó con fuerza. —Lo siento, no lo haré más, pero voy contigo.

—Eres la causa del conflicto, así que te quedas.

Frunció el ceño porque puede que tuviera razón. —No, mejor voy

contigo. —Se volvió y gritó —¡Un caballo! —Sonrió a su padre de oreja a oreja.

—Iré a disculparme, aunque como ya sabes no fueron precisamente amables con

nosotros.

—¡Les estabais robando!

—Algo muy común entre los clanes. No sé por qué se pusieron así. —

Miró hacia arriba y se mordió el labio inferior al ver la luna enorme sobre ella.
—¿Has visto, padre? Nunca ha estado más hermosa.

—Ay madre… —Exasperado se subió a su enorme caballo castaño.

Cuando se acercaron con un hermoso caballo de pelo negro, chilló de la

alegría y su padre no pudo evitar sonreír. —¿Te gusta, hija? Lo elegí

especialmente para ti. Como la noche en que naciste.

Emocionada se subió y abrazó su cuello. —Es hermoso. ¿Tiene nombre?

—Dark.

—Perfecto. Tenía que llamarse así.

Su padre sonrió tirando de sus riendas y se dirigió hacia la puerta. Diez


hombres a caballo le siguieron y Greer suspiró porque era obvio que quería
dejarla atrás. Les siguió tranquilamente y salieron del castillo mientras sus

hombres armados apuntaban a sus enemigos con sus arcos intentando


protegerles. Varios hombres se subieron a sus caballos. Las hogueras que habían
encendido y la luz de la luna le mostraron claramente como tres hombres de

distintos clanes daban órdenes a sus hombres antes de cabalgar hacia ellos. Su

padre levantó el brazo a medio camino para detener a su grupo mientras que
ellos empezaron a subir la colina quedándose a unos cinco metros de distancia.

—¿Qué buscáis en mis tierras? —preguntó su padre ofendido haciendo

que Greer levantara una ceja—. ¿Cómo os atrevéis a desafiarme?

El anciano Laird de los McCaskill adelantó su caballo. —Venimos a por

tu hija, porque es tu hija ¿verdad? ¡La hija de la luna! ¡Lo supe en cuanto la vi!

¡Es igual que Rhona!

—Es mi hija. —Su padre enderezó la espalda. —Greer ven aquí.

Ella sonrió acercando su caballo al hombre que con miedo hizo que su

montura retrocediera. —Siento no haberle devuelto el caballo, pero pensaba

hacerlo, se lo aseguro.

Los Laird que le acompañaban la miraron confundidos. —¡Qué no os


engañe, es una bruja! —gritó el viejo furioso—. ¡Mató con un rayo a uno de los

míos! ¡Y tiene la fuerza de dos hombres!

—¿Y yo qué culpa tengo de que se haya caído un rayo justo en ese
momento? Hombre, no está siendo razonable.

El viejo parpadeó asombrado y otro de los Laird se acercó. —¡Han

matado a veinte de mis hombres! ¡Estaban despedazados!


Greer apretó los labios asintiendo. —Sí, había lobos. Casi nos cogen.
Tuvimos mucha suerte. Yo creo que es porque iban desnudos, padre. Eso es una

ofensa a Dios. Y menuda imagen ver saltar a veinte hombres como Dios los trajo

al mundo de los árboles. Es algo que no se me olvidará mientras viva. Yo que


acababa de salir del convento… No sé qué diría la Madre superiora de eso. Que

fue un mandamiento divino seguramente.

Los hombres carraspearon incómodos. —¿Te estás burlando de nosotros,


mujer? ¡Arderás en el infierno! —gritó el viejo.

—Oiga, que ustedes pegaron a mi hombre y yo no me puse así.

—¡Si casi nos fulmina con un rayo a todos! ¡Nos amenazó con destruir

mi clan! ¡Todos lo oyeron!

—Cosillas que se dicen, padre. Soy una simple mujer y tenía que

defenderme. ¡Habían pegado a mi marido! Muy mal, eso no se hace. ¡Deberían

confesarse!

Los tres la miraron como si le hubieran salido cuernos y


disimuladamente se pasó la mano por el cabello. —¿Tengo algo extraño?

Su padre reprimió la risa. —McCaskill hemos sido aliados durante años.


¿Esa es la ofensa que alegas para iniciar una guerra? ¿Que le tienes miedo a una
simple mujer?

El anciano se sonrojó de furia. —¡De mí no os burláis más! —Levantó

una mano y varios hombres cogieron algo que había cerca de una hoguera
mostrándoselo. Greer palideció al ver a Angus atado y amordazado lleno de

golpes.

Fulminó al viejo con la mirada. —Más te vale que esté vivo.

—Puede que no.

La furia la recorrió de arriba abajo e intentó retenerse. —¿Greer? —

Ignoró a su padre adelantando su caballo hasta ponerse ante el viejo y siseó —


Suéltale. Ordénalo ahora mismo.

—¿O sino?

—Buscas una excusa para una guerra. Te asusta el poder que ha

adquirido mi padre e inventas historias para estos crédulos cobardes y así


usurpar su puesto de líder. Pero no uses a mi marido para ello porque si no te

aseguro que vas a sufrir.

El anciano palideció. —¿Me estás hechizando?

—¡Dame a mi marido! —gritó haciendo que el caballo del Laird se


asustara.

—No.

Esa palabra la sacó de sus casillas, pero su padre se puso a su lado


cogiendo las riendas de su caballo. —Hija, contén tu furia. Déjame hablar a mí.
—Greer volvió a mirar a Angus sintiendo su dolor mientras su padre hablaba. —

¿Qué queréis? ¿Oro?

—Ya te lo hemos dicho. La queremos a ella. Y si no se entrega,


mataremos a su esposo.

Greer le miró con ganas de despedazarle.

—¿Y qué esperáis conseguir con la muerte de una simple mujer?

—¡No es una simple mujer! ¡Y si piensas utilizarla para ser nuestro rey te

pararemos los pies!

—¿Rey? —Miró a su padre asombrada. —Padre, ¿de qué habla?

—Últimamente se ha estado hablando de unificar los clanes en un solo

reinado —dijo muy tenso—. ¡Pero jamás me propuse para eso! ¡Los clanes

seguirán existiendo como han hecho siempre!

—¡Mientes! ¡El poder te ciega! ¡Y si vas a utilizar a tu hija para eso te lo

impediremos!

—¡Dame a mi marido antes de que pierda la poca paciencia que me

queda! —gritó ella haciendo que el viento se levantara con fuerza.

El viejo sonrió. —¿Veis? Esa es la bruja que se presentó ante mi clan

para doblegarlo.

—Y si como dices doblegué a tu clan, ¿quién dice que no puedo hacerlo

con todos?

—Hija, no alimentes sus fantasías —dijo su padre con furia—. ¿Queréis


enfrentaros a mí? Prepararos para morir.

—Te dejaremos el cadáver de tu yerno ante la puerta para que ella le


llore.

—Maldito cobarde. Has utilizado estas mentiras para volver a los clanes
contra mí. Pero lo vais a pagar. Eso te lo juro. —Su padre escupió en el suelo. —

Esto es la guerra, viejo. —Sacó su espada y la lanzó hacia el suelo ante él

clavándola en la hierba. —Y los McLellan me apoyarán porque tenéis a su hijo


retenido. Así como el resto de mis aliados. Os aniquilaré a todos.

—¿Los McLellan? ¡Lleva tu kilt! —gritó otro de los Lairds.

Geordan sonrió. —Porque somos familia. Fue a recoger a su esposa al

convento.

—¿Entonces ya puedo matarles, padre? —preguntó ella fríamente

haciéndoles palidecer—. Me han ofendido y han mancillado nuestro apellido.

Los hombres McMurray asintieron. —Mátalos Greer. ¡Son unos perros

que deben morir! —dijo uno de ellos mientras su padre soltaba las riendas de

Dark enderezando la espalda.

Miró fijamente al viejo y se acercó a él con su caballo. —Te voy a dar


otra oportunidad. Dame a mi marido. No quiero que se derrame sangre de

inocentes por las locuras de un viejo.

Los murmullos en el ejército que esperaba colina abajo les hizo mirar
hacia allí y todos vieron como los lobos caminaban con el lomo erizado hacia
ella. Los hombres empezaron a gritar de miedo y varios les tiraron flechas. —

¡No! —gritó ella lanzándose a galope. —¡No disparéis! —Un hombre que tenía
el arco en alto disparó y ella desvió la flecha con la mente. Los lobos se

colocaron en fila ante ellos y les mostraron los dientes listos para el ataque. —

¡No! ¡Quietos! —ordenó ella—. ¡Crul, que se detengan!

Su lobo apareció a su lado y todos vieron asombrados como su ejército

de lobos la obedecía al instante. Sobre su caballo miró a su marido levantando la


barbilla. —No quiero derramamiento de sangre. Dadme a mi marido y todo

quedará olvidado.

Los guerreros que tenían a Angus sujeto se miraron y uno de ellos sacó

un cuchillo mirándola con una sonrisa maliciosa en los labios mientras se lo

ponía bajo su cuello. Cuando vio una gota de sangre bajando por su piel hasta su

pecho, Greer lo vio todo rojo y gritó rabiosa mientras el brazo de ese hombre se
partía en dos haciendo que le soltara justo antes de que su cuerpo se incendiara

ante los clanes. Ella gritó lanzando su caballo a galope antes de que los lobos se

tiraran sobre sus enemigos. Los hombres salieron del castillo armados y

corrieron colina abajo para unirse a la batalla mientras su padre mataba al viejo
McCaskill cortándole el cuello ante los Lairds que aún no salían de su asombro.

Greer se tiró sobre el otro hombre que había levantado una espada sobre

su cabeza con intención de matar a Angus, que yacía inconsciente sobre la


hierba. Rodaron por el suelo y Greer se colocó sobre él a horcajadas para darle

de puñetazos. Con la respiración agitada se dio cuenta que no respondía y


entonces fue consciente de que estaba muerto. Se volvió de golpe para ver que

Crul estaba al lado de Angus gruñendo con fuerza a un hombre que temblaba sin
saber qué hacer. Greer se levantó y se acercó al hombre que en cuanto reparó en
ella salió corriendo, como la mitad que aún podían hacerlo. Los demás solo

luchaban para intentar salvar sus vidas y Greer gritó —¡Deteneos!

En el fragor de la batalla los hombres de su clan no la escucharon y tres

potentes rayos cayeron haciendo retumbar la tierra.

Todos la miraron sorprendidos y Greer gritó furiosa —¡Quien quiera


marcharse ahora, es libre de hacerlo sin represalias!

Los hombres que no eran de su clan salieron corriendo. La mayoría

incluso se dejó los caballos y Greer corrió hacia Angus colocándose de rodillas a

su lado. Le cogió la cara con cuidado y susurró aterrorizada —Dime que te vas a

poner bien, cielo. —No movió ni un gesto y se asustó muchísimo. —Angus, por

favor. —Se agachó sobre su pecho pegando la oreja a su corazón y lo escuchó


muy débil. Levantó la vista hacia Crul que gimoteó acercando el morro a la

mano de Angus intentando despertarle. —¡Se pondrá bien! —exclamó nerviosa.

Miró a su alrededor y vio llegar a su padre con una herida en el costado.

Sangraba mucho, pero parecía estar bien. —Padre…

—¡No te preocupes por mí! ¡Llevar al McLellan dentro del castillo! —

ordenó con fuerza haciendo que los hombres se movieran.

Cuatro hombres le cogieron por los miembros y empezaron a subir la


colina. Pasaron ante los cuerpos de los Lairds e impresionada se dio la vuelta.

Había muchos muertos y heridos. Apretó los labios al ver los cuerpos de dos
lobos que no habían sobrevivido. Era increíble que le dieran más pena que los
guerreros, pero les había dado la oportunidad de retirarse y se habían negado.

Sus lobos se habían alejado, pero Crul no se separaba de su lado. —Vete

con tu pareja, Crul. Estoy bien.

La sorprendió que su lobo gruñera y se acercara más a ella. Le acarició la

cabeza. —De verdad. No pasa nada. —Se volvió para seguir a Angus cuando
Crul gruñó de nuevo. Sorprendida le miró a los ojos. —¿Quieres advertirme?

Tranquilo, amigo. Sé que también hay peligro dentro. No debes preocuparte por

mí.

Crul gruñó de nuevo antes de salir corriendo colina abajo para

encontrarse con su pareja que le esperaba.

Su padre estaba tras ella observando a Crul. —Hija…

—Lo sé, padre. He iniciado una guerra por salvar a mi marido. —Le

miró a los ojos. —Pero lo haría de nuevo porque sin él no soy nadie y mataré a

cualquiera que le haga daño.

Geordan levantó la ceja divertido. —¿Me estás advirtiendo?

—Ahora necesitamos aliados, padre. Haz las paces con los McLellan. —

Entró en el patio y corrió atravesándolo hasta entrar en el castillo. Su marido


estaba sobre una de las mesas y todo el mundo le observaba. Al parecer la fiesta
se había acabado.

—¡Todos fuera! —ordenó acercándose.


—Ya he llamado a la curandera —susurró Anne dejando un cuenco de
agua y unas gasas al lado de la cabeza de su marido.

Ailsa hizo una mueca de dolor al ver su cara que nuevamente estaba llena

de golpes. —Menudos salvajes.

—No se despierta —susurró aterrorizada. No podía perderle. Era lo

mejor que tenía en su vida. Era su vida. No podía dejarla.

Ella pasó las manos por su cara y todos se quedaron atónitos al ver como

de ellas salía una luz que curaba sus golpes. Todos menos Ailsa que apretó los

labios al ver que no se despertaba. Greer se echó a llorar de la frustración y se

abrazó a él. —¿Por qué no te fuiste a tu clan? —Frustrada se incorporó mirando

su cara. —¡Despierta!

—No puedes evitar la muerte, Greer.

Todos la miraron sorprendidos. —¿Cómo lo sabes? —preguntó Geordan

sin salir de su asombro.

—Por Rhona. Su madre tenía ese don. Podía curar, pero desde fuera no
puede arreglar lo de dentro. Más bien acelera la curación, ¿entendéis?

Greer entendió. —Así que tiene algo dentro que está roto y no puedo

arreglarlo. ¿Eso quieres decir?

—Exacto. Algo dentro no funciona como debe.

—¡Qué venga la curandera! —gritó su padre.

—¿Así que mi madre tenía este don?


Ailsa se sonrojó desviando la mirada. —Mujer… ¿Qué nos ocultas?

—¿Madre? —preguntó Anne asombrada—. ¿Pudo evitar que padre


muriera?

—¡Era un salvaje! Rechacé su ayuda y ... —Levantó la barbilla sin

intimidarse. —Tú no lo entiendes, pero mi vida con él fue un infierno. Rhona me

salvó la vida al ayudarme.

—¡Nunca me dijo nada! —Su padre no salía de su asombro.

—¡Porque no querías entender cómo era! ¡Si incluso la encerraste al

principio de tu matrimonio para intentar cambiar su modo de vida! ¡La


reprimiste y ella se negaba a enseñarte lo que podía hacer por miedo a perderte a

ti también! Se dio cuenta enseguida de que no la aceptaban y sufrió porque tú

nunca asumiste cómo era.

Greer miró a Angus sabiendo la suerte que tenía y cogió sus mejillas

entre sus manos. —Por favor mi amor, no me dejes sola. —Sus ojos verdes se

llenaron de lágrimas acariciando con ternura la barba que empezaba a salir de


nuevo. —No volveré a dejarte. Te lo juro. Te seguiré a donde tú quieras, pero no

me abandones. Aún nos queda mucho por vivir. Tienes que darme hijos,
¿recuerdas? —Una lágrima cayó sobre su mejilla llegando a la comisura de sus

labios y ella se la besó con ternura. —Dijiste que los tendría, ¿lo recuerdas? —
Ailsa reprimió las lágrimas al ver su dolor, pero no pudo evitar un sollozo. —No

me dejes, mi amor. Ya no podría vivir sin ti. Eres mi vida. Te amo más que a
nada.

Su padre se sentó en una silla agotado emocionalmente por lo que su


mujer le acababa de decir y por el sufrimiento de su hija. —Yo la amaba.

Ailsa le miró arrepentida. —Y ella lo sabía. Pero también sabía que

sufrías con su situación e intentaba ocultar lo que era ante todos. Y era una bruja,

Geordan. Pasó por estas tierras porque te buscaba. Las brujas tienen una pareja
predestinada y esa eras tú. Como Angus es la de Greer. Nada cambiaría eso. Por

eso era inútil lo que intentabas hacer con mi hijo. Intenté advertirte y no me

hacías caso, pero le había prometido a Rhona que no te contaría nada.

—¿Y por qué lo dices ahora? —dijo angustiado.

—Porque debemos hacer lo que sea para salvar a Angus y Greer tenía

que saber que lo que hace no es suficiente.

En ese momento entró una anciana con el cabello cano hasta la cintura.

Se acercó a Angus y chasqueó la lengua. —Tiene algo roto dentro. No se puede

hacer nada.

Greer se volvió furiosa y cogió a la anciana por la pechera del vestido

acercándola con fuerza hasta levantarla del suelo. —¡Vuelve a decir eso y te
encontrarás con tu creador antes de lo que piensas! —le gritó a la cara.

La mujer la miró aterrorizada a los ojos. —Una bruja. Una bruja de


primer rango.

—¡Es mi hija, anciana! La hija de Rhona.


—Haz lo que debas con mi marido —siseó antes de dejarla en el suelo.

—Es mucho más poderosa que Rhona. Mucho más —dijo con temor
antes de mirar a Angus—. No sé qué hacer. Nunca he abierto un cuerpo. Curo

con hierbas. Si estuviera consciente él podría decirnos lo que le duele, pero así…

—Negó con vehemencia moviendo la cabeza a un lado y al otro.

Se llevó las manos a la cabeza desesperada. —Tienes que hacer algo.

—Realiza un conjuro para que te hable.

Miró a la vieja asombrada. —¿Un qué?

—No ha sido instruida, vieja. Solo sabe lo que la naturaleza le ha dado

—explicó Ailsa.

—Una bruja poderosa puede realizar conjuros por sí sola. No necesita

aprenderlo.

—¿Cómo se hace eso? —preguntó dando un paso hacia ella.

—Repitiéndolo una y otra vez —contestó la anciana antes de cruzarse de

brazos—. Menudo desperdicio. Con todo lo que podrías hacer y no has sido
instruida.

Todos miraron a Geordan que suspiró. —Al parecer no he hecho nada


bien.

Sin perder el tiempo miró a Angus y susurró —Angus abre los ojos y
dime lo que te duele, Angus abre los ojos y dime lo que te duele, Angus abre…

—Su marido abrió los ojos sobresaltándola.


—Continúa, no te detengas —la instó la vieja.

—Angus dime lo que te duele, Angus dime lo que te duele…

Él gimió llevándose la mano al costado. —Aquí —susurró como si

sufriera muchísimo—. Aquí me duele y la cabeza…

La anciana le tocó el costado y él gimió de dolor cerrando los ojos y

perdiendo el sentido. Le palpó varias veces ahora que ya estaba inconsciente de


nuevo. —Tiene una rotura en el costillar. No debería estar inconsciente por eso.

—Se acercó a su cabeza y le tocó por la nuca antes de seguir subiendo. Y aquí

tiene un buen chichón. Tócale aquí.

No perdió el tiempo y puso las manos sobre la parte de atrás de la cabeza

mientras la anciana se la sujetaba. Angus abrió los ojos y ella chilló de la alegría

agachando la cabeza para besar sus labios.

—Un poco más —dijo la anciana suspirando de placer.

La miró sorprendida y la anciana sonrió. —Me duelen mucho las manos

y ahora… Es maravilloso.

—Preciosa, podrías…

—Sí, hija, ¿y a mí me das un toquecito aquí?

La anciana chasqueó la lengua. —Ese corte está abierto. Tendremos que


apretarlo con las manos para que se cierre.

Geordan gruñó. —Estupendo.


—Ya no me duele la cabeza.

—Estupendo, mi amor. —Apartó las manos y la anciana dejó caer su


cabeza sobre la madera ganándose una mirada fulminante de Greer.

—Upps…

—¡Un poquito de cuidado no estaría de más! —Puso sus manos en su

costado y Angus suspiró del alivio inclinando su cabeza hacia atrás mientras
Ailsa sonreía. Preocupada miró a su marido. —¿Te encuentras mejor?

—Cielo, tienes unas manos…

Todos sonrieron incluida ella. —Ahora estoy contigo, padre.

—Tranquila, está dejando de sangrar —dijo fascinado observando cómo

lo hacía.

—Ya está. —Angus se sentó sobre la mesa y miró a su suegro antes de

gruñir—McMurray.

—McLellan. Vamos a tener una larga conversación tú y yo. ¡Sobre todo

de cómo se respetan a las hijas de otros clanes!

Su marido gruñó cogiéndola por la nuca acercándola a él. —Dile a tu

padre que no me provoque, preciosa.

Sonrió radiante. —Eres un loco. Tenías que haber ido a ver a tu padre.

—No podía dejarte sola. ¡Y no vuelvas a hacerlo! —le gritó a la cara—.


¡Ya verás cuando coja a tu lobo!
—Se entristeció mucho al verte herido.

—Hija…

—Oh, sí. —Se apartó de Angus para acercarse a su padre.

—Es mejor que se tumbe —dijo la anciana—. Así apretaremos mejor.

Angus se levantó y se tambaleó. —¿Estás bien? —preguntó sujetándolo

por la cintura.

—Sí, ha sido un ligero mareo. Estoy bien. —Geordan se levantó y vio el

tajo que tenía. —¿Cómo te has hecho eso?

—Tenemos mucho de qué hablar. Pero deberíamos descansar —dijo su

padre sentándose sobre la mesa antes de tumbarse. Gruñó de dolor cuando la

anciana apretó con fuerza cerrando la herida y Greer puso las manos sobre él.

Hasta ella se sorprendió del resultado porque cuando apartó las manos Anne

pasó la tela mojada dejando una línea sonrosada que era donde había estado la

herida.

—Casi no tiene cicatriz —susurró su hermanastra sin salir de su estupor.

—Me has dejado como nuevo. —Su padre se tocó el costado sentándose

sobre la mesa.

Anne se volvió con el cuenco en la mano para llevarlo a la zona del


hogar cuando vio que Paisley bajaba por la escalera pálida. —Están recogiendo

los cuerpos —susurró apretándose las manos.

—Es lo lógico —dijo Ailsa—. Querrán enterrar a los suyos.


Paisley se apretó las manos de nuevo, asintiendo antes de salir del salón a
toda prisa.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Angus provocando que todos le miraran.

—¿No recuerdas nada? —Se acercó a él y le cogió de la mano mientras

él negaba con la cabeza.

—Algo me golpeó el cogote y ya no me enteré de nada.

—Tuve que salir y… —Miró de reojo a su padre que asintió. —Nos

enfrentamos a los McCaskill y a los demás para liberarte.

—Mierda. —Angus se sentó en la silla de su padre haciéndole gruñir,

pero no le hizo ni caso. —Has usado tus dones.

—Sí. Algo.

—Preciosa…

—Lo sé, pero cuando te vi no pude evitarlo.

Angus asintió. —Entonces estamos en problemas.

Geordan se sentó sobre la mesa poniendo el pie en el banco. —Los

supervivientes correrán a buscar aliados para aplastarnos. Creen que quiero ser
rey —dijo divertido.

—Si no fueras por ahí intimidando a la gente…

—Soy Highlander. Protejo a mi clan y si te temen no se acercan a

quitarte lo que es tuyo.


—¡Nosotros no te hicimos nada! —gritó Angus furioso.

—Cielo, no te exaltes. Tu padre sí que hizo algo. —Le miró confundido.


—Intentó matar a mi padre.

—¡Menuda mentira! ¿Te ha contado eso? —Se levantó furioso. —¡Diles

la verdad, Geordan!

—Es la verdad —susurró Anne—. Yo misma lo vi. Y lo vio mucha gente.


Fue en medio de una fiesta.

Angus la miró con sorpresa. —¿Qué? ¡Mis hombres jamás dijeron nada

de eso!

—Si lo prohíbe el Laird nadie diría nada, ¿no crees? —preguntó Ailsa.

—¡Pues a mí no me hacéis mucho caso! —protestó su padre haciendo

que Anne y Ailsa se sonrojaran—. ¡Os prohibí que hablarais con la niña de su

madre!

—¿Ves cómo oculta algo?

—Angus, tu padre estaba enamorado de mi madre. Pero no tenía nada


que hacer porque ellos estaban predestinados. Como tú y yo.

Su marido no salía de su asombro. —¿Estás loca, mujer? Mi padre adora


a mi madre.

—Atacó a mi padre porque la comprometió con Seumas en matrimonio.


Y Rhona le había dicho hacía años que vosotros estabais predestinados —dijo

Ailsa dejándolo de piedra—. Se tiró sobre Geordan ante todo el mundo. Ni lo


pensó. Dijo que la historia no se repetiría. Supongo que quería decir que tú no
podías perderla como él perdió a Rhona.

Angus estaba tan impresionado que volvió a sentarse. —Han muerto

tantos por ello…

—Y los que quedan por morir —dijo Anne irónica—. Porque ahora todo

el mundo sabrá que es una bruja.

—¡Mi mujer no es una bruja! ¡Tiene dones! —Todos carraspearon y

preocupada apretó sus manos viendo que perdía de nuevo todo el color de la

cara. —¿Eres bruja?

—Según ellos...

La anciana asintió vehemente. —Y de rango.

—¿Qué es eso del rango?

