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CHRISTOPHER MARLOWE

LA TRÁGICA HISTORIA DEL DOCTOR FAUSTO

ADAPTADA POR PATRICIA JARAMILLO


Y JUAN SEBASTIÁN HORRILLO

ACTO I

PRÓLOGO

WAGNER: Lo que aquí vamos a representar son las fortunas,


buenas o malas, de Fausto, y por ellas apelamos a
sus generosos juicios para recibir el aplauso.
Empecemos por hablar de su infancia, diciendo que
nació de padres humildes, en una ciudad alemana y
que gracias a sus méritos y buen desempeño, en
muy poco tiempo, le otorgaron el título de doctor y
superó a todos aquellos cuyo placer consiste en
discutir los celestes asuntos de la teología. Luego,
colmado de vanidad y amor propio, se elevó con alas
de cera más allá de donde podía, donde los cielos,
fundiéndolas, tramaron su caída. Véanlo, aquí está,
sentado ante su escritorio.

ESCENA I

FAUSTO, en su gabinete.

FAUSTO: Concéntrate, Fausto, y decide qué es lo que quieres


lograr. Primero fuiste teólogo. Luego dominaste la
Lógica... "Todo puede ser y no ser
simultáneamente"... (Ríe). ¿Qué te parece, viejo
Aristóteles? ¡No! El ingenio de Fausto tiene que
dedicarse a conseguir fines más elevados... "Donde
acaba el filósofo, comienza el médico". ¡Amontona
oro y logra fama eterna con algún remedio
maravilloso! Pero acaso, ¿tus recetas no han librado
de la peste a ciudades enteras y no has aliviado
miles de sufrimientos incurables? Así y todo, no eres
más que Fausto, esto es, un hombre. Si pudieras
hacer vivir a los hombres eternamente, o devolver
los muertos a la vida... Esa profesión sí merecería
ser estimada. ¡Adiós, medicina! ¿Dónde está
Justiniano...? (Leyendo en un gran libro) "Si el
mismo objeto es legado a dos personas, una debe
tener el objeto, la otra, el valor...". ¡Mezquindades
sobre la herencia! (Lee de nuevo.) "Un padre no
puede desheredar a su hijo, excepto que...", bla bla
bla... ¡El Derecho...! Su estudio está bien para un
mercenario de esos que solo busca aprovecharse de
las miserias de la chusma. Eso no es digno de
Fausto... ¡Preferible volver a la teología! ( Toma la
Biblia y lee) “El pecado se paga con la muerte”…
¡Demasiado caro!¿Cómo llamar a esta doctrina? ¿Lo
que ha de ser que sea? ¡Adiós teología! ( Cierra la
Biblia y se vuelve a unos libros de magia. ) La
metafísica de los libros magos y nigrománticos de
magia y nigromancia es celestial... líneas, círculos,
escenas, letras y caracteres. Esto es lo que le
conviene a Fausto. ¡Un mundo de provecho y
deleites, de poder, de honor, de omnipotencia se
promete aquí al artífice iniciado! Todo lo que se
mueve entre los dos polos va a quedar sometido a
mi mandato. A los reyes y emperadores sólo los
obedecen en sus provincias, pero no pueden
levantar el viento ni desgarrar las nubes, mientras el
dominio del mago desborda eso y logra todo lo que
la mente humana pueda imaginar. Un buen mago es
un dios poderoso. Utiliza tu cerebro, Fausto, y
conviértete en un dios.

Entra WAGNER.

FAUSTO: Ve a buscar a mis más queridos amigos, Valdés y


Cornelio, y diles que vengan a verme.
Entran el ÁNGEL BUENO y el ÁNGEL MALO.

ÁNGEL BUENO: ¡Fausto! Apártate de ese libro condenado y no lo


mires, no sea que te tiente y atraiga sobre tu cabeza
la ira de Dios. Lee mejor las Escrituras, porque eso
otro es blasfemia.

ÁNGEL MALO: Fausto, sigue adelante, en ese famoso arte que


contiene todos los tesoros de la naturaleza, y serás
en la tierra, como Júpiter en el cielo, señor y
dominador de los elementos.

Salen.

FAUSTO: ¡Esto me hace delirar! ¿Podré hacer que los espíritus


hagan lo que me plazca, resolviéndome todas las
dificultades y realizando las empresas más difíciles
que yo les encomiende? Voy a hacer que vuelen
hasta la India por oro, que saqueen el océano en
busca de perlas y que busquen en todos los rincones
del Nuevo Mundo frutas exóticas y golosinas
principescas. Les voy a ordenar que me enseñen las
filosofías más desconocidas y que me digan los
secretos de los reyes extranjeros. Voy a hacer que
amurallen toda Alemania con bronce y que el rápido
Rhin rodee la bella Wurtenberg. Voy a disponer que
tapicen las escuelas públicas con seda y que los
estudiantes vayan vestidos elegantemente. Con el
dinero que ellos me acuñen voy a reclutar soldados
para gobernar como único rey de nuestros dominios.
Pasen, Valdés y Cornelio.

Entran VALDÉS y CORNELIO.

FAUSTO: Valdés, dulce Valdés, y Cornelio, al fin me


convencieron de practicar la magia negra y las artes
ocultas. Y no sólo fueron ustedes, sino también mi
imaginación, pues ya no voy a pensar en nada que
no tenga que ver con la ciencia nigromántica. La
magia me ha cautivado. Ayúdenme, pues, gentiles
amigos, en mi intento, y yo, que con argumentos
precisos he confundido a los pastores de la Iglesia y
a los sabios de la Universidad alemana, voy a ser el
ingenio más sagaz y aplaudido de toda Europa.

