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Conflictos en democracia : la política en la Argentina, 1852-1943 //

compilado por Luciano De Privitellio y Lilia Ana Bertoni. - 1a ed. -


Buenos Aires : Siglo Veintiuno Editores, 2009.
240 p. ; 21x14 cm. - (Historia y cultura; 41 / dir.: Luis Alberto
Romero)

ISBN 978-987-629-089-0

1. Historia Politica Argentina. I. De Privitellio, Luciano, comp.


II. Bertoni, Lilia Ana, comp.

CDD 320.982

© 2009, Siglo Veintiuno Editores S. A.

Diseño de colección: tholön kunst

Diseño de cubierta: Peter Tjebbes

isbn 978-987-629-089-0

Grafinor // Lamadrid 1576, Villa Ballester,


en el mes de agosto de 2009

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina // Made in Argentina
Índice

Introducción 9
Lilia Ana Bertoni y Luciano de Privitellio

1. El pueblo “uno e indivisible”. Prácticas políticas


del liberalismo porteño 25
Hilda Sabato

2. ¿Estado confesional o estado laico? La disputa


entre librepensadores y católicos en el cambio
del siglo XIX al XX 45
Lilia Ana Bertoni

3. ¿Iglesias de trasplante? ¿Iglesias de injerto?


Las iglesias protestantes en la Argentina
entre 1870 y 1910 71
Paula Seiguer

4. La Reforma y las reformas: la cuestión electoral


en el Congreso (1912-1930) 89
Ana Virginia Persello
Luciano de Privitellio

5. “Perrot ha dejado su traje, y enarbola la bandera


roja que tan mal le sienta.” Conflictos gremiales
en el mundo del teatro porteño, 1919-1921 123
Carolina González Velasco
6. Nacionalistas y conservadores, entre Yrigoyen
y la “década infame” 149
María Inés Tato

7. La llegada del manganello. Los fascistas


a la conquista de la Associazione Reduci
di Guerra Europea, 1924-1926 171
María Victoria Grillo

8. La política guerrera. La investigación de


las actividades antiargentinas 191
Germán Claus Friedmann

Notas 213

Los autores 239


6. Nacionalistas y conservadores,
entre Yrigoyen y la “década
infame”
María Inés Tato

La primera experiencia democrática argentina, desarro-


llada a partir de la implantación de la Ley Sáenz Peña en 1912, in-
auguró la era de la política de masas y llevó al gobierno al radica-
lismo, el principal partido opositor al orden conservador. Los
avatares de esa experiencia tuvieron un impacto profundo sobre
la derecha conservadora, enfrentada a la necesidad de adaptarse
a las nuevas reglas del juego para competir electoralmente con el
nuevo oficialismo. La incapacidad que manifestó a la hora de dar
una respuesta viable a ese desafío derivó en un creciente desen-
gaño de la democracia que había auspiciado hacia el Centenario
y la condujo a la búsqueda de alternativas ajenas a los principios
constitucionales, como el golpismo y el fraude electoral.1
Por otra parte, el despliegue democrático también dio lugar a la
aparición de una corriente diferenciada en el seno de esa tenden-
cia del arco político, liderada por una nueva generación influida
por el tradicionalismo y el autoritarismo europeos: los nacionalistas.
En la historiografía ha predominado la tendencia a caracterizarlos
como un fenómeno reciente, prácticamente desenraizado de las
orientaciones políticas existentes. Desde esa perspectiva, que se nu-
tre de las versiones hagiográficas de los militantes de ese movi-
miento político, el nacionalismo aparece huérfano de vinculacio-
nes con otras fuerzas de la derecha y, en ocasiones, es presentado
como opositor de las fuerzas conservadoras que habían moldeado
a la Argentina liberal desde 1880, lo que supone trasladar a la dé-
cada de 1920 la polarización que habría de caracterizar las relacio-
nes entre nacionalistas y conservadores desde mediados del si-
guiente decenio. Sin embargo, esta corriente de la derecha
compartía con los conservadores un sustrato ideológico común,
150 conflictos en democracia

fundado en su anclaje en la tradición liberal, que favoreció su ac-


ción conjunta en el contexto de la crisis de fines de los años veinte,
desmintiendo las distancias originalmente atribuidas a ambas frac-
ciones de la derecha. Por cierto que al avanzar la década de 1930 el
perfil ideológico y político de los nacionalistas habría de sufrir mo-
dificaciones sustanciales al calor del ensayo uriburista, de la gestión
del justismo y de la coyuntura internacional, y finalmente conduci-
ría a un intenso antagonismo con las agrupaciones conservadoras.
El objetivo de este trabajo consiste en bosquejar la trayectoria
del vínculo establecido entre conservadores y nacionalistas, desde
su emergencia durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigo-
yen hasta su disolución en el marco de la denominada “restaura-
ción conservadora”.

los orígenes de una relación tormentosa

En un sentido restringido, la aparición del nacionalismo como mo-


vimiento político antiliberal y antidemocrático2 ha dado lugar a
múltiples dataciones: algunos ubican su aparición en las últimas dé-
cadas del siglo XIX y otros indican el Centenario de la Revolución
de Mayo o las vísperas del golpe de estado de 1930 como su fecha
de natalicio.3 Más recientemente, se ha señalado la peculiar coyun-
tura de la crisis de la primera posguerra –coincidente con las con-
mociones sociales de esa etapa crítica y con los primeros pasos del
proceso de democratización al que hemos aludido– como el mo-
mento de eclosión de este movimiento político. Por entonces, las
expresiones aisladas de ese nacionalismo, reducidas por lo general
a algunas personalidades destacadas del mundo de la cultura, fue-
ron adquiriendo una articulación colectiva bajo la forma de organi-
zaciones, como la Liga Patriótica Argentina, surgida durante la “Se-
mana Trágica” de enero de 1919, o, hacia fines de la década, en
torno de algunas publicaciones periódicas y agrupaciones naciona-
listas.4 Es indudable que la evolución de este movimiento se halla
inextricablemente vinculada a las vicisitudes del proceso de cons-
trucción del estado nacional argentino, que en el período abor-
nacionalistas y conservadores... 151

dado atravesaba una fase marcada por la democratización del sis-


tema político y una irrupción definitiva de las masas en la esfera pú-
blica que hizo tambalear las certidumbres de la elite.
Los nacionalistas que se asomaron a la vida política durante la
segunda presidencia de Yrigoyen para combatirla procedían prác-
ticamente de los mismos ámbitos de sociabilidad de la elite con-
servadora, pero representaban una nueva generación, desvincu-
lada de la gestación de la “república verdadera” instaurada a
partir de 1912.5 Entre ellos se destacaban los hermanos Rodolfo y
Julio Irazusta, Alfonso y Roberto de Laferrère, Ernesto Palacio, Li-
sardo Zía y Juan Carulla.
Estos jóvenes, que encarnaban las nuevas orientaciones de la
derecha, introdujeron en las contiendas políticas un repertorio
ideológico enraizado en especial en el tradicionalismo europeo,
representado entre otros por los intelectuales de L’Action Fran-
çaise. Como lo sintetizara uno de sus más agudos referentes, Er-
nesto Palacio, entre las influencias decisivas en su formación ide-
ológica se encontraban

Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Bossuet, de Maistre,


Bonald, Rivarol, Kant, Pareto, Renan, Comte, Maurras,
Donoso Cortés y otras personas igualmente renombra-
das que coinciden todas en afirmar que el sufragio uni-
versal es un privilegio concedido a la incompetencia y la
irresponsabilidad del número, de las bajas pasiones, de
los intereses personales o partidarios, contra la compe-
tencia, la responsabilidad, el valor técnico y el culto del
bien común de la Nación.6

