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Tabaré

Juan Zorrilla de San Martín


Introducción

Levantaré la losa de una tumba;


E internándome en ella,
Encenderé en el fondo el pensamiento
Que alumbrará la soledad inmensa. II

Dadme la lira, y vamos : la de hierro, Vosotros, los que amais los imposibles,
La más pesada y negra; Los que vivís la vida de la idea;
Esa, la de apoyarse en las rodillas, Los que sabéis de ignotas muchedumbres,
Y sostenerse con la mano trémula, Que los espacios infinitos pueblan,

Mientras la azota el viento temeroso Y de esos seres que entran en las almas
Que silba en las tormentas, Y mensajes oscuros les revelan,
Y, al golpe del granizo restallando, Desabrochan las flores en el campo
Sus acordes difunde en las tinieblas. Y encienden en el cielo las estrellas;

La de cantar sentado entre las ruinas Los que escucháis quejidos y palabras
Como el ave agorera; En el triste rumor de la hoja seca,
La que, arrojada al fondo del abismo, Y algo más que la idea del invierno
Del fondo del abismo nos contesta. Próximo y frío á vuestra mente llega,

Al desgranarse las potentes notas Al mirar que los vientos otoñales


De sus heridas cuerdas, Los árboles desnudan, y los dejan
Despertarán los ecos que han dormido Ateridos, inmóviles, deformes,
Sueño de siglos en la oscura huesa; Como esqueletos de hermosuras muertas;

Y formarán la estrofa que revele Seguidme hasta saber de esas historias


Lo que la muerte piensa; Que el mar y el cielo y el dolor nos
Resurrección de voces extinguidas, cuentan,
Extraño acorde que en mi mente suena. La que narra el ombú de nuestras lomas
El verde canelón de las riberas,

La palma centenaria, el camalote,


El ñandubay, los talas y las ceibas;
La historia de la sangre de un desierto,
La triste historia de una raza muerta.

Y vosotros aun más, bardos amigos,


Trovadores galanos de mi tierra,
Vírgenes de mi patria y de mi raza
Que templáis el laúd de los poetas;

Seguidme juntos á escuchar las notas


De esa elegía que en la patria nuestra
El bosque entona cuando queda solo, En inquietud eterna,
Y todo duerme entre sus ramas quietas; Ansias de luz, primeras vibraciones
Que no hallan ritmo, no dan lumbre, y
Crecen laureles, hijos de la noche, cesan.
Que esperan liras para asirse á ellas,
Allá en la oscuridad en que aun palpita Tipos que hubieran sido y que no fueron
El grito del desierto y de la selva. Y que aun el sér esperan;
Informes creaciones, que se mueven
Con una vida extraña é incompleta.

Proyectos, modelados por el tiempo,


De razas intermedias;
Principios sutilísimos que oscilan
Entre la forma errante y la materia;
III
Voces que llaman, que interrogan siempre
¡Extraña y negra noche! ¿Dónde vamos? Sin encontrar respuesta;
¿Es esto cielo ó tierra? Palabras de un idioma indefinible
¿Es lo de arriba? ¿Lo de abajo? Es lo Que no han hablado las humanas lenguas;
hondo,
Sin relación, ni espacio, ni barreras.

Sumersión del espíritu en lo oscuro, Acordes que, al brotar, rompen el arpa,


Reino de las quimeras, Y en los aires revientan
En que no sabe el pensamiento humano Estridentes, sin ritmo, como notas
Si desciende, ó asciende, ó se despeña. De mil puntos diversos que se encuentran,

El caos de la mente que pujante Y se abrazan en vano sin fundirse,


La inspiración ordena; Y hasta esa misma repulsión ingénita
Los elementos vagos y dispersos Forma armonía, pero rara, absurda,
Que amasá el genio y en la forma encierra. Música indescriptible, pero inmensa;

Notas, palabras, llantos, alaridos, Rumor de silenciosas muchedumbres,


Plegarias, anatemas, Tumultos que se alejan...
Formas que pasan, puntos luminosos, Todo se agita, en ronda atropellada,
Gérmenes de imposibles existencias; En esta oscuridad que nos rodea;

Vidas absurdas, en eterna busca Todo asalta en tropel al pensamiento,


De cuerpos que no encuentran; Que en su seno penetra
Días y noches en estrecho abrazo, A hacer inteligible lo confuso,
Que espacio y tiempo en que vivir A enfrenar lo que huye y se rebela;
esperan;
A consagrar del ritmo y del sonido
Líneas fosforescentes y fugaces, La dulce unión eterna,
Y que en los ojos quedan La del color y el alma con la línea,
Como estrofas de un himno bosquejado, De la palabra virgen con la idea.
O gérmenes de auroras ó de estrellas;
Todo brota en tropel, al levantarse
Colores que se funden y repelen La poderosa piedra,
Como bandada de aves que chinando Disperso, que frenéticas
Brota del fondo de profunda cueva; Se buscaban en tí; palpitaciones
Que en tí buscaban corazón y arterias;
Nube con vida que, cobrando formas
Variables y quiméricas, Miradas que luchaban en tus ojos
Se contrae, se alarga y se revuelve Por imprimir su huella,
Por sí misma empujada en las tinieblas. Y lágrimas y anhelos y esperanzas
Que en tu alma reclamaban existencia.
Allí cuajó en mi mente, obedeciendo
Á una atracción secreta, Todo lo de la raza : lo inaudito,
Y entre risas, y llantos, y alaridos, Lo que el tiempo dispersa,
Se alzó la sombra de la raza muerta; Lo que unido jamás cabrá en la forma
Sensible y frágil, limitada y yerta.
De aquella raza que pasó desnuda
Y errante por mi tierra, Ha quedado en mi espíritu tu sombra,
Como el eco de un ruego no escuchado Como en los ojos quedan
Que, camino del cielo, el viento lleva Los puntos negros de contornos ígneos
Que deja en ellos una lumbre intensa...
Tipo soñado, sobre el haz surgido
De la infinita niebla; Ah, no, no pasarás, como la nube
Ensueño de una noche sin aurora, Que el agua inmóvil en su faz refleja;
Flor que una tumba alimentó en sus Como esos sueños de la media noche
grietas; Que en la mañana ya no se recuerdan :

Guando veo á tu imagen impalpable Yo te ofrezco, ¡oh ensueño de mis días!


