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RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Santa María la Mayor (tradición local romana extendida a la Iglesia Universal), Virgen del
Carmen (carmelitas), Dolores de María (servitas), Virgen de la Merced (mercedarios),
Virgen del Rosario (dominicos), Nombre de María (vinculada al providencialismo
mariano). Estas fiestas son desconocidas en Oriente. En el rito ambrosiano no existen
formularios especiales para el cinco de agosto ni para el dieciséis de julio, y se ignora la
fiesta del veinticuatro de septiembre.
Un tercer momento está marcado por el movimiento mariano contemporáneo, e
incluye fiestas de carácter teológico (realeza de María, maternidad divina) o devocional
(Medalla Milagrosa, Corazón de María, Lourdes, Fátima). Son exclusivas del rito romano.
FIESTAS MEMORIALES
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
festivo de la Anunciación de María (nueve meses antes), cuyo nombre recibe, llegando a
oscurecerse las celebraciones de otras fechas.
Aparte de su correlación con la Navidad, no olvidemos que coincide con el
equinoccio de primavera, que se vinculaba con la creación del mundo y del hombre, y por
tanto adquiere una gran carga simbólica, al celebrarse la concepción de Cristo, el Nuevo
Adán, el hombre de la Nueva Creación. Posteriormente se añadió también la
conmemoración de la muerte de Cristo.
Sin ninguna duda, se celebraba, tanto en Oriente como en Occidente, en el siglo VII, y
documentamos la fecha del veinticinco de marzo en el Chronicon Paschale de Alejandría
del 624, que la titula Anunciación de la Madre de Dios, y en un decreto del Concilio
Quinisexto Trulano (Constantinopla, 692), que ordenaba se celebrase aunque cayera en
cuaresma.
El Papa Sergio I (+701) la incluye entre las cuatro fiestas marianas en las que debía
organizarse procesión; la de ésta fiesta cayó en desuso en la Baja Edad Media. Ya aparece
en el Sacramentario Gelasiano y en el Gregoriano (siglo VIII).
Originariamente del Señor, adquirió en Occidente un marcado tinte mariano, pero, a
diferencia del caso de la Purificación, la figura de la Virgen resplandece con luz propia,
porque en el misterio de la Encarnación no se puede prescindir de la Madre. Aunque,
como es natural, la glorificación de María es a la par glorificación del Señor.
En la reforma de 1969 se le ha devuelto su primario tinte cristológico, denominándola
Anunciación del Señor, nombre que ya había recibido en los inicios de la fiesta.
La fiesta deriva del ciclo navideño y parte de Lucas 1, 39-56. Aunque parezca
extraño, porque es un acontecimiento salvífico evangélico, antes del siglo XIII no hay
documentos históricos que la atestigüen, en que consta que los franciscanos la celebraban
fervorosamente según prescripción del Capítulo General de 1263, siguiendo la exhortación
de por San Buenaventura.
La predicación de los Menores hizo que se extendiera a muchas Iglesias, aunque con
diversos días de celebración: por ejemplo, en Praga (de cuyo caso hablamos a
continuación) y Ratisbona, el veintiocho de abril; en París, el veintisiete de junio;
en Reims y Ginebra, el ocho de julio. Se conservan hasta nueve Oficios de esta fiesta.
Para su extensión definitiva a la Iglesia Latina fue fundamental la labor del poderoso
Arzobispo de Praga y Canciller del Emperador Juan Jenstein (+1400), que en el fragor del
Cisma de Occidente se interesó por la fiesta y, habiéndole preparado personalmente Oficio
rimado y Misa, la promulgó para su Iglesia en un sínodo diocesano el dieciséis de junio de
1386, señalándole el veintiocho de abril y trabajó por extenderla a otras diócesis y
congregaciones, escribiendo a obispos y superiores y dirigiendo varias peticiones a Urbano
VI Prignano para que la extendiera a toda la Iglesia para rogar que se erradicara el cisma
que azotaba a la Iglesia.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Fue trasladada en la reforma de 1969 al treinta y uno de mayo como colofón del Mes
de María, con el rango de memoria obligatoria, insertándola así entre la Anunciación y la
Natividad del Bautista. La Iglesia alemana, sin embargo, ha conservado la fecha del dos de
julio, para celebrarla junto con los luteranos. En la comunión anglicana es una
conmemoración.
Si es verdad que los bizantinos celebran el dos de julio una fiesta mariana, nada tiene
que ver con esta celebración, pues lo que conmemoran es la colocación del vestido de la
Virgen en la basílica de las Blanchernas (año 473).
Para el establecimiento de una fiesta que conmemore la Visitación en la Iglesia
Ortodoxa hay que esperar al siglo XIX, por la labor litúrgica del Archimandrita Antonin
Kapustin (+1894), cabeza de la Misión Eclesiástica Ortodoxa de Rusia en Jerusalén, que
incluso compuso un servicio para el Menaion, que la incluyó en el calendario después de
la consagración de la Iglesia del Encuentro de la Virgen y Santa Isabel, promovida por él
en Jerusalén, el treinta de marzo de 1883 según el calendario juliano, día que quedó
señalado para la fiesta. Sin embargo, no ha sido aceptada por todas las Iglesias bizantinas.
2
GARCÍA CASTRO, Manuel, El dogma de la Asunción, Escelicer, Madrid 1947.
3
DÍEZ, Florentino, Guía de Tierra Santa. Historia-Arqueología-Biblia, Verbo Divino, Madrid 1993,
pp. 84-87.
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Primera fiesta relativa a la infancia de María, con unos orígenes bastante oscuros.
Debió surgir como conmemoración en la basílica levantada en su honor en Jerusalén junto
a la piscina probática, que está atestiguada a partir del siglo V y confirmada por la
arqueología, en el lugar que el apócrifo Protoevangelio de Santiago señala su nacimiento,
sobre esta época. Los cruzados levantaron allí la Basílica de Santa Ana4.
La fecha del ocho de septiembre debió fijarse porque al ser el principio de la Obra de
la Redención, era oportuno colocarla al principio del año eclesiástico, según el
Menologium Basilianum. Condicionó posteriormente la del ocho de diciembre de la
Inmaculada.
Existe un himno escrito por Romano el Meloda hacia el 550 en honor de la Natividad
de la Virgen María, pero se duda de que fuera compuesto para la liturgia, aunque habla de
la celebración de la fiesta. En Oriente adquirió pronto notorio auge, y ya en el periodo
justinianeo se la atestigua en Bizancio.
En el siglo VII fue introducida en Occidente. Aparece en el calendario de Sonnacio,
Obispo de Reims (614-631). Sergio I (+701) prescribe en Roma letanías en esta fiesta,
como en las demás marianas, con procesión que partía desde San Adriano (edificio de la
Curia en el Foro Romano) hasta Santa María la Mayor. Los antiguos sacramentarios,
excepto el Leoniano, ofrecen ya formularios para una fiesta del nacimiento de la Virgen.
Fue dotada de octava por Inocencio IV Fieschi en 1243, como cumplimiento de un
voto hecho por los cardenales en el cónclave de 1241, cuando estuvieron presos tres meses
del Emperador Federico II. Gregorio XI Beaufort ha hizo preceder de vigilia en 1378.
Declarada fiesta de precepto, perdió este carácter en la reforma de San Pío X Sarto, y
actualmente tiene el rango litúrgico de fiesta.
En cuanto a la elección del día, hay quien opina que se impuso esta fecha porque, al
considerar el nacimiento de María el principio de la culminación de la Obra de la
Redención, se impuso septiembre por ser el comienzo del año litúrgico de los griegos.
No obstante, otras fechas se registran para la fiesta: el antiguo calendario jeronimiano
le señala el diez de agosto; los coptos la celebraban el veintiséis de abril y ahora el uno de
mayo; los abisinios la conmemoraban durante treinta y tres días seguidos bajo el título de
Semilla de Jacob.
La consolidación y generalización de la fecha del ocho de septiembre parece deberse a
que, instituida la de la Inmaculada Concepción el ocho de diciembre por ella, al
4
DÍEZ, Florentino, Guía de Tierra Santa, op. cit., p. 132.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
5
Patrologia Griega, vol. 98, col. 291-320.
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Sixto IV della Rovere la introdujo en Roma en 1472 con Oficio propio. Tras haber
sido suprimida por San Pío V Ghislieri, por el decreto Quod a nobis de 1568, debido a su
dependencia de los apócrifos, y Sixto V Peretti la restableció oficialmente en la Iglesia
Latina por la Bula Intemeratae del uno de septiembre de 1585, ordenándose el Oficio de la
Natividad de la Virgen, al que se le cambiaba simplemente el título.
Clemente VIII Aldobrandini enriqueció el Oficio y elevó la fiesta, como otras
menores de María, a la categoría de doble mayor. En la reforma del calendario de 1969 se
redujo a memoria obligatoria con el Oficio del Común de la Virgen.
Conmemora no sólo este hecho puntual, independientemente de su historicidad 6, sino
la vida de María desde su concepción inmaculada y su nacimiento hasta la anunciación,
que supone un tiempo de preparación y de afianzamiento de su vocación de entrega
voluntaria por completo a Dios.
6
En cuanto a la consagración de hijos e hijas al servicio del Señor, viene reflejado en Levítico 27, 1-8.
Resulta más improbable el que desde los tres años permaneciera al servicio del Templo.
7
MIR Y NOGUERA, Juan, S.J., La Inmaculada Concepción, Sáenz de Jubera Hermanos, Madrid 1905;
PÉREZ, Nazario, S.J., El año de la Inmaculada. Proyectos y esperanzas, Sucesores de Ribadeneyra,
Madrid 1904.
8
Patrologia Graeca, t. 117, col. 1305.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
9
Esta leyenda fue difundida en un documento erróneamente atribuido a San Anselmo de Canterbury,
titulado Miraculum de conceptione sanctae Mariae [TAVARD, George H., The thousand faces of the
Virgin Mary, Orden de San Benito, Collegeville, Minesota 1996, p. 91].
