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Prólogo

Abril 1811.
The Old Barn cerca de Brancaster.
Norfolk, Inglaterra.

Tres jinetes salieron de entre los árboles frente al destartalado granero. Cuando
ellos voltearon las cabezas de sus caballos hacia el oeste, los arneses tintinearon,
débilmente, en la brisa de la noche. A la deriva las nubes cambiaron dejando que la
luz de la luna brillara, impregnando la escena.

El Old Barn se quedó en silencio, atento, guardando sus secretos. Más temprano,
entre sus paredes, la cuadrilla Hunstanton se había reunido para elegir a un nuevo
líder. Después, los contrabandistas se habían marchado, deslizándose en la noche,
como meras sombras en la oscuridad. Volverían dentro de unas noches a partir de
ahora, para reunirse bajo la luz de una linterna de tormenta y enterarse del siguiente
cargamento que su nuevo líder hubiera dispuesto.

—¡Capitán Jack! —Dijo George Smeaton mientras giraba su caballo hacia la


carretera, frunciendo el ceño al hombre a su lado— ¿Realmente necesitamos
resucitarlo?

—¿A quién más? —Jonathon Hendon, conocido como Jack, montado en su


caballo gris, hizo un gesto expresivo—. Ese fue, después de todo, mi nombre de
guerra.

—Hace años. Cuando era peligroso que supieran de ti. He vivido los últimos años
en la cómoda creencia de que el capitán Jack había muerto.
—No —Jack sonrió—. Ha sido simplemente un retiro temporal.

El Capitán Jack había estado activo en días más riesgosos, cuando entre los
compromisos del ejército en la Península, el Almirantazgo le había reclutado
haciéndolo capitán de uno de sus barcos, para que participara del acoso naviero de la
armada francesa en el Canal.

—Debes admitir que el Capitán Jack es perfecto para este trabajo, es un líder
adecuado para la pandilla de Hunstanton.

El resoplido de George era elocuente.

—Pobres tíos, ellos no tienen ni idea de en lo que se han metido.

Jack rió.

—Dejemos de quejarnos, nuestra misión está procediendo mejor de lo que


esperaba, y todo en sólo unas pocas semanas de llegar a casa. Whitehall estará
impresionado. Hemos sido aceptados por los contrabandistas, soy su líder ahora.
Estamos en una posición perfecta para asegurar que no haya ninguna fuga de
información que llegue a los franceses por esta vía —Sus cejas se levantaron, su
expresión se volvió seria— ¿Quién sabe? —reflexionó—. Podríamos incluso ser
capaces de utilizar el contrabando para nuestros propios fines.

George levantó sus ojos al cielo.

—El Capitán Jack sólo ha pasado con nosotros media hora, y ya está teniendo
ideas. ¿Qué insensato plan estás tramando?

—No estoy tramando nada —Jack le lanzó una mirada—. Se llama aprovechar las
oportunidades. Se me ocurre que, si bien nuestro objetivo principal es asegurar que
ningún espía salga por la costa de Norfolk, y tal vez seguir cualquier arribo a su
traidora fuente, nosotros podríamos tener la oportunidad de hacer pasar algo de
información por nuestra parte, para confundir a Boney, por supuesto.

George se le quedó mirando.


—Pensé que una vez que hubiésemos investigado cualquier ‘cargamento
humano’ reciente, tú liquidarías a la pandilla Hunstanton.

—Tal vez —La mirada de Jack se volvió distante—. Y tal vez no —Parpadeó y se
enderezó—. Voy a ver qué piensa Whitehall. Necesitaremos a Anthony, también.

—¡Oh, Dios mío! —George sacudió su cabeza— ¿Cuánto tiempo imaginas que la
banda se tragará el cuento de que somos mercenarios sin tierra, dados de baja con
deshonor, particularmente ahora que has tomado el comando completo? Tú has sido
un comandante durante años, un lord con tierras toda tu vida. ¡Eso se nota!

Jack se encogió de hombros con desdén.

—No van a pensar demasiado. Han estado buscando durante meses a alguien
que reemplace a Jed Brannagan. No van a hacer ningún movimiento, al menos, no
pronto. Tendremos tiempo suficiente para nuestras necesidades —Se volvió,
mirando hacia atrás al tercer jinete, a poca distancia detrás a su izquierda. Al igual
que él y George, un nativo de esas latitudes, Mathew, su antiguo ordenanza, ahora
sirviente general, se había fusionado con facilidad en la banda de los
contrabandistas—. Vamos a seguir utilizando el antiguo chalet de pesca como
nuestro punto privado de encuentro. Es aislado y podemos evitar que nos sigan.

Mathew asintió.

—Aye. Allí será fácil esconder nuestro rastro.

Jack se acomodó en su silla de montar.

—Los contrabandistas son todos de granjas periféricas o pueblos de pescadores,


no hay razón por la que deban tropezarse con nuestras identidades verdaderas.

Verificando su caballo, Jack giró a la izquierda, en la estrecha boca de un camino


ondulado. George siguió; Mathew cerraba la marcha. Mientras subían una loma, Jack
miró hacia atrás.
—A fin de cuentas, no puedo ver por qué se están preocupando cuando al
mando de la cuadrilla Hunstanton estará el Capitán Jack, así que debería ser un
camino de rosas.

—¿Camino fácil con el Capitán Jack? —Resopló George— ¡Cuando los cerdos
vuelen!
Capítulo 1

Mayo de 1811.
West Norfolk.

Kit de Cranmer se sentó con su nariz pegada a la ventanilla del coche, dándose
un festín con las memorias que evocaban los lugares que observaba. La aguja de la
cima de la casa de Customs House at King’s y la antigua fortaleza de Castle Rising
habían quedado detrás de ellos. Por delante se encontraba el desvío a Wolferton;
Cranmer estaba cerca al fin.

Serpentinas de color rojo y oro en el crepúsculo del cielo le daban la señal de


bienvenida; el anhelo de volver a casa se hizo más fuerte con cada milla. Con un
suspiro de triunfo, Kit se sentó en los cojines y dio gracias una vez más por su
libertad. Había permanecido retenida y confinada en Londres durante demasiado
tiempo.

Diez minutos más tarde, la entrada al parque apareció en el horizonte, el escudo


de armas blasonaba cada poste de la entrada. Las puertas estaban abiertas
totalmente; el carruaje rodó entrando por ellas. Kit se enderezó, sacudió a la anciana
mujer, Elmina, para despertarla, luego se sentó, súbitamente tensa.

La grava rechinó bajo las ruedas; el carruaje se detuvo. La puerta se abrió. Su


abuelo se puso delante de ella, con su orgullosa cabeza erguida, su melena leonina
puesta de relieve por las bengalas que flanqueaban las grandes puertas. Por un
momento suspendido en el tiempo, se miraron el uno al otro, el amor, con la
esperanza y el dolor reflejados en sus ojos recordando una y otra vez el pasado entre
ellos.
—¿Kit?

Y los años retrocedieron. Con un grito de reconocimiento ahogado Kit se lanzó a


los brazos de Spencer Cranmer.

—¡Abuelo!

—Kit ¡Oh, Kit! —Lord Cranmer de Cranmer Hall, con su amada nieta aplastada
contra su pecho, no pudo encontrar más palabras.

Durante seis años había esperado a que ella volviera; apenas podía creer que era
real.

Elmina y el ama de llaves, la señora Fogg, preocupadas y conteniendo la emoción


los dejaron sentados en la tumbona del salón, ante la chimenea encendida. Pasado
unos minutos, Spencer se enderezó y se enjugó los ojos con un pañuelo grande.

—Kit, querida niña, estoy tan contento de verte.

Kit alzó la vista, sin vergüenza de mostrar las lágrimas suspendidas en sus largas
pestañas marrones. Ella aún no había recuperado su voz, por lo que sonrió en
respuesta.

Spencer le devolvió la sonrisa.

—Sé que es egoísta de mi parte mi deseo de que estés aquí, como me dijeron
tus tías hace años, cuando decidiste ir a Londres. Yo había perdido la esperanza que
alguna vez regresaras. Estaba seguro de que te casarías con un joven caballero
mundano y olvidarías todo acerca de Cranmer y tu viejo abuelo.

La sonrisa de Kit se desvaneció. Frunciendo el ceño, ella se retorció para sentarse


más derecha.

—¿Qué quiere decir, abuelo? Nunca quise ir a Londres, mis tías me dijeron que
tenía que hacerlo. Me dijeron que querías que contrajera una alianza de ese tipo,
que por ser la única mujer de la familia era mi deber honrar el nombre de Cranmer y
más aún la reputación de mis tíos. —Lo último lo dijo con desprecio.

El semblante pálido de Spencer se afiló. Sus tupidas cejas blancas se reunieron


en un ceño de trueno.

—¿Qué?

Kit hizo una mueca.

—No se enoje.

Había olvidado su temperamento. Según el Dr. Thrushborne, su salud dependía


de no hacerle perder la paciencia con demasiada frecuencia.

Levantándose, se dirigió a la chimenea y tiró de la campanilla.

—Déjeme pensar. —Posó su mirada sobre las llamas, frunció el ceño, repitiendo
en su mente eventos lejanos.

—Cuando murió abuelita, usted se encerró en sí mismo, y yo no le vi de nuevo.


Tía Isabel y tía Margery hablaron con usted. Luego vinieron y me dijeron que tenía
que ir con ellos, que mis tíos iban a ser mis guardianes y me buscarían un buen
partido para presentármelo y así sucesivamente —Miró directamente a Spencer—.
Eso era todo lo que sabía.

La chispa de ira en los viejos ojos sosteniendo los de ella tan intensamente, fue
toda la prueba que necesitaba Kit de la duplicidad de sus tías.

—¡Zorras conspiradoras! Esas malvadas vestidas con sedas y pieles. ¡Esas arpías
nacidas en el infierno! ¡Esas dos no son más que…

Las animadversiones de Spencer fueron interrumpidas por un golpe en la puerta,


seguido por la entrada de Jenkins, el mayordomo.

Kit llamó la atención de Jenkins.


—La medicina del señor, por favor Jenkins.

Jenkins se inclinó.

—Inmediatamente señorita.

Al cerrarse la puerta, Kit se volvió hacia Spencer.

—¿Por qué no me escribió?

Los viejos ojos claros encontraron los de ella sin pestañear.

—Yo no creí que te hubiera gustado saber de un anciano. Me dijeron que


querías irte. Que estabas aburrida, enterrada aquí en el condado, conviviendo con
personas de más edad.

Los ojos de color violeta de Kit se nublaron. Sus tías eran verdaderamente unas
zorras como él las había llamado. Hasta ahora, nunca había apreciado lo bajo que se
habían arrastrado para obtener el control de su herencia de forma que pudieran
manipularla para conveniencia de los ambiciosos fines de sus maridos.

—¡Oh, abuelito! —Se hundió en el sillón, con un susurro suave de la tela de su


elegante vestido, para abrazar a Spencer con un abrazo que expresaba lo mucho que
le importaba—. Usted era todo lo que me quedaba, y pensé que no me quería.

Kit se cubrió la cara con el pañuelo y sintió la mejilla de Spencer contra sus rizos.
Después de un momento, él levantó la mano para acariciar su hombro. Ella le apretó
los brazos con fuerza, luego se separó, con los ojos flameando con una luz que
Spencer recordaba muy bien. Se levantó y se paseó enérgicamente, su falda siseaba
con el vigor de sus pasos, que excedía los dictados de la sociedad.

—¡Ooooh! ¡Cómo me gustaría que mis tías estuvieran aquí ahora!

—No es ni la mitad de lo que yo lo desearía —gruñó Spencer—. Esas señoras


obtendrán su merecido la próxima vez que se atrevan a dar la cara.
Jenkins entró sin hacer ruido; acercándose, le ofreció a su amo un pequeño vaso
de líquido oscuro. Con apenas un vistazo, Spencer lo tomó; distraídamente se bebió
la dosis, y luego despidió a Jenkins con un gesto de la mano.

Kit se detuvo, esbelta y elegante, ante la repisa de la chimenea. La mirada


amorosa de Spencer recorrió su piel clara, cremosa más bien que blanca, desprovista
de ninguna imperfección a pesar de su predilección por las actividades al aire libre.
Los rizos bruñidos eran del mismo tono que recordaba, del mismo tono que él una
vez había poseído. La que había sido una larga cabellera, que siempre llevó en
trenzas hasta los dieciséis años, había dado paso a recortados rizos, grandes y
brillantes. La moda le favorecía, destacando los rasgos delicados de su pequeño
rostro en forma de corazón.

A partir de los seis años Kit había vivido en Cranmer, después de que sus padres,
el hijo de Spencer, Christopher y su esposa, una emigrante francesa, habían muerto
en un accidente de carruaje. La mirada de Spencer estaba posada en las largas líneas
de la figura de Kit, esbozada por su vestido verde de viaje. Se comportaba con gracia,
incluso ahora que ella había recomenzado su enojado paseo. Él se inquietó.

—Dios, Kit. ¿Te das cuenta que hemos perdido seis años?

La sonrisa de Kit fue deslumbrante, resucitando recuerdos de la chica poco


femenina, casi marimacho, con el demonio en la sangre.

—Estoy de vuelta ahora, abuelo y estoy decidida a quedarme.

Spencer se reclinó hacia atrás en el sofá, muy satisfecho con su declaración. Le


hizo un gesto con la mano.

—Bueno, señorita, déjame ver cuánto has aprendido en estos años.

Con una sonrisa, Kit hizo una reverencia.

—No demasiado profunda, porque después de todo, usted es sólo un barón. —El
brillo en sus ojos le sugirió que era el príncipe de su corazón.
Spencer resopló. Kit se levantó y diligentemente hizo piruetas, con los brazos
extendidos con gracia, como si estuviera bailando.

Spencer se golpeó la rodilla.

—No está mal, aunque lo diga yo.

Kit rió y volvió a la silla.

—Usted no es imparcial, abuelo. Ahora, cuénteme lo que ha pasado aquí.

Para alivio de ella, Spencer se sintió obligado a contarle. Mientras él hacía


comentarios acerca de los campos y los inquilinos, Kit escuchaba a medias. En su
interior, estaba todavía aturdida.

Seis años de purgatorio había pasado en Londres, sin ninguna razón en absoluto.
Los meses de miseria que había soportado, durante los cuales había tenido que
luchar a brazo partido con la pérdida, no sólo de su querida abuela, sino con la
indiferencia de su abuelo, habían quemado su alma. ¿Por qué, oh, por qué nunca se
había tragado su orgullo y le había escrito a Spencer, implorándole para que le
permitiera volver a casa? Casi lo había hecho en innumerables ocasiones, pero,
profundamente herida por su aparente rechazo, siempre había permitido que su
terco orgullo interviniera. Por su naturaleza confiada, nunca hubiese soñado que sus
tías podrían ser tan engañosas. Nunca más volvería a confiar en aquellos que
profesaban tener su bienestar en el corazón. De aquí en adelante, se comprometió
en silencio, decidiría su propia vida.

Contemplando la melena blanca de su abuelo, Kit asintió mientras él le contaba


de sus vecinos. Seis años habían causado sus inevitables cambios en él, sin embargo,
Spencer seguía siendo una figura impresionante. Incluso ahora, con los hombros
ligeramente encorvados, su altura y fuerza tenían un impacto definitivo. Sus rasgos
patricios, su nariz ganchuda y penetrantes ojos de color violeta pálido sombreados
por las cejas sobresalientes, llamaban la atención; de su discurso un tanto confuso,
recogió que todavía estaba profundamente involucrado con los asuntos del condado,
manteniéndose tan influyente como siempre.
Interiormente, Kit suspiró. Ella amaba a Spencer como a ningún otro ser en la
tierra. Y él la quería. Sin embargo, él había demostrado no ser infalible, por lo que no
era ninguna protección real contra los lobos de este mundo. No. Si ella iba a sufrir,
prefería infringírselo a sí misma. A partir de ahora, tomaría sus propias decisiones,
cometería sus propios errores.

Más tarde esa noche, finalmente sola en la habitación que había sido suya
durante todo el tiempo desde que podía recordar, Kit estaba parada ante la ventana
abierta, contemplando el pálido círculo de la luna, suspendida en la oscuridad de la
noche sobre el profundo terciopelo azul. Nunca se había sentido tan sola. Nunca se
había sentido tan libre.

Kit se sorprendió de la facilidad con que se deslizó de nuevo en su rutina de


Cranmer. Madrugando, montaba su yegua, Delia, a continuación, desayunaba con
Spencer antes de dirigirse a realizar cualquier tarea que se hubiese impuesto a sí
misma para el día. En la tarde montaba de nuevo, antes de anochecer volvía al lado
de su abuelo. Durante la cena, escuchaba el relato de su día, dando sus opiniones
cuando se las pedía, interpolando astutamente comentarios de cuando ella no
estaba. Entre ellos, los seis años de separación eran como si nunca hubieran pasado.

A partir de allí, Kit tomó su camino. Era inútil llorar y crujir los dientes sobre sus
tías Ella estaba libre de esas pérfidas y no debía olvidarlo. Su abuelo estaba en buen
estado de salud y, por lo que había sabido, seguiría siendo su tutor legal, hasta que
cumpliera los veinticinco años; no había ninguna posibilidad de que sus tías
interfirieran de nuevo. Ella no perdería más tiempo en el pasado. Su vida era suya y
la viviría al máximo.

Sus tareas diarias variaban, desde ayudar a la señora Fogg con la casa, en la
despensa o en la cocina, a la visita de los inquilinos de su abuelo, que estaban
encantados de darle la bienvenida a su casa. Su hogar.

Su corazón se elevaba cuando cabalgaba por los distantes parajes, el cielo era
amplio y claro por encima de ella, el viento alborotaba sus rizos. Delia su yegua era
negra de raza árabe, había sido un regalo de su abuelo Spencer al cumplir los
dieciocho años. Desde que él le había enseñado a montar y le había mostrado su
orgullo por la destreza de ella como jinete, ella no había dado mucha relevancia a su
regalo. Ahora, lo veía como una llamada de un corazón solitario y dolorido, una
llamada que ella, en su inocencia, no había reconocido.

Esto solo hizo que sintiera más amor por la yegua. Juntas, galoparon sobre las
arenas, las pezuñas de Delia brillaban con la espuma de las olas. Los agudos gritos de
las gaviotas llegaban por encima de las corrientes; el ruido de las olas retumbaba en
el aire cargado de sal.

El rumor de su regreso se extendió rápidamente. Sufrió diligentemente la visita


de la esposa del rector y de Lady Dersingham, la esposa de un terrateniente vecino.
Las graciosas maneras de la alta sociedad de Kit impresionaron a las dos damas. Su
clase era evidente, y su comportamiento perfecto. En la capital lejana podía
mostrarse insultantemente distante, pero en Cranmer, era la nieta de Spencer.
Capítulo 2

En la tarde de su tercer día de libertad, Kit se puso su traje de montar de


terciopelo verde y pidió una silla de mujer para ponerla en Delia. Con Spencer o
estando sola, había montado a asentadillas, escandalosamente vestida con
pantalones y chaqueta. La ropa de montar se la habían hecho hacía años; Elmina
había bajado los dobladillos y rehecho los pantalones cuando yo no le quedaban. El
abrigo era uno viejo de su primo Geoffrey, que le ajustaron para que pudiera servirle,
pero aún seguía lo suficientemente suelto como para disimular su figura en caso de
ser necesario.

Ahora que había recortado su cabello, formando una corona de rizos de un rojo
encendido sobre su cabeza, ella no necesitaba la protección del viejo tricornio que
había complementado su irregular aspecto. Cuando iba vestida con su atuendo
masculino, el sombrero sombreando sus facciones, su sexo no se reconocía.

Hoy ella se dirigiría a Gresham Manor. Su mejor amiga, a quien no había visto en
años, vivía tranquilamente allí con sus padres. Amy nunca había tenido que ir a
Londres. Ella había contraído una alianza adecuada con un caballero local de
nacimiento aceptable y razonable fortuna; lo que Kit sabía por sus cartas. El caballero
de Amy estaba con las fuerzas de Wellington en la Península; su boda se llevaría a
cabo una vez que regresara.

Kit cabalgó por el largo camino hacia Gresham Manor y directamente a los
establos.

—¡Miss Cranmer! —El mozo llegó corriendo a tomar la brida de su caballo—. No


le reconocí por un minuto. ¿Ya de vuelta de la ciudad de Londres?
—Así es, Jeffries —Kit sonrió y se deslizó del lomo de Delia—¿Está la señorita
Amy en casa?

—¿Kit? ¡Eres tú!

Girando, Kit apenas tuvo tiempo para verificar que la figura que se precipitaba
hacia ella era precisamente Amy, con su pelo dorado en los rizos de moda, su cutis
de melocotón y crema todavía perfecto, antes de sentirse envuelta en un cálido
abrazo.

—Te vi venir desde las ventanas de la biblioteca y me pregunté si los sermones


del señor Woodley me habían enviado a dormir, y yo estaba soñando.

Kit rió.

—¡Cielos! He regresado sólo hace unos pocos días y no podía esperar para verte
y oír todas tus noticias. ¿Todavía no ha vuelto tu prometido?

—¡Sí! ¡Es la cosa más maravillosa! —Amy apretó los dedos de Kit, con los ojos
brillantes—. Primero él… ahora tú. Es evidente que los dioses han decidido ser
especialmente amables conmigo.

Amy se echó hacia atrás, sosteniendo a Kit con el brazo extendido para estudiar
su elegante traje, la capa corta de terciopelo, cerrada con corchetes de oro, y la
amplia falda de terciopelo. Con gracia la mirada marrón de Amy volvió a Kit y sus
cortos rizos, esta hizo una mueca.

—¡Maldición! Me haces sentir poco elegante. No sé si te presentaré a George,


después de todo.

Kit rió, colocó el brazo de Amy en de ella.

—No temáis. No tengo planes de impresionar a tu prometido, lo más probable


es que se muestre aterrado o que desapruebe mis formas salvajes. —Se dirigieron a
la casa.
—George —dijo Amy— es absolutamente razonable. Estoy segura de que se
aprobarán el uno al otro. Pero me muero de curiosidad. ¿Por qué has vuelto? Y ¿por
qué no me escribiste avisándome?

—Es una larga historia —Kit sonrió—. Tal vez debería saludar a tu madre en
primer lugar, y luego ¿podremos encontrar un rincón tranquilo?

Amy asintió; y cogidas del brazo entraron en la casa. La Señora Gresham, una
mujer maternal que gobernaba su casa con una mano firme pero benévola, siempre
había tenido debilidad por Kit. Insistió en que las chicas tomaran el té con ella, pero,
más allá de obtener la información de que Kit todavía no estaba prometida, no hizo
ningún esfuerzo por conocer más de su pasado reciente.

Finalmente libres, Amy y Kit se refugiaron en la habitación de ésta. Se


acomodaron sobre la cama, Kit sonrió. Ella y Amy habían sido más que hermanas
desde la edad de seis años; así que seis años de separación, acortados por las cartas,
no habían cortado su confianza.

Kit contó la historia de las maquinaciones de sus tías y cómo habían ideado para
someterla durante seis largos años.

—Si no hubiera sido por mis primos, estoy segura de sus maquinaciones para
casarme habrían sido mucho más drásticas. Una vez, me encerraron en mi habitación
durante dos días, hasta que Geoffrey apareció en la puerta insistiendo en verme —
Kit hizo una mueca—. Después de eso, se redujeron a regañarme. Pero cuando
aceptaron al conde de Roberts, decidí que ya era suficiente. ¡El hombre tenía la edad
suficiente para ser mi padre! —Kit frunció el ceño—. Y él era del todo... no era
agradable —ella terminó sin convicción—. Después de eso, mis tías finalmente
reconocieron la derrota y me declararon no apta para el matrimonio. Así que me
permitieron volver a casa. Yo sabía que mi abuelo al menos me daría alojamiento.

Amy le envió una mirada severa.

—Él tenía el corazón roto cuando te fuiste. Os lo había dicho.


Los ojos violetas de Kit se nublaron.

—Lo sé, pero mis tías eran muy inteligentes —Cayó en un breve silencio que Kit
rompió con un suspiro—. Así que ahora he terminado con Londres y con los
hombres. Puedo vivir muy felizmente sin ninguno.

Amy frunció el ceño.

—¿Es prudente ir tan lejos? Después de todo, ¿quién sabe qué delicioso
caballero podría estar al acecho en la siguiente curva en tu camino?

—Siempre y cuando se mantenga fuera de mi camino, estaré satisfecha.

—¡Oh, Kit! No todos los hombres son vejestorios o petimetres. Algunos son
bastante agradables. Al igual que George.

Con un ‘Humm’ Kit se volvió sobre su estómago y apoyó la barbilla en sus manos.

—Basta ya de mis asuntos. Háblame de este George tuyo.

George, supo, era el único hijo de los Smeatons de Smeaton Hall, situado más
allá de Gresham Manor. Tenía doce años más que Kit; no podía recordar haberlo
visto ni a él ni a sus padres antes.

—Es tranquilizador saber que yo no estaré demasiado lejos —concluyó Amy—.


Debemos invitarles a ti y tu abuelo a cenar y les presentaremos a George y sus
padres.

Notando la felicidad que brillaba en el rostro de Amy, Kit accedió con todo el
entusiasmo que pudo. Era obvio que Amy estaba perdidamente enamorada de
George, y que pronto Kit perdería su mejor amiga cuando contrajera matrimonio.
Amy siguió parloteando.

Eventualmente, con ceño fruncido, Kit interrumpió su relato.

—Amy, ¿por qué quieres casarte?


—¿Por qué? —La pregunta dejó a Amy en blanco. Luego, dándose cuenta que la
pregunta de Kit esperaba una respuesta precisa, ella organizó sus pensamientos—.
Porque amo a George y quiero estar con él por el resto de mi vida —Miró
esperanzada a Kit, deseando que ella entendiera.

Kit le devolvió la mirada, sus ojos violetas fijos en ella.

—¿Quieres casarte con él porque lo amas? ¿Cómo es el amor que sientes? —le
preguntó, cuando Amy asintió.

Con el ceño fruncido, Amy consideró la respuesta.

—Bueno —comenzó ella—, tú sabes todo sobre el... el acto, ¿verdad?

—Por supuesto que sé sobre eso. —Las dos estaban criadas en un medio rural
donde estas cuestiones eran hechos ineludibles de la vida en el campo.

—Pero, ¿qué tiene eso que ver con el amor?

—Bueno —Amy continuó—, cuando amas a un hombre deseas... hacer eso con
él.

Kit frunció el ceño.

—¿Realmente quieres hacer eso con tu George?

Ruborizándose, Amy asintió.

Las cejas de Kit se elevaron, luego se encogió de hombros.

—Parece un asunto tan peculiar, tan indecoroso, si sabes lo que quiero decir.

Amy se atragantó.

—Pero, ¿cómo sabes que quieres hacer eso con George? —Kit centró su mirada
en el rostro de Amy—. Tú no lo has hecho, ¿verdad?
—¡Por supuesto que no! —Amy se puso rígida.

—¿Entonces cómo?

Respirando hondo, Amy fijó en Kit una mirada de resignación.

—Se puede decir que debido a lo que se siente cuando un hombre te besa —Kit
frunció el ceño—. Tú has sido besada por un caballero, ¿verdad? Es decir, no uno de
tus parientes. ¿Qué pasó con los señores de Londres?, ¿no te besaron?

Era el turno de Kit de sonrojarse.

—Algunos de ellos —ella admitió.

—¿Bien? ¿Qué sentiste?

Kit hizo una mueca.

—Con uno de ellos fue como besar a un pez muerto, y con los otros era como a
alguna cosa serpenteante. Trataron de poner su lengua en mi boca —Se estremeció
expresivamente—. ¡Fue horrible!

Amy se mordió los labios, y luego emitió un resuello.

—Sí, de acuerdo. Eso es probablemente como debe ser. Significa que no quieres
ir a la cama con ninguno de ellos.

—¡Oh! —La cara de Kit se aclaró— ¿Qué debo sentir si yo quiero...? —Ella hizo
un gesto—. Ya sabes.

—¿Acostarte con un hombre?

Kit le miró.

—¡Sí, maldita sea! ¿Cómo se siente querer que un hombre te haga el amor? —Se
dio la vuelta sobre su espalda, dejando caer su cabeza en la almohada, mirando hacia
arriba—. Ten piedad de mí, Amy, y dime. Si no lo haces, probablemente voy a morir
ignorante.

Amy rió.

—¡Oh no, no lo harás! Estás en crisis, por las maquinaciones de tus tías y todo
eso. Lo superarás y conocerás a tu hombre.

—Pero puede que no lo haga, así que sólo dímelo. ¿Por favor?

Amy sonrió y se acomodó al lado del Kit.

—De acuerdo. Sin embargo, debes recordar que yo tampoco tengo mucha
experiencia en esto.

—Has tenido más que yo, y es lo suficiente como para compartirlo.

—Tienes que prometerme que no te escandalizarás.

Kit se apoyó en un codo y miró a la cara de Amy.

—Has dicho que no...

Amy se sonrojó.

—Yo...no lo hemos hecho… Es sólo que hay... bueno, preliminares, que podrían
ser un poco más de lo esperado.

Kit frunció el ceño, luego se dejó caer sobre la cama.

—Pruébame.

—Bueno, para empezar, cuando te bese a ti te debe gustar. Si te repulsa,


entonces él no es el hombre para ti.

—Muy bien. Él me besa, y me gusta. ¿Entonces qué?


—Debes desear que él te siga besando y debe gustarte cuando él meta su lengua
en tu boca.

Kit lanzó una mirada escéptica sobre su amiga.

Amy frunció el ceño.

—Es verdad. Y tú debes sentirte caliente y ruborizada, como si tuvieses fiebre,


solamente que más agradable. Las rodillas se pueden sentir débiles, pero eso no
importa, porque él te sostendrá. Y por alguna razón, no se puede oír muy bien
cuando estás besando, yo no sé por qué. Solo que es bueno recordarlo.

—Suena como una enfermedad —murmuró Kit.

Amy no le hizo caso.

—A veces es un poco difícil respirar, pero de alguna manera lo puedes manejar.

—Maravilloso, asfixia también.

—Puede que él quiera besarte sobre los ojos, las mejillas y las orejas, también, y
luego pasar a tu cuello. Eso es siempre agradable.

Un ronroneo distintivo se fue infiltrando en la suave voz de Amy; Kit parpadeó.

—Y luego —Amy continuó—, dependiendo de cómo van las cosas, podría tocar
tus pechos, apenas suavemente, una especie de apretar y frotar ligeramente.
Siempre siento como que mi corsé está muy apretado en esa etapa.

Kit se quedó con la boca abierta, pero Amy ya se había lanzado en su tema.

—Pronto, mis senos se van endureciendo y rizando, es una sensación bastante


extraña. Y luego vienen los sofocos.

—¿Sofocos?

—¡Mmm! Comienzan en tus senos y se mueven hacia abajo.


—¿Abajo? ¿Abajo dónde?

—Entre las piernas. Y entonces, y esta es la parte importante —Amy movió un


dedo—, si se siente todo caliente y húmedo allí abajo, entonces es el hombre para ti.
Pero lo sabrás de todos modos porque en lo único que estarás pensando en ese
entonces, es en lo bien que se habría sentido si sólo él hubiera entrado en ti.

Atónita, Kit fijó su mirada en ella.

—Suena terrible.

—¡Oh, Kit! —Amy le lanzó una mirada de conmiseración—. No es horrible en


absoluto.

—Voy a tomar su palabra. Gracias por la advertencia.

Kit se quedó en silencio, mirando al techo. Su único encuentro con el amor no


había sido nada por el estilo. A partir de la descripción de Amy, estaba claro que ella,
Kit, nunca había sido tocada por el amor. Sintiendo como si hubiera tenido éxito en la
comprensión de algún momento especialmente difícil que la había eludido durante
años, Kit sacudió la cabeza.

—No puedo verme a mí misma sintiéndome caliente y húmeda por ningún


hombre. Pero entonces, obviamente no estoy destinada para el amor en absoluto.

—No puedes decir eso.

Kit levantó una ceja altanera, pero Amy no estaba para ser contradicha.

—No se puede simplemente decidir que no se es susceptible. Con el hombre


adecuado, no serás capaz de evitarlo. Es sólo porque eres inocente... en el amor por
lo que tú dices eso.

Los ojos de Kit se abrieron.


—¿Inocente? ¿Te dije que perdí mi inocencia una hermosa noche de verano en
la terraza de mi tío Frederick?

Amy se sorprendió.

Kit sacudió la cabeza.

—No físicamente. Pero descubrí esa noche lo que la mayoría de los hombres
piensan del amor. Concedo que George puede ser diferente, hay excepciones a toda
regla. Pero he aprendido que son las mujeres quienes se enamoran y los hombres se
aprovechan de nuestra debilidad. No tengo intención de sucumbir.

—¿Qué pasó en la terraza de tu tío?

Kit hizo una mueca.

—Yo tenía dieciocho años. ¿Puedes recordar cómo se sentía tener dieciocho
años? Supongo que había empezado a superar lo de dejar Cranmer. Mis tíos y tías ya
me habían estado instando a casarme. Entonces, milagrosamente, me enamoré. O
eso creía yo —Kit tomó una pausa, con los ojos fijos en el techo, luego respiró
profundamente—. Él era hermoso, un capitán de guardias, alto y guapo. Lord George
Belville, el segundo hijo de un duque. Él dijo que me quería. Yo estaba tan feliz, Amy.
Creo que no puedo explicar lo que sentía, tener a alguien que realmente se
preocupaba por mí otra vez. Yo estaba... oh, como soy ahora. Soñando con la luna de
alegría. Mis tías dieron un baile y Belville dijo que usaría la oportunidad para pedir a
mi tío mi mano. Ellos desaparecieron en biblioteca a mitad de la noche. Yo estaba tan
excitada, que no podía soportar no saber lo que se decía. Así que me deslicé en la
pequeña terraza y escuché, fuera de las ventanas de la biblioteca. Lo que oí… —Se le
quebró la voz. Ella hizo otra respiración forzada sucesivamente—. Todo lo que oí fue
que se reían de mí.

La mano de Amy encontró la suya en medio del cobertor de la cama; Kit apenas
se dio cuenta.
—Todo fue deliberado. Me habían presentado con cuatro pretendientes hasta
entonces, todos hombres mayores, ninguno particularmente atractivo. Mis tías
habían decidido que yo era demasiado romántica, que me había contaminado con la
naturaleza salvaje de la sangre de mi madre y de mi padre, fue la forma en que lo
expresaron, para aceptar tan eminentes alianzas. Así que habían buscado a Belville.
Era tan ambicioso como ellos. Estaba destinado a alguna posición en asuntos
militares, un alto rango, organizado a través de sus conexiones. Con nuestro
matrimonio, conseguiría el respaldo de mis tíos en la promoción de su carrera. Mis
tíos conseguirían su apoyo en la promoción de los sus propias carreras. Yo era el
símbolo para cimentar su alianza. Todo se hizo perfectamente claro mientras los
escuchaba. Belville habló de lo fácil que había sido atraparme.

Kit estiró los brazos hacia fuera, obligando a sus largos dedos enderezarse como
garras que se habían cerrado. Soltó una risa hueca.

—Estaban tan seguros de sí mismos. Cuando me negué al día siguiente, Belville


no podía creerlo.

De repente, se sentó, balanceándose frente a Amy.

—Después de eso, siempre escuché las reuniones de mis supuestos


pretendientes con mis guardianes. De lo más instructivo. Así que, como ves, querida
Amy, porqué podría envidiar tu experiencia, ya que sé cuán rara es. No espero que el
amor, tal como tú lo conoces, pueda encontrarme. He tenido seis años para hacerlo y
falló. Pronto estaré completa y verdaderamente en el estante.

Kit vio simpatía en los ojos marrones de Amy y, sonriendo con tristeza, sacudió la
cabeza.

—No tiene sentido sentir lástima por mí, porque yo no siento la menor lástima
por mí misma. ¿Qué hombre que conozcas, me permitirá la libertad que disfruto
actualmente de ir a donde desee, ser yo misma?

—Pero tú no haces nada escandaloso.


—No veo ningún punto en invitar a las murmuraciones de los chismosos y jamás
causaría un escándalo al nombre de mi abuelo. Pero no reconozco ninguna
restricción más allá de ésas. Un marido esperaría que su esposa se comportara de
acuerdo con ciertas restricciones, que esté en casa cuando él esté, no cabalgar en las
colinas. Esperaría que yo siga sus dictados, que mi mundo gire a su alrededor,
cuando yo estaría queriendo hacer algo muy diferente.

Amy frunció el ceño.

—Puedo entender tu desilusión, pero prometimos que nos casaríamos por amor,
¿recuerdas?

Kit sonrió.

—Nos casaremos por amor o no nos casaremos.

Amy se sonrojó, pero antes de que pudiera hablar, Kit continuó, con un tono de
aceptación.

—Estas a punto de casarte por amor; yo no voy a casarme en absoluto.

—¡Kit!

—No te compliques tanto, mi queridísima gansa. Yo estoy disfrutando


enormemente. Te prometo que no necesito amor —Kit dijo riendo.

Amy se mordió la lengua, pero, en su mente, el amor era exactamente lo que Kit
necesitaba para completar su vida.
Capítulo 3

Kit pasó los siguientes dos días haciendo visitas a las esposas de varios inquilinos,
escuchando acerca de sus familias, de sus problemas, renovando el contacto directo
de las mujeres con Cranmer Hall, que había transcurrido desde la muerte de su
abuela. Sin embargo, entre las visitas llenas de charlas, ella reflexionó, sorprendida
por la incapacidad de aclarar su mente.

Hablar de amor con Amy había sido un error. Desde entonces, ella había estado
inquieta. Hasta entonces, Cranmer había parecido el refugio perfecto. Ahora, algo
faltaba. Ella no apreció el sentimiento.

Por suerte, al día siguiente estaba demasiado ocupada para estar melancólica,
llenando su lugar con los preparativos para la cena que Spencer había organizado
para reintroducirla formalmente a sus vecinos. Kit hizo un paseo por la tarde, pero
regresó a tiempo para cambiarse.

Los invitados llegaron puntualmente a las ocho. Kit de pie junto a Spencer,
impresionante en un abrigo de seda y pantalones blanco hasta la rodilla, con su
melena blanca envolviendo la cabeza con orgullo, esperaban para darles la
bienvenida en la puerta del salón. Su expresión era de orgullo paternal, de lo cual Kit
sabía que era directamente responsable.

Ella había elegido su vestido cuidadosamente, rechazando muselinas finas y


satenes de corte bajo a favor de una delicada creación en seda color aguamarina. El
material de flujo libre hizo justicia a su figura delgada; el escote recogido y
festoneado como correspondía a su edad, pero siendo lo suficientemente alto para
el decoro. El color realzaba el brillo de sus rizos bruñidos llamando la atención sobre
la apariencia cremosa de su piel.
Sus ojos brillaban cuando hizo una reverencia al Lord Teniente, Lord Marchmont
y su esposa, que suscitó una mirada apreciativa de su señoría.

—Kathryn, querida, es un placer verte de vuelta en el redil.

Kit sonrió fácilmente.

—De hecho, mi señor, es un placer volver y reencontrarse con viejos amigos.

Lord Marchmont rió y tocó su mejilla.

—Muy bellamente dicho, querida.

Él y su esposa se trasladaron a la sala para dar paso a los próximos invitados. Kit
los conocía a todos. No pudo evitar comparar la verdadera alegría que sentía al hacer
cosas tan simples con el aburrimiento que había encontrado en los espectáculos
elaborados de la alta sociedad londinense.

Los Gresham fueron los últimos en llegar. Después de intercambiar cumplidos


con Sir Harvey y Lady Gresham, Kit enlazó su brazo en el de Amy.

—¿Dónde está tu George? —En la invitación de los Gresham se había incluido al


prometido de Amy por sugerencia de Kitt—. Me muero por conocer a este parangón
cuyos besos consiguen que te calientes y humedezcas.

—¡Sssh! ¡Por todos los cielos, Kit, baja la voz! —Los ojos de Amy se fijaron en la
espalda de su madre. No percibió ninguna señal de que su señoría había oído, ella
cambió su mirada a la cara burlona de Kit. Y suspiró—. George tuvo que disculparse.
Parece que todavía está en servicio asignado a una misión especial —Amy hizo una
mueca—. Él ha robado algo de tiempo para pasarlo juntos de vez en cuando, pero es
menos de lo que yo esperaba, no le he visto mucho en las últimas semanas.

—¡Oh! —Fue todo lo que Kit pudo decir.


—Pero —agregó Amy, irguiéndose—, sólo será por unos cuantos meses. Y al
menos está a salvo en Inglaterra, lejos de los cañones franceses —Sonriendo, apretó
el brazo de Kit—. Por cierto, me dijo que estaba muy deseoso de conocerte.

Kit la miró con incredulidad.

—¿De verdad ha dicho eso o solo quieres ser leal? —Amy rió.

—Tienes razón. Aparte de sus disculpas por no poder acompañaros, me temo


que nunca llegamos a conversar sobre ti.

Kit asintió sabiamente.

—Ya veo. Demasiado entusiasta como para ser cierto.

Amy sonrió, pero se negó a confirmarlo. Juntas, dieron un paseo entre los
invitados, conversando con facilidad. La conversación en el salón giraba en torno a la
agricultura y los mercados locales, pero una vez que estuvieron todos sentados
alrededor de la larga mesa de comedor, la conversación pasó a otros ámbitos.

—Veo que Hendon no está aquí —dijo Lord Marchmont enviando una mirada
alrededor de la mesa, como si el recientemente retornado Míster Hendon pudiese
haberse colado inadvertidamente—. Pensé que iba a venir.

—Hemos enviado una tarjeta, pero su Señoría tenía un compromiso previo.

Spencer hizo una señal a Jenkins; con lo que el primer plato fue servido con
prontitud, los criados transportaban los platos desde la cocina. Mientras examinaba
un plato de cangrejo en salsa de ostras, Kit se dio cuenta de que era bastante extraño
que Lord Hendon tuviera un compromiso previo. ¿Con quién, cuándo todas las
familias de los alrededores estaban allí?

—Es una pena —continuó Spencer—. No haber conocido al muchacho aún.

—Yo si —respondió Lord Marchmont, sirviéndose del rodaballo.


—¿Oh? —dijo Spencer.

Todos se detuvieron al escuchar la respuesta de su señoría.

Lord Marchmont asintió.

—Parece del tipo sólido. Es el muchacho de Jake, después de todo.

Jake Hendon había sido el Lord anterior del castillo de Hendon. La memoria de
Kit le suministró una figura nebulosa, amplia, potente y muy alta con un par de ojos
grises. La había llevado a un paseo en su caballo cuando tenía ocho años de edad. No
recordaba haber conocido a su hijo.

—¿Qué es esto que oigo acerca del nombramiento de Hendon como Alto
Comisionado? —Sir Harvey echó un vistazo a su Señoría —¿Otro intento de acabar
con el contrabando?

—Así parece —Lord Marchmont alzó la vista—. Pero es el chico de Jake, él sabrá
cómo encaminarlo con éxito.

Todos los hombres asintieron, cómodos con esa evaluación. El contrabando


estaba en la sangre de Norfolk; control era una cosa, la supresión impensable.
¿Dónde si no iban a conseguir su coñac?

Lady Gresham miraba fijamente a la señora Marchmont.

—Amelia, ¿Conoces a este dechado de virtudes?

Lady Marchmont asintió.

—En efecto. Un caballero de lo más agradable.

—Bien. ¿Cómo luce él?


Amy y Kit se miraron, luego rápidamente bajaron la vista a sus platos. Mientras
que los hombres ignoran la pregunta muy femenina, las mujeres fijaban su atención
en Lady Marchmont.

—Es alto, al igual que su padre. Y tiene el mismo pelo que extrañamente
recuerda a Martha. Creo que ha estado en el ejército y la marina, pero podría no ser
cierto. No suena normal ¿verdad?

Lady Gresham frunció el ceño.

—Amelia, deja de andarte por las ramas. ¿Qué tan parecido a su padre es él?

La señora Marchmont rió.

—¡Ah, eso! —Ella agitó despectivamente la mano—. Él es tan atractivo como el


pecado, pero todos los Hendons lo son.

—Muy cierto —Estuvo de acuerdo la señora Cartwright—. Y pueden encantar a


los pájaros en los árboles.

—Eso también —su señoría asintió—. Un diablo con labia.

Lady Dersingham suspiro.

—Es muy agradable saber que hay un caballero bien parecido al que aún se está
por conocer. Aumenta la expectativa.

Todas asintieron mostrándose de acuerdo.

—Él no está casado, ¿verdad? —preguntó Lady Lechfield.

Lady Marchmont sacudió la cabeza.

—¡Oh, no! Puedo estar segura porque le pregunté. Ha regresado recientemente


del servicio activo en el extranjero. Él todavía lleva una herida que hace que cojee de
la pierna izquierda. Dijo que espera estar bastante comprometido con el
cumplimiento de sus comisiones tanto como asumiendo las riendas de las
obligaciones de su apellido.

—Humm —La mirada de Lady Gresham descansaba en Kit, sentada al final de la


mesa—. Piensa que va a estar demasiado ocupado para encontrar una esposa, ¿no
es así?

La mirada de lady Dersingham había seguido la de Lady Marchmont.

—¿Tal vez podríamos ayudarle? —reflexionó.

Kit, ocupada en transmitir sus felicitaciones a su chef a través de Jenkins, no se


dio cuenta de sus miradas evaluadoras. Se volvió para ver a las damas Gresham y
Dersingham intercambiando asentimientos satisfechos con Lady Marchmont.

A medida que la atención de las damas volvió a sus platos, Kit captó una mirada
interrogativa de Amy. Kit brevemente hizo una mueca, y luego bajó la mirada, con los
ojos brillando cínicamente. Un diablo con lengua de plata, tan atractivo como el
pecado, sonaba demasiado parecido a uno de sus pretendientes londinenses. Solo
por el hecho de que el hombre era alto, de buena cuna, y no positivamente feo, ¡se
le consideró de inmediato un partido deseable! Sofocando un bufido poco femenino,
Kit atacó su porción de cangrejo.
Capítulo 4

Poco después de las once, los coches retumbaron por el camino bien iluminado
por una luna llena. Al lado de Spencer en los escalones, Kit les hizo un gesto en la
distancia, entonces abrazó impulsivamente su abuelo.

—Gracias, abuelo. Fue una agradable velada.

—Un raro placer, querida —Spencer contestó. Entraron en la sala del brazo—.
Tal vez en unos meses podríamos considerar un baile, ¿eh?

Kit sonrió.

—¡Quizás! ¿Quién sabe?, incluso podríamos atraer a este misterioso Lord


Hendon con la promesa de la música.

Spencer se rió.

—No, si él es el muchacho de Jake. Nunca podría soportar ningún alboroto y


acicalamiento, no Jake.

—¡Ah! pero ésta es una nueva generación que sabe lo que le conviene.

Spencer negó con la cabeza.

—A medida que se envejece, querida, una cosa queda clara. La gente realmente
no cambia, de generación en generación, las mismas fuerzas, las mismas debilidades.

Kit rió y lo besó en la mejilla.

—Buenas noches, abuelo.


Spencer le dio unas palmaditas en la mano y la dejó.

Pero una vez en su habitación, Kit no podía relajarse. Dejó que Elmina le ayudara
con su vestido, y luego la despidió; envuelta en una túnica, comenzó a merodear por
su habitación. La única vela encendida vacilaba y ella la apagó. La Luz de la luna se
filtraba, derramando luz más que suficiente. Pensando en el baile de Spencer, Kit
hizo una reverencia y se movió siguiendo los pasos de un cotillón. Al terminar, se
dejó caer en el asiento de la ventana, miró por encima de los campos. En la distancia,
podía oír el sonido de las olas, a dos millas más lejos.

El extraño vacío, esa peculiar sensación de falta se había asentado en su interior.


En un esfuerzo por ignorarlo, centró sus sentidos en el flujo y aumento de la marea,
dejando que los sonidos la adormecieran y la condujeran hacia el sueño.

Ella casi había sucumbido al ver la luz. Un destello de brillantez, se encendió en


la oscuridad. Entonces, justo cuando ella se había convencido de que lo había
imaginado, apareció de nuevo. ¿Habría un barco en alta mar, haciendo señales a...a
quién? A la vez que pensaba en esto, el reflejo mudo de una respuesta destelló
desde abajo en los acantilados, haciendo brillar el agua oscura.

Kit buscó en la oscuridad, distinguiendo la masa oscura de los acantilados


perfilados sobre el fondo de El Wash. Los contrabandistas estaban transportando un
cargamento en la playa directamente al oeste de Cranmer Hall. En cuestión de
minutos, ella se puso los pantalones y ató sus pechos con las telas que usaba para
soporte cuando cabalgaba. Se puso una camisa de lino y se embutió en su abrigo sin
detenerse a atar los cordones de la camisa. Medias y botas siguieron. Se caló su
sombrero, recordando envolverse una bufanda de lana sobre su garganta para
ocultar el blanco de su ropa de lino. Se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo. En un
impulso, se regresó, y se acercó a donde, por encima de un aparador contra la pared,
estaba una espada con una guardia de estilo italiano que yacía en un soporte,
cruzada sobre su funda, que incluía un cinturón. Le costó solo un minuto liberar la
espada y su funda. Segundos más tarde, Kit salió de la casa y se dirigió a los establos.
Delia relinchó en señal de bienvenida, permaneció tranquila mientras Kit
arrojaba una silla de montar en su negro lomo, apretó expertamente la cincha antes
de guiar a la yegua, no por el patio donde el ruido de los cascos herrados haría
despertar a los caballerizos, sino por el pequeño prado detrás de los establos. Ensilló
y se inclinó hacia delante, murmurando palabras de aliento a la yegua, y entonces la
dirigió directamente a la valla. Delia la saltó fácilmente.

Los cascos negros, sin esfuerzo, comieron las millas. Quince minutos más tarde,
Kit tiró de las riendas al amparo de los últimos árboles antes del borde del
acantilado.

Nubes caprichosas habían ocultado la luna. Puso sus sentidos en tensión en la


repentina oscuridad, escuchó el suave chapoteo de los remos, seguido de un
inconfundible crujido. Un bote había alcanzado la orilla. En el mismo instante, un
sonido a su izquierda atrajo su mirada. La luna se despejó y Kit vio lo que los
contrabandistas en la playa debajo de los acantilados no podían ver. Los
Recaudadores. Una pequeña tropa se desplazaba por el promontorio cubierto de
hierba. Por un minuto completo, Kit observó. Los soldados estaban armados.

Que impulso loco la incitó, ella nunca lo sabría. ¿Tal vez una visión de los niños
de los pescadores que jugaban bajo las redes en la playa? Había visto ese
espectáculo tan sólo por la tarde, mientras conducía su yegua más allá de una aldea
de pescadores.

Lo que fuera, no importaba ahora, se subió la bufanda para cubrirse la nariz y la


barbilla, y tiró su sombrero hacia abajo. Conduciendo a Delia, la dirigió en un
silencioso trayecto paralelo a la costa. No había una senda que llevara hacia donde
los oficiales de Impuesto se dirigían. Kit conocía cada pulgada de este tramo de costa,
era la sección que con mayor frecuencia visitaba en sus paseos a caballo. Dejó atrás a
los milicianos, pero no llevó a Delia a la costa hasta que no los tuvo fuera de vista. Las
nubes no eran fiables; no podía permitirse que la vieran.

Una vez en la playa, volvió la cabeza de la yegua hacia los contrabandistas, una
mancha oscura en la orilla. Orando para que ellos consideraran que un solo jinete no
era una amenaza, galopó directamente hacia ellos. El repiqueteo sordo de los cascos
de Delia fue tragado por el choque de las olas; ella llegó casi sobre ellos antes de que
se dieran cuenta.

Kit tuvo una visión momentánea de rostros sorprendidos, entonces vio el reflejo
de la luz de la luna en la armadura de una pistola. Luchando para controlar a Delia,
ella le habló sin miedo alguno.

—¡No sean tontos! Los Recaudadores están en el acantilado. En alguna parte del
camino, pero están ahí. ¡Salgan de aquí!

Girando a Delia Kit miró atrás. Los contrabandistas se quedaron paralizados en


un nudo sobre su barco.

—¡Corran! —Instó— ¡Muévanse o clavarán sus pellejos en Custom House en


Lynn!

Más tarde fue cuando ella dio cuenta de que fue el uso por parte de ella de la
denominación abreviada de la ciudad, un hábito entre los locales, lo que les llevó a
prestarle atención. El más grande dio un paso vacilante hacia ella, con cautela
mirando a Delia y sus cascos con punta de hierro.

—Tenemos un cargamento aquí que tiene que ir a algún lugar. Todos lo que
teníamos está puesto en esto. Si no lo conseguimos, nuestras familias morirán de
hambre.

Kit lo reconoció. Ella lo había visto esa tarde en la aldea, muy ocupado
arreglando sus redes. Fugazmente, cerró los ojos. Ciertamente que ella había
tropezado con la tripulación más indefensa de contrabandistas de la costa Inglesa.

Ella abrió los ojos, y los hombres todavía estaban allí, en silencio pidiendo ayuda.

—¿Dónde están sus ponis? —preguntó.

—No pensamos que los necesitaríamos, no para este lote.


—Pero.. —Kit siempre había pensado que los contrabandistas tenían ponis—.
¿Qué iban a hacer con él entonces?

—Normalmente ponemos cosas como esta en una cueva al lado del montículo
de allá. —El hombre grande asintió con la cabeza hacia el sur.

Kit conocía la cueva. Ella y sus primos habían jugado en ella a menudo. Pero la
tropa estaba entre los contrabandistas y la cueva. Mover las mercancías del barco
era imposible; con la luna llena podían verles.

Por otro lado, un barco podría ser una distracción perfecta.

—Dos de ustedes. Lleven el barco hacia el mar. Tienen redes en ella, ¿verdad? —
Para su alivio, ellos asintieron—. Saquen la carga. Pónganla cerca de los acantilados
—Miró a los acantilados, a continuación, hacia la luna, una gran nube se extendió y la
envolvió. Agradeciendo su ángel de la guarda, Kit asintió—. ¡Ahora! ¡Muévanse!

Trabajaron rápidamente. Pronto, el barco estaba vacío.

—¡Ustedes dos! —Kit llamó a la pareja elegida para quedarse con el barco. El
oleaje era fuerte; así que tenía que gritar para ser escuchada—. Van a pescar,
¿entienden? Volvieron aquí para tomar un descanso, nada más. No saben nada de
nada, excepto pescar. Tomen el bote y actúen como si realmente estuvieran
pescando. ¡Vayan!

Un minuto más tarde, los remos se hundían y la pequeña embarcación se


esforzaba a través del oleaje. Kit corrió a Delia y se dirigió hacia el acantilado.

El hombre grande estaba esperando allí.

—¿Ahora qué?

—Las canteras Snettisham —Kit mantuvo la voz baja—. Y no hablen. Ellos deben
estar cerca por encima de nosotros. Vayan hacia el norte y manténgase al abrigo del
acantilado. Van a estar esperando que vayan al sur.
—Pero nuestras casas están al sur.

En la oscuridad, Kit no podía decir quien había dicho eso.

—¿Qué prefieren ustedes, llegar tarde a casa o terminar en las celdas debajo de
la Custom House?

No hubo más discusión. Resoplando, la siguieron. Una vez que estuvieron


alejados del lugar donde había visto ella a los Recaudadores, Kit encontró un camino
a la cima del acantilado.

—Voy a averiguar dónde están. No tiene sentido en caminar hacia una


emboscada con sus brazos llenos.

Sin esperar por la opinión de ellos, dirigió a Delia hacia arriba. Siguió el borde del
acantilado de nuevo hacia los soldados, manteniéndose bajo cubierta. Ella estaba al
pie de un roble esperando que la luz de luna iluminara nuevamente para examinar la
zona en frente cuando los oyó venir. Ellos refunfuñaban, en voz alta y largamente,
después de haberse dado cuenta tardíamente que no habían encontrado algún
camino que los condujera hacia abajo. La luz de la luna se fortaleció, y pudo ver que
se congregaron en un grupo en el medio de una extensión de césped directamente
en frente de ella.

Un grito llegó desde el borde del acantilado.

—¡Hay un camino aquí, sargento! ¿Qué vamos a hacer? El barco se ha ido, y no


se ve que haya nada en la arena.

Un hombre corpulento dirigió a su caballo al acantilado y miró hacia abajo.


Maldijo.

—No importa ahora. Vimos la embarcación. La mitad de ustedes, bajen hasta la


orilla y vayan al sur. El resto manténganse en los acantilados. Vamos a dar con ellos,
de un modo u otro.

—Pero sargento ¿al sur de la región del Sargento Osborne?


El corpulento hombre abofeteó al que habló.

—¡Yo sé, muchacho tonto! Pero Osborne está fuera del camino a Sheringham,
así que depende de nosotros vigilar este tramo. Vayan y veremos que podemos
encontrar.

Para deleite de Kit, los vio dividirse y ambos grupos se dirigieron al sur.
Satisfecha, regresó a la pequeña banda caminando tenazmente hacia el norte, aún
en las arenas.

—Es seguro. Se han ido al sur.

Los hombres arrojaron sus cargas y se sentaron en la arena.

—Debemos agradecer que teníamos solo un bote cargado —Echó un vistazo


hacia Kit y explicó—: Normalmente tenemos mucho más.

El hombre grande, que parecía ser su portavoz, alzó la vista hacia ella.

—Esta cantera de la que hablaste, muchacho. ¿Dónde está?

Kit se quedó atónita. Nunca se le había ocurrido que no sabrían donde estaban
las canteras Snettisham. Ella y sus primos habían pasado horas jugando allí. Era un
escondite perfecto para cualquier cosa. Pero ¿qué pasaría si ella los llevaba hasta
allí?

Delia se movía nerviosa y Kit la tranquilizó.

—Le voy a dar unas indicaciones. Usted no querrá que yo sepa exactamente
dónde ha almacenado sus mercancías.

Usando el nerviosismo de la yegua como excusa, Kit la hizo retroceder. Al menos


un hombre tenía una pistola.

—Deténgase, muchacho —El hombre grande se adelantó. Delia se ofendió y


retrocedió. Él se detuvo—. No tiene nada que temer de nosotros, amigo. Nos has
salvado allá atrás, no hay duda. El honor del contrabandista dice que le ofrezcamos
una parte del botín.

Kit parpadeo. ¿Honor de contrabandistas? Ella rió ligeramente y condujo a Delia


alrededor.

—Considérenlo un servicio gratuito. No quiero ningún botín. —Ella apretó los


talones contra los negros y lisos costados y Delia se lanzó hacia delante.

—¡Espere un momento! —La nota de pánico en la voz del hombre hizo que Kit
refrenara y girara. Se tambaleó por la arena hacia ella, deteniéndose cuando estuvo
lo suficientemente cerca para hablar. Por un momento, la miró, luego miró a sus
compañeros. En la penumbra, Kit vio sus gestos enfáticos asintiendo. El portavoz se
volvió hacia ella.

—Este es el asunto, muchacho. No tenemos un líder. Nos metimos en este


negocio porque pensamos que podía irnos bastante bien, pero ya vio como nos
resultó —Su cabeza se sacudió hacia el sur—. Usted pensó rápido, allá atrás. ¿No le
gustaría guiarnos? Tenemos buenos contactos y todo. Pero parece que no estamos
bien con la organización.

Incredulidad y consternación guerrearon en el cerebro de Kit. ¿Encargarse de


ellos?

—¿Quiere decir... que quieren que actúe como su líder?

—Por una rebanada de los beneficios, por supuesto.

La yegua cambió de posición. Kit miró adelante y vio a los otros levantar las
cargas y acercarse. No hay por qué temer una pistola estando ellos tan ocupados con
la carga.

—Estoy seguro de que van a manejar bastante bien todo por su cuenta. Los
soldados solo tuvieron suerte.

Pero el hombre grande estaba sacudiendo la cabeza.


—Joven, sólo mírenos. Ninguno de nosotros sabe dónde están esas canteras que
usted nombró. No sabemos siquiera cuál es el mejor camino a casa. Tan pronto como
estemos de vuelta en los acantilados, vamos a correr directamente hacia los
soldados. Y entonces todo habrá sido en vano.

La luna volvió a brillar y Kit vio sus caras, se volvieron a ella en confianza como si
fuesen niños. Ella suspiró. ¿En qué se había metido ella ahora?

—¿Qué trafican ustedes?

Ellos se animaron con este signo de interés.

—¡Muéstrale, Joe! —El hombre grande indicó al más pequeño que se


adelantara. Este arrastró los pies sobre la arena, con un ojo vigilante sobre Delia.

Le sonrió a Kit al acercarse de un todo, con una desdentada sonrisa, se detuvo


junto a la yegua, desprendió el hule que encerraba un paquete que llevaba, un
rectángulo de alrededor de tres pies de largo y aplanado. Unas sucias manos
retiraban capas de tela gruesa.

La luz de la luna brilló sobre lo que fue revelado. Los ojos de Kit se agrandaron.
¡Encaje! Ellos traían de contrabando encaje de Bruselas. No era extraño que los
paquetes fueran tan pequeños. Un bote lleno, llevado a Londres y vendido entre los
comerciantes, sin duda alimentaría a estos hombres y sus familias durante meses. Kit
evaluó rápidamente los conocimientos de ellos sobre el negocio. Puede que
estuvieran desesperados desde el punto de vista organizativo, pero conocían sus
cargamentos.

—A veces conseguimos brandy, también, depende. —El hombre grande se había


acercado más.

Los ojos de Kit se estrecharon.

—¿Nada más? —Ella había oído que los barcos traían a la costa cosas que no
eran bienes.
Su tono de voz fue agudo, pero el rostro del hombre estaba atento cuando
respondió.

—No se hace ninguna otra carga, esto ha sido suficiente hasta el presente.

Podía sentir su súplica. Su sangre de Norfolk se agitó. ¿Un líder de


contrabandistas? Una parte de ella se rió de la idea. Una pequeña parte. La mayor
parte de su alma poco convencional estaba intrigada. Su padre había liderado a una
banda por un corto tiempo - como una broma, él había dicho. ¿Por qué no podría ella
hacerlo? Kit cruzó las manos sobre el pomo, y consideró las posibilidades.

—Si me convierto en su líder, tendrían que estar de acuerdo en hacer sólo las
cargas que creo son las correctas.

Se miraron unos a otros, entonces el hombre grande alzó la vista.

—¿Cuánto cobraría?

—Ningún coste —Ellos murmuraron ante esto, por detrás de su bufanda Kit
sonrió—. No necesito sus bienes o el dinero que proporcionará. Si estoy de acuerdo
en guiarlos, va a ser por el puro placer de hacerlo. Nada más.

Realizaron una rápida conferencia y a continuación el portavoz se acercó.

—Si estamos de acuerdo, ¿nos mostrará esas canteras?

—Si estamos de acuerdo, asumiré en este momento. Si no es así, díganlo, y


estaré fuera —dijo. Delia hizo algunas cabriolas.

El hombre lanzó una mirada alrededor de sus compañeros, a continuación, se


volvió hacia ella.

–De Acuerdo. Es un trato ¿Qué apodo queréis usar?

—Kit.
—¡Es un trato entonces joven Kit! ¡Diríjanos!

Les llevó una hora para llegar a las canteras y encontrar un túnel desierto
adecuado para utilizar como base. Para entonces, Kit había aprendido mucho más de
la pequeña banda. Ellos contrataban las cargas a través de las posadas en Kings Lynn.
Cualquier cosa que pudieran traer hasta la costa, la escondían en la cueva por unas
cuantas noches antes de transferirla por poni a la abadía en ruinas en Creake.

—Ha sido un centro de intercambio de años, por estos lados. Mostramos los
bienes a la vieja bruja que vive cerca del chalet de pesca, y ella siempre tiene nuestro
pago dispuesto y esperando.

—¿La anciana tiene el dinero?

—¡Oh, aye! Será una bruja, pero el dinero está a salvo con ella.

—Qué conveniente —Alguien, en algún lugar, había puesto un esfuerzo


considerable en la organización de los contrabandistas en Norfolk. Un pensamiento
no deseado salió a la superficie—. ¿Hay otras bandas que operen por aquí?

El hombre grande era conocido por el nombre poco envidiable de Noé.

—No aquí en el oeste, no. Pero hay una banda al este de Hunstanton. Es una
gran banda, eso sí. Nunca nos hemos encontrado con ellos, sin embargo.

Y espero que nunca, pensó Kit. Estas pobres almas eran muy sencillas, no dados
a la violencia innecesaria, pescadores conducidos al contrabando con el fin de
alimentar a sus familias. Pero en algún lugar por ahí al acecho había contrabandistas
reales, del tipo que cometió las atrocidades proclamadas en los folletos. Y ella no
tenía ningún deseo de encontrarse con ellos. Mantenerse lejos de la Pandilla
Hunstanton, parecía una buena idea.

Una vez que el encaje se almacenó, dio órdenes, claramente, sobre la forma en
que habían de pasar la carga. También insistió en que operaran desde las canteras de
ahora en adelante.
—Los soldados sospechaban de ese tramo de la playa, y la cueva está demasiado
cerca. A partir de ahora, vamos a trabajar aquí —Kit extendió una mano para indicar
su entorno. Estaban de pie delante de la boca oscura del túnel abandonado en el que
habían escondido sus bienes—. Vamos a estar más seguros aquí. Hay lugares en
abundancia para ocultarse, e incluso en plena luz del día no es fácil seguir a la gente
por aquí —Ella hizo una pausa, luego tomó el ritmo delante de ellos, con el ceño
fruncido por la concentración—. Si tienen que salir en sus botes para traer la carga,
entonces los botes sólo deben desembarcar las mercancías e irse directamente de
vuelta a su pueblo. Si el resto de ustedes trae los ponis, entonces podemos cargar la
mercancía y transferirla aquí. Cuando sea seguro, pueden pasarla a Creake.

Se pusieron de acuerdo fácilmente.

—Este será un lugar excelente para esconderse, bastante bueno.

Mientras estaban por irse, Noé se dio cuenta de la espada que llevaba Kit a un
lado.

—Ese es un juguete bastante bueno. ¿Sabe usted cómo usarlo?

Un segundo más tarde, él estaba parpadeando ante el suave brillo de la luz de la


luna sobre el acero, con el estoque apuntando a su garganta. Tragando
convulsivamente, su mirada viajó a lo largo de la perversa hoja, hasta que, sobre la
parte superior de la guardia adornada, se encontró con los ojos entrecerrados de Kit.
Ella sonrió con fuerza.

—Sí.

—¡Oh! —El hombre grande permaneció completamente inmóvil.

Kit apartó relajada y expertamente la hoja deslizándola de nuevo en su vaina.

—Un poco de presunción por mi parte.


Se dio la vuelta y se dirigió al lugar donde esperaba Delia, con las orejas
erguidas. Detrás de ella, sintió el intercambio de las miradas y ocultó una sonrisa de
suficiencia. Se subió a la silla, y luego volvió a mirar a su pequeña banda.

—¿Ustedes saben el camino a casa?

Ellos asintieron.

—Y vamos a mantener una vigilancia sobre los Recaudadores, como usted ha


dicho.

—Bueno. Nos encontraremos aquí el jueves después de la salida de la luna.

Kit dio unos giros e hincó sus talones a los lados de Delia.

—Luego ya veremos lo que viene después.


Capítulo 5

—¡Maldición! —George arrojó sus cartas sobre la gruesa mesa de madera y miró
a Jack—. ¡Nada ha cambiado en poco menos de veinte años! Tú sigues ganando.

Los dientes blancos de Jack se mostraron en una especie de risa.

—Consuélate de que no es el título de tus acres paternos lo que se encuentra


bajo mi mano. —Él levantó la palma de la mano, dejando al descubierto un montón
de astillas de madera.

Empujando su silla hacia atrás, George resopló con disgusto.

—Como si yo fuese a arriesgar alguna cosa de valor contra un jugador de pura


cepa como tú.

Jack recogió las cartas y formó de nuevo el paquete, luego, con los codos sobre
la mesa, las barajó de ida y vuelta, pasando de la mano izquierda a la derecha.

En el exterior, aullaba el viento del este, batiendo las hojas y ramitas contra las
persianas. En el interior, la luz de la lámpara jugaba con la cabeza inclinada de Jack,
exponiendo los ocultos rasgos dorados, brillando contra el marrón más apagado.
Aparte de la mesa, la casa de una sola habitación estaba escasamente amueblada,
los principales elementos eran una gran cama contra la pared opuesta, un gran
armario al lado de él. Sin embargo, ningún simple granjero hubiera soñado siquiera
con poner un pie en el lugar. La cama era vieja, pero de roble pulido, al igual que el
armario. Las sábanas eran de lino y el edredón de plumas de ganso, simplemente
demasiado lujosas para permitir la ficción de que se encontraba en una vivienda
humilde. Es cierto que la mesa de pino era sólo eso, lisa y limpia, pero en muy
buenas condiciones. Las cuatro sillas esparcidas por la habitación eran de una
variedad de estilos, pero ninguno de ellos tenía alguna relación con los asientos
ordinarios que normalmente se encuentran en las moradas de los pescadores.
Jack dio una palmada al paquete sobre la mesa y, empujando la silla hacia atrás,
estiró los brazos por encima de su cabeza. Unos cascos, amortiguados por la
turbulencia exterior, sonaron como un eco fantasmal. Dirigiendo la mirada a las
llamas que oscilaban en el hogar de piedra, George se volvió a escuchar, y a
continuación, envió una mirada expectante hacia Jack.

Las cejas de Jack subieron fugazmente antes de que su mirada se volviera hacia
la puerta. Segundos más tarde, esta se abrió para revelar una figura grande envuelta
en un pesado abrigo, con un sombrero calado hasta los ojos. La figura se volvió para
cerrar la pesada puerta contra la tempestad exterior.

La tensión en el largo cuerpo de Jack se alivió. Se inclinó hacia delante, con los
brazos sobre la mesa.

—Bienvenido ¿Qué noticias traes?

El rostro arrugado de Mathew emergió cuando dejó su sombrero sobre la mesa.


Se quitó la chaqueta y la puso sobre una percha junto a la puerta.

—Como tú pensabas, hay otra banda.

—¿Están activos? —George acercó su silla.

Jack hizo una seña con su cabeza para que Mathew acercara otra silla a la mesa.

—Si están en el negocio, en efecto. Corrieron un cargamento de brandy anoche,


en algún lugar entre Hunstanton y Heacham, más frescos que una lechuga. He oído
comentarios que la remesa de encaje que rechazamos la tomaron ellos, esa que
coincidió con la carga de licor que trajimos de Brancaster.

—¡Maldita sea! —Jack juró. Tenía la esperanza de que lo que contó Tonkin de
esa noche fuese solo producto de sus delirios. Se volvió a George—. Cuando entré en
Hunstanton ayer, Tonkin estaba hablando de esta banda y de cómo los había
sorprendido corriendo algunas cargas al sur de Snettisham. Se pavoneaba de que él
había descubierto otra banda que opera en los terrenos de Osborne, y de la que
Osborne no estaba enterado. Hablé con algunos de los hombres de Tonkin más
tarde. Parecía más bien que lo que ellos habían visto era un bote de pesca volviendo
a la costa para un descanso, y que luego Tonkin había inventado el resto —Jack hizo
una mueca—. Ahora, parece que si fue verdad.

—¿Importa mucho? Si lo de ellos es una operación pequeña... —George se


interrumpió ante el gesto enfático de asentimiento de Jack.

—Importa. Necesitamos esta costa limpia. Si hay otra banda que opera, por
pequeña que sea, ¿quién puede decir qué cargamentos van a correr?

El viento silbaba por el estrecho conducto de la chimenea y jugó con las llamas
lamiendo los troncos en la parrilla. De repente, Jack se apartó de la mesa.

—Vamos a tener que averiguar de quién es esta banda —Miró a Mathew—.


¿Obtuviste alguna pista de tus contactos?

Mathew negó con la cabeza.

—Ni la más mínima.

George frunció el ceño.

—¿Qué hay de Osborne? ¿Por qué no enviarlo a él para que controle el área a lo
largo de ese tramo?

—Porque yo lo envié para controlar las playas entre Blakeney y Cromer.

La exasperación hizo cambiar el color de la voz de Jack.

—Hay un pequeño equipo que opera por allí, pero para la mayoría de esa costa,
el sedimento es tan impredecible que ningún capitán en su sano juicio va a
aproximar siquiera su nave a esa zona. Las pocas zonas razonables de desembarco
que hay son fáciles de patrullar. Envié a Osborne para asegurar que el trabajo se
hiciera. Aparte de todo, parece preferible que nos aseguremos de que él no pueda
conseguir alguna pista de nuestras actividades y trate de restringirlas. Tonkin,
¡bendito sea! es tan inepto y torpe que no corremos ningún peligro con él. Por
desgracia, tampoco lo hace esta otra banda.

—Entonces —George reflexionó— ¿Tonkin es ahora en efecto responsable de la


costa de Lynn a Blakeney?

Jack asintió.

—El que está dirigiendo la otra banda —dijo Mathew—, parece que conoce bien
la zona. No hay rumores sobre algún transporte de carga o nada por el estilo, pero
ellos tienen que estar moviendo las mercancías, lo mismo que hacemos nosotros.

—¿Quién sabe? —Dijo Jack—. Ellos en realidad podrían estar mejor establecidos
que nosotros. Nosotros somos sólo unos novatos, después de todo.

George vio con malicia a Jack.

—No creo que ningún hombre en su sano juicio podría llamar al Capitán Jack un
principiante, no en este tipo de diabluras.

—¡Usted me adula, mi amigo! —Respondió Jack con una amplia sonrisa que
disipó su gravedad—. Entonces, ¿cómo vamos a contactar con esta misteriosa
banda?

—¿Tenemos que contactarlos?

—¿De qué otra manera, oh sabio amigo, podríamos nosotros disuadirlos de


continuar con sus actividades ilegales?

—¿Disuadirlos a ellos?

—Eso, o hacer el trabajo de Tonkin —Jack endureció su expresión.


—Yo sabía que no me iba a gustar esta misión. —George parecía sombrío.

—Son contrabandistas, ¡por Cristo! —La silla de Jack rozó el suelo al él


levantarse.

George suspiró, apartando sus ojos de la severa mirada gris de Jack.

—Nosotros también lo somos, Jack. También lo somos.

Pero Jack había dejado de escucharle.

—¿Qué tipo de mercancías suelen transportar ellos? —pregunto a Mathew


Capítulo 6

Una semana más tarde, desde lo alto del acantilado al pasar por un cinturón de
árboles, Kit vio a su banda orillando sus barcos en el mismo lugar que en la primera
noche en que los había rescatado. Esta vez se fijó en que no había tropas de los
Recaudadores después de hacer un reconocimiento de los acantilados en ambas
direcciones. Todavía estaba nerviosa, muy nerviosa.

Desde que había asumido el control, su banda había corrido cinco cargas, todas
con éxito. Su banda. Al principio, la responsabilidad le había asustado. Ahora, cada
vez que llegaban de manera segura, ella sentía un estremecimiento de logro. Pero
esta noche era una carga especial. Un agente, Nolan, los había contactado en Lynn
anoche. Por primera vez, se había unido a Noé para las negociaciones. Fue muy
acertado. Ella debió intervenir en la negociación obteniendo un mayor precio,
porque Nolan estaba en un aprieto. Tenía una goleta con veinte fardos de encaje y
nadie quería arriesgarse. Eran su último recurso. Ella ya había oído hablar de las
incursiones de los oficiales aduaneros sobre Sheringham y, por alguna razón, la
pandilla Hunstanton se había negado a tomar la carga. ¿Por qué?, no sabía, lo cuál
era la causa de su nerviosismo. Sin embargo, todo iba bien.

La noche era oscura, el cielo del más profundo color púrpura. Debajo de ella, se
recortaba Delia pacíficamente, sin alterarse por el ulular de un búho en los árboles
detrás de ellos. Viendo la forma ordenada en que los hombres descargaban los
barcos con rapidez, Kit sonrió. No eran poco inteligentes, apenas poco imaginativos.
Una vez que ella les mostró una mejor manera de hacer las cosas, aprendieron
rápidamente.

De repente, la cabeza de Delia se acercó, con las orejas erguidas, tensando los
músculos. Kit tensó sus sentidos para captar lo que había perturbado a la yegua.
Nada. Entonces, más lejos a la izquierda, otra lechuza ululó. Delia se acercó. Kit se
quedó mirando la gran cabeza negra. ¿No era un búho? Ella no esperó a la
confirmación. Tirando de Delia, se montó sobre la yegua y se dirigió hacia la playa.

***

En los árboles en la cima del acantilado, dos vigilantes se reunieron con un


tercero.

—Los tenemos —murmuró Mathew, cuando Jack y George se acercaron,


conduciendo sus caballos sobre el suelo de césped fino. Apuntó a donde diez ponis
estaban siendo cargados con la remesa de encaje que ellos habían rechazado.
Mientras miraban, un jinete todo de negro se separó de la sombra del acantilado y
galopó por la playa.

—¡Ach! —Murmuró Mathew—. ¿Qué es eso?

—Un vigilante que hemos alertado —fue lacónica la respuesta de George.

—¿Pero de dónde obtuvo un traficante un caballo como ese? —Jack vio que
caballo y jinete volaron hacia los botes, una sola entidad en armónico movimiento—.
Esta banda ha reclutado algo de talento inesperado.

George asintió.

—¿Vamos hacia abajo ahora que saben que estamos aquí?

—Esperemos. Puede ser que piensen que somos los Recaudadores —dijo Jack
después de hacer una mueca.

Al parecer tenía razón. El jinete llegó al grupo en la playa. Inmediatamente,


aumentaron su actividad. En cuestión de minutos, los botes fueron tirados al mar. El
jinete siguió a los ponis tan pronto como los hombres tiraron fuerte de las correas y
cinchas. El caballo negro se movía de un lado a otro; el jinete exploraba los
acantilados. No miraba directamente en dirección de ellos.

—¿El caballo, es completamente negro? —George susurró entrecerrando los


ojos.

—Así parece —Jack asintió. Tomó sus riendas—. Se están poniendo en camino.
Vamos a seguirlos. Tengo el deseo de ver dónde están escondiendo sus mercancías.

Kit no podía librarse de la sensación de ser observada. Al igual que Delia, sus
nervios estaban a flor de piel. No le había explicado a Noé por qué surgió de la
oscuridad para urgirlo. Ella solo le emitió una advertencia.

—Hay alguien ahí fuera. No esperé para averiguar quién es. Vámonos.

Cinco minutos más tarde, ella y Delia ganaban la cima del acantilado. Esperó
hasta que Noé, que caminaba al lado del potro que lideraba la marcha, llegara a la
cresta del acantilado, ella se inclinó para hablarle.

—Vayan al este del bosque Cranmer, luego tomen el camino de nuevo a las
canteras. Voy a explorar alrededor para asegurarme que no nos siguen.

Giró a Delia rumbo a los árboles circundantes. Durante la hora siguiente, siguió a
sus propios hombres, barriendo en arcos a través de su rastro. Una y otra vez, Delia
se sacudía. Y cada vez, Kit sentía el pelo de la nuca erizársele.

Al final, se dio cuenta de que era a ella, a quien los incógnitos jinetes estaban
siguiendo. De repente, Kit tiró de las riendas. Sus seguidores estaban montados, de
lo contrario no habrían mantenido el ritmo hasta ahora. Ellos no estaban tratando de
atraparlos, sino que les estaban siguiendo a su escondite. Pero estaban en tierra de
Cranmer y nadie la conocía mejor que ella. Sus hombres no tardarían en estar
girando al norte, hacia las canteras. Ella, con sus acompañantes no deseados,
continuaría hacia el este.
Kit dio unas palmaditas en el negro y brillante cuello de Delia.

—Vamos a tener una carrera muy pronto, mi señora. Pero primero vamos a
hacer un pequeño engaño.

Estaban cerca del pueblo de Great Bircham cuando Jack se dio cuenta de que
había perdido el rastro de los porteadores. Tiró de las riendas en una loma con vista
hacia un valle iluminado por la luna. En algún lugar más delante, debía estar aún el
jinete.

—¡Maldita sea! Se está moviendo demasiado rápido como para estar siguiendo
a los ponis. ¡Nos han descubierto!

George se detuvo a su lado.

—Tal vez fueron más rápido con los ponis en el bosque. El jinete anduvo lento
allí.

Jack sacudió la cabeza enfáticamente. Luego, como para confirmar su deducción


de la manera más burlona, el jinete apareció, atravesando los campos siguientes al
galope, una racha de negro contra el verde plateado.

—¡Cristo! —Expiró George—. ¿Viste eso?

—Yo preferiría no mirarlo —respondió Jack. Después de tres segundos de


silencio, en el que el jinete congregó el fluido negro hacia un altísimo salto sobre un
par de setos, continuó a regañadientes—. Bueno, quienquiera que sea, sí que puede
montar.

—¿Y ahora qué? —preguntó Mathew.

—Nos vamos a casa a tratar de encontrar otra forma de contactar con esta
condenada banda. —Con esa desalentadora respuesta, Jack sacudió las riendas y
puso su semental gris, Champion, colina abajo.
***

Kit corría como el viento, el paisaje era una mancha a su alrededor. Tomó su ruta
habitual a Gresham Manor, rodeándolo; a continuación tiró de las riendas en una
colina con vistas a la casa para que Delia descansara. ¿Qué diría Amy si ella bajara y
tirara unas piedritas a su ventana? Kit sonrió. Amy tenía una faceta conservadora que
era bastante seria, a pesar de su predilección por ponerse caliente y húmeda para
George.

Suspirando, Kit cruzó las manos sobre el pomo de su silla, mirando el soñador
paisaje de campo. No había pensado en las inquietantes revelaciones de Amy
durante semanas, no desde que se había encargado del contrabando. ¿El entusiasmo
había llenado ese vacío extraño en su yo más íntimo? Después de pensarlo un
momento, admitió que no. Más bien, las exigencias del negocio de contrabando le
habían dejado sin tiempo para detenerse en lamentos sin sentido. Lo cual era igual
de bien. Sacudiéndose los calambres de los hombros, Kit cogió las riendas. Era el
momento de ir a las canteras.

***

El trío de jinetes galopaba hacia el norte sin mucha prisa. Jack tiró de las riendas,
ya habían superaron una colina y se volvió a George, que se detuvo junto a él. La
cabeza de Champion dio la vuelta, pero no a mirar a George, o el caballo de George.
El semental gris se movió, estirando el largo cuello para mirar más allá de George. El
movimiento llamó la atención de Jack; quien siguió la mirada del caballo.

—Permanezcan inmóviles —ordenó, con voz que era apenas un murmullo. Con
cuidado, se dio la vuelta en la silla y miró hacia atrás. El destello negro que le había
llamado la atención a Champion apareció en los campos detrás de ellos, esta vez en
dirección oeste.

A continuación, caballo y jinete cruzaron la carretera, todavía volando. Jack


observó hasta que desapareció entre los árboles que bordeaban el terreno que
seguía. Sólo entonces relajó sus riendas y permitió a Champion volverse. El caballo
giró y quedó mirando en la dirección que el jinete desconocido había tomado.

Una sonrisa de placer diabólico se extendió sobre la cara de Jack.

—Así que eso es.

—¿Qué? —Preguntó George—. ¿Era el jinete de nuevo? ¿Por qué no vamos en


su persecución?

—¡Si vamos! —Jack llevó a Champion de vuelta al camino, a la espera de que


George y Mathew pasaran a un medio galope—. Pero no hay que acercarse
demasiado y advertirle. Me había estado preguntando qué fue lo que nos delató.
Apostaría a que el caballo negro es una yegua. No habiendo reconocido a Champion
aquí, al igual que cualquier otra mujer bien criada, la yegua se pondría nerviosa al ver
que él se acercaba.

—¿Podrá Champion llevarnos a ellos?

—No tengo ni idea —Jack palmeó el sedoso cuello gris—. Pero no podemos
correr el riesgo de acercarnos demasiado hasta que el jinete desmonte.

***

Kit llegó a las canteras cuando el último poni estaba siendo descargado. Noé y
los otros la recibieron con alivio.
—Se pensaría que algo te vendría persiguiendo, muchacho.

Kit pasó la pierna sobre el cuello de Delia y se deslizó al suelo La agitación por su
largo galope en su sangre y la sensación de estar completamente viva, la hicieron
sentirse eufórica.

—Estoy seguro de que fuimos seguidos, pero no avisté a nadie. Hice un largo
rodeo, por si acaso —Enlazó las riendas de Delia a un puntal de madera en el borde
del claro, bien lejos de los hombres, que tenían un miedo casi supersticioso del
caballo negro—. ¿Qué tal luce la mercancía? —Ella se dirigió a la entrada del túnel.

Noé hizo un gesto a un paquete abierto en una roca.

—Parecen de primera clase.

Kit se inclinó sobre el encaje, descansando ambas palmas en la roca para


protegerse contra el impulso de quitarse los guantes y con el dedo seguir la tracería
delicada, un gesto demasiado femenino.

—Esto es mejor que esas otras que transportaron. ¿Cuál es el precio?

Los otros hombres se sentaron en la entrada de la cueva, masticando tabaco y


hablando en voz baja, mientras ella y Noé revisaban sus planes.

¿Qué la advirtió? nunca lo sabría. Los pelos de la nuca se le levantaron. En el


instante siguiente, ella se dio la vuelta, sacando su estoque de la vaina, barriendo en
un arco antes de que los tres hombres se acercaran silenciosamente. Lo que pasó
después la hizo parpadear. El hombre que estaba al frente -alto, bien construido y sin
sombrero fue su primera impresión- dio un paso atrás y el estoque de ella chocó
contra acero sólido. Los ojos de Kit se abrieron de asombro. Se tragó un nudo de
miedo frío a la vista de su elegante hoja contrarrestada por una espada de aspecto
infinitamente más malvado. Los dos hombres que seguían al primero se retiraron,
dejando libre un amplia área para los combatientes.

¡Cielos! ¡Ella se había involucrado en una lucha a espadas!


Resueltamente, Kit sofocó el impulso de soltar su espada y huir. Respiró hondo,
obligó a su mente a funcionar. Si este hombre es un contrabandista, no tendrá
conocimiento de las finezas de la esgrima. Ella, por el contrario, había sido entrenada
por un maestro italiano, un amigo cercano de Spencer. No había practicado desde
hacía años, pero, cuando su oponente derivó a la izquierda, instintivamente ella se
desvió a la derecha. Las espadas sisearon suavemente.

Él hizo el primer movimiento, un tentativo amago que Kit fácilmente desvió. Ella
siguió inmediatamente con un ataque clásico que, para su desencanto, fue
respondido con la defensa correspondiente, perfectamente ejecutada. Dos
intercambios similares hicieron que su corazón cayera hasta sus botas. El hombre
podía luchar y luchar bien. La fuerza que ella sintió detrás de la larga espada era
aterradora.

Con pánico creciente, echó un vistazo a la cara de su oponente. La luna brillaba


por encima del hombro de ella, dejando su propia cara en la sombra. Incluso en la
débil luz, vio el ceño fruncido en el guapo rostro que la miraba. Un segundo después,
el efecto de aquel rostro la golpeó. Kit parpadeó, arrastró su mente y su mirada de
nuevo a su espada, preparada para chocar con la otra. Pero sus desobediente mirada
volvía a desviarse, atraída por esa cara. Ella tragó en doloroso respiro. Dios, él es
hermoso. Facciones esculpidas, rostro aguileño de altos pómulos, labios largos y
firmes por encima de una barbilla obstinadamente cuadrada. Su cabello era
ligeramente claro, veteado de plata a la luz de la luna. A pesar de todos sus
esfuerzos, los sentidos de Kit se negaron a plegarse a su voluntad, continuando
irresponsablemente con peligrosa indiferencia en su deambular por el contorno del
largo cuerpo frente a ella.

Una extraña sensación floreció en el interior de Kit, una debilidad cálida que
minó la poca fuerza que tenía. Se preguntó si era miedo a la muerte inminente. Ante
este pensamiento, desde lo más profundo de ella, oyó una risa, una cálida, rica,
seductora risa. ¿Qué estás esperando? Has estado fantaseando acerca de encontrar
a un hombre que pudiera hacerte lo que George le hace a Amy...pues aquí está. Todo
lo que tienes que hacer es poner abajo tu espada y dar un paso adelante.
La guardia de Kit vaciló, entonces volvió en sí con un sobresalto de repugnancia.
En ese instante, su oponente lanzó un ataque. Su hoja no tenía ni de lejos la fuerza
suficiente para contrarrestar eficazmente la espada. A fuerza de pura suerte y un
elaborado juego de piernas, ella sobrevivió al primer quiebre, su corazón latía
terriblemente, sentía un sabor metálico en la boca. Ella supo que no sobreviviría
nunca al segundo. Hasta aquí llegó mi sueño hecho realidad, se burló ella de su yo
interior. El hombre estaba a punto de ensartarme, así que no te lo agradezco.

Pero el choque que temía nunca llegó. Su oponente dio un decisivo paso hacia
atrás, sólo uno, pero fue suficiente para que saliera de su alcance. Él bajó su espada
lentamente hasta apuntar hacia el suelo. Al mirar hacia esa cara que tan atractiva, Kit
vio profundizar su ceño.

La mente de Jack se desbalanceó, sobrecargada por información contradictoria y


confusa. Champion les había conducido infaliblemente tras la estela de la yegua
negra. Tan pronto como vieron al revoltijo de rocas dentadas en el horizonte, habían
reconocido su destino. El respeto para la banda más pequeña creció: las canteras
eran un escondite perfecto, hecho a la medida. Habían dejado sus caballos en el
borde de las canteras, para asegurar que la presencia de Champion no les delatara.
Habían llegado al claro abiertamente, pero en silencio. Él había visto inmediatamente
la delgada figura de negro estudiando algo minuciosamente en el lado opuesto. Sus
pies lo habían llevado en esa dirección. Fue entonces cuando comenzaron sus
problemas.

Incluso antes de que el muchacho se diera la vuelta para enfrentarse a él, espada
en mano, había sido consciente de una aceleración de su pulso, un aumento de los
latidos del corazón, un endurecimiento de expectativa que no tenía nada que ver con
los peligros de la noche. El ser presentado con una espada, y al extremo equivocado
para empezar, sólo agravaba la confusión. Su reacción había sido instintiva. No era
una práctica común para los hombres usar espadas, pero ni él ni George se habían
adaptado aun a salir afuera sin la suyas en sus caderas. Su mano había agarrado la
empuñadura en el instante en que había oído el silbido de acero dejando una vaina.
La luz pobre lo puso en desventaja desde el principio. El joven era un esbozo, nada
más. Escudriñando la oscuridad se había movido con cautela, poniendo a prueba a su
oponente, aunque era bastante posible que pudiese sobrepasar al muchacho sin
dificultad. Su movimiento de apertura había sido tentativo. La respuesta del
muchacho había sido otra revelación ya que ¿Quién hubiese esperado estocadas
italianas de un traficante? Sin embargo, los siguientes movimientos le dejaron
preguntándose que estaba mal con el muchacho. El brazo empuñando la espada no
tenía fuerza en él.

Entonces él había observado con mayor atención al muchacho, y el impulso de


sacudir la cabeza creció. Algo estaba terriblemente mal en alguna parte. A pesar de
no ser capaz de ver los ojos del muchacho, podía sentir la mirada del chico y sabía
que estaba contemplándolo abiertamente. A él. Fue el efecto de esa mirada lo que lo
que aclaró totalmente. Nunca antes su cuerpo había reaccionado tan
definitivamente, desde luego, nunca en respuesta a una mirada de un hombre. El
punto era que el muchacho había vacilado, y él había presionado atacando, sin
ningún propósito real, más una cuestión de seguir simulando mientras decidía qué
hacer. La falta de respuesta le hizo tomar una decisión. Él no sabía lo suficiente sobre
la banda, y sobre este extraño muchacho, y obligarlo no sería una sabia forma de
presentarse. El muchacho no era tonto; había sabido que una pelea entre ellos sólo
podía tener un final. Ambos lo sabían ahora. Dio un paso atrás y bajó la espada. El
muchacho levantó la cabeza.

Pasó un momento, preñado de expectativas. Entonces el muchacho bajó su


estoque. Interiormente, Jack suspiró con alivio.

—¿Quién es usted? —El miedo había apretado la garganta de Kit; su voz salió
ronca y, si cabe, aún más profunda de lo habitual. Sus ojos seguían fijos en el hombre
ante ella.

La cabeza de él se volvió ligeramente, como si tratara de captar algún sonido


muy ligero, sin embargo, ella había hablado con claridad. Él no alteró su ceño
enervante. Jack oyó la pregunta, pero no podía creer lo que había oído. Sus sentidos
no registraron el miedo, sino la calidad subyacente en la ronca voz. Había oído voces
como esas antes; y no pertenecían a mozalbetes. Aunque lo que sus sentidos seguían
diciéndole, su mente racional sabía que era imposible. Tenía que ser algún efecto
peculiar de la luz de la luna.

—Soy el Capitán Jack, líder de la Banda de Hunstanton. Queremos hablar, nada


más.

El muchacho se quedó completamente inmóvil, envuelto en sombras, su cara


invisible.

—Lo escuchamos.

Moviéndose lentamente, deliberadamente, Jack envainó la espada. La tensión


disminuyó, pero notó que el mozalbete mantuvo su espada en la mano. Sus labios se
torcieron. El muchacho tenía sus reservas respecto a él; si la situación hubiese sido al
contrario, él habría hecho lo mismo.

Kit se sintió mucho más segura cuando la larga espada se acomodó en su vaina y
no sintió ninguna obligación para envainar la suya. El hombre era más peligroso,
sobre todo cuando sus rasgos se relajaban, y acababan de hacerlo. La ligera sonrisa
de él, si era siquiera eso, hizo que ella se fijara en sus labios. ¿Cómo se sentiría al
tenerlos contra los de ella? La harían sentir... Kit rescató sus pensamientos errantes
justo al borde de una confusión cierta. Entonces otro pensamiento la golpeó,
saliendo de la nada. ¿Qué sentiría si él sonriera?

Pero él estaba hablando. Kit se esforzó por concentrarse en sus palabras, en


lugar de dejar que su mente vagara sin rumbo en los tonos ricos y profundamente
aterciopelados de su voz.

—Nos gustaría que ustedes consideraran una fusión.

Jack esperó alguna respuesta; que no llegó. Sus compañeros se movieron, pero
el muchacho no hizo ninguna señal.

—Igualdad de condiciones, igualdad de participación en las ganancias.

Todavía nada.
—Con nuestras cuadrillas trabajando juntas, aseguraríamos la costa de Lynn a
Wells y más allá. Podríamos fijar nuestras condiciones, de forma que consiguiéramos
un porcentaje adecuado de los beneficios, según los riesgos que tomemos.

Esa idea causó un gran revuelo. Jack estaba contento con el resultado, ya que
sólo la mitad de su mente se concentraba en sus argumentos. La mejor mitad estaba
centrada en el muchacho. Ahora, con todos sus compañeros mirándolo fijamente, el
muchacho se movió ligeramente.

—¿Qué hay exactamente en esto para nosotros?

Era una pregunta razonable, pero Jack podría haber jurado que el muchacho
estaba prestando escasa atención a su respuesta. Mientras que ostensiblemente
escuchaba al Capitán Jack exaltar las virtudes obvias de operar como parte de un
todo mayor, Kit se preguntó qué demonios iba a hacer. La fusión sería en el mejor
interés de su pequeña banda. El Capitán Jack ya había demostrado un grado poco
común de capacidad. Y buen sentido. Y no le parecía demasiado sediento de sangre.
Noé y compañía estarían tan seguros como sería posible estar, bajo su guía. Pero
para ella, todos los sentidos le gritaban que el hecho de permanecer en cualquier
sitio cerca del Capitán Jack era equivalente a la locura. Él se la comería para
desayunar, o peor. Incluso en la poca luz, no estaba segura de su capacidad para
engañarlo, ya parecía sospechar.

Él había llegado al final de su poca complicada explicación y estaba esperando su


respuesta.

—¿Qué esperan ustedes de esta fusión? —preguntó.

Los sentimientos de Jack por el mozalbete se hicieron aún más confusos a la vez
que un respeto a regaña dientes y exasperación se añadieron a la lista. Había entrado
en el claro sin ningún plan real; la idea de una fusión había surgido pre hecha en su
mente, más en respuesta a una necesidad de complacer al muchacho que cualquier
otra cosa. Su explicación sobre cuáles serían los beneficios para ellos había sido
bastante fácil de entender, pero ¿qué beneficios posibles habían allí para él? ¿Aparte
de la verdad?

Jack miró directamente a la figura delgada, todavía envuelta en sombras delante


de él.

—Mientras que ustedes estén operando de forma independiente, los agentes


pueden usarlos como una competencia para obligarnos a aceptar el precio que
ofrecen. Sin competencia, nos iría mejor.

Se detuvo allí, no queriendo expresar la otra manera de reducir la competencia.


Estaba seguro de que el muchacho iba a recibir el mensaje. Kit asintió, pero no
estaba convencida de que entendía todas las consecuencias de una fusión, ni de que
alguna vez lo haría, no mientras el Capitán Jack estuviera delante de ella.

—Voy a necesitar tiempo para considerar su oferta.

Jack sonrió ante el formal parafraseo. Asintió con la cabeza.

—Naturalmente. Digamos ¿veinticuatro horas?

Su sonrisa era en cada pedacito tan aturdidora como su ceño fruncido. De


hecho, Kit decidió que prefería su ceño fruncido. Ella apenas logró detener su
aturrullado gesto de asentimiento.

—Tres días —contrarrestó ella—. Voy a necesitar tres días —Kit echó un vistazo
a los rostros de sus hombres—. Si el resto de ustedes quiere unirse a ellos ahora...

Noé negó con la cabeza.

—No, muchacho. Usted nos rescató, se encargó de nosotros. La decisión es suya,


pienso yo.

Un murmullo de aprobación vino del resto del grupo.


La mirada de Jack de sorpresa fue fugaz, borrada de su rostro con las siguientes
palabras del muchacho.

—Estaré en contacto —dijo Kit a Noé.

En su interior, ella se sentía muy peculiar. Sus rodillas estaban decididamente


tambaleantes y débiles. Tenía que salir de esto, pronto, antes de que ella hiciera algo
demasiado femenino como para ser pasado por alto. Armándose de valor, se
enfrentó al Capitán Jack e inclinó la cabeza con aire regio.

—Nos encontraremos aquí, setenta y dos horas a partir de ahora, y le daremos


una respuesta.

Con eso, Kit se alejó hacia Delia, rezando para que sus inesperados y
atemorizantes huéspedes aceptaran su despedida.

Su arrogancia inconsciente dejó a Jack tambaleante de nuevo. Recuperó el


equilibrio justo a tiempo para ver la figura delgada pivotar hasta la silla de montar
del negro alazán. El caballo árabe era puro, no había duda al respecto, una yegua
como él había supuesto. Los ojos de Jack se estrecharon. Seguramente ¿no había
habido mucho balanceo en el caminar del muchacho? Montado en el caballo, era
difícil de juzgar, sin embargo, las piernas del chico parecían inusualmente largas para
su altura y más delgadas en los tobillos de lo que deberían ser. Con no más que un
gesto de la cabeza hacia sus hombres, el muchacho dirigió la yegua fuera del claro.
Jack se quedó mirando la figura vestida de negro hasta que se fusionó en la noche,
dejándolo con un dolor de cabeza y, algo infinitamente peor, ninguna prueba de la
convicción de sus sentidos.
Capítulo 7

En el momento en que llegaron al chalet esa noche, Jack no sabía lo que podía
pensar del joven Kit. Habían aprendido el nombre del muchacho de los
contrabandistas, pero estaba claro que los hombres sabían poco más de su líder.
Eran pescadores sensibles y sensatos, forzados al contrabando. Parecía poco
probable que estos hombres, muchos padres de familia, rígidamente conservadores
como sólo el ignorante puede ser, darían lealtad y obediencia incondicional al joven
Kit si él fuese algo más de lo que pretendía ser. Dejando a Mathew a cargo de los
caballos, Jack entró en el chalet. George lo siguió. Deteniéndose ante la mesa Jack se
desabrochó la correa con la espada y la vaina., volteándose, se fue al guardarropa, lo
abrió, empujó la vaina con la espada hacia lo más atrás que pudo, y cerró la puerta
firmemente.

—¡Es el final de esta pequeña vanidad! —Se sentó en una silla, descansó ambos
codos sobre la mesa y corrió sus manos sobre su cara—. ¡Dios! ¡Pude haber matado
al cachorro!

—O él podría haberte matado a ti —George se dejó caer en una silla—. Parecía


saber a lo que iba.

—Ha sido bastante bien entrenado, pero no había ninguna fuerza en él. —Jack
hizo un gesto desdeñoso.

George se rió entre dientes.

—No todos podemos ser de seis pies y dos pulgadas y lo suficientemente fuertes
para subir corriendo hasta el campanario de la catedral con una muchacha debajo de
cada brazo.
Jack resopló ante el recordatorio de una de sus hazañas más extravagantes.

—¿Qué te hizo pensar en una fusión? —George aventuró cuando Jack se


mantuvo en silencio—. Pensé que estábamos allí sólo para espiar a la competencia.

—La competencia demostró estar diabólicamente bien organizada. Si no hubiera


sido por Champion, no les habríamos encontrado. Alejarnos otra vez no parecía
tener mucho sentido. Y no tengo gusto por matar cachorros inexpertos.

Un breve silencio descendió. La mirada de Jack permaneció fija en el espacio.

—¿Quién crees que él es? —preguntó.

—¿El joven Kit? —George parpadeó somnoliento—. Uno de los hijos de nuestros
vecinos, ya lo creo. ¿De dónde más iba a ser el caballo?

Jack asintió.

—Corrígeme si me equivoco, pero no sé de algún cachorro por aquí. Los hijos de


Morgan son demasiado viejos, deben estar más cerca de los treinta años, ¿verdad? Y
los niños de Henry Fairclough son demasiado jóvenes. Kit debe tener unos dieciséis
años.

George frunció el ceño.

—No puedo recordar a nadie que se ajuste, tampoco. ¿Pero tal vez él será un
sobrino que vino a pasar el tiempo en los acres de la familia? ¿Quién sabe? —Se
encogió de hombros—. Podría ser cualquiera.

—No puede ser cualquiera. El joven Kit conoce este distrito como la palma de su
mano. Piensa en la persecución a la que nos condujo, la forma en que montó a través
de esos campos. Conocía cada valla, cada árbol. Y de acuerdo con Noé, Kit era el que
sabía de las canteras.

—Bueno, nosotros sabíamos de las canteras, también —George bostezó—.


Simplemente no habíamos pensado en utilizarlas.
—La falta de sueño ha confundido tu ingenio —Jack parecía disgustado—. Eso es
precisamente lo que quiero decir. Conocemos la zona porque crecimos aquí. Kit ha
crecido aquí también. Lo que significa que debe ser bastante fácil de localizar.

—Y entonces, ¿qué? —murmuró George, antes de otro bostezo.

—Y entonces —respondió Jack poniéndose de pie y empujando a George para


que también se levantara—, tendremos que decidir qué hacer con el cachorro...
Porque si él es el hijo de alguien, lo más probable es que me va a reconocer, si no a
ambos —Impulsando a George a la puerta, añadió—: Y no podemos confiar en el
joven Kit si él se apodera de esa información.

Después de ver que el somnoliento George se pusiera en camino antes de


cabalgar a casa con Mathew y dejar a Champion en el establo, ya estaba cerca de la
madrugada cuando Jack finalmente yació entre sabanas frescas. Se quedó mirando
los patrones de sombra sobre su techo.

Ni George ni Mathew habían encontrado nada especialmente raro en el joven


Kit. Cuestionado en el camino a casa, la estimación de Mathew también había sido la
misma de George. Kit era el hijo de un terrateniente vecino, un lord desconocido.
Estaba, por supuesto, la posibilidad de que Kit fuese una rama ilegítima de algún
árbol señorial local.

El caballo podría haber sido un regalo, a la luz de las habilidades ecuestres del
muchacho, o alternativamente, podría ser ‘prestado’ de los establos de su padre. Lo
que sea, el caballo proporcionaba la mejor pista para la identidad del joven Kit. Jack
suspiró profundamente y cerró los ojos. La Identidad de Kit sería sólo uno de sus
problemas y sin duda el más fácil de resolver. Su extraña reacción ante muchacho era
una preocupación. ¿Por qué le sucedió?

Habían pasado décadas desde que alguna visión le hubiese afectado tan
dramáticamente. Pero, por alguna razón incomprensible, la figura delgada, vestida
de negro del joven Kit había actuado como un poderoso afrodisíaco, poniendo a su
cuerpo en un estado de disposición inmediata. ¡Había estado tan excitado como
Champion en la pista de la yegua negra!

Con un resoplido, se dio vuelta enterrando su rostro en la almohada. Intentó


borrar el asunto de su mente. Cuando eso no funcionó, buscó alguna explicación, no
importaba cuan insustancial, para el episodio. Si él pudiera encontrar una razón,
podría terminar con esto.