Por entonces era bastante periférica la impronta del fascismo, al


igual que la del anticomunismo y la del antisemitismo, aspectos que
en cambio cobrarían mayor centralidad en la década siguiente.
Estas influencias ideológicas se tradujeron en la exaltación de la
acción directa en detrimento de los procedimientos parlamenta-
rios y representativos, y en un discurso virulento contra la demo-
cracia y el liberalismo, prodigado en grandes dosis desde las tribu-
nas de La Nueva República, Criterio y La Fronda. Precisamente desde
152 conflictos en democracia

estos ámbitos a fines de septiembre de 1929 ingresó en la acción


pública la primera de las organizaciones nacionalistas, la Liga Re-
publicana, definida como “un grupo de jóvenes ajenos a toda vin-
culación partidaria o con independencia de ella” que “se habían
organizado en liga de acción opositora para despertar un movi-
miento de reacción contra la política del gobierno y sus comités”.7
Aunque se pretendió recalcar la autonomía de la Liga, su vincula-
ción con La Fronda era evidente: su cuartel general estaba insta-
lado en las oficinas del diario, cuyo staff militaba en las filas liguis-
tas, y recibía el financiamiento de su propietario.8
En su primer manifiesto, la Liga proclamó así sus objetivos:

a) Resistir mediante la prédica oral y escrita, o la acción


directa, según los casos, al predominio de la política
demagógica que hoy rige la vida del país. [...]
b) Combatir, mediante una campaña activa de denuncias
concretas, el régimen administrativo impuesto por el
presidente Yrigoyen. [(...)]
c) Iniciar una acción enérgica en defensa de la
Constitución y las leyes de la República, cuyo
desconocimiento por el gobierno, cualquiera sea la
mayoría electoral que lo designó, no debe consentir
ningún ciudadano. Cuando el gobierno deja de
cumplir la Constitución, por cuya virtud ejerce su
mandato, deja inmediatamente de ser un gobierno
legítimo para transformarse en despotismo; por
consiguiente, quedan abolidos los vínculos de
solidaridad y obediencia.9

Como surge de la lectura de esa declaración de principios, a pesar


de su retórica y de su filiación ideológica antiliberal, los naciona-
listas evidenciaban su claro arraigo en la tradición liberal que
constituía el cimiento ideológico de los conservadores argenti-
nos.10 En efecto, a la hora de atacar al radicalismo yrigoyenista, los
nacionalistas se atrincheraron en la defensa de la Constitución na-
cional, de la transparencia de la gestión pública, del equilibrio de
poderes y de la plena vigencia de las libertades individuales, adop-
nacionalistas y conservadores... 153

tando sin ambages la herencia del liberalismo. Por otra parte,


como se desprende de la aseveración de Palacio, exhibieron la
misma mirada elitista de los procesos políticos y sociales que ca-
racterizaba a los conservadores, quienes se autoconcibieron como
fieles representantes de un “antiguo régimen” identificado con
una edad dorada amenazada por la masificación y se constituye-
ron, en consecuencia, en el patriciado encargado de custodiar las
glorias pasadas frente a una plebe por completo ajena a su forja-
miento y desafiante de su perpetuación.
Asimismo, lejos de la postura antisistema de la extrema derecha
europea, cuya cruzada englobaba la lucha contra los partidos polí-
ticos, los nacionalistas argentinos no desdeñaron en este estadio de
su desarrollo colaborar con las fuerzas partidarias opositoras al ra-
dicalismo. Para las elecciones nacionales celebradas en marzo de
1930, el grueso de la Liga se inclinó por participar activamente en
la campaña electoral y respaldar en las urnas a los candidatos de las
principales fuerzas opositoras en cada distrito, dada la carencia de
un frente o coalición homogéneos a nivel nacional. No faltaron las
disensiones internas acerca de este punto, pero curiosamente no gi-
raron en torno de la licitud de la participación en los procedimien-
tos electorales denostados por el propio discurso nacionalista.
Por un lado, las divergencias se centraron en el apoyo a deter-
minadas agrupaciones, como el Partido Socialista Independiente
(PSI). Alfonso de Laferrère se opuso de manera categórica a la te-
situra de apoyar a un partido al que concebía como ideológica-
mente incompatible con el nacionalismo. Reivindicándose como
conservador, en tanto partidario de “la conservación social” y del
“orden” frente a “la barbarie bolchevista”, encarnada en el país en
un “partido revolucionario” dividido en “tres fracciones: comu-
nista, socialista y socialista independiente, simples matices de una
misma tendencia, descolorida a veces por razones de táctica, pero
cuyo triunfo conduciría finalmente [...] a la implantación de un
régimen colectivista”, señaló que el voto al PSI apuntalaría “a un
partido que no se fundó para combatir al personalismo, sino para
realizar un programa de reformas sociales”. Y advirtió: “que nadie
se llame a engaño: quien vote por cualquiera de los partidos socia-
listas votará por la Revolución”.11
154 conflictos en democracia

Por su parte, otros militantes de la Liga, como Rodolfo Irazusta,


pretendieron presentar una alternativa electoral propia y crear
una lista mixta constituida por Manuel Carlés (presidente de la
Liga Patriótica Argentina), el poeta Leopoldo Lugones, algunos
socialistas independientes y miembros de la Liga Republicana.
Como su moción fue derrotada, Irazusta renunció a la entidad.12
Luego de esta pionera organización nacionalista, se formó la
Legión de Mayo, en agosto de 1930, bajo la dirección de Alberto
Viñas. Esta agrupación manifestó las mismas ambigüedades de la
Liga frente al liberalismo, como lo muestra el manifiesto que
acompañó su aparición pública:

Ciudadanos: La patria está en peligro. El esfuerzo de


muchas generaciones argentinas, en un siglo de luchas
gloriosas por la civilización, creó los resortes institucio-
nales de nuestra democracia. [...]. Desde el 25 de Mayo
de 1810 hasta la Ley Sáenz Peña, las energías nacionales
fueron absorbidas por el problema fundamental de la
organización republicana representativa federal. Y bien
ciudadanos: De ese patrimonio amasado por el genio, la
abnegación y el dolor de todo el pasado nacional, no
queda nada. [...] La historia reclama el gesto que reate
el hilo de nuestra altiva tradición de libertadores.13

Tanto la Liga Republicana como la Legión de Mayo tuvieron un no-


table protagonismo en el golpe de estado del 6 de septiembre de
1930 que dio paso a la experiencia del uriburismo, crucial para las
posteriores transformaciones del universo ideológico nacionalista.

la revolución anunciada

La revolución de septiembre condensó las expectativas de cambio


de los nacionalistas, que esperaban que el general José Félix Uri-
buru liderara la reedificación del sistema político sobre nuevos
fundamentos.
nacionalistas y conservadores... 155

Las ambiciones nacionalistas, sin embargo, pronto chocaron


con la limitada gravitación de sus ideólogos sobre el gobierno
provisional. El repaso de la distribución de cargos efectuada por
Uriburu puede resultar ilustrativo del balance de poder entre
conservadores y nacionalistas en el seno del régimen militar y, en
el mismo sentido, de los proyectos políticos que pugnaban por
imponerse. El orden conservador se hallaba claramente represen-
tado en el gabinete a través de Enrique Santamarina, Matías Sán-
chez Sorondo, Ernesto Bosch, Ernesto Padilla, Adolfo Bioy, Hora-
cio Beccar Varela y Octavio Pico. Por su parte, los nacionalistas se
insertaban en los elencos de las intervenciones provinciales, sin
duda en la periferia del punto neurálgico en la toma de decisio-
nes del gobierno provisional; así, Carlos Ibarguren fue interven-
tor en la provincia de Córdoba, acompañado de Enrique Torino,
Arturo Mignaquy, Roberto de Laferrère y Eduardo Muñiz; Er-
nesto Palacio fue funcionario de la intervención federal en San
Juan; Tomás Casares, de la de Corrientes.
Tras el golpe de estado, los conservadores pronto reclamaron a
Uriburu el retorno a la normalidad institucional a través de la
convocatoria a elecciones generales. Este reclamo presuponía
mantener intacto el ordenamiento político previo, al entender
que el consenso –al menos tácito– del que había gozado el derro-
camiento de Yrigoyen se traduciría automáticamente en el replie-
gue electoral del radicalismo, que perdía en consecuencia su peli-
grosidad a los ojos de sus tradicionales opositores.
Por su parte, la reforma auspiciada por los nacionalistas tenía
entonces contornos muy indeterminados, aunque mínimamente
se esperaba su total distanciamiento de la democracia de sufragio
universal instalada a partir de la Ley Sáenz Peña. Por consi-
guiente, suponía una remodelación drástica de las reglas del
juego político previa a cualquier convocatoria electoral. La cons-
trucción de esa alternativa política fue adquiriendo una relativa
precisión a partir de la formulación oficial de una propuesta de
inspiración corporativa, difundida en forma de manifiesto el 1º de
octubre de 1930. En ese manifiesto el general Uriburu volvía a
afirmar que la revolución no había sido hecha sólo para suplantar
hombres en el gobierno y reiteraba su aspiración de reformar la
156 conflictos en democracia