10
SALISBURY, Giovannni de, Vita di Sant’Anselmo. A cura di Inos Biffi, Jaca Book, Milano 2009, p.
21.
11
Escribió un Tractatus de conceptione sanctae Mariae [COVOLO,Enrico dal, e SERRA, A. (a cura
di), Storia della Mariologia, Città Nova, Roma 2009, vol. 1, pp. 677 ss.; MARTÍNEZ PUCHE, José
Antonio, O.P., El libro de la Inmaculada, Edibesa, Madrid 2005, pp. 104 s.].
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cierta polémica, se celebraba desde hacía ya tiempo. Del siglo XII se conservan ya una
quincena de Oficios de esta fiesta.
Todo ello pese a las objeciones que le habían puesto personajes de la talla de San
Bernardo de Claraval, decididamente mariano por otro lado, que desaconsejó su
celebración a los canónigos de Lyon, que la habían introducido en su catedral en torno a
1140 por decantarse, siguiendo rigurosamente a San Agustín, por la opinión maculista12.
Algunos piensan sin mucho fundamento que el Papa León IX Egisheim-Dagsburg
(+1054) celebró la fiesta de la Concepción. Más probable parece que la introdujera
Adriano IV Breakspeare (+1159), además de por su origen inglés por haber sido devoto y
apologeta de este misterio mariano. Con más peso se puede afirmar, ya a principios del
siglo XIII, de Inocencio III dei Conti di Segni (+1216), por testimonios coetáneos, que se
celebraba la Inmaculada en la capilla pontificia, lo cual no es de extrañar por haber
apoyado la Inmaculada en sus escritos como doctor privado.
San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, entre los dominicos, y San
Buenaventura, entre los franciscanos secundaron la tesis maculista. Pero este último no
prohibió su celebración entre los Menores, en parte porque aceptó la leyenda de Helsin
como una revelación privada auténtica, pues en el Capítulo General de Pisa de 1263 se
prescribió la fiesta de la Inmaculada para los Menores13.
Esto hizo que comenzara la controversia en el campo litúrgico y su celebración pasara
por un periodo de declive y fuera suprimida en muchos calendarios, aunque vuelve a
resurgir su celebración en el siglo XIV, en que se hizo prácticamente universal.
A partir de las diatribas del Beato franciscano Juan Duns Scoto (+1308)14, en
Cambridge, Oxford, París y Colonia, se llegó a una solución teológica aceptable al
problema de la redención universal, de la que no podía ser exceptuada María como
criatura, con la doctrina preservativa.
La opinión inmaculista ganó entonces rápidamente terreno, y a ella se adhirieron
muchas familias religiosas, con los franciscanos a la cabeza: carmelitas, agustinos,
cistercienses… así como numerosísimas Iglesias particulares, frente a los irreductibles
tomistas, que no aceptaban la fiesta o llamaban a la celebración fiesta de la santificación
de María.
Incluso, por influencia de los carmelitas, el Papa Juan XXII Duèze llegó a celebrarla
con la corte pontificia en Avignon hacia 1330, un año en la iglesia de éstos y después en la
propia capilla, con Oficio propio y solemnidad. Aunque sólo se tratara de un gesto de
devoción privada, era un paso adelante hacia el reconocimiento oficial de la fiesta por el
papado.
12
Epistola 174 ad canones lugdunenses, en: Patrologia Latina, t. 182, col. 132-136).
13
In IV Sententiarum Commentarium, dist. 3, q. 2, citado en: TAVARD, op. cit., 1996, p. 99.
14
ROSINI, Ruggero, O.F.M., Mariologia del beato Giovanni Duns Scoto, Editrice Mariana “La
Corredentrice”, Castelpetroso 1994, pp. 74 ss.; APOLLONIO, Alessandro Maria, F.I., Mariologia
francescana, Roma 1997, pp. 75 ss.; MARTÍNEZ PUCHE, José Antonio, O.P., El libro de la
Inmaculada, op. cit., pp. 105 s.
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15
PÉREZ, Nazario, S.J., La Inmaculada y España, Editorial Sal Terrae, Santander 1954; MESEGUER,
Juan, O.F.M., “La Real Junta de la Inmaculada Concepción”, en: Archivo Ibero-Americano, Año xv,
Julio-Diciembre de 1955, números 59-60, pp. 621-866; ROS CARBALLAR, Carlos, La Inmaculada y
Sevilla, Castillejo, Sevilla 1994.
16
MARTÍNEZ PUCHE, José Antonio, O.P., El libro de la Inmaculada, op. cit., p. 124.
17
MARTÍNEZ PUCHE, José Antonio, O.P., El libro de la Inmaculada, op. cit., p. 125.
18
TAVARD, op. cit., 1996, p. 92.
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Gregorio XIII Buoncompagni el nueve de junio de 1583, por Sixto V Peretti el treinta de
mayo de 1588 y Paulo V Borghese el veintiuno de enero de 1609.
Los dominicos, entretanto, aunque habían aceptado la fiesta, la seguían llamando
equívocamente Santificación de María, hasta que un decreto de Gregorio XV Ludovisi por
un decreto del veinticuatro de mayo de 1622 Sanctissimus prohibió cualquier
pronunciamiento contra la doctrina inmaculista y el uso del término santificación por
concepción, que es tanto como añadir inmaculada.
Clemente VIII Aldobrandini (+1605) elevó la fiesta a rito de doble mayor. Tras
petición regia, por Breve de diez de noviembre de 1644 de Inocencio X Pamphili fue
declarada fiesta de precepto en los reinos de España, pues por decreto de Urbano VIII
Barberini había dejado de celebrarse con tal rango litúrgico por no ser patrona principal.
Francia siguió el ejemplo de su vecina.
Finalmente, Alejandro VII Chigi en la constitución Sollicitudo omnium ecclesiarum
de ocho de diciembre de 1661 definió exactamente el objeto de la fiesta: la inmunidad del
alma de María del pecado original en el primer instante de su creación e infusión en el
cuerpo. A partir de aquí prácticamente cesó la polémica concepcionista.
El Rey Felipe IV de España, en 1664, según propuesta de su Junta de la Inmaculada
de treinta y uno de enero, pidió al mencionado papa, que se le añadiera a la fiesta octava
en todos los dominios hispánicos, que tenían ya concedida algunas diócesis, como Málaga,
Sevilla y Valencia y algunas familias religiosas, como franciscanos y carmelitas.
El veintiuno de junio entrego el memorial el Embajador al papa. Éste encargó el
asunto a la Sagrada Congregación de Ritos, la que nombró una Junta, y finalmente dio un
decreto favorable el dos de julio, sancionado por el Breve Quae inter praeclara del siete
del mes citado.
Impuso bajo precepto a ambos cleros (incluidos los dominicos) de España y de sus
Indias el rezo del Oficio de la Inmaculada con octava. Después fue extendido a los demás
Estados, a petición del Rey, que no llegó a saberlo por su fallecimiento: Nápoles el
dieciocho de septiembre, Sicilia y Cerdeña el veinticuatro de octubre, Flandes y Borgoña
el veintiséis de dicho mes.
La Reina Gobernadora Mariana de Austria elevó una petición al papa en 1667 para
que extendiera a toda la Iglesia el rezo de la Inmaculada que resultó infructuosa, aunque sí
le concedió la Sagrada Congregación de Ritos el Oficio y misa de la Inmaculada para
España y sus dominios con rito de segunda clase, como se practicaba en Roma y en los
Estados Pontificios.
Inocencio XII Pignatelli, a instancias del Rey Carlos II de España, elevó la fiesta en
1693 a doble de segunda clase con octava para la Iglesia Latina. Clemente XI Albani la
hizo fiesta de guardar para toda la Iglesia Latina en 1708 por la Bula Commissi nobis.
Los últimos coletazos de la oposición maculista surgieron en la primera mitad del
XVIII, y fueron definitivamente contestados por el gran San Alfonso de María de Ligorio,
que fundamentó su defensa en el sentimiento casi unánime del pueblo de Dios y en la
celebración universal de su fiesta. Su doctrina se extendió como reguero de pólvora
gracias a su libro Las Glorias de María, publicado en 1750.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
Clemente XIII Rezzonico, el mismo año que declaró, a ruegos del Rey Carlos III, a la
Inmaculada Concepción patrona de España y de sus Indias, 1761, concedió para España y
sus Indias que se rezase el Oficio Sicut lilium y la misa Egredimini de los franciscanos. A
pesar de ello, en muchos sitios siguieron rezando los suyos de siempre, hasta que se
impuso como obligación por Cédula Real de diez de mayo de 1788, a petición de la Junta
de la Inmaculada del día anterior.
En 1863, el Beato Pío IX Mastai-Ferretti, que había definido en 1854 la Inmaculada
Concepción como dogma de fe, promulgó un nuevo Oficio y misa. Éste había sido
encargado a Monseñor Luca Pacifici, el redactor de la bula de definición, pero por haberle
sobrevenido la muerte de manera inopinada, el papa lo encargó a una comisión presidida
por el Cardenal Costantino Patrizi y con Monseñor Domingo Bartolini como secretario,
que aprobó tras muchas correcciones el Oficio de Luigi Marchesi. León XIII Pecci, así
mismo, elevó la fiesta a doble de primera clase con misa vigiliar, suprimida en la reforma
de 1962.
En el calendario de 1969 tiene el máximo rango de solemnidad con precepto. El hecho
de que caiga en el Adviento para nada distrae de su carácter contemplativo de gozosa
espera navideña, pues en la Inmaculada Concepción Dios se prepara una Madre digna de
sí; es por tanto, como dice el Cardenal Gomá, una auténtica fiesta de pureza en un tiempo
de purificación.
