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Autobiografías

y/o textos autorreferenciales


Experiencias y problemas heurísticos

Alicia Tecuanhuey Sandoval


(coordinadora)

Benemérita Universidad Autónoma de Puebla


Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”
El Errante Editor
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Alfonso Esparza Ortiz


Rector
José Jaime Vázquez López
Secretario General
Ma. del Carmen Martínez Reyes
Vicerrectora de Docencia
Francisco M. Vélez Pliego
Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
“Alfonso Vélez Pliego”

Esta obra fue dictaminada por tres pares académicos externos.


Autobiografías y/o textos autorreferenciales. Experiencias y problemas
heurísticos, es producto del cuerpo académico consolidado buap-ca
046 “Historia de la cultura” y recibió recursos de la Vicerrectoría
de Docencia de la buap.
Diseño y formación de interiores: Érika Maza / El Errante Editor
Diseño de portada: Marcelo Gauchat / Érika Maza
Primera edición, 2019
D.R. © Alicia Tecuanhuey Sandoval (coordinadora)
D.R. © Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
“Alfonso Vélez Pliego”
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Av. Juan de Palafox y Mendoza 208, Centro Histórico
C.P. 72000, Puebla, Pue. Tel. 229 55 00, ext. 3131
www.icsyh.org.mx
D.R. © El Errante Editor S.A. de C.V.
Privada Emiliano Zapata 5947,
Col. San Baltazar Lindavista, Puebla, Pue.
isbn buap: 978-607-525-593-4
isbn el errante editor: 978-607-9115-64-7

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra por c­ ualquier


­medio sin el consentimiento por escrito del editor.
Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico
Índice

Introducción
Alicia Tecuanhuey Sandoval
9

Niñas escritoras: el diario íntimo como


espacio de autoría y protagonismo infantil
Susana Sosenski
25

Fray Servando, más allá de la autorreferencia


Alicia Tecuanhuey Sandoval
55

México en las Memorias de M. N. Roy:


nostalgia, devoción política e historia
Daniel Kent Carrasco
95

La autobiografía como batalla póstuma


María del Carmen Aguirre Anaya
119
Apuntes de la historia de vida
de un militante sindicalista
Patricia Pensado Leglise
141

Autobiografías, diarios y cartas. Memoria


de la guerra y escrituras del yo en Guatemala
Ana Lorena Carrillo Padilla
169

Sobre “lo que me ha pasado”:


testimonios y memorias de las violencias
del siglo xx
Carla Peñaloza Palma
193

La experiencia de la autobiografía
Ángel Xolocotzi Yáñez
219

Los autores
235
Parece que hablo, y no soy yo,
que hablo de mí, y no es de mí.
Samuel Beckett

El hombre […] en tanto que tiene una infancia,


en tanto que no es hablante desde siempre,
escinde esa lengua una y se sitúa como aquel que,
para hablar, debe constituirse como sujeto del lenguaje,
debe decir yo.
Giorgio Agamben

Una autobiografía refiere siempre no a lo que ha sucedido,


sino aquello que tendría que haber sucedido.
Boris Tomacheski

De hecho, La interpretación de los sueños


es la primera autobiografía moderna.
Ricardo Piglia
Introducción

Alicia Tecuanhuey Sandoval

Ha sido práctica común en el siglo xx y xxi que los historia-


dores analicemos, interpretemos y elaboremos conocimiento del
pasado preferentemente por medio de conjuntos documentales
y testimoniales que, confrontados entre sí, permitan ejecutar la
observación histórica con rigor. Admitimos, de acuerdo a Marc
Bloch,1 la parte de «verdad» que contiene cada uno de los regis-
tros; buscamos en ellos indicios, versiones iguales, semejantes o
complementarias de más de un testigo, lo mismo que incluimos
las abiertamente confrontadas, para adentrarnos en el sistema
dialógico en que operan los seres humanos, sea en actos indivi-
duales o colectivos, con sus implícitas relaciones e interacciones.
No sobra recordar que hemos venido privilegiando las huellas de
los «testigos sin saberlo», considerando que han legado testimo-
nios involuntarios, carentes de intencionadas mentiras, aunque
no de errores; por tanto, los historiadores depositamos en ellos
mayor confianza, sin bajar la guardia.
En la muy amplia gama de huellas que dan cuenta del pasado
que los historiadores investigamos para resolver alguna pregun-
ta relevante a nuestro presente o a los campos de nuestras in-
vestigaciones, se encuentran textos en que autor y protagonista
son uno mismo. Configuran un tipo específico de documentos
que pueden asumir variadas formas narrativas y que toman el

1
Bloch, Introducción, pp. 42-97. Bloch, “Crítica histórica”, pp. 18-27.

9
c­ arácter de crónica, defensa, confesión, autoanálisis, transmisión
de experiencia, relato de una pasión o vocación, etcétera. Tradi-
cionalmente estos escritos se los englobaba dentro de un género
específico, el de las autobiografías; sin embargo, actualmente, la
amplia variedad de textos autorreferenciales incluyen muchos
más géneros; ya no solo aludimos a distintas escrituras en pri-
mera persona, pues también incorporamos la entrevista y otros
recursos de la historia oral, tanto como a diferentes expresiones
artísticas, por mencionar un ejemplo muy claro.2 Es por ello que
hoy en día nos referimos a escritos autobiográficos o a literatura
del yo, cuando son documentos; cuando incorporamos más ex-
presiones nos referimos a ellos como narrativas ­autobiográficas.
Los miembros del Cuerpo Académico de Historia de la Cul-
tura que laboramos en el Instituto de Ciencias Sociales y Huma-
nidades “Alfonso Vélez Pliego” sentimos necesidad de convocar
a diferentes especialistas a pensar colectivamente las dificultades
de trabajar con textos que pudieran englobarse en la categoría de
escritura autobiográfica. Primero organizamos conferencias, des-
pués un coloquio y finalmente nos decidimos a escribir este libro
en el que, desde nuestra experiencia particular, podíamos com-
partir nuestras conclusiones. El tema de discusión nos interesó
atenderlo en su propia especificidad; él reúne características que
contienen una gran cantidad de discusiones que han marcado
el desarrollo de diversas disciplinas de lo social. En él están pre-
sentes los tradicionales problemas de verdad, creencias, fidelidad,
identidad, divergencia, el sujeto y la subjetividad del narrador
que es otro, así como la representación de grupos sociales, la con-
creción de las reacciones de los sujetos frente a cambios sociales
o la encarnación de procesos en la sociedad con desarrollos más
silenciosos, como el de gestación de la inconformidad o la ela-
boración de la memoria. Compartíamos el conocimiento de que
son un tipo de documento que ayuda a “comprender un tiempo

2
Es lo que hoy conocemos como el espacio biográfico. Arfuch, “(Auto)­
biografía”, p. 68.

10
y un espacio humano, leer una historia social a través de la histo-
ria de una vida”.3
Nuestra convocatoria buscaba atender problemas, crear ata-
jos, encontrar soluciones a nuestras inquietudes; conocer las
«trampas» de este tipo de escritos para su mejor aprovechamien-
to. Pretendíamos encontrar unos caminos que nos permitieran
superar obstáculos; mostrar que lecturas prejuiciadas y psicolo-
gistas de estos textos impiden la potenciación en el análisis. Así
también, el compromiso positivista con la verdad, los hechos
y la realidad, se transforman en verdaderos problemas heurísti-
cos.4 Había entonces que discutir sus peculiaridades, el tipo de
textos que comprenden, la relación autor-historiador; incluso
discutir la función social de la mentira.
La escritura de los sujetos por sí mismo está asociada a la
escritura por el otro. En el terreno de las disciplinas de la his-
toria en los últimos tiempos constatamos una revaloración de
la biografía por los historiadores mexicanos quienes interesa-
dos por los grandes fenómenos, los conglomerados sociales (la
clase obrera, los campesinos, el pueblo mexicano), despreció
esta manera de abordaje del pasado.5 Todo parece indicar que
es síntoma de un cambio de contexto social,6 en el que actúan

3
Feixa, “La imaginación autobiográfica”, p. 84.
4
No existe una precisa definición de heurística. Aquí la entendimos como aque-
llos elementos del sistema cognitivo que facilitan la construcción del conoci-
miento, sea en la elaboración de hipótesis, en el reconocimiento de la naturaleza
del mundo a describir o en las relaciones entre una y otra. De suerte tal, que
esos elementos, criterios o principios metodológicos que se adopten tienen cua-
lidades creativas, que ayudan al investigador a realizar su cometido en alguna de
las fases de creación del conocimiento. Véase Menna, “Heurísticas y metodolo-
gías”, pp. 67-77 o Novo, Arce y Fariña, “El heurístico”, pp. 39-66.
5
Este creciente interés se vio plasmado en la aparición del número 100 de la
revista Secuencia, del Instituto José María Luis Mora, que lo reservó íntegra-
mente para que sus invitados escribieran sobre la biografía.
6
Existe hoy en día una obsesión por dejar huella, que es a la vez búsqueda de
trascendencia. La ampliación del espacio biográfico ocurre por la necesidad
que se tiene de expresar la pluralidad de voces y de subjetividades contempo-
ráneas. Arfuch, El espacio biográfico, pp. 17-20.

11
las ­tendencias disgregantes de la sociedad capitalista; a la vez,
­cambio de perspectiva analítica de amplio alcance. Lo que he-
mos querido resaltar es que pensar la autobiografía o el texto
autobiográfico es “pensar en la organización de la narración y
ordenar la vivencia de la vida misma y la narración de la propia
vida”, a la manera del biógrafo, toda vez que el narrador es otro,
aunque compartan el nombre y apellido.7
No podemos dejar de señalar que la vuelta del interés cen-
trado en los individuos, con nombre y apellido, ha sido un mo-
vimiento general en los estudios de la sociedad y sus “esferas”;
involucra a prácticamente todas las academias. A pesar de que el
individuo y el sujeto es una categoría de la modernidad, la filo-
sofía analítica, el estructuralismo, la teoría de sistemas, al menos,
se desarrollaron declarando su desaparición, es decir, prescin-
diendo de su atención. No obstante, dicha concepción despertó
a una contratendencia. Sin que sea un recuento cronológico, y
si entendimos bien, Castoriadis ya le abría la puerta al retorno
del sujeto cuando decía que lo específicamente humano no era
la racionalidad; era la imaginación capaz de romper con las re-
gulaciones en que cristalizan los hechos autoinstituyentes de la
sociedad en la que ha vivido cualquier individuo de cualquier
tiempo. La centralidad de la imaginación es clave, agrega, pues
permite trascender al ser humano simplemente viviente; imagi-
nación que se desarrolla en el campo de la creación y a través del
imaginario social. Es ahí en donde el sujeto adviene, portando
un proyecto de autonomía a la vez individual y colectiva.8
La vuelta del individuo capaz de influir el curso de la vida
social no solo se impuso como problema metodológico o episte-
mológico; también como pieza fundamental para fracturar de-
terminaciones y dar cabida al impredecible factor de la elección
en el desenvolvimiento de la reproducción social, que podía
cambiar de sentido las tendencias. Uno de los exponentes de
la reivindicación del sujeto en ciencia política fue John Rawls,

7
Mijaíl Bajtín, citado por Arfuch, El espacio biográfico, p. 46.
8
Castoriadis, Sujeto y verdad en el mundo histórico-social, pp. 37 y 56.

12
quien en su teoría de la justicia incorporó una concepción ética
del sujeto. Lo pensaba como individuo libre con capacidad de
comportarse con sentido de justicia; esto es, elaborar, revisar,
examinar y perseguir racionalmente una concepción del bien.
Para lo cual Rawls diferenció entre persona y sujeto: el indivi-
duo constituido por rasgos, fines y relaciones que le permiten
formarse un concepto de sí mismo, distinto de quien además
integra en su vida los aspectos reflexivos y actúa con agencia.9
El análisis concentrado en individuos ha significado para
otras disciplinas una verdadera ruptura, pues una perspectiva así
no había tenido anteriormente muy buena letra. Estamos pen-
sando en sociología, la más social de todas las ciencias sociales,
en la que tuvo nacimiento la corriente del individualismo meto-
dológico, que se alejó del principio durkheniano de explicar lo
social por lo social.10 El otro tipo de sociología, la individualista,
entiende que “todos los fenómenos sociales pueden explicarse,
en última instancia, en términos de fenómenos referentes a in-
dividuos, propiedad de esos individuos, o relaciones entre esos
individuos”.11 A pesar de los esfuerzos de clarificación del alcan-
ce de esta perspectiva, hasta no hace mucho seguía dado lugar a
malos entendidos y prejuicios, motivo de discusión y atención.

9
López Castellón, “La vuelta del sujeto moral”, pp. 172-173.
10
Nos estamos refiriendo a dos tipos de enfoques, uno inaugurados por Émile
Durkheim y cultivados por estructuralistas, organicistas y holistas. Fueron
desarrollados por Louis Althusser, Maurice Godelier. Más recientemente des-
taca Anthony Giddens. En los años cincuenta del siglo xx el individualismo
metodológico emergió, teniendo como exponentes, entre otros, a Jon Elster,
Raymond Boudon, James Coleman, Steven Lukes y Andrew Levine, entre los
marxistas analíticos.
11
La teoría social es pensada por la corriente del individualismo metodoló-
gico como elaboraciones de modelos de acción basados en el estudio de las
motivaciones, razones o preferencias de los individuos, así como por “efectos
agregados, concatenaciones o composiciones de esas acciones individuales,
efectos que no necesariamente son buscados o queridos por esos mismos in-
dividuos, pero que explican los fenómenos macrosociales”. La primera defi-
nición corresponde a Jon Elster, la última cita es de Noguera, “¿Qué es el
individualismo metodológico?”, pp. 66 y ss.

13
Uno de ellos fue el relativo a las propiedades de fenómenos de
macronivel (instituciones, creencias, mecanismos, etcétera) que,
desde este punto de vista, se configuran (voluntariamente o no)
en las interacciones humanas, mas no por efecto del agregado de
individuos atomizados.
Un enfoque de este tipo ha sido bastante compatible con la
tradición fundada por los historiadores profesionales que gus-
tamos de estudiar a los hombres en relación los unos con los
otros, en movimiento y en el tiempo; inclinación patente aún
entre quienes buscan tendencias, estudian procesos y fenóme-
nos medibles. Para estos últimos existe una petición silenciosa
de “encarnar” los objetos de estudios, por así decir. Esto porque
“las acciones individuales confunden el determinismo históri-
co”. En el momento de mayor auge de estas corrientes, a la dis-
ciplina histórica se le reprochó el estar colonizada por enfoques
que favorecían la despersonalización. Fue bien identificado al
«culpable»: el estructuralismo. Cuando se le criticó apareció la
siguiente formulación: “[…] la historia se parece a un rancho en
el que las manadas se desplazan, sin saber por qué, por fuerzas
impersonales, pastando mientras recorren la pradera”.12
Aquella fue una inclinación pasajera. El análisis a partir de
individuos, persona o sujetos siguió siendo la materia misma del
estudio. Así, John G. A. Pocock explicaba que su inclinación por
la historia, en este caso por el pensamiento político era:

[…] como una forma de la historia de la subjetividad: la historia


de una de las maneras en que los seres humanos, especialmente
los europeos han intentado organizar y debatir sus ideas acerca de
cuanto les ha venido aconteciendo. Puesto que lo que a los seres
humanos les acontece está moldeado por aquello que piensan que
ha sucedido y sucede, la experiencia humana resulta altamente ins-
tructiva estudiándola desde esta perspectiva.13

12
Postura que superó la seriación por sí misma. Annan, “Introducción”, p. 15.
13
Pocock, Historia e Ilustración, p. 14.

14
Está claro que el estudio de los individuos que encarnan ten-
siones expresadas en coyunturas, instituciones derivadas de
relaciones e interacciones sociales, representaciones mentales,
intelectuales, etcétera, no implica para el historiador reducir la
exigencia de confrontar el material documental. El renacimiento
de la biografía que hemos mencionado antes y que puede obser-
varse en su proliferación entre las publicaciones de historiadores
de nuestro país, da cuenta de la vigencia de ese requerimiento.
Considerar las diferentes aristas de la vida, pensamiento y ac-
cionar del sujeto hoy en día tampoco excluye la preocupación
de ir en pos de la verdad.14 En efecto, desprendidos de la forma
literaria del elogio –que alejaba de este compromiso fundamen-
tal– los biógrafos reclutados del mundo de los historiadores pro-
fesionales encaramos nuestro tarea con la conciencia de acudir a
universos documentales complejos para poder encarar el juego
de dos temporalidades, la del sujeto biografiado y la de la suce-
sión de acontecimientos15 que le afecta y que afecta; con lo que
el contexto histórico dejó de ser un estático telón de fondo. No
está de más agregar que, en aquel juego de temporalidades, ha-
cemos frente también a nuestro propio tiempo, o cuando menos
lo intentamos.
Estos procedimientos básicos están enriquecidos por el cono-
cimiento de los mecanismos y procesos que funcionan en los tex-
tos. Reflexionar específicamente en las autobiografías o escritos
autobiográficos es de alguna manera retomar el interés cada vez
más extendido entre la comunidad de historiadores por conocer
los procesos internos que operan en el autor, en su ­escritura,
así como las influencias recibidas del entorno y de la historia
propia. De acuerdo con la diferenciación que ofrecen varias dis-
ciplinas, nos queda claro que quien escribió diarios, memorias,

14
Dosse, El arte, p. 29. Las pruebas de verificación de las que habla Dosse
son las mismas que emplea el historiador: cruce de información, cotejo y
diversidad de fuentes.
15
Dosse, El arte, p. 38.

15
accedió a ser entrevistado, a contar su historia y a ­dejarla impresa
en un soporte material, es antes que un individuo, un sujeto.16
La importancia que asignamos en la actualidad al acto de apa-
labrar y al registro de la palabra es, en buena medida, resultado
de la deshumanizante vivencia de los hombres contemporáneos a
quienes se les priva de su biografía por diversas vías; ellos padecen
incapacidad para tener experiencias y transmitirlas, lo que no sig-
nifica que no existan. Giorgio Agamben lo atribuyó en 1978 a la
correlativa expansión de la ciencia moderna. Por ese fenómeno, la
experiencia quedó sin propio lugar, compartiéndolo con las cien-
cias, y confundiéndose con el conocimiento; igualmente extravió
a su propio sujeto, pues quedó referido al sujeto de la ciencia. La
experiencia tradicional que conducía a la madurez (anticipación
de la muerte como idea de una totalidad acabada), ahora solo
incrementa conocimientos y, por su dimensión inacabada o frag-
mentaria; el individuo nunca alcanza aquel estado.17 Agamben
ideó una propuesta para salir del despojo de lugar y restablecer la
autonomía de la experiencia, es decir recuperar “la patria original
del hombre, en su doble realidad de lengua y habla”.18 Había que
establecer una nueva comprensión de la experiencia a través de la
apropiación del lenguaje por el infante al decir yo; reconstituir al

16
Baste decir aquí que al individuo de la sociología se le reconocen motiva-
ciones, razones y preferencias en sus elecciones, decisiones y hacer; algunas
posturas filosóficas que nos son contemporáneas consideran que el poder
social ejerce sobre el hombre como individuo una presión en la dimensión
psíquica. De manera que el acto de apalabrar, el apropiarse del lenguaje en
sus dos ­acciones –introyección y subversión– es la forma en cómo surge el
sujeto, cómo adquiere agencia y conciencia. Romano, “Judith Butler y la
formación”, s. p.
17
Agamben, Infancia e historia, pp. 7-23.
18
Debo insistir que el uso del término infancia por Agamben no tiene un
implícito biologicista ni, por tanto, una visión teleológica del devenir de la
madurez. Por ello formula: “Contrariamente a lo que afirmaba una antigua
tradición, desde este punto de vista el hombre no es ‘el animal que posee el
lenguaje’, sino más bien el animal que está privado de lenguaje y que por
ello debe recibirlo del exterior” y apropiárselo. Agamben, Infancia e h­ istoria,
pp. 65-71 y 80.

16
hombre como sujeto del lenguaje al diferenciar entre sistema de
signos y discurso.
Por todos estos importantes motivos y otros más, convoca-
mos a diferentes colegas a discutir acerca de las complicaciones
de este tipo de testimonio y compartir las salidas que han en-
contrado para superarlas. No todas las contribuciones pudieron
ser reunidas en este libro. Las que están aquí en general com-
parten la característica de ocuparse de figuras actuantes, atentas
o influidas de modo directo o indirecto por el mundo político.
Fueron ordenadas en función de las características del registro
autobiográfico: desde los más espontáneos a los muy construi-
dos e intencionados; pasamos por los que han estado mediados
por la intervención directa del historiador a la hora de su cons-
trucción; de ahí seguimos con los registros que se propusieron
ocupar un lugar en la memoria colectiva. También sentimos la
necesidad de terminar nuestro ejercicio preguntándonos por las
ideas que centraron la reflexión filosófica en torno a la vivencia,
experiencia y existencia, ideas que asomaron más o menos inten-
samente en la vida de los autores autorreferenciales que dieron
material a este libro.
Tal es el hilo conductor que ordena y presenta las colabo-
raciones. El lector, entonces, encontrará en primer término el
texto de Susana Sosenski bajo el título “Niñas escritoras: el dia-
rio íntimo como espacio de autoría y protagonismo infantil”.
Interesada por las perspectivas, emociones, ideas y formas en
que las niñas se apropian de las lecturas y el significado que ellas
tienen en su vida, Sosenski hace un repaso sobre las diferentes
metodologías para poder acercarse a la apropiación infantil de la
cultura escrita, un campo de estudio hasta hace poco olvidado.
En el artículo, la historiadora propone pensar los diarios in-
fantiles como instrumentos que no puede entenderse dentro del
género autobiográfico; aquí la escritura de sí mismo carece de
intención por transmitir la “experiencia de la infancia”. Forman
efectivamente parte de la literatura del yo, son ego–documentos,
pero el discurso de sí mismo es para sí; hay ausencia del pacto en-
tre autor–lector y es prácticamente mínima la distancia ­temporal

17
entre vivencia y escritura. Las voces infantiles, nos dice Sosenski,
captadas en esta diáfana escritura íntima dan cuenta de normas
de comportamiento emocional y social, son testimonio directo
de emociones y caleidoscopio de temas que les preocupan. Ello
no significa lecturas ingenuas de estos documentos. Al igual que
en otros casos, la labor heurística del historiador impone dar
forma y significado a los fragmentos que representan los diarios,
sobre la base del conocimiento de fenómenos peculiares de la in-
fancia (autotransformación, autoconocimiento, espontaneidad,
aprendizaje imitativo, etcétera). Finalmente, Susana expone que
en la tarea de dar forma y significación aparecen rasgos comunes
de este tipo de escritura que parece universal, al menos para los
diarios del siglo xx.
Si los niños cuando escriben lejos están de construir ­textos
autobiográficos, el siguiente capítulo plantea el problema de la
escritura intensamente intencionada. El capítulo “Fray ­Servando,
más allá de la autorreferencia”, retoma el problema de l­os textos
autobiográficos de un autor que desde el campo de la historia ha
sido considerado altamente riesgoso como ­fuente documental. A
la autora le interesa reconstruir los gruesos contornos de esa mala
fama, repetida en innumerables ocasiones de manera acrítica; si-
multáneamente busca ponerlos en balance con el pensamiento
político del dominico renegado que ha sido reconstruido por los
historiadores sobre la base de una más amplia selección de obras
servandinas. En este balance la autora llama la atención en cómo
no hay duda sobre la sinceridad de las tesis en que se vuelca el
pensamiento, aun a pesar de las inconsistencias y sus límites, así
como es frecuente que los historiadores manifiesten incomodi-
dad por el egocentrismo atribuido al autor, fuente de la sospecha
de las aseveraciones. La reflexión no concluye aquí; retoma un
conjunto de análisis desde la crítica literaria, de los textos auto­
biográficos y políticos del padre Mier, para explicar la natural
presencia yoica en este tipo de escritos, así como el margen de
sinceridad en la experiencia rememorada. Luego de lo cual se
procede a una relectura de un texto ­tradicionalmente considera-
do autobiográfico, para poner en duda dicha ­naturaleza.

18
Los aspectos de la sensibilidad, sentimientos y aculturación de
un individuo bien se registran y transparentan en las memorias.
Tal es la tesis que guía a Daniel Kent en el capítulo “México en las
Memorias de M. N. Roy: nostalgia, devoción política e historia”.
Las memorias del cofundador del Partido Comunista Mexicano,
de origen indio, el nacionalista que a su paso por México ingresa
a una red de grupos radicales nacionales y extranjeros concentra-
dos en la gran capital, es la base documental para desmenuzar los
fundamentos de una vivencia resumida en la frase: México la tie-
rra de mi renacimiento. ¿Por qué el nacionalista y antiimperialista
indio exilado puede pronunciar semejante enunciado? Parece ser
la guía de indagación en las memorias de Roy. El historiador en-
cuentra que las narraciones de dos años de estancia en una capital
con círculos cosmopolitas reconstruyen sucesos y períodos sin
secuencia, llenos de inexactitudes, nostalgia e inmodestia. En el
relato no hay lugar para la contingencia y, sin embargo, es posible
penetrar en el sujeto en su interior y en la percepción del entor-
no, agitado en términos intelectuales sociopolíticos del México
revolucionario, que atrae a los revolucionarios del mundo, por así
decir. En este lugar de encuentro se entrecruzan la historia de una
vida con la historia internacional.
Memorias, diarios y autobiografías, escritos incluidos dentro
de la literatura del yo, son los materiales de los que se vale María
del Carmen Aguirre en el capítulo “La autobiografía como bata-
lla póstuma” para indagar en las reflexiones personales de miem-
bros de la última generación de intelectuales formada durante el
Porfiriato; generación que vivió la posrevolución que los excluyó
como élite intelectual. Preparados para dirigir, apunta la autora,
las personificaciones cuentan en sus relatos cómo “les aconteció
la revolución”. A través de los ejercicios de memoria reivindican
su persona lo mismo que al pensamiento crítico. José Ortega y
Gasset orienta la problematización. La autora se interesa por inda-
gar “lo que es un hecho para quien lo vive”. El análisis comienza
con el reconocimiento del tipo de información (la espontánea e
intencional); marca además el tipo de género en que una y otra se
apoya; a su vez contextualiza a la generación en el tiempo que le

19
tocó vivir, el tiempo y el espacio en el que se constituyó, la actitud
intelectual y crítica que los identificó, una afección semejante ante
tendencias, instituciones, corrientes de pensamiento, maestro y
pasado reconstruido. Estos son algunos de los rasgos destacados
por la autora de la lectura de las memorias de estos hombres sin
espacio cuando fueron jóvenes, adultos y viejos.
Patricia Pensado, quien desde hace años cultiva las herra-
mientas de la historia oral, historia de vida, entrevista e inter­
acción cara a cara, participa en este libro con el capítulo “Apun-
tes de la historia de vida de un militante sindicalista”. Dirige
la atención hacia el discurso de Manuel Vargas Mena que en
su memoria personal reconoce la memoria colectiva de una ex-
periencia que en lo personal lo puso en contacto con una gran
cantidad de instituciones y red de relaciones. A la autora le in-
teresa mostrar que las reconstrucciones tienen un destinatario
preciso, un sentimiento de identidad, y de trascendencia de la
lucha sindical. Nos irá mostrando cómo el testimonio desvela el
conocer el entramado de los universos público y privado, el sen-
tido común y las estructuras del sentir, de forma tal que el sujeto
se transforma en una práctica colectiva, en una praxis social y
política, operación que requiere contextualización.
La historia del tiempo presente es una especialidad surgida,
entre otros factores, como una consecuencia del aceleramiento
del ritmo de la historia en el siglo veinte, tanto como de la ne-
cesidad de contribuir a la reflexión de problemas de la vida en la
contemporaneidad a los sujetos de estudio como del estudioso;
temas a los que tradicionalmente se han ocupado sociólogos,
politólogos, psicólogos sociales o antropólogos. En esta línea
de trabajo Ana Lorena Carrillo ha insertado su investigación.
En “Autobiografías, diarios y cartas. Memoria de la Guerra y
escritura del yo en Guatemala” analiza los discursos testimo-
niales de mujeres militantes en la guerrilla y en los conflictos
armados que padeció ese país entre la década de 1970 a 1980.
Los textos que recoge forman parte del universo de escritos
que proliferaron después de la firma de los Acuerdos de Paz
en ­Centroamérica. La perspectiva de análisis es la de tratarlos

20
como a­ rtefactos lingüís­ticos, modalidades de escritura en sus
relaciones internas. Pondrá especial atención en las relaciones
entre forma, contenido temático y estructura interna de textos,
así como la transformación del documento casi íntimo, deposi-
tario de la memoria individual en artefacto social.
Carla Peñaloza presenta en “Sobre lo que me ha pasado:
testimonios y memorias de las violencias del siglo xx”, las re-
flexiones que le suscita el fenómeno de la escritura testimonial
y la necesidad de la memoria manifiesta por los sobrevivien-
tes de crímenes de Lesa Humanidad cometidos por la dicta-
dura militar encabezada por Augusto Pinochet en Chile, en
la década de los setenta y ochenta. Motivado por la continua
repetición de la extrema violencia política contra opositores,
grupos subordinados, minorías o marginados de las esferas del
poder a lo largo del siglo xx y por la subsecuente condena a
estas conductas plasmada en el Estatuto de Roma, el fenóme-
no de la recuperación de la memoria de esos hechos es estudiado
por la autora desde sus orígenes. En la recuperación de la palabra
de quienes no pudieron ser acallados, Peñaloza se ocupa por
resaltar motivaciones y significado de las narraciones y la aso-
ciación que tienen con la necesidad humana de trascendencia,
encuentro del sentido del sacrificio y comprensión de la derro-
ta. Las memorias del horror incluyen relatos en primera perso-
na, escritos testimoniales que por propia iniciativa escribieron
hombres que vivieron los centros de detención chilenos. Su
experiencia da lugar a comparaciones, algunos de los más des-
tacados testimonios del genocidio alemán. La fuerza de este es-
tudio está, desde nuestro punto de vista y de la autora misma,
en el deseo de refrendar el valor de la palabra.
Este libro cierra con la privilegiada reflexión, desde la filo-
sofía, de Ángel Xolocotzi. Desde que pensamos en trabajar la
temática sentimos la necesidad de escuchar-leer el punto de vista
de un filósofo, sobre todo porque en la escritura del yo y las
autobiografías están involucrados temas tan interesantes como
el de la experiencia y el sentido de la vida. La contribución de
Xolocotzi “La experiencia de la autobiografía” ha sido ­altamente

21
enriquecedora. Tematiza la operación autobiográfica a la luz
de la pregunta ¿podemos pensarla a la manera en que Ortega
y Gasset pensó la biografía?, a saber, como sistema donde se
unifican las contradicciones de una existencia. Es decir, sistema
que hace la diferencia entre vida posible y vida real. Para res-
ponder Xolocotzi nos conduce a encarar primero el problema
de la relación sujeto-objeto dentro de “la consigna del conocer
en la modernidad”, para la que es central la conciencia del error,
la presuposición de la certeza, la representación, la experiencia
reducida estrictamente al ámbito teórico-cognitivo, reducción
que a la vez tiene la posibilidad de llevar a la experiencia a su
ampliación, a la existencia. Ese tránsito cognitivo es invocado
en los escritos de Wilhelm Dilthey, Edmund Husserl y Martin
Heidegger, cuyas modalidades dan lugar a tesis fascinantes de lo
que podríamos resumir como las interpretaciones del existir y de
los alcances de lo que personalmente llamaría como la operación
autobiográfica. Lejanos a verdades únicas, realidad e historici-
dad son redefinidas.
Con estas reflexiones, los autores de este libro hemos querido
problematizar las autobiografías, los escritos autobiográficos, y
participar, de una manera acotada, en el esfuerzo que hemos
asumido de comprender y dar a conocer las implicaciones ope-
rativas, intelectualmente hablando, en el pensar y escribir sobre
el pasado, en este caso elaborando sobre la relación entre los
diferentes tipos de egodocumentos y el historiador.

22
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article/view/452/918 [consultada 11 de junio de 2018].

24
Niñas escritoras: el diario íntimo
como espacio de autoría
y protagonismo infantil

Susana Sosenski

En general se considera al niño como un


ser receptivo y no como un individuo activo;
y esto ocurre en todos los campos.
María Montessori

Introducción

No han sido pocos los que han estudiado las formas en que los
niños y las niñas se acercaron a la lectura en épocas pasadas. En
México la investigación histórica ha avanzado en el análisis de la
literatura infantil, así como en las diversas producciones cultu-
rales que conformaron un ancho mundo de lecturas a las que los
niños tuvieron acceso y que fueron configuraron el paradigma
del niño como sujeto lector. Sin embargo, debido a la extrema
dificultad para encontrar fuentes creadas por niños que mues-
tren las perspectivas, emociones o ideas infantiles, las formas que
tenían los niños para apropiarse de las lecturas o el significado de
los libros y revistas en su vida cotidiana, la historia de las prácti-
cas lectoras y de la cultura escrita de niños y niñas ha sido difícil
de construir. Matthew O. Grenby y Verónica Sierra Blas han
apuntado certeramente que los estudios sobre la relación entre
la cultura escrita y la infancia han seguido la misma trayectoria
que la historiografía sobre el libro y la lectura; es decir, se han
concentrado en la literatura infantil, pero han abordado poco las

25
prácticas infantiles en torno a la lectura o la configuración del
niño como un lector activo.1
Beatriz Alcubierre, estudiosa de la historia de las publicacio-
nes para niños en México,2 ha señalado que a estas problemáti-
cas hay que sumar la de la mediación existente entre los textos
dirigidos a los niños y el acto de lectura infantil: “la gran mayo-
ría de las obras que integran lo que hoy en día conocemos como
‘literatura infantil’ parten de una mirada adulta; es decir, reciben
su inspiración de lo que los adultos han asumido (espontánea o
científicamente) sobre la infancia y sus diferentes etapas”.3
El intento de rastrear las prácticas lectoras infantiles a partir
de los discursos escritos dirigidos a los niños, no lleva más que
a la observancia de los modelos, valores y prácticas con los que
los adultos buscaban entretener y formar a la niñez, y “definir el
papel que les correspondía [a los niños] como actores sociales y
agentes de cambio”.4 Entre la historia de las lecturas para niños
y la lectura hecha por los niños hay un abismo metodológico
difícil de cruzar. ¿Cómo aprehender y reconstruir las formas de
lectura, los significados que los niños dieron a lo que leían, sus
formas de apropiación, las emociones y prácticas que las lectu-
ras propiciaban en ellos? Esta es la pregunta que guía el presente
capítulo, en el que propongo algunos caminos metodológicos
para poder acercarse al tema de la historia de la apropiación
infantil de la cultura escrita. La respuesta no es fácil y mucho
menos unilineal.
Los historiadores han buscado avanzar en este tema a través
de diversos recursos. Como he señalado, en el campo que más
se ha abrevado es en el del estudio de las publicaciones infan-
tiles, generalmente entendidas como aquéllas destinadas a los
niños. Otro camino metodológico ha sido el de la historia oral;
un recorrido viable para acercarse a la memoria de las prácticas

1
Sierra Blas, “The Scribal Culture”, p. 176. Grenby, The Child.
2
Alcubierre, Ciudadanos del futuro.
3
Alcubierre, “Notas para una genealogía”, p. 21.
4
Alcubierre, “Notas para una genealogía”, p. 26.

26
lectoras y la relación con lo escrito.5 Sin embargo, la historia
oral, que mucho aporta a las memorias de las experiencias in-
fantiles, hace que estén siempre signadas por el tiempo en el
que el sujeto entrevistado reconstruye y reinterpreta un pasado
en el que se evoca un yo que está ya demasiado lejos. Un cam-
po prolífico de estudios es el de las autobiografías como fuen-
tes históricas, tema del que hablaré más adelante. En este texto
invito a tomar un camino heurístico diferente para reconstruir
las prácticas lectoras y la relación de los niños del pasado con
la cultura escrita: el de los diarios infantiles. Considero que es
importante pensar la historia de la infancia a partir de las voces
de los niños y las niñas. La Convención de los Derechos de los
Niños, firmada hace tres décadas, en 1989, motivó a que desde
diversas disciplinas se acentuara la defensa de participación in-
fantil. La Convención manifestó, al menos tangencialmente, la
preocupación por atender y escuchar las voces de los niños y las
niñas. Lamentablemente, los ecos de la Convención no han lle-
gado todavía a los encargados de los archivos nacionales quienes
todavía siguen sin considerar a los documentos elaborados por
niños, como testimonios dignos de preservación en los grandes
repositorios nacionales. Las voces infantiles no se han calificado
como válidas, legítimas o confiables y esa es la razón por la cual
se han mantenido marginalizadas y liminares.6
En 1995 la historiadora italiana Egle Becchi llamó la aten-
ción sobre el olvido de la historiografía hacia las producciones
escritas infantiles.7 A partir de los trabajos de Becchi, diversos
historiadores hicieron avances muy relevantes en el estudio de
estas fuentes, especialmente las directamente asociadas a la cul-
tura escolar (cuadernos escolares, cartas, ejercicios escolares),

5
Véase por ejemplo, Costa y Stephanou, “Memorias de lecturas”.
6
Véase Sierra Blas, “The Scribal Culture”, p. 164. Sosenski, “Las voces”,
2015, pp. 15-31.
7
Becchi, Scritture bambine y “La historia de la infancia”, pp. 21-38.

27
tratando de acercarse a la tecnología de la palabra escrita.8 Otros
trabajaron con cartas y egodocumentos infantiles, construidos
por fuera del espacio escolar.9 De tal modo, encontrar la voz
infantil en su expresión más prístina y nítida, se convierte en un
desafío metodológico importante. A pesar de todo esto, cada vez
son más numerosos los esfuerzos para escribir la historia desde
la perspectiva de los niños y las niñas y a partir de cartas, pe-
riódicos hechos por niños, dibujos, cuadernos escolares, se han
podido rescatar las emociones, vivencias y formas de entender
y explicar el mundo en el pasado a partir de las perspectivas in-
fantiles.10 Rescatar las voces infantiles hace que permitamos a los
niños tomar su lugar preciso en la historia.11
Por todo lo anterior, este es un escrito que utiliza diversos
diarios escritos por niñas para reflexionar metodológicamente
y diseccionar las formas de lectura y escritura infantil que pue-
den observarse en este tipo de fuente histórica. He dividido el
texto en tres apartados. En el primero busco identificar las ca-
racterísticas de los diarios infantiles, mismas que los separan y
diferencian de las autobiografías. En el segundo, muestro cómo
la escritura diarística infantil abrevó de una relación intertextual
con otras producciones del mismo tipo y apunto algunas líneas
para pensar la historia de la recepción de las lectoras infantiles.
Finalmente, en el tercer apartado analizo el posicionamiento de

8
Existe una amplia bibliografía al respecto. Como ejemplo puede verse
­ ecchi, Scritture bambine; Sierra Blas, Alfabetización y cultura; Palabras
B
huérfanas; “Autobiografías en miniatura”, Castillo Gómez, “Educacao e cul-
tura escrita”, Mignot, Cadernos à vista, Refúgios do eu; Meda y ­Badanelli. La
historia de la cultura; Meda, Montino y Sani, School exercise books.
9
Por ejemplo, Sierra Blas, “The Scribal Culture”, Albarrán, Seen and
Heard; Baggerman, y Dekker, Child of the Enlightenment; Bennet, “Now
the war is over”; Cohen, “Rewriting the Token”, Sánchez-Eppler, “Practic-
ing For Print”; Scott, “Dear Dot”.
10
He planteado esto en Sosenski, “Dar casa.” Véase también Sierra Blas,
“The Scribal Culture”.
11
Dominique Julia en Sierra Blas, “The Scribal Culture”, p. 163.

28
las niñas como autoras, sus implicancias y las formas en que
estructuraron su escritura en función de este posicionamiento.

Autobiografías y diarios infantiles

Los diarios infantiles entran en un grupo de escritos que se co-


nocen como ego-documentos o literatura del yo. Son escritos de
corte autobiográfico, pero que se distancian de este género. ¿Cuá-
les son las diferencias entre una autobiografía y un diario infantil?
¿Qué preguntas podemos hacer a cada una de estas fuentes histó-
ricas? Las autobiografías, fuente valiosa para historiar la infancia
no ofrecen la narrativa de un sujeto en el presente, sino de uno
que se narra en ausencia generalmente cuando la infancia ha ter-
minado. Las autobiografías están escritas en un momento en el
que sus autores, como señala Adolfo Castañón, buscan “hacer
un balance retrospectivo de su vida, ese balance autobiográfico
que es también liquidación y saldo de un momento histórico.”12
Podemos decir que el niño de la autobiografía ya no existe, sino
que es construido y recordado gracias la escritura porque, como
señala el psicoanalista Luciano Lutereau, el fin de la infancia está
marcado por la constitución de una memoria sobre esa expe-
riencia, sobre el acontecimiento que supone la infancia.13 De tal
modo, en los textos autobiográficos, “la memoria de la infancia
trabaja entre la evocación y el recuerdo histórico del escritor,”14
y la “trampa metodológica” de la autobiografía es que nos puede
hacer creer que “la ficción se ausenta del discurso y que aquello
que cuenta está invariablemente sometido a una refutabilidad
dada por la verificación de la existencia del autor y la existen-
cia –real o no– de los hechos que se cuentan”.15 Todo esto no
impide que las dificultades de cada una de estas fuentes, puedan
sortearse. Aunque estos escritos no prometen un acceso directo a

12
Sosenski y Osorio, “Memorias de infancia”.
13
Lutereau, El idioma, p. 77.
14
Carli, “La memoria de la infancia”, p. 35.
15
Rosa, El arte, p. 34.

29
la experiencia de la infancia, sí dan cuenta de normas de compor-
tamiento emocional y social.16
Las autobiografías son escritos retrospectivos en donde los
autores tienen como objetivo presentar su vida ante un público
lector. Muchas tienen un propósito apologético, de auto legi-
timación, de justificación de una acción específica,17 de dejar
registro de una parte de la historia familiar, o un testimonio de
cómo era una época que se considera emblemática o clave.18 En
todos estos casos, los escritores eligen cuidadosa y consciente-
mente los fragmentos que expondrán a un lector, que puede ser
un miembro de la familia o un consumidor global de libros.
Los diarios íntimos, aunque pueden ser compartidos con las
amigas, con los padres, o con los compañeros de clase, general-
mente se escriben para no ser leídos por nadie más que por el
propio sujeto que escribe. Agnès Verlet ha puntualizado que,
en efecto, los diarios infantiles siempre tienen un lector pues la
escritura a veces surge

[…] como una llamada o un grito, encargado a la página y lan-


zado, cual botella al mar, sin esperanza de ser oído, en busca, sin
embargo, de otro que oiga […] el escritor, sin embargo, apela a un
tercero, al que toma por testigo de la veracidad del discurso que
pronuncia para sí mismo […] Porque si el que escribe atribuye a
la escritura tal función catártica o terapéutica, es que hay alguien,
un lector potencial, un destinatario virtual, un Otro que escucha.19

Una diferencia fundamental entre una autobiografía y un diario


infantil radica en el lugar que ocupa la infancia en el escrito.
Quien haya intentado acercarse a la vida de los niños del pasa-
do a partir de memorias y autobiografías habrá sufrido el poco
peso que sus autores dieron a la exposición pública de su niñez

16
Ulbrich, “Self-Narratives”, p. 63.
17
Ulbrich, “Self-Narrative”, pp. 64-65.
18
Amelang, “Los dilemas”, pp. 11-12.
19
Verlet, “La escritura”, s.p.

30
y adolescencia. Silvia Molloy ha dado cuenta cómo la infancia
es “uno de los silencios más expresivos” en este género literario,
ya que aparece como una “petite histoire, cuya mera trivialidad
podría hacer dudar de la importancia de su empresa. Así, cuan-
do aparecen referencias sobre la infancia o bien se las trata pro-
lépticamente para prefigurar los logros del adulto, o bien se las
aprovecha por su valor documental”.20 Emma Plank coincidió
con Molloy y encontró en las autobiografías que estudió, que las
referencias a la infancia eran magras. La infancia aparecía como
una etapa de la vida a la que se le dedicaba muy poco espacio en
las autobiografías, amén de que muchos aspectos importantes
eran olvidados por los adultos.21 Un buen ejemplo de esto puede
encontrarse en tres autobiografías de pintores mexicanos des-
tacados. José Clemente Orozco, distinguido representante del
muralismo mexicano, dedicó solo una página y media (de más
de cien) a narrar sus experiencias infantiles, que se concentran
en mostrar a los lectores una historia casi teleológica (centrada
en un aprendizaje enmarcado en instituciones educativas) que
explicaría cómo su destino apuntaba, desde pequeño, directa-
mente a convertirse en pintor.22 Juan O´Gorman, otro de los
grandes representantes de la plástica mexicana no agregará mu-
chas más páginas que Orozco a sus recuerdos de infancia. Si
habla de su nacimiento es por que este le sirve para presentarse
como miembro de una generación de pintores: “nací en Coyoa-
cán, Distrito Federal, el año de 1905 y el día 6 de julio. En el
mismo mes, pero con un día de diferencia y cinco días después,
nació Frida Kahlo”.23 En otra autobiografía, la de Diego Rivera,
que el pintor dictó a Gladys March,24 éste se regodea en mostrar

20
Molloy, Acto de presencia, p. 17.
21
Plank, “Memories of early”.
22
Orozco, Autobiografía.
23
O´Gorman, Autobiografía.
24
Después March señalaría que “al recordar el pasado, Rivera no era ca-
paz de discernir con claridad la realidad de la ficción” y que su imagina-
ción colosal desbordaba al contarle su vida. Esta escritora señalaba que él
había transformado algunos eventos en leyendas, especialmente aquellos

31
a un irreverente niño Diego, que “siempre” había dibujado, que
había crecido “libre como los animales” y que “desde pequeño”
criticaba la religión.25 Al igual que la niñez, la adolescencia pasa
rápido en estos escritos autobiográficos y ocupa generalmente
lugares poco importantes en el macro relato, situación que no
ocurre en los diarios infantiles.
Los autores de autobiografías y memorias evidencian cómo
el tiempo infantil se escapa en la memoria como agua entre los
dedos: “uno agranda generalmente las dimensiones de las cosas
que vio de niño: una plaza muy grande no es sino una plazole-
ta, un hombre enorme es en realidad un hombrecito insignifi­
cante” escribía Andrés Iduarte en sus memorias de infancia en
la Revolución Mexicana.26 La infancia suele ser un espacio de la
memoria adulta olvidado por el paso del tiempo personal, y que
el presente hace difícil apreciar en su totalidad, en sus matices
y en la inconmensurable variedad de experiencias vividas por
el sujeto. Claudio Guerrero ha estudiado cómo la infancia se
configura en el recuerdo de los escritores, especialmente de los
poetas, como un lugar estético de nostalgia y melancolía.27 En
el caso de los autobiógrafos, además de los procesos psíquicos
que condicionan los recuerdos personales, la infancia ocupa un
lugar poco importante en la escritura del yo que se hace pública
(memorias o autobiografías) porque los autores han asumido
una condición de verdad en la que se concibe que en la historia
narrada lo realmente importante son los grandes acontecimien-
tos y procesos. De tal modo, en las autobiografías, la infancia
termina siendo una etapa de la vida poco interesante porque
hay un autor y un supuesto lector que buscarían ubicar en el
tiempo y en el espacio la relevancia de un actor (el autobio­

que ­correspondían a sus primeros años. Sánchez, Diego Rivera, p. 43.


­Kettenmann, Rivera, ­­p. 7. March terminó por aceptar que esta biografía
era una apología de Rivera. Foard y Rivera, Diego Rivera, p. 89.
25
Rivera, Mi arte.
26
Iduarte, Un niño, 1951, p. 13.
27
Guerrero Valenzuela, Qué será.

32
grafiado) al que consideran (y que se ha colocado a sí mismo)
como un protagonista de la historia.
“La infancia es más poderosa que la ficción”, escribe Andrés
Barba en República Luminosa.28 Es por eso precisamente, que los
diarios infantiles son una fuente documental excepcional pues,
a diferencia de las autobiografías, ancladas, como hemos dicho,
en la reconstrucción de un pasado lejano desde el presente, no
solo permiten observar el diáfano refinamiento de las voces in-
fantiles sino también advertir el enorme caleidoscopio de temas
que preocuparon a los niños del pasado. En este tipo de fuente
los niños y las niñas se erigen como autores en primera persona,
se colocan en el centro de la narrativa y dejan en el documento
testimonio directo de sus emociones alrededor de las tópicas que
les preocuparon o alegraron: la escuela, el trabajo, la familia, los
amigos, los conflictos bélicos o los acontecimientos políticos,
entre muchos otros. En los diarios infantiles los niños y las niñas
aparecen como sujetos capaces de construir discursos propios y
de emitir opiniones sobre los problemas o situaciones que los
afectan. Los niños y las niñas diaristas escriben en presente sobre
sus experiencias cotidianas y sus textos nos permiten acercarnos
a la historia no solo de su infancia sino de las emociones y prác-
ticas familiares, íntimas, escolares o laborales.
En los diarios infantiles los niños asoman como autores. El
autor de un diario es actor central de su historia y obtiene esa
posición a partir de su escritura. Al colocarse como el centro de
la narración, las niñas y los niños aparecen no ya como seres re-
ceptivos de una cultura escolar o de múltiples prácticas sociales y
culturales, sino como –recordando el epígrafe de este texto– indi-
viduos activos en múltiples campos de la experiencia humana. Es
por eso que los diarios infantiles ofrecen una visión alternativa a
la historia, basada generalmente en la perspectiva de los adultos.
Los niños diaristas son a la vez cronistas de su tiempo, relatores
de detalles apenas observables para los adultos, comentaristas de
noticias nacionales e internacionales y testimoniantes clave del

28
Barba, República, p. 85.

33
funcionamiento y las dinámicas familiares o vecinales. Los niños
y las niñas diaristas obligan a que los reconozcamos no solo como
autores y lectores, sino como sujetos políticos, con ideas sobre
los sucesos que viven, como participantes de las decisiones fami-
liares, como actores que negocian, resisten e intervienen en una
gran diversidad de planos. La gran riqueza de los diarios infanti-
les es que evidencian lo que los historiadores de la infancia hemos
demostrado que los niños son actores de la historia.

Lectoras de diarios infantiles

Si los diarios infantiles permiten acercarnos a las experiencias


de niños y niñas, lo que no permiten es que lancemos teorías
generales sobre la vida de los niños en el pasado. James Ame-
lang señala justamente la importancia de tener claro que no
constituyen un corpus documental sino tal vez un “conjunto
de textos, cada uno creado por una práctica similar de escritura
y de lectura”.29 Algunos historiadores insisten en que con los
testimonios que quedan de los niños (generalmente anónimos)
solo podemos hacer una historia fragmentaria, y que la labor
heurística con estos documentos exige dar forma y significado
a esos fragmentos teniendo en cuenta que cada testimonio es-
crito por un niño o una niña es un “instante irrepetible” de su
infancia.30 Este intríngulis, en todo caso, no es más que la labor
obligada de crítica de fuentes necesaria a toda operación histo-
riográfica. Reconociendo que los procesos de apropiación nunca
son iguales y que dependen de cada contexto, podemos apuntar
algunas observaciones generales a la escritura diarística infantil
y su relación con los procesos de apropiación lectora. De lo que
se trata aquí no es de una mera tautología, sino de una reflexión
en torno a la apropiación de la lectura que hicieron algunas ni-
ñas: niñas autoras cuya escritura estuvo signada por la lectura de
otras niñas escritoras.