Había una fuerte posibilidad de que debiera ser necesario incluir al joven Kit en
la banda. La idea de tener al joven cachorro continuamente cerca haciendo estragos
con sus reacciones viriles, era simplemente demasiado horrorosa de contemplar.
¿Podría haber sido por alguna similitud con una de sus amantes hacia largo tiempo
descartadas, apareciendo para atacarlo cuando él menos lo esperaba? ¿Tal vez fue
simplemente el efecto de abstinencia inusual? ¿Tal vez fue simplemente optimismo a
ultranza de su parte? Jack sonrió. Él no podía negar que una mujer bonita, salvaje,
del tipo que podría liderar a una banda de contrabandistas, sería una adición
bienvenida a su estilo de vida actual. De otra forma, el único deporte que se podía
tener en las proximidades consistía en doncellas virtuosas, a quienes evitaba por
principios, y viudas de edad suficiente para ser su madre. Siempre fértil, su cerebro
desarrollaba sus fantasías. La tensión en los hombros se disipó lentamente.
Insidiosamente el sueño se arrastró desde los pies a sus pantorrillas luego a las
rodillas, a sus caderas, siempre hacia arriba. Antes de sucumbir, Jack acertó con su
curación. Desenmascararía al joven Kit... eso era todo. La sensación desaparecería
una vez que se revelara como el hombre que tenía que ser. George estaba seguro de
eso, Mathew estaba seguro de ello. Lo más importante, los contrabandistas que
siguieron a Kit estaban seguros de ello y ellos ¿deberían saber, no? El problema era
que él estaba lejos de sentirse seguro.

***
Kit pasó el día siguiente en un distraído aturdimiento. Incluso la tarea más
simple estaba más allá de ella; su atención se desviaba constantemente, atraída, en
fascinante horror a la contemplación de su terrible dilema. Después de mezclar de
forma incorrecta una poción para el dolor de garganta para la doncella, dos veces, se
dio por vencida con disgusto y se dirigió a la glorieta al final de la rosaleda.

En la mañana había aclarado y mostraba un cielo despejado por la tarde;


esperaba que la fresca brisa soplara lejos sus telarañas mentales. El pequeño
mirador, con su vista de los rosales, era su refugio favorito. Con un suspiro de
cansancio, Kit se sentó en el banco de madera.

Ella estaba atrapada, entrampada en un terrible dilema. Por un lado, la


prudencia le instaba a que aceptara la propuesta del Capitán Jack para su tripulación
y la declinara para sí misma, deslizándose con cautela en la bruma, dejando
desaparecer al joven Kit. Por desgracia, ni sus hombres ni el capitán Jack estarían
satisfechos con eso. Ella los conocía, los conocía mucho mejor de lo que ellos la
conocían a ella. Ella no conoció, para ser ciertos, al capitán Jack, y si tenía la seguir
los dictados de la prudencia, nunca lo haría.

¡Cobarde! Se burlaba su otro yo.

“¿Lo viste?” se preguntó Kit, molesta cuando su corazón se aceleró al recordar.


¡Oh sí!, surgió la profundamente fascinada respuesta.

Kit resopló. “Incluso a la luz de la luna parecía que él podía darles lecciones a los
caballeros de Londres.”

Indudablemente. Solo piensa en las lecciones que podría darte a ti.

Kit se sonrojó. “No estoy interesada.”

¡Por el infierno que no lo estás! Tú, mi niña, te volviste de un delicado tono


verde cuando Amy estaba describiendo sus experiencias. Ahora el destino te da una
oportunidad dorada por primera vez para experimentar un poco por ti misma ¿Y qué
haces? Escapar antes de que el espectacular espécimen tenga la oportunidad de
aumentar tu temperatura. ¿Qué ha pasado con tu salvaje sangre Cranmer?

Kit hizo una mueca. “Todavía te tengo a ti para recordarme que no la he


perdido.”

Poniendo un aparte en su yo más salvaje, Kit reflexionó que era una locura
involucrarse con los contrabandistas. Esa reflexión no duró mucho tiempo. Había
disfrutado las últimas semanas, demasiado como para disimular, incluso a ella
misma. La ansiedad, la emoción, las altas y bajas de tensión y el alivio se habían
convertido en un elemento básico en su dieta, un ingrediente adictivo al que se
resistía a renunciar. ¿De qué otra manera podría llenar su tiempo?

La alternativa de desaparecer se hizo cada vez más atractiva. Con decisión, ella
sacudió la cabeza. “No puedo correr el riesgo. Él ya estaba sospechando. En los
hombres no se puede confiar, y hombres como el capitán Jack son aún menos fiables
que el resto.”

¿Quién ha dicho nada de confianza? Si se da cuenta de que el joven Kit no es


todo lo que parece ser, muy bien. Podrías aprender incluso lo que estás muriendo
por conocer ¿cuál sería el precio a pagar por un poco de experiencia frente a los años
de soltería solitaria que tienes por delante? Tú sabes que nunca te casarás, así que
¿para qué te sirve tu tan cuidada virtud? ¿Y quién lo sabría? Siempre puedes
desaparecer, una vez que tu hombre se haya la salido con la suya.

“¿Y qué pasaría si me pillaran, si las cosas no salen según lo planeado?” Kit
esperó, pero su propia naturaleza salvaje se mantuvo prudentemente en silencio.

Ella suspiró, luego frunció el ceño cuando vio a una dama caminando como
buscando algo entre los rosales.

Con un susurro de enaguas almidonadas, Kit se levantó.

—¿Dorcas? ¿Algo anda mal?


—¡Oh! Ahí está, señorita. Jenkins dijo que era posible que usted estuviese fuera.

—Sí. Aquí estoy —Kit bajó de su retiro.—. ¿Soy requerida?

—Oh, sí, por favor, señorita. El Lord Teniente y su esposa están aquí. En el salón.

Ocultando una mueca, Kit se dirigió al interior. Encontró a Lady Marchmont


cómodamente instalada en la tumbona, escuchando, con aburrimiento apenas
disimulado, la conversación entre su marido y Spencer.

A la vista de Kit, ella se animó.

—¡Kathryn, querida! —Su señoría surgió de una espuma de encaje suave.

Después de intercambiar las cortesías habituales, Kit se sentó en la tumbona.

Lady Marchmont apenas hizo una pausa para tomar aliento.

—Acabamos de regresar del castillo de Hendon, querida. Un lugar tan


impresionante, pero por desgracia con necesidad del toque de una mujer en estos
días. Creo que Jake no ha sacudido las cortinas desde que María murió.

La señora Marchmont palmeó la mano de Kit.

—Pero supongo que no te acordarás de la última Señora Hendon. Murió cuando


el nuevo Lord Hendon era sólo un niño. Jake se crió solo —Su señoría se detuvo.; Kit
esperó cortésmente—. Pensé que debería pasarte la información directamente. —La
voz de Lord Marchmon, en un murmuro conspiratorio, llegó a los oídos de Kit.

Ella miró brevemente hacia donde Spencer y el señor teniente estaban sentados
en sillas juntas, las dos cabezas grises cerca una de la otra.

—Debes pensar que siendo ese el caso, es un milagro que él no sea un completo
salvaje. El cielo sabe que Jake era el mismo diablo disfrazado, o eso era lo que
muchos de nosotros creíamos. —Lady Marchmont hizo esta sorprendente
revelación, con una sonrisa soñadora en sus labios.
Kit asintió, con los ojos en el rostro de la señora, pero su atención estaba en otra
parte.

—Hendon ha dejado claro que él no está particularmente interesado en el


tráfico comercial, como él le llama. Él está aquí detrás de un asunto más grande.
Parece que hay comentarios acerca de que esta zona es un objetivo para los que
dirigen el contrabando de una especie diferente. —Lord Marchmont hizo una pausa
significativa.

Spencer resopló. Kit captó la agudeza de su comentario.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Pero me atrevería a decir que uno no debe juzgar un libro por su portada —
Lady Marchmont alzó las cejas—. Tal vez, en este caso, es en realidad una oveja con
piel de lobo.

Kit sonrió, pero no había oído una palabra. Estaba demasiado concentrada en
averiguar qué tipo de carga era la que interesaba al nuevo Alto Comisionado.

—Cargamento humano. —Lord Marchmont pronunció con pesada fruición.

—Si quieres saberlo, no estoy segura sino sería mejor que fuese de forma
contraria —dijo Lady Marchmont refiriéndose a su comentario del lobo y la oveja.

—Parece que han bloqueado las rutas de Sussex y Kent, pero no capturaron a
todos los espías —Lord Marchmont se inclinó más cerca de Spencer—. Creen que los
que quedan intentarán ahora con esta costa.

—Pero son solo fantasías, querida. Él mantiene un horario de ciudad aquí en el


campo. No se levanta hasta el mediodía —Un resoplido poco femenino escapó de la
señora Marchmont—. Tendrá que cambiar, por supuesto. Necesita a alguien que le
ayude a ajustarse. Debe ser difícil retomar los hábitos del campo después de tantos
años.
Un ceño perturbó las cejas de Kit. Cuando la mirada perpleja de señora
Marchmont penetró su aturdimiento, ella limpió su expresión y asintió con seriedad.

—Me atrevo a decir que tiene razón, señora.

Su señoría parpadeó. Kit se dio cuenta de que su atención se había distraído en


algún momento y trató de concentrarse en las palabras de la dama, en lugar de las
del Lord.

La cara de la señora Marchmont mostró entendimiento.

—¡Ah! ¿Te estás imaginando que él es un petimetre? ¡Nada más lejos de eso!

Ella agitó una mano rechoncha, y la mente de Kit se desvió nuevamente.

—Hendon me sugirió que sin mucho ruido, hiciera llegar el mensaje. Sólo a las
personas adecuadas, ya sabes.

El Señor Marchmont dejó su taza de té.

—Su forma de vestir es bastante meticulosa, la influencia militar, me atrevo a


decir. Pero sabrás más de eso que yo, siendo que recién has regresado de la capital.

Lady Marchmont se mordió un dedo gordo.

—Elegante —pronunció Kit—. Habría que llamarlo elegante.

Los ojos de Kit se volvieron vidriosos. La cabeza comenzó a darle vueltas.

—¿Lo hizo él ahora? —preguntó Spencer dirigiendo una mirada perspicaz a Lord
Marchmont.

Lady Marchmont se inclinó hacia delante.

—Lucy Cartwright le puso el ojo para su hija mayor, Jane. Pero nada va a resultar
de eso —susurró.
—Parecería que piensa que él podría necesitar algo de apoyo si se presenta una
contienda —dijo Lord Marchmont.

—Los Recaudadores están vigilando más estrechamente en estos días.

—No me parece que sea el tipo de hombre que apreciaría tener a una joven
mujer por esposa. Él es un hombre serio, de treinta y cinco años. Una mujer más
madura sería mucho más útil para él. El puesto de señora del castillo de Hendon es
una ocupación de tiempo completo, no es el lugar para una chica frívola.

El ladrido de la risa de Spencer hizo eco a través de la habitación.

—Eso es absolutamente cierto. ¿Te has enterado de las incursiones llevadas a


cabo en las afueras de Sheringham?

Su abuelo y su invitado se pusieron a revisar las últimas actividades de la Oficina


de Impuestos. Kit aprovechó la oportunidad para retomar su conversación con Lady
Marchmont.

—Por supuesto, está la cojera, aunque eso no es seriamente incapacitante. Y él


al menos tiene la apariencia física de Hendon para compensar.

Kit trató de pretender un cierto grado de moderado interés en las facciones de


ella. Lady Marchmont parecía positivamente emocionada.

—Bueno, Kathryn querida, realmente tenemos que ver lo que podemos


organizar, ¿no te parece?

El brillo depredador en los ojos de su señoría hizo saltar las alarmas; el


pretendido interés de Kit desapareció.

¡Buen Dios, ella estaba tratando de casarle con Lord Hendon! Para gran alivio de
Kit, Jenkins eligió ese preciso instante para entrar con la bandeja del té. Si no hubiese
sido por la interrupción oportuna, ella nunca hubiera podido callar la negación
acalorada que había surgido, involuntariamente, a sus labios.
La conversación se hizo general mientras tomaban el té. Con la facilidad nacida
de la considerable práctica en compañía mucho más exigente que la actual, Kit
contribuyó con su parte. De pronto, Spencer dio una palmada en su muslo.

—¡Lo había olvidado! —Miró a Kit—. Hay una carta para ti, querida. Está en la
mesa. —Su movimiento de cabeza indicó una pequeña mesa junto a la ventana.

—¿Para mí? —Kit se levantó y fue a buscarla.

—Es de Julián. Recibí una también —Spencer asintió.

—¿Julián? —Kit volvió a la silla, examinando la dirección en el paquete escrita en


el garabato inconfundible de su primo más joven.

—Vamos, léela. Lord y Lady Marchmont te excusarán, estoy seguro.

Lord Marchmont asintió benignamente, su esposa mucho más ávidamente. Kit


rompió el sello Cranmer y rápidamente echó una mirada a las líneas, repasadas y
vueltas a repasar, con dos manchas de tinta para mayor seguridad.

—Lo ha hecho —Ella suspiró, cuando la intención de Julián se le hizo evidente—.


¡Él se alistó!

Con su cara iluminada, Kit miró a Spencer y vio su felicidad por Julián reflejada
en sus ojos.

—Aye. Era tiempo de que el edificara su propio camino. Será su forjamiento


como hombre, no lo dudo —Spencer asintió.

Parpadeando, Kit asintió. Julián había querido unirse al ejército siempre, pero,
como era el más joven de la cría Cranmer, había sido protegido y mimado
negándosele el permiso para liberarse. Había llegado a su mayoría de edad hacia
quince días y había firmado inmediatamente.
Un pasaje hacia el final de su carta envió una punzada de orgullo puro y doloroso
a través de ella. Tú alcanzaste tu libertad Kit. Tomaste una decisión y asumiste tu
propio camino. Me decidí a hacer lo mismo. ¿Me deseas suerte?

Su abuelo y Lord Marchmont discutían las últimas noticias de Europa; Lady


Marchmont estaba comiendo una torta reina. Con un suspiro de felicidad, Kit dobló
la carta y la dejó a un lado.

Jenkins regresó, y los Marchmonts se levantaron para despedirse, Lady


Marchmont hizo planes para un baile para presentar al nuevo Lord Hendon con sus
vecinos.

—No hemos dado un baile en años. Haremos uno grande, algo especial. ¿Un
baile de máscaras, tal vez? Pienso que querré su consejo, querida, eso pienso. —Con
un movimiento de su dedo regordete, la señora Marchmont se sentó en su carruaje.

En los escalones, Kit sonrió y agitó su mano. A su lado, Spencer dio una palmada
al Lord Teniente en el hombro.

—Sobre ese otro asunto. Dile a Hendon que puede contar con el apoyo de
Cranmer si lo necesita. Los Cranmers siempre han estado hombro con hombro con
los Hendons a través de los años, y lo seguiremos haciendo. Sobre todo ahora que
hemos visto a uno de los nuestros en riesgo. No podemos dejar a ningún espía poner
en peligro al joven Julián. Siempre y cuando recuerde Hendon que es nacido y criado
en Norfolk. No tengo intención de renunciar a mi brandy. —Spencer sonrió.

Spencer guiñó un ojo marcadamente. Un destello en respuesta iluminó la mirada


del Señor Marchmont.

—No, buen Dios. Muy cierto. Pero él mantiene una buena bodega, al igual que
Jake, así que dudo que tengamos que explicárselo.

Con un movimiento de cabeza a Kit, Lord Marchmont subió al lado de su esposa.


La puerta se cerró, el cochero sacudió las riendas; el pesado carruaje se sacudió y
avanzó.
Kit lo vio desaparecer, luego le dio un beso en la arrugada mejilla a Spencer y lo
abrazó con fuerza antes de descender los escalones.

Con un último saludo a Spencer, se dirigió a los jardines para un último paseo
antes de la cena. Los arbustos le dieron la bienvenida en las frescas paredes verdes,
que guiaban a una arboleda aislada con una fuente en el medio.

Kit se sentó en el marco de piedra del estanque, arrastrando sus dedos en el


agua. Su placer ante la noticia de Julián se desvaneció gradualmente, dando paso a la
consideración de la idea de la señora Marchmont. Era inevitable que las damas
locales se afanaran por encontrarle un marido; ellas la conocían desde su nacimiento
y, como es natural, no aprobaban su estado actual.

Con la aparición de Lord Hendon, un aparente candidato elegible, en la escena,


tenían los ingredientes exactamente del tipo de trama que se deleitaban en idear.
Haciendo una mueca, Kit sacudió el agua de sus dedos. Podrían idear y confabular
para alegría de sus corazones, pero ella había pasado la edad de credulidad inocente.

Sin duda, a pesar de su elegibilidad, Lord Hendon demostraría ser otro conde del
tipo de Robert. Pero no, él no podría ser tan viejo, no si Jake había sido su padre. Un
cuarentón, un palo viejo desecado, no lo suficientemente mayor para ser su padre.

Con un suspiro, Kit se levantó y sacudió su falda. Por desgracia para Lady
Marchmont, no se había escapado de Londres, y de las conspiraciones de sus tías,
para caer víctima de las maquinaciones de las grandes damas locales.

El sol se sumergió bajo el horizonte. Kit volvió a la casa. Cuando paseaba por el
camino entre las paredes de seto, se estremeció.

¿Había espías recorriendo las costas de Norfolk? En ese tema, sus opiniones
coincidían con Spencer. El comercio era tolerable, siempre y cuando fuera justo. Pero
el espionaje era traición.
¿La Banda Hunstanton traficaba con ‘cargamento humano’? Kit frunció el ceño;
las sienes le latían. El día se había ido y ella no estaba más cerca de resolver su
dilema. Lo que es peor, ahora tenía que esquivar una potencial traición.

O prevenirla.
Capítulo 8

Una cena tranquila con Spencer no condujo a ningún avance en los


pensamientos de Kit sobre la oferta del Capitán Jack.

Ella se retiró temprano, con la intención de pasar unas cuantas horas libres para
ponderan los pros y los contras. Pero una vez en su habitación, la ansiedad la atrapó.
En su desesperación, se enfundó en su ropa masculina y se deslizó por la escalera de
servicio.

Se había convertido en experta en embridar y ensillar a Delia en la oscuridad.


Pronto, galopaba sobre campos intermitentemente iluminados por una luna medio
oculta por las bajas nubes arrastradas por el viento. A caballo, con la brisa silbando
sobre sus oídos, se relajó. Ahora, podía pensar. Pero por mucho que ella tratara, no
podía ver una salida. Si el joven Kit simplemente desaparecía, cabalgar sola vestida
como un joven, de día o de noche, se convertiría en extremo peligroso. El joven Kit
tendría que morir en verdad. Por supuesto, la señorita Kathryn Cranmer todavía
podría andar tranquilamente por el campo. La señorita Kathryn Cranmer resopló
burlonamente. Que la condenaran si renunciaba a su libertad mansamente. Eso dejó
la opción de unirse al Capitán Jack. ¿Tal vez podría retirarse? Los miembros
individuales a menudo se retiraban de las bandas. Mientras la fraternidad supiese
quienes eran sus ex hermanos, a nadie le importaría.

Tendría que inventar una identidad -reflexionó Kit. Debería haber algún lugar en
Cranmer que pudiese llamar casa, una familia con los que los contrabandistas no
tuvieran contacto. Una vieja madre histérica por el salvajismo de su hijo más joven,
el último de los tres que le quedaba...
Sombríamente, Kit asintió. Ella tendría que inventar una razón convincente para
la jubilación anticipada del joven Kit. Lo que le llevó a la última preocupación,
persistente, un fantasma que se cernía en las sombras de su mente. ¿Estaba la Banda
de los Hunstanton ayudando e encubriendo a los espías? Si estaban infiltrando a los
espías, ¿no debería yo tratar de descubrirlo? Si se unía a ellos durante unas corridas
de contrabando y no encontraba nada, muy bien. Pero si hacían los arreglos para
traficar ‘cargamento humano’, podría informar a Lord Hendon.

Pfff... ¡Lord Hendon...! ¡Maravilloso! Ella supuso que tendría que conocer al
hombre en algún momento.

Dirigió a Delia al noreste, hacia Scolt Head, una mancha densa en el agua oscura.
El sonido de las olas se hizo más fuerte mientras se acercaba a las playas del este de
Brancaster. Cabalgó hacia el norte desde Cranmer, pasando al abrigo del castillo de
Hendon, un imponente edificio construido de piedra local llamada Carr, en una colina
suficientemente alta para darle amplias vistas en todas las direcciones.

Delia inhaló la brisa del mar. Kit le permitió alargar su paso. ¿No era por seguro
su deber unirse a la pandilla Hunstanton y descubrir su participación, si la había, con
espionaje? Sobre todo ahora que Julián se había unido al ejército.

El suelo por delante desapareció en la oscuridad. En el borde del acantilado, Kit


tiró de las riendas y miró hacia abajo. Era sombrío y oscuro en las arenas. El retumbar
de las olas, el rompimiento de las ondas y la succión burbujeante de la marea
llenaban sus oídos.

Un grito amortiguado la alcanzó, seguido de un segundo. La luna se escapó de


las nubes y Kit entendió. La cuadrilla Huntington estaba corriendo un cargamento en
la playa Brancaster.

Nubes envolventes recapturaron la luna, pero había visto lo suficiente como


para estar segura. La figura del capitán Jack había estado claramente visible en la
cabecera de un barco. Los dos hombres que habían estado con él la otra noche
estaban allí, también.
Kit hizo retroceder a Delia desde el borde del acantilado hacia la protección de
un grupo de árboles pequeños. La banda estaba casi terminando de descargar la
embarcación; pronto, estarían dirigiéndose... ¿a dónde? En un instante, la mente de
Kit se aclaró.

Volvió a Delia, para buscar un sitio más ventajoso, uno desde el cual pudiera ver
sin ser vista. Después se refugió en los restos de una antigua capilla ubicada en una
pequeña colina cubierta de césped.

Una vez oculta de forma segura, se instaló a esperar, forzando y fijando los ojos
en el borde del acantilado. Unos minutos más tarde, los pudo observar, en fila india,
pasando directamente por debajo de su pequeña colina. Ella esperó a que el Capitán
Jack y sus dos cohortes, que cerraban la marcha, pasaran el punto donde ella
esperaba, luego contó hasta veinte lentamente antes de tomar el estrecho camino
que ellos seguían.

Los siguió haciendo un amplio arco alrededor de la pequeña ciudad de


Brancaster. En los campos al oeste del pueblo, la cabalgata tomó el camino a un
antiguo granero. Kit observaba desde la distancia, demasiado cautelosa para
acercarse. Pronto, los hombres empezaron a salir, unos a pie, otros a caballo, o
llevando ponis de las riendas.

Por último, tres jinetes se alejaron de la granja. La luna salió; Kit captó el brillo
del cabello del Capitán Jack. El trío se dividió, uno en dirección este, el Capitán Jack y
el tercer hombre fueron al oeste. Kit los siguió.

Mantuvo a Delia a distancia, el retumbar de los cascos de los caballos de sus


presas hizo fácil seguirles. Por suerte, ellos no cabalgaban rápido, de otra forma ella
habría encontrado dificultad para seguirles el rastro sin delatarse a sí misma.

Cabalgaron por la senda por no más de una milla antes de girar hacia el sur a lo
largo de una pista estrecha. Kit se detuvo cuando ellos giraron. El sonido pesado de
cascos al paso la tranquilizó. Ella volvió al camino, cuidando de mantener a Delia
rezagada.
***

Jack y Mathew encaminaron sus monturas hasta la curva empinada que llevaba
a la pista sobre el borde de la pradera. En el punto más alto, justo antes que la pista
se curvara hacia los árboles al final del primer campo de Hendon, Jack miró hacia
abajo por la vía que habían seguido, por precaución. Era un hábito que había
establecido desde hacía mucho tiempo para asegurarse de que ninguno de los de la
banda Hunstanton los siguiera a su guarida.

El camino era un charco de sombras sin interés, Jack estaba girándose cuando un
ligero movimiento, capturado por el rabillo del ojo, puso todas sus facultades en
alerta. Se quedó inmóvil, aguzando la mirada para ajustarla a la obscuridad en la
pista de abajo. Una sombra más oscura que el resto se desprendió de la cubierta de
los árboles y se deslizó a lo largo del borde del camino. Mathew, advertido por el
repentino silencio, había refrenado su caballo también, y se quedó mirando hacia
abajo.

Se inclinó para susurrarle al oído a Jack.

—¿Es el joven Kit?

Jack asintió. Una lenta sonrisa diabólica torció sus largos labios.

—Ve a la casa —susurró—. Yo voy a invitar a nuestro joven amigo para tomar
una copa.

Mathew asintió, urgiendo a su caballo a seguir en dirección sur a lo largo de la


estrecha vía. Jack llevó a Champion fuera del camino y hacia las sombras más
profundas por un matorral.

El exceso de curiosidad del joven Kit estaba perfectamente a tiempo; ya que él


no tenía en mente pasar otra noche como la última, removiéndose y dando vueltas,
mientras lidiaba con su ridícula obsesión con el mozalbete. ¿Qué mejor manera de
curar sus sentidos de su idiota confusión que invitar al muchacho a tomar un brandy?

Una vez revelado en plena luz lo que era el joven, él podría sacárselo sin duda de
debajo de su piel.

***

Al acercarse a la curva ascendente de la pista, Kit oyó detenerse el golpeteo


constante de unos cascos. Tiró de las riendas, escuchando intensamente, y entonces
se adelantó con cautela.

Cuando vio a donde llevaba la pista, se detuvo y contuvo la respiración. Los


cascos renovaron el galope, alejándose. Con un suspiro de alivio, contó hasta veinte
de nuevo antes de enviar a Delia hasta el sendero. Ella subió la inclinada cresta de la
colina para encontrar la pista, inocente y vacía, que llevaba a través de la pradera.
Por delante, un monte bajo bordeaba el rastro, sombras más oscuras se juntaban
sobre la pista como charcos de tinta gigantes.

Se detuvo, escuchando, pero los cascos continuaron alejándose, los jinetes no


eran visibles a través de los árboles.

Todo estaba bien. Kit puso sus talones a los lados lisos de Delia. La yegua se
ladeó. Kit frunció el ceño e instó a la yegua hacia adelante. Delia se resistió.

La sensación de ser observada envolvió a Kit. Su estómago se tensó; sus ojos se


ensancharon. Miró hacia la izquierda. Los campos abiertos, uno al lado del otro, un
escape claro. Sin pensarlo, dirigió a Delia hacia el seto. Tan ansiosa como ella por
escapar, la yegua saltó el seto y se lanzó directamente al galope.

En los árboles que bordeaban la pista, Jack juró. ¡Qué le condenaran si dejara
que el muchacho se le escapara otra vez! Puso sus talones a los lados de Champion;
el rucio partió en su persecución. Champion respondió a la llamada con presteza,
dispuesto a dar la persecución. Jack lo contuvo, satisfecho con mantener el balanceo
del trasero negro del joven Kit a la vista, esperando hasta que el árabe comenzara a
cansarse antes de permitir al semental rucio mostrar su poderío.

***

El ruido de los cascos detrás de ella le dijo a Kit que su observador se había
descubierto. Miró hacia atrás y se confirmaron sus peores temores. ¡Maldito
hombre! Ella no había visto nada que valiera la pena, y él debería saber que no podía
atraparla.

Para el momento en que tuvo a la vista el final de los campos, Kit había revisado
su opinión de juicio ecuestre del capitán Jack. El veloz potro gris que tenía debajo de
él parecía incansable y su yegua Delia, que ya había estado cabalgando hacía rato esa
noche, se estaba agotando. En su desesperación, Kit giró la cabeza de Delia hacia la
playa. Esperaba que al cabalgar por la arena disminuiría la velocidad del gris, más
pesado que la yegua.

Ella no había contado con el descenso. Delia, cercana al borde del acantilado,
tomó la escarpada senda con una cabriola nerviosa. El caballo rucio, montado de
manera agresiva, llegó a lo alto en un salto, y medio deslizándose por el suelo
blando, aterrizó en el plano con una ráfaga de arena, unos pocos segundos detrás de
ella. Kit apretó sus talones a los flancos de Delia; la yegua se lanzó hacia delante, casi
en pánico por la cercanía del semental.

Para consternación de Kit, la marea estaba entrando y subiendo, dejando sólo


una estrecha franja de arena seca bordeando la base de los acantilados. No podía
arriesgarse a acercarse demasiado a las rocas y cantos rodados esparcidos al pie del
acantilado. No había ningún otro sitio para galopar, solo en la arena dura, que dejaba
humedecida y compactada las olas al retirarse.
En un terreno tan sólido, el rucio fue ganando distancia. Agachada sobre el
cuello de Delia, con su melena negra batiéndole sobre las mejillas, Kit oraba por un
milagro. Pero el sonido de los cascos pesados del caballo gris se oía inexorablemente
más cerca. Ella comenzó a considerar sus excusas. ¿Qué razón podía dar para haberlo
seguido que explicara su audacia?

No hubo respuesta viable a las preguntas. Kit deseó haber tenido el valor de
mantenerse firme en lugar en lugar de huir al enfrentarse a su némesis. Miró hacia
delante, considerando la posibilidad de tirar de las riendas y capitular, cuando,
¡maravilla de maravillas! una lengua de tierra apareció en el horizonte.

Una lengua del acantilado, que dividía la arena, corría a lo largo de las olas, con
sus lados desmoronándose hacia el mar. Si pudiera ganar las dunas de rugoso césped
tendría una oportunidad.

Incluso cansada como estaba, Delia escalaba, mucho más rápido que el pesado
caballo gris. Como para iluminar su camino, la luna surgió libre de sus velos de nubes
iluminando el paraje.

Desde la poca distancia que los separaba, Jack vio el banco de arena. Era el
momento de terminar la persecución. El muchacho montaba mejor que cualquier
soldado que hubiese visto nunca. Una vez en las dunas, sería imposible de alcanzar.
Jack aflojó las riendas. Champion, sintiendo cerca la victoria, apretó el paso,
obedeciendo la orden que le condujo al frente de la yegua negra, cortándole
cualquier cambio repentino de rumbo.

Kit estaba sin aliento. El viento se arrastraba a sus pulmones. Las dunas y su
seguridad estaban a solo unos latidos de corazón más lejos cuando, advertida por un
sexto sentido, miró a su izquierda. Y vio una enorme cabeza gris casi al nivel de su
rodilla.

Sólo tuvo tiempo para jadear antes de que doscientas libras de viril y bien
desarrollado músculo le hicieran caer de la silla.
En el instante en que conectó con el joven Kit, Jack se dio cuenta de su error.
Intentó girar en el aire para amortiguar su caída, pero fue sólo parcialmente exitoso.
Tanto él como su cautivo aterrizaron de espaldas sobre la arena húmeda.

Él quedó sin aliento pero se recuperó de inmediato, se incorporó y balanceó


para inclinarse sobre su presa, atrapando automáticamente con una de sus piernas
las de ella para evitar sus forcejeos.

Sólo que ella no se resistió. Jack frunció el ceño y esperó a que los ojos, apenas
visibles bajo el ala del sombrero de tres picos, se abrieran. Pero permanecieron
cerrados. El cuerpo tendido a su lado y medio debajo de él estaba inexplicable
quieto.

Maldiciendo, Jack tiró del viejo tricornio. Necesitó dos tirones para liberarlo. La
riqueza de los rizos brillantes que enmarcaban la ancha frente lisa, envió a su
imaginación, ya sensibilizada por la cercanía de ella, una sobrecarga. Poco a poco,
casi como si fuera a disolverse bajo su toque, Jack levantó un dedo hacia la piel lisa
que cubría un alto pómulo, trazando la curva ascendente.

La textura satinada envió un estremecimiento desde la punta de su dedo hasta


regiones más distantes. Cuando ella no dio muestras de recuperar la conciencia,
deslizó sus dedos en la masa de pelo sedoso, haciendo caso omiso de las florecientes
sensaciones lo atravesaban, para sentir la parte posterior de su cráneo. Un bulto del
tamaño de un huevo de pato estaba creciendo detrás de sus rizos. En la arena debajo
de su cabeza, se encontraba la roca responsable, por suerte enterrada
suficientemente profunda como para que le hubiera causado ningún daño
irreparable.

Retirando las manos, Jack se echó hacia atrás para mirar a su cautivo. El joven Kit
estaba inconsciente.

Haciendo una mueca de extrañeza, reparó en la pesada bufanda que cubría su nariz y
barbilla, ocultando la mayor parte de su cara. La conversión del joven Kit en mujer
fue suficiente como para hacer estragos con sus planes, pero era mejor que
pospusiera el examen de estos asuntos hasta más tarde. En este momento, dudaba
de que pudiera plantearse un pensamiento coherente, mucho menos tomar una
decisión sabia. Lo que era una simple prueba del gran problema que ella estaba
destinada a ser.

Él debería retirarle la bufanda del rostro; ella se recuperaría más rápido al


respirar sin restricciones. Sin embargo, se sentía reacio a desnudar más de su cara o
cualquier otra parte de ella dado el caso. Lo que ya había visto - la extensión perfecta
de la frente, las cejas graciosamente arqueadas sobre grandes ojos dispuestos en una
ligera inclinación, todo delicadamente enmarcado por un marrón difuminado, los
rizos desordenados, brillantes incluso a la luz de la luna - todo demostraba la certeza
de que el resto del joven Kit probaría ser igualmente fatal para su ecuanimidad.

Jack maldijo entre dientes. ¿Por qué demonios tuvo él que tomar un caso de los
difíciles justo ahora? ¡Y con una compañera contrabandista, nada menos!

Metafóricamente, y en todas las otras maneras que él sabía, se preparó para la


batalla, y tiró de la bufanda. Ella se la había puesto bien apretada, y fue unos
momentos y unas cuantas maldiciones después cuando él pudo retirarle los pliegues
de lana de la cara.

La razón por la que ella llevaba una bufanda fue inmediatamente evidente. Con
gravedad, Jack examinó los rasgos esculpidos, representados en una perfecta y
cremosa piel, la pequeña nariz recta, la coqueta y puntiaguda barbilla y los sensuales
labios llenos, pálidos ahora, pero sólo rogando ser besados para adquirir un rubor
rosa. La cara del joven Kit era una absoluta afirmación de todo lo que era femenino.

Intrigado, Jack dejó que su mirada resbalara sobre la figura inerte tumbada a su
lado. El relleno en uno de los hombros de su abrigo le presionó el brazo, lo que
explicaba ese punto. Se quedó mirándole el pecho, subiendo y bajando lentamente.
La plenitud de la camisa hizo difícil de juzgar, pero la experiencia sugería que era
poco probable que su anatomía fuera tan plana.
Jack decidió que no estaba para investigar cómo se lograba esa hazaña de
suprimir la naturaleza y dio lugar a una experta inspección de sus piernas, aún
entrelazada con las de él. Eran, en su experta opinión, muy notable, inusualmente
larga y delgada pero firme y con músculos tonificados. Los labios de Jack se curvaron
con admiración. Era evidente que montaba mucho. ¿Cómo sería cuando se
invirtieran los papeles? Permitió a su imaginación, que ya galopaba, correr sin freno
por tres minutos completos, antes de llamar a regañadientes su mente al orden.

Con un suspiro, contempló una vez más el rostro pálido del joven Kit. Los
cráneos femeninos eran más débiles que los masculinos. Ella podría necesitar un par
de horas para volver en sí. Jack miró hacia las arenas donde Champion se había
puesto al abrigo de las dunas, con las riendas colgando. Junto a él estaba la yegua
negra, incierta y voluble.

Librando sus piernas de las de Kit, Jack se puso de pie, sacudiéndose la arena de
su ropa. Silbó, y el alazán se encaminó de nuevo hacia él. La yegua vaciló, y luego lo
siguió.

Jack capturó las riendas de Champion, murmuró naderías para calmar a la gran
bestia mientras veía a la yegua.

El árabe se acercó lentamente, luego se desvió para llegar al otro lado de Kit. La
cabeza negra se inclinó. La yegua resopló suavemente en los rizos brillantes. Kit no se
movió.

—Qué preciosa creatura eres —Jack susurró, acercándosele.

La cabeza negra se le acercó; un gran ojo lo miró directamente. Lentamente,


Jack cogió la brida de la yegua.

Para su alivio, aceptó su toque. Alargó las riendas, luego colocó los extremos a
través de un anillo en su propia silla. Entonces dio un paso atrás para ver cómo
Champion tomaba la situación. El gran semental normalmente no toleraba a otros
caballos demasiado cerca, sin embargo, un solo minuto sirvió para convencer a Jack
de que no tenía de que preocuparse por el árabe. Champion poseía claramente
modales equinos cuando elegía emplearlos, y estaba haciendo todo lo posible por
dar una buena impresión a la yegua.

Sonriendo, Jack se volvió para ocuparse de la fémina que tenía a su cargo. Se


inclinó y levantó a Kit de la arena, la sentó en la silla de él y la sostuvo contra el pomo
mientras él montaba detrás de ella. Cargándola una vez más en sus brazos, se instaló
en la silla de montar, equilibrando a Kit sobre sus muslos, con la cabeza de ella
apoyada contra su pecho. Jack volvió a Champion hacia las dunas, tocó con los
talones a los flancos del rucio, y puso rumbo al chalet.
Capítulo 9

Para el momento en que llegó al chalet, la mandíbula de Jack estaba apretada


por el esfuerzo de ignorar el cuerpo completamente femenino en sus brazos. Con
cada paso de la marcha de Champion, se presionaba el cálido abultamiento de los
disimulados senos de Kit contra el pecho de Jack, alternándolo con el problema aún
más enervante del roce del firme trasero de ella contra su muslo.

El viaje fue una tortura, un hecho que estaba seguro haría deleitar a Kit,
quienquiera que fuese ella, si alguna vez fuese él lo suficientemente tonto como para
decírselo. Sospechaba que ella despertaría con un dolor de cabeza. En la playa, había
sentido un toque de culpabilidad por eso. Ahora, él lo consideró como no más que el
pago de ella, ya que estaba seguro que a él se le estaría partiendo la cabeza hasta el
amanecer. No tenía posibilidad de dormir, tampoco. Los cascos de Champion se
clavaron en la tierra apisonada frente al chalet. La puerta se abrió y salió Mathew.

—¿Qué pasó?

Jack tiró de las riendas a algunos pasos de la puerta.

—El muchacho no tomó amablemente mi invitación. De hecho, ni siquiera


esperó para escucharla. Tuve que ejercer mi poder de persuasión.

—Así veo. —Mathew avanzó, con la intención de tomar, claramente, la carga de


Jack.

Jack llevó su pierna sobre el pomo y se deslizó al suelo, con la forma inanimada
de Kit apretada contra su pecho. Pasó junto a Mathew y se dirigió a la puerta.
—Lleva a Champion y la yegua al establo. Dudo que ella te de muchos problemas
—Jack se detuvo en la puerta y miró hacia atrás—. Después puedes irte también a
casa. Él estará inconsciente por algún rato —Sonrió—. Creo que el joven Kit
probablemente se sienta más cómodo si piensa que nadie, más que yo, le ha visto in
extremis.

Sabiendo cómo eran las cosas con los muchachos y los jóvenes soldados,
Mathew asintió.

—Aye. Usted estará bien, sin duda. Me iré entonces.

Diciendo esto, cogió las riendas de Champion y se dirigió hacia el pequeño


establo al lado del chalet.

Jack entró en la casa y cerró la puerta con una patada, luego se apoyó en los
bastos paneles para maniobrar en el pestillo con el codo. Luego se enderezó y miró
su carga.

Gracias a Dios que le había puesto el sombrero a Kit de nuevo. El ala ancha había
sombreando su cara lo suficiente para que Mathew no sospechara. Exactamente por
qué él estaba manteniendo oculto su pequeño secreto a su incuestionablemente leal
hombre de confianza, no le resultaba muy claro. Tal vez debido a que aún no había
tenido tiempo para considerar lo que significaba exactamente el secreto de Kit y de
qué forma iba a tratar con este, y, por su larga experiencia, sabía que Mathew, sin
vacilar se aprovecharía de la licencia que se concedida a los que servían por muchos
años, de desaprobar, ruidosamente, cuando su señor eligiese cualquier curso que no
fuese el estrictamente correcto.

Pero antes de que pudiera pensar en nada, tenía que deshacerse de la


distracción de cuerpo que llevaba en sus brazos. Jack se acercó a la cama y dejó caer
sobre la colcha a Kit como si fuera un trozo de hierro caliente. A decir verdad, ella le
había prendido fuego, y no veía ninguna perspectiva de sofocar las llamas. Él nunca
había recurrido a hacer el amor con mujeres inconscientes.
Se quedó mirando la esbelta y todavía silenciosa forma. La bufanda se había
aflojado y descansaba sobre su garganta. Su sombrero había caído, dejando al
descubierto sus rizos y la delatora cara a la luz de la lámpara.

De repente, Jack dio un paso atrás.

Ahora que ella no estaba en sus brazos, él podía pensar con claridad. Y no tuvo
que pensar mucho para concluir que hacer el amor con Kit en cualquier momento
tendría mucha probabilidad de resultar peligroso, si no específicamente para sí
mismo, entonces, ciertamente, para su misión.

Él ya había dejado de considerarla una joven: habiéndola cargado durante media


hora, sabía que no era tan joven.

Desde luego, no demasiado joven. Con un gruñido de frustración, Jack se dio la


vuelta y se dirigió al aparador. Se sirvió una generosa copa de brandy, irónicamente
preguntándose si realmente Kit tomaba ese licor ¿Qué habría hecho si le hubiera
invitado antes a compartir una botella?

Jack sonrió; la sonrisa se desvaneció cuando miró hacia la cama. ¿Qué diablos
iba a hacer con ella?

Rondaba por la habitación, lanzando de forma intermitente miradas a la figura


sobre la cama. El brandy no ayudó. Apuró el vaso y lo dejó a un lado. Kit no se había
movido. Con un largo suspiro, Jack se acercó a la cama y se puso al lado de ella,
mirándola fijamente.

Ella estaba demasiado pálida. Tentativamente, le tocó la mejilla. Estaba


tranquilizadoramente caliente. Inclinándose sobre ella, le quitó los guantes de cuero
y frotó las manos pequeñas, de huesos finos y delicados. No ayudó. Jack hizo una
mueca. Su respiración era poco profunda, por el pecho comprimido por las apretadas
bandas que llevaba para ocultar sus pechos. Las había sentido cuando él la había
cargado.
Sus brazos se sentían como plomo; sus pies no se movían. A su cuerpo
definitivamente no le gustaba lo que su cerebro le estaba diciendo. Pero no había
nada que hacer. Cuanto antes lo hiciera mejor. Jack obligó a sus miembros a
funcionar.

Él volteó a Kit sobre la cama, asegurándose de no sofocarla con los suaves


pliegues de la colcha. Le quitó el abrigo, luego tiró de los faldones de la camisa
liberándolos de los pantalones, tratando de ignorar la suave curva nada masculina de
sus nalgas. Empujando la parte posterior de la camisa hasta los hombros, encontró el
nudo plano con los ella que había asegurado astutamente las bandas de lino bajo un
brazo.

El nudo estaba verdaderamente apretado. Jack juró mientras tiraba, rozando


con los dedos la piel que se sentía como seda fresca y que le quemaba como una
brasa. Para el momento en que él pudo desatar el nudo finalmente, ya había agotado
su repertorio de maldiciones, algo que hasta entonces había creído imposible. Se
sentó en el borde de la cama, buscando fuerzas para el siguiente movimiento,
deseando en su mente no ver la belleza que se reveló a sus sentidos: la delgada
espalda, el marfil sedoso de los omóplatos. Con lenta deliberación, aflojó las bandas
y las removió hasta que cedieron. Rápidamente, haló la camisa de nuevo hacia abajo,
absteniéndose sabiamente de remeterla en los pantalones, se levantó y volvió a Kit
sobre su espalda una vez más.

Casi inmediatamente, la respiración de ella se hizo más profunda.

Pasado un minuto, su color había mejorado, pero aun así ella no se había
movido. Resignado a más espera, Jack se desvió hacia la mesa y sacó una silla.
Inclinándose hacia atrás, miraba pensativamente a su visitante inconsciente. Cogió la
botella de brandy.

La conciencia volvía en la mente de Kit a cuentagotas, un destello de memoria,


un cosquilleo en la punta de sus dedos. Luego parpadeó y se despertó. Confundida.
Mantuvo los ojos cerrados tratando de pensar. La memoria de la persecución
salvaje en la playa, y el capitán Jack enviándola al suelo, debió haber sido su cuerpo
lo que le había golpeado, había cristalizado en su cerebro. Eso era todo lo que podía
recordar. Con cautela, dejó que sus sentidos percibieran lo que la rodeaba,
poniéndose rígida de aprensión por la información recogida. Estaba tendida en una
cama.

Por debajo de sus pestañas, Kit estudió lo que podía ver de la habitación:
paredes rústicas y un viejo armario de roble. Pero eso no le sirvió más allá de
confirmarle el hecho de que ella estaba en la habitación de alguien, en la cama de
alguien.

Pero podrías adivinar quién era ese alguien, ¿no es así? Y ahora estás en su
cama. No seas tonta Kit, disertó su personalidad más salvaje. Todavía estoy vestida,
¿verdad? En su pensamiento, registró que sus vendajes se habían aflojado. Kit se
incorporó con un jadeo.

El vendaje se deslizó de inmediato, liberando sus senos. Su cabeza le dio vueltas.


Con un débil —¡Oh! —Kit cayó hacia atrás sobre sus codos, cerrando los ojos contra
el dolor en la parte posterior de la cabeza. Cuando los abrió, vio que el Capitán Jack
le estaba mirando desde el otro lado de la habitación.

Él estaba descansando en una silla al otro lado de la mesa, con una mirada grave
en su hermoso rostro. Ni por su propia vida Jack podría apartar la mirada de la
prueba de la condición de mujer de Kit, que empujaba provocadora contra la tela de
algodón de su camisa. Su parte frontal se tensó por la posición de descanso,
revelando a través los ricos abultamientos y los capullos apretados de sus pezones.
Al ver que ella sólo permanecía allí recostada mirándolo Jack sintió como su
temperamento se revolvía.

¡Por Todos los diablos! ¿Se lo estaba haciendo a propósito?

Kit levantó una mano a la cabeza, ahogando un gemido.

—¿Qué pasó?
La camisa se movió, Jack pudo respirar de nuevo.

—Te golpeaste la cabeza en una roca enterrada en la arena.

Kit se incorporó y con cautela tocó su cráneo. Había olvidado lo aterciopelada y


profunda que era la voz de él. Sus dedos encontraron un bulto considerable en la
parte posterior de su cabeza. Ella hizo una mueca y lanzó una mirada con el ceño
fruncido a su némesis.

—Podría haberme matado con ese truco tonto.

La acusación hizo que Jack se pusiera de pié abruptamente, tanto que las patas
de la silla se estrellaron contra el suelo.

—¿Truco tonto? —Repitió con incredulidad— ¿Cómo demonios llamas entonces


a una mujer que se hace pasar por un muchacho liderando una banda de
contrabandistas? ¿Sensible?

Una ira real se levantó en él al pensar en los riesgos que ella había cortejado.

—¿Qué diablos cree que habría ocurrido cuando cometieras tu primer error?
¿Sabes nadar bien con piedras atadas a tus pies?

—No grite —dijo Kit haciendo una mueca.

Ella dejó caer su cabeza entre sus manos. No se sentía del todo bien. El hacer
frente al Capitán Jack en cualquier otro momento habría demostrado ser
problemático, pero en este momento, en el que se sentía tan mareada, se perfilaba
como un desastroso encuentro.

Y él ya estaba molesto, aunque la razón que tenía para estar molesto no la podía
imaginar. Ella era la que tenía el bulto en la cabeza.

—¿Dónde estamos?
—En donde no podamos ser interrumpidos. Quiero algunas respuestas a una o
dos preguntas comprensibles en las circunstancias, ¿no te parece? Podemos
empezar con lo obvio, ¿cuál es tu nombre?

—Kit —Kit sonrió por dentro de sus manos. Que hiciera lo que le gustara con
ello.

—¿Catalina, Christine, o qué?

Kit frunció el ceño.

—No hace falta saberlo.

—Cierto. ¿Dónde vives?

Kit se reservó su respuesta a esa pregunta. Le dolía la cabeza. Un rápido


reconocimiento le dio la información de que estaban en un pequeño chalet de pesca,
solos. El hecho de que la puerta daba directamente al exterior era tranquilizador.

Con el ceño fruncido, Jack se quedó mirando los rizos brillantes que coronaban la
cabeza inclinada de kit. A la luz de la lámpara, brillaban con un rico cobrizo. A la luz
del sol él sospechaba que serían más rojos y más brillantes aún. El color le trajo algo
a la memoria, un reconocimiento esquivo que se negó a materializarse.

Cuando ella levantó las rodillas, para mantener sus manos, que a su vez estaban
apoyando su cabeza, Jack hizo una mueca. Se suponía que debía darle un poco de
brandy, pero en realidad no quería acercarse más.

La mesa era una barricada de protección y se resistía a abandonar su refugio. Al


menos él llevaba su atavío de pobre hacendado típico del país; los pantalones le
quedaban flojos por lo que le dieron algún tipo de protección. En sus ropas militares,
o, Dios no lo quiera, en su vestimenta de ciudad, ella hubiera sabido de inmediato lo
mucho que le estaba afectando. Ya era bastante malo que él lo supiera.

Ella tenía todavía inclinada la cabeza. Con un suspiro de exasperación, Jack cogió
la botella. Se levantó y fue a buscar un vaso limpio, lo lleno hasta la mitad con el
mejor brandy francés que se podía encontrar en Inglaterra. Copa en mano, se acercó
a la cama.

Ella levantó la mirada al oír el roce de la silla sobre las tablas. Entonces, levantó
la cabeza, miró primero el vaso, y luego a la cara de él.

De repente el recuerdo regresó. Jack se detuvo y parpadeó. Luego miró de


nuevo y confirmó la sospecha.

—Kit —repitió— ¿Kit de Cranmer? —Se permitió subir una ceja en burlona
interrogación.

Sus ojos, amatista líquido, mirándolo fijamente, eran toda la respuesta que
necesitaba. Kit tragó, apenas consciente de sus palabras. Cielos, ¡era peor de lo que
pensaba! Él era perfectamente hermoso, abrumadoramente, magníficamente
hermoso, con ese tipo de cabello salvaje, como revuelto por el viento, marrón
veteado de oro. Su frente era amplia, la nariz patricia y autocrática, la barbilla
decididamente cuadrada. Pero fueron sus ojos los que la paralizaron, profundos, bajo
unas cejas inclinadas, con destellos gris plateado a la luz de la lámpara. Y sus labios
largos y más bien delgados, firmes y móviles. ¿Cómo se sentirían...?

Kit contuvo sus pensamientos. Reseca, alcanzó la copa que él le ofrecía. Sus
dedos se rozaron. Ignorando la emoción peculiar que la recorrió y suprimiendo el
pánico que esta le causaba, Kit tomó un sorbo de brandy, muy consciente del
hombre a su lado. Se había detenido a un lado de la cama, irguiéndose sobre ella.
Encantada por su rostro, ella no había podido dar más que un vistazo al resto de él.
¿Cuánto mediría? Se echó hacia atrás sobre sus codos para poder verlo mejor.

Su camisa se tensó.

Al lado de la cama, Jack se puso rígido. Kit levantó la vista a su cara. Vio su
mandíbula apretarse y que los planos de su rostro se endurecían. Entonces se dio
cuenta que él no la estaba mirando a la cara. Siguió la dirección de su mirada y notó
que era lo que le mantenía casi paralizado. Suavemente, se sentó, tomando otro
sorbo de brandy, diciéndose que era igual que en Londres cuando los viejos verdes le
miraban chequeándola. No había necesidad de ruborizarse o actuar como una
colegiala remilgada. Otro sorbo de brandy la estabilizó.

Ella no había respondido a su pregunta. Tal vez sería prudente hacerlo. Tratar de
ocultar su paternidad era inútil; el linaje Cranmer se conocía a lo largo y ancho de
Norfolk.

—Ahora que usted sabe quién soy, ¿quién es usted? —dijo ella.

Jack sacudió la cabeza para aclarar sus sentidos ofuscados. ¡Cristo! Había pasado
demasiado tiempo. Su misión estaba en grave peligro. Con una vaga idea de ponerse
a seguro, se dirigió al lugar donde estaba una silla contra la pared y, la volteó para
sentarse a horcajadas, apoyando los brazos en su parte posterior, enfrente a ella.
Hizo caso omiso de la pregunta; al menos no lo había reconocido.

—Dudo que seas hija de Spencer.

La observó de cerca, pero no pudo detectar ninguna reacción. No era hija del
actual Lord Cranmer.

—Él tenía tres hijos, pero si no me falla la memoria, el mayor de los dos no tiene
la coloración típica de la familia. Sólo el más joven la tenía. Christopher Cranmer, el
más salvaje de todos —La memoria de Jack se sacudió de nuevo. Sus labios se
torcieron irónicamente—. También conocido como Kit de Cranmer, por lo que
recuerdo —Una elevación de las comisuras de los labios de Kit sugirió que había
dado en el blanco—. Así que eres la hija de Christopher Cranmer.

Kit permitió que sus cejas se levantasen. Luego se encogió de hombros y asintió.
¿Quién era él, que tenía este tipo de recuerdos detallados de su familia? Por lo
mínimo él tenía que ser del área, sin embargo, ella nunca lo había visto antes de
ayer.

Con disimulo, ella miró los anchos hombros y amplios bíceps, que se abultaron
cuando se inclinó hacia adelante en sus antebrazos. No había relleno en la rústica
camisa: esos abultamientos eran todos perfectamente reales. Unos muslos
poderosos le estiraban los pantalones lisos. Sentado como estaba, no podía ver
mucho más allá de eso, pero cualquier persona que montaba como él tenía que ser
fuerte. La luz de la lámpara no iluminaba su rostro, pero ella le suponía unos treinta
años. No había ninguna posibilidad de que ella hubiera olvidado tal espécimen.

—¿Quién era tu madre?

La pregunta, pronunciada en un tono amable pero imponente, sacudió la mente


de Kit de regreso de donde se había alejado. Durante un minuto, se quedó sin
comprender. A continuación, la implicación de la pregunta de Jack le golpeó. Sus ojos
se encendieron; ella tomó aire para decirle lo que pensaba de su comentario. En el
último momento, su yo más salvaje salió de su aturdimiento y confusión para sujetar
su temperamento. Espera un minuto... para, cesa, desiste, aguántate, ¡so tonta!
Necesitas una identidad, ¿recuerdas? Él acaba de proporcionarte una. Entonces,
¿qué si él piensa que eres ilegítima? Mejor eso que la verdad, que no creería de
todos modos.

Los ojos de Kit se volvieron vidriosos. Ella se sonrojó, bajó la mirada.

Las expresiones extrañas que pasaron por la cara de Kit en rápida sucesión
dejaron desconcertado a Jack. Al notar su rubor comprendió inmediatamente,

—Lo siento —dijo—. Fue una pregunta innecesariamente indiscreta.

Kit alzó la vista, sorprendida. ¿Él se estaba disculpando?

—¿Dónde vives? —Jack recordaba su yegua. El terco orgullo del actual Lord
Cranmer era tan conocido como el particular colorido de su familia. Jack arriesgó una
conjetura— ¿Con tu abuelo?

Lentamente, Kit asintió. Su mente corría. Si ella era la hija ilegítima de su padre,
eso sería lo más probable. Su padre había sido el favorito de Spencer. Su abuelo,
naturalmente asumiría la responsabilidad por cualquier bastardo que su hijo hubiese
engendrado. Pero tenía que pisar con cautela.
El Capitán Jack sabía demasiado sobre las familias de la localidad para que se le
permitiera inventar libremente. Por suerte, era obvio que no sabía que la nieta
legítima de Spencer había regresado de Londres.

—Vivo en la Mansión —Una de las máximas de su primo Geoffrey sobre la


mentira se reprodujo en su cabeza. Apégate a la verdad tanto como sea posible—.
Crecí allí, pero cuando murió mi abuela me enviaron lejos.

Si Jack era un local, se preguntaría por qué nunca la había visto antes.

—¿Lejos? —Jack la miró interesado.

Kit tomó otro sorbo de brandy, agradecida por el calor que desplegaba en su
vientre. Parecía que le estaba aliviando el dolor en su cabeza.

—Me enviaron a Londres para vivir con el clérigo de Holme cuando se trasladó a
Chiswick —Kit rescató de la memoria la imagen del joven clérigo, y comprobó que
encajaba perfectamente—. No me gustó mucho la capital. Cuando el clérigo fue
promovido, regresé.

Kit oró porque Jack no conociera personalmente al clérigo de Holme; no tenía ni


idea de si había sido promovido o no. Tampoco Jack. El relato de Kit tenía sentido,
incluso justificaba su discurso culto y gestos sofisticados. Si hubiera sido criada en
Cranmer bajo el cuidado de su abuela, y a continuación pasado un tiempo en
Londres, incluso con un clérigo aburrido, se mostraría tan confiada y cómoda con él
como lo estaba demostrando. No era ella una simple muchacha de campo. Su
historia era creíble. Ella mostró en su actitud que lo sabía.

—Así que vives en la Mansión y ¿Spencer te reconoce abiertamente? —Los ojos


de Jack se estrecharon.

Esa, mi buen caballero, sí que era una pregunta tramposa. Kit movió la mano
como quitándole importancia.
—Oh, siempre he llevado una vida tranquila. Fui entrenada para cuidar de la
casa, así que eso es lo que hago. —Sonrió a su inquisidor, sabiendo que había pasado
la prueba.

Ni siquiera Spencer levantaría una nieta bastarda a la par que una legítima.

Con gravedad, Jack reparó en la sonrisa. Ciertamente era rápida, pero él podría
prescindir de sus sonrisas. Le Infundían a su rostro ese resplandor que los pintores
pasaban sus vidas tratando de capturar. La que había sido su madre, debió haber
sido extraordinariamente hermosa para dar lugar a una hija que podría rivalizar con
Afrodita.

—Así que de día, ama de casa de Spencer; por la noche, el joven Kit, líder de una
banda de contrabandistas. ¿Cuánto tiempo has estado en el negocio del
contrabando?

—Sólo unas pocas semanas.

Kit deseaba que dejara de fruncirle el ceño. Había sonreído una vez en las
canteras. A ella no le importaría presenciar el fenómeno a la luz más fuerte de la
lámpara, pero Jack no parecía en absoluto dispuesto a complacerla. Ella le sonrió. Él
frunció el ceño de nuevo.

—¿Cómo diablos has sobrevivido? Te cubres la cara, pones relleno en tu


chaqueta, pero ¿qué ocurriría si uno de los hombres te toca?

—Ellos no lo han hecho, y no tienen que hacerlo —Kit esperaba no ruborizarse—


. Ellos sólo piensan que soy un mozalbete bien nacido, que no tiene la misma
constitución de ellos.

Jack resopló, sin apartar la mirada de su cara. Entonces sus ojos se estrecharon.

—¿Dónde aprendiste a fanfarronear y todo el resto? No es tan fácil pasar por un


macho. No has actuado en teatro, ¿o sí?
Kit le miró a los ojos y escogió sus palabras con cuidado. Difícilmente podía
presumir de sus primos, y mucho menos de la influencia de ellos.

—He tenido la oportunidad de estudiar en abundancia los hombres y cómo se


mueven —Ella sonrió con condescendencia—. Estoy más que familiarizada con el
macho de la especie.

Se levantaron las cejas de Jack.

—¿Por cuánto tiempo pretendías jugar al contrabandista? —le preguntó


después de un momento.

—¿Quién sabe? Y ahora que me ha descubierto, nunca lo vamos a saber,


¿verdad? —dijo Kit encogiéndose de hombros.

Su sonrisa se volvió frágil. La corta carrera del joven Kit había llegado a su fin, ya
no disfrutaría del entusiasmo y la emoción.

—¿Planeas retirarte? —Las cejas de Jack se elevaron aún más.

Kit se le quedó mirando.

—¿No va usted...? —Ella parpadeó— ¿Quiere decir que no me delatará?

El ceño fruncido de Jack regresó.

—No, no lo haré, no puedo.

Nunca había pensado que él fuese conservador, Jonathon era su lado


conservador y en este momento él era definitivamente Jack, pero la idea de Kit
marchando en calzones ante una horda de marinos, exponiéndose a ser descubierta
y a saber Dios qué consecuencias, despertó en él sentimientos de protección pura.
Exteriormente, él frunció el ceño. Internamente, hirvió de ira y maldijo. Había sabido
que tendría problemas. Ahora, él sabía de qué clase.
Ahogó un gemido. Kit lo miraba, la incertidumbre claramente escrita en sus
rasgos finos. Respiró profundamente.

—Hasta que tus hombres sean aceptados de manera segura como parte de la
pandilla Hunstanton, el joven Kit tendrá que seguir como contrabandista.

Kit oyó, pero apenas le escuchó. Ella sabía que no era fea; si hubiera querido,
podría haber tenido los hombres a sus pies todo el tiempo que estuvo en Londres.
Sin embargo, el Capitán Jack, quien quiera que fuese, no estaba respondiendo a ella
de la manera habitual. Seguía frunciendo el ceño. Deliberadamente, ella se recostó
apoyada en sus codos y lo observó con valentía.

—¿Por qué?

La rigidez súbita que inundó su gran cuerpo era irritante para decir lo menos.
Deliciosamente inquietante. Kit se encogió de hombros ligeramente, colocando los
codos con más firmeza, sintiendo cómo se estiraba su camisa sobre sus pezones. Ella
levantó la vista para ver cómo Jack estaba reaccionando a su exposición, lista para
sonreír con condescendencia ante la confusión de él. En cambio, ella se quedó
inmóvil, paralizada por una abrumadora sensación de peligro.

Sus ojos eran como plata, no gris, clara y brillante, como el acero pulido. Y ellos
no estaban mirándole a la cara. Mientras lo miraba, un músculo fluctuó a lo largo de
la mandíbula de él. De repente, Kit entendió. Él no estaba respondiendo porque él no
lo deseaba, no porque ella no lo estuviese afectando. Sólo su control se interponía
entre ella y lo que él haría —o le gustaría hacer. Abruptamente, Kit se puso de lado,
de un costado, pretendiendo que quería tomar un sorbo de brandy.

Sacudido, Jack respiró hondo; con gravedad se preguntó si la pícara tonta sabría
lo cerca que había estado de ser tomada en la cama en que estaba echada tan
provocativamente. Otro segundo, y él habría cedido a la tentación de ponerse de pie,
tirar la silla a un lado, y caer sobre ella como el rufián hambriento de sexo que era.
Por suerte, ella se había echado atrás. Más tarde, él tenía toda la intención de
seguir una relación más íntima con ella, pero por el momento, el negocio era lo
primero. ¿Qué era lo que ella le había preguntado? Él recordó.

—Quiero juntar las dos bandas en una. Si te expongo, tus hombres serán objeto
de burla, y eso no me ayudará en mis objetivos. Si desapareces de repente, tus
hombres pensarán que te he alejado, o ahuyentado por lo menos. Probablemente
decidan no unirse a nosotros, así que todavía quedarían dos bandas operando a lo
largo de esta costa.

Kit frunció el ceño y miró hacia el remolino de líquido de color ámbar en su vaso.
Le estaba sugiriendo que siguiera siendo un chico, sólo él conocería la verdad y ella
misma, por un tiempo indefinido. Ella no estaba segura de poder mantener la
pretensión por un día.

Era aceptable andar por ahí en calzones cuando todo el mundo que la miraba
pensaba que era un hombre; pero sospechaba que sería un asunto muy diferente
cuando un observador, este observador en concreto, sabía la verdad. Además, no
tenía muchas ganas de ir de muchacho con Jack. Con determinación, Kit sacudió la
cabeza.

—Si se lo explico a ellos...

—Van a pensar que te he ahuyentado.

—No si le digo a ellos... —empezó Kit a decir después de sentarse.

—No importará lo que les digas.

La resolución en sus tonos profundos no era alentadora. Pero su plan era el


epítome de la locura.

—Usted mismo dijo que era una tontería hacerlo. ¿Y si ellos, y el resto de su
banda, descubrieran la verdad?

—No lo harán. No mientras yo esté allí para asegurarme de ello.


Su convicción parecía inquebrantable. Que ilógico, pensó Kit, era estar
discutiendo por una solución que ella realmente no deseaba. Sin embargo, cuanto
más consideraba su plan, más peligroso le parecía. Por suerte, ella le tenía en la
mano. Estaba ofreciéndole exactamente el tipo de emoción que apelaba a su lado
interno más salvaje. Entrecerró los ojos y eligió cuidadosamente sus palabras.

—¿Cómo sé que usted no me va a descubrir?

Los ojos de Jack brillaron. Ella se estaba acercando cada vez más al borde. ¿Qué
creía ella que él era: un colegial sobre excitado? Fríamente, deliberadamente, dejó
vagar su mirada, deteniéndose en sus senos no visibles ahora, pero sabía que
estaban allí, antes de dejar que sus ojos resbalaran hacia abajo para examinar
pausadamente sus largas piernas.

Kit se sonrojo. Y atacó en el instante antes de que él lo hiciera.

—¡A eso me refiero! —No había sido su intención inicial, pero probaría su punto.

Jack parpadeo, rojo por la molestia. Frunció el ceño con ferocidad.

¡No lo haré! Qué ganaría yo entregándote? —Sus ojos se estrecharon mientras la


estudiaba—. Te puedo asegurar que voy a comportarme exactamente igual como si
fueras el muchacho que todos piensan que eres —El no consideró prudente decirle
que era lo más probable que los hombres pensarían, si se dieran cuenta de que él
estaba demasiado interesado en el joven Kit—. No puedo, por supuesto, responder
por tus reacciones.

El temperamento de Kit se encendió. De todos los patanes insufribles, vanidosos


que jamás había enfrentado, Jack se llevaba la palma. Era de suponer que él sabía
que era encantador. Sin duda que decenas de mujeres se lo habrían dicho. ¡El
infierno se congelaría antes de oír esas palabras de ella!

—¿Qué reacciones? —dijo Kit levantando la nariz.


Jack soltó una risa. De repente, se puso de pie y arrojó la silla a un lado. Todo
pensamiento de su misión, su sentido de seguridad, huyó ante el desafío que ella
acababa de expresar. ¿No reaccionaba hacia él? Avanzó hacia la cama. Kit sintió que
los ojos iban a salirse de su cabeza. Horrorizada, trató de retroceder en la cama, pero
los codos se le enredaron en las sábanas y en lugar de eso quedó extendida tan larga
como era. Entonces él se irguió frente a ella, su sombra la envolvía. Con las manos
sobre las caderas, él la miró desde el pie de la cama. Le tendió una mano.

—Ven acá.

Estaba loco. Ella no tenía intención de ir a ninguna parte cerca de él. Estaba
sonriendo ahora, diabólicamente. Decidió que prefería su ceño fruncido, era
infinitamente menos amenazante. Ella trató de fruncir el ceño también en respuesta.

La sonrisa de Jack ganó intensidad; sus ojos se hicieron más brillantes. Tenía
toda la intención de poner a la harpía en su lugar de una vez por todas. Ella le estaba
dando más problemas que una tropa de caballería embriagada. En primer lugar ella
jugó a tentarlo, enrollándose en la cama como una gata, tanto que estaba bastante
seguro de que si la hubiera acariciado habría ronroneado. Ahora, debido a que él la
había forzado a algo embarazoso, estaba jugando a la virgen amenazada.

Pero él no iría tan lejos en su locura como para ir a la cama con ella. Cuando ella
continuó frunciendo el ceño y arrojando chispas púrpuras por sus ojos amatista, el
intentó agarrarle la mano. Desafortunadamente, Kit eligió el mismo momento para
sentarse con la intención de darle una buena reprimenda. Ella vio su movimiento; él
vio el suyo. Ambos trataron de compensarse. Los dedos de Jack se cerraron sobre su
mano mientras trataba de enderezarla para evitar un choque de cabezas. Kit se
medió levantó, luego cayó hacia atrás, tirando de la mano en un esfuerzo por
liberarse. El resultado fue el reverso de ambas intenciones. La pierna de Jack golpeó
el extremo de la cama y tropezó, esto lo sacó fuera de balance por la violencia
inesperada del tirón de Kit. Aterrizó en la cama junto a ella.

Kit sofocó un grito y trató de rodar fuera de la cama. Una gran mano agarró su
cadera, haciéndola rodar de regreso. Una maldición que ella no comprendió llegó a
sus oídos. Los recuerdos de las peleas con sus primos despertaron en su cerebro. En
lugar de combatir el tirón, se dio la vuelta con él. Fue una acción puramente de
reflejo lo que protegió las partes varoniles de Jack contra las rodillas elevadas de Kit.
Renunciando a cualquier intento de caballerosidad, él le agarró las dos manos y se
volvió hacia ella, a horcajadas sobre sus caderas, sujetándola por debajo de él.

Para su sorpresa, ella siguió luchando retorciendo sus caderas contra los muslos
de él.

—¡Quédate quieta, tú necia sin sentido, o no voy a responder por las


consecuencias!

Eso la detuvo. Lo miraba con ojos muy abiertos. El frente de su camisa subía y
bajaba rápidamente. Jack no podía ver a través, pero el recuerdo de lo que había
debajo actuó poderosamente en su cerebro. La tentación de dejar libres sus manos
para apoderarse de los dulces montículos se hizo más fuerte por segundos. Sintió en
las palmas de las manos un cosquilleo de anticipación.

Jack se obligó a levantar la mirada. Encontró sus ojos y vio el pánico allí.
¿Pánico? Jack cerró los ojos contra la súplica en las profundidades de color violeta y
respiró profundo. ¿Qué demonios estaba pasando?

Ahora, incluso se parecía a una virgen amenazada. A medida que la cordura se


filtraba lentamente en su cerebro, percibió la rigidez de la esbelta forma que yacía
entre sus muslos.

¿Podría ser virgen? El cerebro mundano de Jack rechazó esa idea de inmediato.
Una mujer con sus antecedentes, de su edad, con sus atributos y que aceptó estar
más que familiarizada con los hombres, no podría ser virgen. Además, ella se había
comportado de una manera que indicaba suficientemente que tenía experiencia. No.
La verdad era que ella, por la razón que sea, no lo deseaba a él. ¿Porque él si la
deseaba? Algunas mujeres eran así. Jack se enorgullecía de su conocimiento del sexo
femenino. Se había pasado quince años y más en un extenso estudio de esas
criaturas fascinantes. Entre tanto combatió en unas cuentas guerras. Si ella
realmente le ha tomado aversión a él, podría utilizar eso en su beneficio en el corto
plazo. Y cuando ya no fuese necesario el joven Kit, podría pensar en pasar
incontables e interesantes horas haciéndole cambiar su opinión respecto a él.

Jack abrió los ojos y estudió la cara de Kit. Ella tenía el ceño fruncido de nuevo. Él
sonrió con malicia. Estaba dolorido por la necesidad, pero ella no estaba
precisamente lista para darle la bienvenida a bordo. Aún no. Él cambió el agarre en
sus manos, por lo que sus pulgares se posaron en las palmas de ella. Lentamente,
deliberadamente, sus pulgares le acariciaron con movimientos circulares. Él notó
como los ojos de ella se agrandaron.

Kit se quedó sin habla. Lo que es peor, estaba cerca de quedarse sin sentido. Ni
sus propias experiencias ni las de Amy le habían preparado para el efecto que Jack
estaba teniendo sobre ella. A pesar de que ni siquiera la había besado, ella no podía
pensar con claridad. Su toque en sus palmas conducía pequeños escalofríos a cada
nervio, haciendo que su mente se enfocara en sus manos, como si quisiera distraerla
del calor que se filtraba insidiosamente a través de cada vena, irradiando desde la
unión de sus muslos.

Además sentía un calor complementario al contacto de él sentado sobre ella a


horcajadas. Vagamente, sintió una urgencia cada vez mayor de levantar las caderas y
presionar calor con calor. Ella resistió, luchando por liberarse de su hechizo.

—Déjame ir Jack. —Sus palabras eran suaves, femeninas, no la demanda decisiva


que pretendía en absoluto.

Jack sonrió desmesuradamente de placer al escuchar su nombre en los labios de


ella.

—Te dejaré ir si prometes hacer lo que te pido.

Kit frunció el ceño. ¿Le estaba amenazando? Hizo un esfuerzo por poner sus
pensamientos en palabras. Especialmente, cuando él la miraba como si quisiera
comérsela. Lentamente.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.

—Sé el joven Kit durante dos meses. Después de eso, organizaremos tu retiro. —
Y tú podrás comenzar tu siguiente asignación, como mi amante.

Jack sonrió ante los bellos ojos de ella. Estaba seguro de que se volverían de un
profundo violeta cuando ella llegara al clímax. Estaba deseoso de realizar ese
experimento. Kit no podía estabilizar su respiración. Ella sacudió su cabeza.

—Nunca funcionará.

—Va a funcionar. Vamos a hacer que funcione.

La idea era tentadora, muy tentadora. Kit luchado para obtener control sobre la
situación.

—¿Qué pasa si no lo hago?

Las cejas de Jack se elevaron pero sonreía, una diabólica sonrisa de nuevo. Luego
suspiró dramáticamente y dejó de acariciar sus palmas. Kit se relajó de alivio. Sólo
para ser anulada por el pánico cuando él llevó su mano a los labios y la besó en la
punta de un dedo. Sus labios formaron un “Oooh” de shock puro.

Al verla, Jack casi se rió. ¿No y que no había reacción hacia él? Si ella fuera más
sensible estaría subiéndose por las paredes.

—Si no te unes a mí en el negocio, entonces tendremos que considerar qué otro


tipo de asociación... podemos disfrutar.

Kit lo miró con horror no disimulado.

Jack giró la mano para presionar un beso en la palma de la mano. Él sintió la


tensión en todo el cuerpo de ella.

—Lo primero que tendremos que investigar es si esta aversión tuya es algo más
que una piel dura. —Involuntariamente, su mirada bajó a su camisa y su mente
cambió de lugar a la contemplación de las delicias que esta encubría. Sólo un ligero
material era lo que protegía sus pechos de su mirada hambrienta. Y sus ardientes
atenciones.

Casi, él deseaba que ella se mantuviera firme en su determinación de no ser el


joven Kit. Al menos el tiempo suficiente para hacer necesaria un poco de persuasión.

La mente de Kit era lenta. ¿Aversión? ¿Su aversión? ¿Aquí estaba ella, en un
pánico puro de que se diera cuenta de lo muy atraída que ella estaba, y él pensaba
que ella lo rechazaba? Ella casi se rió histéricamente. Si no estuviera tan atemorizada
por su respuesta a él, se reiría. Tenerlo tan cerca drenando su fuerza de voluntad;
cada pequeña atención que él le otorgaba sólo empeoraba las cosas. Solo unas pocas
atenciones más de parte de él y lograría que ella lo incitara en respuesta.

La idea de lo que podría pasar si él la besara la llevó a tomar una rápida decisión.

—De acuerdo.

Jack acarreó su mirada nuevamente a la cara de ella y su mente prestó atención


a lo que ella dijo.

—De acuerdo?

Kit sintió la decepción en su voz. Él había llevado a cabo su negociación con


mucho entusiasmo.

—Sí, de acuerdo, maldita sea —dijo ella, empujando fuertemente sus manos
para liberarlas—. Si los otros están de acuerdo, yo seré el joven Kit, pero solo por
un mes. Hasta que mis hombres se adapten a tu banda.

El suspiro de Jack fue sentido. De mala gana la soltó pero antes de quitarse de
encima de ella sonrió triunfalmente mirándola directamente a los grandes ojos
iluminados por chispas violeta.

—Estás segura de que no cambiarás de opinión?


La mirada que recibió de ella le hizo reír entre dientes. Rodó hacia un lado y se
recostó en las almohadas, contento por el momento. Su capitulación no era
exactamente gratuita, pero tenía un mes para trabajar en eso.

Junto a él, Kit seguía recostada, impactada por la revelación de aunque él estaba
todavía cerca, ahora que él no estaba tocándola, su mente estaba funcionando otra
vez. Retomando su incertidumbre sobre las mercancías de la pandilla Hunstanton,
recordó lo que la había llevado a tales preguntas.

—¿Supongo que has oído hablar sobre Lord Hendon, el nuevo Alto Comisionado
y su interés en el contrabando?

Jack logró suprimir el impacto que le causaron sus palabras. ¿Qué había
escuchado ella? Él colocó sus manos detrás de su cabeza y habló viendo el techo.

—Es bien sabido que los Recaudadores están trabajando con exceso de celo en
Sheringham.

Kit frunció el ceño.

—Eso no es lo que quise decir. He oído que Lord Hendon ha sido nombrado
específicamente para que se ocupe con mayor interés en el contrabando.

Por debajo de sus pestañas, Jack observó su perfil.

—¿Quién te lo dijo?

—Escuché a alguien decírselo a mi abuelo.

—¿Quién?

—El Lord Teniente —respondió.

Jack frunció los labios. Ese no fue exactamente el mensaje que se le había
encargado a Lord Marchmont que divulgara, pero era bastante parecido. Estaba
seguro de que el Lord Teniente habría comunicado su mensaje con exactitud pero si
Kit lo había escuchado desde lejos, podría no haber oído bien la información. Él no
podía imaginar que los dos amigos discutirían abiertamente un asunto de esta índole
delante del ama de casa de Spencer.

—Si ese es el caso, tendremos que mantener una estrecha vigilancia sobre las
actividades de su señoría Lord Hendon.

Kit resopló burlonamente y se sentó.

—Si es que alguna vez se anime a sí mismo para realizar algo que se pueda
describir como tal. Estoy empezando a pensar que se ha ido a encerrar en ese
Castillo suyo desde donde solo emite órdenes a los Recaudadores reclinado en su
sofá.

—¿Qué te hace pensar eso? —dijo Jack mirándola con asombro.

—Porque nadie lo ha visto nunca, por eso. Él ha estado aquí desde hace unos
meses, sin embargo, muy poca gente le ha visto, lo sé porque Spencer dio una cena.
Lord Hendon fue invitado también pero tenía un compromiso previo.

El disgusto en su voz hizo a Jack parpadear.

—¿Qué ocurre con eso?

—¿Un compromiso previo con quien, cuando todas las familias circundantes
estaban en Cranmer esa noche? —dijo Kit curvando sus labios en una mueca.

Jack se mostró conmocionado pero Kit no lo notó. Ella encontró el vaso de


brandy, ahora vacío, entre las sábanas, y con un extremo de su bufanda, inútilmente
trató de limpiar la pequeña mancha de licor que había salpicado al caerse.

De repente, ella soltó una risita.

—¿Qué es gracioso?
—Me estaba preguntando si debería tenerle lástima por el pobre hombre,
cuando por fin, condescendientemente, decida aparecer en público. Las señoras del
condado están tan ansiosas de reunirse con él. Lady Cartwright tiene planeado
convertirlo en marido de su hija Jane y Lady Marchmont... —Kit se interrumpió,
horrorizada por lo que casi había dicho.

—¿A quién tiene en mente la señora Marchmont para el pobre diablo? —La risa
que burbujeó bajo la superficie de la voz de Jack la alentó a continuar.

—A alguien más —Kit respondió evasiva—. Y no envidio a la inocente muchacha


ni un poco.

—¿Oh? —Jack lanzó una mirada fascinada hacia ella— ¿Eso por qué?

Kit estaba disfrutando de la sensación inesperada de estar al lado de Jack,


sintiéndose extrañamente a gusto y totalmente protegida, a pesar del pánico de
hacía sólo unos minutos. Por alguna razón inexplicable, estaba bastante segura de
que él no tenía intención de hacerle ningún daño. La convicción de él de que podía
hacerla bienvenida a sus avances había sido aterradora, sólo porque ella sabía que
era la verdad. Pero cuando él no estaba intentando ese tipo de juego, se sentía
totalmente de acuerdo con él, perfectamente dispuesta a compartir su opinión sobre
el nuevo Alto Comisionado. Puso una cara expresiva.

—Por todo lo que he oído, Lord Hendon suena como un viejo palo seco,
positivamente anticuado —Ella estudió el vaso que tenía en la mano—. Él debe tener
unos cincuenta años y cojea. Lady Marchmont dijo que era un hedonista, pero no
tengo idea de lo que eso significa, probablemente sofocante.

Las cejas de Jack se habían levantado a alturas considerables. Él podría haber


informado a Kit lo que significaba exactamente hedonista, en efecto, ella había
estado presenciando una muestra, aunque restringida, unos momentos antes; pero
no lo hizo. Él ahora estaba demasiado ocupado lidiando con un sentimiento de
indignación.

—Ya conociste al hombre, supongo.


—No —Kit sacudió la cabeza—. Casi nadie lo conoce, por lo que él difícilmente
podrá poner algún reparo de nuestras opiniones sobre él, si son injustas o poco
favorecedores, ¿no crees?

Y ese, pensó Jack, era un argumento difícil y delicado de refutar. Un grito


repentino de viento trajo a la mente de Kit la forzada situación en la que se
encontraba. ¡Cielos! Aquí estaba ella, sentada en la cama del Capitán Jack, con él al
lado de ella, charlando toda la noche. ¡Ella debía tener piedras en la cabeza! Se
removió hacia el borde de la cama.

—Debo irme.

Unos largos dedos le rodearon la muñeca. Jack no ejerció ninguna presión, sin
embargo, Kit no se engañaba a sí misma pensando que podría liberarse.

—Supongo que estamos de acuerdo, entonces. Tus hombres y los míos se unirán
de ahora en adelante.

—Si los demás están de acuerdo —respondió Kit frunciendo el ceño—. Tengo
que preguntarles a ellos. Nos encontraremos en las canteras como habíamos
planeado y allí te diré lo que hemos decidido —Ella miró a Jack.

Su rostro estaba en blanco, su expresión era ilegible. Pero ella sintió que a él no
le gustaron sus condiciones. Inconscientemente, ella inclinó la barbilla.

Jack ponderó su expresión desafiante considerando la conveniencia de tirar de


ella y besarla para sellar el acuerdo. Sus labios eran una tentación encarnada, suaves,
llenos y devastadoramente femeninos. Particularmente cuando ella mostraba esa
expresión petulante como ahora. Abruptamente, él forzó su mente a volver a lo que
le preocupaba. Lo que ella había sugerido era justo, pero él no confiaba en ella en lo
de las canteras. Tenía una clara sospecha de que ella las conocía mejor que él.

—Estoy de acuerdo en esperar dos noches por tu respuesta con la condición de


que tú, personalmente, me la digas aquí, no en las canteras.
Kit se forzó a no a mirar hacia abajo a la mano que atrapaba la suya o al largo
cuerpo cómodamente extendido sobre las sábanas. Ella no necesitaba ninguna
demostración para entender su vulnerabilidad. Ella miró a los ojos de Jack viendo fría
determinación en sus profundidades. ¿Realmente importaba mucho que ella volviera
aquí?

Cuan delirantemente peligroso, ronroneó su personalidad salvaje.

—Muy bien.

Él soltó su muñeca. Kit se levantó. E inmediatamente se hundió de nuevo en la


cama, ruborizándose furiosamente. Sus vendas estaban sueltas. Ella no podía viajar a
Cranmer con ellas alrededor de la cintura; y no le apetecía la idea de parar en el
camino para desvestirse y recolocárselas.

A Jack le tomó un momento saber la razón de su rubor. Entonces se rió, una risa
baja que agitó los nervios de Kit. Él se incorporó.

—De la vuelta y déjame que las reacomode por ti.

Kit le envió una mirada escandalizada, pero él sonrió malvadamente.

—Yo las deshice, después de todo. —El tono de broma en su voz hizo que Kit se
ruborizara otra vez y se volvió a regañadientes, retorciéndose para colocarse las
vendas en posición. ¿Qué más podría hacer ella? Él ya le había visto la espalda
semidesnuda, y también el frente semidesnudo. Ella sintió el peso de él cuando se
rodó en la cama y luego le subió la parte posterior de su camisa.

—Sostenlas donde desees que queden atadas.

Kit deslizó sus manos por debajo de su camisa para acomodar las bandas sobre
sus pechos.

—Más apretadas —dijo, mientras sentía la cincha de los extremos apenas lo


suficientemente apretada para mantenerse. Un murmullo ininteligible salió de detrás
de ella, pero él apretó el nudo—. Más.
—¡Cristo, mujer! Debería haber una ley en contra de lo que estás haciendo.

Kit tomó un momento para entender a lo que se refería él, entonces se rio.

—No habrá ningún daño permanente.

El nudo estaba atado, justo lo suficientemente apretado, y su camisa colocada


en su sitio.

Kit se levantó, se metió la camisa dentro de la cintura de los pantalones, luego se


puso su abrigo antes de enrollar la bufanda bien ajustada sobre la nariz y la barbilla.

Descansando en la cama, Jack observó la transformación críticamente. Incluso


sabiendo que era una mujer, tuvo que admitir que su disfraz era bueno.

—Tu yegua está en el establo en la parte de atrás, haciendo compañía a mi


semental. No te acerques demasiado a él; muerde.

Kit asintió. Encontró su tricornio en la esquina junto a la cama y se lo metió por


encima de sus rizos.

—No me has dicho dónde estamos.

—A unas dos millas al norte del Castillo de Hendon.

Por debajo de la bufanda, los labios de Kit se retorcieron irónicamente. Jack


parecía ser un hombre con sus mismas preferencias.

—Te gusta vivir peligrosamente, ¿verdad?

Jack sonrió brillantemente.

—Mantiene a raya el aburrimiento.

Con una regia inclinación de cabeza, Kit se encaminó sin prisa hacia la puerta.
Jack sonrió. Con su voz ronca y los aires varoniles que ella asumía con tal
facilidad, él confiaba en que podrían mantener el disfraz de ella por el mes
requerido.

En la puerta, Kit se detuvo.

—Hasta la noche después de mañana, entonces.

Jack asintió con una expresión que rayaba en la impasibilidad.

—No trates de desaparecer, ¿de acuerdo? Tus hombres podrían hacer algo
precipitado. Y sé dónde encontrarte.

Por primera vez en la noche, Kit se enfrentó al lado del Capitán Jack que,
presumiblemente, lo había convertido en el líder de la pandilla de Hunstanton. Ella
decidió que no iba a darle la alegría de saber cuán desconcertante le resultaba. Le
hizo una reverencia antes de desenganchar la puerta haciendo una pausa en el
umbral para decirle:

—Aquí estaré. —Luego se marchó.

En el chalet, Jack se dejó caer sobre las almohadas reflexionando sobre la


primera mujer que había dejado salir de su cama sin haberla probado. Una
aberración temporal pero novedosa sin duda. Estaba enfrascado en sus sueños
cuando el rápido golpeteo de unos cascos le dijo que Kit estaba en camino. Con un
suspiro, cerró los ojos, deseando que el mes de servicio del joven Kit ya hubiera
pasado.
Capítulo 10

A la mañana siguiente, Lord Hendon, el nuevo Alto Comisionado para el norte de


Norfolk, visitó su Oficina de Impuestos en Lynn del Rey, acompañado por su viejo
amigo y ex compañero de armas, George Smeaton.

Con sus largas piernas elegantemente dispuestas en la mejor silla que la Oficina
poseía, su pelo largo hasta los hombros confinado por una cinta negra en la nuca,
Jack sabía que se veía como todo un caballero aristócrata recién retirado del servicio
activo. Su pierna izquierda estaba extendida, manteniéndose recta por una férula
discreta ceñida al cuerpo que llevaba bajo sus pantalones. Había llevado una lesión
así por meses después del infierno de Coruña, y la férula le había dado la idea de
simular una cojera, aumentando así la diferencia manifiesta entre Lord Hendon y el
Capitán Jack.

Una mano de largos dedos volvió lánguidamente una página del diario de la
Oficina, el zafiro en el anillo de sello capturó la luz, refractándola a través del prisma
azul. Sus oídos se llenaron con el zumbido de las explicaciones del sargento Tonkin
para exponer su falta de éxito en la captura de la banda de contrabando que operaba
entre Lynn y Hunstanton. George se sentó junto a la ventana, testigo mudo de la
actuación de Tonkin.

—Diabólicamente inteligentes, eso es lo que son, milord. Dirigidos por uno de


los hombres más experimentados, diría yo.

Jack reprimió una sonrisa al pensar en lo que diría Kit sobre eso. Hizo una nota
mental para decírselo cuando ella regresara al chalet de pesca.
Escuchando con aparente interés el resumen de Tonkin, era muy consciente de
que solo pensar en la problemática mujer era suficiente para transformar al instante
su cuerpo, que pasaba de una lasitud apática a un estado de casi excitación.
Deliberadamente, se centró en las palabras de Tonkin.

Un individuo fornido, tosco, con características ordinarias que eran equilibradas


por sus orejas de coliflor. Dado que la reputación de Tonkin era turbia, lindando en lo
vicioso, Jack había enviado al eficiente Osborne fuera de su área de operaciones,
dejando a Tonkin para que asumiera cualquier oprobio como resultado de la
persistencia del alto nivel de tráfico de contrabando.

—Si solo pudiéramos ponerle las manos encima a uno de’stos contrabandistas,
milord, yo me ocuparía de exprimi’le la verda’ —Los ojos de cuervo de Tonkin
brillaban—. Entonces podríamos tené alguno de ellos colgando de la horca, eso les
enseñaría a no jugá con los Recaudadores.

—En efecto, sargento. Todos estamos de acuerdo en que se debe detener a esta
banda —Jack se inclinó hacia delante; atravesando con su mirada a Tonkin—. Sugiero
que Osborne se dedique a los alrededor de Sheringham, y usted se concentre en el
tramo de costa desde Hunstanton a Lynn. Creo que usted ha dicho que esta banda
en particular opera sólo en esa zona?

—Sí milord. Nosotros nunca pudimos encontrá ni ‘l olor de ellos en otro lugar —
dijo y al sentirse atrapado por la penetrante mirada de Jack, Tonkin se removió
inquieto—. Pero si se me permite la pregunta, milord, ¿Si voy a enviar a mis hombres
por ese camino, quién quedará pa’ vigilar las playas de Brancaster? Juro que hay una
gran banda que opera por ahí.

La cara de Jack expresó condescendencia altanera.

—Una cosa a la vez, Tonkin. Ponga entre rejas a la banda que opera entre
Hunstanton y Lynn, después puede ir tras su ’gran banda’.

Su tono insultantemente cínico golpeó a Tonkin como una bofetada. Se cuadró


en atención y saludó.
—Sí, milord. ¿Hay algo más, milord?

Con Tonkin despedido, Jack y George salieron de la Custom House. Cruzando la


soleada plaza pavimentada, George ajustó su paso a la cojera de Jack.

Empuñando su bastón artísticamente, Jack se esforzó por ignorar el sentimiento


de culpa. No le había dicho a George acerca de Kit. Al igual que Mathew, George lo
desaprobaría, insistiendo que Kit fuese retirada inmediatamente, de alguna manera
u otra. Básicamente, Jack estaba de acuerdo con el sentimiento, solo que él no veía
lo que ‘de alguna manera u otra’ podría ser, tenía demasiada experiencia como
oficial para poner la seguridad de una sola mujer antes que su misión.

La otra cuestión preocupante para su conciencia fue la profunda sensación de


que él debió haber actuado mejor con Kit, de que él no debió haberse rebajado a
usar la coerción sexual. De ahora en adelante debía asegurarse de que su actitud
hacia ella permaneciera en forma profesional. Al menos hasta que ella se retirara de
la banda. Después de eso, ya no estaría inmiscuida en su misión, y él podría tratar
con ella tan personalmente como ella se lo permitiera.

Fantasear sobre cómo tratar con ella personalmente lo había mantenido


despierto durante gran parte de la noche anterior.

—Lord Hendon, ¿no es así?

El saludo de cortesía, que venía de no más de una yarda de distancia, había


sorprendió a Jack en su ensimismamiento. Al mirar adelante, un hombre grande de
avanzada edad estaba plantado frente a él. Al toparse su mirada con la corona de
rizado pelo blanco, y los agudos ojos con un desteñido, pero aún detectable, tono
violeta, Jack se dio cuenta de que se enfrentaba a Spencer, Lord Cranmer, el abuelo
de Kit. Jack sonrió y le tendió la mano.

—¿Lord Cranmer?

Su mano fue envuelta en una enorme palma que casi se la aplastó.


—Aye —Spencer estaba contento de haber sido reconocido—. Yo conocí muy
bien a su padre también, mi muchacho. Marchmont conversó conmigo el otro día. Si
necesitas ayuda, sólo tienes que pedirla.

Jack le dio las gracias e introdujo a George.

—Estuvimos juntos en el ejército —añadió.

Spencer retorció la mano de George.

—El prometido de Amy Gresham, ¿no es verdad? Creo que nos perdimos su
compañía, algunas noches atrás.

—Er, sí. —George lanzó una mirada angustiada a Jack.

Jack llegó al rescate con consumado encanto.

—Nos dio mucha pena perder su cena, pero unos amigos de Londres nos
trajeron noticias de nuestro regimiento.

Spencer se rió entre dientes.

—No es a mí a quien usted debe dar sus excusas, milord. Es a las damas que se
sientes insultadas cuando los hombres elegibles no se unen a la multitud —Sus ojos
brillaron—. Una palabra de advertencia, ya que eres hijo de Jake. Harías bien en
capear la tormenta antes de que se convierta en un frenesí. Esquivar a las decrépitas
damas no las va a asustar, solo tratarían de hacer un mayor esfuerzo. Lo mejor es
dejar que ellas hagan su intento en usted. Una vez que estén convencidas de que
usted está más allá de sus ruegos, empezaran a fijarse en otra persona.

—¡Santo cielo! Suena como una cacería. —Jack pareció sorprendido.

—Es una cacería, puede estar seguro —Sonrió Spencer—. Usted está en Norfolk
ahora, no en Londres. Aquí ellas juegan el juego en serio.
—Tendré en cuenta su advertencia, milord. —Jack le devolvió la sonrisa, un
impenitente sin escrúpulos. Spencer se rió entre dientes.

—Haga eso muchacho. No me gustaría ver que termines encadenado a alguna


monótona dama, prima querida de una de sus señorías, ¿verdad que no?

Con esa predicción extrema, Spencer siguió su camino, riendo para sí mismo.

—¡Diablos! —Jack dejó escapar un suspiro—. Tengo una desagradable sospecha


de que tiene la razón.

El recuerdo de las palabras de Kit, pronunciadas mientras estaba sentada en su


cama la noche anterior, se hizo eco en su cerebro.

—Esquivar a la sociedad parecía una buena idea, pero parece que tendremos
que asistir a unos cuantos bailes y cenas.

—¿Tendremos? —George se volvió, con los ojos muy abiertos— ¿Puedo


recordarte que he tenido la buena idea de conseguir prometida y que así ya no estoy
en riesgo? Yo no tengo que asistir a cualquiera de estos asuntos.

Los ojos de Jack se estrecharon.

—¿Me dejarías hacer frente a las armas solo?

—¡Maldita sea, Jack! Has sobrevivido a la Coruña. Sin duda, ¿puedes luchar
contra este compromiso sin apoyo?

—Ah, pero no hemos avistado al enemigo aún, no es así? —Cuando George se


quedó perplejo, Jack le explicó—: La prima monótona de Lady Quiensabe. Solo
piensa en cómo te sentirás si quedo atrapado en la ratonera, todo porque no te tenía
a ti para cuidar mi espalda.

George se echó hacia atrás de nuevo para mirar la elegante figura de Lord
Hendon, de treinta y cinco años, un hombre de vasta y, en opinión de George,
incomparable experiencia con el sexo débil, vencedor constante en los anfiteatros de
salones y dormitorios de la alta sociedad, un genuino y autentico calavera
totalmente certificado de primer orden.

—Jack, en mi humilde opinión, las damas del distrito no tienen ni la más mínima
oportunidad de éxito.

***

No había luz de luna para iluminar el claro ante la puerta de la cabaña. Kit
detuvo a Delia bajo el árbol opuesto y estudió la escena. Una rendija de luz de la
lámpara se filtraba por el postigo. Era medianoche. Todo estaba en silencio. Kit aflojó
las riendas y dirigió a Delia hacia el establo. A la sombra de la entrada, desmontó,
colocó las riendas sobre la cabeza de Delia. La yegua la sacudió bruscamente.

—Aquí. Permíteme.

Kit retrocedió de un salto, con una maldición en los labios. Una gran mano se
cerró sobre la de ella, quitándole hábilmente las riendas. Jack no era más que una
sombra densa a su espalda. Nerviosa, con su compostura postrada por el contacto de
él, Kit esperó en silencio mientras Jack acomodaba a Delia en el oscuro establo.

—¿Hay otros cerca? —Se asomó ella a la oscuridad.

—No hay nadie más aquí —Jack volvió a su lado—. Ven adentro.

Kit tenía que apurarse para mantenerse al paso de las largas zancadas de Jake. Él
llegó a la puerta y entró delante de ella, dirigiéndose directamente a la mesa para
tomar la silla en el otro lado. Irritada por este trato displicente, Kit se mordió la
lengua. Ella cerró la puerta con cuidado, luego se volvió para inspeccionarlo,
haciendo una pausa para evaluar cuidadosamente la situación antes de dirigirse sin
apuro a la silla que estaba frente a él.
Él estaba frunciendo el ceño de nuevo, pero ella no estaba para buscar una de
sus sonrisas esta noche. Quitándose el sombrero, desenrolló la bufanda, luego se
sentó.

—¿Cuál es tu decisión? —Jack hizo la pregunta en cuanto el trasero de ella se


puso en contacto con el asiento de la silla. Había estado preparándose para este
encuentro durante más de veinticuatro horas; fue humillante encontrar que había
perdido el tiempo.

Desde el instante en que ella apareció en su horizonte, lo único en que podía


pensar era en conseguir ponerla de espaldas sobre su cama. Y en lo que haría a
continuación. Él quería que esta reunión concluyera con seguridad y toda la rapidez
posible. Por la expresión de ella, sabía que su ceño fruncido no contaba con la
aprobación de ella. En ese momento, ella no contaba con la suya. Ella era la causa de
todos sus males presentes. Aparte de las consecuencias físicas que la presencia de
ella le traía, estaba teniendo que hacer frente a la indecible culpa por su deliberado
apoyo al engaño de ella.

No le había dicho a Mathew o George. Y ahora estaba incómodamente


consciente de Spencer, con anterioridad una figura oscura que no había tenido
ninguna dificultad para ignorar, transformado por su encuentro con él, en un hombre
de carne y hueso, presumiblemente con verdadero afecto por su caprichosa nieta,
incluso aunque ella fuese ilegítima. Imposible decírselo, por supuesto. ¿Qué podía
decir? ¿Tengo algo que contarle, anciano señor, que su nieta bastarda se hace pasar
por un traficante?

Deslizando la vista por los rizos de Kit que brillaban con la luz artificial, Jack miró
fijamente a los ojos color violeta, parecido al color de los ojos de Spencer pero
diferentes en ella.

La respuesta de Kit a la pregunta abrupta de Jack había sido quitarse los guantes
de montar, con una lentitud infinita, antes de levantar la vista para encontrarse con
su mirada.
—Mis hombres han aceptado —Ella había consultado a su pequeña banda esa
misma tarde—. Nos uniremos a partir de ahora, siempre que nos avisen el tipo de
carga de antemano. —Era su condición; los pescadores habían estado más que
contentos de aceptar la oferta de Jack.

La impasibilidad superó el ceño de Jack. ¿Por qué demonios quería ella saber
eso? Su mente oscilaba sobre las posibilidades pero no pudo encontrar ninguna que
encajara.

—No. —Mantuvo la respuesta corta y esperó su reacción.

—¿No? —Le hizo eco. Entonces ella se encogió de hombros—. Muy bien. Pero
pensé que querías que nos uniéramos a ustedes —Ella comenzó a recoger sus
guantes.

Jack abandonó su impasibilidad.

—Lo que pides es imposible. ¿Cómo puedo liderar una banda si tengo que
consultar contigo antes de aceptar un cargamento? Solo puede haber un líder, y en
caso de que lo hayas olvidado, yo lo soy.

Kit apoyó un codo en la mesa y colocó la barbilla en la mano, con los ojos fijos en
el rostro de él. Era un rostro muy fuerte, con sus potentes líneas de la frente y los
pómulos altos.

—Tú debes ser capaz de entender que me siento responsable de mi pequeña


banda. ¿Cómo puedo saber si lo que estás haciendo es para bien de ellos si no sé qué
cargamentos estás aceptando o declinando?

La exasperación de Jack creció. Ella había acertado en un argumento que él no


podía, con toda honestidad, contradecir. Si ella hubiera sido un hombre, habría
aplaudido con razón, porque era la actitud correcta de un líder de una tropa aunque
fuera pequeña. Pero Kit no era un hombre, un hecho que no estaba en peligro de
olvidar.
Ingeniosamente, Kit continuó.

—Puedo ver que podría resultar difícil mantener un agente en espera de la


confirmación. Pero si yo estoy contigo cuando negocies los cargamentos, no habría
pérdida de tiempo.

Jack negó con la cabeza.

—No. Es muy peligroso. Una cosa es engañar a los pescadores semi-civilizados;


nuestros contactos no son de esa calaña. Son demasiado capaces de penetrar en tu
disfraz. Sólo Dios sabe lo que ellos podrían hacer con esa información.

Kit recibió la evaluación fríamente, deslizando los guantes en sus dedos.

—Pero tú tratas sobre todo con Nolan, ¿verdad?

Jack asintió. Nolan era su principal fuente de cargamentos, aunque había otros
tres agentes en la zona.

—Ya he conocido a Nolan sin encontrar contratiempos, por lo que dudo que
haya ningún peligro real. Él me aceptó como el joven Kit. Al verme contigo
confirmará que hemos unido fuerzas, por lo que no va a tratar de ponerse en
contacto con mis hombres a tus espaldas. Eso es lo que querías, ¿no es cierto? ¿El
monopolio en esta costa?

Jack no hizo ningún comentario. No podía hacer ninguno; había dado en el


blanco con su razonamiento, maldita sea.

—Así que, ¿dónde y cuándo nos pondremos en contacto? —Kit sonrió.

La expresión de Jack se volvió sombría. Le habían puesto contra una esquina y no


le gustó ni un poco.

Su lugar de reunión había sido elegido expresamente para ser tan poco
iluminado como era posible, para asegurar que Nolan y sus compinches tuvieran
pocas posibilidades de reconocerlo, o a George, o Mathew. Él era el que corría mayor
riesgo; había aprendido hacía mucho tiempo que disfrazar de manera efectiva las
vetas en su pelo era imposible, por lo que habían encontrado un lugar donde la luz
siempre había sido mala y mantener sus sombreros puestos no hacía levantar
ninguna sospecha. Pero llevar a Kit a una taberna frecuentada por ladrones y
asesinos locales era inconcebible.

—Eso está fuera de cuestión. —Jack se enderezó y apoyó ambos codos sobre la
mesa, al menos para impresionar a Kit por la locura de su sugerencia.

—¿Por qué? —Kit fijó en él una mirada decidida.

—Debido a que sería el colmo de la locura llevar a una mujer, por muy bien
disimulada, a una cueva de ladrones —dijo Jack conteniendo apenas el gruñido en su
voz.

—Absolutamente —afirmó Kit—. Así que nadie se imaginará que el joven Kit no
es otra cosa que un muchacho.

—¡Cristo! —Jack se pasó los dedos por el largo pelo—. No daría un céntimo por
la seguridad del joven Kit en ese lugar, hombre o mujer.

Durante un minuto, Kit se le quedó mirando, con la incomprensión estampada


en sus finos rasgos. Luego se sonrojó delicadamente. Decidida a no bajar la cabeza
dejó deslizar la mirada para examinar la botella de coñac.

—Pero tú estarás allí. No hay ninguna razón por la cual ninguno de ellos
debería...

—¿Imponerse a ti? —Jack mantuvo su voz enérgica y terminante. Si había alguna


posibilidad de asustarla, él la usaría—. Permítame informarle, querida, que incluso yo
no frecuento esos lugares solo. George y Mathew siempre me acompañan.

Kit se animó.

—Mucho mejor. Si hay cuatro de nosotros, y tres que son grandes, entonces el
peligro será mínimo.
Ella arqueó una ceja a Jack, a la espera de su siguiente argumento. Su actitud, de
paciente espera por su próxima objeción en la tranquila certeza de que lo haría, trajo
una sonrisa irónica y totalmente espontánea a los labios de Jack.

Maldita sea, ella era tan presumida y segura de que podía conseguir lo que
quería, que había estado casi decidido a dejarla que lo intentara. No encontraría la
taberna Blackbird en absoluto de su agrado; tal vez, después de su primer viaje allí,
estaría contenta de dejarle a él gestionar sus contactos por su cuenta.

Kit leyó sus pensamientos. Ella sonrió, sólo para recibir de inmediato su ceño
fruncido.

¡Por Todos los diablos! Se estaba volviendo loco. Jack luchó con el impulso de
gruñir y enterrar la cabeza entre las manos. El esfuerzo de ignorar sus sentidos
atontados, y la presión que llevaba sobre sus hombros, fue minando su voluntad.

Si ella estuviese enojada, asustada o nerviosa, podía hacerle frente. En cambio,


ella estaba calmada y en control, perfectamente preparada para mantenerse
sonriéndole, negociando con lógica hasta que él capitulara. Él podría refutar su
necedad con bastante facilidad, pero sólo dando rienda suelta a algo que él ya no
estaba seguro de poder refrenar.