DOGMÁTICAS Y TEOLÓGICAS
19
En un estadio anterior, antes de establecerse una memoria litúrgica dedicada a la Virgen, se cargó de
un indudable tinte mariano el IV Domingo de Adviento, como podemos deducir de los textos
eucológicos y de la Carta 61 de San León I Magno (+361) [Patrologia Latina t. 54, col. 697], así como
Catro Sermones de la Anunciación de San Pedro Crisólogo (+ca. 450) para este domingo [Patrologia
Latina 52]. En la liturgia ambrosiana se llama a esta jornada Domingo VI de Adviento o de Santa María.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
En Occidente, con posterioridad, se empezó a celebrar, por lo menos, a partir del siglo
XI, una fiesta particular de la maternidad divina y se extendió en los siglos XIII-XIV. El
veintiuno de enero de 1751 Benedicto XIV Lambertini la concedió a Portugal, fijándola en
el primer domingo de mayo y componiéndole Oficio y Misa. A partir de aquí se extendió a
otros lugares, como Nápoles, Perugia, Toscana, Inglaterra… y a institutos religiosos.
En 1914 empezó a celebrarse el once de octubre en vez de el segundo domingo de
dicho mes. En 1932 fue extendida para toda la Iglesia Latina para esa fecha esta fiesta de
la Maternidad de María por Pío XI Ratti, en conmemoración del XV centenario del
Concilio de Éfeso (año 431), en que se definió como dogma dicha verdad teológica.
En la reforma del calendario de 1969 se reubicó en la Octava de Navidad, rescatando
esa fiesta mariana de la primitiva liturgia romana. No podemos olvidar, como nos recuerda
el Papa Pablo VI Montini en su Marialis Cultus nº 5, que “el tiempo de Navidad
constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal, salvífica de aquélla
cuya virginidad intacta dio a este mundo un Salvador […]”.
20
Marialis cultus, nº 6.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
DEVOCIONALES
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe. El sábado
se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo
es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día
dedicado a la Virgen.
San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María
en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo
potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido
a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el
pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla.
En este día, once febrero, del año 1858, la Virgen se apareció a Santa Bernardette
Soubirous, cuando ésta tenía catorce años, la primera de las dieciocho apariciones que
tuvieron lugar durante los seis meses siguientes, hasta el dieciséis julio de ese mismo año.
El mensaje de Lourdes es un mensaje para la conversión de los pecadores que,
estando apartados de Dios, se encuentran fuera de su amor y, por consiguiente, no pueden
ser objeto de la bondad divina. La Virgen repitió continuamente a Bernardette que había
que hacer penitencia y orar por los pecadores, y le pidió que hablara con los sacerdotes
para que construyeran una capilla en aquel mismo lugar, adonde la gente acudiera en
procesión para rezar por los pecadores.
El sacerdote del lugar, el Padre Peyramale, no quiso dejarse engañar y reclamó a
Bernardette que preguntara a la Visión su nombre: “Soy la Inmaculada Concepción”,
responde la Santísima Virgen. Ante esta respuesta, considerando el sacerdote que
Bernardette, sin ninguna instrucción, no podía comprender el significado de las palabras
pronunciadas por la Virgen, quedó plenamente convencido del carácter sobrenatural divino
de las apariciones. Es necesario recordar que el dogma de la Inmaculada Concepción había
sido definido por el Beato Pío IX Mastai-Ferretti sólo cuatro años antes, mediante la bula
Ineffabilis Deus del ocho diciembre 1854.
El carácter sobrenatural de las apariciones se puso de manifiesto casi de inmediato
con la realización de milagros. Pero lo decisivo del mensaje de Lourdes es la necesidad de
penitencia y oración por los pecadores.
Esta fiesta fue concedida por León XIII Pecci a Francia y a algunos lugares y familias
religiosas en 1891, con misa y Oficio propios con el título Aparición de la Bienaventurada
Virgen María Inmaculada. Su celebración se extendió a la Iglesia Latina el trece de
noviembre 1907 por San Pío X Sarto, con ocasión del L aniversario de las apariciones de
Lourdes (1858), y se fijó el once de febrero, fecha de la primera aparición.
En el calendario actual es memoria libre y se le ha mudado el título a Nuestra Señora
de Lourdes. Es, por un lado, una fiesta menor de la Inmaculada, en que junto a su
perfección ejemplar como prototipo de la criatura de la Nueva Creación, une su mensaje
de la necesidad de oración y penitencia para una auténtica conversión.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
Se celebra este día en recuerdo de la primera de las seis apariciones a Lucía, Jacinta y
Francisco en 1917, a tres kilómetros de Fátima, Portugal, en el lugar de Cova de Iría, que
suponen un llamamiento a la oración, a la penitencia y a la conversión espiritual.
El culto a la Virgen de Fátima surgió con la primera capilla a Ella dedicada en 1919.
Ha sido incluida esta advocación como memoria libre en la última edición del Missale
Romanum, mientras que los Heraldos del Evangelio la celebran como fiesta.
Cuenta con la siguiente oración colecta: “Señor Dios, que nos diste a la Madre de tu
Hijo como Madre nuestra, concédenos que perseveremos en la oración por la salvación
del mundo y procuremos promover pacientemente el Reino de Jesucristo, tu Hijo”.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Fue ya a finales del XVIII cuando la fiesta empezó a obtener el plácet definitivo. Pío
VI Braschi el veintidós de marzo de 1799 la concedió a Parma, y, definitivamente, en el
pontificado de Pío VII Chiaramonti, la Sagrada Congregación de Ritos, por decreto del
treinta y uno de agosto de 1805, aprobó concederla a todos los que la solicitaran, con los
textos eucológicos de la festividad de las Nieves (cinco de agosto). A partir de aquí se
elevaron numerosas peticiones de diócesis y familias religiosas.
Siendo Papa el Beato Pío IX Mastai Ferretti, el veintiuno de julio de 1855, la
Congregación de Ritos aprobó para la celebración del Corazón Purísimo de María nuevos
textos para la misa y el oficio, utilizando algunas partes de los de San Juan Eudes.
En 1914, con ocasión de la reforma del Misal Romano, la fiesta del Corazón de María
fue trasladada del cuerpo del misal a un apéndice del mismo, entre las fiestas pro aliquibus
locis. Hubo muchas peticiones para que esta fiesta se extendiera a toda la Iglesia, en
especial de los Claretianos, que la tienen por patrona.
En el marco de la II Guerra Mundial, el treinta y uno de octubre de 1942, en
radiomensaje, y luego, de manera solemne, el ocho de diciembre en la basílica vaticana,
cumpliéndose el XXV aniversario de las apariciones de Fátima, el Venerable Pío XII
consagró la Iglesia y el género humano al Inmaculado Corazón de María. El adjetivo
Inmaculado se le empezó a aplicar tras la definición dogmática de la Inmaculada y pasó a
la liturgia por influencia de las apariciones de Fátima.
Su fiesta litúrgica fue extendida a la Iglesia Latina dos años después, el cuatro de
mayo de 1944, por el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos Cultus liturgicus, con
la categoría de doble de segunda clase, con Oficio y misa propios, señalando su fiesta el
veintidós de agosto, Octava de la Asunción. En la reforma del calendario de 1969 fue
transferida del veintidós de agosto a su actual emplazamiento.
Colocada al día siguiente de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la
contigüidad de las dos celebraciones es ya, en sí misma, un signo litúrgico de su estrecha
relación: el mysterium del Corazón del Salvador se proyecta y refleja en el Corazón de la
Madre que es también compañera y discípula.
Así como la Solemnidad del Sagrado Corazón celebra los misterios salvíficos de
Cristo de una manera sintética y refiriéndolos a su fuente -precisamente el Corazón-, la
memoria del Corazón Inmaculado de María es celebración resumida de la asociación
“cordial” de la Madre a la obra salvadora del Hijo: de la Encarnación a la Muerte y
Resurrección, y al don del Espíritu. Recibió notorio impulso con las apariciones de Fátima.
21
RUIZ MOLINA, Antonio, O. Carm., “La devoción mariana en la Orden del Carmen y la advocación
Virgen del Carmen”, en: Advocaciones marianas de gloria, San Lorenzo del Escorial 2012, pp. 53-74.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
anacoretas que levantaron un templo a la Virgen María en la cumbre del monte Carmelo,
que veían prefigurada la maternidad divina en la nube que desde allí viera Elías,
anunciando el fin de la sequía22. Estos religiosos se llamaron Hermanos de Santa María del
Monte Carmelo, a los que San Alberto de Vercelli, también conocido por su nombre
secular, Alberto Avogadro (+1214), Patriarca de Jerusalén, escribió una normativa de vida
entre 1206 y 1214.
Pasaron a Europa en el siglo XIII, aprobando su regla Inocencio IV Fieschi en 1245,
bajo el sexto Prior General de la Orden, San Simón Stock (+1265), que los adaptó a la vida
mendicante. Este papa es el primero que los llama, en 1252, Hermanos Ermitaños de la
Orden de Santa María del Monte Carmelo.
Viendo éste en peligro el futuro de la Orden en Occidente, cuenta la tradición que el
dieciséis de julio de 1251, según la versión oficial fijada en el siglo XVII, la Virgen María
se le apareció en Cambridge y le entregó el hábito que había de ser su signo distintivo,
cuya versión reducida es el escapulario marrón, y le prometió: “Este será el privilegio
para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir,
el que con él muriere se salvará”. Desde Inglaterra se extendió esta devoción a toda la
Orden y, por su labor, a todo el mundo.
Al principio los carmelitas celebraban a la Virgen en las fiestas del calendario general,
sobre todo, en el siglo XIII, la Anunciación, que cedió su lugar, a partir de 1306, a la
Inmaculada Concepción, que se convirtió en la fiesta mariana oficial de la Orden. Sin
embargo, a comienzos del siglo XV, parece que los carmelitas intentaron buscar una
celebración mariana propia acomodada a su carisma.