Constitución Nacional, sugiriendo como posibilidad la represen-


tación funcional.14 Poco después, desde la intervención cordo-
besa, Carlos Ibarguren sería el encargado de precisar el carácter
de la reforma política uriburista, intentando deslindarla del mo-
delo fascista y enfatizando su utilidad para combatir a los “políti-
cos profesionales”:

ni vuelta a la demagogia y al imperio de los comités, ni


reformas exclusivamente fascistas… En el Parlamento
puede estar representada la opinión popular y acor-
darse, también, representación a los gremios y corpora-
ciones que estén sólidamente estructurados. La sociedad
ha evolucionado profundamente del individualismo de-
mocrático que se inspira en el sufragio universal, a la es-
tructuración colectiva que responde a intereses genera-
les más complejos y organizados en forma coherente
dentro de los cuadros sociales.15

El proyecto corporativo se fue diluyendo a medida que se hacía


manifiesta la tensión con los partidos políticos que habían respal-
dado la estrategia golpista y, en consecuencia, mientras se angos-
taba el margen de maniobra de Uriburu.16 Tras la derrota electo-
ral en la provincia de Buenos Aires el 5 de abril de 1931, que
demostró que el radicalismo aún gozaba de buena salud y marcó
la debacle inevitable del experimento militar, los nacionalistas vol-
vieron a impulsar en vano la fallida iniciativa reformista a través
de sucesivos movimientos de opinión que al mismo tiempo inten-
taban presionar al gobierno para que mantuviera el rumbo inicial
y postergara la normalización institucional. Reacción Nacional y
Acción Republicana fueron organizaciones efímeras que opera-
ron en ese sentido, lideradas por diversas figuras del campo nacio-
nalista: Leopoldo Lugones, Rodolfo y Julio Irazusta, Ernesto Pala-
cio, Justo Pallarés Acebal, César Pico, Lisardo Zía. No faltaron las
voces que clamaron por el mantenimiento sin plazos ni condicio-
nes de la dictadura militar, aliada a la intelectualidad nacionalista,
propuesta que abrevaba en La patria fuerte y en La grande Argentina
de Lugones.17
nacionalistas y conservadores... 157

El gobierno militar no pudo sustraerse a la dinámica de los


acontecimientos, que hicieron inevitable la reanudación de las lu-
chas electorales en una trama institucional intacta, impermeable
a las vagas pretensiones corporativas de su líder y de sus huestes
nacionalistas, ni tampoco al desenlace de ese proceso, la llamada
“restauración conservadora”. Algunos de sus principales exponen-
tes, como los hermanos Irazusta o Ernesto Palacio, habían experi-
mentado una temprana desilusión frente a la inacción uriburista
y su indeterminación ideológica; no obstante, la mantuvieron re-
servada hasta las postrimerías de su gestión, cuando se mostrarían
abiertamente críticos desde la dirección de la tercera época de La
Nueva República.18 La mayoría de los nacionalistas, en cambio, ha-
brían de refugiarse en una idealización retrospectiva de la expe-
riencia setembrina, vista como una oportunidad perdida para la
instauración de la ansiada regeneración de la política.19 Para unos
y otros, sin embargo, el interregno uriburista sería clave en la de-
finición de su perfil ideológico y en la transformación de sus prác-
ticas políticas.

metamorfosis del nacionalismo

Una diferencia evidente entre el nacionalismo de las vísperas del


golpe del 6 de septiembre y el desarrollado durante la década del
treinta se observa en el aspecto organizativo. Como señaláramos
más arriba, al estallar el movimiento revolucionario los jóvenes
nacionalistas se encuadraban en dos agrupaciones, la Liga Repu-
blicana y la Legión de Mayo. En el transcurso de la década, en
cambio, el panorama del campo nacionalista se complejizó y se
pobló de numerosas organizaciones rivales, a menudo diferencia-
das apenas por matices y ocasionalmente dispuestas a acordar vín-
culos temporales. Sin ánimo de dar cuenta de la totalidad de ellas,
cabe mencionar a la Legión Cívica Argentina, surgida durante el
período uriburista; la Acción Nacionalista Argentina (ANA),
luego devenida Afirmación de una Nueva Argentina (ADUNA); la
Logia Teniente General Uriburu; la Milicia Cívica Nacionalista; la
158 conflictos en democracia

Guardia Argentina; el Partido Fascista Argentino; la Alianza de la


Juventud Nacionalista (AJN). Los nacionalistas dispusieron tam-
bién de varios órganos de prensa para difundir sus ideas en la opi-
nión pública en una coyuntura caracterizada por la incertidum-
bre política y los efectos de la depresión económica: Bandera
Argentina, Crisol, Clarinada, Sol y Luna, Baluarte, Cuadernos Adunis-
tas, El Pampero, Nueva Política, Nuevo Orden, entre otras publicacio-
nes periódicas. A pesar de que a lo largo de la década se empren-
dieron varias tentativas de coordinación y unificación, bajo la
dirección política de Lugones y la dirección militar del almirante
Abel Renard el campo nacionalista sufrió una endémica fragmen-
tación, similar a la experimentada por los conservadores en las
tres décadas previas.
Estas diversas agrupaciones han sido objeto de variadas taxono-
mías; sin embargo, en ocasiones las clasificaciones derivan en en-
casillamientos demasiado rígidos que no dan cuenta de la fre-
cuente circulación de dirigentes y militantes entre las diferentes
opciones organizativas del universo nacionalista ni de la habitual
cooperación entre ellas ni de sus elementos comunes.20 En efecto,
más allá de la atomización, de los cismas y de las divergencias per-
sonales, los nacionalistas compartieron ciertos rasgos políticos
que en la mayoría de los casos habían sido marginales en su con-
formación ideológica previa: catolicismo (con la excepción nada
menor de Lugones), corporativismo, antisemitismo, antiimperia-
lismo, anticomunismo y un antiliberalismo cada vez más firme.21
Desde luego, no fue ajeno a esa transformación de la fisonomía
del nacionalismo el impacto de los acontecimientos políticos y de
las tendencias ideológicas europeas, que operó sobre la realidad
argentina polarizando el campo político y radicalizando las opcio-
nes ideológicas.22 Pero esa metamorfosis también fue el fruto de
la dinámica política interna de la “restauración conservadora”,
que impulsó el distanciamiento y la radicalización de los antiguos
aliados nacionalistas.
El fracaso del ensayo uriburista alentó la búsqueda de nuevos
modelos políticos, que en la década de 1930 procedieron de los go-
biernos autoritarios europeos por entonces en plena expansión, en
especial del fascismo italiano y del franquismo, en tanto que el na-
nacionalistas y conservadores... 159

cionalsocialismo alemán resultó por lo general secundario en la


configuración ideológica del nacionalismo, a excepción de algunas
figuras solitarias como Enrique P. Osés.23 Estos regímenes propor-
cionaron a los nacionalistas experiencias modélicas que contribuye-
ron a una definición más precisa de una alternativa al liberalismo,
de cuyo seno habían emergido apenas un lustro antes.
En los años treinta el fascismo italiano, al calor del ascenso del
nazismo, comenzó a perfilarse como un paradigma a imitar, tanto
en Europa como fuera de ella.24 Dejó de ser una simple evidencia
del descrédito universal de la democracia y del liberalismo –tal
como era percibido por los nacionalistas argentinos en las postri-
merías de la década previa– para adquirir un carácter modélico
incluso para otras fracciones de la derecha, como lo testimonia la
admiración que despertó en un conservador de viejo cuño como
Ezequiel Ramos Mexía o en el ecléctico gobernador bonaerense
Manuel Fresco.25 En buena medida, parte del rescate del fascismo
se fundaba en su capacidad de adaptación a la política de masas y
en su eficiencia a la hora de cooptarlas y encuadrarlas vertical-
mente con vistas a neutralizar la expansión del comunismo. Esta
preocupación constituyó una verdadera obsesión en la década de
1930, que llevó a etiquetar como “comunista” a un variado aba-
nico de adversarios y enemigos políticos, y que condujo a diversas
iniciativas parlamentarias tendientes a conjurar esa supuesta ame-
naza, como el proyecto de ley de represión del comunismo auspi-
ciado por el senador Matías Sánchez Sorondo en 1932 y 1936, y la
creación de la Comisión Popular Argentina contra el Comunismo
(CPACC), dirigida por Carlos Silveyra.26 El anticomunismo tam-
bién se materializó en el hecho de que varias entidades nacionalis-
tas enarbolaran las banderas de la justicia social y elaboraran una
alternativa a las propuestas de la izquierda; en ese sentido se des-
arrollaron las iniciativas de la Federación Obrera Nacionalista
(FONA), de la Legión Cívica Argentina y, posteriormente, de la
Alianza de la Juventud Nacionalista, así como los programas socia-
les del mismo Fresco.27 El fascismo también proporcionaba una
organización social corporativa que servía como opción frente a
las sociedades liberales y democráticas, propiciada, entre otros,
por Carlos Ibarguren y Manuel Gálvez.28
160 conflictos en democracia