Se encogió de hombros y la anciana suspiró antes de responder —Todas

las brujas tienen… poderes. Pero unas tienen más que otros. Entre las que tienen
más dones se encuentra a la sacerdotisa. Esa es la que recibe la misión de dirigir

a sus brujas.

—¡Tú no harás eso! —ordenó su marido con los ojos como platos.

—No, claro que no. Estoy como para dirigir a nadie. Yo solo quiero
llevar una vida tranquila a tu lado.

—Pues empezáis bien —dijo la vieja haciendo que la fulminaran con la

mirada.
Eso pareció calmarle y se levantó de golpe. —Tengo que hablar con mi
padre de inmediato. Espero llegar a tiempo.

—Voy contigo. Así le conoceré. —Miró a su padre que era reticente. —

Sabes que no me pasará nada.

—No me fío. ¡Ha retorcido la historia a su conveniencia! ¿Y si te hace

daño?

—¡Mi padre nunca la dañaría! Si lo que dices es cierto, que aún lo dudo,

lo que quería era precisamente esta unión, ¿no es cierto? —No podían negarlo,

así que Angus la cogió de la mano. —Me llevo a mi mujer a casa.

—Pero volverá, ¿verdad? —preguntó Anne asustada—. ¿Dejará que

vuelva?

—Claro que sí. —Greer soltó la mano de Angus acercándose a su padre.

—Volveré.

—Acabas de llegar y ya te pierdo.

—Volveré, te lo prometo. —Le abrazó por el cuello y Geordan

emocionado la pegó a él con fuerza como si temiera no verla nunca más.

—Mi niña preciosa.

—Volveré. Después de lo que ha pasado debo ir con él, pero no te


preocupes. Además, tenemos mucho de lo que hablar para conocernos.

—Si en una semana no has vuelto, iré yo mismo a buscarte.


—Ya empezamos —siseó Angus—. Greer, nos vamos.

Ella se acercó a él sonriendo y le dijo —Ya verás el caballo que me ha


regalado mi padre. Es de un pelo negro brillante precioso. Se llama Dark.

—¿No me digas? —Miró a su padre como si quisiera matarlo y éste

carraspeó.

—¿Qué ocurre?

—¡Qué es mi caballo! ¡Me lo robó en una de sus incursiones!

—Oh, pues… Ahora es mío.

Angus sonrió divertido. —¿No me digas? —Silbó y escucharon un golpe

en el establo antes de que Dark saliera a galope hacia su amo, que levantó la

mano para acariciarle el entrecejo. —¿Sigues creyendo que es tuyo?

Gruñó viendo cómo se subía a pelo y le tendió la mano. La cogió a

regañadientes. —Puede que ahora sea tuyo, pero terminará siendo mío.

—No sé por qué, pero eso no lo dudo ni por un momento.

Geordan sonrió al ver a su hija reír mientras salían de la fortaleza. Ailsa


le cogió por el brazo pegándose a él. —Es maravillosa. Debes estar orgulloso.

—No me conoce. La perdí el día que la llevé al convento —dijo con

pena.

—No digas eso. Regresará y querrá conocerte. Ya verás. Seremos una


familia.
La miró levantando una ceja. —¡Al parecer me has ocultado muchas
cosas a lo largo de estos años, mujer! ¡Debería castigarte por ello!

Ailsa le miró maliciosa. —¿Vas a atarme a la cama?

Geordan la besó y susurró —Gracias.

—¿Por qué?

—Porque nuestro amor es distinto y lo has entendido desde el principio.

Nunca me lo has recriminado.

—Sé que nunca me amarás como a ella. He visto tu dolor por perderla y

lo entiendo. Me amas de otra manera, pero nunca me he sentido menos mujer

que ella por eso. Me has hecho muy feliz estos años y me siento amada. No
debes sentirte culpable porque todos los amores son distintos.

—Vamos dentro mujer, que voy a castigar esas mentirijillas que me has

contado a lo largo de los años.

Ailsa rio como una niña corriendo al interior y Geordan sonrió antes de
mirar la puerta por donde había salido su hija. Esperaba que su mujer tuviera

razón, porque tenía la sensación de que se iba una gran parte de su corazón con
ella. Si en una semana no volvía, tendría que hacerles una visita. Sí, ya era hora

de visitar a los McLellan de nuevo.


Capítulo 9

Al salir del castillo Greer perdió la sonrisa al ver como varios hombres

aún recogían los cadáveres. Varios los miraron asombrados, sobre todo a Angus

que estaba en perfecta forma.

—Menuda batalla.

—Nos ayudaron los lobos —susurró desviando la mirada. Como si lo


hubiera invocado, Crul corrió a su lado alejándose del castillo—. Los Lairds han

muerto. Ahora es la guerra.

—¿Venían a por ti?

—Sí. Y creo que hubieran dejado en paz a mi padre si no hubiera sido


porque aparecí yo. Temen el poder que pueda tener ahora.

—Por eso me atraparon. Estúpidos —siseó furioso apretándola contra él

como si quisiera protegerla—. Los McCaskill son los culpables de esto cuando
sabían a donde podías llegar.
—Creo que querían provocarme para mostrarles a los demás lo que podía
hacer.

Angus la besó en la sien. —Todavía no me puedo creer todo lo que ha

pasado. Y esa historia de mi padre…

—Cuando llegué al castillo yo también dudaba de todo. Y más aún

cuando una mujer llamada Paisley me contó que mi padre pegaba a mi madre y
que la había encerrado en su habitación desde el principio. Como si la hubiera

secuestrado. —Miró a Angus que frunció el ceño sin dejar de mirar el camino.

—E incluso me dijo que sospechaba que mi padre había intentado matarme

porque me temía. Porque mi madre le había dicho que yo regresaría y me

vengaría. Que el fuego casi me atrapó en mi habitación y que fue mi madre a


rescatarme.

—Eso es mentira. Esa mujer miente de principio a fin.

—¿Tú crees?

—Tu padre puede ser un bruto y un Laird sin escrúpulos, pero amaba a
Rhona de tal manera que jamás le hubiera hecho daño. Si cuando ella murió en

el parto en lo único que pensaba era en mantenerte a salvo. Mi padre me lo dijo.

—Tu padre le acompañó al convento.

Angus la miró sorprendido. —Por eso sabía dónde estabas.

—Exacto.

—¿Y por qué no me habló de tu paradero primero? Si como dices


estábamos predestinados…

—Creo que quería esperar todo lo posible a mis dieciocho años. Mi


madre le pidió a mi padre que me protegiera hasta los dieciocho. Que ahí ya

sería madura para protegerme sola. Por eso los hombres de mi padre llegaron

más tarde, para recogerme después de esa noche.

—Así que se acercó todo lo posible a la fecha para que estuvieras


protegida.

—Eso creo yo. Cameron te envió a ti para que nos ligáramos antes de

llegar a casa. ¿Entiendes? Y que así los planes de mi padre con Seumas se

frustraran.

Angus gruñó haciéndola sonreír. —¿Y por qué mi padre no dijo la

verdadera razón de la disputa?

—Eso no lo sé. Lo único que sé es que Ailsa y Anne me dieron

confianza. Después la actitud de mi padre.

—Te quiere preciosa, eso no lo dudes. Por eso íbamos a secuestrarte.

—No ibais. Me secuestrasteis.

—¿Crees que quiere utilizarte para ser rey de Escocia?

Negó con la cabeza. —No. Creo que mi madre le hizo prometer que me
protegiera y fue lo que hizo. La curandera dijo que a mi madre la envenenaron.

—Angus detuvo el caballo de repente y ella le miró. —¿Por qué te detienes?

—¿Mataron a tu madre?
—Eso es lo que me han contado. Que el parto se adelantó por un
envenenamiento. Murieron los dos.

—¿Y ese incendio?

—Fue la noche anterior.

—Mi padre estaba allí.

—Exacto. Y después me llevaron al convento. —Angus apretó los labios

azuzando su caballo. Ella le miró extrañada. —¿Cariño?

—Todo esto me da mala espina. Eso es todo. Estamos en guerra y tu

pasado sigue sin resolverse. Los problemas nos acosan por todos lados.

Apurémonos. Espero que aún esté vivo porque tiene mucho que responder.

A partir de ahí hablaron poco porque lo único que les interesaba era

llegar a tiempo.

Cuando llegaron al borde de un acantilado Greer miró fascinada al mar

que iluminado por la luna la enamoró. —Detente.

—Preciosa…

—Por favor… Solo un momento.

Angus detuvo el caballo en un saliente y Greer retuvo el aliento al ver el

reflejo de la luna. —Mira, ¿no es lo más hermoso que has visto nunca? —Él
acarició su vientre antes de abrazarla y en ese preciso momento Greer lo sintió.
—Mi amor, ya sé por qué esta noche es tan importante.
—¿De veras? —susurró contra su sien mirando el paisaje.

—Esta noche concebiremos a nuestra hija.

—Pero tu madre dijo que…

—Ella sabía lo que iba a ocurrir. Lo sabía todo. Vio el futuro y se dejó

morir porque así mi padre me alejaría para protegerme. Por eso le dijo a tu padre

que estábamos destinados. Porque sabía cómo se comportaría. Lo había visto.


Todo lo hizo por mí. Para salvarme a mí. Si no lo hubiera planeado de esa

manera, mi padre no me hubiera alejado e igual yo no estaría viva en este

momento y eso no podía pasar. Hubiera sido un desastre.

—¿Por qué no protegerte ella? Era bruja, podía hacerlo.

Greer se volvió para mirarle a los ojos. —Porque nuestra hija es

demasiado importante como para arriesgarlo todo. Y esa niña tiene que vivir.

Como yo tenía que vivir en su momento porque ahora debo traer a mi hija al

mundo.

—¿Qué tiene nuestra hija de especial?

—Será la reina de nuestra especie. Cambiará nuestro modo de vida. Será


la bruja más poderosa que haya habido nunca. Y que haya jamás.

Angus la miró preocupado. —¿Tan segura estás?

—Lo he sentido. —Miró la luna de nuevo. —Esta es la noche en que la

sacerdotisa entrará en nuestro mundo y debemos protegerla hasta que sea capaz
de hacerlo sola como mi madre hizo conmigo. Aunque eso represente morir por
ella.

—Eso no va a pasar. De eso no te quepa duda, preciosa. —Tiró de las


riendas girando el caballo y se lanzó a galope. —¡Ja!

No tardaron en ver el castillo y varios hombres lanzaron flechas desde la

empalizada para encender hogueras a su paso antes de que la enorme puerta de

troncos se abriera dándoles paso. Ronald llegó corriendo seguido de Boyd. —


¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué habéis tardado tanto?

—Te lo explicaré más tarde. ¿Sigue vivo?

—Está inconsciente desde hace dos días. Parece que quiere resistir hasta
tu regreso. Tu madre dice que lleva agonizando desde hace una semana.

Greer se bajó del caballo a toda prisa ayudada por su marido y en cuanto

Angus descendió la cogió de la mano corriendo hacia la puerta del castillo. Una

mujer morena estaba en la puerta con lágrimas en los ojos y Greer vio lo

emocionada que estaba por ver a su marido. —Hijo, cómo me alegro de que

hayas llegado.

—¿Cómo está?

Ella miró a Greer y perdió todo el color de la cara cuando la luz del

interior del salón le dio en el rostro. —Tú…

—Ahora no, madre. Después te lo cuento todo.

Greer forzó una sonrisa pasando ante ella porque no parecía muy
contenta de verla. Una mujer rubia preciosa bajó corriendo las escaleras y era
obvio que estaba realmente furiosa. —Jinny después lo hablaremos.

—¡Es un cabrón! —gritó fuera de sí con lágrimas en sus ojos azules—.


¡Le odio!

—¿Esa es Jinny? Pensaba que era más joven —preguntó en un susurro

subiendo la angosta escalera de madera tras su marido.

—Cielo, céntrate. ¿Podrás ayudarle?

—Veré lo que puedo hacer. Pero la curandera me dijo cuando intentaba

curarte que yo no puedo evitar la muerte. Solo acelerar la curación.

Angus juró por lo bajo. Cuando llegaron al primer piso caminaron hasta

el final del pasillo hacia una puerta que estaba entreabierta. Su marido empujó la
puerta lentamente y Greer se detuvo en seco al ver el rostro delgado y ceniciento

del padre de Angus. Era como ver a su marido con unos años más al borde de la

muerte y sintió un estremecimiento de arriba abajo. Angus le imploró con la

mirada. —Haz lo que puedas.

Se acercó a Cameron y se sentó en la cama a su lado. Tenía una fiebre


que le hacía sudar y sus labios estaban agrietados de la falta de agua. Su

respiración era agónica y Greer apartó las pieles que le cubrían para ver que
había perdido mucho peso porque estaba excesivamente delgado. Como si
llevara mucho tiempo sin comer.

—¿Qué le enfermó?

—Empezó a vomitar todo lo que comía y poco a poco fue perdiendo


fuerza —susurró su marido con la mirada perdida—. Después empezó la tos.
Poco a poco se ha ido consumiendo. La curandera dice que sus tónicos ya no

funcionan.

Asintió poniendo las manos en su vientre que era lo primero que le había

dado problemas. Entonces a Cameron se le cortó el aliento antes de abrir los ojos
y arqueó el cuello hacia atrás como si sufriera. Asustada quitó las manos.

—No, Greer. Continúa.

Le miró asustada. —¿Y si…?

—No puede ponerse peor. ¡Ayúdale!

Mirando el rostro de Cameron, que había cerrado los ojos de nuevo,


volvió a poner las manos sobre su vientre y su pecho. Sintió como el latido de su

corazón se hacía más fuerte e impaciente miró su rostro que parpadeó antes de

abrir sus ojos azules lentamente. Al principio parecía confundido, pero fue claro

para ambos cuando la miró de veras.

—Rhona —susurró intentando levantar la mano asombrando a su hijo


cuando acarició la mejilla de su nuera como si la amara con locura. Angus se

llevó las manos a la cabeza volviéndose para no ver su rostro, pero Greer sonrió
sin poder evitarlo porque se encontraba mejor. —Mi preciosa Rhona. Estás aquí.
Al fin estamos juntos, mi amor.

Greer perdió la sonrisa poco a poco. —Angus… tu padre cree que…

—Ya lo veo. —Se volvió furioso. —¡Padre, es Greer!


Miró sorprendido a su hijo. —¿No estoy muerto?

—¡Igual cuando se entere madre, te mete un hachazo entre ceja y ceja y


te vas al otro mundo! ¡Pero de momento no! ¡No estás muerto!

Cameron miró asombrado a Greer. —¡Es igualita!

—¡Deja de mirar así a mi mujer!

—¿Tu mujer? —Sonrió aliviado. —Lo conseguiste. —Frunció el ceño al

ver que de las manos de Greer salía una luz. —Igualita que su madre.

—¡Exacto! ¡Y no es tuya como no lo fue su madre!

Cameron chasqueó la lengua. —Solo porque él se me adelantó. ¡Ja! Pero

esta vez le hemos ganado.

—¡Estaban predestinados, padre! ¡Como Greer ya era mía antes de

conocerla! No hubiera servido de nada que la conocieras primero.

—¿Qué sabrás tú? No la conociste. Me sonreía de una manera…

Angus puso los ojos en blanco. —¡Has puesto en peligro a todo nuestro

clan por tus caprichos!

—¡No es cierto! ¡Precisamente para salvar al clan, te envié a buscarla!


¡El consejo de ancianos estaba de acuerdo! ¡Ella era nuestra salvación!

—¡Porque tú intentaste matar a Geordan! ¿Cómo conseguiste que los

hombres no me dijeran la razón de la disputa?

Su padre levantó una de sus cejas rubias. —Fue sencillo. Dije que me
había acusado de ladrón. No vieron problemas en defender mi honor.

—¡Tu honor! ¡Han muerto muchos de los nuestros por tus locuras!
¡Tienen hambre! —Greer apartó las manos al ver el sufrimiento de su marido por

lo que consideraba una traición al clan. —No los protegiste como era tu deber.

—No, te protegí a ti. Cuando salí de las tierras de los McMurray tuve que

buscar una excusa a mi comportamiento y la ofensa era la mejor salida. Durante


dos años nos atacaron y yo sabía que Geordan lo hacía para que no se me

olvidara la amenaza que me hizo cuando estaba en el suelo de su salón con él

golpeándome. Que ni se me ocurriera acercarme a Greer o a sus tierras. Sabía

que si lo hacía, nos aniquilaría. Pero tenía que forzar vuestro encuentro y decidí

hacerlo poco antes del plazo que Rhona le dio a Geordan sobre su seguridad. En
cuanto estuviera hecho, su padre ya no podría hacer nada. ¡Tenía que seguir las

instrucciones de Rhona! ¡Se lo juré en su lecho de muerte!

—¿Seguir sus instrucciones? —preguntó ella impresionada.

Cameron sonrió con tristeza. —Le conocía muy bien. Lo había hecho

con ella y sabía que intentaría hacerlo contigo. Seumas evitaría que te temieran
en tu propio clan y tu padre se encargó de alejar a todos los demás clanes

provocando su temor. Así no conocerían tu secreto.

Impresionada miró a su marido que apretaba los puños muy tenso.

—Por eso intenté impedirlo y soporté sus ataques como pude hasta que
llegara este momento. Y he ganado. —Respiró profundamente y miró a su
alrededor. —Tengo sed.

Angus le acercó la jarra de agua y bebió con ansia dejando que el agua
cayera por su barba encanecida. Suspiró apoyando la cabeza sobre la almohada

—Es la primera vez en un año que no me duele el vientre al beber. Gracias.

—Mi padre no quería que mostrara sus poderes, ¿verdad?

—No, algunos admiraban el don que tenía para saber el futuro, pero otros
la temían. Incluso se reprimió un tiempo por seguir sus deseos después de un

encierro en su habitación por su seguridad, pero era su naturaleza. Una mujer

estaba a punto de dar a luz y era la cuarta vez que perdía al niño, así que estaba

aterrada. Rhona le dijo que tendría cuatro varones preciosos y que no debía

rendirse jamás. Todo empezó de nuevo y murió antes de terminar el año.

—¿Qué es lo que empezó de nuevo? —preguntó Angus.

—Las amenazas. Los rumores sobre que era una bruja. Encontrar una

rata muerta en su cama. Esas cosas. Un día fui a visitarles y escuché una

discusión en el piso de arriba. Geordan intentaba calmarla, pero ella gritaba que
estaba harta de esconderse por lo que era. Y que como volvieran a tocar a la

niña, les mataría uno por uno hasta descubrir al culpable.

Angus miró a su mujer. —¿Eso fue el día del incendio?

—No, fue un año antes. La niña estuvo en boca de todos con su


nacimiento y se decía que era especial. Unido al don de su madre, todos decían

que era bruja y que la niña era hija del diablo, por eso la luna se había escondido
en su nacimiento. De miedo.

—Oh, Dios… —susurró impresionada llevándose la mano al pecho.

Angus le puso la mano sobre el hombro y se lo apretó suavemente

haciendo sonreír a Cameron. —¿Cuáles fueron las instrucciones de mi madre?

—Debía ayudar en tu protección y conseguir que Angus te conociera

porque Geordan no nos lo iba a poner fácil. Que no desfalleciera ni me diera por
vencido. Después su destino estaría en tus manos, hijo.

—¿Solo te dijo eso? —preguntó su marido frustrado.

—Días antes de morir me dijo una cosa a la que le he dado mil vueltas.

—¿Qué te dijo?

—Estábamos desayunando y Geordan tuvo que salir del salón porque le

llamaron para algo y Rhona sonrió mirándome fijamente a los ojos. Yo le

pregunté que cómo se encontraba y ella me dijo que estaba preparada para su

destino. Lo dijo de tal manera que se me pusieron los pelos de punta, os lo juro.
Siempre me he preguntado si sabía que iba a morir. Me lo he preguntado durante

todos estos años.

Greer levantó la vista hacia su marido que apretó los labios. —Ella lo
provocó todo.

—Con un fin —dijo Angus preocupado.

—Que estuviéramos juntos. Y ahora sabemos el porqué.


Su marido asintió antes de mirar a su padre. —¿Quién crees que
amenazaba su vida?

—Geordan la mantenía vigilada continuamente y nunca consiguió

encontrar al culpable de las amenazas. Y te aseguro que puso todo de su parte.

Estaba seguro de que era alguien de confianza del castillo, pero cuando creía que
era uno, en realidad tenía coartada para el siguiente suceso, así que nunca se

pudo culpar a nadie.

—Entiendo. Eran varios contra Rhona. Por eso quería sacar a su hija de

allí cuanto antes —dijo su marido preocupado.

—Sí. Sabía que no estaría segura entre los McMurray. Horas antes de su

muerte le suplicó a tu padre que te sacará de allí para llevarte a un lugar donde

estuvieras segura y todo lo demás ya lo sabes. —Cerró los ojos. —Que bien me
siento…Hacía tanto tiempo que no sentía dolor.

Angus entrecerró los ojos. —Padre, ¿cuándo empezaste a sentirte mal

exactamente?

—Poco después del ataque donde murió Ian.

—Eso fue hace año y medio. Pero no dijiste nada hasta hace un año más
o menos.

—Eran dolores de vez en cuando. No me gusta quejarme, ya lo sabes.

Angus salió de la habitación furioso y gritó —¡Boyd! ¡Ronald! ¡Morgan!

—¿Qué ocurre? —preguntó Cameron.


Greer forzó una sonrisa creyendo lo mismo que su marido, pero aun así
dijo para no preocuparle —Nada. No ocurre nada. Querrá aumentar la guardia.

Hemos tenido unos problemillas al venir. Así que se encuentra mejor... —Cogió

la jarra de agua y se le cayó al suelo. —Vaya, no se preocupe. Ahora voy a por


más agua.

—Gracias. —Pero cuando se levantó la cogió por el brazo y Greer le

miró a los ojos. —Te amaba más que a nada en la vida. —Emocionada asintió
porque estaba segura de que era así. —Haz que se sienta orgullosa.

—Lo intentaré con todas mis fuerzas.

Cameron asintió. —Entonces todo habrá merecido la pena.

—Descanse… —Inquieta cogió la jarra grande que había sobre la mesilla

y salió con ella de la habitación como si estuviera vacía. Acercó la nariz para

oler, pero no notaba nada raro. Bajó las escaleras a toda prisa para ver a su

marido hablando con sus amigos muy preocupado. Se acercó a ellos en silencio.

—¿Estás seguro? —preguntó Boyd sin salir de su asombro—. Igual es


una casualidad. Si le intentaran envenenar ya se hubiera muerto, ¿no crees? Por

lo que has contado, la madre de Greer no tardó en morir.

—A no ser que quisieran fingir una enfermedad, como ha ocurrido —dijo


Ronald muy serio.

—Mi amor….

Angus se volvió sorprendido. —Tu padre tiene sed y creo que debería
intentar comer algo. Algo muy suave. Pero no sé a quién pedírselo.

—A partir de ahora tú te encargarás de sus comidas. ¿Puedes hacerlo


hasta que sepa lo que está ocurriendo?

—¿Quieres que cocine? —preguntó poniendo una cara de horror que no

podía con ella.

Su marido frunció el ceño. —¿No sabes?

—Claro que… —Miró a sus amigos. —No. Nunca he tenido la

necesidad.

—Si come lo que comemos todos no pasará nada —dijo Ronald—.

Tienen que echarle el veneno antes de llegar a su habitación. No se arriesgarían a


enfermarnos a todos.

—Tiene sentido. Boyd ve a la cocina y ayúdala. Y que tenga agua

directamente del pozo.

—De acuerdo.

Boyd se acercó a ella y le susurró —Ven conmigo. Te enseño donde está


todo por si tienes que hacerlo sola.

Greer asintió siguiéndole y caminaron hacia el hogar que estaba a la


izquierda del salón. Una olla estaba en el fuego, pero al mirar en su interior vio
que solo tenía agua. Al pasar al lado de una mesa vio algo de leche en una jarra y

se decidió por algo nutritivo. Pero antes necesitaba el agua.

Boyd abrió una puerta y salió del castillo. Cuando vio un arroyo entendió
de donde sacaban el agua. Él simplemente tiró el agua sobre la hierba antes de
poner la jarra bajo el chorro que caía desde una roca. La aclaró varias veces

antes de llenarla de nuevo.

—Esto me parece absurdo —susurró el amigo de su marido—. Si

hubieran querido matarle, ya estaría muerto.

—Pues yo creo que sí han intentado matarle.

Boyd la miró sorprendido. —Estupendo, pues ahora ya no me quedan

dudas.

—Trae, yo me encargo.

Cogió la jarra y antes de entrar miró la luna. Se mordió el labio inferior


porque en unas horas amanecería y su marido estaba ocupado. Tenía que ser esa

noche. Esperaba que Angus se diera prisa.

Boyd se reunió con los demás y ella subió las escaleras de nuevo,

deteniéndose en la puerta al ver a la madre y la hermana de Angus junto a

Cameron. Su mujer lloraba de la alegría mientras su hija le cogía la mano


sentada junto a él.

—Permiso —dijo entrando en la habitación con la jarra en la mano.

—Oh… —La madre de Angus se acercó a ella y la abrazó

sorprendiéndola. —Gracias, gracias.

Se sonrojó intensamente viendo como Jinny la miraba con los ojos


entrecerrados. —No he hecho nada.
—Claro que sí. Estaba al borde de la muerte. —La apretó aún más. —Sé
que has sido tú. —Se apartó para mirarla a los ojos. —Eres igual que tu madre y

te agradezco que nos ayudes.

