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CAPACIDAD DE NIÑOS Y ADOLESCENTES PARA

EL EJERCICIO DE LOS DERECHOS DE LA


PERSONALIDAD EN EL NUEVO SISTEMA DE
DERECHO PRIVADO ARGENTINO
I. Cuestiones preliminares : Persona y capacidad

Usualmente, el tema de la capacidad de ejercicio de los menores, sus posibilidades de


actuación y su mayor o menor autonomía, es estudiado a partir del Derecho de familia, con un
enfoque situado en las relaciones paterno filiales y, si bien esto es exacto dado que es en el
seno de la familia donde el menor crece y se desarrolla, adquiriendo los valores y las pautas
de comportamiento que le servirán para luego insertarse en otros ámbitos sociales más
amplios donde deberá relacionarse con personas diferentes a sus padres y el resto de su
núcleo familiar, es preciso advertir que el objeto de estudio no puede acotarse a ese ámbito,
sino que requiere abrir el campo de análisis dado que para conocer la capacidad del menor y
su alcance –y concretamente su capacidad de ejercicio– hay que acudir a un conjunto
relativamente más amplio de preceptos, procedentes de normas convencionales y de fuente
interna, de leyes especiales, de decisiones judiciales, todos ellos enriquecidos por la
contribución de la doctrina.

En este diálogo de fuentes, deberá necesariamente considerarse también el aporte de los


principios y valores jurídicos que cumplen una doble función, como fuente, en cuanto se
recurre a ellos para resolver las cuestiones que no tienen solución en la ley o en las
costumbres, y como elemento de interpretación, porque son directrices que marcan un camino
respecto del alcance y la finalidad de los preceptos normativos [1].

Entendida como la aptitud para adquirir derechos y contraer obligaciones, la capacidad tiene
que ver con la facultad con que el derecho inviste a la persona humana para desarrollarse y
actuar. Sobre ella se asientan todas las relaciones personales, sociales, económicas y
jurídicas que es capaz de generar el ser humano en sociedad.

El jurista español JORDANO FRAGA, F. citando a De Castro y Bravo, F sostenía con gran
acierto que el estado civil está presidido por el principio de la personalidad y afecta a la propia
definición de la persona y a su modo de ser y estar frente a los demás [2].

Ya en el año 1825, Vélez Sarsfield, al presentar el Primer Libro del Código Civil que le fuera
encargado por el Gobierno Nacional expresó al referirse al Tratado de las Personas que “…
ésta es la parte principal y la más difícil de la legislación civil, respecto de la cual era de toda
necesidad hacer muchas e importantes reformas en las leyes que nos rigen…”.

El Codificador no se equivocó al momento de hacer esta apreciación, toda vez que en lo


sucesivo las grandes reformas del Código Civil, redundaron de algún modo en lo referente a la
persona y su capacidad, situación que se percibe hoy también y ha quedado plasmada en el
nuevo CCyC que rige desde mediados del año 2015.
La menor edad en el Código reformado

Con la vigencia del nuevo sistema de derecho privado argentino, se instituyen nuevas
categorías de edades que tendrán especial importancia en los derechos de la personalidad
que los niños y adolescentes pueden ejercicio por sí mismos.

El art. 25 del Código Civil y Comercial, en adelante el CCyC, distingue entre menores de edad
y adolescentes, disponiendo que los primeros son aquellos que no han cumplido los 18 años
de edad y los adolescentes son los menores de edad que han alcanzado la edad de 13 años.

En distintas partes de su texto, el Código regula también la edad de 16 a 18 años como una
categoría intermedia dentro de la adolescencia, con especial importancia para el ejercicio de
ciertos derechos personalísimos.

La capacidad como principio y como derecho

El CCyC introduce en su art. 23 el principio de capacidad de ejercicio de la persona. Este


principio conecta con la concepción actual de la capacidad como derecho humano de la
persona, lo que profundiza las exigencias al momento de admitir su restricción.

Además, se infiere del art. 24 del CCyC (que menciona las causas de incapacitación entre las
que no se encuentra la minoría de edad); del enunciado del inc. b) del art. 31 del CCyC (según
el cual las limitaciones a la capacidad son de carácter excepcional); y del sistema de
incapacitación diseñado por el código según el cual es necesario que la incapacidad se
declare por sentencia.