Esta parece que tiene su origen en el rito jerosolimitano primitivo de la Orden, que a
una conmemoración solemne de la Resurrección del Señor semanal había unido una de la
Virgen María, especialmente solemnizada la del Adviento, que naturalmente se
identificaba con su Asunción como glorificación plena de María. Por primera vez
encontramos esta fiesta celebrada en Oxford en 1387 y en un calendario astronómico de
Nicolás de Lynn. Poco a poco va apareciendo en diferentes misales (Londres, 1387-93) y
breviarios (Oxford 1375-93) y extendiéndose muy lentamente por el continente.
Pero con la difusión del escapulario, catapultada por la famosa Bula del privilegio
sabatino, en algunas partes, sobre todo en Inglaterra, se relacionó esta commemoratio
solemnis, a partir de la celebración de los beneficios recibidos de su Patrona, -con tal
devoción, dando lugar a la solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María
del Monte Carmelo.
Su fijación en julio parece depender de la fecha de la última sesión del II Concilio de
Lyon, celebrada el diecisiete de julio de 1274, en que se decretó que las órdenes
carmelitana y agustina, que corrían peligro de ser suprimidas, permanecieran en su estado
mientras no se decretara otra cosa, aunque la aprobación definitiva no llegaría hasta 1298
con Bonifacio VIII Gaetani en 1298.
22
I Reyes, 18, 41 ss.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Fiesta conocida popularmente por Santa María de las Nieves o la Blanca por la
leyenda de la fundación de la basílica de Santa María la Mayor de Roma: el patricio
romano Juan tuvo una visión de la Virgen en el 358 que le ordenaba edificar una iglesia en
un solar que encontraría cubierto de nieve, lo que comunicó al Papa Liberio, que trazó el
plano del nuevo templo en la cumbre del Esquilino, nevada prodigiosamente, por lo que se
la conoce como Basílica Liberiana.
Se la encuentra ya registrada en el calendario jeronimiano, pero por ser una
celebración local romana, no aparece en los sacramentarios. Hasta el siglo XIV fue una
fiesta exclusiva de la basílica, en que se extendió a todas las iglesias de Roma y a otras
diócesis. Fue extendida definitivamente a la Iglesia Latina en 1570 por San Pío V
Ghislieri, que determinó incluso sepultarse allí, y Clemente VIII Aldobrandini (+1605) la
elevó a doble mayor. En el calendario de 1969 fue incluida memoria libre.
Aparte de la historicidad de la leyenda, el conmemorar la dedicación de la Basílica de
Santa María la Mayor de Roma nos invita a reflexionar que María es imagen y tipo de la
Iglesia, su origen como la primera creyente del nuevo orden salvífico y su representación
en el Calvario y ante el sepulcro, así como la esperanza escatológica eclesial de la futura
glorificación consumada en su Asunción. El templo material de María, que alberga a Jesús
Eucaristía es signo del cristiano, templo vivo del Espíritu Santo.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
de su liberación del cautiverio que le infringió Napoleón, adoptando la misa y oficio de los
servitas.
En 1908 el Papa Pío X Sarto la incluyó entre las dobles de segunda clase. Los servitas
la celebraban como de primera clase con octava y vigilia, como los Pasionistas, y en
Florencia, donde había surgido la Orden de los Siervos de María, y Granada, cuya patrona
es Nuestra Señora de las Angustias.
En la reforma litúrgica de este mismo Pontífice de 1914, con el fin de despejar el ciclo
dominical, se fijó el quince de septiembre, día en que ya se celebraba en el rito ambrosiano
por no tener octava la fiesta de la Natividad de la Virgen, haciendo pareja con la del día
anterior: la Exaltación de la Santa Cruz. Contemplamos desde la perspectiva de la
glorificación los frutos de la Redención de la pareja salvadora, Cristo, Nuevo Adán, y
María. Nueva Eva.
Tras ser reducida a simple conmemoración optativa la fiesta del Viernes de Dolores
en el Calendario Universal de 1960, fue suprimida en el actual de 1969 según los criterios
de simplificación y eliminación de las duplicaciones, quedando sólo la de septiembre, para
dejar lo más libre posible el último tramo cuaresmal, como memoria obligatoria, bajo el
título de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores. Su ubicación, en opinión de muchos
autores, le perjudica al quedar desarticulada del ciclo pascual.
El antiguo título de Compasión es conservado por la Diócesis de Hildesheim con una
fiesta el sábado posterior a la Octava del Corpus, y con la denominación de la
Bienaventurada Virgen María de la Piedad, con un bonito Oficio de origen medieval,
existe una conmemoración en Goa (India) y en Braga (Portugal) el tercer sábado de
octubre.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Esta fiesta, ligada al ejercicio piadoso del rezo del salterio mariano, tiene su origen en
las Cofradías del Rosario, que florecieron en la segunda mitad del siglo XV, las cuales
acostumbraban a solemnizar el primer domingo de octubre con la misa de la Virgen Salve
radix sancta del Rito Dominicano.
El diecisiete de marzo de 1572 inscribió San Pío V Ghislieri en el Martirologio
Romano en el día siete de octubre el título de Santa María de la Victoria para conmemorar
la victoria de Lepanto, que había acaecido el domingo siete de octubre del año anterior,
1571.
Dos años más tarde, Gregorio XIII Boncompagni, por la Bula Monet Apostolus de
uno de abril de 1573, permitió que se celebrase una fiesta en honor del Santísimo Rosario
el primer domingo de octubre en las iglesias o capillas que venerasen tal advocación
mariana en memoria de la intercesión mariana en la victoria naval.
Fue extendida a toda la Iglesia Latina el tres de octubre de 1716 por Clemente XI
Albani tras la victoria sobre los turcos en Peterwardein. Benedicto XIII Orsini, dominico,
le introdujo lecciones propias. León XIII Pecci, gran devoto y propagador del rosario le
concedió Oficio propio en 1888. Fue fijada en la fecha actual el año 1913 en la reforma del
calendario de San Pío X Sarto y en el 1969 figura como memoria obligatoria.
23
MARTÍNEZ PUCHE, José Antonio, O.P., El libro del Rosario, Edibesa, Madrid 2003; MARTÍNEZ
PUCHE, José Antonio, O.P., La Virgen del Rosario y Santo Domingo, en el arte, Edibesa, Madrid 2003.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
El cuadro se dio vuelta mostrando la letra M, coronada con una cruz apoyada sobre
una barra y debajo de la letra M, los Sagrados Corazones de Jesús y de María, que Catalina
distinguió porque uno estaba coronado de espinas y el otro traspasado por una espada.
Alrededor del monograma había doce estrellas.
En el curso del mes de diciembre del mismo año, Catalina fue favorecida con una
nueva aparición, similar a la del veintisiete de Noviembre. También durante la oración de
la tarde. Catalina recibió nuevamente la orden dada por la Virgen de hacer acuñar una
medalla, según el modelo que se le había mostrado el día citado, y que se le mostró
nuevamente en esta aparición.
Quiso la Virgen que su vidente tuviera muy claros los simbolismos de su aparición,
por eso insistió de una manera especial que el globo, que Ella tenía en sus manos,
representaba al mundo entero y cada persona en particular; en que los rayos de luz que
arrojaban las piedras de sus anillos, eran las gracias que Ella conseguía para las personas
que se las pedían, que las piedras que no arrojaban rayos, eran las gracias que dejaban de
pedirle; que el Altar era el lugar a donde debían recurrir grandes y chicos, con confianza y
sencillez, a desahogar sus penas.
Después de vencer Catalina todos los obstáculos y contradicciones que le había
anunciado la Santísima Virgen, en el año 1832, las autoridades eclesiásticas aprobaron la
acuñación de la medalla. Una vez acuñada, se difundió rápidamente. Fueron tantos y tan
abundantes los milagros obtenidos a través de ella, que se la llamó, la medalla que cura, la
medalla que salva, la medalla que obra milagros, y finalmente la medalla milagrosa. La
Iglesia aprobó esta devoción con el decreto de institución de la fiesta de la Medalla
Milagrosa, el veintisiete de noviembre, sancionado por León XIII Pecci.
El sábado nueve de diciembre de 1531, un indio llamado Juan Diego iba muy de
madrugada del pueblo en que residía a la ciudad de México a asistir a sus clases de
catecismo y a oír misa. Al llegar, al amanecer, junto al cerro llamado Tepeyac escuchó una
voz que lo llamaba por su nombre.
Él subió a la cumbre y vio a una Señora de sobrehumana belleza, cuyo vestido era
brillante como el sol, la cual con palabras muy amables y atentas le dijo: "Juanito: el más
pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por
quien se vive. Deseo vivamente que se me construya aquí un templo, para en él mostrar y
prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra
y a todos los que me invoquen y en Mí confíen. Ve donde el Señor Obispo y dile que deseo
un templo en este llano. Anda y pon en ello todo tu esfuerzo".
El Obispo, sin embargo, no lo atendió. De regreso a su pueblo, Juan Diego se
encontró de nuevo con la Virgen María y le explicó lo ocurrido. La Virgen le pidió que al
día siguiente fuera nuevamente a hablar con el obispo y le repitiera el mensaje. Esta vez el
Obispo, luego de oír a Juan Diego, le dijo que debía ir y decirle a la Señora que le diese
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
alguna señal que probara que era la Madre de Dios y que era su voluntad que se le
construyera un templo.
De nuevo, Juan Diego halló a María y le narró los hechos. La Virgen le mandó que
volviese al día siguiente al mismo lugar, pues allí le daría la señal. Juan Diego no pudo
volver al cerro pues su tío Juan Bernardino estaba muy enfermo. La madrugada del doce
del dicho diciembre Juan Diego marchó a toda prisa para conseguir un sacerdote a su tío
pues se estaba muriendo. Al llegar al lugar por donde debía encontrarse con la Señora,
prefirió tomar otro camino para evitarla.
