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CARTA A MI YO RURAL
Buenas noches, se que te encuentras bien porque estás donde quieres estar, en
la contemplación del campo.
Te escribo está carta porque siento que necesito hacerlo, porque sé, que tu
crees en cuestiones metafísicas y gnósticas, porque sabes que yo sé que tu existes, ya
que yo te cree y te recree en mi mente, en mis recuerdos, en mi memoria, porque tú
eres mi otro yo, ese yo que se quedó en el campo, desde la primera vez que tuve que
trabajar con comunidades rurales, esto hace ya tres años.
Tres años que han pasado como en un pestañeo, tres años en los que nos
hemos estado comunicando a través de murmullos en la noche y sabor a café en las
mañanas. Desde entonces, he querido irme contigo, caminar esas planicies que
parecen tapetes de lana verde, sentir todos los días la brisa que moja y envuelve mi
cuerpo, maravillarme con una flor que encontramos desprevenida en el camino arcilloso
que transitan los habitantes de la región de Cundinamarca. Cómo hemos aprendido de
ellos, porqué si bien es cierto, que en nombre de la institución que representamos,
llevamos a lugares como Yacopí, Topaipí, Paime, la Palma, entre otros; conocimientos
técnicos, que les permitan a los lugareños, mejorar su productividad; también es cierto
que nosotros, sobre todo tú que nunca has renunciado a la idea de vivir en el campo,
hemos aprendido mucho de ellos.
Por eso te escribí esta carta, porque no soy indiferente a tus inquietudes y a tus
mensajes, porque quiero que sepas que estoy ansioso de encontrarnos pronto en algún
lugar de la llanura o en una huerta de un caserío distante y fértil, porque quiero
confesarte que me alegra saber que tengo un yo rural que me recuerda mi verdadera
vocación en la vida: la tierra.