—Glenda no la atosigues —dijo Cameron molesto—. Tengo sed, niña.

—Sí, por su puesto.

Se acercó a él y sirvió el agua en una copa limpia antes de acercársela a


sus labios.

Su hija le arrebató la copa. —Ya lo hago yo.

—Bien.

Era obvio que estaba celosa, así que no quiso discutir. Dejó la jarra sobre

la mesa y forzó una sonrisa. —Pueden irse a la cama. Yo me quedaré con él

hasta que llegue Angus.

—Sí, ya nos han contado los chicos que os habéis unido —dijo Glenda

algo insegura. Miró a su marido de reojo antes de decir —Ha sido una sorpresa.

—No disimules, madre. Te ha sentado como una patada en la barriga.

—¡Jinny!

Su padre se atragantó y para sorpresa de todas se echó a reír. —Mujer,

tengo hambre.

Glenda abrió los ojos como platos de la sorpresa. —¿De verdad?


Enseguida…
—Voy yo —dijo Greer de inmediato—. Quédense con él mientras
preparo unas gachas.

—No tienes que hacerlo. Además, no sabes dónde está nada. —Glenda

miró a su hija. —Vete a hacer unas gachas.

—¡Qué se levante la cocinera!

—¡Las prepararás tú! —ordenó su madre—. ¡Ahora!

Jinny miró con rencor a Greer que levantó sus cejas por su reacción.

Salió de la habitación cerrando de un portazo que bien podía despertar a medio

castillo. Menudo carácter.

No sabía muy bien qué hacer. ¿Se quedaba o seguía a la de las gachas?
Podían echarle algo en el agua. ¡No se podía dividir! Miró de reojo al Laird y

forzó una sonrisa. —Voy un momentito a hablar con Angus ya que su esposa

está aquí.

—Estás en tu casa. No tienes que pedir permiso, niña.

Salió corriendo y cuando llegó al salón vio claramente a Jinny espiando

lo que decían los hombres desde la zona de la cocina. Su marido y sus amigos
estaban sentados a la mesa con unas jarras de cerveza ante ellos hablando en

susurros y dudaba que se estuviera enterando de algo, pero aun así Greer se
acercó a toda prisa.

Angus alargó la mano cuando llegó hasta ellos y la abrazó por la cintura.
—Tenemos un problema. Necesito ayuda.
Los cuatro la miraron sin comprender y se agachó hacia ellos. —No
puedo estar en dos sitios a la vez. Tu madre está con él ahora, pero tu hermana

está preparando el desayuno de tu padre.

—Con su familia no hay problema —dijo Morgan incrédulo—. Ellas te

ayudarán.

—Teniendo en cuenta todo lo que ha pasado yo no las descartaría tan


pronto. —La miraron con asombro. —No sé por qué ponéis esa cara cuando

Cameron estaba enamorado de mi madre. ¿Y si Glenda ha decidido vengarse?

Angus carraspeó. —¿Ahora? ¿Después de dieciséis años del

fallecimiento de tu madre?

—¿Y yo qué sé? ¡Solo aviso!

Ronald asintió. —Está claro que Greer tiene razón. No se puede decir

que ellas no han sido porque sí.

—Tu hermana está espiando desde la esquina de la cocina —susurró—.

La he visto cuando bajaba la escalera. Escuchaba a escondidas.

Angus se tensó levantándose. —¡Jinny!

Su hermana asomó la cabeza. —¿Qué?

—¿Qué estás haciendo?

—Unas gachas para padre. —Miró con odio a Greer. —¿Qué pasa? ¿Qué
te ha dicho de mí?
—¿Por qué iba a decirme algo?

—No le gusto. Lo sé.

La sorpresa en la cara de Greer fue evidente para todos incluso para ella

que se sonrojó. Angus entrecerró los ojos. —¿De qué hablas, hermana? ¿Se te

está yendo la cabeza? ¡Dedícate a tus cosas y deja a mi mujer en paz! ¡Estás

buscando un culpable a que Morgan te haya dejado y no es culpa de nadie! ¡Se


ha enamorado de otra mujer!

Jinny miró a Morgan que se puso como un tomate. —Ya te he dicho que

lo siento. No ha sido a propósito. María es…

—¡Cállate! —gritó mientras sus ojos azules se llenaban de lágrimas—.

Me has dejado en ridículo. —Salió corriendo escaleras arriba y Greer no salía de

su estupor.

—Cielo, ¿puedes encargarte tú de las gachas? Al parecer se ha olvidado

de que tenía que hacerlas.

—Sí, por supuesto. —Él la besó en la sien e iba a alejarse cuando ella le
cogió por el brazo. —Cariño, la noche se acaba… —Abrió los ojos

exageradamente para que entendiera. —Tiene que ser hoy.

Angus carraspeó enderezando la espalda. —Ah, sí. —Se volvió de golpe


y señaló a Ronald. —Haz las gachas. Tenemos una tarea pendiente.

—¿Yo? —preguntó asombrado.

—¡No me fastidies, Ronald! —Cogió a su mujer de la mano. —¡Y vigilar


a mi padre! ¡Qué no se quede solo en ningún momento!

Tiró de ella hacia la escalera y Greer soltó una risita subiendo los
escalones a toda prisa. —Cariño, aún hay tiempo.

—Cuando las cosas se hacen, hay que hacerlas bien.

Al llegar al primer piso la pegó a la pared y atrapó sus labios, besándola

tan intensamente que Greer gimió en su boca acariciando su cuello para


responderle con toda el alma.

—Ejem…

Sin que su marido dejara de besarla Greer abrió los ojos para encontrarse

con María roja como un tomate y en camisón. —Tengo que hablar contigo —
susurró tímidamente—. Es importante.

Angus gruñó en su boca antes de apartarse lentamente y girarse

levantando una ceja. —No creo que sea más importante que lo que estábamos

haciendo.

—Pues sí —dijo sin intimidarse levantando la barbilla—. Es muy

importante.

—Muy bien. Suéltalo de una vez.

Angus se cruzó de brazos mostrando sus músculos para intimidarla y


Greer reteniendo la risa le rodeó para coger a su amiga de la mano. —¿Qué

ocurre?

—A solas —pidió remilgada.


Se alejaron un poco más acercándose a una antorcha y Greer la miró
impaciente. —¿Ya está? ¿Qué es lo que pasa?

—No sé hacerlo —dijo angustiada.

—¿El qué?

María levantó las cejas y Greer abrió la boca entendiendo. —Ah…. Y no

puedes esperar hasta mañana porque…

—Morgan ya ha esperado mucho.

—Preciosa… —siseó Angus con ganas de matarla.

—Un momentito.

—Debe ser que a mí el convento me ha afectado más que a ti.

—¿Me estás llamando fresca?

—Oh, no. ¡Pero te has soltado la melena, hermosa! ¡Y ahora Morgan

quiere lo mismo! ¡La culpa es tuya! Así que arréglalo.

—¿Yo?

María gimió. —No sé qué hacer. Cada vez que me besa me gusta mucho,
pero cuando me toca, algo me dice no y ya la hemos fastidiado.

Angus se pasó la mano por la cara. —¡Greer se acaba la noche!

María levantó una ceja. —¿Y?

—Esta noche concebimos a nuestra hija —dijo Greer sonriendo de oreja


a oreja.
Angus se acercó perdiendo la paciencia y la cogió por la muñeca. —
¿Quieres un consejo?

—Sí —dijo María ansiosa.

—Abajo hay una barrica de cerveza. Tómate tres vasos. Así te relajarás y

te dejas llevar.

—¡Tómate solo una jarra que no estás acostumbrada! —gritó ella


mientras tiraba su marido de ella metiéndola en una habitación y cerrando de un

portazo.

María parpadeó mirando la puerta cerrada. —¿Una jarra de cerveza?


Puedo hacerlo.

Greer soltó una risita al oírla y Angus la cogió en brazos antes de

tumbarla sobre una gran piel cuya suavidad la fascinó. Mirando a los ojos a su

marido acarició la piel poniéndose boca abajo. —Qué suave.

Él hizo una mueca quitándose las botas a toda prisa. —Son de lobo,

cielo. A Crul le horrorizarían.

—No se lo diremos. —Al ver que se quitaba el kilt quedándose desnudo


ante ella alargó la mano. —¿Ahora te la puedo tocar?

—Cielo, ahora puedes tocar todo lo que quieras —dijo con voz ronca.

Sus dedos tocaron la fina piel de su sexo lentamente y Angus cerró los

ojos tensándose como si experimentara el mayor placer del mundo. Lo cogió con
toda la mano y lo acarició de arriba abajo fascinada por como crecía aún más por
su contacto. Él abrió los ojos tensándose con fuerza y la cogió por la muñeca. —

Preciosa, si sigues así me derramaré antes de tiempo.

—¿De verdad? —preguntó más excitada que nunca en su vida.

Él gruñó tirando de su muñeca para ponerla de pie en la cama y atrapó su

boca besándola como si quisiera devorarla antes de que sus manos subieran su

vestido rápidamente para acariciar sus nalgas desnudas. Greer gimió en su boca
cuando una de sus manos bajó por sus nalgas acariciando la suavidad de su

entrepierna. Angus apartó su boca para mirarla a los ojos. —Estás preparada,

esposa.

—Siempre.

Él tiro de su vestido hacia arriba quitándoselo y Greer se tumbó en la

cama. Angus cogió una de sus piernas y le quitó una de sus botas nuevas.

Cuando le estaba quitando la otra acarició su pantorrilla haciéndola gemir de

placer. —Eres tan hermosa que me robas el aliento —susurró mirando sus ojos

antes de abrir sus piernas. Se arrodilló entre ellas sentándose sobre sus talones y

metió las manos bajo sus nalgas atrayéndola a él, haciéndola gritar de placer
cuando sus sexos se rozaron. Ella retuvo el aliento cuando la acarició de arriba

abajo con su endurecido miembro y se retorció de necesidad agarrando las pieles


entre sus manos necesitando asirse a algo. Se moría por él y gritó cuando entró

en ella de un solo empellón pegándose a Greer todo lo que podía. Nunca se había
sentido más llena y él se movió lentamente saliendo de su interior, haciendo que
suspirara de placer antes de entrar de nuevo con tal fuerza que fue como si la

traspasara un rayo. Gritó de gozo mientras cada fibra de su ser suplicaba por más

y él movió las caderas de nuevo. Cada empellón era más embriagador y la

necesidad de liberación aumentaba volviéndola loca de placer hasta llegar a un


punto que ya no pudo más y abrazándole la cintura con las piernas se levantó

rodeando el cuello con sus brazos y reclamando su boca. Con sus lenguas
entrelazadas se movió sobre él perdiendo el control y gritó en su boca

aferrándose a su marido. Angus apartó su boca y susurró contra sus labios —

Vamos, preciosa. Cabalga sobre mí. —Sin control se dejó caer sobre su miembro

con fuerza hasta que mirándose a los ojos el placer estalló, estremeciéndoles con

una intensidad arrolladora.

Angus la abrazó a él como si jamás quisiera soltarla y ella lloró sobre su

hombro sin darse cuenta.

Preocupado la cogió por el cabello apartándola para mirarla a los ojos. —

Eh, ¿qué ocurre?

—Siempre he creído que no irían a buscarme. —Una lágrima cayó por su


mejilla. —Creía que me quedaría allí para siempre porque no le importaba a

nadie. Pero te he encontrado a ti.

—Le importas a mucha gente y a mí más que a nadie. —Le acarició la

mejilla y se la besó secando sus lágrimas. —Nunca te dejaré, mi amor. Siempre


estaré a tu lado.
Ella le abrazó necesitando sentirle. —Júramelo.

—Para siempre. Te lo juro. Nuestras almas siempre serán una.


Capítulo 10

Le hizo el amor varias veces para demostrarle que siempre sería suya y

se quedó dormida sobre su torso mientras él acariciaba su espalda.

Greer vio a su madre durmiendo en la cama y se puso de rodillas

agarrando el borde de su cuna para levantar la cabeza. Chilló de la alegría

alargando la mano y su madre desde la cama sonrió dulcemente sin abrir los

ojos. La puerta se abrió y ella miró hacia allí para ver a una niña rubia de unos

ocho años que metía la cabeza. Abrió la puerta del todo y detrás de ella pudo ver
a Paisley que la animó haciéndole gestos con las manos para que avanzara. —

Vamos, date prisa.

La niña corrió hacia la cama y miró a su madre colocando una copa de


oro sobre la mesilla de noche antes de regresar a la puerta sonriendo radiante.

Paisley miró a Greer antes de cerrar la puerta lentamente procurando no hacer


ruido. Su madre abrió los ojos y se sentó en la cama mostrando su hinchado

vientre. Se levantó y se acercó a su cuna cogiéndola en brazos. —Mi niña bonita


—susurró emocionada—. Ha llegado la hora de separarnos. Pero siempre estaré

a tu lado. Mi espíritu estará contigo y te protegerá siempre. —La besó en la

frente y miró sus ojos verdes. —Sé que no lo entenderás, pero es lo mejor y se

por qué lo digo. Tu vida es mucho más importante que la nuestra y después de lo
de ayer debo protegerte. Dile a tu padre que le amo muchísimo y que sois lo más

importante del mundo para mí. —Volvió a abrazarla. —Nunca dudes de que
haces lo correcto, aunque duela. Y no tengas piedad por tus enemigos porque se

revolverán contra ti.

Escucharon unos pasos en el pasillo y la besó en la mejilla antes de

dejarla sobre la cuna de nuevo, regresando a la cama a toda prisa. La puerta se

abrió de nuevo y Geordan entró en la habitación sonriendo a su mujer que

simulaba sentarse. —¿Has dormido la siesta? ¿Te encuentras mejor? —Se sentó

a su lado y la besó en los labios dulcemente.

—Estoy mucho mejor. —Le acarició la mejilla mirándole con amor. —

Sabes que te quiero muchísimo, ¿verdad?

—Claro que sí. Me lo demuestras todos los días, mi vida. —La besó de
nuevo y miró hacia la mesilla de noche. —No te has tomado el vino dulce. Sabes

que es bueno en tu estado.

—Oh, sí. —Cogió la copa y bebió mirándole a los ojos. Cuando terminó

sonrió con pena. —Me has dado los mejores años de mi vida.

—Y los que nos quedan por vivir. Lo que ocurrió ayer fue un accidente.
No debes preocuparte más por eso.

Rhona miró a su hija y negó con la cabeza. —No, esposo. No ha sido un


accidente. —Le cogió la mano con fuerza y le suplicó con la mirada. —Júrame

que si a mí me ocurre algo, te la llevarás lejos a un lugar seguro. Hasta que sea lo

suficientemente mayor para defenderse sola.

—No digas locuras. Eso no va a pasar.

—Temo por ella si yo no estoy a su lado. Ayer hubiera muerto si no llega

a ser porque lo sentí. Júrame que la llevarás lejos si me ocurre lo peor.

—¡Rhona no me gusta que digas esas cosas! ¡Soy capaz de cuidar a mi


familia!

—Esto va más allá de ti y lo sabes. Júramelo. Algunos me temen y otros

me odian. Ella no puede protegerse aún. —Su marido iba a decir algo, pero ella

le tapó la boca. —Es bruja, mi vida. Y muy poderosa. En tu clan no sobrevivirá

sin mí. Debes jurarme que hasta que no cumpla dieciocho años no irás a

buscarla. —Apartó su mano lentamente.

—Pero pensará que no la quiero.

—Ella entenderá. Su naturaleza la hará entender lo que ha ocurrido y la

importancia de salvaguardar su vida.

—No sé por qué tengo que jurarte esto —dijo molesto.

—Porque te lo pido yo. —Sonrió con ternura. —Por favor, para


quedarme tranquila.
Él sonrió. —Está bien. Te lo juro si así te quedas más tranquila. Pero no
va a pasar nada.

Rhona sonrió y le besó demostrándole todo lo que le quería. —Volvería a

travesar medio mundo para encontrarte —susurró con lágrimas en los ojos.

—Y yo te esperaría siempre. —Le acarició la mejilla y se levantó. —

Bajemos, nuestros invitados esperan.

La puerta se abrió de golpe y Greer se despertó sobresaltada y algo

desorientada para ver a Morgan entrando en su habitación asustado.

—¿Qué ocurre? —preguntó su marido cubriéndola con las mantas de


piel.

—María está muy enferma. Lleva un rato vomitando. Ahora está

vomitando sangre.

Greer apartó las mantas saltando de la cama y cogió el vestido

poniéndoselo mientras Morgan muy pálido miraba a su amigo. —Se está

muriendo.

—Tranquilo, vamos a ver qué ocurre. —Angus se puso el kilt


rápidamente y siguió a Greer que corría fuera de la habitación.

Morgan le indicó una puerta al otro lado del pasillo y corrió hacia allí

entrando en la habitación pues la puerta estaba abierta. La chimenea estaba


encendida e iluminaba a su amiga que arrodillada sobre un cubo casi ni podía
sostenerse. Greer se arrodilló a su lado apartando la melena rubia para verle la
cara. Perdió el color de la cara al ver la sangre en el interior del cubo y sin perder
el tiempo puso su mano sobre su vientre. A María se le cortó el aliento y giró la

cabeza para mirarla con los ojos enrojecidos del esfuerzo. —¿Me estoy

muriendo?

—No. No lo permitiré. —Forzó una sonrisa. —Algo te ha sentado mal.


Eso es todo.

—La cerveza.

—¿Cómo va a ser la cerveza? —preguntó Morgan indignado—. Esto ha

sido un enve…

Angus le cogió por el hombro. —Tranquilo, amigo. Vamos a ayudar a tu

mujer primero.

Morgan apretó los puños con fuerza, pero asintió acercándose a ellas. —

Mi vida, ¿te encuentras mejor?

María sin darse cuenta de que sus labios aún estaban manchados de

sangre asintió. —Sí, Greer no dejará que me pase nada malo.

—Por supuesto que no. —Incorporó más a su amiga y la cogió en brazos


llevándola hasta la cama.

Los hombres se miraron haciendo una mueca. —Es lo que tiene que tu

mujer sea más fuerte que tú. ¿Cómo te sientes con eso?

Angus suspiró. —No es más fuerte que yo. Estamos a la par. Pero me
estoy acostumbrando.
Morgan sonrió. —¿Duele el orgullo?

—Un poco. —De pronto sonrió mirando a su esposa. —Pero merece la


pena. Además, me necesita para otras cosas.

Greer sonrió al escucharle sin dejar de mirar a María. —¿Cómo te

encuentras ahora?

—Mucho mejor. Ya no me duele.

Suspiró del alivio, pero aun así no apartó la mano de su vientre para

asegurarse de que estaba bien.

—Cielo, ya está. —Angus se acercó apartando su mano. —Ya está bien.

No debes abusar de ello.

—¿Seguro que estás bien?

María asintió sonriendo y alargó la mano hacia Morgan. —Siento haberte

asustado.

—No importa, mi amor. Lo que importa es que estés bien.

Angus miró hacia la ventana de madera y vio la luz filtrándose entre las
tablas. —Ya ha amanecido. Voy a ver a mi padre y después hablamos, Morgan.

Él se tensó, pero no comentó nada al respecto antes de sonreír a María y

besarle la mano. Greer sonrió porque era evidente lo que se amaban.

—¿Funcionó la cerveza?

María se sonrojó con fuerza y Morgan se echó a reír. —No. Enseguida se


puso a vomitar.

—¿No me digas?

Morgan asintió mientras María decía —Igual no la tolero bien. Nunca la

había bebido y me pasa esto.

—No, cielo. No es eso. Lo hablaremos cuando descanses un poco que

estarás agotada.

—Sí… —Suspiró mientras sus ojos se cerraban. —Que bien me siento

ahora. Es un alivio que no me duela. He sentido tanto miedo…

Greer furiosa porque María hubiera pasado por eso, se levantó de la cama

en cuanto se durmió. Morgan la miró de reojo. —Esto…

—Ya sé quién ha sido. Pero necesito respuestas —dijo fríamente.

—¿Lo has visto? —Se levantó y rodeó la cama acercándose a ella. —

¿Quién ha sido? ¿Glenda?

Negó con la cabeza mirándole a los ojos. —Ha sido la hermana de mi

marido. Jinny mató a mi madre.

Morgan dio un paso atrás impresionado. —No. No es posible.

—Ella puso la copa de vino sobre la mesa al lado de su cama. Mi madre

era consciente de lo que hacía, pero fue ella. ¿O me vas a decir que no estaba
allí?

—Exacto. No estaba allí.


Le miró sorprendida. —¿Cómo que no? Su padre estaba invitado a la
fiesta.

—Pero Jinny se quedó aquí. Como Angus. Pregúntaselo a él si no me

crees. Estás equivocada. Y si estás equivocada en esto, lo puedes estar en

muchas cosas. Yo no me fiaría mucho de tus visiones.

Preocupada negó con la cabeza. —Tienes que estar equivocado. La he


visto.

—Te aconsejo que no lo digas por ahí. Entonces sí que te ganarás

enemigos porque todo el clan puede decir que Jinny estaba aquí ese día.

—¿Cómo estás tan seguro? Fue hace muchos años.

—Porque esa noche nosotros también celebramos el inicio de la

primavera y Jinny estaba en la mesa sentada en el lugar de su padre. A todos nos

hizo mucha gracia. Dos días después supimos de la muerte de tu madre porque

un mensajero llegó diciendo que el Laird se iba a ausentar unas semanas.

—¿Glenda estaba aquí?

—No, acompañaba al Laird, pero llegó después del entierro. Estaba


descompuesta con todo lo que había pasado. Ella estuvo en la habitación la

mayor parte del tiempo y la vio morir.

Se tapó la boca pensando en ello.

—Bajemos. Desayunemos y hablemos con los demás del asunto. Pondré


un guardia en la puerta para que no molesten a María —dijo él en voz baja.
Asintió saliendo de la habitación mirando a su amiga, asegurándose de
que estaba bien. Cuando llegaron abajo Angus no estaba, pero sí los chicos que

sentados a la mesa comían algo de queso y cecina con pan. Pensativa se sentó en

un banco al lado de Boyd que la miró de reojo. —¿Qué ocurre?

Una muchacha de cabello castaño se acercó y sonrió tímidamente.


Morgan carraspeó. —Ella es Leslie. Es muda. Leslie, ¿puedes traerle unas

gachas para desayunar?

La chica asintió antes de alejarse. —¿Es muda?

Todos movieron la cabeza afirmativamente. —Desde pequeña. Una vez

le dieron un susto y no volvió a hablar.

Les miró asombrada. —¿Un susto?

—Casi se cae por el acantilado. Un niño la empujó y estuvo colgada de él

mucho rato hasta que consiguieron subirla. —Boyd frunció el ceño. —La subió

Angus.

—Sí. Se raspó todas las rodillas, pero consiguió subirla. Menuda bronca
que recibió del Laird cuando se enteró, porque a punto estuvo de quedarse sin

hijo pequeño.

—¿Jinny es mayor que Angus?

—Un año —dijo Morgan frunciendo el ceño.

En ese momento su marido bajó por las escaleras y se acercó a la mesa


muy serio. Greer se levantó. —Cariño, ¿tu padre está peor?
—No. Está perfectamente.

Leslie se acercó con un bol enorme de gachas y Angus sonrió. —


Comételo todo.

—Estoy hambrienta. —Se sentó de nuevo y él se sentó frente a ella al

lado de Ronald que le pasó un pedazo de queso.

—María…

—Está dormida —dijo Morgan a su amigo—. Será mejor que no

hablemos aquí, Angus. Mejor fuera de estas paredes.

—¿Qué ocurre? —preguntó Boyd de nuevo.

—Han envenenado a María —susurró ella dejando a los demás de piedra

—. Ya vomitaba sangre.

Angus apretó los labios mirando a Morgan. —¿Crees que lo bebió en la

cerveza? ¿Qué pasó cuando nos fuimos a la cama?

—Ella bajó al salón y todavía estábamos discutiendo quién hacía las

gachas. Al verla me resigné a hacerlas yo —dijo Ronald—. Morgan se echó a


reír por algo que ella había dicho y cuando salí de hacer la comida del Laird

estaban en la mesa riendo.

—Yo me fui a vigilar la puerta del Laird hasta que Ronald llegó —dijo
Boyd muy serio.

—¿Quién sirvió la cerveza? —le preguntó a Morgan.


—Yo. —Frunció el ceño recordando. —No, le di la mía.

—¿Qué? —preguntó ella asombrada.

—Acababa de servirme una y como me hizo gracia le di mi jarra.

—¿Eso fue después de que yo me fuera? —preguntó su marido.

—Sí. Justo después. Ese barril se terminó y fui a por otro a…

Todos miraron hacia la cocina y Greer jadeó. —¡Te lo dije! —exclamó

mirando a Morgan

—¡Y yo te digo que no puede ser!

—¿De qué habláis?

Miró los ojos castaños de su marido. —Fue Jinny. Ella puso la copa en la

mesa de la habitación de mi madre. La copa que tenía el veneno el día después

del incendio. Lo he visto.

—Pero si era una cría —dijo Boyd sin entender nada.

—Cielo, estás equivocada por todo lo que ha pasado. Jinny no estuvo


nunca en el castillo McMurray.

—Eso no es cierto —dijo Ronald sorprendiéndoles a todos—. Estuvo

unos seis meses antes acompañando a su madre. Lo recuerdo porque mi padre


fue parte de su escolta. Quería ir para ver a su hermana.

Se tensó mirando a Ronald. —¿Su hermana?

—Era tu niñera cuando naciste. Paisley. ¿La has conocido? ¿Sigue viva?
No sabemos de ella desde hace dos años.