De pronto María salió a su encuentro y le preguntó a dónde iba. El indio avergonzado
le explicó lo que ocurría. La Virgen dijo a Juan Diego que no se preocupara, que su tío no
moriría y que ya estaba sano. Entonces el indio le pidió la señal que debía llevar al Obispo.
María le dijo que subiera a la cumbre del cerro donde hallaría rosas frescas para llevarle al
prelado.
Poniéndose la tilma, cortó cuantas pudo y se las llevó envueltas en ella al Obispo. Una
vez ante Zumárraga, Juan Diego desplegó su manta y cayeron al suelo las rosas, y en la
tilma estaba pintada la imagen de la Virgen de Guadalupe. Viendo esto, el Obispo llevó la
imagen santa a la Iglesia Mayor y edificó una ermita en el lugar que había señalado el
indio, origen de los templos actuales.
Empezó a celebrarse en la fiesta de la Natividad de María. Su devoción no sólo se
extendió por América, sino que pronto cruzó el Atlántico. El canónigo Francisco de Siles
pidió infructuosamente a la Sagrada Congregación de Ritos, en el pontificado de Alejandro
VII Chigi, la concesión de un Oficio y misa propios para una festividad dedicada a ella el
doce de diciembre, porque faltaba documentación que respaldara dicha petición, por lo que
se realizó un proceso jurídico formal para recoger las tradiciones que la avalaran.
En 1737 la Santísima Virgen María de Guadalupe es elegida como Patrona de la
Ciudad de México. En 1746 el patronazgo de Nuestra Señora de Guadalupe es aceptado
para toda la Nueva España, la que entonces comprendía las regiones desde el norte de
California hasta El Salvador.
Por bula del veinticinco de mayo de 1754 Benedicto XIV Lambertini aprueba el
patronazgo de Nueva España y otorga una Misa y Oficio para la celebración de la fiesta el
doce de diciembre. En 1757 la Virgen de Guadalupe fue declarada Patrona de los
ciudadanos de Ciudad Ponce en Puerto Rico. En 1895 se lleva a cabo la Coronación
canónica de la imagen por un legado pontificio ante gran parte del Episcopado del
continente.
Pío X Sarto en 1910 la proclamó Patrona de toda la América Latina; Pío XI Ratti, de
todas las Américas, extendiendo su patronazgo a Filipinas en 1935; el Venerable Pío XII
Pacelli, Emperatriz de las Américas en 1946, y San Juan XXIII Roncalli, la Misionera
Celeste del Nuevo Mundo y la Madre de las Américas en 1961. La imagen de la Virgen de
Guadalupe se sigue venerando en México con grandísima devoción, y los milagros
obtenidos por los que rezan a la Virgen de Guadalupe son extraordinarios.
La celebración litúrgica de Nuestra Señora de Guadalupe del doce de diciembre fue
elevada al rango de fiesta en todas las diócesis de los Estados Unidos en 1988. El
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Venerable Juan Pablo II, en 1999, durante su tercera visita al santuario, le otorgó el mismo
rango litúrgico de fiesta para todo el continente de las Américas. En el resto de la Iglesia
Latina es memoria libre.
El doce de febrero de 2004 el mismo papa quiso que se añadiese a la fiesta de la
Bienaventurada Virgen María de Guadalupe el grado de memoria libre en el calendario
general, y que se añadiese también la celebración de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin,
nacido de la raza de los indígenas del territorio que se llama hoy México, el cual dio
testimonio del gran amor de la Madre de Jesús, beatificado en 1990 y canonizado en el
2002, para que, todos los años, sea también celebrada el nueve de diciembre, con el grado
de memoria libre.
Por rescripto de León XIII Pecci de once de septiembre de 1881 se declaraba Patrona
de Cataluña a la Virgen de Montserrat y se establecía su fiesta litúrgica el día veintisiete de
abril, fecha en la que se sigue conmemorando en esta comunidad autónoma española como
solemnidad. Dos días antes había sido coronada canónicamente en la explanada del
monasterio a ella dedicado, que señalaba el renacer de esa devoción multisecular tras los
sucesos traumáticos del siglo XIX.
Wifredo el Velloso, primer Conde de Barcelona (874-898), reconquistada esta
comarca, cedió el macizo montañoso primero a las benedictinas y después a los
benedictinos de Santa María de Ripoll, y se construyó allí una ermita dedicada a Santa
María. Asentados allí los monjes de Ripoll desde finales del siglo IX, el Abad Oliva fue el
que en el siglo XI puso los cimientos de su monasterio, que llegaría a ser uno de los más
florecientes de Europa en la Edad Moderna.
Una cofradía de devotos de la Virgen fue creada en el siglo XII y aprobada por
decreto de Clemente III Scolari (1187-1191). Los milagros atribuidos a la Virgen de
Montserrat fueron cada vez más numerosos y los peregrinos que iban hacia Santiago de
Compostela los divulgaron. Así, por ejemplo, en Italia se han contado más de ciento
cincuenta iglesias o capillas dedicadas a la Virgen de Montserrat.
La imagen de la Virgen es de talla completa realizada en madera de álamo blanco,
estofada y policromada. Es románica del siglo XII, de la iconografía de la Majestad de
Santa María. Fue sobrevestida durante una gran etapa de su historia.
El veinticinco de julio de 1811 fue destruido el monasterio por las tropas francesas.
Suprimida la comunidad en 1835, fue restablecida por Real Decreto en 1844, que señaló la
vuelta de los monjes y de la imagen a un edificio en ruinas y que poco a poco ha sido
reconstruido, hasta afirmarse como el corazón del catalanismo cristiano.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
24
Epístola Decessorem nostrum (1-IV-1915): A. A. S. VII, 201.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Religiosos que lo han solicitado, habiéndose hecho casi memoria general. El propio
Cardenal Mercier escribió para ello a todos los obispos católicos.
Se celebraba el treinta y uno de mayo hasta 1954, en que pasó a la Octava de la
Inmaculada. En el Vaticano II se califica expresamente a María Mediadora25.
El Concilio Vaticano II ha escrito sobre esta condición de mediadora de la Santísima
Virgen: “María, asunta a los cielos, no ha dejado su misión salvadora, sino que con su
múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su
amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en
peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este
motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada,
Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera
que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador” (LG 62).
Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres. Pero Él, no por necesidad sino
por benevolencia, ha querido asociarse otros mediadores. Entre ellos, María. La mediación
de María fluye de un doble hecho: primero, su maternidad espiritual. Ésta exige no sólo la
transmisión de la vida sobrenatural, sino también su conservación. Y segundo: su
corredención maternal, que requiere la aplicación de la redención a cada uno de los
redimidos.
En 1971 la Sagrada Congregación para el Culto Divino aprobó la Misa de la B.V.M.
Madre de la Gracia y Mediadora, conjuntando el papel maternal de María con su
mediación, cuyos textos eucológicos se encuentran en el Misal de la Virgen con el número
30.
La titulada La Virgen María en Caná, la número 9, última del Tiempo de Navidad,
nos transmite la continuación de la labor mediadora de la Madre de Jesús en favor de la
Iglesia en el cielo, donde reina Asunta y Gloriosa, que inició en las bodas de Caná, y de Su
misión ejemplarizante y salvadora de conducir a Cristo en comunión con los fieles.
Aunque no está en el calendario universal, se celebra en múltiples diócesis, así en las
de Cuenca, Pamplona y Tudela como memoria libre, y congregaciones religiosas, entre las
que contamos a los Monfortianos y Reparadores, como memoria obligatoria, y Servitas,
como memoria libre.
En la Diócesis de Sevilla se celebra en esta jornada por aprobación de la Sagrada
Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino de cinco de agosto de 1980 (Prot. n.
CD 1320/80), a petición del 30 de mayo de dicho año del Cardenal Arzobispo José María
Bueno Monreal con el grado de memoria obligatoria.
La leyenda, tal está atestiguada por primera vez en unos documentos del siglo XIII
que se conservan en la Catedral de Zaragoza, se remonta a la época inmediatamente
posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles, fortalecidos con el Espíritu
25
Constitución dogmática Lumen Gentium, VIII, nº62.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
Santo, predicaban el Evangelio. Se dice que, por entonces (ca. 40), el Apóstol Santiago el
Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, predicaba en España.
Los documentos dicen textualmente que Santiago, “pasando por Asturias, llegó con
sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se
llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro.
Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos eligió como
acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del Reino de Dios, y por la
noche, recorría las riberas para tomar algún descanso”.
En la noche del dos de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos
junto al río Ebro cuando “oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y
vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol”. La
Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese
allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que
“permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre
portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren
mi patrocinio”.
Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del
prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, con el
concurso de los convertidos, la obra se puso en marcha con rapidez. Pero antes que
estuviese terminada la iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para
servicio de la misma, la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de
regresar a Judea. Esta fue así la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen, estando
Ésta aún viva.
Muchos historiadores e investigadores defienden esta tradición y aducen que hay una
serie de monumentos y testimonios que demuestran la existencia remota de una iglesia
dedicada a la Virgen de Zaragoza. El más antiguo de estos testimonios es el famoso
sarcófago de Santa Engracia, que se conserva en Zaragoza, datado en el siglo IV, cuando
la santa fue martirizada. Algunos interpretan en un bajorrelieve del sarcófago el descenso
de la Virgen de los cielos para aparecerse al Apóstol Santiago.
Así mismo, hacia el año 835, un monje de San Germán de París, llamado Almoino,
redactó unos escritos en los que habla de la Iglesia de la Virgen María de Zaragoza,
"donde había servido en el siglo III el gran mártir San Vicente", cuyos restos fueron
depositados por el obispo de Zaragoza en la iglesia de la Virgen María. También está
atestiguado que antes de la ocupación musulmana de Zaragoza (714) había allí un templo
dedicado a la Virgen.
