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Dadme la lira, y vamos : la de hierro, Vosotros, los que amais los imposibles,
La más pesada y negra; Los que vivís la vida de la idea;
Esa, la de apoyarse en las rodillas, Los que sabéis de ignotas muchedumbres,
Y sostenerse con la mano trémula, Que los espacios infinitos pueblan,
Mientras la azota el viento temeroso Y de esos seres que entran en las almas
Que silba en las tormentas, Y mensajes oscuros les revelan,
Y, al golpe del granizo restallando, Desabrochan las flores en el campo
Sus acordes difunde en las tinieblas. Y encienden en el cielo las estrellas;
La de cantar sentado entre las ruinas Los que escucháis quejidos y palabras
Como el ave agorera; En el triste rumor de la hoja seca,
La que, arrojada al fondo del abismo, Y algo más que la idea del invierno
Del fondo del abismo nos contesta. Próximo y frío á vuestra mente llega,
I Es la raza charrúa
De la que el nombre apenas
El Uruguay y el Plata Han guardado las ondas y los bosques
Vivían su salvaje primavera; Para entregarlo virgen al poema;
La sonrisa de Dios de que nacieron
Aun palpita en las aguas y en las selvas Nombre que aun reproduce
La tempestad lejana, que se acerca
Aun viste al espinillo Formando los fanales del relámpago
Su amarillo tipoy; aun en la yerba Con las pesadas nubes cenicientas.
Engendra los vapores temblorosos
Y á la calandria en el ombú despierta; Es la raza indomable
Que alentó en esa tierra
Aun dibuja misterios Patria de los amores y las glorias,
En el mburucuyá de las riberas, Que al Uruguay y al Plata se recuesta;
Anuncia el día, y por la tarde enciende
Su último beso en la primera estrella; La patria, cuyo nombre
Es canción en el arpa del poeta,
Aun alienta en el viento Grito en el corazón, luz en la aurora,
Que cimbra blandamente las palmeras, Fuego en la mente, y en el cielo estrella.
Que remece los juncos de la orilla
Y las hebras del sauce balancea; III
Hay lumbre en esos ojos siempre huraños, Aun en sus fuertes dedos
Que sólo pudo allí encender la idea; Es la maza de piedra
Mas la lumbre se extingue, y una raza El brazo de la muerte que en las tribus
Falta de luz, se extinguirá con ella. Derrama el frío que en los huesos queda.
El Uruguay en vano
Sale á su encuentro y ladra bajo de ella; Y los guerreros blancos,
En vano, con sus olas encrespadas, Huyen despavoridos por las breñas,
Sus costados airado abofetea; Dejando sangre en la salvaje playa
Y una mujer en la sangrienta arena.
La nave avanza altiva;
Lanza un grito del cielo que retiembla; Parece flor de sangre,
Llega á la costa y, agarrando al río Sonrisa de un dolor; es la primera
Por la erizada crin, en él se sienta. Gota de llanto que, entre sangre tanta,
Derramó España en nuestra virgen tierra.
VI
Pálida como el lirio,
A Caracé el cacique Sola con vida entre los muertos queda.
Han rodeado las tribus mas guerreras, Caracéj, que á su lado se detiene,
Y entre el espeso matorral del río, Con avidez salvaje la contempla,
Como banda escondida de luciérnagas,
Mientras los rudos golpes
Los ojos de los indios De las hachas de piedra
Fosforecen, al ver sobre la arena Del postrado español en la armadura
Cómo descienden de la extraña nave Y en los cráneos inmóviles resuenan.
Los hombres blancos de la raza nueva;
VIII
Y cómo, dando al viento
« De los guerreros muertos
Vuestra será la hermosa cabellera; Que acaso os dijo vuestra madre muerta,
Su blanca piel ajuste vuestros arcos,
Y sus dientes adornen vuestras tiendas; Llegaos en silencio
Al tálamo sangriento de la selva...
Y sus extrañas armas, Es ya de noche, los rumores lloran...
Que brillan como el astro, serán vuestras ¡No despertéis á la española enferma!
Y los tipoys que sus espaldas cubren
Como las rojas flores á la ceiba.
CANTO SEGUNDO
Caracé sólo quiere
En su toldo á la blanca prisionera, I
Que de su techo encenderá los fuegos,
Los fuegos del amor y de la guerra. » ¡ Cayó la flor al río!