Encarnar nuestra América, La vida de mis cantos, que en la tierra
Y fundirse en la estrofa transparente, Vivirán más que yo..... ¡Palpita y anda,
Darle su vida, y palpitar en ella; Forma imposible de la estirpe muerta!
Cuando creo formar el desposorio
De tu ignorada esencia
Con esa forma virgen, nítida, que el genio
Para su amor ó su dolor encuentra;

Cuando creo infundirte, con mi vida,


El sér de la epopeya,
Y legarte á mi patria y á mi gloria
Grande como mi amor y mi impotencia,

El mas débil contacto de las formas


Desvanece tu huella,
Como al contacto de la luz, se apaga
El brillo sin calor de las luciérnagas.

Pero te vi. Flotabas en lo oscuro,


Como un girón de niebla;
Afluían á tí, buscando vida,
Como á su centro acuden las moléculas,

Líneas, colores, notas de un acorde


Libro primero Y al grito temeroso
Que lanzan en los aires sus tormentas,
Contesta el grito de una raza humana
CANTO PRIMERO Que aparece desnuda en las riberas.

I Es la raza charrúa
De la que el nombre apenas
El Uruguay y el Plata Han guardado las ondas y los bosques
Vivían su salvaje primavera; Para entregarlo virgen al poema;
La sonrisa de Dios de que nacieron
Aun palpita en las aguas y en las selvas Nombre que aun reproduce
La tempestad lejana, que se acerca
Aun viste al espinillo Formando los fanales del relámpago
Su amarillo tipoy; aun en la yerba Con las pesadas nubes cenicientas.
Engendra los vapores temblorosos
Y á la calandria en el ombú despierta; Es la raza indomable
Que alentó en esa tierra
Aun dibuja misterios Patria de los amores y las glorias,
En el mburucuyá de las riberas, Que al Uruguay y al Plata se recuesta;
Anuncia el día, y por la tarde enciende
Su último beso en la primera estrella; La patria, cuyo nombre
Es canción en el arpa del poeta,
Aun alienta en el viento Grito en el corazón, luz en la aurora,
Que cimbra blandamente las palmeras, Fuego en la mente, y en el cielo estrella.
Que remece los juncos de la orilla
Y las hebras del sauce balancea; III

Y hasta el río dormido La encuentra el pensamiento,


Baja, en el rayo de las lunas llenas, Antes que el mundo antiguo la sorprenda,
Para enhebrar diamantes en las olas, En lucha con la tierra y con el cielo;
Y resbalar ó retorcerse en ellas. Y en su salvaje libertad envuelta.

II Para ella, el horizonte cierra el mundo


Con un muro de piedra;
Serpiente azul de escamas luminosas Tras él duermen las tardes y las lunas,
Que, sin dejar sus ignoradas cuevas, Tras él la aurora duerme y se despierta.
Se enrosca entre las islas, y se arrastra
Sobre el regazo virgen de la América, Cruza el salvaje errante
La soledad de la llanura inmensa;
El Uruguay arranca á las montañas Y el amarillo tigre, como el indio,
Los troncos de sus ceibas Como él fiero y desnudo la atraviesa.
Que, entre espumas é inmensos camalotes,
Al río como mar y al mar entrega. El tigre brama; el indio
Contesta en el silbido de su flecha.
El himno de sus olas ¿Dónde va? ¿ Qué persigue? Tras su paso
Resbala melodioso en sus arenas, Sobre ese suelo virgen ¿qué nos deja?
Mezclando sus solemnes pensamientos
Con el del blando acorde de la selva; ¿ Para él está formada
Esa encantada tierra Las pieles y sangrientas cabelleras
Que á los diáfanos cielos de Diciembre De los caciques y aros y bohanes
Les devuelve una flor por cada estrella? Que su brazo arrancó, prueban su fuerza;

¿ Para él sus grandes ríos Que tiene diez mujeres


Cantando se despeñan Que aguzan las espinas de sus flechas,
Los himnos inmortales de sus ondas ? Y Iqs fuegos encienden de su toldo,
¿ Qué fué esa raza que pasó sin huella ? Y el jugo de las palmas le fermentan.

Nadie sabe los fríos


Que ha vivido el cacique; pero cuentan
¿ Fué el último vestigio Que allá en el tiempo de los soles largos,
De un mundo en decadencia ? Al Uruguay llegó, desde la sierra
¿Crepúsculo sin día? ¿Noche acaso
Que surgió oscura de la luz eterna ?

La eterna lumbre sólo engendra auroras. Lejana, muy lejana,


La noche, las tinieblas Que ve salir el sol, cuando las ceibas
Son ausencia de luz; la eterna noche En que hoy anida el águila, sentían
Es sólo del Creador la eterna ausencia«. Correr la savia en su primer corteza.

En esa raza de su excelso origen Ya entonces había visto


Aun el vestigio queda, Cruzar las lunas en las horas lentas;
Como el toque de luz amarillento Pero aun es joven, cual si con sus manos
Que un sol que muere en los espacios deja. Contar sus fríos Caracé pudiera;

Hay lumbre en esos ojos siempre huraños, Aun en sus fuertes dedos
Que sólo pudo allí encender la idea; Es la maza de piedra
Mas la lumbre se extingue, y una raza El brazo de la muerte que en las tribus
Falta de luz, se extinguirá con ella. Derrama el frío que en los huesos queda.

Nacida para el bien, el mal la rinde; V


Destinada á la paz, vive en la guerra...
Hojas perdidas de su tronco enfermo, ¿Porqué el viejo cacique
El remolino las arrastra enfermas. A las tribus congrega,
Toma la maza y apercibe el arco
IV Que nadie sino él cimbrar intenta?

Á las tribus lejanas ¿Porqué bajo sus párpados


Convocan las hogueras Brilla con luz siniestra
Que encendió Caracé sobre las lomas La pupila pequeña y prolongada
Como gritos de fuego y de pelea. En que se encienden sus miradas fieras?

Caracé en cuyo cuerpo ¿ Acaso los bohanes


Las heridas se cuentan La vencida cabeza
Como las manchas en la piel del tigre, Alzan de nuevo, y su guerrera lanza
Y por eso le prestan obediencia. Del charrúa clavaron en la selva?

Caracé en cuyo toldo ¿Acaso al otro lado


Del río como mar, las humaredas Y clavando en el suelo su bandera,
Se ven del indio querandí, y provocan Se agrupan en su torno, y con sus voces
Del Uruguay la tribu turbulenta? La sorprendida soledad atruenan.