El corporativismo también podía filiarse en el pensamiento ca-


tólico, que en la década de 1930 se extendió en el ejército y en el
movimiento nacionalista, y condujo a la confesionalización de la
idea de nación. Para muchos nacionalistas la adhesión al catoli-
cismo estuvo en el origen de su conversión al credo fascista, pues
por entonces la iglesia veía en el régimen italiano y en otras expe-
riencias autoritarias contemporáneas un instrumento idóneo para
su contienda contra el liberalismo, la democracia y el comunismo,
y, consecuentemente, para tener allanado el camino al Nuevo Or-
den cristiano que la Segunda Guerra Mundial parecía hacerle avi-
zorar.29 El consenso en torno de la nación católica fue incenti-
vado por la Guerra Civil Española y por el resurgimiento del
hispanismo, que favorecieron una lectura positiva del franquismo,
elevado a la categoría de baluarte por excelencia de la nación ca-
tólica en su combate contra esos tres enemigos. En esa misión des-
plazaría al fascismo y aventajaría al ascendente nazismo, cuyos ro-
ces con el pensamiento católico no inhibieron una actitud
ambigua y a menudo permisiva de la iglesia frente a las manifesta-
ciones de los sectores más exaltados del laicado.30
Pero además del éxito de estos modelos europeos entre los na-
cionalistas, en su distanciamiento respecto del conservadurismo
intervino también su forma de gestión del estado y la política. La
llegada del general Agustín P. Justo a la presidencia fue una de-
cepción para los nacionalistas, puesto que su acceso al poder
abortó definitivamente sus aspiraciones de una renovación radical
al restablecer en el poder a los denostados “profesionales de la po-
lítica”, asociados en la Concordancia. Buena parte de los naciona-
listas entablaron una lucha temprana contra el nuevo oficialismo,
que incluyó sucesivas y fracasadas asonadas militares,31 aun
cuando algunas agrupaciones, como la Legión Cívica y
ANA/ADUNA, se habrían inclinado por colocarse bajo la órbita
del gobierno de Justo.32 Esa misma lucha hizo perdurar hasta
aproximadamente 1935 la alianza entre los nacionalistas y el
mundo conservador, alentada por la desconfianza común con res-
pecto a las intenciones políticas del nuevo gobierno así como por
la reactivación del radicalismo. Como lo ejemplifica el caso de
Francisco Uriburu, propietario y director de La Fronda y dirigente
nacionalistas y conservadores... 161

conservador que había adherido por razones pragmáticas a la


candidatura del general Justo, persistían los recelos de ese sector
del espectro partidario frente al nuevo presidente. Los fundamen-
tos de esa desconfianza procedían de su negativa a liderar un
golpe de estado preventivo en 1928 para evitar el retorno de Yri-
goyen a la presidencia, de sus vínculos con algunos sectores de la
Unión Cívica Radical (UCR) y de su apuesta al desgaste del go-
bierno provisional encabezado por el general Uriburu a fin de po-
tenciar su propia candidatura. Asimismo, sin duda la distribución
del poder en el interior de la Concordancia también alimentaba
sus prevenciones, dada la inclinación de Justo por el antipersona-
lismo en detrimento de los conservadores.33
Por otra parte, la reanudación de las actividades conspirativas
de la UCR, reorganizada bajo el liderazgo de Marcelo T. de Al-
vear, tuvo su impacto en la alianza de nacionalistas y conservado-
res. El descubrimiento de los complots liderados por el teniente
coronel Atilio Cattáneo, en diciembre de 1932, y por el teniente
coronel Roberto Bosch, en 1933, que condujo a numerosos diri-
gentes radicales a la prisión o al exilio, reavivó la convicción com-
partida de que la principal tarea de la revolución de septiembre
–la supresión definitiva del radicalismo– seguía siendo una asigna-
tura pendiente. La lucha contra el enemigo común –la incógnita
gubernamental y el radicalismo– y la defensa de la reciente em-
presa conjunta facilitaron la continuación de la inestable sociedad
establecida entre los nacionalistas de La Fronda y el conservadu-
rismo de su propietario, aun cuando ambos adoptaron estrategias
diferentes, inclinándose los primeros por la conspiración y el se-
gundo por un distanciamiento prudente del gobierno.

deslindando posiciones

La situación se modificó sustancialmente a partir de 1935. El le-


vantamiento de la abstención de un radicalismo al que se creía se-
pultado por su autoexclusión de la vida política y por el impacto
de la muerte de Yrigoyen en 1933, y su retorno exitoso (los triun-
162 conflictos en democracia

fos electorales que le confirieron la gobernación de las provincias


de Entre Ríos, Tucumán y Córdoba, y el control de la Cámara de
Diputados y del Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Ai-
res) le plantearon a la Concordancia una clara cuestión de super-
vivencia. Para enfrentarla, el oficialismo disponía de dos estrate-
gias posibles: la que cuestionaba la Ley Sáenz Peña y proponía
derogarla para establecer un sufragio calificado (propuesta que ya
había circulado en tiempos de Uriburu) y la que postulaba el
mantenimiento de la ley al mismo tiempo que buscaba instru-
mentar los mecanismos conducentes a su vulneración en la prác-
tica. Esta última estrategia, que fue la que finalmente se impuso,
daba cuenta en última instancia de la centralidad que había ad-
quirido la democracia en la cultura política argentina, al punto de
impedir su erradicación. A partir de entonces, el sistema político
estaría caracterizado por el fraude como rasgo permanente, califi-
cado por sus usufructuarios como “fraude patriótico”. El fuerte
antirradicalismo que encerraba esta política despejó las inquietu-
des de los conservadores que temían un acercamiento de Justo a
la UCR y propició el abandono de su a menudo incómoda alianza
con los nacionalistas. Por su parte, éstos criticaron la solución
fraudulenta, no por la manipulación de la voluntad popular que
involucraba sino precisamente por la continuidad de la apelación
(incluso falsificada) a ella, a pesar de las evidencias que a su juicio
demostraban palmariamente su inviabilidad. Los nacionalistas
propusieron con vehemencia la abolición lisa y llana del sistema
democrático y su reemplazo por una solución autoritaria al estilo
europeo en lugar de la preservación –aun nominal– de la sobera-
nía popular.
Se hicieron entonces más notorias las fricciones que venían
produciéndose entre ambas fracciones de la derecha desde el fi-
nal de la experiencia uriburista. Algunas tempranas medidas del
gobierno habían generado fuertes cuestionamientos por parte
del movimiento nacionalista, aun cuando por entonces distaron
de alcanzar el consenso del que gozarían posteriormente. Entre
ellas se cuenta, sin duda, el Tratado Roca-Runciman, que buscó
regular el comercio con el Reino Unido a fin de atemperar el
efecto sobre las exportaciones argentinas de la política comercial
nacionalistas y conservadores... 163

británica instaurada a partir de la Conferencia de Ottawa, en el


contexto de la depresión económica mundial. Desde la perspec-
tiva del nacionalismo, este acuerdo era lesivo para la soberanía na-
cional y estaba a favor de los intereses británicos. Basta repasar sus
declaraciones –como el Manifiesto de la Liga Republicana del 22
de mayo de 1933– o sus reflexiones más sistemáticas –como La Ar-
gentina y el imperialismo británico, de los hermanos Irazusta– para
comprobar el combativo antiimperialismo y la briosa oposición al
liberalismo económico exhibidos por los nacionalistas, incompa-
tibles con la postura oficial del gobierno en la materia.34 El libro
de los Irazusta implicó la contundente reinterpretación del pa-
sado de la Argentina liberal, que en los años subsiguientes consti-
tuiría la esencia del revisionismo histórico, y fue un claro expo-
nente del antiimperialismo, valor crecientemente reivindicado
tanto por la derecha como por la izquierda.35 A la elite política de
la “restauración conservadora” (“la oligarquía”) se le atribuía la
continuidad de la defensa a ultranza de los intereses del capital
extranjero en menoscabo del interés nacional, iniciada en tiem-
pos de Bernardino Rivadavia. Varios hechos de corrupción que se
sucedieron en ese decenio y que envolvieron a figuras cercanas al
gobierno –aunque también salpicaron a la oposición radical–,
como el negociado de las carnes revelado en el Senado por Lisan-
dro de la Torre, el de la CHADE (Compañía Hispano Argentina
de Electricidad) o más tarde el de las tierras de El Palomar, refor-
zaron esa identificación y dieron lugar a múltiples denuncias, mu-
chas de ellas recogidas y amplificadas en el Congreso por el sena-
dor jujeño Benjamín Villafañe, así como también a la rotulación
de esos años como “la década infame”, según la difundida expre-
sión del periodista nacionalista José Luis Torres.36
El desgajamiento de los nacionalistas respecto de los conserva-
dores en el transcurso de la década tuvo asimismo como conse-
cuencia el distanciamiento crítico del mito fundador de su propio
movimiento. En efecto, el uriburismo fue quizás la encarnación
más patente de las ambigüedades ideológicas consustanciales a los
orígenes del nacionalismo. Las declaraciones de Roberto de Lafe-
rrère, líder de la Liga Republicana y editor de El Fortín, son por
demás elocuentes en su cuestionamiento a la apertura del general
164 conflictos en democracia