Éste principio se ve potenciado en el nuevo Código que ha revolucionado el sentido tradicional


de la regulación de la capacidad que pasa a estructurarse desde la perspectiva de protección
de la persona humana y sus derechos fundamentales abordándose no ya como un atributo de
la persona sino como un derecho humano[3].

Más aún, cuando se trata del menor, las modificaciones más radicales han impactado en su
capacidad de ejercicio –antes llamada capacidad de obrar– eliminándose la distinción entre
incapaces absolutos y relativos y distinguiéndose diferentes situaciones de actuación a partir
de un paradigma de autonomía personal progresiva en el ejercicio de los derechos.

La capacidad está regulada en el Libro I - Parte General del Código, más precisamente en el
Título I referido a la Persona Humana [4] y si bien existen algunas reglas sobre capacidad de
los menores en el Libro II donde se tratan las relaciones de familia [5], ellas deben
interpretarse armónicamente con los principios y reglas generales contenidos en la Parte
General.

Desde el punto de vista doctrinario, el tema de la capacidad del menor ha sido abordado
también como un aspecto vinculado con el estado civil de la persona caracterizando a la
minoridad como una condición que otorga una especial protección jurídica.

II. Autonomía progresiva, edad y capacidad de ejercicio 


La capacidad de los menores se desenvuelve hoy bajo la idea de progresividad y ya no
supone fraccionamientos temporales que conducen a compartimientos estancos y sucesivos
(incapacidad-capacidad: una persona es incapaz hasta la noche anterior a cumplir 18 años y
al día siguiente es plenamente capaz). Por el contrario, la capacidad se mide para la mayor
parte de los actos, en función de la edad, la madurez y el discernimiento suficiente.

Analizada desde el punto de vista de la progresividad, la capacidad importa la participación en


carácter personal de los niños y adolescentes en el ejercicio de sus derechos, atendiendo a su
grado de desarrollo madurativo y el nivel discernimiento alcanzado.

§ Incrementa los márgenes de la capacidad.

§ Supone progresividad en el ejercicio de los derechos.

§ Implica la asunción de nuevos roles y funciones.

Esta capacidad depende de las condiciones de madurez efectivas de cada sujeto que va
adquiriendo progresivamente hasta alcanzar la mayoría de edad donde se adquiere la plena
capacidad. Durante la menor edad la ley distingue edades jurídicamente relevantes en las que
se confiere a la persona, aun siendo menor, capacidad para realizar actos relativos a su
persona.

Resulta entonces que a partir de la reforma, la edad no mide el desarrollo físico y psíquico del
menor sino que solo sirve como punto de aproximación y debe necesariamente
complementarse con la valoración de sus condiciones de madurez y su aptitud suficiente para
determinar su capacidad para ejercer cada acto.

El requisito normativo se ha vuelto mixto: la edad y la madurez suficiente [6].

En cuanto a la edad, corresponde determinar a que edad se refiere el legislador o cual es el


sentido interpretativo que debería darse a la misma, para lo cual habrá que tener en cuenta lo
dispuesto por el art. 261, inc. c. del CCyC, según el cual se reputa voluntario el acto lícito de la
persona menor de edad que ha cumplido trece años, sin perjuicio de lo establecido en las
disposiciones especiales [7].

De acuerdo con ello, la ley atribuye discernimiento a los adolescentes (personas que ya han
alcanzado la edad de trece años) para ejercer sus derechos y ejecutar actos jurídicos.

En segundo término hay que considerar qué se entiende por madurez suficiente, incorporada
como complemento de la edad en el nuevo sistema al momento de reconocer al menor
capacidad para el ejercicio de sus derechos.

La madurez se emparenta con la noción bioética de “competencia”, que refiere a la existencia


de ciertas condiciones personales que permiten tener configurada una determinada aptitud,
suficiente para el acto de cuyo ejercicio se trata. Esta noción es de carácter más empírico que
técnico y toma en consideración la posibilidad personal de comprender, razonar, evaluar y
finalmente decidir en relación al acto concreto. El calificativo de “suficiente” guarda relación
con el acto de que se trata, así, la suficiencia puede existir para ejercer un acto y tal vez estar
ausente en relación a otros [8].