29
Amelang, “Los dilemas”, p. 11.
30
Sierra Blas, “The Scribal Culture”, p. 171.

34
La emergencia de la escritura diarística se dio en el tardío siglo
xviii en Francia, y estuvo asociada al desarrollo del romanticis-
mo. Es decir, la literatura fue el vehículo que difundió el modelo
diarístico.31 Los diarios íntimos fueron principalmente femeni-
nos, en tanto las mujeres eran las que aceptaban en mayor me-
dida exponer en el papel sus sentimientos y emociones. Luego,
la escritura de diarios infantiles fue alentada por los educadores
para promover habilidades de escritura.32 La pedagogía moderna
fue incorporando ciertas prácticas de escritura entre los principa-
les ejes de los programas educativos, había nuevas concepciones
en las que se impulsaba a que los escolares escribieran composi-
ciones sobre sus experiencias e impresiones, de ahí a que los niños
se habituaran a elaborar documentos escritos, diarios, cuadernos,
cartas y periódicos.33
Lo anterior hizo que los escritos infantiles presentaran algu-
nas características comunes, que Verónica Sierra ha distinguido
con precisión.34 Por un lado, un carácter ritual, condicionado
por la escolarización. Además de las circunstancias que envuel-
ven cualquier acto de escritura, la escuela determinó los modelos
gráficos a los cuales las escrituras infantiles debían emular. Sierra
señala que algo inherente a la escritura infantil es su esponta-
neidad y el potencial para transgredir las reglas impuestas. Los
niños tienen peculiaridades lingüísticas que varían culturalmen-
te, improvisan su propia gramática y la negocian con las rígidas
normas de la gramática adulta. Como dice Lutereau: “en tér-
minos generales, podría decirse que la infancia es un modo de
hablar”.35 A todo esto se suma que, los escritos infantiles, son
frágiles y vulnerables, porque en alguna medida son efímeros y
no se crean con la intención de preservarlos.36 A diferencia de

31
Popkin, “Philippe Lejeune”, pp. 7-8.
32
Baggerman y Dekker, Child.
33
Sierra Blas, “The Scribal Culture”, pp. 168-170.
34
Sierra Blas, “The Scribal Culture”, pp. 168-170.
35
Lutereau, El idioma, p. 15.
36
Sierra Blas, “The Scribal Culture”, pp. 171-175.

35
los cuadernos escolares, las cartas o los periódicos, los diarios in-
fantiles son una producción menos fugaz. Sus autoras y autores
no los desechan como si de un dibujo suelto se tratara, tampoco
los regalan. En general tanto sus autoras como sus familias los
consideraron documentos de enorme valor sentimental y hasta
histórico, o en palabras de Irving Finkel, “herencias preciadas”.37
“Ninguna forma de escritura nace de la nada” señala Ame-
lang, “más bien, toda escritura de la era moderna, incluso la más
privada, personal e idiosincrásica se encuentra con protocolos
literarios que dictan estrictas jerarquías de género, de estilo y
de los contenido”.38 La actividad escritora de las niñas diaristas
les permitió configurar una identidad personal y se convirtió en
un instrumento de auto transformación y de conocimiento de
sí mismas,39 y además estuvo signada por los libros que leían.
Especialmente por la literatura diarística.
Es por eso que no hay posibilidad de acercarse a la historia
de las prácticas lectoras y de la apropiación sin pensar en la in-
tertextualidad de los escritos, es decir, en la forma en que unos
textos se relacionaron con otros.40 Las niñas diaristas gustaban
de la lectura y solían tener acceso a diarios publicados de otras
niñas y mujeres. Esto último signaría y configuraría su escritura
personal. Conxita Simarro, por ejemplo, una niña catalana naci-
da en 1927 que tuvo que huir con su familia de la Guerra Civil
Española, escribió su diario entre los diez y los diecisiete años de
edad. Sus páginas revelan no solo a una escritora detallista y cui-
dadosa, sino a una lectora ávida que escribe sinopsis de los libros
que lee, los relaciona con experiencias previas y con emociones
particulares. Conxita ha leído con atención el Journal of Marge-
ritte, al que dedica varias páginas en su diario. Francisca Már-
quez, otra niña, nacida en 1961 en Santiago de Chile, también
recibió la influencia de otras dos niñas escritoras de las cuales se

37
Lorenzana, “Al rescate”.
38
Amelang, “Los dilemas”, p. 14.
39
Amelang, “Los dilemas”, p. 13.
40
Alcubierre, Ciudadanos del futuro, p. 27.

36
declara ferviente lectora: la chilena Lily Íñiguez ­(1902-1926),41
–que había comenzado a escribir su diario en francés a los 11
años y quien había leído el Diario de María Bashkirtseff escrito
entre 1873 y 1884 así como el de Ana Frank– quien inició su
diario a los 13 años en 1942, escritura que se vio interrumpida
por su detención por los nazis en 1944. Francisca también ha
leído una novela en formato de diario íntimo, escrita por Therese
Collas y titulada La chica del saxo bar. Este entretejido de lecturas
articuladas por un formato específico y compartidas por las niñas
necesariamente conformó comportamientos y actitudes en torno
al acto de escritura femenina infantil. Las niñas diaristas fueron
receptoras activas de las estructuras escriturísticas que contenían
los diarios que leían y eso signó su constitución como autoras.
Un ejemplo de cómo los niños y niñas se apropiaron lo que leían
puede observarse en el trabajo de Karen Sánchez-Eppler quien
analizó la biblioteca Charlieshope, en Massachusetts, compuesta
por periódicos, revistas y 183 libros, elaborados, todos a mano,
por siete niños de la familia Hale, en el siglo xix. Sánchez Eppler
mostró cómo los niños habían hecho un aprendizaje imitativo de
las formas adultas en torno a los impresos y se habían converti-
do en agentes activos, modificando y transformando las normas
adultas de imprenta, autoría, mercadeo y publicación.42
La lectura siempre genera significados para los lectores, que
se relacionan con lo escrito y otorgan sentido a los textos.43 En
su estancia en Marsella, y mientras aprende francés en la escuela,
el 15 de agosto de 1941 Conxita Simarro escribió:

Estos días he leído un libro muy bonito que son las memorias de
una niña de diez a doce años. Este libro me ha enseñado un poco
el modo de hacerlo pero yo no sabría hacerlo nunca bien. Es muy
­católico y pioso [sic], y me ha hecho sentir muy buenos sentimien-
tos, se llama el Journal de Marguerite. Ahora hago la comunión casi

41
Espinosa, “Tensiones de una escritura”.
42
Sánchez-Eppler, “Practicing For Print”.
43
Rockwell, “La lectura como práctica”.

37
todos los días. Ayer me confesé. Coso bastante y ayudo un poco en
todo a mamá. Yo quisiera ser cada día más buena y trabajadora.44

No es del todo claro si Conxita se refiere al libro escrito por Jean


Bertheroy en 1908 o más bien al bestseller45 del siglo xix de
Victorine Monniot, que en 1858 escribió en formato de diario
la historia del viaje de una niña que prepara su primera comu-
nión; libro que fue usado para reforzar la moral cristiana y era
lectura recomendada en los conventos. Este fue, en efecto, un
libro católico y piadoso, como lo describía Conxita.46 En todo
caso, si volvemos al texto de Conxita, aparece claramente que
ella ha “aprendido” cómo es el formato diarístico gracias a la
lectura de otro texto. El registro de la lectura de este libro coin-
cide con el relato inmediato que hace Conxita de sus prácticas
religiosas.
En el caso de Francisca Márquez, hay también un proceso de
apropiación de las lecturas diarísticas. El diario de Ana Frank es
un modelo que guía su escritura. Francisca no se ha acercado a
este texto fortuitamente, sino que su lectura forma parte de los
deberes escolares. El diario de Ana Frank es parte de los mate-
riales obligatorios con que los niños chilenos trabajaban en la
escuela en 1973; debían leerlo y comentarlo en el aula. Como
lectora de ese Diario, Francisca formará parte de una comuni-
dad escolar de interpretación.47
No todos los lectores infantiles de Ana Frank participaron
del mundo de la escritura íntima. Solo algunos. Y de esos diarios
quedan apenas pocos que se hayan publicado o resguardado en
archivos públicos o privados. A Francisca Márquez, que sí siguió
la escritura de Ana, le impresionaba que la niña alemana tuviera
“los mismos problemas míos;” aunque reconocía que no se re-
fería a los problemas familiares o los que ocasionaba la guerra.

44
Simarro, Diario, p. 134.
45
Harrison, Romantic Catholics, p. 285. En 1907 iba por su 145 edición.
46
Harrison, Romantic Catholics, pp. 278-285.
47
Chartier, Cultura, 1999, p. 40.

38
Como Francisca escribe para ella, no considera necesario expli-
car a qué problemas se refiere. En cambio, señala sus semejanzas:
a las dos les gusta leer, y ambas tienen cuestiones románticas que
atender.48 Es el día del golpe de Estado perpetrado por Augus-
to Pinochet al gobierno de Salvador Allende, cuando Francisca
termina de leer el diario de Ana Frank, al que describe como “el
libro más tierno y bonito que he leído”. Incluso, evita seguir con
la lectura de Hombrecitos, de Louisa May Alcott, porque teme
olvidarse de Ana. El día 14 de septiembre de 1973 interpreta
que Ana le ha dedicado el diario a una muñeca y en su escritura
también se advierte que ha pensado en la posibilidad que abrió
Ana Frank de escribir en forma epistolar a una amiga imaginaria:

Yo te llamo solamente Diario. Para mí, tú eres una amiga que me


escucha y me tranquiliza […] Yo siempre te he llamado Diario
porque al principio no comprendía muy bien lo que era un diario.
A mí me decían que me habían regalado un diario y yo te llamaba
Diario. Pero ahora yo comprendo que tú eres mi amiga. Todo esto lo
he comprendido leyendo este Diario de una niñita muy parecida a mí
(por sus pensamientos). Por eso he decidido ponerte un nombre
para que seas una verdadera amiga. Y no un “Diario”. Ya que para
mi la palabra “Diario” no significa una amiga. Te bautizaré como
Paula. Te pongo Paula porque yo tuve una amiga a la cual le conté
todos mis secretos. Y ella me escuchaba y aconsejaba, aunque casi
nunca supo guardar en secreto lo que yo le decía, para mí fue casi
una verdadera amiga.49

Ana Frank ha transformado el diario de Francisca. Las difi­


cultades de saber cómo llevar un diario y la falta de modelos,
son reconocidos por varias diaristas.50 Francisca dedica su diario
a una amiga imaginaria y critica a la suya de carne y hueso, que
no ha sabido guardar secretos, quizá eso sucede, según Manuel

48
Castillo, El diario, 13 de septiembre de 1973.
49
Castillo, El diario, 19 de septiembre de 1973. El subrayado es mío.
50
Alberca, “Las hijas”, p. 16.

39
Alberca, “porque en esta edad son muy frágiles e inestables las
alianzas amistosas, el cuaderno se convierte en la última instan-
cia de la amistad, el amigo o la amiga por antonomasia”.51 Por
eso con frecuencia las niñas diaristas reproducen la idea de que
el diario es un amigo íntimo en quien se puede confiar y asumen
en sus páginas un formato epistolar. Las niñas se apropian de
estas convenciones escriturísticas, reproducen fórmulas y formas
específicas de construcción de sentido.
Manuel Alberca, en un análisis de diarios de adolescentes es-
critos en las últimas décadas del siglo xx, subrayó el gran impac-
to que tuvo el diario de Ana Frank en las chicas. Para entonces,
ese texto ya se había masificado. Las niñas querían imitarla, pero
la madurez de juicio y la inteligencia de Ana, “su coraje y valen-
tía les hace sentir insignificantes a su lado”.52 En efecto, luego de
leer a Ana Frank, Francisca escribe:

[…] me he dado cuenta que yo no soy nada especial […] Cuando


yo empecé a leer el Diario de Ana Frank, creía que todo era un
cuento. Pero me doy cuenta que Ana Frank existió pues ella se pa-
rece mucho a mí. Entre los 12 y 13 años se podría decir que se creía
mártir, (aunque no es la palabra más adecuada). Soñaba con que
tenía un amor y se besaba. Yo he soñado muchas veces eso. Y me
gustaría tener a alguien para amar.

Ella pensaba que su diario de vida podría ser publicado, aunque


creía que no tenía nada interesante. Yo he pensado mucho en eso,
de que mi Diario fuera publicado pero en realidad yo no tengo
nada especial en mi vida. En cambio Ana Frank vivía durante la
guerra. Ella hubiera querido ser escritora y le gustaba escribir y leer.
No se puede decir que no se parece a mí.53

51
Alberca, “Las hijas”, p. 16.
52
Alberca, “Las hijas”, p. 14.
53
Castillo, El diario, 19 de septiembre de 1973.

40
Todo texto tiene una multiplicidad de interpretaciones y una
pluralidad de usos y los lectores pueden apropiarse de él de ma-
nera inesperada. Aun bajo la influencia de fórmulas narrativas,
los procesos de construcción de sentido de la escritura diarística
son absolutamente individuales. Incluso, como señala Philippe
Lejeune, los diaristas crean también sus propias lógicas de ex-
presión.54 Las niñas, por ejemplo, construyen personajes ima-
ginarios a quienes dirigirán sus escritos en forma de cartas. En
Francisca, lo que parece causar más impacto es la sensibilidad de
Ana Frank y su enamoramiento. Poco aparece el hecho de que la
escritura sea la de una niña judía perseguida durante el nazismo,
obligada a vivir encerrada en la casa del patio de atrás de la em-
presa de su padre, o el hecho de que hubiera terminado sus días
en un campo de concentración, elementos que probablemente
asomaron cuando se discutió el diario en el aula escolar.
La influencia de la escuela, pero también la influencia fa-
miliar (son los parientes los que generalmente regalan el pri-
mer diario a las niñas), la literatura diarística y las amistades,
son elementos que estimulan la escritura diarística de las niñas
y adolescentes.55 El diario de Conxita deja ver, por ejemplo, las
comunidades y las sociabilidades infantiles que se organizan en
torno a este tipo de escritos. Conxita comparte con las amigas
el hecho de ser escritora y esto, sumado a la lectura de diarios,
genera en las niñas la posibilidad de compartir un sitio común
de producción de sentidos y de sentirse autoras que pueden ser
leídas. En Matadepera, un 9 de abril de 1938, escribe:

Hoy hablaré un poco de un secreto que tenemos la María y yo.


La Francesca escribe un diario y la María también; la que lo comen-
zó primero fue la Francesca. Nunca nos lo deja leer porque dice que
tiene un secreto, pero para nosotras ya no lo es, porque la María lo
ha leído y, lo más interesante, ya me lo dijo: el señor Miguel se que-
dó con un niño pequeño al que se le murieron los padres; él tenía

54
Popkin, “Philippe Lejeune,” p. 18.
55
Alberca, “Las hijas”.

41
quince años cuando esto ocurrió. Ahora ese chico está en la guerra,
es de los voluntarios del comienzo de la guerra, se llama Josep Seijo.
[…]
Como ya lo he dicho, la María leyó el diario de la Francesca porque
pensaba que el secreto que guardaba en él, era ese: a quién quería.
Y, efectivamente, en el diario decía así: “En este capítulo pondré
todo lo que ya hace días tengo ganas de escribir, porque espero que
nadie me lo leerá. Yo quiero al Josep, por eso lo que más deseo es
que se termine la guerra para que pueda saber si él me corresponde
en mis sentimientos, o bien, si no me corresponde”.
Todo eso es lo que leímos del diario de la Francesca. A mí muchas
veces me da tentación leerlo, pero siempre temo que ella me descu-
bra. Eso sucedió cuando un día la María me dijo que había leído lo
que ahora acabo de contar.
[…]
La señora Pietat también lo leyó y no le dijo nada. Si ella lo sabe
es porque se lo dijimos nosotras. Yo le pregunté si estaba enojada y
ella contestó que no, pero le hubiera gustado que se lo hubiéramos
leído antes. Yo y la María pensamos que lo decía porque hace poco
tiempo el Josep vino con permiso, y si la señora Pietat lo hubiera
leído, tal vez, le habría dicho alguna cosa; pero todo eso no es más
que lo que nosotras pensamos, aunque casi lo podemos dar por
seguro.56

El testimonio anterior da cuenta por un lado, de prácticas de


escritura compartidas entre una generación de niñas, y por otro,
que estas pequeñas autoras escriben con la conciencia de que
existe siempre la posibilidad de ser leídas. Y entonces, “de mane-
ra repentina, el cuaderno deja de ser confesional y privado, para
convertirse en un instrumento comunicativo” entre las niñas.57
Francesca, otra niña catalana a la que podemos conocer por un
fragmento de su diario que Conxita ha transcrito en el suyo,
señala: “En este capítulo pondré todo lo que ya hace días tengo

56
Simarro, Diario, p. 57.
57
Alberca, “Las hijas”, p. 16.

42
ganas de escribir. Porque espero que nadie me lo leerá”. Es de-
cir, Francesca “espera” que nadie la lea, pero en ese deseo, deja
abierta la puerta a la posibilidad de ser leída. Posibilidad que
reitera en el momento en el que entiende las líneas que escribe
como parte de un “capítulo”, siguiendo la fórmula de otros tex-
tos que ha leído y en los que ha observado la división en seccio-
nes y apartados. Ana Frank, el 14 de octubre de 1942, escribe:
“anoche estábamos acostadas en mi cama Margot y yo. Había
poquísimo espacio, pero por eso justamente era muy divertido.
Me pidió que le dejara leer mi diario. –Solo algunas partes– le
contesté y le pedí el suyo. Me dejó que lo leyera”.58
El 19 de abril de 1974, Francisca, en Santiago de Chile, escri-
be con bolígrafo y en mayúsculas en las páginas rosadas y verdes
de su diario:

Querido Diario. Sabes que la Daniela me leyó mi diario. Porque


cuando se me cayó el tintero la Daniela fue a limpiarme mi diario
y allí me lo leyó. Lo peor ha sido que leyó la tapa donde salen mis
estúpidos “amore”. Ese día que te llevé a Pomaire la mamá me
preguntó si le podía mostrar mi diario. Yo le dije que sí. Aunque
con un poco de no se qué vergüenza o cualquier otra cosa. Ahí me
di cuenta de las tonterías que escribo. Son solo cosas tontas y poco
inteligentes. Para que yo pensara esto también influyó el libro que
se llama “El diario de Lily Íñiguez Matte”. Ella era una niñita o
adolescente que padecía de tuberculosis. Ella era rica y muy inteli-
gente y realmente escribía bellas cosas. No escribía por escribir sino
que cada frase o trozo que ella escribía era como una poesía. Vaya
y yo que quiero ser escritora creo que debo empezar desde ahora
a ver las cosas bellas y describirlas y no escribir cosas sin sentido.
Me gustaría arrancar estas hojas que he escrito por escribir, para
empezar de nuevo. Pero no las voy a arrancar para que cada día
que las lea me acuerde de escribir inteligentemente y no tonterías.
Ahora estoy leyendo un libro que se llama “La chica del saxo bar”.
También se trata de un diario. Escribe una joven de 16 años. Ella es

58
Frank, Diario, p. 69.

43
pagana y trata de creer en un dios. Pues dentro de sí sentía un gran
vacío. Es muy bonito. Me he dado cuenta que cada adolescente o
joven se fija una meta. Lily deseaba y se preparaba para ser una gran
escritora. La chica del saxo deseaba tener libertad y un Dios. Por
eso yo trataré de irme preparando para ser inteligente y tratar de ser
una buena escritora y flautista.59

Francisca no parece molesta de tener lectoras: Daniela y su ma-


dre. Lo que le incomoda, en todo caso, es lo que ella considera
una escritura de “cosas sin sentido” o “tonterías.” La lectura del
diario de Lily Íñiguez y de la novela evangelizante en forma de
diario escrita por el presbítero Michel Quoist, La chica del saxo,
la han influido y ante la lectura de esta literatura diarística, se
cohíbe y se autocritica. Ella se identifica con Lily y con Therese
Collas, las protagonistas de esos textos, y las reconoce como ni-
ñas y adolescentes que tienen “metas”: ser escritoras, o encontrar
a Dios. Francisca opta entonces por una triple búsqueda: “ser
inteligente y tratar de ser una buena escritora y flautista”.

Escritura diarística infantil

Uno de los talones de Aquiles de la historia cultural es el tema


de la apropiación y de la recepción, porque este es un terreno
en el que generalmente resulta “difícil reconstruir el entramado
de una práctica cultural a partir de la documentación usual del
historiador”.60 La teoría de la recepción se ha nutrido de amplios
debates filosóficos y ha buscado entender desde las experiencias
de lectura hasta las producciones de significado. Paul Ricoeur se-
ñaló que la apropiación del lector implica su recepción, la mane-
ra en que se modifica su concepción, su visión, su representación
del tiempo o del sujeto.61 A esto Roger Chartier agregó que la
apropiación alude a hacer algo con lo que se recibe en un con-

59
Castillo, El diario, 14 de septiembre de 1973.
60
Rockwell, ““La lectura como práctica”, p. 13.
61
Ricoeur en Chartier, Cultura escrita, 1999, p. 162.

44
texto cultural particular.62 Hay un poder de la escritura que actúa
sobre el individuo y un poder sobre la escritura del individuo.63
Aunque las prácticas de lectura en las cuales los textos leídos
cobran múltiples significados son plurales, los diarios leídos por
las niñas se convierten en modelos de escritura, educan sobre
los formatos, los formalismos y la estructura que debe seguir
un diario. Son estímulos clave para la escritura diarística.64 Se
imponen como paradigmas de escritura pero también de com-
portamiento.
Las niñas reconocen coincidencias con otras niñas a través del
proceso de lectura y escritura. La lectura de las niñas ya publica-
das genera procesos de identificación en las niñas cuyos diarios
son inéditos y las sensibilizan reafirmándolas como autoras. Las
niñas diaristas muestran un deseo de llegar a ser escritoras reco-
nocidas y fantasean con la posibilidad de ser publicadas, aunque
esto no implique que deseen que su diario se lea públicamente
en el momento en el que escriben. Patricia Espinosa sugiere que
el diario íntimo se convierte en una suerte de preparación para la
obra que se publicará y que, en todo caso, es la muerte del autor
la que en última instancia permite la separación definitiva entre
diario y obra, reforzando además la connotación de espacio ín-
timo del diario.65
Cuando las niñas diaristas se asumen como autoras reafir­
man una posición que generalmente el mundo adulto les niega.
Son potenciales autoras, porque todavía conciben el mundo de
los escritores como un mundo de adultos. Francisca Márquez,
por ejemplo, dice que guarda sus diarios “porque a lo mejor

62
Chartier, Cultura escrita, 1999, p. 162.
63
Petrucci en Chartier, Cultura escrita, 1999, p. 25.
64
Alberca, “Las hijas”.
65
Espinosa, “Tensiones de una escritura.” Todos los diarios de las niñas que
menciono aquí están publicados, con excepción de Francisca Márquez, que
se encuentra aún inédito. Patricia Castillo, a quien agradezco profundamente
el haberme dado acceso a una parte del diario de Francisca Márquez, se en-
cuentra trabajando en una edición de ese documento que será publicada en
Chile próximamente.

45
cuando grande hago algún libro”. “Mi gran sueño”, escribe, “es
hacer un libro. Y que se publique y se haga famoso. Tal vez
algún día sea una gran escritora o a lo mejor solo una escritora.
O nada”. Ella ha leído el diario de otra niña diarista, Lily, que
en 1913 ha escrito:

[…] mamá conversó largo rato conmigo. Me dijo cómo debería


escribir mi diario y espera que algún día llegue a ser escritora. Eso
me encanta. ¡Si pudiera llegar a ser artista! Una artista como mamá.
Si lograra escribir con la mitad del talento que mamá tiene para la
escultura sería magnífico.66

Más tarde, Lily a quien han publicado una de sus poesías en


un periódico extranjero, escribirá: “pienso que este diario no es
publicable, porque es demasiado sincero, y por lo tanto, dema-
siado íntimo… Tal vez una selección… Páginas de un Diario.
Pero más tarde, después de mi muerte. Mejor sería no hacerlo”.67
La actividad escritora de corte autobiográfico permite la con­
figuración de una nueva identidad personal ya que el sujeto aspira
a un estatus nuevo.68 Las niñas se apropian de una actividad que
por antonomasia parece pertenecer solo al mundo de los adultos;
por eso, a pesar de leer diarios escritos por niñas y adolescentes, a
las pequeñas escritoras les cuesta pensar que un autor puede tener
corta edad. Hay agencia en su práctica y colocación, en un lugar
activo en una historia en la que gene­ralmente no se las piensa ni
reconoce. Su escritura habla de que ellas se encuentran en una
preparación en el camino a la publicación.
El deseo de Conxita, por ejemplo, de ubicarse como autora
es explícito a través de diversas fórmulas narrativas en las que
autoafirma su condición de niña escritora: “como dije en los
capítulos anteriores”, anota en su diario el 1 de mayo de 1938.
Esta formulación narrativa da cuenta de que Conxita está escri­

66
Íñiguez, Páginas, p. 15, ver en Espinosa, “Tensiones de una escritura”, p. 58.
67
Íñiguez, Páginas, p. 196.
68
Amelang, “Los dilemas de la autobiografía”, pp. 13-14.

46
biendo algo más que una crónica de sus vivencias cotidianas.
Ella ha asumido y se ha apropiado de una formulación libresca,
conoce que una narración puede dividirse en partes y que estas
partes, los capítulos, concatenan la lógica de una exposición.
Otra niña diarista, Ana Frank es muy clara en ese sentido. El 29
de marzo de 1944, escuchando al ministro Bolkestein haciendo
un llamado para que se conservaran cartas y memorias sobre la
guerra, como una forma de dejar memoria de esta, escribe: “por
supuesto que todos se abalanzaron sobre mi diario. ¡Imagínate lo
interesante que sería editar una novela sobre ‘la Casa de atrás’! El
título daría a pensar que se trata de una novela de detectives”.69
Volvamos a Conxita. Ella considera que su escritura debe
ser secreta, no quiere que algún día sea leída por alguien. Sin
embargo, su escritura siempre apela a un lector externo: “ya
podéis imaginarios [imaginaros] cómo nos hemos quedado”.70
Esta segunda persona del plural “imaginaria”, que aparece casi
como un lapsus de la escritora, invita a pensar que en un breve
momento ella ha pensado en nosotros, en todos aquellos que no
conoce y que la leeremos. Es como si tuviera una mirada anti-
cipada al futuro. La otredad es ella misma, tanto en su presente
como en su futuro, por eso ha escrito años antes: “me parece que
cuando sea grande y me lea estas láminas no me entenderé para
nada, entre las faltas y la letra; es horroroso”.71 Aquí aparece otra
función que han encontrado las niñas en la escritura: la de dejar
testimonio de cómo eran las cosas en el mundo que les tocó
­vivir. Escriben para tener la posibilidad futura de saber cómo era
su propio pasado. Por eso en algún momento Conxita señala:
“en cuanto terminé de escribir mis memorias, cogí el cuaderno
de inglés y pasé en limpio unos ejercicios”.72 Esto también dirá
Ana Frank: “para mí este diario tiene valor, ya que a menudo
se ha convertido en el libro de mis memorias, pero en muchas

69
Frank, Diario, p. 272.
70
Simarro, Diario, p. 158.
71
Simarro, Diario, p. 68.
72
Simarro, Diario, p. 198.

47
­ áginas ahora podría poner: ‘Pertenece al ayer’ ”.73 Su escritura
p
no es esencialmente retrospectiva como es la de las autobiogra-
fías. Las niñas diaristas parecen ser conscientes de las difíciles
repercusiones del paso del tiempo en la memoria, por eso escri-
ben para poder recordar. Los diarios infantiles son pensados por
sus autoras como registros de una vida para la memoria. No por
nada Francisca Márquez forra su diario y lo intitula: “Diario de
mi vida;” su intención parece ser a todas luces dejar testimonio
escrito de cómo era el mundo cuando ella era niña.

Consideraciones finales

Una golondrina no hace verano, es decir, no podemos obviar


que los diarios infantiles son expresiones individuales de la ex-
periencia de un sujeto y que no necesariamente hablan de expe-
riencias compartidas con los niños no diaristas. Los diarios son
solo, como diría Egle Becchi, apenas la esquina de un paisaje
enorme.74 En todo caso, las coordenadas que definen la produc-
ción de un diario están determinadas por la circulación, las lec-
turas y las apropiaciones de otros diarios pero también de otras
formas de la cultura de lo impreso: correspondencia, libros, cua-
dernos escolares, tarjetas, composiciones.
La literatura diarística fue solo una parte del amplio mundo
de la cultura escrita a la que estuvieron expuestos los niños y las
niñas del siglo xx. Los procesos de recepción y de apropiación de
los diarios que leían hicieron especialmente que muchas niñas
se lanzaran a la producción de sus propios textos. En estos dia-
rios incluyeron fórmulas de escritura y detalles que terminaron
por dotarlos de elementos comunes, reproduciendo un forma-
to epistolar, dirigido a amigas imaginarias, en el que las niñas
se asumían como escritoras, como autoras que construían su
propio yo, al que colocaron en el centro de la historia familiar,
local, na­cional y mundial. Las niñas observaron el mundo que

73
Frank, Diario, p. 179.
74
Becchi, “La historia”, p. 28.

48
las ro­deaba, las emociones que las embargaban, y en su escritu-
ra, aun en tiempos de guerras civiles, de dictaduras genocidas
y del Holocausto, mostraron una asombrosa capacidad de resi­
liencia. Sus narrativas las muestran como autoras de discursos e
in­ter­pretaciones políticas, como sujetos capaces de elaborar in­
terpretaciones propias sobre las realidades que les tocaban vivir.75
Esas niñas fueron autoras de documentos que denotan una gran
habilidad descriptiva, que hoy nos permite reconstruir aspectos
de la historia de la cultura escrita y de los procesos de apropiación
de los sujetos que participaron en ella pero que abren innume-
rables ventanas para ver el pasado desde otra óptica: la mirada
infantil, esa que muchas veces contrasta con los grandes relatos
históricos o los ilumina desde distancias y lugares distintos.76 Tal
vez si tu­viéramos todos estos aspectos en mente en el momento
en el que nos topamos con documentos infantiles de este calibre,
de un valor tan extraordinario, podamos contribuir todavía más
a dar a los niños y a las niñas un lugar en la historia, ya no como
sujetos pasivos o como receptores de las políticas y los productos
elaborados para ellos por los adultos, sino como sujetos capaces
de actuar, de transformar su realidad y de ofrecernos miradas al-
ternativas, profundas y excepcionales sobre la historia.

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75
Al respecto pueden consultarse los trabajos de Albarrán, Seen and Heard;
Castillo, “Cultura material”, o Cosse, “Pibes”.
76
Véase por ejemplo, Castillo, “Cultura material”, p. 210.

49
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54
Fray Servando,
más allá de la autorreferencia

Alicia Tecuanhuey Sandoval

Introducción

El “Manifiesto Apologético del doctor Don Servando Teresa de


Mier, Noriega Guerra, etcétera” es el escrito que seleccionamos
para reflexionar acerca de los retos que presentan a los histo-
riadores documentos cuyos autores dan cuenta de sí mismos.
Hay que confesar que nuestra selección estuvo muy influida por
un asunto de orden contradictorio. Sobre el autor recae un di-
fundido descrédito, imputándosele tendencia a fan­tasear, defor-
mar y hasta mentir para favorecerse. Por ello, frecuentemente
es presentado como un testigo bastante polémico, cuando no
abiertamente desconfiable en temas autobiográficos. A pesar de
ese estigma, los escritos de un autor así perfilado son reiterada-
mente citados bajo el argumento cierto que no hay más opción
documental que la suya para atender diferentes acertijos sobre el
trayecto de su vida y algunos problemas históricos de la época
que lo atravesaron.
Aun si estuviésemos de acuerdo con el dictamen señalado,
cabe preguntarse: ¿qué nos dicen aquellas marcas reconocidas del
autor y de su época?, ¿solo se trata de un desbordante ego­cen­
trismo y voluntarismo?, ¿podemos explorar lecturas que vayan
más allá de ese sello?, ¿de qué manera los historiadores podemos
alejarnos del psicologismo y la recriminación? Aquí proponemos
hacer un ejercicio que ponga en entredicho esas v­ aloraciones con

55
la intención de invitar a volver a los escritos de Mier, sobre todo
a los considerados menos fiables. Nos anima la contribución de
otras disciplinas ocupadas del texto, del discurso y de la subjeti-
vidad. Juzgamos muy sugerentes algunas de sus consideraciones
y resultados para interpretar documentos cuyos autores tuvie-
ron por propósito influir la opinión, la decisión y acción de sus
contemporáneos. Creemos que, beneficiados de algunas de sus
orientaciones y observaciones, podemos definir nuevas estrate-
gias investigativas y despojarnos de prejuicios que, sin permiso,
se disparan al estudiar la incidencia de los deseos, intencionali-
dad y objetivos en temas tan delicados como son los de verdad,
mentira, sinceridad o deformación involuntaria en la transmisión
de mensajes, información e interpretación de lo acontecido en
la propia vida. Estas motivaciones nos impulsan a escribir estas
reflexiones, aun cuando solo sea para acercarnos a algunas res-
puestas provisionales.

Un autor polémico

El muy conocido “Manifiesto Apologético”1 es una pieza escrita


por fray Servando Teresa de Mier Noriega y Buentello e Iglesias
que formó parte del conjunto de manuscritos inéditos ordena-
dos en los años cuarenta del siglo pasado por Miquel I. Verges y
Hugo Díaz-Thome. Había sido descubierto entre los fondos de
la biblioteca del entonces Departamento de Hacienda, Bibliote-
ca Lerdo de Tejada.2 En su mayoría, los textos fueron redactados
por Mier durante la segunda y tercera reclusión del dominico en
San Juan de Ulúa, mediando una de la otra poco menos de dos
años de diferencia. Verges y Díaz-Thome señalan que el “Mani-
fiesto” fue escrito con cierto descuido entre agosto y septiembre
de 1820, antes de que su autor fuera embarcado en dirección
a la península para cumplir un segundo destierro, esta vez por

1
Mier, Escritos Inéditos, pp. 39-151. En adelante así referiremos a las obras
seleccionadas, o de manera más abreviada, con solo la primera palabra.
2
Vergés y Díaz-Thome (int.), Escritos Inéditos, p. 10.

56
pretendidos delitos de Lesa Majestad. Al llegar a Cuba, de trán-
sito obligado, protagonizó su última fuga para buscar refugio en
Filadelfia.
Aquella huida sumó una falta más a los delitos por los que
le habían dictado un nuevo traslado a la Península, de forma
que, en 1822 con 57 años de edad y 25 años de exilio, por corto
tiempo fue frustrado el deseo de Mier de regresar a la patria.
José Dávila, gobernador del último reducto de la monarquía
española, le impidió integrarse al Primer Congreso Mexicano
y participar de los primeros momentos fundacionales del país
independizado como diputado electo por Nuevo León, encargo
que venía a asumir. Lo tomó preso considerando que era pró-
fugo del monarca español, su rey. El ex fraile solo recuperó la
libertad en mayo de 1822, al tiempo que ya había alumbrado el
Imperio de Anáhuac y Agustín de Iturbide había sido proclama-
do su conductor.3
Para entonces el padre Mier tenía una sólida fama como
temprano partidario de la independencia de Nueva España e
Hispanoamérica y como republicano. Desde 1811 venía com-
batiendo, a través del escrito, por romper los vínculos con las
autoridades peninsulares. El ascendiente que ejercía sobre parte
de los hombres de la época es recreado en la narración de Nettie
Lee Benson acerca del efecto magnético que provocó el discur-
so del 11 de diciembre de 1823 en la audiencia. Pronunciado
ante el Congreso Constituyente que estaba por proclamar la
república federal –como poco después ocurrió–, Benson narra
cómo él atrajo la total atención de su auditorio durante más de
una hora. Eso ocurría no solo por deferencia, nos dice; Mier era
un hombre fogoso, de intrépido valor, de abundantes conoci-
mientos y erudición, de modales refinados y orador de no poca
reputación.4

3
Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, pp. 595, 614 y 739-740.
O’Gorman, “Prólogo”, p. XXIII. Mora Valcárcel, “Fray Servando”, p. 261.
4
Benson, “Fray Servando”, p. 158.

57
La autoridad que inspiraba esta personalidad entre los po­
líticos mexicanos se extendió de manera directa a 1856. Los le-
gisladores liberales de la talla de José María Lafragua y Luis de
la Rosa, lo evocaron en el determinante congreso constituyente
que separó la Iglesia del Estado en aquel año.5 Podríamos am-
pliar la temporalidad para ver cómo el prestigio y respeto hacia
él se extiende hasta las primeras décadas del siglo xx, fuera del
ámbito político. Lo ilustra la muy conocida opinión de Alfonso
Reyes, quien recordaba con arrobo en 1918 que, a la hora de la
agonía, en 1827, fray Servando organizó su viático, celebrado
entre honores militares, colegios, comunidades y multitudes.
Apunta: “rodeado por la gratitud nacional, servido –en Palacio–
por la tolerancia y el amor, [fue declarado] padrino de la libertad
y abuelo del pueblo”.6
No sobra decir que, en buena medida, la reacción de las au-
toridades reales (militares, administrativas y eclesiásticos) de
Nueva España, desde mayo de 1817, contribuyó a darle lustre
al cura que quisieron procesar a veces por hereje o por infidente.
El brigadier Joaquín Arredondo, que abatió a las fuerzas insur-
gentes de Francisco Xavier Mina en junio de 1817, no concedió
el indulto al padre Mier acogiendo el edicto del Cabildo Ecle-
siástico de Monterrey que lo excomulgó bajo las acusaciones de
apostasía, pertenencia a los francmasones, herejía y usurpación
de dig­nidades religiosas, entre otros cargos. Preso, el oficial rea-
lista cons­truyó una barrera de aislamiento en torno al acusado,
debía temer contagio puesto que el castigo se extendió a quien
entrara en contacto directo con él. Tres años más tarde, el dicta-
men in­quisitorial fabricó la imagen del potencial criminal de Lesa
Majestad.7 La transcripción de una parte de las recomendaciones
que redactaron los inquisidores, y que Mier después reprodujo,
da cuenta del tamaño del temor que inspiraba:

5
Connaughton, “Una Iglesia fracturada”, p. 229.
6
O’Gorman, “Prólogo”, p. IX. Reyes, “Prólogo”, p. XI y XXI.
7
Véase a detalle Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, pp. 500-536.

58
[… es] el hombre más perjudicial y temible de este reino […] de
un carácter altivo, soberbio y presuntuoso. Posee una instrucción
muy vasta en la mala literatura. Genio duro […]. [de] talento no
común. Su corazón está tan corrompido que lejos de haber ma-
nifestado […] alguna variación de ideas, no hemos recibido sino
pruebas constantes de una lastimosa obstinación […].
En una palabra, este religioso aborrece de corazón al rey, lo
mismo que a las Cortes y a todo gobierno legítimo.8

La personalidad de Mier, construida en sus vivencias e inter­


pretada por correligionarios y enemigos, indudablemente ha
im­pactado a escritores de generaciones posteriores asediados
por determinar la influencia de los rasgos individuales del pu-
blicista de la Independencia en sus escritos. Como es de supo-
nerse no hay uniformidad en opiniones al respecto. Sin embar-
go, po­demos decir que es general la apreciación crítica según
la cual el paria que en 1794 salió de Nueva España desterrado
por diez años hacia el corazón de la monarquía a causa de pro-
nunciar el famoso sermón en honor a la Virgen de Guadalupe
–por el que dotaba a Nueva España de autonomía es­piritual
y a la Iglesia novohispana de fundamento apostólico–,9 tenía
una per­sonalidad extravagante y gustaba de exhibir “su vida de
manera pintoresca y egolátrica”.10
Esta marca lo ha perseguido y son muy pocos los biógra-
fos o estudiosos del pensamiento de fray Servando en el cam-
po de la historia que escapan a reconocerla. O’Gorman valo-
ra su condición de pensador político, aunque le recrimina ser
obsesivamente monotemático, con un desenfrenado deseo de

8
“Inquisición al virrey Juan Ruiz de Apodaca”, 29 de mayo de 1820, cita 365,
en Torres Puga, Los últimos años de la inquisición, p. 175. “Discurso del padre
Mier al formular la protesta de Ley como diputado.” Sesión del Congreso
Constituyente del 15 de julio de 1822, en Pulido Hernández (sel.), La
revolución y la fe, p. 604.
9
Brading, Orbe indiano, p. 627. Brading, “Patriotismo y nacionalismo”, p. 1.
10
O’Gorman, “Prólogo”, p. X.

59
o­ riginalidad; de ahí sus yerros, explica. Jaime Rodríguez tam-
bién le reconoce una consumada singularidad como pensador
político, pero invita a ser precavidos con los escritos autobio-
gráficos que dejó porque “se encuentran llenos de afirmaciones
ególatras y fantásticas”.11 Halperin Donghi igualmente encuen-
tra un desbordante egocentrismo que conduce a Mier a concen-
trar la atención por entero en la dimensión personal del drama
que vivía, impidiéndole apreciar y aprovechar circunstancias,
opciones y salidas que tenía abiertas en Europa. La cruzada que
emprendió, estrictamente individual y orientada a reconquistar
su honor, sugiere Halperin, fue un obstáculo para convertirse en
un hombre ilustrado o un pensador liberal. De ahí que el histo-
riador latinoamericanista ponga en duda que Mier, a lo largo de
tres décadas, haya evolucionado progresiva y paulatinamente en
su pensamiento hacia aquellas ideologías.12
No obstante, Servando Teresa de Mier ha sido recuperado
para la historia como hombre clave en la escritura a favor de
la independencia; fue eso lo que lo hace trascendente. Desde
ahí, y no como víctima o perseguido, ha sido descrito como un
cautivador por inteligencia, erudición, facilidad de palabra, vi-
gor, capacidad de observación y mordacidad.13 Tan importante
como eso resulta la imagen de ser él un escritor con proyección
utópica, voluntad de progreso para su colectividad y rechazo a la
sociedad real. En una suerte de negociación, hay quien descubre
en Mier personalidades diferentes; una la del revolucionario in-
dependentista, otra la del fraile pícaro y trotamundos.14 No ha

11
Rodríguez O., “Introducción”, p. 7.
12
Halperin Donghi dice que Mier no registró las proporciones del temor de
las autoridades novohispana a que su sermón socavara las bases de poder de
la monarquía española. Ni el deseo de ellas para que no resonara el escán-
dalo de su aprehensión por la prédica del sermón guadalupano, que fue el
origen de su primer destierro. Sugiere que tampoco se percató que tenía la
posibilidad de optar por el retiro creador del filósofo. Halperin Donghi,
Letrados y pensadores, pp. 41-45 y 53.
13
O’Gorman, “Prólogo”, p. XI.
14
Mora Valcárcel, “Fray Servando”, pp. 261-262.

60
faltado quien, no hace mucho, lo considere un verdadero héroe
por forzar a inquisidores y regalistas de hacerle “el homenaje
de verlo como alguien muy peligroso, durante su apresamien-
to de 1817 a 1820”.15 En estas frases acerca de la personalidad
de nuestro personaje es posible recuperar también al pensador
novohispano que vivió las circunstancias de una radical trans-
formación de la monarquía española y de Europa, en muchos
sentidos interpelado por ellas y que él interpeló.
En tanto preso, perseguido, reiteradamente huido, y vuelto
a apresar –condiciones imbricadas en las contiendas en que de-
cidió participar–, Mier tomó posición para argumentar. Es por
ello que no podemos más que acordar con Lombardi que el do-
minico renegado, Servando, nunca sufrió persecución alguna en
silencio;16 escribió para protestar por las injusticias que padeció,
argumentar la ilegalidad de acciones de las fuerzas realistas, des-
nudar las que le parecieron engañosas ofertas, defender derechos
individuales y colectivos, fundamentar sus tesis y, finalmente,
vencer con el recurso de la ironía a sus enemigos.
Esa capacidad hizo posible que el religioso optara por un
mundo, en Europa o América, configurado por círculos intelec-
tuales vanguardistas, críticos y comprometidos, algunos de ellos,
con los cambios de la época. De ahí que la conclusión según la
cual “toda su vida fue la gran metáfora del cuerpo-prisión”,17
es parcial, aun cuando sea una frase bella. Debiera ser comple-
mentada con este otro señalamiento que formuló una de sus
más dedicadas estudiosas: “la clave del personaje está en su ape-
go profundo y constante a su libertad individual –al precio de
su soledad– y a la libertad de su patria”.18 No por ello pudo o
quiso evitar ser usado alguna vez. Alamán y Lombardi sostie-
nen que logró su última excarcelación en el momento en que el
gobernador de San Juan de Ulúa calculó que saldría a ­hostilizar

15
Bénassy-Berling, “Defensa de Fray Servando”, p. 235.
16
Lombardi, “Fray Servando”, pp. 47-48.
17
Mora Valcárcel, “Fray Servando”, pp. 261-262.
18
Bénassy-Berling, “Defensa de Fray Servando”.

61
s­ istemáticamente al emperador Iturbide; el general Dávila, súb-
dito y funcionario español, vio posible esa conducta por la de-
claración republicana de Mier; así que esperaba que una vez libre
actuaría “como una tea encendida”.19
Tres imprescindibles historiadores que han estudiado la obra
del padre Mier –hacer otra cosa es imposible aquí; actualmen-
te la literatura es excesivamente abundante– han mostrado la
contribución al pensamiento y decisiones por las que apostaron
los novohispanos durante esos años de rupturas. Las investiga-
ciones de David Brading, en particular, recuperan al pensador
de la independencia de Hispanoamérica y la de Nueva España,
que vio ampliamente justificada y que fundamentó. Así también
descubrió al decidido partidario de la república confesional, por
la que se pronunció abiertamente a partir de 1820. Los estudios
del historiador británico desvelan el aporte servardino al discur-
so identitario del patriotismo criollo, fundamento del patrio-
tismo insurgente y de posteriores discursos patrióticos. En un
trabajo, de reciente aparición, el historiador británico resume los
elementos que vertebraron la identidad patriótica de criollos a
la que Mier contribuyó esencialmente:20 guadalupanismo, iden­
tificación de México con Tenochtitlan, acogida a algunas causas
sociales en el discurso independentista, en particular repudio a
la esclavitud y a los gachupines, condena absoluta del régimen
colonial y de la conquista, para lo que se inspiró en fray Barto-
lomé de las Casas.21

19
Alamán es citado por Lombardi, “Fray Servando”, p. 50.
20
Brading mostrará también que el apoyo de Mier a la causa independentista,
al lado de Carlos María Bustamante, usó de la vituperación de la Conquista,
más que de su sola condena. Brading, La Nueva España, pp. 269-271.
21
Hay que mencionar también la contribución de Antonio Rubial sobre la
evolución de la significación para la sociedad novohispana de la Conquista y
Hernán Cortés, por la que a lo largo de tres siglos se produce una inversión
de valoraciones del acontecimiento y su protagonista entre descendientes de
conquistadores e indígenas y un desplazamiento que favorece la reivindica-
ción de un pacto celebrado antes de la Conquista y reivindicación de la figura
de Cuauhtémoc, sobre Cortés. Rubial, “Hernán Cortés”, cap. IX.

62
En la misma línea, Marie-Cécile Bénassy-Berling y André
Saint-Lu22 –quienes formaron y dirigieron un grupo de trabajo
para preparar la edición crítica de la Historia de la Revolución en
la Nueva España, escrita por fray Servando bajo el seudónimo
de José Guerra–23 se ocuparon por mostrar cómo los juicios de
Mier no solo estaban basados en la revisión de la historia del vín-
culo monárquico con los hispanoamericanos; también lo esta-
ban en el conocimiento y creencias de la época. Junto a su equi-
po, constataron que Mier desempeñó simultáneamente el papel
de testigo y actor político-cultural de la Independencia por la
que se decantó. Pusieron en marcha una meticulosa revisión que
sometió a prueba cuán fundadas eran las tesis, dichos, compara-
ciones, asociaciones y contexto con las que escribió Mier.
Así fueron identificadas múltiples fuentes utilizadas por Mier
en la composición de aquella obra y a partir de ahí fue posible
refutar aspectos del descrédito que pesaban sobre el religioso;
también contribuyeron a delinear una nueva visión de la vida,
argumentos e influencia de las tesis y de la persona de Mier.
En la escritura de la Historia, Mier había expuesto agravios y
causas del descontento americano. Mostró violaciones históri-
cas al derecho, inequidad y atropellos al ambiente de liberta-
des conquistadas durante la crisis abierta en 1808 para todos
los habitantes de la monarquía. Reconocidas las fuentes, en
­seguida a­ parecieron varias contradicciones teóricas, como era de

22
Bénassy-Berling, Saint-Lu, Historia de la revolución, Introducción, p. VII.
23
De manera más o menos generalizada hay acuerdo en que, del conjunto
de la obra de Mier, la Historia de la Revolución de Nueva España (1813) es el
texto capital para interpretar la ideología de la revolución hispanoamericana.
Por ello es reconocido como el pensador de la Emancipación Americana. Pero
las dos cartas que intercambia con Blanco White (1811 y 1812) en El Español,
son un compendio de los principales argumentos americanos para oponerse
ideológicamente a las pretensiones peninsulares de redefinir el vínculo colo-
nial. Nos referimos a “Cartas de un americano a El Español sobre su número
XIX” y “Segunda Carta de un americano a El Español sobre su número XIX,
Contestación a su respuesta dada en el número XXIV”. Breña, “Pensamiento
político”, pp. 78 y 81.

63
e­ sperarse. Había que continuar el estudio para profundizar en la
relación que existía entre contextos, fuentes y discurso del autor
que fue descrito como adalid de la libertad de su patria y de sí
mismo. Un estudioso exigente tendría en sus manos elementos
para entrecomillar o despejar viejas dudas, certezas, giros y con-
tradicciones en las preocupaciones de Mier.24
Pero esa invitación tuvo pocos seguidores. De suerte tal que
continuaron repitiéndose prejuicios e imágenes incompletas o
deformadas del religioso y su obra. Tal vez fue el motivo por
el que, en años recientes, Bénassy-Berling volvió a escribir para
rebatir a quienes seguían viendo en fray Servando a un aventu-
rero y embustero. Aquí no es posible enumerar la totalidad de
contra-argumentos que lanzó; nos limitamos a señalar dos, que
compartimos plenamente. Admitiendo que en sus escritos el ex
dominico distó de respetar estrictamente la verdad, ella nos hace
recordar que quien escribía era un político,25 un hombre que
buscaba influir; es decir «hacer-hacer» de acuerdo a la mirada
que tenía de los asuntos del común, y en concordancia con su
tiempo. Igualmente, Bénassy-Berling enfatiza que escritos como
la Historia de la Revolución o las Memorias de Mier fueron apolo-
gías, tipo de discurso declaradamente adoptado. En ellas, apun-
ta, el autor elige de entre las verdades aquellas que le convienen,
las embellece o ennegrece. La edificación, agrega, y no la veraci-
dad era la meta mayor; la dramatización era la mejor manera de

24
Entre los trabajos que retomaron esta invitación para proceder a una inda-
gación más meticulosa podemos mencionar Diego Fernández, “influencias
y Evolución”, Bitrán Goren, “Servando Teresa de Mier”, Estrada Michel,
“La Teoría constitucional”, y Tecuanhuey y Rivas, “Common Sense en el
­pensamiento”.
25
En otros términos, Mier era un individuo que vivía para la política, hizo de
ella su vida en un sentido íntimo y puso su vida al servicio de ella. Por supues-
to no fue un santo, lo que lo hubiera incapacitado para hacer política en un
momento en que había muchos frentes de guerra y de redefiniciones. Weber,
“La política como vocación”, vol. II, pp. 315-318 y 353-361.