Uriburu a la influencia de los círculos conservadores y su renuen-


cia a implementar cambios estructurales:

Fuimos uriburistas en setiembre de 1930. No podemos


seguir siéndolo en enero de 1941. El general Uriburu
pertenece al pasado más respetable. Gracias a él tene-
mos un pasado inmediato los nacionalistas, es decir, una
experiencia acumulada: de aciertos y de errores. [...] El
gobierno de la revolución, con ser el mejor que hemos
tenido en lo que va del siglo, fracasó, porque cambió de
plan en el camino o, mejor dicho, porque renunció a
todo plan, inmovilizado por la acción subterránea de sus
enemigos, que no eran, por cierto, los muñecos políticos
del partido Radical, sino [...] hombres sonrientes y amis-
tosos de la tendencia conservadora. [...] La debilidad de
su gobierno, dentro del orden constitucional que
adoptó como suyo, demostró que era otro el método de
lucha que exigían las circunstancias extraordinarias de
nuestra vida política. No lo olvidaremos nunca. Un or-
den fundado en textos legales no puede ser destruido
sin prescindir de los textos en que se funda.37

No sólo se condenaban los procedimientos legalistas a los que ha-


bía recurrido el general Uriburu, sino que se reconsideraba la
identificación del verdadero enemigo, sindicado ahora como el
conservadurismo que obstaculizaba la consecución de los intere-
ses del nacionalismo. Algunos nacionalistas –ciertamente no to-
dos– extraerían incluso como corolario de tal reevaluación la re-
habilitación de Hipólito Yrigoyen, en consonancia con el rescate
de la resignificada figura de Juan Manuel de Rosas. Cabe citar en
ese sentido el viraje de los Irazusta, de Palacio, de Gálvez, de Ra-
món Doll, coincidente con la reivindicación efectuada por Forja,
desprendida del tronco radical a partir de 1935.38
nacionalistas y conservadores... 165

final del juego

La brecha entre nacionalistas y conservadores fue ahondándose


en el transcurso de la década y haciendo inviable cualquier cola-
boración entre ambas tendencias de la derecha. Esta tesitura no
se alteró siquiera en 1936, ante la perspectiva –finalmente frus-
trada– de la conformación de un frente opositor integrado por ra-
dicales, socialistas, comunistas y demócrata progresistas con el ob-
jetivo de enfrentar a la Concordancia en las elecciones
presidenciales del año siguiente. La convocatoria a participar de
la iniciativa de un Frente Nacional que lo neutralizara –perge-
ñada por Federico Pinedo, ministro de Hacienda de Justo–39 con-
citó la adhesión del Partido Demócrata Nacional, que reunía a las
agrupaciones conservadoras de todo el país, pero en el campo del
nacionalismo sólo obtuvo el respaldo de una muy minoritaria
fracción liderada por Carulla. En general, primó el rechazo a in-
corporarse a esa empresa, tal como lo expresó con su habitual lla-
neza Roberto de Laferrère:

El nacionalismo argentino rechaza la idea de cualquier


vinculación con el “Frente Nacional”, cuya novedad, por
lo demás, sólo consiste en el nombre. [...] Es un empeño
más de prolongar la triste historia de los viejos partidos
en derrota, cuya misión en la política argentina ha con-
sistido desde hace treinta años en engendrar, estimular y
aun resucitar [...] aquello mismo que se propusieron
combatir: el radicalismo del señor Yrigoyen y de sus con-
tinuadores.40

Durante las administraciones de Roberto M. Ortiz y de Ramón


Castillo la distancia se incrementó, aunque con altibajos coyuntu-
rales. La fallida tentativa de depuración institucional promovida
por Ortiz, que auspiciaba el retorno a elecciones transparentes y
a la “república verdadera” diseñada por Sáenz Peña, cosechó la
militante oposición del nacionalismo, decidido a modificar de
raíz el sistema político.41 Las transformaciones ideológicas experi-
mentadas por este movimiento, reseñadas más arriba, le confirie-
166 conflictos en democracia

ron un neto carácter antisistema y antipartidocrático. Sólo algu-


nas voces dentro de él, como la de Marcelo Sánchez Sorondo y la
de Roberto de Laferrère, sugirieron la conveniencia de que el na-
cionalismo se incorporara a la política partidaria y tratara de com-
batir al sistema con sus propias armas, para evitar la perpetuación
del conservadurismo.42 La vocación por la vía de la participación
comicial llegó a plasmarse en varias organizaciones provinciales,
aun cuando no fue el temperamento predominante dentro del
conglomerado nacionalista.43
La política neutralista adoptada por Castillo frente a la Segunda
Guerra Mundial, ardientemente reclamada por los nacionalistas
–innegables partidarios de las potencias del Eje–; el impulso de
medidas de corte nacionalista, tales como la creación de Fabrica-
ciones Militares, los Altos Hornos de Zapla y la Flota Mercante, y
la clausura del Concejo Deliberante porteño, vista como el prelu-
dio –nunca concretado– del cierre definitivo del Congreso y de la
anulación del sistema de partidos, le valieron una tregua expec-
tante por parte de los nacionalistas. De todos modos, éstos no vis-
lumbraban en Castillo las condiciones que le permitieran asumir
el rol de gestor del cambio profundo que demandaban:

Sólo entonará nuestra política quien tenga conciencia


del horror de la vida actual argentina [...] Puestos en
este plano de consideraciones mucho más reales que re-
alistas, demasiado verdaderas para ser realistas, descarte-
mos al Vice. Evidentemente el Dr. Castillo no es el ele-
gido de la hora aunque sea el elegido del momento. [...]
No se siente llamado a arreglar el país. Tampoco en-
tiende que haya nada extraordinario para arreglar.44

Las aprensiones del nacionalismo hacia la actitud pragmática y


equívoca de Castillo, oscilante entre la adopción de políticas caras
al nacionalismo y la resurrección flagrante del fraude y de las
fuerzas conservadoras, eran una fuente de constantes suspicacias:

El filonacionalismo de este gobierno –con la neutrali-


dad como su mejor expresión– tiene dos perspectivas
nacionalistas y conservadores... 167

finales, dos probabilidades teleológicas. O mete una


cuña y abre una brecha en el régimen, lo que sería un
filonacionalismo bueno, o transforma y prolonga el ré-
gimen, lo que sería un filonacionalismo malo. Para que
la primera hipótesis –la hipótesis del tránsito– se cum-
pliera, tendría el doctor Castillo que acabar con la lega-
lidad y con la ilegalidad del fraude. [...] En la segunda
hipótesis –la hipótesis de la metempsicosis regiminosa,
la más probable si la guerra no se decide a la fecha de
nuestras eventuales elecciones– la ruptura no muy ne-
cesaria con la legalidad, de ocurrir, sería en beneficio
de los conservadores.45

