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Consejo de Formación en Educación Curso de Historia de la Historiografía I

Instituto de Profesores Artigas Prof. Ma. Guadalupe López Filardo

Historiografía latina

Introducción

La historia se distingue de la erudición que practican los anticuarios, y que


tan fácil arsenal de noticias ofrece a los maestros de gramática y retórica, a
los jurisconsultos y expertos religiosos y, ocasionalmente, a los propios
historiadores. También el anticuario actualiza el pasado y reconstruye la
verdad. Pero se limita a la acumulación de las noticias, sin pretender una
enseñanza de aplicar práctica para la vida de los ciudadanos, de sus
dirigentes o de todo su pueblo. (Fontán, A. 1974, pp. 100-114).

En la antigüedad grecorromana los historiadores concebían sus escritos como obras literarias y
se consideraban a sí mismos tanto investigadores como autores literarios, por lo que sus
investigaciones documentaban sobre los hechos, sus causas, circunstancias y protagonistas,
esforzándose por expresarse con elocuencia a fin de ganarse la atención y la aprobación del
lector, pues el género literario iniciado en Roma entre los siglos III y II a.C., seguía los
modelos griegos. El primer historiador considerado el padre de la prosa latina, que escribe en
latín una historia general de Roma, Orígenes, fue Catón (234-149 a.C.), quien narra acerca de la
fundación de la ciudad y la península Itálica durante las guerras púnicas en las cuales participó.

Las primeras obras de este género literario pertenecen al siglo I a. C.. y si bien es cierto que
Polibio representa un puente entre la historiografía griega y la latina, son varios historiadores
que opinan que el aporte de la historiografía latina fue efímero (Collingwood (2010); que lo
que hicieron en realidad los historiadores romanos fue limitarse a reproducir los patrones
establecidos por los griegos, sin alcanzar los niveles de originalidad ni de innovación de
Herodoto, Tucídides o Polibio.

Por su parte el filósofo e historiador Robert Flint (1874) asegura que ningún autor latino se
mostró capaz de continuar inteligentemente lo que Polibio había comenzado y coincidiendo
con esta idea el propio Collingwood escribía: El Imperio Romano no fue una era de
pensamiento vigoroso y progresivo. Fue poquísimo lo que hizo para avanzar el conocimiento en
ninguna de las direcciones iniciadas por los griegos (Ibid, p. 100).

En esta misma línea de pensamiento Zoraida Vázquez (1983) destaca que lo que resulta
excepcional, “es que el pueblo que llegó a ser capaz de realizar la fantástica aventura de saltar
de la pequeña ciudad-Estado al imperio más grande de la Antigüedad, no haya logrado una
historiografía a la altura de las circunstancias, a pesar de ser la política el tema principal de la
historia en el mundo antiguo” (p. 30).
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Posiblemente estas apreciaciones se deban a que autores como Flint pensaban que los
orgullosos historiadores romanos no vacilaban en falsificar datos para preservar la memoria de
su historia. Sin embargo, puede decirse que no todos los juicios son tan negativos como éstos
respecto a la historiografía latina. C.assani y Pérez Amuchástegui (1968) consideran por el
contrario, que si bien los historiadores romanos no introdujeron variantes sustanciales con
respecto a los procedimientos utilizados por los griegos, se aprecia en ellos una preocupación
por reconstruir su pasado con exactitud, aunque indudablemente, no siempre lo lograron,
porque – al igual que los griegos – carecían de las técnicas apropiadas para tratar con rigor
científico las fuentes.

El historiador romano empleará un criterio muy similar al del griego debido, posiblemente, a
la influencia que éstos últimos ejercieron sobre ellos y a la falta de elementos legendarios que
les permitieran explicar los orígenes del pueblo romano, ya que la clásica leyenda de Rómulo y
Remo fue un producto artificial elaborado tardíamente bajo la inspiración de la mitología
griega. Según algunos autores es falta de creatividad se deberá a que la historiografía romana
estuvo siempre al servicio de la política, convirtiendo a la historia en un apoyo para justificar la
grandeza de Roma.

“A lo largo de toda su evolución ¿no fue deudora la historiografía romana de Grecia ya


fuese porque tomara de ella los modelos, ya fuese porque llamara romanos a
auténticos historiadores griegos, ya fuese porque en fin, al término de su historia en
Occidente el discurso imperial sobre el pasado se refugia en el Oriente helenizado? /../
¿no sobrevivió la latinidad, durante un milenio a la ruina de Roma” (Olivier Carbonell,
p. 25).

Principales características

La historiografía romana presenta rasgos comunes en distintas épocas, pues se encuentra


estrechamente vinculada al poder político y tiene como principal objetivo hacer llegar a todas
partes la gloria de Roma y defenderla de los ataques de sus enemigos. Por lo tanto la historia
será el instrumento para reafirmar su visión del pasado y separarlo de la realidad política
presente, subrayando de esta manera sus valores morales. A diferencia de los griegos para
quienes la historia debía servir como instrumento de enseñanza ético-política, el historiador
romano, movido por un sentimiento patriótico, buscaba poner de manifiesto la psicología
humana acentuando los rasgos singulares de sus protagonistas. Este hecho estaría justificando
que la historiografía romana comprende obras escritas en prosa que poseen un carácter disímil
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y variado como las historias generales dedicadas a una época en particular, biografías, anales
y monografías. El interés por el pasado se verá reflejado a través de los documentos públicos y
privados que tendrán un fin ético-político y religioso.