Los temblorosos círculos concéntricos
Tál el cacique hablaba Balancearon los verdes camalotes
En sus brazos llevando á Magdalena Y en el silencio del juncal murieron.
Al bosque solitario de los talas
En que el indio formó su madriguera. Las aguas se han cerrado,
Las algas despertaron de su sueño,
IX Y á la flor abrazaron que moría
Falta de luz en el profundo légamo...
Hermanos del dolor, bardos amigos,
Trovadores galanos de mi tierra,
Las grietas del sepulcro
Que me seguís en la jornada oscura
Han engendrado un lirio amarillento;
Al través del misterio de la selva :
Tiene el perfume de la flor caída,
Ensayad en el alma
Su misma palidez... ¡ La flor ha muerto!
El acorde otoñal : la noche llega.
Así el himno sonaba
De los lejanos ecos;
Así cantaba el urutí en las ceibas,
Y se quejaba en el sauzal el viento.
El acorde que suena cuando el ave
Vuelve en silencio al nido que la espera;
Y hasta el lirio más pálido del campo
Para dormir en paz su broche cierra, *
Y su perfume virgen
Con el amor de otros perfumes sueña..
Sonrisa del dolor, hijo del alma, La tarde, al descender sobre su alma,
¡Alma de mis recuerdos! Desciende como el beso
Lo llamaba gimiendo la cautiva De la hermana mayor sobre la frente,
Al estrecharlo en el materno pecho. Del hermanito huérfano;
V
Los escuchan las dulces alboradas,
Los balbucIAn los ecos ¿Adónde va la madre silenciosa?
Y, en las tardes que salen de los bosques, Camina a paso lento
Anda con ellos sollozando el viento. Con el niño en los brazos. Llega al río.
¡Es la hermosa mujer del Evangelio!
¿Oyes? Están muy lejos.
¡E invoca a Dios en su misterio augusto! Beben sangre de palmas y algarrobos,
Se conmueve el desierto. Y después dormirán; no tengas miedo.
Y el indio niño siente en su cabeza
De su bautismo el fecundante riego.
Madre: ¡no llores más! Siempre en tus ojos Las algas la estrecharon
Gotas de llanto veo En sus brazos de hielo...
Que humedecen tu voz y tus miradas, Ha brotado en las grietas del sepulcro
Tus cantos y tus besos; Un lirio amarillento.
XI
Pugnaba por mirar al indio niño
Una vez más al menos; ¿Sentís la risa? Caracé el cacique
Pero el niño para ella, poco á poco, Ha vuelto ebrio, muy ebrio.
En un nimbo sutil se iba perdiendo. Su esclava estaba pálida, muy pálida...
Hijo y madre ya duermen los dos sueños.
Libro segundo Vosotros, los que améis los imposibles,
Los que vivís la vida de la idea,
CANTO PRIMERO Los que sabéis de ignotas muchedumbres
Que los espacios infinitos pueblan;
I
Los que escucháis quejidos y palabras
¿Quién ata las pasadas sensaciones Donde el silencio reina
En haces de quimeras Y algo más que la idea del invierno
Que, al roce de un recuerdo no buscado Os sugiere el rodar de la hoja seca.
Juntas en el cerebro se despiertan,
Y nadando en un medio indefinible Escuchad el acorde arrebatado
Con nuestras almas piensan? Al rumor misterioso de la selva,
La voz de aquella noche sin aurora
Las notas ignoradas que en la noche Que difunde, su sombra en mi leyenda.
Hasta nosotros llegan
¿Por quién son recogidas, ajustadas II
A un ritmo misterioso, a una cadencia,
Para formar ese himno prolongado La corriente del tiempo,
Con que las sombras ruega: En brazos del pasado,
Como el cadáver de otros tantos hijos,
Esa flotante ebullición sonora Ha dejado los años tras los años.
Que en el aire semeja
De mil voces distintas y lejanas Al tramontar las lomas
Los ayes, las palabras o las quejas Del Uruguay, el astro
Que a extinguirse temblando a nuestro Deja envuelto en la sombra de las islas
lado A un villorrio español, que fue fundado
Como heridas se acercan?
En la desierta margen donde el río
¿Quién llora con la luna en los sepulcros, San Salvador, hermoso tributario
Y ríe en las estrellas. Del Uruguay, derrama en éste
Y respira en las auras otoñales, Su caudal, entre sauces y guayabos.