La designación de Robustiano Patrón Costas como candidato pre-


sidencial oficialista estableció con claridad la opción por la que se
había inclinado Castillo y fue el punto definitivo de inflexión en
la indulgencia de los nacionalistas hacia su gobierno. Esa decisión
evidenciaba nítidamente la solidez de las raíces conservadoras del
presidente y su voluntad de remozar el régimen político que los
nacionalistas consideraban como llamado a ser suprimido. El
golpe de estado del 4 de junio de 1943 orquestado por el Grupo
de Oficiales Unidos (GOU) contó con su beneplácito, en tanto se
esperaba de él la instauración de un nuevo orden político que en-
carnara sus aspiraciones. El régimen militar concretó el reiterado
anuncio de la revolución nacional y constituyó una suerte de (efí-
mera) primavera nacionalista, que condujo a sus militantes a de-
positar sus esperanzas de transformación en la ascendente figura
del entonces coronel Juan Domingo Perón. Como en el caso de
otras fuerzas políticas, incluyendo a los conservadores, la irrup-
ción del peronismo habría de provocar en el seno del naciona-
lismo el estallido de disensiones internas y frecuentes cismas; asi-
mismo, para buena parte de ellos derivaría en una nueva
decepción. El examen del derrotero de este nuevo vínculo excede
sin embargo los límites temporales de este trabajo.
168 conflictos en democracia

a modo de balance

Al igual que la derecha europea, que en el curso de una convul-


sionada entreguerra optó por morigerar sus fricciones internas y
priorizar las coincidencias, los conservadores y los nacionalistas
argentinos acordaron una alianza en la que convergieron motiva-
ciones diversas y en la que predominó sin embargo la lucha con-
tra el enemigo común: el radicalismo.46 Esa alianza se estableció
en una coyuntura percibida como particularmente crítica, sig-
nada por el retorno de Yrigoyen a la presidencia y luego por la ex-
periencia uriburista que pretendió erradicar al radicalismo de la
vida política argentina. El crispado anti-yrigoyenismo profesado
por los conservadores, que a partir de la aplicación de la Ley
Sáenz Peña habían sido desplazados de posiciones de poder que
consideraban inherentes a su rango social, facilitó la apertura a
los discursos y a las prácticas políticas más extremas, propiciadas
por la nueva derecha enrolada en el nacionalismo. Entre los na-
cionalistas esa alianza fue facilitada por las notables ambigüeda-
des ideológicas iniciales frente al liberalismo, que actuaron como
límites de su proyecto político. Pero además de estas confluencias
de corte ideológico, es indudable que intervinieron consideracio-
nes estratégicas. Para los jóvenes nacionalistas la alianza con los
conservadores podía reportarles un andamiaje organizativo y fi-
nanciero desde el cual difundir su ideario; en ese sentido, tanto la
revista Criterio como el diario La Fronda constituían importantes
plataformas de lanzamiento hacia públicos diferenciados, aunque
aunados en su rechazo del radicalismo. Para los conservadores,
los nacionalistas resultaron aliados muy útiles para la agitación, la
conspiración y la nueva etapa en que estaba en juego la definitiva
eliminación del yrigoyenismo de la arena política. Su relación no
dejó de tener una faceta instrumental, tendiente a subordinarlos
a su estrategia de construir un escenario político libre de la parti-
cipación del radicalismo pero fundado en la política de partidos.
Este objetivo salió rápidamente a la luz en tiempos del uribu-
rismo, un período de hondo desencanto para los nacionalistas.
Sus esperanzas de introducir cambios sustanciales y definitivos en
el sistema político se vieron defraudadas por las indeterminacio-
nacionalistas y conservadores... 169

nes ideológicas del general Uriburu y por su priorización del pro-


yecto político de las fuerzas conservadoras.
En los primeros tiempos del gobierno del general Justo se asistió
a la convivencia forzada entre nacionalistas y conservadores, moti-
vada por la trayectoria política del presidente, por los delicados
equilibrios internos de la coalición oficialista y por el resurgi-
miento de una levantisca UCR. No obstante, una vez que el go-
bierno blanqueó su política hacia el radicalismo, disipó las objecio-
nes conservadoras y, por consiguiente, la alianza con los
nacionalistas se tornó innecesaria y embarazosa, complicada por
una creciente incompatibilidad ideológica entre ambos. Desde el
efímero gobierno uriburista, el nacionalismo fue definiendo con
más nitidez su perfil ideológico, dejando fuera al liberalismo, a la
democracia, a la política de partidos, e introduciendo nuevas pers-
pectivas de vinculación con las masas y una reconsideración crítica
del pasado nacional, aun cuando el bosquejo de un sistema polí-
tico sustitutivo y las acciones concretas para instaurar un nuevo or-
den continuaron siendo imprecisos. La ortodoxia doctrinaria y la
intransigencia política hacían inevitable la ruptura de los naciona-
listas con las estrategias que los conservadores propiciaban dentro
del marco del sistema de partidos. Los forzosos roces entre ambos,
atemperados por el fragor de las luchas políticas durante más de
un lustro, se hicieron entonces mucho más manifiestos. Mientras
que las agrupaciones conservadoras se comprometieron con el jus-
tismo en el seno de la Concordancia, los nacionalistas se distancia-
ron tanto de sus antiguos socios como de su propio mito de los orí-
genes, sometido a una crítica revisión. A pesar del restringido
apoyo inicial a Castillo, percibido como más cercano al naciona-
lismo en función de algunas de las políticas de gobierno que imple-
mentó, los nacionalistas no encontraron en él a un líder dispuesto
a llevar a cabo la ansiada “revolución nacional”. En su lugar, dieron
la bienvenida al golpe de estado que lo depuso, renovando sus
perspectivas de transformación política y su confianza en la con-
ducción castrense de ese proceso. Como no tardarían en advertir,
sin embargo, habrían de experimentar una nueva frustración de
sus expectativas.
Más allá de los desencuentros y las desavenencias, de la contra-
170 conflictos en democracia

dictoria vinculación entre nacionalistas y conservadores, subsistió


una herencia perdurable. Así como hasta los primeros años de la
década de 1930 el nacionalismo argentino se desarrolló en el seno
del horizonte ideológico del liberalismo para iniciar una gradual
evolución hacia una definición política emancipada de esa tradi-
ción, algunos de sus valores nodales fueron permeando insensible-
mente otras expresiones del espectro político. En un clima de
ideas signado por una creciente polarización ideológica y el as-
censo irrefrenable de los autoritarismos europeos que desemboca-
ron en una nueva guerra, el anticomunismo, el antiliberalismo, el
antisemitismo y el desapego por las instituciones democráticas –te-
mas blandidos tradicionalmente por los nacionalistas– hallaron
una acogida cada vez más favorable en amplios sectores del arco
político. Por otra parte, a pesar de los enfrentamientos con los su-
cesivos gobiernos de la “restauración conservadora”, los nacionalis-
tas tuvieron una importante presencia institucional en el ámbito
de la cultura y la educación. En efecto, algunos elementos caracte-
rísticos del entramado ideológico nacionalista fueron filtrándose a
otros actores políticos y sociales, conservadores incluidos, a través
de la producción literaria de algunos de sus representantes más cé-
lebres (como Lugones, Gálvez, Ibarguren o Hugo Wast), del con-
trol de organismos oficiales de ambas áreas, como la Comisión Ar-
gentina de Cooperación Intelectual, la Academia Argentina de
Letras, la Comisión Nacional de Cultura, la Biblioteca Nacional, el
Instituto Cinematográfico Argentino o el Consejo Nacional de
Educación, de la imposición de la enseñanza religiosa en las escue-
las de varios distritos provinciales, y de sus vínculos con la iglesia y
el ejército. Aunque débiles desde el punto de vista organizativo y
formalmente rechazados por el conservadurismo, los nacionalistas
ejercieron una fuerte influencia cultural y dejaron un rastro inde-
leble e insospechado en el imaginario de la sociedad argentina.
En suma, en el período analizado las fronteras entre el mundo
conservador y la constelación nacionalista fueron en ocasiones
permeables y porosas, tanto por las motivaciones de orden estra-
tégico que los llevaron a asociarse en circunstancias críticas para
repeler los desafíos planteados por el enemigo común como por
las influencias ideológicas en ambas direcciones.
notas 229

18 Pedro Pico también era un conocido autor de la década de 1920.


Como García Velloso, participaba activamente de la organización gre-
mial de los autores y de la defensa de los derechos de autor. Para los
años del Centenario vivió en Santa Rosa (La Pampa), donde fundó
un Centro Socialista. Fue elegido concejal e intendente y participó en
la Liga Agraria, en defensa de los chacareros de la región y en contra
de los terratenientes.
19 Boletín de la Sociedad de Autores, junio de 1920.
20 Ibíd., diciembre de 1920.
21 El límite eran diez votos por socio, aunque los estrenos en total
fueran más de 50, y diez votos aunque su capital superara lo estipu-
lado. Nadie podía tener más de 21 votos.
22 “Proyecto del Dr. Pico para nuevos estatutos de la SADA”, La
Montaña, 6 de diciembre de 1920.
23 Íd.
24 Boletín de la Sociedad de Autores, diciembre de 1920.
25 Íd.
26 Ibíd., marzo de 1921.
27 “Manifiesto de la Federación”, Boletín de la Sociedad de Autores, abril de
1921.
28 “La Asamblea de Actores”, Libre Palabra, 12 de marzo de 1921.
29 “Frente al 1 de Mayo”, Boletín de la Sociedad de Autores, abril de 1921.
30 “La entusiasta asamblea de anoche”, Crítica, 10 de mayo de 1921.
31 Manifiesto de la Federación, 14 de mayo de 1921.
32 Boletín Informativo. Órgano de la Federación Gentes de Teatro, 14 de mayo
de 1921.
33 “Pacto de Reciprocidad”, Boletín del Círculo de Autores, julio de 1921.
34 “Es una hora de gravedad, pero no por razones económicas”, La
Nación, 12 de mayo de 1921.
35 “Pacto de Reciprocidad”, ob. cit.
36 “El conflicto teatral”, Crítica, 5 de julio de 1921.
37 Fernando Rocchi, “Un largo camino a casa: empresarios, trabajadores e
identidad industrial en Argentina, 1880-1930”, en Juan Suriano (comp.),
La cuestión social en Argentina 1870-1943, Buenos Aires, La Colmena, 2000.