64
persuasión al público.26 El olvido de ambos aspectos, concluye,
conduce a conclusiones o caracterizaciones erradas y anacrónicas
acerca de la persona de Mier y de su accionar.
Tulio Halperin Donghi tampoco niega que Servando Teresa
de Mier haya escrito conscientemente con faltas a la verdad, con
intencionalidad o bajo el influjo de una personalidad egocén-
trica. Pero esos rasgos son vistos como respuestas a los avatares
de la vida, sostiene que al pensador novohispano no se le pue-
de negar la lucidez que tuvo para percibir la crisis del antiguo
orden y para manifestarse como parte del subgrupo de la elite:
heredero de las primeras familias que nació en un momento en
que los núcleos sociales de procedencia, los patricios, veían dis-
minuida su base patrimonial y estatus, también veía a su linaje
desplazado, en posición secundaria.27 Bajo esa condición social
diezmada, Servando se convierte en el primer exponente de la
transición entre letrado colonial e intelectual hispanoamericano,
que contribuyó a imaginar un futuro para Nueva España fuera
de la monarquía española.28
Mier, sostiene Halperin Donghi, pudo con agilidad moverse
en los contextos «exóticos» europeos y, convencido de sus habi­
lidades, tuvo “certera agudeza para descifrar las peculiaridades
de las configuraciones socioculturales” extranjeras. De ahí eli­gió
herramientas para imaginarse a sí mismo como pastor de hom-
bres, función ejecutada desde 1794, que deseaba seguir desple-
gando, apoyado en unos horizontes geográficos y de ideas que
no cesaron de ampliarse. Dotado de estos recursos y “lejos de
limitarse a los temas vinculados con su esfuerzo de recuperar

26
Alarmada, aconseja recordar que Mier no fue un historiador profesional,
ni menos historiador del siglo xx. Bénassy-Berling, “Defensa de Fray Ser-
vando”. La apología se diferencia del panegírico, porque este último elogia a
alguien bien conocido, mientras que aquella elogia y defiende a quien ha sido
afrentado. En los escritos de este tipo el protagonista es a la vez héroe y vícti-
ma. Manzanilla Sosa, “Elementos de poética histórica”, p. 104.
27
Halperin Donghi, El espejo de la historia.
28
Halperin Donghi, “Fray Servando, Precursor”, p. 70.

65
la honra perdida”,29 pudo afirmar la convicción de la superiori-
dad de Nueva España frente a un orden y sociedad peninsular
desquiciados. Así, Servando en sus escritos fue deslizándose de
la protesta por la injusticia cometida contra su persona hacia la
denuncia del tipo de relación que la monarquía católica sostenía
con los súbditos ultramarinos, vínculo que juzga aberrante y que
por ello combatía.
En resumen, estos análisis nos permiten recordar la com­
pli­cada relación entre lo individual y lo social, y la manera en
cómo un individuo trasciende dilemas personales y la propia
finitud. Un trabajo reciente que se ocupa de los últimos años
de la Inquisición novohispana involuntariamente nos ofrece un
modelo de cómo los historiadores podemos encarar pro­ve­­cho­
samente fantasías, deformaciones, o faltas a la verdad de autores
en sus escritos autobiográficos. Su autor, Torres Puga, dedica a
Servando Teresa de Mier uno de los apartados de su libro y al
proceso inquisitorial abierto después del fracaso de la expedi-
ción de Francisco Javier Mina, desembarcado en Soto la Marina
en 1817. Ahí, Torres Puga documenta la falsedad de los dichos
de Mier, plasmados en el “Manifiesto Apologético”; refuta que
la reclusión de Mier fuera cómoda por cuanto le fue exigido
declarar reiteradamente; también niega el atribuido ­descuido
de los inquisidores, quienes atendieron meticulosamente su
proceso en tanto fueron funcionarios recién llegados de la Pe-
nínsula que consideraron la gravedad de las acusaciones que
investigaban: sedición y promoción de un cisma en la Iglesia.
Torres Puga re­lata cómo ese órgano reunió pruebas que no se
remitieron solo a los hechos inmediatos; los jueces eclesiásticos
hurgaron y obtuvieron testimonios incriminatorios de las opi-
niones de Servando, por ejemplo, durante su estancia en Lisboa
(entre 1805-1808). Además, intentaron generar más evidencias
y abiertas confesiones al promover la comunicación entre reos.
El cúmulo de faltas y su naturaleza impidieron que poco más
de dos años fueran suficientes para concluir el p ­ roceso contra

29
Halperin Donghi, “Fray Servando, Precursor”, pp. 56, 74-75, 79-80 y 83.

66
Mier; pero la declaratoria de nueva vigencia de la constitu-
ción de Cádiz en 1820 interrumpió la causa.30 Con ese estudio
­Torres Puga muestra que el Santo Oficio funcionaba bien antes
de su segunda disolución.
Entonces, ¿por qué Mier quiso deformar lo que tuvo que en-
frentar? De eso hasta ahora sabemos poco con certeza, posible-
mente pensaba que esas instituciones iban a contrapelo de la his-
toria. Sea como fuere, sí queda claro que las investigaciones que
se ocuparon de problemas históricos, fenómenos, ten­dencias,
construcciones identitarias o del funcionamiento de institucio-
nes del período que cruzan la vida de Mier dan cuenta de cuánto
se puede hacer para entenderlo, a su tiempo, a su obra y al im-
pacto de su accionar. La imaginación que fray Servando tenía es
igualmente un aspecto que no se puede obviar. Esta es una cara
del prisma por la que el atractivo de los escritos autobiográficos
de Mier no se consume solo entre historiadores.

Otras lecturas posibles

Los textos autobiográficos de Servando Teresa de Mier a los que


los historiadores nos acercamos con gran precaución, consi­
derando que el primer reto al que nos enfrentamos es la f­uerza

30
Torres Puga explica que el restablecimiento de la constitución gaditana en
la monarquía española, hacia 1820, originó la abrupta suspensión del proceso
inquisitorial en que Mier había rendido 25 declaraciones en tan solo el primer
año de encierro. Dada la peligrosidad del reo, fue acordado con el virrey Apo-
daca trasladarlo a la cárcel de corte y, más tarde, a San Juan de Ulúa. El histo-
riador documenta, nuevamente en contra de la imagen que Mier proyecta en
sus escritos, un cambio de conducta del religioso cuando estuvo en manos de
los inquisidores al advertir la desautorización de éstos por los cambios de régi-
men en la monarquía. Entonces, sin duda y con sorna dirigida contra uno de
los símbolos del absolutismo, retomó su postura “moldeada por el jansenismo
francés y el liberalismo gaditano” en relación a la institución religiosa: “crítica
profunda al sistema jerárquico y autoritario de la Iglesia y la búsqueda de una
reconciliación entre los principios religiosos y liberales”. Torres Puga, Los
últimos años de la Inquisición, pp. 169-175.

67
de ese sesgo que anticipadamente suponemos subyacente,31
trans­forman al personaje en un testigo de peligro. Convendría
preguntarnos si la huella que hace poco fiable sus escritos auto­
biográficos ¿puede ser problematizada desde el testimonio mis-
mo, en cuanto a texto o discurso? Las estrategias que em­plearon
los historiadores, comentadas en el punto anterior, están fuera
del rango de respuesta a la pregunta que formulamos. Los histo-
riadores contextualizamos desde afuera al documento. En busca
de alternativas localizamos estudios emprendidos por especialis-
tas de la lengua y críticos literarios. La búsqueda fue en dos sen-
tidos. Uno condujo al encuentro de teóricos de la realidad y la
verdad en el discurso y la literatura del yo, dentro del mundo de
expertos de la palabra, de los signos, de los textos, los discursos
y los relatos.32 El otro camino, en el mismo campo literario, nos
condujo a estudios que con sus saberes han examinado la obra
autobiográfica del polémico ex dominico acerca de su reputación
y valía sus escritos autobiográficos.
Dentro del primer conjunto de estudios, encontramos inte-
resantes problemas sobre los que no profundizo aquí; solo su-
gerimos algunos, los más relacionados con los intereses de este
trabajo. Nos referimos a la dimensión intersubjetiva de la in-
terlocución en el discurso, la metáfora, el papel del lector en
la interpretación de un texto, y otras operaciones de sentido y

31
Halperin Donghi indica que el primer problema al que se enfrentan los lec-
tores de las obras de Mier es dar por válidas afirmaciones de hecho difíciles de
corroborar o probadamente falsas. Halperin Donghi, Letrados y pensadores,
pp. 59-60.
32
Aquí debemos advertir que cuando nos preguntamos sobre la problema-
tización desde el testimonio mismo, aspiramos a intentar incorporar ca-
racterísticas comunes en los discursos autorreferenciales y encontrar claves
que permitan despejar el camino para ir a la singularidad de cada texto, sin
que ello desdibuje el hecho de que es socialmente constitutivo y socialmen-
te condicionado. Véase Wodak and Meyer, “Critical Discourse Analysis”,
Chapter I.

68
referencia, selección y sesgo de la narrativa.33 En la literatura
del yo ocurre un fenómeno singular: el lector reinterpreta una
ya interpretada realidad, operación que ha ejecutado el autor-
protagonista, por la que un pasado puede coincidir o no con lo
vivido. Lo peculiar en este tipo de escritos es que la elección y
evocación de elementos del pasado en buena medida tienen un
sentido sintomático en el presente de la escritura. Es decir, las
intenciones vitales del autor se convierten en intensiones narra-
tivas, al lector le conviene considerar que la evocación de pasado
así condicionado ha construido una autorrepresentación que, si
no es un mito, es una invención de la intención autoral. El lec-
tor tendría entonces que discernir si la figuración determina al
referente o es al revés.34
Como se ve, las perspectivas y reflexiones desde el campo
literario ofrecen elementos a los historiadores que permite des-
pejar el camino de nuestra lectura. Particularmente invita a dete-
nernos en el papel activo del lector en la interpretación, así como
el sesgo del autor-protagonista en la lectura de su pasado. Así al
analizar la hechura de los escritos de Mier, hemos de considerar
que existen propiedades del género, conocimiento que nos per-
mite ir más allá de la idea egocéntrica o el discurso falaz en el
caso particular de nuestro autor. En cuanto al segundo conjunto
de estudios, sobre los que sí nos detendremos, hemos de ver que
estos trabajos liberan a los enunciados de Mier de ideas precon-
cebidas y predominantes, lo que nos brinda la oportunidad de
lograr un mejor y más amplio aprovechamiento de la fuente.
Un primer tema analizado que llamó nuestra atención es el
de la transculturación en el proceso de traducción y la ­incidencia
que tiene en la conciencia identitaria del traductor. Nos referimos

33
Ricoeur, Autobiografía intelectual, pp. 13-50. Véase Eco, Interpretación y
sobreinterpretación, texto en el que, de acuerdo a los especialistas, Eco da un
salto hacia la hermenéutica.
34
Los problemas del proceso de autorrepresentación aquí señalados tienen
por autores a Paul de Man, James Olney, Laura Scarano y Karl J. Weintraub,
citados en Maíz, “Las escrituras del Yo”, cap. IV.

69
a él porque Mier en las Memorias narra una experiencia de este
tipo, la cual ha sido fuertemente cuestionada en su ­veracidad.
Se trata de la traducción de Átala o los amores de dos salvages en
el desierto escrito por Chateaubriand que, de una u otra manera
involucró al caraqueño Simón Rodríguez y a Servando Teresa
de Mier durante el exilio de ambos en París.35 Dos estudiosas
se han dedicado a él y lo han tratado con objetivos diferentes:
Andrea Pagni y Mariana Rosetti.36 Pagni estudió al texto en sí
mismo y refiere con profundidad la discusión acerca de la auto-
ría de la traducción. Al respecto parece estar inclinada por una
traducción compartida. Le interesa mostrar cómo la traducción
adquiere una dimensión bidireccional y la forma en como ocu-
rre la recodificación. Indica que el destinatario de la traducción
es un público francés, para el que se preparó una versión que
acentúa el exotismo a nivel léxico, se combinan americanismos
y galicismos, entre varias modificaciones a la versión original.
En cambio, Rosetti pone en juego más elementos en su es-
tudio. Sin interesarse por el asunto de quién hizo la traducción,
ella observa el fenómeno de transculturación en el tránsito de
la narración de la historia entre una lengua y otra, lo que im-
puso negociaciones y adaptaciones de ideas. Si la obra en sí
contrasta la virginidad de la naturaleza de la Luisiana frente a
la civilización europea, Rosetti nos hace detener la mirada en
la dimensión dialógica que ocurre en la traducción; por ella se
activa el recuerdo, se intensifica la vivencia de la alteridad ame-
ricana y en la distancia, estimula la reacción emotiva ante lo
extraño. Si Chateaubriand busca defender el ideal cristiano por
su capacidad de enriquecer la sensibilidad que le es propia ante
la naturaleza bárbara del Nuevo Mundo, Mier, al lado del que
fue maestro de Simón Bolívar, “aprenden a hablar” en términos

35
Mencionada por Mier como traducción enteramente suya, es puesta en
entredicho en varios estudios, fundamentalmente de venezolanos, quienes lo
atribuyen al maestro de Simón Bolívar. Sea como fuere, ambos trabajan con
esta obra en sus clases de español. Mier, Memorias de Fray Servando, p. 244.
36
Pagni, “«Atala» de Chateaubriand”. Rosetti, “Traducir el destierro”.

70
políticos. Lo l­ocal (americano), pensado desde fuera, va tornán-
dose superior a lo europeo. Los mundos aparecen enfrentados y
desde la obra en traducción se hace posible pensar en la posibi-
lidad de desmontar el sistema colonial que a ambos expulsó de
su tierra. Una clave del análisis es el papel de la ironía, retomada
como marca del escrito autobiográfico servandino.
En otro artículo, Rosetti se ocupa de la poca fidedigna
aventura europea, contada por Servando en las Memorias, que
lo presentan como trotamundos. El estudio está dedicado al
papel de la sátira como recurso narrativo. Considerando sus
reglas, el novohispano deja de aparecer como el pícaro aventu-
rero, para surgir el escritor osado e imaginativo que expone en
papel un mundo europeo en decadencia, tal como lo percibe.
Además, con ese recurso Mier ejerce una crítica al eurocentris-
mo de los viajeros, que extiende al relato científico-ilustrado.
Así, los pasajes en los que media la sátira, contribuyen a erosio-
nar los discursos peninsulares dominantes, inspirados en An-
tonio de Ulloa, Cornelius de Pauw o William Richardson, y
difundir el veredicto de Guillaume Thomas Raynal respecto a
los españoles.37 La narrativa de los viajes, entonces, se incorpo-
ra a las Memorias para portar un mensaje alternativo por el cual
acelerar el desmontaje de la creencia de grandeza de Europa.38
Desde nuestro punto de vista, la preocupación en estas investi-
gaciones está centrada en las claves retóricas que hacen factible la
eficaz recepción de los corrosivos mensajes de Mier. Así también,
estos trabajos invitan a considerar que en el proceso de la comu-
nicación escrita ocurre algo más que una comunicación de ver-
dades, intercambio de propuestas, exposición de intenciones, o
argumentación de utopías. A riesgo de cometer s­ implificaciones,
intentaremos aquí resaltar otras temáticas, ­instrumentos teóricos

37
Todos ellos señalaban la predominante barbarie o salvajismo de los ameri-
canos que diagnosticaban con base en un determinismo climático. En cuanto
a los españoles, como se ha de recordar, Raynal consideraba que eran “raza
degenerada”. Véase Brading, Orbe indiano, pp. 458-482.
38
Rosetti, “De destierros, desvíos y ventriloquias”, p. 10.

71
y perspectivas que pueden sernos útiles para una relectura de los
escritos del renegado dominico ­Servando.
El gran pecado de Mier –el insufrible egocentrismo–, puede
ser retomado a la luz del escrito de Ludivina Cantú para pen-
sarlo como estrategia de persuasión en una causa de orden po-
lítico. Quienes han dedicado su estudio a los diferentes escritos
del ex fraile saben que, independientemente de su naturaleza,
eran frecuentes los deslizamientos autobiográficos. Ello ocurrió
también en dos textos esencialmente políticos: Memoria política-
instructiva, escrita en agosto de 1821 que estaba dirigida a los
liderazgos independentistas del Anáhuac –palabra con la que re-
bautiza a Nueva España– y Discursos de las profecías, dirigido al
Congreso Constituyente en 1823 sobre las nefastas consecuen-
cias que advierte sobrevendrán al adoptar el tipo de federación
que estaba por implantarse al aprobarse el Acta Constitutiva de
la Federación Mexicana. En un análisis intertextual de estos tex-
tos, Cantú observa cómo opera el deíctico Yo en la escritura del
novohispano. Esta pieza en Memoria política-instructiva aparece
fragmentaria y marginal, pero termina por ser central. Cantú ex-
plica ese desplazamiento al observar que la voz autobiográfica no
es la del individuo; tiende a ser la del patriota, del guía, de quien
tiene autoridad, del político. Esa diferencia en función permite
entender que no hay afán protagónico o sicológico, agrego. Mier
convierte el Yo de posición secundaria y accesoria, en intertexto
de un mundo en gestación, es decir, el sujeto individual que
transmuta en el discurso en sujeto social.39
El relato exaltado en Mier de sí mismo es también de interés
para Mariana Ozuna, en coincidencia con el anterior estudio.
En el sermón guadalupano el Yo de Mier presta cuerpo y voz a
sentimientos y sensaciones de un grupo al que arranca “por un
momento, de la expresión clandestina”;40 de esa manera atiende
a una exigencia social. Ya en las Memorias, el Yo irrumpe para
probar dominio temático y para ostentar erudición. Ambos es-

39
Cantú Ortiz, “La subjetividad del yo”, p. 8.
40
Ozuna Castañeda, “Mier en su escritura”, p. 675.

72
critos convalidan la tesis de los múltiples géneros que Mier pone
en ejecución en sus escritos, lo mismo que estilos, intertextos e
ironía como figura retórica. Por estos medios, el autor y sujeto
defendido queda posicionado en el escrito autobiográfico como
autoridad y hombre sabio; como sujeto cuyas vivencias están
despojadas de especificidad particular. Así logra atraer al lector a
su punto de vista y situar sus experiencias individuales en “la di-
mensión colectiva”.41 Es así como Mier fusiona libertad personal
con Libertad colectiva, y los contrarios, como instrumentos de
la causa independentista.
Poniendo también en juego algunos de estos elementos, Be-
goña Pulido ha lanzado otra tesis: los escritos de fray Servando
son en general textos políticos por contenido e intención. Ar-
gumenta que los mensajes adquieren esta naturaleza gracias al
variado empleo de diferentes estilos en los que el autor respeta
los cauces de la retórica. A través de tales formas de escritura,
Mier denuncia y censura la injusticia que en él encarna, pero
que no le es privativa. Pulido nos sugiere que Mier ejerce en la
escritura una suerte de pedagogía que instruye sobre la verdad
de tal condición. Igualmente nos sugiere que las Memorias en
particular, heterogéneas en estilo y redactadas como textos de
defensa, justificación de acciones (que incluyen su pensamien-
to) y aclaración de hechos, combina la tediosa argumentación
jurídica con fuertes sentimientos (de desprecio y resentimien-
to) que conduce a sus lectores hacia una propuesta de futuro,
esencialmente. Quien ha de juzgar las acciones y pensamiento,
apunta Pulido, serán los hombres de la posteridad. Esa apuesta
hacia adelante puede avistarse en la distinción de temporalida-
des del Yo: el de la enunciación y el objeto de la representación.
Es ese trabajo de separación y desenredo de las temporalidades
lo que le permite dudar –en coincidencia con nuestra propia
apreciación de carácter intuitivo–, acerca del supuesto encomio

41
Ozuna Castañeda, “Mier en su escritura”, pp. 680-683.

73
s­ervandino a la monarquía constitucional como forma de go­
bierno y del momento de adhesión al republicanismo.42
A la luz de lo antes expuesto, y considerando estos y otros
fenómenos que ocurren en el campo lingüístico, creemos que
es necesaria la relectura de los escritos de Mier, sean los que
clasificamos como autobiográficos o los claramente políticos.
Los juicios sobre enunciados verdaderos, fantasiosos, falsifica-
dos, inventados, exagerados, plausibles o deformados, emitidos
desde el tribunal de la historia, formulados como veredicto o
repetición acrítica, sin cuestionamiento alguno, pueden cerrar
caminos de indagación y no parecen ser los procedimientos del
historiador, sino del juez.43 Carlo Ginzburg ha reflexionado ilus-
trativamente sobre la diferencia entre un oficio y otro; en el libro
dedicado a ese tema ha recordado que cuanto los historiadores
más nos sustraemos a la refutación, tanto más nos exponemos al
error.44 El enjuiciamiento es tan poco provechoso como dejar de
interrogar a la fuente. Y en el caso de las obras de Fray Servan-
do, las repeticiones de ese corte han sido innumerables. Alfredo
Ávila hacía esa observación cuando afirmaba que el pensamien-
to de Mier era mejor conocido que su biografía; las biografías
del ex dominico, salvo en dos casos, agregó Ávila, en realidad
son una nueva versión de las Memorias; en sus propias palabras:
“no son sino meras repeticiones de lo que él creía e hizo creer a
muchos”.45 Así que por estos problemas parece que las biografías
y los escritos autobiográficos de Mier más que instrumentos de
la investigación histórica, han sido un modo de huir de ella,
parafraseando a Ginzburg.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que los escritos au-
tobiográficos de Mier, legados como manuscritos, borradores

42
Pulido Hernández, “Entre lo festivo y lo trágico”, pp. 20-48.
43
Cercas, El impostor.
44
De acuerdo con él, las diferencias están relacionadas con el uso del poder
y del saber, así como la relación entre testigos y los contextos. Ginzburg, El
juez y el historiador, pp. 83, 98 y 112.
45
Ávila, “Servando Teresa de Mier”, p. 15.

74
y algunos impresos fueron reclasificados y en cierta forma re-
nombrados por terceras personas al ser publicados después de su
muerte. Así, los escritos que hoy reconocemos como Memorias
no formaron en su origen un solo escrito aun cuando es posible
que su autor haya pensado que podrían ser reunidos para su
ulterior publicación. Quienes se ocuparon de esta tarea, cier-
tamente mantuvieron las señas de identidad de cada parte; en
general consideraron que todos ellas tienen la común elección
del religioso de escribir sus seleccionados recuerdos en primera
persona, pensando en la posteridad.
Los dos primeros escritos autobiográficos que vieron la luz
de forma incompleta fueron los manuscritos encontrados entre
los papeles de la herencia de José Bernardo Couto, piezas de
1819 en las que “no puede prescindir del yo”.46 Por iniciativa
de Manuel Payno en 1865, “Apología” y “Relación de lo que
sucedió en Europa y otros fragmentos” fueron publicados bajo
el título Vida, aventuras, escritos y viajes del Dr. Servando Teresa
de Mier. En 1917, Alfonso Reyes recuperó una mejor versión de
ellos y renombró la publicación como Memorias de Fray Teresa
de Mier.47 Antonio Castro Leal decidió editar las Memorias en
1946 uniendo a los textos anteriores, dos más: el “Manifiesto
Apologético” y la “Exposición de la persecución”, manuscritos
recientemente hallados y publicados dos años antes.48 Esos fue­
ron algunos avatares que vivió la obra. Pero aparte de ser escritos
en primera persona, los cuatro textos ¿tenían el mismo objetivo,
función y público al que iban destinados?
Además, hay que decir que los recortes, unión y definición
de la secuencia de los cuatro escritos principales tampoco coin-
ciden, y no siempre los compiladores especifican en cada versión
las razones de las intervenciones que hicieron a la hora de unir
los manuscritos. Tradicionalmente se consideró que la “Apolo-
gía” y el “Manifiesto Apologético” podían ser clasificadas como

46
Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, pp. 551-555 y 737-740.
47
Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, pp. 558-559 y 688.
48
Ortuño Martínez, “Presentación”, p. 13.

75
la autobiografía formal del padre Mier, en tanto que en ellos era
señalado y constante el tono autorreferencial; no había desvia-
ciones ni deslizamientos yoicos en la narración, puesto que ese
era el propósito de los contenidos.49 En otros casos, “Apología”
y “Relación” son consideradas las originales piezas autobiográ-
ficas, que formaban un solo e inseparable texto bicéfalo; los dos
manuscritos adicionados en 1946 tendrían también esa caracte-
rística, entre sí eran bicéfalos, aunque serían una prolongación
de los primeros.50
Ya apuntamos antes que, vista desde la literatura, la prosa de
Mier se valió de distintos géneros y estéticas. De acuerdo con los
especialistas, tal variedad aparece reunida, casi en su totalidad,
en las Memorias como hoy las conocemos: testimonio, memo-
ria, libro de viaje, relato novelesco, ensayo, relato de aventuras,
picaresca, cartas, poemas, escrito legal, alegato político, escritura
hagiográfica, etcétera.51 Si predomina en ocasiones el escrito jurí-
dico, ha explicado Christopher Domínguez, es porque su sustan-
cia retórica fue provocada por el mecanismo de la Inquisición.52
Nos preguntamos, si ¿esto no cambia el sentido del texto en su
conjunto? Creo que para los historiadores convendría no olvidar
que las piezas fueron escritas en distintos momentos de su apren-
sión, dentro de una coyuntura de muy rápidos cambios políticos.
El trayecto que siguieron las Memorias, en resumen, nos hace
pensar que lo mejor fue nombrar a la obra reunida como tal, me­
morias, y no de otra forma; otro nombre pudo ser autobiografía,
pero afortunadamente no se lo eligió.53 Este último género está

49
O’Gorman, Prólogo, Ideario, p. X. Compartieron este punto de vista
­ odríguez O., “Introducción”, p. 8; Domínguez Michael, Vida de Fray
R
Servando, p. 554.
50
Manzanilla Sosa, “Elementos de poética histórica”, p. 23.
51
Mora Valcárcel, “Fray Servando”, p. 265. Pulido Hernández, “En-
tre lo festivo y lo trágico”, p. 20. Manzanilla Sosa, “Elementos de poética
­histórica”.
52
Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, p. 546.
53
Ricoeur nos ofrece una definición de este género: Una autobiografía es el
relato de una vida; es selectiva e inevitablemente sesgada. Es una obra literaria,

76
marcado por reglas de escritura bien establecidas. Mier, por otra
parte, no podía comprometerse con lo que hoy día conocemos
como pacto autobiográfico.54 Cuando el religioso las escribió no
estaba en condiciones de hacer una reflexión autocomprensiva
de su vida, ni podía volver la mirada al mundo intelectual para
reflexionar en público sobre su carrera. Difícil es imaginar a
­Servando escribir, en plena batalla por su libertad y por asegurar
la conservación de la Libertad de su patria, apenas independien-
te, de un modo apacible, ecuánime y autocomprensivo:

La escritura tiene una ventaja sobre la vida, porque en la escritu-


ra se pueden hacer borradores […] Pensamos en haber vivido lo
que se vivió como si fuese un borrador, algo que puede ser trans­
formado […]; tiene, sin embargo, una carga de pasión que hace
que escribir sea una de las experiencias más intensas de la vida.55

A pesar de lo antes dicho, los escritos de Mier reunidos como


Memorias son parte del mundo de las narrativas del pasado de
autorrefencia, escrituras autobiográficas o literatura del yo en
razón de que se encuentran dentro del espacio de vivencia del

que se basa en la distancia entre el punto de vista retrospectivo del acto de


escribir, de escribir lo vivido y el desarrollo cotidiano de la vida. Es un ejerci-
cio de autocomprensión escrito en la ausencia de distancia entre el personaje
principal del relato y el narrador. Ricoeur, Autobiografía intelectual, p. 13.
54
Por su parte Lejeune tiene su propia definición: “Relato retrospectivo en
prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su
vida individual y en particular en la historia de su personalidad”. El na­rrador
cuenta solo lo que él nos puede decir. Mantiene una clara diferenciación con
otros tipos de literatura personal. En sentido primario es una biografía escrita
por él interesado mediado por el tiempo. Pero lo que le caracteriza es el pacto
autobiográfico, en el que el personaje no tiene nombre en la narración, pero
el autor declara explícitamente que coincide con el personaje. Este contrato
de identidad sellado por el nombre propio supone el acto referencial, que se
resuelve por la forma “yo juro decir la verdad, toda la verdad, y nada más que
la verdad” que significa honestidad de decir, en lugar de “El abajo firmante”.
Lejeune, El pacto autobiográfico, pp. 50-51, 68, 72 y 76.
55
Piglia, Crítica y ficción, pp. 89-90.

77
sujeto, de evocación de pasados presentes, de construcción de la
imagen de sí mismo y de los otros. Especifican los especialistas,
tipo de “expresión subjetiva [en la que] se articula de modo elíp­
tico o declarado, y hasta militante, al horizonte problemático
de lo subjetivo”. Voz que pugna por hacerse oír, cuerpo que se
hace cargo de las palabras, que sostienen autorías, y testimonian
el trauma.56 Temprana expresión de la práctica de distinción y
autocreación en la que el relato de la vivencia, es el relato de lo
vi­vido por uno mismo, destacado intencionalmente del flu­jo de
lo que desaparece en la corriente de la vida. Lugares, rin­cones,
frases, citas, alusiones, paisajes forman una trama significante
que, en la fusión del instante y la memoria, revelan la potencia­
lidad de la vivencia.57
Dado uno de los avatares en la historia de la escritura auto-
rreferencial servardina, la elección del “Manifiesto Apologético”
para nuestra reflexión detenida consideró que es un texto valo-
rado como la mejor aportación literaria de Mier, al lado de los
dos originales textos de las Memorias.58 Así también por tener un
propósito singular. La redacción del “Manifiesto” fue acometida
bajo la creencia de estar perdidos los cuadernos de los escritos
anteriores (“Apología” y “Relación”) o en manos de los inqui-
sidores interesados en que ello sucediera. A su vez, la escritura
fue emprendida en circunstancias carcelarias más cruentas,59 si-
tuación que respondía a un gesto de la autoridad novohispana
para quien era importante indicar por los hechos que el preso no
podía gozar de los efectos benéficos de la vuelta del constitucio-
nalismo, nuevamente vigente.
En esas condiciones, en “Manifiesto” Mier amplió la tempo-
ralidad de su relato; incorporó diez años más de vivencias, lapso
en que se descubrió estar interesado por tomar parte activa de
los acontecimientos políticos para favorecer la independencia.

56
Arfuch, Memoria y autobiografía, pp. 14 y 19-20.
57
Arfuch, El espacio biográfico, pp. 34-36.
58
Mora Valcárcel, “Fray Servando”, p. 262.
59
Ortuño Martínez, “Presentación”, p. 9.

78
La narración es extensa, y prácticamente podría ser casi la de un
libro independiente. En la edición que consultamos el “Mani-
fiesto Apologético” ocupa 112 páginas y el manuscrito ocupaba
aproximadamente 60 pliegos. Asociado a este dato de amplitud
física y temporal de los dos escritos, está el interés que desper-
taron las variadas versiones que preparó Mier. Miquel I Vergés
y Hugo Díaz-Thome, editores de los papeles manuscritos, ex-
plican que encontraron más de una versión de ambos escritos.
La que publicaron resultó ser, a su juicio, la más completa y de-
tallada o la que pareció un texto definitivo. Además, agregaron
párrafos faltantes de la versión relegada e hicieron anotaciones y
comentarios sobre eventos y personajes mencionados a lo largo
del escrito. Para mantener la coherencia del texto, desecharon
lo que consideraron divagaciones del tema central. Afortunada-
mente en la publicación incluyeron en anexos los párrafos ex-
cluidos, lo que permitió retomarlos para hacer que participaran
de la valoración del documento completo. Trabajamos con el
escrito publicado en 1946, pero será necesario en otro momento
cotejarlo con las piezas originales.
El “Manifiesto Apologético” es materia idónea para observar
los procesos de recuerdo de la vivencia propia y del tipo de con-
figuración de la experiencia de quien fue un temprano adepto
de la independencia de Hispanoamérica y de Nueva España.
No se diferencia por contener alegatos religiosos, políticos y
jurídicos que daban fundamento y razones de decisiones y de
acciones de Mier.60 La singularidad hay que encontrarla en el
nuevo registro de las percepciones y posicionamientos persona-
les frente a los avatares en que Mier estuvo envuelto. Estando ya
pertrechados para distanciarnos del enjuiciamiento tradicional
a este tipo de escritos servandinos entramos en el terreno de la
originalidad de sentido y contenido del “Manifiesto”.
Nuestra propia lectura de los temas centrales que trata “Ma-
nifiesto Apologético” coincide en algunos puntos con anteriores

60
Característica que marcó antes a “Apología” y “Relación”. ­Benassy-Berling,
Saínt-Lu, Historia, p. LXXXVIII.

79
puntos de vista. Los editores de Escritos Inéditos,61 sostuvieron
que “Manifiesto Apologético” es una nueva relación de las vi-
vencias de Mier para afirmar no haber negado nunca en su Ser-
món de 1794 la tradición de Guadalupe. La falsa acusación de lo
contrario, expuesta por el arzobispo Haro en su famoso Edicto,
fue ciertamente fecundo estímulo de vida, en la que encontró
explicación de su aciaga vida y el ejemplo de lo que fue la polí-
tica española hacia América.62 Sin embargo, no podemos omitir
asentar nuestro desacuerdo con los superlativos usados por ellos.
Acordamos con Cristopher Domínguez en señalar que “Mani-
fiesto”, y antes “Apología”, no tienen por trama “la fuga sin fin
del doctor Servando Teresa de Mier, sino la predicación apostó-
lica de Tomás en América”; igualmente al interpretar que Mier
escribe para arreglar su pendencia, recuperar su honra como po-
testas scholastica.63 Indiscutiblemente O´Gorman y Mora Valcár-
cel, tienen razón en señalar que el tema de Guadalupe no fue el
único, y no siempre fue el principal. Fray Servando, apuntan,
dedicó vida y talento a la causa de la independencia hispanoa-
mericana; adquirió en él tal intensidad que desplazó la anterior
“obsesión” por la Virgen de Guadalupe, tema espiritual de carác-
ter político-intelectual, del que solo se ocupará para pre­parar su
defensa luego de volver a caer preso.64 De acuerdo.
Ya adentrándonos en la hechura del escrito, nos inclina-
mos a pensar que, probablemente en el torneo por la verdad,
los historiadores hemos acallado involuntariamente la voz del
ex fraile. Hay una exposición muy clara de la razón por la que
Mier volvió al sermón de Guadalupe de 1794, la cual no con-
valida la reiterada tesis de la obsesión servandina sobre el tema.

61
Además, consideran que “Manifiesto” fue escrito para combatir el aburri-
miento provocado por el enclaustramiento. Son otras las palabras de Mier. Él
dice que las proposiciones sobre la predicación de Santo Tomás anterior a la
llegada de los españoles fueron demostradas en su “Apología”, la “que, por no
tener otra cosa que hacer, escribí en la inquisición”. Mier, “Manifiesto”, p. 59.
62
Vergés y Díaz-Thome (int.), Escritos Inéditos, pp. 26 y 27.
63
Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, pp. 554 y 555.
64
O’Gorman, “Prólogo”, p. XIV. Mora Valcárcel, “Fray Servando”, p. 261.

80
Mier explica en el “Manifiesto” que lo creyó cerrado al escribir
la “Apología”, donde continuó y profundizó su estudio; creía
que había demostrado la validez de sus tesis. Anotó que volvía a
atender el sermón a causa de continuar repitiéndose en Nueva
España, “las mismas equivocaciones” contra él y contra el doc-
tor Juan Bautista Muñoz, en referencia a contener en el sermón
proposiciones “exóticas e infundadas”.65 Mier conocía ese hecho
al ver la disertación del doctor Gómez Marín pronunciada hacia
1819 en el oratorio de San Felipe de la Ciudad de México. Agre-
guemos que únicamente las veinte primeras páginas, de ciento
veintinueve que tiene el “Manifiesto”, las dedicó al sermón a la
virgen y a las consecuencias que tuvo para él.
Lo interesante es que, al retomar el punto, el tipo de abordaje
que emplea Mier despoja a la argumentación de cualquier tono
religioso, enfatizando la dimensión política del escrito. Esto lo
podemos ver al contrastar enunciados, palabras clave, omi­siones
y agregados en frases y argumentos principales que son comunes
a “Apología y “Manifiesto Apologético”. En efecto, en ambos
documentos aparecen las acusaciones contra el arzobispo Anto-
nio Núñez de Haro y el provincial dominico, Domingo Gan-
darías, de desacreditar, perseguir y castigar a Mier por envidia y
odio, sentimientos que albergaban hacia cualquier otro america-
no sobresaliente;66 igualmente los acusa de engañar y burlar a los
creyentes con la falsa especie de haber Mier predicado en contra
de la tradición guadalupana.67 Movidos por tales sentimientos,
apuntó, dichas autoridades religiosas tomaron decisiones al mar-
gen de la legislación vigente (bulas, leyes de Indias, privilegios
de los regulares)68 que lo pusieron en la cárcel, anularon las re-
tractaciones escritas a petición, así como la retractación de las
retractaciones. A ello le siguió la censura, amenazas y castigos

65
Asunto que trata en diez páginas de 112. Mier, “Manifiesto”, p. 59.
66
Mier, “Manifiesto”, p. 39; Mier, “Apología”, pp. 7 y 89.
67
Mier, “Manifiesto”, pp. 41 y 44-45; Mier, “Apología”, pp. 6, 8, 39-42 y 81.
68
Mier, “Manifiesto”, pp. 45-47 y 53; Mier, “Apología”, pp. 43, 83-84, 93,
96, 110 y 157.

81
impuestos por el Edicto, que incluyó el destierro por diez años,
sin derecho de apelación.69
Mier igualmente reitera que la represión del arzobispo fue con-
tra él, pero también fue generalizada; aquellas disposiciones eran
una mordaza para todos. En Nueva España se tuvo que guardar
silencio sobre los principios de la iglesia americana y sobre las glo-
rias de América.70 Recuerda que la idea de la prédica del Evangelio
en América por Santo Tomás siglos antes de la conquista, unida a
la proposición de ser genuina y legítima la tradición de Guadalu-
pe, contenidas en el sermón de 1794, estaban documentadas en
investigaciones e indagaciones que le eran contemporáneas: las
del doctor Bartolache, del licenciado Borunda. También estaban
basadas en relatos de autoridades como Torquemada, el arzobispo
de Lima (quien prodigó cuidados especiales a las inscripciones y
vestigios de las manos y pies de Santo Tomás) y los canónigos
de Guadalupe.71 A su vez, no excluye decir que distinguidas au-
toridades científicas no había encontrado sus tesis perniciosas o
despreciables, apuntó Mier. Refiere al dictamen de la Real Aca-
demia de la Historia y las palabras que interpreta del barón Von
­Humboldt.72 Es decir, Servando reiteró en “Manifiesto” que las
ideas escritas en su sermón eran socialmente compartidas, tan era
así que el ayuntamiento de México pensaba publicarlo.73 El casti-
go que se le impuso, alcanzó entonces dimensiones s­ociales.
Al escribir el “Manifiesto”, Mier detuvo la pluma en el dic-
tamen de la Academia de 1799, como lo hizo en “Apología”.
Tal y como lo presenta, le fue absolutamente favorable: en el
sermón no había motivo de censura teológica.74 Uno entiende

69
Mier, “Manifiesto”, pp. 46, 48 y 52; Mier, “Apología”, pp. 9, 87-90,
­92-93, 137 y 187.
70
Mier, “Manifiesto”, pp. 49, 52; Mier, “Apología”, pp. 16, 92 y 147.
71
Mier, “Manifiesto”, pp. 41, 43; Mier, “Apología”, pp. 3, 6, 8,15, 39, 41 y 42.
72
Mier, “Manifiesto”, p. 50-51; Mier, “Apología”, pp. 214-220 y 259.
73
Mier, “Manifiesto”, pp. 40-43.
74
También se indicó que fue un proceso plagado de maniobras e ilegali-
dad, ignorancia y malignidad. Además de considerar al edicto del arzobispo
como infamatorio, por lo que debía retirarse de circulación. Finalmente, la

82
que esperaba ser liberado de inmediato. Ello no ocurrió; la auto­
ridad civil ordenó completar el tiempo de su destierro, ahora en
Salamanca, motivo por el que se fugó hacia Francia. Ha llamado
la atención que no le perturbara haber salido del dictamen “des­
provisto de todo crédito intelectual”.75 Ni se detiene en la consi-
deración de los académicos según la cual las ideas que defendió
eran débiles argumentos que defendían opiniones populares a
fuerza de ingenio o conjeturas.76 Tampoco siquiera le estremece
que alguien las piense como fábulas o superstición.77 En “Apo-
logía” ya lo había dicho en medio de un mar de datos, especies,
documentos, etcétera:

¿Qué importaba el prescindir de si era fábula o no la tradición de


Guadalupe, si constaba que yo no la había negado, y que aun cuando
la hubiese negado, el arzobispo no tenía jurisdicción en mí, su senten-
cia era nula y contraria al patronato real? Y ¿no se me hacía agravio
en mantenerme desterrado a dos mil leguas de mi patria, después de
seis años de prisiones injustas y tantos atropellamientos […]?78

Lo que sí importaba a Servando era demostrar la injusticia co­


metida contra él. En “Manifiesto Apologético” hay una i­ n­tención
de subrayar que la padeció en tanto criollo, motivada por la di-
ferencia de intereses que existía entre españoles y ame­ricanos;
era injusticia política. En resumen, se trataba de una cuestión
de la mayor relevancia por sobre el mérito o la honra personal.
A través del agregado, supresión y recorte de frases asociadas a
sus argumentos principales, el autor trasciende de lo personal a
lo social y hace de su memoria un documento de pro­paganda

declaratoria de injusta persecución que requería de indemnización. Mier,


­“Manifiesto”, p. 58; Mier, “Apología”, pp. 218-224.
75
Véase Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, p. 147.
76
Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, p. 146.
77
Hay una alusión a la tradición de Guadalupe como fábula y superstición,
pero en boca del padre Risco, quien frecuentemente temía contradecir al ar-
zobispo Núñez de Haro. Mier, “Apología”, pp. 221-222.
78
Mier, “Apología”, p. 226. Énfasis nuestro.

83
política para la causa independentista. En efecto, por estos pro­
cedimientos retóricos dibuja el rostro del otro que, por medio
de los resortes del poder, domina y humilla. Es decir, Servando
Teresa de Mier sistemáticamente transmuta en criollo, hombre
representativo de la situación que aquejaba a ese conjunto social
y el arzobispo Núñez de Haro, el otro, es la viva encarnación de
los “españoles”.
En efecto, la contradicción social es clara. Pero en lugar de
repetir aquel tono, en “Manifiesto” opta por evocarlo al exaltar
los logros que los americanos alcanzaron en materia de argumen-
tación religiosa sobre la presencia de Santo Tomás; las expresiones
seguramente no tienen respaldo documental. Escribió:

Sepan también mis paisanos […] que el anticuario y biblioteca-


rio doctor [T]rag[g]ia, cronista eclesiástico de Aragón, no dudó en
asegurar en plena Academia que los españoles cantarían el triunfo
sobre la predicación de Santiago, si tuviesen en su favor la décima
parte de las pruebas que los americanos alegan por la de Santo
Tomás.79

Con esta frase Mier parece estar empeñado en subrayar la su-


perioridad de los americanos, fuente de la envidia y furia de
los funcionarios reales españoles, que los lleva a comportarse
como “sultanes”,80 a violar sistemáticamente privilegios y nor­
mas vigentes. En “Manifiesto” destaca esas características cuan-
do asocia el comportamiento del arzobispo Haro a las alusiones
de Alcibíades y Constantinopla,81 referencias inexistentes en
“Apología”. Acento que repite en una exposición mejor hilva-
nada sobre el caso de censura contra el doctor Ferraras por ha-
ber negado la tradición de la virgen del Pilar, denunciando que
en su atrevimiento no fue removido de su curato en Madrid.

79
Mier, “Manifiesto”, p. 50.
80
Aspecto ya antes mencionado por Mier, “Manifiesto”, pp. 39-40 y 51;
Mier, “Apología”, pp. 15, 91 y 95.
81
Mier, “Manifiesto”, pp. 44-45.

84
Abiertamente desnuda las razones por las que se había cometido
injusticia contra él y los americanos:

Pero sepan mis paisanos, que aunque sobre este punto principal
y directo del sermón se desentendió efectivamente el arzobispo
Haro, los canónicos censores no lo hicieron así, sino que después
de varios caracoleos serviles en obsequio de su jefe, pidieron su
venia para decir su opinión. Y es que efectivamente el Evangelio se
había predicado en América antes de la conquista.82

No es posible extendernos más; demos paso a las últimas re­


flexiones. El cura «trotamundos», observador de las Memorias,
se desvanece en “Manifiesto Apologético”. Su experiencia eu-
ropea, que arraiga la superioridad americana, es muy re­sumida;
la narración se caracteriza por saltos temporales que Mier da
desde que concluye el tema guadalupano hasta 1816. Mier jus-
tifica el vacío temporal con la bien conocida frase: “Para con-
tinuar mi Manifiesto sobre lo que más interesa al presente, mi
honor, es necesario contar lo que se subsiguió hasta mi r­egreso
a México”.83 Con ello parece invitar al lector a ser cómplice de
un retorno al relato sobre lo personal. Pasan precipitadamente
los años de apertura intelectual, retorno a París, viaje a Roma,
estancia en Portugal, combates en Valencia y llegada a Cádiz. Un
poco se detiene en resumir algunas tesis centrales del capítulo
XIV de la Historia de la Revolución de la Nueva España, por la
que justifica la ruptura del vínculo con la monarquía española.
De ahí rápidamente va a Nuevo Orleans, 1814. Aquí no hay
nada que pudiera hacer suponer que Mier se retrata como un
aventurero.
A partir de ahí narra con detalle, siguiendo el esquema ante-
rior, cómo se convierte en prisionero político; cómo en él encarna
un sistema de dominación monárquico signado por la perfidia,
crueldad, promesas falsas y engaño. Fórmula política que tenía

82
Mier, “Manifiesto”, pp. 49 y 50.
83
Mier, “Manifiesto”, p. 60.

85
por único móvil conservar a una colonia, “un mundo sembrado
de Oro y Plata”, bajo una segunda conquista.84 Los virreyes de-
jan de ser sultanes para convertirse ahora en tiranos que condu-
cen Nueva España bajo las teorías de Garnier: violan el derecho
de gentes y los principios del cristianismo. Esta vez la denuncia
alcanza a la figura del rey, cuidándose de no aparecer como el
responsable de sus palabras, pues las atribuye a ­Carlos III.85 Si-
gue entonces un pormenorizado listado de agravios: promesas
huecas, traiciones compradas, cárcel después de pedir el indulto,
muerte civil. Como en la conquista, el reclamo de clemencia fue
seguido de atentados contra el derecho de gentes. Poner freno al
poder, esa debía ser la meta:

Que si [la revolución] aparece en gran parte apagada exteriormen-


te, no arde menos reconcentrada en los ánimos ulcerados con el
despotismo, mucho más chocante después que se han vuelto a pro-
clamar los derechos del pueblo en la Carta de su libertad. Un soplo
haría reventar la insurrección como un volcán. Ya lo anuncia un
murmullo semejante al que precede las erupciones. El humo no
ha cesado y progresa porque nada se cumple; con nada se puede
contar; prosiguen en su mayor parte las cadenas; la constitución
está manifiestamente violada en su parte más esencial que es la
libertad individual.86

También desvela la función de los inquisidores como funciona-


rios estatales antes que ministros ocupados de los asuntos reli-
giosos. Sigue la enumeración de denuncias contra las autorida-
des en la que se dibuja el perfil de un liberal, así también la de un
religioso defensor del concilio de Pistoya. Su caso, relatado con
cierto detalle, pretende salvarlo de culpas y castigos, aun cuando
no pierde oportunidad de acusar al Santo Oficio como cómplice

84
Mier, “Manifiesto”, pp. 80-81.
85
Las frases atribuidas dicen: “Doy mi palabra de caballero porque la de Rey
no vale nada”, Mier, “Manifiesto”, p. 82.
86
Mier, “Manifiesto”, p. 84.

86
de la tiranía. No son menos los reproches dirigidos contra las
instituciones constitucionales. Sentencia que confirma el seguir
bajo despotismo.87 Leyes inequitativas, leyes inobservadas, pac-
tos onerosos, ese es el tono con el que irá cerrando su discurso.
Finalmente, de las lecturas que se han ocupado de “Manifies-
to Apologético” llama la atención el desacuerdo que existe acerca
de la posición de Mier respecto a la forma de gobierno por la
que adhiere. Aquí hay un cambio radical, apunta O’Gorman:
Servando arremete contra el modelo inglés.88 Cristopher Do-
mínguez, en cambio, ve que este escrito que cierra una etapa de
la evolución política de Mier, sostiene que la monarquía consti-
tucional es el régimen deseable para la Nueva España.89 No he-
mos encontrado una frase contundente al respecto. Pero la frase
recogida antes, atribuida a Carlos III, indica que Mier piensa
que ni los propios monarcas tienen respeto por aquella investi-
dura. Igual opinión sostiene, si no entendimos mal, Yael Bitrán
Goren.90 Al momento en que escribe, 1820, ciertamente ya no
son elogiosas las palabras dirigidas a Inglaterra:

Aún en Inglaterra llaman a sus obispos las columnas del despotis-


mo; y no dejarán de serlo hasta que se restituya al pueblo el dere-
cho de elegirlos, que le compete por la primitiva, pura y legítima
disciplina de la Iglesia.91

Efectivamente, hay un desencanto, pero aún no hay una abier-


ta inclinación por la república bajo el modelo estadounidense.
Sin embargo, hay claros coqueteos cuando afirma que Estados
Unidos no conquista, como no lo hicieron los incas; invita a
ser parte de una confederación fraternal para convidarnos de la

87
Mier, “Manifiesto”, p. 104.
88
O’Gorman, “Prólogo”, p. XXIII.
89
Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, p. 582.
90
Bitrán Goren, “Servando Teresa de Mier”, p. 70.
91
Mier, “Manifiesto”, p. 108.

87
libertad y prosperidad de que disfrutan.92 La naturaleza política
de “Manifiesto” cierra, fundamentalmente con el llamado a los
compatriotas a tomar la decisión, superar la división que es la
causa de aquel dominio tan injusto.

