Está en la página 1de 7

De Woodstock a Netflix: los hijos del deseo tienen miedo

de crecer, por Jure Georges Vujic


elinactual.com/p/blog-page_185.html

Cabe preguntarse legítimamente por qué deberíamos conmemorar el 50


aniversario de Woodstock, si no es para unirnos a esta histeria conmemorativa de
nuestro tiempo, en la que se conmemora todo y cualquier cosa.

El momento conmemorativo, la era de la conmemoración evocada por Pierre Nora,


encaja perfectamente en las necesidades del mercado de la memoria, que a veces es un
mercado de joyas preciosas, creando y cultivando acontecimientos demasiado
significativos a través de una mezcla de ritual y de fiesta. En efecto, estamos asistiendo a
una privatización de lo memorial, lo que lleva no sólo a la desintegración de un marco
unitario de pertenencia histórica y cultural, sino también a una cacofonía
conmemorativa, donde "el superego conmemorativo, el canon, han desaparecido". En
cuanto al 50 aniversario de Woodstock dedicado a la Era de Acuario, ¿se trata de
recuperar una memoria generacional, una identidad generacional social y cultural, o
incluso musical? ¿O simplemente de obtener beneficios en el mercado de la industria
musical, en el registro retro de las grandes antologías del pop-rock?

Sin embargo, en este recuerdo borroso, cabe recordar que el mayor concierto de rock de
la historia, que se iba a celebrar en Woodstock, un hito de la contracultura
estadounidense, se celebró finalmente en la pequeña ciudad de Bethel, a 100 km de
Woodstock. Este megaconcierto, con la aparición de una gran masa de hippies, que
contará con los grandes nombres del rock americano, reunirá, de unos 100.000
1/7
espectadores esperados, a más de 500.000 espectadores, lo que provocará algunos
atascos de tráfico.

Con el espectáculo actual de Rave Evenings, techno y trans party de la música de la new
age de las tribus urbanas contemporáneas, que reúne a miles de fiesteros, estamos lejos
de la época de los activistas del "amor y paz", de los coloridos encuentros hippies,
aunque persistan las similitudes en cuanto a la hipnosis colectiva y la histeria festiva. A
pesar de una dimensión mitológica relacionada con el evento que se mantiene
deliberadamente por razones de marketing, sigue apareciendo una historia paralela,
indeseable y subterránea, de este megaevento. De hecho, el uso de diferentes drogas,
incluyendo el LSD, estaba absolutamente fuera de control.

Después de Woodstock, que terminó con tres muertes y dejó un sabor amargo de
desorganización, otro intento de “bis repetita” del concierto de mega rock terminará
trágicamente. El concierto gratuito de los Rolling Stones en Altamont en diciembre de
1969, reunirá a 300.000 personas al este de San Francisco. Tan mal organizado como
estaba Woodstock, el concierto terminó trágicamente con la muerte de Meredith Hunter,
de 18 años, apuñalada hasta la muerte por el agresivo servicio de seguridad de los Hells
Angels. Más tarde, la imagen de marca de las comunidades hippies se vio empañada por
los estragos de las drogas duras y la oscura secta de Charles Manson, reconocido autor
de asesinatos en el área de Los Ángeles.

Anatomía de la generación “Netflix and chill”

Después de las generaciones hippies "babyboomer", surgirán los yuppies de los años
ochenta, los bobos (burgueses-bohemios), la generación millenials (generación X o Y), que
incluye a los individuos nacidos entre 1980 y 1995, y que son considerados por los
historiadores americanos como una generación caracterizada por el "espíritu racional, la
actitud positiva, el espíritu de equipo y el sacrificio". Por supuesto, el modelo de
explicación generacional es a menudo limitado y reduccionista porque está sujeto a la
teoría del ciclo generacional, según la cual la sociedad se divide en varias fases
periódicas de 16 a 20 años, lo que explica por qué dicho modelo se aplica con mayor
frecuencia en las estrategias de marketing. Sin embargo, lo que es obvio es que esta
nueva generación se ha convertido en el objetivo comercial privilegiado de las nuevas
tecnologías de la información, especialmente para las generaciones de tecnófilos que
están interesados en las innovaciones de la tecnología de la información.