Angus se tensó. —¿Paisley es tía tuya?

Su amigo asintió con el ceño fruncido. —¿Qué pasa?

—¿Esa es la mujer que te dijo esas cosas sobre tu padre?

—Sí. Y estaba allí el día que Jinny entró en la habitación de mi madre.

De hecho, la animó a entrar.

—¿Mi tía? —preguntó Morgan con asombro—. ¿Por qué?

Glenda bajó las escaleras en ese momento deteniendo la conversación y

todos le sonrieron cuando se acercó. —¿Has descansado Greer?

—Sí, muchas gracias. ¿Y usted ha podido descansar algo?

—Estoy tan emocionada que no he podido separarme de mi marido. Y no

seas tan formal, al fin y al cabo somos familia. Se sentó a su lado encantada de la

vida.

—Madre, ¿quién está con nuestro Laird?

—Tu hermana le cuida ahora. Se acaba de quedar dormido.

Angus apretó los labios y miró a Greer a los ojos que negó con la cabeza

imperceptiblemente para que no hiciera nada. Si como decía Morgan, Jinny


había estado en el castillo McLellan ese día, era evidente que estaba equivocada.

Tenían que hablar, pero después del desayuno. Y su suegra se lo estaba tomando
con calma porque estaba tan emocionada que apenas comía preguntando por su
vida.

—Es fascinante que estuvieras en un convento hasta que te fueron a


buscar. Pero lo que no entiendo muy bien es por qué mi marido no dijo antes

dónde estabas.

—Era para protegerla, madre.

—Protegerla de qué si es evidente que se puede cuidar sola. Como su


madre.

Todos miraron hacia Glenda que se metió la cuchara en la boca. —¿Su

madre? —preguntó su hijo mirándola fijamente.

Glenda se sonrojó. —Bueno, como has curado a mi esposo suponía que


hacías lo mismo que ella. Una vez vi cómo le partía el cuello a un hombre sin

tocarle. Podía mover cosas con un simple gesto.

—¿Cómo sabes tú eso? Su marido intentaba que nadie supiera lo que era.

—Pero es que ella no lo ocultaba. Al menos en su clan —dijo asombrada.

—¿Y qué hizo ese hombre para que le partiera el cuello?

—Oh, era un vendedor ambulante y dijo que ella había sido expulsada de

su ciudad por bruja. Que había causado la muerte de mucha de su gente con una
maldición. Al parecer era de muy lejos y el hombre estaba asombrado de
encontrársela en las Highlands. —Al ver que Greer palidecía dijo rápidamente

—Pero es obvio que mentía. Si no lo hubiera matado ella, lo hubiera matado


Geordan por mentiroso. Tenía un corazón de oro. Pregúntaselo a Ailsa.
Miró a su marido a los ojos apretándose las manos. —Pero Rhona era así.
Ese episodio alarmó un poco al clan porque acababas de nacer y lo que ocurrió

con la luna no ayudó mucho. Hay gente muy supersticiosa.

—Glenda, ¿conoces a mi tía? —preguntó Ronald como si nada.

—¡Oh, sí! Paisley. Qué buena mujer. Era hermana de tu padre, ¿no es

cierto? Se fue al clan McMurray para cuidar de su abuela que era del clan. Hace
años que no sé nada de ella. Miró a Greer. —¿Cómo está?

—Muy bien.

—Cómo me alegro. Siempre que iba al castillo McMurray cuidaba de


mis hijos. Adora a Jinny. Mi hija se va a alegrar mucho cuando sepa que está

bien.

—¿Cuidaba de nosotros? —preguntó Angus sin que su madre se diera

cuenta de lo tenso que estaba.

—Sí, ¿no lo recuerdas?

Angus negó con la cabeza. —Oh, seguro que es porque en cuanto tuviste

edad suficiente no te dejaste cuidar por nadie. Pero Jinny y ella pasaban mucho
tiempo juntas. Ella la enseñó a bordar antes de que yo pudiera hacerlo.

—Así que Paisley se fue de este clan al de mi padre.

—Su abuela estaba impedida. En el clan la cuidaban, por supuesto. Pero

ella insistió. Recuerdo que mi marido tuvo una reunión con ella. —Le guiñó un
ojo. —Siempre he creído que estaba algo enamorada de tu padre por cómo le
miraba cuando venía de visita. Debió ser muy duro para ella cuando se enamoró

de Rhona. No se casó en todos esos años, ¿ahora está casada?

—No lo sé. No he hablado tanto con ella.

—Sí, por supuesto. Pero aún es joven. Si no lo ha hecho ya, puede

hacerlo en el futuro. Lo que sí fue una sorpresa fue que Geordan se uniera a

Ailsa.

—¿Por qué? —preguntó Boyd sin perderse nada de la conversación.

—Porque tu padre estaba tan enamorado de Rhona que nunca creí que

mirara a otra mujer. Fue un golpe muy duro para él su fallecimiento. —Miró
hacia el techo. —Creo que voy a mirar cómo está mi esposo. Ya me he

ausentado mucho.

—No tengas prisa —dijo su hijo—. Estaba dormido. Hay que dejarle

descansar también para que se recupere más rápido.

Ella sonrió radiante a Greer. —De verdad que no sé cómo agradecértelo.

No sé qué haría sin él.

A todos se les cortó el aliento y se miraron los unos a los otros antes de
escuchar que alguien bajaba por las escaleras. Al ver a Jinny, su hermano frunció

el ceño. —¿Qué haces aquí?

—Tengo hambre —dijo con altanería nada propia para hablar con un
hermano y menos aún si tenía el rango de Angus en el clan—. Leslie mi
desayuno —ordenó como si fuera la dueña.
Glenda frunció el ceño, pero no dijo nada terminando su desayuno. —
¿Sabes hija? Paisley se encuentra bien después de estos dos años sin saber de

ella.

—¿Y a mí qué me importa esa mujer? —preguntó con desprecio

sentándose en la cabecera de la mesa.

Angus se tensó porque ni él se había sentado ahí. —Levántate ahora


mismo —dijo fríamente—. Ese es el asiento del Laird y le debes respeto.

—A él no le importa.

Boyd se levantó de inmediato. —¿No has oído a tu hermano? ¡Levántate


ahora mismo!

Jinny miró asombrada a su madre que no dijo una palabra y se levantó de

la silla del Laird lentamente. —Muy bien. No hace falta que os pongáis así. Está

claro que desde que ellas han llegado al clan las cosas han cambiado mucho.

—Y más van a cambiar. —Angus le advirtió con la mirada. —Procura no

dar problemas.

—¿Problemas yo? —Con desprecio se sentó al lado de su madre. —


Problemas los va a dar tu bruja como los dio su madre en su clan.

—¿Qué sabes tú de eso, estúpida? —preguntó Glenda mirando a su hija

furiosa—. ¡No hables de lo que no sabes!

—Sé mucho más de lo que digo.

Leslie llegó con el cuenco de gachas y se lo puso delante con una


cuchara. Greer se tensó al ver que la chica casi salió corriendo de nuevo hacia la
cocina.

Angus se levantó. —Ven, esposa. Te enseñaré nuestras tierras.

Greer miró a Glenda. —Ha sido un desayuno muy agradable.

La madre de Angus sonrió. —Gracias. Habrá muchos más a partir de

ahora.

Jinny rio con ironía por lo bajo. —A ver si dices lo mismo cuando nos

maten a todos por su culpa.

Se tensó al escucharla, pero su marido la cogió por la cintura llevándola

hacia la puerta seguidos de sus amigos. Morgan habló con dos hombres que
estaban en el patio y entraron a toda prisa en el castillo.

—He ordenado que vigilen las puertas de las habitaciones y que en la del

Laird no entre nadie salvo Glenda.

Angus asintió. —Muy bien. Salgamos. No quiero que nadie escuche esto.

Greer se detuvo. —Un momento. —Volvió a entrar en el castillo y sonrió


a Glenda. —Voy a ver si puedo hacer algo por Leslie. Pobrecita, me da pena.

—Oh, niña. A ver si tienes suerte. No dice una palabra desde hace años.

Jinny la miró asombrada y cuando entró en la cocina Leslie dio un paso


atrás negando con la cabeza. Greer entrecerró los ojos caminando hacia ella y la
cogió de la muñeca tirando de ella fuera de la cocina. Y como tenía mucha más

fuerza solo pudo dejarse llevar. Pasaron ante la mesa y dijo a su suegra —Vamos
a dar un paseo. Para que se relaje.

Jinny se levantó. —¡Tiene que hacer sus tareas!

—Pues las harás tú —dijo su madre muy seria—. De verdad, hija... ¡No

sé qué te pasa estos días y si es por Morgan tu mal comportamiento, solo le

demuestras que ha hecho bien!

—¡Qué sabrás tú si estás ciega!

Greer se detuvo en seco y se volvió para mirarla a los ojos. Era evidente

que sabía que su padre había estado enamorado de su madre y por eso le acababa

de decir eso. —Cuidado, Jinny… —le dijo fríamente—. Cuida tu lengua si no


quieres perderla. A nuestros padres se les debe respeto y bajo este techo eso se

va a llevar al pie de la letra. ¿Me has entendido?

Jinny se sonrojó y miró a su madre. —Lo siento, mamá. Tienes razón.

Estoy perdiendo los nervios con todo esto.

Glenda sonrió y le cogió la mano. —Debes tranquilizarte. Te casarás de

nuevo, ya verás.

¿De nuevo? Miró a Leslie a los ojos y ésta agachó el rostro de inmediato.
Tiró de ella hacia la salida y los hombres las observaron. —¿A dónde va Leslie?

—Con nosotros. Tengo el presentimiento de que ésta sabe muchas cosas.

Boyd la miró con el ceño fruncido. —Leslie…

Se puso como un tomate pasando entre ellos, pero debió darse cuenta de

que no sabía a dónde iba, porque se detuvo y se volvió mirándoles con los brazos
en jarras.

Boyd gruñó y Greer levantó una de sus cejas pelirrojas y miró a su


marido. —¿Me he perdido algo?

—Es su mujer.

Asombrada abrió la boca. —No fastidies.

—Esto va a ser de lo más interesante.

Salieron del castillo y Angus vio a Crul en el acantilado. Vamos hacia

allí.

Leslie se detuvo en seco y Boyd negó con la cabeza. —No se acerca al

acantilado desde entonces.

—Hoy va a hacer un esfuerzo, ¿verdad Leslie? —dijo Greer muy seria.

Boyd miró a su mujer que le rogaba con sus ojos castaños. —No me

mires así, como me hayas mentido…

Leslie negó con la cabeza vehemente. —Pues vamos. Sabes que conmigo

no tienes que temer. —Pareció pensárselo, pero al final levantó la barbilla


tomando aire y caminó hacia allí aunque al ver al lobo se detuvo en seco. —

Tranquila, cielo. Crul no hace nada. Es de Greer.

Miró a Greer de reojo que asintió. —Vamos. No debes preocuparte por


mi lobo.

Angus silbó y Crul corrió hacia ellos hasta la mano de Angus que le
acarició el lomo. —¿Ves? Es inofensivo mientras no dañes a su dueña. Eso es lo

único que debe preocuparte.

Leslie se estremeció y su marido la llevó hasta unas rocas planas donde

podían sentarse. Se sentó con ella a su lado y ambos miraron a los demás que se

quedaron de pie ante ellos.

—Bien, habla —dijo Greer cruzándose de brazos—. ¿Qué es lo que te da


miedo y por lo que no has hablado desde tu accidente aquí?

Abrió los ojos asombrada porque lo supiera y miró a su marido asustada.

—Cielo, ¿puedes hablar?

Negó con la cabeza vehemente.

—Preciosa, esto es ridículo. Lleva años muda.

—Puede hablar, pero no quiere.

Dio un paso hacia ella y se encogió como si fuera a golpearla. Su marido

la miró como si quisiera matarla. —¡Apártate de ella!

—No le voy a hacer nada. —Se agachó ante Leslie y le cogió las manos.
—Vamos a ver. ¿Has probado a hablar? —Negó asustada. —¿No quieres hablar?

—Volvió a negar. —¿Por qué? ¿Temes a alguien? —Miró a su marido de reojo


y se echó a llorar.

—¿Te teme a ti? —preguntó Morgan asombrado.

—No, no le teme a él. Teme a Jinny. —La muchacha la miró sorprendida

y sus ojos se llenaron de lágrimas. —Es cierto, ¿verdad? La temes a ella y


perdiste el habla en este acantilado por el miedo que pasaste. —Una lágrima
rodó por su mejilla y su marido se tensó. —¿Por qué te empujó? Debemos

saberlo. Es muy importante.

Negó muerta de miedo y su marido no salía de su asombro. Angus le

hizo un gesto a Boyd para que la animara a hablar pero éste no reaccionaba.
Exasperado se cruzó de brazos y Morgan preguntó —¿Cuántos años tenías?

—Tenía cuatro años —dijo Boyd por ella.

—Eras muy pequeña —susurró Greer—. Debiste asustarte mucho.

Asintió con vehemencia. —Así que lo recuerdas. —Asintió de nuevo


antes de echarse a llorar.

—Mi amor, no llores. ¿Fue ella? ¿Fue Jinny?

Miró a Angus antes de agachar la mirada de nuevo y susurró con voz

muy baja —Sí.

Todos se quedaron atónitos. —Puede hablar —susurró Morgan.

Greer apretó sus manos para que la mirara. —Así que fue ella. ¿Por qué
te empujó?

—No quería que le dijera a mi madre que la había visto fuera del castillo
sobre el caballo de Angus.

Angus frunció el ceño. —¿Cuándo fue eso?

—El día antes. Le pregunté a dónde había ido y me empujó.


Todos se quedaron en silencio durante unos segundos y Boyd la abrazó a
él con fuerza. —No pasa nada, mi amor. No va a hacerte daño de nuevo. Te lo

juro.

—Pero es la hija del Laird. Si decía algo…

—Así que simulaste que no podías hablar del susto.

—No. Al principio no podía hablar. Fue después. Mucho después cuando


me di cuenta de que sí podía.

—Y ahí simulaste.

—Si recuperaba el habla, ella temería que le contara a alguien lo que

había ocurrido y me mataría. O mataría a Boyd. A veces cuando no la escucha


nadie se me acerca y me susurra maldades al oído.

Angus se llevó las manos a la cabeza girándose como si no soportara

saberlo.

—¿Qué maldades? —preguntó su marido pálido.

—Que me va a ahogar mientras duermo y que como no puedo gritar ni tú


te enterarías. —Boyd miró angustiado a sus amigos por el dolor en sus palabras.

—Que mataría a mi hijo en cuanto me quedara preñada. Que echaría unas


hierbas que conocía para que abortara.

—Unas hierbas que conocía —dijo Morgan furioso.

—Alardeaba de que las había probado y sabía que funcionarían.


Todos se miraron sin saber qué decir, así que Greer se levantó mirando el
mar. —Fue ella. Estoy segura.

—¡Te digo que ella estaba aquí ese día! —dijo Morgan—. ¡Sería otra

niña!

—¿Rubia con el cabello a la altura del trasero de ojos azules? ¡Y estaba

con Paisley! ¡Glenda ha confirmado que se conocen! Y Leslie la vio usar el


caballo de Angus. ¿Cuántos años podía tener? ¿Ocho? ¿Siete? ¡Es obvio que

salía del clan y que nadie sabía que lo hacía! ¡Me pregunto la razón!

Ronald entrecerró los ojos. —¿Cuánto puede tardar en llegar una niña

hasta el clan McMurray a caballo? ¿Menos de medio día?

—Si sale al amanecer llegaría a media mañana —respondió Angus.

—¿Y si sale cuando alguien duerme una siesta llegaría antes de la cena?

—Su marido asintió. —¡Pues ahí lo tenéis! ¡Y apuesto cualquier cosa a que ha

intentado matar a Morgan por el desplante!

—No, ahí podía habernos matado a todos —dijo Ronald fríamente—.


Normalmente cuando alguno de nosotros llega de viaje nos pasamos horas

bebiendo y charlando.

—¿Y la razón? —preguntó Boyd—. Sé lo que le ha hecho a mi mujer,


¿pero qué razón podía tener para matar a tu madre? ¿O para envenenarnos a
nosotros o al Laird?

—Porque Cameron ha estado enamorado de mi madre desde que la


conoció. Esa es la razón —respondió ella.

—La mató a ella, muy bien. ¿Pero y el Laird? Tardó mucho en enfermar
—dijo Ronald.

—¿Justo cuando empezó el conflicto con los McMurray?

—No, justo cuando recibimos el primer ataque serio —apostilló su

marido muy tenso.

—Por alguna razón ella sabía en qué iba a terminar aquello —dijo Greer

antes de abrir los ojos como platos—. Porque se lo dijo Paisley. Vuestra tía

estaba convencida de que yo regresaba para vengarme y me contó un montón de


mentiras para que volcara mi rencor hacia mi padre, mostrándome una historia

creíble que para una hija abandonada podía ser totalmente real.

—Así que Paisley le contó lo que había ocurrido. Que su padre había

atacado a Geordan y lo que ocurrió después en esa fiesta —dijo Morgan atando

los cabos—. Y si no querían que Angus se encontrara con Greer, tenían que

deshacerse de Cameron, porque si el Laird le decía dónde estaba su pareja,


Angus iría a buscarla y tú regresarías. Y si eras igual que tu madre, pronto se

descubriría todo.

—Estáis equivocados. Quería torturarle por amar a otra mujer —dijo


Leslie haciendo que todos la miraran—. La he visto salir de su habitación

sonriendo muchas veces con una maldad en la mirada que me ponía los pelos de
punta. Quería alargar su tortura todo lo posible, estoy convencida. Le satisfacía
saber que estaba enfermo. Disfrutaba con ello. Yo no creo que el conflicto con

los McMurray la afectara más allá de saber que su padre seguía amando a otra

mujer que no fuera su madre y que la seguía traicionando a pesar de haber

pasado años desde la muerte de Rhona. Quería hacerle sufrir, os lo digo yo.

—Está loca —susurró Morgan—, de la que me he librado.

—La conozco bien. Mejor que todos vosotros porque conmigo se


comporta como realmente es —dijo Leslie pálida de miedo—. Tiene el demonio

dentro. No sé cómo se enteraría de que su padre seguía amando a otra mujer,

pero lo que sí sé es que esa es la razón.

—¿Por qué estás tan segura? —preguntó Angus apretando los puños.

—Porque Jinny es una caprichosa. Si hizo eso que decís cuando era una

niña fue porque quería a su padre más que a nada y no soportaba que él amara a

alguien fuera de su familia. Te ha envidiado toda tu vida y cuando su marido no

cumplió sus expectativas para sustituirte como Laird, se deshizo de él como de

sus hijos antes de que nacieran. Eligió a Morgan porque es tu segundo al mando.

Pero cuando llegó María, se dio cuenta que había quedado en evidencia ante
todo el clan. Por eso intentó mataros a todos. ¿Que Jinny quedara como la mujer

abandonada? No, eso no puede pasar.

—Lo primero que me dijo al llegar, fue que la habías dejado en ridículo
—dijo Angus mirando a Morgan.

—María…
Morgan salió corriendo y Angus miró hacia la empalizada. Su hermana
estaba allí observándoles.

—No tenemos pruebas —dijo su hermano.

—Me va a matar —susurró Leslie pálida.

—No te va a pasar nada —dijo su marido levantándola con cuidado antes

de mirar fríamente a Angus—. Esto no se va a quedar así. Lleva torturando a mi


mujer toda la vida.

—No digo que se vaya a quedar así. Llévate a tu mujer a casa y no te

separes de su lado. Nosotros nos encargamos.

—Vamos, cielo. Todo va a ir bien.

Greer se volvió hacia el castillo y se puso al lado de su marido que la

cogió por los hombros. Ronald se detuvo a su lado y susurró —Lo va a negar y

va a decir que tu mujer nos ha envenenado contra ella.

—Creo que Leslie es un testigo muy fiable y cuando la escuchen hablar,


ya no tendrán dudas sobre ello. Joder, mi propia hermana…

—Tu propia hermana debe morir. Lo sabes, ¿verdad? El Laird no puede

tomar esa decisión —sentenció su amigo preocupado.

—Debe morir, pero en mis manos —dijo Greer empezando a caminar


hacia el castillo.

—¡No se te ocurra pensarlo, mujer!


—¡Aquí no ha matado a nadie!

—¡A su marido!

—Ese parece que no os importa mucho.

—¡Porque Ian era un grano en el trasero! Pero ha intentado matar al

Laird.

Greer se volvió levantando una ceja. —Pero no lo ha conseguido,

¿verdad?

—Tu madre se podía haber librado, pero eligió otro camino. —Angus

frunció el ceño. —¿Por qué lo hizo?

—Para protegerme de Paisley.

—¿Por qué? ¿De una simple mujer cuando puedes enfrentarte a un

ejército? —gritó perdiendo los nervios—. ¿Acaso crees que tu madre no podía?

—Entrecerró los ojos porque tenía razón. —¿Y los lobos? ¿Han venido para que

llegaras hasta aquí? ¿Por qué está Crul aquí sí solo nos enfrentamos a mi
hermana y a una mujer?

Ronald asintió. —Algo se nos escapa.

—Puede, pero de momento voy a hablar con tu hermana.

Un grito en el interior del castillo les tensó y los tres salieron corriendo
hacia allí. Angus fue el primero en entrar y se llevó las manos a la cabeza al ver
el cuerpo desmadejado de su hermana, que se había tirado desde la empalizada

muriendo en el acto.
—Al final ha tenido que ganar ella de una manera u otra. Esto lo ha
hecho para que nadie supiera el sufrimiento que había ocasionado. Se ha matado

como una cobarde —dijo Ronald con desprecio antes de alejarse.

Greer se acercó a su marido y le cogió por el brazo sin poder dejar de

mirar los ojos abiertos de Jinny. Entonces las palabras de su marido tomaron más
fuerza. ¿Por qué una mujer embarazada que está a poco tiempo de dar a luz se

mataría? Su madre había querido protegerla, ¿pero de qué? Podía haber dado a
luz y después cumplir con su objetivo. Solo quedaban unos meses.

Los gritos de Glenda le pusieron los pelos de punta y más cuando llegó

hasta su hija, arrodillándose a su lado y la abrazó pegándola a su pecho.

—Cielo, vete con María.

—¿No quieres que me quede?

—Será mejor que no.

Glenda la miró desesperada. —Ayúdala, por favor.

—No puedo hacer nada por ella.

El grito desgarrador de su suegra le retorció el corazón y corrió hacia el

castillo. No se detuvo hasta entrar en la habitación de María que estaba abrazada


a Morgan. Él asintió. —Ya sabemos lo que ha ocurrido. ¿Te quedas con ella?

Asintió aún escuchando los gritos de Glenda. Morgan besó a su mujer en

la sien antes de salir de la habitación dejándolas solas. María susurró —¿Por qué
ha ocurrido? Me ha despertado ese grito horrible.

Capítulo 11

Se pasó horas con María hablando de todo lo que había ocurrido. Cuando

se abrió la puerta miraron hacia allí y entró Angus con cara de no tener buenas

noticias. —Se lo he tenido que contar a mi padre y por supuesto se ha llevado un

disgusto enorme.

Se levantó de inmediato. —¿Me necesita?

—No, está bien. Debemos ir de inmediato al clan de tu padre para

prender a Paisley. El Laird quiere respuestas.

—Bien.

—Voy con vosotros —dijo su amiga levantándose.

—No, quédate aquí. —Greer le sonrió para que estuviera tranquila.

—Ni por todo el oro de las Highlands me separo de ti. —Cogió su viejo
vestido y se lo puso encima.

Angus entrecerró los ojos. —¿No te han dado ropa?


—Nadie se acercaba a mí en tu clan. Excepto los chicos, claro. Nadie me
ha ofrecido nada y me daba vergüenza pedirlo.

Greer apretó los labios viendo cómo se ponía las botas. —En casa de mi

padre te darán ropa nueva.

María sonrió tímidamente. —Lista para lo que sea.

—¿Juntas?

—Para siempre.

Su llegada al castillo fue toda una sorpresa y su padre les esperaba a la

puerta atónito. —¿Qué ha pasado? ¿Te han echado?

—No, padre. Tranquilo. —Se acercó y le abrazó susurrándole al oído —

No discutas con Angus. Su hermana ha muerto.

Geordan no salía de su asombro viéndola entrar en el castillo antes de

volverse hacia su yerno. —¿Qué ocurre?

—Venimos por respuestas. Eso ocurre —dijo muy serio. Entró tras su
esposa y María le sonrió—. Soy la mejor amiga de su hija. Mi nombre es María.

Vivimos juntas en el convento.

El Laird sonrió. —Bienvenida al clan McMurray. Eres muy bienvenida.

—Gracias.
—No dudes en pedir cualquier cosa que necesites. —Entrecerró los ojos
al ver a Morgan. —Otro McLellan. Lo que nos faltaba.

Éste gruñó pasando ante él. —Viejo, te veo bien.

—Estoy hecho un chaval. —Le dio una palmada en el hombro que le

hizo trastrabillar y Geordan reprimió la risa disimulando antes de gritar —

¡Alimento y bebida para mis invitados!

—No venimos a comer —dijo Angus haciendo que se tensara por el

insulto—. ¿Dónde está Paisley?

En ese momento Ailsa bajaba por las escaleras con ella y Greer le dio un
codazo haciendo que mirara hacia allí. Angus se acercó con grandes zancadas y

la cogió del brazo haciéndola saltar los últimos tres escalones con un grito.

—¿Qué ocurre aquí? —gritó Geordan ofendido—. No puedes entrar así y

tratar de esta manera a los de mi clan sin consecuencias.