Otra particularidad de la historiografía latina en la que la mayoría de los autores coinciden, es


la elegancia en la expresión, pues se consideraba ante todo un género literario que no
persigue tanto la exactitud de las informaciones, sino la forma en que éstas se expresan. Esa
elegancia es, precisamente, una de las características más sobresalientes de la historiografía
latina, que con el tiempo llegó a ejercer una enorme influencia en la historiografía
humanístico-renacentista, pues según Cassani y Pérez Amuchástegui (1968), los historiadores
romanos “fueron verdaderos artistas; crearon obras cuya originalidad residía no tanto en la
verdad estricta y rigurosa, sino en su valor como piezas literarias puestas al servicio de Roma”
(p. 60).

Es así que el historiador romano coloca a Roma en el centro de todo acontecimiento histórico
y en la cúspide de su grandeza, porque en cierta forma se sentía unido a su gloria. Por esa
razón pretendía que sus obras tuvieran elevadas formas literarias, de modo de estar a la altura
de la grandeza romana; no le bastaba con expresar su admiración hacia Roma, sino que
consideraba que debía servirla, convirtiendo sus obras en instrumentos utilizables en el campo
político y en el terreno moral.

Existe por otra parte en el historiador romano, una particular concepción providencialista de
la historia, en la medida que la misma sólo interesa en cuanto puede servir para el logro de
fines patriótico-moralizantes. Estará por lo tanto dirigida a enaltecer la gloria de Roma
determinada por los dioses y buscará en los hechos el sentido que sirva para fundamentar o
justificar su grandeza. De ahí, posiblemente, esa agudeza singular que se observa en los
historiadores romanos en cuanto al análisis e interpretación de los hechos político-sociales. En
consecuencia, una limitante de la historiografía latina fue que estuvo siempre al servicio de la
política y sobre todo, al servicio de Roma.

Los cuatro grandes historiadores romanos Julio César, Salustio, Tito Livio y Tácito, fueron casi
todos hombres públicos, que jugaron un papel importante en la vida del Imperio, lo que
explicaría en parte, según Nisard (1920), por qué no buscaban tanto la verdad y la exactitud
como los griegos. Dichos principios eran respetados sólo si coincidían con la intención
pragmático-moralizante del historiador; de lo contrario, no vacilaban en omitir o deformar la
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información, ya fuera para mantener la gloria de Roma o la estabilidad de sus instituciones, o


bien, para obtener los efectos estilísticos deseados.

Cassani y Pérez Amuchástegui (1968) afirman que “al margen de los intereses accidentales y
circunstanciales de cada historiador, todos ellos procuraron hacer de la historia un instrumento
para servir a la grandeza de Roma, instruir a los ciudadanos y moralizarlos, llenando, al mismo
tiempo, una necesidad estética” (Ibid).

Puede decirse entonces, que los rasgos fundamentales que definen la producción
historiográfica latina son: i) una intención pragmático-moralizante, ii) la búsqueda de objetivos
patrióticos, laudatorios, pragmáticos y literarios, que se imponen al historiador y, iii) la
atención minuciosa al estudio de los caracteres psicológicos humanos.

En el reinado del emperador Adriano, la biografía histórica llegó a ser un género literario muy
difundido, sobre todo a través de la figura de Suetonio, abogado retórico e hijo de un tribuno
militar que sin ser historiador, llegó desempeñar importantes cargos en la administración
imperial (como secretario de estudios durante el reinado de Trajano y bajo el gobierno de
Adriano, y como director del archivo de correspondencia), caracterizándose por su gran
erudición y sentido crítico.

Cayo Suetonio Tranquilo

(¿71 d. C. – 126 d. C.?)

En su obra más famosa, Vida de los doce Césares (121 d. C.), escrita en ocho libros y con
profundo realismo, exactitud e imparcialidad, narra sus biografías, iniciándose con la vida de
Julio César y terminando con la de Domiciano. En ellas se advierte una marcada admiración
por los gobiernos de Augusto, Vespaciano, Tito y Domiciano, y la critica contra las dinastías
Julia, Claudia y Flavia, acentuando para ello los caracteres psicológicos humanos y
desarrollando temáticamente las mismas sin seguir un orden cronológico, según linaje,
nacimiento, educación, desempeño político, logros personales, destrezas físicas, así como
también, los motivos o presagios que les llevaron a la muerte. Todo ello con el propósito de
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explicar el éxito o fracaso del gobernante, lo cual estaría justificando el carácter moralizante
que a partir de ese momento fue adquiriendo cada vez más la historia.

Por otra parte y en cuanto al uso de las fuentes, se aprecia su preocupación por la validez de
los testimonios, lo que puede apreciarse por ejemplo, al referirse al origen del emperador Julio
César, producto de la contrariedad existente entre los mismos, y otorgando al lector la libertad
de decidir por la versión más conveniente.

El lugar de su nacimiento está mal determinado, en vista de la diversidad de fuentes /…/ en cuanto a
mí, encuentro en las actas oficiales, que nació en Antium /…/ debemos basarnos en el último
testimonio que se conserva su autoridad y proviene de un documento oficial, sobre todo si
reconsidera, que la ciudad de Antium fue siempre el lugar y retiro preferido de Cayo, que la quiso
como se hace con el suelo natal y que, hastiado de Roma, se dice que quiso incluso transportar allí el
centro y sede del Imperio (VIII).

El autor aporta además, datos relevantes del punto de vista histórico al momento de describir,
por ejemplo, el intento de Octavio de establecer un sistema representativo en Italia.