El reconocimiento de una capacidad progresiva implica poner la atención en la personalidad


del niño y del adolescente y en el respeto de las necesidades que presentan en cada período
de la vida, propiciando su participación activa en el proceso formativo y promoviendo un
gradual reconocimiento y efectiva realización de su autonomía en el ejercicio de los derechos,
en función de las diferentes etapas de su desarrollo evolutivo.

Si se avanza en el análisis de la cuestión cabe preguntarse ¿a quién corresponde evaluar la


madurez del sujeto y su grado de aptitud para el ejercicio de sus derechos?

Los primeros evaluadores de la persona menor de edad serán sus progenitores en el ejercicio
de la responsabilidad parental [9], luego tendrán la responsabilidad de evaluar quienes
integren las instituciones administrativas (escuelas, organismos de protección, centros de
salud, seccionales policiales, etc.) o judiciales (Ministerio Público, Defensorías, Cuerpo
Profesional Forense, Equipos Interdisciplinarios etc.) gravitantes en la vida del menor. Será en
última instancia el Juez quien asuma el rol de evaluador en el marco de un proceso judicial,
determinando si responde al mejor interés del menor realizar por si el acto en particular.

Con ello queda planteado un nuevo desafío al que se enfrenta el derecho privado actual en
cuanto se aleja de las pautas objetivas del anterior sistema para acercarse a un sistema más
flexible, sujeto a pautas subjetivas que dependerán de varios condicionantes: las
circunstancias particulares del caso, la existencia en los organismos públicos de cuerpos
interdisciplinarios de evaluación, la capacitación de los profesionales de la salud y de la
educación como posibles evaluadores, entre otros.

III. El ejercicio de los derechos de la personalidad 

En el ámbito de los derechos de la personalidad, la capacidad progresiva se muestra como


uno de los ejes que estructuran el funcionamiento de la responsabilidad parental.

En ese contexto y teniendo en consideración sus especiales connotaciones, implica que el


menor puede ejercer ciertas facultades de autodeterminación, en la medida que adquiere la
capacidad necesaria para comprender las situaciones que puedan afectar su persona
quedando facultado para tomar intervención en todos los asuntos que conciernen a su
persona (y en algunos supuestos también a sus bienes), conforme a su madurez y desarrollo.

Es decir que, fuera de los casos en los que el conflicto es con la protección a la vida, la
tendencia es la de reconocer a los menores un ámbito de decisión en el que se respete su
voluntad, si tiene madurez suficiente para ello (libertad religiosa, de asociación, de opinión, de
expresión, sexualidad y uso de anticonceptivos…), aunque sus opciones no coincidan con las
de sus padres o tutores [10].

Se trata de un sistema más flexible en el cual se da el espacio adecuado para la penetración


de otros conceptos como los de madurez suficiente, desarrollo evolutivo, discernimiento y
comprensión que aparecen asociados al de la autonomía como aspectos necesarios para un
ejercicio pleno de la capacidad de obrar de los menores.
Ello significa, como se señaló, que en la medida que el niño o adolescente tenga la madurez
suficiente –acorde a su desarrollo y edad–, podrá ejercer por sí ciertos actos de la vida
cotidiana, personales y patrimoniales. Éste margen de actuación autónoma, se irá ampliando
progresivamente a medida que el menor vaya desarrollándose y vayan madurando sus
facultades de discernimiento y comprensión de los actos y de sus consecuencias.

Dentro del universo que comprenden los derechos de la personalidad, adquieren importante
trascendencia los derechos personalísimos, es decir, los derechos subjetivos privados de
niños y adolescentes que tal como los define CIFUENTES, son derechos vitalicios que tienen
por objeto manifestaciones interiores de la persona y que, por ser inherentes,
extrapatrimoniales y necesarios, no pueden transmitirse ni disponerse en forma absoluta o
radical [11].

Al ser derechos extremadamente frágiles, más aún si sus titulares son personas menores de
edad, vulnerables por su propia naturaleza, es imprescindible determinar quién puede
ejercerlos, con qué alcance y cuáles son los mejores remedios cuando se transgredan los
límites.

En principio, debe prevalecer la autonomía del titular del derecho. Cada persona debe gozar
de una esfera de libertad para decidir al respecto, sin injerencia de terceros y esto también
cabe aplicarlo para el caso de que el titular sea un menor de edad.