—Padre, ella fue la que envenenó a mi madre.

Geordan perdió todo el color de la cara mirando a la mujer que negó con

la cabeza. —¡Mienten! ¡Eso es mentira!

—¡No, no lo hiciste tú! Utilizaste a una niña para cometer tu crimen. ¡A


mi hermana! —le gritó Angus a la cara furioso.

—¿Qué? —Ailsa no salía de su asombro. —¿Jinny estaba aquí ese día?

No lo recuerdo.

—No estaba oficialmente, pero al no haber enemistad entre nuestros


clanes podía entrar libremente sin ser vista por la guardia con la ayuda de
Paisley. Por eso ocurrían cosas que no se podían explicar porque Paisley tenía

coartada. ¡Como la rata muerta! —dijo Greer dando un paso hacia ella. Eso sí

que asustó a Paisley que pálida dio un paso atrás—. ¡Confiesa! Fuiste tú quien
envenenó su copa. ¡Su copa de vino! Y convenciste a la niña para hacerlo,

¿verdad?

—¡Ella odiaba a Rhona por culpa de Cameron! ¡Su padre se pasaba aquí
más tiempo que en su clan! Todo el mundo menos su madre sabía que la amaba.

—Yo no lo sabía —dijo Angus rabioso—. ¡Y era una niña!

—Una niña muy lista. —Levantó la barbilla. —¡Todo lo planeó ella!

—¡Mientes, mujer! ¿Cómo va a idear una niña algo así? —replicó Ailsa

impresionada—. ¡Todo fue cosa tuya porque querías ocupar el puesto de Rhona!

¡Reconócelo! ¡Incluso cuando te enteraste de nuestro matrimonio, estuviste

meses sin hablarme! ¡Siempre le has querido para ti!

Para su asombro negó con la cabeza y miró a Geordan con amor. —No lo
hice por eso. Temía por ti. —Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Es cierto que

siempre te he amado, pero precisamente por eso era feliz por ti. Pero todo llegó a
un punto en el que temía por tu vida y por el clan. Cuando Jinny dijo con odio

que había que matarla, vi un camino para resolver la situación después del
desastre de la noche anterior.

—¿Tú iniciaste el incendio? —gritó Geordan furioso.


—Pensé que deshaciéndome de Greer… —Se echó a llorar. —Así serías
feliz con Rhona. Pero me di cuenta de que no sería suficiente.

Angus entrecerró los ojos. —¿Qué temías que le pasaría al clan?

—¡Nos arrasarían! ¡Ella se lo dijo y fue muy clara! Pero Rhona no hizo

nada al respecto. ¡Seguía mostrando sus dones, llamando la atención sin

importarle vuestro destino! ¡Y todo por ti! —gritó señalándola—. ¡Tu


nacimiento llamó tanto la atención que ella vino por aquí! ¡La encontró y ya no

hubo marcha atrás!

—¿Quién es ella? —susurró Greer teniendo un presentimiento.

—No sé cómo se llama. La detuvo un día que paseábamos por el río. La

estaba esperando. Era rubia con un pelo clarísimo que le llegaba hasta los muslos

y llevaba ropas de calidad. Sobre su caballo blanco se acercó a nosotras y me

dijo con autoridad que me alejara. Rhona no pronunció una palabra palideciendo

y yo asustada me alejé. Pero escuché lo que le dijo.

—Continúa —dijo Geordan dando un paso hacia ella.

—Se puso furiosa con Rhona. Le gritó que era una irresponsable y que

como no lo solucionara, lo solucionaría ella. Que no debía exponer a su raza ante


el pueblo, porque sabía de sobra que no entendían su naturaleza. Había roto las
reglas por segunda vez y la próxima tendría que darle una lección. ¡Voy a tener

que emplearme a fondo para limpiar todo el caos que has organizado! No quiero
volver a saber de ti. Te lo advierto. Eso fue lo que le dijo.
—¿Solo eso?

—Le dijo que volvería en dos años para recoger a la niña. Entonces
Rhona se echó a llorar y le suplicó que dejaran a su hija. Que ella la educaría. La

mujer la miró asombrada y le dio una patada en el hombro alejándola. Cayó al

suelo y le suplicó de nuevo. ¡Basta!: le gritó ella. ¡Sabes de sobra que esa niña
no es tuya! ¡No te pertenece! Por tu egoísmo nos has expuesto a todas, pero no

voy a dejar que a ella la influyas con tus locuras. Rhona le respondió: ¡Somos
brujas! Somos más fuertes que ellos y mientras no hagamos mal… —Paisley se

echó a llorar. —Pero la mujer la miró incrédula y siseó: Eres mucho más

peligrosa de lo que me imaginaba. Mi deber es proteger a las brujas y lo voy a

hacer. Como si tengo que arrasar todas las Highlands para borrar tu error. Te lo

advertí la última vez. Tú llevaste a tu clan a la muerte con tus tonterías. Te di

algo de libertad porque necesitaba que trajeras a Greer al mundo y necesitabas

encontrar a tu pareja para ello. Pero esto se acabó. A partir de ahora enciérrate en
ese castillo y no quiero que hables con nadie de fuera de tu clan.

—Mi hija tiene pareja en un clan vecino —susurró asustada—. No

puedes alejarla.

—Cuando sea instruida podrá ir a buscarle. Eso ya no es de tu


incumbencia. —Paisley miró a Greer. —Creía que si morías esa mujer perdería

el interés en Rhona porque durante un año había sido algo discreta dentro del
clan. Pero la noche del incendio volvió a mostrar sus poderes al dejar caer sobre

la habitación una tromba de agua que lo extinguió casi al instante. Y había varios
del clan McLellan que lo vieron. Ahí me asusté de veras porque esa mujer
volvería y nos mataría a todos. Así que cuando Jinny llegó a la mañana siguiente

para espiar a su padre, no lo pensé más. Si ella moría, nuestro clan estaría

seguro. Se llevarían a la niña lejos y esa mujer podía ir a buscarla a muchas


millas de aquí. Pero nunca la fueron a buscar.

Todos se quedaron en silencio y Geordan tuvo que sentarse. Su mujer se

acercó de inmediato. —Lo siento, mi amor.

—No entiendo nada. Nadie amenazaba a Greer. Solo querían instruirla

bajo su ley. Rhona estaría viva si hubiera seguido sus instrucciones. —Ailsa

disimuló el dolor que le ocasionaron esas palabras.

—Cuando vi llegar a Greer no me lo podía creer. Esa mujer tenía poder

para saber dónde estaba. Nada había salido como yo había creído y estaba en el
clan de nuevo —dijo Paisley con la mirada perdida—. Entonces las palabras de

Rhona se repitieron una y otra vez en mi memoria. Volvía para vengarse.

Angus abrazó a Greer por los hombros y la pegó a él porque sintió su

dolor. No les importaba a ninguno. Su padre hubiera preferido que su madre


estuviera allí y los demás les daba igual que estuviera en el convento o rodeada

de brujas en un lugar desconocido del que igual no podía volver. Sus ojos verdes
se llenaron de lágrimas y su padre se levantó en el acto dándose cuenta de lo que

había dicho. Sintió un dolor indescriptible porque a pesar de los años de


abandono, siempre había tenido la esperanza de que en el fondo su padre la
quisiera. —Hija, yo…

—Nos vamos —dijo Angus muy tenso.

—¡Un momento, quiero hablar con ella!

—Creo que ya ha oído bastante —dijo María fríamente viendo el dolor

de su amiga—. Ahora entiendo por qué Rhona pidió que se la llevaran.

Greer miró a Paisley alejándose de Angus. —¿Por qué se mató antes de

dar a luz? ¿Lo sabes?

—¿Se dejó morir? —preguntó asombrada.

—Hubiera podido no beber el vino, pero lo hizo igualmente.

—Esos días estaba muy extraña —dijo la mujer pensando en ello—. De

hecho, desde…

—¿Desde qué?

—Desde que me dijo que era un varón había estado muy rara. A veces
estaba en la habitación y miraba por la ventana sin ver realmente nada. Eso

también me puso nerviosa para hacer lo que hice.

—¿Crees que pudo encontrarse con esa mujer de nuevo?

La miró sorprendida. —No puedo decir nada sobre eso. Desde que la
encontramos por primera vez, me prohibió ir con ella de paseo. Dijo que era por

mi seguridad.

—Salía poco. Pero siempre que lo hacía yo iba con ella —dijo Ailsa—.
O mi hija. —Miró a su alrededor. —¿Dónde estará Anne?

Entonces Greer recordó las palabras de Ailsa el día anterior cuando llegó
al castillo. Que era una pena que no la hubieran instruido. Entrecerró los ojos

dando un paso hacia ella. —Cuéntame la verdad.

Ailsa palideció. —No sé de qué me hablas.

—Tú eras su amiga. Su confidente. Y sabías que debían instruirme. —


Miró a Paisley. —¿Le contaste lo que dijo esa mujer? —Negó con la cabeza. —

¡Entonces te lo contó mi madre! ¿No es cierto? Te has guardado muchas cosas.

—No sé nada de eso. ¡Tu madre dijo que a ella la habían instruido!
¡Después de la muerte de su madre, una bruja se hizo cargo de ella y la llevó a

un castillo más al sur! Para ella fue un infierno y por nada del mundo le gustaría

que tu pasaras por eso. Se escapó. ¡Y ya no sé nada más!

Angus se tensó. —Mujer, como nos ocultes algo importante, te juró que

el que incendiaré este maldito castillo voy a ser yo.

Geordan miró a su mujer que pareció pedirle permiso con la mirada. —


Cuéntaselo todo. Ahora ya da igual. Ya ha vuelto a casa y debe estar preparada.

Si nos ocultas algo, mujer, debes contarlo ahora.

Ailsa apretó los labios antes de mirarla a los ojos. Greer estaba a punto
de gritar de frustración porque no había más que mentiras a su alrededor.

—¡Cuéntalo ya! —gritó su marido perdiendo los nervios.

—Se escapó de ese castillo porque era una bruja de bajo nivel. Una don
nadie. Sabía que no la buscarían y estaba harta de las pullas de sus compañeras

que se instruían como ella. Pero era especial. Iba a tenerte a ti. La necesitaban.

La encontraron en un pequeño clan y al ver que utilizaba sus dones, ellas

arrasaron el clan propagando una enfermedad que les mató a casi todos. Solo
dejaron vivos a los niños.

—Oh, Dios mío.

—No la expulsaron del clan como dijo aquel vendedor ambulante. Fue

ella quien huyó después de haber sido apaleada por una de ellas hasta dejarla

inconsciente. Cuando se recuperó, vino hacia aquí y le sorprendió que no la

siguieran de nuevo, pero al ver a Geordan se dio cuenta de por qué no la habían

seguido. Pero ella no aprendió la lección y cuando se encontró con esa mujer en
el bosque, supo que venían a por su hija. Nadie puede arrebatarle una hija a su

madre, pero como sabían que ella no iría voluntariamente al castillo, tenían que

tener una excusa para arrebatarle a la niña y ser criada por ellas. No encontraba

la solución para protegerte hasta que la invocaron. Ya estaba en estado de su


segundo hijo y le dijeron que ese niño no estaba sano, que su corazón no

sobreviviría al parto. —Los ojos de Greer se llenaron de lágrimas imaginando el


dolor de su madre. —Le ordenaron que te llevaran al bosque y que allí te

recogerían para no tener que entrar ellas a por ti y que hubiera bajas. Como la de
Geordan. Entonces se dio cuenta de que si conjuraba a su hija para que no

consiguieran invocarla, no sabrían donde se encontraba y estaría segura hasta ser


lo bastante fuerte como para decidir su futuro. Yo le pregunté cómo conseguiría
ser fuerte y saber lo que tenía que hacer si nadie le enseñaba y ella me sonrió

contestándome que la luna te enseñaría. Que no necesitabas más que su influjo

para crecer, como te había dado la vida.

A Greer se le cortó el aliento. —Y así fue.

Ailsa sonrió. —Yo pensaba que simplemente iba a convencer a Geordan

para que te alejara por tu seguridad. Para que ellas no se te llevaran y que
pudieras verla, aunque fuera de vez en cuando. Cuando murió me di cuenta de

cuál era su plan y hasta qué punto te quería por encima de todo. No querían que

la obligaran a deshacer el hechizo y te encontraran.

—¿Qué quería evitar ella al no dejar que se criara allí? —preguntó Angus

en voz baja.

—Su sacerdotisa es cruel. Se ocultan de nosotros, pero son duras e

implacables. —Ailsa la miró a los ojos. —Tú no eres así. Ella consiguió que

tuvieras corazón y tu conseguirás que las cosas cambien.

—¿Y cómo voy a hacerlo?

—Porque tú serás la próxima sacerdotisa y eso solo lo podrás demostrar

en la batalla. La batalla con las brujas.

Angus se llevó las manos a la cabeza. —Dime que todo eso es un invento
tuyo.

—¡No quería decírselo ahora! Debía esperar a que diera a luz a su hija
para ello. ¡Porque hasta ese momento no vendrán a por ellas! ¡Te necesitaban a ti
para que la preñaras!

—¿Rhona lo sabía? ¿Sabía todo eso? —preguntó su padre mirando a su


mujer como si no la conociera.

—Estuve presente durante el conjuro y después hablamos de todo lo que

podía pasar cuando Greer regresara a casa. Jamás me dijo que ella no iba a estar

aquí porque incluso me dijo que te apoyaría en la batalla, aunque sus dones no
tenían demasiado que aportar contra ellas.

—Dios mío —susurró tapándose la boca—. Tengo que irme de aquí.

—¡No! —gritaron todos a la vez.

—¿No lo entendéis? ¡Os matarán a todos!

Angus la agarró por los hombros con fuerza. —Tú no te vas a ningún

sitio, ¿me oyes? ¡No dejaremos que os pase nada! ¡Este es tu hogar ahora!

—¡No sé hacer conjuros y esas cosas! ¡Es mi guerra no la vuestra! Tengo

a los lobos y…

—No digas tonterías, no lo vas a hacer sola.

—Te matarán antes de que las veas llegar siquiera. ¡Pueden incendiar el

castillo solo con una mirada!

—Tú también.

Greer entrecerró los ojos. —Sí, yo también puedo hacerlo, pero ellas son
más.
—Tú eres más fuerte. —Los ojos de Angus se entrecerraron. —Debes
provocarlas para que vengan cuanto antes.

—¿Qué?

—Si estás embarazada no pueden dañarte. No se arriesgarán a perder a la

niña, ¿no es cierto?

Greer supo que tenía razón. —No. No pueden dañarla. Le deben


pleitesía.

—Por Dios, ¿pero de que hija habláis? —preguntó María asombrada—.

¿Estás embarazada?

Asintió sin dejar de mirar a su marido que ya estaba pensando. —¿Crees


que la batalla con los clanes será suficiente para atraerlas? ¿Para que vengan a

advertirte?

—Cariño, ¿y yo qué sé?

—Eso puede ser un arma de doble filo, porque con que solo te cojan a ti
ya la tienen a ella —dijo Ailsa—. Eres su pareja y haría cualquier cosa para

protegerte. Ellas lo saben.

Greer se tensó mirando a su marido. —Necesitamos ayuda. Solos no


podemos hacerlo.

Pero Angus miró a Ailsa. —Repite eso.

—Eres su pareja. Haría lo que fuera por ti.


—¡Pues por mí no hizo todo lo que pudo! —gritó Geordan indignado—.
¡Bien que me dejó solo!

Ailsa puso los ojos en blanco. —Pero es que ella no tiene hijos. De

momento.

—Vaya, gracias. —Se cruzó de brazos molesto y su hija chasqueó la

lengua exasperada. —¡No, no me mires así! Rhona también podría haber


luchado contra ellas.

Una risa les hizo mirar hacia arriba sorprendidos y Greer susurró —

¿Madre? Madre, ¿estás aquí?

—Convócame, mi niña. Yo te ayudaré.

Asombrada miró a su marido que la animó con la cabeza mientras

Paisley se desmayaba cayendo a plomo sobre el duro suelo de piedra.

María levantó una ceja. —¿La ha palmado?

Nadie le hizo ni caso, así que su amiga chasqueó la lengua. —Tú te lo


pierdes. —Miró hacia Greer. —Vamos, invócala.

—¿Y cómo se hace eso, guapa?

—Llámala —la instó Ailsa antes de mirar hacia arriba—. Pero no te


cabrees conmigo por robarte el marido, ¿vale? Tú ya no estabas.

La risa hizo sonreír a Greer que susurró —Rhona ven a mí. Rhona ven a
mí. Rhona ven a mí.
—Más fuerte mi niña. Ya te siento.

—¡Rhona preséntate ante mí! ¡Rhona preséntate ante mí! Rhona… —


Perdió el habla al ver su imagen casi transparente ante ella vestida de blanco.

Sus rizos estaban muy marcados alrededor de su cara y se miraron a los ojos.

Su madre sonrió alargando las manos. —Hija, ha pasado mucho tiempo.

Intentó cogerle las manos, pero traspasaron la imagen. Rhona hizo una
mueca. —Bueno, al menos te veo y eres hermosa.

—Estás igual que como te recuerdo —susurró emocionada.

—Te he echado mucho de menos.

—¿Estabas aquí?

—Esperándote. Te dije que estaría contigo y aquí estoy. Me aseguré de

ello antes de irme. —Su mano rozó su mejilla y Greer casi pudo sentir su tacto.

—Siento tantos malentendidos, pero tu padre es muy cabezota y no quería

llevarte lejos.

—¡Sí, ahora échame a mí la culpa!

Rhona se echó a reír de nuevo y Greer se giró para ver como la miraba

totalmente enamorado. —Siempre ha sido un poco gruñón, pero me quería por


encima de todo. Y tiene razón, no toda la culpa fue suya, porque sabía que si me
cogían a mí te tenían a ti, así que tuve que quitarme del medio. —Miró a su

amiga y sonrió. —Gracias por cuidar de él tan bien y sacarle de su dolor.

Ailsa se echó a llorar. —Le quiero.


—Lo sé. Por eso no te he fulminado con un rayo hace años.

Greer limpiándose las lágrimas soltó una risita y Angus la cogió por el
hombro pegándola a él. Rhona le miró de arriba abajo. —Hija, qué buen gusto

tienes.

—Gracias mamá.

Le sonrió. —Mi pequeña… Ya ha llegado la hora de enfrentarte a tu


destino. ¿Estás preparada?

—No.

Todos rieron por lo bajo mientras Rhona asentía. —Puedo sentir tu poder.

Y puedo sentir el poder que tendrá tu hija. —Greer se llevó la mano al vientre.
—Nunca serás más poderosa que en este momento. Tu marido es muy listo.

Debes hacerle caso.

Angus la besó en la coronilla. —Hazle caso a tu madre.

María soltó una risita y Rhona la miró. —Oh… ¿Y tú quién eres?

—Es María, mamá. Nos criamos juntas en el convento.

Rhona levitó hasta ella y la miró girando la cara a un lado y después a

otro. María carraspeó incómoda y Morgan la cogió por la cintura como si


quisiera protegerla. —Tranquilo guerrero —susurró antes de echarse a reír de
nuevo—. Hija, lo del árbol es muy malvado. Estaba muy arrepentida. Debes

disculparte.

Greer se sonrojó. —Lo siento.


—¿De qué diablos hablan? —preguntó Geordan perdiendo la paciencia.

—Espera querido, que tu hija ha tenido una vida de lo más interesante


desde el punto de vista de su amiga. —Soltó una risita. —Le robaba el vino a la

Madre superiora para echarle un traguito en su celda.

—¡María! ¡No seas chivata! ¡Nos lo bebíamos juntas!

—¡Yo no he hecho nada! —Abrió los ojos como platos. —Es bruja.

Su madre suspiró. —Qué pena habérmelo perdido. —Miró a su hija con

pena. —Cuantos años desperdiciados por culpa de esas entrometidas.

—Madre… —dijo con pena.

—Lo sé, lo sé. Ahora ya no se puede hacer nada. —Se acercó a ella y

susurró —No te apenes. —La miró a los ojos de nuevo. —No debes tener miedo.

Eres mucho más poderosa que ellas en este momento. Por eso era tan importante

que te unieras a Angus cuanto antes, ¿comprendes? La disputa entre los clanes

ayudaría a que eso ocurriera. Lo vi. Todo ha ocurrido como esperaba. Aunque

también esperaba que tu padre no les atacara de esa manera. —Le recriminó con
la mirada. —¿Geordan? Eso no me ha gustado nada.

Su padre gruñó —Ya sabes por qué lo hice.

—Sí, para alejar a todo el mundo de la niña. E hiciste bien. En el futuro

podrá llevar una vida tranquila porque os temerán tanto que no se acercarán.

—¿No regresarán los clanes para vengarse? ¿No estamos en guerra? —


preguntó su marido asombrado.
—Oh, eso lo resolveremos cuando ocurra. Aún tardaremos en saber algo
y esto es más importante.

—O sea que sí —dijo Angus gruñendo y cruzándose de brazos.

—Como decía, eres muy listo.

—Madre, ¿qué debo hacer?

—¿Qué quieres hacer? —La pregunta la sorprendió tanto que no sabía

qué decir. —Dime hija, ¿cómo quieres que sea tu vida?

—Quiero vivir con Angus para siempre. Quiero criar a mis hijos y quiero

vivir cerca de padre y de ti.

—Ahora siempre estaré contigo, mi amor. Pero entiendo que quieras

vivir cerca de tu padre y más después de lo que ha pasado.

—Vaya gracias.

Rhona sonrió radiante a su marido. —De nada.

—Necesito un whisky —dijo Geordan sentándose de nuevo porque le

temblaban las piernas.

—Ahora lo traigo. —Ailsa corrió fuera del salón.

—Ellas no me permitirán estar alejada, ¿verdad? —preguntó Greer


llamando su atención.

—No, hija —dijo con tristeza—. Por ti sola no tienes la fuerza necesaria

para ser sacerdotisa y mandar sobre todas las demás. Solo en este momento por
la niña que vas a tener, tienes la oportunidad de hacerles frente y provocar que
las dirijas porque tú serás la más poderosa. Serán solo unos meses, pero ellas no

lo saben.

—¿Cómo estás tan segura de que no lo saben? —preguntó Angus

preocupado.

—Porque su bebé es especial. Será la reina de todas nosotras y en cuanto


nazca, todos sus vasallos se arrodillarán ante ella. Como no conocen a Greer, no

saben si su poder es innato o no. Yo si lo sé porque estuve con ella cuando nació

y la conozco, pero las brujas nunca han tenido contacto con ella.

—Pero cuando dé a luz, lo sabrán —apostillo Angus inquieto.

Rhona sonrió. —Sí, ¿pero quién se metería con la madre de la reina?

Aunque tu hija no tomara posesión de su puesto hasta la noche del solsticio de

verano de su veinticinco cumpleaños, todas sabrán que ella será la sacerdotisa

más poderosa que hay habido jamás y eso os salvará a vosotros.

—Así que simplemente es una batalla de poder —susurró Greer.

—Exacto. Y para demostrar lo que vales, debes enfrentarte a ellas.

—¿A todas? ¿Cuántas son? —preguntó María—. ¿Tres, cuatro?

—Unas dos mil.

Todos se miraron asombrados y Morgan frunció el ceño. —¿Eso es

mucho?

—Muchísimo —susurró su mujer.


Greer palideció. —No puedo enfrentarme a dos mil brujas.

—No tendrás que hacerlo directamente. Muchas ni viven por aquí. Si


vences a la sacerdotisa, todas se replantearán lo que ocurre. ¿Entiendes?

Entonces habrá consejo y se decidirá tu futuro. Y como sabemos tu hija impedirá

las represalias. Te temerán porque las pongas en contra de la futura reina.

—Uff, menos mal. Solo es una —dijo María aliviada.

—Twyla es poderosa. Mucho. Y joven.

—¿Es la mujer que te amenazó en el bosque?

—No debes preocuparte por eso. El pasado es pasado. Debes luchar por

tu futuro, ¿me entiendes?

Anne entró en el salón en ese momento con unas jarras en la mano y al

ver a Rhona se le cayeron al suelo de la impresión. Rhona sonrió. —¿No me

digas que tú eres Anne? Estás preciosa.

Su madre llegó corriendo con una jarra. —Ya tengo el whisky. —Su hija
cogió la jarra y le dio un buen trago haciéndoles reír. —Cariño despacio.

—Entonces solo tengo que enfrentarme a esa Twyla.

—Sí, pero no te será fácil llegar a ella. Por eso tu marido ha dado con la
clave.

Todos miraron a Angus. —Tienen que llevarme con ellas para atraer a
Greer hasta allí.
—Exacto. Así no desconfiarán de que ella vaya por su propia voluntad.

—¿Y cómo conseguimos eso? —preguntó su padre mosqueado—. ¿Este


es otro de tus planes? ¿Has visto ya lo que va a ocurrir?

—Querido, la ironía no te pega nada.

Él gruñó y Rhona soltó una risita. —Sí, yo también te quiero. —Anne

abrió los ojos como platos y volvió a beber. Su madre tuvo que quitarle la jarra a
la fuerza.

—No debéis preocuparos por eso. Vendrán. Ya saben dónde estás y lo

que has hecho. Harán lo que sea para invocarte, pero mi hechizo se lo impedirá.
Así que solo debemos asegurarnos de que pueden atraparte a ti. —Miró a Angus.

—¿Estás preparado para sufrir?

—Si con ello salvo a mi familia sí.