La hizo igual, en cierta manera, a Roma en derecho y dignidad, pues estableció en ella un
género de sufragio que los decuriones de las colonias se encargaron de recoger en cada una
de ellas, para la elección de los magistrados de la capital, y que enviaran cerrados para los
días de los comicios. Con el fin de alentar por todas partes en las familias el honor y la
propagación, admitida en el orden de caballeros a aquellos cuya petición venía
recomendada por su ciudad (Ibid).

Orígenes y desarrollo de la historiografía Latina

A diferencia del origen de la historiografía griega que partió de los poemas épicos y a medida
que comenzó el despertar de la conciencia histórica, se empieza a dejar de lado las
explicaciones míticas y las leyendas, la de Roma en cambio, lo hará con un carácter
sumamente práctico, no llegando a tener una épica original, “no resulta fácil reconstruirla,
pues sabemos que los primeros escritores se encuentran perdidos y sólo los conocemos por
referencias de otros autores. Al parecer estos primeros historiadores romanos, evocaban de
alguna manera los Annales Maximi, que constituían la autoridad en materia de historia”
(Balmaceda, 2013, p. 40).
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Las primeras noticias sobre Roma y sus guerras expansivas se propagaron a través de
historiadores griegos no afectos a la causa romana, lo que decidió a los romanos a escribir su
propia historia, motivados por una reacción nacionalista y con una finalidad propagandística,
política y de afirmación patriótica, por lo que siguiendo la tradición de los pontífices y otros
magistrados, los primeros historiadores dieron a sus escritos el nombre de Annales, pues
solían, como aquéllos, narrar los sucesos ordenadamente año a año. Por este motivo fueron
conocidos bajo el nombre de analistas los primeros representantes latinos de este género.

El más antiguo de los analistas latinos, que sirvió en la segunda guerra púnica, fue Fabio Píctor
(254 a.C?), considerado el primer historiado y analista romano. Escribió hacia finales del siglo
III a. C.. y tanto él como sus sucesores, escribieron sus historias de Roma en griego, tal vez
para que llegaran a los mismos lectores a los que había llegado una visión antirromana de los
mismos sucesos; o tal vez, porque el latín no estaba aún suficientemente formado para
adaptarse a sus necesidades.

Los Annales

La historia de Roma se inicia a partir de este género literario en torno al año 300 a. C.. Fueron
muy difundidos por ser concebidos como una manera corriente de hacer historia para
“embellecer y adornar”, y subsistieron hasta fines de la República. En los Liber Annalium o
Pontificum, como se los denominó originalmente, detrás de los nombres de los magistrados
correspondientes y siguiendo el orden del calendario religioso, se registraban los
acontecimientos cotidianos, de carácter administrativo y variado, como ser, prodigios,
sacrificios expiatorios, incendios e inundaciones.

El pontífice Máximo trasmitía, a través de los annales, las noticias más importantes acaecidas
durante el año, y era frecuente que un extracto de los mismos fuera transcripto en una especie
de cartel que se colocaba en los muros blancos de la casa del Pontífice, en el Foro, de modo
que fuera visible para conocimiento del pueblo romano y para ser utilizado como fuente
histórica para reconstruir la historia de Roma.

En un principio los annales fueron escritos en griego, pero debido a necesidades políticas
fueron traducidos al latín, al convertirse ésta en la lengua oficial del Imperio. Los mismos
empezaban relatando los orígenes de Roma y justificando esta tradición – aun sin formar parte
de los analistas – Cicerón (106 a. C. - 43 a. C.), el abogado y orador más importante de Roma,
escribía: “Ignorar lo que sucedió antes de nacer uno, es permanecer siempre niño. ¿Qué sentido
tendrá la vida humana sin la posibilidad de conectar el pasado con el presente?” (p.45).
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Con todas sus inexactitudes los viejos Annales proporcionaron a los historiadores datos sobre
la historia de Roma en sus primeros tiempos y un marco cronológico anual que en muchos
casos determinó la estructura de sus obras.

Encuadre metodológico y estrategia latina

En cuanto a los recursos metodológicos que emplearon los historiadores latinos, según la
oportunidad, unas veces se valieron de la observación directa, la opinión de testigos
presenciales o la consulta directa de documentos públicos y privados; otras veces utilizaron el
método de autoridades; y en reiteradas ocasiones se sirvieron alternativamente de las diversas
fuentes. En lo que concierne a la interpretación histórica, no alcanzaron la altura de los griegos,
pues con relación al método resultaron menos rigurosos, debido al hecho de que el valor de lo
escrito dependía para los romanos, del grado de gloria que pudieran asignarle a Roma. Esto
estaría justificando según Zoraida Vázquez (1983), que el historiador romano tuviera que
enfrentarse “a su tarea con una pauta preconcebida; el relato tenía que conducir
necesariamente a colocar a Roma como corolario del proceso histórico” (p. 31). Por tanto, la
estrategia metodológica que emplearon fue el método gnoseológico, procurado obtener de la
historia normas o patrones de conducta que apuntaran a la educación ético-política del
ciudadano.

Historiografía de la República

En la época republicana la historia será contada y escrita de diversa manera y con diferente
propósito. Acerca de ella se distingue la producción, no sólo de los anales sino las monografías
históricas, referidas éstas últimas, al estudio histórico de un período determinado o tema
específico, para exponer las ideas mediante un procedimiento que, como señala Balmaceda
(2013), resultó “arcaico e innovador, brusco y artístico” (p. 45).