Y anima la hoja seca,
Y es perfume en la flor. gota en la lluvia El pueblo aquel, sentado en el desierto
Y en la pupila idea? Como un aventurero temerario,
¿Es algo más que una visión de gloria?
Acaso en los espacios infinitos ¿Brotó del suelo o descendió de lo alto?
Que el hombre no penetra,
La vida y la armonía se difunden Sus cimientos han sido varias veces
En cuyas formas entran, Con sangre de dos razas amasados;
Como elemento indispensable y justo, Sus techos convertidos en hogueras,
Los ignorados llantos de la tierra. Varias veces al campo iluminaron;
Los ayes de las razas extinguidas, Y ya, más de una vez en la colina
Su soledad eterna, Quedaron sus escombros solitarios,
Los destinos oscuros e imposibles, Como los negros miembros de un gigante
Las lágrimas secretas. Por la zarpa del tigre hecho pedazos.
Los latidos que el mundo no comprende
Y en la eterna armonía se condensan. Desde el fondo del bosque, los charrúas
Observan los bastiones castellanos, Que enciende sobre el haz de los pantanos.
Las rudas estancadas
De troncos de algarrobos y quebrachos Allí donde tan sólo se ve un grupo
De chircas o de cardos,
Antemural sin fosos ni poternas, Hay rostros, escondidos en la sombra,
Remedo de baluarte que, hacia el campo Siempre despiertos, sangre olfateando.
Defiende el caserío
Cuyos techos se asoman al barranco. Allá en el matorral algo se mueve...
¿Quién trepa en el barranco?
¿Sentís un grito en la lejana orilla?
Es la muerte... si vais, veréis su rastro.
Techos pajizos de bambú, con hebras
De la raíz del ñapindá amarrados; ¿Qué hay más allá? Lo ignoto, lo
Muros de tierra negros imprevisto,
Entre despojos de bateles náufragos, Quizá lo sobrehumano;
Algo más que la muerte, más oscuro...
Que rodean la casa construida ¿Quién se llega hasta él? ¿Quién va a
Por Juan de Ortiz, el viejo adelantado, retarlo?
Con sillares de piedra
Que el tiempo y los incendios respetaron; España va, su fiero aventurero,
Su incomparable hidalgo;
Tal es la población conquistadora La noble raza madre en cuyo pecho
En que aun tremola el pabellón hispano, Si un mundo se estrelló, se hizo pedazos,
Sereno como siempre
El desierto sin nombre desafiando, El pueblo altivo que, en la edad sin
nombre,
En una tierra, madriguera hermosa Era el cerebro acaso
Del indio más bizarro De aquel dorso gigante y misterioso
De los que aullaron y aguzaron flechas Ya sumergido en el abismo atlántico
En el salvaje mundo americano:
Que, no teniendo en su profundo seno
Como el cachorro oculto bajo el cuerpo Para el coloso espacio,
Del tigre provocado, Dejó asomar, sobre la vasta tumba,
Así se esconde la uruguaya tierra Miembro insepulto, el mundo americano.
De su indómito rey bajo los arcos.
Sólo España ¿quién más? sólo ella pudo,
El indio ruge, al escuchar la planta Con pasmo temerario.
Del extranjero blanco, Luchar con lo fatal desconocido;
Con rugidos de rabia y de deseo, Despertar el abismo y provocarlo;
Siempre en acecho, cauteloso, huraño.
Llegarse a herir el lomo del desierto
Brilla el ojo del indio en la espesura; Dormido en el regazo
Suena por todos lados De la infinita soledad su madre,
Su alarido feroz; brotan rabiosos Y en él cavar el pabellón cristiano,
De entre las flores sus agudos dardos.
Y resistir la convulsión suprema
¿Dónde se esconden? Donde esconde el viento Del mundo americano
Sus gritos ignorados; Sin que aquel estertor indescifrable
Donde esconde la muerte las lumbreras Le aniquilara el corazón y el brazo.
III Nunca una sola lágrima
Plegó los labios ni anublo los ojos
En las torcidas calles del villorio Del sueño de las selvas uruguayas.
La guarnición se ve diseminada:
Quién aguza en la piedra IV
El hierro de su lanza,
Sapicán, el cacique mas anciano,
Quién enluce un mohoso Ya cayó en la batalla
Capacete, o remalla Después que por Garay en la llanura
Alguna vieja cota, o busca en vano Vio deshechas sus tribus más bizarras.