Consideraciones finales

Bajo esta lectura, el “Manifiesto Apologético”, redactado bajo


el deíctico Yo difícilmente puede sostenerse como un texto au-
tobiográfico. Nos resulta forzado el que haya sido clasificado
dentro de la Memoria. En cambio, creemos que es un texto in-
dependiente, de propaganda política, extenso, por el que la vida
individual se confunde y funde en la causa de independencia. Un
tratamiento similar y, por tanto, más cuidadoso requiere la parte
dedicada al período 1814-1820 para explorar mejor el cierre de
la obra. Por ahora solo hemos dado un paso y un acercamien-
to para repensar las propuestas políticas de Servando Teresa de
Mier fuera de prejuicios y tratando de dejarlo libre de exigencias
políticas que corresponden a nuestra contemporaneidad. Para
lograrlo de manera definitiva tendríamos que volver al espíritu
y mentalidad revolucionarios de la época, por un lado. Por otro,
tendríamos que profundizar en la vocación voluntarista que hizo
llegar hasta donde llegó no solo la Revolución Francesa; también
a los despotismos ilustrados.

92
Mier, “Manifiesto”, p. 128.

88
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94
México en las Memorias de M. N. Roy:
nostalgia, devoción política e historia1

Daniel Kent Carrasco

Introducción

En las Memorias del ideólogo y activista itinerante Manabendra


Nath Roy (1887-1954) leemos que durante la segunda mitad de
la década de 1910 experimentó “una mutación (en su) evolución
política: un repentino salto de un empedernido nacionalismo al
Comunismo.” Unas cuantas líneas después, agrega: “Todo co-
menzó en México”.2
México fue el país en el que Roy transitó desde el naciona-
lismo hacia el comunismo, y en el que se le abrió un horizonte
ideológico y político insospechado.3 Sin embargo, en la historio-
grafía política e intelectual de la izquierda en México, Roy, ha
ocupado el lugar de una mera curiosidad anecdótica. Es margi-
nalmente conocido como uno de los impulsores y fundadores del
Partido Comunista Mexicano en 1919, y como uno de los pri-
meros representantes de la delegación mexicana en los Congresos

1
Este texto fue preparado con apoyo del Programa de Becas de Postdoctorado
en la Universidad Nacional Autónoma de México. Agradezco los comentarios
y sugerencias de los asistentes y organizadores del Coloquio “La Autobiogra-
fía: experiencias y problemas heurísticos” celebrado en la Benemérita Univer-
sidad Autónoma de Puebla en junio de 2017.
2
Roy, Memoirs, pp. 59-60. La traducción de los fragmentos empleados en
este ensayo de las Memorias de Roy es del autor.
3
Al respecto véase Kent Carrasco, “M. N. Roy en México”.

95
de la Tercera Internacional Comunista de 1920 en Moscú. Por
otro lado, su importancia para la historia global de la izquierda
y el comunismo es reconocida desde hace décadas, en especial
por la importancia de sus famosas tesis sobre la cuestión colonial
presentadas en contraparte a los argumentos de Lenin en el Con-
greso de la Internacional Comunista de 1920 en Moscú.4
En las siguientes páginas veremos que, a pesar del lugar mar-
ginal que ocupa en la historiografía mexicana, Roy consideró a
México como uno de los escenarios centrales en el drama de su
fascinante vida, la cual estuvo marcada por vínculos intelectuales
improbables y audaces travesías ideológicas e intercontinentales,
que lo llevaron de Calcuta a Moscú, pasando por México, Ber-
lín y China, y del nacionalismo anticolonial al internacionalismo
comunista. A pesar de haber literalmente cruzado el planeta y
haber pasado largos períodos de tiempo en eeuu, Alemania, la
Unión Soviética, China, Kazakstán y, por supuesto, India, en sus
memorias México es el país que describe con mayor añoranza y
detalle. A pesar de la lejanía geográfica y cultural respecto a su
natal Bengala, México, no le resultaba ajeno. Al contrario, el país
le era familiar y en él encontró un refugio y una plataforma para
el despegue meteórico de su posterior carrera política. México
fue, en sus propias palabras, el lugar en el que vivió una revolu-
ción, en el que vio reflejados y entremezclados los ideales del an-
tiimperialismo, el socialismo y el cosmopolitismo que defendería
durante el resto de su vida.
En este ensayo se analiza la estadía de Roy en México entre
1917 y 1919 a través de un comentario sobre sus Memorias,
publicadas en 1964, y de otras fuentes, sobre todo periodísti-
cas, que dan cuenta de la estadía de Roy en aquel país. En este
sentido, se teje un texto polifónico en el que el testimonio au-
tobiográfico del propio Roy se engarza con los que aquellos que
socializaron con él y participaron de los mismos procesos inte-
lectuales y políticos. Nos mueve la intención de demostrar que
el surgimiento de la convicción política de uno de las figuras

4
Al respecto véase Haithcox, “The Roy-Lenin Debate”.

96
más importantes de la historia internacional de la izquierda en
las primeras décadas del siglo xx estuvo íntimamente ligado a su
experiencia personal en el México revolucionario. En lo que vie-
ne, nos serviremos de este texto autobiográfico para abordar las
primeras décadas del siglo xx en México con la intención de mi-
rar con nuevos ojos las posibilidades ideológicas, intelectuales,
políticas y materiales que le ofrecieron al joven Roy y, a través de
él, vincularon el caótico proceso de la Revolución mexicana con
corrientes de transformación tomando forma a escala interna-
cional. Al mismo tiempo, resaltaremos la elocuencia con la que
sus Memorias ilustran la importancia de la experiencia personal,
fundamentalmente en la juventud, en la formación de la subje-
tividad y la devoción políticas. Al mismo tiempo, argumenta-
remos que sus Memorias, con todos sus defectos y limitaciones,
ofrecen un recurso excepcional para la reflexión en torno a la
importancia de vínculo entre la convicción política e ideológica
y la vivencia de un contexto histórico definido.

Descubriendo la revolución (en California)

Roy llegó a México por accidente. Durante 1915, el joven en-


tonces conocido como Narendra Nath Bhattacharya, emprendió
un aventurado viaje desde la India Británica a través de varios
puertos del Pacífico asiático como representante de la asociación
terrorista anticolonial Yugantar. Su objetivo final era llegar hasta
Berlín y establecer contacto con una red transnacional de radica-
les indios exiliados que formaban el núcleo del Comité Indio de
Berlín, el cual recibía el apoyo del gobierno alemán enfrentado
al Reino Unido. Tras una serie de estancias cortas en diferentes
puertos, nuestro protagonista desembarcó en California en el ve-
rano de 1916, desde donde comenzó a buscar la manera de al-
canzar la costa Atlántica de Norteamérica para seguir su trayecto
hacia el Viejo Mundo. Sus planes pronto se complicaron debido
a la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mun-
dial. Esto trajo consigo el incremento ­notable de la persecución
de los activistas anti británicos presentes en el país, en especial en

97
la costa del Pacífico. Hasta su llegada al continente americano,
Roy era un defensor de los ideales más radicales del nacionalismo
anticolonial indio. Su objetivo, y lo que lo impulsaba en su viaje
a través del mundo hacia Berlín, era el sueño de la independencia
de la India y el final del imperialismo británico.
Sin embargo, en California Roy entró en contacto con un
entorno marcado por lo que ya entonces se conocía como la
revolución mexicana. Desde mediados de la década inaugural
del siglo xx, numerosos activistas y políticos anarquistas y de iz-
quierda en California consideraban la naciente movilización en
contra del régimen de Porfirio Díaz como parte del proyecto de
la emancipación de los oprimidos alrededor del mundo. Figuras
como el periodista John Kenneth Turner y Job Harriman, can-
didato a vicepresidente en la campaña presidencial del socialista
Eugene Debbs en 1900, eran cercanos al grupo encabezado por
los hermanos Flores Magón y encabezaban a un nutrido grupo
de radicales al norte del Río Bravo que veían la lucha revolu-
cionaria en México como una causa eminentemente justa y un
ejemplo moral para la izquierda estadounidense. En palabras de
Claudio Lomnitz, la Revolución mexicana, “hija bastarda de la
Gran Revolución” francesa había “engendrado una primavera en
California”5 alrededor de 1910.
Durante sus primeros meses en los Estados Unidos, Roy fue
hospedado por Dhana Gopal Mukherji, un profesor de la Uni-
versidad de Stanford, en Palo Alto. A través de los contactos de
Mukherji entre la comunidad radical del área de San Francisco,
Roy entró en contacto con David Starr Jordan, rector de Stan-
ford y vice-presidente de la Liga Anti-Imperialista Americana,
y con el gobernador de Yucatán, Salvador Alvarado, un general
célebre por sus tendencias socialistas y su abierta oposición a los
hacendados de la península. Asimismo, Mukherji sirvió de en-
lace entre Roy y la red de activistas e ideólogos anarquistas que,
desde la primera década del siglo xx, formaban el núcleo de la
Asociación Hindi de la Costa del Pacífico y el entonces desapa-

5
Lomnitz, El regreso del camarada, p. 19-23.

98
recido periódico Ghadar. Los grupos de activistas anticoloniales
indios reunidos alrededor de este periódico y la ahcp estaban
localizados principalmente en la zona de San Francisco, Sacra-
mento y el Imperial Valley del norte de California. En términos
ideológicos defendían una ecléctica mezcla de política revolu-
cionaria, inspirada por el nacionalismo romántico de Giuseppe
Mazzini, el impulso anti Británico del partido independentista
irlandés Sinn Féinn, y el anarco-sindicalismo defendido por gru-
pos como el Partido Liberal Mexicano (plm), fundado por los
hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón en la ciudad de San
Luis, Misuri, en 1905.6
Es probable que la primera noticia que Roy tuvo sobre el pro-
ceso revolucionario tomando lugar al sur del Río Grande le haya
llegado a través de su contacto con estas redes de indios en Ca-
lifornia. La abierta colaboración entre grupos de anarquistas de
diversos orígenes étnicos –desde argentinos e italianos hasta ju-
díos de Europa del Este, japoneses e indios– ha sido señalada por
historiadores de la izquierda radical en los Estados Unidos como
un elemento central del movimiento sindicalista en las prime-
ras décadas del siglo xx.7 Entre los grupos de extranjeros más
importantes en este entorno estaban, sin duda, los seguidores
y promotores del Partido Liberal Mexicano. El plm colaborada
cercanamente con círculos anarquistas, sindicalistas y socialistas
en ambos lados de la frontera y, hasta antes de la redacción del
Plan de San Luis de Francisco I. Madero, era visto en Estados
Unidos como el principal polo de oposición al régimen de Por-
firio Díaz. Al mismo tiempo, el periódico editado por el plm,
Regeneración, circulaba en ambos países y a través de las redes del
movimiento sindicalista.8

6
Al respecto véase Ramnath, Haj to Utopia; Puri, Ghadar Movement; Sohi,
“Race, Surveillance and Indian Anticolonialism”.
7
Véase Zimmer, Immigrants against the state; y Heatherton, “University of
radicalism”.
8
Al respecto véase el capítulo “La causa mexicana”, en Lomnitz, El regreso del
camarada, pp. 71-88.

99
Desde por lo menos dos años antes de la llegada de Roy a
California la causa de anarquistas indios y mexicanos en la re-
gión se habían vinculado a través de la colaboración personal,
editorial e ideológica entre ambos bandos. En la primera plana
de la edición del 18 de abril de 1914 de Regeneración, por ejem-
plo, se lee la denuncia de los magonistas contra la deportación
del líder indio Har Dayal, editor del periódico Ghadar y prin-
cipal promotor del antiimperialismo británico en California, el
cual es descrito como un gran “filósofo Indostano y campeón
de la Revolución Social”.9 Por otro lado, a principios de aquel
año, 1914, el editor de la sección inglesa de Regeneración y socio
cercano de los hermanos Flores Magón, el anarquista británico
nacido en la India, William C. Owen, había comenzado a edi-
tar Land and Freedom, el periódico publicado desde el Instituto
Bakunin en Hayward, un centro de entrenamiento anarquista
administrado por el propio Har Dayal y encabezado por mi-
grantes indios.10
A principios de 1917, tan solo seis meses después de la lle-
gada de Roy a los Estados Unidos, el gobierno de este país co-
menzó una agresiva campaña en contra de los círculos radicales
indios activos en la costa del Pacífico. En abril, un total de 105
indios fueron acusados de violar las leyes de neutralidad vigentes
en los Estados Unidos dando paso al muy publicitado juicio de
la “Conspiración Hindú-Alemana”, el cual se convertiría en el
más largo y costoso de la historia del país hasta el momento.11
Poco después, Roy, que había viajado a Nueva York con la in-
tención de zarpar hacia Europa, fue arrestado en medio de la
creciente ola de represión en contra de anarquistas y socialistas

9
“Contra la deportación de Har Dayal”, en Regeneración, 18 de abril de 1914,
p. 1.
10
Zimmer, Immigrants against the state, p. 106.
11
Ramnath, “Two Revolutions”, pp. 16-17 y Fraser, “Indian and German
Revolution”. Es significativo, en términos de los vínculos que unían a acti-
vistas de distintas nacionalidades activos en California en aquellos años, que
la misma excusa, la violación de las leyes de neutralidad, haya servido, poco
después, para neutralizar a la junta magonista.

100
en ambas costas de los Estados Unidos. Afortunadamente para
él, logró escapar antes del inicio del juicio.
Su plan de viajar a Berlín se volvió repentinamente inviable y
el regreso a India se antojaba demasiado peligroso debido al in-
cremento exponencial de la vigilancia británica y estadouniden-
se en el Pacífico. En estas circunstancias, México, el desconocido
país al sur de la frontera inmerso en un “estado permanente de
revolución, aparecía como la tierra prometida”.12 Armado con
una carta de presentación dirigida al general Salvador Alvarado
firmada por su conocido David Starr Jordan, Roy se dirigió al
otro lado al inicio del fatídico verano de 1917. En sus memorias
declara que su viaje estuvo motivado por el miedo y el acecho
de las autoridades coloniales, pero también por la convicción de
que, aun si su plan de viajar a Berlín desde México se frustraba,
al menos tendría la oportunidad de “participar activamente en
una revolución”.

Descubriendo México

El plan original de Roy en México era llegar a Yucatán donde,


pensaba, el general Salvador Alvarado “había establecido una
Economía Socialista (sic) en el hogar de la antigua civilización
Maya”.13 Sin embargo, pronto se dio cuenta de la dificultad que
entrañaba el viaje a la Península, dados los peligrosos caminos, la
ausencia de vías ferroviarias y la presencia de barcos estadouni-
denses en las costas de Veracruz, que impedía la navegación en el
Golfo de México. Sin saber hacia dónde dirigirse, Roy se asentó
en la Ciudad de México poco después de haber cruzado la fron-
tera. Instalado en su capital, Roy comenzó su descubrimiento
de México, la tierra de la revolución que había imaginado en los
Estados Unidos.
En la Ciudad de México, Roy estableció contacto con las au-
toridades consulares alemanas, las cuales por entonces a­ poyaban

12
Roy, Memoirs, p. 43.
13
Roy, Memoirs, pp. 59-60.

101
activamente distintas iniciativas antiestadounidenses y anti-
británicas en el país.14 Con ayuda del gobierno del Káiser, Roy
disfrutó de un confort y una libertad desconocidas para él.15 De
acuerdo con sus Memorias, Roy seguía enfocado en la necesidad
de contribuir al movimiento anticolonial en la India Británica.
En el texto, afirma que poco después de su llegada elaboró un
plan en conjunto con oficiales alemanes para zarpar de vuelta al
subcontinente desde la costa del Pacífico mexicano, algo que no
llegó a materializarse pero que le brindó la excusa para conocer
grandes porciones del territorio nacional. Roy describe con año-
ranza su experiencia viajando a bordo de trenes que lo llevaron a
Guadalajara, Manzanillo y, más tarde, al puerto de Salina Cruz
en el estado de Oaxaca, adonde llegó apenas tarde para abordar
un barco alemán con destino a Japón. Habiendo fallado la mi-
sión, Roy se vio obligado a volver a la Ciudad de México a través
del Istmo de Tehuantepec y las montañas de Veracruz, la belleza
escénica de las cuales dejó una profunda impresión en el joven
extranjero. En una parada breve en Orizaba, tuvo oportunidad
de probar el café de la región el cual describe como “el mejor del
mundo”. Su entusiasmo por México, sin embargo, iba más allá
de su apreciación del paisaje y la comida, e incluía una admira-
ción por el “carácter del mexicano” que le parecía mucho más
afín que el de los europeos o estadounidenses. Esto era especial-
mente cierto en lo concerniente a la generalizada indiferencia
hacia la puntualidad, la cual, constató con alegría, “no era un
vicio mexicano”.16
Obligado a instalarse en la Ciudad de México, Roy pronto
se vio inmerso en su burbujeante atmósfera. Queda claro en sus
Memorias que Roy no vivió su estancia en la capital como un
castigo o una pérdida. Al contrario, sus primeros meses en la
Ciudad de México son descritos como un período de intensa
felicidad, libertad y aprendizaje. En un inicio, el joven fugitivo

14
Véase Katz, La guerra secreta.
15
Ray, In Freedom’s Quest, p. 19.
16
Roy, Memoirs, pp. 56-60.

102
se hospedó en un exclusivo hotel de la Colonia Roma, habitado
por una pequeña comunidad de “anglo-americanos […] arro-
gantes”, asustados de contraer enfermedades y nostálgicos del
régimen de Porfirio Díaz, y se dedicó a explorar la desconocida
ciudad y las costumbres de sus habitantes, que no cesaban de sor-
prenderlo.17 El texto nos ofrece una descripción cargada de nos-
talgia de sus primeros días en México, ocupados en conocer la
ciudad, deambular por las amplias avenidas, navegar los canales
de Xochimilco y tomar fotografías del volcán Iztaccíhuatl desde
la ventana de su habitación. A través de sus contactos con los
diplomáticos alemanes, Roy entró en relación con una comu-
nidad de intelectuales y artistas afincados en la ciudad. En los
meses siguientes a su llegada, Roy aprovechó la compañía de este
nuevo grupo de relaciones para aprender a jugar ajedrez, montar
a caballo e iniciarse en el consumo social de bebidas alcohólicas,
algo que nunca antes había hecho.18
Su situación en México contrastaba de manera dramática
con su vida en Calcuta en los meses previos a su viaje hacia
América. En aquella ciudad, Roy se había visto agobiado por
la vigilancia constante de las autoridades coloniales británicas.
Incapaz de conseguir un empleo debido a su asociación con
grupos terroristas, y constantemente acosado por la pobreza, la
incertidumbre y la amenaza de la cárcel, había llevado una vida
a salto de mata y constante tensión emocional.19 Más allá de su
situación económica, legal y emocional, Roy se sorprendió por
el contraste que la Ciudad de México ofrecía con la Calcuta
que había dejado atrás. Sucehtana Chattopadhyay ha mostra-
do que, durante los últimos meses de su estancia en India, la
­materialidad de la ciudad de Calcuta se había convertido en un
factor más de ansiedad y opresión para el joven Roy. La urbe
bengalí había sido abandonada por el gobierno colonial tras la
decisión de trasladar la capital del Imperio Británico en India a

17
Roy, Memoirs, p. 56.
18
Roy, Memoirs, pp. 96-130.
19
Chattopadhyay, “Being ‘Naren Bhattacharji’”, pp. 51-53.

103
Delhi en 1911. Este abandono implicaba la pérdida simbólica
del estatus de la ciudad, pero también y sobre todo el empeora-
miento de las condiciones materiales de la vivienda, la infraes-
tructura y los espacios públicos. En palabras de Chattopadhyay,
la vieja metrópolis colonial de Calcuta, que hacia mediados del
siglo xix se erigía como la ciudad más moderna y vibrante de
Asia, se había convertido en una ciudad de escombros y polvo.20
A pesar de estas importantes diferencias, la Ciudad de Mé-
xico no era del todo ininteligible para el joven fugitivo bengalí.
Durante sus primeros días de vuelta en la capital, Roy declara
haberse sentido admirado y fascinado por sus contradicciones
sociales, económicas y arquitectónicas. La imaginación política y
urbanística que había moldeado a la ciudad durante el Porfiriato
emergía del conflictivo afrancesamiento de las élites del período.
Esta infatuación con Francia como el modelo último de la mo-
dernidad definía las aspiraciones de las élites mexicanas respecto
al espacio urbano y, en gran medida, la materialidad misma de
la ciudad que recibió a Roy en 1917. Para finales del gobierno
de Díaz, el poniente de la ciudad había sido desarrollado por el
gobierno en un esfuerzo por recrear un reflejo de distantes ciu-
dades Europeas, en especial Londres y París, y albergaba las más
importantes joyas de su arquitectura e infraestructura moderna:
el deslumbrante Palacio de Bellas Artes, el aristocrático Paseo de
la Reforma, y el elegante ambiente comercial de la calle Plateros
que unía la sombreada Alameda con la plaza del Zócalo y que un
poeta de la época llamaba, en un tono entre esnob e irónico, el
boulevard.21 En el extremo opuesto del Zócalo, sin embargo, el
panorama era muy distinto. En las calles y barrios del oriente se
amontonaban las masas de desplazados del campo, desposeídos
por el crecimiento de las haciendas y, en fechas más cercanas, la
creciente inestabilidad social, en un entramado desorganizado e
ignorado por el afán modernizador del gobierno. La amplitud,
armonía y pulcritud de los espacios del poniente contrastaban de

20
Chattopadhyay, “Being ‘Naren Bhattacharji’”, p. 44.
21
Tablada, La feria de la vida, p. 144.

104
manera dramática con las condiciones insalubres y la falta de es-
pacio de los barrios del oriente, poblados en su mayoría por cam-
pesinos, muchas veces indígenas, recién llegados a la ­ciudad.22
Aunque la capital y su casi medio millón de habitantes ha-
bían permanecido relativamente al margen de la violencia gene-
ralizada causada por el proceso revolucionario, el ambiente po-
lítico y la vida social de la ciudad que Roy encontró atravesaban
transformaciones profundas como resultado de la inestabilidad
de los años precedentes. En palabras de Ariel Rodríguez Kuri,
para la segunda mitad de la década de 1910, la ciudad de Méxi-
co había entrado en un proceso de inversión de las categorías y
prácticas subyacentes a la vida cotidiana y al orden social: el pe-
ligro y la precariedad amenazaba a los sectores que tradicional-
mente habían dominado las esferas del poder, mientras que los
pobres, empobrecidos aún más por años de inestabilidad y ca-
restía, comenzaban a jugar un papel cada vez más decisivo en la
vida de la ciudad.23 La ciudad había sido testigo del ir y venir de
varios regímenes, la irrupción de fuerzas militares –incluyendo
las de Pancho Villa y Emiliano Zapata, las últimas descritas por
la prensa conservadora de la ciudad como la reencarnación de las
hordas de Atila– el hambre, la incertidumbre y, para principios
de 1917, la implantación triunfal de un régimen que prometía
crear un nuevo orden social y constitucional. Como resultado
de las intensas movilizaciones populares y la fragilidad del en-
tramado institucional durante aquellos años, las dinámicas y el
tono de la ciudad habían cambiado de manera fundamental.
La capital y sus habitantes, acostumbrados durante décadas a
la predominancia de los ritmos y prioridades de las élites afran-
cesadas, se habían visto obligados a lidiar en los años previos a
1917 con la irrupción del cambio, encarnado muchas veces en

22
Sobre la Ciudad de México durante el Porfiriato, véase Johns, The City of
Mexico.
23
Sobre los profundos cambios en la composición arquitectónica, social y
simbólica de la Ciudad de México durante el período revolucionario, véase
­Rodríguez Kuri, Historia del desasosiego, pp. 134-140.

105
el cuerpo de amenazantes fuereños: desde el “hierático” campe-
sino nahua zapatista del estado de Morelos hasta los “feroces”,
“caninos” y “gigantescos” yaquis del norte que en aquellos años
pululaban por la ciudad ignorando muchas de las normas de
higiene y civilidad defendidas por una élite incómoda y cada vez
más sacudida.24

Una tierra de oportunidades

En México, Roy no solo disfrutó del ocio y el esparcimiento, sino


que también encontró la posibilidad de continuar con su activis-
mo y de “comenzar una nueva carrera política”.25 Poco después
de su llegada, fue contactado por periodistas del periódico El
Pueblo, e invitado a escribir artículos sobre la situación políti-
ca en India.26 En sus memorias relata la emoción al encontrar
entre los editores del periódico un reflejo de sus inclinaciones
antiimperialistas y un espacio de solidaridad y compañerismo. A
través de sus contactos en El Pueblo y la delegación alemana en
México, Roy tuvo acceso a círculos oficiales y, nos cuenta, llegó
a conocer al presidente Venustiano Carranza.27
Al mismo tiempo, Roy entró en contacto con una red de ra-
dicales anarquistas y socialistas a través de su amistad con Adolfo
Santibáñez, antiguo miembro del Partido Obrero Socialista fun-
dado en 1911 por el afinador de pianos alemán Paul Zierold,28 y
a quien Roy cariñosamente describe, debido a sus largas barbas
canosas, como la encarnación mexicana de Karl Marx.29 A partir
de este encuentro, Roy entró a formar parte del Partido, y jugó
un papel importante en su organización.

24
Estas descripciones provienen de la crónica de Francisco Plancarte ­Ramírez,
La Ciudad de México, p. 351.
25
Roy, Memoirs, p. 103.
26
Roy, Memoirs, pp. 70-71.
27
Roy, Memoirs, pp. 96-97.
28
Sobre el Partido Obrero Socialista de 1911, véase Illades, Las otras ideas,
pp. 259-260.
29
Roy, Memoirs, p. 77.

106
Para inicios de 1918, el Partido Obrero Socialista contaba
con una red de contactos entre grupo de impresores y trabaja-
dores de las cervecerías de la Ciudad de México, el gremio de
panaderos en aquella ciudad y de Puebla, así como entre grupos
de mineros en Pachuca.30 En el mismo año de la afiliación de
Roy, al partido se unieron también un grupo de anarquistas y
sindicalistas estadounidenses exiliados, entre ellos José Allen,
Frank Seaman y Charles Shipman, que contribuyeron a exten-
der su alcance y red de influencia, entre sectores obreros.31 De
especial importancia en este proceso fueron los contactos de
José Allen, un mexicano bilingüe de ancestros estadounidenses,
vinculado con miembros del Gran Cuerpo Central de Trabaja-
dores, una de las organizaciones que mantenían vivo el impul-
so anarcosindicalista tras la disolución de la Casa del Obrero
Mundial.32 Los nuevos miembros contribuyeron a organizar
el primer congreso del Partido Obrero Socialista, celebrado en
diciembre de 1918. En sus memorias, Roy relata que durante
el congreso se celebró el triunfo de los bolcheviques y se de-
fendieron consignas como “el petróleo pertenece al pueblo de
México”,33 “abajo con el imperialismo Yankee” y “viva la alianza
revolucionaria de las repúblicas de América Latina”. Se contó
con la asistencia de delegados de América Central y del Sur y
de personajes como Antonio Caso, John Reed y Plutarco Elías
Calles, quien por aquel entonces estaba a cargo de la Secretaría
de Industria, Comercio y Trabajo.
Menos de un año después, en noviembre de 1919, un grupo
encabezado por Roy y José Allen tomó la decisión de fundar el
Partido Comunista Mexicano. Los miembros del Partido Obrero
Socialista involucrados en la decisión de formar el pcm fueron ase-
sorados por Mijaíl Borodin, un misterioso agente soviético, que

30
Shipman, It Had to Be Revolution, pp. 74-75.
31
Carr, “Marxism and Anarchism”, p. 293.
32
Al respecto de Allen, véase Vizcaíno y Taibo II, “El Camarada José Allen”.
33
Roy, Memoirs, pp. 141-146. Los siguientes entrecomillados corresponden a
este documento. Nota de editor.

107
había arribado a tierras mexicanas en el verano de 1919 como
emisario de la recién fundada Internacional Comunista.34 Para
este momento, el joven Roy, quien tan solo dos años antes llegara
a la Ciudad de México como un excéntrico del “patriota, escritor
y publicista hindú”,35 aparecía como una de las figuras centrales
de la izquierda en el país. A finales de ese año, Roy partió hacia
Moscú como el delegado mexicano a la Internacional Comunista.

Descubriendo el comunismo (en México)

Llegados a este punto, es importante cuestionar las afirmacio-


nes de Roy respecto al inicio de su estudio del marxismo y su
aproximación al comunismo. En sus Memorias, declara que su
primer encuentro con la obra de Marx tuvo lugar en la Bibliote-
ca Pública de Nueva York, durante su estancia breve en aquella
ciudad a inicios de 1917. Sin embargo, si nos acercamos a las
obras publicadas por Roy durante su estancia en México (verano
1917-diciembre 1919), nos encontramos con que, si bien no
podemos descartar la posibilidad de que en efecto haya leído a
Marx en Nueva York, su pensamiento y posición política durante
su estancia en México no puede ser calificada de comunista sino,
ante todo, como la de un ferviente nacionalista anticolonial. Por
ejemplo, en su texto La voz de la India, publicado probablemen-
te hacia finales de 1917 en la Ciudad de México, nos ofrece un
catálogo de los principales argumentos políticos y económicos
desarrollados por los nacionalistas indios liberales de la segunda
mitad del siglo xix para atacar al nocivo efecto del colonialismo
británico en Asia. Esta serie de argumentos se asocian con la idea
de que la riqueza estaba siendo “drenada” desde la India hacia

34
La presencia de Borodin en México no ha sido aún explicada totalmente y,
dado el poco interés de la Komintern en Latinoamérica antes de 1928, pre-
senta una interesante anomalía. Al respecto, ver Jeifets, “Michael Borodin”;
y Jeifets y Jeifets, Latinoamérica en la Internacional.
35
Descripción de Roy publicada en “Conferencia. La administración inglesa
en la India Oriental”, El Pueblo, 8 de febrero, 1919, p. 7.

108
Gran Bretaña, y fue popularizada por importantes líderes del
nacionalismo indio en distintos puntos del Imperio Británico.36
Por otro lado, en su segundo libro publicado en México, La
­India: su pasado, su presente y su porvenir, publicado hacia finales
de 1918 y dedicado en gratitud al pueblo de México, Roy insis-
te en este tipo de críticas y promueve una condena generaliza-
da de la “civilización occidental” en su conjunto, la cual, en su
opinión, estaba embriagada por un complejo de superioridad.37
Esta crítica cultural del imperialismo parece mucho más cercana
a la del joven Gandhi que a la del difunto Marx.
En efecto, previo a la fundación del pcm, Roy parece haber
hecho poco por propagar la causa del marxismo o del comu-
nismo en México. Su activismo y esfuerzo intelectual estuvieron
más bien dirigidos a la consolidación del aparato institucional de
viejos sectores de la izquierda socialista en México, como la repre-
sentada por el Partido Obrero Socialista, y a promover la causa
del antiimperialismo. Es significativo que durante su estancia en
México su crítica anticolonial se haya ampliado para incluir no
solo a Gran Bretaña sino también a los Estados Unidos. Esto
queda claro en un texto publicado en el Heraldo de México, en el
que Roy denuncia la naturaleza imperialista de la Doctrina Mon-
roe y ataca a los Estados Unidos por reproducir el modelo colo-
nial de las viejas potencias Europeas,38 así como a la promoción
de la cultura y la historia de la India entre el público de la capital.
Al margen de su actividad partidista y periodista, Roy también
estuvo activo en la difusión de la cultura e historia de la India en
México: a principios de 1918 dictó una serie de conferencias en
el Teatro Ideal39 y encabezó una “Liga Internacional de Amigos

36
Roy, La voz de la India. Sobre la crítica al “drenaje” de la riqueza de la In-
dia hacia Gran Bretaña elaborada por nacionalistas indios durante la segunda
mitad del siglo xix, véase Goswami, Producing India.
37
Roy, La India.
38
El Heraldo de México, 3 de septiembre de 1918.
39
“Conferencia”, El Pueblo, 8 de febrero, 1919, p. 7.

109
de la India”, entre cuyos miembros se contaban socialistas como
el mismo Adolfo Santibáñez.40
Dada la evidencia que tenemos disponible, no es descabellado
afirmar que, contrario a las afirmaciones de sus Memorias citadas
arriba, Roy en realidad comenzó a digerir la doctrina marxista en
México, no en Nueva York. La extraordinaria rapidez con la que
absorbe la teoría es resultado, sin duda, de su propia capacidad
intelectual, pero también del papel jugado por el enviado bolche-
vique Borodin. Roy relata que Borodin, quien viajaba bajo el seu-
dónimo de Brantwien, lo contactó en las oficinas de El Heraldo
de México tras haber leído sus escritos en inglés y que, durante va-
rias semanas de intensa discusión, lo “inició en las complejidades
de la dialéctica hegeliana y en su relevancia para el marxismo”.
Estas pláticas, que muchas veces se prolongaban hasta altas horas
de la noche y los sorprendían desayunando en los cafés chinos del
centro de la Ciudad de México, fueron definitivas en su gradual
rechazo del “especial genio de la India” y el origen de su interés y
aceptación de la “historia de la cultura Europea”.41
La cercanía entre los dos extranjeros, aunque sin duda ali-
mentada por la concordancia ideológica, probablemente deba
más al interés pragmático de ambos. Más allá de su curiosidad
intelectual, queda claro que Roy consideró importante auxiliar
a Borodin en México. De hecho, hay testimonios que afirman
que el bengalí se empeñó en ayudarlo, ofreciéndole hospedaje
durante las semanas previas a la fundación del pcm, y utilizando
sus contactos en el gobierno carrancista para promoverlo, y de
paso al gobierno bolchevique, en el ambiente oficial mexicano.42
Roy declara que a través de su influencia, Borodin fue invitado
a una cena en la que se hallaban presentes el propio Carranza,
el presidente de la Cámara de Diputados Manuel García Vigil,
el secretario de Gobernación Aguirre Berlanga y otros invitados
ilustres. En este ambiente, nos cuenta Roy, Borodin exaltó la

40
“Galería Social”, El Pueblo, 5 de mayo, 1919, p. 3.
41
Roy, Memoirs, pp. 178-195.
42
Gómez, “From Mexico to Moscow”, p. 41.

110
importancia de la lucha antiimperialista en Latinoamérica, alabó
el antiamericanismo de Carranza, y propuso la creación de una
Oficina Latinoamericana de la Tercera Internacional, del cual
estaría encargada el propio M. N. Roy.43 De hecho, Roy afirma
que fue en el seno de estas reuniones, y al ver la favorable re-
cepción de los altos mandos del gobierno mexicano, en especial
el interés de “Don Manuel” García Vigil donde se consolidó la
idea de crear un partido comunista que radicalizara el programa
revolucionario del Partido Obrero Socialista y se afiliara a la In-
ternacional Comunista.44 Por su parte, como ha apuntado Barry
Carr, es probable que Borodin haya transmitido al bengalí valio-
sa información sobre la expansión del movimiento comunista en
Europa, el crecimiento de la importancia de la Komintern y las
ventajas que la membrecía a dicho grupo implicaba.45
De cualquier forma, aún si aceptamos que la amistad entre
Roy y Borodin estuvo marcada por un interés pragmático por
parte de ambos, lo que es innegable es que la definitiva acepta-
ción por parte del bengalí del programa marxista y el proyecto
soviético marcaron su desarrollo intelectual y personal de manera
definitiva. Los meses transcurridos entre la creación del pcm y su
partida hacia el viejo mundo estuvieron marcados por un inten-
so aprendizaje, guiado por Borodin, que el propio Roy describe
como el momento de consolidación de su posterior desarrollo
intelectual y como el período más memorable de su vida.46 El
entorno conceptualmente cosmopolita, ideológicamente dúctil
y políticamente audaz que Roy encontró en México lo guió ha-
cia el comunismo, y le sirvió de plataforma para el lanzamiento
de su posterior carrera como ideólogo y organizador de la iz-
quierda global. Para Roy, el contraste entre su antigua vida en

43
Roy, Memoirs, pp. 205-206.
44
Roy, Memoirs, pp. 209-210. Cabe resaltar que, hasta el momento, no con-
tamos con documentos, ni mexicanos ni soviéticos, que confirmen este en-
cuentro más allá de la mención que Roy hace del mismo en sus memorias.
45
Carr, La izquierda mexicana, p. 41.
46
Roy, Memoirs, p. 215.

111
Calcuta y su estancia en la Ciudad de México no fue solamente
material, sino también, y sobre todo, intelectual. Describiendo
su partida hacia la oriental Europa en diciembre de 1919 como
el joven delegado bengalí del pcm, el viejo M. N. Roy relata:

Dejé atrás la tierra de mi renacimiento como un hombre intelec-


tualmente libre y con una nueva fe. […] Ya no creía en la libertad
política sin que ésta viniera acompañada de la liberación económi-
ca y la justicia social. […] Estaba aún convencido de la necesidad
de una insurrección armada. Pero también había aprendido a darle
importancia a una aproximación inteligente a la idea de la revolu-
ción. La propagación de aquella idea fue más importante que las
armas. Con esta nueva convicción, comencé mi retorno a India,
alrededor del mundo.47

Mientras que en Calcuta el horizonte de posibilidades de los


jóvenes educados era nulo y peligroso, en México, Roy pronto
encontró la posibilidad de crecer intelectualmente, intercambiar
ideas y participar en círculos de debate y actividad política de
enorme dinamismo y potencia. México fue, para Roy, el lugar
de un “renacimiento”, que iba más allá de un “cambio de ideas
políticas e ideales revolucionarios”.48 No es de extrañarse que, a
pesar de haber después conocido a Lenin, participado en el esta-
blecimiento temprano de la Tercera Internacional Comunista, y
haber presenciado el fin del colonialismo Británico en la India,
el viejo Roy recordará sus meses en México como “los más feli-
ces de su vida”49 y al país como el único en el que, además de la
India, le gustaría volver a vivir.50

47
Roy, Memoirs, pp. 219-220.
48
Roy, Memoirs, p. 217.
49
Roy, Memoirs, pp. 123-130.
50
Roy, Memoirs, p. 52-55.

112
Comentarios finales

Sabemos poco de los dos años de estancia de M. N. Roy en


México entre del verano de 1917 y diciembre de 1919. Los po-
cos datos que nos quedan provienen de fuentes periodísticas y
de sus propias memorias, las cuales sufren de las limitaciones y
carencias del género autobiográfico, caracterizado por la narra-
ción de sucesos y períodos lejanos en la vida de los autores, y
una propensión a combinar la inexactitud con la nostalgia y, en
ocasiones, la inmodestia. Al mismo tiempo, como señala Pierre
Bordieu, en estos relatos se le otorga a las trayectorias de sus
autores-protagonistas una coherencia artificial retrospectiva que
ignora el lugar de la contingencia y privilegia la ilusión de una
teleología vital inexistente.51 En el caso de las memorias de Roy,
estos defectos han sido señalados por distintos historiadores. Se
ha señalado, por ejemplo y en el caso de México, que las descrip-
ciones del Bengalí están teñidas de un “doble exotismo” que, por
un lado, resalta el carácter “arcaico y premoderno” del país en
contraste con otros países como Estados Unidos o Alemania y,
por otro, subraya la impronta “europea” de México, contrastán-
dolo con la India.52 Por otro lado, es cierto que Roy peca de una
notable inmodestia, y tiende a exagerar su fama e importancia
en los círculos políticos de la época. Declara, por ejemplo, haber
dado consejos a Venustiano Carranza sobre la mejor manera de
lidiar con la inestabilidad causada por las insurrecciones y las
amenazas externas, y de haber asegurado personalmente el apo-
yo del entonces presidente para la realización de un congreso de
socialistas en 1919.53
A pesar de las inexactitudes y las exageraciones, las secciones
de sus Memorias dedicadas a su estancia en México ofrecen un
fascinante y rico complemento al archivo convencional, en tanto
que dan muestra de la flexibilidad ideológica, la audacia política

51
Bourdieu, “L´illusion biographique”.
52
Goebels, “Una biografía entre espacios”, p. 1471.
53
Roy, Memorias, pp. 48, 137-40.

113
y la apertura intelectual del ambiente político de la izquierda en
la Ciudad de México en los años del gobierno de Venustiano Ca-
rranza. A través de las palabras de Roy, es posible vislumbrar los
contornos de un entorno conceptualmente cosmopolita y dúctil,
en el que el internacionalismo, el comunismo, el anarquismo y
el antiimperialismo confluían. Al mismo tiempo, su relato auto-
biográfico nos permite entender este entorno local como el re-
flejo de un período inusualmente revolucionario en el escenario
global. Vale la pena hacer un breve recuento. La rebelión Bóxer
en China de 1899-1901 frente a los abusos del mercantilismo
británico fue pronto sucedida por la derrota del imperio ruso a
manos de Japón en 1905 y la creciente ola de protesta y radica-
lización anticolonial desde Egipto hasta India. El estallido de la
Primera Guerra Mundial abrió la posibilidad para el triunfo de
la Revolución de Octubre, pero también para el crecimiento del
impulso wilsoniano de autodeterminación de los pueblos que fue
acogido con fervor por intelectuales y políticos a lo largo y ancho
del mundo no europeo. En México, estos años estuvieron marca-
dos por el desmoronamiento del régimen porfirista y la gestación
de un nuevo orden.
En este sentido, sus memorias, lejos de ser una mera curio-
sidad bibliográfica, son un documento de gran valor para el es-
tudio de la efervescencia intelectual y sociopolítica del México
revolucionario, y también para la revaloración del panorama in-
telectual y político global de los primeros años del siglo xx, el
cual estuvo marcado por una fértil fluidez y la predominancia
de lo heterodoxo y lo transgresivo. En este horizonte florecieron
trayectorias errantes y eclécticas como las de Rubén Darío, Sun
Yat-Sen, Marcus Garvey o Rabindranath Tagore que, como la
del el propio Roy, resultan difíciles de imaginar en el mundo
de hoy, segregado por fronteras y muros de separación infran-
queables entre ideologías y regiones. En este sentido, como ha
señalado Michael Goebels, sus memorias son un texto que in-
vita a trascender el marco nacionalista de la historia moderna y

114
adentrarnos, a través de una historia de vida, en el ámbito de la
historia internacional, o global.54
Por otro lado, sus Memorias nos permiten apreciar cómo la
devoción política y la labor ideológica se entrelazan con las difi-
cultades, y placeres, íntimos de sus protagonistas. A pesar de la
lejanía geográfica y cultural respecto a India, para Roy México
aparecía como un entorno extrañamente familiar, en especial en
lo que concernía a su conflictiva relación con modelos estable-
cidos de pensamiento y política occidentales. Al mismo tiempo,
este entorno revolucionario y revolucionado, ofreció al joven
fugitivo un espacio en el que su propia trayectoria vivencial –de-
finida por el tránsito, a la edad de 29 años, de la juventud a la
madurez y por las posibilidades brindadas por una hasta enton-
ces desconocida libertad política y abundancia material– entró
en sintonía con procesos históricos de gran alcance que estaban
redefiniendo los contornos de la política internacional en las dé-
cadas inaugurales del siglo xx. A salvo de las redes de vigilancia y
coerción británicas y estadounidenses, y sumergido en el torbe-
llino del conflicto revolucionario en el que cientos de miles per-
dieron la vida y se derrumbaron las estructuras institucionales e
imaginaras del México del siglo xix, M. N. Roy encontró, entre
1917 y 1919, la oportunidad de leer, escribir, pensar, debatir y,
en sus propias palabras, “tomar parte en una revolución” en la
que los ideales del socialismo y el antiimperialismo entraban en
juego. Por todo esto, el viejo Roy no duda en calificar su estancia
en México como el período “más feliz” de su vida.55
Al mismo tiempo, hemos visto cómo su estancia en México
marcó el inicio de su involucramiento teórico y político con el
comunismo y el abandono de la causa militante del naciona-
lismo indio que lo había impulsado a dejar la India Británica
y migrar hacia el Oriente. En este sentido, la atmósfera flexible
en la que se vio envuelto en México, y que tantos años después
describió con nostalgia en sus Memorias, debe ser entendida

54
Goebels, “Una biografía entre espacios”.
55
Roy, Memoirs, p. 130.

115
como el escenario de un notable episodio de mestizaje intelec-
tual transnacional que lo llevó al comunismo y, en múltiples
maneras, presenta un antecedente de las metas y objetivos de lo
que en décadas posteriores se vincularía, a lo largo y ancho del
Tercer Mundo, con el ideal de la solidaridad internacional.
En esta breve aproximación a las Memorias de Roy hemos
querido resaltar la importancia de tomar en cuenta la experiencia
personal, fundamentalmente durante la juventud, en la forma-
ción de la subjetividad y la devoción políticas. M. N. Roy fue
un pensador internacional y políglota, que sirvió de puente entre
universos de lucha política situados en regiones lejanas y pro-
yectos de emancipación que, sin tocarse, corrían en paralelo en
las turbulentas décadas inaugurales del siglo xx. Su estancia en
México, el país que inaugura la genealogía de las revoluciones del
siglo xx, debe ser visto no nada más como una curiosidad sino
como el momento del nacimiento de la convicción política de
uno de los actores centrales de la historia global de la ­izquierda.

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118
La autobiografía como batalla póstuma

María del Carmen Aguirre Anaya

Introducción

En este trabajo abordamos el pensamiento, trazado en forma


de memorias, diarios o autobiografías, de un grupo de coetá-
neos que habitaron en el México de finales del Porfiriato. A es-
tos hombres se les ha calificado como intelectuales de opiniones
polémicas, posturas políticas “conservadoras”, pluma elegante y
análisis historiográfico discordante. Y no existe en el pasado de
México un período más propicio para la crianza de criaturas se-
mejantes que el último tercio del siglo xix. La idea que guía esta
aproximación es la de conocer, a través de sus reflexiones más
personales –ya sean espontáneas o deliberadamente reconstrui-
das– el pensamiento de quienes formaron parte de la última élite
intelectual del Porfiriato. Desde luego, la selección de los autores
analizados está determinada por el hecho de haber sido estos
quienes nos legaron sus memorias, diarios o autobiografías; pues
esto responde a la temática que convoca los trabajos presentados
en este volumen. Es preciso señalar, que la única pretensión de
este trabajo es llamar a la reflexión sobre un grupo de coetáneos
que vivieron de una forma particular el hecho histórico de la
Revolución de 1910, y que esa forma “peculiar” queda reflejada
en sus memorias en forma de una lucha póstuma por sus princi-
pios e ideas, más que por la defensa de sus propias imágenes. Es
por ello, y por la brevedad que reclama este artículo, que no se

119
detallan sus biografías, ni se intenta polemizar con otros autores
que antes hubieran abordado a personajes de esta generación.
El período en que estos hombres vivieron estuvo marcado por
grandes contradicciones: en esos años se observa en México un
crecimiento social y económico innegable, pero profundamente
desigual; se prodiga el patrocinio de grandes figuras políticas a
favor de la formación de hombres de libre pensamiento, pero ya
formados no se les deja espacios políticos para su participación
en decisiones importantes para el país; se viven los resultados de
una larga y en cierto sentido exitosa gestión presidencial, pero
también su inminente fin por la avanzada edad del rector de ese
régimen. Todo lo anterior, y más, convierte a este período en
la antesala del movimiento armado más importante que vivió
México después de la guerra de independencia.
Los hombres que referimos, vivieron intensamente dos mo-
mentos: el antes y después revolucionarios, y su postura respecto
de este gran acontecimiento obró una suerte de exclusión para
su élite intelectual, lo que marcó a esta generación incluso para
la posteridad. Situación bastante trágica para ellos, pues se ha-
bían preparado para encabezar un México más liberal y próspero
y, a cambio, tuvieron que vivir una revolución con la que no
estuvieron de acuerdo y que les impidió finalmente dirigir los
espacios de la sociedad mexicana. Por si esto fuera poco, como
antes se menciona, a estos hombres, que sustentaron un discurso
liberal y humanista, en gran medida apoyado en el análisis del
pasado, les aconteció que su obra fue desdeñada por considerar-
se producto de los enemigos de “la Revolución” y, por tanto, del
régimen emanado de ella.
Es por todo esto que sus memorias muestran ese combate en
defensa de sus puntos de vista respecto de la realidad que vivie-
ron. En sus escritos autobiográficos encontramos reivindicación
personal, pero fundamentalmente se aprecia una defensa de un
punto de vista, de una opinión labrada en un presente que no
fue lo que ellos hubieran querido construir.

120
Antes de la Revolución

La Revolución Mexicana de 1910 es sin duda un hito en la his-


toria del país. A partir de ese hecho histórico se inicia un período
indiscutiblemente diferente en el transcurso del devenir nacio-
nal. Dilucidar si la revolución fue necesaria, inevitable, justa –o
todo lo contrario; si sus consecuencias fueron positivas o nega-
tivas para el país, o si los fines de quienes la impulsaron fueron
alcanzados o traicionados, incluso si es posible hablar de fines
definidos y determinados, son algunas preguntas que los estu-
diosos del tema han abordado. Pero independientemente de las
respuestas que los historiadores han dado a esas preguntas, está
la reflexión acerca de lo que fue ese hecho para quienes lo vivie-
ron.1 En este espacio pretendemos acercarnos a una respuesta
a esa interrogante tomando como filtro, como se dijo antes, la
memoria de algunos de los protagonistas de esta generación. La
información que obtenemos por intermedio de sus evocaciones
puede ser de dos tipos: la más espontánea recogida de cartas y
diarios y, por otro lado, las memorias o autobiografías que tie-
nen la característica fundamental de escribirse para ser difundi-
das y por lo tanto conllevan una intensión o, como actualmente
se diría, un discurso de fondo.
Al iniciar nuestro acercamiento a algunos hombres de la ge-
neración que pretendemos abordar, la de 1859-1873, nos per-
catamos que se trata de una estirpe de varones cuyos destinos
estuvieron unidos tanto al clímax de un régimen como al de su
ocaso. Pero, además, se trató de una generación profundamente
afectada por el movimiento revolucionario de 1910, quizá la más
afectada: primero, porque a la anterior a ella –la de Limantour,
Sierra, Bulnes y demás–, si bien le tocó ser la derrotada, ella mis-
ma fue partícipe de uno de los polos de la lucha; así como a la
posterior –la de Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Henríquez

1
“[…] la realidad de ese hecho no es lo que éste como suceso bruto, aislado y
por sí parezca tener, sino lo que signifique en la vida de ese hombre.” Ortega
y Gasset, En torno, p. 21.