El derecho a ser escuchado e informado

Su reconocimiento comprende el derecho del niño y del adolescente a ser oído y que su
opinión sea tenida en cuenta, lo cual importa, a su vez, el reconocimiento de una capacidad
progresiva en los términos ya expresados.

Escuchar su palabra y su opinión, en sus pensamientos y sentimientos, es reconocerlo como


persona y significa considerar, examinar y comprobar lo que presenta o requiere. Este es el
espíritu de la CDN [12], el criterio seguido por la jurisprudencia nacional [13] y el que ha
tomado el legislador argentino al consagrar el derecho del niño a ser oído y que su opinión
sea tenida en cuenta según su edad y grado de madurez [14].

El alcance del derecho a la escucha fue especificado en la Observación General 12/2009 del
Comité sobre los Derechos del Niño, donde se dejó establecido que la escucha no constituye
únicamente una garantía procesal, sino que se erige como principio rector en toda cuestión
que involucre al niño, niña o adolescente, sea en los ámbitos judiciales, administrativos,
familiares, educativos, sociales, comunitarios, etc. (15].

El derecho a ser informado es ineludible y complementario del derecho de opinar y ser


escuchado. Cuanta mayor información tenga el menor (acorde a su madurez y su edad),
mejor será su participación opinando en los asuntos que lo afecten [16].

Dos cuestiones aparecen como relevantes aquí: ¿cuándo se debe escuchar e informar al
menor? y ¿cuándo debe ser considerada su opinión?
En cuanto a la primera, como regla general, debe ser escuchado e informado siempre, a
cualquier edad y la escucha debe desenvolverse en forma directa en todas las circunstancias
que sea posible, quedando comprendido el derecho a participar y expresar libremente su
opinión en los asuntos que les afecten y los que sean de su interés.

Este derecho se extiende a todos los ámbitos en los que el menor se desenvuelve, entre ellos,
el ámbito estatal, familiar, comunitario, social, escolar, científico, cultural, deportivo y recreativo
[17].

Teniendo en cuenta el sistema progresivo de autonomía que se encuentra vigente, a mayor


entendimiento y más grado de desarrollo, la opinión tendrá más peso en la decisión familiar,
judicial o administrativa de que se trate, lo que equivale a sostener que esta facultad
reconocida al menor debe ser valorada de conformidad con la edad y el grado de madurez
que presente.

Respecto a la segunda cuestión, deberá cuidarse que del ejercicio del derecho reconocido al
menor para participar y opinar no se deriven perjuicios para el, en cuyo caso su opinión cede
ante el interés superior del niño que siempre deberá ser el que prevalezca.

Deberá considerarse además el acto concreto, su naturaleza, su mayor o menor grado de


complejidad y sus efectos eventuales, dado que serán determinantes en la consideración o no
de la opinión del menor.

Actuación representativa: el rol de los progenitores

En ejercicio de la responsabilidad parental, los progenitores deben cuidar a sus hijos,


alimentarlos y educarlos; considerar sus necesidades específicas según las características
psicofísicas, aptitudes y desarrollo madurativo; oírlos y permitirles poder participar en su
proceso formativo y en lo referente a sus derechos personalísimos; prestarles orientación y
dirección en las decisiones que tomen; representarlo y administrar su patrimonio[18].

Ahora bien, considerando al menor como sujeto dotado de autonomía progresiva (acorde a su
edad y su grado de madurez y desarrollo), la representación de los progenitores irá
disminuyendo a medida que el menor alcance mayor desarrollo madurativo y sus acciones
tendrán cada vez menor injerencia en pos del respeto de la mayor autonomía del menor,
orientando e informándolo, evitando suplir su voluntad en la toma de decisiones sobre sus
asuntos.

Conforme lo prevé el art. 645 in fine del CCyC, como regla general se establece que en
aquellos casos en los que el acto involucra a hijos adolescentes, es necesario contar con su
consentimiento expreso.

Luego, la intervención de los progenitores dependerá en cada caso del grado de participación
que la ley le reconoce al menor, pudiendo presentarse distintos supuestos:

§  Que el menor titular del derecho lo ejerza por si mismo: Así está previsto para el caso de
adolescentes entre 13 y 16 años a quienes se les reconoce aptitud para decidir por sí respecto
de aquellos tratamientos que no resultan invasivos, ni comprometan su salud o provoquen un
riesgo grave en su vida o integridad física (art. 26, párr. 4° del CCyC).