Sobre la gola encaje a la celada;
Sopló la muerte y apagó en sus ojos,
Quién las piezas ajusta Sedientos de venganza
De sus gastadas armas, El último fulgor. Pero aun la muerte
Espaldares o antiguas escarcelas Del indio en las pupilas amenaza.
De coseletes varios arrancadas;
Cuando las tribus, con clamor inmenso,
Mientras allá, a la sombra Del combate separan
Tendido en una acacia, Su cadáver, envuelto en los vapores
Algún soldado arrulla sus recuerdos De la caliente sangre que derrama.
Con un cantar querido de la patria.
Murió; pero en la noche, cuando el astro
No alumbra las barrancas
El brazo desfallece, Y se duermen las víboras, y agita
Sin que por ello desfallezca el alma Sólo el ñacurutú sus lentas alas;
De los rudos guerreros españoles
Que para dar la postrimer lanzada,
V No volverá a tenderse
El arco de algarrobo que ajustaba Y todos han caído
La mano de Yaci, del joven indio Unos tras otros en la diestra pampa;
Que daba muerte al yacaré en las aguas: Y nadie abrió sus párpados; la noche
Bajo de ellos quedó, la noche larga,
No encenderá sus fuegos
En el bosque del Hum ni en sus barrancas Triste, sin lunas, la del viento negro,
El valiente Terú; las sombras negras La noche solitaria.
Gimen cuando se posan en sus armas. Ya no se mueven los caciques indios,
No encienden fuegos; para siempre callan.
Maracopá y Abaroré no existen!
¡Gualconda ya es esclava! VII
Ya no reirá la dulce Liropeya,
La virgen más hermosa de la playa. Héroes sin redención y sin historia,
Sin tumbas y sin lágrimas!
Hija del tiempo de los soles largos, ¡Estirpe lentamente sumergida
Que brillan en las ramas En la infinita soledad arcana!
Cuando el botón del ceibo se revienta
Como urna de sangre. Por llevarla ¡Lumbre espirante que apagó la aurora,
Sombra desnuda muerta entre las zarzas
A sus toldos de pieles, muchos indios Ni las manchas siquiera
Se hendieron con sus hachas; De vuestra sangre nuestra tierra guarda,
Venció Yandubayú; pero la virgen
En vano llora y al cacique aguarda. Y aun viven los jaguares amarillos!
¡Y aun sus cachorros maman!
Murió Yandubayú, ¡también ha muerto! ¡Y aun brotan las espinas que mordieron
Jamás en su piragua La piel cobriza de la extinta raza!
Vendrá a buscar a Liropeya, nunca
Se oirá su voz en medio la batalla. Héroes sin redención y sin historia,
Sin tumbas y sin lágrimas;
Los hijos valerosos Indómitos luchasteis... ¿Qué habéis sido?
De muchas indias, cuando no contaban ¿Héroes o tigres? ¿Pensamiento o rabia?
Haber visto diez veces hojas nuevas.
Abrir en el penacho de las palmas, Como el pájaro canta en una ruina,
El trovador levanta
Han caído en la lucha La trémula elegía indescifrable
Dando débiles gritos de venganza; Que a través de los árboles resbala,
Sus brazos no eran fuertes y sus flechas
Eran temidas sólo de las gamas. Cuando os siente pasar en las tinieblas
Y tocar con las alas
Los viejos que habían visto Su cabeza, que entrega a los embates
Nacer la primer luna, y en los talas Del viento secular de las montañas.
En que hoy las uñas el leopardo afila
Habían visto correr la primer savia, Sombras desnudas que pasáis de noche
En pálidas bandadas
También hicieron arcos, Goteando sangre que, al tocar el suelo,
Y aguzaron las puntas de las lanzas, Como salvaje imprecación estalla:
Y fueron al combate lentamente
Apoyados en ellas o arrastrándolas.
Yo os saludo al pasar. ¿Fuisteis acaso
Mártires de una patria, — Es que algo habrá perdido, y anda
Monstruoso engendro a quien feroz la siempre
gloria Buscándolo en el suelo.
Para besarlo, el corazón arranca? — Y también en el aire, que á las veces
Suele buscar en él pájaros negros.