Cayo Salustio Crispo

(87 a. C. - 35 a. C.)
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Biografía

Gayo Salustio Crispo fue un historiador romano del Lazio (Italia), perteneciente a una familia
plebeya, pero acomodada, establecida en Roma. Será allí donde con “pasión se lanzará al
campo de la política”, convirtiéndose en gran amigo de Julio César, gracias a quien, ocupará
importantes cargos en las magistraturas romanas, como cuestor y tribuno de la plebe.
Asimismo, oponiéndose al partido aristocrático romano en apoyo a Julio César y unido a la
guerra civil que se llevaría acabo entre los años 49 y 45 a. C., será designado procónsul de la
provincia del África romana, acumulando en poco tiempo inmensas riquezas. Tras su regreso a
Roma se radicó en una villa en el monte Quirinal, apartándose definitivamente de la vida
pública, para dedicarse a la redacción de sus obras históricas.

Concepción histórica y producción escrita

Salustio escribió tres obras de valor histórico: una fue extraviada (las Historias) y otras dos
conservadas: la Conjuración de Catilina y la Guerra de Jugurta. De las Historias sólo quedan
pequeños fragmentos; fue escrita en cinco libros y consiste en una historia contemporánea,
donde el autor narra los sucesos posteriores a la muerte de Sila. En la Conjuración de Catilina
narra su desarrollo hasta la muerte de Catilina en la batalla de Pistoya; y en la Guerra de
Jugurta el relato recoge la historia del rey de Numidia, quien participa en la toma de Numancia
y se apodera del reino por la fuerza.

Al igual que Tucídides, Salustio tiene una concepción dramática de la historia, escogiendo
personajes enérgicos y de recia personalidad a los que ubica en situaciones límite,
describiendo certeramente las causas de los sucesos y haciendo notar la profunda degradación
social de las costumbres, la descomposición de los dos grandes partidos, la corrupción
administrativa y los vicios de la nobleza.

“Decidí estudiar los hechos del pueblo romano por separado, para destacar las cosas que
me parecieron dignas de memoria. Tanto mejor, cuanto que mi ánimo estaba libre de
esperanza, de miedo y de relación con los partidos políticos” (IV)
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La conjuración de Catilina

Escrita en el año 43 a. C., en que se produce la muerte de Julio César y de Cicerón, y siguiendo
una estructura narrativa dividida a lo largo de sesenta y un capítulos, Salustio narra la fallida
conjuración contra el noble Catilina, que intentaba derrocar el gobierno del año 63 a. C., pues

“tras la dictadura de Lucio Sila, le había entrado a este hombre, un deseo imperioso de
conquistar el Estado y no le importaban los medios para conseguirlo, con tal de hacerse con
el poder total” (5.1, p. 6).

Crítica y análisis documental

Desde el momento en que comienza a escribir su historia ya puede apreciarse la formación


helenística que posee, a través de las fuentes históricas que emplea, pues además de leer a
Tucícides y Polibio, acude a poetas y dramaturgos, percibiéndose la influencia de un neo-
pitagorismo, dado que según expresa, se siente desanimado y deseoso de relatar los hechos
relevantes del pasado de Roma, resultando curioso en este sentido, la elección de los temas de
sus dos monografías referidos a revueltas y a la guerra.

“Desde que era muy joven, como les pasa a muchos, me aficioné a la vida pública, donde
muchas cosas me fueron adversas /…/ porque reinaba la audacia, la prodigalidad y la
avaricia” (Ibid).

La obra fue además precedida por un proemio, el retrato del protagonista, varias
consideraciones de índole político-moral y al final, un análisis de los discursos pronunciados
por los personajes y los dioses, indicando los documentos que le han servido de fuente,
haciendo más variado el texto y fortaleciendo la conclusión a manera de juicio político.

En líneas generales la trama aborda uno de los argumentos más significativos de la decadencia
moral y social de la clase dirigente romana en la primera mitad del siglo I a. C., una corrupción
que el autor denuncia y critica severamente a lo largo de toda la narración, y que no es lineal,
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sino que ofrece una homogénea visión de la historia romana y de la situación sociopolítica del
período de la República. Es así que cuando relata la conspiración contra el líder político escribe
que “nacido de linaje noble y que poseía fuerza física y espiritual, pero de carácter perverso y
depravado” (5.1, p. 6), Salustio pondrá de manifiesto las dificultades a las que se verá
enfrentado al momento de escribir la obra.

La Guerra de Yogurta

Esta obra, escrita entre los años 111 y 105 a. C., narra la guerra librada a finales del siglo II a. C.
entre los romanos y el Rey Yogurta de Numidia, quien por entonces intentaba hacerse con el
poder sobornando a políticos y militares. La misma está compuesta en cinco libros de los
cuales sólo se recuperaron quinientos fragmentos, los que han sido conservados a partir del
siglo XV en manuscritos de papiro. En ellos se narran principales sucesos ocurridos a partir de
la victoria de Sila, lo que refiere al período de la historia de Roma comprendido entre los años
78 y 67 a. C. El principal referente para Salustio será Tucídides, intentando explicar los
acontecimientos y hacer que sus relatos resultasen legibles, poniendo de manifiesto a su vez,
su desaprobación frente a la debilidad e inmoralidad del Consulado, quienes buscaban el
poder personal y beneficio propio a expensas del Estado.

