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La ética filosófica

1 El. ÁMBITO DE LA ÉTICA

1 1. ;.A qué llamamos ético o moral?

Al proponer reflexionar sobre lo ético, lo razonable en primer


l11~.1r es delimitar aquello a lo que queremos referimos; es decir,
1¡111· es lo ético o moral? Ya de entrada es probable que baya quien
r 1•xtrañe por identificar los adjetivos «ético» y «moral». En oca-
111m·s se piensa en lo ético como lo racional o nahtralmente buc-
110 v debido, mientras que lo moral incluiría contenidos suprana-

1111.dl's o religiosos. Sin embargo, esa distinción suele apoyarse en


llflllt'Stos y convenciones que no son evidentes a primera vista.
1..'111110, por ejemplo, que lo ético se circunscribe a lo mínimo que

trnl11s los seres humanos aceptamos (o estamos dispuestos a acep-


l 11 ), y que lo moral, en cambio, contiene valoraciones interiores y
~h 1l 1alcs únicamente en virtud de ciertas creencias. Según esta con-
l t 111 ion, se ha llegado a calificar la ética como «civil» y la moral co-
1110 ~re li.giosa}>. Sin embargo, este planteamiento es demasiado ar-

l•111.11io y discutible como para tomarlo por punto de partida y,


1.l1•111ús, 110 es frecuente ver e.,"'<puestas las razones de esa adscrip-
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ción y separación de contenidos 1• Por el contrario, los inicios de Ja 1'111\ lo contenido en el campo de lo libre la antropología clásica ha
reflexión en este campo hablan en favor de la equivalencia entre Jo 1 1 1v.1do el nombre de «actos humanos», dando así a entender su
ético y lo moral. Ambos términos -uno griego y el otro latino- de- pct:illcidad respecto a su ser racional y volitivo, mientras que lo
signan por igual lo acostumbrado, lo habitual. Y la tradición de 11p.l 1li.tdo en lo no libre se ha dado en llamar «actos del hombre».
pensamiento (incluso en los títulos de grandes obras) nos ha trans- P1'ro la cuestión no queda sencillamente ahí, puesto que el ró-
mitido hasta hoy como sinónimas las denominaciones de «ética fi- t1l11 de conducta libre es aún demasiado impreciso. En primer lu-
losófica» y «filosofía moral». También el lenguaje corriente equipa- r, porque en la conducta tenida por libre incluimos corriente-
ra con frecuencia las convicciones morales a los principios éticos, o ntc diferentes tipos de manifestaciones humanas (y no solo
algo inmoral a algo éticamente incorrecto. , trnlt's) todas ellas libres, aunque en grados y modos diversos. En
Pues bien, al preguntamos por el objeto de que se ocupa la éti- 1eundo lugar, porque no cualquier característica de la conducta Li-
ca -~s ~ecir, por lo ético- no podemos acaJJar, por de pronto, dos hft l.l tenemos por moral. De la primera precisión nos ocupamos
convlcc1ones. La primera constata que no nos hallamos en un te- 1hor11; de la segunda trataremos en el siguiente apartado.
rreno extraño. Ciertamente, tenemos la impresión de estar familia- Las acciones humanas son, verdaderamente, los sujetos más
rizados con la dimensión ética de la actividad humana; los conti- frr< ucntcs y directos de nuestras calificaciones morales. Ello se ba-
nuos juicios morales que espontáneamente hacemos referidos a esa 1, por un lado, en el sencillo hecho de que se trata <le un tipo de
actividad dejan clara constancia de ello. La segunda convicción es Ulllucta visible, con un efecto cierto y externo. Pero también, por
igualmente clara, pero menos consoladora. Se trata de que La ex- ro lado, en que de las acciones suponemos a su sujeto directa-
tensión del campo de aquello que calificamos moralmente es tan mrntc libre y responsable; esto es, un sujeto que puede, y debe, res-
amplia como difusa, lo cual evidentemente dificulta su delimita- ponder o dar razón de sus acciones. Además, es en el campo de las
ción {lo que con terminología clásica se llamaría la definición del 1 r1(lncs donde aparecen los problemas prácticos más inmediatos y
objeto material de la ética). ur)(ct1tcs. De hecho, apoyándose en estas evidencias (y merced a
Puesto que las mencionadas convicciones, directamente pcrti . troll factores teóricos a los que en su momento aludiremos) bue-
nentes para nuestro propósito, se apoyan en la experiencia de nues- n• p.lrtc de la filosofía moral moderna ha concedido no solo prio-
tros juicios morales, la atención al uso de éstos deberá darnos algu- ''"d, sino también, abusivamente, exclusividad a las acciones co-
na pista sobre lo que buscamos. Con este proceder, lo que tal vez mo ohjcto de la ética.
salte primero a la vista es que solo calificamos como éticas las con- Kxclusivídad abusiva, decimos, porque tan ciertos como los he-
ductas libres, quedando excluida toda actividad humana que ca- ' li11•. scúalados lo es también la continua experiencia de que atri-
rezca de libertad. Todo el mundo acuerda en no responsabilizar h111111ns propiedades morales a vivencias humanas que no son ac-
moralmente a nadjc por su digestión, o por su temperamento im- l l(mcs. Así, decimos que una persona que alimenta deseos de