Sois del abismo en que la mente se hunde
Confusa resonancia;
Un grito articulado en el vacío
Que muere sin nacer, que a nadie llama;
— ¿Y si os dijera que ese insano duerme
Pero algo sois. El trovador cristiano Con los ojos abiertos?
Arroja, húmedo en lágrimas — ¡Oiga!
Un ramo de laurel a vuestro abismo... — Como os lo digo. Lo he
Por si mártires fuisteis de una patria! observado
Más de una noche, y me asustó su aspecto.
CANTO TERCERO
¡ Si parece un cadáver que nos mira!
— ¿Tendrá el diablo en el cuerpo?
I
— Todo es posible. Si en las altas horas
Ahí va..... callado, cual lo miran siempre Vais á observar los indios allá dentro,
Discurrir por el pueblo :
Extraño, taciturno. El iridio loco Entre el grupo cobrizo que allí duerme
Los soldados le llaman; pero, al verlo Con un profundo sueño,
Siempre tropezará vuestra mirada
Pasar entre ellos pálido, absorvido, Con dos ojos diabólicos despiertos.
Lo miran en silencio,
Lo siguen con los ojos y, mostrándose Son los de ese indio : no se cierran nunca;
Al salvaje entre sí, dicen ¿Qué es esto? Sentado, inmóvil, yerto,
Lo veréis siempre, hasta en la media
— ¿Qué dices tú? noche,
— Que es loco Tál cual lo estamos ahora mismo viendo.
rematado
A estar á lo que veo. — Loco, no hay más.
Rematado, bien dicho; ved sus ojos, — O poseído acaso.
Ese indio tiene barajado el seso. ¿ Qué dices ? ¿ Le hablaremos ?
— Háblale tú que entiendes de latines
— Moscardón que no gruñe me parece A ver si te contesta.
En sus mudos paseos. — No lo creo.
— ¡Y parece que sufre!
— ¡Ca! Esa gente Un mes hace que vive entre nosotros;
No es capaz de dolor.....¡muere en Ni su voz conocemos.
silencio! — ¿No será mudo?
— No : con el anciano
Ved qué pálido está, qué desmayado. Ha hablado alguna vez, según entiendo.
Sus pasos son inciertos :
Parece que su cuello no pudiera — Vedlo, alla va; cuando en aquella loma
De la cabeza soportar el peso. Aparezca el lucero,
Frente á nosotros pasará de vuelta;
Puedes salirle entonces al encuentro.
El indio siente confusión ignota;
— Pero háblale con tino, con mesura : Vacila, tiene miedo;
Cuida de no ofenderlo; Busca á la niña, y huye al encontrarla;
Sabes que el capitán tiene ordenado Huye de la ilusión y del misterio.
Que al Señor Don Charrúa no irritemos.
III
— ;No es aquélla la hermosa Doña Blanca
— La misma. El prisionero Así pasaba aquella vez el indio
Va á pasar á su lado. Frente á la virgen que, con dulce acento,
Ved qué hermosa, ¡Vaya el indio con Dios! ¿Porqué así corre
Qué hermosa está con esos ojos negros Dijo por fin, ¿le infundo algún recelo?
Es que cierra los ojos, y no obstante, — ¡Tú hablas al indio! ¡Tú, que de las
Ve la imagen de Blanca entre los velos lunas
De una aurora confusa, imperceptible, Tienes la claridad!
Que ilumina el nacer de sus recuerdos. ¿Porqué lo hieres con tu voz tranquila,
Tranquila como el canto del sabiá?
¿Es ella la que flota en su pasado?
¿Es la blanca visión de sus ensueños? Si tienes en los ojos, de las lunas
A una mujer tan blanca como aquélla La transparente luz,
Oyó cantar los cánticos maternos. ¿Porqué tu alma para el indio es negra,
Negra como las plumas del urú?
Tiemblo y huyo de tí,
¿Porqué lo hieres en el alma oscura? Y tú en el despertar de mis memorias,
¡Deja al indio morir! Vas tras de mí.
Tú tienes odio negro para el indio,
Para el triste cacique guaraní. Mis nervios que eran fuertes,
Fuertes cual ñandubay,
Blanca sintió una lágrima en los ojos, Blandos como el retoño más temprano
Y una amargura insólita en el pecho : Del ombú están...
— Yo no tengo odio para tí, charrúa,
Dijo al cacique, con acento ingenuo. No ha pasado una luna
Después que yo te vi;
Las pupilas azules del salvaje ¡ Mira cómo está enfermo el indio bravo
Brillaban asombradas; en sus nervios Sólo por ti !