No : Caracé no teme ¡ Extraños seres! Brillan


Que los indios se atrevan A los rayos del sol. Nada recelan.
A encender junto al Hum un solo fuego Y las lomas los miran y el barranco;
Mientras seis lunas á brillar no vuelvan. Y el Uruguay se empina y los observa,

Lo que hace que el cacique Y los indios ocultos


Ciña á su frente estrecha Mutuamente se muestran,
Las plumas de avestruz, y ajuste el arco, Con los brazos desnudos extendidos,
Y al par del fuego, su mirada encienda, El grupo extraño que al jaral se acerca.

Es que tendido estaba VII


En la playa desierta
Cuando vió que cruzaba por las islas Entre inmenso alarido,
Del Paraná-Gua{ú, piragua inmensa Una lluvia rabiosa de saetas
Parte del matorral, y de salvajes
Un enjambre fantástico tras ellas.

Que, como garza enorme, La bola arrojadiza


Flotaba entre la niebla Silba y choca del blanco en la cabeza;
Dando á los aires sus extrañas alas, Cae al sepulcro el español herido
Y volando con rumbo á la ribera. Amortajado en su armadura negra,

El Uruguay en vano
Sale á su encuentro y ladra bajo de ella; Y los guerreros blancos,
En vano, con sus olas encrespadas, Huyen despavoridos por las breñas,
Sus costados airado abofetea; Dejando sangre en la salvaje playa
Y una mujer en la sangrienta arena.
La nave avanza altiva;
Lanza un grito del cielo que retiembla; Parece flor de sangre,
Llega á la costa y, agarrando al río Sonrisa de un dolor; es la primera
Por la erizada crin, en él se sienta. Gota de llanto que, entre sangre tanta,
Derramó España en nuestra virgen tierra.
VI
Pálida como el lirio,
A Caracé el cacique Sola con vida entre los muertos queda.
Han rodeado las tribus mas guerreras, Caracéj, que á su lado se detiene,
Y entre el espeso matorral del río, Con avidez salvaje la contempla,
Como banda escondida de luciérnagas,
Mientras los rudos golpes
Los ojos de los indios De las hachas de piedra
Fosforecen, al ver sobre la arena Del postrado español en la armadura
Cómo descienden de la extraña nave Y en los cráneos inmóviles resuenan.
Los hombres blancos de la raza nueva;
VIII
Y cómo, dando al viento
« De los guerreros muertos
Vuestra será la hermosa cabellera; Que acaso os dijo vuestra madre muerta,
Su blanca piel ajuste vuestros arcos,
Y sus dientes adornen vuestras tiendas; Llegaos en silencio
Al tálamo sangriento de la selva...
Y sus extrañas armas, Es ya de noche, los rumores lloran...
Que brillan como el astro, serán vuestras ¡No despertéis á la española enferma!
Y los tipoys que sus espaldas cubren
Como las rojas flores á la ceiba.
CANTO SEGUNDO
Caracé sólo quiere
En su toldo á la blanca prisionera, I
Que de su techo encenderá los fuegos,
Los fuegos del amor y de la guerra. » ¡ Cayó la flor al río!
Los temblorosos círculos concéntricos
Tál el cacique hablaba Balancearon los verdes camalotes
En sus brazos llevando á Magdalena Y en el silencio del juncal murieron.
Al bosque solitario de los talas
En que el indio formó su madriguera. Las aguas se han cerrado,
Las algas despertaron de su sueño,
IX Y á la flor abrazaron que moría
Falta de luz en el profundo légamo...
Hermanos del dolor, bardos amigos,
Trovadores galanos de mi tierra,
Las grietas del sepulcro
Que me seguís en la jornada oscura
Han engendrado un lirio amarillento;
Al través del misterio de la selva :
Tiene el perfume de la flor caída,
Ensayad en el alma
Su misma palidez... ¡ La flor ha muerto!
El acorde otoñal : la noche llega.
Así el himno sonaba
De los lejanos ecos;
Así cantaba el urutí en las ceibas,
Y se quejaba en el sauzal el viento.
El acorde que suena cuando el ave
Vuelve en silencio al nido que la espera;
Y hasta el lirio más pálido del campo
Para dormir en paz su broche cierra, *
Y su perfume virgen
Con el amor de otros perfumes sueña..

Vosotros, los que al peso de la tarde II


Inclináis tristemente la cabeza,
Y amáis el cielo cuando en él agita Siempre llorar la vieron los charrúas;
Su ala tremante la primera estrella; Siempre mirar al cielo,
Calzaos las sandalias Y mas allá........ Miraba lo invisible
Con que hasta el alma del dolor se llega. Con sus ojos azules y serenos.

Si lo hicisteis; si el alma, A su lado tendido está el cacique.


Bañada en el Jordán de la tristeza, Lo domina el misterio;
Es pura como la última palabra Hay luz en la mirada de la esclava,
Luz que alumbra sus lágrimas de fuego,
Son los cantos cristianos, impregnados
Y ahuyenta al indio, al derramar en ellas De inocencia y misterio,
Ese dulce reflejo Que acaso aquella tierra escuchó un día,
De que se forma el nimbo de los mártires, Como se siente el beso de un ensueño.
La diáfana sonrisa de los cielos.
IV
Siempre llorar la vieron los charrúas,
Y así pasaba el tiempo. El indio niño tiene en las pupilas
Vedla sola en la playa. En esa lágrima El azulado cerco
Rueda por sus mejillas un recuerdo. Que entre sus hojas pálidas ostenta
La flor del cardo en pos de un aguacero.
Sus labios las sonrisas olvidaron.
Sólo brotan de entre ellos Los charrúas, que acuden a mirarlo,
Las plegarias, vestidas de elegías, Clavan sus ojos negros
Como coros de vírgenes de un templo. En los ojos azules de aquel niño
Que se reclina en el materno seno.
III
Y lo oyen y lo miran asombrados
Un niño, llora. Sus vagidos se oyen Como a un pájaro nuevo
Del bosque en el secreto, Que, unido a las calandrias y zorzales,
Unidos a las voces de los pájaros Ensaya entre las ramas sus gorjeos.
Que cantan en las ramas de los ceibos.
Mira el niño a la madre. Está llorando,
Le llaman Tabaré. Nació una noche Lo mira y mira el cielo,
Bajo el obscuro techo Y envía en su mirada a los espacios
En que el indio guardaba a la cautiva Un amor que en el mundo es extranjero.
A quien el niño exprime el dulce seno.
Mas ya ama al bosque, porque da su
Le llaman Tabaré. Nació en el bosque sombra
De Caracé el guerrero; Al indiecito tierno;
Ha brotado en las grietas del sepulcro Ya es para ella más azul el aire,
Un lirio amarillento. Más diáfana la luz, más puro el cielo.