pulsivo, o a quien accidentalmente nos da un pjsotón en el autobús. vr.11w11m,1, aunque no llegue a ejecutarla, tiene un mal deseo, un
•c111imicnto moralmente malo; o lo mismo hacemos cuando al-
KllH'll i;c alegra del mal ajeno, sin desear ninguna acción. Cierto es

l. Cf. L. RODIUGUEZ DUPLA, Ética de la vida buena, cap. 3: «Crítica del rc- 1¡11c l'sos sentimientos probablemente al principio solo asaltaron a
duccionismo en ética,., Descléc de Brouwer, Bilbao 2006, pp. 45-61. , 1111 personas sin ellas quererlo, pero al dejarse libremente invadir
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y arrastrar por ellos nos merecen ya esos scntJmientos mismos, 11 , "l l'r a un herido) nos parecen éticamente debidas, exigidas, co-
1 aceptados y secundados, wl juicio ético en toda regla. ll l hl"~ \' otras (como extorsionar, calumniar o humillar) se alzan

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Pero además, en un nuevo plano, si la persona de nuestro ejem- 111 10
11 ;ohibidas, incorrectas, rechazables. El carácter ético reviste
plo se deja llevar habitualmente por ese mal deseo de venganza o 111 pt·. uli~tr exigencia de necesidad. Una curiosa necesidad, pues
de alegrarse de la desgracia ajena, pens:lremos asimismo que tiene "" c11 1111a necesidad física que se refiera a la capacidad eficiente del
un carácter vengativo (y no solo un temperamento impulsivo) o un IC'to; ni de tipo lógico, ante la cual el sujeto puede permanecer in-
mal carácter en general; e incluso que eso hace de ella una mala lrrcntt· o neutral, sino una necesidad práctica, precisa y origina-
persona. Y si reconocemos calidad moral, positiva o negativa, al ca- mcnrc moral, de la acción o actitud misma. Pero ¿en qué de la
rácter (o a los hábitos) y a la persona misma, es porque sabernos 11111 reside esa necesidad que la hace moral o inmoral?