6. nacionalistas y conservadores,
entre yrigoyen y la “década infame”
1 He explorado este itinerario en María Inés Tato, Viento de fronda. Libe-
ralismo, conservadurismo y democracia en la Argentina, 1911-1932, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2004.
2 Para un relación de las principales teorías interpretativas del naciona-
lismo, desde la postura étnico-cultural de Anthony Smith hasta la
modernista de Eric Hobsbawm o Ernest Gellner, véanse Gil Delannoi-
Pierre André Taguieff, Teorías del nacionalismo, Buenos Aires, Paidós,
1993, o Andrés de Blas Guerrero, Nacionalismos y naciones en Europa,
Madrid, Alianza, 1994. Algunos enfoques más recientes acerca de la
cuestión se encuentran reseñados en Graham Day y Andrew Thomp-
son, Theorizing Nationalism, Hampshire, Palgrave Macmillan, 2004.
3 Para un muestrario de esa variedad de periodizaciones, véanse Oscar
Troncoso, Los nacionalistas argentinos: antecedentes y trayectoria, Buenos
230 conflictos en democracia

Aires, SAGA, 1957; Federico Ibarguren, Orígenes del nacionalismo argen-


tino, 1927-1937, Buenos Aires, Celcius, 1969; Marysa Navarro Gerassi,
Los nacionalistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1969; Enrique Zuleta
Álvarez, El nacionalismo argentino, t. I, Buenos Aires, La Bastilla, 1975;
María Inés Barbero y Fernando Devoto, Los nacionalistas (1910-1932),
Buenos Aires, CEAL, 1983; Sandra McGee Deutsch, Counterrevolution
in Argentina, 1900-1932. The Argentine Patriotic League, Nebraska, Uni-
versity of Nebraska Press, 1986; Cristián Buchrucker, Nacionalismo y
peronismo, Buenos Aires, Sudamericana, 1987; Sandra McGee Deutsch
y Ronald Dolkart, The Argentine Right: its History and Intellectual Origins,
1910 to the present, Wilmington, Scholarly Resources Books, 1993;
David Rock, La Argentina autoritaria, Buenos Aires, Ariel, 1993; Elena
Piñeiro, La tradición nacionalista ante el peronismo. Itinerario de una espe-
ranza a una desilusión, Buenos Aires, A-Z Editora, 1997; David Rock y
cols., La derecha argentina. Nacionalistas, neoliberales, militares y clericales,
Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 2001; Lilia Ana Bertoni, Patriotas,
cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a
fines del siglo XIX, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001.
4 Para esta última datación, véase Fernando J. Devoto, Nacionalismo, fas-
cismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2002. Sobre la Liga Patriótica Argentina, Sandra
McGee Deutsch, ob. cit., y Luis María Caterina, La Liga Patriótica
Argentina. Un grupo de presión frente a las convulsiones sociales de la década
de 1920, Buenos Aires, Corregidor, 1995.
5 Acerca de la composición social de los nacionalistas, véase Sandra
McGee Deutsch, Las derechas: the extreme right in Argentina, Brazil, and
Chile 1890-1939, Stanford, Stanford University Press, 1999, pp. 203 y 204.
6 Ernesto Palacio, “Carta abierta al Dr. Augusto Rodríguez Larreta”, La
Fronda, 16 de diciembre de 1929. Para una nómina más extensa de las
influencias ideológicas de los nacionalistas argentinos del período,
véase Enrique Zuleta Álvarez, ob. cit., p. 217.
7 “Anoche se manifestó espontáneamente una poderosa reacción
contra el señor Yrigoyen”, La Fronda, 27 de septiembre de 1929.
8 Los siguientes colaboradores del diario integraron la Liga Republi-
cana: Héctor Bustamante, Juan E. Carulla, Roberto de Laferrère,
Rodolfo Irazusta, Ernesto Lombardi, Delfín Ignacio Medina, Pedro E.
Meitin, Carlos Monla Valdez, Eduardo Muñiz (h.), Ernesto Palacio,
Justo Pallarés Acebal, Luis León Uberman, Lisardo Zía. Acerca del
financiamiento, véase Juan Carulla, Al filo del medio siglo, Buenos Aires,
Huemul, 1964, p. 254.
9 Citado en Julio A. Quesada, Orígenes de la Revolución del 6 de septiembre
de 1930, Buenos Aires, Librería Anaconda, 1930, pp. 75 y 76.
10 Acerca de la inserción inicial de esta generación de nacionalistas en el
horizonte ideológico del liberalismo, véase Fernando Devoto, ob. cit.
11 Alfonso de Laferrère, “La paradoja de los socialistas independientes”,
La Fronda, 16 de enero de 1930.
12 Julio Irazusta, Memorias (historia de un historiador a la fuerza), Buenos
Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1975, p. 190.
13 Citado en Julio A. Quesada, ob. cit., pp. 80 y 81.
14 “Cuando los representantes del pueblo dejen de ser meramente repre-
notas 231

sentantes de comités políticos y ocupen las bancas del Congreso obre-


ros, ganaderos, agricultores, profesionales, industriales, etc., la
democracia habrá llegado a ser entre nosotros algo más que una bella
palabra” (José Félix Uriburu, “Manifiesto del 1º de octubre de 1930”,
La palabra del general Uriburu, Buenos Aires, Roldán Editor, 1933, p. 24).
15 Carlos Ibarguren, La historia que he vivido, Buenos Aires, Dictio, 1977,
p. 541.
16 Acerca de las tensiones entre el proyecto corporativo y el conservador
al interior del uriburismo, véase Fernando J. Devoto, “Nacionalistas,
militares y políticos: la revolución de 1930”, ob. cit., cap. 5.
17 Para un análisis de los contenidos de estos trabajos, véase Enrique
Zuleta Álvarez, ob. cit., pp. 129-157.
18 Fernando J. Devoto, ob. cit., pp. 275 y 276.
19 Ronald Dolkart se refiere a esa mirada de la etapa uriburista como “el
mito de septiembre” (Ronald H. Dolkart, “La derecha durante la
década infame”, en David Rock y cols., La derecha argentina. Nacionalis-
tas, neoliberales, militares y clericales, Buenos Aires, Ediciones B, 2001, p.
158). Federico Finchelstein, por su parte, se inclina por referirse al
“mito del general Uriburu” (Federico Fichelstein, Fascismo, liturgia e
imaginario. El mito del general Uriburu y la Argentina nacionalista, Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2002).
20 En este aspecto seguimos a Sandra McGee cuando afirma: “Más que
dividir al nacionalismo en facciones mutuamente excluyentes, es
mejor verlo como una coalición de fuerzas derechistas extremas cam-
biantes, algunas más radicales que otras. La importancia reside en el
conjunto, antes que en las agrupaciones individuales” (Sandra
McGee, Las derechas…, ob. cit., p. 207 [trad. de la autora]).
21 Ronald Dolkart, ob. cit.; Alberto Spektorowski, The origins of Argenti-
na’s revolution of the right, Notre Dame, Indiana, University of Notre
Dame Press, 2003; Loris Zanatta, Del estado liberal a la nación católica.
Iglesia y ejército en los orígenes del peronismo. 1930-1943, Bernal, Universi-
dad Nacional de Quilmes, 1996; Daniel Lvovich, Nacionalismo y
antisemitismo en la Argentina, Buenos Aires, Ediciones B, 2003.
22 Tulio Halperin Donghi, La Argentina y la tormenta del mundo. Ideas e
ideologías entre 1930 y 1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.
23 Acerca de la trayectoria de Osés, véase Marcus Klein, “The political
lives and times of Enrique P. Osés (1928-1944), en Marcela García
Sebastiani (ed.), Fascismo y antifascismo. Peronismo y antiperonismo. Con-
flictos políticos e ideológicos en la Argentina (1930-1955), Madrid,
Iberoamericana-Vervuert, 2006.
24 Sobre la difusión internacional del fascismo pueden consultarse los
libros clásicos de Walter Laqueur (ed.), Fascism. A reader’s guide, Berke-
ley-Los Ángeles, University of California Press, 1978, y de Thierry
Buron y Pascal Gauchon, Los fascismos, México, Fondo de Cultura
Económica, 1983.
25 Ezequiel Ramos Mexía, “La segunda misión a Italia (1933)”, en Mis
memorias, 1853-1935, Buenos Aires, La Facultad, 1936, cap. XVIII;
Manuel Fresco, Conversando con el pueblo, Buenos Aires, Damiano,
1938, e Ideario Nacionalista, Buenos Aires, Padilla & Contreras, 1943.
26 Ronald Dolkart, ob. cit., pp. 169 y 170.
232 conflictos en democracia