La ley admite que sea el propio adolescente el que opine, evalúe, razone y finalmente brinde
su consentimiento frente a esta clase de actos personalísimos que involucran el cuidado de su
salud y su propio cuerpo (vacunación, extracción de sangre, testeo de HIV sida, adquisición y
uso de preservativos y anticonceptivos, radiografía, ecografía, etc.) y su sola petición hace
presumir su aptitud para el acto que desea practicar.

§  Que el menor concurra asistido por su representante: En el caso de que el adolescente


deba someterse a un tratamiento invasivo que comprometa su integridad, salud o vida (art. 26,
párr. 5° del CCyC), como serían los supuestos de realizar un tratamiento oncológico, una
cirugía estética, una intervención quirúrgica –trasplante de órganos, cambio de sexo–, la
donación de sangre, el rechazo de transfusión de sangre; o en otro ámbito, cuando deba
resolverse sobre su adopción en el marco de un proceso judicial (art. 595 del CCyC); o en el
marco de un juicio de régimen de visitas a favor de uno de los progenitores (art. 707 del
CCyC), por citar algunos supuestos.

En el primer supuesto se exige que la decisión del menor deba ser integrada por el
consentimiento de su representante. No se trata de representación ni de sustitución sino más
bien de un consentimiento participado[19]: es el adolescente el que presta el consentimiento
asistido por su representante. La validez del acto estará supeditada a la existencia de este
consentimiento salvo, cuando esté en juego el interés superior del menor, que deberá primar
sobre aquél, cuestión que en última instancia deberá ser resuelta judicialmente.

En el caso de la adopción la ley prevé el derecho del menor a ser oído y que su opinión sea
tenida en cuenta, siendo obligatorio requerir su consentimiento a partir de los 10 años.

Para el caso de participación del menor en los procesos judiciales que los afecten
directamente, como el supuesto mencionado, su opinión deberá ser tenida en cuenta y
valorada según su grado de discernimiento y la cuestión debatida en el proceso.

A partir de los dieciséis años el menor es considerado como un adulto para todas las
decisiones referidas al cuidado de su propio cuerpo, según lo prevé el art. 26 in fine del CCyC.

IV. Conclusiones 

§ Dentro del campo de los derechos de la personalidad, se prioriza el discernimiento, la


aptitud para comprender el acto de que se trata.

§ La referencia a la presencia de una cierta “edad y madurez suficiente” da cuenta del


alejamiento del sistema de conceptos rígidos al tiempo que se emparenta mayormente con la
noción de competencia, que refiere a la existencia de ciertas condiciones personales que
permiten tener configurada una determinada aptitud para el ejercicio de cada acto.

§ Como regla general el menor debe ser escuchado siempre, a cualquier edad y la escucha
debe desenvolverse en forma directa, en todas circunstancias que sea viable.
§ El menor debe igualmente ser informado de todos los asuntos que le conciernen,
procurando garantizar su participación directa en las decisiones que lo involucren.

§ El rol de los progenitores puede presentar diferentes matices y tener distintos alcances
según el acto de que se trate. Hay actos que el niño o el adolescente los ejercerá por sí, sin
ninguna clase de condicionamiento externo a su propia voluntad, pudiendo actuar de forma
autónoma. El legislador ha previsto estos supuestos expresamente y con meridiana claridad,
determinando junto a la exigencia de madurez suficiente, la edad a partir de la cual el menor
puede concretar el acto, ya sea mencionando ésta en particular (diez años, trece años,
dieciséis años) o bien haciendo referencia al adolescente (trece años).

§ El menor, aún maduro, en ciertas circunstancias y para determinados actos, precisa del
acompañamiento y la asistencia de sus progenitores para garantizar su protección integral
evitando que quede expuesto a situaciones de vulnerabilidad y peligro.

§ En la consideración del menor como un sujeto con autonomía propia que lo habilita a ejercer
sus derechos por sí, progresivamente, de acuerdo a su desarrollo evolutivo y a su madurez,
siendo el propio protagonista de su vida, se ve reflejado de forma manifiesta el derecho al libre
desarrollo de su personalidad.