Sonrisa del dolor, hijo del alma, La tarde, al descender sobre su alma,
¡Alma de mis recuerdos! Desciende como el beso
Lo llamaba gimiendo la cautiva De la hermana mayor sobre la frente,
Al estrecharlo en el materno pecho. Del hermanito huérfano;

Y al entonar los cánticos cristianos Y tiene ya más alas su plegaria,


Para arrullar su sueño: Su llanto más consuelo,
Los cantos de Belén que al fin escucha Y más risa la luz de las estrellas,
La soledad callada del desierto. Y el rumor de los sauces más misterio.

V
Los escuchan las dulces alboradas,
Los balbucIAn los ecos ¿Adónde va la madre silenciosa?
Y, en las tardes que salen de los bosques, Camina a paso lento
Anda con ellos sollozando el viento. Con el niño en los brazos. Llega al río.
¡Es la hermosa mujer del Evangelio!
¿Oyes? Están muy lejos.
¡E invoca a Dios en su misterio augusto! Beben sangre de palmas y algarrobos,
Se conmueve el desierto. Y después dormirán; no tengas miedo.
Y el indio niño siente en su cabeza
De su bautismo el fecundante riego.

La madre le ha entregado sollozando En la cruz que reciben las plegarias,


El gran legado eterno. En esa que has clavado entre los ceibos,
Agua del Uruguay, llanto de madre... A hacer su nido bajarán los ángeles
Caudal dos veces redentor é inmenso. Y a recoger mis ruegos.

Se eleva, en transparentes espirales No llores, que la virgen invisible


El primitivo incienso; Que me enseñas a amar, vendrá por ellos.
Una invisible aparición derrama Y a ti también te besará en la frente,
De su nimbo la luz entre los ceibos. Y a nuestro lado velará tu sueño.

Se adivinan cantares La madre sollozaba;


A medio pronunciar que flotan trémulos. Estrechaba a su hijo sobre el seno,
Y de que seres absortos los escuchan Y sus miradas húmedas
Se cree sentir el contenido aliento; Escalaban los mundos ascendiendo.

Hay sonrisas posadas Huían de la tierra, hasta posarse


Entre los puros labios entreabiertos En el regazo eterno
De un invisible coro que, en el aire, Pero del cielo ansiosas descendían
Bate a compás sus alas en silencio. El indio niño a acariciar de nuevo.

Hay contacto del cielo con la tierra... VII


¡Es que hay allí misterio!
El hombre, cuando siente su influencia, Cayó la flor al río,
Cierra los ojos, para ver más lejos. Y en el oscuro légamo
Derramó su perfume entre las algas.
VI Se ha marchitado, ha muerto.

Madre: ¡no llores más! Siempre en tus ojos Las algas la estrecharon
Gotas de llanto veo En sus brazos de hielo...
Que humedecen tu voz y tus miradas, Ha brotado en las grietas del sepulcro
Tus cantos y tus besos; Un lirio amarillento.

Con ese llanto siempre VIII


Al despertar te encuentro
Quién lleva, pobre madre, tantas lágrimas Duerme, hijo mío; mira, entre las ramas
Hasta el mismo silencio de tus sueños? Está dormido el viento;
El tigre en el flotante camalote,
¡No llores más! Porque no llores nunca Y en el nido los pájaros pequeños.
Yo rezo, siempre rezo
La oración qué despierta en mis auroras Ya no se ven los montes de las islas :
Y se duerme conmigo cuando duermo. También están durmiendo.
Han salido las nutrias de sus cuevas;
¿Por qué lloras? Las tribus no te ofenden. Se oye apenas la voz del teru-tero.
Las tribus embriagadas Parecía alejarse, desprenderse,
Aullaban á lo lejos; Resbalar de sus brazos, y por verlo,
El aire, con los roncos alaridos, Las pupilas inertes de la madre
Elaboraba quejas y lamentos. Se dilataban en supremo esfuerzo.

Tras la salvaje orgía, X


Vendrá el cacique ebrio;
Vendrá á buscar á su cautiva blanca Duerme, hijo mío. Mira, entre las ramas
Que á su hijo esconderá tras de los ceibos. Está dormido el viento;
El tigre en el flotante camalote,
Y en el nido los pájaros pequeños;
Hasta en el valle
IX Duermen los ecos.

Cayó la flor al río.


Se ha marchitado, ha muerto.
Ha brotado en las grietas del sepulcro
Un lirio amarillento.
Duerme. Si al despertar no me encontraras,
La madre ya ha sentido Yo te hablaré á lo lejos;
Mucho frío en los huesos; Una aurora sin sol vendrá á dejarte
La madre tiene en torno de los ojos Entre los labios mi invisible beso;
Amoratado cerco; Duerme; me llaman,
Concilia el sueño.
Y en el alma la angustia,
Y el temblor en los miembros, Yo formaré crepúsculos azules
Y en los brazos el niño que sonríe, Para flotar en ellos;
Y en los labios un cántico y un ruego. Para infundir en tu alma solitaria
La tristeza más dulce de los cielos.
Duerme, hijo mió. Mira: entre las ramas Así tu llanto
Está dormido el viento; No será acervo.
El tigre en el flotante camalote
Y en el nido los pájaros pequeños. Yo empaparé de dulces melodías
Los sauces y los ceibos,
Los párpados del niño se cerraban. Y enseñaré á los pájaros dormidos
Las sonrisas entre ellos A repetir mis cánticos maternos...
Asomaban apenas, como asoman El niño duerme,
Las últimas estrellas á lo lejos. Duerme sonriendo.

Los párpados caían de la madre La madre lo estrechó; dejó en su frente


Que, con esfuerzo lento, Una lágrima inmensa, en ella un beso,
Pugnaba en vano porque no llegasen Y se acostó á morir. Lloró la selva
De su pupila al agrandado hueco. Y, al entreabrirse, sonreía el cielo.

