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¿Cómo se debe enseñar la historia?

La historia no es amontonamiento de datos, sino descripción de la


experiencia de la humanidad. Prescindir de ella es despreciar la
única fuente de información que tenemos

JOSÉ ANTONIO MARINA

Siempre que se quiere criticar a la escuela se menciona el aprendizaje de la lista


de los reyes godos, con lo que al mismo tiempo se ridiculizan la memoria y la
historia. El desdén por ambas pertenece a un mismo modelo de prejuicio.
Imaginación frente al conocimiento, innovación frente a experiencia, presente
frente a pasado. Disparatado sectarismo. La memoria individual es biografía y la
memoria social es historia. Las dos son experiencia acumulada. Una persona o
una sociedad amnésica serían incapaces de comprender el presente, o de
inventar el futuro. Se crea desde la memoria. Se entiende desde la memoria, es
decir, desde la historia.
La historia no es el amontonamiento de datos, sino la descripción de la
experiencia de la humanidad. Prescindir de la experiencia supone despreciar la
única fuente radical de información de que disponemos. El nuevo HUMANISMO
que defiendo da especial relevancia a la historia dentro de su proyecto: conocer
para comprender, comprender para tomar mejores decisiones, tomar mejores
decisiones para actuar mejor. El adanismo no es la recuperación de la inocencia,
sino el acercamiento a la animalidad de la que procedemos.

Cuando la memoria nos engaña, nuestra interpretación de la realidad es falsa. En


Estados Unidos se multiplicaron los pleitos contra psicoanalistas que habían
provocado a sus clientes falsos recuerdos, por ejemplo, de agresiones
parentales inexistentes. Con la enseñanza de la historia puede pasar algo
semejante. Tradicionalmente, se ha utilizado para fomentar la identidad
nacional. Mi generación sufrió esa instrumentalización de la historia. La grandeza
de España culminaba con los Reyes Católicos, se mantenía con los Austria, y
declinaba con los pérfidos Borbones. En el colegio cantábamos canciones como
esta:

“De Isabel y Fernando/ el espíritu impera/ moriremos besando/ la sagrada


bandera./Nuestra España gloriosa/nuevamente ha de ser/la Nación poderosa
que jamás/ dejó de vencer”.

En la enseñanza obligatoria, la historia se ha reducido a un somero estudio


de la edad contemporánea, por no decir del mundo actual
La enseñanza de la historia no ha sido territorio pacífico nunca ni en ninguna
nación. En 1996, Esperanza Aguirre, ministra de Educación, presentó un plan
para el fortalecimiento de las humanidades, cuyo núcleo era la historia. Se
quejaba de que un alumno podía atravesar los 10 años de escolarización sin
escuchar una sola vez una lección sobre Julio César o Felipe II. "En la
enseñanza obligatoria, la historia se ha reducido a un somero estudio de la edad
contemporánea, por no decir lisa y llanamente del mundo actual. La cronología
brilla por su ausencia. Y el estudio de las grandes personalidades históricas se ha
visto reemplazado por un análisis de estructuras tratado bajo la óptica
metodológica, no de la historia, sino de las ciencias sociales, con el resultado de
un pavoroso empobrecimiento del mensaje que se transmite al alumno". El plan
fue rechazado.

Sociologismo, pedagogismo y circunstancias


El año 2000, la Real Academia de la Historia publicó un informe sobre la
enseñanza de la historia en educación secundaria. Veía tres problemas: "El
sociologismo, el pedagogismo y las circunstancias políticas". La enseñanza de la
historia comenzó a resentirse desde la Segunda Guerra Mundial a causa de la
gran influencia ejercida por el sociologismo, utilizando este término en el sentido
de proponer una visión del pasado alejada del tradicional proceso
cronológico y vinculada al análisis que permitiera la utilización de las
formulaciones teóricas del presente. Asimismo, la obsesión pedagógica ha tenido
sus efectos negativos, pues, al poner tanto énfasis en los métodos de la
enseñanza, se ha terminado por olvidar qué es lo que hay que enseñar…
Las identidades pueden volverse asesinas, pero el desarraigo es también un
problema
Finalmente, las circunstancias políticas tienen que ver con la pretensión de
las comunidades autónomas de utilizar la historia al servicio de objetivos ajenos
a los planteamientos académicos. Las críticas al informe de la Academia de la
Historia fueron tan fuertes que tuvo que reconocer que era una mera opinión. La
Fundación Bofill elaboró otro informe mostrando, por ejemplo, que no era verdad
que se dedicase un excesivo tiempo a tratar la historia de cada comunidad en los
libros de texto, que solo dedicaban al tema un 10% de los contenidos, cuando
podían regular entre un 35 y un 45%, según la ley. En realidad, no se trata de qué
parte se dedica a la historia de la comunidad autónoma, sino de cómo se
interpretan el resto de los contenidos.
Tradicionalmente, la historia se ha utilizado para fortalecer la 'identidad nacional'.
¿Es un objetivo aceptable? El pasado domingo, Marine Le Pen denunció el
enfrentamiento entre 'mundialización' y 'soberanismo' como problema esencial
para Francia. En España, el enfrentamiento se da entre 'soberanismo' y
'constitucionalismo'. En los países musulmanes, entre globalización y religión.
En el fondo, el 'choque entre civilizaciones' se reduce a un 'choque entre
historias diferentes'. Por eso, en este momento, el estudio de la historia puede
tener más relevancia que nunca, al mostrar que —como Nietzsche señaló— las
manifestaciones culturales, entre las que están las instituciones políticas, no tienen
esencia, sino historia. Conceptos como 'soberanía', 'nación', 'pueblo', “voluntad
popular', 'identidad nacional' son creaciones culturales, herramientas para resolver
problemas, que, como señalaba el protagonista de 'Citadelle', de Antoine de
Saint Exupèry, acabamos defendiendo apasionadamente solo en recuerdo de la
cantidad de gente que murió por ellas.

El nuevo HUMANISMO comprende que somos una especie única con una historia
compartida, que las identidades pueden volverse asesinas, como dice el título del
libro de Amin Maalouf, pero que el desarraigo también es un problema. Sostiene
que puede haber un patriotismo de la responsabilidad y no un mero nacionalismo
de la reclamación, que las soberanías no fueron creadas por Dios, como pensaba
el abate Sieyés, sino creación a veces casual de la historia, y que las instituciones
políticas son soluciones que fueron útiles, pero pueden dejar de serlo. La historia
no nos empuja al relativismo, sino a tener confianza en el poder creador de la

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