En efecto, esta generación constituye el mayor ejército de consumidores de


gadgets/smartphone, acepta de buen grado los hábitos conformistas de consumo
ostentoso de marcas, así como los valores sociales de la nueva economía compartida
como Uber o Airbnb.

Algunos analistas los llaman la generación "Netflix & Chill", porque les gusta "relajarse"
(chiller) y pasar más tiempo libre en casa viendo programas internacionales de

2/7
entretenimiento, series y películas. Esta generación favorece los métodos de
comunicación virtual, a través de SMS, WhatsApp, Messenger, Twitter, Instagram,
Snapchat.... que constituyen otros tantos lugares virtuales de socialización, en
detrimento de los cafés y clubes donde se reunían las generaciones pasadas.

Según la socióloga Elizabeth Nolan Brown, los "jóvenes profesionales de la ciudad",


"yuccies" (Young Urban Professional), los nuevos free lancers capitalistas combinan los
ideales de la contracultura y el espíritu emprendedor de Sillicon Valley. Algunos ya
hablan de la emergencia de un nuevo "capitalismo independiente" que combina
microartesanado y microempresas, ediciones limitadas, nuevos modos de consumo y
producción, humanismo y ecología con el capitalismo en red. Esta nueva generación
encaja perfectamente en la lógica posmoderna y comercial del vintage, la ironía y el
pastiche, pero también en el mercado y en los beneficios obtenidos en un contexto de
contracultura y subversiones creativas. Estos se integran de maravilla en una nueva
estrategia de marketing en red ‒por medio de diversas redes sociales, sitios web, blogs,
clubs, como una experiencia de marketing de masas. Así, la cultura "Netflix and chill" es un
elemento esencial de lo que Pierre Bourdieu llama el "capital cultural" de la dominación
social y la "cultura corporativa", a la que Thomas Franck inscribe una nueva categoría de
consumismo de moda (cultura corporativa, contracultura).

La generación millenial, aunque se declare apolítica, no puede escapar de la herencia de


la izquierda liberal-libertaria de 1968, sin embargo, retocada con un enfoque pragmático
y de moda del capitalismo de mercado. A pesar de sus esfuerzos por ser
"verdaderamente creativos" y conscientes del medio ambiente, se han convertido en un
producto cultural, un OMG, un mutante generacional, en algún punto entre la
contracultura posterior a 68 y el pragmatismo posmoderno del mercado. Lejos de los
goldenboys de las décadas de 1980 y 1990, inventaron un modelo híbrido de
emprendimiento creativo, promoviendo una especie de capitalismo humano mediante la
promoción de una microeconomía basada en la individualización y la personalización de
los deseos. Gilles Lipovetsky, en Le bonheur paradoxal, evoca en este sentido la
interacción de la personalización del consumo y los deseos inducidos por la
hiperindividualización de la oferta. Por ejemplo, proyectos de camiones comerciales
alternativos, los bares de cereales Cereal Killer Cafe de los hermanos Keery en Londres o
las ropas Picture Organic Clothing con materiales reciclados.

A diferencia de las generaciones de los años 60 y 70, que se oponían a la sociedad


basada en la división capitalista del trabajo y la sociedad de consumo, la generación
millenials cultiva un cierto egoísmo pragmático hacia el mundo profesional y el valor de la
propiedad, bien ilustrado por la siguiente regla: "individualista, interconectado,
impaciente e inventivo".

A diferencia de la generación hippie, que vivía voluntariamente al margen de la sociedad


y cultivaba estilos de vida comunitarios, los millenials ya no están imbuidos de utopías
sociales ni de ideales políticos revolucionarios. En efecto, mientras que los hippies

3/7
defendían el retorno a la naturaleza y a la vida comunitaria inspirados en el naturalismo
de H.G. Thoreau, la nueva generación, que consume voluntariamente "good food",
sensible a la conservación del medio ambiente y de la naturaleza, es una de las
principales consumidoras de la ecoindustria verde y de la ideología del desarrollo
sostenible.