121
Ureña, ­Antonio Díaz Soto y Gama, Alberto Pani, entre otros–
que le tocó el triunfo, con toda la responsabilidad que ello impli-
caba. Es decir, a las generaciones antes mencionadas –la anterior
y posterior a la que estudiamos– podría decirse que, en sentido
estricto, no les “ocurrió” el antes y después revolucionario; por-
que ellas mismas fueron sus protagonistas. A diferencia de esas
dos generaciones, a la que aquí se aborda –es decir la interme-
dia–, sí le “ocurrieron” esos dos momentos pues ella misma no
fue gestora de ninguno.
Con esto no queremos afirmar que todos los hombres de esta
generación hubieran sido ajenos al levantamiento o al Porfiriato,
ejemplos paradigmáticos serían Ricardo Flores Magón y Federico
Gamboa; sin embargo, no fueron, en tanto generación, quienes
dirigieron a la sociedad en esos dos momentos de la historia na­
cional. Apoyándome en el razonamiento anterior sostengo que:
a hombres como Ezequiel A. Chávez, Toribio Esquivel Obregón,
Federico Gamboa, Carlos Díaz Duffo, Victoriano Salado Álva-
rez, Carlos Pereyra, Gutiérrez Nájera, etcétera, les tocó enfrentar
ambas situaciones, aunque en ninguna de ellas tuviera demasiada
influencia y esa, para mí, es la gran tragedia de esta generación.
Esta situación tan sui generis queda sin duda de manifiesto en sus
escritos de carácter autobiográfico.
Formados en la mejor tradición de nuestro muy peculiar li-
beralismo, se beneficiaron, en un inicio, de uno de los proyectos
juaristas más logrado: la Escuela Nacional Preparatoria. Más tar-
de, recibieron el cobijo de algunos de los intelectuales y políticos
más destacados de generaciones anteriores como Manuel Alta-
mirano, Joaquín Casasús, Justo Sierra. Esto, y otros elementos
más, formaron a hombres que así como apreciaron el privilegio
de crecer y educarse en un ambiente de paz y prosperidad, tam-
bién sintieron la obligación de cuestionar los hierros del propio
sistema político que los cobijó. Sin embargo, cuando llega el
movimiento armado de 1910, esas críticas al régimen porfiriano
se transforman en llamados de alerta ante el peligro que signi-
ficaba una revolución, principalmente porque para ellos impli-
caba la incorporación de una población cuyo comportamiento

122
era difícil de predecir y controlar, y cuyos dirigentes estaban
dispuestos a complacer, sin tomar en cuenta las consecuencias
por más negativas que estas fueran: “Para saber lo que podía
esperar México de una revolución no necesitábamos más que
hojear nuestra historia; las revoluciones se hacen con la gente
más decidida a cometer todo género de atropellos”.2
Es importante tener presente que las malas acciones que es-
tos personajes endosaban al régimen porfirista, fueron funda-
mentalmente de carácter político. Habiendo sido formados en
la fe liberal, consideraban que un régimen que había nacido de
tal ideología no mostraba una verdadera vocación democrática,
incluyente. Así lo señala Francisco I. Madero, miembro de esta
generación, en su conocida obra La sucesión presidencial, cuan-
do afirma que si bien la dirección que Porfirio Díaz pretendía
dar al país en su última reelección no era clara, los hecho “nos
dicen de un modo fuera de duda, que el General Díaz […] no
piensa cambiar de política, que no quiere dar ninguna libertad
á la Nación, ni siquiera para que ésta designe quien ha de ser su
sucesor”.3 Lo anterior tenía una consecuencia; en la medida en
que no se dieran más libertades que permitieran la formación
política de la población, existía el peligro de un movimiento
armado por la sucesión. Efecto que ninguno de estos hombres
deseaba, incluido Madero.
Federico Gamboa, nacido en el período de la generación que
estudiamos, escribía en su diario, hacia 1901, que el largo perío-
do de Porfirio Díaz si bien había sido necesario, no dejaba de ser
“el tipo clásico del <caudillo> iberoamericano”, y se preguntaba
“¿Por qué en las Américas los dictadores y déspotas nacen con
esa profusión, se multiplican […]” Y, sentenciaba:

La respuesta se impone por sí sola: porque la República –hablo de


la ideal, la que representa la suprema aspiración de los pensadores
y altruistas, la que simboliza una suma perfección, la que tal vez

2
Esquivel Obregón, Mi labor, p. 49.
3
Madero, La sucesión, p. 245.

123
pueda alcanzarse al cabo de muchos siglos– la República nos re-
sultó, cuando no una aberración, una equivocación trascendental
que solo ha producido los gobiernos desatentos y trágicos que con
aquel nombre venimos fabricándonos en el continente, de la In-
dependencia acá […]. Ya yo sé, por supuesto que lo sé, que el día
que estas páginas se asomen por ahí a ver la luz, a mí me harán ver
todas las estrellas de la vía láctea […] en castigo de mi afirmación.4

Sin embargo, también pensaba que la de Porfirio Díaz había


sido una dictadura no tan negativa: “¡ya quisiéramos que los
muchos dictadores que desdichadamente todavía han de gober-
narnos […] sean por el estilo suyo!” Coronando su reflexión
con palabras lapidarias: “Porfirio Díaz es solo una resultante
fatal […]” de nuestra historia.5 La diferencia entre Gamboa y
Madero, era que para el último México estaba “listo” para la
democracia; en cambio, Gamboa, al parejo que muchos de sus
coetáneos, pensaba que aún no llegaba ese momento. En junio
de 1910, escribía en su diario: “Y es que no hay que darle vuel-
tas: las uvas de la democracia pura todavía están verdes, y verdes
seguirán hasta el último día de la creación, salvo que antes no se
descubra nueva y mágica arcilla con que fabricar hombres”.6 Y
con esa mortífera pluma que le caracterizó, decretaba en contra
del poder legislativo:

Nuestro cuerpo Legislativo […] es un cementerio de energías, una


tumba de independencias individuales, un mausoleo del decoro;
cuna de contemporizaciones inconfesables, de complacencias cri-
minosas, de abulias trascendentes.7

Los intelectuales de esta generación encaminaron sus obras es-


critas por diversas rutas, una de ellas fue la historia, orientándose

4
Gamboa, Diario, pp. 75-76.
5
Gamboa, Diario, pp. 75-76.
6
Gamboa, Diario, p. 164.
7
Gamboa, Diario, p. 95.

124
principalmente al estudio del período de la Reforma. Fue la for-
ma en que ellos manifestaban lo que consideraban su “humanis-
mo”, frente al positivismo radical de la generación anterior. La
historia fue un instrumento en el que apoyaron sus análisis, sus
argumentos, sus predicciones. Quizá sea por ello que sus docu-
mentos autobiográficos tienen una característica que les aleja de
la más simple reivindicación personal; confían en que a la postre
sus ideas serían discutidas y analizadas, porque tenían fe en la
historia como transmisora de cultura. Resulta paradójico que los
análisis historiográficos de sus obras solo les cataloguen de “po-
sitivistas”, a pesar de que algunos de ellos rechazaron este califi-
cativo en su tiempo. Dice Ezequiel A. Chávez en sus Memorias:

Nombrado, hace 54 años, profesor de lógica por el ministro de


Justicia e Instrucción Pública, don Joaquín Baranda, le presenté
dos años después una iniciativa para la reorganización de la Es-
cuela Preparatoria, con enseñanzas independientes de psicología
y de moral, y fui nombrado hace más de cuarenta y nueve años
profesor fundador de ellas. De su introducción como asignaturas
autónomas incluidas en mi plan, provino la final desaparición del
positivismo como único sistema imperante en las ideas normativas
de México.8

Este rechazo al “positivismo imperante” percibido en algunos de


los miembros de esta generación, está relacionado con la polémica
que ellos mismos sostuvieron con los integrantes de la generación
anterior; a diferencia de aquellos, los hombres que estudiamos
sienten su discipulado más cercano a Manuel Altamirano que a
Comte: “Nadie influyó tanto en mí en mis primeros estudios de
historia de México como don Ignacio Manuel Altamirano”,9 de-
clara en sus memorias Ezequiel A. Chávez. Los trabajos sobre his-
toria que los miembros de esta generación escribieron, también
tuvieron distinta temporalidad y por ello tienen intencionalidad

8
Chávez, “De dónde”, pp. 227-228.
9
Chávez, “De dónde”, p. 227.

125
distinta. Sus escritos realizados antes de 1910, se enfocan a la
discusión de un pasado reciente al que si bien quieren enaltecer,
también precisan juzgar de la manera más imparcial. Ejemplo
de ello serían: la novela histórica de Victoriano Salado Álvarez
Episodios nacionales mexicanos –de Santa Anna a la Reforma y la
Intervención y el Imperio– o el Juárez discutido como dictador y
estadista de Carlos Pereyra, entre otros.
En cambio, los trabajos posteriores a la revolución de 1910
muestran la inquietud por ver que se asimilaban los principios
del movimiento que se vivía al pasado, adjudicando a los hé-
roes de la Independencia y de la Reforma principios falsos. Un
ejemplo de esa historiografía fueron los trabajos de Ezequiel A.
Chávez sobre Iturbide, Morelos, Hidalgo y Juárez. Sobre este
tema el análisis de la historiografía en México todavía tiene cam-
pos que cultivar. Pero algo que sí tienen los trabajos sobre his-
toria de estos personajes, tanto los primeros como los segundos,
es su interés por emplear la historia para poner en la mesa de
discusión el tema de la democracia.
Otra de las rutas seguida por algunos miembros de esta ge-
neración fue la referente a las leyes y la economía. Ejemplo de
ello fue la labor desarrollada por Toribio Esquivel Obregón, que
hacia 1908 escribía y publicaba algunos artículos en contra de la
actuación del Ministerio de Hacienda, a raíz de “los males” que
consideraba habían traído las medidas tomadas por el ministro
Limantour; particularmente la Ley Monetaria de 1905. A su pa-
recer, esas medidas, “en lugar de rehabilitar nuestra moneda”,
habían legalizado su devaluación “con notorio perjuicio de las
clases asalariadas”.10

Mis artículos vieron la luz en El Tiempo y fueron reproducidos en


el Diario del Hogar y en los principales periódicos del país. Desde el
primero fue firmado por mí, y como entonces los ataques a la polí-
tica del gobierno se hacían siempre velados por el seudónimo, y mi
nombre era totalmente desconocido en círculos políticos y periodís-

10
Esquivel Obregón, Mi labor, p. 11.

126
ticos, se creyó que era un seudónimo que adoptaba algún enemigo
del ministro de Hacienda.11

El trabajo intelectual de nuestros personajes, principalmente


antes de la Revolución de 1910, tuvo dos características: una,
que fue gremial; la otra, que no contó con facilidades pues, en
cierto sentido, siempre fueron a contracorriente. A los hombres
de esta generación los vemos constantemente agrupándose y dis-
cutiendo los productos de su ingenio en tertulias y asociaciones
literarias –fuera, por otra parte, de instituciones de educación–
y viviendo de cargos públicos para financiarla, para lo cual era
indispensable su cercanía con hombres del régimen, un régimen
que en cierta forma y hasta cierto punto los consentía, empezan-
do por el presidente Díaz. En una carta fecha el 28 de octubre
de 1907, Enrique Creel Cuilty, decía a su amigo y protegido
Victoriano Salado Álvarez:

He leído con interés todo lo que usted me dice acerca del libro que
está usted escribiendo y que titulará Historia política de la guerra
del 47. El tema es fecundo y sabrá usted darle un fondo patriótico;
pero ya usted conoce la susceptibilidad de nuestra raza y le reco-
miendo que se vaya con mucho cuidado. […] La tarea me parece
bien difícil, con tanta mayor razón cuanto que le da usted el ca-
rácter de historia y no podrá separarse de la verdad documental.12

La observación de Creel es muy reveladora; era necesario que


los escritos sobre historia fueran “cuidadosos”, aunque recono-
cía que al hacerlo se podría alejar del “carácter de historia” que
Salado daba a su trabajo, el cual requería la rigurosidad de un co-
nocimiento que aspira a la verdad. Al respecto, José Limantour
se mostraba más abierto que Creel. Esto queda de manifiesto en
otra carta en la que el Ministro de Hacienda y hombre fuerte del
gabinete porfiriano, escribe a Salado sobre el mismo tema.

11
Esquivel Obregón, Mi labor, p. 12.
12
Salado Álvarez, Correspondencia, p. 238.

127
En cuanto a la obra que se propone usted publicar sobre la guerra
del 47, me parece que ha tenido usted una idea muy feliz, porque
ese es un punto de los más interesantes en nuestra historia y sobre
el cual no se ha hecho la suficiente luz. Estando usted allá podrá
consultar los archivos y obtener muchos datos que contribuyan a
esclarecer el origen de esa guerra y a presentarla bajo su verdadero
punto de vista. […] No puedo menos que alentar a usted en su
tarea […] por el interés que encierra para el desarrollo de nuestra
política futura.13

Respecto al primer aspecto del que hablamos, cuando decimos


que estos hombres buscaron desarrollar su obra contando con
el apoyo y las observaciones de sus colegas, solo tendríamos que
señalar que ese no lo encontraron en las instituciones educativas,
sino en la cómoda y amigable acogida de una tertulia hogareña.
Aquel ambiente en el que estos intelectuales discutían sus obras,
escuchaban alabanzas o críticas de sus pares, es recreado por Al-
berto Carabarín cuando nos refiere, apoyado en las Memorias de
Victoriano Salado Álvarez, el momento en que este personaje
expone ante la tribuna fraterna, sus ideas en torno a la biografía
novelada que escribía sobre Antonio López de Santa Anna:

Es indudable que la idea de hacer una historia novelada corres-


pondió enteramente al numen de Salado Álvarez. […] Y en ese
trance de la voluntad, no faltó quien le echara un hombro: “Carlos
Pereyra […] al saber mi plan me puso en contacto con Fernando
Iglesias Calderón”. […] A medida que el escritor jalisciense iba
completando las páginas del Santa Anna, se reunía aquel núcleo en
la biblioteca de la familia Iglesias Calderón, en torno de la singular
anfitriona Julia Iglesias –homologada, por don Victoriano, con el
temple de la ateniense Aspasia– para escuchar la lectura de la histo-
ria novelada tal y como iba avanzando.14

13
Salado Álvarez, Correspondencia, p. 242.
14
Carabarín, “El ambiente”, p. 106.

128
Pero esas tertulias no eran el único foro al que podían recurrir
quienes planeaban el desarrollo del conocimiento pretérito; en
ese período prolífico del porfirismo, también se crearon diversas
asociaciones “literarias” que albergaban a estos inquietos jóvenes
y que eran alentadas por importantes políticos o intelectuales
del régimen. Tal es el caso del Liceo Altamirano; espacio cultural
fundado por “el maestro”, en donde se reunían escritores como
Ezequiel A. Chávez, González Obregón, Ángel María del Cam-
po, entre otros. Posteriormente, cuando el maestro Altamirano
hubiere fallecido, el último de los autores mencionados procuró
el rescate del liceo reuniendo a un grupo de intelectuales en la 3ª
calle de Los Héroes número 44, residencia de Joaquín Casasús.
Otra prestigiada agrupación colegiada que surgió hacia 1900,
fue la Academia Mexicana Correspondiente de la Real Española, pre-
sidida por José María Vigil (1829), Rafael Ángel de la Peña (1837)
y Joaquín Casasús (1858). Otros integrantes ilustres de tal asocia-
ción lo fueron el novelista e historiador Emilio Rabasa (1856), el
poeta Juan de Dios Peza (1852) y el historiador José María Roa
Bárcena (1827). Estos personajes, que como puede verse por su
fecha de nacimiento anotada junto a su apelativo formaron parte
de generaciones anteriores, fueron protectores del trabajo intelec-
tual de los hombres de la generación que estudiamos.
Todavía, entre 1907 y 1908, Salado Álvarez recibe noticias
acerca de las reuniones literarias que él tanto añoraba durante su
estancia diplomática en el extranjero. En una misiva de María
Enriqueta Camarillo Roa de Pereyra, fechada en 1907 y en don-
de además se constata la cercana amistad de Salado Álvarez con
el matrimonio Pereyra, se le “reporta desde México”:

Muy estimado amigo: no nos hemos muerto, gracias a Dios, pero


aquí estamos casi muertos a consecuencias de todas las mil peri-
pecias porque hemos pasado desde que Ud. se fue. […] La ter-
tulia no ha muerto del todo. Ahora el ocultismo nos ha prestado
nuevas alas.15

15
Salado Álvarez, Correspondencia, pp. 195-196.

129
En 1908, también recibe una epístola en donde le anuncian que
Joaquín Casasús convoca a reunión literaria:

He mandado citar la reunión del Liceo Altamirano para el próximo


lunes 12 a las 8 de la noche en mi casa, 3ª de los Héroes núm. 44;
y como en dicha sesión solo habrán de leerse los trabajos relacio-
nados con la novela Reconquista de nuestro amigo el señor D.
Federico Gamboa, mucho habré de estimarle que pueda concurrir
para que dé lectura a su estudio acerca de dicha novela.16

Tanto en la correspondencia de Victoriano Salado Álvarez,


como en el diario de Federico Gamboa, se puede advertir con
claridad lo imposible que les era a estos intelectuales vivir de su
principal actividad. Hacia 1905, por ejemplo, en la correspon-
dencia del primero se refiere la mediación de Joaquín Casasús,
para que Enrique Creel, entonces gobernador del estado de Chi-
huahua, le otorgara un cargo en su gobierno. Pero también se
puede ver que Salado Álvarez, aprovechando los buenos oficios
de don Joaquín, solicita del gobernador Creel, su intervención
para “obtener copias fieles de la correspondencia del señor Juárez
que tiene el señor licenciado Aguirre”.17 Con el tiempo la rela-
ción con Creel fue más estrecha obteniendo y dando servicios.
En otra misiva, Creel le solicita que en su calidad de redactor en
jefe del periódico El Norte, autografiara una editorial elogiando
la designación de Casasús como representante de México en los
Estados Unidos: “Como le dije a Ud. al principio, deseo robarle
a Ud. los honores de su intelecto y que aparezca el artículo como
de la Redacción de El Norte”.18
Por su parte, Federico Gamboa, en un ejercicio de autocríti-
ca, escribe en su diario:

16
Salado Álvarez, Correspondencia, p. 320.
17
Salado Álvarez, Correspondencia, pp. 52-53.
18
Salado Álvarez, Correspondencia, pp. 56-57.

130
¿Por qué quiero, a fuerza, vivir con empleo del Gobierno? ¿Por qué
no aprendí a otras cosas? ¿Por qué en el fondo de todos nuestros
proyectos y de todas nuestras empresas, como mexicanos, se levan-
ta el tesoro nacional manteniéndonos a todos, suministrándonos el
sustento total o una gran parte del sustento?19

La respuesta ahora parece meridiana: vivir del trabajo intelec-


tual que requiere de una dedicación completa, no era posible;
por otra parte, ni las instituciones de enseñanza superior ni la
iniciativa privada, patrocinaban trabajo de investigación alguno.
En el caso de Salado Álvarez los principales promotores de su
trabajo intelectual fueron Creel y Casasús, aunque también se
le encuentra pidiendo la intermediación de Limantour y Sierra
para acercarse al presidente Díaz y obtener cargos que le per-
mitieran vivir, al mismo tiempo que escribir. Sabemos por su
correspondencia que en febrero de 1907 logra ser designado por
Porfirio Díaz “Segundo Secretario interino de la Embajada de
México en Estados Unidos”.20 Sin embargo, aunque el cargo era
de mayor importancia, le mantenía alejado de México y eso le
distanciaba de su estudio sobre la Reforma. En otra carta, su
editor J. Ballescá, acusa recibo de las lamentaciones de Salado
Álvarez respondiéndole:

No sé qué decirle a usted sobre sus deseos de volver por acá pronto.
Es muy difícil acertar, y yo quisiera que antes de decidirse a de-
jar la inmejorable compañía en que está, lo pensase usted mucho,
porque no se encuentran todos los días amigos de la calidad del
de usted, ni tan dispuestos a demostrar que lo son. Tal vez por mi
estado y situación actuales, veo las cosas de distinto color […].
Ahora voy a dar pronto al público los dos tomitos del buen amigo
Pereyra. Si no vendo eso como pan caliente, no vuelvo a publicar
ni una aleluya.21

19
Salado Álvarez, Correspondencia, p. 54.
20
Salado Álvarez, Correspondencia, p. 173.
21
Salado Álvarez, Correspondencia, pp. 224-225.

131
Las anteriores líneas no solo dan fe del deseo de Salado por
abandonar su cargo en la embajada, sino de las dificultades del
editor y de otros de sus coetáneos, como Pereyra, para realizar
su trabajo como escritores y para que sus obras vieran la luz. En
febrero de 1908 el mismo J. Ballescá le escribía a Salado Álvarez:

[…] Por compromiso, más que por otra cosa, hice los libros de
nuestro querido amigo el licenciado Pereyra, que en mi concepto
son excelentes en su género, y los presenté de una manera a que
no estamos acostumbrados por aquí. Han sido muy bien recibidos
y elogiados por todo el mundo; pero ni al autor ni a mí nos basta
con esto: se necesita que sean declarados de texto. Ahí está la difi-
cultad, y a pesar de que en el mismo Ministerio se dice que son lo
mejor que se ha hecho, por razones que no puedo comprender no
acaban de decidir nada y temo que al fin decidan algo contrario a
mis intereses y a la justicia […]. No creo ni puedo creer en que ni
usted ni nadie pueda vivir en México haciendo libros, aunque sean
tan excelentes como los suyos.22

Pero, cuál era la razón de que obras tan bien acogidas y tan ala-
badas no tuvieran el apoyo de un gobierno que, en principio
y por intermedio de sus más destacados próceres, habían sido
cobijadas. Podríamos lanzar la hipótesis de que el meollo del
asunto estaba en la forma de enfrentar el pasado en las obras de
nuestros personajes. En una carta a Salado Álvarez, su editor Ba-
llescá se queja de que tenía que dar prioridad a la obra que estaba
escribiendo en entregas Justo Sierra y que este por sus múltiples
ocupaciones no terminaba de entregar.

El autor del Juárez, que me viene entregando originales para un


cuaderno cada tres meses, sin quererlo ha remachado el clavo de
mis angustias. ¿Quién quiere usted que nadie que se suscriba ya
a nada de mi casa, si en vez de repartir una entrega cada semana
se reparte una cada tres meses? La obra está bien muerta, y mi

22
Salado Álvarez, Correspondencia, pp. 259-262.

132
nombre más; tengo montones de existencias truncas de las que no
saldré jamás.23

Esto prueba que los espacios de difusión los ocupaban los


hombres del poder, es decir la generación de los científicos. Y
no es que el ministro necesitara acaparar los ingresos que por
escribir historia se obtuvieran; ya nos dejó claro el señor Balles-
cá que de eso no se obtenía mucho; se trata, desde mi punto de
vista, de la interpretación del pasado que daba una generación
y otra. En los trabajos historiográficos de cada uno de nuestros
personajes podríamos encontrar prueba de lo antes dicho.
Para empezar, un tema muy recurrente en los trabajos de his-
toria en esos años finales del Porfiriato, fue el período de Santa
Anna, la guerra de Reforma, el papel de Benito Juárez en ella y
en el período posterior. Incluso, sabemos, que con motivo del
centenario del natalicio de Juárez se lleva a cabo un concurso
sobre su figura y actuación. Recordemos que el propio Francisco
Bulnes escribe un libro llamado El verdadero Juárez (1904), que
levanta una gran polémica y que incluso propicia la respuesta de
Justo Sierra con su escrito Juárez, su obra y su tiempo, editada por
J. Ballescá entre 1905 y 1906. Carlos Pereyra también interviene
en esta polémica con su libro Juárez discutido como dictador y
estadista, escrito también en 1904.
Al parecer, la interpretación que estos jóvenes historiadores
daban al período, no resultaba conveniente a los hombres del
régimen. En los escritos de Ezequiel A. Chávez y otros de su
generación, incluyendo a Pereyra, el juicio a Juárez y la Reforma
pretendía ser más imparcial y apegado a la verdad, cosa que al
parecer no resultaba conveniente a la imagen de un “liberalismo
triunfante”, que pensaba que la historia debía jugar el papel de
vehículo de una formación cívica que favoreciera la visión del
régimen. Sobre este tema podíamos extendernos si incluyéramos
en este escrito las obras de historia de nuestros personajes, pero
eso rebasa el objetivo de este escrito.

23
Salado Álvarez, Correspondencia, pp. 259-262.

133
Lo que sí podemos corroborar es que los miembros de la ge-
neración que estudiamos estaban cerca del poder político pero
no formaban parte de él, y que tenían una visión más académica
del trabajo que como historiadores realizaban; ya lo hemos visto
para el caso de Salado Álvarez, Carlos Pereyra, Federico Gamboa
y, podríamos añadir a Ezequiel A. Chávez, muy cercano a Baran-
da y Sierra en el Ministerio de Educación.24

En la Revolución

Al estallar el levantamiento maderista la postura de estos hom-


bres es de desconfianza ante lo que presenciaban. La mayoría,
en los últimos momentos del régimen, había aceptado cargos de
mayor nivel como el de subsecretario de Relaciones que acepta
Salado en 1910, o el de secretario de la Embajada de México en
Washington, que tenía Carlos Pereyra, así como el de subsecre-
tario de Instrucción Pública y Bellas Artes que recibe Ezequiel
A. Chávez. Este último nos ofrece su impresión sobre Francisco
I. Madero, siendo él diputado en la Legislatura que acompañaba
su mandato como presidente de México:

Como Diputado jamás accedí a figurar entre los enemigos de don


Francisco I. Madero, y aunque no pudiera yo reconocer en él otras
cualidades que la de su buena intención [...] sostuve con mi voto
y a menudo con mi palabra en la tribuna, todas sus iniciativas,
salvo una que consideré inaceptable, la de que se le concedieran
facultades extraordinarias para que pudiera afrontar sin los más
graves tropiezos la situación cada vez más difícil en que se encon-
traba [...]. La combatí porque he juzgado siempre que no deben ser
concebidas nunca por razones de política personalista, que en todo
caso afecta la pureza de las instituciones constitutivas de un país,
y que con mayor razón no deben ser concedidas a quien no haya
revelado tener dotes de perspicacia política excepcionales.25

24
Chávez, “De dónde”, p. 228.
25
Chávez, “De dónde”, pp. 245-246.

134
Esta opinión la apoya en la designación que hace Madero de
Victoriano Huerta, en lugar de Felipe Ángeles, como responsa-
ble de su “destino y el de México”; pues considera que al hacerlo
no dio prueba de poseer perspicacia política. Por su parte, Tori-
bio Esquivel Obregón, crítico más abierto del régimen porfirista
y que participó en el partido antirreleccionista, recuerda a Fran-
cisco I. Madero en sus memorias, Mi labor en el servicio público,
con las siguientes palabras:

Era un hombre bueno, había sido un hijo modelo; un esposo fiel y


cariñoso; sobrio casi hasta el ascetismo […] su valor civil y personal
eran indiscutibles; pero el complexo de su bondad natural como la
idea confusa de democracia, y de la voluntad popular identificada
con la suya, pudo llegar a hacerlo, andando el tiempo, un gober-
nante tanto más temible cuanto más creía en la bondad absoluta
de sus propósitos.26

En fin, que la revolución se precipita sobre la vida de estos hom-


bres y las decisiones que toman en esos momentos, y la forma en
que juzgan lo que están viviendo, marcarán para la posteridad su
papel en la historiografía mexicana. En marzo de 1911 Enrique
Creel notifica su renuncia como ministro de Relaciones Exte-
riores al decano de los diplomáticos extranjeros acreditados en
México, Henry Lane Wilson, por consiguiente Salado Álvarez
debe hacer lo propio. Enriqueta de Pereyra, establecida junto
con su marido en Estados Unidos le escribe a Salado Álvarez:

C. (Carlos) encarga a Ud. muy encarecidamente que si tiene Ud.


algo que decirle –y algo ha de tener– le hable Ud. por teléfono, o
como se pueda, a don Santiago, quien tiene ya un procedimien-
to seguro de comunicación. […] Volvimos a Nueva York con ne-
gocios y pasamos allá cinco días. Me gusta más que Nueva York,

26
Esquivel Obregón, Mi labor, p. 64.

135
Washington. Si dejo esta población será con lágrimas. Dios nos
proteja. Hasta hoy, las noticias son tremendas.27

Pero Francisco L. de la Barra, en su calidad de presidente interino


en tanto se realizan elecciones, nombra a Salado ministro de Re-
laciones Exteriores: “En virtud del infraescrito tener que tomar
posesión interinamente de la Presidencia de la República, queda
usted desde hoy encargado del despacho de esta Secretaría”.28
Un año después, el presidente constitucional, Francisco I. Ma-
dero, lo designa Enviado Extraordinario y Ministro Plenipoten-
ciario de México en Brasil.29
En 1912, desde París, Salado Álvarez recibe una carta de Li-
mantour en la que recapacitan sobre los hechos recién ocurridos:

Muchos de mis mejores amigos han opinado, en efecto, que el


gobierno del general Díaz debía agotar todos los recursos antes
que declararse vencido y no entregar el gobierno sino por la fuerza
de las armas. Al declarar Ud. hoy que estaban engañados al pensar
así, me aligera mucho la pesada carga de la terrible responsabilidad
moral en la que por error, hubiera podido haber incurrido soste-
niendo, como sostuve, con firmeza, la línea de conducta seguida
entonces por el gobierno.30

Para algunos de estos personajes su situación frente a los gobier-


nos de Francisco León de la Barra, Madero y Victoriano Huerta
fue variada; ya vimos que Ezequiel se convierte en diputado con
Madero, Federico Gamboa secretario de Relaciones Exteriores
con Victoriano Huerta, aunque después renunciara y conten-
diera en contra del propio Huerta por el partido católico. Para
Toribio Ezquivel Obregón las cosas fueron a la inversa, de ser un
miembro destacado del antirreeleccionismo, pasó a ser un fuerte

27
Salado Álvarez, Correspondencia, pp. 471-472.
28
Salado Álvarez, Correspondencia, p. 485.
29
Salado Álvarez, Correspondencia, p. 532.
30
Salado Álvarez, Correspondencia, p. 538.

136
crítico de Madero y, posteriormente, secretario de Hacienda en
el gobierno de Huerta. También vimos que a Salado Álvarez lo
nombra el presidente León de la Barra, secretario de Relaciones
Exteriores. Ezequiel A. Chávez, con ser uno de los menos in-
volucrado en una postura contraria a la revolución durante el
gobierno de Victoriano Huerta, es también identificado como
enemigo de la revolución. Su “culpa”, haber sido director de la
Escuela Nacional de Altos Estudios, siendo Jorge Vera Estañol
ministro de Instrucción, y después llamado por Nemesio García
Naranjo, para ser rector de la Universidad Nacional (del 1ro. de
diciembre de 1913 al 7 de diciembre de 1914).

Martín Luis González, hijo de un valiente, leal y pundonoroso sol-


dado que había muerto luchando en defensa del presidente don
Porfirio Díaz, y que ahora ocupaba un puesto de importancia en
el despacho de los asuntos de la Secretaría de Gobernación, se me
presentó en la rectoría para hacerme saber el propósito del nuevo
gobierno de cambiar desde luego por otras personas, a quienes du-
rante el gobierno que acababa de desaparecer habían tendido a su
cargo importantes servicios.31

Posteriormente Ezequiel tuvo que autoexiliarse por el rechazo


que encontró en todos los lugares en los que trabajaba como
profesor. Sin embargo, su exilio fue corto. Ezequiel contaba con
la admiración y respeto de varios de los personajes que en la
posrevolución tenían cargos de relevancia. El principal apoyo
lo encontró en Alberto Pani –entonces secretario de Relaciones
Exteriores con el gobierno de Álvaro Obregón–: “[...] un tele-
grama de Alberto Pani, (y) una carta de Manuel Urquidi, me
hacían saber que (35 mexicanos) habían resuelto todos hacer
cuanto les fuera dable para remover las dificultades que me te-
nían expatriado”.32 Posteriormente trabajó con Vasconcelos en
la creación de la Secretaría de Educación, fue también director

31
Chávez, “De dónde”, p. 248.
32
Chávez, “De dónde”, p. 258.

137
de la Escuela de Altos Estudio y, finalmente, regresó a la recto-
ría de la Universidad en 1923.

Después de la Revolución

El colofón de la vida de los personajes más destacados de esta


generación, sin embargo, no fue venturoso; a todos ellos persi-
guió la sombra de su participación en el gobierno de Victoria-
no Huerta o su postura antirrevolucionaria. Federico Gamboa
parte al exilio en 1914, al igual que Victoriano Salado Álvarez;
Carlos Pereyra estableció su residencia en España desde 1916
y, a diferencia de los dos anteriores que regresaron a México en
algún momento, este último murió en España. Toribio Esquivel
dejó México en 1913 y regresó en 1924 y, así, podríamos agre-
gar nombres de destacados historiadores como Luis González
Obregón y Jesús Galindo y Villa, desdeñados por el régimen
posrevolucionario por haber sido partícipes de un gobierno an-
terior. En suma, una generación de hombres brillantes que no
tuvo oportunidad de gestionar el momento histórico que hubie-
ra sido suyo y que ha pasado a la memoria colectiva cuando no
desapercibido, con un manto de recelo.
Durante los gobiernos posrevolucionarios estos hombres se
dedicaron a escribir memorias, diarios, artículos periodísticos,
libros de historia; ejercicios de reflexión que dejan ver el México
que ellos tenían ante sus ojos y que distaba del que hubieran
querido crear. Cada uno de ellos nos ofrece en su obra escrita sus
cavilaciones sobre el tema que en particular les alarmaba. Así ve-
mos que a Ezequiel A. Chávez le preocupaba particularmente el
tema de la educación: después de cuatro años –en noviembre de
1934– de haber sido nombrado miembro de la Comisión Técnica
Consultiva de la Secretaría de Educación Pública, a instancias del
entonces ministro de Educación y antiguo discípulo suyo Aarón
Sáenz, presenta su renuncia motivado por la solicitud de Narci-
so Bassols para que esa Comisión preparara la modificación del
artículo III de la Constitución para “extender” a la educación
secundaria y a la normal, tanto pública como privada, “[...] el

138
monopolio conferido en 1917 al Estado en materia de educación
primaria, contra el que hablé públicamente en 1918”.33
Para Victoriano Salado Álvarez, los temas que ocupaban la
opinión pública en 1917 “[…] eran la Constitución recién ex-
pedida y el agrarismo”;34 de los cuales él mismo escribió; aunque
mostró particular interés por reflexionar en torno a lo que llamó
la “intromisión” de los gobiernos de Estados Unidos. Refirién-
dose al apoyo que esos gobiernos dieron a “los insurrectos”, la
calificaba no como una “neutralidad benévola”, pues en la prác-
tica, decía, “significaba nada menos que una ayuda efectiva tan
considerable, que una invasión no la habría producido mayor”.35
Preocupación destacada para Federico Gamboa fue el tema del
enfrentamiento del Estado y la Iglesia católica: en febrero de
1926 se mostraba estremecido por la continua “[…] exclaustra-
ción de monjas, y el cierre de escuelas católicas”. Y se pregunta-
ba “¿Continuarán estos atropellos y estas injusticias?” En 1927
escribía en su diario: “La situación del país cada vez peor […]
Estamos en plena guerra religiosa, que son las más implacables
y bárbaras”.36
Como cierre a este breve escrito recogemos las palabras de
Toribio Esquivel Obregón, en las que muestra la dura realidad a
la que él y varios de sus coetáneos se enfrentaron en su destierro
y en el retorno, años después, a su país.
Allá (en el exilio) México había estado siempre inseparable en
mi memoria, allá había hecho todo lo que estuvo a mi alcance
para honrarlo […] y cada vez que […] obtenía yo alguna dis-
tinción me acordaba de México y la ofrendaba a mi país. […]
Once años después regresaba a mi patria, en donde yo era un
reaccionario, un huertista, un hombre vitando; pero al fin era
mi patria. […] Era México terrible, pero hermoso y atrayente.37

33
Chávez, “De dónde”, pp. 295-296.
34
Salado Álvarez, Memorias, p. 94.
35
Salado Álvarez, Memorias, p. 391.
36
Gamboa, Diario, p. 257.
37
Esquivel Obregón, Mi labor, p. 155.

139
Bibliografía

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educadora. El enfoque historiográfico de Ezequiel A. Chávez,
México, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
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rodeó la obra de Victoriano Salado Álvarez”, en Aguirre
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vamos”, en Obra filosófica y autobiográfica II, México, El
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nuevo, México, Ed. Porrúa, 1985.
Salado Álvarez, Victoriano, Correspondencia, 1894-1931,
México, Ed. Gobierno del Estado de Jalisco, 1991.

140
Apuntes de la historia de vida
de un militante sindicalista1

Patricia Pensado Leglise

Introducción

Con las herramientas que ofrece a la historia oral el enfoque de


historia de vida, basada en la entrevista, estamos ante una con-
versación que se enriquece en la medida en que se da una interac-
ción “cara a cara” y nos “acerca a la vida de los otros, sus creencias,
su filosofía personal, sus sentimientos, sus miedos”.2 Así, la en-
trevista en tanto producto de la memoria selectiva del sujeto, es
una reinterpretación y, en esa medida, es subjetiva.
En este trabajo nos proponemos mostrar, a la luz de las entre-
vistas de Manuel Vargas Mena, la importancia de crear un tipo
de testimonio que se dirige al recuerdo de la acción colectiva
en la que participó el entrevistado, para rescatar su vivencia y
la experiencia que tuvo en el movimiento obrero de los años
sesenta y ochenta. Las entrevistas tuvieron por finalidad conocer
el porqué de las acciones del sujeto, cuáles fueron las ideas que
motivaron su participación, en este caso en una praxis sindi-
cal, en un contexto reconocido como de insurgencia obrera que
inició en el país en 1971 con el movimiento del Sindicato de

1
Para la elaboración de este texto se retomaron algunos aspectos del artícu-
lo “Nacionalismo revolucionario y movimiento obrero: el caso del sutin”,
­Revista Voces de la Historia, México, Universidad de Guanajuato, en proceso.
2
Arfuch, La entrevista, p. 90.

141
Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (sterm) y
el Movimiento Sindical Ferrocarrilero (msf ); ola de protestas y
demandas que fue desarrollando “una jornada nacional por la
democracia sindical”, que involucró en manifestaciones públicas
a más de cuarenta ciudades del país.3
Este texto es el testimonio de un trabajador de la industria
nuclear y su participación en un sindicato que fue vanguardia
del movimiento sindical de aquellos años, considerado de tal
relevancia debido a sus planteamientos sobre gestión industrial,
prácticas democráticas, así como su apoyo al internacionalismo;
fruto de ello fueron los lazos solidarios que tendió con la re-
volución nicaragüense. Se trató de las jornadas de lucha más
decisivas desplegadas en aquellos años tanto por sus alcances na-
cionales como por el abanico de fuerzas que pusieron en juego.
Manuel Vargas Mena narra el proceso que originó su partici-
pación como sindicalista de izquierda y lo condujo a participar
en los mencionados sucesos importantes que marcaron la vida
política social de la izquierda nacional en las últimas décadas del
siglo pasado. Manuel no se abstrae de los sucesos, sino que decide
participar en ellos: el movimiento estudiantil del 68, la insurgen-
cia sindical, el Movimiento de Acción Popular (map) y la unifica-
ción de la izquierda. El relato resulta ser el que nos imaginamos
como prototipo del joven comprometido, que asume la ideología
de izquierda con total convencimiento, en parte por tradición fa-
miliar, pero, también por el contexto histórico que le toca vivir.
En el testimonio que analizaré destaco los intersticios que hacen
a la vez individual y colectiva la experiencia de Manuel durante
su participación en el sutin; observo que esta vivencia adquirió
semejanzas con la militancia política, por el nivel de compromiso
y lealtad hacia el sindicato y la política que la organización desple-
gó hacia el conjunto del movimiento sindical. También se pone
de manifiesto, como en toda historia colectiva, una memoria que
previamente se ha “acordado” entre compañeros, quizá no de ma-
nera consciente, revela las complejas relaciones que se construyen.

3
Huacuja R. y Woldenberg, Estado y lucha política p. 46.

142
El sujeto, el relato y la memoria

Manuel Vargas Mena ingresó en 1974 al Instituto Nacional de


Energía Nuclear, y permaneció trabajando ahí durante una dé-
cada hasta que fue despedido por su participación en la huelga
que el Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear
(sutin) estalló en 1983.4 Como es de suponerse, la industria
está ubicada en un campo de actividades que requiere de altos
niveles de especialización; así que Manuel puede ingresar a tra-
bajar en dicho Instituto debido a que cuenta con una formación
profesional universitaria, la ingeniería química. De esta forma
se concreta la invitación que le extendió otro colega y amigo,
el también ingeniero Arturo Whaley, con quien mediaba una
relación amistosa.5
Manuel Vargas Mena fue fundador del sindicato en esta in-
dustria (sutin), organización que nace en 1979 y que se nu-
trió de profesionistas y de técnicos especialistas en la industria
eléctrica y mecánica. Su actividad sindical comprometida con
los intereses de los trabajadores fue por el trato e identificación
que tuvo con Rafael Galván, dirigente de los trabajadores elec-
tricistas democráticos. Hay que señalar que el sutin dio cabi-
da a los trabajadores electricistas despedidos tras el golpe a la
­Tendencia Democrática del suterm.6 Igualmente, entre las filas

4
La industria nuclear en México estuvo organizada en empresas e institucio-
nes separadas: las más importantes fueron Uranios Mexicanos y el Instituto
Nacional de Investigaciones Nucleares.
5
Arturo Whaley Martínez había participado en el movimiento estudiantil de
1968. Después adhirió a una corriente marxista que rechazaba la participa-
ción en partidos políticos de ala izquierda, pues era partidario de tácticas de
movilización de masas. En 1978-79 lidera a las sucesivas organizaciones de
nucleares que se formaron entre 1975 y 1983. Foweraker, Popular Mobili­
zation, p. 88.
6
La disolución formal de la Tendencia Democrática del suterm ocurrió años
después, en septiembre de 1978, luego que se resolvieron la mayoría de los
injustificados despidos de electricistas de esa tendencia por su lucha democrá-
tica. Véase Trejo Delarbre, Crónica del sindicalismo en México, pp. 196-209.

143
de ­nucleares había administrativos y campesinos de distintas
localidades de provincia, donde se encontraban otras secciones
de las empresas y del Instituto Nacional de Investigaciones Nu-
cleares (inin). Igualmente es importante recordar que el sutin
terminó siendo una sección del Sindicato Único de Trabajadores
Electricistas de la República Mexicana (suterm).
Manuel Vargas Mena, como fundador y líder del sutin
compartía la visión de la Tendencia Democrática no solo para
la industria eléctrica sino para el sindicalismo del país. La or-
ganización estaba forjada en el ejemplo de los electricistas de-
mocráticos y, como estos, los nucleares también fueron sujetos
de represalias; la estrategia gubernamental coercitiva se propuso
desarticular su movimiento. Ello no se logró de inmediato; de
hecho, el sutin se convirtió en el eje organizador y promotor
del movimiento sindical que demandaba la reestructuración del
sindicalismo sobre la base de sindicatos nacionales únicos en
cada rama de actividad, con autonomía seccional. Asimismo, sus
miembros fueron defensores de los recursos naturales, en este
caso del uranio, como propiedad del Estado nacional; de ahí
que, como ellos mismos lo expresaron, su lucha también era por
la defensa de la nación y porque los trabajadores intervinieran
en la gestión industrial.
Si hubiera que decirlo en pocas palabras, podríamos decir
que el de los nucleares, sector que contribuyó a organizar Ma-
nuel Vargas, fue un movimiento importante no solo por su ca-
pacidad para desarrollar y socializar visiones sino porque se trató
de una lucha estrechamente comprometida con la insurgencia
obrera; en otros términos, fue continuador de las jornadas me-
morables de los electricistas. Se trató de un destacamento que,
en buena medida, fue capaz de articular movilizaciones y tejer
alianzas en torno a temas que no eran estrictamente laborales
o sindicales, sino que implicaban una concepción del país. La
importancia de su lucha puede sopesarse considerando varios
aspectos: las amenazas al tradicional control sobre las organi-
zaciones obreras y al peso que en esas décadas aún tenían las
organizaciones sindicales.

144
Conviene tener presente que nos referimos a un período en
el que los trabajadores todavía contaban con un peso político
social importante, de ahí que para el gobierno fuera importante
mantener a las organizaciones sindicales bajo su dominio. Cuan-
do los conflictos parecían salir del control, el titular del Ejecuti-
vo asumía el papel de árbitro, tratando de llegar a acuerdos, ce-
der lo menos posible y negociar con ellos. Sin embargo, cuando
consideraba que las negociaciones resultaban “inaceptables” re-
curría a la represión, aplicando los viejos métodos mediante los
cuales se apoyaba en la “legalidad” de las instituciones relativas,
léase Secretaría de Trabajo y Previsión Social, Junta Federal de
Conciliación y Arbitraje y/o la Confederación de Trabajadores
de México, para declarar a las huelgas inexistentes, o promover
despidos de los inconformes.
Desde la década de los sesenta era evidente la explosión de
luchas desplegadas por varios sectores de trabajadores buscando
traspasar el control ejercido por las direcciones espurias de las
grandes organizaciones obreras,7 que estaban incorporadas den-
tro del sistema político mexicano. De ahí que en ese momento
adquirió una decisiva importancia en el escenario nacional del
movimiento democrático electricista y de su sucesor, la lucha de
los trabajadores del inin.
La insurgencia sindical que se vivió en el país durante los
años setenta y ochenta en gran medida respondía a los drásticos
ajustes económicos y financieros que, desde el Estado se impul-
saron. Modificaciones que alteraron profundamente la política y
la economía nacionales. No solo se afectó el ritmo de ­crecimiento
de la economía, con sus derivadas en los empleos. De acuerdo
con Rolando Cordera: “al caer los precios del petróleo y con la
adopción estadunidense de una política antiinflacionaria basada
en el drástico aumento de sus tasas de interés”,8 la salida que
entonces se encontró fue la de llevar a cabo grandes cambios
estructurales dirigidos a contraer la intervención del Estado en

7
Cuyos líderes popularmente son conocidos como “charros”.
8
Cordera Campos, “La “gran transformación”, p. 51.

145
la economía. El cambio de rumbo implicaba la reestructuración
del sector público.

Entre 1983 y 1985 se redujo el número de entidades paraesta-


tales de 1,155 que había al inicio del gobierno, a 700 […] La
Secretaría de Energía, Minas e Industria Paraestatal impulsó un
programa de reconversión industrial para modernizar el aparato
productivo en manos del Estado mexicano, que en la práctica fue
abandonado a partir de 1985.9

Con todo, las políticas de ajuste no solo no cumplieron con las


expectativas de generar un crecimiento sostenido, sino que, en
la actualidad, como señala Rolando Cordera:

[…] lo que debe preocupar a todos, incluyendo a los inversionistas


nacionales y extranjeros, es el decaimiento productivo, la falta de
sintonía de la acción estatal frente a la recesión y el desempleo y la
expansión, hasta ahora no encaradas, de extensas capas de la pobla-
ción carentes de todo tipo de protección social.10

El testimonio de Manuel Vargas Mena más que focalizarse en


la historia del sutin, se centra en sí, como sujeto. Durante los
diez años que trabajó en la industria nuclear, se incorporó a las
tareas sindicales; llegó a ser uno de sus dirigentes destacando
por intervenir en la resolución de conflictos que, en ocasio-
nes, trascendían el ámbito sindical y se convertían en asuntos
personales. Convivió en el mismo espacio laboral con miem-
bros de la oposición –a la línea del cen– quienes también se
definían de izquierda, lo cual complicaba las relaciones y las
discusiones en las periódicas asambleas.
Contando con cualidades personales como la tolerancia y la
paciencia, que hoy en día son poco apreciadas, Manuel desple-
gaba su actividad sindical hacia otras organizaciones sindicales

9
Cordera Campos, “La “gran transformación”, p. 53.
10
Cordera Campos, “La “gran transformación”, p. 57.

146
y políticas. Ello influyó en su decisión de participar en la for-
mación del Movimiento de Acción Popular (map) desde donde
fungió como enlace con otros sindicatos de empresas paraesta-
tales, como el extinto Instituto Mexicano del Café y la entonces
Secretaría de Pesca.
Luego, cuando el Partido Comunista Mexicano (pcm) con-
vocó a la unidad de la izquierda, en 1982, Manuel se incorporó
al Partido Socialista Unificado de México (psum), donde am-
plió sus relaciones sindicales y defendió la independencia de las
organizaciones sindicales frente a los partidos; había que evitar
repetir el patrón de relación que tuvo la ctm con el Partido Re-
volucionario ­Institucional (pri).
Como militante del psum, Manuel continuó participando en
el sutin y en la Comisión Obrera del partido hasta que se gene-
ralizaron las protestas contra la política de severa austeridad lle-
vada a cabo por el presidente De la Madrid. En una acción con-
junta sindicatos independientes, organizaciones independientes,
incluso las afiliadas a la ctm acordaron estallar una huelga en
demanda de aumento general a los salarios.
Si bien la huelga general no se concretó, varias organizacio-
nes pusieron las banderas roji-negras en algunas dependencias y
centros laborales; en el caso del sutin el movimiento fue apro-
vechado por el gobierno para desaparecer a la empresa Uranio
Mexicano (uramex) y con esa acción pudo golpear a uno de los
sindicatos que le resultaba incómodo. No se trató de eliminar
del todo al sindicato, que tenía celebrado los contratos colec-
tivos con las empresas de la industria nuclear que había sido
dividida; también el inin pudo mantenerse y, aunque la base de
Manuel está en un centro del Instituto, finalmente es despedido
por apoyar activamente la solidaridad con los compañeros de
uramex. Asimismo, su militancia partidista concluye cuando el
psum se fusiona con la corriente democrática del pri y se consti-
tuye el Partido de la Revolución Democrática y opta por parti-
cipar en la fundación del Instituto de Estudios de la Transición
Democrática (ietd).

147
El relato de la experiencia sindical en el suterm, con la Ten-
dencia Democrática de los Electricistas y como fundador del
sutin, que hace Manuel Vargas Mena no sigue un camino “an-
dado por la izquierda”, ni tampoco continúa la trayectoria y de-
sarrollo mismo de esos movimientos, a pesar de provenir de una
cultura familiar de izquierda. Vargas Mena emite comentarios
críticos tanto hacia su propia participación como a la de dirigen-
tes y organizaciones políticas de izquierda. Sin embargo, admite
que su participación en el sutin ha sido de sus mejores expe-
riencias vitales ya que no solo lo colocó en el medio «revolucio-
nario», según los cánones del marxismo de esa época; también
tuvo oportunidad de intervenir en uno de los más importantes
proyectos del sindicalismo nacional de la historia moderna que
se planteó junto a sus tareas y actividades laborales contribuir a
la formación de la conciencia de clase mediante el fomento de
actividades democráticas internas.
Jim Sharpe ha escrito que uno de los propósitos de la historia
“consiste en proporcionar a quienes la escriben o leen un sen-
timiento de identidad, una idea de procedencia”.11 En nuestro
caso ello puede significar, aspirar a contar con la sistematización
de experiencias obreras de finales del siglo xx que marcaron la
historia del movimiento sindical mexicano, entre las que se ubi-
ca la de los trabajadores nucleares del sutin. Este testimonio
es una memoria “acordada” entre compañeros vinculados por
ideales, esfuerzos y experiencia.
Usando los términos de Arfuch, esta historia no es excepción;
al contrario, y para ese tiempo, en tanto parte del mundo sin-
dical se participa también en una red de relaciones con diversas
instituciones del Estado: laborales, jurídicas, judiciales y came-
rales. Se mantiene contacto con organizaciones obreras –oficia-
les e independientes–, políticas de signo diferente, e igualmente
personales. Empero son precisamente estas relaciones públicas y
privadas las que dotan de sentido, en este caso la participación
sindical en la vida de Manuel.