XI
Pugnaba por mirar al indio niño
Una vez más al menos; ¿Sentís la risa? Caracé el cacique
Pero el niño para ella, poco á poco, Ha vuelto ebrio, muy ebrio.
En un nimbo sutil se iba perdiendo. Su esclava estaba pálida, muy pálida...
Hijo y madre ya duermen los dos sueños.
Libro segundo Vosotros, los que améis los imposibles,
Los que vivís la vida de la idea,
CANTO PRIMERO Los que sabéis de ignotas muchedumbres
Que los espacios infinitos pueblan;
I
Los que escucháis quejidos y palabras
¿Quién ata las pasadas sensaciones Donde el silencio reina
En haces de quimeras Y algo más que la idea del invierno
Que, al roce de un recuerdo no buscado Os sugiere el rodar de la hoja seca.
Juntas en el cerebro se despiertan,
Y nadando en un medio indefinible Escuchad el acorde arrebatado
Con nuestras almas piensan? Al rumor misterioso de la selva,
La voz de aquella noche sin aurora
Las notas ignoradas que en la noche Que difunde, su sombra en mi leyenda.
Hasta nosotros llegan
¿Por quién son recogidas, ajustadas II
A un ritmo misterioso, a una cadencia,
Para formar ese himno prolongado La corriente del tiempo,
Con que las sombras ruega: En brazos del pasado,
Como el cadáver de otros tantos hijos,
Esa flotante ebullición sonora Ha dejado los años tras los años.
Que en el aire semeja
De mil voces distintas y lejanas Al tramontar las lomas
Los ayes, las palabras o las quejas Del Uruguay, el astro
Que a extinguirse temblando a nuestro Deja envuelto en la sombra de las islas
lado A un villorrio español, que fue fundado
Como heridas se acercan?
En la desierta margen donde el río
¿Quién llora con la luna en los sepulcros, San Salvador, hermoso tributario
Y ríe en las estrellas. Del Uruguay, derrama en éste
Y respira en las auras otoñales, Su caudal, entre sauces y guayabos.
Y anima la hoja seca,
Y es perfume en la flor. gota en la lluvia El pueblo aquel, sentado en el desierto
Y en la pupila idea? Como un aventurero temerario,
¿Es algo más que una visión de gloria?
Acaso en los espacios infinitos ¿Brotó del suelo o descendió de lo alto?
Que el hombre no penetra,
La vida y la armonía se difunden Sus cimientos han sido varias veces
En cuyas formas entran, Con sangre de dos razas amasados;
Como elemento indispensable y justo, Sus techos convertidos en hogueras,
Los ignorados llantos de la tierra. Varias veces al campo iluminaron;

Los ayes de las razas extinguidas, Y ya, más de una vez en la colina
Su soledad eterna, Quedaron sus escombros solitarios,
Los destinos oscuros e imposibles, Como los negros miembros de un gigante
Las lágrimas secretas. Por la zarpa del tigre hecho pedazos.
Los latidos que el mundo no comprende
Y en la eterna armonía se condensan. Desde el fondo del bosque, los charrúas
Observan los bastiones castellanos, Que enciende sobre el haz de los pantanos.
Las rudas estancadas
De troncos de algarrobos y quebrachos Allí donde tan sólo se ve un grupo
De chircas o de cardos,
Antemural sin fosos ni poternas, Hay rostros, escondidos en la sombra,
Remedo de baluarte que, hacia el campo Siempre despiertos, sangre olfateando.
Defiende el caserío
Cuyos techos se asoman al barranco. Allá en el matorral algo se mueve...
¿Quién trepa en el barranco?
¿Sentís un grito en la lejana orilla?
Es la muerte... si vais, veréis su rastro.
Techos pajizos de bambú, con hebras
De la raíz del ñapindá amarrados; ¿Qué hay más allá? Lo ignoto, lo
Muros de tierra negros imprevisto,
Entre despojos de bateles náufragos, Quizá lo sobrehumano;
Algo más que la muerte, más oscuro...
Que rodean la casa construida ¿Quién se llega hasta él? ¿Quién va a
Por Juan de Ortiz, el viejo adelantado, retarlo?
Con sillares de piedra
Que el tiempo y los incendios respetaron; España va, su fiero aventurero,
Su incomparable hidalgo;
Tal es la población conquistadora La noble raza madre en cuyo pecho
En que aun tremola el pabellón hispano, Si un mundo se estrelló, se hizo pedazos,
Sereno como siempre
El desierto sin nombre desafiando, El pueblo altivo que, en la edad sin
nombre,
En una tierra, madriguera hermosa Era el cerebro acaso
Del indio más bizarro De aquel dorso gigante y misterioso
De los que aullaron y aguzaron flechas Ya sumergido en el abismo atlántico
En el salvaje mundo americano:
Que, no teniendo en su profundo seno
Como el cachorro oculto bajo el cuerpo Para el coloso espacio,
Del tigre provocado, Dejó asomar, sobre la vasta tumba,
Así se esconde la uruguaya tierra Miembro insepulto, el mundo americano.
De su indómito rey bajo los arcos.
Sólo España ¿quién más? sólo ella pudo,
El indio ruge, al escuchar la planta Con pasmo temerario.
Del extranjero blanco, Luchar con lo fatal desconocido;
Con rugidos de rabia y de deseo, Despertar el abismo y provocarlo;
Siempre en acecho, cauteloso, huraño.
Llegarse a herir el lomo del desierto
Brilla el ojo del indio en la espesura; Dormido en el regazo
Suena por todos lados De la infinita soledad su madre,
Su alarido feroz; brotan rabiosos Y en él cavar el pabellón cristiano,
De entre las flores sus agudos dardos.
Y resistir la convulsión suprema
¿Dónde se esconden? Donde esconde el viento Del mundo americano
Sus gritos ignorados; Sin que aquel estertor indescifrable
Donde esconde la muerte las lumbreras Le aniquilara el corazón y el brazo.
III Nunca una sola lágrima
Plegó los labios ni anublo los ojos
En las torcidas calles del villorio Del sueño de las selvas uruguayas.
La guarnición se ve diseminada:
Quién aguza en la piedra IV
El hierro de su lanza,
Sapicán, el cacique mas anciano,
Quién enluce un mohoso Ya cayó en la batalla
Capacete, o remalla Después que por Garay en la llanura
Alguna vieja cota, o busca en vano Vio deshechas sus tribus más bizarras.
Sobre la gola encaje a la celada;
Sopló la muerte y apagó en sus ojos,
Quién las piezas ajusta Sedientos de venganza
De sus gastadas armas, El último fulgor. Pero aun la muerte
Espaldares o antiguas escarcelas Del indio en las pupilas amenaza.
De coseletes varios arrancadas;
Cuando las tribus, con clamor inmenso,
Mientras allá, a la sombra Del combate separan
Tendido en una acacia, Su cadáver, envuelto en los vapores
Algún soldado arrulla sus recuerdos De la caliente sangre que derrama.
Con un cantar querido de la patria.
Murió; pero en la noche, cuando el astro
No alumbra las barrancas
El brazo desfallece, Y se duermen las víboras, y agita
Sin que por ello desfallezca el alma Sólo el ñacurutú sus lentas alas;
De los rudos guerreros españoles
Que para dar la postrimer lanzada,