“me parece una de las cosas más difíciles escribir la historia en primer lugar, porque los
hechos han de ser igualados por los dichos, y después, porque muchas veces, si se reprenden
los delitos, piensen que se hace por malevolencia o envidia; si se hace virtud y la gloria de
los buenos, cada uno acepta que él cree fácil de hacer, por fuera de eso lo considera, todo
fingido y falso” (Ibid).

Balmaceda (2013) señala que para Salustio “la guerra de Yogurta ponía de manifiesto
claramente el problema de la Republica de ese tiempo. El hecho de que un bárbaro como
Yogurta pudiera hacerse con el poder sobornando militares y políticos romanos reflejaba una
serie crisis moral en la política romana (p. 44).

Propósito

El principal motivo que lo conduce a escribir su obra será entonces

“escribir sobre la guerra que el pueblo romano libró contra Yogurta, Rey de Numidia,
primero porque fue una lucha larga y cruel en que la fortuna fue de un lado a otro y
segundo porque fue la primera vez que se tomó medidas contra la soberbia de los nobles”
(5.1).
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El autor busca demostrar además esa decadencia, con elocuencia en la expresión, logrando
una exposición sobre el tipo de propagación del declive, no sólo político, sino de la
concordancia entre el Estado y las costumbres ciudadanas.

“las malas prácticas que le sucedieron habían tenido su origen en Roma algunos años atrás
como resultado de la paz y la riqueza material, que los hombres valoran más que nada
/…/aparecieron los compañeros regulares de la prosperidad, la lujuria y la soberbia” (41.1,
p.3).

Esto está demostrando, en cierta forma, la necesidad de modificar la noción de virtud,


entendiéndose la misma como algo más natural y personal, ya que la decadencia se traduce en
una discusión sobre personas, y es el resultado de sus decisiones, por lo que la responsabilidad
de un pueblo descansa en sus ciudadanos.

Historiografía del Principado y el Imperio

La época de Augusto se distingue por el esplendor que en ella alcanza la poesía,


considerándosela como la edad de oro de la poesía latina. La prosa en cambio, había llegado a
su cima en el período inmediatamente anterior y durante esa época se inició su decadencia.
Bajo la inspiración poética romana, se va incluso a impregnar la prosa de sus virtualidades y
características peculiares, y así, el más grande de los prosistas de la época, el historiador Tito
Livio, escribirá una prosa imbuida de connotaciones poéticas.

Tito Livio

(59 a. C. - 17 d. C.)

Biografía

El historiador Tito Livio fue un ciudadano romano nacido en Padua (Italia), una ciudad
considerada entonces como conservadora, apegada a las tradiciones gloriosas de la república
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romana y a las virtudes que la hicieron posible. Vivió no obstante, casi toda su vida en Roma y
es poco lo que se conoce acerca de sus pasos literarios y de cómo entró en contacto con
Augusto quien lo distinguió con su amistad en la época de la batalla de Accio. Lo que se sabe es
que llegó a ser una autoridad en el círculo de Augusto y que despertó y fomentó en el futuro
emperador Claudio (de quien fuera preceptor), la afición a los estudios históricos y eruditos.
Estudió retórica y filosofía, y publicó sobre estas materias algunas obras que se han perdido.
En realidad vivió apartado de la política activa y estuvo entregado a la redacción de sus obras.
Al morir Augusto se retiró a su ciudad natal, con cuyas tradiciones y mentalidad estaba
plenamente identificado, donde murió, rodeado de honores y afectos.

De la Fundación de la Ciudad

El panorama historiográfico de la época correspondiente al Principado y al Imperio se inicia


con la aparición de la obra de Tito Livio Ab Urbe Condita (25-27 a. C.), compuesta
originalmente de 142 libros, de los cuales tan sólo se conservan treinta y cinco. Por el hecho de
estar agrupados de a diez, se la denominó también, Décadas de Tito Livio.

Fontana (1982) señala que los historiadores romanos, siguiendo la costumbre de los retóricos
griegos, prologaban sus obras con exposiciones filosóficas que eran los proemios en los cuales
insistían sobre su imparcialidad y preocupación por cumplir con un su propósito moralizador al
momento de escribir sus historias, hecho que se advierte en la Introducción en la que expone
los motivos que lo inducen a escribir so obra contenida en el prefacio de la misma (pp.9-12).

Propósito

En la obra se propuso reconstruir la historia de Roma, desde sus orígenes hasta los primeros
años del Imperio, tomando como base y referentes los anales pontificios.

“Ignoro si aprovecharía mucho escribir la historia del pueblo romano desde su origen; /…/
Pero sea como quiera, tendré al menos la satisfacción de haber contribuido a perpetuar la
memoria de las grandes cosas llevadas a cabo por el pueblo más grande de la tierra; y si mi
nombre desaparece entre tantos escritores, me consolaría el brillo y la fama de los que me
oscurezcan”

Por lo que a continuación, explicita claramente su propósito de construir una historia nacional
que ensalce el Imperio, a partir de las glorias del pasado.
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“Ignoro si aprovecharía mucho escribir la historia del pueblo romano desde su origen; /…/
Pero sea como quiera, tendré al menos la satisfacción de haber contribuido a perpetuar la
memoria de las grandes cosas llevadas a cabo por el pueblo más grande de la tierra; y si mi
nombre desaparece entre tantos escritores, me consolaría el brillo y la fama de los que me
oscurezcan”

Dedicado por más de cuarenta años a la composición de su Historia de Roma, se enfrentará a


los historiadores que le habían precedido, siguiendo la tradición de los antiguos analistas.