11
Sharpe, “Historia desde abajo”, p. 56.

148
La recuperación del testimonio, entonces, en este caso de un
sindicalista de izquierda de las últimas décadas del siglo xx, sig-
nifica conocer el entramado en el que se debate la existencia del
sujeto; en palabras de Leonor Arfuch, se trata de observar “dos
universos existenciales, [de] lo público y lo privado”.12 Ahí, el
sujeto construye sus identidades, valores, “sentido común y es-
tructura de sentimientos”.13
Por otra parte, esta dimensión subjetiva de la experiencia del
sujeto en el movimiento, proporciona el conocimiento de las
interpretaciones sobre la práctica individual y colectiva; permi-
te comprender los orígenes, las motivaciones, los ideales y los
errores, sus representaciones. También, permite comprender la
presencia de la izquierda en la vida pública y en la tradición de
las luchas obreras, “la necesidad de explicitación de las categorías
valorativas que orientan la conducta”14 del sujeto en una praxis
social y política que, en ocasiones, intuye que difícilmente llegará
a buen puerto, y que con todo no renuncian a ella. De ahí que sea
muy importante el ejercicio del entrevistado por discriminar lo
que considera valioso del recordar y transmitir de su experiencia.
Cuando aparece en el relato la intención implícita de com-
partir experiencias con otras luchas sindicales, el entrevistado
trasmuta en sujeto objeto. La recuperación de esta sistematiza-
ción de experiencias que trascendieron el aspecto meramente
gremial, ofrece aportes no solo a la historia social del país, sino
también a la clase trabajadora al recuperar un pasado que, desde
el presente, se incorpore a su memoria histórica, adquiriendo
conciencia de la importancia de esas movilizaciones que llegaron
a ser motivo también –como comentaba Adolfo Sánchez Rebo-

12
Arfuch, La entrevista, p. 24.
13
Sentido común y estructura de sentimientos son categorías que utilizó
­Raymond Williams para referirse al comportamiento cotidiano y peso que
tiene en la política la tradición cultural y las “estructuras del sentir”, com-
prendidas como “conjunto de relaciones internas específicas, entrelazadas, y a
la vez, en tensión”. Mastrángelo, Cultura y política en la Argentina, p. 224.
14
arfuch, La entrevista, p. 63.

149
lledo– para que se promoviera la reforma política de 1977. Este
efecto tuvo el movimiento sindical que se generalizaba y escapa-
ba del control del gobierno; había que contenerlo. En el balance
de aquella reforma política, Manuel indica que a quien benefició
finalmente fue a la clase dominante más que a los trabajadores.
Si como afirma Gwynn Prins: “El recuerdo general de la vida
de un informante, estructurado por lo que él mismo conside-
ra de importancia, quizá constituye el tipo de documentación
más puro que podemos encontrar”,15 este parece ser el caso de
Manuel, quien demostró un gran entusiasmo por recuperar la
experiencia del sutin, sindicato que heredó el papel de la Ten-
dencia Democrática de los Electricistas después de su derrota en
1976, como eje fundamental en la organización y desarrollo de
la insurgencia sindical.

El comienzo de la militancia

a) Una familia de comunistas


Manuel proviene de una familia paterna que militó en el pcm
durante la época estalinista. A mediados de los años cuarenta,
su padre renuncia al partido, sin abandonar la ideología comu-
nista. Fue abogado y siempre trabajó con el Sindicato de Traba-
jadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, al lado de los
tra­ba­jadores, no obstante los ofrecimientos que le hicieron para
vincu­larse con la empresa, condición que le hubiera permitido
contar con un mejor pasar.
Apoyó a Demetrio Vallejo en su lucha por la democratización
del sindicato; recorrió todo el circuito del Pacífico, explicando a
los trabajadores el motivo del movimiento en que ese líder estaba
empeñado y la necesidad de consolidar el triunfo. Sin embargo,
visiones diferentes en y entre la dirigencia sindical orillaron a rea-
lizar un nuevo movimiento, mismo que terminó con la encar-
celación de varios miembros del sindicato, entre ellos Demetrio
Vallejo y Valentín Campa, entonces dirigente del pcm.

15
Prins, “Historia oral”, p. 169.

150
Además de su padre, sus tías estuvieron casadas con mili-
tantes comunistas; el esposo de su tía Xóchitl fue un desta­cado
periodista de izquierda, Armando Rodríguez Suárez. Cuando
triunfó la Revolución cubana, ambos fueron fundadores de
Prensa Latina en La Habana y, en la Ciudad de México, del
Instituto José Martí de Relaciones Culturales.
Debido a estos antecedentes familiares, Manuel se inclinó
por compartir sus ideales del comunismo. Cuenta que cuando
cursaba la secundaria, en plena Guerra Fría, un maestro pre-
guntó en la clase ¿quién estaba de acuerdo con el socialismo? y
él enseguida levantó la mano. Su padre, además, influyó en su
gusto por la literatura. Al igual que muchos socialistas y comu-
nistas de la época, uno de los primeros libros que leyó fue Así se
templó el acero de Nikolái Ostrovski. “Mi papá siempre, desde
siempre, estuvo muy cerca de nosotros en cuestión de la lectu-
ra. Orientándonos en el sentido de qué leer y diciéndonos qué
­había que leer”.16
De esa manera, Manuel conoció a autores como Stephan
Zweig, J. Cronin y Ray Bradbury, entre otros. Manuel y sus her-
manos, Sergio y Araceli, recibieron esta formación comunista
y de manera natural la incorporaron a sus vidas. En la actuali-
dad ninguno de los tres milita, pero Manuel comenta que “los
tres somos gente con una permanente preocupación, por estar
­informados, por analizar […] tenemos una noción de dónde
estamos parados. Es algo importante”.17

b) El 68: un momento de estremecimiento


Manuel y su hermano también vivieron la experiencia del movi-
miento estudiantil del 68; participaron como brigadistas desde

16
Segunda entrevista a Manuel Vargas Mena realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro Rivera y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 12 de abril
de 2014, p. 10.
17
Segunda entrevista a Manuel Vargas Mena realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro Rivera y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 12 de abril
de 2014, p. 13.

151
las primeras horas en que se inició el movimiento. Para enton-
ces, Manuel cursaba el tercer año de Ingeniería Química en la
unam y Sergio estaba terminando la preparatoria. Algunos de
sus primos también se integraron y él convenció a sus amigos
del barrio a apoyar el movimiento y a asistir a algunas de las
movilizaciones, entre ellas la del 2 de octubre. Ese día acudió
con su tía Xóchitl y varios amigos al mitin en Tlatelolco, donde
junto con sus amigos sufrieron parte de la represión y vivieron
el traslado a Lecumberri; ahí estuvieron detenidos una semana.
Manuel recuerda:

El 2 de octubre estábamos con los cuates, con algunos amigos:


“¿Vamos a ir al mitin? Vamos”. Se fueron con nosotros y eso les
valió que tuvieran que quedarse encerrados junto con nosotros y
haber pasado lo que pasaron. Algunos amigos lograron escapar.
Otro amigo, a él no le fue tan bien, porque a él le alcanzó una es-
quirla de bala en el pie, quedó herido, lo metieron a Lecumberri. Y
en Lecumberri estuvo como una semana más de lo que estuvimos
nosotros. Pero bueno, no estuvieron ahí por una cuestión de con-
vicción o de militancia partidaria, sino porque eran nuestros cuates
¿no? Nosotros éramos los que sabíamos de eso.18

Resulta interesante notar que en el recuerdo de Manuel se des-


tacan los lazos de amistad y solidaridad generacional que movie-
ron a algunos jóvenes para enrolarse en el movimiento al perci-
bir que se trataba de una protesta de jóvenes por causas justas;
así que es entendible la indignación que les provocó la represión
desatada y que de ella derivara más tarde el interés por la mili-
tancia en organizaciones políticas de izquierda, en movimientos
sociales e incluso en movimientos armados.

18
Segunda entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro Rivera y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 12 de abril
de 2014, p. 14.

152
c) Militancia sindical
Manuel ingresa en 1974 al entonces Instituto Nacional de Ener-
gía Nuclear (inen), que después sería el inin, como trabajador
sindicalizado, al área de producción de radioisótopos en el Cen-
tro Nuclear.

[…] la plaza que quedó vacante y que yo ocupé, fue en el área


de producción de radioisótopos. Que en realidad era una de las
muy pocas actividades realmente productivas dentro del Instituto,
dentro del Centro Nuclear. Es decir, se trataba de procesar mate-
rial radioactivo, darle la forma química adecuada para diferentes
aplicaciones tanto en el área de la salud, como en la agricultura,
etcétera. Eso se vendía […] esos servicios se vendían, se siguen ven-
diendo tengo entendido, pues hay empresas que lo requieren […].

Cabe decir que, al igual que Manuel, fueron muchos los pro-
fesionistas que se incorporan al sutin y, al igual que para otros
profesionistas, el grado académico no representó obstáculo algu-
no para convivir con el variopinto de oficios y actividades que
se desempeñaban tanto en uramex como en el inin. Por el con-
trario, en ese espacio se procuró siempre mantener condiciones
de igualdad tanto para la elección de los diferentes cargos en el
sindicato como en el trato personal.

Yo entré a trabajar ahí, y bueno, pues fue una gran experiencia


desde el punto de vista técnico, profesional, pero también desde
el punto de vista sindical. Resulta que el área de producción de
radioisótopos, era un área […] de una composición muy diversa.
Había gente de muy alto nivel profesional, había gente que había
ido adquiriendo conocimiento en cuanto al manejo de material
radioactivo, gente que tenía estudios de secundaria, de prepara-
toria, y había campesinos de las comunidades en las cuales estaba
asentado el Centro Nuclear, o está asentado el Centro Nuclear,
que habían entrado como intendentes y que también habían ido
desarrollándose en el conocimiento del material radioactivo […]
todos ellos tenían participación dentro del sindicato, de ­diferentes

153
­ iveles, de diferentes maneras. Entonces pues sí, fue como que
n
dentro del área de radioisótopos era un pequeño muestrario de lo
que era el Centro Nuclear en cuanto a su composición.19

Las actividades laborales y la variada composición social de los


trabajadores «nucleares» permitió que el sindicato buscara opcio-
nes viables que hicieran posible la información, comunicación
y formación con todos los agremiados, de ahí la creación de los
que llamaron grupos de discusión reunidos en cada sección del
sindicato, y que garantizó una vida democrática a este sindicato.
Mediante estos grupos también se pretendía que los traba-
jadores ampliaran su visión acerca del movimiento sindical, los
problemas nacionales y el funcionamiento de un sindicato de-
mocrático. Para reforzar la misión de estos grupos, se invitaba
a intelectuales; la mayoría provenía de la corriente del Consejo
Sindical que en ese momento luchaba por la formación de un
sindicato único para el personal administrativo y académico en
la unam. Acudieron al llamado sindical Arnaldo Córdova, Car-
los Pereyra, Adolfo Sánchez Rebolledo, Rolando Cordera, José
Woldenberg, Raúl Trejo Delarbre, Pablo Pascual Moncayo, Luis
Emilio Giménez Cacho, entre otros sindicalistas-académicos.20
Al respecto Manuel relata la función pedagógica que tenían
estos grupos:

Ser solidarios con otros movimientos sindicales, tener conocimien-


to de las diferentes luchas sindicales que se dan en otros ámbi-
tos, acercarnos a ellos, ir conformando en la medida de lo posi-
ble, frentes sindicales hacia objetivos concretitos. Y bueno, fuimos

19
Primera entrevista a Manuel Vargas Mena realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 18 de enero 2014,
pp. 2 y 3.
20
Todos ellos formarían en 1981 el Movimiento de Acción Popular, organiza-
ción que duraría solo un año, debido a que decidieron participar en el proceso
de unificación de la izquierda mexicana fundando el Partido Socialista Unifi-
cado de México (psum) en 1982.

154
­ esarrollando toda esa concepción y una de las modalidades que
d
se creó, que se inventó dentro de las diferentes áreas del Instituto,
fueron los grupos de discusión […] las áreas de trabajo se reunían
una vez por semana de manera regular y permanente a discutir
pues los temas, la agenda que por un lado pudieran proponer los
trabajadores del mismo grupo, y que por otro lado, los dirigen-
tes o representantes sindicales llevaran a debatir. Entonces era una
permanente retroalimentación de los problemas sindicales que se
daban (laborales, de todo tipo dentro de los grupos de trabajo) y
también de los diferentes aspectos que la dirección del sindicato
consideraba importante que se conocieran, que se analizaran, que
se difundieran, para posteriormente poder llegar a la toma de deci-
siones en asambleas y demás.21

Esto no quiere decir que las relaciones entre la dirigencia sindical


y las bases fuera siempre tersas. Manuel relata que en esas dis­cu­
siones se manifestaban opiniones divergentes ante, por ejemplo,
la solicitud de solidaridad económica con mo­vimientos, traba-
jadores incluso, como se dijo, de otros países. Diferencias que
expresaban distintas formas de concebir el papel del sindicato;
para la dirección era importante cumplir con las tareas de soli-
daridad de clase apoyando a los trabajadores que lo solicitaran,
postura que evidenciaba la forma en que se concebían como
sindicato de vanguardia, así como la fidelidad a los principios
antiimperialistas que la ideología del nacionalismo revoluciona-
rio postulaba y también, de alguna manera, a la añeja tradición
comunista de ejercer el internacionalismo proletario.

Había gente abiertamente antisindical, que no estaba de acuerdo


con que el sindicato le marcara en un momento dado la necesidad,
por ejemplo, de que se tomara el acuerdo: –Cuota sindical extraor-
dinaria para los compañeros que están en huelga en tal lugar. –Yo
no tengo que dar, a mí no me interesa. –Pero el sindicato te obliga

21
Primera entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia Pensado, Isi-
dro Navarro y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 18 de enero 2014, p. 9.

155
porque es un acuerdo mayoritario […] Podemos en un momento
dado ser democráticos en cuanto a la definición de un porcenta-
je de aumento en nuestro salario. Podemos ser democráticos en
cuanto a tales o cuales cláusulas dentro del contrato colectivo. O
la dirección de nuestros dirigentes. Eso es nuestro sindicato. Pero
fuera de eso, el hecho de tener que negociar que si tenemos que
darle ayuda a tal o cual lucha sindical. Eso ya como que para al-
gunas gentes ya salía del ámbito sindical. Y bueno, sí fueron un
porcentaje minoritario pero que después fue creciendo en el Cen-
tro Nuclear en particular. Y bueno, pues a eso coadyuvó también
el surgimiento de otras corrientes, corrientes políticas que veían de
otra manera la participación del sindicato.22

d) Solidaridad con la revolución nicaragüense


El hecho de que Manuel provenga de una familia comunista
explica cómo uno de los valores con los que creció fue el de
la solidaridad, que había que desplegar hacia las causas justas,
incluso más allá de la propia frontera nacional. Siendo todavía
un niño fue testigo del júbilo que embargó a todos los simpati-
zantes del triunfo de la Revolución cubana, las expectativas que
ge­neró en las luchas antiimperialistas y anticolonialistas, en la
construcción del socialismo en ese pequeño territorio insular
latinoamericano. El entusiasmo alcanzó a su familia, sus tíos
de­sa­rrollaron una serie de actividades para apoyar a la Revolu-
ción, incluso viajaron a Cuba y fueron fundadores, como antes
ya se mencionó del Instituto José Martí de Relaciones Cultura-
les de la Ciudad de México.
De esta manera, Manuel asumió de forma natural esta actitud
que desde su ingreso al sutin mantuvo siempre; ejemplo de esto
fue que defendiera tanto la solidaridad con el Frente Sandinista
de Liberación Nacional apoyando la organización de la brigada

22
Primera entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 18 de enero 2014,
pp. 10 y 11.

156
de profesionistas que respaldaron al gobierno n
­ icaragüense23 en
una serie de actividades vinculadas a la producción minero me-
talúrgica. Esa circunstancia puso a prueba los avances alcanza-
dos en las tareas de los grupos de discusión.

Cuando se viene el triunfo de la Revolución sandinista […] el


Frente Sandinista se acerca a México, a los sindicatos: “Tenemos
estos problemas” […] que tenemos las minas de oro para la ex-
tracción y el beneficio del oro, pero los técnicos se fueron. Triunfa
la revolución y salieron […]. Ah bueno, pues entonces se habla
con la administración de Uranio Mexicano: –necesitamos técnicos
para Nicaragua, que sigan siendo pagados por Uranio Mexicano.
Entonces se conforma una brigada de ingenieros químicos, de in-
genieros metalúrgicos, etcétera, que se van a Nicaragua. Se van a
radicar un año, año y medio.

Entonces este tipo de acciones solidarias que van más allá de dar
una lana. Son acciones que necesitan un respaldo de la organiza-
ción, no de los líderes, de la organización en su conjunto, tienen
que conocerlo. Se vota: si estamos de acuerdo en que el sindicato
le plantee esto a la empresa […]. Entonces ese tipo de actividades
beneficia a la gente conocerlas, para poder acordar al respecto. Y
que puedas tener el sustento suficiente para que las autoridades di-
gan: −Bueno, eso es algo que la gente respalda, si no lo aceptamos
podemos tener conflictos−.24

La batalla decisiva

a) La oposición
Para Manuel la corriente opositora a la dirección del sindicato
se gestó en el inin, en las instalaciones del Centro Nuclear de

23
La revolución sandinista inició en julio de 1979.
24
Primera entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 18 de enero 2014,
pp. 12, 13 y 14.

157
S­ alazar, estado de México. A él le tocó lidiar con ella y uno de los
momentos en que reconoce que cobra fuerza, fue cuando el go-
bierno golpeó a la Tendencia Democrática del suterm enviando
al ejército a tomar las instalaciones para impedir la huelga que
se había planteado para el mes de julio de 1976. Los dirigentes
Arturo Whaley y Alonso Bassanetti fueron expulsados del sindi-
cato, situación que fue aprovechada por las corrientes opositoras
que se concentraban en el Centro Nuclear.

La gran mayoría de la gente del Centro Nuclear, se manifestó en


contra de lo que hasta ese momento había sido la dirección. Y
entonces lleva la dirección dentro de la sección Centro Nuclear a
gentes disidentes que habían estado tiempo atrás pues golpeando
a la dirección sin resultados. Tuvo que venir ese golpe por parte
del gobierno, para que toda esa base social inconforme pudiera ser
capitalizada.25

Más tarde cuando Arturo Whaley y otros miembros que ha-


bían sido destituidos vuelven a estar habilitados, recuperan la
dirección general del sindicato, pero no la del inin. “Se tuvo
que desarrollar dentro del Centro Nuclear todo un trabajo de
concientización, de participación de la gente. Pero ya nunca fue
posible la recuperación, la cohesión nuevamente”.26

b) Identidad generacional
Ya se ha referido que algunos de los dirigentes y trabajadores más
comprometidos durante la insurgencia sindical formaron parte
de la generación del 68; por ello es que para muchos participar
en el movimiento sindical significó la oportunidad que había

25
Primera entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia P
­ ensado,
I­sidro Navarro y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 18 de enero
2014, p. 17.
26
Primera entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia P
­ ensado,
­Isidro Navarro y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 18 de enero
2014, p. 18.

158
sido truncada por la represión al movimiento estudiantil, de vol-
ver a plantear la lucha por el cambio social.
Manuel interpreta esta procedencia como la responsable de
dar a la actividad sindical un carácter político: opinar y exigir
modificaciones a las políticas económicas que se aplicaban para
solventar la crisis en detrimento del salario de los trabajado-
res. Así como las protestas contra el gobierno por la falta de
­democracia.

Es decir, sacarla de la actitud meramente gremialista y darle todo


un contenido político mucho más amplio […] Yo creo que sí, la
gente del 68, o la gente que teníamos ya una militancia de determi-
nado nivel, sí traíamos esa inquietud, ese interés en poderle dar un
carácter político a la organización sindical. E inclusive dentro de un
planteamiento ideológico, en el caso nuestro, que tenía que ver con
los orígenes de la Revolución Mexicana, con el nacionalismo revo-
lucionario, el rescatar todo este concepto de lo gobiernos priistas.27

c) Relaciones con el movimiento sindical oficial


Las relaciones que el sutin estableció con el movimiento sin­
dical oficial, llámese Congreso del Trabajo o ctm, fueron con­
troversiales tanto entre los propios «nucleares» como con otros
sindicatos y corrientes de izquierda, que las interpretaban de
­manera reduccionista como una forma de claudicación o trai-
ción al movimiento revolucionario.

El aparato del Estado es algo muy complejo en donde hay dife-


rentes intereses. Y está dentro de ese marco el movimiento sindical
oficial, son gente que no es dirigente de sindicatos democráticos,
pero que tiene dentro de la estructura del Estado un peso impor-
tante, y frente a diferentes conflictos que se nos llegaron a presen-
tar, pues había que acercarse con esas organizaciones para ver hasta

27
Primera entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 18 de enero 2014,
pp. 20 y 21.

159
dónde era posible obtener apoyo de esas organizaciones en cuanto
a puntos concretos. Para la firma del contrato colectivo fue funda-
mental el apoyo del Congreso del Trabajo. En esa época Porfirio
Muñoz Ledo era secretario del trabajo […] Ese trabajo de ir de-
tectando y aprovechando y hablando con unos acerca de tal tema,
con otros acerca de tal otro, fue una tarea muy ardua, creo yo muy
inteligente, de la que se echó mano para poder sacar adelante a la
organización sindical. Pero esto había necesidad de explicárselo a la
gente, porque la gente veía: –Ya están hablando con el Estado, ya se
vendieron−. Entonces era bien complicado. Por supuesto que fue
muy criticado por ese grupo de gente del que hablamos (la opo-
sición). Lo criticaban mucho hacia el interior: −¿cómo es po­sible
que tengan confianza en el gobierno?− Eso no era cierto, no era
que se tuviera confianza en el gobierno. Sabíamos que el gobierno
y elementos del gobierno nos querían pegar, pero también es cierto
que dentro de la estructura del Estado hay muchos intereses y es
muy complejo el teje maneje y el juego político.28

d) La huelga
La huelga del 30 de mayo de 1983 fue una iniciativa del Con-
greso del Trabajo, a la que se le sumaron otros sindicatos inde-
pendientes, que, como se dijo, tenía como objetivo protestar en
contra de las políticas de ajuste del gobierno. En total ocurrieron
3,500 huelgas en todo el país y la mayoría no llegó a solución
victoriosa en términos de aumento de emergencia. En el sutin
la mayoría de los trabajadores votó a favor de la huelga excepto
en el inin, en donde ganó la posición en contra. A casi un mes
del estallamiento, el 23 de junio, el sindicato se desistió de la
huelga en uramex con el argumento de que el aumento salarial
que habían recibido en febrero de ese año en la revisión contrac-
tual era el mismo del 14 de junio, en que los salarios mínimos
habían aumentado en la misma proporción de un 15.6%. La

28
Primera entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 18 de enero 2014,
pp. 22, 23 y 24.

160
administración de uramex, bajo la dirección de Alberto Escofet
se negó a recibir las instalaciones, argumentando que era impro-
cedente el desistimiento unilateral del sindicato. Inició así una
ofensiva contra uramex, y se condicionó el fin de la huelga a la
aceptación del sindicato de la liquidación de los trabajadores.

El sindicato señaló que las consecuencias graves de la intención


de hacer desaparecer uramex eran graves para la independencia
y soberanía nacionales, ya que aumentarían la dependencia en un
renglón estratégico como es el combustible para la generación de
electricidad por medios nucleares. Planteaba también la violación
de la ley reglamentaria del artículo 27 de la Constitución en ma-
teria nuclear.29

La huelga duró 16 meses, tiempo en que el sutin recibió la


permanente solidaridad del movimiento obrero oficial e inde-
pendiente, así como de importantes sectores de intelectuales, ar-
tistas y científicos, militantes de partidos y organizaciones de iz-
quierda que se expresaron públicamente. Sin embargo, todo fue
en vano, el 19 de diciembre de 1984 en la Cámara de Diputados
se aprobó la Ley Nuclear que disgregaba y parcialmente priva-
tizaba la industria, eliminando así la posibilidad de ­desarrollar
una industria nuclear independiente; desaparecían, además, la
Comisión Nacional de Energía Atómica y el sindicato.
Los únicos diputados en el Congreso que votaron en contra
de esa ley, fueron los 16 legisladores del grupo parlamentario del
entonces psum, defendiendo una industria nuclear nacional y la
defensa del sutin. No se logró.

uramex liquidó a todos los trabajadores y dejó de existir. El inin


continuó operaciones, pero despidió a los trabajadores que apo-
yaron la huelga. El gobierno, sin duda, actuó para impedir que
los trabajadores siguieran interviniendo en la orientación de esta
industria estratégica. Sus acciones fueron impulsadas por el miedo

29
Navarro Rivera, “La magia de la política”, p. 54.

161
a perder el control en la vida productiva, y a la influencia que el
sutin detentaba en el proceso de reestructuración democrática del
sindicalismo, que durante esa etapa se creía viable.30

La verdad es que fue el estallamiento de una huelga un poco sin


sentido. Es decir, nosotros estábamos dentro de un proceso de as-
censo de la lucha sindical […] Yo tengo la impresión de que fue
[…] por lo menos Arturo (Whaley) lo decía: “es que nosotros te-
nemos que acabar con el miedo a la huelga. Tenemos que acabar
con el miedo a la huelga”. Entonces, el día del estallamiento de la
huelga hubo mucho de eso. Finalmente había excelentes relaciones
con Uranio Mexicano, okey, nos íbamos a la huelga, pero en unos
cuantos días ya cuando se levantara la huelga no había bronca. Y
había que cohesionar a los trabajadores: la huelga es una gran es-
cuela, etcétera, etcétera. Todas esas cosas […] de hecho en el Cen-
tro Nuclear (inin) impusimos la huelga porque la mayoría de la
gente del Centro Nuclear votó en contra de la huelga. Pero enton-
ces nosotros dijimos: –no, pero la mayoría, todo el sindicato votó
a favor–. Así que cerramos […] En contra de un sentir mayoritario
en el Centro Nuclear […] el movimiento de huelga yo creo que
no tenía mucha razón de ser. Es decir, no desde un punto de vista
estratégico. A lo mejor tácticamente sí, “porque eso le iba dar más
cohesión al sindicato” […] Eso no pasó porque en esa coyuntura,
los sectores que estaban precisamente esperando una patinada para
golpearnos, pues ya. Y entonces esa espléndida relación que había
con las autoridades de la noche a la mañana, resultó que no había
nada. Digo, pues finalmente Escofet no actuaba solo. Fue bastante
ingenuo pensar que esto podía sostenerse. Y entonces, bueno, ya
se vino toda la cuestión de la legislación en contra del sindicato y
demás. Y ya no hubo mucho que hacer. Estaba ya muy golpeado
el sindicato.

Necoechea, Pensado, “Izquierda, democracia e insurgencia sindical en


30

México: nucleares, mineros y metalúrgicos, 1972-1985”, por publicar.

162
Entonces bueno, yo creo que finalmente eso no quita el hecho de
que haya habido una actitud muy sólida de la gente, muy enérgica
en el sentido de defender su fuente de trabajo, de defender a la
empresa nacional, de estar en contra de la ley en materia nuclear.
Todo eso se vio y se vio […] La cuestión es: ¿realmente el estalla-
miento de la huelga fue el mejor escenario para poder dar esa pelea
o no? Probablemente no. A lo mejor no debió haberse estallado
esa huelga. Pero bueno, eso es lo que uno puede ver a distancia.
De entrada, pues sí estábamos todos muy dentro de la euforia del
movimiento de la huelga […] estar en una huelga como que nos
acerca más al prototipo de revolucionario, de luchador. Yo creo
que sí tuvo mucho ese carácter […] en el inin a los cuantos días
se levantó la huelga, y en el Centro Nuclear empezó a haber acti-
vidades normales. Lo que hacíamos dentro de la administración
del Centro Nuclear, era hablar con la gente, era darle apoyo a los
compañeros de uramex […] las colectas, los volanteos […] todo
esto que se daba, el poder ir a otras organizaciones sindicales, a
platicar, a hablar; la participación en las marchas. Entonces todo
eso fueron tareas que estuvimos desarrollando, digamos que fuera
de las horas de trabajo […] hablando con la gente y planteándole
la necesidad de la solidaridad. Sobre todo, la solidaridad económi-
ca, porque, pues finalmente la gente que estábamos en el Centro
Nuclear pues cobrábamos, pero la gente de uramex no […] lo
que detonó después la salida de muchos de nosotros, fue cuando
se planteó la necesidad de un recuento dentro del Centro Nuclear
[…] Y entonces llegaron estas gentes, llegaron a una oficina, y en-
tonces no las dejamos salir. Los que estábamos en contra del re-
cuento. Porque ese recuento era en el sentido de golpearnos […] A
varios de nosotros nos identificaron como gente que estuvo en eso
y nos corrieron […].31

31
Primera entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro y María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 18 de enero 2014,
pp. 26, 27, 28 y 29.

163
Un sindicato nacionalista revolucionario y de izquierda

En opinión de Manuel, la definición del sutin como un sindi-


cato nacionalista revolucionario de izquierda se debe, ante todo,
a su carácter democrático que se expresaba en que los trabaja-
dores tenían la posibilidad de tomar parte en las decisiones de
la organización, desde los niveles más elementales y gremiales
hasta la orientación que debe tener la empresa para

el funcionamiento correcto y honesto de la empresa, en la orien-


tación tendiente a resolver los problemas de las mayorías, la ten-
diente a preservar la soberanía del país […]. Se trata de dar un
control obrero, decíamos. Es decir, no nos vamos a hacer cargo de
la administración, pero sí, el sindicato va a ser vigilante, va a tener
un control sobre el buen funcionamiento de la empresa. Eso era el
centro.32

Además, sus dirigentes fomentaron en los trabajadores la solidari-


dad clasista. En interpretación de Manuel, esto es germen de un
proceso de coordinación en las luchas de organizaciones de masas
en aras de un proyecto común que desembocara en lograr la de-
mocracia sindical y la intervención de los trabajadores en la direc-
ción de la producción de sus empresas. Y, también en la defensa
de los recursos naturales y en el fortalecimiento del sector público.
En el relato de Manuel encontramos características gene­
racionales de la militancia de izquierda de ese período: rechazo
al dogmatismo de prácticas anteriores y propuesta de un pro-
grama con alcances nacionales que superara el gremialismo, los
pro­blemas del sindicalismo oficial, como la subordinación de los
liderazgos a los dictados de las centrales oficiales. Se trataba de
cambiar el funcionamiento de sus organizaciones luchando por

32
Segunda entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por Patricia Pensado,
Isidro Navarro Rivera, María Teresa Meléndez, Instituto Mora, 12 de abril de
2014, pp. 28, 29.

164
democratizarlas y promover la participación de los trabajadores
tanto en las empresas como en la vida pública.
En este sentido, el testimonio de Manuel ofrece sus percep-
ciones sobre su actividad política en un sindicato que retomó la
tradición de lucha de la Tendencia Democrática “cuyo proyecto
de nación no difiere en lo esencial de un retorno a los viejos
ideales del cardenismo a través de una reforma del Estado por la
acción de las movilizaciones de los trabajadores”.33
La interpretación de Manuel Vargas Mena de los problemas
que se enfrentaron durante los diez años de su vida sindical en
el sutin (defensa de la explotación del uranio como recurso
nacional; contar con las estructuras sindicales para asegurar la
participación de la mayoría; impulso a la formación político
ideológica, así como acceder a capacitaciones adecuadas), ofrece
una versión crítica del estallamiento de la huelga (1983). La en-
tiende como medio de fortalecimiento de las alianzas con orga-
nizaciones obreras independientes y oficiales, las que plantearon
la huelga general para protestar por la política económica del
gobierno que, en su opinión, hacía que los costos de la crisis
recayeran principalmente en los trabajadores. Su testimonio deja
claro que entendía que era una oportunidad para reforzar el ca-
rácter vanguardista del sutin dentro del movimiento obrero.

A manera de conclusión

El enfoque de la historia de vida en la historia social abre nue-


vas rutas para el análisis de los movimientos sociales, propor-
cionando mediante el testimonio vivo el conocimiento de la
experiencia subjetiva del sujeto, quien ofrece su interpretación
de los hechos, considerando las interacciones personales e “in-
terrelaciones que moldean la vida cotidiana en sus tensiones e
intereses”,34 permitiendo cuestionarnos cómo comprendemos lo

33
Gilly, “Los dos socialismos mexicanos”, en Nexos, México, 1ro. de diciem-
bre de 1986. Disponible en: http://www.nexos.com.mx/?p=4699.
34
Laverdi, Historia oral como estructura de sentimientos, p. 9.

165
social y lo individual en la historia, el interés por comprender
los significados y valores tal como son vividos y sentidos por el
sujeto, más allá de las ideologías o creencias políticas. Es una al-
ternativa para dejar de analizar lo individual y lo social de mane-
ra separada para considerar las múltiples relaciones constitutivas
de la realidad social en el tiempo y entender “la comprensión
histórica como un sentir de la propia existencia y del quehacer
humano”.35
Este enfoque abre posibilidades para la comprensión de la
experiencia del sujeto en los movimientos, en este caso de tra-
bajadores que durante la segunda mitad del siglo veinte prota-
gonizaron luchas obreras importantes, demostrando capacidad
organizativa y voluntad de construir frentes para enfrentarse al
gobierno, convivir con la presencia de corrientes de izquierda
que sostenían distintas posiciones con respecto a las luchas obre-
ras y a las que se adherían los trabajadores. Es un enfoque que
también permite captar mejor la preocupación por la formación
política para comprender los problemas nacionales y proponer
opciones diferentes. En suma, la forma en que los trabajadores
vivieron los desafíos de su tiempo.
La historia de Manuel nos permite acercarnos a esa etapa de
insurgencia sindical a partir de su experiencia en el sutin que
denota las particularidades de una nueva generación de sindica-
listas proveniente de prácticas políticas gestadas en y durante el
movimiento estudiantil de 1968, que tuvieron el privilegio de
protagonizar una etapa de cambio en las movilizaciones obreras.

Fuente Oral

Primera entrevista a Manuel Vargas Mena, realizada por


Patricia Pensado, Isidro Navarro y María Teresa Meléndez,
Instituto Mora, 18 de enero 2014.

35
Laverdi, Historia oral como estructura de sentimientos, p. 16.

166
Segunda entrevista a Manuel Vargas Mena realizada por
Patricia Pensado, Isidro Navarro Rivera y María Teresa
Meléndez, Instituto Mora, 12 de abril de 2014.

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168
Autobiografías, diarios y cartas.
Memoria de la guerra
y escrituras del yo en Guatemala

Ana Lorena Carrillo Padilla

Introducción

Durante los años álgidos de los conflictos armados en Centro-


américa, que abarcan las décadas de 1970 y 1980, el discurso
testimonial se constituyó, más que ningún otro del tipo autobio-
gráfico, en una clave fundamental para la comprensión y cono-
cimiento de los procesos que tenían lugar. Aunque el género ya
había sido consagrado en América Latina, a partir de su inclu-
sión, por el entonces prestigioso Premio Casa de las Américas,
en Cuba, como una categoría más, para Centroamérica el mo-
mento del testimonio fue el de la publicación del de Rigoberta
Menchú en 1983 y casi al mismo tiempo, el de Omar Cabezas
sobre la revolución nicaragüense. Desde entonces corrió mucha
tinta respecto a esa modalidad textual y discursiva y su relación
con el contexto histórico y social del que surge. Más allá de la
teoría, en los años del conflicto se publicaron y circularon, en
distintos medios y formatos, testimonios de los participantes y/o
víctimas de aquellos conflictos, usualmente de sectores popula-
res de baja escolaridad y hasta «diarios a pedido» que cumplie-
ron funciones de material etnográfico.
A partir de los Acuerdos de Paz se multiplicaron las publica-
ciones de textos autobiográficos, ampliándose también el espec-
tro social de los autores hacia capas medias escolarizadas, que
habían sido protagonistas directos: militantes y/o dirigentes de

169
organizaciones políticas, en su mayoría. Fuera de los circuitos
editoriales, en una virtual «clandestinidad», existían y aún exis­
ten escrituras autobiográficas de otro tipo: diarios personales es­
critos con propósitos diversos y cartas privadas, que solo pueden
conocerse a través de redes de confianza y relaciones de amistad.
En la investigación que da pie a este trabajo se han utilizado
algunos ejemplos de esta variedad de textos, con las únicas ex­
cepciones de testimonios obtenidos por intermediación de un
­ter­cero y novelas testimoniales. Es decir, se compone de au­to­­
biografías, memorias, crónicas autobiográficas, diarios persona­
les y cartas privadas.
El objetivo de este trabajo es presentar algunos aspectos teóri-
cos y empíricos de mi experiencia personal de trabajo con dichos
textos, desde la perspectiva transdisciplinaria de los estudios cul-
turales, con énfasis en los estudios literarios. La propuesta es
mostrar la pertinencia de dicho enfoque, que permite leer este
tipo de documentos no solamente como una «fuente» de la que
se obtienen datos que se interpretan, sino como un texto cultu-
ral, sobre el que se indagan las condiciones de su producción,
circulación y características internas. Por tal motivo, no se ha-
blará de «fuentes», sino de corpus de trabajo.
En la primera parte se presenta dicha experiencia en términos
teórico-metodológicos en relación con la pertinencia del enfo­
que transdisciplinario y sobre categorías teóricas sobre el dis­
curso autobiográfico y sus límites. En la segunda parte se hace
una breve contextualización del corpus de trabajo y se adelantan
algunas conclusiones a que se llegó tras su análisis en trabajos
previos, con el objeto de reforzar la idea de que el estudio de
dichos textos, rebasando su mera consideración documental y
examinándolos como producciones culturales que, desde la es-
tricta intimidad o desde los vericuetos de una intimidad más o
menos «intervenida», construyen, en su complejidad y su carác-
ter heterogéneo, la memoria individual y social de lo acontecido.
En la tercera parte, se analizan tres textos enfatizando en sus
respectivos contextos de producción y en el carácter de la voz
enunciativa.

170
Origen de un campo de interés

Mucho del prestigio del que goza el testimonio aún en la ac­


tualidad, se asienta en la presunción de que es la expresión, en
primera instancia oral, de un sujeto casi siempre esencializado
como subalterno y como tal siempre fuera de toda sospecha y,
por lo tanto, confiable como narrador y como productor de una
fuente de información. La autobiografía y otros discursos escri-
tos del yo, en cambio, no gozaron de tal prerrogativa, entre otras
cosas, por el argumento ideológico de tratarse de prácticas inte-
lectuales. Es decir, en el «canon» testimonial que se ha venido
creando, no califica igual la voz de los que ya la tienen, es decir,
de los intelectuales,1 que la de aquellos llamados «los sin voz»;
no obstante que aquellos jugaron papeles destacados, al igual
que otros sectores, en los procesos mencionados antes y de que
a la postre son los artífices que consiguen “dar voz” a quienes, se
afirma, no la tienen.
Lo cierto es que finalizada la Revolución Sandinista con el
triunfo de Violeta Chamorro en 1990 y pasada la firma de los
Acuerdos de Paz de 1992 y 1996 en El Salvador y Guatemala
respectivamente, se han producido en la región, y hasta recien-
temente, variadas formas discursivas del yo en formatos escritos:
nuevos testimonios, autobiografías, algunos epistolarios, memo-
rias, diarios personales, aunque justo es decir que en forma de
géneros entreverados.2
El trabajo con autobiografías es, por la misma naturaleza del
objeto, un trabajo que puede ser multi o transdisciplinario. Lo
mismo es posible trabajarlas desde una convergencia de diversas

1
Así se considera igualmente en Baldovinos, “Prohibido decir “yo”, s. n. p.
2
Fallas, El yo femenimo, pp. 81 y 157. Fallas propone que los testimonios
corresponden al período activo del conflicto centroamericano, mientras que
las autobiografías serían propias del período de transición hacia la paz e in-
cluye como una herramienta de que dispusieron las mujeres autobiógrafas de
este período, la perspectiva de género. Duchesne Winter en cambio, concibe
como testimoniales todas las narrativas de la guerrilla, sean éstas ficcionales o
no. Duchesne Winter, La guerrilla narrada, p. 118.

171
disciplinas como desde una perspectiva disciplinar única que,
sin embargo, contempla categorías y conceptos de una o varias
más. Todo depende de lo que se busque en los textos. En mi
caso particular, que es la experiencia que pretendo exponer aquí,
llegué a ellas como consecuencia de trabajos previos con otro de
los llamados géneros referenciales: el ensayo.3
Desde el momento mismo en que mi perspectiva asume el
género del discurso como uno de los focos de interés y como
criterio clasificatorio, es ya claro que asumo un punto de vista
situado en los estudios literarios. Esto supone que no estoy par-
tiendo de la consideración de la autobiografía únicamente como
un documento con valor histórico, aunque este criterio es de im-
portancia capital en mi trabajo; y tampoco como mero artefacto
lingüístico. Intento emular la acertada combinación que logró,
por ejemplo, en un trabajo reciente sobre temas afines, Juan Du-
chesne Winter trabajando con materiales muy parecidos a los
míos en su libro sobre narraciones guerrilleras en América La-
tina, en el que dedica un capítulo a tres autobiografías femeni-
nas escritas por ex militantes guatemaltecas que yo he trabajado
también en otro lugar.4
Teniendo yo formación inicial de historiadora, pero asumien-
do una perspectiva transdisiciplinaria, el género del discurso,
como categoría literaria, me sirve para al menos tres propósitos:
primero, deslindar gruesamente el tipo de modalidad textual y
discursiva que me interesa o quizá, mejor dicho, para recono-
cer entre diversas modalidades de escritura y discurso autobio-

3
Entiendo aquí como “géneros referenciales” aquellos que establecen una
relación cercana de correspondencia más o menos estrecha con su referente
básicamente debido a que autor y sujeto de enunciación coinciden. Esta úl-
tima afirmación es la definición que ofrece Leonidas Morales en Morales,
La escritura, p. 11. No desconocemos, sin embargo, otras definiciones según
las cuales, referenciales, en un sentido más amplio, son todas las narraciones y
lo que cambia es su relación mimética o subversiva con respecto al referente,
ya que, en todo contenido narrativo, el referente último es siempre el mundo
extratextual. Pimentel, El relato, p. 10.
4
Duchesne Winter, La guerrilla narrada.

172
gráfico y establecer relaciones entre ellas, deslindando entre las
que tienen en su centro (estructura, tema, formas del relato y la
enunciación) lo autobiográfico y las que lo desplazan a niveles
menos centrales del texto (por ejemplo a la enunciación autoral
como en el ensayo);5 segundo, atender el tema de la forma y su
historicidad, ya que los géneros literarios y discursivos no pueden
entenderse sino como formas socio-históricas y finalmente, ter-
cero, me sirve también para poder establecer relaciones entre la
forma, el contenido temático y la estructura interna de los textos.
En un plano general, por su capacidad para dar cabida a
formas no canónicas ni reconocidas por la teoría clásica de los
géneros, por su énfasis en las funciones del lenguaje y por su
definición histórico-social, el concepto de M. Bajtín de géneros
discursivos (en particular el de géneros discursivos secundarios)6
resulta pertinente para abordar modalidades de escritura y dis­
curso que, como en el caso de los textos que me ocupan, suelen
irrespetar límites y mezclarse unos con otros. Esta heterogenei­
dad se debe muchas veces a que son textos que surgen de tra­
diciones culturales constitutivamente múltiples.7 Los géneros
autobiográficos son diversos y de muy distinta naturaleza y si
se quiere ampliar el margen normativo lo suficiente para incluir
entre ellos a los diarios, las cartas y hasta las variantes autobio­
gráficas como la entrevista, el blog, y hasta formatos tipo talk
show, el concepto de espacio biográfico de Leonor Arfuch,8 ba­
sado en Bajtín, Lejeune y otros teóricos de la autobiografía, es
asimismo una herramienta útil.
La búsqueda de la ampliación del margen genérico tiene ade-
más la ventaja de permitir una salida, aunque sea provisional, al
debate repetitivo y estéril que aparece inevitablemente si el úni­co
punto de vista es el del género y en particular el de la ­de­finición
estricta de la autobiografía como modalidad ­específica de las

5
De Grandis, “El ensayo”, p. 8.
6
Bajtín, “El problema”, p. 248.
7
Cornejo Polar, Escribir en el aire, p. 6.
8
Arfuch, El espacio biográfico, p. 17.

173
e­ scrituras del yo. Dicho debate se ha centrado en el tema de la
confiabilidad y apego o no de dicho discurso a su r­eferente ex-
tratextual, es decir, si se trata o no y en qué medida, de ficción o
de historia. Ante este nudo ciego, la propuesta de Paul de Man9
es de considerar la autobiografía como un modo de restauración
de la vida por medio de la figura retórica de la prosopopeya, por
lo que establece el centro de la discusión no en el género sino, de
modo radical, en el carácter “silente” del lenguaje que nunca es la
cosa misma, sino solo su representación. Según De Man, el sen-
tido del mundo y de la propia vida se nos escapa y solo es posible
acceder a ella a través de la vía deposeedora y des­figuradora del
lenguaje y del entendimiento; de ahí su de­finición de la autobio-
grafía como desfiguración: se trata, se­gún su argumento, de una
figura retórica que de cualquier mo­do desfigura. Entre documen-
to histórico que autentifica los hechos y figura retórica que solo
representa desfiguradamente, la práctica renovada de los géneros
autobiográficos parece de­safiar al debate teórico y romper con
definiciones rígidas.
Si tomamos la perspectiva, ciertamente pesimista de De Man,
como una posibilidad o una variable y no como una condena,
quizá puede zanjarse el problema teórico sobre la autobiografía.
La definición de Sidionie Smith parece ser una opción equilibra-
da: “[…] la autobiografía es tanto el proceso como el producto
de asignar significado a una serie de experiencias, después de
ocurridas, por medio del énfasis, la yuxtaposición, el comentario
y la omisión”.10

El corpus

Los textos autobiográficos con los que trabajo se sitúan en una


coyuntura histórica, la abierta en la segunda mitad del siglo
xx; específicamente las décadas de los años setenta y ochenta,
durante el llamado conflicto armado en Guatemala y en los

9
De Man, “La autobiografía”, p. 118.
10
Smith, “Hacia una poética”, p. 96.

174
años ­inmediatos posteriores a la firma de los Acuerdos de Paz
en 1996. La idea que guía mi investigación es que, a partir de
la lectura crítica de diarios, cartas y autobiografías, es posible
aproximarse al modo en que los sujetos vivieron la experiencia,
a partir de su modo de representarla y de representarse a sí mis-
mos en ella, desde un «lugar» de enunciación marcado por la
intimidad, la subjetividad y la afectividad.
Aunque el corpus de trabajo se compone de textos diversos,
básicamente autobiografía convencional, cartas y diario personal11
y otras formas autobiográficas de difícil clasificación, de más de
un país centroamericano, para este trabajo se presentarán única-
mente ejemplos guatemaltecos: una forma heterodoxa de diario
y dos modelos de carta personal, producidos durante o después,
pero bajo el peso de los años de conflicto armado, y desde pos-
turas ideológicas, orígenes sociales, puntos de vista y tradiciones
­culturales distintas.
La intimidad es una esfera de la vida humana que, desde
las Confesiones de San Agustín (publicadas en el siglo v d.c.),
despierta la curiosidad de los lectores, pero que solo se ha con-
vertido en objeto de interés académico mucho más tarde. En
realidad, la intimidad es en sí misma un resultado de la cultura.
No siempre ha existido, la inventamos, porque se establece en
relación con lo que históricamente construimos a su vez como
lo privado y con su opuesto: lo público. Existen hoy múltiples
referencias historiográficas sobre la vida privada, estudios his-
tóricos sobre la sexualidad, sobre la vida cotidiana y sobre las
mujeres que recalan en todas las esferas de la vida que podemos
llamar íntimas.
La nueva historiografía que ha dejado ya abiertos esos cam­pos
al interés académico no ha hecho sino valorizarse. Por su parte,

11
Luque Amo, “El diario personal”, p. 1. Luque Amo argumenta no solo
a favor de usar “personal” en lugar de “íntimo”, sino a favor de la naturaleza
literaria del diario, sin consideraciones sobre la intencionalidad de publica-
ción. En mi investigación, el diario parece en primera instancia del tipo que
teoriza Luque.

175
desde los estudios literarios y culturales, que incluyen entre sus
objetos de estudio –por poner un ejemplo– desde el testimonio
hasta la práctica en las redes sociales en el mundo contemporá­­
neo, todo señala en dirección a un interés sostenido y creciente
en el individuo, su vida privada e íntima y en las formas de su re-
presentación. Este es el marco en el que me ha parecido pertinen-
te enfocar en tipos de textos que se construyen precisamente en o
cerca de esa esfera de la intimidad, pero que por su circulación y
lectura quedan articulados a lo histórico-social; en este caso par-
ticular, al pasado reciente de Centroamérica, específicamente al
período del conflicto armado. Se trata de situar la reflexión que se
genera del trabajo con estos textos, no solo en su tiempo, sino en
este tiempo y no solo en aquellas sociedades, sino en estas, articu-
lándolos al concepto de memoria y, claro, a los estudios históricos
del período, además del mero enfoque en las textualidades y su
producción en determinados contextos.
Inicialmente trabajé con autobiografías escritas por mujeres
militantes, que no por casualidad eran casi todas de origen social
en la clase media intelectual de la ciudad. De más está señalar la
heterogeneidad de los textos. La narrativa femenina de la guerra,
contada como experiencia de la que se formó parte activa, reve-
ló la existencia de una moderada evaluación crítica del proceso
una vez transcurrido el tiempo y firmada la paz, así como una
perspectiva de género que entra en tensión con el tono sacrificial
que muestra repetidamente la entera configuración del yo en el
texto; tono menos dominante en los relatos masculinos. Descu-
brió también el carácter indeciso de la figura del yo textual entre
la heroicidad y la anti heroicidad, que replica el de la indecisión
sobre el gesto mismo de la escritura autobiográfica, que, según
otros autores, es una característica común cuando se trata de
mujeres autobiógrafas. Igualmente manifestó la conciencia cul-
pada con que las mujeres se deciden a escribir su autobiografía y
esa reiterada manera de no reconocerse en ella, sino en otro dis-
curso al que se apela a modo de máscara: es usual que se exprese
la pretensión de escribir un ensayo, un estudio, una reflexión y
no una autobiografía.

176
No es un rasgo propio de las mujeres solamente. Esa tensión
corresponde en realidad a la escritura autobiográfica de dos si-
glos en Hispanoamérica, pero la continuidad de la misma en es-
tos textos contemporáneos de mujeres con experiencias de vida
militante, publicadas en los albores del siglo xxi; apunta hacia
la cultura de la que provienen, el desenvolvimiento intelectual,
las tradiciones religiosas, las normas morales. Indica, finalmen-
te, hacia las rémoras conservadoras en torno a los mandatos de
género que sobreviven incluso bajo la influencia y el empuje
directo de ideologías radicales del cambio social.
Pero en los años de la guerra y poco después, no solo los
militantes y combatientes de la guerrilla escribieron autobio­
grafías, testimonios epistolarios o memorias. Salvados los casos
paradigmáticos ya mencionados de los testimonios de Menchú
y Cabezas, así como la lista de obras autobiográficas publicadas
por ex comandantes o dirigentes nacionales, algunos líderes co­
munitarios de poblaciones indígenas desplazadas, algún campe­
sino afecto al régimen militar, familiares de militantes, en fin,
personas que experimentaron el conflicto en un segundo plano,
desde posiciones marginales respecto de las fuerzas militares en
confrontación directa, también escribieron crónicas, cartas, dia-
rios personales, movidos por la fuerza expansiva del conflicto
que afectaba sus vidas. Algunos textos de este tipo, producidos
en el ámbito rural y de la cultura indígena adquieren importan-
cia especial, como se podrá ver en las líneas que siguen.