Persiguen y no encuentran Cuando las sombras salen de los árboles


El corazón de la invencible raza Y con los vientos andan.
Que prolonga el honor de su agonía Y la nutria nadando cruza el río,
Más allá de su vista legendaria Y canta el grillo oculto entre las matas,

En los cobrizos pechos El cacique aparece. Ya lo han visto


De indios muertos luchando en la batalla, Las tribus espantadas
Las escamas grabadas y arabescos Buscar en vano su arco entre los juncos
Se hallaron de las cotas y corazas. O su maza de pórfido en las aguas.

De los guerreros blancos Cuando como jauría


Que el charrúa, con fuerza extraordinaria, De lebreles con alas,
Estrujaba en el nudo de sus brazos Vientos de tempestad cruzan rabiosos
Que la muerte tan sólo desataba; Aullando de la selva entre las ramas;

En los dientes de algunos Cuando las nubes negras


O en sus manos crispadas Se ven amontonadas
Trozos sangrientos de enemiga carne Un momento no más sobre el relámpago
Con vestigios de vida palpitaban Que por el fondo de los cielos pasa,

Pero jamás un ruego, Y las gotas de lluvia


En las hojas restallan, ¡También Abayubá cayó en la lucha!
Y golpean el lomo de los tigres Abayubá a quien llaman
Que encandilados y encogidos braman. En vano con sus grandes alaridos
Las tribus que el cacique acaudillaba.
La sombra del cacique
Cruza en los aires pálida, Era el joven amado
Con sus ojos profundos encendidos, Del viejo Sapicán; con sus palabras
Con su misma actitud fiera y gallarda. Encendía el valor de los charrúas
Y con su paso y su actitud gallarda.
Esa es su frente estrecha,
Su cabellera lacia, Aun contaba sus fríos
Y su saliente pómulo, y sus ojos Por sus manos que, hiriendo con la maza,
Pequeños, de pupila prolongada. Eran rudas y fuertes como el viento
Que sopla al Uruguay desde las pampas.
Al acecho dispuesta
Y a devorar distancias; ¡Cómo cayó! Su cuerpo,
A encenderse, a apagarse entre la sombra, Pasado por el bote de una lanza,
Y a comprimir relámpagos de rabia. Trepó por ésta hasta morir, cortando
Con el diente afilado por la rabia.
El viento que en su torno
Los centenarios ñandubáis descuaja, La rienda del caballo
No mueve ni un cabello del cacique De cuya grupa el español acaba
Que a través de los árboles resbala, Con el puñal, la destructora brega
Que la ocupada lanza comenzara.
Y si acaso dispersa
Los miembros de la sombra alguna ráfaga VI
De los vientos del Sur, al punto vuelven
A reunirse y cobrar la forma humana, ¡Y Añagualpo, el gigante y Yandicona!
También sus sombras vagan
El rayo no lo ofende En la noche sin lunas, y se envuelven
Aunque a liarse a su cabeza vaya, En el triste vapor de las montañas.
O silbando en su cuerpo se retuerza
Y lo ilumine con su lumbre cárdena. ¿Qué fue de Tabobá? También ha muerto
El indio sigue mudo, Buscaba en el combate la venganza
Buscando siempre su guerrera maza, De Abayubá, cuando del sueño frío
Y a su paso los tigres se espeluznan Sintió en los huesos la corriente helada.
Y las tribus se esconden espantadas.

Erizando las plumas, El fiero Magaluna.


Huyen chirriando, y el fulgor apagan Ligero como el tigre, se abalanza
De sus ojos redondos las lechuzas Al cuello del corcel del enemigo
Que huyen á guarecerse en las barrancas; Al que sus dientes y sus uñas clava:

Hasta que, al oír el indio Se agita, ruge, grita,


La primera canción que anuncia el alba, Mientras el jinete el pecho le traspasa:
En el aire sutil pierde sus formas, Sólo la muerte lo desprende, y yerto
Se diluye en la luz, se va o se apaga. El cuerpo sólo se desploma y calla.