La precariedad social y el progresivo empobrecimiento de los jóvenes en Europa y


América del Norte han influido y moldeado fuertemente a una generación que no busca
cambiar radicalmente el mundo, sino que está más tentada a encontrar nuevas
alternativas y oportunidades profesionales de manera pragmática dentro del sistema
dominante. Jean-Laurent Cassely, que estudia los fenómenos generacionales, señala que
los modelos mentales están cambiando y que la rebelión actual ya no tiene un aspecto
radical, sino que adquiere una dimensión empresarial. Por ejemplo, el viejo eslogan
situacionista, "vivir sin tiempos muertos y disfrutar sin obstáculos", no es válido hoy en
día para la generación moderna que persigue ambiciones profesionales y empresariales.

Se trata de una "sobreadaptación" de las generaciones más jóvenes, que a menudo


cambian de empleo y de sector como consecuencia de "perturbaciones" sociales y
económicas, buscando conciliar el mundo de los negocios y del consumo con sus propios
valores personales. Dada la inestabilidad del mundo del trabajo y la precariedad, las
nuevas generaciones ya no creen en planes de carrera seguros y a largo plazo, y
experimentan la vida más bien en forma de proyectos diversos, lo que plantea la
cuestión de su patrimonio cultural y de su capacidad para transmitir su capital social a
las nuevas generaciones, ya que la sociedad en su conjunto ya no se basa en las
posibilidades de proyección y de previsión a largo plazo.

Por supuesto, hoy en día, los criterios para el éxito social difieren de los de los años
sesenta y ochenta. Se da prioridad a la consecución de la autonomía personal, una
profesión local y respetuosa con el medio ambiente, despreciando la era postindustrial
de las jerarquías tradicionales en el mundo del trabajo.

Las generaciones de Woodstock y del 68 buscaron cambiar el mundo a través de la


utopía y la revolución social, mientras que las nuevas generaciones buscan explorar y
establecer nuevos equilibrios sociales, manteniendo al mismo tiempo una postura
pragmática y políticamente correcta. La pregunta que hay para el futuro es si la
generación actual será capaz de hacer frente a los numerosos desafíos sociales, políticos,
identitarios y medioambientales del mundo actual. Por otro lado, en un mundo donde la
brecha entre la oligarquía globalista y la gente cada vez más pobre se está ampliando, se
necesitará mucho más que un twitt subversivo para revertir la apatía generacional como
modo pasivo de reproducción del orden dominante capitalista neoliberal.

El mercado del deseo y el capitalismo adictivo

El proyecto contracultural defendido por los teóricos de la protesta, como Theodore

4/7
Rosack y Herbert Marcuse, queridos por las generaciones hippie y de la Nueva Izquierda
de 1968, terminó en fracaso, en la medida en que el discurso de protesta de la
emancipación y la autonomía total fue recuperado muy rápidamente por el sistema
dominante, y paradójicamente se convirtió en una matriz esencial de la industria cultural,
que fue duramente criticada por Theodor W. Adorno y Max Horkheimer. Sin embargo,
cabe señalar que este proyecto contracultural de la nueva sociedad emancipadora es, en
realidad, el producto de un largo proceso de deconstrucción ontológica y filosófica
resultante de la Ilustración, la modernidad y la posmodernidad contemporánea, que de
hecho constituyen las principales palancas de la revolución antropológica y cultural
desde el siglo XVIII hasta nuestros días....

El resultado final de tal proceso de deconstrucción será el advenimiento del reino del
"Gran yo" autoinstituido y narcisista de la posmodernidad, evocado por Christopher
Lasch en La cultura del narcisismo, con la dominación del individualismo, la
hipersubjetivización y la atomización social.