Algunos escritos del Yo en la experiencia guatemalteca

La escritura misma, en un mundo oral en idiomas distintos al


español, es no solo un ejercicio de apropiación de un código aje­
no; sino que es, muy posiblemente, una práctica a la que se le in­
funde un sentido trascendente particular, como resultado de su
vinculación con el poder y la ley.12 Quizá sea, en ese sentido un
ejercicio transculturador; porque el que escribe para ­preservar

12
González, Abusos y admoniciones, p. 15.

177
la memoria de un desastre de su propio pueblo y usa un idioma
y un código ajeno, trabajosamente apropiado, lo hace con ple-
na conciencia estratégica sobre su uso y sobre el significado de
traspasar las barreras lingüísticas, que son también barreras de
poder. Tal es el caso del uso del español en una crónica contem-
poránea, en formato de diario, escrita por un campesino indíge-
na quiché hablante, como es el caso del diario de Tomás Choc,
que combina la palabra con la imagen, quizá en un intento de
dirigirse no solo a su hija, separada de él dos años atrás, que es
la destinataria para quien el texto se escribe. Una destinataria
de su propia cultura a la que se dirige, sin embargo, en español,
con la peculiaridad de que su propia comunidad es ajena, en su
mayoría, a dicho código.
La escritura alfabética combinada con elementos gráficos de
este diario, escrita como memorial de agravios a su pueblo, narra-
dos en primera persona, tal vez sin saberlo, sigue las huellas de una
remota memoria de libros antiguos, como el mismo Popol Vuh,
cuyo origen maya-quiché corresponde a la zona del diario de To-
mas Choc. En la cinta Distancia13 aparece un cuaderno en el que
la escritura combinada con imágenes nos hace recordar el modelo

13
Ficha técnica artística.- Director: Sergio Ramírez; Guionista: Sergio Ramí-
rez; Fotografía: Álvaro Rodríguez; Música: Joaquín Orellana, Carlos Hernán-
dez, Tuco Cárdenas; Montaje: Joel Prieto; Sonido: Jonathan Macías; Director
artístico: Myriam Ugarte; Productor ejecutivo: Joaquín Ruano; Duración:
72 min; Reparto: Carlos Escalante, Saknicté Racancoj, Julián León Zacarías,
Maya Núñez, Sécil De León, Eduardo Spiegeler, Rigoberto Baac, Marco An-
tonio Sagastume. Premios: Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoame-
ricano de La Habana, Cuba: Mejor ópera prima. Festival Ícaro, Guatemala:
Mejor película centroamericana, Premio del público. Havana Film Festival
New York, USA: Mejor película, Mejor director. Dreamspeakers Film Fes-
tival, Canadá: Mejor película extranjera. Trinidad + Tobago Film Festival:
Mejor película. Vancouver Latin American Film Festival, Canadá: Premio del
jurado joven. Sinopsis: Tomás Choc está a dos días y ciento cincuenta kilóme-
tros de ver nuevamente a Lucía, su única hija. Han pasado veinte años desde
que, siendo una niña de tres años, fue secuestrada por el ejército en medio de
la guerra que vivió Guatemala. A pesar del dolor de la ausencia y para que su
historia no sea olvidada, Tomás ha escrito su experiencia de lucha, resistencia

178
de las primeras formas de libro sagrado de los quichés, que eran
del tipo de los códices, con glifos, cuya función era preservar la
memoria de un pueblo (Imagen 1). En la cultura náhuatl como en
la maya, la escritura estaba vinculada con la imagen.

Imagen 1. Copia del cuaderno de don Tomás Choc.


Fuente: http://www.cinelatino.fr/es/filmcces/distancia-es

En esa cinta, que ficcionaliza una historia real, don Tomás, un


campesino guatemalteco escribe un diario durante 20 años, des-
de el tiempo de su refugio en las montañas, hasta el presente de
la diégesis, pasados los Acuerdos de Paz para dárselo a su hija,
cuando la encuentre. “Para que la historia no se olvide”, dice el
personaje. El sentido del registro del tiempo, aunque es perso-
nal y relata las luchas y denuedos individuales para encontrarla
después de que fue secuestrada por el ejército en una incursión a
su comunidad, es también una memoria colectiva de la historia
de todo su pueblo.
El sentido de un relato como este es altamente social a pe-
sar de su carácter individual y de su enunciación en primera

y supervivencia en un cuaderno, con la esperanza de poder entregárselo algún


día a su hija. http://www.programaibermedia.com/ibermediatv/distancia/

179
­ ersona. Tal vez él no sabe que está escribiendo un diario. Es
p
posible que ni siquiera pueda llamársele propiamente un diario.
Pero mientras eso se dilucida, (y hacerlo sería un tema impor-
tante en este proyecto si se llega a tener acceso al cuaderno origi-
nal completo; lo cual, dicho sea de paso, es bastante difícil), nos
servimos del concepto “espacio biográfico” para nombrar a esa
pluralidad de relatos auto o biográficos, así como las modalida-
des de su recepción, en la que cabe sin dificultades el cuaderno/
diario de don Tomás Choc.
El recorrido de los textos en su proceso de circulación, con
mayor o menor acceso a los circuitos de acogida para este tipo
de texto, así como la definición previa de los destinatarios, son
también factores cruciales en el derrotero de esa voz y de ese
yo textuales. La historia real y la ficcionalizada de don Tomás,
campesino indígena guatemalteco, quiché hablante, miembro,
en los años de la guerra, de las Comunidades de Población en
Resistencia (cpr),14 que se refugiaron en las montañas del país
por años, huyendo del conflicto y las incursiones militares, tiene
mucho en común, aunque no lo parezca a primera vista, con la
historia personal y familiar del poeta argentino Juan Gelman.15
La historia de Gelman se conoce ampliamente, la de don Tomás
casi nada. Las diferencias pasan no solo por la geografía, tam-
bién por lo social, lo cultural, por el idioma, que es el modo de
14
El fenómeno de las cpr ha sido ampliamente estudiado en trabajos an-
tropológicos y sociológicos. A modo de ejemplo citamos solamente a Falla,
Historia de un gran amor.
15
Gelman puede ilustrar el ejemplo paradigmático del intelectual perseguido
y afectado severamente en su vida a causa de la dictadura militar en Argentina.
También víctima del secuestro de una nieta con quien se encontró ya sien-
do adulta y a quien escribió una conocida carta en la que expresa parecidos
conflictos que el personaje cinematográfico de Tomás Choc. Gelman ilustra
también el destino de escritos autobiográficos cuando se es parte del circuito
letrado y no se requieren intermediarios para hacerlos circular. La carta fue
escrita el 12 de abril de 1995 y publicada en la revista Proceso el 8 de mayo del
mismo año. Posteriormente fue reproducida en múltiples diarios y revistas. Se
puede escuchar en lectura poética en el siguiente sitio https://www.youtube.
com/watch?v=N4mrirSCRrI.

180
experimentar el mundo. Pasa, indudablemente por el mayor o
menor dominio del código escrito y de los circuitos de circula-
ción ya mencionados.
¿En qué medida estos relatos autobiográficos plasman los he-
chos “tal como fueron” o los modifican en su recreación? ¿En
qué medida eso es importante o no lo es en absoluto y por qué?
¿De qué modo dan salida, en palabras escritas a esa experiencia
a la vez social y profundamente personal? En el caso del diario
de don Tomás Choc es importante constatar que la imagen del
cuaderno escolar que aparece en la cinta (de carácter ficcional,
pero como ya se dijo, inspirada en hechos y personas reales) no
es el original; se trata de copia idéntica. Una diseñadora copió
el original imitando la letra y los dibujos de don Tomás como
parte de la producción de la cinta, ya que el cuaderno original
está muy maltratado y por ese motivo se decidió sustituirlo para
ser expuesto en la cinta.
A partir de ello es posible interpretar que este modo de hacer
circular la historia y el texto de don Tomás, es un gesto que,
guardadas las debidas proporciones, repite la «intervención» que
incluso con las mejores intenciones, hace la cultura letrada de
la palabra subalterna, sea esta oral o escrita. Me remito por su-
puesto al antecedente mayor de la autobiografía de este tipo y
del gesto intervencionista, que es la de Francisco Manzano, el
esclavo poeta de Cuba, quien escribió su famosa autobiografía a
petición de un grupo de intelectuales abolicionistas para promo-
ver con ella apoyo para dicha causa en Estados Unidos.
El ejemplo del diario de don Tomás Choc lo he mencionado
solamente como una ilustración del fenómeno de la existencia
real de modalidades escriturales cercanas a la forma «diario» que
rompen con buena parte de las normas del género en su sentido
tradicional: para empezar, con que sea considerada una forma
ligada a prácticas intelectuales de elite; y también con el supues-
to de que la función del diario está lejos de «recordar» o ver
hacia atrás; se estructuran siempre en torno a la «tiranía del pre-
sente». No ha sido posible acceder a ese diario, ni a una copia,
por lo que no lo he incluido en mi corpus de trabajo, aunque

181
su ­existencia y las circunstancias que lo rodean justifican las re-
flexiones precedentes. Sí en cambio he considerado el de Ignacio
Bizarro Ujpán, que revisaré a continuación.

El juego de las metáforas

Los diarios, como casi toda la escritura (auto) biográfica, se leen


e interpretan en el medio académico desde las disciplinas de la
historia como documentos, mientras que desde los estudios lite-
rarios y culturales se les ha explorado como construcciones arti-
ficiosas del yo y también del contexto. Por otro lado, como ya se
dijo, están asociados en la cultura occidental a ciertas prácticas,
ciertos estratos sociales y especialmente al dominio de códigos
cultos. En tal encrucijada el «diario» de Ignacio Bizarro Ujpán
(como el de Choc) resulta un caso paradójico: no es un diario
convencional, no es tampoco un diario de campo en estricto
sentido; no responde a las motivaciones existenciales de un «le-
trado»; tampoco es el diario de una víctima, ni un actor directo
del conflicto armado en Guatemala.
Escrito por encargo y bajo pseudónimo, su autor es un cam­
pesino indígena con dominio del español escrito, no afín ideoló­
gicamente a la guerrilla y, más bien simpatizante de las políticas
gubernamentales y del ejército, convertido así en “informante”
incógnito de un antropólogo norteamericano interesado en co­
nocer de primera mano el modo en que este sujeto percibía la ex­
periencia de la violencia de la guerra en su comunidad. El relato,
fuertemente controlado por las directrices del destinatario y editor
y posiblemente autocensurado, tiene todas las trazas de un relato
intervenido (otra vez), guiado por intereses académicos del editor.
En el caso de Ignacio The Diary of a Maya Indian of
Guatemala,16 (Imagen 2), que es la obra a la que me estoy re-
firiendo, la m­ ediación17 de que es objeto desde su inicio hasta

16
Sexton, The Diary.
17
Uso el concepto “mediación” en el sentido otorgado por Silvia Molloy
para explicar el caso de la autobiografía del esclavo Juan Francisco ­Manzano.

182
la versión final en inglés y su circulación en el medio académi-
co norteamericano, construye un texto que, aunque cumple sin
duda con los propósitos científicos para los cuales fue concebido,
termina por erigirse, en lo que se refiere al sujeto de la enuncia-
ción en un eco lejano perturbadoramente extraño a (o extrañado
de) la voz que le da origen. Puede decirse incluso que la violencia
relatada, no solo es la del contexto histórico, sino la del propio
texto. Únicamente fue publicado en inglés, editado, organizado,
subtitulado y literalmente intervenido por el editor, figurando
la voz de este último en cursivas, en distintos lugares del escrito.

Imagen 2. El Diario de Ignacio.

­ olloy recoge a su vez el de “testimonios mediatizados” introducido por


M
­Elzbieta Sklodowska. Molloy, Acto, p. 56.

183
Vuelvo nuevamente a Gelman, como articulación del pasado a
que se refiere esta investigación, con el presente inmediato, a la
luz de historias de rupturas y reencuentros de familias, nietos
o nietas con abuelas y abuelos, de los que nos informa la pren-
sa en nuestros días, así sean hechos originados en la guerra en
Guatemala, o en la migración hacia Estados Unidos. Retomo
este hilo con la metáfora de Gelman del “corte brutal a la carne
de la familia” con que expresa el significado de la pérdida que
supuso el secuestro de su nieta, nacida en cautiverio durante la
dictadura argentina, en la carta que le escribe, aún sin conocer-
le. Metáfora que reúne una imagen de violencia brutal, con el
lenguaje culto del texto en que se encuentra. Reunión que no
hace sino seguir la impronta tanto de “El Matadero”, de Esteban
Echeverría como del Facundo de Sarmiento, ambos fundadores
de la literatura argentina. Textos fundamentales que, según dice
Ricardo Piglia, tratan de lo mismo, aunque proceden de modo
distinto: la violencia, la barbarie y sus opuestos.18 “El Matadero”
en particular trabaja con la violencia, el cuerpo y la política y los
mismos términos están contenidos en la metáfora de Gelman.
Todo ello a propósito de una de las cartas del epistolario de Ma-
nuel José Arce que se analiza a continuación
Las cartas de Manuel José Arce, poeta y dramaturgo guate­
malteco (1935-1985), escritas desde Marsella, a donde partió al
exilio a principios de la década de los ochenta, son una escritura
empecinada en la reconstrucción de un tejido familiar que ha
sido roto para siempre. Una tras otra, dirigidas a su esposa, en lo
que parece un gesto de rebeldía frente a la inevitable conmoción
del mundo privado, el emisor de las cartas escribe obsesivamente
sobre su situación, la soledad y una casa que repara él mismo
para recibir (o sustituir) a la familia (Imagen 3).

18
Piglia, “Echeverría y el lugar”, pp. 8-20.

184
Imagen 3. Carta de Manuel José Arce.

La casa en el país de origen, que también remodelaba cons-


tantemente: “Mirá la casa: en cada rincón están las huellas de
mis manos queriendo hacer los que más he querido en la vida:
un hogar”. La casa que debe venderse, que no puede venderse,
la casa en el país de exilio que debe comprarse, que no puede
comprarse; el subempleo, los hijos; el dinero que no alcanza:
“enfermarme es un lujo que está fuera de mis posibilidades; los
anteojos me costaron un sacrificio terrible”. La crudeza de la
vida en el exilio europeo, donde los enseres y las cosas del diario
vivir adquieren enorme importancia porque se trata de la sobre-
viviencia: calefacción, ropa estacional, pero sobre todas las cosas:
las cartas mismas, que son el vínculo con el “allá”. En medio de
adversidades y de la carencia de todo, llama la atención el cuida-
do de su imagen personal a través del papel para escribir, modo
convencional de comunicación entonces.
Algunas de estas cartas familiares están escritas en hojas de
papel con un membrete personalizado impreso en el margen su­
perior, un diseño posiblemente de su propia autoría, con la figu-
ra de un caballo-dragón rodeado de volutas arbóreas o vegetales
y el nombre del remitente; una suerte de lo que hoy sería su “foto
de perfil” en redes sociales, diseño inspirado en gráfica antigua,

185
posiblemente medieval. Una suerte de identificador gráfico y es-
crito del remitente que encabeza sus cartas, que puede “leerse”
como una especie de paratexto que, de entrada, configura una
autorrepresentación a modo de apertura de la misiva.
Este texto gráfico podría leerse también, como una “pose”
en el sentido de Molloy, algo como la “escena de lectura” que
ella examina en las autobiografías de intelectuales, aunque aquí
sería más bien una “escena de escritura”. El otro asunto digno de
atención es el modelo de la letra manuscrita del saludo, de la fir-
ma o el texto todo. Manuel José Arce era calígrafo, de hecho, en
su juventud enseñó en escuelas secundarias de El Salvador, don-
de creció, esa asignatura. La elegancia del papel y la esmerada
caligrafía, alargada, de trazos aristocráticos, contrastan significa-
tivamente con la frugalidad y escasez que caracterizaban la vida
que llevaba en Francia y de la cual daba cuenta en cada carta.
A modo de viejos blasones familiares en los que se asienta
una identidad fincada en la herencia hispana19ahora precarizada
por el exilio, la caligrafía manuscrita y el diseño personalizado
del papel son reafirmaciones identitarias del sin patria y sin re­
cursos, en un idealizado territorio de dignidad, “buenas mane­
ras” y cultura escrita; son como tablas de salvación de qué asirse
en medio de la carencia y la fragilidad. La noción de «ruina»,
elaborada inicialmente por W. Benjamin, que parece pertinente
para la reflexión sobre las relaciones con los objetos, espacios,
enseres domésticos, íntimos y familiares que son evocados en
los textos que analizamos, resulta pertinente también para los
textos mismos y sus soportes, si se les ve como sobrevivientes
que, desde su mismo origen, son concebidos como testimonios,
huellas o marcas en primera persona de la experiencia vivida en
aquel tiempo y en aquel lugar.
El otro asidero es el lenguaje coloquial, afectivo y plagado de
localismos, al modo de una reapropiación identitaria ahora me­
diante el lenguaje popular. Manuel José Arce murió en septiem­
bre de 1985 en Francia a consecuencia de un cáncer de pulmón.

19
Schlesinger Biguria, Lo tradicional, p. 6.

186
Poeta, cronista y dramaturgo, publicó durante la década de los
70 en un diario guatemalteco la exitosa columna “Diario de un
escribiente”, una crónica periodística en primera persona, tam-
bién con lenguaje coloquial y localista, cercano al lector común,
con una recepción amplia y empática por parte del público de
clase media que podría haber sido detonadora de la populari-
zación del gusto por la narrativa autobiográfica moderna en el
país. Sus cartas privadas de exilio, dirigidas a su esposa, con salu-
dos tan inestables como su precaria situación, dan cuenta de su
faceta más íntima y dolorosa. Su lenguaje y temas desvelan, más
allá de dicha condición, un entramado de afectividades que cru-
zan a través de las cartas, las relaciones con ideas, personas, espa-
cios, objetos y tiempos en una suerte de sensibilidad o estructura
de sentimiento20 afectada por la circunstancia de la guerra que lo
llevó al exilio junto con al menos con otras 150,000 personas
además de las 200,000 desplazadas dentro del país, cartas que
revelan realidades y experiencias compartidas sin duda por un
buen número de ellas.
En una interesante publicación-homenaje que algunos ami-
gos de Arce realizaron en 2002,21 Jean-Jaques Fleury sugiere a
través de su texto que las penalidades de su exilio francés, pa-
recían ser un calvario personal que revivía de algún modo, a
la distancia, el de su pueblo allende el océano. Es un modo de
interpretar y decir lo que de colectivo y social tuvo la experien-
cia individual del exilio guatemalteco del período del conflic-
to armado, del que Arce fue sin duda un caso ejemplar. Otras
derivas, más propiamente personales relacionadas con su exilio
incidieron significativamente en la intensidad de aquella dura
experiencia. Una mirada objetiva tendría que des-idealizar la
­romántica figura del digno poeta en desventura y reconocer en

20
Williams, Marxismo, p. 157. Me parece que la estética criolla-ladina popu-
lar de la obra de Manuel José Arce, presente también en sus cartas y su parti-
cular combinación de cultura local y cosmopolita, daba lugar a una “estructu-
ra del sentir” propia de una formación social emergente creada por la guerra.
21
Mejía, Piedras amargas, p. 19.

187
el ser humano las flaquezas que junto a sus enormes talentos y
cualidades le permitieron ser lo que fue y es aún hoy en el mapa
cultural de Guatemala.
Hacia 2006 se publicó en Barcelona el libro La verdad ba­jo la
tierra. Guatemala, el genocidio silenciado de Miquel ­De­­wever-­Pla­na,
fotógrafo alemán quien por años ha estado do­cumentando los
procesos de exhumación que dan cuenta de los casos de masacre
en Guatemala durante el conflicto armado (­ 1960-1996). Además
de las fotografías que son el cuerpo central del libro, el texto es
especialmente interesante para nuestros fines porque al final de la
obra, como apéndice, aparece una sección de “car­tas orales” que
son versiones traducidas de los idiomas mayas al castellano de lo
que los familiares de víctimas de aquellos actos dijeron de viva
voz, en forma de “carta” a sus seres queridos que ya no estaban con
ellos, pero cuyos cuerpos fueron rescatados de fosas comunes en
los procesos de exhumación que hasta hoy se siguen realizando en
el país y que fueron grabadas en vídeo (Imagen 4).

Imagen 4. Carta oral de Amílcar.

Es probable que estas “cartas orales” no hayan sido espontáneas;


parecen resultado de una solicitud expresa del equipo produc-
tor y editor del libro porque todas tienen fechas consecutivas
bastante cercanas una de la otra y porque proceden de muy dis-
tintos lugares del país. Eso les da una configuración particular a
estos textos poco comunes. Se trata nuevamente de un discurso

188
mediado, que traslada lo oral al formato escrito y ya en el con-
texto de un libro de fotografía artísticas/ testimonial, circula en
ámbitos de la cultura letrada, pero también en el seno de la pro-
pia comunidad de origen donde no es relevante el texto, sino las
imágenes en que sus miembros pueden reconocerse.
Son alocuciones, comunicaciones orales directas dirigidas a
los que no están que fueron las críticas, casi con seguridad, por el
mismo Dewever-Plana. En el caso de esta “carta” y para fines de
lo que aquí se quiere mostrar, no interesa tanto la intervención
que se haya realizado en los textos, cuanto la heterodoxa forma
de comunicación: “Tal vez me oyen …”, “gracias por haberme
escuchado”. Formas que se guían, sin embargo, por el formato
escrito de la carta, conservando muchos de sus atributos.
No obstante, son cartas que no tendrán respuesta. Cartas que
más que responder a la forma epistolar, por definición escrita,
responde a una concepción cultural de la muerte, los muertos
y la relación cotidiana de los vivos con ellos. “Tal vez me oyen
…”, dice Amílcar a sus tíos, secuestrados y asesinados veintitrés
años atrás. Aunque dudoso, el enunciado contiene un sentido
de esperanza en la posibilidad de la comunicación, fuertemente
asentada en una cultura en la que los muertos son parte de la
comunidad; son antepasados cuya presencia gravita en la vida
cotidiana. Más que la muerte como tal, en esa cultura el dolor se
debe a la forma de la muerte y a la ausencia de rituales de duelo.
Los autores de estas «cartas orales» no hacen sino consumar
una práctica común de comunicación con los muertos. Amílcar,
afianzado en su cultura e idioma, les habla a sus tíos familiar­
mente, como si estuvieran vivos. Su «carta», llena de dudas e in-
seguridades (“todavía”, “sería bueno”, “tal vez”) puede dividirse
en dos unidades discursivas. Las primeras líneas hasta “Todavía
no sé nada de lo que les pasó”, se organiza en torno al tiempo
pasado (el de los tíos), establece vínculo con él y reafirma la im-
portancia del ritual del entierro. A partir de ahí, y lo que sigue,
las frases se organizan en torno al presente de la enunciación
y a un futuro hipotético en el que habla de educación y paz.
Con un pie en el pasado ancestral y con los muertos y otro en

189
el ­presente moderno y con los vivos, un pie en la cultura oral y
otro en escritura que le provee la escuela. Amílcar, con dudas
y temores, habla del futuro deseado con sus tíos; asume la re-
presentatividad de todos los niños y deja, con sencillez y pocas
palabras sus propias respuestas sobre qué hacer con el tiempo, la
historia y la memoria.

Conclusiones

Desde los estudios literarios y culturales, el acceso a los textos


autobiográficos pasa por una revisión del tema del género dis-
cursivo. Ante la variedad y heterogeneidad de los materiales,
considerar un espacio geográfico como marco general de pro-
ducción de esas textualidades permite aceptar la diversidad y la
“impureza”. El espacio biográfico de la guerra en Centroamé-
rica y en particular en Guatemala, dio lugar al surgimiento de
textos heterodoxos que, al ser analizados en sus condiciones de
producción y circulación, sus modalidades de representación
del entorno contextual y del propio yo, en los impactos de la
transculturación que está implicada en muchos de ellos (por
interacción con otras culturas o lenguas) de modo tenso y con-
flictivo, permiten establecer modos de afectación del conflicto
armado en la subjetividad, en las relaciones sociales y culturales,
en los modos de representar y en los discursos para hacerlo,
ya no solo de quienes lo produjeron; también de la sociedad
que los recibe y hace circular, para finalmente dar sentido a la
experiencia.

190
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192
Sobre “lo que me ha pasado”:
testimonios y memorias de las violencias
del siglo xx

Carla Peñaloza Palma

¿y piensa escribir sobre esto?


-Sobre lo que ha pasado en Chile, NO.
Sobre lo que ha pasado en mí, Sí.
F. Pérez

La vida ha sucumbido ante la muerte,


pero la memoria sale victoriosa
en su combate contra la nada
T. Todorov

Introducción

A punto de terminar el siglo xx, el historiador Eric Hobsbawm


señaló “el viejo siglo no ha terminado bien”1 y se pregunta:
¿cómo –a pesar de los enormes avances tecnológicos y progreso
material, intelectual y “moral” casi ininterrumpido–, explicar
que el siglo no concluya en un clima de triunfo sino de desaso-
siego? “¿Por qué […] las reflexiones de tantas mentes brillantes
acerca del siglo están teñidas de insatisfacción y de desconfianza
hacia el futuro?”, y responde:

1
Hobsbawm, Historia del siglo xx, p. 26.

193
No es solo porque ha sido el siglo más mortífero de la historia a
causa de la envergadura, la frecuencia y duración de los conflic-
tos bélicos que la han asolado sin interrupción […], sino también
por las catástrofes humanas, sin parangón posible, que ha causado,
desde las mayores hambrunas de la historia hasta el genocidio sis-
temático.2

En este trabajo nos proponemos analizar un particular tipo de


relato autobiográfico, como son los testimonios de sobrevivien-
tes del holocausto nazi y de los campos de concentración que
funcionaron en Chile en los primeros meses de la dictadura
de Pinochet, para intentar entender el fenómeno de la escritu-
ra testimonial y la necesidad de transmisión de la memoria de
los crímenes de Lesa Humanidad.3 Las catástrofes del siglo xx
dejaron un saldo de víctimas nunca antes visto, pero su impac-
to estremece al saberlas muertes, muchas de ellas, acaecidas de
forma equivalente a los modos del exterminio. Los conflictos
bélicos del siglo afectaron a la población civil, como nunca an-
tes, y la mayoría murió sin haber combatido, como producto
de la persecución sufrida solo por su pertenencia racial, étnica
o religiosa.4

2
Hobsbawm, Historia del siglo xx, p. 22.
3
De acuerdo al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional se defi-
ne como crímenes contra la humanidad el asesinato, exterminio, esclavitud,
deportación y cualquier otro acto inhumano contra la población civil, o per-
secución por motivos religiosos, raciales o políticos, cuando dichos actos o
persecuciones se hacen en conexión con cualquier crimen contra la paz o en
cualquier crimen de guerra.
4
Es lo que conocemos en la legislación internacional post Segunda Guerra
Mundial como genocidio: “cualquiera de los actos perpetrados (por matanza,
lesión grave física o mental, sometimiento a condiciones de vida extremas,
impedimento de nacimientos, o traslado por fuerza de niños) con la intención
de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religio-
so como tal”.

194
Experiencia de la Shoah

Un instrumento relativamente novedoso y despiadado que fue


usado en esos campos de concentración y exterminio masivo, y
que se hicieron conocidos tras la liberación de los países ocupa-
dos por los nazis. Millones de seres humanos encontraron allí la
muerte, convirtiéndose así en uno de los símbolos del horror.
La existencia de campos de concentración y exterminio masivo,
cambiaron violentamente el sentido sacro –en su versión laica o
religiosa– de la muerte, transformándola en anónima, incierta y
sin recuerdo:

El universo concentracionario –tanto ayer como hoy– no es solo


la institucionalización de la muerte “anticipada”, sino también la
organización del olvido. “El mundo occidental –escribe Hannah
Arendt– ha concebido al enemigo muerto, incluso en los períodos
más negros, el derecho al recuerdo […] el hecho de que Aquiles
asistiera a los funerales de Héctor, o el de que la Iglesia mantuvie-
ra viva la memoria de los herejes, prueba que no todo se perdía,
no podía perderse jamás. Los campos de concentración, volviendo
anónima a la misma muerte […], la despojaron de su significación:
el término de una vida consumada”. Una muerte de esta naturale-
za, que no hace más que “confirmar el hecho de que el individuo
nunca ha existido”, es la muerte de la muerte: “organización del ol-
vido, institucionalidad de la amnesia. El régimen totalitario tiende
hacia la creación de una sociedad privada de memoria. Y encuentra
un aliado inesperado en la negación del horror que contemporá-
neos y posteridad prefieren al recuerdo.5

5
Ariès y Duby, Historia de la vida privada, pp. 229-230. El concepto “Uni-
verso concentracionario” fue acuñado por el militante francés trostkista David
Rousset, al escribir su testimonio de los campos de concentración, poco tiem-
po después de la Segunda Guerra Mundial. También fue uno de los primeros
en utilizar la palabra Gulag. Nota de la editora.

195
La conciencia de las dimensiones de este atropello adicional ha
contribuido a que, contra el olvido y el anonimato de este tipo
de muerte, se alcen muchas voces a través del siglo. Tal clamor se
convirtió en una especie de imperativo moral para quienes han
sido testigos y víctimas de la violencia concentracionaria, que
representa una buena parte de la literatura testimonial del siglo
xx hasta el presente.
Los relatos escritos por los sobrevivientes de los hechos más
trágicos del siglo son el testimonio del horror. La biografía asu-
me un carácter singular, pues pone el acento en un aspecto par-
ticular de la vida, en tanto está marcada por el encuentro con
la muerte. Esa experiencia sella y transforma la vida de quien
relata, y es al mismo tiempo un relato colectivo –nosotros las
víctimas. Aún más, a la vez es un relato de otro ausente, –el que
no sobrevivió. Así han llegado hasta nosotros las memorias de
las víctimas de la Shoah,6 el mayor genocidio del siglo xx, como
también de otras grandes catástrofes humanitarias del siglo,
como la guerra civil española y el franquismo o las dictaduras
del Cono Sur.
Es la comunidad de víctimas que pasa a ocupar un lugar rele-
vante en la memoria colectiva, enfrentando los relatos oficiales,
la que permiten construir y trasmitir el recuerdo de aquellos que
parecían condenados a permanecer fuera de los libros de histo-
ria. Tal parece que las experiencias límites del siglo xx revierten
–o podrán hacerlo– aquella sentencia que dice que la historia
siempre la escriben los vencedores. Sus relatos han logrado en las
últimas décadas permear la academia, convirtiéndose en fuente
y objeto de estudio de la historia.

Para cada Estado, nación o grupo social hay momentos históricos


de gran preponderancia que son rememorados permanentemente
desde el presente por su significación. De esta manera no “cual-
quier” pasado es relevante en “cualquier” presente. La pregunta es

6
En hebreo ‫השואה‬, la catástrofe, para referirse al genocidio judío perpetrado
por los nazis.

196
entonces qué y cómo recuerdan los seres humanos. Por qué y para
qué recuerdan y, sobre todo, qué deciden olvidar. Las memorias no
solo son plurales, sino que muchas veces son antagónicas, por lo
que cada grupo demanda su lugar en el espacio público, sin em-
bargo, no todos lo logran. En general, los Estados totalitarios han
intentado manipular la memoria o, más aún, han conminado a sus
ciudadanos al olvido. Así también los marginados de ayer pueden
ocupar un espacio importante en la historia de mañana.7

Es precisamente esta tensión la que empuja a sus sobrevivientes


a contar lo vivido. El punto de quiebre radical en la experiencia
biográfica que significa haber sido objeto de la violencia extre-
ma, ha llevado a las víctimas sobrevivientes a testimoniar; los
motivos se entremezclan y van desde lo personal a lo universal.
Tras la Primera Guerra Mundial, Walter Benjamin señaló que
de las trincheras los hombres volvieron enmudecidos; no podían
contar lo visto, porque no había palabras.8 Con esto Benjamin
no escatima la importancia de narrar. Más bien resalta que la
dimensión de la tragedia es de naturaleza tal que es muy difícil
verbalizarla. Sin embargo, de ahí surge la necesidad imperiosa de
hacerlo, de tal modo que Annete Wieviorka ha denominado al
siglo xx, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, como
la era del testigo.

Los testimonios ya eran innumerables en los años cincuenta. Hoy


día nos encontramos ante una masa de testimonios –cientos de mi-
les puede ser–, de los cuales no existe ninguna bibliografía exhaus-
tiva. Ningún otro acontecimiento histórico, ni la primera guerra
del 14-18 que marca el comienzo de los testimonios de masas, no
causó [sic] un movimiento tan considerable y de tan larga dura-
ción, y ninguna búsqueda puede jactarse de conocer todo esto.
Testimonios de distinta naturaleza los unos de los otros, produci-
dos a distintas distancias del acontecimiento, inscritas en soportes

7
Peñaloza, El camino de la memoria.
8
Sarlo, Tiempo pasado, p. 29.

197
­ últiples: Manuscritos en libros, diarios, bandas magnéticas, video
m
casetes. Algunos provenientes de un movimiento espontáneo, de
una necesidad interior. Otros responden a demandas de origen di-
verso. Demandas vinculadas con la necesidad de justicia, en primer
lugar.9

Muchos ejemplos dan cuenta del imperativo de narrar la expe-


riencia como una medida que otorga trascendencia y sentido al
sacrificio de quienes han muerto. Uno de los más conocidos es
citado por Wieviorka. Simon Doubnov, momentos antes de ser
asesinado por un soldado nazi, implora: “buenas personas, no
lo olviden, buenas personas cuéntenlo, buenas personas, escrí-
banlo”. La narración al servicio de la trascendencia hace que la
muerte tenga algún sentido en medio del horror.
Primo Levi10 señaló insistentemente que hablar sobre la expe-
riencia era un impulso inevitable. Jorge Semprún11 explica que
tras su salida del campo sintió una “necesidad” de escribir que
nada antes se lo había provocado. “Tal vez no me habría hecho
escritor si no me hubieran deportado [...]. Esa necesidad muy
honda, como la de respirar, vino después del campo”.12
Pero hay otros motivos más, de diferente índole. Señala
­Wieviorka en primer lugar, el que tiene una función terapéutica:
para conservar el recuerdo o para reparar una identidad lastima-
da13 no podemos olvidar que quienes escriben son las víctimas y
para ellos representa una –a veces inexplicable– necesidad. Sos-
tiene Burke –porque “los derrotados no pueden olvidar lo que

9
Wieviorka, L’ère del temoin, p. 12. Traducción personal.
10
Primo Levi, químico de profesión, judío, de nacionalidad italiana, fue de-
tenido cuando intentaba incorporarse a la resistencia anti fascista; fue depor-
tado a Auswisch donde estuvo recluido por 10 meses. Como sobreviviente
dedicó su vida a relatar lo vivido.
11
Sus padres se exiliaron en Francia después de ser derrotados en la Guerra
­Civil Española. Como miembro de la resistencia fue deportado a ­Buchenwald.
12
Semprún, Vivir es sobrevivir, p. 108.
13
Sarlo, Tiempo pasado, p. 22.

198
ocurrió y están condenados a cavilar sobre ello, a revivirlo y a
pensar en lo diferente que habría podido ser.14
De esa característica compartida por los testimonios pu­
blicados sin duda resulta otro impulso: la marca que imprime
el imperativo moral de contar el horror, como un compromiso
ético con la humanidad. Todorov lo explicó así,

Nada debe impedir la recuperación de la memoria […] [y] cuan-


do los acontecimientos vividos por el individuo o por el grupo
son de naturaleza excepcional o trágica, tal derecho se convierte
en un deber,15 y […] por esta razón se puede comprender por qué
la memoria se ha visto revestida de tanto prestigio a ojos de todos
los enemigos del totalitarismo, por qué todo acto de reminiscen-
cia, por humilde que fuese, ha sido asociado con la resistencia anti
totalitaria.16

Por otra parte, es una poderosa razón que el mundo lo sepa y,


más aún, lo crea, operación que empieza por el testigo mismo.
La naturaleza extraordinaria de la violencia padecida hace ne-
cesario verbalizar la experiencia, como una afirmación. Es darle
sentido, en tanto que precisamente se caracteriza por tener una
aparente falta de sentido. En palabras de Sarlo, convertir la atro-
cidad en experiencia, es decir, “algo vivido que no solo se padece,
sino que se transmite”.17 Entonces emerge la figura central del
testigo. Se trata de un acto de resistencia, en tanto que con-
tradice el carácter mismo del universo concentracionario, que
está construido para no ser transmitida la experiencia. Primero,
porque no debiera haber sobrevivientes, segundo porque nadie
querrá oírlo y, por último, si lo escucha no podrá creerlo.
Primo Levi cuenta que, en los últimos días, cuando la suerte
de la guerra ya estaba echada, un guardia del campo dice:

14
Burke, Formas de..., p. 79.
15
Todorov, Los abusos, p. 18.
16
Todorov, Los abusos, p. 14.
17
Sarlo, Tiempo pasado, p. 31.

199
De cualquier manera, que termine esta guerra, la guerra contra
vosotros la hemos ganado: ninguno quedará para contarlo: pero
incluso si alguno lograra escapar, el mundo no lo creería. Tal vez
haya sospechas, discusiones, investigaciones de historiadores, pero
no podrá haber ninguna certidumbre porque con vosotros serán
destruidas las pruebas. Aunque alguna llegase a subsistir, y aunque
alguno de vosotros llegara a sobrevivir, la gente dirá que los hechos
que contáis son demasiado monstruosos para ser creídos; dirá que
son exageraciones de la propaganda aliada y nos creerá a nosotros,
no a ustedes.18

Ante la aparente falta de “pruebas” el testigo sobreviviente se


convierte en una de ellas. Por eso el imperativo de narrar la ex-
periencia. Porque soy una prueba del exterminio.
El imperativo moral tiene que ver también con el hacer jus-
ticia a los ausentes. Aquellos que no pueden dar cuenta de su
experiencia, pero que dan sentido a mi sobrevivencia. Los sobre-
vivientes a menudo se preguntan –y se sienten culpables, ¿por
qué ellos siguen vivos y tantos otros no? Si otro murió en mi
lugar, es justo que yo hable de sus padecimientos. De esta ma-
nera el mandato del sobreviviente no es solo autoimpuesto, sino
que se trata de una tarea que de una u otra manera le ha dado el
colectivo, y de entre ellos el mandato más importante proviene
de los muertos, los verdaderos testigos, según la mayoría de los
testimonios. Recordemos que Primo Levi decía que no se sen-
tía culpable de haber sobrevivido, pero que se hubiese sentido
muy culpable de no testimoniar en nombre de aquellos que no
sobrevivieron.19
Sin embargo, para que esta habla tenga sentido completo ne-
cesita una escucha que no siempre se da. Las sociedades –y en
mayor medida los Estados– prefirieran el silencio y el olvido, in-
fringiendo una nueva herida a las víctimas. Otro problema que
vive el testigo en este tipo de experiencia, es tener certeza de ser

18
Levi, Los hundidos, p. 10.
19
Levi, Si esto es un hombre, p. 5.

200
escuchado. En su obra La escritura o la vida, Semprún reflexiona
al recordar la llegada y el gesto de tres soldados británicos a la
entrada de Buchenwald.

Siempre puede expresarse todo […] Lo inefable de que tanto se


habla no es más que una coartada […] Se puede expresar el amor
más insensato, la más terrible crueldad. Se puede nombrar el mal
[…]. Puede decirse todo de esta experiencia. Basta con pensarlo
¿pero puede oírse todo, imaginarse todo? ¿tendrán la paciencia, la
pasión, la compasión, el rigor necesario? La duda me asalta desde
este primer momento, este primer encuentro con unos hombres de
antes, de fuera ­–procedentes de la vida, viendo la mirada espanta-
da, casi hostil, desconfiada al menos, de los tres oficiales.20

No es fácil, para quien no lo ha vivido, imaginarse toda la di­


mensión del horror, pero precisamente, eso hace más importante
el habla. La recepción de la comunidad puede generar distintas
reacciones, desde la negación hasta la solidaridad, y así como no
tiene el mismo efecto en cada lugar, va mutando con el tiempo.

El sufrimiento no es un residuo de formas inmutables; sus palabras


y sus gestos animan una sociedad y la irradian en todos sus senti-
dos. También está presente en la génesis de los deseos fraternales y
de los movimientos de solidaridad: el sufrimiento triza tanto como
une, pero, desde luego, es la recepción que se le organiza a ese
sufrimiento lo que lo torna sórdido o generador de movimiento.21

La esperanza de encontrar consuelo, el miedo a la desmemoria,


y sobre todo la toma de conciencia de lo ocurrido, por parte de
la sociedad, es un poderoso aliciente para el relato. El imperativo
moral de primer orden es que los hechos ocurridos no vuelvan
a ocurrir jamás, en ningún otro tiempo ni lugar, y para ello es
preciso que el mundo conozca las dimensiones del horror.

20
Semprún, La escritura, p. 26.
21
Farge, Lugares, p. 27.

201
La experiencia chilena: necesidad de la memoria

En el Cono Sur de América Latina y en el contexto de la Guerra


Fría, se sucedieron golpes de estado inspirados en la Doctrina
de Seguridad Nacional: Brasil 1964, Uruguay 1973, Chile 1973
y Argentina 1976.22 Una de las principales características de las
dictaduras que a partir de allí surgieron fue la aplicación siste-
mática del terrorismo de Estado,23 dejando heridas concretas y
simbólicas en sus sociedades que aún no encuentran reparación.
Conocemos de los padecimientos de las víctimas por la recien-
te labor de la justicia y de las comisiones de verdad que han
elaborado informes públicos y oficiales sobre la represión, que
ponen al descubierto la importancia de los testimonios de los
sobrevivientes.

Las dictaduras representaron, en el sentido más fuerte, un quiebre


epocal (como la gran guerra); sin embargo, las transiciones no en-
mudecieron por la enormidad de esa ruptura. Por el contrario, en
cuanto despuntaron las condiciones de la transición, los discursos
comenzaron a circular y demostraron ser indispensables para la res-
tauración de la esfera pública de derechos.24

En Chile la dictadura dejó un saldo de al menos cuarenta mil


víctimas, considerando aproximadamente cuatro mil muertos
­–entre ejecutados y detenidos desaparecidos– y treinta y cinco
mil prisioneros políticos, de acuerdo a las cifras de los informes
oficiales, hechos a partir de quienes concurrieron a declarar a

22
Para este tema véase Rouquié, El Estado militar; Leal Buitrago, La seguri-
dad nacional, Hoffmann, Jano y Minerva; Schoultz, National Segurity; Lo-
veman, The Constitution, Varas, La política de las armas. Nota de la editora.
23
Puede verse Arroyo Zapatero y Berdugo Gómez de la Torre, Libro ho-
menaje, vol. II; Gibney, La globalización de los derechos; Moyano, “Argentina
en Guerra”; Feierstein, “Sobre conceptos”; Buriano Castro, Dutrenit y
Vázquez, Política y Memoria. Nota de la editora.
24
Sarlo, Tiempo pasado, p. 62.

202
las comisiones destinadas a ello.25 Durante toda la dictadura,
funcionaron en Chile centros de detención con diferentes ca-
racterísticas, las que dependían de sus objetivos. Por ejemplo, en
un primer período, varios de ellos fueron públicos y, en algunos
casos, ubicados en medio de la ciudad, aunque no siempre se
supiera exactamente la identidad de quienes se encontraban de-
tenidos, así como tampoco qué ocurría exactamente al interior
de estos recintos.
La prisión política fue una forma de represión permanente
durante toda la dictadura, que varió según los distintos períodos
de la misma e, incluso, en un mismo período combinó diversos
métodos. Estos, dependiendo de los objetivos deseados, iban
desde la búsqueda de información, el castigo, la venganza, hasta
el asesinato de la víctima. Asimismo, debemos tener en cuen-
ta el impacto social que causaron las detenciones masivas. Más
allá del número de detenidos, los arrestos tuvieron como obje-
tivo diseminar el terror fuera de los campos. Para quienes se en­
contraban fuera, las detenciones daban cuenta, por ejemplo, de
la arbitrariedad de la represión, al no saber los cargos formulados
a los detenidos, ni cuál era su destino. Quienes estaban libres
podían incluso saber dónde y quiénes estaban presos, pero solo
podían imaginar qué pasaba con ellos, al no existir evidencias
concretas de lo que sucedía en los centros de detención.
De acuerdo con el Informe Valech:26

La represión política –fusilamientos sumarios, tortura sistemática,


privación arbitraria de libertad en recintos al margen del escruti-
nio de la ley, conculcación de Derechos Humanos fundamentales–
operó desde el 11 de septiembre hasta el fin del gobierno militar,

25
Cf. Informe Comisión Nacional de Verdad e Informe Comisión Nacional
sobre Prisión.
26
Llamado así debido a que la comisión que lo elaboró fue presidida por mon-
señor Sergio Valech, obispo emérito de la Arquidiócesis de Santiago. Nota de
la editora.

203
aunque con grados de intensidad variables y con distintos niveles
de selectividad a la hora de señalar a sus víctimas.27

En esa misma línea, el juez Baltazar Garzón señalará una pe-


culiaridad: la acción represiva “está guiada por la finalidad de
destruir en forma sistemática a la persona disidente o que se
juzga disidente por ra­zones ideológicas o de mera adscripción al
grupo ideológico”.28
La eliminación de personas desatada por el imputado y los
demás responsables de la Junta Militar de Gobierno, no puede
considerarse parcialmente como una serie de acciones inconexas,
ni como una pluralidad de acciones meramente coincidentes en
el tiempo, sino como una acción coordinada y planificada has-
ta en sus más mínimos detalles, contraparte del propio grupo
nacional chileno que todos integran. Así se revela a la vista la
selección de personas cuya eliminación se buscó: las técnicas de
detención y desaparición empleadas, la existencia de centros es-
pecíficamente designados a campos de concentración, y la prác­
tica de la tortura con “control científico”; los enterramientos
clandestinos, la conspiración con otros responsables militares
para actuar en el exterior del país contra los propios nacionales;
el entrenamiento de Fuerzas Especiales; la creación de organis-
mos clandestinos que obedecieron a órdenes secretas, como la
Dirección de Inteligencia Nacional (dina) o el Centro Nacional
de Informaciones (cni).29
Existe una abundante literatura historiográfica respecto a los
campos de concentración nazis y su semejanza con la ex­perien­­
cia de la que nos ocupamos; sin embargo, aun cuando a grandes
rasgos puedan existir similitudes, en términos generales, pensa­
mos que existe una particularidad en las prácticas de las dicta­
duras del Cono Sur, compartidas y coordinadas, que no utilizan
como modelo el estilo de la “solución final”, sino los principios

27
Comisión Nacional sobre Prisión, p. 316.
28
Garzón, La Acusación, p. 139.
29
Garzón, La Acusación, p. 138.

204
de la Doctrina de Seguridad Nacional, conocimientos adquiri­
dos en la Escuela de las Américas. Incluso, podemos ir más allá y,
como es de suponerse, sostener que el caso chileno tuvo también
características propias si la relacionamos con los demás países de
la región.
Durante los años que duró la dictadura, según el trabajo rea-
lizado por la Comisión Valech (2004), funcionaron 1,132 recin-
tos de detención a lo largo de todo el país, de los cuales 1,015
corresponden a la Región Metropolitana.

Asimismo, la cantidad de detenidos superaría las 30 mil personas,


considerando todas aquellas que declararon ante la Comisión, pero
también a todos los detenidos desaparecidos. Efectivamente, sabe-
mos que antes de desaparecer pasaron por alguno de estos centros
de detención, que incluye a la mayoría de las personas que figuran
en el Informe Rettig,30 como ejecutadas políticas que fueron pre-
viamente torturadas o murieron producto de la tortura en algunos
de estos centros.

En mayor o menor medida, los chilenos sabían de la existencia


de centros de detención, sobre todo aquellos que se establecie-
ron en centros públicos, como el Estadio Nacional; así como
tam­bién aquellos que tenían un carácter más secreto, como Vi-
lla Grimaldi. Situados generalmente en medio de la ciudad, los
vecinos intuían que algo extraño sucedía en aquellos lugares. El
Estado terrorista negó, en lo explícito, estos acontecimientos,
pero, al mismo tiempo, enunció estos actos como amenaza la-
tente para todos aquellos que intentaran oponerle resistencia.
Esta perversa dualidad, entre el secreto y la sospecha, cumplió
con el objetivo de castigar a los militantes de la oposición, y
causó terror en su entorno cercano y en la población en general.
Inmediatamente después del golpe de Estado fueron esta­
blecidos centros de detención y tortura masiva; fueron utiliza-

Informe de Verdad y Reconciliación, emanado de la comisión presidida por


30

Raúl Rettig y publicado en 1991.

205
dos, cuando se realizaron detenciones de esta envergadura. Para
ello se ocuparon deportivos que por sus dimensiones alberga-
ron a la gran cantidad de detenidos. Por la capacidad de estos,
era posible encontrar entre los detenidos a dirigentes políticos,
obreros, profesionales, pobladores y delincuentes comunes. To-
dos ellos fueron víctimas de maltratos y torturas. El propósito
de estos centros fue, por una parte, llevar a cabo una especie de
“limpieza social” y castigo, y, por otra, amedrentar al conjunto
de la población, pues su existencia fue de conocimiento público.
Ejemplos emblemáticos de refuncionamiento de estos espacios
fueron, además del Estadio Nacional, el Estadio Chile o el Esta-
dio Regional de Concepción.
Los campos de concentración,31 en general, tenían como
objetivo el castigo mediante el aislamiento de aquellos deteni-
dos que la Junta consideraba más peligrosos por su condición
de dirigentes político-sociales. Se pretendía, de alguna manera,
que operaran como centros de “re-educación”. Si bien en estos
centros no se practicó –al menos sistemáticamente– la tortura,
los detenidos fueron objeto de malos tratos físicos y sicológicos,
siendo el más importante la sensación de incertidumbre sobre su
destino, sin saber de qué se les acusaba y sin ser jamás sometidos
a proceso. La Isla Dawson sirvió claramente para este objetivo,
que se caracterizó por reunir a los dirigentes del gobierno y de
los partidos de la Unidad Popular; algunos de los presos habían
sobrevivido al asalto a La Moneda.32 Chacabuco y Puchunca-
ví fueron otros entre algunos más. El último de ellos dejó de
­funcionar en 1976.
Por último, conocemos también la existencia de centros clan­­
destinos de detención, tortura y exterminio. Estos centros fun­

31
Hasta donde sabemos no existe otro caso en el Cono Sur en que se haya
empleado este sistema.
32
Sede de la presidencia de la República de Chile. El 11 de septiembre de
1973 fue bombardeada por la Fuerza Aérea. Desde su interior, Salvador
Allende, su presidente, pronunció el último discurso como mandatario, des-
pués perdió la vida.