—Está bien —dijo con su mandíbula apretada rígidamente—. Puedes venir con
nosotros el próximo miércoles por la noche siempre que hagas exactamente como yo
diga. Sólo yo sabré tu pequeño secreto. Sugiero que siga siendo así.

Satisfecha por haber ganado su objetivo inmediato, Kit asintió. Ella estaba
perfectamente preparada para hacer lo que dijera Jack, siempre que pudiese
enterarse, de primera mano, de los cargamentos en oferta. Si había algún
cargamento de personas, tendría tiempo para hacer sonar la alarma sin poner en
riesgo a su pequeña tropa, y, si era posible, sin poner tampoco en peligro al Capitán
Jack o sus hombres.

Contenta, ella buscó su sombrero.


—¿Dónde nos encontraremos?

Ocupado en hacer un inventario de todos los peligros que involucraba llevar a Kit
a la taberna, Jack le lanzó una mirada decididamente malévola.

—Aquí. A las once.

Kit sonrió, luego se tapó la cara con su bufanda. Su estado de ánimo era
boyante; deseó atreverse a burlarse de su actitud de mal humor, pero su instinto de
conservación no la había abandonado por completo.

Jack se encorvó en su silla. No era así como se suponía que esta reunión iba a
transcurrir, pero al menos ella ya se marchaba. La vio asumir su disfraz y decidió no ir
al establo para ayudarla con su caballo. Podía ensillar y montar su propia condenada
yegua si estaba tan interesada en jugar al muchacho.

Él aceptó la impertinente reverencia de ella con algo parecido a un gruñido, que


no la afectó en lo más mínimo. Ella parecía impermeable a su mal humor, encantada,
sin duda, de que hubiera resultado como ella quería. La puerta se cerró detrás de
ella, y se quedó solo.

Jack se estiró pero no se relajó hasta que el sonido de los cascos de la yegua se
perdió en la distancia. Él no estaba esperando en absoluto con entusiasmo a que
llegara el miércoles, los potenciales horrores eran torturadores. Para colmo de
males, tendría que velar por ella sin dejar entrever que era una chica lo que él
cuidaba. Liberado de la presencia inhibidora de Kit, Jack gimió.
Capítulo 11

La iniciación de Kit en el mundo oscuro de la taberna Blackbird fue tan


angustiosa como Jack había anticipado. De soslayo, estudió la parte superior de su
sombrero, todo lo que podía ver de su cabeza mientras se sentaba en el rústico
caballete junto a él, con la nariz enterrada en una jarra de cerveza.

Esperaba que no estuviera bebiéndola; estaba elaborada en el lugar y era muy


potente. No tenía idea de si ella estaba consciente del peligro. El hecho de que no
estaba seguro de que su experiencia pasada complicaba aún más el papel como su
protector. Y el joven Kit sin duda necesita un protector, incluso si la maldita mujer no
lo sabía. Había parecido no darse cuenta del revuelo que había causado su aparición
en el antro.

Vestida de negro intenso, su forma delgada ocasionó muchas miradas. Por


suerte, los clientes de Blackbird no eran dados a gestos evidentes. George y él habían
ido directamente a la mesa de siempre, sentando a Kit con ellos. La habían metido
entre la pared y sus sólidas espaldas. La curiosidad del grupo variopinto que había
tomado refugio dentro de las sucias paredes de la taberna en la lluviosa noche de
junio, se derramó sobre ellos, enfocándose en el joven Kit.

—¿Dónde diablos estará Nolan? —gruñó George. Sentado en el lado opuesto a


Kit, observando con nerviosismo la sección de la sala dentro de su alcance. Jack hizo
una mueca.

—Estará aquí muy pronto.

Él había advertido a George y Mathew del origen de Kit, pero siguió


manteniendo su sexo en secreto. Su color de cabello era tan evidente que era
imposible no hacer comentarios; para ellos, que era hijo bastardo de Christopher
Cranmer, que había vivido en la Mansión bajo el ala protectora de Spencer. Acerca
del deseo del muchacho por unirse a ellos en la negociación de los cargamentos, la
tendencia de George de cuidar de los más jóvenes había sido una ayuda inesperada.
Había accedido a dejar a Kit acompañarlos.

—Si el lugar sirve para poner al muchacho fuera del negocio del contrabando,
tanto mejor —les había dicho—. Al menos en nuestra compañía él va a ver un poco
más de la vida con una mayor seguridad de lo que de otra forma podría él permitirse.

Esa fue un punto de vista que no se le había ocurrido a Jack, no estaba seguro de
que George estuvieran de acuerdo con la participación de ella. Ciertamente, George
no había previsto el interés que el joven Kit provocaría.

Al igual que él, George y Mathew estaban ansiosos, con los nervios a flor de piel.
El único de su compañía que no parecía estar afectado por la tensión en la sala era el
que la causaba. Su mirada se deslizó hacia ella una vez más. Había levantado la
cabeza de la jarra, pero su mirada se mantuvo en ella, apoyada en ambas manos.
Para cualquier observador, dio toda la apariencia de inocencia despreocupada, sin
hacer nada, jugando con su bebida, totalmente ignorante de la atmósfera cargada.

Entonces se dio cuenta de lo fuerte que cerraba los dedos enguantados sobre el
asa de la jarra. Jack sonrió a su cerveza. No es tan ignorante. Con un poco de suerte,
estaría muerta de miedo. Kit no era ciertamente inconsciente del interés empalagoso
de los otros hombres de la habitación. La razón de ese interés ella lo encontró
desagradable en extremo, pero difícilmente podía afirmar que no había sido
prevenida. Por lo que sabía, Jack estaba contando con el disgusto de ella para hacerla
resistirse a excursiones similares en el futuro. Pero mientras los hombres de la sala
miraran y no hicieran nada, no podía ver ninguna razón real para temer.

Había sido contemplada en abundancia, mucho más abiertamente, durante sus


estaciones en Londres. Jack estaba sólo una pulgada o menos de distancia, en el
banco a su lado, un gran y arrollador cuerpo que irradiaba calor y seguridad,
tranquilizándola con su aura de mando gobernado por reflejos acerados.
Un revuelo en la puerta anunció una llegada. Jack miró por encima de los
hombros de Mathew.

—Es Nolan.

El agente se acercó a la barra y pidió una jarra, y luego, después de observar la


habitación, se dirigió sin prisa a su mesa. Tomó un taburete y se sentó a la izquierda
de Jack, sus ojos se fijaron en Kit. Esta había levantado la cabeza cuando él se acercó
y le devolvió la mirada sin parpadear. Los ojos de Nolan se estrecharon.

—¿Ustedes dos están juntos? —Hizo la preguntó a Jack.

—Una fusión. Para nuestro beneficio mutuo. —Jack sonrió, y Kit se alegró de que
él no le sonriera de esa manera. El pensamiento le dio escalofríos, que ella
severamente reprimió.

—¿Qué significa eso? —Nolan no parecía contento.

—Lo que quiere decir, mi amigo, es que si deseas pasar un cargamento para el
norte de Norfolk, tienes que tratar conmigo únicamente.

La profunda voz de Jack era firme y completamente carente de emoción. En el


silencio, se percibió una cualidad amenazante.

Nolan lo miró fijamente, luego cambió su mirada hacia Kit.

—¿Esto es verdad?

—Sí. —Kit no dijo más.

Nolan resopló y se volvió hacia Jack.

—Bueno, por lo menos eso significa que no voy a tener que lidiar con
advenedizos jóvenes que reducen el beneficio de un hombre hasta el hueso.
Se volvió para recibir su jarra de una sirvienta bien dotada, y así no notó la
mirada interrogante que Jack lanzó a Kit. Ella lo ignoró, dejando que su mirada se
deslizara sobre él, sólo para caer víctima de la ardiente mirada de la sirvienta. De
pronto, trasladó su atención a su jarra y la mantuvo allí.

Una vez que Jack y Nolan se lanzaron en sus tratos, Kit alzó la vista. La camarera
se había retirado a la barra, pero su mirada seguía fija, de una manera babeante, en
ella. En voz baja, Kit maldijo.

—Veinte barriles del mejor coñac y diez más del puerto, si usted puede
manejarlo. —Nolan hizo una pausa para beber de su jarra. Kit se preguntó cómo
podía; la había probado y era horrible.

—Podemos manejarlo. ¿Las condiciones habituales?

—Aye —Nolan observada a Jack con cautela, como si no pudiera creer que él no
fuese a negociar una mayor ganancia para la Banda— ¿Cuándo lo quiere?

—Mañana —dijo Jack después de considerarlo—. Habrá luna nueva, y no


demasiada luz, pero suficiente para ver. ¿Las condiciones de entrega son las mismas?

Nolan asintió.

—Pago contra entrega. El barco es el Mollie Ann. Anclará fuera de Brancaster


Head pasado mañana en la noche.

—Muy bien —Empujando su jarra a un lado, Jack se puso de pie—. Es hora de


marcharnos.

Nolan simplemente asintió y se retiró con su cerveza.

Poniéndose de pie a toda prisa, Kit se encontró con que estaba delante de Jack.
Mathew mostraba el camino y George cerraba la marcha. Su salida fue tan rápida
que ninguno de los otros clientes tuvo tiempo de parpadear.
En el exterior, Jack, y George esperaron en el camino, mientras que Mathew iba
a buscar sus caballos. Incluso en la penumbra, Kit percibió la mirada significativa que
Jack y George intercambiaron sobre su cabeza. A continuación, montaron y se fueron
a través de los prados a la chalet. Allí, todos se sentaron alrededor de la mesa. Jack
vertió brandy, levantando una ceja en dirección a Kit. Ella negó con la cabeza. Los
pocos sorbos de cerveza que había tomado habían sido más que suficiente.

Jack explicaba sus planes en tonos crispantes que dejaron a Kit preguntándose
qué habría sido él antes. Un soldado, sin duda, pero su actitud de autoridad sugería
que no había sido un simple soldado. La idea la hizo sonreír.

—¿Cuántos barcos pueden reunir tus hombres? —la pregunta de Jack la volvió a
la vida.

—¿Tripulados por dos? —preguntó. Cuando él asintió, ella respondió—. Cuatro.


¿Los quiere usted todos?

—Cuatro duplicaría nuestro número —dijo George.

—Y duplicaría la velocidad con la cual podríamos traer los barriles —Jack miró a
Kit—. Tendremos los cuatro. Haz que atraquen cerca de la costa al oeste de Head,
hay una pequeña bahía allí que ellos probablemente sabrán es perfecta para el
propósito.

Volviéndose a Mathew y George, les habló de la disposición del resto de los


hombres. Kit escuchó a medias, mirando sólo brevemente cuando George se fue.
Mathew lo siguió.

—Buenas noches, muchacho.

Kit respondió a las palabras con un movimiento de cabeza y una sonrisa, oculta
por la bufanda. Tan pronto como la puerta se cerró detrás de él, ella se quitó la
bufanda de la boca.

—¡Uf! Espero que las noches no se vuelvan demasiado cálidas.


Jack se volvió para mirarla después de devolver la botella de coñac al aparador.
En un mes, mucho antes de las noches cálidas del mes de agosto, ella no tendría la
necesidad de utilizar su bufanda. En un mes, ella no se haría pasar por un traficante.
Se haría pasar por su amante. La idea le hizo fruncir el ceño. Todavía no podría
decirle quién era hasta que su misión estuviera completada.

Con un suspiro interno, Jack se centró en el presente.

—Supongo que aprendiste algo de la compañía en la taberna.

Kit se recostó en su silla.

—Podía haber prescindido de la compañía —admitió—, pero todo transcurrió sin


problemas. La próxima vez, me van a recordar, y llamaré menos la atención.

La mirada exasperada de Jack le decía todo.

—La próxima vez —repitió, tomó una silla al otro lado de la mesa se sentó sobre
ella—. Asumo que estás consciente de que la única razón por la que regresaste de
manera segura fue porque George, Mathew y yo estuvimos allí, no es lo
suficientemente importante como para pasarlo por alto?

Kit abrió mucho los ojos.

—¡No había previsto ir allí sola!

—¡Cristo, no! —Jack se pasó los dedos por el pelo, en el que las vetas doradas
reflejaban la luz de la lámpara—. Esta idea tuya es una locura. Nunca debería haber
accedido a ella. Pero déjame educarte en un punto al menos. Si hubieras hecho el
más mínimo resbalón allí, que condujera sin saberlo a alguno de los hombres a
creer…

Jack se esforzó por encontrar las palabras adecuadas para su propósito. Un


vistazo a la cara abierta de Kit, con los ojos claramente visibles ahora que se había
quitado el sombrero y la bufanda, le dejó claro que ella no estaba totalmente al
tanto de las cosas que pasaban en ese antro de perdición.
—Que les llevara a creer que valdría la pena tomarse la molestia por ti —
continuó, decidido a hacerle percibir el peligro en que estuvo—, entonces
hubiéramos tenido un motín en nuestras manos. ¿Qué hubieras hecho entonces?

Kit frunció el ceño.

—Esconderme detrás de una mesa —ella finalmente admitió—. No soy buena


con los puños.

La respuesta anuló la gravedad deliberada de Jack. La idea de sus delicadas


manos agrupadas en puños era lo suficientemente tonta; la idea de ellas haciendo
algún daño era ridícula. Sus labios se torcieron en una sonrisa renuente.

Kit sonrió con dulzura. Inmediatamente, todos los rastros de la alegría huyeron
de la cara de Jack, sustituidos por el ceño fruncido que estaba empezando a creer era
habitual.

Maldita sea, él podía sonreír, sabía que podía. Encantadoramente. ¡Sigue! Has
que él sonría. ¡Cállate! le dijo Kit a su demonio interior. No me puedo permitir un
forcejeo con él: si él me toca, no podré pensar y ¿luego dónde estaré?

Sobre tu espalda, con un poco de suerte, llegó la respuesta impertinente.

Todo lo que quería era una sonrisa, Kit dijo a sí misma, reprimiendo la inclinación
de fruncirle el ceño de vuelta.

—Te preocupas demasiado —dijo—. Las cosas saldrán bien; es sólo por un mes.

Jack le observó mientras se enrollaba la bufanda en su lugar y se metía el


sombrero sobre sus rizos. Sabía que debía poner los pies en el suelo y poner fin a su
pequeña farsa, o al menos limitarla a aquellas áreas que creía inevitable. Él lo sabía,
pero no podía encontrar la manera de hacerlo. Él argumentaba, y ella respondía con
astucia, luego le sonreía, esparciendo su voluntad por completo, dejando sólo un
deseo urgente en su lugar. Él nunca había trabajado con una mujer; socialmente las
había tratado solo para llevarlas a la cama, pero profesionalmente era obvio que no
tenía la destreza.

La mirada de Jack fue atraída de nuevo a la cara de Kit por el ruido de la silla
mientras se levantaba.

—Hasta mañana, entonces.

Ella sonrió sintiendo una punzada de irritación inconfundible cuando Jack le


devolvió la mirada. Deliberadamente, se paseó hasta la puerta, permitiendo a sus
caderas completa libertad para balancearse. Se detuvo levantando la mano en señal
de saludo; el ceño en la cara de él estaba ahora definitivamente negro. Los dientes
de ella brillaron.

—Buenas noches, Jack.

Al cerrar la puerta detrás de ella, Kit se preguntó si el gruñido que escuchó fue
debido al oleaje distante o de una fuente un poco más cercana.

***

La corrida del cargamento fue su primera muestra de la planificación de Jack en


acción. Todo salió a la perfección. Ella estaba en el puesto de observación principal,
colocado en el acantilado arriba y al este de la bahía en la que corrían las mercancías.
En respuesta a su protesta que seguramente ningún peligro vendría del oeste, Jack se
había retirado, pero le ordenó ir a la cabecera. Ella tenía una buena vista de la playa.

Sus hombres estaban allí. Ellos pusieron el cargamento, a continuación, junto


con los otros en los botes, lo sacaron hacia el Road y se dirigieron directamente a
casa.
Los contrabandistas que esperaban en tierra transfirieron los barriles sobre los
ponis de carga, la caravana se dirigió hacia el interior. Esta vez, Jack escogió las ruinas
de una antigua iglesia para ocultar la carga. Cubierta de hiedra, las ruinas eran casi
imposibles de descubrir a menos que se conociera que estaban allí.

La antigua cripta, oscura y seca, proporcionaba un escondrijo perfecto.

—¿A quién pertenece esta tierra? —Kit se dirigió a Jack, sentado en su caballo a
su lado. Se habían encontrado en los árboles para vigilar a la banda mientras
trabajaban la descarga de los barriles y los transportaban escaleras arriba de la
cripta.

—Solía pertenecer a los Smeatons. —El tono de Jack sugirió que ya no era así.

—¿Y ahora? —preguntó Kit. Ella sabía la respuesta antes de que él la dijera.

—A Lord Hendon.

—¿Tienes algún tipo de fetiche de protección, para operar constantemente bajo


las mismas narices del nuevo Alto Comisionado?

Delia se movió para evitar la cabeza del rucio. Kit soltó un juramento y tiró de las
riendas de la yegua.

—Me gustaría que hicieras comportarse a tu caballo.

Jack, obediente, se inclinó hacia delante y tiró de las orejas de Champion.

—¿Oyes viejo amigo? —Susurró en voz baja—. Tus avances no están siendo bien
recibidos. Pero no te preocupes. Las hembras son criaturas contradictorias en el
mejor de los casos. Créeme ... Yo lo sé.

Kit ignoró la invitación a sentirse ofendida por su declaración, muy segura de


que habría una trampa oculta entre sus palabras. En sus pocos intercambios desde la
noche anterior, ella había detectado una clara determinación en los comentarios de
Jack; suponía que tenía que ver con la agudeza cada vez mayor de su mal carácter.
—Estabas a punto de decirme por qué están usando las tierras de Lord Hendon.

Los labios de Jack se retorcieron en una sonrisa que Kit no pudo ver. Él no
pensaba decirle tal cosa, pero la de ella era una curiosidad persistente, una que tal
vez debería disipar. También era una distracción persistente, una picazón persistente
que aún no podía rascarse. Pero pronto, se comprometió, pronto la atendería como
ella se merecía.

La visión de su trasero, balanceándose en provocación deliberada como había


hecho cuando se acercó a la puerta de la chalet, no era una visión que podría olvidar.

—A veces, el lugar más seguro para esconderse es el más cercano a tu


perseguidor como sea posible.

Kit pensó en eso.

—¿De ese modo él te pasa por alto al buscarte más lejos?

Jack asintió.

Los hombres salieron de la cripta; los últimos barriles habían sido replegados.
Jack instó a Champion a adelantarse. En cuestión de minutos, la banda fue
dispersada, llevándose los ponis, otros hombres desaparecieron a pie.

Pronto, las únicas almas en el lugar fueron Kit, Jack, Mathew, y George.
Esperaron unos minutos, para asegurarse de que todos los hombres tomaran su
camino con seguridad . Entonces George hizo una seña a Jack.

—Te veré mañana. —George entró en los árboles.

A la señal de Jack, Mathew se apartó, lo esperó un poco más allá del claro.

Kit alzó la vista; era el momento para que ella partiera. Sonrió, sin saber cuan
cansada parecía.

—Mis hombres y yo vendremos a la reunión el lunes. Es así, ¿verdad?


Jack asintió, deseando poder acompañarla a su casa. No había pensado antes en
ella montando a solas en la oscuridad; él nunca la había visto salir de la casa del
bosque. Permitirle irse en la noche, cansada y solitaria, parecía un acto de
insensibilidad absoluta. Su juicio insistía en acompañarla, pero rechazó la idea. Ella se
negaría, pelearían, y probablemente perdería. Él no deseaba recordarle su real
interés en ella justo ahora. Ignorarla para hacerle creer que ella no le interesaba ya
era bastante difícil. Ignorarla una vez que supiera que él estaba enganchado sería
imposible si acciones como la de la noche anterior eran una muestra de lo que ella
era capaz. Al igual que cualquier otra mujer, ella sería incapaz de dejarlo solo,
provocándolo para obtener atenciones que él era demasiado prudente para darle, al
menos, no todavía.

Medio dormida y soñando, Kit descubrió que estaba mirando el pálido óvalo de
la cara de Jack. Se sacudió para despertarse.

—Me marcho. Buenas noches.

Jack se mordió la lengua. Rígida, la vio salir al claro, hacia el sur en un viaje de
cerca de seis millas a través de la oscuridad.

Sofocando una maldición, volvió a Champion hacia el este y se encontró a


Mathew. Sin decir palabras, se pusieron en marcha, Champion guiaba al caballo
negro de Mathew sobre campos y prados, somnolientos bajo los cielos oscuros.
Habían cubierto casi una milla cuando Jack bruscamente tiró de las riendas,
sorprendiendo a Mathew que había estado dormido en su silla de montar.

—¡Maldita sea! Ve tú por delante. Yo volveré más tarde.

Jack hizo girar a Champion y clavó los talones a los lados semental gris, dejando
un Mathew desconcertado en su despertar. Cuando llegó a la iglesia en ruinas, Jack
volvió la cabeza del rucio al sur y aflojó las riendas. Estaba seguro que Champion
seguiría a su yegua árabe sin importar que ruta hubiese tomado Kit.
Capítulo 12

Después de esta primera corrida, Kit se encontraba segura de que no tendría que
enfrentar ningún problema real siendo el Joven Kit durante el mes requerido.
Desafortunadamente, otros asuntos no se habían llevado con tanta facilidad. Su
orgullo era su problema: saltó a la palestra en dos momentos diferentes, ambos
derivados directamente del comportamiento irritante de Jack.

En la tercera semana de su asociación, ella buscó la soledad del gazebo para


discurrir cómo contrarrestar la negativa obstinada de Jack para tratar
razonablemente con ella. Siempre era la vigilante, ella podía entenderlo, pero a
pesar de su aparente experiencia, Jack persistía en colocarla al este de la zona, lejos
de Hunstanton. Sin embargo, si los Recaudadores quisieran montar una incursión,
era seguro que vendrían desde Hunstanton?

Se dejó caer sobre el asiento de madera del gazebo y contempló las rosas.
Cualquier intento de cuestionar las órdenes peculiares de Jack tropezaba con su ceño
fruncido, altamente desalentador, coronado por un gruñido si ella le presionaba. Un
ladrido sin duda sería lo que seguiría, pero nunca había tenido el valor de ponerlo a
él a prueba. Tenía la impresión de que estaba siendo mantenida a un lado, fuera del
peligro.

Kit entrecerró los ojos. Era casi como si Jack supiera que no habría interferencia
de los Recaudadores, pero la enviaba en la dirección opuesta por si acaso.

¡Maldición! Había sido por la insistencia de él que ella continuó su farsa; pero
hacer tareas simbólicas no era lo que había esperado. ¡Suficiente! Ella tenía que salir
con él esta noche. Habría otra corrida en el promontorio entre Holme y Brancaster.
Desde que habían unido sus fuerzas, el tráfico había sido constantes, dos
corridas a la semana, siempre en diferentes playas, principalmente de Nolan, y una
vez por otro agente.

Licores y encajes habían sido la paga regular, mercancía de alta calidad que
había dado buenos rendimientos a los contrabandistas.

Con un susurro de faldas, Kit se puso de pie. Descendiendo del mirador,


emprendió su camino entre los rosales, indiferente a las flores perfectas que se
balanceaban por todos partes. La falta de una participación significativa en los
asuntos de la banda era uno de sus puntos en desacuerdo. Su interacción personal
con Jack, o más bien, la falta de interacción personal con Jack, era el otro. Su
comportamiento durante su primera visita al chalet lo había entendido. Lo que le
había confundido era todo lo que había, o no había, ocurrido desde entonces.

Él estaba muy atraído por ella al principio, pero desde aquella noche se había
mostrado desinteresado, como si le hubiera encontrado poco atractiva en el segundo
vistazo. Para una mujer que había tenido a los calaveras de Londres a sus pies, el
hecho de que Jack no sucumbiera era irritante. Kit dejó caer los pétalos que había
separado de una rosa blanca que se marchitaba y se dirigió a la casa.

Todos los otros hombres bien parecidos que habían asomado a su horizonte lo
habían hecho sin que ella ejerciera ningún esfuerzo para atraer su atención. La
atención de Jack, por corta que hubiese sido, había despertado su interés en una
forma que ninguno otro lo había hecho. Ella quería más. Pero Jack, malditos sean sus
ojos plateados, parecía claramente poco dispuesto a suministrárselo. Ahora actuaba
como si ella fuera un muchacho de verdad, como si él no pudiese molestarse en
responder a ella como una mujer.

Al subir las escaleras de la terraza, Kit se dio cuenta de que sus dientes estaban
apretados. Se forzó a relajar la mandíbula e hizo una promesa. Antes de salir de la
pandilla Hunstanton, tendría al Capitán Jack a sus pies. Una resolución apresurada,
tal vez, pero el pensamiento envió un delicioso y atrevido estremecimiento a través
de ella. Sus labios se curvaron hacia arriba. Esto era lo que anhelaba, lo que
necesitaba. Un desafío. Si Jack insistía eliminar toda posibilidad de otras emociones,
¿no era sin duda justo que él le diera una compensación adecuada?

Al entrar en la sala de la mañana, Kit se dejó caer en la tumbona y consideró las


posibilidades. Ella necesitaba estar en guardia para asegurarse de que Jack no llevara
las cosas más allá del mero flirteo. Su comportamiento en esa primera noche en su
chalet había sido prueba suficiente de que podía y quería llevar el asunto mucho más
lejos de lo que ella toleraría.

Él no era de linaje ordinario. Ningún pescador tenía tal aire de comando, de


autoridad y, con frecuencia, de pura arrogancia. Su dicción, su conocimiento del
manejo de la espada, su caballo, todos daban testimonio de que sus orígenes eran
considerablemente más alto que el pueblo. Y, por supuesto, era magnífico más allá
de toda creencia. Sin embargo, un enlace, aunque fuera breve, entre la nieta de Lord
Cranmer y el Capitán Jack, líder de la cuadrilla Hunstanton, no estaba comprendido
en los límites de lo posible.

Pero él cree que eres ilegítima, ¿recuerdas?

“Pero no soy ilegítima, ¿verdad?” Kit le señaló a su parte salvaje. No podría


olvidar lo que le debo al nombre de la familia.

¿Por qué? La familia estuvo lista para sacrificarla para sus propios fines.

“Sólo mis tíos y tías, no Spencer o mis primos.”

¿Seguro esto no es solamente una dosis pasada de moda de nervios modestos?


¿Cómo vas saber si Amy tiene razón si no lo intentas? Y si alguna vez vas a dar el
paso, él es el elegido. ¿Por qué no admites que tus rodillas se aflojan solo de pensar
en todo ese adorable y masculino cuerpo y aquellos villanos ojos de plata?

“¡Oh, cállate!”. Kit alcanzó su bordado. Sacó la aguja y la atravesó en el diseño.


Hizo pasar el hilo a través y apretó los labios. Estaba aburrida. Hacer algo excitante
era lo que necesitaba. Esa noche, ella se aseguraría de obtenerlo.
***

El rugido de las olas que golpean la arena llenó los oídos de Kit. Se puso de pie
en el lado de sotavento de la roca, sosteniendo las riendas de Delia, viendo la
pandilla Hunstanton reunirse. Los hombres estaban apiñados en pequeños grupos,
sus voces roncas apenas eran audibles por encima de las olas. Ninguno se acercó a
ella. Todos veían al joven Kit como un joven delicado, un joven de la nobleza, era
mejor dejar al Capitán Jack tratar con él.

Kit alzó la vista y vio que Jack se acercaba, montado en su caballo rucio
flanqueado por George y Mathew. Su confianza en la capacidad de Jack para
organizar y mandar era completa. Había oído historias, algunos decididamente
espantosas, de las actividades de la pandilla Hunstanton antes de que Jack hubiera
tomado el relevo. En las últimas tres semanas, no había visto ninguna evidencia de
tales excesos. Jack ni siquiera se esforzaba para hacer valer su voluntad: los hombres
le obedecían instintivamente, con el reconocimiento de un líder nato. Kit miró hacia
las olas, negro orlado con perla a la luz de la débil luna. Ella no pudo ver ninguna
señal de los botes.

Jack tiró de las riendas algunas yardas más lejos y los hombres se reunieron
alrededor para recibir las órdenes correspondientes. A continuación, se pusieron en
marcha por la playa para esperar, apiñados en la arena como rocas justo delante del
borde del agua Desmontando, Jack dejó a Mathew y George para que vigilaran la
señal de la nave que les diría que los barcos estaban en camino, luego caminó por la
arena hacia Kit. Se detuvo frente a ella.

—Desde allá arriba podrías tener una mejor vista.

Para sorpresa de Kit, él indicó el acantilado por encima del extremo occidental
de la playa. Entonces se acordó de que estaban fuera en el promontorio. Si los
Recaudadores vinieran de cualquier lugar tendría que ser desde el este; más allá de
la punta occidental estaba el mar. Había llegado su hora.

—¡No! —ella tuvo que gritar por encima del ruido de las olas.

Le llevó a Jack un momento para darse cuenta de lo que ella había dicho. Él
frunció el ceño.

—¿Qué quiere decir no?

—Quiero decir que no tiene sentido mantenerme vigilando desde esa posición.
Puedo también estar en la playa y vigilar cuando vengan los barcos.

Jack la miró. La idea de ella correteando por entre los barcos, siendo empujada a
un lado por el primer pescador en cuyo camino se tropezara, fue una posibilidad que
se negó a contemplar. Un grito le dijo que la señal había llegado. Pronto, los barcos
estarían encallando. Observó la pequeña figura ante él y negó con la cabeza.

—No tengo tiempo para discutir sobre ello ahora. Tengo que ocuparme de los
botes.

—Bien. Yo voy también. —Kit ató las riendas de Delia sobre un arbusto pegado al
acantilado y se volvió para seguir a Jack.

—¡Sube a lo alto del acantilado de inmediato!

El estallido casi la levantó de sus pies. Kit dio un paso atrás con los ojos abiertos
expresando alarma. Jack se alzaba sobre ella, con un brazo levantado, señalando con
un dedo en el acantilado occidental. Paralizada, lo miraba fijamente. Y notó que él
apretaba los dientes.

—¡Por el amor de Cristo, muévete!

Sacudida hasta sus botas, furiosa hasta el punto de la incoherencia, Kit arrancó
las riendas de Delia del arbusto y se subió a la silla de montar. Miró hacia abajo a
Jack, todavía de pie delante de ella, con los puños en las caderas, cerrando el paso a
la playa, entonces, tiró de las riendas, guiando a Delia por el camino hacia acantilado.
En la parte superior del acantilado occidental, Kit desmontó. Dejó a Delia pastar el
césped a unas yardas de distancia del borde. Hirviendo de furia, se dejó caer sobre
una gran roca plana y, recogiendo una pequeña piedra, la lanzó hacia abajo sobre la
arena. Deseó poder golpear a Jack con ella. Lo veía claramente junto a los botes.
Podría lazársela con un tirachinas. Con un resoplido de disgusto, Kit hundió los codos
en los muslos y hundió la barbilla en sus manos. Dios... el sí que podía gritar; Spencer
rugía cuando se enojaba, pero el ruido nunca la había afectado. Siempre lo había
considerado como un signo seguro de que su abuelo había perdido por completo el
hilo de su argumento y pronto sucumbirá al de ella.

Pero cuando Jack gritaba sus órdenes, esperaba ser obedecido.


Instantáneamente. Todo vestigio de desafiante coraje que poseía se había hecho un
ovillo en los dedos de sus pies y había muerto. La idea de ella haciendo algo para
superar esa fuerza tan invencible había parecido totalmente ridícula.

Muy disgustada con su cobarde retiro, Kit observó con tristeza a la banda
descargar los barcos. El último barril estaba a salvo de las olas, los caballos de carga
estaban todos a plena carga, Kit se levantó y sacudió el polvo de sus pantalones. Sin
importar lo que sucedió, aunque que Jack gritara, era la última, la última vez que
había vigilado desde la posición incorrecta para la pandilla Hunstanton.

***

—¿Bien? ¿Qué pasa? —Jack puso en la mesa el pequeño barril que había traído
de la playa y se volvió a enfrentar a Kit.

George había montado directamente a la casa desde la playa y, después de una


mirada a la figura rígida de Kit, Jack había enviado a Mathew directamente al Castillo.
En la playa había esperado que el hecho de que ella se sometiera a sus órdenes,
significara que iba a olvidar su queja sobre ser un puesto de observación redundante.
Debería haberlo sabido mejor.

Kit ignoró su demanda abrupta y cerró la puerta. Con fría deliberación, caminó
hacia la luz de la lámpara que Jack había encendido. Se quitó el sombrero y lo dejó
sobre la mesa, luego, en perfecto silencio, desenrolló su bufanda.

Al enderezarse de encender la lámpara, Jack apretó las manos contra la mesa y


se quedó de pie. Se sentía mucho más capaz de intimidar a Kit en posición vertical.
Suponiendo, por supuesto, que ella también estaba en posición vertical. Si no se
daba prisa y llegaba a su punto, él no daría mucho por sus posibilidades de
permanecer en esas condiciones. Jack apretó los dientes y esperó.

Cuando su bufanda se había unido a su sombrero, Kit se volvió hacia Jack.

—Sugiero que en el futuro te replantees tu política de vigilancia. Si me ordenas ir


a una posición que está obviamente en la dirección equivocada, yo me iré a un lugar
más estratégico.

La mandíbula de Jack se endureció.

—Tú vas a hacer lo que te ordenen.

Kit levantó una arrogante ceja.

Jack perdió un poco de su calma.

—Maldita sea, si estás de vigilante y aparecen los Recaudadores, ¿cómo diablos


puedo estar seguro de que no vas a hacer algo estúpido?

—Yo no huiría sin más.

—¡Yo sé eso! Si pensara que tomarías la decisión de huir, no tendría ninguna


objeción en ubicarte hacia el lado de Hunstanton.
—¿Admites entonces que me has estado ubicando deliberadamente en el lado
equivocado?

—¡Cristo! —Jack se pasó una mano por el pelo—. Mira, tú no puedes descargar
los botes, por lo que es mejor entonces que seas nuestro vigilante. Por eso estás allí.

—Hasta el momento tú no has necesitado realmente de un puesto de vigilancia


—respondió Kit con tono enfático—. Porque, como bien sabes, los hombres de la
Aduana acantonados en Hunstanton han recibido la orden de patrullar las playas al
sur.

—¿Cómo sabes eso? —Los ojos de Jack se estrecharon.

—Todos saben eso —dijo Kit levantando un hombro.

—¿Quién te dio esa información?

—Spencer. Se lo comunicó el propietario de la Rosa y el Ancla en Lynn —


respondió Kit mirando a Jack con cautela.

Los músculos de los hombros de Jack se relajaron. Ella no tenía ningún contacto
en la Oficina de Impuestos.

—Ya veo. —Él había estado fuera tanto tiempo, que se había olvidado de cómo
eran las cosas en el campo.

—Supongo entonces que significa que no tendré que permanecer en un


acantilado girando mis pulgares la próxima vez? —La mirada de Kit lo desafió a estar
en desacuerdo.

Él la ignoró.

—¿Qué demonios sabes hacer además?

—Puedo ayudar a descargar el encaje —declaró Kit, elevando la barbilla.


—Bien —dijo Jack— ¿Y qué sucederá la primera vez que alguien te entregue un
barril en su lugar? Toma, lleva este al aparador.

Sin previo aviso, él levantó el barril que había traído y se lo dio.


Automáticamente, Kit extendió sus manos para tomarlo. Jack lo soltó. Él podría llevar
el barril bajo el brazo. Él no tenía idea de cuánto podría llevar Kit, pero no esperaba
que ella se hundiera bajo el peso.

Las rodillas de Kit se doblaron. Sus brazos se deslizaron sobre el barril mientras
se esforzaba para equilibrar el peso y fracasó. Ella cayó al suelo, primero de nalgas, y
el barril rodó hacia atrás aplastándola.

En el instante antes de que le hiciera un daño grave, Jack lo quitó de encima de


ella. En terrible silencio, Kit tirada en el suelo miró a Jack. Entonces ella recuperó el
aliento. Sus pechos vendados, hinchándose en justa indignación, peleaban contra las
bandas que los constreñían; sus ojos escupían llamas púrpuras.

—¡Bastardo! ¿Qué clase de estupidez acabas de hacer?

Con cuidado, Jack colocó el barril en la mesa. Miró una vez más a Kit,
esparramada a sus pies, luego rápidamente tomó distancia, mordiéndose los labios
para evitar la risa que amenazaba salir. Kit parecía a punto de matarle.

—Ven, déjame ... —empezó él a decir inclinándose para tomarle las dos manos.
Con suavidad, la puso de pie. No se atrevía a encontrar la mirada de ella, que era lo
suficientemente afilada para hacer tiras de él. Sin duda, su lengua pronto lo haría.

Al ponerse de nuevo de pie, Kit fue dolorosamente consciente de que una cierta
parte de su anatomía estaba muy magullada.

—¡Maldita sea, esto duele!

La acusación fue suavizada por la forma en que sus labios temblaban. Ella frunció
el ceño y Jack se sintió como un tonto. Había estado tratando de protegerla y en su
lugar, casi la había aplastado de muerte.
—Lo siento.

Él estaba a la mitad de una seductora sonrisa de disculpa diseñada para calmar


su ira, cuando se acordó de lo que ocurriría si lo hacía. Ella le sonreiría de vuelta. Él
solo pudo imaginarla: una pequeña dolorida sonrisa. Y él caería derribado.

—Pero me temo que eso es precisamente lo que sucederá si juegas a ser la


dama contrabandista conmigo.

Al darse cuenta de lo cerca que estaba del peligro, Jack retrocedió al otro lado de
la mesa.

La columna de Kit se puso rígida. Sus dedos se cerraron con furia. Su yo más
salvaje volvió a la vida. ¿Recuerdas cuál es tu alternativa a la excitación del
contrabando?

Kit sonrió a Jack y tomó nota de su parpadeo defensivo. Su sonrisa se hizo más
profunda. Se puso las manos detrás de su cintura y se volvió ligeramente, haciendo
una artística mueca de dolor.

—Cuánta razón tienes —ronroneó—. Supongo que no tienes algo aquí para los
moretones? —dijo mientras sus manos presionaban y se movían sobre las curvas de
su trasero.

A pesar de sus años de entrenamiento en el arte del disimulo, Jack no podía


apartar los ojos de las manos de ella. Su cuerpo cambió de estar semi-excitado, su
estado habitual en presencia de Kit, a dolorosamente rígido antes que ella alcanzara
con sus manos la parte superior de los muslos. Su cerebro registró la insinuación en
su tono ronco, dispersando el poco juicio que le quedaba. Sólo su instinto de auto
conservación lo mantenía clavado en el suelo con la mesa, un último bastión, entre
ellos.

Fue el silencio lo que finalmente penetró en el deslumbramiento de Jack. Miró


hacia arriba y vio un brillo de sospechosa satisfacción en los ojos violeta que lo
observaban.
—Er... no. Nada para los moretones. —Tenía que sacarla de aquí.

—Pero debes tener algo —dijo Kit, sus ojos estaban velados por los párpados.

Su mirada cayó sobre el barril. Su sonrisa creció.

—Por lo que recuerdo, hay un masaje realizado con brandy —dijo y levantó la
mirada para ver la cara de Jack que se había quedado inexpresiva.

¿Un masaje con el brandy? La mente de Jack empezó a girar. La imagen que sus
palabras conjuraron, de él aplicando un masaje con el brandy en su carne magullada,
su mano acariciando los contornos cálidos cuyas formas el acababa de mirar, lo dejó
rígido con el esfuerzo de permanecer donde estaba. Sólo el pensamiento de que ella
le estaba poniendo un cebo deliberadamente lo mantuvo inmóvil. Lentamente, él
negó con la cabeza.

—No ayudará.

Kit hizo un puchero.

—¿Seguro? —Sus manos amasaban suavemente su parte inferior—. Si no


realmente me dolerá.

A la fuerza, Jack contuvo con mano de hierro cada uno de los músculos de su
cuerpo. Tensó los puños; sintió como si un espasmo le cerraba la mandíbula al tratar
de forzar las palabras.

—En ese caso, será mejor que te pongas en camino antes de que se pongan
rígidos los músculos.

Los ojos de Kit se estrecharon, luego se encogió de hombros y se dio media


vuelta para recoger la bufanda y el sombrero.

—Entonces puedo ayudar con los barcos a partir de ahora? —dijo comenzando a
enrollar la bufanda sobre su cara.
La posibilidad de discutir estaba más allá de Jack, pero que lo condenaran si
dejaba que ella le convenciera así.

—Hablaremos de ello mañana —dijo con voz tensa.

Kit se puso el sombrero y se volvió a discutir el asunto, sólo para encontrar a Jack
pasando delante de ella y caminando a la puerta.

—Veremos que cargamento haya acopiado Nolan para nosotros. Después de


todo, sólo te queda una semana más.

Jack se detuvo con la mano en el picaporte de la puerta y miró hacia atrás,


rezando para que ella se fuera.

Kit se acercó a él con una luz de reflexión en sus ojos y una sonrisa de
complicidad en los labios.

—Pensé que querías dos meses. —Ella estaba demasiado cerca.

Jack dibujó una respiración entrecortada y abrió la puerta.

—Tú estuviste de acuerdo en un mes, eso servirá a nuestro propósito. No hay


necesidad de más. —No necesitaba más tortura.

Kit se detuvo junto a él, inclinando la cabeza para mirarlo desde debajo del ala
de su sombrero.

—¿Estás seguro de que un mes será tiempo suficiente?

—Bastante seguro —dijo Jack con voz que había ganado fuerza. Envalentonado,
la agarró del brazo y la ayudó a cruzar el umbral, arriesgándose al contacto en aras
de una mayor seguridad—. Nos encontraremos aquí a las once, como de costumbre.
Buenas noches.

Los ojos de Kit se ampliaron, pero aceptó partir de buen grado haciendo una
pausa en la mancha de luz que salía a través de la puerta abierta para sonreírle.
—Hasta mañana, entonces —ronroneó.

Jack cerró la puerta. Cuando el sonido de los cascos de la yegua llegó hasta él,
dejó escapar un gran suspiro y se dejó caer contra la puerta. Miró sus manos, todavía
empuñadas, y enderezó lentamente sus largos dedos. Una semana. ¡Cristo: él sería
un manojo de nervios para cuando finalizara! Caminando lejos de la puerta, se dirigió
hacia el barril de brandy. Antes de llegar a él, la imagen de su tormento, cabalgando
sola a través de la noche, saltó a la superficie. Jack dejó caer la cabeza hacia atrás
para mirar al techo y descargó su descontento en un gemido de frustración. Luego
salió a ensillar a Champion.
Capítulo 13

—Bueno, Kathryn querida, eres nuestra experta local. Si vamos a hacer una
verdadera mascarada, en la que nadie sabe quién es el otro, ¿cómo vamos a
manejarlo?

Lady Marchmont tomó un sorbo de su té, mirando inquisitivamente a Kit.

Considerando que conocía a la vieja dama por años, Kit no se imaginaba como
pudo pensar que ella se olvidaría del baile. Era patentemente claro para todos en el
salón de visitas de Lady Marchmont, tanto Lady Dersingham como Lady Gresham,
con Amy apoyándolas, que el baile serviría a un doble propósito, sacar de su castillo
al escurridizo Lord Hendon y hacer que él y Kit se conocieran. Considerando el alto
nivel de expectativa, Kit le había dedicado la atención adecuada al asunto. Una
mascarada proporcionaría una serie de ventajas.

—Para empezar, vamos a tener que dejar claro el tema del baile, será una
verdadera mascarada, no sólo dominós sobre los vestidos de fiesta. —Kit frunció el
ceño por encima de su taza de té— ¿Cree que habrá tiempo suficiente para que la
gente pueda conseguir los trajes?

—Hay tiempo en abundancia —Lady Dersingham agitó una mano blanca con
desdén—. No somos muchos, todo estará dicho y hecho. No debería haber ningún
problema. ¿Qué te parece, Aurelia?

Lady Gresham asintió.


—Si las invitaciones salen esta tarde, todo el mundo tendrá una semana para
arreglar sus disfraces —ella sonrió—. Debo decir, estoy deseando ver lo que nuestros
amigos traerán. Es tan revelador, ver cómo se imagina la gente a sí mismas.

Sentada tranquilamente en la tumbona junto a Kit, Amy le lanzó una mirada.


Lady Marchmont cogió otro bollo.

—No hemos tenido tan prometedor entretenimiento en años. Es una buena


idea, Kathryn.

Kit sonrió y tomó un sorbo de té.

—Si no se puede reconocer a nadie, ¿cómo vamos a estar segura de los que
asistan son los que han sido invitados? —Preguntó la señora Dersingham—
¿Recuerdan el problema que tuvieron los Colvilles, cuando jóvenes universitarios de
Bertrand vinieron sin ser invitados? Dulcie estaba llorando, pobre. Arruinaron toda la
noche con su alboroto y, por supuesto, tomó años para descubrir quiénes eran y
desalojarlos.

Ni la señora Marchmont ni lady Gresham tenían alguna idea. Buscaron a Kit. Ella
tenía su respuesta preparada.

—Las invitaciones deben tener instrucciones acerca de alguna señal que los
huéspedes deben presentar, por lo que puede estar segura que sólo los que invitó
vendrán, pero ningún invitado dirá quién es excepto la señal correcta.

—¿Qué clase de señal? —preguntó Lady Marchmont.

—¿Qué les parece una ramita de laurel en un ojal o en el corsage de las damas?

Lady Marchmont asintió.

—Bastante simple, pero no tanto como para que alguien lo pudiese adivinar. Eso
servirá.
Todas estuvieron de acuerdo. Kit sonrió. Amy levantó una ceja sospechosa. Kit la
ignoró. Las damas pasaron la siguiente hora elaborando la lista de invitados y
dictando las invitaciones a Kit y Amy, quienes diligentemente actuaron como
escribas. Después de entregar el paquete de misivas selladas en las manos del
mayordomo, las señoras se despidieron.

Lady Dersingham había llevado a Kit en su carruaje; Amy y su madre habían


llegado en el suyo. Mientras esperaban en los escalones a los diferentes carros, Amy
volvió a mirar Kit.

—¿Qué estás tramando?

Su madre y la Lady Marchmont cotilleaban; Lady Dersingham se había movido


por los escalones para examinar un rosal en una urna. Kit se volvió hacia Amy.

—¿Por qué supones que estoy tramando algo?

Sus grandes ojos violetas no lograron convencer a Amy de su inocencia.

—Tú estás planeando alguna diablura —declaró Amy— ¿Qué?

Kit sonrió maliciosamente.

—Tengo el antojo de dar un vistazo a Lord Hendon sin darle a él la misma


oportunidad. Que me condenen si dejo que ellas me presenten a él, como una
paloma en una bandeja o un suculento bocado para su deleite.

Amy consideró salir en defensa de sus señorías, pero decidió guardar su aliento.

—¿Qué planeas hacer?

La sonrisa de Kit se volvió diabólica.

—Digamos que mi traje será uno que nadie va a anticipar —Miró a Amy con
afecto—. Me pregunto si me reconocerías.
—Te reconocería en cualquier lugar, independientemente de lo que llevaras
puesto.

—Vamos a averiguar que tan buenos son tus poderes de observación el próximo
miércoles —dijo Kit riendo.

Amy no tuvo ninguna oportunidad para presionar a Kit por los detalles de su
disfraz. Los carros dieron vuelta a la esquina de Marchmont Hall, y ella se vio
obligada a despedir a Kit.

—Ven a visitarme mañana. Quiero escuchar más de este plan tuyo.

Kit asintió y agitó la mano, pero sus ojos risueños habían dejado a Amy con la
impresión de no tenía intención de revelar más de sus planes.

***

Jack estaba parado, con los pies separados bien plantados, resistiendo el tirón de
las olas que rompían sobre sus rodillas. Miró a Kit, pequeña y delicada junto a él, y
rogó que no perdiera el equilibrio. En la noche sombría, calada hasta los huesos, se
evidenciaban aún más las limitaciones que su anatomía le imponía. El bote que
habían estado esperando para abordar llegó con la siguiente ola y dio la vuelta
cuando el marinero giró el timón. Mathew, estaba en algún lado a su derecha,
estabilizando la proa. Kit agarró el costado de la embarcación con las dos manos
enguantadas y se impulsó para abordarlo. O eso intentó. Anticipando su impotencia,
Jack plantó una gran palma debajo de su trasero y la levantó hacia la borda. La oyó
jadear cuando aterrizó en la cubierta en un desorden de brazos y piernas. Entonces
se acordó de su trasero magullado. Hizo una mueca y la siguió.

Le estaría bien empleado si ella sufría uno o dos espasmos de dolor. Él estaba en
constante agonía por el dolor que ella le infringía. Kit se apresuró a quitarse del
camino de Jack cuando este se trepaba en el barco, mirando a la noche y a él cuando
llegó junto a ella. A ella le hubiera encantado decirle un par de cosas para expresarle
su enojo, pero no se atrevió a abrir la boca. El solo hecho de estar ella allí había
estirado la tensión entre ellos al punto de ruptura; ella era demasiado inteligente
para añadir más leña al fuego justo ahora. En lo que a ella se refería, esta noche era
una oportunidad única en la vida, y no tenía ninguna intención de dejar que Jack la
estropeara. Había ido con ellos a la taberna Black Bird como de costumbre el
miércoles, hacía sólo dos noches. Un agente les había acercado una inusual carga,
fardos de paños flamencos, demasiado pesada para ser transportada en los botes de
remos. Para su sorpresa, Jack había aceptado. El dinero ofrecido era sin duda un
incentivo, pero no podía imaginar dónde encontraría él barcos suficientemente
grandes para hacer el trabajo. Pero los tenía, y sabía que no debía preguntar cómo.

Había llegado a la playa esta noche preparada para la batalla si se atrevía a


sugerirle que vigilara. Aunque él la había observado con recelo, Jack le había incluido
en el grupo para ir en los barcos. El alivio que había sentido cuando ella supo que
estaría acompañando a Jack y al taciturno Mathew a bordo del yate, en lugar de ir en
uno de los otros barcos con los demás hombres, era algo que nunca admitiría.
Aunque moderó su entusiasmo esto fue contrarrestado por la excitación de ir en el
veloz yate, más rápido que los otros botes. Ella siempre había soñado navegar a vela,
pero Spencer nunca le había permitido ese capricho en particular.

Kit estaba junto a las barandillas mientras el yate surcaba las olas. El barco con el
que se encontrarían era un punto de luz, brillando en ocasiones muy lejos en el Road.

Jack se mantuvo a distancia. Había llevado a Kit con él ya que no estaba


dispuesto a correr el riesgo de dejarla fuera de su vista. Apartando la mirada de la
figura delgada con el viejo tricornio atascado por encima de sus rizos, se concentró
en su destino, una forma negra en el horizonte, cada vez más grande con cada cresta
que pasaban. Por vía de Mathew, ya había iniciado los rumores de que el joven Kit
tenía dificultades para continuar en la Banda. La historia implicaba al abuelo de Kit,
no identificado, quien estaría haciendo un alboroto por las frecuentes ausencias
nocturnas de su nieto.
Rogaba porque llegara rápidamente el retiro del joven Kit. Jack apretó los
dientes cuando los recuerdos de su última noche en el Black Bird se reprodujeron en
su mente. Kit se había sentado a su lado en su lugar habitual. Pero en lugar de
mantenerse alejada como había hecho anteriormente, ella se había sentado cerca,
tan cerca que él lo había percibido desde su lado de la mesa. La presión insistente del
muslo de ella contra el suyo ya había sido bastante mala. Pero casi se había ahogado
cuando sintió la mano de ella en el muslo, y sus finos dedos le acariciaban el largo
músculo.

Por suerte, se había detenido cuando el agente apareció, de otra forma nunca
hubiese tenido el juicio suficiente para negociar. De hecho, dudaba que hubiera
tenido la fuerza para resistirse a devolverle el pago con su propia moneda lo cual,
dada la predilección de las mujeres para olvidar dónde estaban y qué estaban
haciendo en el momento, probablemente los habría llevado a una situación profana
y potencialmente fatal. Después de eso, él había mantenido a Mathew cerca, un
hecho que tuvo a su secuaz desconcertado. Pero él había preferido enfrentar a un
desconcertado compañero que a una mujer determinada a abatirlo en la típica
manera femenina. Ella le podría llamar cobarde, como lo había hecho la noche
anterior cuando Mathew les había seguido cumplidamente a la casa después de la
reunión en el granero, pero ella no sabía con qué tipo de explosivo estaba jugando.
Ella lo descubriría muy pronto. Imagines obscenas sobre la forma exacta en que se
vengaría habían llenado sus noches de insomnio.

El yate superó tres botes de vela cuadrada que remaban más lento, el resto de la
flota de la pandilla Hunstanton, a continuación, giró bruscamente para acercarse al
lado del casco del bergantín holandés. Mathew estaba de pie en la proa, con una
cuerda enrollada en sus manos. Los otros dos tripulantes recogieron las velas. Al
acercarse más el casco por el movimiento de las olas, Mathew arrojó la cuerda al
marinero que la recogió en el bergantín. En cuestión de minutos, fueron asegurados
contra el costado del barco holandés.

Jack se volvió hacia el timonel.

—Asegura el timón y deja al muchacho para que lo vigile.


El hombre obedeció; Jack se volvió para ver a Kit que ya estaba en camino en
medio del barco. Él sonrió. Los fardos de tela no eran como los paquetes de encaje.

Ellos descargaron la mercancía sin problemas, los fardos eran bajados en grupos
con ayuda de cuerdas por el lado del puente, e iban directamente a la bodega del
yate.

Con las manos fijas en el timón, Kit vigilaba. Su corazón había saltado cuando
una paca giró locamente hacia ella, a punto de soltarse. Jack se subió al techo de la
cabina directamente entre el timón y la bodega y estabilizó el pesado rollo,
atrapándolo con ambas manos e inclinando hacia atrás todo el peso de él para
contrarrestar el balanceo. El alivio barrió a Kit cuando la bala se estabilizó y fue
bajada sin más drama.

El barco holandés había llevado una carga completa; al final, cada uno de los
cuatro barcos de contrabandistas iba completamente cargado, incluso llevando
fardos en la cubierta, atados a las barandas Todo el proceso se llevó a cabo en un
silencio total. El sonido se desplazaba muy bien en el agua. Los hombres trabajaban
de manera constante, estibando las balas de mercancía. La mente de Kit se desvió
hacia el comentario que Jack había hecho la noche anterior, cuando ella había
llegado tarde a la reunión en el granero. Ella se había deslizado discretamente por la
puerta, pero Jack le había visto al instante. Había sonreído y le preguntó si había
tenido problemas con su abuelo. No tenía ni idea de lo que había querido decirle,
pero había fruncido el ceño y asintió con la cabeza, luego se sorprendió por las risas
de entendimiento que habían coloreado a muchos de los rostros de los hombres.

Más tarde, había entendido lo suficiente como para adivinar que Jack había
comenzado la planificación de su salida de la banda. Claramente, él había dicho en
serio lo de que un mes era más que suficiente. Ella había seguido siendo el joven Kit
bajo coacción; pero ahora, ella se resistía a separarse de su alias, su pasaporte a la
excitación. Y no lo has puesto a tus pies, ¿no es así?

Kit miró los anchos hombros de Jack, en ese momento directamente en frente
suyo, y fantaseó con los músculos debajo de su camisa áspera. Antes de que ella
rompiera con él, estaba decidida a convertir al menos algunas de sus fantasías en
realidad. Hasta el momento, la única reacción de él a sus trucos había sido paralizar
todos sus músculos y apretar la mandíbula. Estaba decidida a conseguir más que eso.

Un silbido bajo señaló que habían terminado. Soltaron las cuerdas y los barcos
más pequeños se separaron del casco del bergantín, moviéndose a la deriva
esperando hasta estar fuera de la sombra de la nave más grande para izar sus velas.

Relevada de su guardia en el timón, que había sido tan inútil como su puesto de
observación, pero infinitamente más emocionante, Kit paseaba por la cubierta, en
dirección a la proa. Había pasado por la carcasa de la cabina cuando el yate pasó la
proa del bergantín y el viento atrapó sus velas. El yate dio un salto hacia adelante.

Kit gritó y sólo pudo acertar a ahogar el sonido. Fue arrojada contra la paca
atada a la barandilla. Sus dedos se asieron desesperadamente a las amarraduras.
Tomando un respiro hondo, se impulsó para ponerse de pie.

Apenas estuvo sobre sus pies oyó un crujido potente, como el chasquido de la
rama de un árbol.

—Kit! ¡Agáchate!

Ella reaccionó más al tono de Jack que a sus palabras, y agachó la cabeza. El palo
que sostenía la vela pasó oscilando, al mismo nivel donde su cabeza había estado
décimas de segundo antes. Kit contempló el poste largo que oscilaba sobre las olas
con una cuerda que colgaba detrás de él.

Ella agarró la cuerda. Al instante, se dio cuenta de su error. El repentino tirón en


sus brazos fue terrible, y se encontró siendo arrastrada por la fuerza de la oscilación
del poste; el viento llenaba la vela haciendo que el sobrecargado barco se inclinara
hacia estribor.

Los ojos de Kit se abrieron con miedo. Miró por encima de las barandas a las olas
negras y recordó que no sabía nadar.
Su vientre se golpeó contra el fardo. La siguiente ráfaga de viento la levantaría
llevando la mitad de ella encima de la baranda. Ella no era un marinero experto, pero
le pareció que si soltaba la soga, el yate se volcaría. Unas fuertes manos se cerraron
sobre las de ella en la cuerda y la halaron de vuelta. Kit agregó su peso al de Jack y el
palo de vela osciló de regreso. Pero el viento se desquitó, llenando la vela una vez
más. El tirón de la cuerda golpeó a Kit con fuerza contra la paca, con los brazos
extendidos sobre la barandilla. Jack fue arrastrado contra la espalda de ella.

Kit olvidó el palo, el viento, la vela; se olvidó de las olas, del hecho de que ella no
sabía nadar; olvidó todo, excepto la increíble sensación del duro cuerpo masculino
presionado contra ella. Estaba atascada entre el fardo y Jack. Podía sentir los
músculos del pecho de él contra sí mientras él se esforzaba para recobrar el poste.
Podía sentir los músculos del estómago de él como duras bandas al usar su peso para
recobrar el equilibrio. Podía sentir el peso sólido de los muslos apretados con fuerza
contra su trasero magullado. A ambos lados de sus delgadas piernas podía sentir las
largas columnas de las piernas de él como soportes de acero anclándolos a la
cubierta, desafiando la furia silbante del viento. También podía sentir el eje duro de
deseo que presionaba la parte baja de su espalda. El descubrimiento la dejó
pasmada. Con que no estaba interesado ¿no? Y no la encontraba atractiva, ¿verdad?
¿Qué clase de juego estaba él jugando?

—¡Por el amor de Dios, mujer! ¡Reclínate!

El furioso susurro de Jack recordó a Kit la urgencia de la situación. Añadió


diligentemente su peso al de él con lo que lograron estabilizar el palo de la vela.

Detrás de ella, Jack se enfrentaba a un dilema diferente a cualquiera que jamás


había experimentado. Tener a Kit atrapada contra él era puro infierno. Él daría
cualquier cosa por ser capaz de empujarla a un lado pero no se atrevió; necesitaba su
peso adicional para equilibrar el viento en la vela. Y no podía relajar la tensión en la
cuerda lo suficiente como para envolverla atarla al raíl.
El yate corrió delante del viento, desplazándose rápidamente sobre las olas. El
timonel viró haciendo que el viento hinchara la vela sacando al barco del peligro de
zozobrar. Mathew apareció junto al hombro de Jack.

—Si puedes mantenerte de esa manera, estaremos bien —gritó sobre el viento.

Jack asintió y volvió la cabeza, con la intención de poner a Mathew en lugar de


Kit en la cuerda, pero ya se había apartado de él. Miraba con incredulidad a su
hombre de confianza de espaldas en retirada.

Exactamente de donde le surgió la idea, Kit no estaba segura, pero de repente,


se le ocurrió que Jack estaba tan atrapado como ella. Y, siendo así, ésta era una
oportunidad perfecta para alcanzar sus objetivos con razonable seguridad. Jack
actuaba como una pantalla contra ella que impedía que los otros hombres pudieran
verla. Él tenía ocupadas las manos con la cuerda, así que difícilmente podría hacer
mucho estando la playa a sólo cinco minutos.

Con el fin de determinar las posibilidades, Kit se apretó contra él, el sonido de
aliento contenido bruscamente que le llegó por encima de su oreja izquierda fue el
resultado. Su acción le había dado un poco más de espacio para maniobrar. Movió su
trasero, poco a poco, y sintió una onda de tensión en él pasar a través de los
músculos de los muslos. La barra erecta entre ellos era como el hierro, una sólida
fuerza viva. Moviéndose lentamente, manteniendo su peso apoyada contra la
cuerda, Kit frotó su cuerpo, desde los hombros hasta las caderas y más allá, de lado a
lado contra el hombre detrás de ella.

Jack reprimió un juramento. Él apretó los dientes sobre su labio inferior para
ahogar un gemido de frustración. ¡Maldita mujer! ¿Qué demonio la había poseído
para elegir ese preciso momento para darle una demostración del potencial que
poseía? Podía sentir cada ondulación de su esbelta figura, cada ronroneante caricia.
Se movía como un gato, sinuosamente contra él. El viento tiró de nuevo, y los
apretujó una vez más. Jack cerró los ojos obligando a su mente a concentrarse en
mantener el control sobre la cuerda. Su agarre en su mente se estaba disolviendo.
El choque contra la bala dejó sin aliento a Kit. Ella esperó, pero Jack no hizo
ningún movimiento para tirarse hacia atrás. El aliento de él soplaba los rizos detrás
de su oreja izquierda.

Jack estaba satisfecho permaneciendo donde estaban. No tenía ninguna


intención de darle libertad de acción para continuar su pequeño juego. Consideró
susurrarle algunas amenazas cuidadosamente escogidas, pero no podía pensar en
nada apropiado. Tenía una desagradable sospecha que su voz lo traicionaría si
trataba de hablar en absoluto. Apretó los dientes y aguantó, catalogando cada
pequeño movimiento que hacía en su libro de contabilidad de la cuenta para el
momento, a casi una semana de distancia, cuando el pago se hiciera efectivo. Y se
aseguraría que pagara. En su totalidad. Con intereses.

La vista de la playa fue más bienvenida de lo que los acantilados de Dover habían
sido nunca. Jack vio la señal del timonel.

—Suelta la cuerda. Despacio.

Kit hizo lo que le había pedido, cuidándose de la vela azotada por el viento. Jack
aguantó hasta estar seguro que ella liberara las manos, luego la soltó también. El
mástil se balanceó de regreso, pero el timón también había girado; el yate giró y
desaceleró cuando el viento había vaciado la vela. El mástil se balanceó hacia
cubierta. Jack lo había estado vigilando. Se agachó, tirando a Kit a la cubierta con él.
Ella cayó tendida largo a largo junto a él.

Un vistazo rápido mostró a Jack que el timonel estaba concentrado en su yate,


mientras que los otros hombres, entre ellos Mathew, estaban ocupados asegurando
el mástil. El momento era demasiado tentador como para dejarlo pasar.

Kit había visto el mástil regresar, pero no había esperado que las manos de Jack
se cerraran de manera tan abrupta en sus hombros. La cubierta era dura e incómoda,
pero fue sin duda mejor que una cabeza rota. Ella vio a los hombres luchando para
empatar el desgraciado mástil de nuevo en su posición y colocó sus manos con la
palma hacia abajo en la cubierta, preparándose a levantarse. Pero se congeló cuando
sintió una mano grande extendida a lo ancho de su trasero.

Kit dejó de respirar. La mano presionaba suavemente, haciendo lentos


movimientos circulares, luego cambió su dirección, propagando calor húmedo sobre
su trasero. Dos largos dedos se deslizaron entre sus muslos. Con un suspiro audible,
Kit se puso de rodillas, pero eso sólo hizo que se apretara aún más plenamente a la
mano acariciante, dejándola más abierta a esos dedos que íntimamente sondeaban.
Demasiado sorprendida para pensar, se echó hacia atrás sobre sus nalgas. Los largos
dedos presionaban profundamente. Kit se levantó de un salto, con la cara en llamas.

Desde atrás le llegó una burlona carcajada muy masculina.

—Más tarde, cariño.

Dos fuertes manos la pusieron a un lado, y Jack la dejó para comprobar el mástil.
Kit escapó de la peligrosa presencia de Jack tan pronto como le fue posible. Furiosa,
nerviosa y agitada, ella esperó su tiempo hasta que comenzó la difícil operación de
descarga. Entonces ella buscó a Mathew.

– Me voy al acantilado a vigilar.

Mathew asintió. Sin ayuda, Kit se deslizó por la borda del barco, balanceándose
suavemente en el oleaje superficial, buscando la orilla.

A bordo del barco, Jack le vio en las olas. Juró y se acercó a la baranda con las
manos en las caderas.

—¿Dónde diablos va?

Mathew estaba pasando en ese momento.

—¿El joven Kit? —cuando Jack asintió con la cabeza, respondió—. Al puesto de
vigilancia.
Mathew siguió su camino perdiéndose la sonrisa diabólica que se dibujó en el
rostro de Jack. Debía suponer que había preferido hacer labor de vigilancia a
permanecer en su cercanía? Jack sintió la risa burbujear. ¡Como el infierno! Había
sentido su calor, incluso en esos pocos minutos en la cubierta. Ella había estado tan
caliente para él como él mismo para ella, su pequeño gatito. Y pronto, muy pronto,
iba a tenerla ronroneando y arqueándose como nunca lo había hecho antes.

Con un esfuerzo, Jack obligó a su mente a volver a la tarea mundana, pero difícil,
de descargar los fardos.

***

Kit esperó solamente hasta que vio a los primeros hombres marcharse. Luego
apretó los talones a los lados lisos de Delia y se dirigió a casa, su cara seguía
mostrando varios tonos de rosa. No podía dejar de pensar en esos pocos minutos en
la cubierta. Y en la promesa de las últimas palabras de Jack. Atrás quedó la idea de
que él no se sentía atraído por ella. En cambio, su preocupación más urgente debería
ser, sin duda, si no sería prudente que nunca lo volviera a ver. Para consternación de
Kit, su mente se negó rotundamente a considerar esa opción. Por lo menos ahora,
sabes un poco lo que significaba lo que le había contado Amy.

Oh, Dios, pensó Kit, eso es todo lo que necesitaba. No podía estar enamorada de
Jack. Era un traficante. Los recuerdos de cómo se había sentido en la cubierta
llenaron su mente. Incluso ahora, la piel del trasero la sentía febril al recordar las
caricias de su mano. Sus contusiones palpitaban. Su memoria rodó sin descanso a la
deliciosa emoción que había experimentado cuando sus dedos habían sondeado la
suave carne entre sus muslos. Kit se sonrojo. Pero su memoria repetía sus palabras,
con el corazón acelerado. ¿Y si lo decía en serio?
Ella consideró las implicaciones y se las tragó. ¿Qué había intentado decir en
realidad? ¿Tenía realmente la intención de...? Kit apretó los muslos y la zancada de
Delia se alargó de forma alarmante.

A una milla detrás de Kit, Jack se había subido a la silla de Champion. El último de
los hombres se había marchado, y la carga se encontraba a buen resguardo. Se volvió
a Mathew.

—Daré un paseo. Volveré en un rato.

Con eso, encaminó a Champion por el acantilado, en la pista de Delia. Jack


estaba muy cansado de sus paseos nocturnos, pero no podría dormir, incluso
inquieto como estaba, sin saber si Kit habría regresado con seguridad a su casa. Al
menos, sólo quedaba menos de una semana para que el joven Kit saliera de la
pandilla Hunstanton. Cuando ellos se encontraran por la noche después de eso, si es
que ella se marchaba, sería a una hora más segura, cerca de la madrugada.

***

La luz del sol de la tarde hizo brillar como oro las vetas del pelo de Jack cuando
se sentó, descansando elegantemente, en la silla tallada detrás de su escritorio.
Enorme y pesada, la mesa se encontraba ante las ventanas de la biblioteca, sus líneas
clásicas complementaban las estanterías ordenadas que cubrían las paredes.

La luz fracturada en azul brillante cayó del anillo de sello de Jack al prístino papel
secante al jugar sus largos dedos distraídamente con un abrecartas de marfil. Su
atuendo lo proclamaba como un caballero, pero conservaba indicios de su paso por
el ejército. A nadie, al verlo, le resultaría difícil dar crédito que este era Lord Hendon,
del castillo de Hendon, el Alto Comisionado para el norte de Norfolk. Un ceño
distante habitada los ojos expresivos del Alto Comisionado; su mirada gris estaba
abstraída.
Frente al escritorio, George recorrió el salón echando un vistazo a las numerosas
publicaciones deportivas y militares que yacían sobre las mesas laterales antes de
detenerse frente a la chimenea de mármol. Un gran espejo de marco dorado
reflejaba la imagen reconfortante del hijo de un hacendado, sobriamente vestido,
con no menos de la elegancia sorprendente que caracterizaba a Jack, un carácter
más tolerante se discernía en los francos ojos marrones de George y su gentil
sonrisa.

George tomó una tarjeta de corte dorado del marco del espejo.

—Veo que tienes una invitación a la mascarada Marchmont. ¿Vas a asistir?

Jack levantó la cabeza, se tomó un momento para comprender la cuestión.


Luego hizo una mueca.

—Será bastante condenadamente difícil de rechazar. Supongo que voy a tener


que hacer acto de presencia. —Su tono reflejaba con precisión su falta de
entusiasmo.

Él era el menos interesado en hacer vida social, sonreír y charlar, cuidarse de no


sobrepasar la marca con cualquiera de las señoritas casaderas, ser su pareja en los
bailes. Todo era mortalmente aburrido. Y, en la actualidad, su mente estaba absorta
con preocupaciones mucho más importantes.

No estaba del todo seguro de que no se había pasado de la raya con Kit. No
había llegado a la reunión de anoche, la primera reunión que se había perdido. Había
sacado provecho de su ausencia, haciendo referencia a la influencia de su abuelo.
Pero, en el fondo, sospechaba que era su propia influencia la que tenía la culpa. Por
qué ella se habría ofendido por sus caricias, por muy explícitas que fueran, no lo
podía imaginar. Ella era una mujer madura y, aunque estaba claro que le gustaba
jugar al igual que muchas mujeres lo hacían, sus acciones, sus movimientos, la fuerza
y el salvajismo de su respuesta, todo había dado testimonio de su conocimiento de
cómo terminaban inevitablemente este tipo de juegos. Después de sus acciones en el
bote, y en la taberna El Black Bird era difícil haber dudado de su voluntad de
proseguir ese final inevitable. Pero no podía pensar en ninguna otra razón por la cual
se habría mantenido lejos anoche.

Descartó la idea de que ella fuese de las que daban esperanzas pero sin
intención de cumplirlas; ninguna mujer tan ardiente como Kit se echaría atrás en
momento culminante. E incluso si ella era ese tipo, no tenía ninguna intención de
dejar que ella lo defraudara.

—¿Qué vas a vestir?

La pregunta de George sacó la mente de Jack de su preocupación.

—¿Vestir? —Frunció el ceño—. Debo tener un disfraz de dominó en alguna


parte.

—No has leído esta invitación, ¿verdad? —George dejó caer el papel sobre la
mesa—. Se establece claramente que es obligatorio usar un traje adecuado. Los
Dominó no estarán permitidos.

—¡Maldición! —Jack leyó la invitación, sus labios se encresparon con disgusto—


¿Sabes qué significa esto? Una cadena de pastoras y lecheras de Dresde,
golpeándote la cabeza con sus cayados o tropezando tus espinillas con sus cubos.

George se rió y se acomodó en una silla frente al escritorio.

—No va a ser tan malo.

Jack levantó una ceja cínica.

—¿De qué vas a ir tú?

—Harlequin —George se tornó rojo. Jack rió. George parecía afligido—. Me han
dicho que es uno de los sacrificios que debo hacer a la luz de mi condición de
muy-prontamente-casado.
—¡Gracias a Dios que no estoy comprometido! —Jack se quedó mirando la
invitación de nuevo. Una lenta sonrisa, que George conocía bien, se dibujó en su
rostro.

—¿Qué es lo que vas a hacer? —preguntó George en un tono de aprensión.

—Bueno, es perfectamente obvio, ¿no es así? —Jack se reclinó en la silla con un


brillo de anticipación en sus ojos—. Ellas esperan verme convertido en carnaza de
primera, disfrazado pero todavía reconocible, para sus cañones matrimoniales,
¿verdad?

George asintió.

—¿Te he dicho que he oído de una fuente fidedigna, que Lady Marchmont
misma me tiene en la mira para alguna de sus protegidas?

George sacudió la cabeza.

—Bueno, así es. Se me ocurre que si voy a tener que asistir a este evento como
sea, más vale que sea mejor en un disfraz con el que no pueda ser fácilmente
identificado. Si puedo lograr eso, seré capaz de reconocer el campo sin dar a conocer
mis intenciones. Voy a ir como el Capitán Jack, pirata y contrabandista, líder de la
pandilla Hunstanton.

—¿Qué harás con tu cabello? —preguntó George escéptico.

—Hay una peluca de mi abuelo en alguna parte. Tomando cuidado de eso,


debería ser capaz de pasar sin ser detectado por los reunidos allí, ¿no te parece?

Ante la mirada inquisitiva de Jack, George asintió débilmente. Con el pelo


cubierto, la altura de Jack era inusual pero no distintiva. Sin embargo... George
contempló la figura detrás de la mesa. No había muchos hombres en el norte de
Norfolk construidos como Jack, pero él sabía mejor que no debía objetar. Jack era
Jack y haría lo que quisiera hacer, sin tener en cuenta estas dificultades menores. El
éxito de su disfraz dependería de cuán observadoras eran las mujeres del distrito. Y
la mayoría no había visto a Jack en diez o más años.

—¿Quién sabe? —Reflexionó Jack—. Una de estas mujeres podría en efecto


convenirme.

—¿Quieres decir que estás considerando seriamente la posibilidad de casarte?


—preguntó George perplejo, con un tono que superaba la incredulidad en varios
grados.

Jack hizo un gesto con la mano lánguidamente, como si el tema no era de mucha
importancia.

—Voy a tener que hacerlo en algún momento, por un heredero si no otra cosa.
Pero ni pienses que estoy en absoluto dispuesto a seguir tu ejemplo. Un negocio
condenadamente arriesgado, el matrimonio, para lo que cuenta.

George se relajó, luego tomó la oportunidad que le brindada la rara alusión a un


tema que Jack normalmente evitaba.

—¿Qué clase de mujer te has imaginado para ti mismo?

—¿Yo? —Los ojos de Jack se abrieron de par en par. Consideró la pregunta—.


Tendría que estar a la altura de la posición, poseer las condiciones para ser Lady
Hendon y la madre de mi heredero y todo eso.

—Naturalmente.

—Más allá de eso..—Jack se encogió de hombros y sonrió—. Supongo que me


haría la vida más fácil si fuera al menos pasablemente bien parecida, y que pudiera
mantener una conversación durante el té del desayuno. Aparte de eso, todo lo que
pediría es que se mantenga fuera de los asuntos que solo a mí me conciernen.

—Ah —dijo George, luciendo escéptico—. ¿Qué asuntos serían esos?


—Si te imaginas que voy a someterme a una monógama dicha conyugal con una
mujer que sólo será pasablemente bien parecida, estás equivocado —La aspereza de
Jack fue marcada—. Nunca he entendido todo el aspaviento sobre asociar fidelidad y
matrimonio. Por lo que yo puedo ver, los dos no necesariamente tendrían que
conectar.

Los labios de George se adelgazaron, pero sabía que no debía dar una
conferencia a Jack sobre ese tema.

—Pero tú no tiene una amante en la actualidad.

La sonrisa de Jack era cegadora.

—No, en este preciso momento no. Pero tengo una candidata en mente que va a
ocupar el puesto de manera admirable su mirada gris plata se volvió distante al
centrarse sus pensamientos en las delicadas curvas de Kit.

George dejó escapar un “Humm” de duda y guardó silencio.

—De todos modos —dijo Jack, sacudiendo su ensoñación—, cualquier esposa


mía deberá entender que no tendrá ninguna influencia en tales áreas de mi vida.

Con Kit como su amante, no podía imaginar siquiera querer una esposa. Desde
luego, no querría una para calentar su cama, Kit lo haría muy bien.
Capítulo 14

El ruido, la risa y el chirrido lejano de un violín recibieron a Kit al subir por las
escaleras de Marchmont Hall. En la puerta el mayordomo aguzaba la vista buscando
en cada huésped la ramita de laurel requerida. Al acercarse a él, Kit sonrió y levantó
sus dedos enguantados hacia la hoja insertada en el ojal de su solapa.

El mayordomo hizo una reverencia. Kit inclinó la cabeza, satisfecha de que el


portero no la hubiera reconocido. La había visto con suficiente frecuencia como para
ser una prueba razonable. Rebosante de confianza, se paseó por las amplias puertas
dobles que daban a la sala de baile, haciendo una pausa para comprobar que su
simple máscara negra estaba en su lugar, protegiéndose los ojos, además de cubrir
las delatoras boca y barbilla.

Tan pronto como ella cruzó el umbral, fue consciente de haber sido examinada
por un gran número de ojos. Su confianza vaciló, luego aumentó cuando nadie
parecía más que desconcertado. No podían ubicar al elegante mozalbete, por
supuesto. Con calma, como considerara que toda esa atención le correspondía, Kit
entró en la multitud que deambulaba por la pista de baile.

Ella había pedido a Elmina que le rehiciera una capa de noche que había
pertenecido a su primo Geoffrey, era del más profundo azul de medianoche, además
había acosado a su vieja criada para que le creara un par de atléticos e
indescriptibles calzones que se pegaban a sus largas extremidades como si se
moldearan a ellos. Su chaleco azul y oro había sido una enagua de brocado y era lo
suficientemente largo como para cubrir las insuficiencias anatómicas que, de otra
forma, revelarían sus ceñidas calzas. Su pañuelo blanco como la nieve, tomado de la
colección de Spencer, estaba atado en una buena imitación del Estilo Oriental. La
peluca marrón había sido el mayor reto; había encontrado en un baúl lleno de ellas
en el ático y había pasado horas haciendo su selección, a la que recortó los rizos en
un estilo más moderno. Con todo, se sintió no poco orgullosa de su disfraz.

Su principal objetivo era localizar a Lord Hendon en medio de los huéspedes. Se


había imaginado que lo encontraría siendo agasajado por las damas locales, pero una
revisión rápida de la habitación no trajo ese espécimen interesante a la luz. Lady
Dersingham estaba por el estrado de los músicos, Lady Gresham estaba sentada
cerca de la puerta, y Lady Marchmont se movía tan cerca cómo podía al portal; las
tres obviamente estaban vigilantes.

Kit sonrió debajo de su máscara. Ella era una de las que sus Señorías estarían
interesadas en identificar; su otro objetivo primordial era su presa. Convencida que
Lord Hendon todavía no había llegado, circuló entre los invitados, teniendo la vista
alguna de sus tres promotoras en todo momento. Estaba segura de que
reaccionarían cuando el nuevo Alto Comisionado apareciera en la puerta. Para ella,
esta oportunidad para evaluar a Lord Hendon era inigualable y poco probable que se
repitiera. Tenía la intención de estudiar al hombre detrás del título, y, si la fachada
parecía prometedora, investigaría más a fondo. Disfrazada como estaba, había buena
cantidad de estrategias con las que podría abordar al nuevo Alto Comisionado.

Kit había vislumbrado a Amy en su traje de Columbine en el otro extremo de la


habitación y se dirigió en esa dirección. Pasó por donde Spencer estaba hablando de
agricultura con el padre de Amy, evitando cuidadosamente su atención. Lo había
convencido de que fuera solo en su coche, con el argumento de que tenía que llegar
sin su escolta para permanecer en el anonimato. Pensando que la intención había
sido engañar a Amy y sus señorías, había aceptado con bastante facilidad,
suponiendo que ella usaría el carruaje más pequeño. En cambio, se había montado
en Delia. Nunca se había llevado a Delia a Marchmont Hall antes, por lo que los
mozos no habían reconocido la yegua.

El salón de baile de Marchmont Hall era largo y estrecho. Kit paseó por entre la
multitud, asintiendo aquí y allá a la gente que conocía, deleitándose en su confusión.
En todo momento, se mantuvo callada. Aquellos que la conocían podrían reconocer
la calidad de su voz ronca y ser lo suficientemente astutos como para pensar lo
impensable. Ella era perfectamente consciente que su empresa era escandalosa en
extremo, pero no tenía ninguna intención de estar dentro de Marchmont Hall
cuando llegara el momento de desenmascararse. A medida que se acercaba al
estrado de los músicos, los oyó afinar sus instrumentos.

—¡Joven caballero!

Kit se volvió, vio a su anfitriona dirigiéndose hacia ella llevando a remolque una
sencilla chica. Conteniendo la respiración, Kit se inclinó, rezó para que su máscara no
se hubiera deslizado.

—No tengo la menor idea de quién es usted, querido muchacho, pero puede
bailar, ¿verdad?

Kit asintió, demasiado aliviada de que Lady Marchmont no la hubiese reconocido


como para tener la sabiduría de negar ese cumplido.

—¡Bien! Entonces puede usted hacer pareja con esta hermosa pastora.

Lady Marchmont le extendió la mano enguantada de la joven. Sin sobresaltarse


Kit la tomó y se inclinó profundamente.

—Encantado —murmuró, preguntándose desesperadamente si podía recordar


cómo revertir los pasos que se había acostumbrado a realizar de forma automática
durante los últimos seis años.

La pastora hizo una reverencia. Detrás de su máscara, Kit frunció el ceño


críticamente. La chica se inclinó demasiado, pensó que ella debería practicar delante
de un espejo.

Lady Marchmont suspiró con alivio, con una palmadita de despedida en el brazo
de Kit, los dejó en busca de otros caballeros adecuados para emparejarse con chicas
solas.

Para alivio de Kit, la música comenzó de inmediato, lo que habría hecho


innecesaria la conversación. Ella y la pastora tomaron su lugar en el grupo más
cercano y comenzó el calvario. Después de la primera vuelta, Kit se dio cuenta de que
el cotillón fue más un calvario para la pastora que para ella. Kit había enseñado a sus
dos más jóvenes primos a bailar, así que estaba familiarizada con los movimientos
del caballero. Conocer los movimientos de la dama de memoria hacia que fuera más
fácil de recordar y combinar la posición adecuada. Su confianza creció con cada paso.
La Pastora, por el contrario, era un manojo de nervios, enredándose
constantemente.

Cuando la chica casi se resbaló debido a su vacilación, Kit le habló lo más


alentadoramente que pudo.

—Relájese. Lo está haciendo muy bien, pero va a mejorar si no lo hace de


manera tensa.

Una sonrisa tensa que era más como una mueca fue su recompensa.

Con un suspiro interno, Kit se dedicó a calmar a la muchacha e infundirle un


poco de confianza. Tuvo éxito suficiente ya que la pastora sonrió normalmente al
final de la melodía y le dio las gracias efusivamente.

***

Desde el otro lado de la habitación, Jack inspeccionaba a los bailarines. Había


llegado quince minutos antes, enfundado en su atuendo de “hacendado -venido -a -
menos", una máscara mitad negra y una peluca marrón. Durante los primeros tres
minutos, todo había ido bien. Después de eso, la noche se había ido hacia abajo.

En primer lugar, Lord Marchmont lo había reconocido, no había ninguna duda.


Su anfitrión le había dado inmediatamente por presentarle a su esposa. Por
desgracia, había estado de pie con otras tres mujeres locales. Estaba ahora
presentándose a las damas Gresham, Dersingham, y Falworth.
Lady Marchmont había “adornado el pastel” con una afectada declaración sobre
que había “alguien” a quien ella particularmente desearía presentarle. Había
reprimido un escalofrío, intensificado por el brillo que vio en los ojos de los demás
damas.

Todos estaban en complot para colocarle un grillete que le encadenara a alguna


dama condenadamente aburrida. Un pánico puro había llegado a su rescate. Se las
arregló para apartarse con encanto del camino de ellas y se había ido de inmediato
en busca de un refresco, recordando justo a tiempo retomar su cojera. Al menos eso
le proporcionaría una excusa para no bailar. Licor fuerte era lo que necesitaba para
recuperar su equilibrio. Mathew había ido solo a la taberna, para planificar su
próxima carga. Jack habría deseado estar con él, con una jarra de la abominable
cerveza de la casa delante de él.

En el recinto fuera de la sala de baile donde se exponían las bebidas, había


llegado George, un arlequín decididamente sombrío. A la vista de él, había
pronunciado una carcajada, que George le devolvió frunciendo el ceño.

—Sé que parece estúpida esta maldita cosa pero ¿qué podía hacer?

—¿Cancelar el compromiso?

George le lanzó una mirada fulminante.

—No es que no esté seguro de que constituye causa suficiente —dijo.

Jack le golpeó en el hombro.

—No te preocupes por tus problemas, los míos son peores.

—¿Ellos te reconocieron? —preguntó George denotando el conjunto sombrío de


sus labios.

Jack alcanzó un brandy y asintió.

—Casi inmediatamente. Sólo Dios sabe que fue lo que me delató.


George abrió la boca para decirle algo, pero nunca tuvo la oportunidad.

—¡Cristo Todopoderoso! —Jack se atragantó con el brandy. Abruptamente, se


apartó de la sala de baile— ¿Qué demonios hace Kit aquí?

Con el ceño fruncido, George miró por encima de los invitados.

—¿Dónde?

—Bailando, ¿puedes creerlo? ¡Con una pastora en color rosa pálido en el tercer
grupo de bailarines junto la puerta!

George encontró al joven delgado inmerso en los últimos movimientos del baile.

—¿Estás seguro que es Kit?

Jack se tragó su “Por supuesto que estoy malditamente seguro, reconocería sus
piernas en cualquier lugar”.

—Positivamente —respondió secamente en su lugar.

George estudió la figura a través de la habitación.

—¿Con una peluca?

—Y su mejor traje de domingo —dijo Jack, arriesgando un rápido vistazo a la sala


de baile. Lo último que quería era que Kit lo viera. Si el Lord Teniente había podido
reconocerlo de inmediato, era seguro que Kit lo haría. Pero ella lo conocía como el
Capitán Jack.

—¿Tal vez Spencer lo trajo?

—¡Como el infierno! Es más probable que el joven diablo decidiera venir y ver
cómo vive la otra mitad.

George sonrió.
—Bueno, es lo suficientemente seguro. Él sólo tendrá que salir antes del
desenmascaramiento y nadie se dará por enterado.

—Pero él va a darse bastante por enterado si pone los ojos en ti o en mí.

—¡Oh! —La indulgente sonrisa de George se desvaneció.

—En efecto. Entonces, ¿cómo sacamos a Kit de esta encantadora reunión sin
crear una escena?

Ambos bebieron sus licores y consideraron el problema. Jack se mantuvo de


espaldas a la sala; George, mucho menos reconocible en su traje de arlequín,
mantuvo un ojo vigilante en kit.

—Ha dejado a su pareja y se mueve por la habitación.

—¿Está tu prometida aquí? —Preguntó Jack—. ¿Puedes lograr que le lleve una
nota a Kit?

George asintió. Jack sacó una pequeña tableta y el lápiz. Después de un


momento de vacilación, garabateó algunas palabras, entonces dobló y redobló
cuidadosamente la nota.

—Eso debería bastar —Le entregó la nota a George—. Si no estoy de vuelta en el


momento del desenmascaramiento, dad mis excusas.

Jack dejó el vaso vacío sobre la mesa y se volvió para irse.

Consternado, George le cerró el paso.

—¿Qué demonios debo decir? Este baile se organizó por completo para ti.

Jack sonrió con gravedad.

—Diles que fui llamado para hacer frente a un caso de identidad equivocada.
***

Kit emprendió una rápida retirada para desenredarse de la adoración y


aferramiento de la pastora, dirigiéndose a la esquina donde había visto por última
vez a Amy. Cuando llegó allí, Amy no estaba a la vista. Volviéndose para observar el
salón, Kit mantuvo un ojo cauteloso sobre la pastora y Lady Marchmont. Al final, fue
Amy quien la encontró.

—Disculpe.

Kit se giró para enfrentar la mirada de Amy tras su máscara de Colombina.


Debajo de su propia máscara mucho más encubridora, Kit sonrió de alegría y se
inclinó con elegancia.

Se enderezó y vio una mirada de confusión en los ojos claros de Amy.

—Me han pedido le entregue esta nota a usted ... ¡Kit!

Kit agarró el brazo de Amy y la apretó en señal de advertencia.

—¡Baja la voz, so gansa! ¿Cómo adivinaste que era yo?

—Tus ojos, principalmente. Pero hubo algo más, algo sobre tu altura y tamaño y
la forma en que sostienes tus manos, creo.

La mirada de Amy vagó por la perfección en el traje de Kit, y luego se fijó en las
delgadas piernas perfectamente reveladas por los estrechos calzones a la rodilla y las
medias.

—¡Oh, Kit!

Kit sintió una punzada de culpa ante susurro sorprendido de Amy.


—Sí, bueno, es por eso que nadie debe saber quién soy. ¡Y por amor de Dios, no
te pongas tan colorada, o la gente pensará que te estoy haciendo sugerencias
inapropiadas!

Amy rió.

—Y no puedes tomarme del brazo, o acercarte demasiado. Por favor, piensa,


Amy —Kit declaró—, o todo se irá por la cañería.

Amy diligentemente trató de recordar que Kit era un joven.

—Es muy difícil cuando te conozco de toda la vida y sé que no eres un chico.

—¿Dónde está esa nota? —Kit levantó el pequeño cuadrado blanco de la palma
de la mano de Amy y lo desdobló. Leyó el mensaje corto tres veces antes de que
pudiera dar crédito a sus ojos: Kit, Nos vemos en la terraza tan pronto como sea
posible, Jack.

—¿Quién te dio esto? —Kit miró a Amy.

Amy miró hacia atrás. George le había pedido no decirle al joven delgado que él
le había dado la nota pero ¿George sabía que este joven delgado era Kit? Ella frunció
el ceño.

—¿No sabes de quién es?

—Sí. Pero me preguntaba quién te lo dio, ¿le conoces?

Amy parpadeó.

—Alguien me lo pasó. No tengo idea de quién lo escribió. —Eso, al menos, era la


verdad.

Demasiado atrapada en el sorprendente descubrimiento de que Jack estaba en


algún lugar cercano, probablemente entre los invitados, Kit no notó lo poco directa
respuesta de Amy. Olvidando sus propias instrucciones, puso una mano sobre el
brazo de Amy.

—Amy, debe prometerme que no le dirás a nadie de mi disfraz.

Amy le aseguró rápidamente en ese aspecto.

—Y, por supuesto, no estaré aquí para el desenmascaramiento. ¿Puedes decir a


Lady Marchmont, a Spencer, también, que yo estaba aquí, pero que me sentí mal y
tuve que volver a casa? Dile a Spencer que no quería estropear su noche. —Kit sonrió
irónicamente; si se quedaba para el desenmascaramiento, sin duda habría arruinado
la noche de Spencer.

—Pero ¿qué pasa con la nota? —preguntó Amy.

—Oh, eso —Kit metió el papel blanco en el bolsillo—. No es nada. Sólo una
broma, de alguien que me reconoció.

—Kit ¡Oh! —Amy abrió los ojos. El disfraz masculino es casi perfecto, si ella había
tenido dificultades para reconocer a Kit, ¿quién más lo habría podido hacer?

—Y ahora, querida Amy, tenemos que separarnos o la gente comenzará a


extrañarse.

—Tú no va a hacer nada escandaloso, ¿verdad?

Kit reprimió el impulso de darle un abrazo a Amy.

—Por supuesto que no lo haré. ¿Por qué?, estoy haciendo todo lo posible para
evitar ese resultado. —Con un brillo en sus ojos, Kit se inclinó.

Con una mirada que decía que encontró al acto de asistir a un baile en atuendo
masculino incompatible con evitar el escándalo, Amy hizo una reverencia y se alejó
de mala gana.
Kit se refugió detrás de una gran palmera por el lado del salón de baile. La
precaución dictaba que evitara siempre que fuera posible a Jack, pero ¿era posible?
¿O prudente? Si ella no aparecía en la terraza, era perfectamente capaz de aparecer
en el salón de baile, a su lado, en un estado de ánimo decididamente diabólico. No,
era el menor de dos males, pero tendría que ser en la terraza. Después de todo, ¿qué
podría hacer con ella en la terraza del Lord Teniente?

Recorrió la multitud, estudió a los hombres de la altura de Jack. Había unos


pocos que se ajustaban a este criterio, pero ninguno era Jack. Se preguntó qué loco
impulso lo había llevado a la fiesta. Discretamente, se dirigió al lugar donde largas
ventanas se abrían a la terraza que corría a lo largo de la casa. El aire de la noche era
fresco y refrescante después de la congestión de personas dentro. Kit respiró
profundamente y luego miró a su alrededor. En la terraza, había dicho, pero ¿dónde
en una larga terraza?

Había unas pocas parejas que tomaban el aire. Ninguno echó un vistazo al joven
delgado de la chaqueta azul medianoche. Kit paseó por los parterres de flores,
mirando al cielo, con el pretexto de tomar un respiro del bullicio interior. Entonces
vio a Jack, una sombra oscura sentada en la barandilla en el otro extremo.

—¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? —le dijo entre dientes al acercarse a él.

Jack estaba sentado con la espalda apoyada en la pared, balanceando una bota.

Jack, que la había visto acercarse, se sorprendió.

—¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué diablos estás haciendo tú aquí, cachorra
tonta?

Kit observó el peligroso brillo en los ojos que la miraban a través de las rendijas
de la negra máscara. Ella levantó la barbilla.

—Eso no es asunto suyo. Y yo pregunté primero.


En voz baja, Jack juró. No había ocupado ni un solo momento para pensar en una
explicación para su presencia en el baile, solo se había enfocado en la necesidad de
sacar a Kit de este lugar antes de descubriera algo.

—Estoy aquí por la misma razón que tú.

Kit reprimió una risa. La idea de Jack, disfrazado, buscando una novia potencial
entre la nobleza local era bastante graciosa.

—¿Cómo me reconociste?

—Vamos a decir que estoy particularmente bien familiarizado con tu físico


varonil —respondió. Los labios de Jack se torcieron en una sonrisa burlona.

—¿Para qué querías verme? —preguntó Kit levantando la barbilla a la vez que lo
hizo su rubor.

Jack parpadeo. ¿Para qué demonios ella se imaginaba que él quería verla?.

—Quería asegurarme que, después de que has visto cómo se comporta la otra
mitad, te dieras cuenta de la sabiduría de ausentarte, antes de que alguien dé con tu
identidad.

Detrás de su máscara, el ceño fruncido de Kit era negro. El hombre era insufrible.
¿Quién se creía que era él para venir a darle sus veladas órdenes?

—Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma, gracias.

Su tono cortante convenció a Jack de que ella no tenía la intención de tomar en


cuenta su sugerencia Con un suspiro de exasperación, él se puso de pie.

—¿Qué clase de caos crees que causarías si esa peluca se deslizara durante uno
de los bailes? —Jack dio un paso hacia ella, pero se detuvo cuando ella retrocedió.

Con un vistazo rápido hacia la terraza divisó una sola pareja, abrazándose en el
extremo opuesto.
Kit consideró si debía insistir en que Jack se sentara de nuevo, pero dudaba que
pudiese obligarle. Él era muy bueno en dar órdenes y altamente resistente en
obedecer alguna de ellas. Y a la luz de la luna en la terraza, su altura y tamaño eran
intimidantes. En particular, cuando ella no quería hacer lo que claramente él quería
que hiciera. Dio otro paso atrás.

—Se acabó el baile para ti, Kit. Es tiempo de ir a casa.

Kit dio un tercer paso atrás, y juzgó que la distancia entre ellos era suficiente
para permitir responderle.

—No tengo ninguna intención de dejarlo todavía. La persona…

Sus palabras fueron cortadas cuando la mano de Jack le tapó la boca. En el


mismo instante, envolviéndola con el otro brazo alrededor de su cintura la levantó
de sus pies. Ni siquiera le había visto moverse sin embargo, él estaba ahora detrás de
ella, llevándola a la balaustrada. Kit luchó frenéticamente sin ningún efecto. Jack se
sentó en la barandilla, colocándola en su regazo, luego rodó sobre el borde. Aterrizó
en posición vertical en la cama de flores a seis pies por debajo de la terraza,
sosteniendo a Kit con seguridad. Hirviendo de furia, Kit esperó a que la soltara.
Cuando lo hizo, ella giró hacia él.

—¡Tú, patán bastardo! ¡Cómo te atreves!

Para su sorpresa, una gran mano le hizo dar la vuelta para ponerla de espaldas a
él otra vez. Sus palabras se cortaron de nuevo, esta vez por su propia máscara, que
se desató y resbaló sobre su boca.

El grito de Kit de rabia fue amortiguado por el fieltro negro. Se volvió de nuevo, a
la vez que automáticamente buscó quitarse la máscara, pero Jack se movió a la vez
para quedar detrás de ella. Él cogió sus manos entre las suyas cerrando sus largos
dedos alrededor de sus muñecas, tirando de ellas hacia abajo y detrás de ella. Con
incredulidad, Kit sintió algo, el pañuelo para el cuello de Jack muy probablemente,
apretando sus muñecas y asegurándolas a su espalda. Su ira explotó en un cúmulo de
protestas, ninguna de las cuales logró pasar de la mordaza.
Jack apareció ante ella. A través de las rendijas de su máscara, sus ojos brillaban.

—Deberías mostrar un comportamiento más apropiado para una dama en un


baile, ya sabes.

Otra andanada de protestas amortiguadas respondió a su ataque. Con una


sonrisa, Jack se inclinó. De repente, Kit se encontró mirando hacia abajo las petunias
en ruinas de Lady Marchmont desde una altura de cuatro pies. Con Kit izada por
encima del hombro como un saco de patatas, sus piernas aseguradas bajo un brazo
musculoso, Jack se dirigió fuera de la casa. Los gruñidos sordos de Kit cesaron
abruptamente cuando él pasó la mano libre sobre las perfectas curvas de su trasero,
muy bien ubicado para recibir esas atenciones. Sobrevino un silencio cargado.
Otorgándole a los montículos expuestos una palmada cariñosa, Jack sonrió y siguió
caminando. Se dirigió hacia los arbustos al final del césped. Tomando un camino
cerrado por altos setos, se puso a buscar un nicho para guardar su botín. El paseo
terminó en una bahía en forma de abanico más allá de la intersección con otros dos
caminos. Allí encontró un banco de piedra con un respaldo tallado. Detrás de este,
entre el seto curvo y la parte posterior del banco, Jack encontró el lugar perfecto
para bajar a su poco dispuesta compañía.

Antes de bajar a Kit, él se desabrochó el cinturón, lo envolvió alrededor de las


rodillas de ella, y lo apretó con fuerza. Luego la bajó de su hombro hacia sus brazos.

Kit le miró a la cara, en silencio, su cerebro hirviendo de los epítetos que


deseaba poder lanzar contra él.

Jack sonrió y la sentó en el banquillo. Se quitó la máscara y se la guardó en el


bolsillo.

—Voy a tener que dejarte mientras yo arreglo nuestro transporte. ¿Cómo


llegaste hasta aquí? Es mejor que me lo digas, porque de todas formas lo descubriré
muy pronto.

Kit le devolvió la mirada.


—¿Delia? —Jack supuso.

De mala gana, Kit asintió. Con una mirada al establo él lo sabría.

—Correcto.

Jack la levantó, y Kit se dio cuenta de dónde iba a dejarla. Luchó y sacudió la
cabeza con violencia, pero Jack no le hizo caso. Entonces ella se encontró yaciendo
completamente de lado, en el oscuro hueco de detrás del banco.

—Si te mantienes tranquila, nadie te molestará —le dijo Jack al inclinarse hacia
ella.

¿Qué pasaría si había arañas? pensó agónica Kit. Puso cada onza de súplica que
poseía en los ojos, pero Jack ni lo notó.

—Volveré pronto —agregó imperturbable.

Luego desapareció de la vista. Kit se quedó inmóvil y ponderó su estado. La


incredulidad era su emoción predominante. ¡Ella estaba siendo secuestrada!
Secuestrada de la fiesta del Lord Teniente por un hombre en el que no estaba del
todo segura que podía confiar. Él pensó que ella cometería algún error y traería el
desastre sobre ella, así que en su típica forma despótica había decidido sacarla del
baile por su propio bien. Ella no dudaba en absoluto de que era así como Jack lo veía;
sus acciones realmente no eran una sorpresa. Lo que sí le preocupaba, lo que se
avecinaba como una fuente potencial de pánico en su cerebro, era lo que pretendía
hacer con ella. ¿Dónde la llevaría? ¿Y qué haría él con ella cuando llegaran allí?

Con tales inquietudes no es que pudiese yacer tranquilamente en la oscuridad,


mientras había sido secuestrada. La sensación de la mano de él en su trasero había
enviado una emoción muy peculiar desde allí hasta sus pies. En un esfuerzo para
sofocar la creciente histeria, Kit se obligó a considerar por qué Jack había estado
presente en el baile. Había dicho que por la misma razón que ella. Es de suponer que
había significado que estaba aquí por diversión, sólo para ver cómo vivían los de
clase alta. Podía imaginar que a él le gustaría hacer eso sólo para su disfrute: el líder
de los contrabandistas en el baile del Lord Teniente.

En las sombras antes de la cuadra, Jack hizo una pausa para hacer un balance.
Sólo dos mozos estaban sentados en el charco de luz proyectado por una lámpara
junto a la puerta abierta. Los cocheros de los invitados, el suyo incluido
afortunadamente, estarían en la cocina, disfrutando. Todo lo que tenía que hacer era
rezar para que el mozo que había aliviado Kit de Delia no fuera uno de los dos a la
izquierda de los establos.

—¡Ustedes dos! Mi caballo, rápidamente —Jack se adelantó, el mando habitual


coloreó sus palabras.

—¿Su caballo, señor? —los hombres se pusieron de pie con incertidumbre.

—¡Sí, mi caballo, maldición! El árabe negro.

—Sí señor. En seguida, señor.

La rapidez con que los dos se apresuraron para dirigirse a los boxes le dijo a Jack
que sus oraciones habían sido escuchadas. Delia, sin embargo, no estaba de acuerdo
con los torpes intentos de los mozos por colocarle la silla. Jack pasó junto a ellos.

—Permítanme.

Había manejado a Delia con la suficiente frecuencia para que aceptara sus
atenciones. Tan pronto como la ensilló, Jack le llevó al patio. Con una última oración
para que Delia no se resistiese a llevar su peso y los mozos no se dieran cuenta que
los estribos eran demasiado cortos para él, Jack se subió a la silla. Los dioses estaban
sonriendo. Delia se removió y resopló, pero respondió a la rienda. Despidiéndose con
un movimiento de cabeza a los mozos, Jack salió a galope del patio. Tan pronto como
estuvo fuera de la vista de los establos, volvió a la yegua hacia los arbustos.

***
La primera señal que reconoció Kit de que no estaba sola fue una risa suave,
seguida de un gemido femenino. Ella se congeló. Un instante después, crujieron las
sedas de unas faldas cuando una mujer se sentó en el banco de piedra.

—¡Cariño! De verdad eres demasiado impetuoso —dijo la mujer desconocida,


una figura en la sombra, la luz de la luna brillaba intermitentemente en los rizos
rubios y los hombros desnudos.

—¿Impetuoso? —había respondido un hombre sentado junto a la mujer. Su tono


sugería resentimiento, en lugar de orgullo— ¿Cómo describirías tu propio
comportamiento, mirando con ojos de oveja a ese diablo Hendon?

Kit levantó las cejas ante el comentario. ¿Diablo?

—¡Realmente, Harold! ¡Qué ordinario! Yo no estaba haciendo nada de eso.


¡Estás celoso!

—¿Celoso? —levantó la voz Harold.

—Sí, celoso —fue la respuesta—, del hecho que Lord Hendon tenga los hombros
más maravillosos del mundo.

—No creo que fuesen los hombros del hombre lo que te impresionaron, querida.

—No seas bruto, Harold —una pausa siguió, rota por la mujer—. Eso sí, me
atrevería a decir que Lord Hendon igualmente es impresionante en otros
departamentos.

Un gruñido de frustración vino de Harold, y las dos siluetas se fusionaron. Kit


estaba en su rincón, tratando de ignorar los sorbos y los extraños pequeños gemidos
que provenían de la pareja sentada en el banco. Esto sería suficiente para hacer que
cualquiera rechazara los asuntos románticos por toda la vida. Decidió dedicarse a la
contemplación de la nueva visión de Lord Hendon que se estaba formando en su
mente. Tal vez ella se había precipitado al pensar en que era una vieja olla rancia.
Ciertamente, un diablo con los hombros y otras partes igualmente impresionantes no
encajaba con la imagen que se había construido. La mujer en el banco había sonado
como si tuviera la experiencia para saber de lo que hablaba. Tal vez debería darle a
Lord Hendon una mirada más cercana. Eso, después de todo, había sido su propósito
al venir al baile, aunque ella no había tenido muchas esperanzas respecto a él. Ahora,
¿quién sabe? Pero Jack pronto estaría de vuelta, decidido a llevársela.