Vibraba el alma. Tabaré sentía
El abismo sonar en su cerebro. La súplica, el reproche,
La imprecación, la ira, el ruego tierno,
Habla por vez primera á la española; Se sucedían en la voz del indio
Sus palabras, sin orden ni concierto, Y en su ademán nervioso y altanero;
Brotan de entre sus labios, como informe
Tropel de sombras, luces y reflejos : Él, que se había alejado
Con la frente inclinada sobre el pecho,
— ¡Oh, sí! Yo sé que acechas Como impulsado por la fuerza interna,
Mis horas de dolor; Hacia la niña se volvió de nuevo;
Sé que remedas alas de jilgueros
Donde yo estoy. La miró un breve espacio,
Y señaló su rostro con el dedo,
Cual si del fondo oscuro de su alma
Envuelto en luz brotara un pensamiento.
Yo sé que tú el secreto
Conoces de mi sér, — Era así como tú... blanca y hermosa;
Y sé que tú te escondes en las nieblas..... Era así... como tú.
¡Todo lo sé! Miraba con tus ojos, y en tu vida
Puso su luz;
Que gimes en el viento,
Que nadas en la luz, Yo la vi sobre el cerro de las sombras
Que ries en la risa de las aguas Pálida y sin color,
Del Iguazú, El indio niño no besó á su madre...
¡No la lloró!
Que miras en las altas
Hogueras de Tupeí, Las avispas de fuego de las nubes,
Y en las lunas de fuego fugitivas Ellas brillaron más;
Que brillan al pasar. Pero el hogar del indio se apagaba,
Su dulce hogar.
Tú, como el algarrobo,
Sueño das á beber; Han pasado más fríos que dos veces
Y das la sombra hermosa que envenena Mis manos y mis piés...
Como el ahué. Sólo en las horas lentas yo la veo
Como cuerpo que fu é .
Yo, temiendo tu sombra,
Hoy vive en tu mirada transparente Tú no vives la vida como yo;
Y en el espacio azul... ¿ Porqué has de arrebatarme mis memorias
Era así como tú la madre mía, Y vestirte ante mí de su color?
Blanca y hermosa... ¡pero no eres tú!
¡Déjame! ¡No me sigas!
Por ocultar el llanto ¿No sientes? No lo ves?
Que, sin mojar los párpados, acervo ¡ El corazón del indio está muy negro!
Como lluvia de hiel, se derramaba ¡Triste como la sombra del ahué!
Y empapaba del indio los recuerdos,
V
El infeliz charrúa,
En convulso y mortal desasosiego, Con movimiento brusco
Se alejaba sombrío, y se volvía Se ha separado de la niña el indio,
Á la española en ademán violento : Volviendo la cabeza, cual si huyera
Por intenso temor sobrecogido.
— Así como tu mano,
Blanca como la flor del guayacán, Un rastro muy amargo
Es la que he visto siempre en la batalla Quedó de Blanca en el absorto oído.
Mi sudorosa frente refrescar. Tabaré atravesó entre los soldados.
Ninguno lo detuvo en su camino.
La misma mano blanca
De mi desnudo pecho separó Blanca siguió con pena,
El rayo que arrojaban tus hermanos, Con los ojos al indio fugitivo.
Más rápido que el vuelo del halcón; Aquel salvaje extraño en sí tenía
La atracción de lo oscuro del abismo.
La he visto entre sus dedos VI
Romper la flecha que á esconder llegó
En mis venas el sueño de las sombras, En ese estado en que, movida el alma
Ese pálido sueño del dolor... Por fuerza superior al hombre mismo,
Medita, sin conciencia de sus actos,
Pero... ¡no era la tuya! Como otro y o de nuestro sér distinto ;
Era otra aquella mano ¿ no es verdad ?
¡Dile al charrúa que esos ojos tuyos Y conoce los seres del espacio
No son los que en sus sueños ve flotar! En que vaga, desnuda de sentidos,
Y torna á nuestra vida, sin traernos
De su escursión lejana ni un indicio;
— ¿Y no le temes, Blanca?
— ¡Temerlo! Puede ser. — Lo que al oirlo
Mi espíritu sintió, fué un algo raro,
Muy semejante al miedo de los niños.. . .