V No volverá a tenderse
El arco de algarrobo que ajustaba Y todos han caído
La mano de Yaci, del joven indio Unos tras otros en la diestra pampa;
Que daba muerte al yacaré en las aguas: Y nadie abrió sus párpados; la noche
Bajo de ellos quedó, la noche larga,
No encenderá sus fuegos
En el bosque del Hum ni en sus barrancas Triste, sin lunas, la del viento negro,
El valiente Terú; las sombras negras La noche solitaria.
Gimen cuando se posan en sus armas. Ya no se mueven los caciques indios,
No encienden fuegos; para siempre callan.
Maracopá y Abaroré no existen!
¡Gualconda ya es esclava! VII
Ya no reirá la dulce Liropeya,
La virgen más hermosa de la playa. Héroes sin redención y sin historia,
Sin tumbas y sin lágrimas!
Hija del tiempo de los soles largos, ¡Estirpe lentamente sumergida
Que brillan en las ramas En la infinita soledad arcana!
Cuando el botón del ceibo se revienta
Como urna de sangre. Por llevarla ¡Lumbre espirante que apagó la aurora,
Sombra desnuda muerta entre las zarzas
A sus toldos de pieles, muchos indios Ni las manchas siquiera
Se hendieron con sus hachas; De vuestra sangre nuestra tierra guarda,
Venció Yandubayú; pero la virgen
En vano llora y al cacique aguarda. Y aun viven los jaguares amarillos!
¡Y aun sus cachorros maman!
Murió Yandubayú, ¡también ha muerto! ¡Y aun brotan las espinas que mordieron
Jamás en su piragua La piel cobriza de la extinta raza!
Vendrá a buscar a Liropeya, nunca
Se oirá su voz en medio la batalla. Héroes sin redención y sin historia,
Sin tumbas y sin lágrimas;
Los hijos valerosos Indómitos luchasteis... ¿Qué habéis sido?
De muchas indias, cuando no contaban ¿Héroes o tigres? ¿Pensamiento o rabia?
Haber visto diez veces hojas nuevas.
Abrir en el penacho de las palmas, Como el pájaro canta en una ruina,
El trovador levanta
Han caído en la lucha La trémula elegía indescifrable
Dando débiles gritos de venganza; Que a través de los árboles resbala,
Sus brazos no eran fuertes y sus flechas
Eran temidas sólo de las gamas. Cuando os siente pasar en las tinieblas
Y tocar con las alas
Los viejos que habían visto Su cabeza, que entrega a los embates
Nacer la primer luna, y en los talas Del viento secular de las montañas.
En que hoy las uñas el leopardo afila
Habían visto correr la primer savia, Sombras desnudas que pasáis de noche
En pálidas bandadas
También hicieron arcos, Goteando sangre que, al tocar el suelo,
Y aguzaron las puntas de las lanzas, Como salvaje imprecación estalla:
Y fueron al combate lentamente
Apoyados en ellas o arrastrándolas.
Yo os saludo al pasar. ¿Fuisteis acaso
Mártires de una patria, — Es que algo habrá perdido, y anda
Monstruoso engendro a quien feroz la siempre
gloria Buscándolo en el suelo.
Para besarlo, el corazón arranca? — Y también en el aire, que á las veces
Suele buscar en él pájaros negros.
Sois del abismo en que la mente se hunde
Confusa resonancia;
Un grito articulado en el vacío
Que muere sin nacer, que a nadie llama;
— ¿Y si os dijera que ese insano duerme
Pero algo sois. El trovador cristiano Con los ojos abiertos?
Arroja, húmedo en lágrimas — ¡Oiga!
Un ramo de laurel a vuestro abismo... — Como os lo digo. Lo he
Por si mártires fuisteis de una patria! observado
Más de una noche, y me asustó su aspecto.
CANTO TERCERO
¡ Si parece un cadáver que nos mira!
— ¿Tendrá el diablo en el cuerpo?
I
— Todo es posible. Si en las altas horas
Ahí va..... callado, cual lo miran siempre Vais á observar los indios allá dentro,
Discurrir por el pueblo :
Extraño, taciturno. El iridio loco Entre el grupo cobrizo que allí duerme
Los soldados le llaman; pero, al verlo Con un profundo sueño,
Siempre tropezará vuestra mirada
Pasar entre ellos pálido, absorvido, Con dos ojos diabólicos despiertos.
Lo miran en silencio,
Lo siguen con los ojos y, mostrándose Son los de ese indio : no se cierran nunca;
Al salvaje entre sí, dicen ¿Qué es esto? Sentado, inmóvil, yerto,
Lo veréis siempre, hasta en la media
— ¿Qué dices tú? noche,
— Que es loco Tál cual lo estamos ahora mismo viendo.
rematado
A estar á lo que veo. — Loco, no hay más.
Rematado, bien dicho; ved sus ojos, — O poseído acaso.
Ese indio tiene barajado el seso. ¿ Qué dices ? ¿ Le hablaremos ?
— Háblale tú que entiendes de latines
— Moscardón que no gruñe me parece A ver si te contesta.
En sus mudos paseos. — No lo creo.
— ¡Y parece que sufre!
— ¡Ca! Esa gente Un mes hace que vive entre nosotros;
No es capaz de dolor.....¡muere en Ni su voz conocemos.
silencio! — ¿No será mudo?
— No : con el anciano
Ved qué pálido está, qué desmayado. Ha hablado alguna vez, según entiendo.
Sus pasos son inciertos :
Parece que su cuello no pudiera — Vedlo, alla va; cuando en aquella loma
De la cabeza soportar el peso. Aparezca el lucero,
Frente á nosotros pasará de vuelta;
Puedes salirle entonces al encuentro.
El indio siente confusión ignota;
— Pero háblale con tino, con mesura : Vacila, tiene miedo;
Cuida de no ofenderlo; Busca á la niña, y huye al encontrarla;
Sabes que el capitán tiene ordenado Huye de la ilusión y del misterio.
Que al Señor Don Charrúa no irritemos.
III
— ;No es aquélla la hermosa Doña Blanca
— La misma. El prisionero Así pasaba aquella vez el indio
Va á pasar á su lado. Frente á la virgen que, con dulce acento,
Ved qué hermosa, ¡Vaya el indio con Dios! ¿Porqué así corre
Qué hermosa está con esos ojos negros Dijo por fin, ¿le infundo algún recelo?

Él se detuvo, sin alzar la frente,


Cual llamado á lo lejos;
Cual si la voz tardara largo espacio
En ir desde el oído al pensamiento.
II
Quedó fijo; temblaba como el arpa
Tabaré sigue, se detiene á veces Que ha sacudido el viento;
Cual si escuchara atento, Como el corcel que en su carrera escucha
Y se hunde su mirada en los espacios El bramido del tigre en el desierto.
Ó vaga en torno suyo con recelo.

Inclina nuevamente la cabeza, Así como una piedra,


Y sigue á paso incierto, Al fondo del abismo descendiendo,
Como el que va temiendo á cada instante Despierta temerosas resonancias,
Ser sorprendido por oculto riesgo. Voces lejanas, quejas y lamentos,

Blanca lo observa; sigue del charrúa La voz de la española


Los tristes movimientos; Descendió al alma del salvaje enfermo,
Espera la ocasión de ver sus ojos, Y en ese abismo despertó la vida,
Pues sabe que algo ha de encontrar en La queja, el grito del dolor y el tiempo.
ellos.
El indio alzó la frente; miró á Blanca
Pero es en vano : el prisionero pasa De un modo fijo, iluminado, intenso.
Sin mirarla jamás, nublado el ceño, Había en su actitud indescifrable
Y, al cruzar frente á ella, se apresura Terror, adoración, reproche, ruego.
Y se aleja temblando, casi huyendo. IV