El sociólogo Michel Maffesoli evocará la emergencia de generaciones de niños "eternos"


‒una figura de "puer eternus"‒ como figura emblemática de la posmodernidad que ha
sustituido al "hombre maduro", un productor serio y racional. Una especie de "homo
novus" posmoderno que no quiere madurar, adepto de la nueva ideología de la
"juventud" que impone permanecer joven para siempre, vestirse joven, pensar joven, no
referirse al pasado sino disfrutar del momento presente. El culto hippie un tanto "grunge"
de la figura rousseauniana del "buen salvaje" rebelde, se ha trasladado ahora al culto
juvenil hipster del "joven hipermoderno e hipermóvil en el patinete eléctrico de la nueva
generación de “Netflix y Chill”.

Sin embargo, no hay que olvidar que la nueva generación millenials, nacida en los años
ochenta, ha heredado la pesada carga de la incoherencia y el infantilismo de quienes
reclamaban la emancipación de todas las formas de autoridad y tradición. La mayoría de
los emuladores de la generación hippie y la de 1968, se han integrado perfectamente en
el sistema capitalista neoliberal, y se han convertido en los guardianes del pensamiento
único, y los que ayer militaron por la victoria del internacionalismo proletario ahora
defienden las virtudes de la globalización neoliberal y la abolición de las fronteras.

De hecho, según Charles Shaar Murray, “el camino de los hippies a los yuppies no es tan
tortuoso como muchos quieren creer. Gran parte de la vieja retórica hippie podría
perfectamente ser asumida por la derecha seudolibertaria, que es lo que ha ocurrido. El
rechazo del Estado, la libertad de cada uno para hacer lo que quiera, se traduce muy
fácilmente en un yuppismo de "laissez-faire". Eso es lo que esta era nos ha dejado.
"Obviamente, muchos hippies se convirtieron en yuppies perfectos en la década de 1980
y líderes empresariales, editores de los principales periódicos, como el gran líder Jerry
Rubin, ex-hippie, que se convirtió en un activista reaganiano y convenció a los
republicanos neoliberales.

5/7
En Francia, Michel Clouscard fue el principal pensador de esta dinámica de
transformación del "capitalismo de seducción", viendo en el movimiento hippie una
simple crisis interna de la dinámica del capitalismo americano, que se ha apropiado y
reorientado de las consignas de la izquierda liberal (individualismo, hedonismo,
nomadismo, cosmopolitismo) poniéndolas al servicio de la lógica del "mercado del
deseo", el nuevo capitalismo "liberal-libertario".

Este "mercado del deseo" reposa en un modelo de consumo libidinal y lúdico,


acompañado de un discurso emancipador. Lo que hay que recordar es que después de
la Segunda Guerra Mundial, la nueva dinámica del capitalismo en busca de nuevos
mercados, con el plan de Marshall en la Europa de la posguerra, pretendía crear un
"modelo permisivo para el consumidor" y seguir siendo "represivo para el productor".
Entonces, bajo los auspicios de la industria de la música pop-rock, surgió un nuevo
"mercado del deseo", con la contracultura hippie, en un contexto de psicodelismo,
revuelta social pacífica y desobediencia civil. La promoción del hedonismo sin límites y la
experimentación individual, la pretendida liberación sexual y el consumo masivo de
drogas, unidos a un discurso de emancipación, constituirán las nuevas palancas de la
alienación consumista social.

Tal proceso de dependencia continúa hoy en día a través del modelo de "capitalismo
adictivo" analizado por Patrick Pharo, que estudia el fenómeno de la idolatría de la
tecnología, las pantallas, la dependencia de Facebook, pero también la búsqueda
excesiva de la optimización y el beneficio, que forman parte de "un proceso de
dependencia basado en deseos y hábitos generados artificialmente y enraizados en el
mecanismo del deseo". Un proceso similar de apropiación de los deseos está presente
en la relación salarial contemporánea, percibida como una relación de "conatus"
(concepto spinoziano que se refiere a la idea de un poder de acción encarnado en los
deseos) del trabajador al servicio de la del jefe, tesis adelantada por Frederic Lordon, en
El capitalismo, deseo y servidumbre. Marx y Spinoza.