—No te falta valor guerrero, pero las brujas intentarán conseguir de ti

toda la información posible. Podría borrarte de la memoria a tu esposa, pero eso

significaría borrar los momentos que habéis pasado juntos. ¿Estás dispuesto a
ello?

—No. No pienso renunciar a ningún momento que hayamos compartido.

Greer le abrazó por la cintura. —Cielo…

—He dicho que no.

—Pues entonces debes pensar en el dolor. Únicamente en eso y en el

rostro de tu mujer durante todo el tiempo que pases allí. No debes pensar en mí
ni en todo lo que ha ocurrido porque sabrán que es una trampa. ¿Lo entiendes?
Todo el plan depende de tu fuerza y del amor que sientes por Greer. Si

flaqueas…

—No lo haré.

—Si yo fuera hasta allí…

—¡Pensarán que ocurre algo extraño, Greer! Sobre todo, porque se


supone que no sabes de su existencia y si la conoces, es que yo te he hablado de

ellas. ¿Entiendes? No hay otra salida.

—¿Cuándo crees que llegarán?

—Que lo diga Greer.

—¿Yo? —preguntó asombrada—. No lo he visto.

—Lo verás.

—¿Y los lobos? ¿Cuál es su función? —preguntó Angus.

—Eso no lo sé. El destino a veces depara sorpresas. Igual eran necesarios

para que llegaras hasta aquí o por la lucha de clanes. Descubriremos su función
en el futuro.

—¿Y si no lo consigo? —preguntó su hija asustada—. ¿Lo perderé todo?

—Sí. Te retendrán hasta dar a luz y apartarán a tu hija de ti. Si ganas,

garantizas que tengan que seguirte al menos hasta que cumplas los veinticinco
años que es cuando la sacerdotisa recibe sus dones aumentando su poder. Si eso
no pasara, que yo sé que no pasará, no podrán hacer nada contra ti por miedo a la

niña. Tendrá ya seis años y estará ligada a ti como tú estabas ligada a mí. Tú

serás la reina hasta que la niña sea mayor. Te lo habrás ganado.

—Si yo estaba ligada a ti, ¿por qué te fuiste? —preguntó furiosa.

—Porque ha llegado el momento de que las cosas cambien.

—¿Y teníamos que ser nosotros quien las cambiáramos?

—Sabía que no lo entenderías, pero tu hija debe vivir de una manera

distinta a la mía porque si no es así, ellas aprovecharán su poder. Las brujas

estamos para ayudar y eso es algo que se ha perdido a lo largo de los años. Es
nuestra naturaleza y así debe ser.

Entendía lo que su madre quería decir y miró a su marido a los ojos que

la besó en la frente. —Tranquila, cielo. Yo estoy contigo.

—¿Nosotros no podemos ayudar? —preguntó Geordan impotente.

—No, esto debe hacerlo ella. Pero ayudaréis más adelante. De eso no hay
duda.

—Cuando nos ataquen los clanes.

—Espero que eso no sea necesario. Ya ha habido bastantes muertes. —


Miró hacia arriba. —Debo irme.

—¿Hasta cuándo?

—No te preocupes, mi niña. Siempre estaré a tu lado, ¿recuerdas?


—Pero no sé lo que tengo que hacer. ¿Cómo me defiendo?

La miró a los ojos y sonrió. —Tu naturaleza te lo dirá. No debes


preocuparte por ello. Cuídate mucho y quiere a tu padre. Eres lo más importante

para él. —Miró a Geordan con amor. —Te he querido siempre.

—Rhona…

Su imagen desapareció y Geordan aún sentado apoyó los codos en las


rodillas llevándose las manos a la cabeza. Anne y Ailsa se acercaron de

inmediato para consolarle y Greer le miró impotente. —Pobre hombre —susurró

su marido—. Cielo, ve con él. Tú eres su único consuelo en estos momentos.

Con lágrimas en los ojos se acercó a su padre y se arrodilló frente a él

apartando las manos de su cara. Tenía los ojos llenos de lágrimas y Greer sonrió.

—La has visto.

—Y estaba tan preciosa como el día en que la conocí. —Una lágrima

cayó por su mejilla y Greer se la borró con ternura. —Gracias.

—¿Por qué padre?

—Porque ha venido de nuevo gracias a ti. Y he podido sentir de nuevo la


sensación que tenía al estar a su lado. —Se echó a reír. —Me enfadaba a menudo

y era capaz de hacerme reír solo con una mirada.

—Vaya, ahora voy a tener que empezar de nuevo —dijo Ailsa haciéndole
reír cuando le puso delante la jarra de whisky.

Greer sonrió viéndole beber. —Así me gusta. Deberías reír siempre.


—Ella también me hace reír y enfadarme en un momento. —Miró a
Ailsa. —¿Verdad, mujer?

Se cruzó de brazos. —Lo intento.

Paisley gimió sentándose en el suelo y parpadeó mirando a su alrededor

asustada. —¿Ha estado aquí?

—¿Quién? —preguntó Angus furioso.

—No, nadie. —Se pasó la mano por la frente. —Me lo he imaginado.

Geordan levantó las cejas. —¿Y ahora qué hacemos contigo?

Todos se quedaron en silencio antes de mirar a Greer. —Ah, no. Yo no lo

decido. Esto fue cosa de mi madre y ella.

—¿Y si la desterramos? —preguntó María—. ¿No? ¿No hay votos a

favor?

—¿Y si la matamos? —sugirió Angus como si nada.

—Voto por el destierro —dijo Greer levantando la mano.

María también levantó la mano y le dio un codazo a Morgan—. Levanta

esa mano.

—¡No! ¡Debe morir!

Paisley gimió.

—¡Vamos a ver… que ha intentado matarte! —gritó Angus.

—Pero eso fue hace años. Y lo hizo por proteger al clan. —Miró a su
padre. —¿A que sí?

—¡No!

—¡Además, si la destierras del clan se irá al nuestro! ¡A ver cómo se lo

explico a mi madre!

—Tu madre no sabe nada.

—¡Pues a mi padre!

—Sí, eso iba a ser difícil de explicar. Pues desterrada de los dos clanes.

Morgan miró a su tía como si quisiera matarla. —Has traicionado a tu

familia. ¡Nos has traicionado a todos!

La mujer jadeó levantándose asombrada. —¡Eres Morgan! Vaya lo que

has crecido.

—¡Tía, ya sabías cómo era! Solo hace dos años que no nos vemos.

—Pues has cambiado mucho. —Miró a María. —Debe ser la barba.

—Oh, intento que se la quite como Angus, pero no me hace mucho caso.

Morgan miró asombrado a Angus, que se encogió de hombros como si no


entendiera nada.

—Geordan es el jefe del clan, así que él decide —dijo su yerno haciendo

que todos le miraran.

Él gimió cogiendo la jarra de whisky y bebiéndola de un par de tragos.


Dejó la jarra en la mesa con un golpe seco. —Muy bien. He decidido. —Miró a
su mujer y a su hija, que levantaron las cejas como diciéndole que tuviera
cuidado con lo que decía. —Se queda.

Angus levantó los brazos al cielo. —Increíble. —Le señaló con el dedo.

—Atente a las consecuencias. Mi padre vendrá a por ella.

—Tú preferías que decidiera él —le reprochó Greer molesta—. Ahora la

decisión está tomada. —Suspiró satisfecha. —Tengo hambre. Tanto vaivén me


ha dado apetito.

—¡Comida para mi hija!

Paisley salió casi corriendo para la cocina y todos gritaron —¡No!

La mujer se indignó. —¡Qué no voy a hacer nada! Que desconfiados.


Matas un perro y ya eres mataperros.

—Ha aprendido la lección —dijo sin darle importancia.

Anne corrió hacia la cocina. —¡Yo me encargo!


Capítulo 12

Tumbados en la cama de su habitación, Greer acarició el pecho de su

marido. Él suspiró cogiendo su mano. —Tendrás cuidado, ¿verdad? El bebé…

—Cielo, me preocupas mucho más tú.

—Si no sale bien y muero…

—Por Dios, no digas eso. Me moriría si no estás conmigo —dijo

angustiada levantando la vista hacia él.

Angus apretó su mano. —Mi amor, si muero quiero que hagas lo que tu
madre hizo contigo cuando eras niña. Un conjuro para que no os encuentren

nunca.

—Sí, pero la niña…

—La niña puede reclamar su reino o lo que sea más adelante. No habrá
otra como ella, ya has oído a tu madre. Pero os iréis juntas. No quiero que ocurra

lo mismo que con tu madre y esté sola toda la vida hasta que sea adulta.
—Pero volveríamos a empezar.

—Regresarás al convento. Prométemelo. Quiero saber que estaréis


seguras.

—No puedes dejarme. —Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Me lo

prometiste. Dijiste que siempre estaríamos juntos.

—Y te juro que haré lo que haga falta para que eso sea así. Pero si me
fallan las fuerzas…

Se abrazó a él. —No te rindas. Llegaré hasta ti. Te lo juro.

Angus sonrió con tristeza. —¿Sabes que te amé desde que te vi por

primera vez? Y eso que parecías una cría con aquella cara llena de hollín.

—Pues daba la impresión de que no te gustaba nada.

—Es que no olías muy bien. —Jadeó haciéndole reír y la abrazó

colocándola sobre él. —Me haces muy feliz.

—¿De verdad? —susurró insegura—. Con otra mujer…

—Esa mujer no serías tú. —La besó suavemente en los labios. —


Estamos predestinados, ¿recuerdas? No me valía otra que no fuera mi preciosa

pelirroja.

—Te quiero.

—Para siempre.

—Eternamente.

Un mes después

Glenda vio salir a caballo a Angus y a sus amigos para ir de caza.

Aunque en realidad Crul lo hacía casi todo. Su suegra se acercó a ella. —Nunca

había visto a Angus tan feliz. —Eso le hizo recordar la conversación que había

tenido un mes atrás. —Has traído cosas muy buenas a este clan.

Se volvió para mirarla sobre su hombro. —No todo será bueno.

—Lo que piensen algunos estrechos de mente no me importa. Tengo a mi

marido de vuelta y esos patanes me dan igual.

—El otro día escuché murmurar a dos mujeres del clan sobre que os

llevaría a la muerte.

—Tonterías. Solo has traído alegrías. Ya no hay lucha con los McMurray

y deberían estarte agradecidos, porque eso es gracias a ti.

—Bueno, de todas maneras da igual. —Miró hacia la ventana de nuevo

sabiendo que los rumores la perseguirían toda su vida. Entrecerró los ojos y de
repente se asustó. —¿Dónde está Angus? —Sacó la cabeza mirando a un lado y
a otro, pero ya no se le veía por ningún lado.

—Tranquila. Está con sus hombres. Traerán algo de cena y antes de que

te des cuenta ya estará en casa.


Forzó una sonrisa. —Tienes razón. Enseguida estará en casa. Voy a ver lo
que hace María.

—Estaba bordando en el salón.

—Bajemos.

Muy nerviosa bajó los escalones de madera casi corriendo y al ver a

María sentada ante la chimenea se acercó de inmediato. —Ha llegado el día.

María levantó la cabeza de golpe dejando caer el tapiz al suelo. —¿Tan

pronto?

—Están aquí.

—¿Quién está aquí? —preguntó su suegra con una sonrisa en los labios

—. ¿Alguien viene a visitarnos? No he escuchado el aviso de los guardias. Oh,

voy a decirle a Cameron que se ponga el kilt y que baje. Ya ha pasado suficiente

tiempo en la cama.

—Sí, por supuesto. Avísale, Glenda. —Forzó una sonrisa mientras su


suegra se alejaba tan contenta sin saber el peligro que corría su hijo. Miró a su

amiga a los ojos. —Tengo que irme.

María la abrazó con fuerza. —Es una pena que este viaje no podamos
hacerlo juntas.

—Te quiero.

—Y yo a ti —dijo emocionada separándose—. Ve a por tu hombre.


Asintió corriendo hacia la puerta y Morgan, que estaba en el patio
ejercitando, la vio salir deteniéndose en seco. Uno de los chicos le dio con un

palo en una pierna, pero él ni se inmutó mirando su expresión antes de gritar —

¡Traedme a Dark! —Se acercó a ella tan rápido como pudo. —¿Es la hora?

—Sí —dijo angustiada—. Tengo que conseguirlo.

—Sé que lo harás.

—Los demás…

—Ya hemos hablado de esto. Solo le quieren a él. No habrá problema.

—Espero que estén bien.

Un chico llegó con Dark y ella cogió sus riendas subiéndose de un salto.

Morgan sonrió mientras María se ponía a su lado. —Volved pronto.

Asintió hincando los talones en su caballo y galopó a toda prisa saliendo

del patio bajo la atenta mirada del clan. —¡Volved a vuestro trabajo! —Se volvió

hacia su mujer. —Voy a hablar con el Laird. Ha llegado la hora de que lo sepa
todo.

—¿No vas a por tus amigos?

—Enseguida. Quiero darle ventaja a Greer por si descubren que la


seguimos.

—Esto no me gusta. Se supone que tiene que ir sola. ¿Y si lo estropeáis


todo?
—No nos acercaremos a su castillo. Solo estaremos por allí por si nos
necesitan.

—Sabes que no podéis hacer nada.

—¿Y si ella muere? No pienso dejar morir a mi amigo allí si hay la más

mínima esperanza. Él lo haría por mí.

María asintió intentando retener las lágrimas y su marido la besó en la


sien antes de entrar en el castillo. Ella miró hacia la salida y susurró —Greer lo

conseguirá. Lo sé. Tiene que ayudarme en mi parto. Nos lo prometimos con

quince años.

Crul estaba esperándola fuera y a todo galope gritó —¡Llévame hasta los

chicos!

Su lobo corrió ante ella siguiendo el acantilado antes de meterse en el


bosque. Al primero que vio tirado en el suelo fue a Ronald que tenía una herida

en la cabeza e intentaba levantarse. Saltó de Dark y se arrodilló a su lado. —


Tranquilo, estoy aquí.

—Se lo han llevado —dijo mareado—. ¡Vete!

—¡No! —Puso su mano sobre su herida y miró a su alrededor para ver a

Boyd tumbado boca abajo. Apartó la mano y la herida casi estaba cerrada, así
que corrió hacia Boyd al igual que su amigo. Le dieron la vuelta y vieron que
tenía un corte en el cuello y veían el cartílago de la tráquea. Había dejado de

sangrar, así que debía seguir sin sentido debido a la caída del caballo.

—Esa zorra le lanzó un cuchillo.

—Apriétale la herida. —Le puso la mano sobre la herida. —¿Cuántas

eran?

—Dos que yo viera antes de quedarme sin sentido. Todo fue muy rápido.
—Miró a su alrededor. —Se han llevado a Angus sobre su montura. Eso es

bueno.

Boyd tosió algo de sangre antes de abrir los ojos y sonreír. —Me alegra
verte —dijo con voz ronca.

—Casi te quedas como tu mujer. Si no es por Greer…

—Seguro que a veces lo desearía. Ahora que habla no le avergüenza

decirme todo lo que piensa. Las discusiones siempre terminan bien.

—Como debe ser. ¿Estás mejor?

—No siento nada.

—Tengo que irme. —Los chicos la miraron impotentes mientras se subía

al caballo. —Sabéis que debe ser así. Regresad al castillo. Morgan estará
preocupado.

Azuzó a su caballo y Ronald no se movió del sitio al igual que su


compañero. —Espero que Morgan no tarde demasiado.
—Paciencia. Esas zorras son muy listas. Ni siquiera las oí. No perdamos
los nervios o se jugarán la vida.

Ronald asintió ayudándole a levantarse. —¿No te ha sorprendido un poco

que supieran quién era Angus de nosotros?

—Nos han vigilado o han tenido una de esas premoniciones de Greer.

—¿Y si ellas también tienen esas premoniciones y saben que es una


trampa?

—Si fuera así hubieran arrasado con todo el clan para cogerla.

—¿Cuando esto es mucho más fácil? —Miraron por donde Greer había

desaparecido y Ronald susurró —Me da la sensación de que vamos hacia una


trampa.

—Si fuera así Greer también lo hubiera presentido, ¿no crees?

—Tienes razón. Si su bebé tiene esos poderes, la hubiera advertido.

Greer a cada milla que avanzaba más preocupada estaba. Ella iba muy
rápido y la angustiaba que Crul hubiera perdido el rastro, aunque parecía que

estaba muy seguro del camino que estaba tomando.

Llegó al amanecer del día siguiente y agotada miró el castillo que era
obvio que era nuevo. De hecho, aún estaban haciendo el muro exterior que lo
protegía y el foso, aunque para ella era evidente que no lo necesitaban.

Entrecerró los ojos porque no había nadie fuera y Crul dio un paso al frente

observándola. —Espera.

Por primera vez Crul no le hizo caso y corrió hacia la entrada recorriendo

los tablones que cruzaban esa parte del foso para entrar en el patio. La puerta se
abrió y Greer asustada por lo que iba a encontrarse hizo que su caballo se

acercara, aunque muy despacio mientras observaba a su alrededor el


impresionante edificio. Miró hacia la torre porque sintió que la observaban, pero

no había nadie. Claro que la observaban. Sabían que estaba allí.

Al llegar ante la puerta abierta miró hacia dentro, pero estaba oscuro. Se

bajó de Dark y caminó hacia los escalones subiéndolos, escuchando solo los
sonidos de la naturaleza y sus pasos sobre la piedra. —¿Crul? —siseó. Mira que

abandonarla ahora. Menudo amigo estaba hecho.

La gran chimenea que estaba a su derecha se encontraba encendida, pero

el lujoso salón estaba vacío. En la larga mesa había un plato con comida y una

jarra con una copa de oro a su lado.

—Bienvenida a tu casa, Greer.

Se sobresaltó mirando hacia la chimenea y vio una mano sobre el

reposabrazos de la enorme silla que estaba ante ella. Era una mano anciana y
Greer dio un paso hacia allí. —¿Cómo sabes quién soy?

—Llevo esperándote muchos años. —La anciana se levantó y se volvió


lentamente mostrándole una túnica blanca con bordados en plata. Llevaba su

largo cabello cano recogido en varias trenzas que se unían en lo alto de la cabeza

y sus ojos verdes eran muy parecidos a los suyos. —Soy tu bisabuela, mi nombre

es Estrella. —Sonrió suavemente mirándola de arriba abajo. —Eres igual que tu


madre a su edad. —Vio algo de dolor en su mirada. —Aunque creo que murió

muy parecida a ti.

—¡No hables de mi madre! ¡Por vuestra culpa está muerta!

—Los temores de Rhona no son cosa mía. —Rodeó la silla acercándose

y Greer se puso en guardia. Estrella hizo una mueca. —Debemos hablar de todo

lo que ha ocurrido, ya que creo que solo has escuchado una parte de la historia.

—¡No quiero escuchar nada! ¡Solo quiero a mi marido!

Crul se acercó a ellas tranquilamente y rodeó a Estrella pasando su lomo

por las piernas como si fuera un gatito que buscara una caricia. Greer le miró

sorprendida y Estrella se echó a reír. —Al parecer habéis hecho buenas migas

durante vuestro viaje.

—Le enviaste tú.

—Por supuesto. Debía protegerte de los peligros que acosan en los


caminos. No me fiaba de quien fuera a buscarte y debía hacer algo. Twyla lo
aprobó.

Se tensó al escuchar el nombre de la sacerdotisa. —Sabíais dónde estaba.

—No. No lo sabíamos. Rhona hizo un buen trabajo evitando que te


encontráramos, pero siempre hemos estado atentas a cualquier cambio y en
cuanto conociste a tu pareja supimos dónde estabas por él.

—Entiendo. ¡No me hubierais encontrado si no llega a ser por Angus!

¿Dónde está?

—Descansando tranquilamente. No debes preocuparte por tu marido.

Jamás permitiría que le pasara nada que te hiciera daño a ti. —Con un gesto de
la mano le mostró la comida. —Por favor, aliméntate. Llevas muchas horas sin

comer y debes alimentarte por el bebé.

—¿Dónde está mi marido? —gritó perdiendo los nervios.

—No hace falta que grites. Tu bisabuela puede ser vieja, pero no está

sorda.

Sorprendida miró hacia la gran escalera de piedra y vio bajar a una mujer

de unos cuarenta años con el cabello muy rubio. —Twyla.

La hermosa mujer sonrió. —Veo que tu madre te ha hablado de mí. —

Rio por lo bajo. —Y me imagino lo que te diría. Nada bonito, eso seguro.

—¡Solo queréis ponerme en su contra!

—Una moneda tiene dos caras, Greer. —Estrella se acercó. —No debes
preocuparte, te lo juro. Solo queremos que nos escuches.

—¡No tengo nada que escuchar! Dadme a mi marido. No lo repito más.

—Amenazante dio un paso al frente y Twyla se echó a reír sorprendiéndola.

—Sacerdotisa… —le advirtió Estrella.


—Tranquila, amiga. No estaba burlándome de ella. Sobre todo porque
sabemos que puede matarnos a todas y quedarse tan tranquila.

Greer parpadeó sorprendida. —¿Lo sabes?

—Llevas a Morgana en tu interior. Llevamos esperándola muchos años.

—Abrió los brazos. —Esta es la futura casa de tu hija. ¿Qué te parece?

Asombrada miró sus ojos azules. —¿Estás bebida?

Twyla se acercó a la mesa y Greer dio un paso atrás. —Igual cree que

está envenenado, Estrella. —Cogió una uva y se la metió en la boca. —¿Ves?

Puedes comer tranquila. Uhmm, está deliciosa.

Con desconfianza miró la comida. Era cierto que estaba hambrienta y las
dos observaron como rodeaba la mesa sin perderlas de vista y miraba el plato

cogiendo las uvas. Su bisabuela sonrió encantada. —El vino es dulce. A tu

abuela le encantaba. Es una receta suya.

Twyla cogió la copa y vertió el vino de la jarra antes de dar varios tragos.

—¿Más tranquila ahora?

—Quiero a mi marido.

—Te llevaremos a vuestros aposentos en cuanto comas algo y hablemos.

—¿Ya estás mandando? ¡Quiero verle ahora! —Se metió dos uvas en la
boca.

—Está dormido. Y creo que después de verle no me escucharás porque

querrás irte. Siéntate, Greer. Hazme ese favor. Odio ver a la gente comiendo de
pie.

Se sentó y a Estrella se le cortó el aliento al ver la silla que había elegido.


Alargó la mano tirando de su plato y alejándolo de ellas. Twyla sonrió satisfecha.

—Superas mis expectativas cada segundo que pasa.

—Pues no lo hago a propósito, te lo aseguro.

—Lo sé. Estrella, creo que ahora puedes continuar.

Greer miró a la anciana que se sentó ante ella. —No sé exactamente qué

te ha contado tu madre o que sueños has tenido sobre su pasado, pero yo voy a

contarte la historia realmente como pasó. —Vio como cogía un pedazo de queso
y se lo metía en la boca mirándola con desconfianza. —Como sabes somos

brujas y nuestros maridos están destinados desde que nacemos. Mi hija nació

muy al norte. Procedemos de un antiguo pueblo celta que ahora se ha repartido

por distintas tierras y mi hija encontró su pareja lejos. Decidió quedarse con él y

yo estuve de acuerdo. Era un buen hombre y me alegré del emparejamiento.

Desgraciadamente mi hija no me avisó de su estado y murió en el parto. Yo

hubiera podido ayudarla, pero era invierno y según me dijo su marido no quiso
avisarme para que no hiciera ese largo viaje en tiempo de nieves. En ese parto

nació tu madre. Tu abuelo le puso el nombre de Rhona y destrozado de dolor me


la entregó porque sabía que debía tener una educación distinta a la de otros

niños. Si hubiera tenido madre no habría habido problema porque mi hija la


hubiera instruido hasta que se hiciera mujer. En ese momento Rhona hubiera
venido aquí y habríamos iniciado una educación más exhaustiva. Pero eso no

podía ser en su caso, así que llegó aquí siendo un bebé. Desde su nacimiento fue

evidente que no era una bruja con categoría. Era de un rango inferior, pero la

anterior sacerdotisa leyó en ella algo que a todas nos sorprendió. Rhona estaba
destinada a traer al mundo a la madre de Morgana.

—No se llamará así.

—Lleva llamándose así desde hace siglos, querida. No te pongas pesada

—dijo Twyla divertida. Greer gruñó y la sacerdotisa puso los ojos en blanco—.

Igualita que su madre.

—¿Continúo? —preguntó su bisabuela molesta.

—Sí —dijeron las dos a la vez como niñas buenas.

Estrella sonrió satisfecha. —Rhona al principio era una niña como las

demás. Aquí hay brujas de muchas categorías y creció feliz, pero un día

empezaron los problemas.

Twyla chasqueó la lengua cruzándose de brazos y Estrella la miró de


reojo. —¿Se lo cuentas tú?

—No. Tú lo estás haciendo muy bien.

—Una tarde yo no estaba en el castillo porque había ido a visitar a una de

las nuestras y las mayores estaban aquí en el salón. Entraron varios hombres y
ellas les mataron a todos por las intenciones que tenían. No sé si me entiendes.

