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De vez en cuando, como cualquier persona, Alice olvida una palabra, una fecha o una idea.
Pero ella siempre se ha caracterizado por tener pleno control de sus facultades mentales,
por lo que comienza a sospechar que algo anda mal cuando olvida cómo iniciar su ponencia
durante una conferencia. Los temores aumentan el día que se pierde, mientras se ejercita,
en el parque que ha frecuentado durante los últimos 20 años. En secreto, Alice va a consulta
con el neurólogo. Después de meses de pruebas, es diagnosticada con Alzheimer prematuro
hereditario (dos de sus hijos deciden analizarse: uno resulta positivo).
La tensión de la película se centra en los indicios y los síntomas del Alzheimer como
modificadores esenciales de la vida cotidiana de Alice. El hecho de que la enfermedad
comience por la sutileza agudiza el duelo y dilata el diagnóstico. De ese modo, la vida
perfecta de Alice comienza a desmoronarse. El filme alcanza un equilibrio en el que todo lo
referido al mal que sufre el personaje de Moore se integra a la perfección con la estética
sobria (la cámara estable con encuadres limpios), el ritmo pausado de la cinta (nada cae con
estrépito, todo es paulatino y con crestas perfectamente detectables desde que inicia el
ascenso de la tragedia), y la delicadeza con que el tema de la enfermedad está tratado en su
guión (el paisaje conocido, los rostros y los objetos se ven borrosos cuando la enfermedad
acosa), justo para mostrar las duras consecuencias del padecimiento sin caer, en ningún
momento, en el exhibicionismo ni el sensacionalismo propios de un melodrama. Los
diálogos se someten exclusivamente a la regularidad de la historia de decadencia detrás del
drama en la familia, donde la sorpresa se esconde detrás de cada olvido.
Vemos las dificultades a las que deben enfrentarse los más allegados de la protagonista,
presentando a un marido sobrepasado por las circunstancias. Ante la aparición de nuevos
síntomas, Alice, presa del miedo pero con la disciplina bajo la que siempre se rigió,
comienza a organizar una especie de antología de sus recuerdos. “Preferiría tener cáncer,
sería menos vergonzoso”, le dice Alice a John en uno de sus arrebatos. Ella se pierde en su
propia casa, olvida que debe ir al baño, exige que su marido repita las mismas acciones
como leerle o servirle agua, sin que ella se dé cuenta de que ya se la ha pedido antes. En dos
ocasiones, a lo largo de la película, Alice se ve en el espejo del baño. La segunda vez, no se
reconoce. La mujer del reflejo, con el pelo desordenado y aturdido, no es ella, sino otra
persona.
“No sufro, lucho. Lucho para mantenerme en contacto con la persona que he sido”, declara
Alice en un momento de lucidez durante un discurso ante una organización de enfermos de
Alzheimer. Alice se aferra a pesar de la pérdida de memoria. Gracias al calendario y al bloc
de notas, su smartphone se está convirtiendo en aquello que le permite mantenerse en
contacto con el mundo a su alrededor. Pero su familia comienza a tomar decisiones por ella.
Su hija Lydia, la actriz rebelde, decide regresar a casa para estar cerca de su madre. Anna –
casada, embarazada y considerada siempre un modelo ejemplar– se aparta de su madre al
enterarse de que ella misma padecerá la enfermedad. Mientras que John pasa por varios
periodos de negación, y quiere seguir viviendo lo más normal posible.
Julianne Moore, en la piel de una mujer con la enfermedad de Alzheimer, se muestra fuerte,
vulnerable, en plena posesión de sus registros. En ella recae el peso de la cinta. Gracias a
Moore la historia se mantiene digna, sin desmoronarse en sentimentalismos. Subyace
en Siempre Alice la ironía implícita de perder las palabras cuando las palabras lo han sido
todo en la vida de Alice Howland. Si tuviéramos que aislar una escena, una que resumiese la
película, sería el diálogo entre Alice y ella misma, cuando ya afectada por la enfermedad,
observa un video que grabó meses atrás en su laptop. El mensaje se basa en la idea de que
cuando Alice haya alcanzado un punto en el que no pueda contestar a ciertas preguntas
básicas sobre ella, se suicide. El episodio muestra con claridad lo que significa “perder la
identidad”. Significa hablar de sí mismo para salvar los últimos pedazos de una vida rota.
Entender que el yo es una construcción, más que del futuro, del pasado, ese cúmulo de
presente acumulado en la forma de la reminiscencia.
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CINE
'Siempre Alice': se deteriora
la mente pero no la vida
Tocando fibras. La ganadora del Óscar, Julianne Moore, brilla y
conmueve en un filme en el que el alzhéimer es la médula del drama