§ Promover su actuación autónoma implica reconocerlo como persona y garantizar el libre


desarrollo de su personalidad que debe respetarse por los progenitores, la familia, la sociedad
y el Estado. 

Notas 

[1] En el CCyC los principios y valores jurídicos han recibido tratamiento en el Título
Preliminar, donde se distingue un capítulo destinado al Derecho (el Capítulo 1° referente a sus
fuentes y aplicación, a la interpretación y al deber de resolver) y otro sobre la Ley (su ámbito
subjetivo y de su vigencia, el modo de contar los intervalos del derecho y su eficacia temporal
entre otros aspectos).
Esta ubicación que el legislador le ha asignado a los principios y valores es consecuente con
la consideración del Derecho como un sistema, comprensivo no solo de normas jurídicas
vigentes en un determinado lugar y época, sino también de un conjunto de conceptos, reglas,
principios e instituciones armónicamente enlazados entre sí, y su distinción de la ley como una
de las fuentes del Derecho pero no la única. Lo que se ha buscado es darle una mayor
amplitud al Título Preliminar promoviendo la apertura del sistema a soluciones más justas que
derivan de la armonización de las reglas con los principios y valores.
Pero además de ésta especial connotación que tienen los principios y valores en la parte
general del Código, se ha introducido en él una nueva metodología para regular los diferentes
institutos del Derecho de familia, conforme a la cual cada uno de ellos está presidido por un
artículo que enumera los principios que los gobiernan (a modo de ejemplo, el CCyC en su art.
639° enumera entre los principios generales de la responsabilidad parental, el interés superior
del niño y la autonomía progresiva; iguales principios se consagran en el art. 104° para regular
la tutela. El art, 595° recoge los principios del interés superior del niño, el respeto por el
derecho a la identidad y el derecho a ser oído para regir la adopción. El art. 706° consagra los
principios de tutela judicial efectiva, inmediación, buena fe, lealtad procesal, acceso a la
justicia e interés superior para regular los procesos de familia).
[2] FRAGA F. J., “La capacidad general del menor” en Revista de Derecho Privado, 1984, pág.
894.
[3] La capacidad, en términos generales, es la aptitud de la persona para ser titular de
derechos, adquirir obligaciones y ejercerlos por sí misma. Tradicionalmente se ha definido
como un “atributo” de la persona junto al nombre, el domicilio y el estado. Sin embargo, por
efecto del impacto de los derechos humanos en el contenido del nuevo CCyC, la capacidad
jurídica implica mencionar un concreto y auténtico derecho humano –conforme doctrina del
Tribunal Europeo de Derechos Humanos y de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos– dado que en la capacidad están implicados derechos tan sustanciales a la
condición de persona como la dignidad, la autonomía y la libertad.
[4] En el Título I – Persona Humana del Libro Primero. Parte General, el CCyC regula la
capacidad y sus clases (arts. 22 y 23), sienta el principio de la capacidad y la interpretación
restrictiva de las incapacidades (arts. 23 y 24) y sienta el principio de la capacidad progresiva
de los menores (art. 26).
[5] En el Título VII – Responsabilidad Parental del Libro Segundo. Relaciones de Familia, el
CCyC se refiere a la autonomía progresiva en el ejercicio de los derechos por parte de hijo
menor (art. 639), la posibilidad de reconocer a sus hijos sin autorización de sus padres (art.
680), sus facultades de actuación en el ámbito de los derechos patrimoniales (arts. 681, 682,
683, 684, 686), la posibilidad de promover juicio contra sus progenitores (art. 679), la
participación en los procesos de familia (art. 707), entre otros muchos casos que merecen
citarse.
[6] Así lo regulan el CCyC en algunas de las siguientes disposiciones: art. 26 (Ejercicio de los
derechos por la persona menor de edad, si cuenta con el grado de madurez y edad
suficiente); art. 404 (Falta de edad nupcial. La decisión judicial debe tener en cuenta la edad y
grado de madurez alcanzados); art. 595 (Adopción. Principio del derecho del niño a ser oído y
que su opinión sea tenida en cuenta según su edad y grado de madurez); art. 613 (Proceso de