que en llegar a ser como somos no tenemos parte solo como es- L.1 respuesta más intuitiva que parece surgir es la siguiente: lo
pectadores, sino también como actores y constmctorcs. Por eso, in- ~ h.1 de ser necesariamente ?e una manera para s~~ moral -de
cluso el involuntario sentirse asaltado por ciertos deseos o senti- Awma que en caso contrario es inmoral- es la adecuac1on o corres-
mientos no es del todo ajeno a fas decisiones vohmtarias anteriores ,.,ndcnda de la acción con la ~calidad a .la qu~ se refiere. Las ac-
que han forjado el propio carácter. Es bueno quien no secunda los tnes :;on respuestas a una realidad, son 10tenc1onalcs, como tam-
malos deseos, pero es mejor aún quien ni siquiera los experimenta t.l 11 In son las actitudes, deseos, sentimientos; incluso los hábitos
(ya veremos si, y cómo, es esto posible). klcalcs de vida. Ninguna de estas vivencias puede definirse sin rc-
Así pues, vemos que la ética posee un alcance vasto y profun- lón ~\un referente intencional. Y a semejanza de lo que aconte-
do, que recorre desde las acciones ocasionales hasta el centro más rn los juicios\ la adecuación o inadecuación con dicho rcfercn-
estable y definitorio de la persona, pasando por todas sus manifes- 11&11 caracteriza como correctas o incorrectas.
taciones y vivencias prácticas. Pero ¿qué de esas vivencias las hace Pero esto no es todavía suficiente, o no Jo es del todo. Consi-
morales? •rc:mos, por ejemplo, la situación en la que se nos plantee la dis-
ntiva entre socorrer a un herido accidentado junto a mí o la de
r dt• largo para llegar en punto a una interesante conferencia.
1.2. El carácter debido y bueno de lo ético
mhas acciones son sin duda éticamente correctas, y las dos nos
Respondamos, entonces, a la cuestión que quedó pendiente ltr1Kc11 un reclamo, una exigencia de respuesta. Pero la necesidad
antes: si no cualquier característica de la conducta libre la tenemos , hll'rt.a de ambas exigencias es distinta. Claramente, la primera
por moral, ¿cuál o cuáles serán éstas? Nada mejor, para determinar r \ 1 11· 1111.l obligatorieclad mayor, nos ofrece por sí misma una ra-
la perspectiva desde la cual vemos y pensamos lo ético como tal (lo 1111 para ser realizada que difícilmente -y quizá nunca- puede ser
que será el llamado objeto formal de la ética), que reparar en cómo 0111pc11sada por las razones que oferte cualquier acción alternati-
efectivamente así lo hacemos. Yll Esl· carácter de fuerte o incondicionalmente debido es una de
En un primer recorrido por nuestra experiencia, identificamos I• not.1s por las que distinguimos lo moral de lo no moral. A ello
fácilmente lo que tenemos por ético, en sentido positivo o negati-
vo, como lo debido o prohibido, respectivamente. Unas acciones o
actitudes (corno devolver un préstamo, mantener la palabra dada o J. L'I: F B!ff'lni\NO, /?/ vrigm del conocimimlo moral, Tecnos, Madrid 2002.
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es a lo que miramos siempre que nos preguntamos cuál de varias ~. l.1 1a1pcrioridad del ser justo frente a cualquier otra conveniencia;
acciones posibles, presentes ante nuestra consideración, es nuestro t 1h.1 apuntando al punto de vista moral.
deber moral llevar a cabo. También hay una necesidad y corrección Asi pues, estas dos notas (la corrección u obligatoriedad in-
en las exigencias técnicas de ciertos procesos; pero ellas siempre md1~ional y la bondad absoluta) parecen circunscribir el campü
podrán pedir la justificación del proceso mismo, no son absolutas. lo moral. Sin embargo, no son dos notas de sentido idéntico, lo
La necesidad moral, la corrección intrínseca, es incondicionada, t1l explica que no se recubran del todo. Muchas veces decimos
inapelable, inexcusable. Cualidad que ha impulsado siempre a la 1tlgo es debido todo cuanto cabe y que, en cambio, no tiene es-
ética a buscar la universalidad como uno de sus rasgos definitorios, 1111 mérito, no brilla en ello un grado especial de bondad. Y vi-
lo cual -como veremos- solo es verdad en parte. rila, hay comportamientos tan altamente buenos y meritorios,
El hecho de que se nos presenten acciones como debidas, o co- l'Oll'os, que no nos atrevemos a exigir como deberes. Además,
rrectas, o adecuadas, o justificadas -o por el contrario como inde- n,tcmos a llamar bueno o malo sobre todo a las personas y ca-
bidas, o incorrectas, o inadecuadas, o injustificadas-, las realicemos tcn:s, y correctas o incorrectas a las acciones 1• Con todo, tcne-
luego o no, es algo que pertenece a la experiencia humana más di- t11 li1 impresión de que existe un profundo vínculo y contagio en-
recta y común, a poco sinceros que seamos con nosotros mismos. lol'i dos predicados, así como entre sus respectivos sujetos. Una
Es éste un dato elemental de Ja conciencia llamada moral. IM!i tareas más apasionantes e iluminadoras de la ética es la re-
Pero hay, además, otra característica general por la que solemos 1t.'m sobre esa relación. Por eso será uno de los hilos conducto-
discernir lo moral de lo no moral; y es que lo primero aparece como de estas páginas. De entrada, y no es poco, se trata de dos con-
preferible a lo segundo en un sentido peculiar. En el ejemplo ante- ll(ttos que poseen un carácter nada menos que absoluto.
rior, socorrer al herido nos parece de por sí altamente preferible fren- No es extraño, entonces, que la ética se haya visto desde anti-
te a enriquecemos intelectualmente escuchando una conferencia, y ,_., i.:omo un aliento de lo infinito, de lo absoluto, de lo divino; ni
por eso el sentir común alaba la acción auxiliadora y reprueba a quien u ella se haya vinculado nuestro anhelo más último y global, la
se desentiende del desafortunado en busca de un valor intelectual. lk1dad. Y el hecho de que el ser humano sea capaz de vivir éti-
Pero no es dificil atisbar que no se trata exactamente de un mero gra- mcntc, o de que lo ético habite en su interior, es uno de los sig-
do mayor o más intenso de preferibilidad, ya que, desde el punco de m;is claros de su peculiar dignidad.
vista de la satisfacción subjetiva o del provecho personal de nuestro
personaje, escuchar esa conferencia en ese momento es para él pre-
ferible. Se trata más bien de que, contando con todos los puntos de 1\ l~ l'ICA C0.:\10 FILOSOFÍA
vista, socorrer al herido es preferible. A esta prefcribilidad no relati-
va o condicionada a ningún punto de vista particular, o mejor, te- l. J Cuando la ética esfilosofía?
n icndo en cuenta todos los posibles, la tiene la experiencia común
l ..1 filosofía griega -en un primer impulso por obra de Sócra-
justamente por moral o ética. A las acciones (y deseos, actitudes, ca-
}' d1· modo ya consolidado con Aristóteles- vio la necesidad de
racteres) preferibles de modo absoluto, intrínseco, las llamamos en
concreto éticamente buenas y meritorias. Cuando Sócrates advertía
que es preferible padecer la injusticia que cometerla, estaba señalan- l l 1. W. D. Ross, Lo correcto y lo bueno, Sígueme, Salamanca 1994.

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