Greer asintió sin perder palabra. —Rhona que aún era una niña se
impresionó y cuando yo regresé estaba encerrada en su habitación. Intenté hablar

con ella, pero no quiso escucharme. Una equivocación totalmente mía porque en

cuanto salió de la habitación parecía distinta. Como un año después apareció una

anciana que estaba muy enferma. Dijo que si podíamos ayudarla y yo le dije que
no podía hacer nada por ella. Lo hice por una razón. Esa mujer no merecía

nuestra ayuda y le había llegado la hora. Pero Rhona salió tras ella y la ayudó en
el bosque. Le alargó la vida un año y después de ese año esa mujer le había

revelado a varias personas lo que Rhona había hecho y se presentaron aquí

cientos de aldeanos buscando ayuda. Tuve que castigarla porque ese suceso nos

ocasionó muchos problemas. —Greer asintió entendiendo. —Esa peregrinación

fue cesando, pero los rumores sobre que éramos brujas corrieron por los

contornos haciendo que el traslado que habíamos hecho hacia aquí para la

seguridad de Morgana fuera inútil. Los rumores sobre nosotras ya estaban aquí,
pero Rhona ya tenía diez años y no podíamos trasladarnos de nuevo e iniciar un

hogar para ella.

—¿Cómo la castigaste?

—Estuvo dos meses encerrada en la mazmorra. Creí que así aprendería la


lección, pero no fue así. Salió aún más furiosa de lo que entró. Ahí se volvió

incontrolable. Puse a Twyla a vigilarla y el odio por ella se exacerbó. Todas


sabíamos que Twyla sería la nueva sacerdotisa y Rhona tuvo muchos conflictos

con ella porque se suponía que mi nieta tendría que dar a luz a la madre de
Morgana.
—Hubo una lucha de poder entre las dos.

—Exacto. Consiguió dividir en dos grupos a los habitantes del castillo y


yo como sacerdotisa en ese momento estaba en un compromiso. Debo seguir la

ley como todas las demás y a pesar de ser mi nieta debía imponer el orden.

—Así que siempre la castigabas a ella.

—Su rencor aumentó y la gota que colmó el vaso fue cuando la encontré
haciendo un hechizo de amor para un muchacho que vivía en la aldea. —Greer

la miró asombrada y Estrella hizo una mueca. —Creo que fue otra chiquillada

porque en realidad no sabía lo que era el verdadero amor, pero siendo tu futura

madre no podía consentir esas tonterías. Estaba poniendo en peligro todo por lo

que habíamos luchado, así que ahí sí que la castigué de veras. —Estrella se miró

las manos. —Le rompí el corazón porque a pesar de todo lo que había ocurrido,
Rhona creía que la quería. Pero en ese momento rompió cualquier lazo de afecto

que pudiera sentir por mí. La perdí ese día y ya no pude recuperarla. Unos años

después se fue del castillo y no regresó. Por supuesto la busqué, pero estoy

convencida de que creía que la buscábamos por ti más que por ella. —Apretó los
labios enfadándose. —Y cuando la encontramos…

—Se había instalado en una aldea.

—Ejercía de sanadora y lo que había hecho aquí, lo estaba haciendo allí,


pero a una escala mucho mayor. Los rumores empezaron de nuevo y media

Highlands ya sabía de ella. A cualquier otra la hubiéramos matado en ese


momento por exponernos de esa manera, pero…

—Ella aún tenía que dar a luz.

—Exacto. Arreglamos lo que pudimos y Twyla que ya era la sacerdotisa

en ese momento y no le temblaba el pulso, le ordenó que de inmediato fuera a

buscar a su pareja. Que no se le ocurriera hacer algo así de nuevo. —Negó con la

cabeza. —No me puedo creer que volviera a hacerlo.

—¡Lo de la luna no fue culpa suya! —gritó en defensa de su madre.

—¡Sí que lo fue!

Las miró asombradas. —¿Estáis locas?

—Rhona debería haber venido a nosotras en ese momento. ¡Lo sabía,

pero hizo caso omiso como de todo lo que le decíamos! —dijo Twyla

alterándose—. ¡Nosotros hubiéramos evitado que nadie relacionara lo que

ocurrió con tu nacimiento! ¡Toda Escocia decía que eras hija de la luna!

—¡No se fiaba de vosotras!

—¡No, Greer! ¡Lo que quería y le fascinaba, era que todo el mundo viera
los mediocres dones que tenía! —gritó Twyla asombrándola—. Quería mostrar

su poder, pero nosotras se lo impedíamos.

—¡Eso es mentira! ¿Pero qué queríais que hiciera el día del incendio?
¿No mostrar su poder y dejar que el fuego llegara a mí?

—Eso estaba justificado. ¡No tuvo consecuencias y no lo hubiéramos

tenido en cuenta! —Twyla la señaló. —¿Pero cómo justificas que diera sus
predicciones a los de su clan tan alegremente? ¿Era necesario que lo supieran?
¡He visto como a su amiga le decía que sería viuda! ¿Debía saberlo? ¿Debía

preguntarle si le sanaba? —Greer separó los labios entendiendo. —¡Decidió

alterar el destino de su amiga, avisándola de que se quedaría viuda joven! Y si


tanto interés tenía en ayudar, ¿por qué no ayudó a su marido moribundo evitando

la viudez? ¡No, le preguntó a ella y le mataron entre las dos!

Greer perdió todo el color de la cara. —Fue para ayudarla. ¡La trataba
mal!

—¿Entonces cuándo debemos usar nuestros poderes? ¿Cuando nos

conviene hacerlo? ¿O para ayudar? ¡Era una pura contradicción en sí misma! ¡La

he visto gritarle a su marido que tú serías mucho más poderosa que ella y que
volverías para vengarte de todos los que le habían hecho daño! ¡Nosotras! ¿Por

qué crees que fui a verla para traerte aquí? ¡Pero como siempre ella tenía que

tener razón e ideó una historia para que cuando llegaras aquí tu rencor contra

nosotras hiciera que nos destruyeras! ¡Esa es su lucha de poder incluso en el


limbo donde se encuentra y tú eres su arma!

Pálida se levantó. —Está claro que lo has visto todo.

—Por supuesto, querida. A través de tus ojos he ido viendo cada paso
que dabas. Cada enredo que creó para que nos tuvieras rencor. Si incluso

abandonó a su marido. —La miró a los ojos fijamente. —¿Tú hubieras


abandonado a Angus? Porque yo no sería capaz de hacer algo así con tal de
conseguir lo que quiero, que es que mi hija reine sobre las brujas cuando no le

corresponde. Como no le correspondía a ella.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y Estrella suspiró. —Hubieras llevado

una vida muy distinta a la que has tenido en el convento. Hubieras vivido aquí

rodeada de los tuyos en lugar de pensar que nadie te quería. Hubieras tenido
relación con tu padre y no se hubiera ganado el temor de sus vecinos. No hubiera

muerto mucha gente en disputas de clanes y hubieras conocido a Angus hace


mucho. Siento decirlo, pero Rhona hizo mil cosas mal que desgraciadamente no

tienen arreglo.

Su fidelidad a su madre la hizo levantar la barbilla. —¿Entonces a mí

también vais a quitarme a mi hija? Yo también he expuesto mis dones ante varios
clanes.

Estrella sonrió con tristeza. —Tú no mataste a nadie que no lo mereciera.

Protegiste a Angus las dos veces y los lobos te protegieron como les ordené. Tú

no has transgredido ninguna regla alegremente. A todas las personas que les has

revelado tus acciones son de confianza. Como los amigos de Angus que te serán
fieles hasta la muerte. Eso es lo que quiero que le enseñes a tu hija. Tiene que

aprender de quien fiarse en el futuro. Nunca serías egoísta con ella o con tu
pareja con tal de tener razón.

Una lágrima corrió por la mejilla de Greer y escucharon un sollozo.


Cerró los ojos al escuchar a su madre llorar y susurró —Ella también lo ha
pasado mal. Lo perdió todo.

Estrella asintió pálida. —Por eso es todo tan doloroso. No se daba cuenta
que hacía daño a todos, incluso a sí misma.

Crul gimió sintiendo su dolor y se acercó pegándose a ella. Greer le

acarició la cabeza distraída sin dejar de mirar a su bisabuela. Creo que este es un

conflicto que habéis creado vosotras, así que es justo que ella esté aquí para
defenderse.

Twyla asintió cruzándose de brazos. —Estoy deseando escucharla.

Rhona preséntate ante tu sacerdotisa.

La imagen de su madre no apareció y Twyla levantó una de sus cejas

rubias. —Rhona, preséntate ante tu sacerdotisa.

Nada. Que no se presentaba ante su sacerdotisa. Estrella disimuló una

sonrisa y Twyla la miró exasperada. —¿Quieres invocar a tu nieta?

—Creo que solo se presentará ante su hija.

Twyla gruñó sentándose de mala manera. —Me pone de los nervios.

—De eso ya nos hemos dado cuenta. —Greer suspiró. —Sois como

niñas. —Su sacerdotisa jadeó ofendida, pero ella la ignoró. —Madre, preséntate
ante mí. Madre, presen…

La imagen de su madre apareció ante la chimenea. Estaba ante el fuego

con la mirada perdida y Greer rodeó la mesa para acercarse sintiendo su dolor.
—Madre…
Ella la miró y forzó una sonrisa. —Lo siento, hija.

—No tienes que sentir nada. Creías en lo que hacías. Temías por mí y
entiendo tu postura.

—Nunca sané a la gente por egoísmo, te lo juro. —Miró al fuego de

nuevo mientras una lágrima corría por su mejilla. —Creía que era mi misión.

—¡Tu misión! —dijo Twyla levantándose—. ¡Tenías la misión más


importante de todas y no te dabas cuenta! Traer al mundo a tu hija. ¡Esa era tu

misión!

Su madre se volvió furiosa. —¡Nunca hacía nada bien para vosotras!

—¡Porque esperábamos mucho de ti! Tu vida era mil veces más


importante que la nuestra y nos exponías continuamente.

—¡Somos brujas! ¡Somos mucho más fuertes que ellos!

—¿Todavía no lo entiendes? Si supieran como somos realmente solo nos

temerían. —dijo su abuela levantándose—. Aunque eso creo que lo has


aprendido ya viendo cómo se comportaba tu clan contigo… Unos te querían y

otros te temían. Sería así siempre.

Greer no podía negarlo porque hasta María había temido lo que le ocurría
cuando recibió sus poderes. Entendía lo que querían decir.

—Y cuando te temen, quieren que desaparezcas. ¡Pero claro, a ti eso te

vino de perlas para toda la charada que hiciste después!

—¡No fue una charada! ¡No quería que se criara entre vosotras!
—¿Porque así no nos temería?

—¡Porque así no influirías en ella! —gritó desgarrada dejándolas mudas


por su dolor—. Ella sabe lo que es el amor y no anteponer este maldito clan a

cualquier cosa. Ella es libre de corazón y no siente lo que es el deber. Greer ya

no es una niña que se deje convencer de que tiene que matar a un niño solo
porque la ha visto hacer fuego de la nada! ¡Ni a unos hombres hambrientos que

solo pedían comida!

—Un momento. ¿Hicisteis eso? —preguntó Greer asombrada.

Estrella apretó los labios. —Eso fue una excusa para entrar en el castillo.

—¡Eso no lo sabes! ¿Viste que nos hacían daño? —Estrella se sonrojó.

—¿Lo viste?

—No lo vi porque les mataron antes de que eso se realizara.

—Oh, Dios mío. —Ahí se dio cuenta que no todo era negro o blanco.

—Greer… —dijo Twyla—. No es todo así.

—¿Y cómo es? ¿Cuál es vuestra función en la vida? ¿Por qué tenéis esos
dones que os ha dado Dios?

—Nos los ha dado la naturaleza a la que veneramos —le explicó su


bisabuela.

—¡Me da igual! ¡Contesta a la pregunta! —Miró a Twyla. —¿Cuál es tu


función como sacerdotisa?
—Dirigir a las brujas.

—¿Hacia dónde? ¿Dirigirlas en qué?

—En su preservación.

Las miró asombrada dando un paso atrás. —Mi madre tiene razón. ¡Sois

unas zorras egoístas!

—¡Eso no es cierto!

—¡Yo no voy a criar a mi hija así! ¡Mi hija ayudará a los que le rodean si

es necesario y se defenderá de quienes la atacan porque sus dones deben ser

utilizados para hacer el bien a los que tiene a su alrededor!

Twyla se tensó. —¿Y exponernos? ¡Los clanes nos temerán y nos

atacarán intentando eliminarnos de la faz de la tierra!

—¿De qué sirve tu vida si no vas a hacer nada de provecho en ella? —

gritó fuera de sí.

Rhona sonrió. —Por eso quería que se criara lejos de vosotras. Lo ha

entendido enseguida.

—¡Porque se ha criado entre monjas!

—Pues lo agradezco. —Levantó la barbilla orgullosa. —Ellas me han

enseñado el amor por los demás y el perdón. ¡Me parece algo muy importante
para enseñarle a un hijo! ¡Y lo que hizo por su amiga estuvo bien porque su
marido era un cabrón!
Twyla bufó. —Estupendo. Estrella, esto no sirve de nada.

Su bisabuela miró a su nieta a los ojos antes de mirar a Greer de la misma


manera. —¿Y quién decide cual es el límite?

—El bien y el mal es algo que a mí me parece muy claro. Todo el mundo

sabe qué está bien y qué está mal como para preguntar algo así.

—¡Así que si una bruja hace el bien exponiéndonos de manera


escandalosa, eso está bien, aunque nos ponga a todas en peligro! Esto es el

colmo. ¡Moriremos antes de que nazca Morgana y adiós a las brujas!

Greer entrecerró los ojos. —Puede hacerlo de manera que no se entere


nadie. Ese será el límite. Pero lo hará si es necesario. —Miró a su madre. —Ni

hacerlo abiertamente como tú o no hacerlo en absoluto.

—¿Pero se hará? Aunque no sea abiertamente. Podremos… —Perdió la

sonrisa poco a poco al darse cuenta de que ella ya no podría hacer nada. —

¿Podréis ayudar a los demás?

Greer ansió abrazarla. —Tú ya has hecho mucho, madre. Has cambiado
las cosas. Te sacrificaste por todos ellos.

Una lágrima cayó por la mejilla de su madre. —Lo hice, ¿verdad?

—Ha merecido la pena todo tu sacrificio.

—Aún no he decidido si será así —dijo Twyla irónica—. Hola,

¿recordáis que estoy aquí? Soy la sacerdotisa, por si a alguien le interesa.

Greer se volvió hacia ella. —¿Quieres enfrentarte conmigo? ¡Yo decidiré


como se educará mi hija! ¡No tú! ¡Y la voy a educar así!

—Bien dicho, hija. Pártela con un rayo para que aprenda la lección.

—¡Mamá!

—Haya paz —ordenó su bisabuela acercándose.

—¡Te recuerdo que la decisión de ocultarse se tomó antes de que tú

llegaras!

—Pues ahora creo que es una decisión equivocada. Debemos ayudar en

lo que podamos y mi nieta me acaba de demostrar que las únicas egoístas somos

nosotras. Greer lo ha dejado bien claro. Tú serás la sacerdotisa, pero ella es la

madre de la futura reina y aunque apenas la conozco, sé qué hará un buen trabajo
en su educación. ¿Opinas lo contrario?

La sacerdotisa la miró a los ojos. —No. Hará de ella la mejor reina que

haya habido jamás.

—Pues ya ha quedado claro. A partir de ahora las dos tomaréis las


decisiones respecto a lo que ocurra en nuestro clan. ¡Y quiero que negociéis! —

Se volvió hacia su nieta y sonrió. —Gracias por abrirme los ojos, Rhona. Siento
haberte hecho daño. —Tomó aire mirando a su alrededor. —Echaré este sitio de

menos.

Rhona dio un paso hacia ella. —Abuela…

—Ha llegado la hora. —Forzó una sonrisa. —¿Me acompañarás?

Su madre emocionada asintió y miró a su hija que las observaba sin


entender lo que querían decir. —Debemos irnos.

—¿A dónde?

—A lo que tú llamas cielo, mi amor.

Sin poder creérselo se acercó a ella. —¿Qué? No, no puedes dejarme

ahora. Dijiste que siempre estarías conmigo.

—Y siempre estaré a tu lado. —Sonrió alargando la mano para tocar su

mejilla y Greer cerró los ojos. —Mi niña bonita. Estoy muy orgullosa de ti.

—Pero aún quedan los clanes.

—Ese tema lo solucionaréis las dos y sé que a partir de ahora tienes tres

familias que darían la vida por ti. La vida de muchos hombres está en tus manos,

¿recuerdas? Sabía que harías lo correcto. Darás felicidad a muchos y serás dura

con tus enemigos. Pero lo que más me satisface es que no te faltará la felicidad

porque estás rodeada de buenas personas.

Su bisabuela cayó al suelo desmadejada y Greer gritó del susto al ver


ante ella a su alma mirándola. Ésta ignoró su cuerpo que estaba sin vida, antes de

caminar hacia Rhona mucho más ligera. Sonrió alargando los brazos y Rhona la
abrazó con fuerza cerrando los ojos mientras disfrutaba de ella.

—Mi niña…

En ese momento entraron Boyd, Morgan y Ronald con las espadas en la

mano y al ver a su madre y a su bisabuela abrazadas, dejaron caer la mandíbula


del asombro.
Estrella se alejó y sonrió a los hombres. —Bienvenidos.

—Son ánimas —dijo Boyd asombrado.

—Eso ya lo veo —siseó Ronald.

Greer les ignoró porque su madre y su bisabuela se volvieron hacia ella.

—Sé feliz, Greer —dijeron a la vez—. Awen.

—Awen —dijo Twyla emocionada viendo como su imagen se

difuminaba en pequeñas bolas de luz que giraron elevándose hasta desaparecer.

—Awen —susurró Greer sabiendo que no las vería más.

Los hombres carraspearon y Greer les miró sorprendida. —¿Qué hacéis

aquí?

—¡Seguirte! —Levantaron las espadas poniéndose en guardia. —¿Quién

es la bruja? —Twyla levantó las cejas y Boyd carraspeó. —Aparte de ti, claro.

—Es la rubia, se ha cargado a la vieja. A por ella —dijo Morgan dando

un paso al frente. Un rayo cayó ante Morgan y Greer jadeó indignada.

—Controla a tus hombres, Greer. Puedo herirles sin querer.

—Deja de fastidiar. Solo quieren protegerme. ¡Y vosotros dejar de hacer


el tonto! Ahora me voy a acostar un rato que estoy molida. —Puso los brazos en

jarras. —¿Dónde está mi marido?

—En tus aposentos, querida.

—Ah, ¿pero tengo aposentos?


—Por supuesto. Los aposentos de tu madre.

Los hombres carraspearon de nuevo y las dos les miraron. —¿Y


nosotros…? ¿Nos vamos, nos quedamos? ¿Hay batalla?

—De momento no. Por cierto, soy Twyla.

—Oh sí, es la jefa. O casi. Hemos llegado a un acuerdo. Ella no se mete

en como crío a mi hija y hacemos lo que yo diga.

—No ha sido ese el acuerdo.

Greer rio por lo bajo y sus hombres también. —Ésta no la conoce —dijo

Boyd por lo bajo.

Twyla sonrió maliciosa. —Y ella no me conoce a mí. Pero llegaremos a

conocernos muy bien. Señores, si quieren pueden quedarse en la habitación al

lado de la de Greer. Yo tengo que encargarme de ciertas cosas. Por cierto, si

Angus no se despierta no te asustes. Es un hechizo del sueño que le dejará como

nuevo en cuanto termine.

—¿Has hechizado a mi marido? —gritó haciendo temblar las llamas de

la chimenea.

—¡Lo que me faltaba! Tener que lidiar contigo a todas horas —dijo
yendo hacia las escaleras—. ¡Es como tener a Rhona aquí de nuevo!

—¡Pues te fastidias! ¡Y más te vale que me consultes las cosas antes de

decidirlas, bruja! ¡Y no te acerques de nuevo a mi marido o te despellejo viva!


—Twyla desapareció. —¿Me has oído?
—Creo que te ha oído, pero te ignora —dijo Morgan tras ella—. Parece
que todo ha ido bien…

Greer se volvió sonriendo. —Hemos llegado a un acuerdo.

—Y supongo que ella no va a ir hasta nuestro clan para discutir eso que

tenéis que decidir entre las dos.

Entrecerró los ojos pensando en ello. —No está lejos.

—Esto a Angus no le va a gustar.

—Yo le convenzo. La muerte de mi madre no será en vano.

—Creo que tienes mucho que contarnos —dijo Boyd mirando el cadáver

de su bisabuela que aún seguía allí.

Exasperada gritó —¡Qué alguien venga! ¡Hay que enterrar a mi

bisabuela!

Capítulo 13

Tumbada al lado de su marido le observaba dormir plácidamente después

de tres semanas. Cuando se despertara iba a tener un cabreo de primera. Su

madre le había dicho que todo dependía de él y pasaba el tiempo durmiendo. Y

de paso no le hacía el amor. Greer ya se subía por las paredes porque le echaba

de menos. Exasperada se incorporó apoyándose en el codo y le dio una

palmadita en la cara. —¡Cariño! ¡Qué estoy aquí!

Nada, ni caso. Encima sonrió como si soñara con algo fascinante. Gruñó
saltando de la cama y salió de la habitación dando un portazo. Furiosa bajó los

escalones de piedra para ver a todas cenando tan tranquilamente.

—Aquí viene —dijo una de las pequeñas antes de soltar una risita. —La
fulminó con la mirada y la niña cerró la boca mirando su plato.

—Va a haber bronca —dijo otra por lo bajo.

Se puso con los brazos en jarras ante Twyla que dejó la pata de conejo
que tenía en la mano para mirarla. —¿Ocurre algo?
—¡No se despierta! ¡Mi marido sigue durmiendo! ¡Eso no puede ser
sano!

—Está perfectamente como seguramente acabas de ver. ¿Has leído el

libro de los hechizos?

La miró atónita. —¿Qué dices? ¡No me hables de hechizos ahora!

¡Quiero que mi marido vuelva! ¡Haz que vuelva!

—Hazlo tú.

—Tú has hecho el hechizo.

—Para que se durmiera. Despiértale.

Entrecerró los ojos. —La solución está en el libro, ¿verdad? ¡Odio leer!

—Pues cuando antes empieces, antes acabas.

La miró con ganas de estrangularla. —Podías habérmelo dicho antes, ¿no

crees?

—Si te hubieras leído el libro…

Las chicas se rieron y Twyla gritó —¡Silencio! ¡Ella tiene más poder en

un solo dedo que vosotras en todo el cuerpo!

Levantó la barbilla orgullosa. —Claro que sí. ¡Me leeré el puñetero libro!
—Al pasar le sacó la lengua a la niña sabionda y ésta se echó a reír.

Se pasó la noche leyendo el libro y por la mañana chilló de la alegría al

encontrar el hechizo para despertarle. Casi se tira de los pelos al ver lo sencillo
que era. Se puso de rodillas sobre el colchón y susurró mirándole —Que el
sueño que ahora te retiene te deje ir. Que el sueño que ahora te retiene te deje ir.

Despierta, Angus. Que el sueño que ahora te retiene… —Su marido abrió los

ojos y ella chilló de la alegría al ver sus ojos castaños. Se tiró sobre él besándole
en toda la cara y Angus rio cogiéndola por la cintura para tumbarla sobre el

colchón con él encima. —Estás aquí. —Le cogió por las mejillas para besar sus
labios.

Él se apartó para mirarla. —¿Qué ha pasado?

—Gracias a ti hemos avanzado mucho en las negociaciones.

—¿Negociaciones? ¿No ha habido lucha? ¿Cómo que gracias a mí? —Se

sentó en la cama de golpe parpadeando al ver la enorme habitación. —¿Dónde

diablos estoy?

Ella le abrazó y le besó en el cuello. —Cariño, te he echado mucho de

menos.

—Lo dices como si hiciera años que no nos vemos y nos vimos ayer.

—¡Sí, yo te vi ayer y antes de ayer, pero tú no sé lo que veías porque te

has pasado semanas roncando! Hazme el amor —rogó besándole en el lóbulo de


la oreja.

La separó cogiéndola de los brazos y Greer suspiró al ver que sus ojos
castaños le decían que hasta que no lo supiera todo no le haría el amor. Cuanto

antes empezara mejor.


—Verás, han pasado algunas cosas que han cambiado un poco nuestra
vida… —Sonrió radiante. —¡Ganamos! O casi.

—Explícate.

—¡Vamos a tener una niña!

—Eso ya lo sabía.

—Oh, pero no olvides que eso es lo más importante de todo y toda

nuestra vida tiene que girar por y para su bienestar. —Su marido entrecerró los

ojos. —¿Recuerdas que te secuestraron?

Se pasó las siguientes horas explicándole detalladamente lo que había

ocurrido y las expresiones de su marido no eran precisamente halagüeñas.

Cuando terminó, forzó una sonrisa. —Felicidades.

—¿Felicidades por qué? ¡Por pasarme durmiendo todo este tiempo o

porque mi opinión sobre la educación de mi hija no se toma en cuenta!

—Cariño, estabas dormido.

Gruñó levantándose furioso y ella suspiró al ver su desnudez. Estaba para

comérselo. Eso le recordó algo. —¿Tienes hambre, cariño?

—¡Sí! —Se giró de un lado y a otro. —¿Dónde está mi kilt?

—Cuando te encontré ya no lo llevabas. —Le vio coger una piel de la


cama para rodear su cintura. —Cariño, ¿a dónde vas?

—¡A mi castillo!

Jadeó saltando de la cama. —¡No puedes irte! ¡Tengo mucho que

aprender todavía! Hay niñas que son unas sabiondas. No me extraña que mi

madre a veces perdiera los nervios. —Angus no le hizo ni caso y salió de allí

descalzo. —¡Angus! ¡No me dejes con la palabra en la boca! —Corrió tras él y


vio que miraba a un lado y otro del pasillo antes de dirigirse a la salida. —Solo

serán unas semanas. Aprendo muy rápido.