Recordar que ella aún no sabía hacia donde Jack se la llevaría, hizo que Kit
probara soltar las amarras de sus muñecas. Pero no se aflojaron ni un poco. Podría
gemir y atraer la atención de la pareja en el banco, en el supuesto de que ellos
pudieran reconocer que no eran sus propios gemidos, pero la idea de tener que
darles explicaciones le había hecho desistir de la idea.

Realmente, si hubiese alguna justicia en el mundo, Lord Hendon se toparía con


ella, y la salvaría de Jack y de sus por completo aterradoras pretensiones. Resignada,
Kit se quedó mirando la pequeña sección del cielo que podía ver y deseó que la
pareja en el banco se marchara.

—¿Quién es ese que viene? —dijo la voz de la mujer una nota de pánico en su
voz.

—¿Dónde? —el mismo pánico hizo eco en la voz de Harold.

—Desde ese lado. Mira allá.

Una larga pausa siguió. Las tres figuras en el rincón contuvieron la respiración.

—¡Maldición! Es Hendon —dijo Harold, quien se levantó y puso a la mujer de


pié.

—Tal vez deberíamos esperar por él; él podría perderse.

Harold resopló con disgusto.


—Todas las mujeres son iguales Se arrastrarían si él les diera una mínima
oportunidad. Pero no podemos dejar que nos vea juntos, ¿Y cómo explicarías el
encontrarte aquí sola? ¡Vamos!

Las dos figuras se alejaron, y Kit quedó sola.

Lord Hendon estaba cerca, pero ella ni siquiera podía ponerse de pie. Las
posibilidades que alguien se acercara caminando y mirara detrás de la banca para
encontrarla eran insignificantes. Kit cerró los ojos con exasperación y juró por debajo
de su mordaza.

Dos minutos más tarde, llegó un sonido desde la valla de setos. Kit abrió los ojos
para ver a Jack inclinado sobre ella. La levantó de la improvisada cama, y apoyándola
contra su cadera, se inclinó para desatarle el cinturón. Al sentir sus piernas libres Kit
se sentó en el banco.

Mientras Jack recolocaba su cinturón, Kit miraba a su alrededor, buscando hacia


cada uno de los tres caminos que conducían al banquillo. ¿Dónde había ido Lord
Hendon?

—¿A quién buscas? —preguntó Jack, confundido por su búsqueda obvia. Kit lo
miró.

Con una sonrisa de medio lado, Jack alcanzó los lazos de su máscara. Liberada de
su mordaza, Kit se humedeció los labios y miró a su alrededor una vez más.

—Había una pareja aquí, sentada en el banco. Se fueron hace unos minutos
porque vieron a Lord Hendon que venía. ¿Tú lo viste?

Los músculos del estómago de Jack se apretaron. Él negó con la cabeza


lentamente y respondió con sinceridad.

—No. Yo no lo vi.

¿Qué fue lo que lo hizo tan fácil de reconocer? La peluca le cubría el pelo y él ni
siquiera había estado cojeando.
Observó cómo Kit miraba a su alrededor otra vez. ¿Cuál era su interés en Lord
Hendon? ¿Había oído las descripciones y la habían tentado? Jack ocultó una sonrisa.
Si fuera así, pudiera ser más fácil decirle la verdad mucho más tarde. Tomándola del
brazo, la puso de pie.

—Ven. Tengo a Delia.

Sosteniendo con la mano el codo de Kit caminaron a través de los arbustos. Él no


le soltó las manos: no tenía intenciones de averiguar la retribución que podría
obtener de ella si tuviera le diera la oportunidad de escapar. Kit caminaba a su lado,
sintiendo en sus entrañas un peculiar nudo. Su mano asiéndole el brazo la hacía
sentir como si ella fuese de su propiedad, una sensación intensificada por el hecho
de que sus manos todavía estaban atadas. No se molestó en pedir que la desatara. Lo
haría si lo deseaba, y ella no iba a darle la satisfacción de negárselo. Delia estaba
atada a una rama más allá de la última valla de setos. Jack colocó a Kit al lado de la
yegua, y para su alivio, se puso detrás de ella y le desató las manos.

Su alivio fue de corta duración. Desató una sola mano, y luego las colocó frente a
ella y las ató juntas de nuevo.

—¿Qué diablos...? —la protesta incrédula de Kit se escuchó en la oscuridad.

—No puedes montar con las manos atadas detrás de ti.

—No puedo montar con las manos atadas, punto.

Los labios de Jack se arquearon.

—No pensarías que iba a montarte en Delia y dejarte suelta, ¿verdad?

Kit tragó. No había pensado en eso, no. Pero ella no estaba del todo segura de lo
que él iba a hacer.

—Si lo hiciera —Jack continuó desatando las riendas de Delia—, estarías de


vuelta en la fiesta tan rápido como Delia te pudiera llevar.
Kit no podía negarlo; se mantuvo en silencio.

Jack se quitó la peluca y la metió en el bolsillo de la silla de montar.

—Te voy a levantar. —Con las riendas de la yegua en la mano, levantó a Kit.

Kit pasó la pierna por encima acomodándose, a continuación, se dio cuenta que
los estribos habían sido alargados. Se quedó mirando a Jack.

—No podemos montar los dos la yegua, no manejaría el peso.

—Ella lo hará. No vamos a llevarla a galope, de todas formas. Muévete hacia


delante.

Por un instante, Kit quiso desobedecerlo con rebeldía, pero cuando él plantó su
pie en el estribo, se dio cuenta de que si no hacía lo que él decía, le aplastaría. Él se
presionó contra de ella, de nuevo. Aunque ella se movió hacia delante hasta que el
pomo presionó contra su vientre, quedaron bastante apretados en la silla. Delia se
removió pero los aceptó. Jack, con su peso mucho mayor, se reajustó en la silla para
colocar sus pies en los estribos. Él la levantó para luego sentarla contra él en una
posición más cómoda, pero una tan desconcertante como ella había temido. Jack
tocó los lados de la yegua y Delia se puso en marcha. Kit era una jinete demasiado
buena para correr el riesgo de dejarla colocar sus pies en los estribos. Lo que
significaba que tendría que soportar sus curvas, montada delante de él, moviéndose
contra él a cada paso que la yegua daba.

En cuestión de minutos, su paciencia ya estaba bajo amenaza. Le dolía la


mandíbula y un eco sordo del más potente dolor palpitaba en sus espaldas. El ritmo
de frotamiento del firme trasero de Kit transformó una mera excitación en rigidez
dura como una roca y redujo su resolución a casi nada. Jack apretó los dientes; no
había nada más que pudiera hacer. Ella era una picazón que aún no podía rascarse.
Lo que para un libertino confirmado era una situación terriblemente dolorosa.
Capítulo 15

En la oscuridad, Kit se sonrojó y deseó tener su máscara todavía. Con cada paso
de Delia, la columna rígida de la virilidad de Jack presionaba en su espalda. Por su
cabeza no pasaba ninguna idea de burlarse de él. En cambio, oró fervientemente
para que a él no se le ocurriera burlarse de ella. En un enojo febril por la oportunidad
perdida, -porque cuándo tendría ella una nueva oportunidad de evaluar a Lord
Hendon?- aunado al efecto inevitable de la cercanía de Jack y su consecuente temor
de lo que podría ocurrir, Kit se removió, se retorció y se meneó en un esfuerzo
desesperado por alejarse de él.

—¡Maldita sea, mujer, quédate quieta! —dijo Jack con un gruñido que era tan
intimidante como la presión en su espalda.

Kit se congeló, pero en cuestión de segundos se sintió incómoda de nuevo. Tenía


que alejar su mente del plano físico.

—¿A dónde vamos? —Ellos se dirigían a Marchmont Hall siguiendo un rumbo en


dirección noroeste; pero podrían estar dirigiéndose a cualquier otro lugar.

—Cranmer.

—Oh.

Jack frunció el ceño. ¿Era decepción lo que escuchó en su voz ronca? Tal vez
debería cambiar sus planes y llevarla al chalet en su lugar. ¿Estaba dispuesta a
terminar con sus juegos y aceptarlo? La última pregunta había humedecido su ardor.
A pesar de su relativa calma, no creía que ella estuviera especialmente agradecida
por haber sido sacada del baile de máscaras. Unas cuantas noches serían suficientes
para que ella lo olvidara. Dos noches, para ser precisos.

Kit trató de quedarse quieta, pero su mente no podría dejar de lado el tema
fascinante de la anatomía de Jack. Se preguntó si Lord Hendon estaría mejor
equipado y deseó que la mujer en el jardín hubiese sido más explícita. Su propia
experiencia en la materia era casi inexistente. Pero la insistente presión en la parte
baja de su espalda provocó la más intensa especulación. Por suerte para su paz
mental, el recuerdo de Lord Hendon, ese objeto no logrado de su aventura atrevida y
escandalosa, reavivó su ira. Su brillantemente concebido e impecablemente
ejecutado plan para conocer de primera mano a su elusivo Lord, había terminado en
ignominiosa retirada, antes que su presa incluso hubiera sido avistada.

El pensamiento bajó el ánimo de Kit dramáticamente. Por una milla completa, se


sentó sumida en un estado de ánimo peligrosamente cerca de un petulante
enfurruñamiento. Jack la estaba llevando a su casa. La gratitud no era la emoción
predominante que corría por sus venas. ¿Qué derecho tenía él para interferir?

De repente, Kit se enderezó. No importaba cuál fuese su justificación, Jack no


tenía derecho a entrometerse en sus asuntos. Sin embargo, allí estaba ella, siendo
llevada a casa como un hijo rebelde que había sido atrapado viendo a los adultos en
acción. ¡Y ella lo había dejado! ¿Cuál era el problema con ella? Ella nunca había
dejado que nadie, ni siquiera Spencer, la tratara con tanta prepotencia.

—¡Realmente eres un cerdo arrogante! —exclamó.

Sacado de un tirón de sus ensueños sensuales, Jack no confió en sus oídos.

—¿Qué fue lo que dijiste?

—Tú me oíste. Si tuvieses alguna preocupación real por mi bienestar, dejarías a


Delia regresar en este instante y me llevarías de nuevo a la fiesta. Sólo que ahora es
demasiado tarde —Kit terminó sin convicción—. No habrá suficiente tiempo antes de
la hora de quitarse las máscaras.
—¿Tiempo para qué? —Jack estaba desconcertado. Si ella no había ido a la fiesta
por una broma, ¿qué otra posible razón podría tener?

—Yo quería conocer a alguien para ver cómo era, pero ¡me has secuestrado
antes de que tuviera la oportunidad!

La nota decepcionada en la voz de Kit era lo suficientemente genuina para tocar


una fibra de compasión y despertar la curiosidad de Jack.

—¿Estabas esperando a un hombre? ¿Quién?

Por debajo de un bufido, Kit juró. ¡Maldita sea! ¿Cómo se le habría escapado
eso? A pesar de la aparición de su recobrado temperamento, Kit no había perdido su
ingenio.

—No importa, nadie que tú conozcas.

—Veámoslo.

Kit sintió alzarse su temperamento. La profunda voz de Jack estaba


desarrollando rápidamente ese tono de mando que ella encontraba particularmente
difícil de resistir.

—Te aseguro que es alguien con quien definitivamente no tienes amistad


cercana.

La atención de Jack se había enfocado dramáticamente. Qué hombre había ido


Kit a esperar y, lo que era el más importante, por qué? ¿Qué razón podía tener una
mujer de su condición para evaluar estando de incógnito a un hombre?

La respuesta era tan absolutamente obvia, que Jack se preguntó por qué no lo
había pensado en el instante en que había puesto los ojos en ella en el salón de baile.
Kit, que tendría más de veinte años si su experiencia era la guía, había regresado
recientemente de Londres, donde, sin duda, su vida había sido bastante más
completa. En particular, con respecto a la compañía masculina. Ella no tenía ningún
amante en la actualidad, un hecho por el que habría apostado todo su patrimonio, y
estaba en la búsqueda de un candidato local. Obviamente, ella tenía a alguien en
mente. Alguien que no era él mismo. Entonces la curiosidad que ella había mostrado
en el jardín inundó su mente con una luz radiante.

—Estabas esperando a Lord Hendon.

Ante la escueta declaración, Kit hizo una mueca.

—¿Qué pasa si es así? No es asunto tuyo.

Una risa histérica burbujeó detrás de los labios de Jack quién, virilmente, se la
tragó.

¡Oh mi Dios, esta misión estaba convirtiéndose en una farsa! ¿Debería decirle?
¿Y si no le creyera? Una fuerte posibilidad, tuvo que admitir, que no podía superar
fácilmente. Convenciéndola podría poner en peligro su misión. ¡Demonios! Iba a
tener que convencerla de que él podía ser un mejor amante de lo que decía su
reputación. Una visión repentina de cual podría haber sido su destino, si él no
hubiera conocido previamente a Kit, y ella hubiese permanecido en la fiesta, puso en
peligro su compostura.

Reaparecer en el norte de Norfolk como él mismo, parecía que iba a ser aún más
peligroso que asumir la apariencia de un líder de contrabandistas.

Las mujeres locales lo estaban acechando con gran determinación, y a ambos


lados de la manta. ¡Él podría haber terminado con Kit como su amante y la protegida
monótona de Lady Marchmont como su mujer! Los ojos de Jack se estrecharon.
Había muchas posibilidades todavía de que ese escenario pudiera darse, pero sería
en sus términos, no en los de ellos.

Un resoplido de disgusto había traído su atención de nuevo a la figura menuda


delante de él. Él sintió el calor que irradia de su cuerpo, separado por un palmo. Sólo
mediante el ejercicio de la disciplina más severa pudo resistir la tentación de tirar de
ella hacia atrás contra él, curvando su cuerpo contra el suyo.
—¡Gracias a ti, probablemente nunca tenga otra oportunidad! —Contrariada, Kit
se movió y de inmediato recordó lo que estaba presionando contra su espalda. Su
temperamento superó su reticencia virginal— ¡Maldición! ¿No puedes detener eso?
¿Hacer que se vaya o algo?

Ella se retorció para tratar de dar un vistazo al artículo en cuestión. Las manos de
Jack le sujetaron por los hombros y a la fuerza se lo impidió.

—Hay una manera de hacerle desaparecer. Si todavía no te quedas tranquila,


tendrás una demostración —le dijo con un filo distintivo en sus palabras.

El crudo deseo en su voz dejó a Kit petrificada en una obediencia absoluta.


Interiormente, ella arremetió. ¿Qué era lo que tenía Jack que le daba ese extraño
poder sobre ella? Ni siquiera el más ardiente y lascivo hombre de Londres le había
hecho sentir como una presa hipnotizada a punto de ser devorada, pulgada a
pulgada lentamente. Su piel estaba viva, sus terminaciones nerviosas chispeaban en
anticipación febril. Él era su depredador y cada vez que él la acechaba, ella se
paralizaba.

¡Como si la inmovilidad pudiera protegerla de su ataque! Su respuesta instintiva


era tan ilógica, que se habría reído si ella pudiese aflojar los nudos en el estómago el
tiempo suficiente para hacerlo.

Jack miró hacia la parte posterior de la peluca de Kit, el ceño en su frente se


debía sólo en parte a la incomodidad física. Él casi no podía evadir el efecto que sus
palabras habían tenido sobre Kit, ella se había puesto tan rígida como un palo, toda
su calidez seductora se había ido y un aura de fría desaprobación había envuelto
como una capa su esbelta figura.

Interiormente, juró. Él deseó que ella dejara sus vacilaciones, primero calor,
después frío; hirviendo en un minuto, frígida en el siguiente. Cada vez que aludía a su
inevitable intimidad, ella hacía como que no entendía. Su virtud de doncella no era la
causa. Lo que dejaba la conclusión irritante de que su extraño comportamiento
respondía a su idea juegos viciosos. Los ojos de Jack se estrecharon.
—Déjame darte un consejo, si deseas asegurar a Lord Hendon como tu
protector. —¡Qué chiste! Ella iba a tenerlo como su protector a pesar de todo—.
Estarías mejor poniéndole freno a tu comportamiento engreído, dejando a un lado tu
actuación manipuladora y confiando en tu belleza para seducirlo.

Kit dejó caer la mandíbula.

No fue el choque de por qué pensaba él que ella estaba interesada en Lord
Hendon lo que la dejó en un rabioso silencio, después de su sorpresa inicial, la idea le
pareció exquisitamente divertida. Pero que él tuviese la desfachatez de sugerir que el
efecto que él tenía sobre ella era asumido, presumiblemente para atraerlo a él, para
sugerir que ella era manipuladora, había enviado su temperamento a las alturas.

Su laringe sonó; sus dedos se cerraron en garras. Había visto mujeres


manipuladoras en abundancia en Londres. Manojos de nervios, las féminas cortas de
luces con más pelo que cerebro. Ella se había reído de sus payasadas teatrales y
frecuentemente transparentes, con sus primos. Clasificarla dentro de esa especie fue
la más baja forma de insulto.

—¿Mis pretensiones manipuladoras? —preguntó con voz sedosa, tan pronto


como había recuperado el control de su voz. Su tono habría enviado a Spencer por el
brandy, pero Jack no tenía experiencia con su temperamento todavía— Eso, mi buen
hombre, es sin duda el caso del caldero diciéndole negra a la tetera.

¿Mi buen hombre? El ceño fruncido de Jack era tan negro como el cielo
nocturno.

—¿Qué diablos quiere decir con eso?

¿Le había dicho engreído? La condenada mujer debería estar en un escenario.


¡Ahora ella estaba imponiendo su rango sobre él como una puñetera duquesa.

Para los oídos de Kit, el gruñido de Jack había sido pura música. Ella buscando
pelea con él, zoquete exasperante arrogante que era.
—Quiero decir —ella dijo, pronunciando con cuidado— que no ha escapado a mi
atención que cada vez que estoy en camino de ganar un punto, tú esgrimes esa...
¡esa cosa entre tus piernas como una maldita espada de Damocles!

—¿Ganar puntos? —Jack se atragantó— ¿Así llamas a tu pequeña exhibición en


el bote la otra noche?

Eso fue sólo curiosidad —dijo Kit encogiéndose de hombros.

—¡Curiosidad! —Jack tiró de las riendas y detuvo a Delia— ¿Cuando has estado
moviendo tú trasero hacia mí desde hace semanas?

—¡Oh! —Kit cambió de posición para encararlo—. Yo sólo lo hice porque estabas
actuando como una masa sólida de fría piedra ¿Y me llamas manipuladora? ¡Uh!

Jack había tenido suficiente. ¿Cómo podía discutir cuando todo lo que tenía que
hacer ella para demoler sus argumentos era menear sus caderas?

Él pasó la pierna sobre el cuello de Delia, llevándose a Kit en el movimiento.


Juntos, se deslizaron al suelo. Kit se sacudió la mano de él que la sostenía y se volvió
hacia él.

—¡Cuando se trata de ser manipulador, soy un bebé en el bosque en


comparación contigo! Finges ser indiferente a mí, sólo para hacer que me sienta
suficientemente despechada para tratar de captar tu interés. Yo no soy
manipuladora, ¡tú lo eres!

Su acusación pasó desapercibida para Jack. Una de sus frases se había alojado en
su cerebro, lo había saturado, oscureciendo todo pensamiento racional.

—¿Indiferente? —Jack se quedó mirándola.

¿Cómo demonios había creído que podría pretender ser indiferente a ella? Él
estaba adolorido como todos los diablos, y ella lo acusó de... Tomó sus manos,
todavía unidas con su pañuelo para el cuello, bajándola hasta su cuerpo.
—¿Eso se siente indiferente?

El jadeo de Kit ante su primer contacto abierto con un miembro masculino


erguido nunca salió de sus labios. La fascinación lo acalló. Entre sus manos, la
virilidad de Jack pulsaba, irradiando calor a través del material de sus pantalones. Se
sentía duro, rígido y curiosamente vivo. Involuntariamente, sus delgados dedos se
cerraron alrededor de ella.

Fue Jack quien se quedó ahora sin aliento. Sin preparación para el resultado de
su acción salvaje e indisciplinada, y mucho menos su respuesta totalmente
inesperada, cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, con las manos a los
costados mientras luchaba por recuperar el control. En la maravilla de la aurora Kit
levantó la vista y vio el efecto de su contacto. La modestia virginal no rondaba por su
cabeza cuando, levantando los ojos para captar cualquier cambio en su expresión,
poco a poco deslizó sus dedos por la extensión del largo eje hasta que sus inquisitivas
puntas de los dedos encontraron la cabeza lisa y redondeada.

Oyó a Jack retener el aliento, vio la tensión que él había mantenido para reforzar
su control y cómo su respiración vaciló. Instintivamente, cambió de dirección,
siguiendo la varilla rígida hacia arriba hasta su inicio en medio de piel mucho más
suave. Sus dedos descubrieron la fruta redonda dentro de las bolsas blandas y sintió
que se tensaban.

El gemido de Jack la dejó encantada, la emocionó. Entonces él se movió.

Jack la agarró por los hombros. Su boca encontró la de ella infaliblemente,


salvajemente desatada por el toque atrevido de ella. Un brazo se deslizó alrededor
de su espalda para unirla a él. La otra mano se deslizó por sus rizos, halando su
peluca que cayó al suelo, un charco de sombra en la luz de la luna, ignorada por los
dos.

Ni aun a costa de su vida Jack pudo recuperar el control. Años de saqueo


disoluto habían endurecido su corazón; él siempre estaba en control de sus sentidos,
y no al revés. Pero el toque descarado aunque extrañamente inocente de ella había
llegado profundo, para encontrar bajo capas de sofisticación y golpes de la vida, algo
enterrado hacía tanto tiempo, que él había olvidado cómo se sentía ser totalmente
consumido por la pasión.

El llamado de urgencia corría por sus venas. La experiencia le decía que la mujer
en sus brazos estaba lejos de encontrarse en el mismo estado. Utilizó su considerable
talento para corregir la situación.

Kit estaba aturdida. No podía moverse; sus brazos estaban atrapados entre sus
cuerpos, sus manos todavía presionaban íntimamente contra él. Pero había olvidado
todo eso. Sus labios estaban en llamas con el calor que venía de él. Ella trató de
apaciguar la demanda de los duros labios, prensados ardorosamente con los de ella;
sus labios se suavizaron, pero eso no fue suficiente. Luego la lengua de él se deslizó a
lo largo de los contornos hinchados, y ella se estremeció y le dio el premio que él
buscaba.

Ella pensó que sentiría repulsión, como le habían pasado antes. En cambio,
cuando su lengua acarició la de ella, las flamas saltaron a la vida, calentando desde
su interior. El lento y sensual saqueo de su boca la sacudió, drenando la fuerza de sus
extremidades. Ella quería desesperadamente aferrarse a él, pero no pudo.
Totalmente absorto en sus respuestas, Jack sintió su necesidad. Él levantó la cabeza y
dio las gracias al cielo por su instinto. Distraído por la discusión que habían tenido, él
no había prestado atención a su ubicación, sin embargo, había dejado a Delia debajo
de las ramas extendidas de un árbol y protegida de cualquier observador
oportunista. Se separó de Kit y dio un paso atrás, levantando sus manos atadas
alrededor del cuello de él. Se enderezó y tiró de ella con fuerza contra él.

Kit no tuvo tiempo para reflexionar. Tan pronto como se había sentido liberada,
estaba atrapado de nuevo, esta vez pecho con pecho, presionada firmemente contra
Jack, desde el hombro hasta el muslo. Sus labios recobraron los de ella, y sus lenguas
se tocaron donde lo habían dejado, desgastando sus defensas. ¿Defensas? ¡Era una
broma! La cabeza le daba vueltas, pero su cuerpo parecía vivo. Vivo como nunca lo
había estado antes.
Kit sintió los brazos de Jack alrededor y se sorprendió por la confusión de sus
sentidos. No podía ver, no podía oír. Ella no podría hilvanar dos palabras coherentes
entre sí. Pero ciertamente podía sentir. Las grandes manos de él se posaron justo
detrás de sus hombros. Por un momento desconcertante, pensó que tenía la
intención de poner fin al beso. Un estremecimiento de alivio corrió por ella cuando él
arrastró las palmas hacia atrás, hacia abajo de su cintura, trazando sus curvas con
seguridad. Cuando esas manos acunaron su trasero, su carne ya quemaba de manera
febril.

Con un gruñido de satisfacción, Jack la sostuvo y la levantó, dando dos pasos


para presionar la espalda de ella contra el tronco del árbol, quedando sus cabezas al
mismo nivel. Él la dejó deslizarse lentamente hacia abajo hasta que ella tocó con los
pies apenas el suelo, con uno de sus muslos firmemente metido entre los de ella.

Un incendio arrasó a Kit, dejándola quemada, reseca, sedienta. Sus labios se


aferraron a los de él, como si la pasión en su beso fuera la única salvación de ella.
Pequeños ríos de llamas corrían por sus venas, mezclándose en fuego líquido entre
sus muslos. Ella presionó sus muslos con fuerza contra la columna muscular entre
ellos, pero no pudo encontrar ningún alivio. Las llamas se encendieron brevemente, y
luego se redujeron a un resplandor. Entonces los labios de Jack dejaron los de ella.
Demasiado débil para quejarse, ella dejó caer la cabeza hacia atrás, sorprendida por
el suave gemido que se le escapó.

—¡Respira!

Sin pensarlo, Kit lo hizo.

—Más.

Con una maniobra hábil, Jack liberó los senos de Kit de sus vendajes. El jadeo
sobresaltado de ella se cortó cuando los labios de él volvieron a besarla. Su boca se
abrió a su penetración, una caverna dulce como la miel esperando como una
ofrenda. Él podría estar en las garras de una lujuria rabiosa diferente a cualquier otra
que hubiese tenido, pero todavía se tomó el tiempo para saborearla mientras sus
manos le liberaban la camisa de la cintura, empujando a los lados su chaqueta y el
chaleco , dejando al descubierto sus senos para sus cuidados. Cuando su mano se
cerró alrededor de un delicioso globo, él sintió un estremecimiento de placer pasar a
través de ella y supo que ella le pertenecía.

Kit estaba totalmente más allá del pensamiento, su mente superada por las
sensaciones. La confiada posesión que hizo Jack de su pecho trajo un soplo de
negación a los labios, pero lo ignoró. Ella lo ignoró, también, cuando sus dedos
buscaron apretar su pezón y acariciaron la dolorosa dureza. Él parecía saber
exactamente lo que requería su carne, sin duda mucho más que ella. Cuando él
volvió su atención al otro pecho, ella apretó el suave montículo contra su palma,
buscando alivio a su necesidad de conseguir satisfacción.

Jack retrocedió ligeramente, para ver mejor su conquista. La piel de marfil de sus
senos brillaba como seda bajo sus manos; se sentía como el satén. Los picos de color
de rosa eran pequeñas protuberancias estrechas, oscuras contra el marfil. Tenía unos
pechos estupendos, no demasiado grandes pero firmes y perfectamente
redondeados. Un pico terminado en una punta de fresa le llamó; sumergió su cabeza
para saborearlo, llevando la suculenta fruta a la boca, girando su lengua alrededor de
la punta sensible.

Kit perdió la lucha por sofocar sus jadeos. Sus dedos se enredaron en el cabello
de Jack, tirando de los largos mechones para liberarlos de la cinta que él llevaba. Él
succionó, y ella tensó sus dedos sobre su cráneo. ¡Dios! Ella no sabía que podía sentir
con tanta intensidad. Su respiración era irregular, desesperada aunque ignorada. La
sensación era todo. Con el deseo retumbando pesadamente en sus venas, Jack dejó
su seno. Sus labios volvieron a los de ella mientras sus dedos buscaban la cintura de
ella.

El alivio inundó a Kit. Jack parecía contento de mordisquear tentadoramente sus


labios, lo que permitió a su mente luchar libre del efecto de la droga intoxicante de
sus besos. Ella trató de ignorar el peculiar calor que dolía profundamente dentro de
ella, que había cobrado vida por su pasión, construido en silencio a pesar de que el
ardor en él parecía haber disminuido. ¡Gracias a Dios que se había detenido! Su
sentido del bien y el mal se había visto comprometido irremediablemente.

¿Qué había dicho Amy? El beso vendría primero, Jack ciertamente había
superado esa barrera. Ella habría voluntariamente apuntalado el árbol por el resto de
la noche si sólo él continuara besándola como antes, profundo, caliente y abrasador.
¿Qué pasaba después? Sus senos, Amy tenía razón en eso, también. Las manos de
Jack en sus pechos habían sido una experiencia puramente sensual; ahora entendía
la tendencia femenina hasta ahora inexplicable de permitir que los hombres le
acariciaran los pechos. Kit se estremeció ante el recuerdo de la boca de Jack en su
pezón. Desesperada para recordar la siguiente etapa en el esquema de amor de
Amy, dejó a un lado el recuerdo. ¿Que debía esperar después?

Fuera lo que fuese, Kit dudaba que debiera esperar para ver si Jack lo intentaría.
Incluso su lado más salvaje acordó que era el momento de tomar su nuevo
conocimiento y correr. En el intermedio de saborear el gusto embriagador de su
maestro, cálido, masculino, y excitado, luchó para recuperar algún grado de control,
algo de poder para actuar. Jack ya había ido demasiado lejos, pero al menos había
cesado sus caricias escandalosamente atrevidas. La había arrastrado a aguas
profundas; ya era hora de retirarse a costas más seguras. Con un esfuerzo, Kit
recogió sus pensamientos y retiró su labios de los ligeros y persistentes besos de
Jack. La dejó ir sin una queja, para hundir la cabeza de inmediato en el pecho de ella,
trazando un camino de fuego a un pezón floreciente.

Kit sacudió la cabeza; palabras de firme negación se habían formado en sus


labios que estallaron en un largo y medio suspirado gemido.

—¡Ja- ack! —protestó al sentir su palma aplanarse posesivamente sobre su


vientre desnudo.

Los ojos de Kit se abrieron sorprendidos. Mientras ella había estado recopilando
su pensamiento, ¡él había estado abriendo sus pantalones! Jack succionó en un
pezón, y ella apretó sus dedos en el cabello de él, sosteniéndole cabeza contra su
pecho mientras sus caderas se inclinaban ante ese toque sorprendentemente íntimo.
Y luego las cosas empeoraron.

Sus largos dedos se colaron en los sedosos rizos entre sus muslos. Kit gimió y se
esforzó por encontrar la fuerza para liberarse de la conflagración de sus sentidos. Él
le había prendido fuego, y ella no podía parar las llamas. Ni siquiera quería nada más.
Pero tenía que hacerlo parar.

Los dedos de él separaron su carne blanda y presionaron gentilmente.

Kit se olvidó de parar. El placer la atravesó, brusco y palpable. Los dedos de él


establecieron un movimiento circular deliberado, primero hacia un lado y luego al
otro y cuando sus labios tiraron con fuerza del pezón un rayo de deseo al rojo vivo se
disparó desde pecho de ella hasta el punto en que los dedos de él pulsaban llamas a
través de su carne.

El nombre de él estaba en sus labios, un suave suspiro que él no confundió. Kit


sintió el ruido sordo de su satisfacción. Luego sus labios volvieron a ella. Nunca entró
en su cabeza negarse a él, ella le dio la bienvenida, sus labios salían a recibirle. Ella
sintió su peso mientras él presionaba contra ella, los duros músculos del masculino
pecho reconfortaban contra sus pechos doloridos.

El material de sus pantalones resbaló a través de sus caderas y la mano de él se


apretó entre sus muslos. Sin pensar, ella los separó aún más, sin palabras invitando al
contacto íntimo. Cuando uno de sus largos dedos se deslizó lentamente en ella, se
estremeció. Las palabras de Amy florecieron en su cerebro. Caliente y húmeda. Kit lo
sabía entonces. Ella estaba caliente y húmeda. Caliente y húmeda para Jack.

Todos los sentidos se centraron en el dedo, en su lenta invasión, inexorable. Kit


se sintió fundir, sus nervios licuados. El calor venció en pulsos constantes a través de
ella. Ella trató de liberarse de su beso, para tomar aliento, pero él no se lo permitió.
En lugar de ello, su lengua creó una danza lenta, repetitiva de empuje y de retirada.
Dentro de ella, su dedo recogió el ritmo.

Más allá del pensamiento, más allá de cualquier sentimiento de vergüenza, Kit
respondió al creciente ritmo, su cuerpo se retorcía y elevaba en su abrazo íntimo,
abriéndose a la profundización de sus caricias. Sintiéndose seguro de su victoria, Jack
puso su atención en cómo obtenerla. Y tropezó con un inesperado inconveniente.
Varios inesperados inconvenientes.

Tres segundos de pensamiento racional fueron suficientes para dejar en claro la


enormidad de sus problemas. El suelo alrededor de ellos era desigual y sembrado de
piedras, una proposición imposible, incluso si tuviesen una manta, que no la tenían.
No sabía sobre qué tipo de árbol estaban, pero su corteza era gruesa, áspera y
cortante. Si él la tomaba allí, desgarraría su piel suave. Pero la dificultad
verdaderamente insalvable que enfrentaba eran los pantalones de ella. Apretados de
forma inexpresable, se aferraban a su piel como si ella hubiera sido vertida en ellos.
Él estaba bastante acostumbrado a quitarse tal indumentaria, se separaban de sus
formas con bastante facilidad. Pero estos no se despegaban de Kit en absoluto. Había
abierto la solapa para acariciarla. Ahora necesitaba un acceso mucho mayor, pero
por más que lo intentó, ninguna cantidad de tirones pareció suficiente para
despegarlos de sus caderas curvilíneas.

Jack gimió en lo profundo de su garganta e inclinó su boca sobre Kit,


profundizando el beso, en un esfuerzo para negar la verdad. ¡Maldita sea! Ella estaba
tan caliente, caliente y lista para él. Su dedo se deslizó sin esfuerzo a lo largo de su
cálido canal, lubricado con la evidencia de su excitación. El impulso de quemarse a sí
mismo en aquel calor resbaladizo fue abrumador. Estaba demasiado bien
familiarizado con el cuerpo femenino para dejar que la tensión bajara. No había
tiempo para parar y pedirle a ella ayuda; no podía permitirse el lujo de dejar que se
enfriara. La había empujado a lo largo de la ruta de la satisfacción imposibilitando
dar marcha atrás ahora.

Frustrado más allá de la medida, tirado por una urgencia fuera de su control,
Jack liberó su virilidad. Saltó libre, erecto, engrosado. Retiró su mano de entre los
muslos de Kit, haciendo caso omiso de su gemido indefenso. Con un tirón, él ganó
tanto margen de maniobra como sus pantalones ajustados le permitían. No fue
suficiente.
Con un gemido de angustia, Jack deslizó su palpitante miembro en el horno de
seda entre sus muslos. Si este debía ser el único pedazo de cielo que se le ofrecería
esa noche, él estaba en una excesiva necesidad como para despreciarlo.

Kit gimió en su boca. No tenía ninguna duda sobre la presión que había
sustituido a su mano. Pero a ella no le importaba. No, lo quería allí. Aún más, ella lo
quería dentro de ella. Se echó hacia atrás y lo metió en el hueco suave entre sus
muslos. En su curiosa posición, totalmente vertical, no podía penetrar en ella, sin
embargo, ella sintió la cabeza hinchada de su miembro empujar su centro blando.
Instintivamente, ella se sujetó firmemente sobre su dura suavidad, liberando sus
labios para expulsar una respiración temblorosa. La cabeza de Jack se inclinó,
presionando su sien contra los rizos de ella, su respiración sonó áspera en su oído. Kit
sintió que él se retiraba. Ella gimió con desaprobación e inclinó su cadera, tratando
de retenerlo. Para su alivio, él regresó, su caderas empujaron, la columna rígida de su
virilidad separando su resbaladiza e hinchada carne empujando más profundo, la
fricción repentina envió rayos de pura delicia corriendo a través ella. Con su siguiente
empuje, se abrió un profundo horno.

Kit apretaba las manos en el pelo de Jack; su cuerpo se apretaba contra el de él.

Entonces sucedió.

Ondas de tensión se apoderaron de ella, rodeando y comprimiendo su calor


hasta que explotó, enviando ondas fundentes de sensación que recorrían cada vena.
Una emoción indescriptible se apoderó de ella, y su alma ardió, consumiendo sus
sentidos sobrecargados. Atrapada en la cresta de su pasión, abandonada a las
sensaciones, ella se aferró a Jack, con su nombre atrapado en los labios. Las llamas
cayeron difundiendo su calor a través de su carne. Kit inclinó sus caderas, buscando
instintivamente la satisfacción de él como parte de la de ella. Igualmente de forma
instintiva, Jack tomó la pulgada extra que ella le ofreció para penetrar más
profundamente en su calor resbaladizo. Se quedó sin aliento cuando la suavidad
escaldada de su carne hinchada lo envolvió. Sin embargo, la caricia última de su
cuerpo se mantuvo fuera de su alcance. Sus músculos temblaron cuando la repentina
frustración puso límite a su deseo desenfrenado. Su pecho se esforzó luchando por
mantener el control.

La miel caliente de la pasión en ella se vertió sobre él; las débiles ondulaciones
pulsantes de su liberación le acariciaban. Jack se olvidó del control. Se retiró y
empujó de nuevo, una y otra vez. La ola de su liberación lo golpeó, estrellándose en
el gratificante olvido.

***

Se había perdido de ver sus ojos cuando ella llegó a su clímax.

El primer pensamiento de Jack cuando recuperó sus sentidos pareció


perfectamente racional. La próxima vez, se aseguraría de que satisfaría su curiosidad.
En este momento, estaba demasiado satisfecho de sí mismo para permitir que
cualquier problemilla atenuara su estado de ánimo. A pesar de las limitaciones, la
experiencia había sido algo para recordar. Miró a Kit. Las réplicas de su notable
clímax habían muerto, pero ella todavía estaba aturdida. Consciente de lo que la
etiqueta exigía en tales momentos íntimos, incluso en tales circunstancias
extraordinarias, Jack se retiró cuidadosamente del suave hueco entre sus muslos.

La conciencia de Kit se puso en contacto con la realidad cuando Jack acomodó


sus solapas en su lugar. Ella se puso rígida, con los ojos parpadeando ampliamente.
¿Había soñado? Un vistazo a la cara de Jack disipó la débil esperanza. Los labios de él
parecían como si no pudiesen dejar de sonreír. Con aire de suficiencia.

Kit se sintió débil. Su ropa estaba en su lugar, abrochada, todo excepto sus
vendajes, que él había dejado sobre su cintura. Ella trató de ignorar la humedad
entre sus muslos. Por suerte, Jack se hizo cargo, sin que se lo pidiera, naturalmente.
La acomodó sobre Delia y luego se dirigió hacia el oeste una vez más, al paso.
Las paredes de Cranmer Hall fueron tomando forma en el horizonte antes que
Kit llegara a enfrentarse con lo que había sucedido. Jack y ella habían tenido
relaciones íntimas. El pensamiento envió su mente hacia un pánico vertiginoso, sólo
ligeramente minimizado por la sorprendente conclusión de que, a pesar de todo, ella
seguía siendo virgen.

No la había desflorado, de eso estaba segura. Años antes, su abuela le había


instruido en los hechos desnudos de los deberes conyugales; Kit no había sentido
ningún dolor o malestar, ni el más mínimo. Tampoco había sentido ninguna
incomodidad o timidez al dejar que Jack le acariciara como lo había hecho, por muy
sorprendentemente íntimo que había sido, ni al dejar que empujara esa cosa de él
entre sus muslos, no en ese momento.

Ahora, ella estaba muy seguramente hundida en la culpa, revolcándose en el


pudor ultrajado que no había sentido mientras estaba en sus brazos, besada hasta la
sumisión. ¿Cómo había podido dejar que sucediera?

Fácilmente, fue la respuesta lánguida. Y tú lo harías de nuevo, y más, si él te lo


pide. Kit sofocó su gemido y apoyó la cabeza en el hombro de Jack, demasiado
agotada para negar la afirmación extravagante de su más atrevido “otro yo”.

Al menos la comodidad de su posición en la montura había mejorado. Jack había


desatado sus manos, después del acto, maldito sea. Había habido momentos debajo
de ese árbol cuando habría matado por tener las manos libres. Ahora descansaban,
cruzadas en el pomo mientras Jack sujetaba las riendas.

Su cuerpo encajaba bien en el de él, la curva de su espalda se acomodó en el


vientre masculino con sus muslos a cada lado de ella, apoyándola. La tensión en la
espalda de él había desaparecido; al parecer los cuidados de ella habían tenido éxito
en eso. No había nada en el contacto entre ellos que le causara alarma. Ella podía
conciliar el sueño, si así lo deseaba.

Delia redujo el paso.

—¿Cuál es el camino a los establos?


El susurro acallado de Jack despertó a Kit. Los familiares puntos de referencia
surgieron en la oscuridad. Estaban en una pendiente justo detrás de la Mansión. Por
un momento, ella se apoyó en el pecho de Jack, saboreando el calor duro, con el
deseo irracional de que él la rodeara con sus brazos y la sostuviera. Frente a esta
idea, el pánico la hizo enderezarse en la silla.

—Yo llevo a Delia a través del prado. Tengo que saltar la valla.

La figura detrás de ella estaba inmóvil.

—Está bien. Te dejaré aquí —dijo luego.

Una mano dura se cerró en su cintura. Kit se puso rígida, pero Jack la necesitaba
como equilibrio mientras se bajaba de la silla de montar. Le entregó las riendas.

—Espera mientras ajusto los estribos.

Para acortar las correas para que los estribos calzaran de nuevo en la ranura que
se había puesto en el cuero grueso, Jack obligó a su mente a funcionar. No era una
tarea fácil en su estado actual, ligeramente intoxicado. Si él tuviese que juzgar de
alguna manera tales experiencias, lo que había pasado bajo el árbol debería abrir el
apetito de una mujer que actualmente se veía obligada a una existencia proscrita. Sin
embargo, había algo en la respuesta de Kit que le advirtió no darlo por sentado.

Su silencio podría ser simplemente debido al cansancio; su clímax había sido


particularmente fuerte. Pero había algo más que eso. ¿Tal vez ella se había
molestado porque él la había encontrado muy fácil de domesticar? Sintiéndose
seguro por la oscuridad que lo ocultaba, Jack sonrió fugazmente. Tenía el
presentimiento de que ella podría ponerse reacia a dar más de lo que ya había dado,
no sin una concesión más de parte de él. Y en la actualidad no podía ofrecerle nada,
ni siquiera su nombre. Como fuera, en dos noches a partir de ahora ella iba a pasar
algún tiempo en su cama. Y él apostaría su reputación ganada con esfuerzo a que
después de eso ella no se apartaría de él con su pretenciosa nariz alzada
despreciativamente.
Jack se enderezó y sacó la peluca del bolsillo de la silla de montar. Dio un paso
atrás.

—Te veré mañana en el Old Barn.

Las excusas empujaban en la lengua de Kit, pero se las tragó. Cuatro semanas
habían acordado y cuatro semanas él tendría. Con una breve inclinación de cabeza,
giró a Delia y la dirigió a saltar la valla.

Galopando hasta el prado empinado rumbo al establo, Kit resistió la tentación de


mirar hacia atrás. Él estaría de pie donde lo había dejado, con las manos en las
caderas, mirándola. Ella se presentaría mañana y, si tomaban un cargamento, la
noche después de esa. Pero a partir de entonces, daría al Capitán Jack un gran rodeo.
La distancia era imprescindible. Ella conocía los peligros ahora; no habría ninguna
excusa.

Cuando la caverna oscura del establo se había tragado a Kit, Jack se volvió y se
dirigió hacia el norte. La luna navegaba libre de sus grilletes de nubes e iluminó su
camino. Millas por delante, en el castillo de Hendon esperaban a su amo, su cama
equipada con sábanas de seda, estarían frías, sin alguien que las calentara. Los labios
de Jack se arquearon. Tenía la ambición de ver retorcerse en éxtasis a Kit en esa
cama, con sus rizos como una aureola llameante alrededor de la cabeza, y esos otros
rizos que él había tocado pero no había visto, quemándolo.

Había contado las noches desde que la había tocado por primera vez y sabía que
sus sentidos no le estaban engañando. Ahora, ella estaba cerca de convertirse en una
obsesión. Mientras su oscilante paso comió las millas, su mente se quedó en la mujer
que había capturado sus sentidos. Ella nunca sería otra amante más, las que habían
llegado antes que ella nunca le habían intrigado como ella lo hacía. A partir de ahora,
quería mucho más que la mera satisfacción física, a pesar de que cada vez que había
puesto sus ojos en ella, él se había sentido arrastrado por una urgencia primaria de
enterrarse en su calor. La necesidad de poseerla había ido mucho más lejos que eso.
Quería llevarla al orgasmo una y otra vez. Él quería que sus gemidos de satisfacción
sonaran en sus oídos. Necesitaba saber que estaba cerca y segura en todo momento.
Jack frunció el ceño. Nunca antes se había sentido así con una mujer.
Capítulo 16

El chapoteo de la marea contra el casco del barco de pesca fue ahogado por el
rugido de las olas. Jack flexionó sus hombros metido hasta los muslos en lo profundo
de la marea, finalmente, alcanzó el barril que Noé le extendía. Con el barril en
equilibrio sobre su hombro, se acercó a la orilla, donde se estaban cargando los
ponis. Jack esperó a que los hombres amarraran los barriles a las sillas de montar
para tomar el pesado barril, luego se volvió a contemplar su empresa.

Ellos conocían la rutina. Mientras miraba, los hombres en los botes vacíos se
inclinaban sobre los remos y los seis cascos se deslizaron hacia atrás a través de las
olas, en camino para encontrar alguna pesca que pudieran obtener antes de volver a
casa. Los últimos barriles estaban siendo atados en su lugar, a continuación, los
fardos de encaje, apilados contra una roca cercana, serían equilibrados en la parte
superior y asegurados.

Mientras se ocupaban del encaje, Jack dirigió su mirada hacia el acantilado con
vistas a la playa. Había dejado a Kit apostada en el extremo oriental, pero no tenía
idea de dónde estaba ella realmente.

Sin duda, la mujer obstinada había cumplido su amenaza y se había trasladado


más hacia el oeste. Había asistido a la reunión en el Old Barn la noche anterior, llegó
tarde escurriéndose hacia las sombras en la parte posterior. Inmediatamente
después de que él había terminado de dar los detalles de la corrida de esa noche, ella
había desaparecido. Él no se había sorprendido. Pero que lo condenaran si la dejaba
escapar esta noche.
***

Dos millas al oeste, Kit detuvo a Delia. Ella había ido demasiado lejos. Era hora
de dar marcha atrás si no quería tener problemas y conociendo a Jack los tendría
cuando se reunieran en la parte superior del acantilado según lo ordenado. Pero aun
así se sentó, mirando, sin ver, hacia el oeste. Su estómago estaba atado en nudos.
Sus nervios no se tranquilizarían si revoloteaban como mariposas cada vez que la
imagen de Jack cabeceaba en su horizonte mental. Las ideas de él para esta noche, al
menos hasta donde ella se había permitió imaginar, eran pura locura, pero qué podía
hacer ella para evitarlos era más de lo que podía dilucidar.

Ella tendría que verlo, eso estaba claro. ¿Habría algo que ella pudiera decirle que
la liberase de su “después”? Sus palabras en el viaje de vuelta de la mascarada
malograda dejaron claro que él había interpretado sus burlas como un estímulo. Kit
hizo una mueca. Ella simplemente no se había dado cuenta de lo mucho que ella le
afectaba. Sin importar las razones de él para su reticencia, ella había caído en la
trampa. Exhalando un pequeño suspiro apretado planeó su estrategia. Ella tendría
que dar explicaciones. Como mujer criada gentilmente, ella no podía, simplemente
no se podía, considerar la alternativa.

Una ligera llovizna comenzó a caer, empañando el aliento de Delia. Los dedos de
Kit se estaban tensando en las riendas para girar la yegua cuando oyó un tintineo.

Seguido de otro.

Sus sentidos se aguzaron. Los pelos de la nuca se le habían levantado. Había oído
ese sonido antes. El tintineo más pesado de un estribo confirmó sus deducciones. Un
instante después los vio, toda una tropa de soldados avanzaba al trote constante.

Kit no esperó a ver más. Tomó el primer camino que encontró para bajar a la
playa y dejó caer las riendas de Delia. Sus mejillas fueron picadas por la melena negra
que volaba, y se aferró al cuello de la yegua cuando la arena se levantó bajo los
cascos negros.
***

Jack pasaba a lo largo de la línea de ponis controlando automáticamente las


cuerdas que sujetaban la preciosa carga en su lugar. Se había asegurado que Kit no
desaparecería como un espectro en el instante en que el último poni llegara a la cima
del acantilado por el simple hecho de haberle ordenado su encuentro en la cabecera
de la ruta desde la playa, en presencia de media docena hombres. Ella no era una
tonta. No se arriesgaría al castigo que el incumplimiento que dichas órdenes
explícitas generaría. Él se estaba acercando al final de la caravana de ponis, donde los
hombres que la encabezaban ya habían montado, cuando la reverberación de cascos
volando sobre la arena firme le trajo al instante el alerta.

Saliendo de la noche, un caballo negro se materializó. Kit. Montando rápido. Del


oeste. En el momento en que se estaba deteniendo, a fin de no asustar a los caballos,
Jack ya estaba corriendo a la cabeza de la caravana, donde Mathew esperaba,
montado, con las riendas de Champion en la mano. El gran semental estaba
agitándose, y excitado por la llegada precipitada de la yegua pateaba con sus
enormes pezuñas en la arena. Jack se precipitó en la silla de montar cuando Kit se
detuvo delante de él, a la vez que Delia pateaba el aire.

—Los Recaudadores. De Hunstanton —jadeó Kit—. Pero aún están a una milla o
más de distancia.

Jack la miró. ¿A una milla o más? ¡Había estado reinterpretando sus órdenes por
venganza! Se sacudió la necesidad de sacudirla: más adelante hablaría sobre su
insubordinación y disfrutaría aún más.

—Alojen las cosas en la antigua cripta —dijo volviéndose a Shep—. Después


desaparezcan. Usted está a cargo.
El cargamento estaba destinado al Old Barn, pero eso era imposible ahora. Kit
les había dado una oportunidad para escapar de forma segura, tenían que
aprovecharla.

—Nosotros cuatro —Su gesto indicó Mathew, George, así como a Kit—.
Atraeremos a los soldados hacia Holme. Con suerte, ellos ni siquiera sabrán que tú
existes.

Shep asintió con la cabeza. Un minuto más tarde, la caravana se alejó,


desapareciendo en las dunas que encubrían la punta oriental. Irían con cuidado,
siguiendo un camino que les proveyera el mayor encubrimiento acercándose a
Brancaster antes de desviarse al sur hacia la iglesia en ruinas. Jack se volvió hacia Kit.

—¿Dónde exactamente?

—En el acantilado, cabalgando cerca de la orilla.

Su voz, tensa por la excitación, mostró una alarmante propensión a subir su


registro. Jack esperaba que George no lo notara.

—Quédate a mi lado —gruñó, rezando que ella tuviera el buen sentido de


hacerlo.

Tocó los talones a los lados de Champion y el caballo avanzó en dirección a la


ruta de acceso a la cima del acantilado.

Delia siguió, con Mathew y de George cabalgando detrás. Giraron tierra adentro
para deslizarse en la protección del cinturón de árboles que corría paralelo al borde
del acantilado, a un centenar de yardas o más de allí.

No tuvieron que ir muy lejos para encontrar la tropa. A la sombra de un abeto,


Jack se puso de pie junto a la cabeza de Champion, su mano tapó la nariz del rucio
para sofocar cualquier relincho revelador, y observó a los hombres de la patrulla bajo
su mando, pasando como una manada de ganado sin pensar en el sigilo o la
estrategia.
Él sacudió la cabeza con incredulidad e intercambió una mirada afligida con
George. Tan pronto como la tropa había pasado, volvieron a montar. Mientras
estaba asentando su bota en el estribo un repentino ulular del lado de Kit la tomó
por sorpresa. Ella se sentó de golpe, sólo para escuchar un prolongado reclamo de
pájaro a unos pocos pies de distancia. Entonces Jack golpeó la hoja de su cuchillo
contra la hebilla del cinturón, murmurando algo ininteligible. George y Mathew
respondieron de manera similar. Kit se quedó mirándolos.

El tambor de repliegue de los cascos de los caballos de los soldados se detuvo


repentina, y en cierta forma, confusamente . Mathew y George continuaron con sus
ruidos mientras Jack instó a Champion hasta el borde de los árboles. El tintineo sordo
continuó hasta que Jack se volvió.

—Aquí vienen —susurró.

George y Mathew permanecieron en silencio, observando la mano alzada de


Jack.

—¡Ahora! —Y dejó caer la mano.

—¡Recaudadores!

En medio del grito de los oficiales, ellos se separaron de los árboles en dirección
oeste. Jack miró a su alrededor para encontrar la cabeza negra de Delia a nivel de su
rodilla, con Kit en cuclillas sobre el cuello de la yegua. Sus dientes brillaron con una
sonrisa. Se sentía bien estar volando frente al viento con ella a su lado. Hicieron
tanto ruido como una caza de zorro en pleno apogeo. Inicialmente. Cuando se hizo
claro que todos los Recaudadores estaban tenazmente en su búsqueda, luchando
por mantenerse detrás de ellos, Jack se detuvo al abrigo de una pequeña colina.
Mathew y George trajeron sus monturas deteniéndose junto a él; Kit detuvo
lentamente a Delia a unos pasos más adelante. Su bufanda se había deslizado un
poco y no quería que George o Mathew pudieran ver su cara.

La llovizna se intensificaba convirtiéndose en lluvia. El goteo en los rizos


húmedos se aferró a su frente y corrió hasta la punta de su nariz. Levantando la
cabeza, miró al este. Las nubes bajas, púrpura y negro, se deslizaban por el
refrescante viento. La voz de Jack la alcanzó.

—Nos separaremos. Kit y yo tenemos los caballos más rápidos. Ustedes dos
vayan hacia el sur. Cuando sea seguro, se pueden separar y volver a casa.

—¿Qué camino tomarás? —George sacudió el agua de su sombrero y se lo puso


de nuevo.

—Nos dirigiremos hacia el oeste a la playa. No me tomará mucho tiempo para


perderlos —respondió. La sonrisa de Jack era confiada.

Con un movimiento de cabeza, George se volvió y, seguido por Mathew, se


internó entre los árboles que revestían la carretera hacia el sur. No se podían ir hasta
que la tropa se hubiera alejado, los campos eran demasiado abiertos y claramente
visibles desde la carretera.

La tropa de oficiales estaba todavía fuera de la vista en el otro lado de la colina.


Jack empujó a Champion cerca de Delia.

—Hay un camino a la playa por allí —señaló.

Kit miró a través de la lluvia.

—Donde los arbustos cubren el acantilado. Tómalo. Voy a seguirte en un


momento.

Kit resistió el impulso de decir que le esperaría. Su tono no era para ser
cuestionado. Puso a Delia a medio galope, cruzando velozmente el área abierta hasta
el borde del acantilado. Al inicio del camino, se detuvo para mirar detrás de ella. Los
soldados llegaron alrededor de la colina cuando vio en el acantilado a Jack montar
velozmente hacia ella. No había perdido el tiempo para asegurarse de que la tropa lo
avistara. Con un aullido, la milicia se tragó el anzuelo. Kit envió a Delia a las arenas,
llegando a los pies del camino cuando Champion aterrizó con un golpe deslizándose
unas yardas de distancia. Había olvidado ese truco suyo.
—¡Al oeste!

Siguiendo la orden, Kit volvió la cabeza de Delia en esa dirección y dejó caer las
riendas. Intoxicada por la tensión, la yegua obedientemente salió a todo galope,
dejando en su estela a Champion. Kit sonrió a través de las gotas de lluvia que
resbalaban por su cara. Muy pronto, el ruido de los cascos de Champion se puso a un
ritmo constante justo atrás, justo entre ella y sus perseguidores.

Detrás de Kit, Jack observó sus faldones que volaban, maravillado por la fluida
facilidad de su desempeño. Nunca había visto a nadie montar mejor. Juntos, ella y
Delia eran pura magia en movimiento. Ella mantuvo a la yegua a galope largo, apenas
con un toque de velocidad en reserva. Jack miró hacia atrás. La tropa disminuía su
forma en la arena, distanciándose y siendo superada.

Jack miró hacia delante, abriendo la boca para gritar a Kit para que tomara hacia
el acantilado. Un movimiento borroso en lo alto del camino, el último trayecto antes
del brazo oeste del promontorio en forma de yunque encima Brancaster, le llamó la
atención. Se sacudió el agua de los ojos y miró a través de la lluvia.

¡Que el Infierno confundiera al hombre! Tonkin no sólo había desobedecido sus


órdenes y había llegado al este, sino que había tenido el sentido de dividir a sus
hombres en dos. Él y Kit no estaban conduciendo a los soldados al oeste, eran los
soldados los que los estaban obligando a ellos al oeste El plan de Tonkin era obvio,
empujarlos hacia la estrecha cima occidental, a continuación, atraparlos allí, entre un
cordón sólido de Recaudadores y la seguridad de la tierra firme.

Kit también había visto a los hombres en el acantilado; desaceleró, echó un


vistazo detrás de ella. Champion no se detuvo; Jack lo llevó hacia adelante para
mantener el ritmo entre Delia y el acantilado.

—¡Sigue! —gritó en respuesta a la pregunta en los ojos de Kit.

—Pero…

—¡Lo sé! Solo continúa hacia el oeste.


Kit le fulminó con los ojos, pero hizo lo que le dijo. El hombre estaba loco, se
podía seguir hacia el oeste, pero pronto el camino desaparecería. Ella sólo pudo
imaginar el lugar más adelante donde terminaba abruptamente el acantilado. Sólo
había mar más allá de allí.

Sin preocuparse por estas cuestiones, Jack mantuvo a Champion a todo galope y
ponderó su nueva visión del sargento Tonkin. Obviamente, había subestimado al
hombre. Todavía resultaba difícil de creer que Tonkin hubiera tenido suficiente
ingenio para idear una trampa, y mucho menos ponerla en práctica. No iba a
funcionar, por supuesto, pero ¿qué se podía uno esperar? La trampa de Tonkin tenía
un gran agujero el cual era suficiente para permitir que el Capitán Jack escapara.

Un trueno retumbó por el este. Los cielos se abrieron; la lluvia golpeó sus
espaldas en un aguacero torrencial. Jack se echó a reír con regocijo. La lluvia
dificultaría a Tonkin; amanecería antes de que los empapados oficiales pudieran
estar seguros de que la presa había volado de su gallinero. Kit escuchó su risa y se le
quedó mirando.

Jack captó su mirada y sonrió. Todavía estaban galopando velozmente


directamente al oeste. La marea estaba subiendo rápidamente, comiéndose la playa.
A su izquierda, el acantilado se extendió hasta un saliente rocoso, luego cayó a un
punto pedregoso. La playa se acabó. Kit se detuvo. Champion desaceleró, luego se
volvió hacia las rocas.

—Vamos.

Jack la guió, permitiendo a Champion escoger su camino a través de la punta


rocosa donde las olas lavaban sus pesados cascos. Delia le siguió, con sus cascos
pisando delicadamente. Cerca de la punta se encontraba una pequeña ensenada
arenosa. Más allá, barriendo hacia el sureste, las playas en el lado sur de la punta
brillaban, mostrando un camino pálido que conducía de nuevo a la parte continental.
Pero los soldados estarían acechando en algún lugar en la oscuridad, esperando.
Al abrigo de los acantilados, la lluvia caía con menos fuerza. Jack haló las riendas
en la ensenada; Kit detuvo a Delia al lado de Champion. Ella trató de recuperarse el
aliento, mirando a través de la lluvia hacia la cabecera en el lado opuesto de la
pequeña bahía.

—¿Bien? ¿Está lista?

Kit parpadeó y se volvió hacia Jack.

—¿Lista? —La visión de su sonrisa, una mezcla de emoción, risa y maldad pura,
envió en un cosquilleo a sus nervios. Ella siguió su mirada al otro lado de la bahía—.
Estás bromeando —dijo ella en una afirmación.

—¿Por qué? Ya estás empapada, ¿qué es un poco más de agua?

Él tenía razón, por supuesto; ella no podría estar más húmeda. Había, sin
embargo, un problema.

—No sé nadar.

Era el turno de Jack para quedarse mirándola, recordó la noche juntos en que
estuvieron cerca del desastre en el yate. En unas pocas frases concisas, él desistió de
la posibilidad de algo llamado cordura en la mente de ella, añadiendo su opinión
sobre las mujeres estúpidas que iban en barcos cuando no sabían nadar. Kit escuchó
con calma, bien familiarizada con el argumento ya que era la típica respuesta de
Spencer a su deseo de navegar.

—Sí, pero ¿qué vamos a hacer ahora? —preguntó, cuando Jack llegó a un punto
muerto.

Jack frunció el ceño, estrechó los ojos para mirar hacia la otra orilla. Luego
empujó a Champion más cerca de Delia. Kit sintió sus manos cerca de su cintura.

—Ven acá.
Ella no tenía mucha elección. Jack la levantó y la sentó en la silla de Champion
frente a él. Quedaron bastante apretados, tanto que Kit sintió en su muslo la culata
de la pistola de Jack que estaba prensada en la silla. Él tomó las riendas de Delia y las
ató a un anillo en la parte posterior de la silla de Champion, entonces sacó su
cinturón.

—No te muevas —dijo mirando a su cintura para pasar el cinturón alrededor de


ella.

—¿Qué estás haciendo? —Kit se había volteado, tratando de ver.

—¡Maldita sea, mujer! Quédate quieta. Puede retorcer las caderas todos lo que
gustes más tarde, ¡pero no ahora!

Las palabras murmuradas redujeron a Kit a la completa obediencia. Más tarde.


Con toda la emoción ella había olvidado su fijación acerca del “más tarde”. Tragó. El
momento no parecía sensato para iniciar un debate sobre este tema. Él había estado
medio excitado antes que ella se retorciera; ahora…

—Sólo estoy haciendo un lazo para que yo pueda sostenerte si te resbalas de la


silla.

La observación no hizo nada por la confianza de Kit.

—¿Si me resbalo?

Jack se enderezó antes de que ella pudiera pensar en ninguna otra vía de escape.

—Sujétate bien del pomo Voy a nadar junto a ti una vez que estemos en el agua
—diciendo eso, apretó sus talones a los lados de Champion.

Ambos caballos entraron al agua como si nadar a través de bahías en la


oscuridad de la noche fuera parte de su rutina diaria. Kit los envidiaba con su cerebro
embotado. Ella en cambio estaba frenética. Se agarró al pomo, con las dos manos
congeladas y fusionadas al suave saliente. Cuando la primera ola cubrió sus piernas,
sintió que el confortable bulto de Jack, cálido y sólido detrás de ella, se evaporó.
Tragándose su protesta, volvió la cabeza y lo encontró flotando en el agua junto a
ella.

—Inclínate hacia delante como si estuvieras montando al galope.

Kit obedeció, aliviada al sentir el peso de la mano de él en la parte baja de la


espalda. Un momento después, una ola se estrelló sobre ella, empapándola con agua
helada. Ella gritó y emergió escupiendo agua. Al instante, Jack estaba a su lado, con
la cara junto con ella, el brazo sobre su espalda con la mano extendida sobre sus
costillas, y su pecho.

—¡Sssh! Todo está bien. No voy a dejarte ir.

La tranquilidad en su tono pasó a través de ella. Kit se relajó lo suficiente como


para notar la posición de la mano de él, pero no estaba de humor para protestar. Si
ella pudiera acercarse más a él, lo haría, independientemente de cualquier
retribución más tarde.

La marea se precipitó a través del estrecho cuello y dentro de la bahía. Se los


llevó hacia adelante como restos flotantes y, en poco tiempo, los expulsó en las
arenas de la parte continental. Tan pronto como los cascos de Champion rasparon el
fondo , Jack se subió detrás de Kit. Ella dejó escapar un suspiro de alivio y decidió no
ofenderse por el brazo musculoso que él enrollaba alrededor de su cintura, tirando
de ella con fuerza, manteniéndola segura contra él.

Jack espoleó al semental hasta la playa, le retuvo hasta que las patas más cortas
de la yegua llegaron a la arena. Tan pronto como salieron de la resaca, obligó a
Champion a cabalgar a medio galope, en dirección a la ruta más cercana que los
sacara de la playa y los llevara a la seguridad relativa de los árboles.

Kit guardó silencio, esperó a que Jack se detuviera y la dejara en el suelo. Pero
no lo hizo. En su lugar, condujo a Champion recto a través de los árboles que
bordeaban el acantilado y galopó al sur a través de la torrencial lluvia. Desorientada,
a Kit le tomó unos minutos averiguar a dónde se dirigía. Entonces sus ojos se
abrieron de par en par. ¡La llevaba directamente al chalet!
—¡Jack! ¡Detente! Er..—Kit se esforzó por pensar en una razón imperiosa para su
partida repentina, pero su mente se congeló.

Las zancadas de Champion no vacilaron.

—Tienes que quitarte esa ropa tan pronto como sea posible —dijo Jack.

Ella se paralizó. ¿Por qué tan pronto como sea posible? ¿No podría ser más bien
en otro momento? Por la vida de ella, Kit no podía pensar en ninguna palabra para
contrarrestar su firme afirmación. Ella decidió ignorarla.

—Puedo cabalgar perfectamente bien. Detente y déjame buscar a Delia.

La única respuesta que él dio fue conducir a Champion al camino de Holme.


Unos minutos más tarde, llegaron al trayecto que llevaba al sur de la chalet. El miedo
aflojó la lengua de Kit.

—Jack.

—¡Maldita sea, mujer! Estás empapada. No puedes montar todo el camino a


Cranmer así. Y en caso de que no te hayas dado cuenta, se desatará la tormenta en
un instante.

Kit no se había dado cuenta. Un rápido vistazo por sobre su hombro mostró
nubes de tormenta descendiendo en la penumbra. Incluso mientras observaba, un
rayo alcanzó el suelo con gran estruendo.

Kit dejó de discutir y se acurrucó de nuevo en el calor de pecho de Jack. Odiaba


las tormentas eléctricas; más importante, también lo hacía Delia. Sin embargo, la
yegua parecía imperturbable, marchando con ritmo constante al lado de Champion.
Tal vez debería pedir a Jack cabalgar a casa con ella. No, entonces tendrían que parar
debajo de un árbol.

No se podía negar que ella no podía permitirse una frialdad que no podría
explicar. Pero en nombre del cielo, qué iba a hacer ella cuando llegaran al chalet?. El
pensamiento centró su mente en lo que había demostrado hasta ahora ser el reflejo
más fiable del estado de ánimo de Jack. Para su sorpresa, ella no pudo sentir nada,
no había nada de la firme presión que había llegado a reconocer, a pesar del hecho
de que ella estaba apretada más que nunca contra él. ¿Que estaba mal?

Entonces, el significado de sus palabras se hizo claro. Él sólo quiso decir que
tenía que deshacerse de su ropa mojada, no es que... Kit se sonrojo. Para su
vergüenza, se dio cuenta de que ella no sintió alivio por su descubrimiento, sólo la
más intensa decepción. La verdad la golpeó, imposible de negar. Su rubor se
profundizó. ¿Por qué no admites que no te importaría intentarlo con él? ¿Qué
puedes perder? Sólo tu virginidad ¿qué estás guardando para quién? Tú sabes que
Jack nunca te haría daño, una contusión o dos tal vez, pero nada intencional. Así, a
salvo con él. ¿Por qué no dar el paso? Y qué noche más perfecta para ello, sabes que
odias tratar de dormir durante las tormentas. Kit permaneció en silencio, luchando
contra sus demonios.

A pesar de lo que ella creía, la mente de Jack estaba ciertamente ocupada


planeando su inmediata seducción. Pero se estaba congelando también. Ambos
necesitaban salir del viento que empapado de lluvia azotaba toda la región. El doble
sentido en su primera declaración había sido totalmente intencional, no podía haber
previsto una noche mejor. Él tenía ganas de quitarle la ropa mojada a Kit y, después
de eso, él sabía exactamente cómo calentarlos a los dos. Lo que estaba planeando
erradicaría cualquier enfriamiento remanente. No había mejor manera de pasar una
tormenta.
Capítulo 17

El chalet apareció desde la oscuridad, agazapado y sólido, embutido en la


protección del banco detrás de él. Jack cabalgó directamente a la cuadra. Desmontó,
luego levantó a Kit desde abajo.

—Ve adentro. El fuego debe estar encendido; hay madera al lado de él y toallas
en el armario. Me haré cargo de Delia.

Kit lo miró a través de la oscuridad, pero no podía distinguir su expresión. Sin


ningún entusiasmo, ella asintió y se dirigió a la puerta de la cabaña. Su último
comentario fue pensado, obviamente, para hacerle saber que tendría tiempo de
desvestirse y secarse antes de que él entrara. Sin duda que habría una bata o algo en
el armario para ella para cubrirse. Presumió que él, después de meterse en sus
pantalones la otra noche, había satisfecho su deseo, al menos por el momento. Era
eso, o la torrencial lluvia había apagado su ardor. Kit hizo una mueca y alcanzó el
pestillo.

La sala principal estaba iluminada por resplandor de un madero ardiendo. Con


un suspiro, Kit cayó de rodillas sobre la alfombra delante de la chimenea. La madera
estaba en una cesta a un lado. Ella puso los maderos en las llamas, luego se sentó a
observarlas. El calor lentamente había ido descongelando sus helados músculos. Con
otro suspiro, ella se puso de pie.

Había toallas en el estante superior del armario. Kit dispuso de una brazada de
lino benditamente seco y se dirigió al fuego. Dejando la pila de toallas en el extremo
de la cama, tomó una toalla y la extendió en la estera, luego acercó una silla y se
puso a dispuso a quitarse su ropa mojada.
Sombrero, bufanda y abrigo cubrían la silla. Se sentó, se quitó las botas, luego se
arrodilló en un extremo de la toalla y, después de una mirada cautelosa a la puerta,
sacó su camisa sobre su cabeza. Fue una batalla para liberar sus hombros y los
brazos, pero al final lo consiguió. Sus vendajes eran aún más problemáticos, con el
nudo apretado y el material empapado pegado a su piel. Ella murmuró su repertorio
de maldiciones antes de que el nudo finalmente cediera. Fue un alivio poder
descansar de las yardas de material y liberar sus pechos.

Kit dejó caer la larga banda en la toalla y se sentó sobre sus talones, dejando que
el fuego alejara sus escalofríos. Tomó una toalla de la pila. Inclinándose hacia
delante, cubrió su cuello con la toalla y pasó los extremos por sus rizos, dispersando
gotitas en el fuego. Una vez que su cabello había dejado de gotear, se secó los brazos
y la espalda, y luego comenzó con sus pechos. La puerta se abrió. Kit se volvió con un
jadeo, con la toalla apretada contra su pecho.

Jack se detuvo en la puerta, luciendo exactamente como si se hubiera olvidado


de lo que había venido a hacer. Una expresión engañosa. Él había venido para
seducir a Kit de Cranmer, y no había nada capaz de hacerle olvidar eso. Su mirada
aturdida se debió a la visión delante de él, Kit, desnuda hasta la cintura, arrodilladla
ante el fuego, con sus rizos bruñidos por las llamas.

Los ojos de Kit se oscurecieron, pasando del amatista al violeta. Apretó la toalla
contra su pecho en un intento totalmente fallido por ocultar los picos gemelos de sus
pechos que sobresalían provocativamente a ambos lados, la larga línea de sus
piernas revelada por sus pantalones mojados.

Lentamente, Jack cerró la puerta, sin apartar los ojos de la mujer siluetada por
las llamas. Sin darse la vuelta, deslizó el cerrojo. Se acercó a la mesa y se puso la
pistola hacia abajo antes de sacarse su abrigo.

Inmovilizada por su mirada plateada, Kit lo observó, sin poder hacer nada,
paralizada. Cuando él se sacó la camisa por la cabeza, ella parpadeó libre sólo para
ser hipnotizada por el juego de luces sobre los músculos de su pecho. Ella no notó
cuándo él se detuvo para soltarse el pelo, pero se balanceaba libre, marrón veteado
de oro, rozando sus hombros, cuando se arrodilló sobre la toalla al lado de ella. Él
acercó las manos a sus hombros desnudos. Gentilmente, la atrajo frente a él. Kit miró
profundamente a sus ojos, del más brillante plata, bruñidos por la pasión. El deseo
ardía, con una llama constante en sus profundidades. Su boca se secó. Se estremeció,
arrastrada por una fuerza más allá de su experiencia.

Jack observó cómo florecían sus ojos con la pasión con un brillante color
púrpura. Cuando Kit usó su lengua para humedecer sus labios, él juzgó que era
seguro quitarle la toalla. Ella la dejó ir sin protestar. Él bajó la mirada hacia el tesoro
ahora completamente revelado y vio cómo, acariciados por su ardiente mirada, los
pezones de ella se contrajeron endurecidos.

Con una lenta sonrisa de satisfacción y de anticipación, Jack volvió a mirarla a la


cara, notando que su amplios ojos y su labios ya se acercaban por su beso.

Kit apenas podía respirar mientras Jack levantaba las manos para rozar los
contornos de su cuello, acunar su rostro y deslizar los largos dedos por entre sus
rizos. Por un momento, él se detuvo y sus ojos sostenían los de ella con una pregunta
sin respuesta en sus profundidades plateadas.

Ella quería esto, se dio cuenta. Tanto como él lo quería. En ese mismo instante.
Kit tomó una decisión. Dejó a un lado todos los prejuicios que le habían inculcado en
sus veintidós años y fue tras lo que su corazón deseaba. Cuando Jack inclinó la
cabeza, se levantó sobre sus rodillas y salió a su encuentro.

Jack tomó su boca en un beso ardiente, inclinando la cabeza a la vez que ella se
abría a la penetración de su lengua. Kit apoyó las manos contra la parte superior del
pecho masculino y sometió a sus caricias. En segundos, ella sintió su sangre correr
encendida por el fuego que él encendió.

Gracias a Dios tenía las manos libres para vagar por la expansión de la cálida piel
masculina, acariciando las bandas de músculos duros, enredándose en el elástico
pelo castaño. Los dedos de Kit encontraron, en su exploración, un pezón oculto. Para
su deleite, sintió que se endurecía a su contacto. Con las manos separadas, exploró
las crestas de los músculos por encima de su cintura antes de pasar a su ancha
espalda. Sus manos se empaparon porque él todavía estaba húmedo de la lluvia.

Kit se apartó de su duelo de lenguas. La frente de Jack se arqueó. Se acercó a


ella, pero esta lo detuvo, apoyado una pequeña mano contra su pecho mientras
recogía la toalla. Una gota de agua cayó del pelo de Jack, resbalando por su pecho.
Kit la vio, sonrió, luego se inclinó hacia delante y la lamió. Jack se estremeció, cerró
los ojos, con las manos en puños a sus costados.

La sonrisa seductora de Kit creció. Se puso a secarle el pecho, haciendo


pequeños círculos con la toalla, suavemente y sin prisa. Se puso de pie y se colocó
detrás de él para secarle la espalda. Jack se sentó sobre los talones y la dejó,
quedándose esclavizado por sus atenciones sensuales. El seductor juego de la toalla
habría derretido una estatua. O al menos la encendería en llamas. Su cuerpo se
acercaba a ese estado.

Cuando ella volvió a aparecer ante él, le cogió las manos y la atrajo hasta las
rodillas de nuevo, tomando la toalla y arrojándola a un lado. Pero él no la tomó en
sus brazos. Él alcanzó los pechos de ella, tomando un montículo exquisito en cada
mano, apretando suavemente, rodeando los pezones tensos con los pulgares.

Kit había cerrados los ojos. Se balanceó hacia Jack, con sus sentidos
sobrecargados. Jack le dio un beso, dejando que sus manos bajaran hasta la cintura.
Ella iba demasiado rápido, quería alargar el placer en ella tanto como fuera posible.
Él no quería que ella alcanzara su satisfacción por el momento, tenía otros planes.

El beso aplacó la pasión de Kit, que pasó de un intenso hervor a un burbujeante


fuego lento. Instintivamente, se dio cuenta de que Jack le quería en ese estado. No
sabía por qué, pero los acertijos estaban más allá de ella. Las manos de él estaban
ahora buscando los broches de sus pantalones. El tejido húmedo había atrapado los
botones. Se requirió el esfuerzo combinado de ambos para liberarlos.

Una vez la solapa abierta, Jack le bajó los pantalones, pasando las manos sobre
la piel fresca de sus nalgas. Kit movió sus caderas para liberarse de la tela, dando las
gracias a todos sus ángeles porque sus pantalones de montar no eran tan duros
como los que había llevado el día del baile. Si hubiera estado usándolos esta noche,
habría estado segura de que él se los hubiera arrancado. Jack le urgió a ponerse de
pie. Él le bajó los pantalones hasta sus pies y la ayudó a quitárselos. Pero antes de
que ella pudiera ponerse rodillas de nuevo, él sujetó sus caderas, sosteniéndola
donde estaba, completamente desnuda delante de él.

Por un largo momento, Jack inspeccionó su belleza. Luego inclinó la cabeza para
rendirle homenaje. El jadeo de Kit cuando los labios de él quemaron su ombligo hizo
eco en la tranquila habitación. Sus dedos se enroscaron en el pelo de él; sus manos
agarraban su cabeza. Sentía el empuje de su lengua, lánguida y rítmica, y su carne se
incendió. Cuando él movió sus labios finalmente, el suspiro de ella llenó la
habitación. Ella esperaba a ser liberada, pero Jack no había terminado. Su lengua
exploró la curva de la cadera. Kit sintió que sus manos se desplazaban hacia abajo y
alrededor hasta que cada gran palma de la mano tomó una de sus firmes nalga. Sus
dedos la sujetaron, sosteniéndole prisionera. Ella sonrió, no es como si ella fuese a
tratar de escapar. Luego él cambió de posición colocándose más bajo en sus rodillas.
Sus labios fueron mucho más abajo. Y hacia adentro.

—¡Jack! —La conmocionada protesta de Kit terminó en un gemido de placer. Sus


rodillas perdieron toda capacidad de apoyarla, pero Jack la sostuvo cuando sus labios
se acercaron a los rizos brillantes en el vértice de sus muslos y probaron con su
lengua la suave carne que ocultaban.

Kit se balanceó con los ojos cerrados. Le había deseado a sus pies, pero esto no
era lo que había querido decir. Esto iba escandalosamente más allá: era una visión
mucho más apasionada de lo que Amy podría siquiera soñar. Kit se estremeció, y su
cabeza cayó hacia atrás. Su mente se fragmentó. Jack cambió su asimiento y le
levantó la pierna izquierda, pasó la rodilla de ella por encima de su hombro para
arrastrar besos calientes por la carne satinada en el medio de sus muslos antes de
decidirse a saquear su suavidad con la misma rigurosidad implacable que había
usado antes en su boca.
Kit no podía pensar. Toda su conciencia se centraba en ese punto donde la boca
ardiente de Jack y su aún más caliente lengua provocaban en ella una respuesta
ardiente. Posó sus manos en los hombros de él, hundiendo en ellos profundamente
sus uñas en convulsiva reacción.

Concentrado en cada espasmo de su respuesta, Jack supo el momento en que


ella llegó cerca del punto más allá del cual su clímax sería inevitable. Cambió de
táctica, trayéndola de vuelta del abismo, dejando que las llamas que había abanicado
murieran en una combustión lenta antes comenzar a avivar su fuego, una vez más.

Mordisqueando besos sobre el montículo cubierto de rizos, él continuó con una


exploración lenta de la carne caliente que rodeaba la entrada de su cueva secreta. La
mantenía perfectamente equilibrada; con la rodilla de ella en el hombro de él, usaba
una sola mano para sostenerla dejándole la mano izquierda libre para acariciarle el
trasero. Su piel estaba húmeda, pero no de la lluvia. Su mano rozó una madura
redondez, y luego sus dedos buscaron la hendidura en medio, deslizándolos hacia
abajo para ir en busca del punto donde una ligera presión llevaba hacia el máximo
placer. El jadeo tembloroso de Kit le dijo que lo había encontrado. Le movió la rodilla,
abriéndola en su totalidad, haciendo una pausa para rodear el brote hinchado de su
pasión con la lengua antes de saquear las delicias de su cueva llena de miel Se
preguntó cuánto tiempo podría ella aguantarlo. ¿Cuánto tiempo podría aguantarlo
él?

Sensación tras sensación se estrellaron a través de Kit. Se sintió golpeada por las
descargas de pasión disparadas a lo largo de sus venas. Hipersensibilizada hasta un
punto sin retorno, ella estaba agónicamente consciente de cada movimiento erótico
que hacia Jack. Se abandonó a las delicias que le revelaban la intimidad impactante.

Una y otra vez, él la llevó hasta el punto en que podía sentir esas ondas
increíbles de tensión dentro de ella. Entonces él dejaba vagar sus atenciones,
reduciendo su excitación cuando ella quería precipitarse a su destino. Cuando lo hizo
de nuevo, ella gimió su desagrado.
—¡Maldito seas, Jack! —Pero ella no podía decirle que dejara de hacer eso ya
que no sabía lo ella que quería. Pero estaba muy segura de que él si lo sabía. Oyó su
risa profunda, y sintió sus reverberaciones a través de las manos de ella. Él se echó
hacia atrás para mirarla, con los ojos encendidos con una ardiente llama plateada.

—¿Has tenido suficiente?

—Sí ... ¡no! —Kit lo fulminó con la mirada lo mejor que pudo, pero fue un
esfuerzo débil.

Jack rió y dejó que ella resbalara su rodilla hacia abajo. Se puso de pie y Kit se
balanceó con él. Sus labios encontraron los de ella, y ella probó su néctar en los
labios y la lengua de él. Las llamas comenzaron a avivarse de nuevo. Entonces Jack se
separó. Kit se desplomó contra él, demasiado débil para protestar. Él la abrazó,
acariciando con las manos su espalda de seda, maravillándose de la textura de su
piel. Ella estaba bien y verdaderamente preparada, lista para explotar. Y, gracias a
Cristo, él todavía se mantenía bajo control. Dios sabía cuánto tiempo duraría. Kit
gimió su desaprobación y le levantó la cara para buscar sus besos. Jack cedió, pero
no profundizó el beso . Él se apartó y sus labios rozaron los de ella.

—¿Puedo entender que significa que me quieres dentro de ti?

Kit parpadeó.

No podía creer lo que oía. Después de lo que acababa de hacer con ella, después
de lo que ella le había permitido hacerle, él quería que lo dijera. En voz alta. Ella
apretó los labios con rebeldía. Él levantó las cejas.

—¡Sí, maldita sea! Quiero que pongas esa condenada espada tuya dentro de mí.
¿De acuerdo?

Jack hizo un sonido de triunfo y a continuación la tomó en sus brazos.

—Lejos de mi intención decepcionar a una dama.


En dos zancadas, llegó a la cama. No era su cama del castillo, con sus sábanas de
seda, pero sería suficiente por ahora. El viento aullaba sobre el alero mientras bajaba
a Kit, tirando de las sabanas de debajo de ella. Ellos no las necesitarían por una o dos
horas.

Depositada en el medio de la cama, Kit tuvo el impulso automático de cubrir su


desnudez. Pero la hambrienta mirada de Jack disipó sus inhibiciones. Se estiró como
un gato, acostándose apoyada sobre las almohadas, y lo observó desvestirse.

Sus botas salieron primero, luego se levantó y se quitó los pantalones mojados.
El corazón de Kit saltó a la boca cuando vio lo que anteriormente sólo había sentido.
Jack cogió una toalla y se secó las piernas. Cuando ella llevó su atención a lo que
colgaba entre ellas, la boca de Kit se le secó. Tenía que ser imposible, ¿verdad? Pero
fue patentemente obvio que Jack había sido bien recibido por otras mujeres, aunque
no podía imaginar cómo.

Un madero en la chimenea envió chispas volando, recordando a Jack sus


deberes como anfitrión. Dejó caer la toalla y se puso en cuclillas para atender el
fuego.

Kit respiró profundamente, y luego otra vez. Funcionaría, él sabía lo que estaba
haciendo, aun si ella no. Él no le haría daño, ella lo sabía. ¿Cómo se sentiría al tener
eso empujando dentro de ella?

Obligó a su mente a pensar otras cosas, el brillo de las llamas en la piel de él, en
el músculo esculpido cubriendo su gran cuerpo. Su mirada fue atraída por una serie
de cicatrices esparcidas al azar en su piel. Una en particular llamó su atención, un
largo corte en el interior de la rodilla izquierda, resaltado por las llamas mientras se
paraba y se volvía hacia ella.

Su peso bajó la cama, haciéndola rodar entre sus brazos. Kit perdió toda
esperanza de retener cualquier grado de lucidez en el momento en que sus labios se
encontraron con los de ella.
Jack probó el sabor de ella, disfrutando del ardor que él sentía bullir bajo la
calma en ella. Se había enfriado un poco, pero todo lo que quería decir era que él
tendría el placer de avivar sus llamas una vez más. Independientemente de su
experiencia anterior, tenía toda la intención de asegurarse de que esta era una
noche, una vez, y un hombre que ella nunca olvidaría. Él dispuso su mente y sus
manos a la tarea. Sus dedos buscaron a sabiendas y encontraron todos sus puntos de
pasión, esas áreas en particular donde ella era más sensible.

La curva inferior de las nalgas se convirtió rápidamente en su favorita, se


calentaba en un instante con la caricia más ligera. Cualquier cosa más intensa la
hacía gemir. Satisfecho al saber que ella estaba a salvo de enfriarse, Jack la atrajo
hacia él, presionando su delgado cuerpo contra él, desde el hombro hasta la rodilla.
Pero antes de que él pudiera ponerla debajo de él, fue seducido por la sensación de
piel de seda caliente deslizándose sensualmente sobre él.

Kit respondió instintivamente a la novedad de la textura del cuerpo de Jack.


Nunca había sentido algo así antes. Consumida por la curiosidad, frotó sus suaves
muslos contra la dureza áspera, maravillada por la fricción del cabello de él contra su
piel, por el contraste entre sus músculos magros y la suave carne de ella.

Ella sintió la interrupción en la atención de Jack y supuso que era su turno para
explorar. Había tomado su decisión; no había ninguna razón para mentirse a sí
misma. Sin importar la penitencia que tuviese que pagar haría lo mismo. Abriendo
los ojos, extendió sus manos sobre el pecho de él, preguntándose cuán anchos serían
los músculos que se extendieron ante ella. Miró a la cara de Jack y encontró sus ojos
cerrados, la mandíbula apretada, los labios adelgazados.

Sonriendo, movió sus manos hacia abajo y observó crecer la tensión en su rostro
y en todo su cuerpo. Tentativamente, ella lo buscó, tomándolo entre sus manos
como lo había hecho dos noches antes. Sus dedos se movieron hasta el eje
palpitante y encontraron la cabeza redondeada. Una gota de humedad se pegó a sus
dedos.
El control de Jack se rompió. Se olvidó de todas sus ideas sobre una lenta tortura
mutua, consumido por la necesidad de apagar las llamas que se habían liberado
furiosas a través de él. Su calor necesitaba el de ella para lograr la satisfacción. En un
fluido movimiento, tiró de ella debajo de él, colocándose sobre ella apoyado en los
codos. El jadeo de Kit se perdió cuando la boca de Jack tomó la suya en un saqueo
incesante de sus sentidos. Él introdujo los dedos a través de sus rizos para sostenerle
la cabeza, mientras sometía su boca, enviando un ardiente anhelo por cada nervio.
Sus caderas estaban prensadas a las de ella, presionándola contra el lecho.

Ella dio la bienvenida a su peso y quería más pero él ignoró su tirón. Lo sintió
separarse un poco para deslizar su mano entre ellos y acariciar con pericia la suave
carne entre los muslos de ella. Kit gimió y se abrió a sus dedos, conteniendo la
respiración al él deslizarlos dentro de ella lentamente. Sintió su pulgar presionando
en ella, haciendo saltar chispas que encendieron un horno en lo profundo de su ser.
Él retiró mano y ella frunció el ceño sacudiendo la cabeza, sin el aliento suficiente
para encontrar las palabras para protestar. Se retorció sin pensar en busca de
plenitud. Entonces sintió que los muslos de él presionaban fuertemente entre sus
piernas, empujándolas para separarlas. Una suave presión, como una fuerza, alivió su
carne dolorida. Eso era lo que ella quería.

Kit gimió e inclinó sus caderas en una invitación instintiva. A pesar de la niebla de
deseo que nublaba su mente, las facultades de Jack seguían funcionando.
Registraron la tensión inesperada en los ligamentos de los muslos de Kit y le
transmitieron la información. Con un esfuerzo, Jack separó sus labios de los de Kit.
Inclinando la cabeza, exhaló una respiración profunda, y luego sacudió la cabeza para
deshacerse del detalle irritante que amenazaba con arruinar su noche. Pero eso sólo
hizo la evidencia más obvia.

Condenación! Era como si ella nunca hubiera abierto las piernas antes. Él frunció
el ceño, y Kit gimió con impaciencia. Jack sacudió a un lado su fantasía ridícula. La
mujer en urgente necesidad que suplicaba debajo de él había estado antes así con
toda seguridad. Él flexionó sus caderas y la penetró, poco a poco, dejando que el
calor de ella le diera la bienvenida y que la humedad de su excitación suavizara su
camino.
Tres pulgadas adentro, la verdad lo golpeó como un mazo.

Jack se congeló. Con incredulidad, miraba a la mujer que yacía desnuda en sus
brazos, con su piel cremosa sonrojada por la pasión, sus absortos rasgos, su mente
centrada en el lugar donde sus cuerpos estaban unidos. Podía sentir como ella le
apretaba, a pesar de que él estaba apenas dentro de ella.

—¡Cristo! —Jack dejó caer la cabeza, con la mandíbula apoyada en el pómulo de


ella. Kit abrió los ojos, desconcertada y perpleja.

Jack no la miró. No podía hacerlo.

—Kit, ¿eres virgen?

Su silencio fue respuesta suficiente, pero necesitaba oírlo, incontrovertible, de


sus labios.

—¡Maldita sea, mujer! ¿Eres virgen?

—Sí —la suave afirmación de Kit fue ahogada por el gemido de Jack.

Lo sintió tensarse; su cuerpo se puso rígido. Luego, lentamente, él se apartó.

El esfuerzo casi lo mata, pero Jack obligó a su cuerpo a controlarse. Se retiró de


la atracción de su calor, luego, bruscamente, se sentó y puso los pies en el suelo.
Dejó caer la cabeza entre las manos, cerró el paso a la tentación de mirarla. Si lo
hiciera, perdería la batalla con su cuerpo, el cual estaba ya en llameante rebelión.

Tenía que pensar. No era sólo que ella era virgen y él hacía mucho tiempo había
renunciado a desflorar a jóvenes debutantes. Hubo algo más significativo sobre el
hecho. Con un gemido, se esforzó para hacer que su ingenio desistiera de la idea de
conseguir un objetivo que ya no estaba seguro que sería posible lograr.

Kit frunció el ceño a la ancha espalda de Jack que era todo lo que podía ver. Algo
la había delatado, pero con la pasión pulsando constante en sus venas, no estaba de
humor para complacer ningún peculiar capricho de un libertino. Había aprendido de
sus primos que las vírgenes no eran favorecidas con el aprecio de los hombres más
calaveras de la sociedad londinense, el consenso era que la mujer experimentada
tenía mejor valor además de ser libre de complicaciones potenciales. Era una lástima
que Jack estuviera suscrito a tal absurdo. Él la había llevado hasta este punto; que la
condenaran si ella salía intacta de su cama.

Al ver que él no daba señales de recobrarse e inmediatamente volver a sus


brazos, Kit se incorporó. Al parecer, si ella deseaba que él volviera a poner su mente
donde ella quería, y también su cuerpo, iba a tener que exponer sus deseos
claramente.

La joven se acercó de rodillas en la cama detrás de él. Lentamente, le puso las


manos en la espalda, separando los dedos y deslizándolos alrededor, empujando
debajo de los brazos de él hasta llegar tan lejos como pudo. Se aferró a él,
presionando sus pechos, con sus caderas contra la espalda de él, sus dedos
hundiéndose en los músculos del pecho masculino.

Jack se puso rígido. Alzó la cabeza y sus manos con los puños apretados cayeron
junto a sus rodillas. Kit acarició su cuello, y le susurró suavemente al oído.

—¿Jack? ¿Por favor? Alguien tiene que hacerlo. Quiero que seas tú.

La idea de que esta era la primera vez en toda su carrera que se había sentido en
desventaja en una habitación, flotaba a través del cerebro febril de Jack. Él no podía
pensar teniéndola a ella tan cerca, en su estado actual. Había algo importante acerca
del hecho de que ella era virgen que debería haber comprendido, pero la elusiva
verdad se deslizó aún más lejos cuando Kit apoyó la mejilla contra su hombro.

—¿Jack? ¿Por favor?

¿Cómo un hombre de carne y hueso podría resistir tales súplicas? Desde luego,
él no podía. Con un suspiro de derrota, Jack dejó a un lado la convicción
perturbadora que estaba a punto de cometer un acto irrevocable que sellaría su
destino para siempre, y se volvió. Kit estaba justo detrás de él, a la espera, con una
expresión ansiosa.
Con el corazón en la boca, Kit encontró la mirada de Jack, que ardía en fuego de
plata. ¿Él lo haría? Cuando sus ojos sostuvieron la mirada de ella, como si tratara de
ver más allá de la pasión del momento, su confianza se tambaleó. Sus brazos cayeron
a sus costados. La mirada de plata cayó a sus labios entreabiertos, y luego a sus
pechos, subiendo y bajando rápidamente, y, por último, a los rizos castaños entre sus
muslos extendidos. Jack gimió y la llevó a las sabanas, envolviéndola en sus brazos.

—Solo el infierno sabe, Kit de Cranmer, pero eres la virgen más cruel que he
conocido.

Fue el último pensamiento lúcido que tuvo cualquiera de ellos. Sus labios se
encontraron en un frenesí de necesidad, demasiado tiempo negado para ser suave.
El fuego de su pasión los envolvió, haciendo desaparecer las reservas restantes.
Cuando Jack se volvió hacia ella, Kit aceptó su peso con entusiasmo, con las manos
amasándole la espalda en súplica frenética.

Con los ojos cerrados, saboreando la sensación de su cuerpo delgado


arqueándose contra él, Jack hizo una mueca. Ella iba a retar su control como nunca lo
había intentado antes.

—Dobla las rodillas hacia arriba. Hará que sea más fácil.

Kit cumplió con la orden áspera, su deseo había ido demasiado lejos para
preocuparse por la íntima y vulnerable posición. Sintió que sus dedos la separaban, y
seguidamente la dureza, lisa y sólida, la penetró. La presión se acumulaba mientras él
empujaba más allá, inexorablemente hacia dentro, obligando a su carne caliente a
abrirle el paso. No había dolor, pero sintió la tensión cuando se acercó a la barrera
que marcaba su incontrovertible virginidad. Para su consternación, él se retiró. Kit
apretó los músculos para retenerlo en su interior.

Apoyado por encima de ella, le dio una sonrisa que cambió a medio camino en
un gemido.

—Relájate.
La pasión en ella se distendió en un chorro de resentimiento. ¿Relajarse? Él
podría haber hecho esto en innumerables ocasiones, pero sabía que ella era una
novata. ¿Tenía alguna idea de lo que se sentía que él estuviera invadiendo su cuerpo
de una manera tan íntima? Ante este pensamiento, Kit presionó su cabeza en la
almohada. Gimió, con alivio, con anticipación, mientras lo sentía de regreso,
subiendo hasta la barrera, sólo para detenerse y retroceder de nuevo. Poco a poco,
mientras repetía el movimiento, Kit captó su ritmo instintivamente, lo igualó,
apretando mientras se retiraba, relajándose cuando entraba. Incluso a través de su
humedad, ella pudo sentir la fricción en su carne. Una llama de una especie diferente
creció en forma sostenida, encubriendo ondas de tensión en ella.

El gemido de Jack fue estimulante. Él se dejó caer de sus codos, la presión de su


pecho calmó en ella sus pechos doloridos. Kit lo abrazó. Sus labios buscaron los
suyos, casi tan ferviente como él. Su respiración se suspendió cuando él ahondó con
su lengua el beso. La sensación que disfrutaba ella era muy diferente ahora que él
estaba dentro de ella. Su tensión se iba acumulando. La joven sintió que su cuerpo se
arqueaba con fuerza contra el de él, sus caderas se elevaron, buscando. Una gran
mano empujó por debajo de ella hasta que acunó sus nalgas. En el límite de su
siguiente arremetida, los largos dedos de él se deslizaron entre sus muslos, hasta el
punto de su unión. Y presionaron.

Kit se separó de la cama, arqueándose violentamente en las garras de una


pasión que ella no tenía esperanzas de controlar. En una desesperada necesidad de
aire, separo sus labios de Jack, presionando su cabeza en las almohadas. Este empujó
con fuerza y un dolor ardiente se encendió en su interior. Sus dedos se clavaron en la
espalda masculina mientras él se hundía profundamente en su cuerpo.
Abruptamente, el dolor de su invasión desapareció en una explosión de liberación
deliciosa, su tensión se desbordó en ondas intensas a través de sus músculos tensos,
las llamas que él había avivado transformaron el dolor en placer.

Tomó algunos minutos antes que la mente de Kit registrara algo más allá del
calor dejado por las llamas. Estas continuaban ardiendo llevándola a la realidad y a lo
que implicaba. Jack sostenía aún la mejilla presionada con fuerza contra su pelo, ella
sentía el sonido de la respiración irregular, desesperada de él en su oído.
Los sentidos de ella regresaron y sintió el latido constante de él, profundo en su
vientre. Era una tortura de la más exquisita, pero Jack se quedó quieto, con todos los
músculos apretados por el esfuerzo. Él debería haber esperado eso. La condenada
mujer había hecho todo lo posible para llevarlo al borde del éxtasis, así que por
supuesto ella había tenido su clímax justo en ese momento. A la vez que los latidos
de ambos se mezclaban, la tensión de la liberación iba disminuyendo en ella. La
respuesta instintiva de su cuerpo a la invasión masculina se calmó a la vez que sus
músculos se adaptaban a la novedad de tenerlo profundamente en su interior.
Cuando ella inclinó las caderas ligeramente, experimentando para tratar de atraerlo
más profundamente, él soltó el aire que había estado conteniendo y comenzó a
moverse.

Kit respondió inmediatamente, atrapada por el descubrimiento de la facilidad


con que él la cabalgaba ahora que no había barrera que le retuviera. Sus labios
volvieron a los suyos y ella aceptó su beso con entusiasmo, su cuerpo se tensó contra
el de él, en una sensación que la inundó. Las puntas de sus pezones rozaban el pecho
de él, una y otra vez. Con algo muy parecido al asombro, sintió una extraña tensión
que florecía, una vez más, hinchándose, creciendo y expandiéndose dentro de ella.

Jack dejó sus labios, en laboriosa respiración. Sus empujes la mecían, Kit le urgía
a seguir, moviendo sus caderas para encontrar las de él, empujando con sus manos
en la espalda para atraerlo.

—¡Jack!

Kit soltó un sollozo. Su segundo clímax se apoderó de ella, arrojándola en el


limbo de los amantes. Estaba sorda al grito de triunfo de Jack mientras la seguía.

***
La luz del fuego que ardía en la chimenea llenó la habitación con sombras
cambiantes, dorando la fuerte musculatura de la espalda de Jack mientras
permanecía de pie en el extremo de la cama mirando, con ceño fruncido, a la mujer
acurrucada desnuda bajo la sábana. La visión de cómo ella había lucido, esparragada,
saciada y en paz debajo de él, lo había sacudido.

No tuvo que hacer ningún esfuerzo para evocar la pechos de rosada punta,
firmes y orgullosos, la pequeña cintura y esas caderas que lo habían derrotado bajo
aquel árbol. Y sus piernas, largas y delgadas, los muslos firmes y fuertes de tanto
cabalgar. Ella le había dado el viaje de su vida. Miró hacia abajo, a sus partes, y fue
un alivio ver que sus evocaciones no le habían avivado más allá de un agradable
interés. Ella estaba exhausta, más por sus propios excesos que por los de él. No tenía
planes de hacerle el amor de nuevo esa noche.

Jack tomó un largo trago de brandy de la copa que tenía en la mano. Ella se
había quedado dormida de manera prácticamente instantánea la primera vez. Él la
había sostenido acunándola en sus brazos, cansado pero no listo para dormir, preso
de una emoción que no podía definir. Todo fue olvidado cuando ella despertó. Sus
párpados habían revoloteado, para abrirlos con una mirada amatista, grande y
brillante. Se quedó observándola, interesado en ver su reacción.

Después de haber estado a menudo en la misma posición, había estado


preparado para cualquier cosa, desde escandalizados reproches hasta presumida
autosatisfacción. Pero él no estaba preparado para la sonrisa de deslumbrante
belleza que había iluminado el rostro de ella, o la cálida ternura en sus ojos. Y aún
menos preparado para el beso que ella le había otorgado.

Su cuerpo había reaccionado con mucha determinación. Habiendo dejado de


lado su control, había sido incapaz de frenar la pasión que se había encendido.
Cuando sus dedos le tocaron, lo acariciaron, ya había estado rígido y listo para ella.
La había oído reír, encantada con su respuesta mientras continuaba acariciándolo.

—¡Tonta! Debes estar bastante adolorida.


Ella sólo había reído, con un sonido bajo, atontado, que había hecho pedazos sus
buenas intenciones.

—No estoy dolorida en absoluto.

Él había yacido de espaldas tratando de ignorarla. Ella se había colocado sobre


él, rozándole el pecho con sus senos, para darle un beso largo y prolongado,
explorando su boca como lo había hecho él con ella. Su control ya estaba deshecho
para el momento en que ella había retirado los labios para murmurar contra los
suyos:

—Te quiero Jack. Dentro de mí. Ahora.

Cómo había hecho para permanecer quieto ante tal invitación nunca lo sabría.
Pero ella no había sido derrotada.

—Estoy caliente y húmeda para ti, Jack. ¿Ves?

Y la mujer descarada había cogido su mano y guiado sus dedos a donde la cálida
miel se derramaba sobre los muslos de ella. Con un gemido, él los hundió en ella y la
oyó contener el aliento. Un instante después, la había rodado sobre su espalda y, con
un empuje poderoso, la había tomado en su acogedora calidez. Y no se había
detenido allí.

Había tratado de recordarse a sí mismo que ella era nueva en el juego, pero la
forma en que ella respondió le llevó mucho más allá del pensamiento racional. Sin
importar cuán fuerte él empujaba, ella se encontraba con él y le instaba, igualando
su pasión con la de ella. Por propia voluntad, ella había envuelto sus largas piernas
alrededor de su cintura, abriéndose a él por completo. Cuando escalaba la tensión en
ella por segunda vez, se había acordado de lo que se había prometido a sí mismo.

—Abre los ojos.

Afortunadamente, ella respondió a su áspera orden, musitada a través de los


dientes apretados. Su siguiente empuje la había enviado en un espiral sobre el
precipicio. Cuando ella dejó caer los párpados, él había cerrado sus propios ojos de
satisfacción. Los ojos de ella se habían vuelto negros. Sintiendo que su liberación
había sido total, la había abierto aún más y empujado profundamente, buscando su
propio boleto al cielo en el fuego de ella. Lo había encontrado.

Lo próximo que había sido capaz de sentir había sido su aliento suave en la
mejilla. Se había quedado dormida mientras él todavía estaba dentro de ella, con una
pequeña sonrisa de satisfacción en sus labios. Sintiéndose ridículamente satisfecho
de sí mismo, la había abrazado volviéndola de su lado, con cuidado de no interrumpir
su unión. Él se había entregado al sueño, sintiendo en sus venas los latidos del
corazón de ella.

Había despertado hacía solo diez minutos. Después de ordenar sus


pensamientos, con cuidado se soltó del enredo de sus extremidades, tirando de las
sábanas sobre ella. Luego se dirigió a buscar el brandy.

La intensidad de su satisfacción era una cosa. Lo que era mucho más


preocupante era otro sentimiento, una emoción irracional que los acontecimientos
de la noche anterior habían hecho crecer de manera alarmante. Su súplica susurrada
había sido su perdición, en más de un sentido.

Jack resopló y tomó un sorbo de brandy. Levantó la cabeza para escuchar la


tormenta, notando que ya había pasado. El viento aún aullaba; la lluvia seguía
tamborileando contra las persianas. Había oído el retumbar de una serie de truenos;
y de ellos juzgó que lo peor había pasado. Afuera. En el interior, él estaba en
absoluto convencido de que la seducción de Kit había sido el final de nada. Se sentía
como mucho más que solo un principio. Sus ojos trazaron las curvas ocultas debajo
de la sábana. Si hablara de lujuria, todo estaría bien, pero lo que sentía por la maldita
mujer iba mucho más allá de eso.