27 Sandra McGee, Las derechas…, ob. cit., pp. 218-234; Alberto Spekto-
rowski, “The integralist right and the populist left: anti-imperialism,
productionism, and social justice”, en ob. cit., cap. 5; Marcus Klein,
“Argentine Nacionalismo before Perón: the case of the Alianza de
la Juventud Nacionalista, 1937-c. 1943”, Bulletin of Latin American
Research, vol. 20, nº 1, 2001; Rafael Bitrán y Alejandro Schneider, El
gobierno conservador de Manuel A. Fresco en la provincia de Buenos Aires:
1936-1940, Buenos Aires, CEAL, 1991; Emir Reitano, Manuel A.
Fresco, antecedentes del gremialismo peronista, Buenos Aires, CEAL,
1992; María Dolores Béjar, “El gobierno de Fresco y la tendencia
autoritaria, 1936-1940”, en El régimen fraudulento. La política en la pro-
vincia de Buenos Aires, 1930-1943, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005,
cap. 6.
28 Carlos Ibarguren, La inquietud de esta hora. Liberalismo, corporativismo,
nacionalismo, Buenos Aires, La Facultad, 1934; Manuel Gálvez, Este
pueblo necesita…, Bolívar, Librería de A. García Santos, 1934.
29 “Hubo en Buenos Aires quienes debieron sus convicciones políticas a
sus convicciones religiosas [...] una generación que sólo por católicos
llegaron al fascismo, que por su inteligencia católica comprendieron
toda la grandeza del resurgimiento secular que proclama el fascismo”
(Marcelo Sánchez Sorondo, “Elecciones nacionales”, La Revolución
que anunciamos, Buenos Aires, Nueva Política, 1945, p. 180).
30 Loris Zanatta, ob. cit., pp. 274-280 y 291-293.
31 Carlos Ibarguren (h.), Roberto de Laferrère (Periodismo-Política-Historia),
Buenos Aires, Eudeba, 1970, pp. 67 y 68.
32 Federico Ibarguren, ob. cit., p. 204. Según Enrique Zuleta Álvarez
(ob. cit., p. 283), Justo “ejercía un contralor sutil” sobre estas organi-
zaciones nacionalistas, desviándolas hacia el combate contra el
comunismo en pos de aplacar su lucha contra el oficialismo.
33 Darío Macor, “Partidos, coaliciones y sistema de poder”, en Alejandro
Cattaruzza (dir.), Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre polí-
tica (1930-1943), t. VII, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, col.
“Nueva Historia Argentina”, pp. 58-71.
34 El manifiesto de la Liga está reproducido en Federico Ibarguren, ob.
cit., pp. 160-163. El libro de los Irazusta data de 1934.
35 Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y política
en la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1998.
36 Torres desplegó sus denuncias contra el régimen conservador en una
serie de publicaciones. Entre ellas, cabe señalar –además del libro
homónimo de 1945 que dio lugar a la caracterización del período–
Los perduellis (1943) y Algunas maneras de vender la patria (1940).
37 Citado en Carlos Ibarguren (h.), ob. cit., pp. 84-85.
38 Alberto Spektorowski, ob. cit., pp. 105-108 y 156-160.
39 Federico Pinedo, En tiempos de la república, t. I, Buenos Aires, Mundo
Forense, 1946, p. 184.
40 Manifiesto del 3 de junio de 1936, citado en Federico Ibarguren, ob.
cit., p. 352.
41 Acerca del proyecto de Ortiz, véase Tulio Halperin Donghi, La repú-
blica imposible (1930-1943), Buenos Aires, Ariel, 2004, pp. 236-249.
42 Marcelo Sánchez Sorondo, “El banquete de camaradería”, La Revolu-
notas 233

ción…, ob. cit., pp. 212 y 213 (artículo publicado en Nueva Política en
julio de 1942). La opinión de De Laferrère, expresada en diciembre de
1942 en las sesiones del Congreso de la Recuperación Nacional, está
reproducida en Carlos Ibarguren (h.), ob. cit., pp. 98-100. Un ejemplo
del criterio contrario a la participación comicial, aun concebida como
recurso excepcional dictado por la coyuntura, puede encontrarse en
Enrique P. Osés, “La lucha electoral y el nacionalismo”, Medios y fines del
nacionalismo, Buenos Aires, Sudestada, 1968, pp. 49-54 (recopilación de
artículos publicados en El Pampero en 1941).
43 Para un análisis de estas iniciativas, véanse Cristián Buchrucker, ob.
cit., pp. 209-214, y Elena Piñeiro, ob. cit., pp. 184-204.
44 Marcelo Sánchez Sorondo, “Se necesita ser actual”, La Revolución…,
ob. cit., pp. 191 y 192 (artículo publicado en Nueva Política en mayo
de 1942).
45 Marcelo Sánchez Sorondo, “Dos hipótesis”, ibíd., pp. 223 y 224 (artícu-
lo publicado en Nueva Política en octubre de 1942).
46 Para una exploración de las relaciones de los conservadores y de la
extrema derecha en Europa durante la primera posguerra a través de
diversos casos nacionales, véase Martin Blinkhorn (ed.), Fascist and
Conservatives: the Radical Right and the Establishment in Twentieth-Century
Europe, Londres, Unwin Hyman, 1990.

7. la llegada del manganello. los fascistas


a la conquista de la associazione reduci
di guerra europea, 1924-1926
1 L’Italia del Popolo, 25 de enero de 1925.
2 María Victoria Grillo, “Aproximaciones historiográficas sobre un
fenómeno poco conocido: I fasci italiani all’estero, 1922-1943”, en V
Jornadas De Historia Moderna y Contemporánea, Mar del Plata,
2006.
3 Entre 1923 y 1928 murieron ocho fascistas. Piero Parini, Gli Italiani
nel Mondo, Milán, 1935.
4 Dora Gabaccia, “Gli italiani nel mondo e la storia d’Italia.Interventi
su Roslyn Pesman”, ALTREITALIE, Fondazione Giovanni Agnelli,
Turín, n° 16, julio-diciembre de 1997.
5 E. Franzina y M. Sanfilippo (eds.), Il fascismo e gli emigrati. La parabola
dei Fasci italiani all’estero 1920-1943, Roma, Laterza, 2003.
6 Eugenia Scarzanella, “Camicie nere”, en Eugenia Scarzanella (ed.),
Fascisti in Sud America, Florencia, Biblioteca di Nuova Storia Contem-
poranea, 2005, p. VIIII.
7 Íd.
8 Alessandro Tedeschi perteneció a la masonería; fundó y dirigió el
Laboratorio de Anatomía Patológica del Hospital de Alienadas, y fue
jefe de Cirugía en el Hospital Italiano de Rosario. Véase Dionisio
Petriella y Sara Sosa Miatello, Diccionario biográfico ítalo-argentino,
Buenos Aires, Dante Alighieri, 1976.
9 En 2003, la asociación continuaba funcionando en el mismo lugar,
con 400 socios, según datos del consulado italiano.
10 L’Italia, 19 de febrero de 1922, p. 3.
11 La Liga tenía su sede en la calle Independencia 4217 de Buenos

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