Desde el siglo XV los textos litúrgicos celebran la dedicación de esta iglesia a la
Virgen. Pero la devoción del pueblo por la Virgen del Pilar se arraigó tanto entre los
españoles y desde épocas tan remotas, que la Santa Sede permitió el establecimiento del
Oficio del Pilar en el que se consigna la aparición de la Virgen del Pilar como "una
antigua y piadosa creencia".
En 1438 se escribió un Libro de milagros atribuidos a la Virgen del Pilar, que
contribuyó al fomento de la devoción hasta el punto de que el Rey Fernando el Católico
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
dijo: "creemos que ninguno de los católicos de occidente ignora que en la ciudad de
Zaragoza hay un templo de admirable devoción sagrada y antiquísima, dedicado a la
Santa y Purísima Virgen y Madre de Dios, Santa María del Pilar, que resplandece con
innumerables y continuos milagros".
Pero el más famoso de los milagros atribuidos a la Virgen el Pilar es el de Miguel
Pelicer, el Cojo de Calanda (1640). Se trata de un hombre a quien le amputaron una
pierna. Años más tarde, mientras soñaba que visitaba la basílica de la Virgen del Pilar, la
pierna volvió a su sitio. Era la misma pierna que había perdido. Miles de personas fueron
testigos y en la pared derecha de la basílica hay un cuadro recordando este milagro.
El Papa Clemente XII Corsini sancionó en el siglo XVIII la fecha del doce de octubre
para la festividad particular de la Virgen del Pilar. El diez de octubre de 1613, el Concejo
de Zaragoza había acordado guardar anualmente este día, con lo que la fiesta religiosa
había pasado a ser también festividad civil. En el siglo XIX fue extendida a todas las
Iglesias de España y el Venerable Pío XII Pacelli lo hizo a las naciones
hispanoamericanas.
La oración colecta de la fiesta de Nuestra Señora del Pilar es una obra maestra de
síntesis teológica y sencilla plegaria y resume su simbolismo: “Dios todopoderoso y
eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido un amparo celestial a cuantos
la invocan con la secular advocación del Pilar, concédenos, por su intercesión, fortaleza
en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Esta memoria, llamada también Fiesta de la Esperanza, es una fiesta memorial nacida
en España. Se estableció como fiesta principal de la Virgen de la liturgia hispánica, en
conmemoración de la Encarnación del Verbo, en el X Concilio de Toledo, presidido por
San Eugenio III Obispo de Toledo, celebrado el 656 durante el reinado de Recesvinto. Fue
confirmada, así mismo, por su sucesor, San Ildefonso de Toledo, pues el anterior prelado
murió al año siguiente de la promulgación, al que erróneamente se le atribuye el título que
hoy tiene, pero al que pertenecen casi todos los textos eucológicos de la fiesta.
Puesto que la observancia cuaresmal o la fiesta de Pascua imposibilitaban señalarla el
veinticinco de marzo, nueve meses antes de Navidad, se decidió instaurarla en el contexto
del Adviento, en la octava anterior a la celebración de nacimiento, fundamentándose en el
ejemplo de Iglesias lejanas, quizás a la copta y a la etiópica. Fue la única fiesta mariana de
la liturgia hispánica hasta que sobre el siglo IX se introdujo la de la Asunción.
Recibe también el nombre popular de Fiesta de la O porque desde su víspera hasta el
veintitrés se cantan solemnemente al Magníficat unas antífonas, que se hicieron muy
populares, y que empiezan siempre por la exclamación latina O (español, Oh), para
mostrar el perpetuo asombro del hombre por el nacimiento del Dios humanado.
En la Iglesia de Inglaterra se adelantó ya en el medievo esta práctica al día dieciséis,
señalando para el día veintitrés una octava antífona de tinte mariano: O Virgo virginum,
que dice así: “Oh, Virgen de Vírgenes, ¿cómo ha de ser esto? / Ya que nunca antes hubo
una como vos, ni la volverá a haber./ Hijas de Jerusalén, ¿por qué os maravilláis de mí? /
Lo que vosotros admiráis es un misterio Divino”. Ésta pasó a utilizarse en la fiesta de la
Expectación cuando se introdujo en el Rito Romano.
Cuando se impuso en la Península Ibérica el Rito Romano a partir del siglo XI, se
mantuvo como fiesta particular hispana, con el título con que actualmente la conocemos,
al tiempo que la festividad romana de la Anunciación del veinticinco de marzo pasó a ser
introducida en el Missale Gothicum.
En la reforma postridentina del Rito Romano esta fiesta fue aprobada por Gregorio
XIII Buoncompagni en 1573 con la categoría de doble mayor en el Propio de Toledo. Las
lecciones del breviario se tomaron del tratado De perpetua virginitate del citado San
Ildefonso de Toledo. Esta Iglesia consiguió incluso el privilegio, aprobado el veintinueve
de abril de 1634, de celebrarla incluso en concurrencia con el IV Domingo de Adviento.
De aquí se extendió a casi todas las diócesis hispánicas.
26
VILLEGAS, Alonso de, Flos Sanctorum nuevo, Venecia 1588, fol. 251v-252v.; RIBADENEIRA,
Pedro de, S.J., Flos Sanctorum… Primera Parte, Madrid 1616, pp. 875 ss.; QUINTANADUEÑAS,
Antonio de, S.J., Santos de la Ciudad de Toledo y su Arzobispado, Madrid 1651, pp. 523 s.; TAMAYO
SALAZAR, Juan, Anamnesis sive Conmemorationis Sanctorum Hispanorum, Lyon 1659, t. VI, p. 483
ss.; MIRAVEL Y CASADEVANTE, José de, El Gran Diccionario Histórico, Libreros Privilegiados,
París 1753, t. IV, p. 104; GARCÍA RODRÍGUEZ, Carmen, El culto de los santos en la España romana
y visigoda, CSIC, Madrid 1966, pp. 125 ss.; IBÁÑEZ, Javier, y MENDOZA, Fernando, María en la
Liturgia Hispana, EUNSA, Pamplona 1975.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
Del ámbito hispano pasó a otras Iglesias y congregaciones, a las que se les concedió: a
Venecia y Tolouse en 1695, a los cistercienses en 1702, a Toscana en 1713, incluso a los
Estados Pontificios en 1725 por Benedicto XIII Orsini.
Ya entre los Padres Griegos, San Epifanio exclama a María: “por Ti ha sido
entregada al mundo la paz celeste”27, y San Efrén la llama Paz del Mundo.
En nuestra patria, en 1632, Pedro Manrique, Arzobispo de Toledo, había instituido la
Fiesta de Nuestra Señora de la Paz, a la que se une la memoria de la descensión de Nuestra
Señora para imponer la casulla a San Ildefonso, en honor de una imagen que había sido
entronizada en una iglesia restituida al culto cristiano con la Reconquista en el 1085, lugar
donde se había celebrado el IX Concilio de Toledo y que se había consagrado el primer
año del reinado de Recaredo con el nombre de Sancta Maria in Cathedra.
El siete de septiembre de 1658 el Papa Alejandro VII Chigi, a ruegos de Luis XIV de
Francia, había así mismo concedido a su reino la Fiesta de la Virgen Reina de la Paz. Pero
quien dio un impulso decidido a esta advocación fue el Papa Benedicto XV Della Chiesa
con ocasión de la I Guerra Mundial: en 1915, en la felicitación de Navidad a los
Cardenales conmina a orar a María, Reina de la Paz, por el cese de las hostilidades, y él
mismo, el uno de mayo de 1917, añadió a las Letanías Lauretanas el título que las cierra,
Reina de la Paz28.
Su memoria litúrgica se celebra el veinte y cuatro de enero en algunos sitios, y en
otros el cuarto domingo de octubre. A este título se dedica el formulario número cuarenta
y cinco para el Tiempo Ordinario del Misal de la Virgen.
En palabras del Misal de la Virgen, “a causa de esa íntima y estrecha unión con Su
Hijo, ‘Príncipe de la Paz’ (Is.IX,6), la Santísima Virgen ha sido venerada cada día más
como Reina de la Paz: en algunos calendarios de Iglesias particulares y de Institutos
Religiosos se halla la memoria de la Santísima Virgen Reina de la Paz”29.
En sus textos, tomados a excepción del prefacio del Propio de las Diócesis de Savona
y Noli, “se conmemora la cooperación de la Virgen en la reconciliación o paz” entre
Dios y los hombres realizada por Cristo: en el misterio de la Encarnación [...], el el
misterio de la Pasión [...], en el misterio de Pentecostés [...]. Al celebrar la memoria de la
Virgen María, Reina de la Paz, la asamblea de fieles pide a Dios que, por su intercesión,
conceda a la Iglesia y a la familia humana: el Espíritu de caridad [...], los dones de la
unidad y de la paz [...], la tranquilidad en nuestro tiempo”30.
27
Hom.de laudibus B.V.M.: P. G. XLIII, 502.
28
A. A. S. IX, 265.
29
p. 202.
30
p. 202.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
31
BENÍTEZ SÁNCHEZ, Jesús Miguel, O.S.A., “Advocaciones marianas en la Orden de San Agustín”,
en: Advocaciones Marianas de Gloria, San Lorenzo del Escorial 2012, pp. 595-620.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Aunque ya venía de antiguo la recitación del himno Ave Regina caelorum, Mater
Regis angelorum también en honor de la Virgen de Gracia, se prescribió este uso en las
Constituciones de 1551 tras la misa solemne, lo que el Capítulo General acordó que nunca
debía ser suprimido en las iglesias de la Orden, y lo que se recordó en disposiciones
posteriores.