Jack hizo una mueca. No habría dudas de que George habría podido definir la
emoción, pero él, por su propia voluntad, no estaba preparado para hacerlo aún. No
confiaba en ese sentimiento: él esperaría a ver lo que vendría después. ¿Quién sabía
cómo habría ella de comportarse mañana? había sido una sorpresa tras otra hasta el
momento.

Con un suspiro, Jack vació el vaso y lo colocó en la mesa. Alimentó el fuego,


luego se unió a Kit entre las sábanas. Ella se agitó y, en su sueño, se acercó más. Jack
sonrió y se puso de costado, atrayéndola hacia él, curvando la espalda de ella en su
pecho. La oyó suspirar satisfecha mientras se acomodaba en sus brazos. Al menos no
tendría que pasar más noches siguiéndola en la oscuridad hasta su casa.
Capítulo 18

El amanecer estaba pintando el cielo cuando Kit cabalgó hasta el prado en el


fondo de los establos Cranmer. Desmontó y condujo a Delia al interior, a
continuación, desensilló la yegua frotándole su pelaje. Delia había sobrevivido a la
tormenta, segura en su compartimiento al lado de Champion. En cuanto a ella, Kit no
estaba tan segura.

Ni siquiera podía recordar ningún trueno, y mucho menos el pánico que por lo
general la atacaba en esos momentos. Lo que podía recordar había mantenido sus
mejillas de color rosa todo el camino a casa desde la chalet. El peso del brazo de Jack
sobre su cintura había penetrado en su sopor despertándola completamente. Había
pasado unos minutos en un recogimiento aturdido, reproduciendo los
acontecimientos de la noche en su mente.

Jack estaba profundamente dormido a su lado. Ella se había salido de su abrazo,


consciente de experimentar cierta reticencia a dejar su cálida seguridad pero
bastante segura de que no le gustaría estar allí cuando él despertara. Dándole una
última palmada a Delia, Kit dejó los establos. Las ventanas del salón de mañana que
daban a la terraza habían sido durante mucho tiempo su ruta favorita para sus
excursiones clandestinas. Minutos después, estaba a salvo en su habitación.

Ella se quitó sus ropas, una tarea sencilla ahora que estaban secas. Se había
vestido a toda prisa en silencio, petrificada ante la idea de que Jack pudiera oírla y
despertar. Pero él continuó dormido con una sonrisa en sus labios que siempre
recordaría.

Recordaría sus labios también durante mucho tiempo, demasiado. Kit se sonrojó
y se subió a la cama. Maldición de hombre; había querido ser iniciada, pero ¿tenía él
que ir tan lejos? Ni siquiera podía pensar en la experiencia sin ruborizarse. Tendría
que superarlo, o Amy sospecharía. En su mente emergió la idea de confiar en Amy,
sólo para ser descartada de inmediato. Ella se horrorizaría. Escandalizada por su
salvajismo. Pero es que Amy se casaría por amor. Ella, Kit, no se casaría nunca.

Kit se cubrió con las mantas hasta la barbilla y se puso de lado, consciente del
vacío en la cama detrás de ella y molesta consigo misma por ello. Tendría que sacar
todo el episodio de su mente o incluso Spencer se daría cuenta.

Ella no estaba para analizar cómo se sentía ni hacer conclusiones sobre la


actividad experimentada; tendría que hacerlo en otro momento, cuando pudiera
pensar con claridad de nuevo. Cerró los ojos, decidida a encontrar el sueño. Había
aprendido lo que había querido conocer, Jack había sido un maestro minucioso. Su
curiosidad había sido bien y verdaderamente satisfecha. Actuó libre y sin
restricciones. Ya no estaría a cargo de los contrabandistas; ya no era necesario que
apareciera en sus corridas para ser un vigilante redundante. Todo estaba bien en el
mundo.

¿Por qué entonces ella no podía dormir?

***

Siete millas al norte, Jack se despertó y al instante supo que estaba solo. Se
incorporó y examinó la habitación, entonces confirmando que estaba solo, cayó de
nuevo sobre las almohadas, con un ceño de confusión en su rostro. ¿Lo había
soñado?

Una mirada a la izquierda reveló dos hebras brillantes de pelo rojo rizado,
alojados en una hendidura en la almohada. Jack les recogió; la luz tenue que se
filtraba a través de las persianas hizo brillar destellos rojos en su superficie. Los
recuerdos lo inundaron. Arqueó una ceja hacia arriba. Levantó la sábana y miró hacia
abajo, donde unas pocas manchas de color marrón rojizo habían teñido la superficie
crema. No, él no lo soñó. Una vez que su misión hubiera sido completada, construiría
sobre lo que inició la noche anterior.

Jack gimió. ¿Se estaba engañando? Su misión podría durar meses. Él no podía
esperar tanto tiempo; y después de anoche, dudaba sinceramente que ella pudiera.
No es que ella sabría eso, sino que lo descubriría muy pronto. Era mejor que él lo
enfrentara, para bien o para mal, Kit de Cranmer y su misión parecían destinados a
permanecer entremezclados sin duda en el futuro cercano.

Su mirada se desvió hacia los cabellos brillantes envueltos alrededor de sus


dedos. Debería, por supuesto, sentirse irritado. Pero irritación no era lo que sentía.

***

Cuatro días más tarde, su irritación estaba a flor de piel. Se había pasado el
sábado y el domingo en un aturdimiento peculiar. Ambas noches había ido a la
chalet, pero Kit no se había presentado. Había aliviado sus frustraciones visitando la
Oficina de Impuestos en Hunstanton el lunes y haciéndole miserable la vida al
sargento Tonkin. Sus preguntas habían sido expresadas de una manera ociosa,
ocultando el hecho de que estaba íntimamente familiarizado con el intento fallido de
Tonkin para atrapar su ¨gran banda¨. Había hecho a Tonkin retorcerse, y más tarde
se sintió culpable. El hombre era como una mancha en el paisaje, pero en este caso
sólo había estado haciendo su trabajo.

Jack había cabalgado hacia la reunión de los lunes en el Old Barn, ensayando en
su mente las palabras con las que pretendía quemar las orejas de Kit, cuando ellos se
dirigieran después al chalet. Pero la dama no había mostrado su cara. Lo que le
molestaba más era que en realidad se sentía herido por su incomparecencia. Y el
dolor emocional era mucho peor que la manifestación física. Por lo menos, gracias a
sus travesuras anteriores, se había acostumbrado a eso.
Ahora, se paró sobre la arena en el lado de sotavento del acantilado esperando a
que su primer ‘cargamento humano’ llegara a la costa. Obligó a su mente a regresar
al presente, cerrando una puerta mental contra todos los pensamientos de una hurí
pelirroja en pantalones. Miró hacia el acantilado. Joe estaba de guardia, pero Jack
dudaba que el sargento Tonkin pudiera probar suerte tan pronto después de su
último total fracaso.

El primer barco entró, rápidamente seguido por tres más. Un cargamento de


barriles y un hombre. Él estaba en el primer barco, una pequeña figura que era difícil
discernir por el viejo abrigo que usaba. Mathew, al lado de Jack, resopló ante la
visión. Jack hizo una mueca.

—Lo sé, viejo caballo de guerra. Me gustaría también tener mis manos alrededor
de su garganta. Pero no escapará.

Mathew se desplazó, revisando el área que les rodeaba.

—¿Usted piensa que el mayor Smeaton habrá llegado a Londres?

—George no se debe haber demorado en el camino. Ya debería haber pasado la


noticia. Tendrán una bienvenida a la espera de éste cuando llegue a Londres. Una
bienvenida con la que no contaba.

—¿Por qué no podemos simplemente detenerlo aquí?

—Porque necesitamos saber con quién se va a reunir en Londres.

Jack empezó a bajar a la playa. De mala gana, Mathew le siguió. Jack prestó poca
atención al espía, y le dio igualmente pocas posibilidades a éste de estudiarlo. Su
disfraz era bueno, pero no era perfecto; él no tenía ni idea de quién era el hombre o
cual podría ser su posición en la vida. Un compañero oficial, o el criado personal de
un compañero oficial, bien podrían reconocerlo, o al menos darse cuenta de que
había algo un poco extraño en el líder de la cuadrilla de Hunstanton.
Jack se ocupó de su cargamento e ignoró al hombre. El espía montó en un poni,
Shep y dos de los miembros más antiguos de la banda se dispusieron a llevarlo a las
ruinas de la abadía Creake. A partir de ahí, se iría de incógnito a Londres, perseguido
por el Ministerio de Marina.

Satisfecho de que todo hubiese ido bien, Jack condujo los barriles al Old Barn.
Habían de llevarse a la abadía la noche siguiente. Después de que los hombres se
habían dispersado, él y Mathew montaron rumbo al chalet. Desde el principio, él
había insistido en cambiarse de ropa y de identidad en el antiguo chalet de pesca;
esta noche, tenía otra razón para hacerlo. No tenía muchas esperanzas de que Kit
apareciera sin embargo no sería capaz de dormir, solo entre sus sábanas de seda, sin
antes comprobarlo. El chalet estaba vacío. Lord Hendon tomó el camino a casa, a su
castillo, maldiciendo a todas las huríes pelirrojas.

***

No había luna esa noche del miércoles. A horcajadas sobre Delia, Kit esperaba,
oculta en las sombras más profundas bajo los árboles delante del chalet de Jack, a
que regresara de la taberna. Había decidido no acercarse a él. Nada podría hacerla ir
al chalet de nuevo, nada excepto la noticia de que la banda Hunstanton había
transportado un cargamento humano la noche anterior.

Los últimos cinco días parecían un eón en el tiempo. Ella había estado
consumida por una inquietud extraña que aumentaba a diario. Sin duda, el efecto de
la culpa retrasada. Incluso había perturbado su sueño. No necesitaba convencerse a
sí misma de la amenaza representada por Jack. Él era un contrabandista, no era de su
clase, difícilmente un pretendiente aceptable. Los acontecimientos de la noche del
viernes quedaron grabados a fuego en su cerebro; los efectos quedaron grabados a
fuego en su carne.
Ella quería saber y ahora sabía. Pero eso no quería decir que podía darle la
espalda a Spencer y todo lo que representaba. Ella era una dama, no importaba lo
mucho que a veces le molestara. Después de la noche de la tormenta, Jack no era
solo una fruta prohibida: era el peligro personificado.

Así que se había mantenido alejada de la reunión del lunes por la noche, pero
había aparecido en el pequeño pueblo de pescadores esa tarde. Noé y los otros
habían estado allí. Sin vacilar, la llenaron con los comentarios de las actividades de la
noche anterior. Su falta de lealtad a su país no le sorprendió demasiado. Ella dudaba
de que, viviendo aislados como lo hacían, entendieran la implicación de lo que
representaba un ‘cargamento humano’.

Jack no se los había explicado detalladamente. Pero nada podría convencerle


que Jack no tenía una formación militar. No había ninguna posibilidad de que él no
comprendiera el significado del hombre que había contrabandeado hacia el país.
Delia se movió. Kit suspiró. No debería haber ido, no quería estar aquí. Pero no podía
dejar que se traficara con ‘cargamento humano’ y no hacer algo al respecto. Si podía
hacer que Jack parara, lo haría. Si no era así... Ella pensaría eso más tarde.

Un tintineo de arnés llegó a sus oídos con claridad sobre los campos silenciosos.
Cinco minutos antes de que llegaran a la vista, los vio venir desde la pista de la costa
norte, Mathew, George y Jack. Kit contuvo la respiración.

Ellos llevaban sus caballos hacia el pequeño establo cuando Jack se dio cuenta
que Kit estaba cerca. O mejor dicho, Champion sintió la presencia de Delia y mostró
todos los signos de negarse a ir al establo sin su amada. Jack desmontó y sostuvo la
brida del semental por encima del bocado.

—Mathew, voy a quedarme aquí un rato. Vete a casa.

Con un murmurado “Aye” Mathew volvió a su caballo y se dirigió hacia el sur


para el castillo. Jack se volvió hacia George, que estaba mirándolo con recelo.
Apareció la sonrisa diabólica del capitán Jack.

—Te pediría que entraras, pero sospecho que tengo compañía.


George bajó la vista hasta él, con expresión de renuencia. Jack sabía que él
nunca le preguntaría quién era la compañía. George no aprobaba sus formas
libertinas.

—Asumo que estás seguro de que puedes manejar sólo a este acompañante?

La sonrisa de Jack se profundizó.

—Bastante seguro.

—Eso es lo que pensaba. —George miró alrededor, luego hizo una pausa para
añadir—: Un día, Jack, obtendrás tu merecido. Sólo espero estar cerca cuando
suceda, para decirte que te está bien empleado.

Jack rió; George tocó los talones de su caballo y se fue. Jack tomó nota de la
dirección de la mirada fija de Champion, pero no la siguió. En su lugar, habló con
severidad al caballo. El semental sacudió la cabeza gris en reproche, pero consintió
en ser llevado a su establo. Jack desensilló a la gran bestia y lo frotó en un tiempo
récord. Había esperado que Kit apareciera tan pronto como los otros se fueran.
Como no lo hizo, Jack volvió a ponerse delante del chalet, preguntándose si
Champion podría haberse equivocado. Desde las sombras de los árboles, Kit lo
observaba. Hasta el momento en que había llegado, ella había tenido claro su
propósito. Pero la visión de él había despertado recuerdos de aquella noche de
tormenta en la cabaña que la redujeron a un vacilante nerviosismo. ¿Tal vez sería
mejor que ella se reuniera con él a la luz del día?

Convencido por el pinchazo de sus propios sentidos de que Champion no se


había equivocado, Jack perdió la paciencia. Se paró delante de la puerta del chalet,
con las manos en las caderas, y se enfrentó a los árboles a través del claro.

—Salid, Kit. No tengo ninguna intención de jugar al escondite y buscarte en la


oscuridad.

Kit consideró en la amenaza sutil en su tono. De mala gana, condujo a Delia


fuera de los árboles. De repente, recordando que no tenía ni idea de lo que Jack
había hecho en su ausencia, tiró de las riendas. Pero ya había ido demasiado lejos.
Jack se adelantó y cogió la brida de Delia. En el instante siguiente, Kit sintió sus
manos en su cintura. Ella reprimió una protesta que no habría sido escuchada de
todos modos, demasiado aturdida por la fuerza de su reacción al tacto de él como
para hacer algo más que reunir sus defensas. Las cosas eran más grave de lo que
pensaba; tendría que asegurarse de no delatarse.

Para su alivio, Jack la soltó de forma inmediata. Sin decir una palabra, llevó a
Delia al establo. Kit lo siguió aunque no estaba segura de ser bienvenida ni de un
montón de otros asuntos al respecto. Jack no había notado su reacción, por la
sencilla razón de que había estado demasiado ocupado registrando la violencia de
sus propios sentimientos. Nunca había conocido a una mujer que le afectara como lo
hacía Kit. Fue una novedad, desconcertante y condenadamente molesta para
empezar. Él estaba muy adolorido en dos lugares completamente diferentes. Tenía la
intención de buscar alivio al menos en uno de los males que ella le había infligido, el
más accesible. El otro no estaba seguro siquiera de que ella pudiera curarlo.

Delia fue dócilmente al establo junto a Champion. Jack la desensilló y la estaba


frotando. Era consciente de que Kit se asomaba a la puerta del establo, pero no le
hizo caso lo mejor que pudo. Si él llegara a reconocer su presencia, ella estaría de
espalda en el heno en un minuto.

Cuando vio a Jack desensillando a Delia, Kit buscó palabras para protestar, ella
no se iba a quedar mucho tiempo. Ninguna vino a su rescate. De hecho, ella se
preguntaba seriamente si sería seguro hablar con Jack. Había una cierta tensión en el
largo cuerpo, una tensión que la hacía sentirse decididamente incómoda. Antes de
que ella hubiera tiempo para pensar en nada al respecto, Jack terminó con Delia y
salió de la cuadra.

—Ven.

Para su molestia, Kit se encontró precipitándose tras él hacia la puerta de la


cabaña. Él la cruzó y la mantuvo abierta para ella. La luz del fuego arrojaba un brillo
rosado por la habitación. Haciendo acopio de toda la dignidad que pudo, Kit caminó a
la mesa y dejó caer su sombrero sobre una silla. Ella fue desenrollando su bufanda
cuando el sonido del cerrojo de la puerta al caer la hizo temblar nerviosamente. Con
sus sentidos en un estado de agitación, se obligó a continuar con su tarea, doblando
la bufanda y colocándola junto a su sombrero. Luego se volvió a enfrentarlo.

Sólo para encontrar que él estaba justo detrás de ella. Ella se encontró en sus
brazos y sus labios bajaron sobre los de ella. Su gemido de protesta se convirtió en
un gemido de deseo, entonces se desvaneció a un gemido de placer cuando la lengua
de él tocó la de ella.

Incapaz de resistir, Kit colocó sus manos sobre los hombros de Jack y se entregó
a su abrazo. Recordó su misión de hacerle entrar en razón, de hacerle prometer que
no traficaría más espías, pero ella no podría ser capaz de hacer nada hasta que su
apasionada bienvenida llegara a su fin. Ella bien podría disfrutarlo entonces. Además
de lo cual, pensó mientras los labios de Jack estaban sobre los de ella, mientras su
lengua hacía estragos en sus sentidos, era casi imposible. Pensar, desde luego no
estaba en la agenda de Jack. ¿Qué necesidad había de pensamiento? Él ni siquiera
tenía que controlar su deseo; ella se había entregado ya a él y con su experiencia
como amante se haría cargo de sus necesidades de ella. El pensamiento más urgente
en él, el único que quedaba en su cerebro, era satisfacer sus necesidades. El deseo
primordial que se le había negado durante demasiado tiempo, que ella había
alimentado para luego dejar pasando hambre durante cinco días y cuatro noches,
estaba desbocado y tenía que ser mitigado.

La suavidad del cuerpo de ella contra el suyo, su rendición implícita, fue todo lo
que él esperaba. Kit sintió que su cuerpo la envolvía, su calor duro, tranquilizador y
excitante a la vez. Desplazando las manos él la llevó hacia atrás hasta que la mesa se
apretó contra sus muslos. Incluso en su estado de ansiedad, intoxicada con el sabor
de la pasión en él, una pequeña parte de su cerebro estaba lo suficientemente
despierta para darse cuenta de la alarma. Pero antes de que pudiera pensar, las
manos de Jack se movieron hacia sus senos, asegurados debajo de sus vendajes. Al
instante, Kit sintió una molestia que se convirtió rápidamente en dolor. Sus pechos
se hincharon al tacto de Jack; las bandas cortaron su carne suave.
Por suerte, Jack comprendió la fuente de su repentino jadeo. Él tiró de su camisa
para sacarla de los pantalones y la subió para exponer los vendajes de lino. Kit
levantó el brazo para que pudiera encontrar y desatar el nudo. En un momento, él lo
había deshecho; segundos más tarde, los vendajes cayeron el suelo y ella respiró de
nuevo.

Entonces los labios de Jack encontraron su pezón y su diafragma se contrajo


arrancando de sus labios un sonido mitad gemido y mitad grito. Cuando él raspó con
la lengua su piel sensible, Kit se arqueó en sus manos. La sujetó por la cintura y la
levantó, sentándola en el borde de la mesa, se movió con ella de modo que se puso
entre sus muslos abiertos. La vulnerabilidad de su posición convenció a Kit de que la
bienvenida de Jack no iba a terminar con un beso, o incluso con una caricia, no
importaba qué tan íntimo fuesen. No estaba completamente segura de cómo él lo
haría, pero sabía lo que se proponía.

Un estremecimiento de puro placer la recorrió. Se estremeció, y supo que eso lo


encendió. Sus labios volvieron a ella, su lengua instigaba un duelo de deseo.
Participando plenamente, olvidó todo pensamiento de su propósito ahogado debajo
de la pasión que la inundó. Envolviendo los brazos alrededor de su cuello, presionó el
cuerpo de él contra el suyo. Podía sentir la evidencia del deseo masculino, palpitante,
duro e insistente contra la suavidad de su vientre.

Cuando las manos de Jack fueron a sus rodillas, y luego recorrieron los largos
músculos de sus muslos volviendo hasta sus caderas, el estómago de Kit se apretó de
anticipación. Una mano se deslizó entre sus muslos para tomar el montículo entre
ellos, los dedos largos le acariciaron a través de la tela de sus pantalones. Kit gimió su
disgusto y el sonido quedó atrapado entre ellos. Un calor familiar latía constante en
sus venas, un vacío se había abierto dentro de ella. Lo necesitaba para llenarla.

Sintió la risa conocedora de Jack, quien luego movió las manos a los botones de
sus pantalones. Por vida de ella, Kit no podía imaginar lo que él pretendía hacer. ¿Por
qué no acaba de llevarla a la cama? Pero ella no estaba como para comenzar una
discusión. Después de abrir la solapa él le bajó la prenda de las caderas. Él la levantó,
inclinándola hacia atrás sobre la mesa, dando un paso para sacarle los pantalones
hasta las botas, las cuales quitó fácilmente; los pantalones siguieron, dejándola
desnuda de cintura para abajo, le levantó la camisa para exponer sus senos.
Apoyándose en sus codos, Kit se sonrojó. Pero se olvidó de sus inhibiciones en el
instante que su mirada chocó con la de Jack. Llamas de plata ardían en sus ojos.
Chispas de pura pasión brillaban en sus profundidades.

Kit le miró enderezarse con el aliento atrapado en su garganta y la sensación de


estar a punto de ser devorada extendiéndose en ella. Se estremeció de deliciosa
anticipación y tendió un brazo hacia él. Jack sonrió con suprema masculinidad, y
cerró la distancia entre ellos con las manos en los botones de sus pantalones.
Cuando se colocó entre los muslos de ella, separándolos bien, su miembro saltó libre,
hinchado y completamente erecto.

Los ojos de Kit se abrieron de par en par y una idea se apoderó de su mente, su
corazón retumbó en sus oídos. Él iba a tomarla aquí y ahora, sobre la mesa.

No tuvo tiempo para más que un graznido. Las manos de Jack la sujetaron
firmemente por sus caderas y se introdujo en ella. La mente de Kit se apretó a la
espera de dolor. No había ninguno. En su lugar, su cuerpo le dio la bienvenida,
arqueándose, atrayéndolo más profundo. Cuando Jack se retiró para luego
penetrarla de nuevo, asentándose firmemente dentro de ella, Kit sintió lo resbaladiza
que ella estaba, facilitándole su entrada. Había estado lista para él. Ella lo había
deseado, y su cuerpo lo había sabido. Él lo había sabido también. Los ojos de Kit se
volvieron vidriosos en la medida que las envestidas de Jack establecieron un latido
constante. Esto era diferente de la última vez. La urgencia que corrió por sus venas
se comunicó con ella. Respondió instintivamente, levantando sus caderas,
inclinándose para atraerlo aún más profundo. Ella sintió que él apretaba los dedos
sobre sus caderas. Sus párpados cayeron mientras se alivió de sus codos para
tumbarse en la mesa, sosteniendo las manos en los antebrazos de Jack, sus dedos
clavándose en los músculos que se flexionaban mientras él la sostenía inmóvil frente
a sus repetidas invasiones.
La fiebre dentro de ella floreció y creció, desplazando rápidamente a todas las
otras sensaciones. Todo su ser estaba concentrado en la posesión de ella por él,
completa y devastadora de por sí.

—Levanta las piernas.

Kit las envolvió alrededor de la cintura de él.

Jack gimió y se introdujo con más ardor en ella, queriendo cada fracción de
pulgada de penetración que pudiera conseguir. El cuerpo de ella lo recibió con calor y
aún más calor, a la vez que sus músculos lo apretaban al mismo ritmo de que él la
embestía.

Una explosión cegadora sacudió a Kit. Su cuerpo se arqueó; sus uñas se clavaron
profundamente en los brazos de Jack. Su respuesta fue inclinarse hacia delante y
tomar un pezón en su boca. Succionó y ella gritó. Las olas de sensaciones se
intensificaron bruscamente, rompiendo en un clímax glorioso fluyendo como pasión
fundida a través de sus venas. Sus contracciones palpitantes continuaron mucho
después. Todavía pulsaban en ella cuando Jack llegó a su propia liberación,
derramando su semilla profundamente dentro de ella.

Jack respiró estremeciéndose y miró a Kit, extendida en delicioso abandono ante


él. Ella era apenas consciente, tumbada sobre la mesa, luchando por respirar tanto
como él lo estaba, esperando reunir algo de capacidad física para recobrarse.

Él no pudo resistir una sonrisa de suficiencia, pero resultó en una media mueca
mientras la realidad se entrometía. Habían pasado cinco días antes de que ella
hubiera regresado a su lado. Una vez que la tocaba, ella era de él, pero fuera de su
alcance, era claramente una de esas mujeres con una mecha muy larga. Había
formas de reducir dicho fusible, cosas que podía hacer para asegurarse que se
quemara con una pasión que coincidiera con la de él, no sólo en intensidad, sino en
la frecuencia, también. Él no sabía hacia dónde se dirigirían sus vidas, sólo que ellos
debían permanecer inextricablemente entrelazados, y, al menos para él, los lazos
eran profundos. Le pareció una buena idea fortalecer los lazos que la sujetaban a él.
Kit permaneció acostada y esperó a que Jack hiciera algo. Ella no era capaz de
hacer nada por sí misma. Su prolongado clímax la había drenado, física y
mentalmente. Se acordó de que había venido aquí para hablar, pero no podía
recordar ninguna apremiante urgencia sobre el asunto. Mientras su carne aún latía y
él permanecía dentro de ella, ni siquiera podía recordar que había sido lo ella quería
decirle. Cuando él se retiró de ella, Kit abrió los ojos. Desde debajo de los pesados
párpados observó cuando él se quitó la ropa. Desnudo, se acercó a ella, con una
sonrisa de triunfo masculino en los labios, que hizo eco en la expresión de sus ojos
plateados. Ella sospechaba que debía sentirse ofendida, pero solo pudo emitir una
sonrisa cansada.

—Vamos. Levántate.

Jack le cogió las manos y la atrajo para sentarla en el borde de la mesa. Mientras
la despojaba de su abrigo y sacaba su camisa sobre su cabeza, Kit se preguntó cómo
alguna vez sería capaz de enfrentarse a él a través de esta mesa en particular. Todo
lo que tenía que hacer era mirar su superficie y sentía un ovillo de vergüenza.

Para su alivio, él la tomó en sus brazos y se dirigió a la cama, presumiblemente


entendiendo que sus piernas estaban tan incapacitadas como su cerebro. Kit suspiró
con satisfacción cuando Jack la puso entre las sábanas. Se acurrucó en sus brazos,
totalmente en paz. En las camas podía hacerle frente. Sobre las mesas era otra cosa.
Capítulo 19

Era una noche perfecta de verano, con el aire suave y cálido. Kit de pie junto a
Delia cerca del acantilado, esperaba por el Capitán Jack. Una luna como una hoz
hendió el cielo púrpura, derramando luz suficiente solo para distinguir que las formas
amontonadas a unas yardas de distancia eran hombres, en lugar de rocas. La
conversación amortiguada llegó a los oídos de Kit.

Frente a las olas, Kit percibió su flujo regular de ida y venida, una parodia de su
confusión. Jack había desatado toda clase de anhelos salvajes que la estaban
conduciendo hacia alguna clase de destino desconocido. Un reconocimiento
profundamente arraigado de lo que le debía a su posición, su lealtad a Spencer, la
había hecho retroceder.

El miércoles por la noche había sido un desastre. Los labios de Kit se levantaron
en una sonrisa de auto-desaprobación. Un delicioso desastre, pero un desastre, no
obstante. Había tenido la intención de convencer a Jack de la locura de traficar
‘cargamento humano’. En su lugar, ella se había convencido de la locura de auto-
engañarse. Nadie, ni siquiera Amy, le había advertido de la fiebre en su carne. Del
vacío doloroso que, ahora que el camino estaba abierto, parecía haber crecido en su
interior. Su mente anhelaba volver a capturar ese momento de plenitud. Su cuerpo
anhelaba la llama para transformar su fiebre en pasión consumidora. Ella había
notado, incluso después de que la primera noche en la chalet, una inquietud, una
necesidad que había tratado de ignorar y había hecho todo lo posible para ahogar.
Pero el miércoles por la noche no le había dejado otra alternativa que admitir su
adicción a la forma de amar de Jack.

Delia se sacudió, soplando por lo bajo. Kit miró hacia la playa, pero no pudo ver
nada. Ella había tenido la intención de abordar el tema de los espías, una vez que se
hubiera recuperado de la amorosa bienvenida de Jack. Pero él nunca había la dejado
recuperarse. Él la había despertado demasiado pronto; y su objetivo no era
mantener una conversación racional. La noche se había disuelto en una orgía de
satisfacción mutua. No podía negar que ella había disfrutado, brindarle placer había
sido una orden para él.

Con una mueca, Kit cambió su postura. Pudiera ser que se deleitara con las
atenciones de Jack, pero no estaba dispuesta a dejar que la pasión gobernara su vida.
Sin embargo, la sospecha persistente de que Jack había tenido esa intención el
miércoles por la noche, que había planeado y ejecutado su juego como una
campaña, sin duda la segunda mitad de la misma, había mantenido, una sombra en
su mente. En la madrugada le había ayudado a vestirse, su contacto le perturbó
profundamente, entonces había ensillado a Delia y le había comento de la corrida de
esta noche, por lo que fue innecesario que ella asistiera a la reunión de ayer por la
noche en el Old Barn.

Naturalmente, no había ido, sabiendo que si mostraba su cara estaría


admitiendo ante él estar adicta a su compañía. En su lugar, se había ido temprano a
la cama. Pero no para dormir. La mitad de la noche la había pasado dando vueltas en
la cama, con una fiebre que ardía lentamente, constante e insatisfecha. ¿La habría
drogado él a propósito con pasión?

Los anchos hombros de su némesis se pusieron a la vista. Kit observó mientras


llegaba en Champion, con George y Mathew presentes como siempre. La mirada de
color gris plateado de Jack la barrió, una mirada detallada seguida de una sonrisa
fugaz. Él desmontó, y los hombres se dispersaron.

Kit esperó hasta que los hombres se movieron a sus posiciones, George y
Mathew con ellos, antes de acercarse.

—¿Dónde me quieres esta noche?

Inmediatamente, se mordió la lengua. Jack había estado mirando hacia abajo a


la playa; al oír sus palabras, volvió la cabeza hacia ella con una expresión contenida
en su rostro. Durante una fracción de segundos, ella pensó que él le respondería con
lo que estaba en su mente en ese momento.

Jack se sintió intensamente tentado. El sonido ronco de la voz de ella cuando le


hizo la pregunta, envió un espasmo de puro deseo a través de sus venas. Pero él
puso una tapa sobre esa olla en particular y la dejó a un lado a fuego lento. Una lenta
e infinitamente diabólica sonrisa torció los labios.

—Voy a pensar en ello durante la siguiente hora o dos. Te diré mi decisión


posteriormente, en el chalet.

Kit deseó poder decir algo para quitarle la expresión de suficiencia de su cara.

—Pero por ahora —Jack continuó, súbitamente brusco—, te necesito en la


vigilancia. Donde desees, ya que no obedeces mis órdenes.

Kit alzó la barbilla. Se volvió y puso el pie en su estribo, siguiendo a su asunto


decididamente.

Una gran mano acarició su trasero destrozando su complacencia. Después de un


ocioso y lento recorrido, le impulsó hasta su silla. Kit aterrizó con un jadeo. A la luz
del día, la mirada de ella le hubiera dejado frito. A la luz de la luna, él se enderezó,
con las manos en las caderas y una expresión condescendiente en el rostro y le dio
una mirada arrogante en respuesta a la mirada arrogante de ella.

Una furia pura chamuscó las venas de Kit. Apretó los labios con fuerza y tiró de
las riendas de Delia. Si ella hubiera dado rienda suelta a sus sentimientos aquí y
ahora, habría destruido su disfraz. Una vez en el acantilado, encontró una posición
con vistas a las operaciones de Jack y desmontó. Demasiado furiosa para permanecer
sentada, paseaba de un lado a otro, retorciendo los guantes entre sus manos, su
mirada fija en la playa, y su temperamento en ebullición.

Las exclamaciones llenaban su cerebro. ¿Cómo se atrevía? parecía demasiado


suave. Además, ella sabía cómo se atrevía, él sabía condenadamente bien que ella no
era lo suficientemente fuerte para resistir el ataque en ese frente, ¡condenados
fueran sus ojos de plata!

Si ella no necesitara saber acerca de los espías, nunca se le habría acercado de


nuevo. Pero ella había ido considerado todos los argumentos, evaluado todas las
alternativas. Hasta que ella no tuviera algunos hechos ciertos, una fecha del envío,
por ejemplo, no tenía sentido revelar su mascarada. Si Spencer se enterara de esto,
le prohibiría continuar, y entonces nunca podría detener a los espías.

La ira no era la única emoción que corría por ella. Kit se estremeció con la
reacción. ¡Maldito hombre! ella no había necesitado confirmación de las actividades
que había planeado la noche del miércoles, solo el conocimiento de la caricia que le
había proporcionado. Había propósito de encender el fuego de placer sensual en su
carne, necesitaría sólo una caricia como para llevarlos a la vida.

Kit apretó los dientes y pateó una piedra en su camino. ¡Estaba


condenadamente seguro de sí mismo! Estaba condenadamente seguro de ella. El
tráfico se desarrolló con normalidad, al igual que las empresas de todo lo de Jack. Kit
miraba, dándole vueltas a este hecho. La casa de Jack estaba en la tierra de Lord
Hendon. Y Lord Hendon había enviado convenientemente al sargento Osborne para
patrullar las playas Sheringham y el sargento Tonkin para ver las orillas del Wash. Un
cínico podría imaginar que había una conexión.

Kit resopló. La única conexión real sería que Lord Hendon, al igual que todos los
señores que le rodeaban, toleraban a los contrabandistas. Pero no a los espías. En
ese momento, Jack había dado un paso más allá de la línea.

Cuando los caballos se dirigieron hacia el acantilado, Kit se levantó y recogió las
riendas colgantes de Delia. Se montó e instó a la yegua a ir a los árboles que
bordeaban el primer campo. A partir de ahí, observó hasta el último paquete de la
caravana saliendo del camino del acantilado. Entonces, antes de que apareciera el
semental gris, Kit se volvió a la cabeza de Delia hacia Cranmer Hall y dejó caer las
manos.
Mantuvo la yegua al galope constante, las pezuñas negras comían las millas.
Cuando la sombra de Cranmer Hall surgió de la oscuridad, Kit lanzó un pequeño grito
y envió a Delia volando sobre la valla estable del campo.

Hogar seguro. Se había escapado de la trampa de Jack, por una noche por lo
menos. La fiebre pudiera ser el precio que tendría que pagar, pero ella pagaría con
gusto. Aparte de cualquier otra cosa, era más seguro de esta manera. Jack y su
fanfarrona arrogancia podían pasar la noche solos.

***

El domingo por la tarde, después de pasar una mañana virtuosa en la iglesia, y


de presidir la mesa del almuerzo, Kit se encontraba sentada sobre Delia a la sombra
de los árboles frente el chalet de Jack, con su confianza en el nivel más bajo de todos
los tiempos. Desconfiando de sus razones para estar allí, sin saber de sus
posibilidades de éxito, se mordió el labio y miró la puerta cerrada. No había nada que
indicara si había alguien en el chalet.

Si ella se quedaba allí por mucho tiempo y Champion estaba en el establo, el


semental presentiría la presencia de Delia y relincharía, destruyendo cualquier
ventaja que la sorpresa podría darle. Si se quedaba esperando por mucho más
tiempo, su valor la abandonaría y se iría a casa con la cola entre las piernas. Kit
dirigió a Delia haciendo un arco alrededor del claro. Se acercó al establo y desmontó,
luego llevó a Delia al interior. La enorme grupa gris de Champion surgió de la
penumbra.

Kit se detuvo, sin saber si se sentirse aliviada, excitada o consternada. La cabeza


del semental se giró hacia ella y Kit tomó a Delia y la colocó en la caseta de al lado.
Después de asegurar a la yegua, se debatió entre sí desensillarla o no. Al final, lo
hizo, negándose a reconocer que esa acción no tenía nada que ver con sus
intenciones, y mucho menos sus esperanzas. Frotó a la yegua pendiente de cualquier
sonido de un peligro inminente.

Ella sabía por qué estaba allí, necesitaba restaurar sus defensas con Jack; él era
su única fuente fiable de información sobre los espías. Su yo más salvaje había sido
abucheado; Kit lo había estrangulado. Podría tener otras razones por las que había
actuado de esa manera, pero ella no estaba lista para reconocerlas, no a la luz del
día. Sus entrañas estaban en muy mal estado y la ansiedad gobernaba sus nervios.
Nunca se había sentido así antes, ni siquiera cuando tuvo que admitir que había
montado el semental favorito de Spencer a la edad de diez años. La rabia de Spencer
no tuvo el poder para hacerla temblar. Pero el pensamiento de cómo Jack la vería,
usando ella entrara a verlo en pocos minutos, lo hizo.

¿Cómo iría a darle la bienvenida en esta ocasión?

El pensamiento la detuvo en seco mientras se dirigía a la puerta del establo. Casi


se volvió a ensillar de nuevo a Delia. Sin embargo, su razón de estar aquí resurgió.
Ella no podía irse sin saber sobre el ‘cargamento humano’

Kit apretó la mandíbula. Con paso decidido, se dirigió a la puerta de la cabaña. Se


detuvo con la mano en el picaporte, barrida por el sentido de estar a punto de entrar
en la guarida de un animal potencialmente peligroso. El hierro frío del pestillo envió
una emoción a través de sus dedos. Todo su ser vibraba con anticipación. En verdad,
no estaba segura de en donde residía el peligro: con él? ¿O con ella misma?

***

Dentro del chalet, Jack estaba tendido de espaldas en el medio de la cama, con
las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Se había quedado mirando el techo.
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que llegara ella? ¿Cuánto tiempo antes de ella
viniera a buscarlo?

Dio un resoplido de contrariedad bajando sus cejas. Cuando se había embarcado


en su plan para implantar firmemente un apasionado anhelo entre la piel satinada de
Kit, había pasado por alto el efecto inevitable que tal empresa tendría en sus propios
lujuriosos apetitos. Desde la noche del miércoles, habían sido voraces. Y, gracias a
Kit, no había sido capaz de saciar su hambre. Ninguna otra mujer lo haría. Se había
retirado al chalet, para revolverse en su deseo.

La deseaba. Kit la “hurí pelirroja” en pantalones.

Cuando él la había acariciado, ella ronroneó. Cuando él la había poseído, ella se


había arqueado salvajemente. Y después, cuando la pasión en ellos se había
satisfecho, ella se acurrucó a su lado como un pequeño gato de crema y jengibre. Su
propio gatito.

Su propio gatito con pedigrí. Cuando se trataba de hacer el amor, ella era una
aristócrata, sin importar su crianza. Sus actuaciones hasta la fecha habían sido
reveladoras, sobre todo para alguien de su experiencia. Él había pensado que sabía
todo sobre las mujeres; pero ella le había demostrado que estaba equivocado. Las
respuestas fingidas de las putas doradas de la alta sociedad siempre le habían
asqueado. La naturalidad de Kit, su disfrute sincero de su juego a pesar de la
mojigatería subyacente detrás de sus ocasionales protestas de asombro, lo tenían en
trance. Había sido capaz de convertir sus protestas en gemidos con satisfactoria
regularidad. Con un gemido ahogado, Jack estiró los brazos y las piernas, tratando de
aliviar la tensión trabada en sus fuertes músculos. Frunció el ceño. Veinticuatro horas
habían sido demasiado tiempo para él, pero setenta y dos habían sido un infierno. El
hecho de que ella pudiera hacer frente a este tipo de enfermedad mejor que él era
un duro golpe a su orgullo masculino.

El pestillo de la puerta se alzó.


Al instante, Jack se puso en alerta, estaba medio sentado cuando su mente tomó
el control calmando su reacción instintiva. Su impulso fue atravesar el salón en
silencio colocarse de pie detrás de la puerta. Pero si su visitante era Kit, podría
asustarla con su estupidez al aparecer junto a ella de manera inesperada. La puerta
se abrió lentamente hacia el interior. La sombra de una figura esbelta, coronada por
un sombrero de tres picos, cayó al suelo. Jack se relajó. Se permitió una sonrisa de
suficiencia, pero enseguida el recuerdo de las últimos setenta y dos horas se infiltró.
Él no sabía con seguridad si ella había venido a aliviarle su malestar. Suavizando su
expresión, se acomodó en las almohadas.

Kit observó el área que dejó ver la puerta abierta. Jack no estaba a la mesa.
Tragó su nerviosismo, tomó una respiración profunda y cruzó el umbral. Se detuvo
junto a la puerta, con una mano en el borde del panel de madera desgastada, y se
obligó a mirar a la cama.

Allí estaba, extendido en toda su longitud sobre las cubiertas, con la arrogancia
masculina inscrita en cada línea de su cuerpo tenso y musculoso. Observándola. Con
un brillo claramente depredador en sus ojos de plata. La respiración de Kit se
suspendió; su boca se secó. Ella sintió sus ojos abrirse cada vez más. Jack leyó su
reacción en sus ojos, y supo exactamente por qué había venido ella. La noticia hizo
que sus sentidos se dispararan, pero él los reprimió antes que ellos nublaran su
inteligencia. Su cuerpo se había tensado con el impulso instintivo de levantarse y
acudir a ella, para tomarla en sus brazos y aplastarle sus labios, sus pechos, sus
caderas, a la suyas. Pero si lo hacía, ¿qué sucedería a continuación?

La puerta estaba a medio camino entre la cama y la mesa, no especialmente


cerca de cualquiera de los dos. A juzgar por su último esfuerzo para darle la
bienvenida a ella, ellos probablemente habrían terminado en el suelo. Mientras que
él no tenía nada en contra de hacer el amor al aire libre, no había estado
particularmente orgulloso de su falta de control cuando la tomó sobre la mesa. No
sabía cómo había tomado ella esa experiencia, pero había visto las manchas rojas en
sus nalgas más tarde. Y se sintió terriblemente culpable. Con demasiada frecuencia él
había acabado causándole moretones, aunque sin intención. Algunos, como las
marcas de sus dedos que quedaban en las suaves curvas de las caderas de ella, eran
inevitables, dado la facilidad con la que se le formaban. Pero él no tenía que añadirle
más por su falta de consideración.

—Ponle el cerrojo a la puerta —dijo, intentando evitar que la pasión cruda que
le pulsaba en las venas se mostrara en el tono de su voz, aunque lográndolo solo
parcialmente.

Los ojos de Kit se abrieron aún más. Sentía las extremidades pesadas cuando,
con su mirada estaba atrapada en la mirada de plata de Jack, se movió lentamente
para obedecerlo. Sus dedos se enredaron. El cerrojo se deslizó con un ruido metálico.
Lentamente, se dio la vuelta para enfrentarse a él, esperando verlo levantarse de la
cama, pero él no se había movido.

—Ven aquí.

Kit lo consideró cuidadosamente. Ella podría estar hipnotizada; pero no era


estúpida. Pero ella estaba atrapada muy firmemente en la red sensual que él había
tejido con tal consumada habilidad que su pulso ya aumentaba en previsión de lo
que estaba por venir. Reconociendo lo inevitable, colocó un pie delante del otro.
Poco a poco, con cautela, se acercó a la cama.

—Detente. —El comando grave la detuvo al extremo de la cama.

—Quítate el sombrero y el abrigo.

El estómago de Kit se contrajo. Se quitó el sombrero y lo dejó caer, luego se


quitó el abrigo y lo dejó deslizarse hasta el suelo. En la medida que la mirada de plata
se deslizaba de su cara para recorrer su figura, Kit sentía brillar las brasas de su
pasión.

—Quítate los malditos pantalones.

Las brasas de Kit estallaron en llamas. Se quedó mirando a Jack, conmocionada y


atormentada por su sugerencia.
Jack apretó todos los músculos en un esfuerzo para permanecer tendido en la
cama. Los ojos violeta de Kit brillaban, chispas púrpura de pasión resaltaban en sus
profundidades. Él no se sorprendido al verla mover sus dedos hacia los botones que
sujetan los pantalones grises. Observó cómo esos delgados dedos liberaban los
botones. Luego, lentamente, ella separó la solapa, dejando al descubierto una
extensión de cremoso estómago con una profusión de rizos rojos en su base.

Kit se movió como en un sueño, apartada de la realidad. Vio cómo aumentaba la


tensión en el cuerpo de Jack y se deleitó con su propio poder. Se movió con lentitud
deliberada, bajando lentamente la prenda por sus caderas, equilibrándose sobre un
pie para sacarse las botas. Cuando la segunda bota estaba en el piso, levantó primero
una pierna y luego la otra para liberarse de sus pantalones. Ella los envió a unirse a
su abrigo, y luego se volvió para plantarse, apoyando el peso en una pierna y con la
otra rodilla doblada hacia adentro, frente a Jack.

Él no se había movido, pero ella podía sentir el esfuerzo que le costaba quedarse
donde estaba.

—Levanta tu camisa y libera tus senos —rígido con necesidad, Jack forzó la
orden con los dientes apretados.

Sus ojos miraban fijos al rico botín que ya se le había revelado; tenía la boca seca
con anticipación de las revelaciones por venir.

Preguntándose por qué él no le había pedido que se quitara la camisa, Kit


obedeció la orden tal cual, suponiendo que tras esta habría algo importante que ella
aún debería captar. Ella pensó por un momento, y luego ingeniosamente subió la
parte delantera de su camisa hasta que pudo mantener los pliegues entre sus
dientes. Un movimiento repentino del cuerpo en la cama le dijo que valió la pena
hacer caso a su impulso. Para su alivio, el nudo cedió fácilmente. Se desenrolló la
banda. Despacio. La larga tira la rodeaba cinco veces. Ella dejó que su camisa bajara
justo antes de que la banda cayera. Sus senos se liberaron, orgullosamente erguidos,
asomándose detrás del lino fino.
Jack se tragó un gemido. Sus dedos, encerrados detrás de la cabeza, apretados,
mordían en el dorso de sus manos. No podía imaginar dónde había aprendido ella
sus trucos; pero la idea de que eran instintivos comenzó a deshacer su muy probado
control. Para ganar un poco de tiempo, y fuerza, examinó la figura delante de él
críticamente. La luz entraba por la ventana en el otro lado de la cabaña. Kit se situó
directamente entre la cama y la ventana; tenía una vista sin obstáculos de su silueta.
Largamente, examinó cada curva, sabiendo que su mirada estaba calentándola a ella.
El pensamiento de lo que eso significaba le obligó a hablar.

—Ven y arrodíllate en la cama junto a mí.

Sin prisas, Kit obedeció, subiendo sobre el colchón de crin para sentarse en sus
rodillas al lado de él. En esa posición, su camisa cubría sus piernas, dándole un poco
de alivio de la mirada ardiente de Jack. Él no llevaba un abrigo. Su camisa no era de la
misma calidad fina como la de ella; los músculos de su pecho y de los brazos se
mostraban como riscos redondeados por debajo de la camisa. Ella pasó la mirada por
el pecho de él y luego descendió a donde la camisa desaparecía por dentro de la
cintura de los pantalones. Ella no pudo evitar notar el bulto justo más debajo.

Jack vio la dirección de su mirada. Mantuvo sus manos cerradas de manera


segura detrás de su cabeza y luchó para controlar su respiración.

—Desnúdame.

Los ojos de Kit volaron hacia él, mostrando sorprendidas conjeturas en sus
profundidades púrpuras. Sus labios se separaron, pero no llegó ninguna protesta. En
cambio, ella pareció considerar la idea; Jack se preguntó qué tipo de tortura lenta
ella estaba planeando.

Por debajo de su aturdida sorpresa, Kit estaba consciente de la creciente


excitación. Como nunca había intentado antes dicha empresa, se tomó un minuto
para considerar su enfoque. Jack contuvo el aliento cuando ella se movió,
presionando las palmas de las manos contra su pecho. Se volvió sobre él, poniéndose
a horcajadas.
Audazmente, Kit instaló su trasero sobre los muslos de él. Ella oyó cuando él
contuvo su respiración y sintió el repentino salto de la varilla rígida medio atrapada
debajo de ella. Ella se arrastró hacia delante, apretándose contra él, protegido de la
retribución inmediata por la tela de sus pantalones. Ella levantó la mirada y vio que
los ojos de Jack estaban cerrados con fuerza y que un músculo fluctuó a lo largo de
su mandíbula apretada. Con una sonrisa de triunfo femenino, Kit se puso a trabajar,
le sacó la camisa de los pantalones, y le puso los brazos detrás de su cabeza, tirando
de él con para que se medio sentara para quitarle la camisa por la cabeza. Liberado
de su camisa, Jack cayó sobre las almohadas, adolorido, pero con ganas de ver cómo
se arreglaría ella con el resto.

Arrojando la camisa a un lado, Kit volvió su atención a la cintura del pantalón.


Fue obra de un momento liberar los botones. Ella levantó la solapa y contempló
maravillada el premio que se reveló. Gruesa como su muñeca, inflamado, el miembro
de Jack pulsaba contra el rizado vello sobre la sólida pared de su abdomen. Sin
pensar, los dedos de Kit se dispusieron a tocarlo, acariciarlo. Jack gimió, incapaz de
contenerse Él cerró los ojos, sin querer ver lo que ella podría hacer a continuación.

La suave caricia de los labios de ella lo puso rígido; el barrido húmedo de su


lengua, inexperta, pero guiada por un instinto infalible, quebró su control. Era
imposible permanecer acostado inmóvil frente a tal provocación. Pero se las arregló
para alejar las manos de los rizos de ella para guiar sus labios hacia donde la carne
palpitante de él más los deseaba sentir. En su lugar, obligó a sus manos a moverse a
sus propias caderas, para deslizar sus pantalones hacia abajo. Con su ayuda, ella
logró la tarea de manera eficiente, deslizándose por la cama para quitarle las botas y
dejarle las piernas libres.

Kit se bajó de la cama, con los pantalones de Jack en sus dedos, y se volvió a
estudiar su obra. Desnudo, exhibido para su deleite, Jack era nada menos que
magnífico. Ni aunque su vida dependiera de eso, podría ella evitar sonreír.

—Vuelve aquí.
Los ojos de Kit volaron a los de Jack. Lo que vio en las profundidades plateadas
envió un estremecimiento de deseo puro que pasó como un rayo por ella. Con un
afán no fingido, retomó su posición al lado de él, hirviendo a fuego lento , intrigada
por descubrir lo siguiente que él tenía en mente.

La mente de Jack no estaba funcionando con su habitual claridad. Estaba


sobrecalentada. Observó cómo Kit se subía nuevamente a la cama y recorría su torso
con los ojos brillantes. Ella se arrodilló y su camisa se tensó, destacando las medias
lunas apretadas de sus pezones. Sería bastante fácil hacerla rodar debajo de él y
hundirse en su calor, pero en las últimas setenta y dos horas su imaginación había
estado trabajando horas extras; tenía una ambición de convertir algunos de sus
sueños a la realidad. ¿Pero tenía él suficiente fuerza de voluntad para hacerlo?

—Cabálgame.

La orden arrancó a Kit de su absorta contemplación. ¿Cabalgarlo? Jack leyó la


pregunta en sus sorprendidos ojos, que se volvieron de un violeta profundo y se
oscureciendo rápidamente. A pesar del esfuerzo que le costaba, sonrió.

—Cuando te monto, yo hago todo el trabajo duro. Esta vez, es tu turno.

Kit se limitó a mirarlo, tratando de darle sentido a sus palabras. Luego miró hacia
abajo, donde estaba el miembro de él inclinado y erecto desde su rizado nido.

—Ven aquí. Te voy a mostrar. —Jack le cogió las manos y la atrajo sobre él.

—Ponte a horcajadas sobre mí como antes.

Kit lo hizo, y casi saltó de la cama cuando sintió saltar hacia ella su miembro
dotado. Ella se congeló, dejando caer su peso contra él, con los muslos separados, las
rodillas a cada lado de las caderas masculinas. Sin aliento, esperó, aturdida por el
sentimiento de vulnerabilidad que se apoderó de ella.

Rígido por el esfuerzo, Jack forzó a que cada músculo de su cuerpo le obedeciera
absolutamente. Con un solo empuje hundiría su miembro en ella, duramente contra
la fuente del calor que se vertía sobre él desde entre los muslos separados de ella.
Pero aparte del hecho de que sabía que podría lastimarla por una entrada tan
agresiva en esta posición, ella se había tensado y probablemente estuviera seca.

Él tomo una respiración entrecortada y evitó mirar a la unión de sus muslos,


donde la cabeza de su virilidad se encontraba en medio de los rizos llameantes de
ella. Aflojó el agarre convulsivo de sus manos y las levantó, colocándoselas en la
almohada, por encima de cada uno de sus hombros. Otra respiración profunda le
permitió llevar sus propias manos a lo largo de los brazos de ella para curvarlos sobre
los hombros.

—Inclínate hacia delante y bésame.

Kit hizo lo que le dijo, intrigada por este último giro en su juego. Empezó como él
había dicho, con ella besándolo, pero rápidamente él se hizo cargo, enredando sus
dedos en los rizos de ella, sosteniéndole firmemente la cabeza mientras su lengua
saqueaba la caverna suave de su boca. Ella no protestó por el cambio. Su horno
estaba encendido; necesitaba encontrar el camino hacia la llama de él. Jack separó
las manos de la cabeza de Kit y las llevó hacia los hombros, luego comenzó a moldear
el cuerpo de ella a su antojo, levantándola para que ella se apoyara en sus manos y
rodillas sobre él. Separó sus labios de los de ella y la llevó hacia adelante para tomar
un pezón, velado por la camisa, en la boca. El Jadeo de Kit lo encendió. Él lamió el
material hasta que se pegó al pico maduro, entonces tomó la carne turgente
profundamente en su boca. Succionó y Kit gimió, espasmos arqueaban su cuerpo en
respuesta. Ella tenía los ojos cerrados, los labios entreabiertos. Jack cambió al otro
pecho y repitió la acción.

Kit gimió con cada embestida a sus sentidos. Un dolor urgente estaba creciendo
entre sus muslos. Ella ansiaba aliviarlo; ella sabía cómo. Pero Jack seguía alimentado
sin cesar su fuego, aparentemente sin darse cuenta de su necesidad.

—¡Jack! —Kit puso todo el anhelo que pudo en la sílaba.


Al instante, ella sintió sus manos retirándole a un lado la camisa para tocarla
entre sus muslos. Ella suspiro de alivio cuando primero un largo dedo, luego dos, se
deslizaron dentro de ella. Los dedos se movieron y ella jadeó, concentrándose en
cómo la exploraban. Se movían a un ritmo que reconoció, ella lo igualó. La boca de
Jack continuó en sus pechos, rodeando con su lengua los picos sensibilizados,
enviando flujos de fuego que corrían por sus venas. Jack esperó hasta que sus jadeos
fueran rápidos y desiguales, hasta que sus caderas estaban presionando contra su
mano, su cuerpo buscando una mayor satisfacción. Su miel se había vertido sobre
sus dedos mientras él los sacaba de ella.

—Ahora llévame dentro de ti.

La orden fue un gruñido apenas perceptible, pero Kit lo oyó y no necesitó más
insistencia. Se movió un poco hacia atrás, a donde el miembro de él le esperaba,
pulsando con el deseo de aliviar la necesidad en ella. Ella bajó sobre su miembro,
inclinando sus caderas para atrapar su cabeza, dirigiéndola hacia dentro de ella. Tan
pronto como lo sintió entrar, Kit se hundió más, tomándolo por completo en un
movimiento fluido. Jack no podía respirar. Él la agarró por las caderas y la levantó
ligeramente. Inmediatamente, Kit tomó la iniciativa, alzándose hasta que se sintió
segura de que él se libraba del calor de su agarre, sólo para empalarse ella misma
más profundamente al descender sobre él.

Una vez que estuvo seguro de que ella tenía el control, Jack tomo una
respiración entrecortada y reorientó su atención hacia sus senos, cálidos y maduros
debajo de la tentadora tela de su camisa. Kit saboreó la sensación de tener el control
completo, sabiendo que podía deslizar la potencia de él dentro de ella al ritmo que
ella deseara. Ella separó los muslos y lo llevó a lo más profundo; experimentó,
apretando los músculos alrededor de él, cerrando los muslos para apretar la
penetración. Sintió las manos de Jack cerradas sobre sus pechos, cubriendo con cada
mano cada montículo maduro, exprimiéndolos con el ritmo con que ella lo
cabalgaba. Los dedos de él encontraron sus pezones. Entonces él empezó a mecer
sus caderas contra las de ella, introduciéndose en ella con cada descenso.
De repente, Kit comprendió el propósito de su camisa. El borde flotaba sobre sus
muslos, subiendo y bajando cuando ella lo hacía, y se dio cuenta de cuál sería la vista
que Jack tendría si estuviera observando sus cuerpos cuando se fundían. Cuando ella
sintió que sus fuegos confluían, combinándose en la conflagración que finalmente
consumiría sus sentidos, Kit se obligó a abrir los ojos. Jack estaba observándola.
Ávidamente. Con un gemido, ella cerró los ojos. Su cabeza cayó hacia atrás cuando
los incendios hicieron sus estragos. Ella apretó su cuerpo, tratando de contener lo
inevitable, para prolongar la dulce agonía sólo un poco más.

Jack no estaba para la prolongación de nada. La sensual visión de sus cuerpos


fundiéndose, de su miembro entrando en ella, penetrando hábilmente su cuerpo
febril, no fue diseñada para evitar la consumación. Él sintió que ella encogía el
cuerpo para evitar la liberación, apretándose alrededor de él.

Él soltó sus senos y la agarró de las caderas, sosteniéndola inmóvil. Bebiendo de


esa visión, se introdujo profundamente en ella.

Eso fue todo lo que se necesitó.

Ellos llegaron al clímax juntos, jadeantes, abiertos los ojos, con sus miradas
enganchadas, sus almas tan fusionadas como sus cuerpos.

La liberación de kit la barrió, drenándole toda su fuerza. Se dejó caer hacia


adelante y Jack la atrajo hacia sí, recolocando sus piernas de forma que ella pudiera
yacer encima de él, colocando la cabeza de ella debajo de su barbilla. Ella se durmió
rodeada por los brazos de él.

Cuando Kit se despertó yacían enredados debajo de las sábanas. No podía


recordar cuándo ella se había movido pero ahora Jack dormía a su lado, con un brazo
colocado de manera protectora sobre ella. Kit sonrió adormilada, sintiendo contra su
mejilla el latido regular del corazón de Jack. Ella estaba cálida y segura, saciada y
contenta. Lo que era más de lo que había sido capaz de decir desde el miércoles por
la noche. Ella entrecerró los ojos sobre la ropa de cama en la ventana; el tinte rosado
de la puesta del sol había coloreando el cielo.
Era casi la hora de irse. Los recuerdos de sus actividades recientes flotaban en su
cerebro. Ella reprimió una risita encantada, pero entonces se puso seria. Si había
aprendido algo del episodio de hoy, era que no podía vivir sin Jack. El fuego en sus
venas era una droga sin la que ella ya no podía hacer frente al día. Sólo él podía
avivar el fuego.

Pero Jack estaba contrabandeando espías.

Kit se acurrucó más cerca de su calor reconfortante. Ella sabía, más allá de toda
duda, que él no estaba involucrado personalmente con el espionaje. Él solo estaba
equivocado, creyendo que eso no era diferente al contrabando de brandy. Ella
tendría que asegurarse, la próxima vez, de que ella se lo explicara todo. Dependía de
ella el hacerle entrar en razón.

Ella tenía que tener éxito. Había tres vidas que dependían de ella: la de Julián, la
de Jack, y la de ella. Kit suspiró. Debía hablar con él al respecto la próxima vez que
viniera. No había ninguna razón para echar a perder el momento ahora.

Con cuidado, trató de separarse de Jack, sólo para sentir que él la atraía de
vuelta, su brazo pesado por el sueño. Kit echó un vistazo a la ventana. Tal vez no era
tan tarde. Ella se rebujó contra Jack, levantándose para encontrar sus labios con los
de ella. Y se dispuso a besarlo para despertarlo.
Capítulo 20

Las estrellas cayeron de los ojos de Kit el lunes por la noche. Había decidido
asistir a la reunión en el Old Barn. Aunque ya no se sentía obligada a unirse a los
contrabandistas en sus corridas, tenía que ver a Jack para tratar de entender más
acerca de sus puntos de vista sobre el ‘cargamento humano’. ¿Cuándo mejor para
dirigir la conversación en esa dirección que en el lento viaje de regreso a la casa
después de la reunión? Ella no se hacía ilusiones en cuanto a embarcarse en una
discusión racional en vez que entraran en la chalet. Pero él había hecho sólo una
corrida de ‘cargamento humano’ en los últimos dos meses; así que tendría tiempo,
sentía, para dedicarse a su conversión a un ritmo pausado.

La reunión ya había comenzado cuando ella llegó allí. Se deslizó en las sombras
protectoras en la parte trasera del granero y encontró una polvorienta caja donde
sentarse. Algunos notaron su entrada furtiva; unos pocos asintieron en saludo antes
de volver su atención a Jack, de pie en el cono de luz débil derramada por una sola
lámpara.

Kit vio que sus ojos grises la recorrían, pero la enumeración que hacía Jack de los
detalles nunca falló. Estaba a medio camino de la descripción de un cargamento que
se presentaría la próxima noche en las playas del este de Holme. Kit escuchó a
medias, fascinada por la forma en que la luz de la lámpara doraba las raras rayas en
su cabello. Jack se volvió para hacer frente a Shep.

—Tú y Johnny recogerán al pasajero en Creake al anochecer. Deberán traerlo


directamente a la playa.

Kit se congeló.
Shep asintió; Jack se volvió a Noé.

—Entran y lo recogen. Tu barco debe ser el último de las naves. Lo trasladan y al


final recogen el cargamento.

—Aye. —Noé bajó rápido la cabeza.

—Eso es todo, entonces. —Jack recorrió las caras, todas curtidas, la mayor parte
sin expresión.

—Nos encontraremos de nuevo el jueves como de costumbre.

Con gruñidos y asentimientos, la banda se dispersó, deslizándose discretamente


en la noche en parejas y tríos. La lámpara fue arriada y apagada.

Kit seguía sentada en su cajón, cabizbaja, con la cara oculta por el ala de su
tricornio. Jack miró su figura silenciosa. Sus recelos aumentaron. ¿Qué diablo estaba
mal ahora? Había estado esperando que ella llegara, pero verla melancólica era
inquietante. Entusiasmo era lo que él había estado esperando después de sus
esfuerzos de la tarde del domingo.

George y Mathew se unieron a él en la puerta que ya estaba abierta.

—Estoy yéndome directamente a casa —George habló en un tono apagado,


claramente conscientes que Kit estaba detrás en la penumbra. Él levantó una ceja
cuestionándolo.

Jack apretó la mandíbula. Y asintió con decisión. George se deslizó hacia la


noche.

—Será mejor que también te pongas en camino.

—Aye. —Mathew se fue sin cuestionamientos.

Jack le vio montar y dirigirse al sur, hacia el escudo de árboles y a los campos
más allá.
En la oscuridad detrás de Jack, Kit se esforzó por poner orden en su mente. Jack
debía haber sabido acerca de este último ‘cargamento humano’ desde su visita a la
taberna Blackbird el pasado miércoles. A pesar de que había pasado con él toda la
noche del miércoles y la tarde del domingo, él no había mencionado el hecho. Ni
siquiera había aludido a ello. Adiós a sus ideas de disponer de tiempo suficiente para
saber más de los espías. Ahora, ella tenía menos de veinticuatro horas para tomar
una decisión y actuar.

Al notar que no se rompía el silencio del granero, Jack se volvió y caminó hacia
dentro. Se detuvo donde la luz de la luna no iluminaba, y miró a donde sabía que Kit
seguía sentada.

—¿Qué es lo que pasa?

Ante su tono impaciente, Kit se había erizado, un hecho que Jack se perdió en la
oscuridad. Al darse cuenta de su ventaja, ella se tomó un largo momento para
sopesar su estrategia. Ella quería disuadir a Jack de su traidor negocio; todavía valía
la pena intentarlo. Pero el establo con corrientes de aire, con sus tablas sueltas y
puertas deformadas, no era el lugar para tener una discusión sobre la traición, sobre
todo no con la persona que sospecha que la cometía.

—Necesito hablar contigo.

Con las manos en las caderas, Jack la fulminó con la mirada en la oscuridad.
¿Hablar? ¿Volvería con sus trucos de nuevo? Estaba se estaba cansando de sus
malditos cambios de humor. Había pensado que, después del domingo, su relación
había conseguido ir en una misma dirección, que ella había aceptado su posición
como su amante. Para ser ciertos, ella no sabía que de quién era amante, pero él no
creía que ella se negaría a cambiar al jefe de contrabandista por el lord de un castillo.

Entonces él recordó que ella le había estado observando ávidamente al principio


cuando había entrado. Su actitud había cambiado después. Un indicio de cuál sería el
problema floreció en el cerebro de Jack.

—Si quieres hablar, será mejor que volvamos al chalet.


Kit se levantó y caminó hacia la salida.

Jack le oyó. Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta, sin mirar hacia atrás para ver
si ella estaba siguiéndolo. Se fue a donde había quedado Champion atado bajo un
abeto nudoso y saltó a la silla. Él puso al caballo a medio galope, haciendo caso
omiso de la renuencia del caballo; el paso de Champion no fluyó libremente hasta
que hubieron llegado a medio camino del primer campo, cuando Delia llegó a su
lado. Jack cabalgaba en silencio, sondeando las sombras por delante, fija su mente
firmemente en la mujer que iba a su lado.

¿Por qué de repente ella se volvió inexpresiva al saber que él estaba trayendo
espías de contrabando? ¿Sabía ella siquiera que eran espías? El camino apareció por
delante, y dirigió a Champion hacia el sendero marcado.

Kit dirigió a Delia junto a Champion y miró al perfil serio de Jack. No fue
alentador. Lejos de ablandar su determinación, la observación fortaleció su
resolución. Mathew era el criado de Jack, George un amigo demasiado cercano;
ninguno había mostrado la más mínima capacidad de influir en Jack. Claramente, era
hora de que alguien le obligara a considerar su conciencia. Ella no esperaba que a él
le gustara el hecho de que fuese ella ese alguien, pero la arrogancia masculina no era
excusa. Ella le diría lo que pensaba, independientemente de lo que él sintiera.

Se volvieron al sur y dirigieron a sus monturas hasta el sinuoso camino hasta la


cima de la colina. Kit vio como Jack miraba hacia abajo, asegurándose
automáticamente que no los habían seguido. El camino a continuación se mantuvo
despejado. Ella vio a Jack hacer una mueca de disgusto antes de que él hiciera volver
la cabeza de Champion hacia el chalet.

Poniendo a Delia en seguimiento de Champion, Kit se dedicó a organizar sus


argumentos. Jack desmontó antes de los establos y llevó al caballo con él. Kit hizo lo
mismo y metió a Delia en la caseta vecina. Habiendo decidido su plan de ataque, se
fue directamente al grano.

—Tú debes saber que los hombres que traes y llevas son espías, ¿verdad?
La respuesta de Jack fue arrojar su silla sobre la división entre las casetas . Kit
miró fijamente hacia la penumbra. Así que él se iba a poner difícil.

—Tú has estado en el ejército, ¿No es así? Debes saber qué tipo de información
va a salir con tus ‘cargamentos humanos’.

Cuando el silencio se impuso, Kit dejó caer su silla de montar en la partición y se


apoyó en ella para añadir:

—Debes haber conocidos hombres que murieron allí. ¿Cómo puedes ayudar al
enemigo a matar a nuestros soldados?

En la oscuridad, Jack cerró los ojos contra los recuerdos que sus palabras
desataron. ¿Que si conocía hombres que habían muerto? Había tenido una tropa
entera, enviados volando al infierno por el cañón y la metralla. Él había escapado
solo porque un caballo que estaba enganchado en una de las armas que él había
estado tratando de reposicionar había caído sobre él. Y debido a Mathew que, contra
todas las posibilidades, le había encontrado en medio de la sangrienta carnicería de
la retirada.

Champion cambió de posición, haciéndolo volver al presente. Abriendo los


dedos que había tenido agarrotados, agarró un puñado de paja e inició el cepillado
de la brillante pelambre gris. Tenía que mantenerse en movimiento, continuar lo que
estaba haciendo, dejando que las palabras de ella, aunque inmerecidas, pasaran por
encima de él. Si él reaccionaba, la verdad saldría, y, Dios lo sabía, el juego que
estaban jugando era demasiado peligroso para eso. Cuando Kit se dio cuenta de que
no iba a obtener ninguna reacción verbal, siguió adelante, decidida a hacer que Jack
viera el error de sus caminos.

—El hecho de que tú sobrevivieras con la piel intacta no significa que puedes
olvidarte de eso.

Jack hizo una pausa y consideró decirle lo poco que él había olvidado. En su
lugar, se obligó a continuar en silencio aseando a Champion.
Kit miró en su dirección, sin saber si podía verla o no. Ella agarró un poco de paja
y comenzó a cepillar a Delia.

—Una cosa es el contrabando. Puede que sea contrario a la ley, pero sólo es
deshonesto. Es más que deshonesto hacer dinero de la venta de información militar.
De la venta de las vidas de otros hombres. ¡Es traición!

Las cejas de Jack se levantaron. Ella debería estar en la política. Había terminado
el cepillado de Champion. Dejó caer la paja y se dirigió a la puerta. Mientras cruzaba
la parte delantera de la casa, oyó un juramento ahogado desde el establo. Al pasar
por la puerta, oyó los pasos de Kit siguiéndole. Jack se dirigió directamente hacia el
barril en el aparador.

Kit lo siguió a la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

—Bueno, como sea ...—su voz se apagó y parpadeó en la obscuridad que quedó
una vez que hubo cerrado la puerta.

Ella oyó una maldición entre dientes, a continuación, una bota golpeó una pata
de la silla. Un instante después, el raspado de una cerilla raspado y luego, se
encendió una luz suave. Jack ajustó la mecha, hasta que la lámpara arrojó luz
suficiente para ver. Entonces agarró su vaso, medio lleno de aguardiente, y se dejó
caer en la silla al otro lado de la mesa, con las piernas estiradas delante,
observándola con una mirada sobria.

—Como sea —Kit reiteró con firmeza, tratando de ignorar toda esa masculinidad
reclinada—, no puedes continuar traficando con ‘cargamentos humanos’. Pueden
pagar bien, pero estás corriendo también un riesgo demasiado grande.

Miró hacia la figura tras la mesa, tan quieta como la silla que ocupaba. En la
tenue luz, apenas podía distinguir sus rasgos, y mucho menos su expresión.

—¿Qué clase de líder expone a sabiendas a sus hombres a tales peligros?


Jack se movió cuando sus palabras lo pincharon. Se enorgullecía de cuidar a los
que estaban bajo su mando.

Kit sintió su ventaja y se lanzó.

—El contrabando es un delito de transporte; la traición lleva a la horca. Tú


deliberadamente conduces a estos hombres, que no saben lo suficiente como para
comprender los riesgos, a la pena de muerte.

Al no llegar ninguna respuesta, ella perdió los estribos.

—¡Maldita sea! ¡Tienen familias dependientes de ellos! Si los aprenden y son


colgados, ¿quién va a cuidar de ellos?

La silla de Jack cayó al suelo, volcándola cuando se puso de pie. Los nervios de
Kit se pusieron al borde. Dio un paso hacia atrás instintivamente.

—¿Qué demonios podrías tú saber de cuidar de alguien? ¿Asumir la


responsabilidad de cualquier cosa? ¡Eres una mujer, maldita sea!

El estallido hizo que Jack recobrara sus sentidos. Por supuesto que era una
mujer. Por supuesto que no sabía nada de ser un líder y las preocupaciones
consecuentes. Él debería ya saberlo y no dejar que las palabras de una mujer se
colaran debajo de su piel. Frunció el ceño y tomó otro sorbo de brandy, mirándola
con ceño de disgusto para mantenerla en silencio. Lo que él no podía comprender, a
lo que él debería prestar más atención por comprender, era por qué estaba ella tan
opuesta a que él contrabandeara espías. En su experiencia, las mujeres de su tipo se
preocupaban poco por estas cuestiones abstractas. ¿Dónde se ha visto una amante
de baja cuna dando conferencias a su amante aristocrático sobre la moralidad de la
intriga política?

Con un esfuerzo, Kit se zafó de la mirada intimidante de Jack y le devolvió la


mirada. Con las manos en las caderas, abrió la boca para corregirle sobre el papel de
la mujer. Jack se adelantó, su largo dedo alzado al aire para dar énfasis.
—Eres una mujer. No eres el líder de una banda de contrabandistas, tú actuaste
el papel de un muchacho a cargo de un grupo pequeño, eso es todo.

Su vaso vacío golpeó la mesa. Colocó ambas manos al lado de ella y se inclinó
hacia delante.

—Si yo no hubiera aparecido y te hubiera relevado del mando, ya habrías


desaparecido sin dejar rastro desde hace mucho tiempo. Tú no sabes nada, nada
absolutamente, sobre liderar hombres.

Los ojos de Kit chispearon dagas violetas; sus labios se separaron para expresar
su desacuerdo. Jack no estaba de humor para darle esa oportunidad.

—Y si no tienes nada que enseñarme sobre ese tema, ¡te sugiero que te guardes
tus desconsideradas opiniones para ti!

La furia corrió a través de las venas de Kit, volviendo cenizas su innata cautela.
Sus ojos se estrecharon.

—Ya veo.

Ella estudió la forma grande, intimidante doblada sobre la mesa, la misma mesa
en la que había yacido, tendida en sensible abandono, cinco noches antes, con él,
erecto, inflamado, entre sus muslos extendidos. Kit parpadeó y sacudió a un lado la
memoria inútil. Ella se precipitó al hablar.

—En ese caso, voy a tener que tomar...—algún sexto sentido le hizo detenerse.

Ella miró a los ojos grises que la observaban. La precaución hizo que frenara su
lengua.

—¿Tendrás que tomar qué?

El tono suave en la voz de Jack hizo sonar alarmas en el cerebro de Kit. La


desesperación llegó a su rescate. Ella levantó la barbilla, disimulando su repentina
incertidumbre con una actitud desafiante.
—Tomar todas las medidas que pueda para que no te atrapes.

Con los nervios alterados, se recolocó su bufanda. Ya era hora de que ella se
marchara.

Una calma fría cayó sobre Jack, dejando poco espacio para la emoción. Vio
directamente a través de su ofuscación.

—¿Quieres decir que vas a advertir a las autoridades de nuestras actividades?

La afirmación llegó tan rápido a la cabeza de Kit, que no le dio tiempo para
disimular la verdad en sus ojos. El momento quedó suspendido entre ellos, su
silencio confirmó su conjetura en forma más completa que cualquier confesión.

Al darse cuenta de la trampa en que había caído, Kit se sonrojó. Negarlo no tenía
sentido, por lo que tomó otro rumbo.

—Si sigues traficando espías, no me dejas otra opción.

—¿A quién vas a convencer? ¿A Spencer?

Jack se movió, inadvertidamente, rodeando la mesa. Con la mente ocupada


pensando en las palabras de él, Kit se encogió de hombros, levantando las cejas sin
comprometerse.

—Quizás. Tal vez voy a mirar más arriba, a Lord Hendon, es su responsabilidad,
después de todo.

Se volvió para hacer frente a Jack. Y lo encontró en su mismo lado de la mesa y


avanzando lentamente. El corazón le saltó a la garganta. Recordó el momento en la
terraza de Marchmont Hall cuando ella había subestimado su velocidad. Con cautela,
retrocedió.

Sus ojos se elevaron para encontrarse con los de él. Ella leyó su intención en el
gris oscuro que se había tragado todo rastro de plata.
—¿Qué cree que estás haciendo? —la irritación coloreaba su tono. ¿Cómo podía
él plantearse usar el juego físico en este momento?

A pesar de sus años de entrenamiento, Jack no podía dejar de admirar la


amenaza que ella le presentaba. Satisfecho con saber que él podría llegar a la puerta
antes que ella, se detuvo dejando dos yardas entre ellos y enfrentó la ofendida
mirada amatista.

—Me temo, querida, que no puedes estar pensando en irte por el momento. No
después de esta pequeña charla nuestra —Jack no pudo evitar una sonrisa que torció
sus labios mientras su mente montaba el resto de su plan—. Debes ver que yo no
puedo permitir que te escabullas para ir a Lord Hendos.

¡El cielo lo ayude si lo hace!

Con cautela, Kit observó la distancia entre ellos y decidió que era suficiente. A
pesar de sus palabras, no había ninguna amenaza abierta en su tono o su postura.

—¿Y cómo vas a detenerme? ¿No sería más fácil simplemente dejar de traficar
espías?

La cabeza dorada de Jack sacudió un no decidido.

—Hasta donde yo puedo ver —dijo—, lo mejor que puedo hacer es mantenerte
aquí.

—No voy a permanecer aquí, y tú sabes que duermes ruidosamente.

Jack levantó una ceja, pero no trató de negarlo.

—Tú tendrías que quedarte aquí si te ato las manos a la cabecera de la cama. —
Cuando los ojos de Kit se abrieron, agregó—: ¿Recuerdas la última vez que te até las
manos? Esta vez, voy a mantenerte acostada sobre tu espalda en medio de mi cama.

El deseo destelló con avidez en el vientre de Kit. Ella lo ignoró, parpadeando para
disipar las imágenes evocadas por sus palabras, por lo profundo de su tono.
—Habrá un alboroto si desaparezco. Van a buscar en todo el condado.

—Quizás. Pero te puedo asegurar que no van a buscar aquí.

Su certeza simplista golpeó a Kit entre los ojos. Un conglomerado de hechos


inconexos cayó en su lugar. Se quedó mirando a Jack.

—Tú estás confabulado con Lord Hendon.

El tono de sorprendido descubrimiento detuvo a Jack; sus palabras provocaron


un estremecimiento de expectativa a través de él. Ella estaba tan cerca de la verdad.
¿Iba a adivinar el resto? Si lo hiciera, ¿qué pensaría?

Fue su turno para ser demasiado lento en negarlo como para ocultar la verdad.
En cambio, él se encogió de hombros.

—¿Qué pasa si lo estoy? No hay necesidad de que gastes tu tiempo


considerando el asunto. Tengo asuntos mucho más urgentes que requieren tu
atención —con esta declaración y un gruñido intencional, Jack dio un paso adelante.

Kit de inmediato retrocedió, con los ojos abiertos. Estaba loco, lo había pensado
a menudo.

—¡Jack!

Jack no hizo caso de su advertencia imperiosa.

Kit respiró profundamente. Y se lanzó hacia la puerta.

Ella no había dado más de dos pasos cuando sintió que se removía el aire a su
espalda. Con un grito, se alejó de la puerta. El cuerpo de Jack pasó junto a ella,
golpeando contra los paneles de madera. Kit oyó el sonido del pestillo de la puerta al
caer.

Con mirada salvaje, Kit observó la habitación y vio la espada de Jack apoyada en
el armario. Su corazón latía rápidamente, sin pensarlo mucho la cogió y se volvió,
sacando la hoja reluciente de la vaina. Ella se la presentó en guardia, una guadaña de
plata letal describiendo un arco de protección frente a ella.

Jack se congeló, permaneciendo fuera del alcance de ella. Interiormente,


maldijo. Mathew había encontrado la espada en la parte posterior del armario. La
había sacado, la había limpiado antes de amolar el borde hasta obtener un filo
exquisito. Al parecer, él la había dejado en la creencia de que su amo debía llevarla.
En lugar de eso, su amo, en plena posesión de sus sentidos, ahora deseaba tener la
espada que había llevado durante diez años y más en el infierno. Si hubiera sido
cualquier otra mujer, habría caminado tranquilamente hacia delante y la hubiera
tomado.

Sin embargo, a pesar de que Kit había tenido que usar ambas manos para
mantener el equilibrio de la hoja, Jack no cometió el error de pensar que no podría
usarla. Ni por un momento creyó que ella le atravesaría, pero para el momento en
que ella se diera cuenta, ya sería tarde para detener su ataque, dada su falta de
familiaridad con esa hoja en particular, ponderada para oscilar y cortar no para
amenazar y bloquear ataques. No lo podría matar, pero podría causar graves daños.
Aún más alarmante era la posibilidad de que ella pudiera lastimarse a sí misma.

Ese pensamiento obligó a Jack a moverse con cautela. Su mirada estaba


enganchada con la de ella, calmante, tratando de transmitir algo de su calma a los
aterrorizados ojos violeta Él no estaba seguro cuán lejos estaba ella del verdadero
pánico, pero también pensó que no le entregaría la espada, no después de sus
amenazas.

Lentamente, rodeó la cama, lejos de ella.. Ella lo seguía con la mirada, siguiendo
sus movimientos, claramente confundida por ellos. Su respiración era demasiado
rápida. Kit trató de contener el pánico, pero ya no estaba segura de nada. Frunció el
ceño cuando Jack se detuvo en el lado opuesto de la cama. ¿Qué estaba haciendo?
Ella no podía llegar a la puerta; él era demasiado rápido para eso. La esquina de la
habitación estaba sólo un paso; ya ella había retrocedido todo lo posible buscando su
protección.
Jack se movió tan rápido que Kit apenas vio el borrón. En un momento él estaba
parado, con los pies separados, las manos relajadas a los lados. El siguiente, había
agarrado las sábanas y las batió sobre la espada, llevándolas sobre la cama para
arrancarle la hoja de las manos.

Por encima de su chillido, Kit oyó el ruido sordo cuando la espada cayó al suelo,
arrojada donde no hiciera daño. Los brazos de Jack la abrazaron, en una trampa
extrañamente protectora. La lucha no le causó ninguna impresión. Sus piernas se
presionaron contra la cama, entonces ella se desplomó sobre ella. Kit quedó sin
respiración cuando Jack cayó encima de ella. Usó su cuerpo para someter sus
forcejeos, con las piernas capturó las de ella, sus caderas presionaron en las de ella,
los dedos largos le sostuvieron la cabeza, ejerciendo gradualmente presión hasta que
ella se tranquilizó.

Media sofocada por el pecho del hombre, Kit tuvo que esperar hasta que se
moviera a mirarla antes de abrir la boca para atacarlo con sus palabras. Pero ningún
sonido escapó de ella. En cambio, la boca de él encontró la suya y con la lengua llenó
el vacío con fuego derritiéndola como cubierta de mantequilla. Uno por uno, Kit
sintió que sus músculos renunciaban a la lucha, relajados con su sabor intoxicante
que llenó sus sentidos, calentándola desde adentro hacia afuera.

La idea escandalosa de estar atada a la cabecera de su cama adquirió un tinte


rosado. Cuando el efecto insidioso empezó a extenderse, su mente atribulada
convocó a sus últimas defensas. No podía suceder. Ella sólo tendría una oportunidad
para cambiar su destino. Por un largo momento, Kit fluyó con la marea, entonces, de
repente, arrojó cada uno de sus músculos contra él, presionándolo fuertemente para
empujarlo y quitar su peso de sobre ella.

Jack fue sorprendido por la fuerza de su empujón. Pero, en vez de suprimirlo con
su propio peso, decidió moverse con su empuje y colocarla sobre él. Al estar
totalmente encima de ella, no podía llegar a esa área en particular de sus nalgas que
siempre demostró ser tan amablemente excitante. Revertir sus posiciones era una
idea excelente. Se dio la vuelta, tirando de ella con él.
Su cabeza golpeó el esquinero de madera de la cama, oculto bajo las sábanas
desordenadas. Kit supo el instante en que él perdió el conocimiento. Sus labios
dejaron los de ella; sus dedos se deslizaron de su pelo. Se quedó mirándolo a la cara,
extrañamente despojado de emoción, relajado y en paz.

En pánico, ella quitó de encima de él, puso una mano sobre su pecho y dio un
suspiro de alivio cuando sintió que su corazón latía de manera constante.
Desconcertada, miró bajo su cabeza y encontró la madera redondeada de la esquina
de la cama.

Habiendo resuelto el misterio, se sentó y tiró de él más lejos en la cama, y luego


fue a buscar una almohada para acunar su cabeza.

Kit se sentó y observó ceñuda a su amenaza eliminada. ¿Por cuánto tiempo él


permanecería inconsciente? Reflexionando en que él había mostrado todos los
indicios de tener un cráneo resistente, decidió que una retirada táctica era su única
opción. Había intentado todo lo posible para hacer que entrara en razón; sus
acciones, sus palabras, no le dejaron otra alternativa que actuar.

***

La luz del sol de la tarde se filtraba por la puerta del chalet, haciendo brillar los
bordes dorados de las cartas de juego que Jack barajaba hacia atrás y adelante. Sus
largos dedos volvieron a formar el paquete, y luego lo arrojó bruscamente.

Jack miró con disgusto la mano. Le venía bien jugar Paciencia; ciertamente
estaba desesperadamente corto de ese artículo. Pero, a pesar de los impulsos de su
lado más salvaje, afortunadamente era poco lo que podía hacer.

Había despertado en mitad de la noche para encontrarse solo, con un cráneo


dolorido, pensado al principio que Kit le había golpeado. Entonces los momentos
finales de su pelea se habían aclarado en su adolorida cabeza y entendió todo. Un
pequeño consuelo había sido eso. Ella había declarado, categóricamente, que ella le
iba a causar un montón de problemas.

Picado por el disgusto, dejó a un lado sus pensamientos y se quedó mirando las
cartas. ¿Qué haría ella? No se sentía calificado para adivinar, dado que aún no podía
comprender su peculiar interés sobre los espías. Le había amenazado con ir con Lord
Hendon. Él había estado reflexionando larga y duramente al respecto, y
eventualmente salió de casa inmediatamente después del desayuno, dejando a su
mayordomo, Lovis, con el más peculiar conjunto de instrucciones. Por suerte, Lovis lo
conocía bastante bien para no sentir la sorpresa más remota. Si había suerte,
ninguna otra mujer pelirroja recurriría a Lord Hendon siendo desatendida.

Impulsado por una creciente sensación de inquietud, se había ido a Hunstanton


y había puesto a Tonkin a prueba para precisar sus intenciones. Su mensaje debería
haber sido claro, pero el interés de Tonkin en su “gran banda” había crecido hasta
convertirse en una obsesión. Independientemente de sus órdenes, Jack no confiaba
en el viejo soldado ni una pulgada. No creía que Tonkin confiara en él, tampoco. El
hombre no era estúpido, sólo un matón incompetente. Había dejado Hunstanton
más preocupado que antes.

La sensación que se había arraigado en sus entrañas era demasiado familiar.


Años de campaña, tanto abierta y encubiertamente, habían infundido un vigilante,
un sexto sentido finamente pulido, siempre alerta ante el peligro. Con el ruido
constante de los cascos de Champion llenado sus oídos, se había dirigió al chalet,
viendo la tormenta reunirse en su horizonte, hincharse y crecer, sabiendo que
pronto desataría su furia, causando estragos con sus planes bien trazados. Y en el
que se sentía totalmente impotente frente a un desastre inminente.

Pero él estaba acostumbrado a ese desafío en particular y hacía tiempo que


había perfeccionado la disciplina mental y física necesaria para ver a través de
cualquier tormenta. Sin embargo, el hecho de que Kit estuviese enredada en el
peligro hasta su bonito cuello, colocaba un filo de preocupación en su energía
nerviosa. En teoría, él debería haber tomado medidas para neutralizar la amenaza
que ella había expuesto. En realidad, parecía que había poco que él pudiera hacer sin
poner aún más en peligro su misión. Obligado a pasar inactivo y solitario las horas
que faltaban hasta la corrida, había tenido tiempo para considerar sus opciones. La
única que tenía algún mérito real era el secuestro. Tendría que ser cuidadoso para no
ser vistos por cualquiera en la finca Cranmer, pero podía mantenerla aquí, en
condiciones de seguridad y comodidad, por una semana o así, hasta que lo peor ya
hubiera pasado. Si la misión se prolongaba, lo que era muy posible, él la movería al
Castillo una vez que la alarma y la búsqueda hubieran terminado. Allí, la seguridad y
el confort, tanto la de ella como la de él, estaban asegurados. Ella sería su prisionera,
pero después de que pasara el primer e inevitable enfado, él no creía que a ella le
importaría. Él se aseguraría de que estuviera ocupada.

La idea de tener tiempo para llegar a conocer a Kit, de tener el placer de


aprender por qué pensaba como lo hacía, floreció delante de él. Jack olvidó sus
cartas, hipnotizado por una repentina mirada hacia un futuro que nunca había
encontrado previamente atractivo. Las mujeres, siempre había creído firmemente,
sólo tenían un papel real en la vida: complacer los deseos de su hombre.

Una esposa aristocrática, la suya por ejemplo, daría a luz a sus hijos y gestionaría
sus casas, actuaría como su anfitriona y apoyaría su posición social. Más allá de eso,
ella no ocuparía su mente más de lo que lo hacían Mathew o Lovis.

Sus muchas amantes habían tenido solo un ámbito de responsabilidad, el


dormitorio, donde habían pasado la mayor parte del tiempo boca arriba,
atendiéndole de manera eficiente en sus necesidades. La única comunicación que
recordara haber mantenido con ellas era por medio de quejidos y gemidos suaves y
pequeños jadeos divertidos. Nunca había estado interesado en lo que habían
pensado. Ni en cualquier otro aspecto.

Barajeando ausentemente sus cartas, Jack enfocó su mirada abstraída. Cuanto


más pensaba en ello, más beneficios veía en el secuestro de Kit. Después de esta
noche, suponiendo que ambos sobrevivieran a la tormenta que se avecinaba,
actuaría.
Tendría que decírselo a Spencer, por supuesto. No podía robar la nieta del
anciano, a quien claramente cuidaba, y dejarlo sufriendo innecesariamente.
Significaría un vuelco a una de sus reglas de oro: nunca le había dicho, ni siquiera
cuando era niño, a la gente más de lo que había necesitado saber, un hábito que lo
había mantenido en una buena posición en los últimos años. Pero él no podía tener a
Spencer en su conciencia más de lo que podía tolerar que Kit continuara con su
cruzada peligrosa.

Al pensar en ella, su hurí pelirroja, frunció el ceño preocupado. No había pedido


sentir por ella como lo hacía, pero no habría podido negarlo. Ella era más que la
última de una larga lista; se preocupaba por ella en formas que no recordaba haber
hecho con cualquier otra persona en su vida. Una vez que la tuviera a salvo, le
metería en la roja cabeza exactamente las consecuencias de ello. Ella tendría que
enmendar sus maneras, no más aventuras peligrosas. ¿Sería tan tonta como para
tratar de volver contra él a algunos de los hombres? Jack se estremeció. No valía la
pena torturarse a sí mismo. Jack cerró el paso a sus horrores imaginarios y se dispuso
a barajear las cartas.

Diez minutos más tarde, la paz de la puesta del sol fue interrumpida por el
golpeteo constante de los cascos de un caballo aproximándose desde el este. Jack
levantó la cabeza para escuchar. Tanto el ritmo seguro como la dirección sugerían
que George había llegado temprano a su cita. La vislumbre de un pelaje castaño
cruzando el claro trajo una media sonrisa a la cara de Jack.

Necesitaba distracción. George entró por la puerta, en su rostro surcaban líneas


de desaprobación. La sonrisa de bienvenida de Jack se desvaneció. Sus cejas se
levantaron. George se detuvo ante la mesa, con la mirada fija en los ojos grises de
Jack. Luego miró el barril en el aparador.

—¿Queda algo allí?

Con un gruñido, Jack se levantó y fue a buscar un vaso. Después de un segundo


de vacilación, tomó un vaso para él y lo llenó hasta la mitad. ¿Sería este el comienzo
de su tormenta? George acercó una silla a la mesa y se dejó caer en ella. Jack miró a
su cara seria, antes de colocar un vaso ante George. Él volvió a sentarse.

—¿Bien? Será mejor que me lo digas antes de que llegue aquí Mathew.

George tomó un sorbo y miró hacia la puerta abierta. Se levantó, la cerró, y


luego caminó de nuevo a la mesa. Dejó el vaso sobre la mesa, pero se mantuvo de
pie.

—Fui a ver a Amy esta tarde.

George se quedó pensativo y no dijo nada más, por lo que Jack no pudo resistir.

—¿Ella quiere cancelar la boda?

George se sonrojó y frunció el ceño.

—¡Por supuesto no! Por el amor de Dios, se sensato. Esto es serio.

Jack debidamente compuso sus facciones. George hizo una mueca y continuó:

—Cuando estaba por irme, hablé con Jeffries, el mozo de la caballeriza de


Gresham. El hombre es una mina de información sobre los caballos.

El estómago de Jack se apretó, pero su expresión se mantuvo inalterada. La


mirada de George era franca.

—Estábamos hablando de líneas de sangre en el distrito. Mencionó una yegua


árabe negra, difícil y de raza pura. De acuerdo con Jeffries, pertenece a una de las
amigas de Amy.

—¿Amiga de Amy? —Jack parpadeo y la verdad se hizo evidente.

Él sabía, entonces, lo que venía. Debería haber adivinado; habiendo suficientes


inconsistencias en la forma de actuar de ella. Si él no hubiera estado tan atontado
con ella, sin duda la habría desenmascarado hacía mucho tiempo. Enterró
profundamente en su mente la idea de que una parte de él lo había sabido, pero que
no había querido enfrentarse a la verdad.

—Íntima amiga de Amy —Con su voz cargada de desaprobación George lo


confirmó—. Miss Kathryn Cranmer. Conocida como Kit por sus íntimos.

George se dejó caer en su silla.

—Ella es la hija de Christopher Cranmer y nieta de Spencer.

George estudió la cara de Jack.

—Su nieta legítima.

Nieta legítima de Spencer. El pensamiento daba vueltas por el cerebro de Jack en


el esplendor del vértigo. Un choque aturdido competía con la incredulidad, antes de
que ambos dieran paso a la imperiosa necesidad de echar mano de Kit y agitar a la
condenada mujer como ella se merecía. ¿Cómo se atrevía ella a tomar tales
escandalosos riesgos? Claramente, Spencer no tenía control sobre ella.

Jack hizo una nota mental de que debía asegurarse de dejarle claro la magnitud
de sus pecados a su hurí pelirroja en pantalones -no es que ella tendría la
oportunidad de llevar los pantalones de nuevo. Ella tendría que aprender a cuidar
muy bien de sí misma, de su reputación.

Como Lord Hendon, tenía todo el derecho a garantizar la seguridad de la futura


Lady Hendon. Porque eso, por supuesto, era la joya de la corona de la revelación de
George. Como Lady Kathryn Cranmer, Kit era más que elegible para el puesto
vacante de Lady Hendon. Y después de sus actividades recientes, no había ninguna
posibilidad de que él la dejara escapar de su trampa. Él la tenía donde él quería, en
más de un sentido.

Después de la corrida de esa noche, él visitaría a Spencer. Ellos dos conformarían


el futuro de una hurí pelirroja. Una sonrisa de anticipación agradable inundó el rostro
de Jack. George la vio y suspiró profundamente.
—¿Esa mirada de enamorado quiere decir que los asuntos entre tú y Kit han ido
mucho más lejos de lo que me haría sentir feliz?

Jack sonrió beatíficamente.

—¡Cristo! —George se pasó una mano por el pelo oscuro—. Deja de sonreír.
¿Qué demonios vas a hacer al respecto?

Jack parpadeó. Su sonrisa se desvaneció.

—No seas tonto. Me casaré con la condenada mujer, por supuesto.

George, sorprendido, no pudo decir nada. Jack se tragó la molestia que le causó
el que George hubiera podido albergar cualquier otra opción. Que pensara que él
pudiera considerar cualquier otra opción.

Todo era culpa de Kit. Cualquier mujer que se anduviese por allí en pantalones
se exponía a dar todo por permisible. Al menos George sabía quién era ella. Entonces
se dio cuenta.

—¿Cuándo adivinaste que ella era una mujer?

George parpadeó, luego se encogió de hombros.

—Hace más o menos una semana.

Desconcertado, Jack preguntó:

—¿Qué te hizo sospechar?

Él había pensado que el disfraz de Kit particularmente era muy bueno.

—Tú, principalmente —George respondió distraídamente.

—¿Qué quieres decir con que fui yo? —el tono agresivo de Jack recuperó la
atención de George.
Sonrió brevemente.

—La forma en que te comportabas con Kit condujo a una sola conclusión. Lo que
el resto de la banda no percibiría. Mathew y yo te conocemos bastante. Lo que hizo
que nos preguntáramos acerca de Kit.

—¡Hum! —Jack tomó un trago de su brandy.

¿Habrá adivinado también alguno de los otros? Ahora había que ella asumido el
título de su futura esposa, se sintió mucho más crítico en cuanto a la independencia
de Kit. No estaba del todo seguro ni de acuerdo con que ella tuviera el valor para
hacer cosas tan extravagantes. No parecía un buen augurio para una vida
matrimonial apacible.

Jack levantó la vista para encontrar las crecientes sombras. La corrida estaba
prevista para inmediatamente después del anochecer. Esperaba que Kit apareciera.
Ahora que entendía la clase de premio que era ella, la quería mantener a salvo.
Cómo iba a manejar exactamente el regreso de ella a Cranmer y la inevitable
entrevista con Spencer era algo que aún no había decidido.

Pero él quería que ella estuviera con él esa noche. Él quería darle un buen
regaño, disculparse, proponerse y hacer el amor con ella. El orden en que lo haría
estaba más allá de él; lo dejaría en las manos de los dioses.
Capítulo 21

Kit llegó a la costa al tiempo que una enérgica brisa azotaba los acantilados. Las
nubes oscuras se deslizaban cubriendo de la luna. A la luz intermitente, encontró que
la cuadrilla Hunstanton ya descargaba sus barcos, y los caballos se alineaban en la
playa. La marea estaba alta; el choque de las olas contra las rocas causaba una
escena ruidosa. Mientras miraba, una ligera llovizna comenzó a caer. Entrecerrando
los ojos a través del velo húmedo, Kit miró hacia donde se posicionaba el vigilante de
Jack. El hombre se alzaba sobre una colina desde donde controlaba una buena vista
de la zona. Ella había logrado acercarse sin ser notaba protegiéndose tras unos
árboles torcidos por el viento, pero sería poco probable que él dejara de notar un
contingente de jinetes.

Mirando hacia los barcos, Kit precisó la figura del Capitán Jack, alto y ancho de
hombros, vadeando a través de las olas, con un barril debajo de cada brazo. La vista
no trajo consuelo a su cerebro torturado. ¿Qué iba a hacer? La noche anterior la
había pasado argumentando con ella misma, en agonía mientras analizaba las
posibilidades, considerando todas las vías. Al final, todo se había reducido a un solo
punto ¿ella realmente creía que Jack estaba involucrado en espionaje? La respuesta
fue un definitivo e inamovible, aunque sin fundamento, No. En vista de esto, ella
llegó a la conclusión de que hablar con Lord Hendon era la única ruta segura a seguir.

Jack había admitido una conexión con el Alto Comisionado, que presuntamente
implicaba el suministro de brandy a las bodegas del castillo. Con suerte, su poderoso
benefactor sería capaz de tener éxito donde ella había fracasado y forzar algo de
sentido común en el cráneo de Jack. No podía creer que Lord Hendon aprobara el
contrabando de espías; se sentía segura de que podría hacerle entender que Jack no
estaba implicado personalmente, solo equivocado.
Pero Lord Hendon no había estado en casa. Había recogido todo su valor y se
había ido al castillo en su paseo de la tarde. El mayordomo le había pedido disculpas.
Lord Hendon había salido de la casa desde la mañana; no sabía cuándo volvería.

Había vuelto a Cranmer aún más preocupada que cuando había salido. Tendría
que asegurarse de hablar con Lord Hendon pronto, o su valor la abandonaría. O Jack
la atraparía y ataría a la cabecera de su cama.

Verse amenaza por él la había obligado a enfrentarse a la realidad. Desde que su


relación había ido mucho más allá de lo inocente, ella había estado luchando contra
su conciencia. La culpa ahora la sentía posada sobre sus hombros, una carga pesada
y constante. Había perdido toda posibilidad de conseguir un partido respetable, un
hecho que no le causó ningún pesar, pero sabía la tristeza que le causaría a Spencer
si alguna vez supiera de su aventura. El dominio de Jack sobre ella, sobre sus
sentidos, era fuerte, pero ella era demasiado prudente para dejar que continuara. El
desastre acechaba en los setos de ese camino, lo sabía suficientemente bien.

Así que allí estaba, vigilando las operaciones de Jack con la esperanza de seguir
al siguiente espía que viniera. Si pudiera encontrar la siguiente conexión, podría
proporcionársela a Lord Hendon como el lugar donde el escrutinio oficial podría
empezar, evitando cualquier mención de Jack y la banda Hunstanton. Una cosa era
mantener sus principios y condenar hombres por traficar espías. Otro era traicionar
hombres que conocía llevándolos al verdugo. No podía hacerlo.

Había algunos entre la banda en los cuales no confiaría ni una pulgada, pero no
eran verdaderos villanos. Engañados, mal influenciados, podrían cometer malas
acciones, pero desde que ella les había conocido se habían comportado como seres
razonables, si no honestos. No habían hecho nada que mereciera la muerte. Aparte
de ayudar a los espías.

La llovizna se intensificó. Una gota de agua se deslizó bajo su tricornio y corrió


lentamente por su cuello. Kit se movió y miró al oeste, hacia Holme.
Lo que vieron sus ojos tensó todos sus músculos. Delia, alertada, levantó la
cabeza para mirar a una pequeña tropa de Recaudadores abriéndose paso a lo largo
de los acantilados. Otras cien yardas y se darían cuenta de la actividad en la playa.

Estrangulando sus maldiciones, Kit se volvió para mirar al vigilante de Jack.


¿Seguramente podría él verlos? Un pequeño chorro de llamas fue su respuesta,
seguido por el ruido de un disparo, instantáneamente ahogado por el rugido de las
olas.

Ella oyó el disparo, pero fue inmediatamente evidente que ni Jack y sus
hombres, ni los Recaudadores, lo escucharon. Ambas partes procedieron como
antes, imperturbable.

—¡Oh, Dios!

Kit se montó sobre Delia con una agónica indecisión. No había manera de que
desde su elevada posición, el centinela pudiera acercarse lo suficiente para advertir a
los hombres en la playa antes que la tropa estuviera sobre ellos. Los de a pie no
tenían ninguna posibilidad contra las tropas montadas armadas con sables y pistolas.
Su elección era clara. Podía advertir a la banda, o quedarse sentada y ver su
destrucción. Delia se separó de la protección de los árboles y se dirigió directamente
al camino del acantilado más cercano. En cuestión de segundos ya estaban abajo, y
luego volaban sobre la arena hacia los hombres en los botes.

***

Jack tomó otro barril de manos de Noé y vadeó lentamente hacia la playa. La
marea estaba subiendo y la arena se movía bajo los pies. La bruma de espuma
borraba los acantilados; el rugido de las olas ahogaba todos los demás sonidos. Pero
el ceño fruncido en la cara de Jack no era debido a las condiciones. Estaba
preocupado por Kit.
Ni siquiera George sabía que ella había amenazado con interrumpir las
actividades de la banda; esa información pondría su vida en demasiado peligro de ser
compartida, incluso con su amigo más cercano. Pero él intuía que una tormenta se
estaba acercando, la fatalidad se acercaba, sobre él, sobre ella, se intensificaba con
cada hora que pasaba. Y él no sabía dónde estaba ella, ni mucho menos lo que
estaba haciendo.

Mathew había llegado desde el Castillo con la inquietante noticia de que ella
había estado allí, pero que se había escapado de su trampa. El hecho de que ella
hubiese tenido la fuerza de voluntad para tratar de ver a Lord Hendon le estaba
causando gran preocupación. No había podido ver al Alto Comisionado, ¿llevaría la
información a otro lugar? Jack levantó el barril a la parte posterior de un caballo,
deseando descargar sus preocupaciones con la misma facilidad.

Un borrón negro en el borde de su visión le hizo voltearse. Reconoció a Kit al


instante. Del mismo modo instantáneo reconoció la razón por la que ella cabalgaba
con tanta velocidad. La tormenta estaba a punto de romper. El rugido de su orden
puso todas las manos a doble ritmo, asegurando el último de los barriles, los
hombres se apresuraron a guiar los ponis. La lucha desesperada para dejar la playa
ya estaba en marcha cuando él y George corrieron hasta el final de la línea, donde Kit
tendría que detenerse. Kit los vio esperando, las manos de Jack abiertas a los
costados, listo para coger la brida de Delia y calmar la yegua excitada.
Abruptamente, ella se detuvo a diez yardas de distancia, fuera de su alcance. Jack
maldijo y avanzó hacia ella.

Al instante, Kit tiró de Delia, haciendo que sus cascos negros se agitaran en el
aire. Cuando Jack se detuvo, dejó que Delia bajara, pero mantuvo las riendas buen
sujetas.

—Recaudadores. Sólo seis. ¡Alcanzarán el risco en cualquier momento! —Tenía


que gritar por encima del sonido de las olas. Jack asintió brevemente.

—¡Ve al este!
Si hubiese tenido alguna duda en cuanto a la naturaleza absoluta de la orden
que bramó, esta quedó disipada al ver su brazo apuntando hacia Brancaster. Pero Kit
vio que nunca lograrían desalojar la playa a tiempo; los soldados estaban demasiado
cerca.