El panóptico de la exposición permanente

Recordamos a Foucault, para quien la normalidad en las sociedades modernas era el


principal instrumento de represión, mientras que, con la nueva generación, el deseo sin
límites exaltado y santificado por el mercado, se ha convertido en la principal
herramienta de formación de una generación que no puede permitirse el lujo de no
tener un deseo, de acuerdo con la oferta del mercado lúdico y el hiperfestivo, o peor,
presentar un imperativo de deber. A diferencia del Panóptico de Bentham, que
correspondía a una tecnología política de carácter disciplinario, la nueva generación es, a
la vez, víctima y fuerza activa de la nueva sociedad de la exposición, como señala Bernard
E. Harcourt. "Es el tema elegido por las partes interesadas en la era digital, donde hay
poca necesidad de disciplinar a los individuos. Estos últimos exponen voluntariamente
sus identidades sin tener que integrar la visibilidad de un poder que los controle. Ni
vigilancia, ni espectáculo, por lo tanto, sino exhibición, la exposición consciente y

6/7
voluntaria de todos a través de interfaces digitales en Internet y redes sociales. Se
trataría ahora de una especie de "voyeur oligárquico que se aprovecha de nuestro
exhibicionismo".

En el caso del Gran Hermano, se trataba en la novela de Orwell de una distopía


totalitaria en la que se neutralizaban los deseos, la sexualidad, los sentimientos
altruistas y las libertades. En nuestra era digital, por el contrario, los individuos se ven
impulsados a convertirse en "máquinas digitales deseosas" (Sloterdijk habla de "seres
antropoeléctricos") mostrando y compartiendo sus preferencias personales (pensemos
en los "likes" de Facebook, la inflación de comentarios y fotos publicados en línea). Ya no
se trata de reprimir los deseos y las pasiones, sino de desbridarlos y mostrarlos
libremente y con nuestro consentimiento. Es una perfecta "puerta cerrada" de la
exposición en tiempo real, un panóptico de la exposición permanente.

Con las décadas de 1960 y 1968, el sistema dominante buscó infiltrarse, recuperar y
neutralizar las estructuras de la contracultura juvenil, dirigiendo las aspiraciones
radicales hacia una tendencia al hedonismo disolvente y a un nihilismo autodestructivo.
Hoy, frente a la crisis generacional, que es a la vez crisis de transmisión y de solidaridad
generacional, con la nueva generación millenial que se ha convertido en un eslabón
complaciente de la autorregulación del sistema, se plantea la cuestión de la propia
existencia y pertinencia de un deseo generacional subversivo y de la capacidad reactiva
de resistencia antisistémica, que parece haber desaparecido o haber sido consumida por
la deconstrucción de las grandes historias de la modernidad.

A modo de conclusión, lamentablemente, las dos generaciones, la de Woodstock y la de


los millenials, son en última instancia el producto de una concepción antropocéntrica del
mundo y de un solipsismo [doctrina que defiende que el sujeto pensante no puede
afirmar ninguna existencia salvo la suya propia] social reductor que hace de la "felicidad
y el placer personal" la meta última de la existencia, que se adapta perfectamente al
mercado capitalista del deseo. Esta filiación eudemónica [doctrina moral que justifica
todo aquello que sirve para alcanzar la felicidad] plantea la cuestión de la existencia de
un deseo generacional colectivo y de un poder subversivo que trascienda este
individualismo eudemónico, en un esfuerzo también, esta vez, por deconstruir y
reconstruir un mundo que ha sido entregado durante decenios a la devastación
ontológica, espiritual, cultural, social y ambiental. Tendremos que volver a leer a Albert
Camus: “Cada generación, sin duda, cree que está condenada a cambiar el mundo. La
mía sabe que no lo hará. Pero su tarea puede ser mayor. Se trata de evitar que el mundo
se derrumbe”. ■ Traducción: Juan Luis Manteiga. Fuente: Polémia

7/7

También podría gustarte