Concepción histórica

Tito Livio dejará sin resolver el tema de los orígenes de Roma, porque considera que “la
formación de una ciudad y un imperio tan grandes, se debió a los hados”, y porque entiende
que la aceptación o rechazo de esas tradiciones no tiene mayor importancia.

“Los hechos que precedieron ó acompañaron á la fundación de Roma, antes aparecen


embellecidos por fantasías poéticas, que apoyados en el irrecusable testimonio de la
historia; no pretendo, sin embargo, afirmarlos ni rechazarlos, debiéndose perdonar á la
antigüedad esa mezcla de cosas divinas y humanas que imprime caracteres más augustos al
origen de las ciudades”

Esa tendencia pragmático-moralizante tenía, como principal objeto de la historia, el hecho de


ser

“realmente benéfico y fructífero en el conocimiento de las cosas pasadas, es que se exponen


en un cuadro luminoso, enseñanzas de todas clases, de las que pueden tomarse las que son
dignas de imitación para ti y para la república y rechazarse las que sean malas en sus
principios y resultados.”

Por lo tanto consideraba que la historia debía ser un medio para la enseñanza del patriotismo y
de las virtudes del civismo. Es así que sus palabras transmiten siempre un mensaje moral, con
el que pretende promover el patriotismo y por eso quizás, durante siglos, su obra fue tomada
como modelo para infundir en los jóvenes las virtudes cívicas. Lo que más se destaca en su
obra, es esa patriótica devoción, esa fe que siente por Roma, lo que lo lleva a desear la
recuperación de las antiguas virtudes romanas, que en su época se veían corrompidas por el
despliegue de riquezas. Por eso al final de la Introducción dice:

“Por lo demás, ó mucho me engaña la afición á este trabajo, que jamás existió República
más grande, más ilustre y abundante en buenos ejemplos; ninguna estuvo cerrada por más
tiempo al lujo y sed de riquezas, ni fue más constante en el culto á la templanza y la
pobreza; /…/ En nuestros días es cuando la opulencia ha engendrado la avaricia, el
desbordamiento de los placeres y como un deseo de perderlo todo en el deleite y
desenfreno”
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Determinismo causal

Señala Sanz (1985) “que lo sobrenatural tiene un peso considerable en su obra, a menudo
incluyendo presagios y portentos, y convirtiendo la propiedad en la esencia misma del
patriotismo, de acuerdo con el espíritu de las reformas religiosas de Augusto, reprodujo
cuidadosamente cuantos prodigios encontró en los antiguos anales” (p. 103). Esto puede
apreciarse claramente en los siguientes pasajes.

“… en medio de los azares y de las inquietudes de una guerra tan dura, cuando todos
atribuían, cada suceso favorable o desgraciado a los dioses, se anunciaban numerosos
prodigios” (XXVIII, p.11).

“no ignoro que la misma indiferencia quehacer ahora que los hombres no crean n lo
prodigios enviados por los dioses, he también que no se publique los prodigios ni se
publiquen en los anales: Pero yo, al escribir la historia de las cosas antiguas, no sé en qué
forma me encuentro poseído por el antiguo espíritu un sentimiento religioso me obliga no
considerar indignas de mi anales cosas que aquellos potentísimos barones pensaron ser
dignas de ser publicadas” (XLIII, p. 13).

Periodización

Al abarcar el conjunto de la historia romana desde la fundación de la ciudad hasta los primeros
años del Imperio en una narración unitaria (Sanz, 1985), los períodos comprendidos en los
primeros siglos están resumidos en unos pocos libros donde la narración de los sucesos se va
haciendo más extensa a medida que avanza en el tiempo y se va aproximando a la época del
autor. Ello no es extraño, ya que los tiempos más remotos eran menos conocidos que los más
cercanos, es decir, la década primera (libros 1-10), la tercera (libros 21-30), la cuarta (libros 31-
40) y la mitad de la quinta (libros 41-45). La primera comprende los sucesos acaecidos desde la
fundación de Roma (753 a. C.) hasta el año 293 a. C., vísperas de la guerra contra Pirro; las dos
y media restantes, en sucesión cronológica, a partir del año 221 a. C.

“El tema, además, exige un trabajo inmenso. Abarca un período de 700 años, y partiendo de
los comienzos pequeños, ha crecido de tal forma, que ya se dobla bajo su propia magnitud.
No dudo que para muchos lectores, los tiempos más primitivos y los que siguen, no ofrecen
sino escasos atractivos; impacientes por llegar a tiempos modernos en que las fuerzas de un
pueblo largo tiempo dominantes se vuelve contra el mismo”.
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Posteriormente, en la época de madurez del Imperio romano época de despotismo ilustrado,


entre los reinados de los Flavios y los Antoninos, surge otro notable historiador romano,
Cornelio Tácito, cuya influencia comienza a expandirse a partir del Renacimiento, siendo de
lectura obligada para tener un conocimiento más acabado de la figura de los primeros
emperadores, Tiberio, Claudio y Nerón y “su inequívoca e indiscutible táctica” (Balmaceda,
2013, p. 53).
Cayo Publio Cornelio Tácito

(¿55-120 d. C.?)

Biografía

La biografía del historiador latino, es la menos conocida, pues no se sabe con exactitud la
fecha de su nacimiento ni de su defunción, aunque se estima que probablemente fue en la
Galia Romana (Umbria) en dónde nació. Se deduce por su posición y su carrera que pertenecía
a una familia de clase media acomodada, casado con la hija de Julio Agrícola, famoso general
conquistador y gobernador de Britania, por lo que se desenvolvió en un medio político bajo el
reinado de Vespaciano y Domiciano, desempeñándose en sus cargos de pretor y cónsul y
procónsul de Asia.