A partir del siglo XVI la devoción estaba consolidada en toda la Orden; se empezaron
incluso a edificar conventos con este título, sobre todo en Italia e Hispanoamérica, y
también se difundió la leyenda de que la Virgen de Gracia habría impedido que el Papa
quitara a la Orden el hábito blanco que se vestía entonces en su honor.
A partir del siglo XVII la advocación es considerada ya como propia de la Orden,
aunque quedó en parte oscurecida por la de Consolación y Correa y la del Beun Consejo.
Si bien el culto general, como vemos, es antiguo, la liturgia específica no fue
concedida hasta 1807. En esta fecha, el Papa Pío VII Chiaramonti, a instancias del Padre
José Bartolomé Menocchio (+1823), sacristán pontificio y confesor del papa, y del Vicario
General, concedió a la Orden de San Agustín facultad para incluir en su liturgia la
festividad en honor de la Virgen Nuestra Señora de Gracia, con Misa y Oficio propios, a
celebrar el uno de junio.
A partir de una reforma del calendario propio en 1965 se empezó a celebrar el
veinticinco de marzo, en clara alusión a la escena de la anunciación del ángel a María, pero
con ello se oscureció una significativa tradición agustiniana. A partir de la inclusión con el
número 30 en el Misal de la Bienaventurada Virgen María de 1987 de la misa Madre de
Gracia, Mediadora de Gracia, en el calendario de la Orden del 2002 se rescató esta
memoria y se le señaló el ocho de mayo.
El primero que llamó a la Virgen María con el título de Auxiliadora fue San Juan
Crisóstomo, en Constantinopla, en al año 345: "Tú, María, eres auxilio potentísimo de
Dios". San Sabas en el año 532 nos transmite que en Oriente había una imagen de la
Virgen que era llamada Auxiliadora de los Enfermos, porque junto a ella se obraban
muchas curaciones. San Juan Damasceno, en el año 749, fue el primero en propagar la
jaculatoria: "María Auxiliadora, ruega por nosotros". Y añade que la Virgen es
"auxiliadora para evitar males y peligros y auxiliadora para conseguir la salvación".
En Ucrania, Rusia, se celebra la fiesta de María Auxiliadora el uno de octubre desde
el año 1030, pues en ese año libró a la ciudad de la invasión de una terrible tribu de
bárbaros paganos. En 1558 ya figuraba en las letanías que se acostumbraban recitar en el
santuario de Loreto, Italia, la invocación: "Auxilio de los cristianos, ruega, por nosotros",
y en el año 1572, San Pío V ordenó oficialmente su adición en las letanías porque a su
intercesión milagrosa se atribuyó la victoria cristiana en la batalla de Lepanto del domingo
siete de octubre de 1571.
En el año 1600 los católicos del sur de Alemania hicieron una promesa a la Virgen de
honrarla con el título de Auxiliadora si los libraba de la invasión de los protestantes y
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
hacía que se terminara la terrible Guerra de los Treinta Años. La Madre de Dios les
concedió ambos favores y pronto había ya más de setenta capillas con el título de María
Auxiliadora de los cristianos. En 1683 los católicos al obtener la inmensa victoria en Viena
contra los enemigos de la religión, fundaron la Asociación de María Auxiliadora, la cual
existe hoy en más de sesenta países.
Pío VII Chiaramonti, fue el segundo papa que daría una gran importancia a esta
advocación mariana. En 1806 el Papa se negó a sumarse a la exigencia de Napoleón de
bloquear a Inglaterra, lo que condujo a una invasión francesa de los Estados Pontificios y
puso en prisión al anciano Papa de setenta y siete años de edad, primero en Savona, y
luego en Fontainebleau, en 1809.
En su cautiverio, situación ésta que le causó un gran sufrimiento y deterioró bastante
su salud, el Papa prometió a la Virgen que si recuperaba su libertad y volvía a Roma,
declararía ese día como solemne en honor de María Auxilio de los cristianos. Bien pronto
la suerte de Napoleón cambió y Pío VII recuperó su libertad. Llegó a Roma el veinticuatro
de mayo de 1814 y cumplió su promesa. De este acontecimiento, viene la tradición de la
conmemoración de María Auxiliadora cada veinticuatro de mayo.
En 1860 la Santísima Virgen se apareció a San Juan Bosco y le dijo que quería ser
honrada con el título de Auxiliadora, y le señaló el sitio para que le construyera en Turín
un templo. Tres años después, en 1863, Don Bosco comienza la construcción de la iglesia
en Turín. Todo su capital era de cuarenta céntimos, y esa fue la primera paga que hizo al
constructor.
Cinco años más tarde, el nueve de junio de 1868, tuvo lugar la consagración del
templo. Lo que sorprendió a Don Bosco primero y luego al mundo entero fue que María
Auxiliadora se había construido su propia casa, para irradiar desde allí su patrocinio. Don
Bosco llegó a decir: "No existe un ladrillo que no sea señal de alguna gracia". Desde
aquel Santuario comenzó a extenderse por el mundo la devoción a María bajo el título de
Auxiliadora de los Cristianos.
Hoy, salesianos y salesianas, fieles al espíritu de sus fundadores, y a través de las
diversas obras que llevan entre manos siguen proponiendo como ejemplo, amparo y
estímulo en la evangelización de los pueblos a María con el consolador título de
Auxiliadora, y celebran extraordinariamente como solemnidad su memoria litúrgica.
También es celebrada con el rango de solemnidad en Ciudadela, y como memoria
libre por las diócesis de Córdoba, Jerez, Menorca y Sevilla, y por los barnabitas, mientras
que los monfortianos como memoria obligatoria.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
32
ARDALES, Juan Bautista de, O.F.M.Cap., La Divina Pastora y el Beato Diego José de Cádiz,
Imprenta de la Divina Pastora, Sevilla 1949; HERMANOS MENORES CAPUCHINOS DE
ANDALUCÍA, Santa María Pastora nuestra. III Centenario de la Advocación Divina Pastora 1703-
2003, El Adalid Seráfico, Sevilla 2004.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
La actitud regia debió cambiar a raíz de su Memorial a Carlos IV de 1794, sobre los
medios espirituales necesarios en la guerra entablada contra la Francia revolucionaria en
1793, que resultó favorable a España.
Fue finalmente Pío VI Braschi el que por el rescripto del uno de agosto de 1795,
gracias al impulso del Beato Fray Diego José de Cádiz como vemos, el segundo gran
apóstol de la Pastora, concedió a los capuchinos de España una fiesta con Oficio y Misa
propios como Patrona de sus misiones para la Segunda Dominica de Pascua titulada
Bienaventurada Virgen María, Madre del Buen Pastor Jesucristo con rito doble mayor, a
los que se les dio rápidamente el regium exequátur.
Este Oficio fue ampliado, a instancias del P. Nicolás de Bustillo, entonces General de
la Orden, por rescripto de Pío VII Chiaramonti de once de enero de 1806 con las lecciones
del primero y tercer nocturno de maitines como también la misa, si no obra del Beato
Diego sí dependiente de su doctrina, todo revisado por el Prefecto de la Sagrada
Congregación de Ritos y por el Promotor de la Fe.
De los textos, sabemos que la oración colecta fue compuesta por el citado capuchino
Nicolás de Bustillo, y las lecciones son de San Bernardo, y no de San Ildefonso o de San
Antonino como en los textos del Beato Diego, y en 1817 se nos transmite una noticia de
que los Oficios del Beato Diego están pendientes de aprobación en Roma desde 1796;
quedan por lo tanto en el anonimato.
Por decreto de diez de enero de 1801 el mismo Pío VII citado concedió al episcopado
del Gran Ducado de Toscana para el primer domingo de mayo con el rito de doble mayor
que se pudiera rezar de la Bienaventurada Virgen María con el título de Madre del Pastor
Divino.
Esta devoción había arraigado la devoción gracias a uno de los oradores capuchinos
italianos más importantes de su época, el P. Claudio de la Pieve, que la había adquirido en
un viaje suyo a España.
La súplica al Papa había sido dirigida el uno de diciembre de 1800 por el Obispo de
Colle di Val di Elsa, provincia de Siena y diócesis sufragánea de Florencia, en
representación de los obispos del Estado de Toscana, en acción de gracias por haberse
librado del traumático azote napoleónico.
El Oficio y misa propios presentados por el episcopado toscano fueron revisados
también por el Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos y por el Promotor de la Fe, y
se extendieron a casi todos los sitios que celebraban la fiesta, incluidos los capuchinos, que
abandonaron los suyos.
El Beato Pío IX Mastai Ferretti concedió la fiesta a muchas diócesis y
congregaciones: a los alcantarinos de Nápoles por el Breve Omnibus de doce de junio de
1849, que fue extendida a petición de Fernando II Rey de las Dos Sicilias a todo su reino,
fijándola en veintiuno de mayo; a las religiosas del Buen Pastor y a las benedictinas de
Campo Marzio, en Roma, en 1859; al Obispado de Bagnoreggio, Italia, en 1860; a los de
Linares y Guadalajara, Méjico, en 1861.
Por decreto de ocho de enero de 1863 de la Sagrada Congregación de Ritos, con la
anuencia del citado Beato Pío IX, tras petición firmada por diez cardenales, seis patriarcas,
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
Éste señala para el sábado anterior al Domingo IV de Pascua para la Orden Capuchina la
Fiesta de la Divina Pastora, Madre del Buen Pastor.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
dijera a su madre y a su abuelo que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro deseaba ser
puesta en una iglesia.
La madre de la niña prometió obedecer a la Señora, pero una vecina ridiculizó todo lo
ocurrido e intentó convencer a su amiga de que se quedara con el icono, animándola a no
hacer caso de sueños y visiones. En cuanto terminó de decir esto, comenzó a sufrir dolores
tan terribles, que creyó que moriría allí mismo. Entonces invocó a Nuestra Señora
pidiendo perdón y ayuda. La vecina tocó la pintura con corazón contrito, y la Virgen
escuchó su oración, por lo que fue sanada instantáneamente. Ahora urgía a la viuda para
que obedeciera a Nuestra Señora de una vez por todas.