Un grito en el viento atrajo todas las miradas hacía el risco. Los soldados venían
bajando por el risco, sus caballos se desplazaban por las dunas de arena.

Kit volvió a mirar a los contrabandistas. Los barcos se retiraba; los caballos
estaban casi listos para irse. Mathew había ido a buscar los caballos. En cinco
minutos se verían todos a salvo. Sus ojos se encontraron con los de Jack. Él leyó su
decisión en ese instante y trató de alcanzar las riendas. Kit se movió más rápido. Ella
hizo saltar súbitamente a Delia. Hacia el Oeste.

—¡Cristo! —George se unió a Jack, mirando horrorizado la figura cada vez más
pequeña de Kit— ¡No lo va a lograr!

—¡Lo hará! —Jack dijo con contundencia— ¡Tiene que hacerlo! —añadió, en voz
baja.

El celaje negro que era Kit abrazó la línea de las olas, tan lejos del acantilado
como era posible. Los soldados la vieron volar hacia ellos y le esperaron al pie del
acantilado. Cuando se hizo evidente que ella los pasaría de largo, con incertidumbre,
y a continuación, con un grito, se pusieron en marcha para interceptarla. Pero habían
juzgado mal la velocidad de Delia y ya era demasiado tarde.

Kit pasó por delante hacia Holme. Con gritos y maldiciones, la tropa cargó en su
persecución. Reprimiendo una maldición, Jack se volvió y rugió sus órdenes,
mandando a los hombres que se fueran. Pronto, él y George eran los únicos que
quedaban. Mathew llegó con los caballos; montando, Jack gritó:

—Ella tendrá que ir tierra adentro antes de Holme.

Entonces espoleó a Champion. Jack se inclinó sobre el cuello de Champion,


poniendo al rucio a un paso endemoniado, tratando, sobre los latidos de su corazón,
de evaluar la situación. ¿Había Kit dado el aviso de ellos a los de Aduana, pero
cambió de opinión en el último minuto?

El pensamiento se enroscó en él, una serpiente envenenada sembró la semilla


de la duda. Se sacudió abruptamente esa idea. Kit había atraído a los Oficiales a sus
propias expensas y ahora estaba en peligro considerable. Se concentraría en salvar el
su pellejo satinado en primer lugar; conocer la verdad podría venir después.

Jack obligó a su mente a ajustarse a ese plan. Kit no estaba bien versada en la
búsqueda y la evasión; por otra parte, Delia era lo más rápido sobre cuatro patas de
este lado del canal. Pero Holme, en su rocoso promontorio que bloqueaba la playa,
estaba cerca; La playa terminaría antes de que Kit pudiera perder a la tropa. Tendría
que ir al interior, a los campos o dirigirse a la costa oeste. La llovizna se intensificó.
Jack dio la bienvenida a los golpes de la lluvia sobre su rostro. Él maldijo,
volublemente, completamente, con el estómago apretado el frío de la fatalidad se
instaló en sus venas. Habían empezado muy por detrás de los soldados. Cuando
avistaron el promontorio, estaba desierta la playa entre ellos. Jack cabalgó hacia
donde un sendero muy gastado del acantilado conducía a la playa. Él tiró de las
riendas donde el camino se estrechó vio por el acantilado. La arena estaba profunda
y recientemente revuelta y. Jack sacó su pistola e hizo una señal a George y Mathew
antes de guiar a Champion en silencio por el sendero. No había nadie en la parte
superior. Jack desmontó y estudió el suelo; George y Mathew cabalgaron en amplios
arcos.

—Por aquí —George llamó en voz baja—. Parece toda la tropa.

Jack volvió a montar y dirigió a Champion para ver el árido tramo del sendero
que conducía al oeste. Cuando levantó la cabeza, su expresión era sombría. Kit había
llevado a sus perseguidores tan lejos como era posible del área de operaciones de la
pandilla Hunstanton. Ella había tomado por la playa norte de Hunstanton, para
dirigirse hacia el sur a lo largo de las amplias extensiones de arena pálida a un ritmo
que los soldados nunca podrían igualar. Sin duda, pensó en llegar a los acantilados en
algún lugar cerca de Heacham o Snettisham, para desaparecer en los campos y
matorrales de la finca Cranmer.
Era un buen plan, estuvo de acuerdo. Sólo había un inconveniente. Con su
sensación de fatalidad pulsando oscuramente sobre él, Jack oró para que, por
primera vez en su vida, su premonición fuera un error. Sin decir una palabra, espoleó
a Champion.

***

A lo lejos, en las franjas pálidas de arena bañadas por las olas del Wash, Kit
abrazó el cuello de Delia y voló con el viento. Una vez que ella había estado segura
de que los soldados le habían seguido, había controlado su paso, conteniéndolo para
permanecer a la vista, manteniéndolos en su propósito de perseguir su balanceante
figura siempre frente a ellos. Había subido a lo alto del acantilado cerca de Holme,
permitiéndoles acercarse suficientemente como para verla con claridad. Al igual que
unos perritos obedientes, la habían seguido, con sus narices pegadas a su rastro
mientras que los había llevado a la playa por encima de Hunstanton. Ahora que
estaban demasiado lejos de Brancaster como para darle problemas a Jack y su
tripulación, ella tenía la intención de perderlos y dirigirse a la seguridad de su hogar.

El paso largo de Delia comió, prácticamente, las millas. Kit vio las depresiones del
sendero hacia Heacham justo por delante. Refrenó a Delia y miró hacia atrás.

No había ninguna señal de sus perseguidores.

Kit echó hacia atrás la cabeza y se rió, con la euforia bombeando a través de sus
venas. Su risa hizo eco de vuelta de los acantilados, sorprendiéndola en el silencio.
Aquí en la cala, las olas eran primas mucho más suaves de las olas que golpeaban la
costa norte. Todo estaba relativamente silencioso, relativamente tranquilo.
Sacudiendo un escalofrío de aprensión, Kit dirigió a Delia hacia el camino de
Heacham. Casi había alcanzado el camino cuando una horda de jinetes salió de la
espesura, vertiéndose sobre el acantilado, otro grupo de hombres de Aduana, dando
órdenes que apenas oyó. Un chorro de fuego brilló en la noche.
Un dolor punzante atravesó el hombro izquierdo de Kit.

Delia se encabritó. Instintivamente, Kit la obligó a ir al sur. La yegua corrió


directamente al galope con la rienda floja, alargando su paso, viajando rápidamente
más allá del alcance de las armas. Los Recaudadores aullaban en su persecución.

Kit estaba sorda a su ruido.

Con gesto adusto, ella se aferró, entrelazando los dedos en la melena de Delia, el
pelo negro fibroso golpeaba su mejilla mientras ella apoyaba la cabeza en el cuello
brillante. Los cascos de Delia golpeaban la arena, llevándola al sur.

***

Jack, George, y Mathew se encontraron con la pequeña tropa de soldados en la


playa al sur de Hunstanton. Los oficiales habían abandonado la desigual persecución.
Se arremolinaron, descontentos y decepcionados, luego volvieron a formarse y se
dirigieron al camino desde la playa. Oculto en las sombras del acantilado, Jack dejó
escapar un suspiro de alivio. Escuchó un disparo, haciendo eco de manera
inquietante sobre el agua.

La sangre de Jack se heló. En voz baja, juró. Kit había sido herida, él estaba
seguro de ello. La tropa también oyó el disparo. En lugar de dirigirse a casa, giraron y
galoparon a lo largo de las arenas. Una vez que ellos se adelantaron lo suficiente,
Jack dio la señal de seguir.

***
Luchando contra el desmayo y una neblina blanca de dolor, Kit se esforzó por
concentrarse en lo que debía hacer. La agonía caliente en su hombro estaba
drenando su fuerza. Si se quedaba en la arena, Delia continuaría hasta que ella se
cayera de la silla de montar. Como cada paso de la yegua empujaba miles de agujas
de fuego a su hombro, esto no se retrasaría mucho más. Y entonces los
Recaudadores la atraparían.

Con la imagen de Spencer en su mente; Kit apretó los dientes. Tenía que salir de
la playa. Como en respuesta a su oración, la pequeña senda que conducía hasta los
acantilados de Snettisham apareció ante ella. Jadeando por el esfuerzo, Kit volvió a
Delia hacia la abertura estrecha. La yegua tomó la subida sin necesidad de que la
guiara.

Olas de oscuridad fría la llenaron; Kit peleó contra ellas. Cabalgó con las rodillas
y las manos, con las riendas colgando inútilmente sobre el cuello de Delia. Era todo lo
que Kit podría hacer para discernir la dirección de las canteras y orientar a Delia
hacia ellas.

En su estela, sus perseguidores se acercaban, ruidosamente clamando por su


sangre, todos aullando su entusiasmo.

Una niebla la envolvió fríamente. Kit abrazó el cuello brillante de Delia, su mejilla
contra la piel húmeda y tibia. Apartó su bufanda lejos de los labios secos y se esforzó
por respirar. Incluso eso dolía.

La boca de las canteras surgió de la oscuridad. Obediente a su débil tirón, Delia


comenzó a ir más lento. Con el uso de las rodillas, Kit guió a la yegua en las canteras.
Si pudiera descansar por un tiempo y reunir sus fuerzas, podría seguir, Cranmer no
estaba muy lejos.

Delia caminaba entre las rocas desordenadas, los cascos amortiguados por la
hierba que cubría las sendas en desuso. La mejilla de Kit subía y bajaba con cada
zancada. Había negrura a su alrededor, fría y profunda, vacía y sin dolor. Podía sentir
que la envolvía. Kit se centró en el negro brillante de la piel de Delia. El negro se
precipitó dentro y llenó sus sentidos. La oscuridad la envolvió. Negro.

***

La escena que Jack, George, y Mathew finalmente vieron fue absurda. La tropa
de oficiales se había mantenido galopando por la playa hasta llegar el camino de
Heacham, entonces había subido a la cima del acantilado y continuaron hacia el sur;
ellos la habían seguido en silencio. El ruido que emana de Snettisham los llevó a
alejarse y entrar en el pequeño pueblo por el este, manteniéndose a cubierta.

El lugar estaba alborotado. Habían despertado a los aldeanos y los sacaron de


sus casas; una gran tropa de Recaudadores estaba buscando en las edificaciones.

Jack, George y Mathew estaban sentados en sus monturas viendo con


incredulidad. Una mirada fue suficiente para convencerlos que Kit y Delia no estaban
presentes. Con un bufido despectivo, Jack movió a Champion. Se retiraron a un
montarral en sombras separados por un campo de la actividad en torno a
Snettisham.

George colocó su yegua castaña al lado de Champion.

—Ella debe haberse escapado.

Jack se quedó quieto y trató de creer, esperando por la explicación para


desbloquear el cerco que el miedo había sujetado alrededor de su corazón. Por
último, suspiró.

—Posiblemente. Ustedes dos váyanse a casa. Voy a comprobar si ella volvió a


Cranmer.

George sacudió la cabeza.


—No. Nos quedamos contigo hasta que todo esté bien. ¿Cómo quieres hacer
para averiguar si ella ya está dentro?

—Hay una manera revisando en los establos. Si Delia está allí, Kit está en casa.

El recuerdo de la forma en que la yegua se había quedado con Kit cuando la


había derribado en la arena hacía muchas noches era tranquilizador.

—Delia no dejaría a Kit.

George gruñó, girando su caballo hacia Cranmer Hall.

Alcanzar los establos no fue ningún problema; averiguar la presencia de Delia en


la oscuridad llevó mucho más tiempo. Veinte minutos después de que él los había
dejado, Jack se reunió con George y Mathew fuera del establo en el prado, su rostro
sombrío diciéndoles sus noticias.

—¿No está? —preguntó George.

Jack negó con la cabeza.

—¿Crees que le habrán disparado? —fue Mathew, lúgubre como siempre, que
puso sus pensamientos en palabras.

Jack respiró tenso, luego dejó escapar un breve suspiro.

—Sí. Si no fuera así, estaría aquí.

—Ella les perdió en Snettisham, por lo que presumiblemente está en algún lugar
entre allí y aquí.

George saltó cuando Jack le golpeó el hombro.

—¡Eso es! —Dijo Jack entre dientes—. Las canteras Snettisham. Ahí es donde
ella se habrá caído a tierra.
Cuando subían a sus monturas, George hizo una mueca. Las canteras Snettisham
eran enormes, excavaciones nuevas entrelazadas con viejas. Ni él ni Jack las conocían
bien; Snettisham estaba demasiado lejos del castillo de Hendon por lo cual no había
sido uno de sus sitios de juego. No así para los Cranmers; Snettisham estaba en su
puerta. Encontrar a una Cranmer herida en las canteras se iba a tomar su tiempo, y
tiempo era lo que podría no tener Kit.

George no había contado con Champion. Volvieron a Snettisham para encontrar


que la tropa se había ido y que el pueblo estaba tranquilo. En la desembocadura de
las canteras, Jack dejó ir a Champion por sí solo. El gran rucio se puso en camino,
deteniéndose de vez en cuando para olfatear el aire. George se admiró por la
paciencia de Jack, y luego alcanzó a ver su rostro. Jack estaba hermético, más tenso y
sombrío de lo que George le había visto nunca.

Champion les llevó profundamente hacia una sección de viejas excavaciones. De


repente, el semental se impulsó. Jack tiró de las riendas, sujetando al rucio.
Deslizándose a la tierra, Jack calmó la gran bestia e indicó a George y Mathew que
desmontaran. Desconcertados, lo hicieron, entonces se oyó el murmullo procedente
de cerca de la curva del sendero.

Mathew tomó los caballos, señalando con la cabeza en silencio en dirección de


Jack para amordazar a Champion. George siguió a Jack a la curva del sendero.

Con su pistola de la silla de montar en una mano, Jack se detuvo a la sombra de


una roca inclinándose hacia adelante hasta que pudo ver el siguiente tramo. A la luz
de la luna plateaba vio los hombros encorvados del sargento Tonkin, caminando
lentamente, con los ojos en el suelo, y su montura deambulando
desinteresadamente detrás de él.

—Juro que le di. No puedo haberme equivocado. Debo haberlo rozado al menos.

Murmurando, Tonkin siguió el trayecto. Una gran abertura a un lado le llamó la


atención. De pronto se detuvo y desapareció murmurando a través de él.

Jack y George se deslizaron en silencio a su paso.


Un claro se extendía ante ellos. En el otro extremo, la entrada de un viejo túnel
surgió como la boca del infierno. Delante de ella, tan negra como la sombra más
negra, estaba Delia, la cabeza levantada, las orejas tiesas. A los pies de Delia yacía
una forma esparramada, extendida y en silencio.

—¡Lo sabía! —graznó Tonkin.

Él dejó caer las riendas y corrió hacia adelante. Delia se asustó; Tonkin agitó las
manos para protegerse del animal asustadizo. Alcanzando la quieta figura, cogió el
viejo tricornio y se lo quitó.

La luz de la luna jugueteo en la cara pálida, aureolado de rizos rojos.

Tonkin la miró fijamente.

—¡Bueno, que me condenen!

Con eso, se deslizó en un pacífico olvido, cayendo insensibilizado por el impacto


de la culata de la pistola de Jack en la parte posterior de su cráneo.

Jurando, Jack empujó a Tonkin a un lado y cayó de rodillas al lado de Kit. Con los
dedos temblando, buscó el pulso en su garganta. El ritmo estaba allí, débil pero
constante. Jack soltó una respiración entrecortada. Brevemente, cerró los ojos, los
abrió cuando George se arrodilló al otro lado de Kit. Estaba tumbada boca abajo; con
la ayuda de George, Jack le volvió sobre su espalda.

—¡Cristo! —George palideció. El frente de la camisa de Kit estaba empapado en


sangre. El agujero en el hombro todavía sangraba lentamente.

Jack apretó los dientes contra el frío que se apoderaba de él; como unos dedos
fríos que apretaban su corazón. Su cara era una máscara de piedra cuando separó el
abrigo de Kit de la herida, luchando para superar su conmoción y responder
profesionalmente. Había atendido soldados heridos con suficiente frecuencia; la
herida era grave, pero no necesariamente fatal. Sin embargo, la bala se había alojado
profundamente en la carne blanda de Kit. Jack se volteó para hablarle a Mathew.
—Ve por el Dr. Thrushborne. No me importa lo que tengas que hacer, pero
consigue que llegue a Cranmer Hall lo más rápido posible.

Mathew gruñó y se fue.

Jack y George trataron de taponar la herida, rellenándola con las mangas


arrancadas de sus camisas y asegurándola con sus pañuelos. Kit ya había perdido una
cantidad peligrosa de sangre.

—¿Ahora qué? —George se sentó sobre los talones.

—La llevaremos a Cranmer. En Thrushborne se puede confiar.

Jack se levantó y tronó sus dedos para llamar a Delia. La yegua vaciló, luego se
acercó lentamente.

—Voy a tener que decirle a Spencer la verdad.

—¿Toda la verdad? —George puso en pie—. ¿Es eso prudente?

Jack se frotó la frente con un puño y trató de pensar.

—Probablemente no. Le diré solo lo que tenga que saber. Lo suficiente como
para explicar las cosas.

Ató las riendas de Delia a la silla de Champion.

—¿Qué hay de Tonkin? Vio demasiado.

Jack lanzó una mirada malévola al cuerpo inanimado del sargento.

—Por mucho que me gustaría sacarlo de esta tierra, su desaparición causaría


demasiadas consecuencias —. Con su mandíbula apretada dijo—: Vamos a tener que
convencerlo de que estaba equivocado.

George no dijo nada más; agachándose, levantó a Kit en sus brazos.


Jack se subió a la silla de Champion, a continuación, se inclinó hacia abajo, tomó
el cuerpo inerte de Kit de los brazos de George. Con cuidado, la acunó contra su
pecho, poniendo la cabeza de ella en su hombro. Miró a George, tenía un gesto de
preocupación en su rostro.

—Voy a necesitar que vayas a Cranmer. Después de eso, será mejor irte a casa.

Una débil y cansada sonrisa, una parodia de la efervescencia habitual del Capitán
Jack, se mostró a través de su preocupación, entonces se desvaneció.

—Tengo suficiente para responder sin tener que agregarte a la cuenta.


Capítulo 22

El viaje a Cranmer Hall fue las dos millas más largas que Jack había viajado
nunca. Kit permaneció inconsciente, algo que agradecer . Tenerla gravemente herida
era bastante malo; verse obligado a observarla soportar el dolor habría sido una
tortura. Su culpa era profunda, aumentando con cada paso que Champion tomaba.
Su temor por Kit era mucho peor, arrastrándose en su mente, amenazando con
nublar su razón por la negra desesperación que sentía.

Al menos ahora sabía que ella no los había traicionado. Si Tonkin hubiera
recibido noticias de que su gran banda estaba corriendo un cargamento esa noche,
toda la Oficina Hunstanton habría estado en las playas del norte. En su lugar, parecía
que había puesto una pequeña tropa para patrullar el área de su obsesión. Habían
tenido mucha suerte.

Cranmer Hall surgió de la oscuridad. El hogar donde Kit dormía en medio de


jardines oscuros, pacíficamente y segura. Jack se detuvo antes los escalones de la
entrada. Con Kit en sus brazos, se deslizó de la silla de montar. George ató su yegua
castaña a un arbusto del jardín, y luego se apresuró a coger las riendas de Champion.

—Una vez que yo esté adentro, llévalo a los establos antes de irte.

George asintió y se llevó el rucio a un lado. Jack subió los escalones, esperó ante
las pesadas puertas de roble a George. Cuando lo hizo, Jack, con el rostro impasible,
señaló con la cabeza el gran llamador de bronce en el centro de la puerta.

—¡Despiértalos!
George asintió y lo hizo . El golpeteo trajo pasos que se apresuraban. Los pernos
fueron retirados; las pesadas puertas se abrieron hacia dentro. George se fundió en
las sombras en la parte inferior de la escalera. Jack se dirigió con valentía hacia el
umbral.

—Su señora ha tenido un accidente —Jack buscó los cuatro rostros sorprendidos
de los hombres delante de él, se decidió por el más antiguo y más digno que debía
ser el mejor candidato para ser el mayordomo de Cranmer.

—Soy Lord Hendon. Llame a Lord Cranmer inmediatamente. Dígale que su nieta
ha sido herida. Voy a explicarle en cuanto le haya llevado al piso de arriba. ¿Cuál es
su habitación?

Durante este intercambio, se dirigió con confianza hacia las escaleras. Volviendo
hacia atrás, levantando las cejas con impaciencia, rezó por que el mayordomo se
mantuviera fiel a su profesión y no entrara en pánico.

Jenkins hizo frente al desafío.

—Sí, milord —Respiró profundamente—. Henry aquí le mostrará la habitación


de la señorita Kathryn. Voy a enviar a su doncella de inmediato.

Jack asintió, aliviado de no tener que lidiar con sirvientes titubeantes.

—He enviado a uno de mis hombres por el Dr. Thrushborne. Él debe llegar
pronto.

Él empezó a subir las escaleras, Henry corriendo por delante, sosteniendo un


candelabro en alto para iluminar el camino.

Jenkins continuó.

—Muy bien, milord. Voy a tener uno de los hombres de guardia afuera.
Informaré al Señor Cranmer del asunto directamente.
Jack asintió y siguió a Henry por un pasillo oscuro y profundo en una de las alas.
El criado se detuvo por una puerta cerca de su extremo y la abrió a todo lo ancho.

Preocupado por la humedad fría de la ropa de Kit, los ojos de Jack fueron
inmediatamente a la chimenea.

—Avive el fuego. Tan rápido como sea posible.

—Sí, milord. —Henry se inclinó para la tarea.

Jack se acercó a la cama con dosel. De rodillas sobre la colcha blanca, colocó
suavemente sobre ella a Kit, sacando con cuidado los brazos de debajo de ella,
entonces le acomodó las almohadas debajo de su cabeza, tirando de la almohada
para amortiguar su hombro lesionado. Luego dio un paso atrás. Y trató de mantener
sus pensamientos a raya.

Había experimentado la guerra de primera mano; casi había perecido dos veces.
Pero el temor que amenazaba con apoderarse de él ahora estaba más allá de lo que
previamente había sentido. La idea de que Kit pudiera no sobrevivir la expulsó de su
mente; era una posibilidad a la que no podía hacer frente. Arrojó una respiración
inestable, luchó para enfocar su mente en el aquí y ahora, en las tareas
inmediatamente ante él. Las próximas horas serían cruciales. Kit tenía que vivir. Y
tenía que ser protegida de las consecuencias de sus acciones. Lo primero era lo
primero. Tenía que quitarle la ropa mojada.

Jack se volvió a estudiar la obra de Henry. El fuego ardía en la chimenea,


arrojando luz y el calor en la habitación.

—Bueno. Ahora vaya a sacudir a la mucama para que despierte.

Los ojos de Henry se agrandaros.

—¿Elmina?

Jack frunció el ceño.


–La criada de la señorita Kathryn.

Inclinó la cabeza en un despido cortante, preguntándose qué le pasaba a Elmina.

Henry salivó y pareció dudar, pero se fue.

Jack se paseaba delante del fuego, frotándose los brazos. Cuando Elmina no se
materializó, juró y regresó al lado de Kit. Con cuidado, desató su vendaje
improvisado. La herida había dejado de sangrar. Comenzó la difícil tarea de quitar a
Kit la ropa mojada.

Le había quitado el abrigo y fue a tientas hacia los lazos de su camisa cuando la
puerta se abrió y cerró. Pasos rápidos y faldas con rigidez silbante se acercaron.

—¡Mon Dieu! ¡Ma pauvre petite! ¿Qu'est ce qui s'est passé?

Jack parpadeo en el torrente de francés que le siguió de inmediato. Se quedó


mirando a la pequeña mujer de pelo oscuro que apareció en el otro lado de la cama
para apoyarse sobre Kit, poniendo una mano en su frente.

Entonces ella se dio cuenta de lo que él estaba haciendo y le golpeó


furiosamente en sus manos. Jack retrocedió ante el ataque feroz y sus palabras igual
de feroces. Mirando hacia el extremo de la cama, vio a dos criadas jóvenes que se
asoman con incertidumbre. Por sus miradas en blanco, Jack supuso que no podían
entender el francés. La arpía, presumiblemente Elmina, estaba dividiendo su tiempo
entre retorcer verbalmente sus manos sobre Kit y lanzar insultos contra él. Los que
pudo traducir como charlatán y canalla eran los menores de ellos.

Cuando Elmina se apresuró hacia él y trató de espantarlo de la habitación, Jack


entró en razón.

—¡Silencio! —Habló en perfecto francés —¡Cese los lamentos, mujer! Tenemos


que meterla en algo seco inmediatamente.

Jack se inclinó hacia atrás sobre Kit y comenzó en los cordones de nuevo. Su
idiomático francés había puesto a Elmina sobre los talones.
—Vamos a necesitar vendas y agua caliente. ¿Puede ocuparse de eso?

Su sarcasmo fue como un llamado de atención hacia Elmina. Ella expulsó un


fulminante soplo; Jack la miró y levantó una ceja imperiosamente. La mirada de
Elmina cayó a la figura inmóvil en la cama, luego se dio media vuelta y se dirigió a las
dos criadas.

—Ella, consiga todas las viejas sábanas que puedan encontrar. Pregúntele a la
señora Fogg. Emily vaya a la cocina y ponga a hervir agua. Y dígale a Cook que
prepare un poco de papilla.

—Ella no será capaz de comer —Jack negó con la cabeza—. No hasta que le
hallamos extraído la bala.

—¡Mon Dieu! ¿Todavía está allí?

Desatando la última cinta. Jack miró a los ojos negros de Elmina, trozos de carbón en
un rostro pálido por la ansiedad. A pesar de sus movimientos vivaces, ella era mucho
mayor de lo que esperaba. Y, a juzgar por su diatriba, infernalmente protectora de
Kit. ¿Cómo había escapado su gatito a esta gata maternal?

—Su señora tiene suerte de estar viva. Ella va a necesitar ayuda para sobrevivir.
Ahora ayúdeme a sacar la bala de allí.

Sacó el cuchillo afilado de su funda en la bota y rápidamente cortó la camisa.

—Acérquese a ella. Traiga la toalla con usted.

Recogiendo la pequeña toalla doblada sobre del lavabo de Kit, Elmina se


apresuró a obedecer. Jack liberó la herida de los pedazos desgarrados de camisa,
luego cubrió la carne herida con la toalla.

—Ayúdeme a sacarle esta manga.

Con la ayuda de Elmina, la manga fue retirada sin molestar la herida. Recogiendo
su cuchillo, Jack alcanzó el vendaje húmedo de Kit.
—¡Monsieur!

—¿Ahora qué? —Jack casi gruñó.

Los ojos de Elmina eran enormes orbes negros. Bajo la mirada de Jack, ella
apretó las manos con fuerza.

—Monsieur, no es apropiado que este aquí. Voy a cuidar de ella.

¿Apropiado? Jack cerró los ojos con frustración. Ni él ni Kit poseían un hueso
apropiado en sus cuerpos. Abrió los ojos.

—¡Maldición, mujer! He visto cada pulgada cuadrada de piel que su pauvre


petite posee. En este momento, estoy tratando de asegurarme de que ella viva. ¡Las
conveniencias no me importan!

Había hablado en inglés. Elmina tomó un par de segundos para entenderlo. Para
entonces, Jack había deslizado hábilmente el cuchillo entre los pechos de Kit y
cortado los vendajes.

El ¡Sacré Dieu! de Elmina fue un esfuerzo débil cuando, de mala gana, renunció a
su lucha. Murmurar referencias a la locura del inglés, y la escandalosa falta de
delicadeza que ciertos lores mostraban, le ocupó los próximos diez minutos.

El agua caliente y las vendas llegaron. Jack observó a Elmina limpiar la herida. Las
manos de la criada se mantuvieron estables, su toque seguro. Cuando el feo agujero
había sido limpiado, la ayudó a atar sobre él un fajo de tiras que habían desgarrado
de las sábanas. La respiración de Kit había mejorado, pero su tez pálida se había
mantenido alarmantemente.

Jack dejó a cargo de Elmina con instrucciones estrictas de llamarlo


inmediatamente si Kit recuperaba la conciencia o aparecía el Dr. Thrushborne. En el
pasillo fuera de la habitación de Kit, se dejó caer contra la pared y cerró los ojos. Por
un instante, la desesperación le abrumó, ver a Kit yaciendo muy quieta, con la piel
muy fría. Su respiración era el único signo de vida. Incluso si la herida no la mataba,
en su estado debilitado, una inflamación de los pulmones podría hacerlo.

Intentó imaginar su vida sin ella, y no pudo. De repente, abrió los ojos y se
apartó de la pared. Kit no estaba muerta aún. Si era capaz de luchar, estaría a su
lado. Con su cara como una tumba, Jack fue a enfrentarse a Spencer.

Jenkins estaba esperando en la parte superior de la escalera.

—Lord Cranmer está en su cámara, milord. ¿Si me sigue?

Una sonrisa cansada torció los labios de Jack. El enunciado formal, parecía fuera
de lugar. Sospechaba que parecía un gitano de mala reputación. Y él estaba en
camino a decirle a uno de los amigos más cercanos de su padre que él había
seducido a su nieta.

La cámara de Spencer estaba en el ala opuesta. Jenkins golpeó, y luego mantuvo


la puerta abierta. Jack respiró profundamente y entró.

La oscuridad estaba disipada por una sola lámpara, situada en una mesa en el
centro de la gran sala. A la luz incierta, Jack vio al hombre que había conocido en los
meses de King Lynn. Envuelto en una bata, Spencer estaba sentado en un sillón. La
melena de cabello blanco era la misma; las cejas hirsutas que sobresalían por sus
ojos hundidos no habían cambiado. Pero la ansiedad en los ojos claros era nueva,
grabando líneas sobre los labios firmes, profundizando las sombras en las mejillas
hundidas. El poder de la mirada de Spencer, detuvo a Jack dentro del área de la luz
de la lámpara, consciente de que el hombre mayor había mirado su atuendo de
manera extraña. De pronto, Spencer levantó una mano y despidió al pequeño
hombre que revoloteaba a su lado.

Cuando la puerta se cerró, Spencer levantó la barbilla agresivamente.

—¿Bien? ¿Qué tienen que ver Kathryn y usted? ¿Qué han estado haciendo?
Sintiendo como si se enfrentara a un consejo de guerra, Jack atajó su arrogancia
natural y respondió simple y llanamente.

—Me temo que Kit y yo nos hemos vuelto bastante más cercanos de lo que es
aceptable. En pocas palabras, le seduje. El único hecho que puedo proferir en mi
defensa es que no sabía en ese momento que era su nieta.

—¿Usted no reconoció el colorido que nos distingue? —Spencer resopló con


incredulidad.

Jack inclinó la cabeza.

—Yo sabía que era una Cranmer, pero.. —Se encogió de hombros—. Había otras
posibilidades.

—Le llevó a creer que ella era algo que no es, ¿verdad? —La mirada de Spencer
era aguda.

Jack vaciló.

—Lo mejor que puede hacer es contarme todo el asunto —declaró Spencer—.
No voy desmayarme de la impresión. Le dijo que era ilegítima, ¿verdad?

Jack hizo una mueca, recordando la primera noche, hacía tanto tiempo.

—Digamos que cuando expresé mi suposición, ella no me corrigió. No había


esperado que su nieta montara a caballo en el campo sola por la noche en
pantalones.

Spencer suspiró profundamente. Poco a poco, su cabeza se hundió. Durante un


largo momento, se quedó mirando al espacio, a continuación, en una voz ronca,
murmuró,

—Mi culpa no se puede negar. Nunca debí dejar que creciera tan
condenadamente salvaje.
Pasaron los minutos; Spencer parecía hundido en la oscuridad abstraída. Jack
esperó, sin saber qué pasaba por la mente del anciano. Entonces Spencer sacudió la
cabeza y lo miró directamente a los ojos.

—No tiene sentido que se lamente sobre la historia pasada. Usted dice que la
sedujo. ¿Qué es lo que va a hacer al respecto, gallito?

Los labios de Jack se retorcieron irónicamente.

—Me casaré con ella, por supuesto.

—¡Por supuesto que lo hará! —Los astutos ojos de Spencer se estrecharon—


¿Crees que disfrutarás estar casado con un gato salvaje?

Brevemente, Jack sonrió.

—Estoy deseándolo.

Spencer resopló y le hizo un gesto a una silla.

—Usted no parece excesivamente molesto por las cartas que le tocaron. Pero
Jenkins dijo algo acerca de que Kit está herida. ¿Qué ha pasado?

Jack sacó un sillón a la mesa y se sentó, era el momento de montar los


elementos esenciales de su historia.

—Kit y yo nos hemos reunido por la noche en el antiguo chalet de pesca en el


límite norte de mi tierra.

Spencer asintió.

—Sí. Lo conozco. Yo solía salir a pescar con su padre desde allí.

—Yo me dirigía allí esta noche cuando oí una conmoción. Disparos y jinetes. Fui
a investigar. Desde los acantilados vi una persecución en la arenas de Recaudadores
detrás de un jinete. Sólo que el jinete era Kit.
—¿Le dispararon? —La incrédula pregunta de Spencer flotó en el aire. La rigidez
repentina en su gran cuerpo fue alarmante.

—Ella está bien —Jack se apresuró a tranquilizarlo—. Tiene alojada la bala en el


hombro izquierdo, pero muy arriba para ser fatal. He enviado por Thrushborne. Él la
sacará, y ella estará bien. —Jack rogó que fuera cierto.

—¡Les arrancaré la piel! ¡Voy a verles columpiarse en sus propios patíbulos! Voy
a… —Spencer se paralizó, con el rostro color púrpura de rabia.

—Más bien creo que deberíamos andar con cautela, señor. —El tono tranquilo
de Jack tuvo el efecto deseado.

Spencer se volvió hacia él.

—Dios ¿quiere decir que usted dejará que los hijos de puta se salgan con la suya
poniéndole un maldito agujero a su futura esposa? —los ojos salvajes de Spencer lo
retaron a confesar tal debilidad.

—¡Ah, pero ese es justamente el punto! —Jack sostuvo la mirada de Spencer—.


Ellos no sabían que le disparaban a mi futura esposa.

El silencio que siguió fue roto por un crujido cuando Spencer se dejó caer en su
silla. Jack examinó sus manos.

—Después de todo, yo preferiría que las autoridades no fueron informadas de


que mi futura esposa monta salvaje por la noche vestida para todo el mundo como
un hombre.

Eventualmente, Spencer suspiró profundamente.

—Muy bien. Manéjelo a su manera. Dios sabe, nunca he sido bueno en tirar con
fuerza las riendas de Kit. Quizá usted tendrá más éxito.

Recordando que no había tenido éxito en retirar al joven Kit como había
planeado, Jack no estaba demasiado confiado en ese punto.
—Hay una complicación.

La cabeza de Spencer se acercó, recordando a Jack la fuerza de un toro viejo a


punto de cargar.

—Tonkin, el sargento de Hunstanton, vio a Kit sin el sombrero y la bufanda que


utiliza para ocultar su rostro. Le dio una buena mirada a ella antes de que yo lo
privara del conocimiento. Cuando vuelva en sí, va a estar por aquí tan rápido como le
sea posible.

La expresión del rostro de Spencer sugirió que le gustaría encerrar a Tonkin en


un calabozo y acabar con eso. De mala gana, le preguntó:

—Entonces, ¿qué hacemos?

—Él va a venir a hacer preguntas, queriendo ver a Kit. La última persona que va a
esperar ver aquí seré yo. Él necesita mi permiso para ir más allá de las preguntas. Le
diremos la historia de que tuvimos una cena aquí esta noche, con usted y su nieta,
una fiesta muy privada de nuestro compromiso. Me quedé hasta muy tarde,
discutiendo los acuerdos con Kit y usted. Su salud es incierta, por lo que la boda será
un evento sencillo que tendrá lugar tan pronto como sea posible.

La expresión de Spencer se volvió sombría, pero no dijo nada.

—Mañana por la mañana llamaré pronto para verle a solas, para discutir los
arreglos —Jack continuó—: Esa es mi razón de estar aquí cuando llegue Tonkin.

—¿Y si insiste en ver a Kit?

—Dudo que insista, no si yo estoy aquí. Pero si lo hace, Kit se habrá ido a visitar a
los Gresham, para decirle a su amiga Amy la noticia.

Spencer asintió lentamente, dándole vueltas al plan. La puerta se abrió y entró


Jenkins.

—El Dr. Thrushborne ha llegado, milord. Está pidiendo ver a Lord Hendon.
Jack se levantó. Spencer comenzó a levantarse con evidente dificultad; Jack le
hizo una seña para que permaneciera sentado.

—Kit está inconsciente de momento, no hay nada que pueda hacer.

A medida que Spencer se dejaba caer, murmuraba en voz baja. Jack añadió:

—Regresaré y le contaré lo que diga Thrushborne.

Con su cara pálida, los labios apretados, Spencer asintió. Jack le devolvió el
gesto, y luego se dirigió de nuevo a la cámara de kit.

¡Dios, permite que viva!

Decirle a Spencer había sido bastante malo; él había compartido una cierta parte
de la culpa por lo indisciplinado de Kit. Pero Jack no podía excusar su propia
conducta; que debería haber actuado antes, con más decisión, de manera más eficaz.
Tendría que haber cuidado mejor de ella. Al menos Thrushborne estaba aquí. Había
estado tratando Hendons y Cranmers durante décadas. Podía convencerlo de no
hablar. Hasta aquí todo bien. Pero había un largo camino por recorrer antes de que
estuvieran fuera de peligro. Jack entró en el cuarto de Kit sin llamar. Un pequeño
torbellino negro descendió sobre él.

—¡Afuera! ¡Monsieur no le necesitamos! Usted solo entorpecerá...

—Elmina, deténgase. Yo pedí que llamaran a Lord Hendon.

Los tonos suaves del Dr. Thrushborne paralizaron a Elmina que quedó
obstaculizando el paso. Jack la hizo a un lado. Thrushborne se limpiaba las manos con
una toalla limpia. Más allá, sus instrumentos estaban expuestos en un cuadro sobre
la cama. Thrushborne saludó a Jack. Volteó a ver cuerpo inmóvil de Kit y levantó una
ceja interrogante.

—¿Deduzco que conoce bastante bien a esta señora?

Jack no se molestó en contestar.


—¿Ella va a vivir?

Era la única pregunta en que estaba interesado. Las cejas de Thrushborne


aumentaron.

—Oh sí. Eso debería esperarse. Ella es una mujer joven y sana, como ya sin duda
lo sabe. Se recuperará lo suficientemente bien, una vez que tengamos el trozo de
metal fuera del cuerpo.

Jack sospechaba que Thrushborne estaba disfrutando. No era frecuente que


tuviera a un Hendon a su merced. Pero Jack no podía quitar su mirada de la figura
inmóvil en la cama. Para él no importaba nada ni nadie, sólo ella.

Thrushborne se aclaró la garganta.

—Le necesito para sostenerla mientras extraigo la bala. Está casi inconsciente,
pero no quiero darle un sedante todavía.

Jack asintió, preparando sus nervios para la próxima prueba. Él obedeció las
órdenes de Thrushborne implícitamente, tratando de no aplastar a Kit mientras
sostenía su hombro derecho y se apoyaba en su brazo izquierdo para inmovilizarla.
Cuando las pinzas del médico sondearon profundamente, ella se quedó sin aliento y
luchó, furiosamente tratando de alejarse. Sus gemidos trituraron los nervios de Jack.
Cuando las lágrimas corrieron bajo los párpados cerrados de ella y un sollozo se le
escapó, a él se le hizo un nudo en el estómago. Apretando los dientes, Jack recorrió
mentalmente todas las maldiciones que había aprendido y se concentró en obedecer
órdenes.

Elmina se mantenía a su lado, murmurando con dulzura, sosteniendo la cabeza


de Kit durante lo peor, bañando su frente con agua de lavanda. Por lo que Jack podía
decir, Kit estaba ajena a todos, menos al dolor. Por último, Thrushborne enderezó,
mostrando sus pinzas.

—¡La tengo! —sonrió, luego, dejando caer las pinzas en un cuenco, dio su
atención a restañar la sangre, que fluía libremente de nuevo.
Cuando Kit fue vendada y dosificada con láudano, Jack se sintió mareado y débil.
A punto de salir, Thrushborne se volvió hacia él.

—¿Supongo que no he tenido que ver en absoluto con la señorita Kathryn?

Recuperando su conciencia, Jack negó con la cabeza.

—No. Usted fue llamado para ver a Spencer.

El médico frunció el ceño.

—Mi ama de llaves vio a su sirviente cuándo vino por mí, ¿por qué fue eso?

—Yo estaba aquí cuando Spencer se pasó mal y envié a Mathew, en lugar de uno
de los empleados de Cranmer.

Thrushborne asintió enérgicamente.

—Voy a volver de nuevo en la mañana a ver a Spencer.

Con una cansada pero agradecida media sonrisa, Jack le dio la mano.
Thrushborne partió; Elmina siguió, recogiendo los trapos ensangrentados para ser
quemados. A solas con Kit, Jack se estiró, aliviando la espalda adolorida. Tendría que
ver a Spencer y asegurarse de que los empleados, tanto aquí como en el castillo de
Hendon, comprendieran su historia lo suficientemente bien para actuar sus roles. No
dudaba de que lo hicieran. Los Hendons y Cranmers eran servidos por los locales
cuyas familias vivían y trabajaban en las haciendas; todos se unirían a la causa.

A Tonkin le tenían aversión todos los que le conocían; los Recaudadores, en


general, no eran favoritos de nadie. Con cuidado y previsión, todo estaría bien. Con
un largo suspiro, Jack se volvió a la cama.

Kit estaba estirada remilgadamente, no provocativamente tumbada como


estaba acostumbrado a verla. Pasaría algún tiempo antes de que pudiera verla de esa
forma nuevamente ¿Cuánto tiempo? Tres semanas, ¿tal vez cuatro? Jack consideró
la espera, y a fuerza de pura determinación frenó el pensamiento sobre la posibilidad
de que él nunca pudiera verla así de nuevo. Viviría, tenía que hacerlo. No podría vivir
sin ella.

El espacio al lado de ella era de lo más tentador, pero Spencer estaba esperando,
y Elmina pronto volvería. Con un suspiro desgarrador, Jack bajó la vista hacia su
belleza silenciosa. Su pecho subía y bajaba por debajo de la sábana, su respiración
era poco profunda pero constante. Jack extendió una mano para cepillar un rizo
sedoso de la frente lisa, luego se inclinó para besarla suavemente en sus pálidos
labios.

Él se empujó a sí mismo a retirarse. Elmina había dicho que cuidaría de Kit por lo
que quedaba de la noche, y Spencer seguía esperando.

***

—El Sargento Tonkin, mi señor. —Jenkins sostuvo la puerta de la biblioteca


abierta, con una expresión de condescendencia arrogante en su rostro.

Pasando por el umbral, el sargento Tonkin vaciló, con su sombrero de servicio


apretado en sus manos. Espiando a Spencer detrás de la mesa, Tonkin se dirigió en
esa dirección, con paso firme y confiado. Spencer le vio acercarse, con una expresión
de aburrida calma en sus rasgos aristocráticos. Desde un sillón, a mitad de camino en
la larga habitación, Jack estudió la cara de Tonkin. El sargento no lo había visto, así
estaba de centrado en su objetivo. Un aire de suficiencia beligerante colgaba de
Tonkin cuando se detuvo en la alfombra antes de la mesa y saludó.

—Milord —comenzó Tonkin—. Me pregunto si podría hablar con la señorita


Cranmer, señor.

Las cejas hirsutas de Spencer bajaron.

—¿Con mi nieta? ¿Para qué?


La pregunta ladrada en forma tan directa, hizo abrir y cerrar los ojos de Tonkin.
Él cambió su peso.

—Tenemos razones para creer, mi señor, que la señorita Cranmer podría ser
capaz de ayudarnos con nuestras investigaciones.

—¿Cómo diablos cree que Kathryn podría saber de alguno de sus asuntos?

Tonkin se puso rígido. Le lanzó a Spencer una rápida mirada, y a continuación,


sacó el pecho.

—Algunos de mis hombres estaban persiguiendo a un líder de contrabandistas


anoche —afirmó en un tono portentoso—. El hombre... es decir, este líder... recibió
un disparo. Encontré al muchacho líder en las canteras.

—¿Y? —La mirada de Spencer se volvió impaciente—. Si usted tiene al hombre,


¿cuál es el problema?

Tonkin cambió de color. Con un dedo, él tiró del cuello de su camisa.

—Pero no le hemos atrapado, es decir, a este líder.

—¿No? —Spencer se inclinó hacia delante—. ¿El hombre fue herido y lo dejan
escapar?

Jack sintió el momento en que la obsesión de Tonkin vino a su rescate. En vez de


marchitarse bajo el calor de la mirada de Spencer, su espina dorsal se enderezó
como un póquer, sus pequeños y brillantes ojos de repente mostraron intención.

—Antes de que otros de la banda me golpearan, me las arreglé para conseguir


echar un buen vistazo al muchacho... que era.. —apretando los dientes, Tonkin
respiró profundamente y luego continuó—. Di una buena mirada en el rostro del
líder, rizos rojos, mi señor —Tonkin pronunció con fruición—. Y un rostro pálido, de
aspecto delicado, con una pequeña barbilla puntiaguda. —Cuando Spencer se quedó
en blanco, Tonkin añadió—: Un rostro de mujer, mi señor.
El silencio llenó la biblioteca.

Cuando Spencer frunció el ceño, Tonkin asintió con decisión.

—Exactamente, mi Señor. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, me hubiera


reído de la idea, también.

La expresión de Spencer se volvió abiertamente desconcertada.

—Pero sigo sin entender, sargento, lo que esto tiene que ver con mi nieta. ¿No
puede imaginar seriamente que ella será capaz de ayudarle?

La cara de Tonkin cayó; un segundo más tarde, la sospecha astuta brilló en sus
ojos pequeños. Él abrió la boca.

—Realmente creo, sargento, que tendrá que explicar por qué se imagina que la
señorita Cranmer sería de más ayuda para usted en la identificación y localización de
un vínculo con los Cranmer... que el propio Lord Cranmer —Jack intervino
fluidamente—. Debo decir que estos asuntos no son, normalmente, la providencia de
las damas.

Tonkin volvió, su expresión, que no pudo cubrir por un instante, mostró una
mezcla de furia y sospecha generalizada. Con la siguiente respiración, su máscara
desagradable cayó nuevamente en su lugar; se irguió y saludó.

—Buenos días, milord. No lo había visto allí, señor —A continuación, registró la


implicación de las palabras de Jack— ¿Vínculos, mi señor?

Jack levantó una ceja aburrido.

Ciñendo visiblemente sus hombros, Tonkin negó con la cabeza.

—No, señor —Con la barbilla hacia arriba habló con el aire por encima de la
cabeza de Jack—. Yo sé lo que vi, señor. Esta mujer montaba un magnífico caballo
negro. Vi con mis propios ojos el agujero que mis hombres hicieron en su hombro.
Tonkin apretó los labios con fuerza contra el impulso de decir de quien era el
hombro; mirándolo a los ojos, Jack comprendió. Una fanática determinación brilló en
esos ojos pequeños y brillantes cuando Tonkin, con el mentón cuadrado con
tenacidad, miró de soslayo a Spencer.

Jack sofocó el impulso de estrangular al hombre.

—Tal vez, sargento, ¿si nos cuenta exactamente como sucedió, su señoría podría
ser capaz de aclarar las cosas para usted?

Tonkin vaciló, empezando a mirar a cada uno de los hombres, muy lentamente,
asintió. Y con determinación comenzó su relato.

***

En su cama escaleras arriba, Kit yacía sobre su espalda y trató de recordar cómo
había llegado allí. Su hombro estaba en llamas; un minuto ella se sentía caliente, la
siguiente tan fría como el hielo. Con los ojos cerrados contra la luz, escuchó la puerta
abrirse y cerrarse.

—Un tal Sargento Tonkin, señorita —Kit identificó a la que susurraba como
Emily, una de las criadas de arriba—. Jenkins acaba de anunciarlo en la biblioteca.

—Ese es el hombre de los Recaudadores, ¿no es así?

Elmina respondió desde la dirección de la chimenea. Kit frunció el ceño. ¿Los


soldados? ¿Aquí?

—Es un matón terrible —explicó Emily—. Está pidiendo ver a la señorita Kathryn.
Jenkins dijo que había visto su cara.

La respuesta de Elmina mostró indiferencia.


—Su señoría se hará cargo de ello. Y Lord Hendon está ahí, también, ¿verdad?
Tenga la seguridad, que todo estará bien.

—¡Elmina! —Kit se afincó en su codo bueno, haciendo una mueca por el dolor en
su hombro izquierdo. Su llamado débil hizo que tanto Elmina y Emily corrieran a la
cama.

—¡Tráeme mi vestido gris paloma! ¡Con rapidez!

Su cara era una máscara de horror, Elmina permaneció clavada en el suelo.

—¡No, no, petite! ¡Está demasiado débil para levantarse! Va a hacer que se
reabra la herida.

—Si no voy abajo y dejo que me vea Tonkin, no viviré para sanar de todos
modos.

Apretando los dientes, Kit logró sentarse en el borde de la cama. De repente, ella
recordaba todo muy bien. Cerrando los ojos, intentó superar sus mareos.

—¡Maldita sea, Elmina! ¡No discutas, o lo haré yo misma!

La amenaza funcionó, ya que por lo general lo hacía; murmurando, Elmina corrió


al armario. Volviendo en cuestión de minutos con el vestido gris y la ropa interior de
Kit, se aventuró a decir:

—Lord Hendon está abajo.

—Así he oído.

Kit miró su ropa y se preguntó cómo iba a ponérsela. Había que evitar a toda
costa levantar su brazo izquierdo. Llevaba un camisón de lino fino con un cuello alto
con volantes. Ella había elegido el vestido gris debido a su escote, redondo y lo
suficientemente alto como para ocultar sus vendajes. Si se ponía el vestido por
encima de la camisa de dormir, con suerte Tonkin no se daría cuenta. Luchando
contra el mareo, se puso de pie; con una voz carente de toda fuerza innecesaria,
dirigió a Elmina en ayudarla con el vestido y meter el corpiño hasta por encima de su
hombro lesionado. Se sentía débil como un gatito recién nacido, el solo estar de pie
fue un esfuerzo.

Mientras Elmina entrelazaba rápidamente el vestido, Kit consideró lo que podría


estar ocurriendo en la planta baja. Si Tonkin había visto su cara, ella dudaba que
desapareciera sin poner los ojos en ella. Esperaba que Spencer no perdiera los
estribos antes de que ella bajara. El aspecto más desconcertante era por qué el
escurridizo Alto Comisionado había elegido ese día en particular para hacer una visita
por la mañana. Tal vez, si ella pudiera pensar con claridad suficiente, podría ser capaz
de conseguir su ayuda para deshacerse de Tonkin. Luego, más tarde, podría decirle
sobre Jack y pedir su ayuda en este asunto, también.

Cómo iba a manejar eso con Spencer mirando era algo que estaba más allá de
ella en este momento. Se preocuparía una vez que se hubiera ido Tonkin. Elmina
terminó atando el vestido y corrió para conseguir los cepillos de Kit.

Kit miró hacia abajo. El cuarto se balanceó y rápidamente levantó la cabeza. Fijó
la mirada en el espejo a través del cuarto, trató de dar un paso o dos. Iba a ser
arriesgado, pero lo haría así la matara. Su barbilla subió. Ella no había hecho nada de
lo que avergonzarse, no iba a permitir que un sargento matón arrastrara el nombre
de Cranmer por el barro.

***

En la planta baja, Tonkin estaba luchando para mantener la cabeza fuera del
agua. En forma ingeniosa Jack había provocado que explicara lo que había sucedido,
en detalle. Cuando lo volvió a contar de tal manera, los esfuerzos de su noche
perdieron gran parte de su gloria.
Con este logro, Jack se echó hacia atrás y calmadamente embarcó a Spencer en
una descripción detallada de todas los “vínculos” Cranmer conocidos en la
actualidad. En todo momento, mantuvo un ojo atento a Tonkin, teniendo en cuenta
el aumento de su impaciencia y su creciente irritación. A pesar de ser sometido a un
considerable desánimo, Tonkin no estaba dispuesto a irse sin ver a Kit. Cuando
Spencer llegó al final de la lista de hijos bastardos reconocidos por sus hijos, Jack
tranquilamente dijo:

—Pero yo creo que el sargento dijo que el rostro que vio fue claramente
femenino. ¿Es cierto, Tonkin?

Tonkin parpadeó, y luego asintió con entusiasmo.

—Sí, señor, su señoría. La cara de una mujer.

Spencer frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—No se puede pensar en cualquier varón Cranmer con miradas afeminadas.

—No me atrevo a sugerir eso —dijo Jack— ¿Pero podría posiblemente haber
sido una mujer de su familia? —Casi podía oír el suspiro satisfecho de Tonkin.

—Ninguna —Spencer respondió con decisión—. Sólo hay una chica en la familia
y es Kathryn y es evidente que no podría ser ella.

Con una sonrisa fugaz, Jack asintió con la cabeza.

La cara de Tonkin fue un estudio de consternación.

—Perdóneme, su señoría, pero ¿por qué eso?

Spencer frunció el ceño.

—¿Por qué es lo que, sargento?

Tonkin apretó los dientes.


—¿Por qué no podría ser la señorita Cranmer, mi señor?

Como un todo, Jack y Spencer le miraron, entonces ambos estallaron en risas.


Tonkin enrojeció; miraba de uno a otro, con una fea sospecha reflejada en sus ojos.
Spencer se recuperó primero, agitando la mano hacia adelante y atrás.

—Una buena broma, sargento, pero yo puedo asegurar que mi nieta no


confraternizaría con los contrabandistas.

Tonkin reaccionó como si le hubieran abofeteado.

—Creo que, tal vez —dijo Jack, sintiendo la beligerante hinchazón de Tonkin—,
el sargento podría, así como saber, sólo para que pueda aceptar la inocencia de la
señorita Cranmer como hecho probado, mi señor, que la señorita Cranmer cenó con
ambos, usted y yo anoche. Nos sentamos tarde, la señorita Cranmer con nosotros, a
discutir los detalles de nuestra inminente boda.

Jack sonrió a Tonkin, la viva imagen de útil confidencia.

—¿Nupcias? —dijo Tonkin perplejo.

—Precisamente —Jack ajustó el puño de una manga—. Miss Cranmer y yo en


breve nos casaremos. Haremos el anuncio mañana más o menos. —Jack sonrió de
nuevo, abiertamente con confianza.

—Usted puede ser uno de los primeros en desearnos felicidades, Tonkin.

—Er... sí, por supuesto. Es decir... espero que seáis muy felices, señor..—Tonkin
había llegado a su fin.

La puerta se abrió detrás de él.

Los tres hombres se volvieron. Tres pares de ojos se clavaron en la delgada


figura gris que apareció en la puerta; la sorpresa reflejada en igual medida en las tres
caras. Kit los vio y avanzó graciosamente, llenando el vacío delator.
—Buenos días, abuelo —ella cruzó al lado de Spencer. Colocando su mano
derecha sobre su hombro, le dio un beso en la mejilla obediente, agradecida de la
impasibilidad que había caído como un velo sobre su rostro. Se enderezó, negando la
ola de dolor vertiginoso que amenazaba con hundirla, ella miró directamente a
Tonkin.

—Escuché Sargento Tonkin que ha preguntado por mí. ¿En qué puedo ayudarle,
sargento?

Fue un movimiento audaz. Jack contuvo la respiración, preguntándose si Tonkin


podría ver lo pálida que ella estaba. Para él, su condición era obvia, pero al parecer
Tonkin nunca había puesto los ojos en Kit antes de ayer por la noche. Con el corazón
en la boca, Jack obligó sus músculos a que se relajaran. Él había llevado su mirada a
sus pies en el instante en que Kit había parecido y solamente por el esfuerzo más
supremo había sofocado la imperiosa necesidad de ir a su lado.

¿Cómo se habría vestido y había bajado? era maravillosa; cuánto tiempo podría
permanecer en pie era una preocupación importante. Ella lo había visto cuando
había entrado. Mientras su mirada había pasado sobre él, había visto el choque de
reconocimiento por debajo de la neblina de dolor.

El sargento Tonkin se limitó a mirarla, boquiabierto. Su mirada se desvió a Jack,


luego a Spencer, a continuación, subrepticiamente, lanzó una mirada a Kit, que
movía el hombro izquierdo. Consciente de su escrutinio, Kit se mantuvo erguida, su
expresión relajada y abierta, a la espera de Tonkin para exponer sus preguntas Su
agarre sobre el hombro de Spencer era nada menos que un apretón de muerte. Por
suerte, Spencer había puesto su mano para cubrir la de ella, el calor de su palma
grande le daba fortaleza y apoyo suficiente para anclarla a la conciencia. Kit lo utilizó
sin reparo. Desde donde estaba, podía ver la expresión de Spencer, con arrogancia
altanera mientras miraba a Tonkin. Un peculiar paréntesis se llevó a cabo.

Jack lo rompió, paseando casualmente hacia adelante hacia el lado de Kit.


En el instante en que se movió, llevó su mirada a Kit. Con los labios ligeramente
separados para facilitar su respiración cada vez más dolorosa, Kit le observó
acercarse. Su mente estaba ralentizándose, volviéndose cada vez más lenta.

Habían dicho que Lord Hendon estaba con Spencer. No había nadie más en la
habitación, excepto Jack. Y era Jack, mucho más elegantemente vestido de lo que
nunca lo había visto, se movía con una gracia lánguida que reconoció al instante. El
hombre que se acercaba a ella era un libertino de primer orden, uno que había
aprendido sus hábitos recreativos en el invernadero de la alta sociedad londinense.
El hombre que se acercaba a ella era Jack. La confusión brotó; Kit resistió el impulso
de cerrar los ojos.

Jack se detuvo a su lado; ella lo miró a los ojos y vio su preocupación y su fuerza.
Él alcanzó su mano derecha, levantándola del hombro de Spencer. Lo dejó hacer
sintiendo el alivio expandirse a través de ella al confort de su toque. Su otro brazo se
deslizó alrededor de la cintura de ella, un soporte muy real. Consciente de la imagen
que estaba creando para Tonkin, Jack levantó los dedos de Kit a los labios.

—El sargento pensó que te vio anoche, querida. Tu abuelo y yo estábamos


explicándole que él debió haberse equivocado.

Jack sonrió de modo tranquilizador a los ojos de amatista amplios y sin brillo,
nublados por el dolor.

—Te gustará saber que le he dado una coartada. Incluso alguien tan diligente
como el sargento Tonkin tendrá que aceptar que mientras estabas cenando conmigo,
y más tarde en los arreglos de nuestra boda, no podrías haber estado cabalgando
simultáneamente por las colinas.

—¿Oh? —No fue ningún esfuerzo infundir la sílaba con desconcierto.

Kit arrastró sus ojos de Jack para mirar con confusión al sargento Tonkin. ¿Cena?
¿Boda? Su debilidad se intensificó. El brazo alrededor de su cintura se apretó
posesivamente, de manera protectora. La obvia confusión de Kit disipó el último
vestigio de la certeza de Tonkin. Jack podía verlo en sus ojos, en la repentina flojedad
de sus facciones. La agresividad que la había llevado adelante había drenado,
dejándola fuera de balance.

Tonkin tragó en seco y medio saludó.

—Puedo ver que usted no sabe nada al respecto, señorita —miró con recelo a
Jack, a continuación, a Spencer—. Si les parece bien mis señores, voy seguir mi
camino.

Jack asintió con la cabeza; Spencer simplemente miraba. Con un último saludo,
Tonkin se volvió y rápidamente salió de la habitación.

Tan pronto como la puerta se cerró, Spencer se volvió en su silla, la ansiedad y el


alivio inundaban su feroz susurro:

—¿Y cuál es el significado de todo esto, señorita?

Kit no respondió. Cuando la puerta se cerró, ella se apoyó en el brazo de Jack y


cerró los ojos. La fuerza de voluntad que la había impulsado a seguir adelante,
repentinamente se desvaneció. Sentía los brazos de Jack rodeándole. Estaba a salvo;
todos estaban a salvo.

Ella oyó la pregunta de Spencer como desde la distancia, amortiguado por frías
nieblas . Con un pequeño suspiro, se entregó al olvido que la llamaba, más allá del
dolor, más allá de la confusión.
Capítulo 23

Durante la semana siguiente, los empleados de Cranmer Hall y el Castillo de


Hendon se esforzaron para preservar una fachada de normalidad en ausencia de sus
amos. Se dijo que Lord Cranmer estaba gravemente enfermo y fue llevado a su cama.
Miss Kathryn Cranmer que se quedó junto a la cama de él, no podía ver a nadie a
causa de las exigencias de sus funciones de enfermera. Lord Hendon había estado
tan misteriosamente esquivo como siempre.

Por detrás del escenario, Spencer se mantuvo en sus habitaciones, demasiado


preocupado para ser de uso práctico. Jack pasó la mayor parte de su tiempo con Kit,
ayudando a cuidar de ella. Su herida en el hombro había sanado bien, pero en su
estado debilitado, el frío que había atrapado en las canteras se desarrolló
rápidamente en algo peor. A medida que avanzaba la semana, la fiebre remontó.
Sólo Jack tenía la fuerza para mantenerla tranquila, para engatusarla y darle a beber
a la fuerza si era necesario, las fórmulas que el médico había preparado. Sólo la voz
de Jack penetraba la niebla en la que la mente de Kit vagaba, aturdida, débil y
confusa.

El Dr. Thrushborne la visitaba por la mañana y por la tarde, preocupado por el


estado de Kit.

—Es la combinación de cosas —explicó a Jack—. El frío viene a juntarse con una
pérdida masiva de sangre. Todo lo que podemos hacer es mantenerla cálida y
tranquila, dejar que la naturaleza haga el trabajo por nosotros.

Dos sombríos días más tarde, respondió a la pregunta no expresada de un Jack


agotado.
—El hecho de que todavía esté con nosotros es la señal más brillante. Ella es un
pedacito de cosa, delgada y pequeña, pero todos los Cranmers son tan tenaces como
el infierno. No creo que piense dejarnos por el momento.

Jack ni siquiera pudo reunir una sonrisa. Su mundo se centró en la habitación al


final del ala. Aparte de una visita obligada a Hunstanton para hacer el seguimiento de
las sospechas de Tonkin, y una igualmente obligatoria visita a la Iglesia de Docking el
domingo, él no había dejado el Hall. Mathew actuaba como su intermediario,
transmitiendo sus órdenes al castillo de Hendon y le suministra la ropa, así como
tomaba los mensajes a George, que había asumido temporalmente la dirección de la
Banda. Le habían preparado la cama de la habitación al lado de la de Kit, así podía
dormir unas horas cada vez que el cansancio lo obligaba a ceder su lugar a Elmina.

No era que no confiara en Elmina; había sabido que había sido criada de la
madre de Kit y había estado con esta última desde petite, desde su nacimiento. Sin
embargo, como Spencer, ella era incapaz de ejercer ningún control sobre la que
había sido su encargo . En la segunda noche, él había caído en un sueño agotador,
extenuado, completamente vestido, en la cama de al lado. Lo había despertado un
altercado en voz alta. En el cuarto de Kit, se encontró con la pasmosa visión de Kit,
fuera de la cama, hurgando en su armario, mientras que Elmina protestaba sin poder
hacer nada. Había entrado en el dormitorio y la había cargado, ignorando sus
forcejeos y las maldiciones que había dejado caer en sus oídos. Había descubierto
que hablaba fluidamente en dos idiomas. Incluso cuando la había llevado de vuelta a
la cama, ella peleó con él, pero finalmente cedió a su mayor fuerza. Delirante, no
había sabido quién era él; su confusión ante el hecho de que existiera alguien que
pudiera negarse a ella había sido obvia. La convicción de que su gatita había estado
por su cuenta desde que ella había puesto un pie fuera de la cuna, echó raíces en la
mente de Jack.

Y cuando la fiebre aumentó, drenando las pocas fuerzas que ella aún poseía,
dejándole ver, impotente, cómo la muerte luchaba para reclamarla, él hizo un voto
solemne de que si ella se salvaba, él la mantendría a salvo para el resto de su vida.
Sin ella, su vida no tendría valor alguno, ahora lo sabía. Su vulnerabilidad lo enojó,
pero no podía negarlo. Tampoco podía desentenderse de su propia participación en
su mascarada malograda. Cuando todo esto hubiera terminado, ella sería su
responsabilidad, una responsabilidad que tomaría más en serio que cualquier otra en
su vida. Para Kit, la semana había pasado en una neblina peculiar, con momentos de
lucidez sumergidos en nieblas de confusión. Su cuerpo pasaba de fríos temblores a
sudores calientes; su cerebro dolía terriblemente cada vez que trataba de pensar. A
lo largo de todo, ella era consciente de una presencia protectora a su lado, de una
roca, que se mantuvo estable dentro de su mundo giratorio. En los pocos momentos
dispersos cuando ella fue plenamente consciente, reconoció que esa presencia era
Jack. Por qué él estaba en su dormitorio estaba más allá de su pensamiento; sólo
podía estar agradecida.

El final llegó abruptamente.

Ella abrió los ojos al amanecer y el mundo había dejado de girar. Vio a Jack,
durmiendo, hundido en un sillón frente a la cama. Sonriendo, trató de moverse para
girarse y apreciar mejor la visión inesperada.

Un dolor sordo en el hombro izquierdo se lo impidió. Con el ceño fruncido,


revivió la noche en la playa y su huida de los Recaudadores. Había recibido un
disparo, pero había llegado a las canteras. Después de eso no recordaba nada. Jack
debía haberla encontrado y llevado a casa.

Sonriendo a la evidente preocupación de él, ya que debía haber sido eso lo que
le había llevado a quedarse durante la noche, desafiando la ira de Spencer, Kit
tropezó con su primera dificultad. ¿Cómo Jack había convencido a Spencer de que le
permitiera quedarse, no solo en el Hall, también en su habitación? Ella trató de
concentrarse, pero su mente no estaba a la altura.

Un recuerdo que la eludía le inquietaba. El sargento Tonkin fue atrapado en


algún lugar; tal vez ella había estado consciente durante un tiempo en las canteras y
había oído al sargento y sus hombres? Kit frunció el ceño, se encogió de hombros
mentalmente. No hay duda de que volvería a recordarlo.
Pensando en Spencer recordó que debería ir y darle seguridad tan pronto como
fuera posible; sabía cómo él se preocupaba cuando ella estaba herida. Kit flexionó su
hombro. Ella miró hacia abajo; todo lo que podía ver era vendajes. Sentía nada más
un dolor leve.

Su mirada se posó en la figura durmiente de Jack, bebiendo de las familiares


facciones como si de una relajante bebida se tratara. Sus pómulos y la frente
parecían más angulares de cómo podía recordarlo. Los pómulos, normalmente lisos
de sus mejillas, estaban ásperos por la barba creciente. Él se veía completamente
exhausto, para nada como la última vez que ella lo vio. Kit frunció el ceño. Una vez
más, la memoria esquiva del pasado revoloteó, tentadora e insustancial. Ella hizo una
mueca y sacudió la cabeza.

Sus párpados estaban pesados. Era demasiado pronto para levantarse. Además,
Jack todavía estaba durmiendo y parecía que necesitaba descanso. Tal vez debería
tomar una siesta, solo hasta que él despertara? Curvando los labios volvió a
dormirse.

***

La sensación de estar siendo observado penetró por completo el sueño de Jack.


Al abrir los ojos, miró directamente a unos impresionados ojos amatista. Kit estaba
despierta y mirándole a él como si estuviera viendo un fantasma. La expresión en la
cara de ella le hizo ver que no tenía que preocuparse acerca de cómo recordarle a
ella la escena en la biblioteca de Spencer.

—¿Lord Hendon? —la debilidad en su voz se debía más a la impresión que a la


enfermedad. De repente, llamas púrpura estallaron en sus ojos violeta.

—¡Eres Lord Hendon!


Jack hizo una mueca ante la acusación. Se incorporó y se frotó las manos en su
rostro. Simplemente era propio de ella retornar a la vida con un ataque. Todas sus
ideas sobre explicar las cosas gentilmente a una mujer débil y confusa se escaparon
por la ventana. Kit estaba despierta, viva y bien, en pleno dominio de sus sentidos. Y
ella no había cambiado ni un poco.

Kit saltó cuando las manos de Jack bajaron de su cara para golpear los brazos de
la silla. Él se puso de pie, sonriendo estúpidamente, su expresión era una mezcla de
alegría, placer y alivio sin adulterar. Antes de que pudiera siquiera pensar, ella había
sido levantada de la cama y, en una maraña de sábanas, depositada en el regazo de
él. Luego la besó.

Para Jack, los labios de kit, calientes y dulces, sabían mejor que la ambrosía.
Tercamente, ella los mantuvo cerrados contra él. Ella luchó, pero fue un débil
esfuerzo, que él se sintió perfectamente justificado al ignorarlo. Kit intentó protestar,
pero sus refunfuños cayeron en oídos sordos. Estaba confundida y enojada, y tenía la
intención de hablarle de eso antes de que él robara su conciencia.

Pero ya era demasiado tarde. Un calor familiar se extendió a través de ella.


Apretó los labios con fuerza, sólo para sentir su cuerpo responder vergonzosamente
a su cercanía. Por su propia voluntad, sus labios se entreabrieron, deseosos de darle
el premio que él buscaba. Kit se rindió. Le echó los brazos al cuello y le devolvió el
beso con todo el fervor de una mujer a la que se le había negado demasiado tiempo.

Se sentía como el cielo estar con él de nuevo.

Jack se movió en su abrazo y Kit hizo una mueca. Él levantó la cabeza


inmediatamente.

—¡Maldita sea! Me había olvidado de tu hombro.

—Olvídate de mi hombro.

Kit acercó nuevamente la cabeza de él a la de ella, pero fue claro que sin querer
le había devuelto el sentido. Cuando él se apartó de nuevo, ella lo dejó ir. Jack miró
profundamente a los ojos de Kit y se preguntó cuánto habría ella recordado. Cual
fuese la respuesta, ahora era el momento de decirle sobre su compromiso.

Levantándola, la colocó sobre la cama de nuevo, acomodando las almohadas


detrás de su espalda y metiendo la colcha sobre ella. Kit aceptó sus atenciones, y su
expresión se tornó sospechosa.

¿Debería regresar él a la formalidad de la silla? Jack estaba haciendo tiempo, se


sentó en la cama, con una de las manos de Kit en la suya. La miró a los ojos y se puso
derecho. Proponerse debería ser condenadamente más fácil.

—Como te has dado cuenta, soy Lord Hendon.

—¿No el capitán Jack?

—Eso, también —admitió—. Lord Hendon es el Capitán Jack.

—¿Cuándo te diste cuenta de quién era yo?

—La noche antes de que te dispararan.

Los recuerdos se agitaron y Jack se puso de pie para pasearse por la habitación.

—Te reconocí como una Cranmer al principio, pero pensé que eras de la rama
ilegítima de la familia, como bien sabes.

Él lanzó una mirada acusadora a Kit. Ella la enfrentó con una de dulce inocencia.

—Esa tarde, George vino a verme. Había estado visitando a Amy.

—¿Amy? – repitió Kit.

Jack se detuvo y lo pensó, pero la mente de Kit lo resolvió sin más ayuda.

—¿George es George Smeaton?

Jack asintió.
—Crecimos juntos.

Kit trató de hacer malabares con las piezas del rompecabezas que caían en sus
manos.

—El mozo de los Gresham le dijo a George que la yegua árabe negra te
pertenecía. George vino y me lo dijo.

La mente de Kit estaba corriendo, rellenando huecos, recordando fragmentos


aquí y allá. Un fragmento particularmente preocupante fue creciendo rápidamente
en importancia.

—Mi memoria es todavía un poco nebulosa —comenzó ella— ¿pero me parece


recordar alguna mención de una boda?

Ella trató de hacer la pregunta tan inocua como una pregunta de este tipo podría
ser. Cuando las cejas de Jack se levantaron con arrogancia, su corazón se detuvo.

—Naturalmente, debido a las circunstancias, nos casaremos. —Ni el tono ni el


brillo en sus ojos grises sugirió que había otra alternativa.

Kit parpadeo. ¿Casarnos? ¿Sólo así? ¿Con un hombre como Jack? Peor, con un
Lord como Jack. ¡Cielos misericordiosos! No tendría nunca vida propia.

—Espera un minuto —Ella trató de mantener su voz neutra—. No estoy muy


clara en lo sucedido. ¿Cuándo he llegado a ser tu prometida?

—En lo que a mí respecta —Jack gruñó, con los ojos brillantes—, nos
convertimos en prometidos cuando me pediste que tomara tu virginidad.

—¡Ah!

Los ojos de Kit se hicieron vidriosos. Rebatir ese punto era imposible. Ella optó
por una táctica diferente.

—¿Cuando surgió la idea del matrimonio en tu cabeza?


Con el ceño fruncido, Jack intentó medir su intención, cuidando de no responder
de manera incorrecta.

—¿Una vez que habías averiguado quién era yo?

Jack frunció el ceño. Lo cual fue suficiente respuesta para Kit.

—Si te has determinado a casarte puramente para salvar mi reputación, puedes


olvidarlo —Ella se sentó—. Ya yo había decidido no casarme, así que realmente no
hay necesidad de ninguna farsa.

La idea de que ella lo estaba rechazando dejó a Jack sin palabras por diez
segundos completos.

—¿Una farsa? —gruñó—. ¡Al diablo la farsa! Si tienes una aversión al


matrimonio -aunque lo que puedas saber de la materia me elude- deberías haber
recordado eso antes de que te entregaras a mí. Tú te ofreciste y yo acepté. Es
demasiado tarde para dudas.

Con las manos en las caderas, él fulminó a Kit con la mirada.

—Y en caso de que no lo hayas asimilado del todo, déjame decirte que las
mujeres de tu posición no pueden ir entregándose a hombres como yo y ¡esperar
escapar del asunto!

Los ojos de Kit ardieron.

—¡Maldita sea! ¡No tiene sentido que te cases conmigo si no quieres!

Jack casi se ahoga.

—¿Que estás queriendo decir con ello? ¡Por supuesto que quiero casarme
contigo!

La declaración, pronunciada en medio de un bramido, los detuvo a ambos.


Dándole vueltas en su mente, Jack decidió que no había nada que él deseara añadir.
Tenía que casarse. Él quería casarse con Kit. De hecho, en lo que a él respecta, ya
estaban casados. Sólo tenía que conseguir que ella estuviera de acuerdo.

Kit lo observó, con un ceño meditativo en su rostro. Lord Hendon se estaba


convirtiendo en una amenaza mucho mayor para su futuro de lo que el Capitán Jack
había sido nunca. Jack era un pícaro arrogante, que podría poner a girar sus sentidos
con una sola caricia y estaba bastante dispuesto a atarla y llevársela si no obedecía
sus órdenes. Pero nunca había estado en peligro de tener que casarse con el capitán
Jack.

Lord Hendon tenía todos los atributos de Jack, en todo caso, en la mayor
medida. Mientras que Jack podría bramar para superar cualquier resistencia, Lord
Hendon, sospechaba, tendría suficiente con subir una de esas cejas arrogantes y las
personas caerían sobre sí mismas para obedecerle. Kit tragó un resoplido. Y él
esperaba que ella se casara con él? Miró hacia arriba, a los ojos de color gris
plateado, y vio algo en sus profundidades brillantes que le hicieron contraer la
garganta.

La implicación de su silencio expectante rompió sobre ella. Él quería que ella se


casara con él. La deseaba. De repente, Kit apartó la ropa de cama y pasó las piernas
por el borde de la misma. Se había olvidado de esa curiosa sensación de estar
acosada. En ese momento, ella preferiría ser un objetivo en movimiento.

—Quédate en la cama, Kit,

La orden no disimulada sacudió a Kit. Ella le lanzó a Jack una mirada fulminante,
pero antes de que pudiera tomar sus garrotes verbales, él estaba hablando de nuevo.

—El Dr. Thrushborne llegará pronto, como lo ha hecho todas las mañanas de la
semana pasada.

—¿Semana? —repitió Kit. No pudo haber pasado tanto tiempo—. ¿Qué día es
hoy?

Jack tuvo que pensar antes de contestar.


—Martes.

—¡Señor Dios! ¡He perdido una semana!

—Has estado a punto de perder la vida.

El tono deliberado hicieron que Kit se volviera completamente consciente. Jack


estaba más cerca de ella. Se inclinó y le recogió las piernas con un brazo y la hizo
recostarse sobre las almohadas, metiéndole las piernas debajo de las sábanas.

—No más juegos, Kit. Por el amor de Dios, quédate en la cama y haz lo que dice
Thrushborne. Hemos planificado una historia sobre lo sucedido.

Mientras Jack estaba sentado a su lado, y le ponía al corriente de su historia, Kit


se esforzó por recuperar algo de sentido de la realidad, algo parecido a la
normalidad. Pero nada parecía lo mismo. Jack llegó al final de su historia.

—Elmina estará aquí pronto, y yo debería regresar al castillo de Hendon. Vuelvo


esta noche.

Se levantó, preguntándose qué más podía decir. No estaba seguro de si ella


había aceptado su matrimonio como un hecho ineludible; todavía no le había dicho
que sería pronto. Pero ya era hora de que alguien se hiciera cargo de Kit de Cranmer;
él era ese alguien.

Kit no podía despejar la frente del ceño fruncido, nacido de la perplejidad e


incertidumbre que se había instalado allí. Miró a Jack, elevándose sobre ella. Para su
sorpresa, su larga y lenta sonrisa transformó su rostro. Rápidamente, él se inclinó
para recorrer su frente con los labios, aliviando la tensión. Entonces, los dedos le
levantaron la cara y puso los labios de él sobre los de ella en un beso de calidez y
promesa. Con un movimiento de sus rizos, se había ido.

Kit se hundió de nuevo en la almohada con un gemido. Necesitaba pensar. Pero


el momento de pensar era difícil de encontrar. Elmina entró en la habitación antes
de que Jack pudiera haber llegado a lo alto de la escalera. Intrigada por la aparente
aceptación de su doncella de un hombre en su vida, Kit no pudo resistir un par de
preguntas importantes. Lo que le contó la dejó aún más a la deriva que antes.

Parecía que durante su enfermedad, Jack se había encargado, había cuidado de


ella, con la bendición de Spencer y de todos los demás. Antes de que pudiera decidir
lo que sentía acerca de eso, el propio Spencer apareció.

Esa entrevista fue más dolorosa de lo que había previsto. Muy pronto quedó
claro que Spencer se culpó del comportamiento rebelde de ella, un hecho que irritó a
Kit inmensamente. Su rebeldía era su cruz que debía soportar, que no le debía su
existencia a cualquier otra persona; nadie más tenía la culpa. Siempre amó a Spencer
precisamente porque él nunca trató de tirar de la rienda en ella. En su prisa por
tranquilizarlo, se encontró aceptando su inminente matrimonio con fingida
serenidad. Ella convenció a Spencer. Cuando él se fue, mucho más feliz que cuando
entró, ella se quedó preguntándose si podía convencerse a sí misma.

El Dr. Thrushborne fue el siguiente en cruzar su umbral. Estaba muy contento de


encontrar a la paciente despierta y lúcida. Examinó la herida y declaró que había
sanando bien. Con placer, la felicitó por sus próximas nupcias, y le hizo bromas sobre
la fecha anticipada de su primer parto. Como él era uno de sus favoritos, Kit le dejó
salirse con la suya con solo una mirada.

En respuesta a su consulta, estuvo de acuerdo en que ella podía levantarse de la


cama, con la condición de que ella se mantuviera dentro de la casa y tuviera cuidado
de no excederse.

Razón por la cual, cuando Lady Gresham y Amy llegaron esa tarde, estaba
acostada en la tumbona en la sala trasera.

—¡Amy! ——Kit se incorporó de un salto, recordando al mismo tiempo la herida


y que ella no tenía ni idea de cuánto sabía Amy. ¿George habría confiado en Amy? Kit
vaciló, sólo el tiempo suficiente para que Lady Gresham la viera.

—No te levantes, Kit, querida. —Su señoría se inclinó ofreciendo una mejilla
para que Kit la besara.
—Todo el condado sabe cómo has cuidado del estado tan delicado de Spencer.
¿Consideras que ha mejorado?

Kit asintió, esperando fervientemente que Spencer todavía estuviera en sus


habitaciones.

—Ha mejorado mucho, me complace decirlo.

Eso, al menos, era la verdad. Mientras que Lady Gresham acomodaba sus faldas
en un sillón, Kit sonrió a Amy preguntándose todavía, pero su amiga sólo le devolvió
la sonrisa alegre, aparentemente ajena a cualquier corriente más profunda. Tal vez
George era tan discreto como Jack.

—¡Bien! ——Lady Gresham sonrió beatíficamente—. Te visitamos la semana


pasada y de nuevo ayer, como espero que te hayan dicho. La primera fue
simplemente para ver cómo estabas manejando la situación pero, por supuesto,
hemos escuchado tus noticias el domingo y simplemente no podía esperar a
felicitarle.

Kit trató de disimular su mirada. ¿Qué noticias? ¿Domingo? La sospecha de que


acababa de poner un pie en una de las trampas de Jack creció.

—Fue un shock escuchar la lectura de las amonestaciones —Amy puso una


mano sobre el brazo de Kit—. Lord Hendon te excusó hermosamente, ¿verdad,
mamá?

—Tan cumplido —suspiró lady Gresham—. Y tan estremecedoramente guapo.


Porque él es exacto a su padre.

Kit esperó a que el espacio dejara de girar. Ella podía haber dicho a su señoría lo
consumado que Lord Hendon era y lo emocionante que podría ser su apostura.

—¿Cómo era su padre? —ella hizo la pregunta para ganar tiempo para recoger
sus pensamientos dispersos y controlar su temperamento. Si gritaba, nunca sería
capaz de explicarlo.
¿Pero las amonestaciones? Maldita sea, ¿cómo había logrado él eso?

Las reminiscencias de su señoría del anterior Lord Hendon eran moderadas en


comparación con lo que sabía Kit del actual titular.

Para el momento en que Lady Gresham había recordado con quien estaba
hablando y redujo sus divagaciones, Kit ya había recobrado el mando de ella una vez
más.

El resto de su visita transcurrió en alegre charla sobre su boda, sobre la que Kit
inventó libremente. ¿Qué otra cosa podía hacer? Difícilmente podría ella decirle a
Lady Gresham que las amonestaciones habían sido leídas sin su consentimiento.
Incluso si lo hiciera, ellos probablemente atribuirían su exabrupto al agotamiento
como consecuencia de la enfermedad de Spencer.

Y sin importa cuánto la había hecho enfadar Jack, ella no iba a negar un
compromiso. Él había dejado perfectamente claro cómo había visto ese punto. No.
Estaba atrapada. Bien podría sonreír y disfrutar de ello.

Cuando por fin encontró la soledad, en la paz de la glorieta y con las franjas rojas
de la puesta del sol volando en el cielo, esa actitud se parecía bastante a la suma de
sus pensamientos. No había más remedio que casarse con Jack, Lord Hendon. Lo
contrario hubiese sido crear un escándalo todopoderoso, no había nada que pudiera
hacer para evitarlo.

Había tomado sus decisiones: sus propios errores; era aquí a donde le habían
llevado. ¿Casarse con Jack sería un destino tan negro? Al colocarse en el asiento, Kit
no pudo reprimir una sonrisa. La perspectiva de ser Lady Hendon no era del todo
sombría. Su satisfacción física estaba garantizada. Jack era un magnífico amante. Más
aún, parecía muy interesado en enseñarle todo lo que alguna vez ella desease
conocer. Pero ella no era una dama de pocas luces, embelesado por una cara bonita.
Ella conocía demasiado bien a Jack. Sus tendencias autocráticas, su hábito de mando,
su determinación para tener las cosas a su manera, todo esto lo había reconocido
desde el principio. Habían sido bastante malos en el capitán Jack pero en Lord
Hendon, su marido, bien podrían resultar abrumadoras. Eso era lo que le
preocupaba. Kit se cruzó de brazos en el alféizar, hundiendo la barbilla en la manga.
Se le hacía un nudo en el estómago cada vez que intentaba imaginar cómo Jack se
comportaría una vez casados.

En los últimos años, su libertad se había convertido en algo precioso. Como su


marido, Jack tendría más derecho a controlarla de lo que nadie había hecho nunca. Y
él se daría perfecta cuenta de lo independiente que ella era, si no directamente,
indirectamente. El matrimonio con él la dejaría sólo con tanta libertad como él se
dignara permitirle. ¿Podría ella tolerar una situación de este tipo?

Los pensamientos sobre Amy salieron a la superficie, con su voto de la infancia


en la mente. Se casaría por amor o no en absoluto. ¿Amaba a Jack? arrugó la frente.
¿Cómo saberlo? Ella nunca había estado enamorada antes, pero nunca había sentido
por un hombre como lo que sentía por Jack. ¿Era esto amor? Con un resoplido de
disgusto, se encogió de hombros dejando a un lado la cuestión. Era irrelevante. Ella
iba a casarse con Jack.

¿Él la amaba a ella?

Un incluso mayor imponderable pero mucho más al grano.

Él la deseaba, ni por un momento dudó de eso. ¿Pero amarla? Él no era el tipo


para hacer una admisión de debilidad. Así era como muchos hombres veían el amor,
y quién era ella para negarlo? Cada vez que pensaba en Jack, cada vez que él la
besaba, se sentía débil. Pero la idea de Jack reducido por el amor a un estado
pusilánime era simplemente demasiado para digerir. ¿Podría hacer que la amara? Él
podría estar enamorado de ella, pero ¿cómo iba a saberlo si nunca se atrevería a
admitirlo? ¿Podría hacer que lo admitiera?

Un reto, eso.

Kit levantó las cejas. Tal vez esa era la forma en que debía abordar este
matrimonio como un reto. Uno que hay que aprovechar y convertirlo en lo que
quería que fuera. Y antes de que hubiera terminado, se aseguraría de oírle decir que
la quería.

La suave brisa se había vuelto fría, llevándose flotando el último perfume de las
rosas. Kit contempló las flores mientras se fusionaban con el crepúsculo. Era casi la
hora de la cena; tiempo de entrar y enfrentarse a su futuro. Una sonrisa torció los
labios de Kit. Sin lugar a dudas, cabalgar con el arnés de Jack iba a probar su
temperamento hasta el límite. Pero habría compensaciones, y ella estaba decidida a
reclamarlas.

—Debí haberlo supuesto,

Asustada, Kit dio media vuelta. Jack descansaba en la puerta de la glorieta, con
los hombros apoyados contra el marco. Con el último rayo de luz detrás de él, no
podía estar segura de su expresión.

—Elmina dice que Thrushborne te dijo que te quedaras dentro de la casa.

El instinto natural de Kit fue reclamarle quién se atrevía a cuestionarla. Pero el


tono de Jack no era de agresividad era, de hecho, casi tentativo, como si él no
supiera cómo respondería ella. Kit permaneció impasible y consideró sus opciones. Si
ella iba a vivir con este hombre por el resto de su vida, haría bien en comenzar a
practicar un poco de tacto. De acuerdo a Lady Gresham, un poco de ese producto
podría recorrer un largo camino en los asuntos domésticos.

—Estaba a millas de distancia —dijo, y observó su mandíbula endurecerse en un


esfuerzo por reprimir su demanda de que le dijera lo que había estado pensando. Kit
inclinó la cabeza para ocultar su sonrisa.

—Está haciendo bastante frío. Estaba a punto de entrar.

Ella hizo el amago de levantarse y, al instante, él estaba allí, a su lado. Kit estaba
contenta de dejarle tomar su mano. Ella no puso reparos cuando su otro brazo se
deslizó ofreciéndole apoyo a la cintura. Era, decidió, bastante agradable ser tratado
como la porcelana, al menos, por Jack.
Mientras caminaban por el jardín a oscuras, bocanadas de sándalo se mezclaban
con la fragancia floral. Eso era algo que debería haber captado. Un aroma de sándalo
se había aferrado al Capitán Jack, no obstante, era el olor de un hombre rico. Pero la
fragancia era tan familiar que no la había registrado como extraña. El calor del
cuerpo grande tan cerca del de ella era a la vez reconfortante y de distracción.
Incluso en su estado debilitado, todavía podía sentir el entusiasmo generado por su
presencia, que lanzaba su pulso a latir al doble de velocidad.

Ella sintió su mirada, todavía preocupada, examinando su rostro. El brazo de él


se apretó, casi imperceptiblemente. Kit sabía que si le veía, él tiraría de ella hacia él y
la besaría. Mantuvo la mirada baja. No estaba preparada para eso. Cuando él la
besaba, ella perdía el juicio. Ella se hacía suya, y él podía hacer con ella todo lo que él
quisiera. Necesitaba tiempo para adaptarse al hecho de que en tres semanas, ese
sería su estado permanente.

Mientras subía los escalones del brazo de Jack, Kit se preguntó si ella sería lo
suficientemente fuerte para ser Lady Hendon y todavía ser ella misma.
Capítulo 24

La boda de Jonathon, Lord Hendon, y la señorita Kathryn Cranmer fue el punto


culminante del año en esa parte de Norfolk. Las mujeres de millas alrededor llenaron
el patio de la pequeña iglesia de Docking que habían servido a los Cranmers y
Hendons durante siglos.

Las criadas de las casas de los alrededores se empujaban con las esposas de los
agricultores, compitiendo por los sitios con mejor vista desde los cuales poder
compartir los Ohhs y los Ahhs.

Todos coincidieron en que el novio no podría haber sido más guapo, con su
inexpresable abrigo verde botella y marfil, su cabello castaño, recogido en una cinta
negra, brillando en la luz del sol. Llegó adecuadamente temprano y desapareció en la
iglesia, acompañado por su amigo, el Sr. George Smeaton de Smeaton Hall.

El intervalo siguiente se llenó fácilmente con sabrosos chismes. El novio, con su


carrera militar, así como su patrimonio natural como Hendon, proporcionó gran
parte de la dote. Las únicas historias conocidas de la señorita Kathryn datan de días
de escuela. Mientras que éstos eran lo suficientemente salvajes para satisfacer los
rumores más ávidos, todos coincidieron en que la señora debe haber dejado estos
hechos escandalosos detrás de ella. Cuando llegó el coche de los Cranmer, descendió
una figura esbelta en una nube de encaje de color marfil, con cuentas de perlas, el
aliento atrapado en todas las gargantas, sólo para dejarlo salir, un momento más
tarde, en el más satisfecho suspiro general.

El murmullo que se levantó de la congregación detrás de él le dijo a Jack que


había llegado Kit. Se volvió, poco a poco, y miró por el pasillo. Ella hizo una pausa
justo al entrar a la iglesia, mientras que una Elmina llorosa reacomodaba su larga
cola. Mientras él observaba, Kit comenzó su caminata hacia él, su mano descansaba
firme en el brazo de Spencer. Detrás de su velo, ella estaba sonriendo serenamente,
con la barbilla inclinada en ese ángulo particular que él conocía tan bien.

Cuando ella detuvo al final de la caminata de pie a su lado, Jack se encontró con
su mirada. Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, casi imposible de negar. Se
veía magnífica. Había perlas alrededor de su garganta, otras colgaban de sus orejas.
Rosetas de perlas sostenían la pesada cola en sus hombros. Incluso el tocado que
llevaba su delicado velo se componía de perlas. Ninguna de ellas, en sus ojos, podría
rivalizar con la perla que envolvía el vestido.

El servicio fue corto y simple. Ninguno de los principales participantes tuvo


alguna dificultad con sus votos, que fueron pronunciados con acento perfectamente
audible para los muchos invitados apretujados en la iglesia.

Y después recorrieron toda la gama de personas que querían expresarles sus


buenos deseos, alineando su camino hacia el carruaje Hendon.

Jack subió a Kit, luego saltó detrás de ella.

—Para el Hall, Mathew

Para sorpresa de Kit, la cabeza del cochero se volvió para revelar las
características lúgubres de Mathew.

—Aye. —Se rió entre dientes. Asintió una bienvenida en su dirección antes de
guiar a los caballos. Un par de bayos de paso alto, que rápidamente pusieron al
coche libre de la multitud.

Rodando a lo largo de los caminos rurales, a través de sombras golpeadas con


luz solar, tuvieron poca oportunidad de hablar, demasiado ocupados devolviendo los
saludos y los deseos de los inquilinos y otros locales que bordeaban el camino.
Sólo cuando el carruaje tomó el camino hacia Cranmer Hall, Jack tuvo la
oportunidad de instalarse de nuevo y dar una mirada de experto al vestido de la
novia.

—¿Cómo lo lograste? —A él le pareció que el vestido era una hazaña que


limitaba con un milagro, dado el poco tiempo que había tenido.

—Fue de mi madre —Kit echó un vistazo a una manga de encaje, cerrada con
botones de perlas—. Ella era especialmente aficionada a las perlas.

Los labios de Jack se crisparon. No había asociado con su Kit algo tan femenino
como joyas. Se preguntó cómo se vería en las esmeraldas Hendon. Ellas debían estar
en algún lugar en el Castillo. Habría que buscarla y llevarlas a Londres para ser
limpiadas y reformadas; sus actuales diseños muy ornamentados no serían
adecuados para la delicada belleza de Kit.

Ellos se habían decidido por una ceremonia al final del día, seguida por un
banquete y un baile. A medida que avanzaba la noche, Jack se mantenía en la mesa
principal y observaba a su esposa encantar a sus conocidos. No hubo, reflexionó,
nada de qué quejarse del comportamiento social de Kit.

Desde la noche en que la había encontrado en el mirador, se había comportado


perfectamente. Su comportamiento había apoyado la ficción de su matrimonio
arreglado; incluso el observador de más aguda vista podría encontrar ninguna
inconsistencia en sus maneras. Tanto éxito había tenido en la proyección de la
imagen de una mujer bien satisfecha de que Spencer ahora se comportaba como si el
arreglo hubiese estado siempre en el aire.

Estaba confiada y serena; aunque su actitud no mostraba un abierto pudor


virginal, tampoco sugirió que ella estaba al tanto de su marido de alguna manera
íntima. Todo lo cual, por supuesto, fue el embaucamiento más completo.

Pero sólo él sabía que la elegante Lady Hendon se había tensado un poco cada
vez que estaba cerca, sujetando una retención obstinada sobre su normal respuesta
hacia él. Sólo él era consciente de que ella había evitado mirarlo a los ojos, usando
cada astucia femenina bajo el sol para lograr esa hazaña.

Se preguntó si ella sabía lo que estaba haciendo.

Desde aquella noche en el mirador, no la había besado. Ella no le había dado una
oportunidad, y, siendo lo suficientemente sabio para suponer la falta de entusiasmo
de ella por su unión y las razones detrás de eso, él no había buscado de crear una
oportunidad. Tiempo suficiente tendría, había razonado, para llevarla a esa situación
una vez que se casaran. Ahora, ellos estaban casados y él estaba perdiendo
rápidamente la paciencia.

No había previsto su grado de confianza social, tampoco. Él había esperado que


ella hubiera necesitado ayuda en tomar el papel de Lady Hendon. En su lugar, el
manto se había instalado fácilmente sobre sus hombros delgados. Ahora entendía
por qué su historia de un matrimonio arreglado había sido aceptada tan fácilmente
por sus vecinos.

Kit era la candidata perfecta, uno que, a todos los efectos, podría decirse que
había sido criada para la posición. Sus seis años en Londres fueron la guinda del
pastel. Aparte de todo lo demás, el hecho de que ella había sobrevivido a esos años
vírgenes fue la última garantía de que no era una de esas mujeres que él
mentalmente estigmatizaba como las putas doradas de la alta sociedad. Con todo, no
había nada en sus maneras o su moral que él deseara cambiar. Era la distancia que
ella parecía decidida a preservar entre ellos lo que él no podía aguantar. Viñetas de
memoria, extraída de las horas que habían pasado en el chalet, pasaron por la mente
de Jack. Con una maldición ahogada, las reprimió. Tomó otro sorbo de brandy y
observó a su esposa ir a bailar con algunos hacendados locales. Ella debería saber
que a él le gustaba como era; intentaría ella tratar de fingir que todo lo salvaje había
salido de ella, que al casarse con ella la había domesticado?

Los labios de Jack se torcieron en una sonrisa lenta. Si pensaba así le esperaba
una sorpresa. Se podría tratar de jugar a la esposa meramente obediente, pero sus
fuegos eran profundos. Y sabía cómo encenderlos. Jack echó un vistazo a su reloj. Era
temprano, pero no demasiado pronto. ¿Y quién iba a contradecirlo?

Él levantó la cabeza y miró por encima de la multitud hacia donde Elmina estaba
sentaba junto a la puerta. Ella vio su movimiento de cabeza y se alejó. Excusándose a
Amy, que estaba sentada junto a él en una profunda conversación con George, Jack
se levantó y bajó de la tarima.

***

Kit rió de otra enrevesada broma en alusión a la potencia sexual de su marido y


expertamente llevó la conversación hacia temas más seguros. Había habido más de
un momento de la noche, cuando había sido enormemente tentada a soltar las
riendas de su temperamento y dar a sus compañeros de burlas los hechos. En
verdad, los hechos eran mucho más tórridos que cualquier cosa que imaginaran.

La música cesó y dio las gracias al Mayor Satterthwaite antes de moverse por la
habitación. En cuestión de minutos, se vio rodeada por un grupo de damas del
distrito, las damas Gresham, Marchmont, y Dersingham entre ellos. Su conversación
era seria, giraba alrededor de la redecoración del castillo de Hendon. Kit escuchó a
medias, haciendo los sonidos adecuados en los momentos adecuados. Ella había
perfeccionado el arte de la conversación educada durante su estancia en Londres.
Era un requisito previo para retener la cordura en los salones de la alta sociedad. Al
menos la conversación de las damas no estaba salpicada de alusiones a las
actividades de esa noche. Cada comentario burlesco simplemente se añadía a su
nerviosismo, lo que a su vez aumentó su irritación por su propia irracionalidad.

¿Por qué debía sentirse nerviosa sobre lo que estaba por venir? ¿Qué podría
hacer posiblemente Jack a ella, con ella, que no hubiese hecho ya? Imágenes de
ellos, en varias posiciones en el chalet, emergieron para atormentarla. Kit sonrió y
asintió con la cabeza a lady Dersingham, y se preguntó si la fiebre le había
verdaderamente afectado su inteligencia.

Entonces vio acercarse a Jack a través de la multitud, deteniéndose para charlar


aquí y allí cuando las personas requirieron su atención. Pero sus ojos de color gris
plateado estaban en ella. Su respiración se suspendió. Esa sensación familiar de ser
acechada floreció en el estómago de Kit. No, no era la fiebre lo que le había afectado
el cerebro.

Kit arrancó los ojos de su sino que se acercaba, los fijó en las maneras suaves de
Lady Gresham, y desesperadamente trató de pensar en una razón por la que era
demasiado pronto para ir a casa. Para el Castillo Hendon.

En el instante en que Jack se unió al grupo, ella supo que era inútil. Todas las
mujeres, todas grandes damas, se derritieron positivamente al primer sonido de su
voz profunda. No se molestó en intentar la evasión. En cambio, ella levantó la
barbilla y asintió educadamente con su sugerencia de que se marchaban.

—Si por supuesto. Voy a cambiar mi ropa.

Con eso, se escapó arriba, sin molestarse en sacar a Amy del lado de George. En
su dormitorio, una sorpresa le esperaba. En lugar del nuevo vestido de viaje que
había ordenado, Elmina, su doncella se alisaba las faldas de un magnífico traje de
montar de terciopelo esmeralda.

—¿De dónde viene eso? —Kit cerró la puerta y se fue a la cama.

—Lord Hendon lo ha enviado para usted, ma petite. Dijo que debía llevarlo. ¿No
es encantador?

Kit examinó las líneas severas del traje y no podía estar en desacuerdo. Su mente
daba vueltas, considerando las implicaciones. Su primer impulso fue negarse a usar
ropa que su marido había decretado que debería usar. Pero el impulso se vio
atenuado por su precaución.
Un traje de montar significaba caballos. Kit deslizó el pesado vestido de novia
color marfil de los hombros y Elmina lo bajó por sus caderas. Liberada de sus faldas,
Kit se sentó delante de su tocador mientras Elmina sacaba las horquillas del tocado.
No se había discutido cómo debían viajar al Castillo Hendon, dejando a Jack que
lidiara con eso como su prerrogativa. Se había imaginado que irían en carruaje. El
traje de montar decía otra forma. De repente, entusiasta, Kit apresuró a Elmina. Un
viaje salvaje a través de la noche era justo lo que necesitaba para disipar su inquietud
tonta. Los nudos en el estómago desaparecerían una vez que estuviera volando
sobre los campos.

Haciendo piruetas delante de su espejo de cuerpo entero, Kit tuvo el placer de


aprobar el gusto de su marido. ¿Cómo había sabido? Una sonrisa irónica torció sus
labios. No sólo Jack había sabido que ella preferiría montar, había sabido que no se
negaría a llevar el traje en tales circunstancias. Como había comentado una vez,
cuando llegaba a la manipulación, era un maestro.

Cuando ella apareció en lo alto de la escalera, parecía que todo Norfolk se había
reunido en el vestíbulo. Alentada por el conocimiento de que lucía excelentemente,
Kit resplandeció entre todos ellos. Al bajar las escaleras, se abrió un camino a sus
pies, a través de la multitud, hasta donde Jack le esperaba junto a la puerta. Incluso
desde esa distancia, Kit captó el brillo en sus ojos que la recorrieron, la admiración
brillaba en sus profundidades. El orgullo estaba grabado en cada línea de su cara. Ella
debería responder a los buenos deseos de aquellos que estaban en su camino para
quienes lucía bastante feliz, pero Kit no estaba al tanto de nada más allá de Jack. Ella
deslizó sus dedos dentro de la mano que él le tendió al ella acercarse, vagamente
consciente de los aplausos que se elevaban sobre ellos. A continuación, los dedos de
Jack se apretaron alrededor de la mano de ella y la acercó al pórtico.

Algunos se habían dado cuenta de su vestido y comenzaron a susurrar. Los


murmullos se volvieron a exclamaciones cuando la multitud, abriéndose paso entre
la puerta detrás de ellos, vio a los dos caballos sujetados por Mathew que
cabriolaban a la luz de la luna. Delia era una deslizante sombra negra, destacando
por las flores blancas que alguien había trenzado en su crin; junto a ella, la piel de
Campeón brillaba pálidamente. Kit se volvió hacia Jack.
—¿Se anima usted, mi señora? —dijo él levantando una ceja interrogativa.

Kit rió, y su nerviosismo fue ahogado por la emoción. Sonriente, Jack le llevó
escaleras abajo y al otro lado de los caballos. La levantó a su silla de mujer antes
balancearse hasta la ancha espalda de Champion.

Sólo Spencer se acercó a ellos, todos los demás se cuidaban de las pezuñas
afiladas que hacían saltar chispas del pedernal de la vía. Él caminó entre ellos,
acercándose para apretar la mano de Kit antes de colocarla en su perilla con una
palmadita de despedida.

—Cuídala muchacho —dijo luego volviéndose hacia Jack.

—Lo haré. —Jack sonrió.

Y eso, pensó, cuando hizo girar a Champion, fue un voto tan vinculante como los
que él había hecho ese mismo día.

Los caballos no necesitaban ser instados a dejar la ruidosa multitud atrás.


Adaptando un ritmo parejo, iniciaron la tarea de cubrir las cinco millas al Castillo
Hendon con facilidad y nobleza. Jack no sentía ningún deseo de conversar mientras
las millas desaparecían bajo los pesados cascos. Un vistazo a la cara de Kit le había
dicho que su brillante idea había sido un golpe maestro.

Sus labios se curvaron. En su estado actual, si se hubiera visto obligado a


atravesar las ocho millas de carretera entre Cranmer Hall y el Castillo de Hendon en
un carruaje cerrado con Kit, sabiendo que tendrían que presentarse ante el personal
del Castillo inmediatamente después de su llegada, habría sido una verdadera
tortura. El viaje a caballo era mucho más seguro.

A su lado, Kit estaba en la gloria por la fuerza del viento en su cara. El golpe
regular de los cascos de Delia estabilizó su apresurado pulso hasta latir al mismo
ritmo de la carrera. Había emoción en el aire, y una sensación de placer compartido.
Ella dirigió una mirada a Jack, y luego miró hacia delante, sonriendo. Ellos cabalgaron
velozmente hacia la noche, con la luminiscencia de la luna derramándose
suavemente sobre ellos, iluminando su camino. Para Kit, la masa negra del castillo de
Hendon apareció ante ellos demasiado pronto, llevando a su fin el respiro que habían
disfrutado sus alterados nervios. Los mozos vinieron corriendo. Jack la ayudó a bajar
delante de las escaleras que conducían a las enormes puertas de roble de su nuevo
hogar.

Sus pies tocaron el suelo, y luego se encontró alzada en los brazos de Jack. Kit
reprimió un chillido y lo fulminó con la mirada.