Producción escrita

Entre sus trabajos, se conservan tres obras incompletas. Si bien se desconoce la fecha exacta
de procedencia, se estima que su primera producción escrita fue Diálogo de los Oradores (102
d. C.), en la que cuatro ilustres personajes dialogan sobre la decadencia de la oratoria durante
la época imperial y las causas de la degeneración de la elocuencia. En otra de sus obras, Vida
de Julio Agrícola (98 d. C.), presenta la biografía, el elogio fúnebre y el manifiesto político de la
muerte de su suegro, debido a un acto tiránico de Domiciano, del que se rumoreaba que pudo
haber envenenado a Agrícola. La misma fue escrita después de la muerte de Agrícola y de la
desaparición de Domiciano. Durante este período escribe “Nerón ha logrado unir el Principado
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y la libertad” (Agrícola 1.3), por lo que se deduce que refiere al estudio del período imperial
que ha llevado a la pérdida progresiva de la libertad conducente conduce al declive moral.

La tercera obra incompleta, Germania (98 d. C.), es calificada como una monografía
etnográfica o como un tratado neohistórico. Se trata de una obra de breve extensión pero de
gran alcance histórico y literario; está compuesta de dos partes bien diferenciadas: la primera
comprende una serie de consideraciones generales sobre el territorio y la etnia de los
germanos, seguidas de una exposición de su vida pública y privada, con sus instituciones y sus
costumbres; en la segunda parte se describen las instituciones y costumbres de cada población
particular, comenzando por los pueblos del oeste y el noroeste y siguiendo con el resto.

Aparte de su valor como documento histórico, geográfico y etnográfico, es posible que Tácito
albergara otras intenciones al escribir esta obra. Por ejemplo, persiguiendo un fin moralizante,
al oponer el lujo y la depravación romanos a la austeridad, frugalidad y pureza de costumbres
de estos pueblos bárbaros, o bien, con una intención política, alertando a sus compatriotas del
peligro que suponían para el Imperio, poblaciones fronterizas que vivían sólo pensando en la
guerra. Se considera asimismo, que se trata de un documento complementario de las dos
grandes obras históricas que seguidamente iba a emprender y en las que hablaría con
frecuencia de los germanos.

Entre estas obras más representativas se encuentran las Historias (69 d. C.), primera de sus dos
obras mayores, que originalmente constaba de catorce libros, comprendiendo la época que le
tocó vivir, desde la muerte de Nerón hasta la muerte de Domiciano, es decir, el
correspondiente a seis emperadores (aunque los tres primeros fueron muy fugaces: Galba,
Otón, Vitelio conformaron entre los tres un solo año), Vespasiano, Tito y Domiciano. De los
catorce libros sólo se han conservado los cuatro primeros y parte del quinto (el año de los tres
emperadores y los comienzos del reinado de Vespasiano).

Los Anales

Esta obra escrita ente los años 115 y 117 d. C. en forma de crónica, constaba originalmente de
dieciocho libros de los cuales tan sólo conservan parcialmente y mutilados seis, que abarcan la
historia de Roma en el tiempo transcurrido desde el año 14 d. C. a partir del reinado de
Tiberio, luego de la muerte de Augusto y que se extiende hasta el año 68 después de muerte
de Nerón, dando continuidad a las Historias.
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“De ahí mi propósito de tratar brevemente y sólo de los últimos momentos de Augusto, y
luego de Tiberio y no además sin odio ni parcialidad, para los que no tengo causas
próximas” (Anales, I.I, p. 3)

Concepción y perspectiva histórica

Al igual que en el caso de Tucídides, el problema principal al que se enfrentaba Tácito era la
limitación de perspectiva histórica, debido a la cercanía de los acontecimientos que iba a
narrar y, como destacan Cassani y Pérez Amuchástegui (1968), la producción de Tácito “se
halla en excesiva dependencia del testimonio oral, aunque aseguran que superó esa limitación
mediante un análisis crítico de extraordinaria madurez para la época” (p. 69).

Consideraba por tanto, que la materia histórica que le tocaba narrar era difícil de ser tratada,
por falta de grandes acontecimientos, porque si se la compara en verdad con la época en que
vivió Tito Livio, la de Tácito fue una época más bien monótona. Por esa razón, escribe:

“Sé muy bien que muchas cosas de estas que he contado y pienso contar parecerán por
ventura muy leves y no dignas de ponerse en memoria; mas no se haga comparación de
nuestros anales con las materias por donde pudieron discurrir los que recogieron las cosas
antiguas del pueblo romano; porque aquellos trataron libremente de guerras grandes, de
expugnaciones de ciudades, de reyes presos ó puestos en huida/…/Nuestro trabajo está
ceñido más estrecho, y por el consiguiente es capaz de menor gloria: una paz no alterada, ó
bien poco, las cosas de Roma afligidas, y el príncipe sin cuidado de extender el Imperio.
Todavía no será fuera de propósito el considerar estas cosas despreciables á primera vista,
dado que pueden sacarse de ellas notables documentos” (VI, 32).