—¡No sé si te has dado cuenta, pero debo dirigir un clan! ¡Clan que no sé

si está en peligro porque llevo aquí demasiado tiempo!

—Oh, están bien. Yo lo sabría. Creo. —La fulminó con la mirada antes

de seguir bajando la escalera. —¡Además está tu padre! Él es el Laird.

Angus se detuvo en medio del salón ignorando a las chicas que estaban

desayunando. —¡No voy a quedarme aquí!

Cuando entraron sus hombres riendo les miró asombrado. —¿Qué hacéis
vosotros aquí?

—¡Estás despierto! Menuda siesta te has pegado —dijo divertido Boyd

guiñándole el ojo—. Ahora tendrás energías de sobra para satisfacer a una bruja.

Ni vio llegar el puñetazo que le tiró al suelo y Morgan se dio una


palmada en la frente. —¿Qué hacéis aquí? —gritó su jefe haciéndoles gemir.

—Qué hombre —dijo una de las muchachas con admiración.


—¡A desayunar! —ordenó Greer haciendo que todas miraran su plato.
Todas menos la sacerdotisa que no se cortaba en mirar—. ¿Tú no estás casada?

—La vista es libre, guapa. Y ahí hay mucho que mirar.

—Jefe, teníamos que quedarnos para comprobar que estabas bien —dijo

Ronald cruzándose de brazos—. Y estás bien.

—¡Mover el culo hacia el clan!

María entró riendo con una niña y un ramo de flores en la mano. Su

marido la miró asombrado y más aún cuando vio a Glenda entrando tras ella.

—¿Pero qué hacéis todos aquí? —gritó sobresaltándoles.

—Papá ya está muy bien. Él y Geordan tienen muchos planes juntos y

María y yo decidimos acercarnos con Morgan a ver como estaba mi niño.

Menudo sueñecito más pesado tienes. —Se acercó y le dio un beso en la mejilla.

—Querido, no estás vestido. Uhmm, el desayuno. Qué hambre.

Atónito miró a su mujer. —¡Les has trasladado a todos aquí!

—Por eso vamos a ampliar el castillo. La familia debe estar unida.

—¿Y mi clan?

—Cuando tu padre falte hablamos de esto. La niña será ya mayor y

puede encargarse de lo que ocurre aquí. Lo he visto. A tu padre le quedan


muchos años de vida.

—¿Y los clanes? ¿Qué ocurrirá si atacan y estamos aquí?


Ella miró a Twyla buscando ayuda y la sacerdotisa suspiró. —Nosotras
les veremos llegar si eso ocurre —dijo como si lo hubiera recitado mil veces.

Greer la miró con ganas de matarla y la muy descarada sonrió de oreja a oreja—.

Y os ayudaremos. Mis chicas se encargarán.

—No te soporto.

—Lo sé. —Tan contenta mordió un pedazo de queso.

Greer gruñó antes de mirar a su marido rogándole con la mirada. —Solo

serán unas semanas. De momento. Tampoco estamos tan lejos…

—Esto no está pasando.

Se acercó a él y le abrazó por la cintura. —¿Me quieres?

—Sabes que sí, pero esto…

—Ella tiene que estar aquí, aunque sea parte del tiempo y yo debo estar

con ella para controlar a esa bruja. —Twyla puso los ojos en blanco. —Y tú me

prometiste que jamás me dejarías, ¿recuerdas? Si se te ocurre una situación más


fácil para sobrellevar esto, estoy abierta a cualquier sugerencia.

—Podemos irnos hasta el parto.

—¡Ah, no! —Todas las brujas se levantaron. —En el parto tiene que
estar aquí —dijo la sacerdotisa muy seria.

—¡Pues en el parto estará aquí, pero mientras tanto podemos estar en mi


clan! ¡Tengo mucho trabajo para hacerles volver a la normalidad! ¡Como

prepararnos para el invierno y que mi gente no pase hambre!


Greer entrecerró los ojos. —Muy bien. Me llevaré los libros y practicaré
allí. —Señaló a Twyla con el dedo. —Nada de decisiones importantes hasta que

vuelva.

—Y tú no des a luz hasta haber regresado.

—Hecho.

María susurró a su marido —Ésta da a luz en el castillo McLellan.

—Vaya que sí.

Greer abrió una rendija de la puerta viendo como nevaba. Gimió

cerrando de nuevo y se apretó las manos acercándose al fuego donde María se

acariciaba su enorme vientre.

—Se avecinan problemas —dijo su amiga divertida.

—Twyla me va a matar. —Nerviosa escuchó la risa de su marido en la

mesa y se acercó de nuevo. —Cariño, ¿estás seguro de que no podemos ir?


¿Seguro, seguro?

—Totalmente seguro. Nadie podría dar un paso fuera del castillo. Hoy

seguro que no nos asedian.

Sus amigos se echaron a reír mientras la cogía por la cintura acariciando


su vientre. —¿Estás bien? No estás de parto, ¿verdad? ¿No faltan algunas
semanas?

—Sí, alguna.

—Si tenemos suerte en un par de días dejará de nevar y podremos iniciar

camino si el tiempo mejora. No te preocupes más. Llegaremos a tiempo. Ya

tengo el carro preparado para que estés cómoda. —La sentó sobre sus rodillas y

la besó en la mejilla. —Estás tan hermosa que quitas el aliento. —Su marido
perdió la sonrisa sintiendo como el agua recorría sus piernas.

Morgan se inclinó hacia atrás al escuchar como el líquido caía al suelo y

silbó volviendo a su sitio. —Esto se pone bueno. Angus por si no lo sabes, no es

orín.

Glenda chilló. —¡Estás de parto! ¿Cómo estás de parto? ¡Twyla se va a

poner hecha una furia! —Corrió hacia su marido y le plantó un beso en la boca.

—¡Vamos a ser abuelos! —le gritó a la cara como una loca.

—Querida, sosiégate. Te va a dar algo.

—Va, mi nuera me sanaría.

—Estaría ocupada pariendo.

Todos la miraron y Greer sonrió. —Todavía nos da tiempo a llegar. —Se


levantó de encima de su marido y tiró de su mano. —Vamos.

—Cielo, a la cama. —Se levantó cogiéndola en brazos. —Vas a traer a

nuestra hija al mundo. No quiero que te preocupes por eso.

—¿No?
—No. Solo porque Morgana llegue bien. —La besó en los labios. —Ellas
entenderán.

La puerta se abrió de golpe y allí estaba Twyla helada de frío llena de

nieve y sus ojos azules decían que estaba realmente furiosa. —Tú… —Sus

dientes castañetearon y todos la miraron como si fuera a soltar cuatro rayos que
les fulminaran en el acto. —¿Sabes el frío que hace? —gritó haciendo temblar

todos los muebles de la habitación.

Greer sonrió emocionada. —Estás aquí.

—¡Claro que estoy aquí! —Entró en el salón cerrando con tanta fuerza

que la puerta salió volando hacia el patio. —Eres tú la que no deberías estar

aquí.

—El tiempo. Venga, no seas gruñona y dame un abrazo. Que lo estás

deseando. —Alargó los brazos dejándola de piedra. —¿No estás emocionada?

Enseguida le veremos la carita.

Twyla miró a los demás incómoda. —Greer que soy la sacerdotisa.

—Déjate de tonterías. —Abrió y cerró las manos para que se acercara. —

Ven aquí, si lo estás deseando.

—Eres imposible.

—Lo sé. —Soltó una risita, pero Twyla se acercó a regañadientes. La


abrazó con fuerza. —Me alegro de que estés aquí. Me siento más segura.

—Todo va a ir bien. Lo he visto.


Suspiró del alivio y miró a su marido a los ojos. —Todo va a ir bien.

Angus sonrió. —Lo sabía, cielo. A ti no te pasará lo que le pasó a tu


abuela. —La besó en la sien empezando a subir las escaleras. Twyla les siguió de

cerca y en cuanto entró en la habitación se quitó la capa mirando la cuna que

estaba preparada al lado de la cama.

—¿Te gusta? La ha hecho mi marido.

Twyla se acercó asombrada y vio el nombre de Morgana grabado en la

madera. —Es preciosa —susurró tocando la suave madera—. La cuna de una

reina. Rodeada de amor.

Angus sonrió quitándole con delicadeza el vestido antes de arroparla para

ir a buscar el camisón. La ayudó a ponérselo y rodeó la cama para echar más

leña al fuego. María y Glenda entraron en la habitación y su suegra le dio una

taza humeante a la sacerdotisa que gimió del gusto. —Pues cuando lo pruebes…

—Greer suspiró. —Bien, ¿y ahora qué?

—Ahora a esperar —dijo Glenda encantada.

—María, atenta para cuando te toque.

—Estarás aquí, ¿verdad? No puede quedar mucho.

Twyla puso los ojos en blanco y bebió atragantándose, mirándolas como

si quisieran envenenarla. —Whisky caliente. Buenísimo para el frío. Bebe, bebe


—dijo Glenda.

Tres horas después

Greer bañada en sudor gemía agarrándose el vientre con fuerza mientras

Twyla sentada en una silla con la cabeza inclinada hacia atrás y con la boca

abierta, roncaba mientras dormía espatarrada con los brazos en cruz.

—Pobrecita, el whisky no debe tolerarlo bien —dijo Glenda haciendo

una mueca cuando soltó otro ronquido que casi derriba el castillo.

—¿Pobrecita? ¿Pobrecita? —gritó furiosa—. ¡Venía para no perderse

esto y se lo va a perder! —Miró a la sacerdotisa con ganas de matarla. —


¡Despierta de una vez! —Cogió una de las almohadas y se la tiró, pero ni se

enteró soltando otro ronquido. Angus reprimió la risa. —No tiene gracia.

—No, claro que no.

María entró en la habitación con la respiración agitada. —¡Tu padre ha


llegado!

—¿Qué?

—¡Dice que ha tardado tres días, pero que él debe ser algo brujo porque
supo que tenía que venir!

Ailsa y Anne entraron en la habitación y chillaron antes de acercarse para


darle un par de besos. —Ha llegado la hora. ¡Lo sabía! —dijo su madrastra.
—Te lo dije yo —apostilló Anne antes de mirarla asintiendo—. Fui yo.
Ellos quieren adquirirse el mérito, pero no, fui yo. Debo ser algo bruja.

Su padre entró en la habitación, tirándole la piel que llevaba sobre los

hombros a su marido a la cara. Éste gruñó —McMurray…

—¡Hija, lo sabía! Mi nieta ya está aquí.

—Todavía no, pero queda poco —dijo Angus empezando a ponerse


nervioso—. Aquí hay mucha gente.

—Tienes razón, puedes bajar que nosotros nos quedamos con mi hija.

Angus levantó las cejas mientras que ella se ponía como un tomate.

—¿Qué dices, marido? ¡Fuera de aquí! ¡Y llévate a Angus!

Greer gritó de dolor y todos la miraron preocupados al ver que se

doblaba. Miró a su marido asustada y Angus ordenó —¡Todos fuera!

Glenda asintió. —Dejémosles solos unos minutos. Necesitan estar solos.

La única que no salió fue Twyla que seguía durmiendo. Greer alargó la

mano y Angus se la cogió con fuerza. —No tengas miedo, amor. Puedes hacerlo.

—¿Recuerdas que te dije que era mi mayor miedo?

Él la miró emocionado apartando un mechón de pelo pelirrojo de su


frente humedecida. —Recuerdo cada momento que hemos pasado juntos.

—Ese ya no es mi mayor miedo. El miedo que me acosa ahora es

perderte. Perder a esta familia que hemos formado juntos.


—Eso no va a pasar. —La besó en los labios. —Seremos muy felices
mucho tiempo, ya verás.

—¿Para siempre?

—Una vida a tu lado no es suficiente.

Greer sonrió mirando sus preciosos ojos castaños. —Ya está aquí.

Él apartó las mantas y se colocó entre sus piernas dobladas. Tomó aire y

sonrió. —Es rubia, cielo.

—Vaya.

Su marido se echó a reír antes de mirarla. —Empuja, la reina ya ha

llegado.

Epílogo

Morgana sonrió entre sus brazos y soltó un chillido estirando las manitas

mientras la miraba con sus preciosos ojos violetas cuando Greer le sonrió. —Mi

preciosa niñita, ¿qué ocurre? Llevas todo el día muy inquieta.

—Y eso que solo tiene tres meses. Espera a que gatee —dijo Ailsa

divertida. Su madrastra puso una fuente de carne sobre la mesa—. ¿Dónde

estarán los hombres? Glenda, ¿has visto hoy a tu marido?

Soltó una risita al ver que su suegra gruñía. Últimamente tenían tantos

planes para proteger a los clanes que casi no se les veía por el castillo. En ese
momento escucharon el sonido agudo de la alarma y Greer miró hacia la puerta

tensándose mientras María se ponía a su lado con su hijo en brazos. —¿Qué


ocurre?

—Anne coge a la niña y sube a la habitación de mi madre. Enciérrate en

ella.

—Si, Greer. Vamos arriba —dijo a María que corrió tras ella.
Ailsa se puso a su lado. —¿Ha llegado la hora de resolver esto de una
vez?

—Sí, ha llegado el momento.

Salió con ella detrás preocupada por sus hombres, pero cuando llegó al

patio les vio en el muro que rodeaba el castillo McMurray observando lo que

había fuera. Cogió el bajo del vestido y subió los escalones de piedra
aparentando tranquilidad. Cuando llegó arriba giró la cabeza hacia Seumas que

le guiñó un ojo. Eso la tranquilizó, pero al mirar a su marido gimió porque la

había visto. Sonrió de oreja a oreja. —¿Qué ocurre?

—¡Vuelve abajo, mujer!

Sin hacerle caso se puso a su lado y miró colina abajo. Eran cuatro

hombres montados a caballo y un niño de unos siete años. No se veía a nadie

más a su alrededor. Confundida miró a Angus. —¿Ese es su ejército?

—Vienen a negociar. Estoy seguro de que sus guerreros están escondidos

en el bosque.

—Que entren.

Su padre asintió. —Sí, veamos lo que tienen que decir.

Angus la miró a los ojos. —No puedes hacerles nada si vienen a

negociar.

Jadeó indignada. —¡Si ellos no hacen nada yo tampoco, marido!


¡Menudo concepto que tienes de mí!
Angus sonrió y la cogió por la cintura pegándola a él. —Mujer, me
vuelves loco.

Le dio un beso y soltó una risita. —Lo sé y me encanta.

Ronald levantó las manos exasperado antes de bajar para ordenar que se

abrieran las puertas. Todos esperaron en el patio a que se acercaran lentamente.

A medida que lo hacían, Greer pudo ver al lado de su marido como llevaban
distintos kilt. Pudo reconocer el de McCaskill, el de los McSwain y el de los

McNevin, pero los otros dos no los conocía. Le extrañaba ver que el niño que iba

a caballo llevara un kilt diferente al de los demás. —¿Quién es el muchacho?

—Es del clan McKee —Angus miró a su derecha y vio a Seumas que

llegaba en ese momento dispuesto a ayudar. Entrecerró los ojos antes de darle un

puñetazo que le tiró al suelo sin sentido. Angus gruñó como sus amigos antes de
mirar al frente de nuevo esperando acontecimientos.

—Está claro que mis planes no tenían futuro —dijo Geordan haciendo

una mueca al verlo despatarrado al lado de sus botas—. Hijo, ¿estás bien? Eso te

pasa por ir guiñando el ojo sin ton ni son.

—Atentos —dijo Cameron muy tenso.

Los jinetes llegaron hasta ellos y entraron en el patio sin dejar de


observarlos. Era obvio que estaban desarmados y Greer sonrió. —Bienvenidos al

castillo McMurray. Padre saluda a tus invitados como corresponde.

Geordan retuvo la risa. —Perdonad a mi hija. No se da cuenta de que ya


he tenido invitados antes y sé lo que tengo que hacer. Pero tiene razón,

bienvenidos. Por favor pasar a nuestra humilde morada.

Ninguno se movió de su caballo y Greer hizo una mueca. —¿Vamos a

negociar así? ¡Me va a doler el cuello! ¡Qué bajéis de una vez!

Se miraron los unos a los otros y desmontaron de sus caballos de

inmediato. Sonrió como si le hubieran regalado la luna y varios perdieron el


aliento haciendo gruñir a su marido de nuevo. —¡No sonrías! —ordenó su

marido en voz muy baja.

Le miró asombrada. —¿Ah, no?

El niño reprimió una sonrisa y ella le sonrió más ampliamente. —

Bienvenido, ¿y tú quién eres?

—Soy el Laird de mi clan. —Levantó la barbilla orgulloso. —Soy un

McKee. Enric McKee a su servicio.

—Oh, debes ser muy listo y hábil para ser Laird a tu edad.

—Me eligió mi clan cuando falleció mi padre.

Greer vio algo en sus ojos azules y gimió interiormente pensando en

cómo contárselo a su marido que les miraba con desconfianza.

—Tenemos mucho de lo que hablar, McMurray. ¡Lo que ha pasado es


inconcebible! —dijo el joven McCaskill que la miraba con odio.

—Vaya, me había olvidado de ti.


—¿No me diga, señora? Pues yo no la he olvidado en todo este tiempo,
se lo aseguro.

—Me lo imagino.

—Pasemos. —Su padre la advirtió con la mirada y ella se encogió de

hombros.

Al entrar en el salón las mujeres habían desaparecido y puso los ojos en


blanco al ver que los hombres después de sentarse a la gran mesa la miraron a

ella para que les llevara algo de beber. —¿Yo?

—Hija…

Gruñó yendo hacia la cocina siseando —¡Ser una bruja poderosa para
esto!

Cuando regresó con una gran bandeja llena de jarras ellos ya estaban

discutiendo. Al niño McKee le puso una jarra de leche delante y la miró

indignado. —Sí, mírame como quieras, pero hasta dentro de unos años tú no

pruebas la cerveza en mi casa. Eso sí que no.

Todos se echaron a reír sonrojando al muchacho y ella se sentó a su lado


como si tal cosa. Le miró de reojo y él hizo lo mismo sin escuchar realmente lo

que decían los demás. —Así que eres Laird de tu pueblo. Debe ser muy difícil
guiar a los demás siendo tan joven.

—Sobre todo si me ponen leche.

—Muy gracioso.
—Está llorando.

Levantó una ceja. —¿Quién?

—Un bebé. Está llorando y muy fuerte.

Se quedó sin aliento. —¿La oyes?

—¿A quién?

—A mi hija.

El chico la miró asombrado. —¿No la oyes tú?

Los demás habían dejado de hablar para escuchar su conversación. —No.


Desde aquí no.

—Yo tampoco oigo nada —dijo Angus levantándose preocupado.

—Cariño, está bien. —Retuvo la risa. —Es que … es especial.

Su marido miró al chico fijamente. —Yo no veo nada extraño.

—Es que es especial para Morgana. —Levantó las cejas para que

entendiera y Angus la miró confundido.

—¿De qué rayos están hablando? —dijo el McCaskill molesto—.


¿Volvemos al tema?

—Sí, por supuesto. —Ella sonrió radiante. —Solo nos defendimos.

—¡Eres bruja!

Por el acuerdo al que había llegado debía negarlo, así que mintió. —No.

—Su padre suspiró del alivio. —Yo no tengo la culpa de que los lobos nos
atacaran.

—¡Solo murieron los míos!

—Pues mala suerte. Estaban hambrientos.

Crul pasó por el salón como si nada yendo hacia la cocina y decidió

hacerse la loca mientras McCaskill se levantaba asombrado. —¿Veis? ¡Es una

bruja!

—Es la mascota de mi hija. La quiere mucho. Mucho. —Miró a su

marido. —Díselo Angus.

—Es la mascota de mi hija.

—Debo reconocer que mi hija es algo especial respecto a sus gustos. A

mí también me asombró un poco que se llevara tan bien con los animales. Pero

tiene una mano para los caballos…

—¿De verdad? —preguntó el McNevil asombrado.

—Mi nieta es igualita. Crul la vio y se enamoró de ella de inmediato.

—¿Quién diablos es Crul? —gritó McCaskill.

—El lobo —le contestó el niño como si fuera idiota—. Debes estar más
atento.

—Mira, chico…

—Bueno, el hecho es que yo no tengo la culpa de que al rescatar a mi

marido de vuestras malas artes, hubiera algunas bajas. Nos atacasteis.


Deberíamos ser nosotros los ofendidos.

Angus no dejaba de mirar al chaval con los ojos entrecerrados y ella


gimió por dentro porque ya se había dado cuenta de lo que quería decir.

—Debo reconocer que todo esto nos tomó por sorpresa. Todos hemos

oído historias sobre tu esposa Rhona, Geordan —dijo el McSwain intentando

apaciguar los ánimos—. Cuando mis hombres murieron no me podía creer que
tu hija tuviera algo que ver. Pero debo reconocer que después de lo que ha

ocurrido, es evidente que tu hija tiene poderes. Tu mujer ayudó a mucha gente

antes de casarse contigo. —Todos los Lairds asintieron. —Y por respeto a ella y

por respeto a ti, pedimos que controles los poderes de tu hija para que en el

futuro no nos afecten.

Cameron chasqueó la lengua mirando a Geordan que se cruzó de brazos.


—No pienso hacerlo. No pienso hacer lo mismo que a mi esposa. Ella es libre

para decidir.

Todos miraron a Angus que negó con la cabeza. —Opino lo mismo. Mi

esposa es libre para decidir lo que es mejor y teniendo en cuenta que yo he sido
el ofendido en todo esto, los que deberíais retener la lengua sois vosotros.

El niño golpeó la mesa sorprendiéndolos. —¡Esto es una negociación!

No queremos guerrear con vosotros. McNevin, tus hombres les atacaron en


plena noche, así que sus intenciones no debían ser las mejores. Es cierto que

robaron a McCaskill, pero no querían causar bajas. ¡Necesitaban los caballos


para salir cuanto antes de tus tierras y tu padre solo busco venganza por quedar
en ridículo ante tu clan! Y los demás estamos aquí para evitar un derramamiento

de sangre. ¡Hablamos de las vidas de muchos de los nuestros, señores! Empiecen

a pensar en serio en llegar a un acuerdo, en lugar de recriminarse los unos a los


otros porque yo no me muevo de aquí hasta que haya un consenso. —Bebió de

su leche y puso cara de asco al mirar lo que bebía. Se pasó el dorso de la mano
sobre la boca. —Una guerra entre clanes solo trae pobreza y pérdidas humanas.

Yo no quiero eso para mi pueblo. ¿Y ustedes?

Greer le miró con admiración. —Si ahora eres así no me quiero imaginar

como serás de adulto. Tu pueblo debe estar orgulloso.

—Lo está. —Levantó la barbilla. —Sigue llorando. Quiere bajar.

En ese momento escucharon el llanto y todos miraron hacia las escaleras


porque se acercaba. Greer observó la cara del muchacho que miraba hacia las

escaleras con interés.

—Esto no puede estar pasando —siseó su marido furioso.

—Shusss, no le estropees el momento. —Al mirar hacia la escalera vio a

su hija roja de la rabia en brazos de Anne y se levantó de inmediato acercándose


para cogerla. —¿Qué ocurre?

—¿No lo sé? Se ha puesto así de repente y no sé qué le pasa.

Todos la rodearon preocupados y Morgana apretaba sus puñitos sin dejar

de llorar.
—Cielo, ¿qué pasa?

—Igual tiene hambre —dijo McNevin sin dejar de mirarla.

—No, tiene el pañal mojado. Mi hija se pone igual cuando le ocurre.

—Está muerta de sueño. Es evidente.

El niño se acercó y alargó la mano para tocar la suya. Morgana dejó un

berrido a la mitad y abrió los ojos. Greer sonrió mirando a su marido que suspiró

resignado. —Pero no se casan hasta mucho más adelante. Mucho, mucho más

adelante.

Horas después de una larga negociación todos celebraban el acuerdo. Los

clanes aparentarían que no había pasado nada a cambio de pequeños favores.

Como que Greer se pasara por los clanes de vez en cuando para hacerles una

visita. Su futuro yerno no dejaba de mirar a Morgana dormida en su cunita y


Angus gruñó de nuevo por enésima vez antes de beber de su cerveza. Greer le

cogió la mano sobre la mesa y él se la apretó mirándola a los ojos. —Se ha


solucionado. Twyla estaría orgullosa.

—Me extraña que no hubiera pasado por aquí para gritarnos que te

escondieras.

Greer se echó a reír. —Estoy segura de que se lo ha pensado. —Le miró


con amor. —Guerrero, ¿sabes que te quiero más que a nada?
—Claro que lo sé.

—Eres mi mejor amigo, mi amante y el padre de mis hijos.

Dejó caer la jarra sorprendido. —Mujer, ¿has dicho hijos?

Sonrió radiante. —Y esta vez será niño. Tiene que ser esta noche.

¿Empezamos?

Angus se echó a reír y se levantó cargándosela al hombro. Los hombres

les jalearon mientras iban hacia las escaleras y cuando llegaron a la habitación la

tiró sobre la cama colocándose sobre ella. —Te amo.

—Hoy hay luna llena. ¿Te has dado cuenta?

—¿Algún cambio más que deba saber? —preguntó divertido.

—Que mi amor por ti hoy es más grande. —Besó tiernamente sus labios.

Se miraron a los ojos y Angus susurró —Espero que nunca deje de

crecer.

—Jamás, mi vida. No dejará de crecer jamás.

FIN

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hermana “Brujas Tessa”.

Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que tiene entre sus éxitos

“No soy de nadie” o “Haz que te ame”. Próximamente publicará “Te cuidaré

siempre” y “Sólo con estar a mi lado”.

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