Jack sonrió y la llevó por las escaleras a través de la puerta abierta. Kit parpadeo
ante el brillo de las luces que les dieron la bienvenida. Cuando Jack la puso de pie,
ajustó sus ropas y suavemente emocionada se dio a la tarea de saludar a su nuevo
personal. Recordaba vagamente a Lovis de su única visita cuando era una niña. Jack
no había estado en casa en aquel momento. Muchos de los otros miembros del
personal tenían familia en Cranmer, por lo que su avance por la larga fila estuvo
salpicado de historias al respecto. Cuando llegó al final y respondió el saludo
soñoliento de la última criada, Kit oyó la voz profunda de Jack justo detrás de ella.

—Lovis, ¿tal vez podría mostrar a Lady Hendon a su habitación?

—Muy bien, milord —dijo Lovis inclinándose profundamente.

Kit ocultó una sonrisa nerviosa, dándose cuenta de que había una tradición que
debía observarse. Lovis abrió el camino, empapado totalmente en la ceremonia. Kit
lo siguió por la amplia escalera curva. Al llegar a la curva, se sintió aliviada al ver a su
marido todavía de pie, conversando con uno de los hombres del personal.

El mozo de cuadra, por lo que ella recordaba. La idea de que él estaba decidido a
darle tiempo para calmar sus nervios crispados antes de venir a ella relajó su pulso
nervioso. Por favor, Dios, permite que sea lento y constante. Con demasiada
frecuencia, sus primeros encuentros se habían parecido a un choque de furias.

La cámara a la que la condujo Lovis era enorme. El Castillo Hendon había crecido
alrededor de un torreón medieval. Mirando a su alrededor, Kit supuso que su
habitación bien podría haber sido parte de la sala principal del torreón. Las paredes
eran de piedra sólida, empapelada y pintada, las puertas y ventanas estaban
incrustadas en su espesor. Una amplia reforma había ampliado las ventanas; Kit
estaba segura de que cuando ella corriera las cortinas a la mañana siguiente, las
vistas por las que el castillo era famoso saludarían sus ojos. Sus ojos somnolientos,
saciados.

Para empezar, Kit procedió a examinar los muebles. Eran excelentes, cada uno.
Se detuvo junto a la cama con dosel. Era enorme, cubierta de raso verde pálido, el
escudo de armas de los Hendon tallado en la cabecera.

Kit se preguntó lo que le haría sentir el raso pálido contra su piel. De repente, se
acordó de que ella no tenía ropa allí. En estado de pánico, ella voló al armario de
caoba maciza, tirando para abrir las puertas y cajones. Encontró un completo
guardarropa; vestidos, ropa interior, accesorios, todo cuidadosamente planeado,
como si siempre hubiera vivido aquí. Pero ninguna de ella era la suya. Su equipaje
estaría en un lugar entre Cranmer y el castillo de Hendon, con Elmina.
Desconcertada, sacó un camisón de gasa fina. Sacudiendo sus pliegues, levantó la
prenda casi transparente. Que su marido había elegido este armario, para ella, fue
evidente al instante.

Murmurando una imprecación contra todos los calaveras retorcidos, Kit envolvió
el camisón en una bola compacta y lo metió en el cajón. Sus dedos tiraron de la
siguiente pieza doblada. No podían ser todos así, ¿verdad?

—¿Qué estás haciendo?

Kit saltó y giró para enfrentarse a su marido. Para su sorpresa, él no estaba


donde ella esperaba, en la puerta del pasillo, sino apoyado contra otra puerta que
aún había de investigar. Presumiblemente, llevaría a las habitaciones de él. Kit tragó
saliva con nerviosismo. La sonrisa en el rostro de Jack llevó a un frenesí las mariposas
que habían establecido residencia en su estómago.

—Er... —¡Piensa, lerda! —. Yo estaba buscando un camisón.


Cuando notó que la sonrisa de Jack se ampliaba, Kit podría haberse mordido la
lengua.

—Tú no vas a necesitar uno —Jack se apartó de la puerta y se dirigió hacia ella,
su sonrisa cada vez más diabólica con cada paso—. Yo te mantendré caliente.

—Er... sí. ¡Jack, para! —Kit levantó las manos con pánico—. ¿No deberías enviar
por una doncella?

La pregunta estúpida tuvo el efecto deseado. Él se detuvo en seco. También hizo


aparecer un ceño en su cara y se oscurecieron sus ojos.

Jack se detuvo en medio de la habitación de su esposa y colocó las manos en las


caderas, era mejor que la intimidarla para que abandonara su actitud tonta. Ya había
tenido suficiente.

—¿Qué diablos pasa contigo, mujer? En caso de que se te haya olvidado, estoy
perfectamente capacitado para desnudarte. No necesito una doncella para
enseñarme cómo hacerlo —con esta declaración de intenciones, dio un paso hacia
adelante con determinación, pero se detuvo cuando vio la llamarada de alarma pura
en los ojos de Kit.

¿Cuál era el problema con ella? Kit deseaba saberlo. Si él hubiese llegado a ella
como el capitán Jack, la había tenido en sus brazos en un dos por tres. Hacer el amor
con el capitán Jack había sido fácil. Con el capitán Jack no había habido un mañana.

Pero no había manera de que ella pudiera confundir al hombre de pie en medio
de su dormitorio con el capitán Jack. Las manifestaciones físicas eran las mismas,
pero allí terminaban las similitudes. Este era Lord Hendon, su marido. El excelente
corte de la chaqueta, el lino fino de la camisa, el pelo reluciente perfectamente
atado, y especialmente el anillo de zafiro brillando en su mano derecha, todo
subrayaba la diferencia esencial. Este era el hombre con el que se había casado, y se
había comprometido a honrar y obedecer. Este sería el hombre que a partir de esta
noche sería todo para ella. El hombre que ahora tenía derechos legales mucho más
allá que cualquier otro había tenido. Su mente no era capaz de equiparar hacer el
amor a este hombre con hacer el amor con el capitán Jack.

Simplemente no era el mismo. Él no era el mismo. Kit respiró estremeciéndose.


No importaba lo que él pensara, nunca había hecho el amor con él antes.

Jack observó las expresiones que revoloteaban en su rostro pálido y su confusión


creció. Ella no podía estar nerviosa, pero no había pensado antes que fuera una
actriz consumada. Sus ojos eran enormes charcos de miedo, que se movían
inquietos. Sus dedos estaban apretados con tanta fuerza en la puerta del armario
que sus nudillos se pusieron blancos. Cuando un escalofrío de aprehensión recorrió
su piel, renunció a la lucha contra la incredulidad.

Ella estaba nerviosa.

—¡Infierno! ——Jack se volvió hacia la cama, pasando una mano por el pelo,
despeinándose.

Distraídamente, tiró de la cinta negra y liberó los largos mechones, dejando caer
la cinta en el suelo. Él lanzó una mirada a Kit, completamente petrificada frente al
armario. Si estaba nerviosa, esperaba que ella mantuviera la mirada a ese nivel y no
la bajara a la protuberancia que, era muy consciente, estaba distorsionando el corte
perfecto de sus pantalones. ¡Por todos los diablos! Esto parecía que iba a ser un largo
acto de estira-y-afloja, y él no estaba del todo seguro de que estuviera a la altura.

—Ven aquí. —Hizo un esfuerzo para suavizar el crudo deseo en su gruñido y sólo
tuvo éxito en parte.

La alarma de Kit se encendió de nuevo, pero cuando él le tendió la mano,


haciendo señas imperiosamente hacia delante, ella vaciló, y luego llegó a su lado,
deslizando una mano temblorosa en la suya. Sin problemas, Jack la tomó en sus
brazos, girándola para abrazarla por completo.

—Tranquila —él respiró la orden en los suaves lóbulos de su oreja.


Ahora que tenía las manos sobre ella, él no necesita ninguna confirmación
adicional de su estado. Ella estaba tensa, temblando. Él no era tan tonto como para
pedir explicaciones. En cambio, sus labios encontraron el punto de pulso debajo de la
oreja.

Kit se estremeció y se preguntó cómo podría ella obedecer esa orden.

Los labios de él recorrieron su mandíbula, colocando suaves besos a lo largo de


la curva. Asegurándole que no estaba a punto de ser devorada, se apoyó en el calor
de su abrazo, cediendo la boca a su expertas atenciones. Cuando sus labios se
abrieron automáticamente para recibir los de él, Jack sujetó con hierro sus
reacciones. ¿Qué clase de infierno había aterrizado sobre él en este momento? No
sólo necesitaba ser cortejada con suavidad, sino también sus respuestas arraigadas,
una parte natural de ella que él se había ocupado, en sus reuniones anteriores, de
alentar.

Ahora que parecía que iban a llevarlo al borde de la locura. Cada vez que
pensaba que tenía su relación era estable, ella se inventaba un nuevo giro para
atormentarlo. Mentalmente apretando los dientes, Jack se puso a la tarea de seducir
a su esposa. Sin darse cuenta de los problemas que estaba causando, Kit sintió los
nudos en su estómago aflojarse cuando las manos de Jack iniciaron una exploración
pausada de su cuerpo completamente vestido, con la lengua sondeando los
contornos suaves de su boca sin prisa, como si estuviera dispuesto a pasar toda la
noche en tal juego intoxicante. Ella sabía que no lo haría, pero era una sensación
reconfortante. El beso se profundizó por grados casi imperceptibles, sus caricias se
hicieron cada vez más íntimas hasta que ella se calentó a través de ellas. Se alegró de
sentir sus brazos libres de la chaqueta. Acurrucándose más, apretó contra él los
pechos que le hormigueaban. Él recorría su espalda con las manos, moldeándola a él
hasta que ella sintió los muslos firmemente apretados contra los de él.

Ella sintió la evidencia del deseo de él presionando fuertemente contra su


estómago. Kit sintió un dolor familiar crecer en su interior.
Lo que siguió fue un viaje cuidadosamente orquestado al deleite. En todo
momento, Jack sostuvo con fuerza las riendas de su deseo, sin renunciar a su control
incluso cuando Kit yació desnuda debajo de él, jadeando de deseo, con los muslos
separados, las caderas inclinadas en una invitación inconfundible. Se hundió en su
calor acogedor, su mandíbula apretada por el esfuerzo de mantener el control,
determinado a que, a cualquier costo, ella tendría una noche de amor que nunca
olvidaría.

La llenó y Kit suspiró profundamente. Ella cerró los ojos, saboreando la


sensación de ser poseída tan a fondo. Su piel estaba viva, sus pechos hinchados
dolían, su cuerpo anhelaba llegar a su conclusión. Cuando Jack se movió dentro de
ella, se mordió el labio y se quedó quieta, sintiendo su fuerza, su dureza, su
necesidad implacable. Entonces ella se movió con él, dejando que su propia
necesidad floreciera, alimentando y satisfaciendo la de él.

Ella le echó los brazos al cuello, enrollando sus piernas sobre las caderas de él, y
dejó que la danza los consumiera. Sus cuerpos se esforzaron, íntimamente trabados,
calientes y resbaladizos. A medida que la gloria se acercaba, Kit abrió la boca y se
entregó a las llamas de la pasión, al sopor del placer, a la sensación incandescente.
Cuando, por fin, yacían en los brazos del otro, Jack sintió el último de los espasmos
dulces de Kit desvanecerse a medida que su respiración se ralentizó en el sueño
felizmente saciado, una triunfal posesividad impactó a través de él.

Ella era suya. Había recobrado a su mujer salvaje. Nunca la soltaría de nuevo.
Con un suspiro de satisfacción, profundizado por el brillo del logro, de satisfacción
por un trabajo bien hecho, Jack se puso de costado, llevando a Kit con él,
recolocándola con cuidado contra él. A mitad de camino de vuelta del paraíso, Kit
sintió que la movían, pero estaba profundamente saciada para protestar. Se había
olvidado de lo que era perder la conciencia, entregar sus sentidos a la conflagración
de su deseo.

Lento y constante lo había deseado; lento y constante lo había conseguido. Jack


el amante era un potente brebaje; al que era adicta sin remedio. No había esperanza
de negarlo, por lo que bien podría aceptarlo como su suerte. ¿Quién sabía lo que
había guardado para ella, para él? Después de esta noche, pasara lo que pasara,
tendría que hacer frente a reconocer que, para ella, sólo un hombre tenía el poder
para abrirle las puertas del paraíso. Su marido. Jack, Lord Hendon.
Capítulo 25

A la mañana siguiente, Kit entró en la sala de desayuno ya nerviosa por lo


avanzado de la hora. No era su hábito mantener a los sirvientes en espera de ella,
pero había dormido mucho, drenada por el método de despertarla de Jack.

Ver de inmediato la mirada satisfecha de sabelotodo de su marido no hizo nada


por lograr su compostura. Mostrando tanta dignidad como pudo, se acercó al
aparador para mantenerse ocupada, rezando para que el rubor que podía sentir
calentando sus mejillas no fuese notado por el réprobo al final de la mesa.

Ella había pensado que él estaría fuera de la casa, haciendo lo que fuera que los
caballeros hicieran, pero se había puesto un vestido nuevo de mañana por si acaso.
El delicado amarillo pálido era un favorito que esperaba que él apreciara. Él lucía tan
terriblemente guapo como siempre, a sus anchas en su silla, con los dedos largos
curvados alrededor del asa de una taza, y los periódicos de ayer esparcidos ante él.
Kit se volvió con un plato en sus manos. La cuestión de dónde sentarse fue
respondida por Lovis, que sostuvo la silla en el otro extremo de la mesa. Ignorando a
su esposo se sentó, y cogió el tenedor. Por el rabillo del ojo, vio a Lovis
despidiéndose con un gesto lánguido. Jack esperó hasta que la puerta se cerrara
detrás de su mayordomo para hacerle una observación.

—Estoy contento de ver que regresó tu apetito.

Kit bajó la mirada hacia su plato, al ver por primera vez el montículo de pastel de
arroz que había apilado en él, dos arenques descansando en un lado con una porción
de riñones y el tocino en el otro. Una rebanada de jamón estaba colocada en lo alto,
y una porción de encurtidos en el medio. Ladeando la cabeza, analizó el contenido
del plato antes de responder.
—Bueno, tengo hambre.

Era su culpa que ella estuviera así. ¿Cómo se atrevía a burlarse además?

—Bastante.

Kit levantó la vista a tiempo para captar el aire de triunfo de Jack antes de que lo
sustituyera por una expresión más inocente. Sus ojos se estrecharon. Deseó poder
decir algo, hacer algo, para eliminar el destello de suficiencia de sus ojos.

Cuando ella le siguió mirando fijamente, las cejas de Jack se levantaron con
engañoso candor.

—Tendrás que conservar tus fuerzas —dijo—. Sospecho que encontrarás el


papel de Lady Hendon inesperadamente agotador.

Una llama de advertencia parpadeaba en las profundidades de la mirada de Kit.


Jack rió y, dejando su taza, se levantó y caminó alrededor de la mesa para llegar a su
lado.

—No tenía la intención de dejarte tan pronto, pero me temo que tengo
ausentarme para inspeccionar algunos campos. Vuelvo al mediodía.

Kit recordó su compromiso para esta mañana y se tragó su pedido de ir con él.
Ella lo miró, su expresión en blanco.

—La Señora Miles me mostrará la casa esta mañana. No hay duda de que será
tan cautivador que ni siquiera me daré cuenta de tu ausencia.

Jack trató de mantener sus labios rectos y falló lamentablemente. Una risa
retumbante se le escapó. Con un dedo enrolló los rizos por la oreja de Kit. Luego
inclinó la cabeza y susurró:

—No importa. ¿Por qué no utilizar el tiempo para considerar los aspectos más
interesantes de los deberes de Lady Hendon? Tal vez, cuando regrese, ¿podríamos
hablar de esos?
Kit se puso rígida. ¿No podía estar diciendo que...?

Los dedos de Jack iban a la deriva por la piel sensible debajo de la oreja de ella.
Sus labios siguieron, dejando un cosquilleante rastro de besos mordisqueados. Antes
de que ella pudiera reencontrar su juicio, él le echó la barbilla hacia arriba, la besó en
los labios, y se fue.

Sofocando una maldición impropia de una dama, Kit movió los hombros para
disipar el delicioso escalofrío por la espalda que él le había provocado, respiró
profundamente, y se aplicó a su desayuno.

La mañana se le había ido en la tarea ineludible de ser incluida,


ceremonialmente, en el funcionamiento del castillo de Hendon. El personal era
agradable, claramente satisfecho de que una dama local llenara los zapatos de Lady
Hendon. La tarea de dirigir una casa era una segunda naturaleza para Kit, un legado
de su abuela. Ella trató el personal con una confianza innata que tenía el resultado
inevitable. Al mediodía, las riendas domésticos estaban firmemente en sus manos.

Jack no estaba en la mesa del almuerzo; Lovis confirmó que aún no había
regresado. Kit utilizó la soledad para caminar por los amplios jardines, a
continuación, agotada por el ejercicio, subió a cambiarse a su nuevo traje de montar.
El día estaba muy lindo, la brisa le llamaba ¿qué mejor manera de pasar una tarde
que montar por las tierras de su marido?

Los establos eran grandes, ocupaban dos yardas interconectadas. Kit vagó a lo
largo de las hileras de puestos, en busca del cuerpo negro de Delia. El mozo de
cuadra salió del segundo patio. Al verla, se acercó rápidamente, quitándose la gorra
mientras se acercaba.

—Buenas tardes, ma`am.

Kit esperó a que preguntara si podía ayudarla. Cuando él simplemente se quedó


allí, claramente nervioso, torciendo el sombrero en la mano, ella se apiadó de él.

—Me gustaría que trajera mi caballo, por favor. La yegua negra.


Para su sorpresa, el hombre sometió su sombrero a una vuelta de tuerca más y
pareció aún más incómodo. Kit frunció el ceño, una desagradable sospecha comenzó
a desplazar su buen humor.

—¿Dónde está Delia?

—El amo dijo que la lleváramos a su puesto en el prado trasero, mi señora.

Kit se puso las manos en las caderas.

—¿Dónde está este prado trasero?

El mozo hizo un gesto en dirección sur.

—Más allá de las colinas.

Demasiado lejos para caminar. Antes de que Kit hiciera su siguiente pregunta, el
mozo había añadido.

—El patrón dijo que sólo podría traerla bajo las órdenes de él, ma`am.

Interiormente, Kit hervía. No tenía sentido estar arengando al mozo; él sólo


estaba obedeciendo órdenes. A la persona que quería arengar, era al dador de esas
órdenes. De pronto, se volvió sobre sus talones.

—Llámeme en el momento que regrese Lord Hendon.

—Perdón, ma`am, pero él acaba de entrar hace diez minutos.

Los ojos de Kit brillaros.

—Gracias. Martins, ¿verdad?

El mozo se inclinó.

Kit lo recompensó con una sonrisa rígida y se dirigió de nuevo a la casa. Encontró
a Jack en la biblioteca. Ella entró a la habitación y esperó hasta que oyó a Lovis
cerrando la puerta antes de avanzar hacia su marido. Estaba de pie detrás de su
escritorio, con una hoja de papel en la mano. Tomando nota de la mirada
especulativa en de los ojos de él, ella se dio cuenta de que todo intento de ocultar su
ira se desperdiciaría. Ella tomó aire, sólo para que él tomara la iniciativa.

—Siento no haber podido estar de vuelta para el almuerzo. ¿Cómo te fue en tu


gira con la señora Miles? —dijo Jack bajando su lista al secante y luego rodeó el
escritorio.

Derribada por el benigno comentario, Kit parpadeó, luego se dio cuenta de que
Jack estaba avanzando hacia ella. Iba a besarla. Ágilmente, se movió detrás de una
silla.

—Er... bien. ¿Qué has hecho con mi caballo?

Viendo que su ataque indirecto era derrotado, Jack se detuvo y enfrentó las
armas de ella. Contempló su postura beligerante, silenciosa, en efecto, en su retiro
detrás de la silla.

—He mandado a colocarla en un prado suficientemente grande para que pueda


estirar las patas...

—Ella extiende sus patas con suficiente frecuencia. La monto todos los días.

—Tiempo pasado.

—¿Perdón? —Kit frunció el ceño.

—Tú la montabas todos los días.

Cuando no llegó ninguna otra explicación, Kit apretó los dientes.

—¿Qué estás tratando de decir? —le preguntó.

—A partir de ahora, montarás a Delia sólo cuando me pasee contigo. Aparte de


Champion, no hay bestias en Norfolk que puedan competir con esa estirpe negra que
tú llamas caballo. No voy a cargar a mis mozos con la responsabilidad de tratar de
mantenerte bajo sus cuidados. Por lo tanto, montas conmigo, o aceptas una montura
más mansa y llevas un mozo contigo.

Kit nunca había sabido exactamente lo que se sentía quedarse pasmada. Ahora,
lo sabía. Ella estaba tan enojada, que ni siquiera podía decidir a qué punto atacar
primero.

La réplica obvia, que Delia era su caballo, tenía una respuesta igualmente obvia.
Como su esposa, todas sus propiedades eran de él. Pero sus mandatos eran
exagerados. Los ojos de Kit brillaron peligrosamente.

—Jonathon —dijo, usando su nombre de pila por primera vez desde sus votos
matrimoniales—. He estado cabalgando desde que he podido caminar. En el campo
he montado sola toda mi vida. No voy a…

—Continuar cabalgando en tan inaceptable estilo.

Kit se mordió la lengua para no gritar. La desapasionada declaración sonó mucho


más siniestra que el discurso enfático de Spencer. Ella respiró hondo y obligó a su voz
a un tono razonable.

—Todo el mundo en los alrededores sabe que me paseo sola. No piensan nada
malo de eso. En Delia, estoy perfectamente segura. Como te has limitado a señalar,
nadie me puede atrapar. Ninguno de nuestros vecinos se sentiría en lo más mínimo
escandalizado por verme montar a solas.

—Ninguno de nuestros vecinos podría imaginar que yo te permitiera que lo


hagas.

Fue un esfuerzo, pero Kit tragó la maldición que llegó a sus labios. La mirada
calmada de su marido no había vacilado. La estaba observando, cortésmente atento,
pero con la fría certeza de que él sería el vencedor en este pequeño contratiempo
estampada en su rostro arrogante. Este era un lado de Jack que no conocía, pero
había supuesto debía existir; este era Jonathon.
—¿Por qué? —preguntó Kit intentando un enfoque diferente.

Dar explicaciones no era su estilo, pero en este caso, Jack supo que el terreno
debía ser firme bajo sus pies. Ella era nueva en estar bajo su brida; no estaría de más
dar sus razones.

—En primer lugar, como Lady Hendon, tu comportamiento será tomado como
una norma a seguir por otros, un estatus no acorde con la señorita Kathryn Cranmer,
pero si un punto que estoy seguro que Lady Marchmont y compañía te aclararían
rápidamente si yo no lo hiciera.

Hizo una pausa para dejar que la implicación de esto se afianzara. Caminando
hacia la silla detrás de la cual Kit se había refugiado, él continuó—. También está el
hecho de que tu seguridad es la principal preocupación para mí —Otra pausa le
permitió atrapar su mirada—. Y no considero que montar a campo traviesa sea un
pasatiempo adecuadamente seguro para mi esposa.

¿Estaba realmente preocupado por su bienestar? Kit abrió la boca, pero Jack
levantó una mano para detenerla.

—Ahórrame tus argumentos, Kit. No voy a cambiar de opinión. Spencer te


permitió cabalgar sola durante mucho más tiempo del que era aceptable. Él sería el
primero en admitirlo.

Kit se puso rígida cuando la mirada de Jack lentamente viajó a lo largo de su


delgada figura. Una sutil sonrisa torció los labios de él.

—No es una niña, querida. Eres, de hecho, la más deliciosa ciruela. Una a la cual
no tengo ninguna intención de permitir que ningún otro hombre saboree.

Una ceja levantada arrogante la invitaba a expresar un comentario. Kit se mordió


el labio, y luego soltó:

—Si yo estuviera en pantalones, ningún hombre me miraría dos veces.


Ella se movió inquieta mientras veía crecer la sonrisa de Jack. No era del todo
alentadora, ya que no llegó a sus ojos.

—Si alguna vez veo a Lady Hendon con pantalones, ¿sabes lo que voy a hacer?

Los tonos suaves y aterciopelados paralizaron a Kit. Ella sintió que sus ojos se
redondeaban, atrapada en la mirada de su marido. Pequeñas llamas parpadeaban en
la profundidad. Poco a poco, casi hipnotizada, Kit sacudió la cabeza.

—Dondequiera que estemos, adentro o el exterior, me va a proporcionar gran


placer el retirar dicho pantalones.

Kit tragó.

—Y entonces…

—¡Jack! —Kit frunció el ceño—. ¡Para! Estás tratando de asustarme.

Las cejas de Jack se alzaron. Extendió la mano y, para sorpresa de Kit, empujó la
silla entre ellos. No se había dado cuenta de que estaba tan cerca. Antes de que
pudiera reaccionar, él la cogió por los codos y la atrajo hacia él. Atrapada en el
círculo de sus brazos, Kit lo miró a la cara, sintiendo su pulso acelerado. Una mirada
diabólica curiosamente se había apoderado de las facciones de él.

—¿Eso hago?

Por la vida de ella, Kit no podía decidir si le estaba tomando el pelo o no.

—Rétame por todos los medios, si tienes dudas.

La invitación fue acompañada por una mirada que hizo a Kit prometerse no
probar su farol. Ella se concentró en alisarle la solapa.

—Pero necesito el ejercicio.


Tan pronto como las palabras lastimeras habían escapado de sus labios, Kit se
dio cuenta de su error. Sus ojos se abrieron de par; no había manera de que ella se
arriesgara a mirar hacia arriba. Una pausa nerviosa se produjo.

—¿En serio? —fue la inocente respuesta.

Kit no se atrevía a contestar.

—Voy a tener esto en cuenta, querida. Estoy seguro de que puedo diseñar
cualquier número de maneras novedosas para ejercitarte.

Kit no lo dudaba. El temblor en la voz profunda sugirió que él no lo hizo


tampoco. Una máxima de Lady Gresham se repitió en su mente. Cuando todo lo
demás falla, intenta engatusar. Ella levantó la mirada.

—Jack.

Pero él negó con la cabeza.

—Ríndete, Kit. No voy a cambiar de opinión.

Kit miró fijamente a los ojos perfectamente graves de él y supo que estaba más
allá de sus poderes influir en él. Con un suspiro de exasperación, de profunda
frustración, ella le hizo una mueca. Él besó sus labios fruncidos. Y siguió besándolos
hasta que ella cedió. Sintiendo que su voluntad soltaba sus amarras, Kit convocó
voluntad suficiente para una maldición mental contra los hombres dominantes,
antes de disponerse a disfrutar de uno. Por el resto de ese día, ella mantuvo una
actitud que era la esencia misma de la esposa complaciente.

Su halo brillaba positivamente. Su marido había insistido; ella había desistido. Si


no podía ganar la pelea, estaba decidida a sacar el máximo provecho de su derrota.
Por desgracia, Jack mostró todos los signos de ser excesivamente comprensible. Usó
su recién descubierta mansedumbre para atraparla para que aceptase retirarse antes
de tiempo, Kit volvió rápidamente a su discutidora forma habitual de ser. Sólo que
entonces ya era demasiado tarde.
Ella tendría su venganza dos días más tarde, cuando surgió la cuestión de que
ella iría de tiendas en Lynn. Rápidamente se hizo evidente que Jack no estaba
enamorado de la idea de que estuviera fuera de su vista y fuera de las tierras
Hendon. Ella simplemente se encogió de hombros.

—Si quieres venir conmigo, no tengo ninguna objeción —Mantuvo los ojos,
grandes e inocentes, en los guantes que se estaba abotonando—. Pero no te imagino
sentado en todas las visitas que tendré que realizar en unas pocas semanas. No es
que las mujeres no estarían más que contentas de verte.

Ella ganó la carrera por default. Pero cuando bajó los escalones de la entrada del
brazo de su marido, fue para ver, no uno, sino dos lacayos esperando para asistirla.
Ella vaciló sólo un momento, sorprendida por la vista, pero, por ahora, demasiado
prudente para no aceptar la mejor parte de la victoria de buen grado.

Los lacayos persiguieron sus pasos por toda su expedición. A pesar de estos
ajustes, al final de su primera semana de vida matrimonial llegó sin mayor drama.
Descansando en un sillón frente a la chimenea en la biblioteca, Kit bostezó y se
dedicó a una de sus fascinaciones favoritas, estudiar la forma en que brillaba el
marrón oro del pelo de su marido a la luz de la lámpara. Estaba sentado ante el
escritorio enorme colocado a través de una esquina de la habitación, repasando un
libro de contabilidad.

Sus interacciones habían caído en una rutina, un hecho por el que se sentía
agradecida. Después de tantos años de estar esencialmente sola, le resultaba
tranquilizador saber cuándo Jack estaría con ella y cuando su mente estaría libre para
hacer frente a sus más mundanos deberes como lady Hendon. Para su sorpresa, ella
estaba llegando rápidamente a la conclusión de que la vida de casada se adaptaba a
ella después de todo.

Sus días tendían a comenzar en la madrugada, a pesar de que aún no había


logrado levantarse de la cama antes de las nueve. Su hábito anterior de montar antes
del desayuno había muerto, gracias a las inclinaciones amorosas de Jack. Él todavía
montaba temprano, aunque cómo lo lograba estaba más allá de su entendimiento.
Después de la más corta de las siestas de recuperación, él estaría levantado y listo
mientras ella yacía en abandono debajo de la colcha de raso verde, sus extremidades
cargadas de deliciosa languidez, totalmente incapaz de moverse, dejando que el
pensamiento vagara solo.

Después de bañarse, vestirse y desayunar, por lo general sola, consultaba con la


señora Miles y emitía sus órdenes para el día. La hora antes del almuerzo se llenaba
fácilmente con los viajes a la despensa, la lavandería, la cocina o los jardines.

Jack por lo general se reunía con ella para el almuerzo, después de lo cual, en
todos menos un día, se ponía a disposición para acompañarla en un paseo. Ella había
aceptado sus ofertas con presteza, agradecida de no tener que renunciar a su rutina
diaria con Delia.

Una tarde en que él había se había demorado en Hunstanton, ella se había


tragado su orgullo y había pedido la yegua que él había elegido como sustituto de
Delia. Escoltada por un mozo mayor, se había propuesto parar en Gresham Manor.

Como recién casados, sus primeras semanas estarían solos, para instalarse en la
vida conyugal sin distracciones. Pero después de eso, las visitas a la novia
comenzarían. Y las cenas. Kit sabía qué esperaría; la perspectiva no la atemorizaba,
pero se preguntaba cómo le haría frente su socialmente apto pero reluctante
marido.

Su visita con Amy había sido relajante, pero se había puesto de manifiesto la
verdad de la advertencia de Jack que su condición de Lady Hendon estaba muy lejos
de la importancia de una señorita Cranmer. La idea de que ella estuviera socialmente
por sobre lady Gresham requeriría algún ajuste. Su señoría hizo comentarios
favorables sobre la conveniencia de salir escoltada. Kit se mordió la lengua. Amy se
moría por escuchar sus noticias privadas, pero Lady Gresham, también curiosa, no las
dejó solas.

Kit partió de la mansión con la clara impresión de que había decepcionado a sus
amigas, permaneciendo esencialmente a sí misma, en lugar de ser transformado
visiblemente de alguna manera milagrosa por las habilidades legendarias de su
marido.

Ella había montado de nuevo al Castillo Hendon riendo todo el camino, para la
mayor confusión de su mozo.

El fuego crepitaba y silbaba cuando una gota de lluvia se abrió paso por la
chimenea. Kit sofocó otro bostezo. De todos los momentos de su día, las noches eran
las más tranquilas. Hasta que subía a su dormitorio. Pero incluso allí, el ambiente se
había calmado. El tenor de su vida amorosa había cambiado; sabiendo que no había
nada que los apartara de pasar la cantidad de horas que ellos desearan en el camino
al paraíso, Jack parecía contenido con mantener el progreso tan lento como ella
deseara, haciendo girar su tiempo en ese mundo lleno de dicha.

Su tacto era exquisito, su ritmo impecable. Cada noche había nuevas puertas
para abrir, nuevas vías para explorar. Cada uno dirigido a la misma cima, más allá del
cual yacía un vacío desinteresado de sensación indescriptible. Ella se deleitaba
sinceramente en aprender los caminos de placer; él era un maestro paciente.

Kit suspiró y sonrió a su cabeza inclinada.

Ella esperaba con impaciencia a su siguiente lección.

***

El estruendo de un trueno sacó a Kit abruptamente del sueño. Se enroscó


apretadamente y se cubrió hasta las orejas con la colcha, pero aun así las
reverberaciones hicieron eco a través de sus huesos. Entonces se acordó de que era
una mujer casada y giró hacia su marido.

Su mano a tientas encontró un vacío. No había nadie en la cama junto a ella. Kit
se incorporó y se quedó viendo primero a las sábanas revueltas, a continuación a la
habitación vacía. Un relámpago iluminó la cámara, un haz brillante se colaba por una
abertura en las cortinas. Kit se encogió. ¿Dónde estaba Jack cuando lo necesitaba?

El siguiente trueno la impulsó a ponerse en pie. Ella cogió la escandalosa bata de


seda que Jack había insistido que usara para disfrutar luego quitándosela, y se
envolvió en ella, apretando el lazo. Con el ceño de determinación, Kit se dirigió a la
puerta que todavía quedaba por explorar: la que llevaba a las habitaciones de Jack.

Cualesquiera que fueran sus razones para ir a su propia cama en esta noche en
particular, pretendía dejarle perfectamente claro, que durante las tormentas, su
lugar estaba al lado de ella.

Como había sospechado, la puerta daba a la habitación principal. Si su


habitación era grande, la de Jack era enorme. E igualmente vacía. Kit miró a los
rincones oscuros, y luego se dejó caer en la cama cuando la realidad la golpeó.

Lord Hendon era el capitán Jack.

Por los trastornos de las últimas semanas, se había olvidado por completo de ese
hecho. Después de recuperarse de su herida, ella había aceptado tácitamente que
convertirse en Lady Hendon significaba no más contrabando. Estaba convencida de
que Lord Hendon lo vería de esa manera. Ella había dejado de lado todo
pensamiento en la pandilla Hunstanton. Pero, al parecer, el capitán Jack tenía la
intención de seguir su propio camino, sin tenerla en cuenta. Haciendo caso omiso de
la tormenta exterior, Kit se quedó sentada en la cama de Jack y se esforzó por dar
sentido a los hechos en sus manos. No sirvió de nada, simplemente no formaban un
todo coherente. Cuando el frío penetró su delgada vestimenta, se arrastró a las
almohadas y echó la colcha sobre ella.

Lord Hendon había sido designado como Alto Comisionado específicamente para
detener el contrabando de espías. El mismo Lord Hendon, en su disfraz como el
Capitán Jack, participaba activamente en el contrabando de espías. A pesar del total
desinterés de él en el tema, ella había extraído suficientes detalles para confirmar su
vaga idea de que el mismo Lord Hendon tenía un registro de historial de guerra
ejemplar. De hecho, según Mathew, era un maldito héroe. Entonces, ¿qué demonios
estaba haciendo contrabandeando espías?

Con un gruñido de frustración, Kit golpeó la almohada y dejó descansar su


cabeza en ella. Estaba perdiendo pedazos de este rompecabezas. Jack, maldita su
piel, estaba jugando un complicado juego.

El sueño tiró de sus párpados y bostezó. Podía entender por qué él no le había
contado nada antes. Pero ya no era un contrabandista, era su esposa. ¿Por qué no
iba a decirle ahora? Con una leve inclinación de cabeza, Kit instaló la barbilla más
profundamente en la almohada y cerró los ojos. Se quedaría aquí hasta que él se lo
dijera.

****

Las cortinas de la cama se agitaron en la corriente de aire cuando la puerta se


abrió y se cerró. Kit se despertó con un sobresalto. Sus ojos se acostumbraron a la
oscuridad, al instante atisbó la forma grande de su marido mientras cruzaba la
habitación hacia el lavamanos.

No la había visto en las sombras de la cama.

Kit observó mientras él se quitó la camisa, y luego tomó una toalla y se secó el
pelo. Ella afinó sus sentidos a los sonidos de la noche; la tormenta se había calmado;
estaba lloviendo. Cuando Jack se pasó la toalla sobre los hombros y el pecho, Kit se
dio cuenta que él debía estar empapado. Se sentó en una silla y, con un esfuerzo, se
quitó las botas. Cuando se levantó, inclinándose para colocar las botas a un lado, ella
le preguntó:

—¿Cuál era la carga de esta noche? ¿Brandy o encaje?


Ella vio como cada uno de los músculos de su gran cuerpo se tensó, para luego
relajarse. Lentamente, Jack se enderezó y la miró directamente. Kit contuvo la
respiración. El silencio era tan profundo que podía oír la lluvia golpeando sobre los
cristales de las ventanas.

—Brandy.

Kit se abrazó las rodillas.

—¿Nada más? —preguntó inocentemente.

Jack no respondió. La presencia de ella en su habitación en este momento en


particular no había sido parte de su plan. Del mismo modo que no formaba parte de
su plan satisfacer la curiosidad de ella sobre las aventuras nocturnas del capitán Jack.

De Spencer, él había sabido que ella tenía un primo, Julián; ahora él entendía el
interés de ella en detener a los espías. Loables ideales para la señora del Alto
Comisionado. Pero decirle a ella algo en absoluto estaba fuera de la cuestión.

Esta era la mujer que había alegremente aceptado una posición como líder de
una banda de contrabandista, la misma mujer que en más de una ocasión había
desobedecido sus órdenes explícitas. Incluso darle algún indicio de la verdad era
demasiado peligroso.

Con la intención de entrar en calor lo más rápidamente posible, Jack se quitó los
pantalones empapados, dejándolos en un montón en el suelo. Se secó con la toalla
las piernas y lanzó una mirada evaluadora a la cama. Ahora que ella estaba aquí...

Kit trató de ignorar el cosquilleo de anticipación que fluctuó a lo largo de sus


nervios.

—Jack, que es... ¡Oh! —Ella se tragó un chillido cuando Jack aterrizó en la cama
junto a ella.

Él se las arregló para quitarle la colcha que la cubría. Retiró la delgada tela de su
bata sin ningún reparo antes de hacerla rodar por debajo de su cuerpo. Sus labios
encontraron los de ella mientras ella encontró con sus manos, y con el resto de ella,
el masculino cuerpo desnudo . Después de un duelo de lenguas que agitó la sangre,
Kit se echó atrás jadeando.

—¡Tú idiota! ¡Estás helado! El frío te va a matar.

Su piel estaba helada, todo excepto una parte de él, que ya estaba disfrutando
de la calidez entre los muslos de ella.

—No, si me calientas.

Kit se quedó sin aliento cuando sintió una gran mano deslizándose por debajo de
su trasero, inclinando sus caderas, abriéndola a su invasión. Ella sintió la leve flexión
de su columna. Duro como el acero, suave como la seda, él la penetró. Kit volvió a
jadear, arqueando su cuerpo en instintiva bienvenida.

Sus labios buscaron los de ella. Se movieron juntos, Kit siguiendo su ejemplo,
alzándose ante sus embestidas, avivando las llamas hasta que ambos se rompieron
en una ola fundente, que envío ondas de placer caliente a través de ellos.

Más tarde, él salió de ella, acercándola para que yaciera acurrucada con su
espaldas contra él. Acomodó su cuerpo más grande alrededor de ella e
inmediatamente cayó profundamente dormido.

Acurrucado debajo de un brazo pesado y medio dormida a sí misma, Kit frunció


el ceño. El matrimonio con Lord Hendon no había cambiado nada. Cuando se trataba
de contrabando, él era el capitán Jack. Y el capitán Jack se atenía a sus propios
consejos.
Capítulo 26

¿Por qué él no le contaría? Kit galopaba por la avenida de Gresham con ese
estribillo zumbando en sus oídos. Ella no había visto a su enervante marido desde el
amanecer, cuando, después de haberla agotado a fondo, la había llevado de vuelta a
su cama. Ella recordaba vagamente que él le dijo algo acerca de ir a inspeccionar sus
escondrijos. Ella no se engañó. Él había encontrado a propósito alguna actividad para
quedarse fuera todo el día de forma que ella no pudiera seguir con sus preguntas. Sin
duda, él estará pensado que el tiempo hará mitigar su curiosidad.

Con un resoplido, Kit se deslizó de la silla sin esperar la ayuda de su mozo.

—¿Está la familia en casa, Jeffries?

—Están fuera con el señor Gresham en Lynn, señorita, quiero decir, su señoría.

Jeffries sonrió cuando él tomó la brida.

—Lady Gresham salió en el carruaje hace una hora. Pero adentro está la señorita
Amy.

—¡Bien!

Kit fue hacia la casa y entró por las ventanas de la habitación de mañana. Amy
estaba allí, trabajando distraídamente con su aguja. Ella dio un salto en cuanto vio a
Kit.

—¡Oh qué bien! Mamá ha ido donde Lady Dersingham. Ahora podemos hablar.
Entonces Amy notó el color sonrojado de Kit y la forma enérgica en que se quitó
los guantes. Sus ojos se ampliaron.

—¿Qué pasa?

—¡Ese maldito marido mío tan cerrado como una ostra!

Kit arrojó sus guantes sobre una mesa y comenzó al pasearse por la habitación,
sus largas zancadas eran más acordes al joven Kit que a Lady Hendon.

—¿Qué quiere decir? —con el ceño fruncido, Amy se hundió de nuevo en la silla.
Kit la miró.

Amy no sabía nada del alias de su marido, pero la necesidad de desahogarse era
fuerte.

—¿Qué opinas de un caballero que se niega a decirle a su esposa —Kit dio una
pausa, buscando las palabras—, los detalles de una transacción en la que está
involucrado, cuando él sabe que a ella le interesa y no sería una ... una violación a la
confidencialidad o nada por el estilo?

—¿Por qué quieres saber sobre los negocios de Jonathon? —dijo Amy con un
parpadeo.

La simple pregunta puso el temperamento de Kit en órbita. Con un gruñido de


frustración, se paseó por la habitación de nuevo, luchando por conservar la calma.
¿Por qué quería saber lo que Jack había estado haciendo? Porque ella quería.
Mientras ella había sido el Joven Kit, y él el capitán Jack, se había sentido una parte
de sus aventuras. Ella no podía, no aceptaba, que ser su esposa significara que tenía
que mantenerse alejada de lo que le afectaba a él más cercanamente. Además de lo
cual, si sabía lo que estaba haciendo, estaba segura de que podría ayudar. Se detuvo
delante de Amy.

—Digamos que el no saber que me está volviendo loca. Además de lo cual —


añadió ella, pateando su falda fuera del camino para comenzar a pasear de nuevo—,
existen razones de... de honor, que dicen que él debería contármelo. Si él tuviera
instintos caballerosos, lo haría.

Amy parecía aturdida y completamente confundida.

—¿Quiere decir que Jonathon no es realmente un caballero?

Era el turno de Kit a parpadear.

—¡Por supuesto que no! —Ella frunció el ceño a Amy—. Eso no fue lo que quise
decir.

Amy observó a Kit con ojos de afectuosa comprensión y dio unas palmaditas en
la tumbona.

—Siéntate, que me mareas Kit,. Ahora dime, es realmente tan excitante como
dicen?

El objeto de la pregunta perdió a Kit por completo. Se dejó caer en una silla junto
a Amy y frunció el ceño.

—¿Qué es lo que es tan emocionante?

—Ya sabes —El ligero rubor de Amy hizo que Kit entendiera hacia donde iba.

¡Oh, eso! —Kit agitó la mano despectivamente, luego cambió bruscamente su


mente. Ella agitó un dedo conocedor hacía Amy—. Sabes que no tenías ni la mitad de
idea de eso cuándo me dijiste toda esa cosa sobre ponerse caliente y húmeda.

—¿Oh? —Amy se sentó más recta.

—No —afirmó kit—. Es mucho peor que eso.

Cuando Kit cayó en un ensueño y no dijo nada más, Amy la fulminó con la
mirada.
—¡Kit! No puedes simplemente dejarlo allí. Te dije todo lo que sabía, ahora es tu
turno. Me voy a casar con George el próximo mes. Es tu deber decirme así sabré qué
esperar.

Kit estuvo considerado la idea, decidió que su vocabulario no estaba a la altura.

—¿Tú me quieres decir que tu George no ha ido más allá de un beso y un


manoseo?

—Por supuesto que no —La expresión de Amy mostró más malhumorado


disgusto que choque—. Jonathon no fue más lejos contigo antes de tu matrimonio,
¿verdad?

Los ojos de Kit se velaros.

—Nuestra relación no se desarrolló exactamente siguiendo las mismas líneas


que la tuya con George. —Su voz sonaba estrangulada.

Los recuerdos de lo lejos que Jack había ido amenazaron con superarla. Incluso si
ella dijera a Amy una versión editada, la impresionaría hasta el alma.

—Lo siento, Amy, pero no puedo explicártelo. ¿Por qué no presionas a George
para más detalles? Aquí viene ahora.

A través de las ventanas de la sala de mañana se podía ver a George caminando


desde los establos. Llegó a las ventanas y notó la presencia de ellas. Entonces,
gentilmente entró y saludó a Amy, inclinándose sobre la mano de ella antes de
subirla a sus labios. Prestando mucha atención, Kit observó el resplandor que
infundía el rostro de Amy y el brillo en sus ojos.

Cuando los ojos de él se encontraron con los de Amy, la cara de George se


suavizó; cuando sus labios rozaron los dedos de Amy, sus ojos permanecieron en los
de ella. El cálido afecto en su mirada fue devuelto totalmente por Amy. Kit se sintió
incómodamente de más.
Liberando a Amy con renuencia discreta, George volvió a Kit y tomó su mano en
señal de saludo.

—Kit.

Ella le devolvió la inclinación de cabeza gentilmente. Se habían visto sólo dos


veces desde que había dejado el disfraz de Joven Kit, una vez en la boda, una vez en
su cena tardía de compromiso. Siempre había tenido la impresión de que George
desaprobaba sus independencia mucho más fuertemente de lo que Jack lo hacía.

—Amy y yo estábamos discutiendo los méritos de un marido que es abierto con


su esposa —Kit mantuvo la mirada inocente y sin amenaza—. Tal vez, en interés de
un argumento bien redondeado, usted podría darnos sus puntos de vista sobre el
asunto.

George levantó las cejas, con una expresión cada vez más cautelosa.

—Sospecho que depende en gran medida de la naturaleza de la relación, ¿no le


parece?

Con una sonrisa de Amy, George se sentó en la silla a su lado.

—Ciertamente —reconoció Kit—. Sin embargo, suponiendo que la relación es


correcta, la voluntad del marido a confiar es el siguiente obstáculo, ¿no le parece?
¿Qué razones podría tener un hombre para guardar secretos a su mujer?

La siguiente media hora transcurrió en una peculiar conversación a tres bandas.

George y Kit intercambiaron referencias indirectas a la reticencia de Jack,


ninguna de las cuales Amy entendió. Amy, por su parte, instó a Kit a desahogarse y
explicar su problema más completamente, una empresa que George trató de
desalentar.

En el medio, los tres intercambiaron chismes locales, y George se las arregló para
conversar acerca de los detalles de su boda, que había llegado a la mansión para
aclarar. Al sentir las corrientes entre Amy y George, suprimidas en su presencia, Kit
se levantó y recogió sus guantes.

—Tengo que irme. Estoy segura de que mi marido no aprobará que esté fuera de
noche.

Con ese comentario mordaz, abrazó a Amy con cariño, hizo una saludo a George,
y salió de la habitación.

Amy la observó marcharse y suspiró, entonces se dirigió directamente a los


brazos de George. Que se cerraron sobre ella; ella y George intercambiaron un beso
cálido y sin restricciones. A continuación, Amy se echó hacia atrás con un suspiro.

—Estoy preocupada por Kit. Ella está preocupada por algo, algo grave —Ella
encontró la mirada de George—. No me gusta pensar en ella a caballo sola en su
estado de ánimo.

—Kit es ya una mujer grande —dijo George con una mueca.

—Sí, pero... —Amy presionó más. Los ojos que observaron a George
centellaron—. Y mamá estará en casa en cualquier momento.

George suspiró.

—Muy bien —besó a Amy otra vez, luego la puso frente a él—. Pero voy a
esperar una recompensa la próxima vez que te visite.

—Y la puedes reclamar con mi bendición —declaró Amy—. Con tal de que mamá
esté fuera.

George sonrió, más que con un toque de malicia.

—Volveré.

Con un saludo, se dirigió a los establos. Alcanzó a Kit cuando salía de los
establos, montado en una yegua castaña. George se quedó extrañado.
—¿Dónde está Delia?

Por un fragmento de tiempo , Kit pensó que iba a estallar en llamas. Su mirada
chamuscó a George.

—¡No preguntes! —dijo dirigiendo al castaño a la avenida.

—¡Espera! —George la llamó—. Cabalgaré una parte del camino contigo.

Cuando salió un minuto después, Kit estaba enseñando a la yegua a dar círculos
haciendo cabriolas, mientras su mozo miraba desde una distancia. Ella se puso al
lado de George; juntos se dirigieron al norte y oeste.

George miró a Kit.

—Entiendo que te Jack no ha explicado nada sobre el contrabando?

Kit entrecerró los ojos.

—Las explicaciones no parecen ser su punto fuerte.

George se rió entre dientes. Cuando Kit se quedó mirándole, él explicó.

—Tú no te imaginas qué tan cierto es eso. Ni las explicaciones ni las excusas son
parte de la constitución de Jack. No eran características de su padre, tampoco.

Kit frunció el ceño.

—Alguien dijo una vez que él era hedonista ¿Es eso lo que significa?

George sonrió.

—Si fue una mujer quien lo dijo, no del todo, pero no es ajeno a lo que estoy
tratando de decir. Jack nació siendo líder, todos en Hendons lo han sido por
generaciones. Está acostumbrado a ser el que toma las decisiones. Él sabe lo que
quiere, lo que hay que hacer, y da las órdenes para que esto ocurra. Él no espera
tener que explicar sus acciones y no disfruta que le pidan hacerlo.
—Todo eso lo he aprendido.

George echó un vistazo a la expresión de contrariedad de Kit.

—Si te sirve de consuelo, a pesar del hecho de que Mathew y yo le hemos


conocido la mayor parte de su vida, y hemos compartido la mayor parte de ella,
también, no recibimos la palabra más pequeña explicación de tu inclusión en la
Banda. Ni siquiera nos dijo que eras una mujer.

Cabalgando en silencio, Kit iba teniendo en cuenta las palabras de George. Su


confidencia, de hecho, alivió un poco la frustración rezagada en su corazón. Es
evidente que su marido era un autócrata de larga data; si George estaba en lo cierto,
lo había heredado. También es evidente que ninguna de las personas cercanas a él
había hecho el menor esfuerzo para influir en sus formas prepotentes. La
determinación de hacerle cambiar de actitud, al menos con respecto a ella, creció
con cada corta zancada de su mansa castaña. La bifurcación que llevaba a Smeaton
Hall apareció por delante. Kit tiró de las riendas.

—Tú sabes la verdad sobre el contrabando, ¿verdad?

Tirando las riendas al lado de ella, George suspiró.

—Sí, pero no puedo contarte. Jack es superior a mí en esto. No puedo hablar sin
su aprobación.

—Gracias —Kit asintió y le tendió la mano.

George la miró a los ojos, y luego le apretó los dedos alentadoramente.

—Él te dirá al final.

—Lo sé. Cuando haya terminado —Kit asintió.

George sólo pudo sonreír. Hizo una inclinación de despedida y ambos se


separaron sabiendo que se entendían ahora bastante mejor que antes.
***

Kit contempló los paquetes en el asiento opuesto del carruaje. ¿Había comprado
suficiente? Había llegado a Lynn para conseguir un poco de batista. Después de la
noche anterior, había decidido que las camisas de batista serían mucho más sensatas
para que Jack usara cuando trabajaba en la finca. Él se había pasado todo el día de
ayer ayudando a desmalezar el prado. No había sabido, pero debería haber
imaginado que sería el tipo de propietario que se bajaba de su caballo, se quitaba la
chaqueta, se arremangaba la camisa, y ayudaba a sus hombres. Ella se enteró de esto
sin ninguna intención de hacerlo, cuando, justo antes de cambiarse para la cena, ella
había ido a la habitación de él en busca del cinto que iba con su bata de seda. Había
estado desaparecida desde la tormenta, tres noches atrás. El gemido que venía de la
habitación del otro lado la atrajo hacia la puerta abierta. La habitación había sido
habilitada como cámara de baño, con una enorme bañera de cobre en el centro. Jack
acababa de hundirse en el agua humeante. Estaba de espaldas a ella y cuando se
inclinó hacia delante para descansar su cabeza sobre sus rodillas, ella vio su espalda.
Estaba cubierta de arañazos.

—¿Qué demonios has estado haciendo?

Ella había entrado, olvidando por completo el cinto, ignorando la presencia de


Mathew de pie a un lado. El agua salpicó el piso cuando Jack giró, entonces hizo una
mueca y se echó hacia atrás en la bañera, colocando su cabeza en el borde elevado.

—Me caí en unas zarzas.

Con un movimiento de su mano había despedido a Mathew fuera de la


habitación, un hecho del que ella debería haber tomado más aviso. Ella se detuvo
junto a la bañera, con las manos en las caderas, y examinó todo lo que podía ver de
su marido. Jack abrió los ojos y la miró a través del vapor.
—Te gustará saber que es sólo mi espalda.

Ante su guasa ella resopló.

—Inclínate hacia adelante y déjame ver.

Ella había tenido que darle la lata, pero al final, la dejó examinar sus heridas.
Algunos de los arañazos eran profundos y habían sangrado, pero ninguno era grave.

—Ya que está aquí, bien podrías atender mis lesiones —dijo extendiéndole la
esponja.

Ella puso mala cara y cayó en la trampa.

Debió por supuesto, haber adivinado en qué dirección iba la mente de él. Pero
no se le había ocurrido que la bañera era lo suficientemente grande para los dos. Y
ella ciertamente nunca imaginó que era posible realizar las contorsiones que
tendrían que hacer dentro de sus confines resbaladizos. Sin embargo, fue otra
experiencia novedosa que su marido le había enseñado.

Kit sacudió a un lado el recuerdo y su distracción. Contó las varas de material de


nuevo y deseó haber llevado a Elmina. Aun así, Lynn no estaba tan lejos que no
pudiera venir de nuevo si necesitaban más. Kit se volvió hacia la ventana, para avisar
a Josh el cochero que podían partir, cuando su mirada se posó en un sombrero
flexible elegante, totalmente fuera de lugar en la provinciana Lynn.

Intrigada, se acercó al cristal para ver el cuerpo debajo del sombrero.

—¡Buen Dios! —Kit se quedó mirando pasmada, como viendo un fantasma.

Era Belville, Lord George Belville.

Kit parpadeó, luego miró fijamente de nuevo. Los cuatro años que habían
pasado desde que la había pretendido no le habían tratado con amabilidad. Aún
poseía un cuerpo grande, huesos fuertes, pero su rostro era más carnoso y su
circunferencia había aumentado de manera espectacular. Su piel tenía el cutis
pastoso característico del que pasaba demasiado tiempo en la sala de juego. Los
rasgos que Kit recordaba como finamente cincelados había sido vulgarizado por la
bebida y la decadencia en general, hasta el punto en que él no era más que una
caricatura hinchada del hombre con el que había estado a punto de casarse.

Un escalofrío le tocó la nuca a Kit y se extendió sobre los hombros.


Manteniéndose dentro de las sombras del carruaje, vio cómo su antiguo
pretendiente atravesaba la plaza hacia el King’s Arms, la posada más cómoda de
Lynn. Belville era adicto a las actividades de la ciudad. ¿Qué estaba haciendo aquí?

En la puerta de la posada, Belville hizo una pausa. Miró a su alrededor,


estudiando todo aquello que su pálida mirada pudo encontrar. Luego, lentamente,
entró en la posada y cerró la puerta tras de sí. Con el ceño fruncido, Kit se hundió en
los cojines. Luego, cambiándose al otro lado del carruaje, ella indicó a Josh que la
llevara a casa. Por alguna razón, estaba segura de que no quería que Belville la viera.
Él representaba parte de su historia que ya no era relevante; ella no tenía intención
de dejar que nublara su felicidad presente.

Cuando el carruaje retumbó a la carretera abierta, el ceño fruncido de Kit se


profundizó. Belville era nada más que un oficial del gobierno, no podía hacerle daño.
Entonces, ¿por qué se sentía tan amenazada?

***

Kit ya estaba en la cama cuando Jack entró en su habitación esa noche.

Él se detuvo en la puerta, estudiando su rostro pensativo. ¿Qué estaba


planeando ella ahora? Su mirada se asentó en el halo de rizos, sobre los labios
gruesos y rasgos delicados, antes de barrer su mirada sobre el cuerpo fascinante
envuelto en seda color marfil.
Ella no lo había visto todavía; sus pezones eran suaves círculos rosa en los picos
de sus pechos llenos. Sus brazos desnudos, eran como el marfil del camisón e
igualmente sedoso. El simple tejido se pegaba a sus curvas, poniendo de relieve la
entalladura que marcaba su diminuta cintura antes ensancharse sobre sus deliciosas
caderas. El triángulo de rizos rojos en el vértice de sus muslos era apenas visible a
través del material transparente. La larga extensión de sus muslos lisos llevaba a las
rodillas con hoyuelos, que se atisbaban a través de los pliegues de la bata. Más abajo
de sus bien torneadas pantorrillas, sus pequeños pies se mostraban teñidos de un
rosa delicado.

Lentamente, Jack dejó que su viaje visual continuara hacia arriba una vez más.
Su parte inferior del pecho se contrajo; un endurecimiento familiar en la ingle sugirió
que la excitación completa no estaba muy lejos. Con una sonrisa irónica, se movió
lentamente en la habitación.

Era reconfortante saber que ahora la satisfacción estaba a su disposición. Y


garantizada. Era, pensó, uno de los beneficios menos publicitados del matrimonio.
Mientras rodeaba la habitación apagando las velas y abriendo las cortinas, se
preguntó de nuevo qué diablura estaría planeando su traviesa mujer. Por una vez, la
mente de ella definitivamente no estaba en él.

—Hoy fui a Lynn.

—¿Oh? —Jack se detuvo en el acto de apagar la última vela del candelabro.

—Mmm. —Kit miró a su alrededor y lo encontró, de pie con el apagador de plata


en un lado, los fuertes planos de su rostro iluminado por la sola llama, su cabello
dorado guiñando maliciosamente en la luz dorada.

—Vi a Lord Belville.

—¿Quién es Lord Belville?

Una sonrisa traviesa torció los labios de kit.


—Se podría decir que era una antigua flama.

Jack frunció el ceño y apagó la vela, dejando la habitación iluminada por la luz
vacilante de la vela de la cabecera de Kit y los rayos de luz de la luna que entraban.
Dejando el apagador de velas, se acercó a la cama.

—¿Qué quieres decir con “una antigua flama”?

Interiormente, Kit se deleitó con su gruñido ronco, pero no necesitaba ninguna


demostración de posesión de Jack. Inmediatamente desestimó la idea de ponerlo
celoso. Pero ella estaba verdaderamente desconcertada por la presencia de Belville y
sintió que Jack debería escuchar de su tenue conexión con ese cuestionable par de su
propia boca ella, y no de la de Belville.

—Cuando tenía dieciocho años, estuve a punto de aceptar una propuesta de


matrimonio de él.

Jack tiró el cinturón de su bata azul medianoche para abrirla y sacó la seda de
sus hombros. La boca de Kit se le secó mientras sus ojos desobedecieron a todo
mandato y vagaron por su grande y muy excitado cuerpo, acariciando cada uno y
todos los músculos, ocupados en la promesa del placer que pronto podría disfrutar.

Ella esperaba fervientemente que su mención de Belville no fuera a estropear


ese placer. Pero Jack la interrogó.

—Cuéntame —pronunció alentadoramente mientras se estiraba en la cama


junto a ella.

Kit se humedeció los labios y trató de forzar sus ojos a mirarle al rostro y su juicio
a volver del lugar a donde había vagado. Ella fijó su mirada en los ojos plateados de
Jack que brillaban debajo de los pesados párpados.

—¿Te he contado que mis tíos y tías me secuestraron y me llevaron a Londres


para casarme para su beneficio?

Los labios de Jack se crisparon. Sacudió la cabeza.


—Tiéndete, cierra los ojos, y empieza desde el principio.

Kit expulsó un suspiro inseguro e hizo lo que él le dijo. La voz de él se había


reducido a un gruñido ronco. Ella comenzó su historia con la muerte de su abuela y la
partida de ella de Cranmer Hall. Sintió que Jack desplazó el cuerpo de Jack y se puso
sobre un codo a su lado. Cuando estaba contando sobre su llegada a Londres, ella
sintió un tirón aflojando el primero de los lazos de seda que sostenían el camisón
cerrado. Su narrativa vaciló. Sus párpados parpadearon.

—Mantén tus ojos cerrados. Continúa.

Fue necesaria otra respiración insegura antes de que ella pudiera continuar.
Poco a poco, fue contando su historia, a un ritmo continuo alentado por las
indicaciones de Jack. Igualmente en forma lenta, él le abrió el camisón hasta los pies.
Había llegado a la parte en que se negaba a su primer pretendiente cuando sintió
que los lazos en sus hombros cedían. Un segundo más tarde, le quitó las dos mitades
de su camisón. La voz de Kit quedó en suspenso. Estaba tumbada desnuda junto a su
marido.

—¿Qué paso después?

—Ah. —Tuvo que hacer un esfuerzo para recoger su conciencia, pero, vacilante,
ella retomó su relato.

Las yemas de los dedos de Jack la tocaron, trazando patrones sobre su piel. Sus
labios siguieron los senderos que los dedos habían dejado, pero su cuerpo, sus
extremidades, nunca la tocaron. Era como estar haciendo el amor con un fantasma.
Pronto, sus pezones formaban duras crestas en sus pechos hinchados. Su estómago
era tan tenso como un tambor. Su piel era una masa de nervios sensibilizados,
temblando por la anticipación de su próxima caricia. Kit no tenía idea si lo que decía
era coherente, pero Jack parecía seguir su relato. Su voz, profunda y vibrando con la
pasión, la instó cada vez que falló. Pero cuando labios de él tocaron su ombligo y le
rozó los muslos con los dedos, se dio por vencida.

—¿Y?
Resistiendo la tentación de abrir los ojos, su respuesta fue simple.

—Jack, no puedo pensar acostada aquí de esta manera.

—Date la vuelta entonces.

Ella ya estaba a medio camino cuando su mente se enfocó. Ella vaciló, y habría
vuelto a preguntar por qué, pero dos grandes manos que la sujetaban por las caderas
la ayudaron a ponerse sobre su estómago. Resignada, Kit se instaló con la mejilla en
la almohada, sintiendo la sensual porción de seda y satén debajo de ella, el frescor
calmaba sus pechos doloridos y ese otro dolor enterrado en la plenitud de su vientre
suave.

El aire jugó sobre los contornos de su cálida espalda. Jack todavía estaba a su
lado, sin tocarla en absoluto. Suponiendo que ya que ella había protestado él
permanecería de esa manera, Kit siguió con su historia. Llegó a la parte de la oferta
de Belville antes de que la palma de la mano de Jack se pusiera en contacto con su
trasero. Se movió en círculos lentos y sensuales, casi sin tocarle, su mano acarició su
cuerpo dándole vida inmediata.

—¡Jack! —dijo Kit abriendo los ojos de golpe. Ella trató de voltearse, pero Jack se
inclinó sobre ella, apoyando su pecho sobre la espalda de ella.

—¿Qué sucedió después? —dijo acercándole los labios a la nuca.

Con prisa confusa, Kit balbuceó la historia sobre cómo había escuchado a
escondidas la conversación de su tío, apenas consciente de lo que decía. La mano de
Jack continuó su suave caricia, extendiendo su área de atención a las sensibles partes
posteriores de sus muslos. Cuándo ella contó sobre su rechazo final a la oferta de
Belville, sintió la otra mano de Jack deslizarse debajo de ella para cerrarse
posesivamente sobre uno de sus pechos. Kit gimió suavemente. La mano en su
trasero hizo una pausa, posada en la parte más plena. Los dedos sobre su pecho
apretaron suavemente. Kit sintió su cuerpo tenso; sus muslos entreabiertos. La mano
de Jack se deslizó entre ellos, empujándolos para separarlos más. La tensión de Kit se
apretó con más fuerza. Un largo dedo se deslizó sin esfuerzo dentro de ella.
—¡Oooh! —Un delicioso estremecimiento la recorrió cuando el suave y largo
gemido abandonó sus labios. El dedo acarició más profundamente. Kit se mordió el
labio para ahogar los gemidos de sumisión que brotaban de su garganta. Un segundo
dedo se unió al primero dejándole sin aliento.

—Dime otra vez, ¿qué hace Belville?

Kit recogió lo que quedaba de su mente. Ella le dijo, lo más rápido que pudo, tan
completamente como pudo, con la mente centrada en los dedos que se deslizaban
deliciosamente dentro y fuera de su cuerpo, profundizando en un minuto, dando
círculos en el siguiente. Ella terminó su relato un instante antes de que sus cuerdas
vocales fallaran.

—¡Jack! —Su nombre fue todo lo que el ansia le permitió decir, con voz baja y
débil. Él la escuchó. Él retiró los dedos de su interior. Para su sorpresa, Kit sintió que
él levantó sus caderas y puso una almohada rellena debajo de su estómago. El peso
de Jack presionó contra ella, y entonces sintió crecer la tensión entre sus muslos.

Él entró en ella con una acometida. Su mente se desintegró. Se quedó sin


aliento, con el choque. Él se quedó inmóvil durante unos momentos, para permitirle
a ella acostumbrarse a esta nueva posición, para que se familiarizara con la sensación
de plenitud y la penetración profunda que él había logrado. Luego él empezó a
moverse. Kit de pronto captó el ritmo, cabalgando los empujes hacia abajo de él
antes de girar las caderas hacia arriba para capturarlo y retenerlo, antes de que él se
apartara de nuevo. Él la montó largo tiempo, la montó con fuerza, profundo cada
vez, cada acometida controlada para enviarla más cerca del éxtasis; ella se retorcía
debajo de él, pidiendo más sin palabras. Cuando la ola final de devoradora pasión los
cogió y los arrojó de vuelta, exhaustos, estrujados y deliriosamente saciados, Jack se
derrumbó encima de ella. Sus labios le acariciaron el lóbulo de la oreja, antes de que,
riéndose, se moviera para colocarse en la cama junto a ella una vez más.

—Gatita, si fueras más salvaje, tendría que atarte.


***

La luz de la luna hacía figuras en el suelo de la habitación de Kit, cuando Jack se


despertó de su sueño saciado. Se quedó quieto, saboreando la profunda satisfacción
del momento, el calor de las extremidades de seda entrelazadas con los suyas. La
respiración de Kit era como el beso de una mariposa en su cuello. Se resistió a la
tentación de abrazarla más fuerte entre sus brazos.

El reloj de pie en el pasillo dio las once.

Jack reprimió un suspiro y con cuidado se soltó del abrazo de Kit. Se deslizó de la
cama caliente y encontró su bata en el suelo. Se la puso, y se detuvo, mirando hacia
abajo a su mujer dormida. Luego, con una sonrisa en los labios, se volvió hacia su
habitación.

El instante en que la puerta de la habitación de Jack se cerró tras él, Kit abrió los
ojos. Ella parpadeó rápidamente, y luego se sentó, temblando cuando el frío
encontró sus hombros desnudos. Arrastró la colcha hasta su barbilla y escuchó.

El pesado tac del reloj era el único sonido que llegaba a sus oídos atentos.
Rápidamente, se deslizó de la cama y se dirigió a su armario. Había que darse prisa si
quería tener alguna esperanza de seguir a su marido a su cita.
Capítulo 27

El sonido suave de las olas en la playa Brancaster llenó los oídos de Jack.
Apoyado contra una roca, él observaba las arenas iluminadas por la luna. En el lado
de sotavento del acantilado, Champion resopló, infeliz por ser atado junto al caballo
castrado de Mathew. El resto de la banda aún tenía que llegar; los barcos no se
llegarían hasta dentro de otra hora.

Cruzando los brazos sobre el pecho, Jack se dispuso a esperar. La memoria de los
miembros de seda que había dejado a regañadientes lo calentó. Ella era una mujer
apasionada, su gatita. Había logrado alterar drásticamente su visión del matrimonio.
Antes de que ella entrara en su vida, las ganas de establecerse y administrar su
herencia habían sido impulsadas por el deber más que por un deseo. Ahora, no había
nada que deseara más que dedicar sus energías a ser el señor del castillo de Hendon,
ver crecer a sus hijos, y disfrutar de su esposa.

No había ninguna duda de que ella lo mantendría entretenido, en el dormitorio y


fuera de él. Una vez terminada esta misión, estaría libre de seguir su propio camino.
Ahora, gracias a su sexy mujer, sabía hacia dónde se dirigía ese camino. Sus
pensamientos sobre Kit le recordaron a Lord Belville.

No estaba seguro de por qué ella lo había mencionado. Él nunca había conocido
al hombre; la única pieza de la información que le había interesado había sido la
conexión de Belville con Whitehall. En cuanto al resto, Kit era suya ahora, y eso fue
todo. Una nube de niebla salina, batida por el viento refrescante, pasó a la deriva.

Jack frunció el ceño. ¿Belville podría ser parte de la red que él, George, y un
sinnúmero de otras manos cuidadosas habían estado deshaciendo poco a poco? Era
posible.
Después de meses de trabajo cuidadoso, prudente, se estaban acercando al final
de su camino. En un principio, su misión había sido simplemente la de bloquear las
rutas por las que los espías eran sacados clandestinamente de Norfolk. Pero su éxito
en convertirse en el líder de la cuadrilla Hunstanton, y luego monopolizar el comercio
de ‘cargamento humano’ había hecho a Whitehall más ambicioso.

A pesar de haber cerrado las rutas de contrabando de espías que operaban en


Sussex y Kent, el gobierno había fallado en lograr identificar al menos una de las
fuentes principales. Lo cual significaba que había todavía traidores que enviaban
información fuera de Londres. Pero los planes para las maniobras de verano de
Wellington eran demasiado vitales para correr el riesgo de que cayeran en manos de
los franceses. Así que Jack, George, y un selecto grupo de personas habían sido
convocados de sus puestos militares, y les pidieron renunciar al servicio activo para
ocupar posiciones civiles bajo el control del Señor Whitley, el Subsecretario del
Ministerio del Interior responsable de la seguridad interna. Cuando el primero de los
espías traficado por la pandilla de Hunstanton había llegado a Londres, guiándolos a
la siguiente conexión, el gobierno se había movido con cautela.

Mientras que un grupo de oficiales seguía al mensajero de Londres en su regresa


a su fuente, presumiblemente encubierto en algún lugar del sistema militar británico,
el gobierno había decidido convertir para sus propios fines la ruta que Jack ahora
controlaba Sir Anthony Blake, alias Antoine Balzac, había sido el espía que ellos
habían contrabandeado a Francia, la noche que habían disparado a Kit. En lugar de
los planes reales para la próxima campaña de Wellington, él había llevado la
información reunida por un conglomerado de agentes que habían estado de servicio
activo sólo un corto tiempo antes.

La información había sido lo suficientemente precisa para pasar el escrutinio de


los receptores franceses. El gobierno ya había visto evidencia de que las pistas falsas
estaban siendo seguidas, traducidas en movimientos de campo que ayudarían en
lugar de obstaculizar a las fuerzas del duque.
Este buen resultado era digno de una gran cantidad de riesgo. El número de
vidas salvadas sería enorme. Así que habían decidido arriesgar una mano final, un
último tiro de los dados.

Anthony había llevado a otro paquete de información a Francia, pero esta vez,
negociaría para obtener información a cambio, información sobre quién era el
traidor en Londres. En su última visita, había hecho contacto con un oficial de enlace
francés que tenía una gran afición por el coñac. El hombre conocía los detalles de
toda la operación Inglesa. Anthony estaba seguro de poder extraer al menos una
pista. Ahora, el gobierno necesitaba esa pista. El mensajero que habían estado
siguiendo en Londres había sido asesinado en una pelea de taberna. El contratiempo
inesperado había sido desalentador, pero todos los interesados estaban ahora aún
más decididos a identificar a los traidores que aún quedaban. Incluso si él no obtenía
sus nombres, si Anthony podía descubrir cuántos traidores quedaban todavía dentro
de la institución militar, el riesgo de la misión de esta noche valdría la pena.

Cascos, amortiguados por la arena, se acercaron. Jack reconoció la yegua


castaña de George. A la vista de la figura en el segundo caballo, Jack sonrió y se
enderezó. Cuando se detuvieron junto a él, cogió la brida del recién llegado.

—¡Ho, Tony! ¿Listo para otro ataque de la vie françoise?

Sir Anthony Blake sonrió y desmontó. Era otro miembro de la selecta tripulación
de Lord Whitley, y era el vástago de una antigua casa Inglesa, pero mitad francesa.
Había aprendido francés en las rodillas de su madre y había absorbido toda la gama
de amaneramientos franceses y los gestos Gálicos característicos. Además, era
delgado y elegante con el pelo negro y ojos negros. Él parecía francés. Su capacidad
de pasar por francés había aportado ventajas considerables para el gobierno de Su
Majestad a lo largo de los muchos años de guerra con Francia. Los ojos negros de
Anthony brillaron.

—Tan preparado como puedo estarlo. ¿Algún acontecimiento?


Jack esperó hasta que George y Anthony ataron a sus monturas, y se reunieron
con él para contestar a la pregunta de Anthony.

—No ha pasado nada que haga cambiar tu dirección. Pero he sabido


simplemente que un caballero conectado con Whitehall ha sido visto en estas partes.
¿Sabes algo de un Lord Belville?

Frunció el ceño Anthony. Sus propiedades estaban en Devon; Londres no era su


taza de té más de como lo era para Jack o George.

—Si es el hombre en el que estoy pensando, entonces es una desagradable


pieza. Ha conseguido una posición en algún lugar de los largos pasillos a fuerza de la
influencia de su padre. Tiene mala reputación social, pero no hay nada allí que nos
interese.

Jack hizo una mueca.

—Eso bastante cercano a lo que había imaginado. Aun así, si él está asomando la
nariz sin una buena razón, voy a hacerle un seguimiento.

Los tres se dispusieron a discutir los detalles del viaje de Antoine.

—Voy a jugar a lo seguro y tomar la ruta habitual de regreso a menos que haya
una buena razón para no hacerlo —Jack asintió.

—Aquí viene nuestra pequeña tropa.

Los miembros de la banda Hunstanton se estaban reuniendo.

—Sólo Dios sabe cómo reaccionarán cuando se enteren que han estado
haciendo su parte para la Madre Inglaterra.

Con una sonrisa irónica, Jack se adelantó para tomar el mando.


***

Por encima de él, oculta por la densa maleza espinosa cerca del borde del
acantilado, Kit frunció el ceño.

¿Quién era el tercer hombre? A ella le había tomado un tiempo seguir a su


marido, debido a los pasos cortos de su pequeña y dócil yegua que no se
comparaban para nada con Champion o el caballo negro de Mathew. Además tuvo
que esperar hasta que no hubiese nadie en los establos antes de entrar a ensillar su
montura, lo que había hecho que saliera del castillo muy por detrás de ellos. Pero,
por cortesía de la luna y lo elevado de la casa de su marido, había visto lo suficiente
como para darse cuenta de que se dirigían al chalet. Ella había entrado en los árboles
que lo rodeaban sólo unos minutos antes de que Jack hubiera reaparecido en su traje
de capitán Jack. Ella había dado las gracias a su buena estrella que no había estado
montando a Delia. Champion no tenía ningún interés en la yegua castaña así que
había obedecido las instrucciones de Jack sin dudar.

Ella cabalgó de nuevo detrás de ellos en dirección a la costa, y había tenido que
registrar el área para localizarlos en la playa. Le había sorprendido no encontrar a
nadie más allí. Entonces George y su acompañante habían llegado. Había algo en la
forma en que el desconocido se comportaba, en la forma en que hablaba con Jack y
George, que descartó cualquier idea de que era un nuevo recluta de la banda.

Kit vio a Joe separarse del grupo de hombres alrededor de Jack y dirigirse hacia
los acantilados. Él era el vigía. Había un pequeño montículo a unos pocos pies del
acantilado, a unos cincuenta yardas de donde ella estaba en cuclillas. Una vez en él,
Joe sería capaz de verla con claridad. Cuando Joe se puso en marcha hacia el camino
del acantilado, Kit dio algunos pasos a lo largo del borde hasta que encontró una
grieta profunda en sombras.

Había matojos que crecían desde las paredes cada pocos pasos. El área en la
parte inferior parecía arenosa. Con una última mirada al sitio donde había ocultado a
su yegua tras un grupo de árboles, Kit fue hasta el borde. Se dejó caer a la arena y se
limpió las manos en sus pantalones, luego se deslizó hasta el final en sombras.
Echando un vistazo a la izquierda, vio el que la corrida ya estaba en plena marcha.
Justo delante de ella estaban los caballos, Champion y otros tres, atados bajo el
saliente del acantilado. Más allá de ellos se extendía un tramo de dunas densamente
cubierto con de montículos de algas.

Kit se deslizó alrededor de los caballos, acariciando la nariz de Champion en el


camino. Ganó las dunas y se abrió paso con cautela, hasta que estuvo a escasos
yardas de donde estaban Jack y George con su misterioso visitante entre ellos.

La carga era una pequeña, dejando a Jack y George sin nada que hacer más que
mirar. Kit tiró la mirada hacia el acantilado. No podía ver a Joe, pero si él se acercaba
al borde del acantilado, la detectaría inmediatamente. No es que ella tuviera miedo
de ser descubierta. Jack había inculcado en las cabezas de sus hombres que por
ninguna razón debían disparar o usar cualquier cuchillo.

A lo que tenía que temer era ser encerrada en su habitación en el castillo de


Hendon. Y la amenaza de Jack sobre lo que haría si le encontraba en pantalones. Kit
sacudió a un lado el pensamiento que la distrajo y se centró en su marido y sus
asociados. Por desgracia, no dijeron nada.

***

Cuando se hubo descargado el último bote, Jack se volvió y asintió a Anthony.

—Buena suerte.

Anthony bajó la cabeza, pero no dio ninguna palabra en respuesta. Se dirigió


hacia la playa en la primera etapa de su viaje hacia el peligro. Jack lo vio alejarse, vio
cómo desaparecía el bote en el oleaje para hacer contacto con el barco en alta mar.
Luego les dio las últimas órdenes a los hombres para desocupar la playa, y llevar la
carga hacia la antigua cripta. Tanto él como George se quedaron parados en la playa,
extrañamente ligados a la suerte de su amigo. Mathew caminó lentamente
adelantándose, esperando pacientemente.

Detrás de ellos, Kit observaba encubierta en su sitio en la arena, completamente


perpleja. Por qué “Buena suerte” Y ¿por qué estaba tan segura de que Jack habría
estrechado la mano del hombre, pero se había contenido a sí mismo de hacerlo?

Ella había percibido sus intenciones con toda claridad. Es más, por todo lo que
había sido capaz de ver, el hombre era francés.

Se mordió el labio, luego sacudió la cabeza. Ella simplemente no podía creer que
Jack estuviera contrabandeando espías. Maldito hombre, ¿por qué no podía él aliviar
su miserable incertidumbre? Todo era culpa de él. ¡Su paz mental estaba por los
suelos puramente porque él tenía una objeción hereditaria a ser comprendido!

Reprimiendo un resoplido, Kit echó un vistazo por encima del hombro.

Y se congeló.

A pocos pies de distancia, tan cerca que su sombra gris casi la tocaba, se situaba
la figura descomunal de un hombre. Un grito de espanto se atascó en su garganta.
Sus grandes ojos distinguieron una figura pesada y papada carnosa. El hombre estaba
contemplando a Jack y George, que todavía miraban a las olas, a unos quince pies
por delante, presentando ante ella un soberbio contorno. Él no era consciente de
ella, extendida casi a sus pies. La luz de la luna se reflejaba en los largos cañones de
las pistolas que llevaba.

El hombre era Lord Belville.

Kit no podía respirar.

—Ya podemos marcharnos también.


La voz de Jack interrumpió el momento que se había quedado congelado en el
tiempo. Trajo a la vida a Belville. Él se adelantó, pasando a Kit todavía tumbada
inmóvil, para caminar los pocas yardas hacia la playa. Otro paso le llevó a pasar las
dunas para hacer frente a Jack y George cuando estos se volvían hacia los caballos,
con Mathew a unos pasos detrás de ellos.

—No tan rápido, señores.

Jack se detuvo, sorprendido por la aparición de un extraño armado desde las


dunas que él había esperado que fuesen completamente seguras. ¿Dónde diablos
estaba su vigía?

Como si leyera su mente, los labios de Belville se torcieron en una sonrisa


desagradable.

—Me temo que su vigía tuvo un accidente fatal —dijo mirando a los dedos de su
mano derecha, cerrada sobre la culata de la pistola—. Cortar una garganta es muy
silencioso, pero es un asunto tan sucio.

Kit sintió que se le helaba la sangre. Ella vio como la expresión en el rostro de
Jack se endurecía. ¡Oh Dios! Si ella no hacía algo para ayudarlo, le dispararían!
Presionando sus dedos contra los labios, se esforzó por pensar. Afortunadamente,
Belville parecía inclinado a la conversación.

—Debo admitir que cuando nuestro mensajero murió en esa pelea,


originalmente se creyó que simplemente había sido mala suerte. Sin embargo,
cuando no tuvimos más noticias de nuestros compañeros franceses, cuando, de
hecho, sugirieron que ya no necesitaban nuestros servicios, nos pareció que era
necesario investigarlo —Belville hablaba placenteramente, pero su manera cordial se
veía contrarrestada por la amenaza de las pistolas en sus manos—. Tal vez —
sugirió—, dado los problemas que me han ocasionado, ¿les gustaría explicarme
quienes sois y para quién estáis trabajando? Antes de poner una bala en cada uno de
ustedes.
Kit le deseó suerte. No podía creer que Jack le dijera nada, incluso bajo tal
presión, pero ella no estaba dispuesta a esperar para averiguarlo. Ella se había
acordado de la pistola en la silla de Jack. Rogó a Dios que la hubiera guardado
cargada. Cuando ella se arrastró de nuevo a través de las dunas, oyó la voz de su
marido.

—¿Supongo que es usted Lord George Belville?

Kit se preguntó cómo reaccionaría su pretendiente antiguo ante eso. Ella corrió
hacia los caballos, protegida de la vista por las dunas.

Con la mirada fija en los ojos malévolos de Lord Belville, Jack se maldijo
interiormente a sí mismo por ser un tonto. Debería haberse tomado el tiempo para
entender por qué Kit había querido hablarle de Belville. Ella se había sentido
bastante incómoda para hablar de él en primer lugar. Debería haber confiado en su
instinto. Ahora Joe estaba muerto. Y Dios sabría cómo él, George y Mathew, iban a
salir de esta sin terminar en el mismo estado.

—¿Cómo sabe quién soy? – el tono meloso de Belville se había convertido en un


gruñido.

—Usted ha sido identificado a través de una persona con una conexión directa
con el Alto Comisionado. Se podría decir que la persona tiene la atención de su
señoría.

Jack oyó a George, junto a él, impactarse. Con cuidado, él sopesó las
probabilidades. No eran alentadoras. Belville sólo tenía dos pistolas, pero pudo ver la
culata de un arma de fuego más pequeña que brillaba en la pretina del hombre.
Presumiblemente, también tenía un cuchillo en alguna parte de él. Incluso si él
fallaba un tiro, y no había ninguna razón para que lo hiciera estando ellos ha
descubierto y sin ninguna protección, todavía tenía una ventaja de peso, ya sea sobre
George o Mathew en una pelea a cuchillo.

Seguir hablando y rezar por un milagro parecía la mejor apuesta.


—¿Quién es esta persona? ¿Este íntimo del Alto Comisionado?

Las cejas de Jack se elevaros.

—Ah, eso sería divulgar un secreto, ¿no cree?

—No creo que exista esa persona —dijo Belville alzando sus pistolas.

Jack se encogió de hombros.

—Entonces, ¿cómo sabría yo que quien es usted? No nos hemos visto antes.

Los cañones de las pistolas vacilaron. Belville lo miró fijamente, con los ojos
entrecerrados.

—¿Quién es usted?

Fuera de vista y de ser oída, los dedos de Kit se cerraron sobre la pequeña
pistola metida en el bolsillo de la silla de Champion. Ella dejó escapar un suspiro de
alivio. Si tan sólo pudiera llegar a tiempo. Cuando ella se escurrió entre las dunas,
oyó la voz de Belville, enojado y exigente. Claramente, no le había gustado ser
reconocido. La voz de Jack respondió, suave y segura, que solo hizo que Belville
sostuviera más fuertemente las pistolas. Kit se obligó a ser cuidadosa cuando se
arrastró a través de las dunas, rezando por que la labia de su marido no consiguiera
que le dispararan antes de que ella pudiera regresar hasta ellos.

—Digamos que soy una persona con un interés en el contrabando —Jack


mantuvo sus ojos en Belville—. Tal vez, si hablamos, ¿podremos descubrir que
nuestros intereses se complementan?

Belville frunció el ceño, debatiendo claramente la posibilidad. Luego sacudió


lentamente la cabeza.

—Hay algo condenadamente extraño en su “contrabando”. Usted envió un


hombre esta noche, a Henry y a mí nos gustaría saber lo él que llevaba. No hay otro
traidor en Whitehall aparte de nosotros. Henry está completamente seguro de ello.
Lo que significa que usted está traficando un doble agente, uno que bien puede
volverse contra el cuello de Henry y el mío —Belville sonrió, un espectáculo
escalofriante—. Me temo querido señor, que sus días en la profesión han llegado a
su fin.

Diciendo esto, levantó ambas pistolas.

Diez pies detrás de él, Kit se detuvo sin hacer ruido en la arena, con los ojos muy
abiertos y aterrorizados. Ella sacudió la pistola de Jack ante ella, agarrándola con
ambas manos. Cerrando con fuerza los ojos, apretó el gatillo.

El sonido de la explosión rebotó en los acantilados. Jack y George retrocedieron


balanceándose sobre sus talones, esperando sentir el dolor punzante de una bala en
algún lugar de su carne. Cuando el velo de humo de pólvora se disipó en la brisa, se
miraron el uno al otro y se dieron cuenta que ninguno de ellos había sido herido por
una bala. Mathew llegó a ellos, igualmente sorprendido al encontrarlos a ambos
ilesos. Asombrados, todos se volvieron para mirar a Belville.

La tez pastosa de su señoría había palidecido y una mirada de incredulidad se


estampaba en sus rasgos carnosos. Ambas pistolas estaban humeando, pero los
orificios hechos en la arena a los pies de Jack y George evidenciaban que él no había
podido levantar mucho sus armas antes de descargarlas. Desconcertado, Jack miró a
los ojos del hombre, sólo para encontrarlos velados. Mientras observaba, Belville se
dobló a la derecha y se desplomó sobre la arena.

Frente a ellos apareció Kit, ahora revelada, con una pistola humeante en sus
manos, sus ojos enormes como una piscina por la impresión.

Jack se olvidó de Belville, de las misiones y los espías. En una fracción de


segundo, había cubierto el espacio entre ellos y había envuelto a Kit en sus brazos,
aplastándola contra él, furioso y agradecido a la vez.

—¡Maldita mujer! —Dijo en sus rizos— ¿Cómo demonios llegaste hasta aquí?
Él se sintió tan débil, impactado y aliviado, que su ira porque ella estuviera allí se
vio desplazada. Al tomar a la pistola que colgaba de los dedos fláccidos de ella, juró
en voz baja.

—¿Qué diablos voy a hacer contigo?

Kit parpadeó hacia él, completamente desorientada. Ella acababa de matar a un


hombre. Ella se retorció en los brazos de Jack, tratando de mirar por sobre sus
hombros donde George y Mathew se encontraban inclinados sobre el cuerpo de
Belville. Pero Jack la sujetó con firmeza, usando su cuerpo para protegerla.

—Quédate quieta.

Sin otra alternativa, Kit lo hizo. Casi inmediatamente oleadas de náuseas


subieron a través de ella. Palideció y se balanceó en el abrazo de Jack cuando la
sensación de desmayo arrastró sus sentidos.

—Todo está bien. Respira profundamente.

Kit oyó las palabras de consuelo e hizo lo que él le dijo. Poco a poco, el mundo
dejó de girar. Entonces George estuvo al lado de ellos.

Jack la abrazó con fuerza, con la cara apretada contra el pecho. Por debajo de la
mejilla ella podía sentir el latido del corazón de él, fuerte y firme, muy vivo. Las
lágrimas comenzaron a anegar sus ojos. Molesta por su propia debilidad, Kit
parpadeó.

Una mirada a la cara de George fue suficiente para Jack, pero tenía que saberlo y
Kit tenía que escucharlo.

—¿Está muerto?

—Le atravesó limpiamente el corazón —dijo George después de asentir.

Jack reprimió un ridículo impulso de preguntar a kit, si entre sus muchos


extraños talentos, incluía el tiro con pistola. Incluso a tan corta distancia, un tiro
limpio bajo tanta presión requería habilidad. Y valor. Pero no tenía ninguna duda de
que ella tenía reservas en esa cualidad.

El tono resignado en las voces de cada hombre hicieron que Kit levantara la
cabeza. Se quedó mirando a Jack.

—¿No lo querían muerto?

Para su propia exasperación, Jack no pudo dar una afirmación convincente lo


suficientemente rápido como para disipar las sospechas de ella. En cambio, la mirada
sorprendida de ella le obligó a atenerse a algo parecido a la verdad.

—Hubiera sido de más ayuda si le hubiésemos mantenido con vida, pero… —se
apresuró a agregar—, en las circunstancias presentes, Mathew, George, y yo estamos
perfectamente felices de estar vivos. No creo que nos estemos quejando.

Jack no podía decir lo ella que sentía; los ojos de ella reflejaban una agitación
mucho más profunda que la suya. Para su alivio, George vino en su ayuda.

—Mathew dice que un cuerpo dejado será arrastrado por el mar.

Jack asintió. Una desaparición lo haría todo más fácil para ellos. Con un cuerpo
tendrían que dar muchas explicaciones, y la explicación sobre Belville no ayudaría a
su misión.

—Joe ... tenemos que encontrar a Joe!

La voz de kit sacudió en sus dos oyentes el sentido del deber.

—¡No! —dijeron los dos.

—Yo te llevaré a casa —continuó Jack—. George se ocupará de Joe.

Pero Kit retrocedió para alejarse de él, sacudiendo la cabeza con vehemencia.

—Pero podría ser que él no ... No. ¡Tenemos que buscarlo ahora!
Ambos hombres registraron la nota de histeria en su voz. Ellos intercambiaron
miradas preocupadas sobre su cabeza.

—¡Vamos! —Kit estaba tirando del brazo de Jack—. ¡Podría estar muriendo
mientras discutes!

Ni Jack ni George tenían muchas esperanzas por Joe pero tampoco estaban
seguros de que podrían convencer a Kit del hecho de que era casi seguro que ya
estaba muerto. Con un suspiro, Jack la soltó, pero retuvo firmemente su mano.
Juntos, los tres subieron al acantilado y se acercaron a la loma. Un lamentable bulto
en ropa gastada era todo lo que quedaba de Joe. Toda la arena estaba manchada con
la sangre que había derramado de la herida abierta en su cuello. Kit se quedó
paralizada. Luego, con un sollozo convulsivo, enterró el rostro en la camisa de Jack.

George fue a verificar pero no encontró vestigio de vida en el cuerpo


acurrucado. Kit se esforzó por respirar. Durante semanas, ella había sido el vigía de
Jack, jugando al contrabandista sin preocupaciones en la vida. Todo había sido un
juego. Pero la muerte de Joe no era un juego. Si todavía hubiese estado con Jack,
habría muerto. Pero ahora Joe se había ido. Cualquier posibilidad de sentir
remordimiento por haber matado a Belville desapareció, desapareciendo en la tierra
junto con la sangre de Joe. Había vengado Joe, y estaba contenta.

La repentina oleada de emociones la había debilitado hasta tal punto que los
brazos de Jack eran la única cosa que la mantenía de pie. Él percibió como las fuerzas
la abandonaban y soltó un juramento.

Para Jack, la escena de su vigía asesinado fue como de una pesadilla. Por
supuesto, en su peor pesadilla, la figura acurrucada era Kit. El hecho de que era Joe
quien había muerto no silenciaba el choque, todavía era muy real. Sacudido
terriblemente, él hundió a Kit en sus brazos, tratando de llevarle alivio al delgado
cuerpo con su calor.

—Mathew y yo solucionaremos esto —dijo George levantando la vista—. Por el


amor de Dios, llévatela a casa. Y no la dejes sola.
Jack no necesitó más insistencia. Llevó a su esposa en silencio a los caballos y la
montó en Champion. El montó detrás de ella y la acomodó contra él.

—¿Dónde está tu caballo?

Kit le dijo mientras subían al acantilado. Jack llegó a los árboles y ató a la yegua a
la silla de Champion antes de tomar el camino directo hacia el castillo. Su único
objetivo era conseguir un brandy para Kit y luego llevarla a la cama. Ella ya estaba
temblando. Él no tenía ninguna experiencia sobre cómo se manifestaba una
profunda conmoción en las mujeres, pero él suponía que empeoraría.

Mientras atravesaban los campos iluminados por la luna, Kit luchó para
encontrar su estabilidad mental. Había matado a un hombre. Sin importar cómo ella
enfrentara el hecho, ella era incapaz de sentir nada parecido a la culpabilidad. En la
misma posición, lo haría de nuevo. Él había estado a punto de matar a Jack, y eso era
todo lo que había importado. Cuando el Castillo Hendon apareció en el horizonte,
ella aceptó la realidad. Jack era de ella, y como cualquier miembro femenino de
cualquier especie, ella mataría en defensa de un ser querido.

—Vamos a tener que hacer algo por la familia de Joe.

El comentario repentino sacó a Jack de su aturdimiento.

—No te preocupes. Yo me ocuparé de eso.

—Sí, pero… —Kit continuó, sin darse cuenta que ella estaba balbuceando casi
incoherentemente.

Jack la calmó con palabras tranquilizadoras. Con el tiempo, ella se quedó en


silencio, como si su estallido hubiese drenado las fuerzas que le quedaban. Ella se
apoyó en él, confortablemente vivo. Jack se concentró en guiar a Champion a través
de los oscuros campos.

Su mente estaba llena de emociones en conflicto. La luna se había ocultado; era


noche cerrada cuando llegaron a sus establos. Gritó a Martins. El hombre llegó a la
carrera, metiendo su camisa de dormir en sus pantalones. Jack desmontó, luego bajó
a Kit, ignorando la mirada sorprendida de Martins.

Los calzones de su esposa fueron la más pequeña de las preocupaciones que


apremiaban por su atención. Dejó a Martins a cargo de los caballos y llevó a Kit a la
casa. Él la llevó adentro por una puerta lateral. Una sola vela esperaba en la mesa
justo al entrar. Jack la ignoró. Llevó a Kit directamente a su habitación. Una vez allí, la
despojó de su ropa, ignorando sus protestas, tratándola con cuidado, como a un
niño. Él tomó una toalla y le frotó enérgicamente, sobre cada pulgada cuadrada,
hasta que brilló. Kit gruñó y trató de detenerlo, pero luego se rindió y se quedó
inmóvil, relajándose poco a poco bajo sus manos. Él la dejó por un momento,
acostada desnuda sobre su cama, cubierta con su colcha. Cuando él regresó de su
propia habitación, también estaba desnudo y llevaba dos vasos de brandy. Jack se
metió debajo de la colcha, sintiendo la piel de satén de Kit caliente contra la suya.

—Ten. Bebe esto.

Él le acercó el vaso a los labios y perseveró hasta que, bajo protesta, ella lo vació.
Apuró su propio trago y puso los dos vasos en la mesa. Luego se deslizó en la cama
junto a ella, acogiéndola en sus brazos.

Para sorpresa de él, Kit se volvió a mirarlo. Con una mano Ella le acercó la cabeza
hacia la suya. Él la beso. Y siguió besándola cuando la sintió cobrar vida. No había
sido su intención, pero cuando más tarde yacía saciado y cerca del sueño, con kit en
un paquete caliente junto a él, tenía que admitir que la elección del mejor momento
por parte de su esposa no había fallado. Su unión había sido una afirmación de su
necesidad por el otro, del hecho de que los dos estaban todavía vivos. Se había
necesitado el momento.

Jack bostezó y apretó su abrazo sobre kit. Había cosas que tenía que pensar,
antes de que pudiera quedarse dormido. Alguien tenía que llevar la noticia de la
muerte de Belville en un breve plazo a Londres. Sonaba como si "Henry" era el
superior de Belville en el comercio de espionaje, y presumiblemente trabajaba en
algo en Whitehall. Quienquiera que fuese Henry, necesitaría asegurarse de quién era
él antes de que se enterara de la desaparición de Belville.

¿George podría ir a Londres? No. Quienquiera que fuese necesitaría explicar la


muerte de Belville. Él podría asumir la responsabilidad por las acciones de su esposa;
ningún otro hombre podría. Él tendría que ir, e ir temprano.

Jack echó un vistazo a la cabeza de rizos rojos de Kit, una pelusa en la oscuridad.
Hizo una mueca. Ella no estaría contenta, pero no había nada que hacer.

La visión de ella, con su pistola humeante en la mano, volvió a perseguirlo. Él no


había sabido lo que había sentido cuando la vio allí de pie y se dio cuenta de lo que
ella había hecho. Él todavía no lo sabía. Ningún marido debería tener que pasar por
los traumas a los que ella lo había expuesto. Cuando regresara de Londres, era algo
que él tendría que explicarle.
Capítulo 28

Cuando Kit se despertó y vio la carta, dirigida a ella en los garabatos de su


marido, apoyada en la almohada a su lado, gimió y cerró los ojos. Cuando los abrió
de nuevo, la carta estaba todavía allí. ¡Maldito sea! ¿Ahora qué? Maldiciendo en
francés, se sentó y rompió el sello. Su grito de furia trajo a Elmina corriendo en
seguida.

—¡Ma Petite! ¿Está enferma?

—No estoy enferma, pero él lo va a estar ¡cuando le ponga las manos al Alto
Comisionado todo poderoso! ¿Cómo se atreve a dejarme así?

Kit arrojó la carta y apartó la colcha de sus piernas, apenas notando su desnudez
en su ira. Ella aceptó el vestido que Elmina, escandalizada, le echó sobre los
hombros, embutiéndose en la confección de seda antes de que ella se diera cuenta
de que era uno de los vestidos que él le había comprado.

—¿Cuál es la importancia de usar estas cosas si él no está aquí para verlas? —su
pregunta furiosa fue dirigida al techo.

Elmina no dio respuesta. Para el momento en que Kit se había bañado y tomado
el desayuno, muy sola, su temperamento se había convertido en una furia helada.
Ella leyó la carta de su marido tres veces más, y luego la rompió en pedazos. Decidida
a no pensar en ello, trató de sumergirse en su rutina diaria con éxito variado. Pero
cuando la noche se acercó y ella todavía seguía sola, sus distracciones fueron
limitadas. Al final, después de una cena solitaria, sentada en una espléndida soledad
en la mesa del comedor, se retiró a la biblioteca, a la silla junto a la chimenea,
mirando pensativamente en la silla vacía detrás de su escritorio. No era justo.
Todavía tenía muy pocas pistas en cuanto a cuál era el propósito de él, pero sus
sospechas iban en aumento. Ella lo había ayudado a ganar el control sobre todos los
contrabandistas en la zona, no sabía por qué lo necesitaba, pero estaba segura de
que había sido su objetivo al unir la banda de él con su pequeño grupo. A pesar de
sus constantes solicitudes, él se había negado a divulgar sus planes. Incluso cuando lo
había amenazado con exponerlo, él se había mantenido firme. Entonces ella los
había salvado de los Agentes, y estuvo a punto de morir en el proceso. ¿Eso lo había
ablandado? ¡Ni un poco!

Kit resopló y se movió en su silla, deslizando los pies de sus zapatillas y metiendo
sus dedos fríos por debajo de la falda.

La reacción de él a los últimos acontecimientos fue por el mismo estilo. Había


ido a Londres para suavizar las cosas con respecto a la muerte de Belville, según lo
que había escrito. Kit entrecerró los ojos, sus labios se torcieron cínicamente. Él le
había contado solo eso. Su historia para el consumo público era que Belville había
desaparecido, presunta víctima de las corrientes traicioneras. Ella deseó saber a
quién estaba viendo Jack en la capital. Sin duda, que ellos si estaban recibiendo la
explicación que a ella le había sido negada. Kit suspiró y se estiró. Las lámparas
habían sido apagadas . Bien podría subir a su cama vacía. No podía escaparse del
hecho de que su marido simplemente no confiaba en ella, era al parecer incapaz de
confiar en ella.

Sus labios dibujaron una línea; sus ojos amatista brillaron. Kit puso sus pies de
nuevo en sus zapatillas y se levantó.

De alguna manera, ella iba a tener que dejar claro a su enervante esposo que su
actitud simplemente no era lo suficientemente buena.

Con pasos decididos, se dirigió a la cama.

***
Cuando el domingo amaneció, Kit se encontró con que estaba sin marido y
además llena de inquieta energía, esto último una consecuencia natural de lo
primero. Apartó las cortinas para encontrarse con la vista de una escena de cuento
de hadas. El verde de los campos estaba bañado en rocío, cada enjoyada hoja
brillaba bajo un sol benévolo. No había ni una nube a la vista; los pájaros cantaban
una serenata de alegría al más azul de los cielos.

Un destello brilló en los ojos de Kit. Corrió hacia el armario. Tendría que usar sus
pantalones largos; Jack le había quitado sus pantalones de montar con mucha
premura y Elmina aún tenía que arreglarlos. Vestida como un niño, ella se deslizó de
la mansión que seguía durmiendo. Ensillar a la yegua castaña con su silla de mujer
convertible fue bastante fácil. A continuación, cabalgó rápida, para que los mozos no
la vieran, en dirección sur.

Ella alcanzó el prado donde habían llevado a Delia. La yegua negra llegó
corriendo a su silbido. Fue la obra de unos cuantos minutos transferir la silla, luego
dejó la yegua castaña suelta pastando en el lujo inesperado, mientras ella y Delia
disfrutaban de su mutua compañía. Cabalgó directamente hacia la costa norte,
pasando cerca del chalet, como una flecha negra avanzando a gran velocidad.

Cuando se detuvieron en los acantilados, la euforia latía en sus venas. Ella


respiraba con dificultad. La risa burbujeó en su garganta. Kit levantó las manos al sol
y se estiró. Era maravilloso estar viva. Sería aún más maravilloso si su terriblemente
guapo marido estuviera aquí para disfrutarlo con ella, sólo que no estaba.

Kit empujó ese pensamiento, y la molestia que trajo, a un lado. Se puso a buscar
un camino al acantilado. Cabalgó hacia el este a lo largo de las arenas, y luego se
acercó a los acantilados para ponerse en camino hacia el promontorio con forma de
yunque cerca de Brancaster.

Kit dirigió a Delia por las arenas pálidas donde la pandilla Hunstanton había
corrido tantas cargas.
Ella encontró el cuerpo en la última bahía de aguas poco profundas antes de la
punta oriental. Llevando a Delia a unas cuantas yardas de distancia, Kit se quedó
mirando la figura tendida en la orilla del agua. Las olas rompían sobre las piernas.
Había sido arrojado a la playa por la marea en retirada. Ni un músculo se movió; él
estaba tan inmóvil como la muerte.

Su cabello negro le hizo recordar algo.

Con cuidado, Kit desmontó y se acercó al cuerpo. Cuando fue evidente que el
hombre no representaba una amenaza, ella lo volteó de espalda.

Lo reconoció instantáneamente. Miró con sorpresa las cejas negras arrogantes y


las facciones aristocráticas del espía francés de Jack. Estaba muy pálido pero aún con
vida, podía ver el pulso que latía superficialmente en la base de su garganta. ¿Qué
habría pasado? Más importante aún, ¿qué debía hacer? Con un suspiro ahogado, se
inclinó sobre su él y lo sujetó por los brazos. Ella tiró de él hacia arriba en la playa,
donde las olas no podrían llegar hasta él. Luego se sentó a pensar. Si era un espía
francés, debería entregarlo a la Agencia. ¿Qué pensaría Jack sobre eso? No mucho,
no estaría impresionado. Pero, sin duda, como una mujer Inglesa leal que era, ¿cuál
era su deber? ¿Qué tendría preferencia, el deber de esposa o el deber con un país? Y
¿eran realmente diferentes, o era simplemente una ilusión que Jack utilizó para sus
propios fines particulares?

Kit gruñó y se pasó los dedos por sus rizos. Deseaba que su marido estuviera
aquí, no para que pudiera tomar el control, sino para que ella pudiera ventilar sus
sentimientos y darle el regaño que sin duda merecía. Pero Jack no estaba aquí, y
estaba sola. Y su amigo francés necesitaba ayuda. Su cuerpo estaba frío; si se guiaba
por su apariencia, se notaba que había estado en el agua durante algún tiempo. Él
lucía muy fuerte y suficientemente saludable, pero probablemente estaba exhausto.