Con la intención de cumplir, ahora sí, con el mandato de Nuestra Señora, la viuda se
preguntaba en qué iglesia debería poner la pintura. Entonces volvió a aparecérsele la
Virgen a la niña y le dijo que quería que la pintura fuera colocada en la iglesia que queda
entre la Basílica de Santa María la Mayor y la de San Juan de Letrán. Esa iglesia era la de
San Mateo Apóstol.
Los frailes agustinos, encargados de dicho templo, después de investigar todos los
milagros y circunstancias relacionadas con la imagen, dispusieron que fuera llevada a la
iglesia en procesión solemne el veintisiete de marzo de 1499. Durante la procesión, un
hombre tocó la pintura y le fue devuelto el uso de un brazo que tenía paralizado.
Colocaron la pintura sobre el altar mayor de la iglesia, en donde permaneció casi
trescientos años. Amada y venerada por todos los fieles de Roma, sirvió como medio de
incontables milagros, curaciones y gracias.
En 1798, Napoleón y su ejército tomaron la ciudad de Roma. Exilió a Pío VII
Chiaramonti y fueron destruidas treinta iglesias, entre ellas la de San Mateo, que quedó
completamente arrasada. Junto con la iglesia, se perdieron muchas reliquias y estatuas
venerables. Uno de los agustinos, justo a tiempo, logró poner a salvo el icono.
Cuando el Papa regresó a Roma, le dio a los agustinos el monasterio de S. Eusebio y
después la casa y la Iglesia de Santa María in Posterula. Una pintura famosa de Nuestra
Señora de la Gracia estaba ya colocada en dicha iglesia por lo que la pintura milagrosa de
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue puesta en la capilla privada de los Padres
agustinos.
La imagen permaneció allí sesenta y cuatro años, casi olvidada, hasta que, a instancias
del Papa, el Superior General de los Redentoristas estableció su sede principal en Roma,
para lo que fueron construidas una casa y la Iglesia de San Alfonso. Uno de los Padres, el
historiador de la casa, realizó un estudio acerca del sector de Roma en que vivían. En sus
investigaciones, se encontró con múltiples referencias a la vieja Iglesia de San Mateo,
sobre cuyas ruinas se elevaba la de San Alfonso, y a la pintura milagrosa de Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro.
El Padre Michael Marchi, al hilo de ello, le comunicó que se acordaba de haber
servido muchas veces en la Misa de la capilla de los agustinos de Posterula cuando era
niño. Ahí, en la capilla, había visto la pintura milagrosa. Un viejo hermano lego que había
vivido en San Mateo, y a quien había visitado a menudo, le había contado muchas veces
relatos acerca de los milagros de Nuestra Señora y solía añadir: "Ten presente, Michael,
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
que Nuestra Señora de San Mateo es la de la capilla privada. No lo olvides". Así los
redentoristas supieron de la existencia de la pintura.
Ese mismo año, a través del sermón inspirado de un jesuita acerca de la antigua
pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, conocieron los redentoristas la historia
del icono y del deseo de la Virgen de que esta imagen suya fuera venerada entre la Iglesia
de Santa María la Mayor y la de San Juan de Letrán.
El jesuita lamentaba que el icono, que había sido tan famoso por milagros y
curaciones, hubiera desaparecido sin revelar ninguna señal sobrenatural durante los
últimos sesenta años. A él le pareció que se debía a que ya no estaba expuesto
públicamente para ser venerado por los fieles. Les imploró a sus oyentes que, si alguno
sabía dónde se hallaba la pintura, le informaran al dueño lo que deseaba la Virgen.
Los redentoristas desearon ver el milagroso cuadro nuevamente expuesto a la
veneración pública y que, de ser posible, sucediera en su propia Iglesia de San Alfonso.
Así que instaron a su Superior General, Nicolás Mauron, para que tratara de conseguir el
famoso cuadro para su Iglesia. Después de un tiempo de reflexión, decidió solicitarle la
pintura al Papa Beato Pío IX Mastai Ferretti.
Como era muy mariano y había orado de niño ante la imagen, dictaminó que el cuadro
milagroso de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera devuelto a la Iglesia entre Santa
María la Mayor y San Juan de Letrán. También encargó a los Redentoristas que hicieran
que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera conocida en todas partes. Así apareció y se
veneró, por fin, de nuevo, el cuadro de Nuestra Señora.
Ninguno de los agustinos de ese tiempo había conocido la Iglesia de San Mateo. Una
vez que supieron la historia, gustosos accedieron a la petición papal. Habían sido sus
custodios y ahora se la devolverían al mundo bajo la tutela de otros custodios.
A petición del Papa, los redentoristas obsequiaron a los agustinos con una buena
pintura para reemplazar a la milagrosa. La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro
fue llevada en procesión solemne a lo largo de las vistosas y alegres calles de Roma antes
de ser colocada sobre el altar, construido especialmente para su veneración en la Iglesia de
San Alfonso. Empezó a venerarse de una manera especial el dieciséis de junio.
El veintitrés de junio de 1867, la imagen fue coronada canónicamente por el Deán del
Capítulo Vaticano. El veintiuno de abril de 1866, el Superior General Redentorista había
ya dado uno de los primeros ejemplares de copia del icono al Beato Pío IX. Se fijó su
fiesta, como doble de segunda clase, el domingo antes de la fiesta de la Natividad de San
Juan Bautista, en conmemoración de su coronación canónica, y por un decreto de mayo de
1876, se aprobó su Oficio y misa para la Congregación del Santísimo Redentor. Este favor
más adelante se fue extendiendo, a la par que su Archicofradía, fundada en la Ciudad
Eterna ese mismo año de 1876.
En 1913 se señaló su fiesta el veintisiete de junio, la fecha más cercana a su
coronación libre en el calendario litúrgico, aunque en muchos lugares siguieron
conservando por privilegio la celebración dominical, hasta que éste cesó definitivamente
en 1973.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Hoy en día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se ha difundido por
todo el mundo. Se han construido iglesias y santuarios en su honor, y se han establecido
archicofradías. Su retrato es conocido y amado en todas partes.
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
Francisco quería mucho (probablemente fray Silvestre), antes de su conversión, soñó que
en torno a la ermita de la Porciúncula había una multitud de personas ciegas, de rodillas,
con el rostro y las manos levantadas al cielo y pidiendo a Dios, con lágrimas, luz y
misericordia. Y, de repente, un gran resplandor del cielo los envolvió y les devolvió la
vista.
La referencia explícita más antigua y autorizada sería una carta de San Buenaventura,
ministro general entre 1257 y 1273, hoy desaparecida, inventariada en 1375 en la
biblioteca papal de Aviñón bajo el título: “De indulgentia Beatae Mariae Portuensi (léase
Portiunculae) Assisii”. Pero los testimonios más importantes fueron los recogidos por fray
Ángel de Perugia, ministro de la provincia umbra de San Francisco (1276-7), que sirvieron
de base para el Diploma del obispo Teobaldo de Asís (1310), que es el relato más
completo y autorizado.
Entre los testigos estaba Pedro de Zalfano, presente el 2 de agosto de 1216 en la
Porciúncula, donde “oyó predicar a San Francisco en presencia de siete obispos, y
llevaba un papel en la mano, y dijo: Os quiero llevar a todos al paraíso, y os anuncio una
indulgencia que tengo de boca del sumo pontífice. Y todos los que vengan hoy, y los que
vendrán cada año, este mismo día, con corazón bueno y contrito, tendrán la indulgencia
de todos sus pecados. Yo la quería para ocho días, pero sólo pude conseguir uno”.
Aunque Pedro de Zalfano hace coincidir la proclamación con “la consagración”, según
una nota del Sacro Convento de Asís, de la primera mitad del siglo XIII, y el testimonio de
Giacomo Coppoli, que se lo oyó decir a fray León, lo que se celebraba ese día era el
primer aniversario de la consagración.
La concesión, por voluntad de San Francisco, nunca estuvo avalada por ninguna bula,
de ahí que, años más tarde, algunos dudaran de la misma, y fue por ese motivo por el que
frailes y fieles de Asís se vieron obligados a recoger testimonios jurados de los pocos
testigos directos e indirectos que aún vivían. Sin embargo, ningún papa se manifestó nunca
contrario, más bien la confirmaron y, poco a poco, la fueron haciendo extensiva a otras
muchas iglesias.
Además, la ignorancia sobre el tema unos siglos después llevó a creer que la
Indulgencia se podía obtener en la Porciúncula todos los días del año, y también esto fue
aceptado por diversos pontífices, no sólo para Santa María, sino también para la Basílica
de San Francisco. En cierto modo se han cumplido las palabras del Santo, cuando dijo: “Si
es obra de Dios, ya se encargará él de manifestarla”.
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
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LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
Anunciación
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
Asunción
LAS FIESTAS DE LA VIRGEN EN EL AÑO LITÚRGICO CATÓLICO
Inmaculada Concepción
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Purificación
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Virgen de Guadalupe
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Virgen de la O
REGINA MATER MISERICORDIAE
ESTUDIOS HISTÓRICOS, ARTÍSTICOS Y ANTROPOLÓGICOS DE ADVOCACIONES MARIANAS
JUAN ARANDA DONCEL
RAMÓN DE LA CAMPA CARMONA
COORDINADORES
CÓRDOBA, 2016
Portada: Símbolo mariano del frontal del altar mayor del antiguo templo de los
agustinos recoletos de Luque (Córdoba). (Foto Sánchez Moreno)
ISBN: 978-84-946378-0-3
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ÍNDICE
PROEMIO .......................................................................................................................................... 11