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Pouliquen
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Si bien las desigualdades salariales y las violencias sexuales son las más frecuentes y
deben ser denunciadas con fuerza, hay que constatar, sin embargo, una deriva
ideológica de esta visión de la mujer que podría conducirnos a un proceso de
“desalumbramiento” de la humanidad y a la desaparición de la mujer. En efecto, aun
reconociendo la necesidad y la legitimidad de la apuesta por la igualdad entre hombres y
mujeres, resulta obvio que el feminismo de los años 60 nos ha llevado demasiado lejos:
dando un papel central a la sexualidad, señalándola como la fuente principal de la
opresión femenina, la teoría de liberación de la mujer, plena de relativismo, de
liberalismo y de existencialismo, ha incitado a las mujeres a liberarse de la ley, de las
normas morales, de la cultura y de la diferencia sexual, Impregnadas de relativismo y de
individualismo, exigen independencia y libertad sexual. La mujer deviene, entonces, en
competidora respecto al hombre: esto marca el fin del reconocimiento de la
complementariedad y de la alteridad.
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La profunda transformación de las mujeres de nuestro siglo es, de hecho, fruto de tres
agendas políticas imbricadas unas con otras, que podría conducir a la creación de una
“mujer 2.0”, un individuo de género neutro, “mejorado” y sin filiación.
La agenda política del feminismo radical de los años 60, el de “mi cuerpo me pertenece”,
se apoya en la manipulación tecnológica de la fecundidad de las mujeres por la
contraconcepción, el aborto, la procreación asistida médicamente, la gestación
subrogada, el útero artificial. Las principales consecuencias de esta agenda política son,
entre otras, una competencia intensificada entre hombres y mujeres en el plano
económico, comportamental y fisiológico, un aumento de la violencia de las mujeres y,
paradójicamente, la creación de un mercado de subproductos procreativos del cuerpo
femenino.
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