Ella tenía que llevarlo a un sitio caliente y secarlo tan pronto como fuera posible.
Kit consideró sus opciones. Era temprano aún.
Si ella lo trasladaba pronto, habría menos posibilidades de que alguien lo viera.
El chalet era el lugar seguro más cercano donde podría ser atendido. Se puso de pie y
examinó a su paciente. Por suerte, era más ligero que Jack. Lo había encontrado
bastante fácil de mover hasta la playa; probablemente ella podría soportar la mitad
de su peso si era necesario. Se tomó un momento para trabajar en los detalles. Kit
agradeció a sus estrellas que había entrenado a Delia con todo tipo de trucos. La
yegua, obediente, se dejó caer de rodillas junto al francés. Kit haló y tiró, y empujó, y
se esforzó hasta que finalmente lo metió en su silla, inclinado hacia delante sobre el
pomo, con la mejilla en el cuello de Delia, quedando sus manos sobre la arena a cada
lado del caballo.

Satisfecha, Kit se retiró hacia atrás, respiró profundamente y dio la señal a Delia
para que se levantara. Ella estuvo a punto de perderlo, pero en el último momento,
logró transportar el peso de él hacia atrás en la yegua. Delia esperó quieta
pacientemente hasta que Kit lo reubicó en la silla una vez más. Entonces se pusieron
en marcha, lo más rápido que ella pudo. Desmontarse fue bastante menos
aparatoso.

Los brazos de Kit le dolían por la tensión de sostenerlo sobre la silla. Ella se apeó
de la silla, y luego empujó el pesado cuerpo hasta que él cayó de la silla de montar
para terminar tendido delante de la puerta.

Exasperada con su impotencia, Kit se tomó un momento para contemplarlo. Se


detuvo para colocarle en una posición más cómoda antes de entrar en el chalet para
preparar la cama. Ella encontró una sábana vieja y la extendió sobre la cama. Tendría
que quitarle la ropa, pero después de que ella las usara como asideros para
levantarlo hacia el colchón. Volviendo a su paciente, lo arrastró adentro.

Levantarlo hacia la cama fue una lucha frustrante, hasta que eventualmente
yació sobre la sábana, largo y delgado y, Kit tuvo que admitir, lo suficientemente
guapo para que ella lo notara.

Jack no había dejado sus cuchillos, pero su espada todavía descansaba en la


parte posterior del armario. Kit hizo buen uso de ella, cortando la ropa del francés.
Ella trató de no mirar mientras le retiraba las prendas, ayudándose con la sábana lo
volteó sobre su estómago. Había moretones en los hombros y los brazos, como si
hubiera estado en una pelea, y un mancha de un color púrpura en una cadera, como
si hubiera golpeado algo. Ella echó las mantas sobre él y lo remetió en ellas.
Resplandeciente por el orgullo del trabajo bien hecho, se dispuso a encender el
fuego y calentar unos ladrillos.

Más tarde, cuando su paciente estuvo tan cálido y seco como ella pudo, se hizo
un poco de té y se sentó a esperar. No pasó mucho tiempo, descongelado por el
calor, se agitó y se volvió de espaldas. Kit se acercó a la cama, inclinándose con
confianza para ponerle una mano fría en la frente. Unos fuertes dedos rodearon su
muñeca. Los pesados párpados se levantaron para revelar los ojos negros, turbios
por la fiebre. La mirada salvaje del hombre se volvió hacia ella, buscando mirarla en
el rostro.

—¿Qui est- ce vous êtes?

Los ojos negros inspeccionaron rápidamente la habitación y después volvieron a


su rostro.

¿Où sont - nous? —las preguntas exigían una respuesta.

Kit habló en francés.

—Usted está seguro ahora. Debe descansar.

Ella trató de soltarse la mano de su agarre, pero sus dedos se apretaron más.
Irritada por esta demostración de fuerza bruta masculina cuando era menos útil, Kit
añadido con aspereza.

—Si daña la mercancía, Jack no estará contento.

La mención del nombre de su marido la dejó inmediatamente en libertad. Los


ojos negros la observaron, más confundido que nunca.

—¿Usted está familiarizada con...el Capitán Jack? —Kit asintió.


—Podría decirse. Le daré algo de beber.

Para su alivio, su paciente se comportó aunque continuó estudiándola con la


mirada. Se bebió el té suave sin quejas. Casi inmediatamente, él volvió a dormir. Pero
sueño fue intranquilo. Kit se mordió el labio mientras lo veía girar en la cama.
Murmuraba en francés. Ella se acercó más, hasta el pie de la cama. En su estado
actual, no estaba segura de cómo estaría de clara su mente. Acercarse demasiado
podría que no fuera aconsejable.

De repente, él se dio la vuelta sobre su espalda y su respiración se relajó. Para su


sorpresa, él empezó a hablar con bastante lucidez en perfecto inglés.

—Hay sólo dos de ellos, sólo quedan dos más de los hijos de puta. Pero
Hardinges bebió demasiado rápido, el cretino se desmayó antes de que pudiera
sacarle nada más, que se condene su ignorante pellejo —hizo una pausa, su ceño
fruncido arrastró las elegantes negras cejas hacia abajo—. No. Espere. Había una
pista más, aunque Dios sabe que no es mucho para continuar. Hardinges usó
continuamente la frase "los hijos de los duques." Creo que significa que uno de los
dos que buscamos es el hijo de un duque, pero no puedo estar seguro. Sin embargo,
yo no pensaría que a Hardinges le diera por hacer alusiones poéticas —Una breve
sonrisa apareció en la cara oscura—. Bueno, Jack mi amigo, me temo que eso es todo
lo que pude descubrir. Así que será mejor que te montes en ese terror gris tuyo y
vueles de regreso a Londres con la noticia. Hagan lo que hagan ellos, van a tener que
hacerlo rápido. Los buitres están acercándose. Ellos saben que hay algo en el viento
desde nuestro lado, y están decididos a saber lo que es por cualquier medio posible.
Si queda todavía alguna rata en nuestro nido, ellos la encontrarán.

El largo discurso parecía haber drenado la fuerza del hombre.

—¿Jack? —él preguntó después de una pausa.

Asustada, Kit se sacudió su aturdimiento.

—Jack está en camino.


El hombre suspiró y se hundió más profundamente en las almohadas. Sus labios
formaron la palabra “Bien”. En el instante siguiente estaba dormido.

Con los suaves ronquidos interrumpiendo el silencio, Kit se sentó y puso las
últimas piezas del rompecabezas de las actividades de su marido en su lugar. Él era el
Alto Comisionado para North Norfolk y se le había encargado específicamente el
acabar con el contrabando de espías. Ahora parecía que, no contento con perseguir
espías en este lado del Canal, Jack había sido determinante en el envío de algunos de
los suyos a Francia.

Todo lo cual estaba muy bien, pero ¿por qué no podía contárselo a ella?

Kit paseaba delante de la chimenea, lanzando miradas de vez en cuando a su


paciente. No había ninguna razón por la que Jack no podía haberla enterado de los
detalles de su misión, especialmente no después del excelente servicio que ella había
prestado a la causa, si bien lo hizo en ignorancia. Era patente que su marido
albergaba alguna idea arcaica de su lugar en su vida. Era un lugar que ella no tenía
intención de estar satisfecha de ocupar.

Ella quería compartir la vida de él, no podía ser para siempre una parte periférica
de esta, un complemento que mantendría a la distancia de un brazo por el simple
recurso de controlar la información.

Los ojos de Kit brillaron; sus labios se apretaron. Ya era hora que dedicara más
energía a la educación de su marido.

***

Era tarde por la mañana antes de que ella se sintiera cómoda en dejar el francés,
que claramente no era ningún francés en absoluto. No había ninguna posibilidad de
que ella pudiera ocultar su atuendo masculino, por lo que no lo intentó.
Cabalgó directamente a los establos del castillo y desmontó con elegancia
cuando Martins subió corriendo, con los ojos casi saltando de su cabeza.

—Cuide de Delia, Martins. Usted la puede volver al prado más tarde y traer la
yegua castaña. No voy a salir a cabalgar de nuevo hoy.

—Sí, señora.

Kit marchó a la casa, quitándose los guantes mientras lo hacía. Lovis estaba en la
sala cuando entró. Kit le lanzó una mirada desafiante. Para favor de él, ni un músculo
se estremeció cuando él se presentó, su porte señorial irreprochable por un
espectáculo que, Kit sospechaba, duramente probaba su alma conservadora.

—Lovis, Quiero enviar un mensaje inmediatamente al Sr. Smeaton. Voy a escribir


una nota. Quiero que uno de los hombres esté listo para llevarlo a Smeaton Hall tan
pronto como haya terminado.

—Muy bien, señora —Lovis se adelantó a abrir la puerta de la biblioteca para


ella—. El hijo de Martin estará esperando.

Al tirar de la silla de la mesa de su marido, Kit acercó una hoja de papel limpia
hacia ella. La nota a George fue fácil, le sugería que fuera de inmediato a la ayuda de
su amigo “francés”, a quien había dejado en el chalet, algo así como fuera de
combate. Ella hizo una pausa, y luego escribió una oración final.

—Estoy segura de que, siendo mucho más de la confianza de Jack, sabrá mejor la
manera de proceder.

Kit firmó la nota con una floritura, mientras dibujaba una sombría sonrisa en los
labios. Tal vez era injusto hacer a George retorcerse, pero ella estaba más allá de
sentirse amable hacia los que habían ayudado a su marido a alcanzar su estado
actual de arrogancia. Escribió la dirección de la misiva, confiada en que enviaría a
George a toda prisa en ayuda de su amigo. Él podría asumir la responsabilidad
ulterior. Tocó el timbre y le dio la nota a Lovis indicándole que la enviaran a la mayor
velocidad.
Durante los siguientes veinte minutos, ella apenas se movió, su mente estaba
absorta considerando y descartando varias opciones para llamar la atención de Jack
sobre sus faltas. Cuando de eso se trataba, ella solo podía pensar en una forma de
proceder. No ganaba nada con complejas maniobras ya que él era mucho más
experto en la manipulación que ella. En verdad, tenía muy poca idea de cómo hacer
para que él entendiera cómo se sentía ella haciendo uso de artificios femeninos. Si se
iba por ese camino, ella tenía la astuta sospecha de que terminaría de espaldas,
debajo de él, quien se mostraría tan arrogante como siempre. Y poco dispuesto
como siempre a hacer concesiones. Lo mejor esperanza que tenía era hacer una
declaración firme, lo suficientemente dramática para hacerle sentarse y tomar nota,
algo lo suficientemente definitivo para que él se sintiera forzado al menos a
reconocer el punto de vista de ella. Con esa determinación pulsando firmemente en
sus venas, Kit tomó otra hoja de papel y se instaló a escribir una carta a su cónyuge
errante.

***

Jack llegó a casa el lunes por la noche. Había tenido que esperar hasta esa
mañana para hablar con el Señor Whitley. Varios esquemas ya estaban en marcha
para expulsar al hombre que ellos creían que era el Henry que nombró Belville. Todo
lo que quedaba era esperar el regreso de Anthony, para ver si había algún traidor
más que rastrear. Estaban ya muy cerca.

Con un profundo suspiro, Jack subió los escalones de la puerta principal. Lovis
abrió para él.

—Mi lord. El Señor. Smeaton pidió que se le entregara esta nota en el instante
en que cruzara el umbral.

Jack desdobló la única hoja de papel. Le tomó algún tiempo descifrar la escritura
de George. Entonces Jack dejó escapar un suspiro de cansancio. Él vaciló,
preguntándose si enviar o no un mensaje a Kit. Él no estaría de vuelta a tiempo para
la cena. Era dudoso que estuviera de vuelta antes de que ella estuviera en la cama.

Con una sonrisa lenta, se fue hacia la puerta. Mejor sería tomarla por sorpresa.

—Voy a volver más tarde esta noche, Lovis. No hay necesidad de decir a nadie
que estuve aquí.

En el chalet fue recibido por un muy mejorado Sir Anthony. George no estaba allí
para escuchar el relato de las aventuras de Antoine ya que había sido convocado a
una cena en Gresham.

—Una de las pruebas de un hombre comprometido.

Sonriendo, Jack cogió una silla y se sentó. Se enteró de que los franceses habían
localizado a Antoine, no para descartar las sospechas sobre él, sino con el fin de
interrogarlo en caso de que él supiera más aún de lo que había revelado. Él había
escapado como polizón a bordo de un bote ligero con destino a Boston en el otro
lado del canal. Por desgracia, este también había resultado ser una embarcación de
contrabandistas. A los contrabandistas no les gustaban los polizones; así que él había
tenido que luchar para escapar, tirándose por la borda antes de que lo ensartaran.

El relato de Anthony sugirió que los franceses estaban desesperados por la


información. La noticia de que sólo había dos traidores más era música para los oídos
de Jack.

—Los tenemos.

Rápidamente refirió a Anthony los acontecimientos en la playa después de que


él hubiera embarcado, refiriéndose a Kit como otro miembro de la cuadrilla.

—George dijo algo acerca de eso —dijo Anthony—. Pero dijo que te había
dejado a cargo de asunto ya que “tenías un interés más profundo en la muerte de
Belville” ¿Qué diablos quiso decir?

Jack tuvo la decencia de sonrojarse.


—No preguntes.

Anthony le lanzó una mirada de fingida sorpresa.

—Guardar secretos a tus amigos, Jack mi amigo, es muy imprudente.

—Tú te enterarás de este secreto con el tiempo, así que yo no me quejaría.

La cara de Anthony mostró un aspecto intrigado.

—Whitley piensa que el Henry que mencionó Belville —continuó Jack


rápidamente—, quien creemos que es Sir Henry Colebourne, estará detrás de las
rejas en un par de días como máximo. Lo que junto con tu información, significa que
el final está cerca. Vamos a atraparlos a todos ellos.

Anthony se echó hacia atrás sobre sus almohadas con un profundo suspiro.

—¿Sin embargo podrán ellos lograrlo sin nosotros, ahora que ya dejamos el
servicio activo?

—Estoy seguro de que ellos se arreglarán. En lo personal, tengo nuevos campos


por arar, por así decirlo.

La sonrisa de anticipación de Jack era transparente. La mirada de Anthony


descendió desde el techo para contemplar la extraña visión de un Jack ansioso por la
vida civil.

—No te creo —dijo—. No debo suponer que tu gusto recién descubierto por los
proyectos pacíficos no tiene nada que ver con el muchacho pelirrojo que me trajo
aquí?

Ante la expresión contenida de Jack, Anthony añadió en voz baja:

—¿Has sido llevado al otro lado, Jack?

Jack reprimió una respuesta claramente grosera. Sus ojos brillaron.


—Por lo que me dices debo entender que mi esposa llevaba pantalones cuando
te trajo aquí?

—¿Tu esposa?

La exclamación de Anthony le provocó un ataque de tos. Cuando se hubo


recuperado, se tumbó sobre la almohada y fijó en Jack una mirada sorprendida.

—¿Esposa?

Jack asintió con la cabeza, incapaz de contener su sonrisa.

—Has tenido el placer de conocer a Kathryn, Lady Hendon, más conocida como
Kit —Hizo una pausa, y luego se encogió de hombros—. Ella fue la que disparó a
Belville.

—¡Oh! —Anthony se esforzó para hacer coincidir los hechos con sus recuerdos—
¿Cómo diablos hizo ese pedacito de cosa para trasladarme desde la playa hasta aquí?

—Probablemente por pura determinación —dijo Jack poniéndose de pie—. Es


una cualidad que ella tiene en abundancia. Te dejo ahora, Tony —Se adelantó para
dejar caer una mano sobre el hombro de Anthony—. Voy a enviar Mathew por la
mañana con un caballo para moverte hasta el Castillo. Ten la seguridad de que voy a
llevar las noticias a Whitley tan pronto como sea posible. Él va a estar aliviado al
saber que todos estamos bien.

—Gracias, Jack —Anthony permaneció inmóvil en sus almohadas y observó a


Jack caminar hacia la puerta— Pero ¿por qué la prisa por irte?

Jack hizo una pausa.

—Un pequeño asunto sobre lo que es apropiado que tengo que hablar con mi
esposa. No es algo que un calavera como tú entendería.
Cerrando la puerta ante la exclamación sorprendida de su amigo, Jack se dirigió
al establo. Él exactamente no la había sorprendido utilizando pantalones, pero era
casi lo mismo, ¿verdad?

La anticipación ya había alcanzado niveles elevados en el momento en que él


llegó a la casa. Entró por la puerta lateral, recogiendo la única vela para iluminar su
camino. Se dirigió directamente a la habitación de su esposa. Y se detuvo en seco
cuando la luz de la vela reveló una extensión ininterrumpida de raso verde, sin
ninguna forma deliciosamente curvada acurrucándose debajo.

Por un momento, él se quedó mirando, incapaz de pensar. Entonces, con el


corazón golpeando inestablemente, fue a su propia habitación. Ella no estaba en su
cama tampoco. La vista de la sencilla y cuadrada hoja blanca apoyada en la almohada
hizo que su mano temblara, derramando cera para el piso.

Respirando hondamente, Jack puso la vela en la mesa junto a la cama y,


hundiéndose en el colchón, recogió la carta. La delicada escritura de Kit declaraba
que era para Jonathon, Lord Hendon. La vista de su nombre real fue suficiente
advertencia. Jack rasgó la misiva a la vez que sus labios formaron en una línea
sombría.

Ella había reservado su formalidad aparentemente solo para el título. En el


interior, su mensaje fue directo y conciso.

Querido Jack.

He tenido suficiente. Me voy. Si deseas explicarme algo, estoy segura de que


sabrás dónde encontrarme.

Tú devota, amante y servicial esposa.

Kit.

Su primer pensamiento fue que ella había omitido escribir obediente,


obviamente, dándose cuenta de la imaginación de él no llegaría tan lejos. Luego leyó
de nuevo, y decidió que no podía, con toda honestidad, desaprobar los adjetivos que
ella había reclamado para sí. Se sentó en su cama cuando el reloj en la sala marcada
alguna hora y se esforzó por dar sentido a lo que la carta en realidad quería decir.

No podía creer que Lovis le había dado el mensaje de George, pero había
olvidado decirle que su esposa lo había dejado. Tratando de ignorar el espacio vacío
que se expandía dentro de su pecho, amenazando con aplastar su corazón, volvió a
leer la carta. Luego se tumbó en la cama, las manos entrelazadas detrás de la cabeza,
y empezó a pensar.

Ella estaba molesta porque no le había contado los detalles de su misión. Intentó
imaginar a George diciéndole a Amy y sintió que un resplandor de justificación lo
calentaba. De repente, este se disipó, cuando la imagen de Kit se superpuso sobre la
de Amy.

Muy bien, ya que ella no era la misma clase de esposa, el suyo no era el mismo
tipo de matrimonio. Él y su misión estaban profundamente en deuda con ella, lo
sabía suficientemente bien. Que ella anhelaba emoción y la seguiría a donde quiera
que la condujera era una característica que reconoció. Podía entender su pique
porque él no la incluyera en sus actividades. Pero que lo dejara de esta forma,
marchándose sin decirle, era el tipo de chantaje emocional al que él nunca
sucumbiría.

¡Cristo ! ¡Si él no supiera que ella estaba a salvo en Cranmer Hall, estaría
frenético! No había duda de que ella esperaba que fuera corriendo, ansioso de
ganarla de vuelta, dispuesto a prometerle cualquier cosa. Él no lo haría.

Al menos no todavía. Tenía que regresar a Londres mañana, para transmitir las
noticias de Anthony para Lord Whitley. Dejaría a Kit cociéndose, atrapada en una
trampa de su propia invención. Entonces, cuando regresara, él iría a verla y se podría
a hablar de su relación con calma y racionalmente. Jack trató de imaginarse teniendo
una discusión tranquila y racional con su esposa. Se quedó dormido antes de que lo
lograra.
Capítulo 29

Exhalando un suspiro de alivio combinado con ansiedad, Kit utilizó la aldaba de


la puerta de su primo Geoffrey. La estrecha casa en la calle Jermyn había sido el
hogar de los tres hijos de su tío Frederick cada vez que estaban en Londres. Ella
esperaba que al menos uno de ellos estuviera allí ahora. La puerta la abrió
Hemmings, caballero de los caballeros Geoffrey. Había estado con la familia durante
años y la conocía bien. Aun así, dada su indumentaria, pasó un largo momento antes
de que ella viera como sus ojos se abrían en reconocimiento.

—Buenas noches, Hemmings. ¿Están mis primos en casa?

Kit apremió al aturdido hombre. Gracias a la experiencia en su puesto,


Hemmings cerró rápidamente la puerta. Luego se volvió para mirarla de nuevo. Kit
suspiró.

—Lo sé. Pero era más seguro de esta manera. ¿Geoffrey está aquí?

—Está fuera cenando con Master Geoffrey, señorita, junto con Master Julián —
dijo Hemmings después de recuperarse.

—¿En casa de Julián?

Cuando Hemmings asintió, el ánimo de Kit se elevó por primera vez en el día.
Julián tenía que estar en casa de permiso; verlo sería una ventaja inesperada en este
hasta-por-los-momentos-lamentable asunto. Había dejado el castillo de Hendon el
domingo por la tarde, hacía más de veinticuatro horas, vestida como Lady Hendon
sin equipaje incriminador más allá de un pequeño bolso negro. Ella había dicho a
Lovis que iba a visitar a un amigo enfermo cuyo hermano se reuniría con ella en
Lynn. La nota que había dejado a su marido, le aseguró a Lovis, explicaría todo. Ella
había pedido a Josh que la llevara a Lynn y la dejara en el King’s Arms. Cuando la
diligencia de posta nocturna partió hacia Londres a las 8 esa noche, viajó en ella un
joven delgado y elegante con una bufanda que le cubría hasta las orejas.

La diligencia había sido increíblemente lenta, alcanzando la capital bastante


después del mediodía. Desde la posada de postas, había tenido que caminar cierta
distancia antes de que ella pudiera parar un coche de punto lo suficientemente
limpio. Y el coche de se había retrasado, atrapado en el tráfico de Londres. Ahora ya
eran pasadas las seis y estaba agotada.

—Master Bertrand estará fuera de la ciudad durante la semana, señorita. ¿Debo


hacer una cama para usted?

—Eso sería maravilloso, Hemmings —Kit sonrió con cansancio—. Y si puede


agregar una comida sencilla, estaría doblemente agradecida.

—Naturalmente. ¿Puede usted tomar asiento en la sala?

Le mostró la sala y la dejó felizmente sola, Kit puso en orden las revistas que
cubrían cada pieza de mobiliario antes de seleccionar un sillón para colapsar en él.
Ella no tenía ni idea de cuánto tiempo había yacido allí, con una mano sobre los ojos,
luchando contra unas poco usuales náuseas que la había sobrevenido en el instante
en que se había despertado esa mañana, provocadas, sin duda, por el balanceo
constante de la diligencia. No había comido en todo el día, pero apenas pudo reunir
suficiente apetito para hacer justicia a la comida que Hemmings finalmente había
colocado delante de ella.

Tan pronto como se la hubo terminado, se fue arriba. Se lavó la cara y se quitó la
ropa, irónicamente preguntándose qué haría Jack si la encontrara en tal atuendo. El
pensamiento le trajo una suave sonrisa a los labios. Se desvaneció lentamente.
¿Había hecho lo correcto al dejarlo a él? Sólo el cielo sabía. Su incómodo viaje había
logrado amortiguar su temperamento pero su determinación era incólume.
Jack tenía que recapacitar, esperaba que la desaparición de ella pudiese lograr
eso. Y él le seguiría, de eso estaba segura. Pero de lo que ella no estaba del todo
segura, ni siquiera podía adivinar, era lo que haría él a continuación. De alguna
manera, en el calor del momento, no había considerado el punto vital.

Con un movimiento de sus rizos, Kit se despojó de su ropa y se metió entre las
sábanas limpias. Al menos esta noche ella sería capaz de dormir sin ser molestada
por los resoplidos y ronquidos de los demás pasajeros. Entonces, mañana, cuando
ella pudiera pensar con claridad de nuevo, se preocuparía de Jack y sus reacciones.
En el peor de los casos, siempre podría explicarle.

***

Ella estaba a la mesa del desayuno a la mañana siguiente, pulcramente vestida


como el Joven Kit, cuando Geoffrey abrió la puerta y entró. Él lucía como el libertino
que era, en una bata de seda multicolor, con un pañuelo bien doblado sobre su
cuello. Con una mirada a su expresión aturdida, Kit se percató que Hemmings no le
había informado a él de su llegada y había dejado que ella misma le diera la noticia.

—Buenos días, Geoffrey.

Kit tomó un sorbo de café y observó a su primo por encima del borde de la copa.
Geoffrey no era lento. Cuando su mirada reparó en el traje de Kit, su expresión
mostró un aturdimiento incrédulo.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—Decidí que era hora de pasar una semana o más lejos del castillo de Hendon —
Kit sonrió—. ¿No estás contento de verme?

—Porras Kit, sabes que lo estoy. Pero.. —Dijo Geoffrey y pasó una mano por sus
cabellos oscuros— ¿Dónde diablos está tu marido?
Abruptamente, Kit dejó su pose.

—Vendrá en pos de mí, espero.

Geoffrey quedó perplejo. Rápidamente, llegó a la cafetera.

—Espera, mi niña. Empieza desde el principio. ¿Qué tipo de peligroso juego estás
jugando?

—No es ningún juego —Kit suspiró y apoyó ambos codos sobre la mesa.

Geoffrey acercó una silla. Señaló con la mano para que continuara, Kit relató su
historia. A la fría luz de la mañana, no sonaba particularmente cuerda. Y tratar de
explicar a Geoffrey por qué ella se sentía como lo hacía era aún más inútil. No se
sorprendió cuando él mostró todos los indicios tomar partido por Jack.

—Te has vuelto loca —fue el veredicto de Geoffrey— ¿Qué demonios supones
que él va a hacer cuando te encuentre?

Kit se encogió de hombros, soñando con el momento.

Geoffrey se puso rígido.

—¿Le dijiste que estarías aquí?

La negativa de Kit lo hizo respirar de nuevo.

—Pero él lo averiguará.

Geoffrey se quedó mirándole. Esa no era la garantía que él habría deseado.


Estudió a Kit.

—¿No estarás embarazada verdad? —preguntó.

Fue el turno de Kit para quedarse mirándole.

—¡Por supuesto que no!


—Está bien, está bien —Geoffrey levantó ambas manos apaciguadoramente—.
Sólo pensé que podría ser una buena excusa para tener a mano cuando Hendon haga
su entrada. Todo el mundo sabe que las mujeres hacen cosas extrañas en esos
momentos.

Indignada, Kit lo fulminó con la mirada.

—¡Ese no es el punto! Quiero que él se dé cuenta que no me hará a un lado, a


buen recaudo en un nicho, cada vez que decide hacer algo no es... adecuado para
involucrarme.

Geoffrey se llevó una mano a la frente.

—¡Oh, Dios mío!

La puerta se abrió para dejar paso a Julián, el menor de los tres hermanos, el
único menor que Kit.

Geoffrey se sentó, mirando fijamente su café, mientras que Julián y Kit


intercambiaron alegres saludos sobre la cabeza de él, y Kit explicaba a Julián sobre
las razones de su actual excursión. Cuando por fin prestaron atención a sus
desayunos, Geoffrey habló.

—Kit, tú no puedes quedarte aquí.

La expresión en la cara de ella mostró su decepción.

—¡Oh!

—No es que me importe, personalmente —Geoffrey le aseguró, ignorando la


mirada oscura que su hermano le estaba lanzando.

—Pero ¿puedes por favor tratar de comprender cómo se va a sentir tu marido si


llega aquí para encontrarte tonteando en Jermyn Street en pantalones? —Geoffrey
hizo una pausa, y luego añadió—: Pensándolo bien corrijo, me importa
“personalmente”. Porque es mi piel la que va a estar en juego después.
—Traje un vestido conmigo.

Geoffrey puso los ojos en el techo.

—Con el debido respeto, Kit, trotar en Jermyn Street en un vestido es probable


que sea aún más peligroso para tu reputación que el otro atuendo.

Kit hizo una mueca, sabiendo que tenía razón. Había vivido en Londres el tiempo
suficiente para conocer las reglas.

Jermyn Street era el lugar predilecto de los solteros de la alta sociedad. Mujeres
del rango de ella, definitivamente, no vivían en Jermyn Street.

—Pero, ¿dónde puedo ir? Y por el amor de Dios, no sugieran a sus padres.

—Soy cobarde, no tonto —respondió Geoffrey.

Los tres primos estaban sentados considerando a sus conocidos. Ninguno de


ellos era adecuado. Entonces Julián volvió a la vida.

—¡Jenny, Jenny MacKillop!

La señorita Jennifer MacKillop había sido institutriz de los hijos de Frederick


Cranmer y estado unos años más como acompañante, hasta el momento de la
primera temporada de Kit. Posteriormente, se había retirado para cuidar de su viejo
hermano en Southamptos.

—Recibí una carta de ella hace unos meses —dijo Kit—. Su hermano murió y le
dejó la casa. Ella decidió permanecer allí durante el resto del año, antes de decidir
qué hacer.

—Entonces ahí es donde vas a ir —Geoffrey se incorporó. Estudió a Kit con


severidad.

—¿Qué tan lejos supones esté Hendon?


—No sé —Kit parecía inquieta.

Suspiró Geoffrey.

—Muy bien. Será mejor que yo espere aquí en caso de que él llegue, respirando
fuego. ¡No! —Dijo, cuando Julián abrió los labios—. De todo lo que he oído de
Jonathon Hendon, te habrá comido vivo antes de que se detenga para hacer
preguntas. Por lo menos yo voy a tener mi ingenio para que me ayude. Tú puedes
acompañar a nuestra querida prima a Southampton.

—¿Puedo usar tu carruaje? —Julián preguntó.

El suspiro de Geoffrey fue sincero.

—Si encuentro un rasguño en él, lo tendrás que pintar con tus pestañas.

Julián lanzó una exclamación de alegría. Geoffrey alzó las cejas.

—Uno no pensaría que él ya se afeita, ¿verdad?

Kit rió tontamente.

—Eso está mejor —dijo Geoffrey sonriendo—. Yo había empezado a


preguntarme si habías olvidado cómo hacerlo.

—¡Oh, Geoffrey! —Kit extendió una mano para estrechar la suya.

Geoffrey agarró sus dedos.

—Sí, bueno, te sugiero salir tan pronto como sea posible. Deberían poder llegar
al caer la noche, si Julián mantiene un ojo apropiada en el camino. Me parece que
Jenny sería capaz de alojarlos a ambos.

Habiéndose decidido su futuro inmediato, Kit se sirvió otra taza de café. No


quería ir a Southampton. Era demasiado lejos del castillo de Hendon. Pero tenía que
estar de acuerdo con el razonamiento de Geoffrey.
Jack no estaría contento de encontrarla frecuentando una residencia de solteros.
Y ella disfrutaría viendo a Jenny otra vez. Tal vez al ponerse al día con su antigua
mentora le distraería de los problemas de su nueva función.

***

Jack se despertó la mañana del viernes con una sensación de completo disgusto.
Se tumbó de espaldas y se quedó mirando el techo, sus ojos carentes de expresión.
La vida tan satisfactoria que había tenido hasta hace pocos días antes, había
adquirido un tinte gris.

Extrañaba a su esposa.

No sólo la extrañaba, sino que él no era capaz de funcionar, sabiendo que ella no
estaba aquí, donde pertenecía. No podía dormir; no podía recordar lo que había
comido durante los últimos tres días. Sus facultades estaban inmersas en una
constante de sus últimos encuentros, de las oportunidades que se le habían
escapado de leer sus pensamientos y evitar su sorpresiva pero característica
reacción. Había sido un error dejar que ella se marchara a Cranmer Hall. Lo veía
ahora. Pero no había sabido entonces lo mucho que ocuparía su mente la
preocupación sobre ella.

Con un medio gemido, empujó las mantas y se levantó. Sin más preámbulos, él
debía rectificar su error. Había regresado de Londres tarde en la noche anterior, su
esperanza de que Kit pudiese haber reevaluado sus objetivos y hubiese vuelto a casa
fueron defraudadas al ver la cama de ella vacía. Su cama también vacía había sido
aún más decepcionante.

Se vistió con cuidado inusual, eligiendo un chaqué de elegancia simple, decidido


a impresionar a su esposa con todas las facetas de su personalidad. Él sabía
exactamente lo que iba a hacer. Después de saludarla con frialdad, él insistiría en
verla a solas. Entonces, le explicaría por qué su acción de dejarlo era un
comportamiento inaceptable en Lady Hendon, y por qué ninguna circunstancia en la
tierra podría excusar su ausencia de la seguridad de su hogar Luego besaría a la
condenada mujer y la llevaría a casa. Sencillo.

Él tomó una taza de café y ordenó traer a Champion.

***

—Si ella no está aquí, ¿dónde diablos está? —Jack se pasó una mano por el pelo
agitado, soltando hebras doradas de su cabello que volaron sobre su rostro
demacrado.

Se paseó por el salón de mañana en Gresham como un tigre enjaulado y herido.


Amy lo observaba, con una expresión de puro asombro en su rostro.

—Tal vez, querida, deberías conseguirnos alguna bebida para refrescarnos —dijo
George sonriendo de modo tranquilizador a los ojos de Amy.

Atrayéndola hacia él, la condujo a la puerta que sostuvo para ella. Una vez que
Amy salió, George cerró la puerta y se fijó en Jack con una mirada severa.

—Te dije que no dejaras sola a Kit —Su voz tenía una nota de decidida censura—
. Y si te fuiste sin explicarle lo que estaba pasando, no me sorprende que te haya
dejado.

Jack hizo una pausa para mirarlo. George hizo una mueca y rebuscó en el bolsillo
de su abrigo.

—Toma—dijo, extendiéndole la nota que Kit le había enviado—. Yo esperaba no


necesitar mostrarte esto, pero es evidente que tu esposa conoce tu obstinación,
incluso mejor que yo.
Desconcertado, Jack tomó la nota y la alisó.

—Lea la última frase —dijo George amablemente.

Jack lo hizo.

“Estoy segura de que, siendo tú mucho más de la confianza de Jack, sabrás mejor
que yo cómo proceder”

Aplastando la nota en la mano, Jack maldijo.

—¿Cómo demonios iba a suponer que ella estaba tan afectada sobre eso? —dijo
mirando fijamente a George.

George no se impresionó.

—Tú sabías condenadamente bien que ella quería saber. ¡Maldita sea! ella
merecía saber, después de lo que hizo esa noche en la playa. Y en cuanto a sus
esfuerzos recientes en la relación a la causa, todo lo que puedo decir es que ella ha
sido condenadamente comprensiva.

—¡Pero tú ni siquiera la aprobabas! —respondió Jack desconcertado.

—Lo sé. Ella es salvaje más allá de lo excusable. Pero eso no te exime.

Colocando las manos en sus caderas y estrechando sus ojos grises, Jack fulminó a
George con la mirada.

—¿No vas a decirme que le has contado a Amy de nuestra misión?

Sin afectarse por la beligerancia de Jack, George se sentó en la tumbona.

—No claro que no. Pero el punto es que Kit no es Amy.

Los labios de Jack se torcieron en una mueca de dolor. Él empezó a dar paseos,
una vez más, con el ceño fruncido.
—Si yo le hubiera contado, Dios sabe lo que ella habría hecho con eso. Nuestras
actividades eran demasiado peligrosas, yo no podía exponerla a este tipo de riesgos.

—¡Infiernos, Jack! —Dijo George después de suspirar—. Tú conocías cómo era


ella desde el principio. ¿Por qué demonios te casaste con ella, si no estabas
dispuestos a aceptar esos riesgos?

—¡Me casé con ella porque la amo, maldita sea!

—Bueno, si ese es el caso, entonces el resto debería venir con facilidad.

Jack lanzó una mirada desconfiada sobre él.

—¿Qué significa exactamente eso?

—Significa —dijo George— que la querías por lo que era, lo que es. Tú no
puedes empezar a cambiar partes y piezas, esperando que cambie en algunos
aspectos, pero no en otros. ¿Estarías contento si ella se convirtiera en otra Amy?

Jack se tragó su réplica, sus labios estaban apretados por el esfuerzo de contener
la respuesta poco favorecedora. George sonrió.

—Precisamente. No es para ti. Afortunadamente, ella es mía.

La puerta se abrió en ese momento; George levantó la cabeza, sonriendo


cálidamente cuando entró Amy, precediendo a su mayordomo, que llevaba una
bandeja cargada con una variedad de licores fuertes, además de la tetera.
Despidiendo al mayordomo, Amy sirvió té para George y para ella misma, mientras
que George vertió un vaso de brandy para Jack.

—Ahora que hemos resuelto tus diferencias de opinión, ¿qué fue lo que sucedió
exactamente?

Con una mirada de advertencia, Jack tomó el vaso.


—Volví de Londres el lunes por la noche y me dieron tu mensaje, como habías
instruido, tan pronto como había cruzado el umbral. Fui a ver a nuestro amigo, y
luego regresé al castillo. Kit no estaba allí —Tomó un sorbo de su bebida, luego sacó
una carta de su bolsillo—. Como parece que estamos pasando epístolas acerca de mi
esposa, puedes también leer esta.

George tomó la carta. Un rápido examen de sus pocas líneas le obligó a


presionar sus labios firmemente para evitar una sonrisa.

—Bueno —dijo—, tú no puedes afirmar que no está lúcida.

Jack hizo una exclamación y tomó la carta de vuelta.

—Supuse que se había ido a Cranmer Hall y creí que ahí estaría suficientemente
a salvo hasta que volviera de llevar a Whitley la información de Anthony.

—Eso fue difícilmente acertado —dijo George con mirada exasperada.

—Yo no estaba exactamente en un estado de ánimo prudente en el momento —


Jack gruñó, y resumió su frustrante deambular—. He soportado la mañana más
angustiosa de mi vida. En primer lugar, fui a Cranmer. Ni siquiera pude llegar al
pórtico. Encontré a Spencer cabalgando. Antes de que pudiera decir una palabra, me
preguntó cómo estaba Kit.

George levantó las cejas.

—¿Podría ser que él la estuviera protegiendo y esa fue una forma de


despistarte?

—No, él se veía inocente como el cielo —respondió Jack sacudiendo la cabeza—.


Además, no puedo ver a Spencer apoyando a Kit en este pequeño juego.

—Es cierto —admitió George— ¿Qué le dijiste?

—¿Qué podría decirle? ¿Que había perdido a su nieta, a quien yo prometí hace
un mes proteger hasta que la muerte nos separara?
Los labios de George temblaron, pero no se atrevió a sonreír.

—Después de soportar la conversación más incómoda de toda mi vida, he


corrido de vuelta al castillo. No había pensado en preguntarle a mi gente acerca de
cómo había partido ella, ya que era evidente que ella había hecho que todo
pareciera normal y no le vi sentido a levantar alguna sospecha. Supe que le había
dicho a Lovis que había ido a visitar un amigo enfermo. Pidió a mi cochero que la
llevara a King’s Arms en Lynn la tarde del domingo, desde donde, según ella, el
hermano de este amigo vendría por ella. Lo comprobé. Tomó una habitación para la
noche y pagó por adelantado. Ella tomó la cena en su habitación. Eso es lo último
que se supo de ella.

—¿Podría alguien haberla reconocido como el Joven Kit? —preguntó George


frunciendo el ceño.

Jack le lanzó una mirada de angustia.

—No lo sé. Vine aquí, con la incierta esperanza de que ella simplemente hubiera
dejado una pista falsa y luego hubiera venido con Amy.

Se detuvo y suspiró, con la preocupación grabada en su rostro.

—¿Dónde diablos pudo haber ido?

—¿Por qué King’s Arms? —reflexionó Amy.

Bebiendo su té, había estado calmada durante la discusión. George se volvió


hacia ella, buscando su cara mientras ella fruncía el ceño, su mirada distante. A
continuación, Amy levantó las cejas.

—Londres, los carruajes salen de allí.

—¿Londres? —Jack se puso de pie, se quedó inmóvil— ¿Con quién iba a ir a


Londres? ¿Sus tías?
—¡Cielos, no! ——Amy sonrió con condescendencia—. Ella nunca iría con ellos.
Ella iría con Geoffrey, supongo.

George vio la cara de Jack.

—¿Quién es Geoffrey? —preguntó de un salto.

Amy parpadeó.

—Su primo, por supuesto. Geoffrey Cranmer.

El repentino alivio de los hombros de Jack fue lo suficientemente dramático


como para ser visible.

—Gracias a Dios por los pequeños favores. ¿Dónde vive Geoffrey Cranmer? .

Con el ceño fruncido, Amy tomó otro sorbo de té.

—Creo que —comenzó ella, luego se detuvo con ceño fruncido— ¿Les suena
correcto Jermyn Street?

George dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—¡Oh, Dios!

—Eso suena perfectamente bien —Con la mandíbula ominosamente apretada,


Jack recogió sus guantes—. Mi agradecimiento, Amy.

George y Amy giraron viendo como Jack se dirigía a la puerta.

—Por el amor de Dios, Jack, no hagas nada de lo que te puedas arrepentir.

Jack se detuvo en la puerta, mostrando una expresión de largo sufrimiento en su


rostro.
—No temas. Aparte de darle una buena sacudida, y algún otro tratamiento
físico, tengo la intención de pasar mucho, mucho tiempo explicándole las cosas, toda
una serie de cosas, a mi esposa.

A las cinco en punto, Geoffrey estudió el elegante reloj en la repisa de la


chimenea y se preguntó qué podía hacer para llenar el tiempo hasta la cena. Aún
debía llegar a una conclusión, cuando la aldaba de la puerta sonó con la
determinación implacable que había estado esperando por tres días.

—Lord Hendon, señor.

Hemmings apenas había conseguido pronunciar las palabras antes de que


Jonathon Hendon estuviera en la habitación. Su mirada gris aguda y claramente
irritada barrió los muebles antes de detenerse con enervante calma en el rostro de
Geoffrey.

Geoffrey permaneció aparentemente inmóvil, luego se levantó para saludar a su


muy esperado invitado. Interiormente, le concedió a Kit varios de los puntos que
había intentado explicarle. El hombre de pie en medio de la sala, que se quitaba los
guantes de montar de un par de manos grandes y devolvía con cortesía brusca su
acogedor movimiento de cabeza, no parecía el tipo que pudiera llevarse fácilmente a
la mesa de negociación. Ahora podía entender por qué Kit había sentido la necesidad
de huir de su hogar exclusivamente para llamar la atención de su marido.

Su conocimiento de Jonathon Hendon se basaba principalmente en rumores, no,


y él fue el primero en admitir, de una fuente totalmente confiable. Hendon era varios
años mayor que él; socialmente, sus caminos se habían cruzado con poca frecuencia.
Pero la reputación de Jack Hendon como un soldado y un libertino estaba cerca de
ser leyenda. Sin lugar a dudas, si el país no hubiera estado en guerra, él y Kit se
habrían conocido mucho antes. Pero la forma en que se había topado su pequeña
prima con la poderosa fuerza masculina que se estaba haciendo sentir en todo tipo
de maneras sutiles en su sala, estaba más allá de la capacidad de adivinar de
Geoffrey.
—Creo, Cranmer, que tiene algo mío.

El acero que revestía los tonos profundos y aterciopelados, puso en juego los
mecanismos de defensa a las afinadas maneras de Geoffrey. Los maridos enojados
nunca habían sido de su preferencia.

—Ella no está aquí. —Mejor conseguir que se fuera tan pronto como fuera
posible.

Se detuvo ante la mirada gris. Parte de la tensión abandonó la larga figura.

—¿Dónde está?

A pesar de las instrucciones de Kit de decirle a su marido, precisamente, donde


estaba tan pronto como apareciera, Geoffrey se encontró demasiado intrigado como
para darle la información tan fácilmente. Le señaló a su huésped un asiento, una
invitación que fue aceptada a regañadientes.

Con elegancia, Geoffrey alcanzó una botella y sirvió dos vasos de vino,
entregando uno a su invitado antes de tomar el otro y regresar en su sillón.

—Le he estado esperando durante los últimos tres días.

Para su sorpresa, un ligero rubor se levantó bajo la piel bronceada de su


huésped.

—Creí que la condenada mujer estaba en Cranmer. Fui a buscarla esta mañana,
sólo para encontrar que Spencer no le había visto. Me tomó algunas horas descubrir
su rastro. Si no hubiera sido por Amy Gresham que se recordó de usted, todavía
estaría persiguiendo mi trasero en Norfolk.

Escuchando exasperación detrás de su tono recortado, Geoffrey mantuvo su


expresión seria.

—Debe usted saber —dijo— que no creo que fuese esa la intención de Kit.
—Yo sé que no lo era —Jack fijó su mirada en el rostro de Geoffrey—. Así que,
¿dónde está? —el tono de mando era difícil de resistir, pero Geoffrey aún dudó.

—Eeh... ¿No consideraría disipar mis temores como buen primo con una
garantía o dos?

Por un momento, Jack se quedó mirándole incrédulo, hasta que la sinceridad en


los ojos de Geoffrey lo golpeó. Aquí estaba otro que, sin dejar de reconocer lo
independiente que era Kit, había aprendido a pasar por alto ese hecho. Con una
mueca, Jack admitió.

—No tengo intención de hacerle daño a un solo pelo rojo. Sin embargo —añadió,
su voz recuperando su severidad—, más allá de eso, yo no hago promesas. Tengo la
intención de llevarme a mi esposa de vuelta al castillo de Hendon tan pronto como
sea posible.

La fuerza de esta respuesta debería haber tranquilizado a Geoffrey. En su lugar,


la implicación reveló una brecha manifiesta en el plan de Kit.

—Estoy seguro de que ella no tiene otra intención que la de regresar con usted
—dijo Geoffrey frunciendo el ceño.

¿Kit le había explicado a su intimidante esposo por qué se había marchado como
lo había hecho?

—De hecho, yo estaba bajo la impresión de que ella estaba esperando a que
llegara usted a llevarla a su casa en cualquier momento.

Jack frunció el ceño, un poco confundido. Si ella no quería negociar con él, el
regreso de ella contra las promesas de él, ¿que era todo esto? Al admitir que ella
deseaba volver ya no tendría alguna influencia para sacarle promesas a él. Su
desconcierto debió haber sido evidente, porque Geoffrey también tenía el ceño
fruncido.
—No sé si lo he entendido del todo, con las mujeres nunca se sabe. Pero Kit me
llevó a entender que ella... eeh, el viaje fue planeado únicamente para hacerlo
sentarse y recapacitar.

Jack se quedó mirando a Geoffrey, con la mirada abstraída. ¿Era ella lo


suficientemente indomable como para hacer tal cosa? Simplemente hacer que él
reconociera los sentimientos de ella? ¿Para obligarlo a él a hacer nada más que
admitir que entendía? La respuesta era obvia. A medida que el recuerdo de la gran
preocupación que había soportado durante los últimos cuatro días pasaba a través
de él, Jack gimió. Apoyó la frente en la palma de una mano, y luego levantó la mirada
a tiempo para coger la sonrisa en el rostro de Geoffrey.

—¿Alguien le ha advertido, Cranmer, en contra del matrimonio?

Jack estiró sus largas piernas frente al confort del fuego en el salón de Geoffrey
Cranmer. El primo de Kit le había invitado a cenar y luego, cuando Jack había
confesado que aún tenía que buscar alojamiento, ya que la Casa Hendon estaba
cerrada por la temporada, le había ofrecido una cama. Se había sentido tan a gusto
tanto con Geoffrey como el joven Julián, que se les había unido durante la cena, que
había aceptado. Tanto él como Geoffrey habían sido entretenidos por la conversión
de la actitud de Julián, desde civilizado retraimiento a mostrar casi que un culto al
héroe.

Aparte de que estaba disfrutando de una velada con almas gemelas, Jack dudaba
que Kit encontrara el apoyo de estos dos la próxima vez que echara a correr hacia la
ciudad.

Aunque no habría, por supuesto, una próxima vez.

Antes de salir con Julián para una noche por la ciudad, Geoffrey le había hablado
de la residencia de Jenny MacKillop y su relación con la familia Cranmer. Julián había
pintado un cuadro tranquilizador de una casa elegante en una de las mejores calles
de Southampton. Kit estaba segura.
Jack sabía entonces donde podía atrapar esa roja cabeza en el momento que
deseara. Él deseaba hacerlo ahora mismo. Pero la experiencia finalmente había
echado raíces. Esta vez, se tomaría el tiempo para pensar antes de enredarse con su
amante, dedicada, y obediente esposa.

Su historial en prestar suficiente atención a las palabras de ella no era


especialmente bueno. Había ignorado sus peticiones para que le informara sobre los
espías porque así le había convenido. Él no había escuchado tan cuidadosamente
como debería haberlo hecho cuando ella le advirtió acerca de Belville, aunque
hubiese sido indirectamente, por lo absorto que estaba en deleitarse en el cuerpo de
ella en lugar de prestarle el debido interés a los resultados del cerebro de su esposa.
Y había pospuesto ir a buscarla a Cranmer, sabiendo que lo involucraría en una
discusión de temas que no había querido hablar.

Inquieto, Jack se removió en la silla. Admitir estos fallos y prometer hacerlo


mejor no iba a venir naturalmente. Tendría que ocurrir, por supuesto. Él sabía que
amaba a la condenada mujer. Y que ella lo amaba. Ella nunca había lo dicho, pero lo
proclamó con sus sentidos cada vez que ella lo tomó dentro de su cuerpo. Incluso
cuando ella se había ofrecido a él esa noche en la cabaña, no se había imaginado que
lo había hecho tan a la ligera; eso era lo que había hecho el momento tan especial.
Para ella, y ahora para él, a pesar de que no había sido así en el pasado, el amor y el
deseo eran dos mitades de un todo, ahora fundidas y nunca se dividirían en dos.

Así que él tendría que disculparse. Por no decirle lo que ella había tenido
derecho a saber, por tratarla como si estuviera fuera de su círculo de confianza,
cuando en realidad ella estaba en su centro. Nunca se había imaginado que una
esposa estaría cerca de él de esa manera, pero Kit lo estaba. Ella era su amiga y, si él
se lo permitía, su compañera, más en sintonía con sus necesidades de lo que
cualquier hombre tenía derecho a esperar.

Jack sonrió a las llamas y tomó un sorbo de brandy. Era un hombre con suerte, y
lo sabía. Sin duda, ella querría cierta seguridad de que él sería mejor en el futuro. No
había dudas de que ella lo ayudaría, pinchándole siempre que fuera necesario, a
recordarle a él este momento.
Con un resoplido de confianza, Jack vació su vaso y consideró su próxima
reunión con su esposa. La parte de él estaba clara ahora. ¿Qué había de la de ella?

Había un punto que estaba decidido a poner en claro, preferiblemente de forma


lo suficientemente dramática para que su hurí pelirroja no lo olvidara, que bajo
ninguna circunstancia volvería a soportar la incertidumbre paralizante de no saber
dónde estaba, de no saber que estaba a salvo. Ella debía comprometerse a no
participar, lo quisiera ella o no en proezas que pudieran volver su cabello de castaño
dorado a ser tan gris como sus ojos. Ella tendría que estar de acuerdo en decirle de
cualquier proeza más allá de lo mundano antes de apresurarse a meterse de cabeza
en el peligro; aunque sin duda que ella se las arreglaría para bloquear unas cuantas;
en otras él podría unirse a ella. ¿Quién sabía? En algunos aspectos, ellos eran
demasiado parecidos.

Jack se quedó largo tiempo quieto ante las llamas. Entonces, satisfecho de haber
considerado todos los puntos importantes en su próxima discusión, se puso a
planear la mejor manera de conquistar a su esposa absoluta y satisfactoriamente.

A pesar del interés de ella en algunos de sus asuntos, ella se había olvidado de
preguntar acerca de los negocios de la familia. Tal vez, como los Cranmers dependían
totalmente de la tierra, había deducido que no había un negocio por el cual
preguntar. Como sea, uno de sus bergantines se encontraba actualmente en la bahía
de Londres, dispuesto, muy convenientemente, a zarpar del puerto de Southampton
en la marea de la mañana.

El Albeca debía cargar en Southampton para salir en un viaje ida y vuelta a


Lisboa y Brujas antes de regresar a Londres. Al igual que todos sus grandes barcos, el
Albeca tenía una gran cabina reservada para el uso de su propietario. Había
comandado esta nave. Todavía podía hacer su recorrido, pero, después de Brujas,
podría parar en uno de los puertos de Norfolk para dejarlos en tierra. Como medio
de transporte de su esposa desde Southampton a Norfolk, un barco tenía una serie
de ventajas pertinentes sobre los viajes por tierra. Aparte de cualquier otra cosa, le
proporcionaría incontables horas a solas.
Definitivamente era el momento de recobrar a Kit.

De devolverla a donde pertenecía.


Capítulo 30

Kit contempló los nomeolvides que meneaban sus cabezas azules en el pequeño
jardín amurallado de Jenny y se preguntó si Jack la habría olvidado.

Era lunes, más de una semana desde que había dejado el castillo de Hendon.
Había estado absolutamente segura que estaría detrás de ella en el instante en que
hubiese regresado de Londres, lo que debería haber sido el martes a más tardar. Un
minuto debería haber sido suficiente para saber dónde había ido ella. Cranmer
estaba fuera de cuestión; del mismo modo, sus tías no podían ser consideradas
candidatas. Sus primos deberían haber destacado como la única posibilidad, y ella
había mencionado que Geoffrey era su favorito. Por supuesto, su traslado a
Southampton le habría retrasado por un día, tal vez dos. Pero ya había tenido tiempo
suficiente para mostrar su arrogante cara en la pequeña y ordenada sala de Jenny.

Se mordió el labio inferior arrugando la frente preocupada en algo parecido a la


consternación. Nunca se le había pasado por la cabeza que él no se comportara
como ella había esperado. ¿Había ella interpretado mal la situación?

Los hombres a menudo tenían puntos de vista peculiares y, desde luego, su


desaparición no era el tipo de acción que cualquier esposo vería con ecuanimidad.
Pero no había esperado que Jack le diera demasiada importancia a lo que era
apropiado, a la forma en que las acciones de ella se reflejaran en él. ¿Había calculado
mal?

Ella sabía que él la quería; de donde surgía esa certeza era algo que ella no
podría explicar, pero ese hecho se consagró en su corazón, junto con su amor por él.
Los cuándo, dónde y los cómo estaban más allá de ella. Todo lo que conocía era
esas verdades, inmutables como la piedra. Pero nada de eso respondió a su pregunta
¿dónde estaba él?

Kit dejó escapar un profundo suspiro.

Tan profunda era su contemplación que no pudo oír los pasos que se acercaban
por la hierba. Sin embargo, sin importar cuán distraída estuviera, sus sentidos le
picaban cuando Jack se acercaba. Ella se dio la vuelta con un jadeo al encontrarlo a
su lado.

Sus ojos se encontraron con los de él. El corazón le dio un vuelco para detenerse,
y luego comenzó a correr. La anticipación brotó. Entonces ella vio su expresión
severa y distante; ni el parpadeo de un músculo traicionó ni la más suave emoción.

—Buenos días, querida —Jack logró mantener un tono desprovisto de toda


expresión.

El esfuerzo casi lo mataba. Mantuvo sus brazos rígidos a los costados, tuvo que
contenerse para no tomar a Kit en ellos. Eso, se prometió, vendría después. En
primer lugar, él estaba decidido a demostrarle a su esposa errante la seriedad con
que había visto sus acciones.

—He venido a llevarte a casa. Jenny está empacando tus cosas. Espero salir
inmediatamente cuando ella haya terminado.

Aturdida, Kit lo miró y se maravilló de que las palabras que había anhelado oír
pudieran ser dichas de tal manera que todo lo que ella pudo sentir fue ... nada. No
había alegría, no había alivio, ni siquiera ninguna culpa. Las palabras de Jack habían
sido totalmente carentes de emoción. Ella buscó en su cara, mientras esperaba, más
que medio esperanzada, que su austera expresión se convirtiera en líneas de mofa.
Pero su máscara congelada no se alivió. Por primera vez en la vida, Kit no sabía lo
que sentía. Todas las emociones que había previsto experimentar al ver a Jack de
nuevo, estaban allí, pero se enredaron con una serie de nuevos sentimientos, la
incredulidad y el resurgir de la ira entre estos, que dio como resultado una confusión
total. Su mente daba vueltas, literalmente.

Su cara estaba en blanco; su mente aún tenía que decidir cuál debería ser su
expresión. Sus labios se abrieron, dispuestos a decir palabras que ella aún no podía
formular. Era como si estuviera en una obra de teatro, y alguien hubiera cambiado
los guiones.

Sin palabras, Jack le ofreció el brazo. Ella estaba todavía más allá de las palabras;
su mente estaba en total agitación. Kit sintió que sus dedos temblaban al
colocárselos en la manga.

Jenny estaba esperando, sonriendo, en la sala, con la pequeña bolsa de Kit a sus
pies. Todavía luchando para captar lo que Jack estaba tramando, y cómo debería
reaccionar, Kit distraídamente había besado a su antigua aya, con la promesa de
escribirle, todo el tiempo consciente de la figura dominante de Jack, una roca
impenetrable a su lado.

¿Acaso él no había entendido lo que ella le había planteado?

Kit se sentó en los cojines del carruaje de alquiler, desconcertada porque no era
uno de los coches de Hendon. Ella parpadeó cuando Jack le cerró la puerta en las
narices. Entonces se dio cuenta de que él había elegido montar en lugar de compartir
el coche con ella.

De repente, Kit no tuvo ninguna duda de lo que sentía. Su temperamento se


disparó. ¿Qué estaba pasando aquí?

Diez minutos más tarde, la tortura llegó a su fin. Sentada muy erguida en el
asiento del carruaje, Kit esperó. Jack dio una orden. El lamento de las gaviotas llegó
claramente en una brisa que refrescaba el ambiente. Ella entrecerró los ojos. ¿Dónde
estaban ellos? Antes de que pudiera deslizarse hacia la ventana y mirar hacia fuera,
Jack abrió la puerta. Le tendió la mano, pero sus ojos no se encontraron con los de
ella. Con su temperamento más tenso que las riendas, Kit fríamente puso sus dedos
en la mano que él le extendía.
Él le ayudó a bajar del carruaje. Una mirada fue suficiente para saber que ella
tendría que retrasar su reacción ante la actuación estoica de él. Se quedaron en un
muelle al lado de un gran barco, en medio de fardos y cajas, cuerdas y ganchos.

Los marineros se precipitaron sobre las cubiertas; el ajetreo y el ruido los


rodearon. A instancias de Jack, pasó por encima de un rollo de cuerdas. Su mano en
el codo de ella la condujo a lo largo del ajetreado muelle hasta donde un tablón con
una barandilla de cuerda llevaba hasta la cubierta del barco. Kit miró la pasarela,
subiendo y bajando mientras el barco montaba las olas del puerto. Ella respiró
hondo.

Ella reprimió la fríamente amable pregunta de la razón para ser llevada a bordo
de un barco que casi sale de sus labios. Cuándo ella se dio la vuelta, Jack se inclinó.
En el instante siguiente, Kit se encontró mirando hacia abajo hacia las agitadas olas
verdes a la vez que Jack la subía cargada por la pasarela. La furia dentro de ella tomó
las riendas de su temperamento. Cerró los ojos y vio una neblina roja; sus dedos se
cerraron en garras. Ella quería que él la cargara, pero en sus brazos, ¡no por encima
del hombro como un saco de patatas!

Por suerte, la pasarela era corta. En el instante que Jack ganó la cubierta, la dejó
en el suelo. Kit de inmediato giró, para fulminarlo con la mirada. Pero Jack ya se
había dado la vuelta y hablaba.

—Este es el Capitán Willard, querida.

Con un esfuerzo poderoso, Kit aplacó su furia, aparte de no querer asustar a


ninguna otra persona, quería guardarlo todo para Jack. Con una cara inexpresiva, sus
labios en una fina línea recta, se volvió y vio a un hombre grande, barrigón y jovial,
vestido con un uniforme trenzado. Él se inclinó profundamente.

—¿Puedo decir que es un gran placer darles la bienvenida a bordo, Lady


Hendon?

—Gracias —dijo Kit y rígidamente inclinó la cabeza, con su mente acelerada.


La actitud del hombre era demasiado deferente como para ser un capitán
saludando a un pasajero.

—Voy a mostrarle a la Señora Hendon nuestro alojamiento, Willard. Puede


proceder a su propia discreción.

—Gracias, mi señor.

La verdad golpeó a Kit. Jack era el dueño del barco. Otro no tan pequeño detalle
que su esposo había obviado mencionarle.

Jack dirigió a Kit a la popa, donde una escalera conducía al pasillo para los
apartamentos. Con cada paso, él recordó mantenerse firme en su resolución. Había
soportado una semana llena de las más miserables preocupaciones, sin duda una
hora haciéndole sufrir su culpa era una retribución razonable. Que Kit estaba
sacudida por su retraimiento, por privarla de las respuestas que ella habría esperado
de él, era obvio. La aturdida y escrutadora expresión que había llenado los ojos de
ella en el jardín de Jenny le había estrujado el corazón; el temblor de sus dedos
cuando ella los había apoyado en su mano casi había deshecho sus cuidadosos
planes. No había estado preparado para mirarla a los ojos después de eso. Cargarle
por la pasarela casi había acabado con él. Incluso con ella tirada por encima del
hombro, no había estado seguro de si sería capaz de dejarla ir, lo que habría
escandalizado a Willard hasta más allá de sus galones.

No podía aguantar mucho más su reticencia autoimpuesta. Él la dejaría en su


camarote hasta que su hora hubiera terminado, entonces se rendiría con tanta gracia
como fuera posible.

Mientras seguía a Kit por las estrechas escaleras, Jack cerró los ojos y apretó los
dientes. Su resolución se estaba desgastando con cada paso. La vista de sus caderas,
balanceándose de un lado a otro delante de él, era más de lo que podía soportar.

El camarote estaba al final del corto pasillo, y se extendía por la popa cuadrada
del buque. La puerta que él mantenía abierta para Kit guiaba al salón que él usaba
como su estudio y comedor.
Una puerta sencilla llevaba a la recamara, las dos habitaciones abarcaban la
popa. Ambas habitaciones tenían ventanas en lugar de ojos de buey, instaladas en la
cubierta de popa en voladizo.

La luz brillante reflejada por el agua alcanzó a Kit inmediatamente al entrar en el


salón. Ella parpadeó rápidamente; se tomó un momento para que sus ojos se
acostumbraran. Entonces, respirando profundamente, se volvió a enfrentar a su
marido.

Sólo para verlo desaparecer por otra puerta.

—El dormitorio es por aquí —dijo Jack cuando reapareció inmediatamente.

Kit se dio cuenta de que él había dejado el bolso de ella en el salón. El


comportamiento de él no se había alterado en lo más mínimo. Todavía era
cortésmente tajante, casi vacío, como si fueran meros conocidos que se embarcan en
un crucero. Él aún no se la había visto a los ojos.

—Te dejaré para que te refresques. Vamos a partir con la marea —diciendo esto,
él se dio la vuelta para marcharse.

La rabia que agarró Kit fue tan potente que se balanceó. Ella haló una silla hacia
atrás para apoyarse. ¿Así como así? Ella estaba siendo depositada en la cabina como
una pieza de equipaje, y ¿él pensaba que podía irse?

Ella estaba más allá de la furia, incluso más allá de la rabia. El temperamento de
Kit estaba ahora en órbita.

—¿Volverás?

Las palabras, pronunciadas en tonos helados y precisos, detuvieron Jack.

Lentamente, se dio la vuelta. Estaba casi en la puerta; Kit estaba de espaldas a


las ventanas. La luz que entraba le dejaba la cara en la sombra; no podía distinguir su
expresión. Jack miró a su esposa y sintió un dolor familiar en sus brazos, en sus
hombros. Ella era tan condenadamente hermosa. A pesar de que el tono de ella fue
menos que apaciguador, su justa ira se desvaneció, dejando un dolor hueco.

—Extraño —dijo—. Esa es una pregunta que me he estado haciendo sobre ti.

La duda sincera, la vulnerabilidad revelada, atravesó la rabia de Kit; ninguna otra


cosa podría haberla forzado a regresa de vuelta a la tierra. Ella parpadeó, y de
repente sintió frío.

—No habrás pensado que yo tuviese la intención de dejarte de forma


permanente?

Cuando la cara de Jack permaneció cerrada, Kit frunció el ceño.

—No era mi intención... es decir, yo...

De repente, ella puso sus ideas en orden. ¡Esto era ridículo! ¿Qué idea
equivocada había tenido él en la cabeza? Expulsando un suspiro de exasperación, ella
entrelazó los dedos, fijó su mirada en los ojos grises de su marido y claramente
enunció:

—Mi ausencia solo tenía la intención de que centraras tu atención en mi deseo


de ser informada acerca de lo que estaba pasando. Nunca pretendí estar lejos del
castillo de Hendon por más de unos pocos días.

Lentamente, Jack levantó las cejas.

—Ya veo —Hizo una pausa, y luego, dando un paso hacia adelante, agregó—: Tal
vez se te haya ocurrido pensar que yo podría haber estado... ¿preocupado por tu
seguridad?

Kit se volvió cuando él se acercaba; ahora él podía ver su rostro.

—Que, dada tu propensión a meterte en situaciones peligrosas, yo podría con


justificación, sentirme preocupado por tu bienestar?
La mirada contenida de los grandes ojos de Kit indicaba con toda claridad que la
idea nunca se le había ocurrido. De repente, el simulacro de la ira de Jack cristalizó
en algo real.

—¡Maldita sea, mujer! ¡Yo estaba enfermo de preocupación!

Su rugido sacudió a Kit. Ella agarró el respaldo de la silla con ambas manos y
parpadeó.

—Lo siento. No me di cuenta…

Sus palabras cayeron en un silencio de fascinación cuando, con amplios ojos, ella
observó a su marido combatir y controlar su mal genio, un genio que nunca había
visto desatado. Él vibraba por tensión del enojo, apretando los músculos, como para
detener la violencia contenida en ellos. Sus ojos grises ardían con una llama oscura.

Jack oyó sus palabras a través de una neblina de emociones en conflicto, los
temores reprimidos de la semana pasada de forma inesperada hicieron erupción. La
ira hizo caso omiso de todo lo demás, la condenada mujer realmente no entendía.

—En ese caso —dijo con voz que era un gruñido acerado—, te sugiero que
escuches con mucho cuidado, mi amor. Debido a que la próxima vez que te pongas
en peligro imprudentemente, sin mí a tu lado, te juro que te zurraré tu bonita piel.

Atrapada en la furia de su mirada gris, Kit sintió que sus ojos se redondeaban,
una especie de delicioso susto cosquillaba en su columna vertebral. La había llamado
su amor, era un comienzo. La confesión de él parecía prometedora.

Con esfuerzo, Jack se obligó a permanecer donde estaba, apenas tres pies de su
esposa. Si la tocaba ahora, se encenderían en llamas. Fijó sus ojos en los de ella y
claramente enunció:

—Te amo, como sabes condenadamente bien. Cada vez que te pones en peligro,
me preocupo.
Los ojos de ella buscaron los de él; vio que sus labios que se ablandaban. De
repente, él se apartó y comenzó a pasearse.

—No es una emoción pasiva, esta preocupación mía. ¡Cuando se manifiesta no


puedo pensar con claridad! Sé que tú nunca te has sometido a la voluntad de nadie
antes. Pero cuando te casaste conmigo hiciste votos de obedecer. De aquí en
adelante, va a hacer precisamente eso —Jack se detuvo le miró fijo con una mirada
intimidante—. De ahora en adelante, me dirás antes de embarcarte en cualquier
aventura más allá de lo que tu querida amiga Amy toleraría. Y si lo prohíbo, como
que es cierto que tú lo olvidarás. Si no es así, lo juro por lo más sagrado, ¡voy a
encerrarte en tu habitación!

Su voz se había levantado. Su última amenaza golpeó a Kit mientras todavía


estaba absorta con su primera revelación. Él la amaba. Él lo había dicho, con
palabras, en voz alta. En silencio, ella lo miraba, su mirada suavizada, acariciando las
líneas de enojo de la mejilla y la mandíbula. Su mente en atraso luchaba para
entenderlo. ¿Su preocupación por ella en verdad lo había afectado de esa manera?
¿Es esto es lo que hizo el amor con él?

Con un gemido de frustración, Jack se volvió y salió de la habitación, cerrando


con un golpe la puerta detrás de él. Subió la corta escalera y se dirigió a la cubierta
de proa, su único objetivo era enfriar el cerebro Su estado de ánimo estaba caliente y
debía calmarse antes de regresar a su camarote y hacerle el amor apasionadamente
a su esposa. Estaba tan sacudido por violentas emociones que no confiaba en sí
mismo para poner las manos sobre sus delicadas extremidades. Ella se magullaría
con bastante facilidad si lo hiciera.

Kit se quedó mirando fijamente la puerta de la cabina. Su cara se vació de


emoción, y luego se puso rígida. Sus ojos se ensancharon, llamas púrpuras hicieron
erupción desde el fondo violeta.

¿Cómo se atrevía? En un momento, prometiendo amor y exigiendo obediencia,


al siguiente, alejándose de ella, como si él hubiera dicho la última palabra.
—¡Ja! —Kit respiró hondo y se irguió, con las manos en las caderas.

Sus ojos se estrecharon. Si él pensaba que iba a escapar tan fácilmente del resto
de su discusión, de que ella le expusiera claramente lo que quería de ahora en
adelante de él, ¡estaba equivocado! Ella quería su atención; la había conseguido.
¡Pero él no se la había dado el tiempo suficiente!

Con paso decidido, Kit se dirigió a la puerta.

***

Con sus brazos sobre la barandilla de proa, Jack observaba las olas que se
deslizaban bajo la proa. Habían soltado las amarras y se dirigían a la boca del puerto.
Pronto, el fuerte oleaje del océano podría inclinar las cubiertas. Él respiró hondo y
sintió retornar la cordura. Mirando hacia atrás, no podía recordar un solo caso en
todo su tiempo juntos de cuando Kit le hubiese dejado proseguir con sus planes sin
buscar remodelarlos.

Él había organizado cuidadosamente su discusión reciente. Había tenido la


intención de explicarle a ella lo que sentía cuando ella se ponía en peligro, que ella
tendría que aprender a lidiar con las repercusiones de su amor. Había logrado eso,
pero la sorpresa patente en ella al saber que los sentimientos de él por ella eran tan
fuertes, había deslizado su guardia y le distrajo. Sus declaraciones habían sido mucho
más agresivas de lo que había planeado. Hizo una mueca. Eso no fue lo peor de todo.
Se había olvidado del resto de su orquestada actuación, posiblemente la parte más
importante. Había omitido decirle que entendía la necesidad que ella tenía de saber
lo que él estaba haciendo y que, en adelante, estaba dispuesto a compartir incluso
ese aspecto de su vida con ella.
Jack estaba tomando una última bocanada de calmante aire marino cuando
sintió una alteración detrás de él. Se volvió a presenciar la llegada de Kit a la cubierta
de proa, ignorando a los marineros que se inclinaban a su paso.

Una mirada a la determinada barbilla le dijo que estaba a punto de trastornar los
planes que él acababa de hacer. Por un instante, Jack hizo una pausa para admirar su
magnífica figura, su ágil cuerpo delineado por el elegante vestido de viaje, su halo de
rizos brillantes bajo el sol. Pero no podía permitirse estar más tiempo paralizado por
la admiración. Su Kit no era un ángel. Un minuto después, cuando llegara a la
cubierta de proa, iba a dañar irreparablemente su reputación, tal vez algo peor.

Kit tuvo que concentrarse para subir la escalera a la cubierta de proa con sus
faldas. Había visto la alta figura de Jack en la barandilla y se dirigió directamente a él.
La cubierta de proa era perfectamente un buen lugar para decirle lo que pensaba de
sus maneras para limitarla a ella. Ganando la cubierta de proa, dejó caer la falda y la
alisó, a continuación, buscó con la vista para encontrar a su marido. Para su sorpresa,
él estaba justo delante de ella.

Los malhumorados ojos violetas se encontraron con los grises en franca risa.

¿Risa? Kit abrió la boca para no dijo una palabra.

Se había olvidado de lo rápido que él podía moverse. Antes de que la primera


sílaba de su diatriba partiera de su lengua, los labios de él se cerraron sobre los de
ella, ahogando sus palabras de enojo.

Kit luchó y sintió que él ponía los brazos alrededor de ella, una trampa para no
dejarla escapar. Su corazón ya se estaba acelerando, saltando con anticipación. Era
demasiado tarde para cerrar la boca. Había tomado ventaja inmediata de sus labios
entreabiertos para reclamar la suavidad que escondían.

¡Maldito sea! ¡Ella quería hablar! Esta fue precisamente la razón por la que había
dejado el Castillo Hendon en primer lugar.
Contrariada, Kit trató de mantenerse firme en contra de la marea de necesidad
que crecía en su interior. Pero fue imposible. Pequeñas llamas de deseo ávidamente
parpadearon y crecieron, hinchando el calor familiar en su vientre. Con un gemido
ahogado, Kit reorganizado sus planes y se entregó a la necesidad de apretarse contra
el cuerpo duro que la rodeaba, saboreando la presión que traería su alivio. Cuando
Kit se fundió en su abrazo, Jack supo que había ganado la ronda. A pesar de los
abucheos y silbidos que se elevaban sobre ellos, se entretuvo besándola, demasiado
hambriento después de una semana sin ella como para buscar un pronto fin a su
exhibición. Sintió la necesidad de llevarla a un lugar con mayor privacidad para
embarcarse en la siguiente etapa de su discusión, finalmente levantó la cabeza. Él la
miró a los ojos muy abiertos, ya color púrpura de pasión.

Jack sonrió, su lenta, sonrisa traviesa. El corazón de Kit se sacudió locamente.

—Voy a llevarte abajo a nuestro camarote. No, por el amor de Dios, no


pronuncies una palabra.

Él levantó una ceja arrogantemente, pero Kit sólo podía mirarlo. ¿Hablar? Eso
requería ser capaz de pensar. Ella estaba atontada, ¿cómo podía decir nada?

Entonces, cuando Jack se inclinó y la tiró por encima del hombro, la realidad
volvió a ella con un ruido sordo. ¡Cielos, todo el mundo en el barco estaba mirando
hacia ellos! Kit sintió arder sus mejillas carmesí cuando Jack bajó la escalera. Ella sólo
podía imaginar la sonrisa en su rostro. Sus temores se confirmaron cuando él la pasó
de sus hombro a sus brazos. Él recorrió todo lo largo de la cubierta sonriendo a los
ojos angustiados de ella. Acunada en sus fuertes brazos, Kit sabía que era inútil
luchar, pero ella habría dado cualquier cosa, en ese momento, para quitar el triunfo
de los labios de él.

Aun así, fue sólo una batalla, ella había puesto sus ojos en ganar la guerra. Él
hizo malabarismo para ponerla nuevamente sobre su hombro de forma que pudieran
subir la estrecha escalera y llegar al pasillo, luego se dirigió a través de la puerta de
su camarote y pateándola la cerró al mundo.
Con las manos sobre los hombros de él, Kit esperaban que la bajara. Ahora era el
momento hacer su declaración, antes de que él la besara de nuevo. Pero Jack no se
detuvo en el salón. Kit parpadeó mientras la llevaba al dormitorio, agachando la
cabeza cuando él le dijo para evitar el dintel. Miró a su alrededor
descontroladamente. Su estómago se contrajo cuando su mirada cayó sobre la cama.
Jack se detuvo a sus pies, su intención era clara. Cualquier duda que pudiera haber
tenido fue expulsada cuando él la dejó deslizarse hacia abajo hasta que sus dedos
rozaron el suelo alfombrado. La estrechó contra él, Kit podía sentir la evidencia de su
necesidad presionando con fuerza contra su vientre suave. Sus ojos se encontraron;
la respiración de ella se detuvo cuando vio el deseo grabado en plateada llama
contra el gris ahumado. Con un esfuerzo, Kit liberó su mente. Respiró hondo.

—¿Jack?

—¿Mmm?

Él no estaba interesado en hablar. Sus grandes manos rodearon la cintura de


ella, y luego las movió hacia abajo para moldearle las caderas contra las suyas. Una
mano se mantuvo en la parte superior de los muslos, levantándole en un abrazo
íntimo, acariciándole suavemente el trasero. Con la otra mano fue a los lazos del
vestido. Él le rozó la oreja con los labios que luego siguieron a la deriva
perezosamente a donde el pulso de ella latía con fuerza en la base de la garganta.

Kit le apretó los hombros con sus dedos, tratando de aferrarse a su mente, pero
el calor atrapado entre las caderas de ambos creció y pulverizó su resolución. Sentía
a Jack tirando de su escote y la tela fue arrancada. A medida que sus labios se
movían hacia abajo para probar la fruta revelada, Kit decidió no protestar. Había
dicho que la amaba. Ahora él se lo demostraría, su acto amatorio sería una
reiteración vibrante de lo que él había encontrado tan difícil de decir. Ella sería una
tonta si le interrumpiera. En lugar de eso, ella disfrutaría de él, disfrutaría de su amor
y lo reclamaría como suyo, ya tendría tiempo de volver a su reclamo más adelante,
cuando él se hubiese apaciguado con su amor. Con un murmullo satisfecho, dejó
caer sus brazos para liberarlos de sus mangas, y luego gimió cuando la lengua de Jack
jugó con sus pezones sensibles, excitados y cubiertos sólo por la delgada tela de su
camisa. Ella oyó su risa de complicidad, y luego él se acercó a la cama, dejándola
bajar para que ella quedara de pie, atrapada entre él y el extremo de la cama. Las
enaguas flotaron a la alfombra, liberadas por los dedos expertos. Unas manos suaves
la despojaron de sus medias y zapatos. Vestida sólo con su fina camisa de seda,
quedó parada delante de su marido, medio esperando que él le rasgara la prenda.
Los ojos de él quemaban, más brillantes de lo que nunca los había visto ella.

Jack se dio un festín con las formas generosas de ella, los globos maduros de sus
pechos con punta de color rosa, oscurecidas ahora que él los había reclamado. Más
abajo del oleaje de sus caderas, sus lisos muslos hacían señas y el calor entre ellos
pulsaba al mismo ritmo que los latidos de su corazón. Cada dulce pulgada de ella era
de él, para él adorarla, para él devorarla. El corazón de Kit latía pesadamente, a un
ritmo lento y constante, una marcha para llevarla al paraíso. Su respiración era
superficial. Se disolvió en pequeños jadeos cortos cuando las manos de Jack se
cerraron sobre sus pechos. Los largos dedos se deslizaron por debajo del borde de
encaje de su camisa para acercar su fruto a los labios de él. Succionó con fuerza. Kit
dejó caer su cabeza hacia atrás, cerró los ojos, sus sentidos cargados con sensaciones
demasiado exquisitas para soportarlas. Sus dedos se enredaron en el cabello de Jack,
tirando frenéticamente de los largos mechones liberándolos de la cinta que los
sujetaba. Un fuerte brazo se deslizó alrededor de su cintura para apoyarla cuando
arqueó su cuerpo, dejando completamente expuestos sus pechos a la boca y la
lengua.

Ella estaba en llamas. Kit emitió una respiración entrecortada cuando sintió que
la gran mano de él bajaba a sus muslos cubiertos por la seda.

—Oh, sí —susurró ella, mientras sentía que Jack le cambiaba de posición en sus
brazos, de modo que las caderas de ella estaban ahora inclinadas contra las de él.

Poco a poco, los dedos masculinos se movieron a la deriva debajo de la camisola


de seda, trazando una curva larga por todo el camino hasta la cadera. Lo sintió meter
el final de su camisola, que había levantado con la mano, con los dedos en su
espalda. El borde de la prenda estaba ahora cubriéndola desde la cadera hasta la
rodilla, a través de su cuerpo, revelando la extensión de satén de un muslo a la
mirada ardiente de su marido, pero ocultando los rizos rojizos de su montículo de la
vista de él. Kit levantó sus pesados párpados. Los ojos de plata fueron de hecho
examinando todo lo que podían ver. Entonces ella sintió los dedos de él moverse
hacia abajo y cerró los ojos para saborear mejor el placer que se avecinaba.

Cuando los dedos de él alcanzaron la rodilla de ella, la cabeza de Jack bajó a


tomar un pezón de color de rosa en la boca, para torturarlo con su lengua. El
esfuerzo por respirar se hizo mucho más difícil mientras invertía la dirección de su
caricia, con languidez arrastró los dedos hasta la parte posterior de su muslo. Las
caricias delicadas, tentadoramente explícitas, arrastraron fuego sobre la piel febril de
su trasero. Kit gimió, deleitada por el largo camino al paraíso que él había elegido.

Poco a poco, las llamas florecieron, avivadas por los dedos que se movieron
sobre la curva de la cadera invadiendo la piel sedosa de su estómago. La boca sobre
sus pechos hizo estragos en sus sentidos. Cuando él por fin levantó la cabeza, sus
dedos se cernían justo por encima de los rizos femeninos, empapados ya por la
fiebre que la consumía. Kit mantuvo los ojos cerrados, sabiendo que él la estaba
observando, observando la forma en que sus sentidos se sacudían en candente
anticipación por el próximo movimiento.

—Abre los ojos, gatita —La orden gruñida no era una que deseaba poder
desobedecer. Sus párpados se agitaron y se abrieron sus ojos lo suficiente como para
ver la sonrisa diabólica que torció los labios de su marido—. Más.

Kit miró débilmente, pero obedeció, su respiración era trabajosa y expectante.


La sonrisa en los labios de él aumentó.

Un largo dedo se deslizó dentro de ella.

Su cuerpo se arqueó ligeramente, incitante, separando sus muslos para darle un


mayor acceso. Llegó profundo. Kit se estremeció y cerró los ojos.

Los labios de él encontraron los de ella en un beso largo y lento cuando sus
dedos encontraron su calor, acariciando y soltando hasta que ella se pegó a él,
sintiendo que la fiebre rugía en sus venas y que su cuerpo se tensaba esperando por
su liberación. Luego él la puso sobre la cama, se quitó la ropa y se reunió con ella;
con sus manos y su boca rápido y con pericia restauró las llamas antes de poseerla,
en un incendio de necesidad, cabalgándola con fuerza, impulsado por la urgencia de
ella. Kit levantó las piernas y las envolvió alrededor de la cintura de él, inclinando sus
caderas para tomar todo de él, atrayéndolo dentro de ella, aprovechando su
humedad para conducirlo lo más profundamente en ella.

El final fue demoledor, dejando a ambos sin aliento. Cuándo los fuegos que
crearon se extinguieron, ambos se deslizaron en el sueño con sus piernas y brazos
entrelazados, saciados y contentos.

Kit se despertó al sentir a Jack besándola suavemente, mordisqueándola,


volviendo su cuerpo a la vida. Antes de que ella estuviera completamente despierta,
él la poseyó, rápida y expertamente, tomando ventaja de la necesidad de ella antes
de que ella se diera cuenta siquiera.

Yaciendo envuelta en los brazos de él bajo el cálido resplandor, Kit se regodeó al


considerar los beneficios de tener un libertino como marido. Entonces se acordó de
su discusión, y el hecho de que ella aún tenía algo que decir. Trató de incorporarse,
pero los brazos de Jack la sujetaron con firmeza.

—¡Jack!

A su protesta, él se movió de lado para apoyarse en el codo y le besó el ceño de


la frente.

—Lo sé. Lo sé Solo sigue en silencio por un momento, mi hurí pelirroja, y


permíteme explicarte.

¿Hurí pelirroja? ¿Explicarle? Kit diligentemente se quedó en silencio.

—Me disculpo, ¿de acuerdo? —dijo él acariciándole una oreja con la nariz, luego
colocó un rastro de besos a lo largo de su mandíbula hasta la otra oreja.

—¿Exactamente de qué te estás disculpando? —Kit frunció el ceño.


Ahora que por fin habían llegado al asunto, ella quería estar segura de hacer
valer su punto de vista.

Jack se echó hacia atrás y la observó con los plateados ojos entrecerrados.

—Por no contarte sobre los condenados espías.

Kit sonrió beatíficamente.

—Humm —fue la respuesta de Jack y procedió a besarla fuerte y largamente.

—Además —dijo cuando terminó—, yo prometo por mi honor de Hendon que


trataré de recordar decirte los detalles de cualquiera de mis misiones, que
posiblemente podrán provocarte alguna preocupación.

Kit entrecerró los ojos mientras consideraba su promesa.

Jack levantó las cejas, en un primer momento con arrogancia, a la espera de su


aceptación, a continuación, con mayor consideración.

—De hecho —reflexionó, apreciando la encantadora visión que ella


representaba, desnuda en sus brazos, con la piel radiante como consecuencia de su
acto de amor—, voy a hacer un trato contigo.

—¿Un trato? —Kit se cuestionó sobre la sabiduría de hacer un trato con tal
réprobo.

Jack asintió con la cabeza, inspeccionando los pezones de ella, colocándose de


forma que pudiera sostener el peso de sus pechos con las manos. Luego levantó la
cabeza y sonrió, directamente hacia los grandes ojos púrpura.

—Nosotros compartiremos: Yo te diré lo que estoy haciendo antes de que me lo


tengas que preguntar, y tú me dirás lo que pienses hacer antes de realizarlo.

Kit se mordió el labio considerando su aceptación.


—Eso no es justo —dijo ella, sopesando cada una de las palabras de él casi tan
cuidadosamente como él estaba sopesándole los pechos.

—Es lo mejor que vas a obtener, así que te aconsejo que aceptes.

La respuesta áspera sacudió la mente de Kit. Demasiado tarde. Él ya estaba


acostado entre sus muslos, separándole bien sus largas piernas. Aunque ella aún
estaba negociando con ese descubrimiento, él le levantó las caderas. La sensación de
acero caliente presionando dentro de ella invalidó cualquier otro interés.

Kit arqueó su espalda, presionando su cabeza profundamente en las almohadas


detrás de ella, cerrando los párpados sobre sus ojos oscurecidos.

—¡Oh, sí! —suspiró ella.

Por encima de ella, Jack sonrió y se preguntó qué era exactamente lo que ella
estaba aceptando. Mientras flexionaba sus caderas y empujaba profundamente en el
calor acogedor, él decidió asumir que ella quería compartir su vida de la misma firma
abandonada en que compartía su cuerpo. Entonces dejó de pensar.

—¿Lisboa? —Kit volvió a mirar a Jack con sorpresa—. ¿Por qué Lisboa?

Jack se rió y se puso de costado para mirarla. El oleaje del océano finalmente la
había despertado y se había levantado, cubriendo con la colcha su desnudez había
ido a la ventana.

—Debido a que es al lugar que se dirige la carga. Esto no es una embarcación de


recreo.

El ceño de Kit se dejó ver en la suntuosa cabina.

—Yo creí en efecto que era un poco grande para ser un yate —Al oír la risa de
Jack, se metió en la cama—. Entonces, ¿hacia dónde vamos después de eso?

Enroscándola en la calidez de sus brazos, Jack le dijo el itinerario del viaje: seis
días en Lisboa seguidos por el largo trayecto hasta Brujas, siempre manteniéndose
bien lejos de la costa francesa. Después de cuatro días en Brujas, debían regresan a
sus hogares a Norfolk.

Ella permaneció inmóvil en sus brazos, y Jack se maravilló de la paz que los
embargó. Los dos estaban laxos pero disfrutando de su cercanía. Poco a poco, el
perfume del caliente cuerpo de ella le alcanzó para alborotar sus sentidos. Él sintió
su cuerpo reaccionar y sonrió hacia el techo. Ella había sido muy bien amada, y era
un largo camino a Lisboa. Él cerró los ojos. Él le daría otra hora o dos.

Él se despertó cuando Kit se revolvió sobre la cama.

—Mi vestido —dijo ella, agarrando la prenda y poniéndose de rodillas sobre la


cama para inspeccionarlo—. Lo desgarraste —Se volvió a lanzar una mirada
acusadora en dirección a él. Luego echó un vistazo al armario grande contra una
pared—. No habrá algún vestido allí verdad?

Jack sonrió y negó con la cabeza. Luego frunció el ceño.

—¿No tienes otro en esa bolsa tuya?

Su bolso negro había quedado cerca de la puerta. Kit sacudió la cabeza.

—No esperaba estar fuera de casa por mucho tiempo, ¿recuerdas?

—¿Qué pusiste en la bolsa?

Con cautela, Kit posó los ojos sobre la longitud del cuerpo musculoso estirado y
relajado en la cama.

—Mis pantalones de montar. Los dos pares.

Jack levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de ella. Entonces, para
alivio de ella, él se rió y dejó caer la cabeza sobre la almohada.
—En realidad, yo había esperado que te hubieses tenido que usarlos cuando te
encontré en casa de Jenny. Me pasé todo el viaje desde Londres fantaseando acerca
de tu castigo.

Kit se le quedó mirando. ¿Fantaseando? Se humedeció los labios.

—Nunca me dijiste cuál sería mi castigo.

—¿No? —Jack levantó la cabeza. Una ceja se levantó; sus ojos brillaban con
malicia—. Pues esa es la mitad del disfrute. Tu imaginación se agita por la
anticipación.

—¡Jack! —Kit frunció el ceño y se movió a la cama, llevando la colcha sobre ella.

Su imaginación ya estaba suficientemente estimulada.

Él dejó caer la cabeza hacia atrás de nuevo, entonces ella sintió la cama
meciéndose con su risa profunda.

—Sólo se me ocurrió algo.

Ella pudo ver la sonrisa en su rostro. Aumentó. Él se apoyó en un codo,


mostrando una expresión en su cara cada vez más perversa con cada segundo que
pasaba.

—Si tus pantalones de montar son todo lo que tienes para ponerte, entonces tal
vez sea mejor que te los ponga en este momento. Entonces podrás ser castigada y
terminaremos con eso y podrás usarlos en Lisboa, hasta que podamos comprar ropa
nueva.

Kit lo contempló cuando él levantó una ceja arrogante enviando deliciosos


escalofríos que se deslizaron por toda ella. La mirada de él se mantuvo en la de ella,
como si lo que él sugería fuese la proposición más sencilla del mundo. Aturdida, Kit
pensó que si ella tenía un solo hueso decente en su cuerpo, le diría que las mujeres
casadas no se entregaban a la realización de fantasías. En particular, no las fantasías
de él. Ella llegó a la conclusión de que no tenía un hueso decente a su nombre. Se
pasó la punta de la lengua por los labios secos.

—¿Qué clase de castigo tienes en mente?

Jack sonrió.

—Nada demasiado drástico. No haré nada que pueda herirte. Yo lo considero


más como un ejercicio puramente educativo.

Él se sentó en la cama y se echó hacia atrás para estudiarla, con los brazos
cruzados detrás de la cabeza.

—Pensé que debería ampliar tu experiencia, mostrándote lo que podría pasarte


si eres descubierta por un hombre mientras usas pantalones. Pero tienes que
prometerme que no chillarás.

¿Chillar? Kit parpadeo. Esa era una locura. Pero ella nunca sería capaz de dormir
sin saber lo que él había planeado. Ahora que él le había contado hasta allí, y no más,
en algún momento, en algún lugar, ella usaría sus pantalones de nuevo sólo para
descubrir el resto. ¿Por qué no ahora?

Jack sabía que ella nunca sería capaz de alejarse sin saber. La curiosidad era algo
que su gatita poseía en abundancia. Se echó hacia atrás, totalmente seguro, y esperó
a su acuerdo.

—Quizás...

Un golpe en la puerta del camarote interrumpió la aceptación tentativa de Kit.

—¿Señor Hendon?

Jack se levantó y cogió sus pantalones, con una sonrisa en los labios.

—Voy a ocuparme de lo cualquier cosa que sea. ¿Por qué no te vistes?


Abotonando sus pantalones, él salió.

Kit se quedó mirando la puerta por la que él había desaparecido. Podía oír hablar
en la habitación de al lado, las voces sonaban amortiguadas por los paneles. Su
mirada cayó a su pequeño bolso negro, descansando donde Jack lo había dejado
caer, junto a la puerta. Ella se abrochaba la solapa de sus pantalones de montar, de
espaldas a la puerta, cuando oyó entrar a Jack.

Él la vio y, con un grito a medias suprimido, se abalanzó sobre ella, deslizando un


brazo alrededor de su cintura para arrastrarla y levantarla con fuerza contra él, con la
espalda contra su pecho. Sin esfuerzo, le levantó los pies del suelo.

—¡Jack! —Kit forcejeó, manteniendo su voz baja, recordando que no debía


delatarse. Ella asumió que ese ataque sorpresa era a lo que él se había querido
referir. Sin duda la había sobresaltado. Sus manos se clavaron en el musculoso brazo
que le rodeaba la cintura.

—Bájame.

Una risa retumbante revolvió sus rizos. Luego él le acarició la oreja con los labios.

—Recuerda, este es tu castigo, amor. No hay nada que puedas decir de esto.
Sólo es algo que tienes que sentir.

Kit cerró los ojos. Ella deseó no haber escuchado eso. Sus nervios estaban
descontrolados. ¿Qué acto diabólicamente excitante habrá planeado él? Ella no tenía
ninguna duda en cuanto a su naturaleza. Él estaba presionando su eje ya duro y
palpitante, firmemente entre los hemisferios traseros de ella. No tuvo que esperar
mucho tiempo para conocer su castigo.

—Realmente no creo —su marido continuó la conversación, deshaciendo


rápidamente los botones que ella acababa de abrocharse—, que tu apreciarías la
rapidez con que un hombre puede poseerte cuando estás vestida con pantalones.
Diciendo eso, él le empujó la prenda infractora hacia abajo, haciendo que se
resbalara de sus muslos para colgar de los cierres por encima de sus pantorrillas.

—Y dado que tú eres tan fácilmente excitable —continuó, y los acercó a una silla
que estaba de espaldas a ellos.

Dejó a Kit deslizarse hacia abajo hasta que sus pies tocaron el suelo. Con un
jadeo, ella agarró la parte posterior de la silla con ambas manos al sentir los dedos de
Jack deslizándose sin esfuerzo dentro de ella. Saliendo y regresando, entrando
profundamente, y luego saliendo.

—Se requiere solo un segundo para que tu …

Ella lo sintió, duro y caliente, detrás de ella.

—Seas...

Él le levantó las caderas un poco, la cabeza de su miembro hinchado empujando


dentro de ella.

—Tomada —dijo y luego él tomó el camino a casa, penetrándola.

El joven grumete salía de la cabina del amo cuando escuchó un muy femenino —
¡Oooh! —emanando de detrás de la puerta de roble al final del pasillo. Sus ojos se
abrieron. Él echó una mirada a las escaleras, pero no había nadie alrededor.
Rápidamente, dejó la bandeja y se apresuró a pulsar el oído a la puerta de la
habitación. En un primer momento, no oyó nada. A continuación, sus agudos oídos
captaron un gemido, seguido de otro. Un gemido particularmente largo hizo que sus
dedos se doblaran. Entonces oyó, con toda claridad, sin duda una voz femenina
suspirando.

—¡Oh, Jack!
Epílogo

Noviembre de 1811
The Old Barn cerca de Brancaster.

El viento silbaba en los aleros del Old Barn, fríos dedos se colaban a través de las
grietas entre las tablas haciendo balancear la lámpara colgada de las vigas. Las
sombras se sumergían y balanceaban extrañamente, ignoradas por los hombres
reunidos bajo el ruinoso techo. Ellos esperaban. Esperaban el retorno de su líder.

El Capitán Jack les había guiado hacia un éxito tras otro. Bajo su mando, habían
gozado de estabilidad y un fuerte liderazgo; él los había fusionado conformando una
fuerza eficiente de la que todos se sentían orgullosos de ser parte. Se habían
mantenido al margen de los Recaudadores y de los crímenes más atroces. Ellos no
habían sufrido pérdidas, excepto la del pobre Joe. Y, gracias al Capitán Jack, su
familia había estado bien cuidada. En resumen, el reinado del Capitán Jack había sido
de prosperidad. La noticia de que se había visto obligado a retirarse les había
golpeado con fuerza. George, el amigo de Jack, había traído la noticia, hacía más de
un mes. Desde entonces, habían hecho poco, demasiado desmoralizados para
reorganizarse.

Entonces, la semana pasada, el mensaje había llegado. El Capitán Jack estaba de


vuelta. Se habían reunido ese lunes por la noche con niebla con la expectativa de ver
el regreso del líder. George y Mathew habían llegado. Como siempre, habían tomado
posiciones a cada lado de la puerta. Los hombres conversaban en voz baja, presas de
una gran anticipación.

Una repentina ráfaga de viento aulló sobre el techo; dedos de niebla se


envolvieron alrededor de la puerta desvencijada. Entonces, las puertas se abrieron y
un hombre entró con la niebla aferraba como un manto a sus anchos hombros.
Caminó como Jack siempre había caminado, hasta situarse directamente debajo de
la lámpara, que oscilaba por encima. Los contrabandistas le miraron.

Era Jack, sin embargo, un Jack que nunca habían visto. Su ropa lo marcaba
claramente como alguien nacido para mandar. Desde el alto brillo de sus botas
Hessians, hasta el pliegue de la corbata impecable, él era Excelencia. Los ojos grises
que todos recordaban escanearon sus caras, impresionando por la energía del mismo
modo que recordaban, sólo que esta vez la fuerza personal era respaldada por la alta
posición social.

—¿Jack? —la pregunta de desconcierto la hizo Shep mostrando su consternación


en sus grises cejas levantadas.

La lenta sonrisa que todos recordaban torció los labios del hombre.

—Lord Hendon.

El nombre debería haberles enviado escalofríos por toda la columna vertebral,


pero todos conocían a este hombre, sabían que había contrabandeado junto a ellos,
que él les había salvado el pellejo unas cuantas veces. Así que se sentaron y
esperaron a tener la explicación del misterio.

La sonrisa de Jack creció. Entonces tomó su posición habitual, los pies separados,
bajo la luz.

—Esta es la historia.

Él les contó la historia, simplemente, sin detalle o elemento decorativo. Los


puntos esenciales fueron suficientemente claros para ellos. Él no hizo mención del
joven Kit, un hecho que algunos notaron pero ninguno hizo un comentario sobre eso.
Cuando comprendieron el hecho de que habían estado ayudando al gobierno de Su
Majestad para aprehender espías, la atmósfera se aligeró considerablemente.
Cuando Jack les mostró el perdón que había traído para todos ellos, y leyó el decreto
oficial, simplemente se quedaron mirándose.
—Esto será enviado a todas las Oficinas de Aduanas en Norfolk. Esto significa
que a partir de hoy, están absueltos de cualquier delito que hayan cometido bajo el
Acta de Aduanas hasta la noche anterior.

Jack rodó el pergamino y se lo guardó en el bolsillo.

—Lo que hagan con su vida de ahora en adelante depende de ustedes. Pero
podrán comenzar con una pizarra limpia, por lo que les conmino a todos ustedes a
pensar cuidadosamente antes de reformar la pandilla Hunstanton.

Sonrió, irónicamente, convencido de que sin importar lo que él hubiese dicho,


después de una temporada, la cuadrilla Hunstanton viviría de nuevo.

—Usted, sin duda, se complacerán en saber que voy a retirarme de mi cargo


como Alto Comisionado. De hecho, es dudoso que haga otra cita para el puesto.

Su mirada los recorrió a todos, cada una de sus feas caras. Jack sonrió.

—Y ahora, mis amigos, me despido.

Sin mirar atrás, Jack se acercó a la puerta. Mathew la abrió para que pasara,
entonces él y George le siguieron afuera. Hubo un murmullo de despedida de los
hombres en el granero, pero ninguno hizo ningún intento de seguirlos.

En el exterior, Jack se detuvo bajo el cielo abierto, la luz de la luna hacía brillar su
cabello. Él dejó caer la cabeza hacia atrás, con las manos en las caderas y se quedó
mirando el orbe pálido, brillando en medio de las nubes. George se acercó.

—¿Y así termina la carrera del Capitán Jack?

Jack se giró. A la luz de la luna, George vio su sonrisa diabólica.

—Por el momento.

—¿Por el momento? —incrédula y horrorizada llegó la voz de George.


Jack echó hacia atrás la cabeza y se echó a reír, luego se dirigió hacia los árboles.
Desconcertado, George lo vio alejarse. Luego abrió la boca y agarró el brazo de
Mathew para apoyarse cuando vio salir un jinete de la banda de abetos directamente
delante de Jack. Las zancadas de Jack no decayeron; en todo caso, se movió más
rápido. Entonces George reconoció el caballo, y se dio cuenta que Champion venía
atrás.

—¡Tontos arriesgados! —dijo, pero él estaba sonriendo.

—Aye —dijo Mathew—. Imagínese cómo serán sus hijos.

—Dios nos libre —dijo George viendo a Jack subir a la silla de Champion.

Kit lanzó algún comentario sobre su hombro y guió a Delia hacia el camino. Jack
la siguió, llevando a Champion al lado de su esposa.

George observó hasta que sus sombras se mezclaron con los árboles y
desaparecieron. Sonriendo, se volvió a buscar su caballo. Su viaje a casa se animó por
la anticipación de encontrar a Amy, ahora su esposa, a la espera segura en casa en su
cama.

—Por cierto —dijo Jack a Kit, mientras Champion guiaba el camino por el
estrecho sendero hacia las tierras Hendon—. Vas a tener que renunciar a montar a
Delia.

Kit frunció el ceño y se inclinó hacia delante para acariciar el cuello brillante de
Delia, que seguía al semental a paso lento.

—¿Por qué?

Jack sonrió, sabiendo que su esposa no podría verlo.

—Vamos a decir que ella y tú tienen más en común de lo que podrías suponer en
un principio.
A Kit le tomó un momento comprender lo que él quiso decir. En el barco, sus
episodios de mareo se habían hecho más pronunciados por cada día que pasaba,
hasta que, cuando habían dejado Brujas, había tenido que admitir a Jack que ella
sospechaba que estaba embarazada. Para su irritación, él había admitido que lo
había sabido desde la primera vez que habían hecho el amor en gran la cama de su
camarote. Desde entonces, él se había paseado por todos lados positivamente
resplandeciente con un orgullo petulante que la sacaba de quicio. Su actitud
protectora, por supuesto, había alcanzado nuevas alturas. A ella le había sorprendido
que él no se hubiese molestado al verla cabalgando; sin duda, eso ocurriría. ¿Pero
que podría tener Delia en común con ella?

La respuesta la hizo refrenar con un jadeo.

—¿Te refieres…? ¿Cómo...?

Jack se detuvo y se volvió a mirarla. La verdad era fácil de leer en su sonrisa. Los
ojos de Kit se estrecharon.

—¡Jack Hendon! ¿Estás tratando de decirme que has dejado que ese bruto
semental se acercara a Delia?

Los ojos de su marido se abrieron con poca probable inocencia.

—Pero, mi amor, ¿seguro que no le negarías a Delia ese placer del que tú misma
disfrutas tanto?

Kit abrió la boca, luego abruptamente la cerró. Miró a su enervante marido.


¿Siempre tendría él la última palabra?

Con una exclamación irritada, ella presionó sus riendas.

Jack rió y apareció al lado de ella.

—Bueno, ¿estás satisfecha por haber compartido el fin del capitán Jack?

Ella se volvió a mirarlo con anchos ojos.


—¿Ha muerto el Capitán Jack? —preguntó ella con voz sensual—. ¿O
simplemente ha cambiado su ropa por un tiempo?

Los ojos de Jack se ensancharon cuando pudo entender la mirada de ella. Pero
antes de que él pudiera decir nada, Kit instó a Delia adelante. Ella siguió el camino de
regreso a casa, pero se detuvo en el claro antes de llegar al chalet. Jack tiró de las
riendas a su lado.

—¿Cansada?

—No exactamente —dijo Kit y miró al chalet.

Ella dirigió una mirada ladeada a su marido. Jack la vio. Él gimió, sin ocultar por
completo su anticipación, y desmontó.

—Yo voy a cuidar de los caballos, tú encárgate del fuego.

Kit rió cuando él la levantó para bajarla del caballo. Ella se estiró para acercar sus
labios, presionando su cuerpo contra él en promesa flagrante. Luego, engreídamente
satisfecha por la reacción inmediata de él, lo soltó y corrió hacia la puerta.

Con una lenta sonrisa en los labios Jack la observó marcharse. A pesar de todas
sus aventuras, la condenada mujer del capitán Jack era tan salvaje como siempre,
aunque conservadora en su exterior, en realidad, era tan salvaje como él. Ella era
obcecadamente suya, estaba en su sangre como él lo estaba en la de ella; no podía
existir ningún vínculo más fuerte. Cuidar de ella llenaría el vacío de su existencia; ya
ella había llenado su corazón. Podía contar con ella para exasperarlo, frustrarlo y
enfurecerlo pero también para amarlo con toda su alma. Ella se aseguraría de que él
continuara poniendo todo su energía y atención en ellos.

Jack echó un vistazo al chalet. Esperaba que ella se estuviera impacientando.


Con un guiño de complicidad hacia Champion, y una última mirada sonriente a la
luna, él llevó los caballos al establo antes de regresar rápidamente al chalet y a los
cálidos y amorosos brazos de su esposa.

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