Es que cierra los ojos, y no obstante, — ¡Tú hablas al indio! ¡Tú, que de las
Ve la imagen de Blanca entre los velos lunas
De una aurora confusa, imperceptible, Tienes la claridad!
Que ilumina el nacer de sus recuerdos. ¿Porqué lo hieres con tu voz tranquila,
Tranquila como el canto del sabiá?
¿Es ella la que flota en su pasado?
¿Es la blanca visión de sus ensueños? Si tienes en los ojos, de las lunas
A una mujer tan blanca como aquélla La transparente luz,
Oyó cantar los cánticos maternos. ¿Porqué tu alma para el indio es negra,
Negra como las plumas del urú?
Tiemblo y huyo de tí,
¿Porqué lo hieres en el alma oscura? Y tú en el despertar de mis memorias,
¡Deja al indio morir! Vas tras de mí.
Tú tienes odio negro para el indio,
Para el triste cacique guaraní. Mis nervios que eran fuertes,
Fuertes cual ñandubay,
Blanca sintió una lágrima en los ojos, Blandos como el retoño más temprano
Y una amargura insólita en el pecho : Del ombú están...
— Yo no tengo odio para tí, charrúa,
Dijo al cacique, con acento ingenuo. No ha pasado una luna
Después que yo te vi;
Las pupilas azules del salvaje ¡ Mira cómo está enfermo el indio bravo
Brillaban asombradas; en sus nervios Sólo por ti !
Vibraba el alma. Tabaré sentía
El abismo sonar en su cerebro. La súplica, el reproche,
La imprecación, la ira, el ruego tierno,
Habla por vez primera á la española; Se sucedían en la voz del indio
Sus palabras, sin orden ni concierto, Y en su ademán nervioso y altanero;
Brotan de entre sus labios, como informe
Tropel de sombras, luces y reflejos : Él, que se había alejado
Con la frente inclinada sobre el pecho,
— ¡Oh, sí! Yo sé que acechas Como impulsado por la fuerza interna,
Mis horas de dolor; Hacia la niña se volvió de nuevo;
Sé que remedas alas de jilgueros
Donde yo estoy. La miró un breve espacio,
Y señaló su rostro con el dedo,
Cual si del fondo oscuro de su alma
Envuelto en luz brotara un pensamiento.
Yo sé que tú el secreto
Conoces de mi sér, — Era así como tú... blanca y hermosa;
Y sé que tú te escondes en las nieblas..... Era así... como tú.
¡Todo lo sé! Miraba con tus ojos, y en tu vida
Puso su luz;
Que gimes en el viento,
Que nadas en la luz, Yo la vi sobre el cerro de las sombras
Que ries en la risa de las aguas Pálida y sin color,
Del Iguazú, El indio niño no besó á su madre...
¡No la lloró!
Que miras en las altas
Hogueras de Tupeí, Las avispas de fuego de las nubes,
Y en las lunas de fuego fugitivas Ellas brillaron más;
Que brillan al pasar. Pero el hogar del indio se apagaba,
Su dulce hogar.
Tú, como el algarrobo,
Sueño das á beber; Han pasado más fríos que dos veces
Y das la sombra hermosa que envenena Mis manos y mis piés...
Como el ahué. Sólo en las horas lentas yo la veo
Como cuerpo que fu é .
Yo, temiendo tu sombra,
Hoy vive en tu mirada transparente Tú no vives la vida como yo;
Y en el espacio azul... ¿ Porqué has de arrebatarme mis memorias
Era así como tú la madre mía, Y vestirte ante mí de su color?
Blanca y hermosa... ¡pero no eres tú!
¡Déjame! ¡No me sigas!
Por ocultar el llanto ¿No sientes? No lo ves?
Que, sin mojar los párpados, acervo ¡ El corazón del indio está muy negro!
Como lluvia de hiel, se derramaba ¡Triste como la sombra del ahué!
Y empapaba del indio los recuerdos,
V
El infeliz charrúa,
En convulso y mortal desasosiego, Con movimiento brusco
Se alejaba sombrío, y se volvía Se ha separado de la niña el indio,
Á la española en ademán violento : Volviendo la cabeza, cual si huyera
Por intenso temor sobrecogido.
— Así como tu mano,
Blanca como la flor del guayacán, Un rastro muy amargo
Es la que he visto siempre en la batalla Quedó de Blanca en el absorto oído.
Mi sudorosa frente refrescar. Tabaré atravesó entre los soldados.
Ninguno lo detuvo en su camino.
La misma mano blanca
De mi desnudo pecho separó Blanca siguió con pena,
El rayo que arrojaban tus hermanos, Con los ojos al indio fugitivo.
Más rápido que el vuelo del halcón; Aquel salvaje extraño en sí tenía
La atracción de lo oscuro del abismo.
La he visto entre sus dedos VI
Romper la flecha que á esconder llegó
En mis venas el sueño de las sombras, En ese estado en que, movida el alma
Ese pálido sueño del dolor... Por fuerza superior al hombre mismo,
Medita, sin conciencia de sus actos,
Pero... ¡no era la tuya! Como otro y o de nuestro sér distinto ;
Era otra aquella mano ¿ no es verdad ?
¡Dile al charrúa que esos ojos tuyos Y conoce los seres del espacio
No son los que en sus sueños ve flotar! En que vaga, desnuda de sentidos,
Y torna á nuestra vida, sin traernos
De su escursión lejana ni un indicio;

Y al despertar la sensación de nuevo,


Dile que no es tu raza Rompe de un sueño el transparente hilo,
La que vierte esa tenue claridad Quedó la niña, hasta que oyó á su espalda
Que en el alma del indio reproduce Que alguien le dijo : — ¿ Qué te hablaba
Aquella luz de su extinguido hogar; el indio

Aquella luz que el astro de los muertos


Nunca sabrá copiar, — ¿El indio?... nada. ¿En qué estaba
Más pura que el reir de las auroras, pensando?
Y el llorar de las tardes, mucho más! ¡Ah! Luz, no te había visto.
¿Qué me dijistes?... Ahora lo recuerdo :
¡Oh! no : tú eres la sombra, Nada, nada me dijo.
Y agregó Doña Luz : — ¡Pero aquí,
hablando
Lo hemos visto contigo!
Y Blanca : ¿Sabes, Luz, que ese salvaje
Amó á su madre? Él mismo me lo ha
dicho.

— ¿Y no le temes, Blanca?
— ¡Temerlo! Puede ser. — Lo que al oirlo
Mi espíritu sintió, fué un algo raro,
Muy semejante al miedo de los niños.. . .

Con terror, la mirada


Clavó en su hermana Doña Luz.
— ¿ Qué ha
visto
O creído advertir en sus pupilas?...
Le aconsejó que huyese de aquel indio.

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