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"La intrusa" cuenta la historia de dos hermanos de los orillas de Buenos Aires, que voluntariamente

cohabitan con la misma mujer, Juliana Burgos, no mal parecida, de tez morena y ojos rasgados.
Cuando Cristián la lleva a la casa, a pesar de que se ha ganado una criada, muestra su inclinación
amorosa por ella: "la lucía en las fiestas" y la colmaba "de horrendas baratijas". Por su lado, Eduardo
"Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de
la mujer de Cristián". Así, atraídos ambos por aquella mujer a quien las costumbres machistas del
compadraje de la Costa Brava obligaban a tratar como cosa, comienzan a celarse. Si aceptamos la
interpretación de la crítica anglosajona del homosexualismo de los Nilsen, sus celos y disputas no se
darían por definir quién se queda con Juliana, sino porque la mujer es una intrusa que los separa. Es
decir, no celan a Juliana sino a sí mismos. Cada uno teme perder al otro. La presencia femenina pone
en peligro su unión homosexual o su fraternidad de malevos. Por eso salen de ella pero luego se
descubren haciendo turno en el prostíbulo donde la vendieron, en Morón. Siguen queriendo a la mujer,
razón por la cual la compran y la llevan de nuevo a su viejo caserón. Sin embargo, los celos continúan:
"Discutían sobre cueros pero era otra cosa lo que discutían", sobre todo porque ella muestra
preferencias por Eduardo, el menor. Un día, Cristián invita a su hermano a "dejar unos cueros en lo del
Pardo". Era realmente el cadáver de Juliana: "Hoy la maté". Y la tiran en el monte, donde se la
comerán los caranchos: "Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará más perjuicios". Ahora los
hermanos Nilsen volvían a estar abominablemente unidos.

El cuento desarrolla la vieja situación dramática del triángulo amoroso, en este caso, dos hombres
peleándose por una mujer, como en "Talpa" 6, de Rulfo, o "Cartas de mamá"7, de Cortázar. En el cuento
de Borges, la complicación del triángulo se da porque los dos hombres han convenido o pactado
repartirse a la mujer, compartirla, en la misma casa. Con un tono "entre mandón y cordial", Cristián le
dijo a Eduardo: "Yo me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana: si la querés, usala".
Normalmente, en el triángulo amoroso tradicional, el acto del voluntario compartir no es aceptado y es
esta complicada variación de la peripecia lo que viene a pintarnos una parte de la índole de los orilleros
antiguos, como dice el narrador; la otra está en la decisión de venderla y luego de matarla para evitar la
desunión. Para estos compadrones, la mujer es un objeto de placer y pertenencia: "En el duro suburbio,
un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, más allá del deseo y la posesión
[...]". Esta situación de compartir dos hermanos la misma mujer, en la propia casa, resulta ser tan
anómica que "ultrajaba las decencias del arrabal", donde la profanación de la norma debía ser la regla
general. En un mundo de seres fuera de la ley, la conducta de los Nilsen va más allá de las violaciones
del suburbio.

El estatuto de ser una cosa la mujer, se acentúa cuando Cristián la llama la Juliana y dice a Eduardo
que la puede usar, o cuando Juan Iberra le dice con ironía al menor que lo felicita "por ese primor que
se había agenciado". Quizás resulte cierto que la matan parque no quieren ser separados pero también
porque no pueden aceptar, como compadritos duros, que han caído en la debilidad del amor. Ese
sentimiento les incomoda en su temple de hombres hechos para la puñalada y el trucaje.

Además de esta historia, Lope de Vega incluye otras referencias mitológicas que tienen como finalidad
embellecer el soneto y otorgarle también más dramatismo. Así por ejemplo en el primer cuarteto hay una mención
al dios fluvial Peneo, que era el padre de Dafne: "coronado del árbol de Peneo/  mostraba en dulce voz, llorando,
Orfeo/ que allí puede llorar un tierno amante". Esta cita retrotrae al lector conocedor de la mitología a la también
desgraciada historia de Apolo y Dafne en la que la ninfa se convirtió en laurel tras pedirle a su padre que la
salvara de la persecución de fogoso Apolo. 

Del mismo modo en el segundo cuarteto, Lope de Vega cita el río Leto, uno de los que conducen al Hades; y
menciona la dramática historia de Atamante, el rey beocio que -al igual que Hércules- sufre un ataque de locura
por culpa de la diosa Hera (Juno) y  mata a sus hijos. En este cuarteto es como si Lope de Vega quisiera
comparar la locura de Atamante con la que padece Orfeo por querer adentrase en el mundo de los muertos. 

Se encamina el cierre  del soneto con una doble alusión a Garcilaso de la Vega: por un lado con el comienzo del
primer terceto  "¡Oh dulces prendas, de perder tan caras!"  que recuerda el inicio del soneto X del poeta toledano;
y por otro lado, con la cita del nombre de Salicio, que nos lleva directamente a la Égloga I. 

Y finalmente acaba el último terceto, con un toque de humor y de fina ironía, muy propio del espíritu barroco, en el
que Lope de Vega se dirige a Garcilaso (Salicio), retándolo a hacer por amor la misma heroicidad que Orfeo hizo
por Eurídice. Si lo leéis detenidamente el dramatismo inicial desaparece por completo con la burla que hace en
los dos últimos versos:  

"¿Amas tanto,
que a por la tuya a suspender bajaras

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