Propósito y limitantes del cocimiento histórico

A pesar que los Anales son considerados como una importante fuente historiográfica para el
conocimiento de la historia de Roma, se advierten en él sin embargo las mismas debilidades de
los otros historiadores romanos, es decir, que si bien en el inicio de la obra Tácito afirma que
va a escribir sin encono ni parcialidad, hay una constante confrontación entre buenos y malos.
Según Collingwood (2010), convierte la historia de Roma en el choque “entre distintos
caracteres, ya exageradamente buenos, ya exageradamente malos” (p. 101). Pese a ello, esa
tendencia pragmático-moralizante cobra una significación especial, porque lo que se propone
al destacar objetivamente los vicios y las virtudes de los emperadores, es enfrentar a los
responsables ante la historia, lo que vemos reflejado en el siguiente fragmento.
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“No he tomado por asunto el referir los pareceres de todos, sino los más excelentes por su
honestidad, ó los más notables por su infamia; cuidado y ocupación precisa de quien se
encarga de escribir anales, para que no se pasen en silencio los actos virtuosos, y sea tenida
por los venideros la deshonra de los hechos y dichos infames” (III, 65).

Tácito considera que el objeto principal de la historia es preservar del olvido a la virtud y
refrenar los vicios, por el miedo a los juicios vengadores de la posteridad. Ante esta mentalidad
de moralista pierde con frecuencia su ecuanimidad al fustigar los vicios y los personajes de
ejemplaridad negativa, por lo que su sinceridad, el sombrío pesimismo y su naturaleza
apasionada, le quitan capacidad de análisis y le hacen falsear la realidad. Asimismo, su
mentalidad retórica resulta exagerada al buscar contrastes violentos.

“El principal objeto de la Historia es el no silenciar las virtudes y despertar el miedo la


reprobación de la posteridad para las acciones y dichos malvados” (III, p.65

Crítica y análisis documental

Al momento de escribir su historia Tácito intentó dotarse del suficiente acervo documental;
sus fuentes fueron múltiples y variadas, pues además de consultar a los historiadores que
habían tratado el mismo período objeto de estudio, consultó los archivos del pueblo romano
(actas de los magistrados, diario de sesiones del Senado), y hasta las memorias de diversos
personajes, como las de Agripina, madre de Nerón. Por lo tanto, su interpretación de los
hechos los explicita al comienzo de los Anales diciendo que va a escribir sin ira y sin
parcialidad, cargado de elevada moralidad, con énfasis en los caracteres psicológicos
humanos reflejados en una visión pesimista sobre la condición humana.

Bibliografía consultada

Balmaceda, C. (2013). La antigüedad clásica. Grecia y Roma. En Aurell, J., Balmacea, C., Burque,
P. & Sosa, F. Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el pensamiento
histórico (pp. 9-58). Barcelona: Akal.

Cassani, J. L. & Pérez Amuchátegui, A. J. (1968). Del epos a la historia científica. Buenos Aires:
Nova.
Cicerón, M. T (106-43 a. C.). El orador. A Marco Bruto. Madrid. Alianza, 1991.
Collingwood, R. (2010). Idea de la Historia. México. Fondo de Cultura Económico.
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Instituto de Profesores Artigas Prof. Ma. Guadalupe López Filardo

Flint, R. (1874). The philosophy of history in France and Germany. Edinburgh and London: iam
Blackwood, W. & Hitchcock, S. D. & Verheij, M. (Eds.) (2006). Arguing on the Toulmin
model New Essays. London: Uiversity Press.

Fontan, A. (1974). Humanismo romano. Barcelona: Planeta.


Fontana, J. (1982). Análisis del pasado y Proyecto social. Barcelona: Crítica.
Nisard, D. (1920).- Los cuatro grandes historiadores latinos. César, Salustio, Tito Livio y Tácito.
Madrid: La España Moderna.
Oliver Carbonell, Ch. (1986). La historiografía. México. Fondo de Cultura Económica.
Salustio (111-105 a. C.). La conjuración de Catilina. México: UNAM, 1944.

Salustio (111-105 a. C.). La guerra de Yogurta. Madrid: Gredos, 1980.


Sánz, V. (1985). La historiografía en sus textos. Desde los orígenes hasta el Renacimiento.
Caracas: Facultad de Humanidades y Educación.

Suetonio (45-121 a. C.). Vida de los doce Césares I. Barcelona: Bruguera, 1974.
Tácito, C. C. (115-117 d. C.). Anales IV. Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1952.
Tito Livio (25-27 a. C.). Desde la Fundación de la Ciudad. México: UNAM, 1955.
Vázquez. J. Z. (1983). Historia de la Historiografía. México: Ateneo.

Ficha de trabajo: Tito-Livio y Tácito

Próximo tema: Orígenes de la historiografía cristiana primitiva

Bibliografía sugerida:

Graf, F. W. (2990). Entre la fe y la historia En El Correo, pp. 30-35


Específico sobre el tema [Repartido 36]
Orcástegui, C. y Sarasa, E. (1991). La historia en la Edad Media. Historiografía e historiadores
en Europa occidental, siglos V a XIII. Madrid: Cátedra (capítulo Cap. VII - transición de
la historiografía antigua a la medieval [Repartido 15]
Collingwood, R. (2010). Idea de la historia .México: Fondo de Cultura Económica (La influencia
del cristianismo), pp. 109-116
Dujovne, L (1958). La filosofía de la historia de la antigüedad al cristianismo I. Buenos Aires:
Nueva visión (pp. 22-66 y149-176) [Repartido 16]
Lowith, K. (1956). El sentido de la historia. Implicancias teleológicas de la filosofía de la
historia. Buenos Aires. Aguilar (El concepto de la historia en la Biblia pp. 197-204)

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