206
cionaban de manera clandestina y no se reconocía la existencia de
detenidos en sus dependencias. El primero de ellos fue el cuartel
de la dina de calle Londres 38, antigua sede del Partido Socia­
lista. Pero fueron cientos los centros de tortura que fun­cionaron
a lo largo de todo el país, primero a manos de la dina, luego de
la cni u organismos como el comando conjunto o la Dirección
de Comunicaciones de Carabineros (dicomcar). Existe incer­
tidumbre acerca de las fechas en que estuvieron funcionando, es
posible que lo hicieran hasta el último día de la dictadura.
Sabemos de ellos precisamente por los relatos de los sobre­
vivientes que pudieron identificar el lugar por donde pasaron. No
siempre ocurrió así. Hace algunos años –y por confesión de un
victimario– se tuvo noticias de la existencia del cuartel de exter-
minio de calle Simón Bolívar, del que ningún detenido salió vivo,
pasando a formar parte la larga lista de detenidos desaparecidos.
La desaparición forzada, tan propia de las dictaduras del Cono
Sur, tuvo como principal objetivo borrar toda huella. En este caso
la meta fue lograda. A pesar de esta excepción y por ella a quienes
sobrevivieron se les impuso relatar lo vivido, no solo para rendir
homenaje a quienes ya no están; también con la concreta esperan-
za de contribuir para saber dónde están.
De esta forma, en Chile existe una numerosa y en algunos
casos conocida literatura testimonial referida a la prisión política.
Su importancia radica en que en la mayoría de los casos sirvió
como primera referencia de lo ocurrido y para la labor de la justi­
cia. Escritos en diferentes contextos sus objetivos no fueron muy
distintos a los acá enunciados por Primo Levi y Jorge Semprún.
Uno de los primeros textos a retomar aquí es Estadio Nacio­
nal de Sergio Villegas,33 que apareció en Buenos Aires en marzo

33
Villegas, Estadio nacional. Sergio Villegas fue escritor y periodista (1928-
2005), director de la Revista Vistazo, subdirector de El Siglo semanario del Par-
tido Comunista de Chile, que llamó a los chilenos a defender al gobierno de
Allende, antes de ser clausurado por la Junta Militar. Fue director del programa
radial Chile al día, emitido desde Berlín durante su exilio. Centro de Estudios,
Anales de Literatura, p. 362. Emol Nacional, Santiago, 10 de octubre de 2005,

207
de 1974, tan solo seis meses después del golpe de Estado, lo que
nos da una idea de la urgencia con que fue escrito. El autor re-
coge testimonios de sobrevivientes del Estadio, en­trevistados en
diferentes, pero siempre dramáticos contextos: en la clandestini-
dad, en el exilio, en una embajada, etcétera. El propósito central
de la publicación, según apunta el autor, fue denunciar lo que
estaba pasando en Chile. Creía que con el conocimiento de lo
que acontecía “la lección de Chile no debería caer en el vacío”,34
nos dice. Y agrega “que estas páginas sean un homenaje a los
caídos de Chile”.35 Este libro fue traducido al inglés, al italiano,
al polaco, al alemán y al ruso y circuló en Europa y América La-
tina. La primera edición en Chile, sin embargo, aparece una vez
acabada la dictadura, lo que simboliza para el editor “no solo el
ejercicio de una tarea profesional necesaria; representa, más que
eso, el cumplimiento de un deber moral obligatorio”.36
El primer título publicado en primera persona es Tejas ver-
des. Diario de un campo de concentración de Hernán Valdés.37 El
escritor –ya había publicado un par de novelas previamente– es-
tuvo detenido en este centro clandestino tras el golpe de Estado.
Una vez en el exilio, escribe su testimonio,38 que es publicado en

en línea <http://www.emol.com/noticias/nacional/2005/10/10/197836/
fallecio-escritor-sergio-villegas.html> [fecha de consulta 4 de junio de 2018].
34
Villegas, Estadio Nacional, p. 11.
35
Villegas, Estadio Nacional, p. 11.
36
Villegas, Estadio Nacional, p. 10.
37
Escritor (poeta y novelista) chileno (1934), con estudios de cine en Praga.
Fue simpatizante del gobierno de la Unidad Nacional, aunque apartidista.
Estuvo detenido por un mes después del golpe militar de Pinochet. Obtuvo el
premio Altazor de las Artes Nacionales. Nota de la editora.
38
Testimonio que adquirió la forma del género diario de vida, porque fue
escrito en presente, en primera persona singular, en tono de reflexión íntima,
pero que no lo es porque fue escrito posterior a los acontecimientos narrados.
La forma adoptada logra que “el lector experimente una sensación de horror
similar a la que vive el protagonista en el campo de concentración, ante las
atrocidades, el encierro y, sobre todo, ante la incertidumbre de lo que ven-
drá.” Dorfman, “Código Político”, p. 201, citado en Carvajal, Aprendizaje y
­­­Desaprendizaje, p. 11. Nota de la editora.

208
Barcelona en 1974, a pocos meses de salir en libertad. No obs-
tante, en Chile no fue publicado sino hasta 1996. En España la
publicación tampoco fue tarea sencilla, pues debió pasar por la
censura franquista. Sin embargo, desde entonces fue reconocido
como “el mejor relato que existe sobre el dolor de un sujeto so-
metido al vejamen militar de los primeros meses de la dictadura
[…] fue aclamado como relato paradigmático de la lucha anti
dictatorial”.39 En el contexto de la conmemoración de los cua-
renta años del golpe de Estado fue reeditado en Chile y su autor
señaló en el prólogo del libro lo siguiente:

Tejas verdes. Diario de un campo de concentración en Chile fue escri-


to hace más de cuatro décadas, en Barcelona, donde aterricé gra-
cias a una singular invitación obtenida por mi amigo, el director
del Centro Universitario donde yo trabajaba, tras salir del campo
de concentración Tejas Verdes y luego de haberme refugiado en la
embajada sueca. En un cuarto sin ventanas, en un piso de cons-
piradores antifranquistas próximo a la Catedral y, como decía en
el prólogo original, «al calor de la memoria», me senté frente a la
máquina y me largué a escribir sin pensar en cualquier tipo de
elaboración literaria y sin otra pretensión que mostrar a la opinión
pública la cara oculta, la intimidad –por así decir– de la brutalidad
militar chilena, que meses después del golpe de Estado, pese a la
abundante información periodística en el extranjero, era casi com-
pletamente ignorada en lo concerniente a la rutina de la tortura en
los campos de concentración. Así, mientras los ruidos de la ciudad
vibraban tras los muros, me sometí a revivir la experiencia pasada,
hora por hora, día por día, con horror y al mismo tiempo con pla-
cer, el placer de decidir yo mismo el momento de mi liberación del
horror y entonces de bajar a tomar un buen café en Las Ramblas.

Otro escritor, Alberto Gamboa, que fue director del periódi-


co El Clarín, simpatizante de la Unidad Popular, tras el golpe
de estado fue detenido y llevado al Estadio Nacional y luego a

39
Cuadros, “Ficción y referente”, s. p.

209
­ hacabuco, una antigua oficina salitrera convertida en campo
C
de concentración. Su larga detención, de tres años, es relatada
en Un viaje por el infierno que fue publicada por primera vez en
fascículos que se entregaban por la compra de la revista Hoy, de
oposición, en 1984, lo que era toda una novedad no exenta de
censura y amedrentamiento. Recién en 2010 fue publicada en
formato de libro y en un solo tomo. El prólogo de esta edición
estuvo a cargo del periodista Jorge Montealegre, que a su vez pu-
blicó en los años noventa su propio testimonio, como veremos
más adelante. En este texto recuerda esa primera edición:

Como la memoria es frágil y cambiante, recordemos que hasta 1983


para editar un libro era obligatoria una autorización del Ministerio
del Interior. Antes de que pasara un año del levantamiento de esa
restricción –Decreto Exento del Ministerio del Interior Nº 262 de
1983– la revista inició la entrega de “Los libros de hoy”. Era una
oportunidad. Y un riesgo. A modo de los antiguos folletines la “no-
vela de la vida real” se editó por entregas. Es decir, al inicio no se
sabía cuántos de los cuatro capítulos planificados podrían llegar a los
quioscos; cuándo el gobierno ordenaría la suspensión de la publica-
ción; hasta qué punto la revista resistiría las presiones; hasta dónde la
autocensura y los consejos legales harían inviable seguir escribiendo
el libro. En tanto, el autor del libro tuvo un requerimiento de la
justicia militar, con encargatoria de reo. Debió volver a donde había
estado Clarín, ya que ahí mismo funcionaba la fiscalía. La querella
se hizo eterna. La revista, por su lado, al poco tiempo estuvo sujeta a
censura previa, debiendo entregar su material para el visto bueno de
la Dirección Nacional de Comunicación Social (Dinacos).40

En relación con el propósito de este libro y su valor, el mismo


Montealegre dice:

Contribuye a que la verdad –que muchos insisten en desconocer–


se siga extendiendo para que nunca más se repitan las injusticias

40
Gamboa, Un viaje, p. 8.

210
que él y miles de personas sufrieron; entre ellas las que nunca pu-
dieron compartir su testimonio. Por ellas hablan los testigos y los
ecos de estas páginas.41

Este testimonio, como otros, no solo cuenta lo que se vio, tam-


bién vivió la noticia. Lo que le es particular es que enfrentó el
reto de escribirlo con la figura legitimadora del periodista de in-
vestigación, por cuanto el autor lo había sido. Al escribirla buscó
apegarse fielmente a los hechos, unas veces con estilo novelado
y otras no. “Es un testimonio y no una acusación. No he sido
ni soy dueño de la verdad, como se estila en estos momentos”.42
En 1987, fue publicado “Dawson Isla 10” un libro que co-
menzó a ser escrito en 1975, cuando Sergio Bitar,43 su autor, se
encontraba en el exilio. Fue ministro de minería en el gobierno
de Salvador Allende y detenido tras el golpe de Estado, en el
lugar que da nombre a su libro, el campo de concentración más
austral y frío de Chile, al lado del estrecho de Magallanes. Bitar
grabó sus recuerdos en una cinta, que posteriormente transcri-
bió su esposa, pero no hasta que es autorizado a regresar a Chile,
en 1984, que decide revisar y corregir su escrito, que finalmente
verá la luz en 1987, cuando la dictadura aún no terminaba. Mo-
vido por los imperativos de testimoniar para conocer el horror y
pensar en el futuro, escribe:

Cuando terminé de dictar esta crónica, después de recuperar mi


libertad, sentí un enorme alivio, como si descargara un gran peso
de mi espíritu. Había terminado el período más trágico de mi vida.
Había pasado por una experiencia que jamás imaginé podía darse
en mi patria, y después de ella sentía el imperativo, la necesidad de

41
Gamboa, Un viaje, p. 11.
42
Peris Blanes, “Un viaje por el infierno”, p. 86.
43
Político e ingeniero, también fue ministro de Ricardo Lagos y Michelle
Bachelet. Después de estar un año detenido en la Isla Dawson partió rumbo
a Venezuela y Estados Unidos.

211
transmitir esa vivencia. Aunque la leyera solamente una persona,
era mi deber describir y alertar.44

El año 2003, en razón de la conmemoración de los treinta


años del golpe de Estado, un grupo de ex prisioneros viajó a
Isla ­Dawson, y de esa experiencia surge un nuevo libro, esta
vez escrito por un incansable arquitecto de la Unidad Popular
Miguel Lawner. La obra testimonial de Lawner había comen-
zado años antes; él había relatado con sus dibujos la vida de los
campos por donde pasaron él y sus compañeros durante dos
años de detención. Algunos de estos dibujos fueron elabora-
dos en el lugar de los hechos, con lápiz y papel que le fueron
proporcionados con el objeto de proyectar la restauración de
la iglesia de Puerto Harris.45 El testimonio gráfico, así se suma
a las líneas de fuga para preservar la dignidad, romper la dis-
ciplina y transgredir la normatividad de los centros de deten-
ción, que han sido objeto de estudio de Pilar Calveiro.46 En el
testimonio escrito al retornar del exilio en Dinamarca y publi-
cado después del reencuentro de los sobrevivientes amigos y
altos funcionarios del gobierno de Allende que habían estado
cautivos en Dawson, en cambio ya no solo testimonia princi-
palmente sobre el horror, las peripecias y los pesares. También
el entusiasmo que les provocó la recuperación de la iglesia. En
2009 el reconocido cineasta Miguel Littin llevó el libro a la
pantalla, con una importante acogida de público.
En el contexto de la conmemoración de los treinta años del
golpe de estado en Chile –así como en el aniversario número
cuarenta– hubo un interés renovado por conocer los relatos so-
bre la dictadura militar y fue el momento en que Montealegre
publica su libro Frazadas del Estadio. En la introducción le habla
a ese niño que fue en la prisión:

44
Bitar, Isla 10.
45
Lawner, La vida. Domínguez, Lawner, Retorno a Dawson.
46
Calveiro, Poder y desaparición. Santos Herceg, José, “Intelectuales en
­prisión”.

212
Está aquí, conmigo, mostrándome sus recuerdos de prisión es-
critos en 1974, inmediatamente después de salir en libertad. Im-
presos a mimeógrafo en Roma los llevó a México para entregarlos
a una comisión internacional investigadora. Era difícil hacerlo
circular bajo dictadura. Enviarlo por correo arriesgaba inútilmen-
te al destinatario. Al menos quedó el registro en papel roneo de
unos recuerdos que en algún momento tendrían que encontrarse
con esa memoria que también tiene un territorio. Siempre tuvo la
esperanza de que se pudiera publicar en Chile. Y ahora tiene esa
oportunidad. Ojalá no sea demasiado tarde.47

Montealegre tenía diecinueve años cuando fue detenido y es allí


donde comienza a escribir. Por ello, o a pesar de ello, y desde
entonces su escritura ha estado marcada por la experiencia con-
centracionaria. En el prólogo, Armando Uribe dice:

Montealegre halló su vocación literaria en el estadio y su experien-


cia en el subsecuente campo de concentración de Chacabuco por
más largo tiempo. Comenzó, en esos trances, a los diecinueve años
a escribir poesía como lo ha hecho desde entonces por treinta años
más. También prosa, como en los diarios murales del campo de
concentración.48

Quedan muchas obras en el tintero, así como también otros for-


matos que han servido de soporte de transmisión de memorias
de la prisión política, como el cine, la novela, u otros. Quedan
también por analizar uno de los temas centrales y recurrentes
de sus relatos, la solidaridad dentro y fuera de la prisión, pilar
fundamental para la sobrevivencia. A pesar de ello, la legitimi-
dad de los testimonios aquí retomados está en los recuerdos que
transmiten, asimismo, su valor radica en la escritura en prime-
ra persona, es decir, por mano de las víctimas que apelan a un

47
Montealegre, Frazadas, p. 14.
48
Montealegre, Frazadas, p. 12.

213
c­ olectivo que no debiera pasar por la experiencia del horror y
para saber la importancia de defender la dignidad humana.
Este breve recorrido nos permite ilustrar la necesidad del re-
lato ante experiencias límites, así también mostrar que la lectura
renovada en el tiempo, no pierde vigencia ni interés, como si la
desesperación que embarga a los sobrevivientes se convierte en
esperanza de que lo escrito puede conjurar la repetición, el vol-
ver a ocurrir, y afirmar el nunca más, a ningún otro ser humano,
en ningún otro tiempo, en ningún otro lugar.

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217
La experiencia de la autobiografía1

Ángel Xolocotzi Yáñez

Introducción

En algún momento Ortega y Gasset señaló que una biografía no


es otra cosa sino “el sistema en que se unifican las contradiccio-
nes de una existencia”2 Se trata efectivamente de un “sistema” en
tanto es una tematización de algo que se sabe pero que, de una u
otra forma, es colocado de manera coherente bajo algún patrón.
Esta puede ser la diferencia entre la vida posible y la vida real, o
entre una tematización parcial o total. Otro hilo conductor sería
la finalidad o vocación de la vida en cuestión. Ya en los polos y
diferencias se muestra eso que Ortega llamó “contradicciones”.
De entrada, esta idea se aplica a las heterobiografías en donde
un ojo ajeno busca unificar las contradicciones detectadas bajo
el parámetro elegido. Sin embargo, aquí podemos preguntarnos
si este “sistema” aplica también para las autobiografías.
Como sabemos, la autobiografía suele entenderse como aque-
lla tematización en donde el sujeto es a la vez el objeto en cues-
tión. Pero quizá deberíamos detenernos en los términos usados y
no caer rápidamente en una economía del pensar que pretenda
moverse en sinónimos. Ortega, al referirse a la biografía, habló
de “existencia” y no de la coincidencia entre sujeto y o­ bjeto,

1
Agradezco a Viridiana Pérez la cuidadosa revisión del presente capítulo.
2
Ortega y Gasset, “Pidiendo un Goethe desde dentro”, p. 22.

219
­ recisamente porque en este punto, consideramos, yace un as-
p
pecto importante para entender la autobiografía desde su raíz.
La pareja “sujeto-objeto” se entiende solo a partir de la mo-
dernidad bajo la consigna de tematizar la forma en la que el ser
humano está en el mundo tomando como hilo conductor la
presuposición de que la certeza sería la base sólida sobre la cual
pudiese construirse una edificación científica que a su vez per-
mitiera manipular racionalmente al mundo.3
Frente a la determinación metafísica heredada de la antigüe-
dad en donde el conocimiento se adquiría al combatir la falta
de este, es decir al combatir la ignorancia, en la modernidad se
da un cambio radical a partir de la constitución del ser humano
como sujeto cuyo no-saber ya no depende del cambio de la ig-
norantia a la sapientia, sino más bien del reconocimiento de las
posibilidades de la conciencia y de lo que a ella le puede afectar,
por ejemplo, el error. Con ello se introduce en la historia de la
filosofía un elemento central para el pensar posterior: la expe-
riencia –en este caso– del error. De esta manera, ya no se busca
la sapiencia como sustitución de la ignorancia; sino la certeza
como sustitución del error.
La experiencia es algo que le ocurre a la conciencia; sin em-
bargo, a pesar de que este punto de partida será central para
entender nuestra problemática, la forma inicial de abordarlo se
reducirá a una visión cognoscitiva que veía en el conocimiento
la única forma de tematización de las cosas en el mundo. Así,
las bases puestas por Descartes en la conformación de la subje-
tividad moderna, harán del ser humano un ser basado funda-
mentalmente en representaciones y reduciendo la experiencia al
ámbito estrictamente teórico-cognoscitivo.

3
Nos referimos a la tarea filosófica llevada a cabo por René Descartes, quien
no habla explícitamente de “sujeto”, sino de res cogitans o ego cogito; no obs-
tante, al constituir esto el sustrato de la aprehensión de las cosas extensas, es
interpretado como “subjectum”, es decir, como aquello que subyace a todo
acceso al mundo.

220
Por ello, en el siglo xix y principios del xx habrá autores que,
aunque se muevan en el plano de la experiencia, buscarán am-
pliar sus posibilidades y llevarlas al extremo. De tal forma que, a
partir de una ampliación de la experiencia, es que pueden darse
las bases para entender mejor aquello que Ortega indica bajo el
término “existencia”. Gran parte de la historia filosófica del siglo
xix y xx es el paso de la experiencia a la existencia con autores
que van de Wilhelm Dilthey a Martin Heidegger, pasando por
los neokantianos y Edmund Husserl.
A continuación, abordaré aspectos filosóficos que resultan
relevantes para entender la importancia de la experiencia y la
posibilidad de sistematizarla en forma de una autobiografía de
la existencia. El punto central para ello será detectar que la au-
tobiografía no puede entenderse en el sentido de conocimiento,
sino más bien en el sentido de una interpretación del existir.
Por ello nuestro recorrido irá fundamentalmente de Dilthey a
Heidegger.

Dilthey y el énfasis en la experiencia4

Desde un punto de vista filosófico, el autor que más ha pensado


las determinaciones de la autobiografía ha sido Georg Misch. El
gran testimonio de ello es que prácticamente su obra filosófica se
resume en dos proyectos: la publicación de la obra de su maestro
y suegro, Wilhelm Dilthey, y su Geschichte der Autobiographie.
Esta publicación, que no alcanzó a ver en su totalidad Misch,
recibe los impulsos centrales de su maestro Dilthey.
Misch participa en un concurso sobre autobiografías convo-
cado por la Academia Prusiana de las Ciencias, en donde gana
el premio en 1904 con un manuscrito sobre autobiografías en el
mundo antiguo. Ese texto será publicado en 1907 con diversas
reimpresiones posteriores. No obstante, ya en ese m ­ omento,
Misch tenía a la vista un proyecto de alcances inimaginables

4
El presente apartado se apoya en lo trabajado por el autor en su libro
­Subjetividad radical y comprensión afectiva.

221
al cual dedicará gran parte de su vida. Misch muere en 1965
sin haber visto publicada la conclusión de esta magna obra que
consta de cuatro volúmenes dobles en 3,885 páginas.
Si uno pregunta sobre la persistencia de Misch en un proyec-
to de esta magnitud, quizá la respuesta inmediata será que, para
este, la autobiografía representa la forma más alta de conocimien-
to histórico. Esta posibilidad se entiende solo a partir de las bases
establecidas por Wilhelm Dilthey en torno a las determinaciones
propias del conocer histórico en el marco de la especificación del
modo de proceder de las ciencias del espíritu. A continuación,
centraremos el trabajo en tales bases para poder entender una
vía de tematización literaria de la vida como es la autobiografía.
Se trata, como veremos, de una posibilidad literaria apoyada por
completo en la idea de experiencia que Dilthey desarrolla.
Pues bien, es ampliamente conocida la diferenciación en-
tre ciencias naturales y ciencias del espíritu inaugurada temá-
ticamente por Wilhelm Dilthey en su obra publicada en 1883
­Introducción a las ciencias del espíritu. Lamentablemente para la
reputación de Dilthey, su obra acarrea la sombra del legado que
en las últimas décadas ha completado lo ya publicado. En lo que
sigue haremos referencia también a la obra póstuma.
Cuando Dilthey habla de una “fundamentación” se refiere a
una base científica y la fundamentación de las ciencias del espí-
ritu puede ser llevada a cabo solamente de forma científica y no
como cosmovisión o historicismo, como se le ha interpretado
frecuentemente. Sin embargo, ¿Cómo podían ser entendidas
científicamente las ciencias del espíritu si las ciencias estaban
dominadas por las ciencias naturales y el modelo de lo que po-
dría ser considerado ciencia se planteaba de acuerdo con ellas?
La cientificidad de las ciencias del espíritu debía fundarse de otra
forma y esto constituye el problema inicial. Por ello, Dilthey
toma como punto de partida la interrogación en torno a cómo
podría llegar a ser científica la vida espiritual.5 En esta ­dirección
hay un avance al notar que todas las ciencias del espíritu son

5
Cf. Dilthey, GS XIX: Grundlegung, p. 390.

222
ciencias de la experiencia [Erfahrung].6 Con el concepto de “ex-
periencia” Dilthey encuentra un suelo firme para desglosar la
fundamentación de la vida espiritual: “lo que la vida sea, está así
dado en la experiencia”.7 Incluso alrededor de 1880 escribirá que
la experiencia es el punto de partida del filosofar.8
Ahora bien, la experiencia aparece necesariamente como he-
cho de la conciencia. Este modo fundamental en donde algo
está ahí para mí, es caracterizado por Dilthey como percatación
interna [Innewerden]. Esto es, el modo originario de darse de un
hecho de la conciencia, a decir, tener conciencia de algo.
El hecho de la conciencia, de acuerdo con Dilthey, fue in-
terpretado desde la modernidad en una sola dirección: como
representación [Vorstellung]. Y representaciones para Dilthey
son “abstracciones”.9 Esto es para nuestro autor una interpre-
tación limitada en donde la pregunta por la vida en sus rasgos
esenciales no puede ser encontrada. El muy citado pasaje de la
Introducción indica claramente esto: “Por las venas del sujeto co-
nocedor construido por Locke, Hume y Kant no circula sangre
verdadera, sino la delgada savia de la razón como mera actividad
intelectual”.10
La pregunta por la vida misma será planteada para Dilthey
solamente cuando el ser humano completo “se halle a la base
[...] en la multiplicidad de sus fuerzas”, a saber, cuando la vida
sea vista como una estructura.11 Dicho de otra forma: El sujeto
será interpretado por Dilthey no solo como representación, sino
que contiene también el querer y el sentir. Así pues, la expe-
riencia debe ser vista en su triple dimensión: como experiencia
volitiva-afectiva-intelectual. Si la experiencia es interpretada en
esta estructura, entonces la conciencia deja de ser una mera con-

6
Cf. Dilthey, GS I: Einleitung, p. XVII; GS XIX: Grundlegung, p. 389.
7
Dilthey, GS XIX: Grundlegung, p. 344.
8
Cf. Dilthey, GS XVIII: Die Wissenchaften, p. 194.
9
Dilthey, GS XVIII: Die Wissenchaften, p. 119.
10
Dilthey, GS I: Einleitung, p. XVIII.
11
Cf. Dilthey Y, GS XIX: Grundlegung, p. 353.

223
ciencia pensante y comienza a correr “sangre real” por las arterias
del sujeto. Para Dilthey a la conciencia le concierne no solo el
conocer, sino esencialmente el valorar y el actuar. Estos no son
simplemente agregados a la determinación representadora, sino
que constituyen la conciencia en su base: “representar, querer,
sentir se contienen en todo status conscientiae y en todo instante
de la vida psíquica con manifestaciones continuas de la misma
en su interacción con el mundo externo”.12
El núcleo de la vida misma se muestra entonces en su estructu-
ra y esta es un nexo de la triada deseante-sentiente-representante:
“En todo lugar la vida está ahí como nexo”.13 Nexo de vida no
significa entonces una unidad sustancial, sino que remite por un
lado a la vida anímica individual y por otro, a la “dirección cam-
biante con el mundo exterior.” La referencia a la sociedad y a la
historia, que aparece en esa “dirección cambiante” no es simple-
mente un agregado, sino que se halla de inicio entrelazado. En la
Introducción, Dilthey remite a la complejidad del individuo: “El
individuo particular es un punto de cruce de una multiplicidad
de sistemas, los cuales en la marcha de la cultura que progresa se
especializan siempre más finamente”.14
Con todo esto debe quedar claro que lo dado a la conciencia
no es una experiencia externa en cuanto sensación o una re-
flexión interna15, sino que es una experiencia en “doble sentido”:
la experiencia en referencia a un lado “interno” es caracterizada
como vivencia de nuestro sentir, querer o representar. El hecho
de la conciencia en referencia al lado “externo” es vivido como
resistencia [Widerstand]: como mundo. Esta doble di­rección en
la que se lleva a cabo la experiencia es la característica de la vida
que Dilthey señala en tanto “punto de cruce de una multipli-

12
Cf. Dilthey, GS XIX: Grundlegung, p. 390.
13
Dilthey, GS V: Die Geistige Welt, p. 144. Por ello Rodi indica que el tema
fundamental de Dilthey es el nexo estructural de la vida. Cf. F. Rodi “Wilhelm
Dilthey: Der Strukturzusammenhang des Lebens”.
14
Dilthey, GS I: Einleitung, p. 51.
15
Dilthey, GS XVIII: Die Wissenchaften, p. 194.

224
cidad de sistemas”. A Dilthey por tanto, no le interesa enfáti-
camente la pregunta por un mundo exterior, sino su carácter
decisivo que no es otra cosa que el mundo en el que vivimos.16
Mundo y vida no son, pues, ámbitos separados sino que indican
simplemente la dirección cambiante del análisis. Con esta di-
rección cambiante obtiene Dilthey una determinación unitaria
de la vida: “encontramos las cosas dadas con nosotros mismos,
nosotros mismos con las cosas […] lo que se lleva a cabo en este
acto del roce es por decirlo así la vida […] en cuanto vivencia”.17
De esta manera, el acceso a la tematización de la vida como
“unidad ejecutante” es caracterizado por Dilthey como autogno-
sis [Selbstbesinnung]: “yo llamo a la fundamentación que la filo-
sofía debe ejecutar autognosis, pero no teoría del conocimiento.
Pues la autognosis es una fundamentación tanto para el pensar y
conocer como para el actuar”.18 Así, si la autognosis pretende ser
un acceso originario, entonces debe posibilitar una mirada a los
nexos de la vida espiritual. Mas la mirada no debe ser caracteri-
zada como un puente entre las realidades y los conceptos, entre
ser y pensar, ya que esto supondría la escisión sujeto-objeto y
sería a fin de cuentas una teoría moderna de conocimiento. La
mirada se halla más bien en otro nivel, en un ámbito más ori-
ginario según Dilthey. En Vivir y conocer [Leben und Erkennen]
nuestro autor señala la posibilidad de tal acceso:

La expresión vida indica a uno lo más conocido, lo más ínti-


mo. Pero a la vez lo más oscuro, incluso algo completamente
inescrutable. Lo que la vida sea es un enigma que no puede ser
descifrado. Todo reflexionar, investigar y pensar surge de esto
inescrutable. Todo conocer hunde sus raíces en esto no cognos-
cible por completo. Uno puede destacar sus rasgos singulares

16
Riedel, Verstehen oder erklären?, p. 81.
17
Dilthey, GS XIX: Grundlegung, p. 153.
18
Dilthey, GS XIX: Grundlegung, p. 89.

225
c­ aracterísticos. Uno puede también seguir el énfasis y el ritmo en
esta melodía ­excitante.19

Por lo tanto, si el acceso a la vida es una descripción, esta se lleva


a cabo como un destacar los rasgos particulares de la vida o se-
guir su estructura. Pero esto no significa ir más allá de la vida.20
El pensar en cuanto posible acceso a la vida es solamente una
función de la vida misma, solamente su expresión, mas no su
fundamentación: “la vida permanece infundada para el pensar”.21
Este carácter infundado debe entenderse respecto de una idea
de ciencia o teoría del conocimiento que vea en la vida algo teo-
rizable; sin embargo, las bases colocadas por Dilthey se develan
en otras vías del pensar abiertas a finales del siglo xix y conso-
lidadas a lo largo del siglo xx como son la fenomenología y la
hermenéutica.

El ámbito de la vivencia en la fenomenología

La relación entre vida y mundo como fue anticipada por


Dilthey, será tomada como hilo conductor en la propuesta de
Edmund Husserl y su fenomenología. Precisamente éste toma
el término “Lebenswelt” (mundo-de-vida) como una guía para
su filosofar.22 Para Husserl, la fenomenología en tanto carác-

19
Dilthey, GS XIX: Grundlegung, p. 346. En una carta al conde Yorck v.
Wartenburg de septiembre de 1897 Dilthey amplía esta perspectiva: “Se debe
partir de la vida. Esto no significa que uno deba analizarla, significa que uno
debe repetirla en sus formas e interiormente sacar las consecuencias que en
ella se hallan. La filosofía es una acción que eleva a conciencia y piensa hasta
el final la vida, esto es, el sujeto en sus relaciones en cuanto viveza” (Brief­
wechsel zwischen Wilhelm Dilthey und dem Grafen Paul Yorck v. Wartenburg
1877-1897, p. 247).
20
Cf. Dilthey, GS V: Die Geistige Welt, “Erfahren und denken”, p. 83.
21
Dilthey, GS XIX: Grundlegung, p. 347.
22
Hasta hace algunos años se creía que Husserl había tematizado la Lebenswelt
solo en sus últimos escritos, por ejemplo, en La crisis de las ciencias europeas
de 1936; sin embargo, en 2008 se publicó el volumen 39 de Husserliana que

226
ter científico del filosofar, no es otra cosa que la tematización
y descripción de la vida en el mundo. No obstante, como ya
sucedía en Dilthey, lo complicado es determinar las formas de
tematización de tal relación. Así como Dilthey y Brentano en-
fatizaban que la relación entre vida y mundo no se da como
dos sustancias que busquen entablar contacto, como sucedía en
algunas propuestas heredadas de la modernidad, especialmente
en términos cognoscitivos con base en la estructura sujeto-ob-
jeto, sino más bien como una forma peculiar de aprehender la
exterioridad del mundo a partir de vivencias, así la fenomeno-
logía husserliana tomará en serio esta posibilidad.23
Pese a ello, y aunque Husserl dará un giro al papel de la vi-
vencia y la experiencia, el ámbito de la evidencia se mantendrá
en la conciencia. Así todo conocimiento externo no será visto,
como en la modernidad, a partir de la relación entre un sujeto y
un objeto, sino que todo lo conocido es tal a partir de la viven-
cia respectiva que lo aprehende de determinada forma. En este
sentido, esta mesa es una mesa vista; es decir, aprehendida de tal
forma por una vivencia. Por eso para Husserl la máxima eviden-
cia se halla a nivel de la conciencia, ya que las vivencias que con-
forman a la conciencia siempre existen; no así, los objetos de las
vivencias24 como ocurre en el caso de una alucinación. Este pun-
to de partida será fundamental para cualquier determinación de
la verdad y a partir del carácter intencional de la conciencia, en
donde todo objeto es aprehendido mediante una vivencia, lo
dado a la conciencia es necesariamente verdadero en un senti-
do primario, previo al contraste o comparación entre regiones:
“no hay dos cosas que estén presentes en el modo de la vivencia

contiene escritos a partir de 1936 en donde Husserl enfatiza el problema del


mundo-de-vida.
23
Dilthey hablará en este sentido del “principio de fenomenalidad” y Brenta-
no enfatizará el carácter intencional de la conciencia, en donde los objetos son
inexistentes a la misma, es decir existen en la conciencia. Cf. especialmente
psicología desde un punto de vista empírico.
24
Husserl, Hua XIX/2: Logische Untersuchungen, p. 567.

227
[…], sino que solo hay presente una cosa, la vivencia intencio-
nal, cuyo carácter descriptivo esencial es justamente la intención
respectiva”.25 Así, aunque haya algo alucinado y se pudiese decir
que lo que “aparece” “no existe”, la existencia en ese caso parte ya
de una idea de ser como presencia que presupone nuestro hablar.
Lo alucinado, en tanto que es algo dado a la conciencia en una
vivencia alucinatoria, es verdadero aunque no exista espacio-
temporalmente. Este modo de tematizar la relación entre vida y
mundo abre perspectivas que habían sido cerradas por una idea
estrecha de conocimiento y de realidad. El conocimiento no se
reduce a lo conocido mediante un puente hacia el exterior y la
realidad no es solo lo objetual presente.
De esta forma, la posibilidad de narrar la propia vida amplía
sus posibilidades en una autobiografía. Se trata de tematizar la
propia experiencia a partir de esta relación entre vida y mundo
con toda su complejidad e interrelación de vivencias. La diver-
sidad de vivencias que se presentan para el conocimiento del
mundo remiten indiscutiblemente a la conciencia como sustrato
en el cual se cimenta lo acontecido.
No obstante, el alumno de Husserl, Martin Heidegger, cues-
tionará que el sustrato de la relación vida-mundo sea la concien-
cia.26 Desde su inicio académico en 1919 Heidegger cuestionará
que este modo de ser no haya sido puesto sobre la mesa ya que
con ello se presupone todavía al ser como presencia. Sabemos
que el empeño de Heidegger consistió en cuestionar el hecho
de que todo Occidente haya sido determinado por una idea de
ser, incluyendo al ser humano. Heidegger diferencia el ser como
presencia del ser como existencia, aquel nombre que ya había

25
Husserl, Hua XIX/2: Logische Untersuchungen II, p. 352.
26
Así lo indica Heidegger retrospectivamente en 1946: “Solo mediante el
encuentro con Husserl, cuyos escritos obviamente yo ya conocía, pero que
de hecho solo había leído como otros escritos filosóficos, obtuve una relación
viva y fructífera con el llevarse a cabo real del preguntar y describir fenome-
nológicos […] En ello estaba yo desde un principio y siempre afuera de la
posición filosófica de Husserl en el sentido de una filosofía trascendental de la
conciencia”. Heidegger, GA 16: Reden und andere Zeugnisse, p. 423.

228
mencionado Ortega al inicio de esta exposición.27 La existencia
está determinada precisamente por su ausencia de determina-
ción. Se trata de un modo de ser que cuestiona la cerrazón con la
que Occidente había aprehendido al ser de las cosas: como una
determinación cerrada en sí que nos decía lo que son las cosas. A
eso sabemos, se le dio el nombre de esencia.
Frente a lo ya descubierto por Dilthey y Husserl en torno a las
posibilidades de tematización de la propia vida, se suma el apor-
te de Heidegger. La existencia para Heidegger no es solamente
aquel modo de ser que supera la determinación esencial, sino
que conlleva aspectos importantes para una tematización como
la autobiografía. Uno de ellos es lo pensado por Heidegger ya en
su libro epocal de 1927 Ser y tiempo. Se trata concretamente del
énfasis en la finitud y la aprehensión de la muerte como la posi-
bilidad más propia de este ente. El titulo de su opus magnum Ser
y tiempo no significa la unión de dos problemas de la tradición
filosófica occidental, sino que refiere más bien a la posibilidad de
pensar al ser desde el tiempo; es decir, pensar al ser en su carácter
temporal. Si la existencia del ser humano es un modo de ser y
todo ser es temporal, entonces la existencia humana se devela
como finita. Sin embargo, su finitud no es vista a partir de una
totalidad presupuesta, ya que esto sería aprehender nuevamente
la vida humana a partir de una esencia y un sentido que esta
tendría. Heidegger, al romper radicalmente con este modo de
pensar metafísico, piensa la totalidad del ser humano a partir de
su apertura en posibilidades; concretamente a partir del hecho
de ser mera posibilidad: “El Dasein es siempre lo que puede ser
y en el modo de su posibilidad”.28 Evidentemente la tradición

27
El hecho de que ambos autores hablen de “existencia” no significa que remi-
tan a lo mismo. Sin embargo, ambos refieren a un ámbito cuya peculiaridad
no puede ser homologada con otras formas de ser o de interpretar el mundo.
28
Heidegger, Ser y tiempo, p. 167. Con el término “Dasein” Heidegger nom-
bra al carácter entitativo del ser humano. El término busca indicar el carácter
de apertura que incluye el “ahí” (Da). “Estar-ahí” significa ser-posible. Así, el
ser –humano es un ente caracterizado por estar determinado por sus posibili-
dades de ser, por estar abierto al ser.

229
metafísica nos hace accesible la posibilidad en su referencia a la
realidad. Y así las posibilidades son más bien vistas como reali-
dades posibles. Cuando Heidegger habla de mera posibilidad
sin concreción o realidad, lo que quiere indicar es el carácter de
completa apertura de la existencia. La muerte será así la posibi-
lidad más propia del existir: “En la muerte, el Dasein mismo,
en su poder-ser más propio, es inminente para sí. En esta posi-
bilidad al Dasein le va radicalmente su estar-en-el-mundo. […]
Esta posibilidad más propia e irrespectiva es, al mismo tiempo,
la posibilidad extrema”.29
La muerte indica el carácter de proyecto de la vida, es decir,
de mera posibilidad siempre abierta. Tal carácter de proyecto se
entiende en su totalidad en tanto la vida, en su carácter de pro-
yecto, también es lo yecto. Lo yecto de la vida es su facticidad, la
cual tiene una relación consigo misma en tanto temporalidad.
Ya desde sus primeras lecciones Heidegger deja ver que la mane-
ra en la que la vida se ejecuta en su temporalidad es mediante un
término tomado de Dilthey y de Yorck von ­Wartenburg: histori-
cidad.30 La vida es posibilidad en tanto un ser de cara a la muerte
y facticidad en tanto temporalidad ejecutada como historicidad.
La historicidad como ejecución temporal de la existencia no
remite a un tiempo lineal, por ello desde sus primeras lecciones,
Heidegger cuestionará la idea de tiempo como cronos y se ape-
gará a la idea de kairós, tratada tanto por Aristóteles como por el
protocristianismo.31 Se trata de la experiencia de la temporalidad
en donde lo adveniente abre lo acaecido para así propiciar el mo-
mento oportuno en el instante de la decisión. La vida no es otra
cosa que esta toma de decisiones que mantiene vida y mundo en
una relación kairológica en tanto historicidad.

29
Heidegger, Ser y tiempo, p. 270-s.
30
Cf. Heidegger, Ser y tiempo, p. 412: “El análisis que hemos hecho del pro-
blema de la historia es el resultado de la apropiación del trabajo de Dilthey, y se
ha visto confirmado y a la vez consolidado por las tesis del Conde Yorck […]”
31
Cf. Especialmente su lección de 1920/21, Introducción a la fenomenología
de la religión.

230
Conclusión

La autobiografía se puede entender como la unificación narra-


tiva de contradicciones del existir que procede de una forma
de comprensión que une a la vida con el mundo en su carácter
histórico, a saber: temporal. La autobiografía, en este sentido,
puede verse como una expresión del carácter histórico del ser
humano en tanto hunde sus raíces en una temporalidad finita.
La escritura de la autobiografía sería a su vez una muestra de la
asunción de la finitud, la cual, ya en lo escrito acepta y niega a
la vez su condición. Acepta la temporalidad e historicidad en la
cual acaece la existencia y a la vez niega su más propia posibili-
dad de la muerte al querer mantenerse más allá de ésta mediante
el hecho de penetrar la memoria y pasar a formar parte de una
tradición escrita.
La inserción de la autobiografía en la tradición, reitera aque-
llo que ya Dilthey, Husserl y Heidegger descubrieron: que la
realidad es algo más que lo determinado por el conocimiento
presente, y que la historicidad es más que una cadena de mo-
mentos aislados. La interpretación de la vida se da pues desde las
posibilidades que se abren, temporalmente desde lo que adviene
y existencialmente, como ya indicamos, desde la posibilidad más
propia que es la muerte. Así, la unificación de contradicciones
remite más bien a la unidad de posibilidades del existir aprehen-
didas desde lo que adviene, la muerte, pero enraizadas en lo acae-
cido, en lo sido. En suma, la autobiografía sería el despliegue de
una de las posibilidades de la vida en el mundo que aprehende
de forma completa lo que nos constituye: nuestro no-todavía.32
Pese a ello, parte de los problemas en su aprehensión tienen
que ver, como ya señalamos brevemente, en una hegemonía del
­conocimiento que no alcanza a tematizar la totalidad del existir
y sus contradicciones. Más bien, en ese intento unilateral de la
metafísica, se busca aprehender la vida como algo homogéneo ya

32
Heidegger, Ser y tiempo, p. 263: “El Dasein ya existe siempre precisamente
de tal manera que cada vez incluye su no-todavía”.

231
petrificado. Los intentos de pensar la experiencia de la vida en el
mundo, dejan ver la complejidad de la problemática, pero a la
vez la peculiaridad de una forma literaria de aprehensión como
es la autobiografía. Las remisiones filosóficas que aquí hemos
llevado a cabo solo han pretendido bosquejar líneas de profun-
dización para entender mejor la riqueza de la autobiografía.

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vom Menschen, der Gesellschaft und der Geschichte.
Ausarbeitungen und Entwürfe zum zweiten Band der
Einleitung in die Geisteswissenschaften, editado por H.
Johach y F. Rodi, Gottingen, Vandenhoeck & Ruprecht,
1982.
Fleischer, Margot, Hennigfeld, Jochem, Philosophen des 19,
Jahrhunderts Brekendorf, Primus Verland, 1998.
Heidegger, Martin, Ser y tiempo, traducción de J. Eduardo
Rivera, Madrid, Trotta, 2003.
Heidegger, Martin, GA 16: Reden und andere Zeugnisse eines
Lebensweges (1910-1976), editado por Hermann Heidegger,
Frankfurt, Vittorio Klosterman, 2000. [Traducciones
parciales: R. Rodríguez, Autoafirmación de la Universidad
Alemana. Madrid: Tecnos, 1989].

232
Husserl, Edmund. Hua XIX/2: Logische Untersuchungen
II: Untersuchungen zur Phänomenologie und Theorie der
Erkenntnis. Zweiter Teil, editado por U. Panzer, Hamburg,
Verlang, 1984.
Husserl, Edmund. Hua XXXIX. Die Lebenswelt. Auslegungen
der vorgegebenen Welt und ihrer Konstitution. Texte aus dem
Nachlass (1916-1937), editado por Rochus Sowa, Berlín,
Springer, 2008.
Ortega y Gasset, José, Pidiendo un Goethe desde dentro. Obras
completas, Madrid, Taurus, 2004-2010, vol. V, p. 22.
Riedel, Manfred, Verstehen oder Erklären? Zur Theorie und
Geschichte der hermeneutischen Wìssenschaften, Stuttgart,
Klett-Cotta, 1978.
Rodin, Frithiof, “Wilhelm Dilthey: Der Strukturzusammenhang
des Labens”, Fleischer, Hennigfeld, Philosophen des 19,
pp. 199-219.
Xolocotzi, Ángel, Subjetividad radical y comprensión afectiva,
México, uia/Plaza y Valdés Editores, 2007.

233
Los autores

Susana Sosenski
(sosenski@unam.mx)

Es doctora en Historia, investigadora titular en el Instituto de


Investigaciones Históricas de la unam. Miembro del Sistema
Nacional de Investigadores. Egresada de El Colegio de México,
su tesis de doctorado fue premiada por la Academia Mexicana de
la Ciencia en 2008 y el Comité Mexicano de Ciencias Históricas
premió dos de sus artículos. Cultiva como línea de investigación
la historia de la infancia, preferentemente en el siglo xx. Es pro-
fesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Autora
de artículos y capítulos de libros en esta línea de investigación.
Destacan entre sus publicaciones los libros Niños en acción. El
trabajo infantil en la ciudad de México (1920-1934), México,
El Colegio de México, 2010 y Nuevas miradas a la historia de
la infancia en América Latina: entre prácticas y representaciones,
México, iih-unam, 2012.

235
Alicia Tecuanhuey Sandoval
(atecanhu@gmail.com)

Es doctora en Ciencia Política por la Universidad Nacional Au-


tónoma de México. Se desempeña como profesora-investigadora
titular del Instituto de Ciencias Sociales y ­Humanidades “Alfon-
so Vélez Pliego” de la buap, y colabora como docente en la Facul-
tad de Filosofía y Letras de la misma universidad. Miembro del
Sistema Nacional de Investigadores, cultiva por línea de investi-
gación la historia política mexicana de los siglos xix y xx. Su tesis
de doctorado recibió los premios “Alfonso Caso” (unam) y “Ma-
riano Azuela” (inehrm). Autora de diversos artículos, capítulos
de libros, estudios introductorios. Entre sus libros están Los con-
flictos electorales en una época revolucionaria Puebla, 1910-1917,
México, inehrm-icsyh-uap, 2001 y La formación del consenso
por la independencia. Lógica de la ruptura del juramento. Puebla,
1810-1821, Puebla-México, Dirección de Fomento Editorial de
la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2010.

Daniel Kent Carrasco


(danielkentca@gmail.com)

Actualmente es becario posdoctoral en el Instituto de Investiga-


ciones Históricas, unam. Obtuvo el grado de doctor en Historia
en King´s College de la Universidad de Londres, entre diversos
artículos y capítulos de libros destacan: “M. N. Roy en Mé-
xico: cosmopolitismo intelectual y contingencia política en la
creación del Partido Comunista Mexicano”, en Carlos Illades
(coord.), Camaradas. Nueva historia del comunismo en México,
México, conaculta/fce, Colección Biblioteca Mexicana, 2017,
pp. 37-71 y “Nativismo nacionalista y pensamiento de izquier-
da: sobre el debate en torno al socialismo y el comunismo en
la India Británica en las primeras décadas del siglo xx”, Signos
Históricos, Revista del Departamento de Filosofía de la uam-
Iztapalapa, núm. 39, enero-junio 2018, pg. 88-119.

236
María del Carmen Aguirre Anaya
(carmenaguirre52@hotmail.com)

Es profesora-investigadora titular del Instituto de Ciencias So-


ciales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la buap. Obtuvo
su grado de doctorado en Historia en la Facultad de Filosofía y
Letras de la unam. Cultiva la línea de investigación Historia de
la Cultura e Historiografía Mexicana de los siglos xix y xx. Ob-
tuvo el Premio “Dr. Enrique Beltrán de Historia de la Ciencia y
la Tecnología”. Miembro del Sistema Nacional de Investigado-
res. Entre sus publicaciones que incluyen artículos y capítulos de
libros se encuentra la obra premiada El horizonte tecnológico de
México bajo la mirada de Jesús Rivero Quijano, México, Sociedad
Mexicana de Historia de la Ciencia y la Tecnología/buap y el
libro La historia, la gran educadora. El enfoque historiográfico de
Ezequiel A. Chávez, Puebla, icsyh-buap, 2011.

Patricia Pensado Leglise


(ppensadol@mora.edu.mx)

Es investigadora del Instituto José María Luis Mora y especia-


lista en Historia Oral que aplica en sus estudios sobre movi-
mientos sociales de la segunda mitad del siglo xx. Obtuvo el
doctorado en Estudios Latinoamericanos por la unam. Par-
ticipa en la Red Latinoamericana de Historia Oral. Entre sus
publicaciones destaca el libro Adolfo Sánchez Rebolledo. Un
militante socialista, Instituto de Investigaciones Dr. José María
Luis Mora, 2014 y el artículo “La tradición oral y la creación
de elementos identitarios en Xochimilco”, en Revista Antropología,
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, núm. 15,
­pp. 113-111. Imparte docencia en la Facultad de Filosofía y
Letras de la unam.

237
Ana Lorena Carrillo Padilla
(lorencarr@yahoo.com)

Es profesora-investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y


Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la buap y se desempeña
como docente en la materia Historia, Memoria y Tiempo presen-
te. Realizó sus estudios de doctorado en Estudios Latinoameri-
canos de la unam. Entre sus publicaciones recientes destacan su
participación como compiladora y autora en el libro Motines y re-
beliones indígenas en Guatemala. Perspectivas historiográficas, Mé-
xico-Guatemala, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades-
buap/flacso, 2015 y el artículo “Afectividad y espacio biográfico
en Centroamérica, Dos cartas de guerra y exilio”, en Revista de
Historia, Universidad de Costa Rica. núm. 76, pp. 85-113.

Carla Peñaloza Palma


(cpenaloza@chile.cl)

Doctora en Historia de América en la Universidad de Barcelona.


Es investigadora en el Centro de Estudios de Género y Cultura
en América Latina de la Universidad de Chile, en el campo de
la Historia Reciente, memoria y derechos humanos. En 2015
publicó su libro El camino de la memoria: de la represión a la
justicia. Chile 1973-2013, Santiago de Chile, Cuarto Propio,
2015 y el artículo “Duelo callejero: mujeres, política y derechos
humanos bajo la dictadura chilena (197-1989)”, en Revista Estu-
dios Feminista, vol. 23, núm. 3, pp. 959-973, los cuales se suman
a una producción que rebasan los marcos chilenos.

238
Ángel Xolocotzi Yáñez
(angel.xolocotzi@correo.buap.mx)

Es egresado de Albert-Ludwigs-Universität Freiburg en donde


obtuvo el doctorado. Filósofo, es miembro del Sistema Nacional
de Investigadores. Desarrolla su actividad docente e investigati-
va en la Facultad de Filosofía y Letras, de la buap, en la que se
ha desempeñado como profesor investigador titular; actualmen-
te es su director. En merecimiento a trayectoria fue nombrado
presidente de la Sociedad Iberoamericana de Estudios Heide-
ggerianos (sieh), gestión 2013-2015. A su vez es miembro de
consejos editoriales y comités científicos de las revistas Reflexio-
nes marginales (unam, México) desde 2011, I Vardande Revista
Electrónica de Semiótica y Fenomenología jurídicas, desde 2013.
Entre sus numerosas publicaciones destaca Heidegger y el Nacio-
nalsocialismo. Una crónica (1926-1936), Madrid, Plaza y Valdés-
buap, 2013, y de reciente publicación ¡A las cosas mismas! Dos
ideas sobre la fenomenología, trabajo publicado por Miguel Ángel
Porrúa, 2018, en coautoría con Antonio Zirión Quijano.

239
Autobiografías
y/o textos autorreferenciales.
experiencias y problemas heurísticos
de Alicia Tecuanhuey Sandoval (coordinadora)
se terminó de imprimir en marzo de 2019
en los talleres de El Errante Editor s.a. de c.v.,
ubicados en Privada Emiliazo Zapata 5947,
col. San Baltazar Lindavista, Puebla. Pue.

El tiraje consta de 600 ejemplares.

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