elección de la guarda en la adopción. El juez debe citar al niño, niña o adolescente, cuya
opinión debe ser tenida en cuenta según su edad y grado de madurez); art. 639 (Principios de
la responsabilidad parental. Derecho del niño a ser oído y que su opinión sea tenida en cuenta
según la edad y grado de madurez); art. 679 (Juicio contra los progenitores. Se habilita al hijo
a reclamar si cuenta con la edad y grado de madurez suficiente); art. 707 (Participación en el
proceso de niños, niñas y adolescentes. Su opinión debe ser tenida en cuenta según su grado
de discernimiento).
[7] El CCyC en su art. 595, inc. f prevé la edad de diez años para requerir el consentimiento
del menor en la adopción; en el art. 684 faculta al menor, incluso de menos de trece años, a
celebrar contratos de escasa cuantía, los que se presumen realizados con la conformidad de
sus progenitores.
[8] Así, si bien una persona puede ostentar capacidad en términos generales, como noción
quizás más transversal, puede en cambio carecer de competencia para la toma de
determinadas decisiones; a la inversa, la carencia de la tradicional capacidad civil no impide
admitir la aptitud de la persona que demuestre comprender, razonar y definir opciones en
relación a un acto concreto, esto es, ostentar competencia a pesar de su eventual condición
de incapacidad civil” (FERNÁNDEZ, S., Comentario al artículo 24. Código Civil y Comercial
Comentado. INFOJUS. 2015.
[9] En este sentido el mismo Código dispone en el art. 639 como uno de los principios que
rigen la responsabilidad parental, la autonomía progresiva del hijo conforme a sus
características psicofísicas, aptitudes y desarrollo. De igual modo, el art. 646 establece como
deberes de los progenitores considerar las necesidades específicas del hijo según sus
características psicofísicas, aptitudes y desarrollo madurativo.
[10] PARRA LUCÁN, M. A., La voluntad y el interés de las personas vulnerables. Modelos
para la toma de decisión en asuntos personales, Editorial Universitaria Ramón Areces, Madrid,
2015, pág. 96.
[11] CIFUENTES, S., Derechos personalísimos, 2° ed., Astrea, Buenos Aires, pág. 200.
[12] Art. 12 de la CDN.
[13] “El derecho del niño a ser oído constituye uno de los derechos vitales para la realización
de los demás derechos humanos…” (CSJN, 2012, “M., G. c/ P., C. A. s/ Recurso de hecho
deducido por la defensora oficial de M. S. M.”, elDial.express, del 15/08/2012”.
[14] Art. 24 de la Ley N° 26.061 de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y
Adolescentes; Arts. 26, 639, inc. c), 707 y cc del CCyC.
[15] Comité Derechos del Niño, OG 12/2009.
[16] Art. 690 CCyC.
[17] Ante el conflicto o desacuerdo de los progenitores relativo al establecimiento educativo al
que asistirá el niño o la niña, aún previo a la entrada en vigencia del nuevo CCyC, la
jurisprudencia entendía que “… debe considerarse en primer lugar el derecho de la niña a ser
oída en juicio (art. 12.1 de la Convención de los Derechos del Niño y art. 264 ter del Código
Civil; Ley 26.061)”. En el caso, la niña con sus propias palabras indicó su presencia por dar
continuidad a su centro de vida. Es evidente que su opinión no puede ser pasada por alto,
debido a que puede resultar un indicador válido de cuál es su interés. Pero no basta escuchar
al niño –como oportunamente se señaló– sino es necesario además tener en cuenta su
opinión en las cuestiones que lo afectan e inclusive reconocer su autodeterminación, si su
edad y desarrollo así lo aconsejan. En el caso, la corta edad de la niña impide que ella elija la
escuela a donde prefiere asistir, aunque ello no quiere decir que su opinión pueda ser obviada
ni desconocida (arts. 3°, inc. b, y 27, inc. b, Ley N° 26.061). Capel. De Trelew, sala A, 18-9-
2008, “S., L. M. c/ L., E. G. s/ Solicita autorización”, Expte. 22.828, año 2008, elDial.express,
del 16-10-2008, Año XI, N° 2637.
[18] Art. 646 del CCyC.
[19] KEMELMAJER DE CARLUCCI, A. y LLOVERAS N., “Personas carentes de la capacidad
de dar su consentimiento”, en CASADO, M. (Coord.) sobre la Dignidad y los Principios.
Análisis de la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos. UNESCO. Civitas,
Pamplona, 2009, pág. 236.

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