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Ibagué, julio de 2020

CARTA A MI YO RURAL

Buenas noches, se que te encuentras bien porque estás donde quieres estar, en
la contemplación del campo.

Te escribo está carta porque siento que necesito hacerlo, porque sé, que tu
crees en cuestiones metafísicas y gnósticas, porque sabes que yo sé que tu existes, ya
que yo te cree y te recree en mi mente, en mis recuerdos, en mi memoria, porque tú
eres mi otro yo, ese yo que se quedó en el campo, desde la primera vez que tuve que
trabajar con comunidades rurales, esto hace ya tres años.

Tres años que han pasado como en un pestañeo, tres años en los que nos
hemos estado comunicando a través de murmullos en la noche y sabor a café en las
mañanas. Desde entonces, he querido irme contigo, caminar esas planicies que
parecen tapetes de lana verde, sentir todos los días la brisa que moja y envuelve mi
cuerpo, maravillarme con una flor que encontramos desprevenida en el camino arcilloso
que transitan los habitantes de la región de Cundinamarca. Cómo hemos aprendido de
ellos, porqué si bien es cierto, que en nombre de la institución que representamos,
llevamos a lugares como Yacopí, Topaipí, Paime, la Palma, entre otros; conocimientos
técnicos, que les permitan a los lugareños, mejorar su productividad; también es cierto
que nosotros, sobre todo tú que nunca has renunciado a la idea de vivir en el campo,
hemos aprendido mucho de ellos.

¿Qué les hemos enseñado?


Nada diferente a lo que nosotros aprendemos en aulas de clase y en sesiones
virtuales de aprendizaje, cosas que no sabíamos hasta hace poco aunque nuestra
formación tenga perfil agronómico, como técnicas para ser aplicadas a sus cultivos
agroforestales de cacao, plátano y maderables, hemos llevado a ellos la información y
la practica que necesitaban para aprender a realizar productos de consumo a partir de
sus cosechas de toda la vida, y nos alegro mucho verlos aprendiendo e implementando
esto que les explicábamos haciendo su propia bebida de cacao, o deleitando a sus
pequeños hijos con una malteada de chocolate, nutriéndolos y ayudándoles a crecer
fuertes, con una buena taza de chucula y mejorar el habito de consumir panela como
fuente de calorías, energía vital para estar unidos a la tierra y quererle y cuidarla y
sentir que uno viene de ella y hacia ella va.

¿Hemos aprendido de ellos?


Creo que, lo que hemos aprendido de ellos, es lo que hizo que tu te quedarás
allí, en esas veredas, haciéndome consciente de que realmente existes, por eso te
llamo mi yo rural, y debo confesarte que te extraño cuando no estamos juntos
recorriendo esos lugares verdes, calientes, polvorientos, silenciosos y me da envidia no
estar disfrutando de noches con olor a hierva arrullado por los grillos e iluminado por las
luciérnagas.

La principal enseñanza, me la dijiste tú, antes de despertarme a media noche,


alguna vez que nos comunicamos en un sueño. Estas personas, tan humildes y
generosas, inocentes y curiosas, de sonrisa tímida y de voz amable, son resilientes.

Son seres humanos que han sabido sobreponerse al abandono de los


gobernantes nacionales, a la lucha territorial de los grandes señores feudales, son
familias que han vivido en carne propia las consecuencias de un conflicto armado que
nos caracteriza como país, pero en el cual ellos, no tienen nada que ver, son tan
maravillosos que aman su tierra así esté apartada y tenga dificultades de acceso así no
tengan señal de internet o no cuenten con televisión por cable.

Ellos han inspirado con sus historias de vida y supervivencia, de adaptación y


cambio, a ese yo rural que habitaba en mí y que despertó hace tres años cuando mi
labor como instructor agronómico me hizo entrar en contacto directo con la tierra y con
su gente, con sus historias, pero, sobre todo, con su amor por el campo.

Por eso te escribí esta carta, porque no soy indiferente a tus inquietudes y a tus
mensajes, porque quiero que sepas que estoy ansioso de encontrarnos pronto en algún
lugar de la llanura o en una huerta de un caserío distante y fértil, porque quiero
confesarte que me alegra saber que tengo un yo rural que me recuerda mi verdadera
vocación en la vida: la tierra.

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