VALDÉS: Fausto, esos libros, tu inteligencia y nuestra


experiencia van a hacer que todas las naciones nos
canonicen. Y así como los moros de la India
obedecen a sus señores españoles, así los súbditos
de todos los elementos nos van a servir siempre a
nosotros tres. Los espíritus nos van a proteger como
leones cuando nos plazca, y, como jinetes alemanes
con sus armas, van a trotar a nuestro lado. Otras
veces nos van a complacer como mujeres o
doncellas virginales, con más belleza en sus
vaporosas frentes que la de los pechos blancos de la
diosa del amor. De Venecia nos van a traer grandes
barcos mercantes, y de América, el vellocino de oro
que todos los años agranda el tesoro del viejo
Felipe. Solo se necesita que el culto Fausto se
decida.

FAUSTO: Por tu vida, Valdés, que estoy decidido y no objeto


me opongo a nada.

CORNELIO: Te vas a convertir en el sabio más consultado, pues


los espíritus me han dicho que pueden es posible
secar el mar y extraer los tesoros de los buques
náufragos y hasta la riqueza que nuestros padres
escondieron en las macizas entrañas de la tierra.
¿Qué más necesitamos los tres?

FAUSTO: Nada, Cornelio. ¡Oh, cuánto enaltece esto a mi alma!


Esta noche voy a hacer un conjuro, aunque me
cueste la vida.
ESCENA II

Ante la casa de FAUSTO. Llegan DOS ESTUDIANTES.

ESTUDIANTE PRIMERO: Me gustaría saber qué ha sido de Fausto,


que atronaba nuestras escuelas con su Carpe diem...
¡Aprovecha el día!

ESTUDIANTE SEGUNDO: Ahora lo vamos a saber, porque ahí llega


su criado.

Entra WAGNER con unas botellas de vino.

ESTUDIANTE PRIMERO: ¿Qué hay, hombre? ¿Dónde está tu amo?

WAGNER: Solo Dios lo sabe.

ESTUDIANTE SEGUNDO: ¿No lo sabes tú?

WAGNER: Yo, sí; pero esto no se deduce de lo primero.

ESTUDIANTE PRIMERO: Déjate de burlas y dinos dónde está.

WAGNER: No se deduce necesariamente, por fuerza de


argumentación, que ustedes, aunque sean
licenciados, conozcan su paradero; por lo tanto,
reconozcan su error y pónganme atención.

ESTUDIANTE SEGUNDO: ¿No dices que sabes dónde está?

WAGNER: ¿Tienen testigos de ello?

ESTUDIANTE PRIMERO: Sí, porque te oímos.

WAGNER: Pregúntenle a mi cómplice si soy ladrón.

ESTUDIANTE SEGUNDO: ¿Vas a contestar o no?


WAGNER: Sí, señor, voy a contestar; aunque si ustedes no
fueran unos burros jamás me harían tal pregunta,
porque ¿no es mi amo «corpus naturale» y por
añadidura «mobile»? En consecuencia, ¿por qué me
hacen esa pregunta? Porque el que yo sea por
naturaleza flemático, lento para enojarme y pronto e
inclinado a la lujuria, no quiere decir que los autorice
a que se acerquen a cuarenta pies del lugar en
cuestión, aunque no tengo duda de que por haberlo
hecho los voy a ver a ambos ahorcados después de
las próximas audiencias. Habiendo, pues, triunfado
sobre ustedes, voy a adoptar la pose de un moralista
y principio a hablar así: en verdad, en verdad os
digo, mis queridos hermanos, que mi señor está
dentro, comiendo con Valdés y Cornelio, como este
vino, si pudiera hablar, lo confirmaría a Vuestras
Mercedes. Y así, el Señor os bendiga, conserve y
guarde, mis queridos hermanos. (Sale.)

ESTUDIANTE PRIMERO: Siendo Si eso es así, temo que Fausto haya


caído en ese condenado arte de la magia negra, por
el cual esos dos tienen mala fama en todo el mundo.

ESTUDIANTE SEGUNDO: Vayamos a informar al rector de este


hecho tan grave.

Salen.

ESCENA III

Un bosque. Entra FAUSTO para hacer un conjuro.

FAUSTO: Ahora que las obscuras sombras de la tierra desean


ver el lloviznoso aspecto de Orión, y desde el polo
antártico saltan a este cielo, cubriendo el
firmamento con su aliento negro, comienza, Fausto,
tus invocaciones, y comprueba si los diablos te
obedecen ya que rezaste e hiciste sacrificios ante
ellos. (Comienza a trazar en el suelo un círculo
mágico con una varita.) Dentro de este círculo está
el anagrama del nombre de Jehová, los nombres
abreviados de los santos, las imágenes de cada
estrella fija, los emblemas del zodíaco y los cometas
que obligan a surgir a los espíritus. No temas,
Fausto; ten resolución y ensaya la mayor magia que
puedas ejecutar. "¡Séanme propicios los dioses del
Aqueronte! ¡Atrás, espíritu trinitario de Jehová!
¡Fuego, aire, agua, espíritu de la tierra, salud!
¡Belcebú, Príncipe de Oriente, Monarca del ardiente
Infierno, y Demiurgo, séanme favorables, para que
aparezca aquí Mefistófeles! ¡Por Jehová, y por el
agua consagrada que ahora derramo, y por el signo
de la cruz que ahora hago, y por mis conjuraciones,
que surja ahora mismo Mefistófeles y se ponga a mi
servicio!

Entra MEFISTÓFELES.

FAUSTO: Te ordeno que cambies de forma, porque eres


demasiado feo para servirme. Vete y regresa con
hábito de fraile franciscano, cuya santa apariencia
conviene mejor a un diablo.

Sale MEFISTÓFELES.

FAUSTO: Sí, hay fuerza en estas celestiales palabras. ¿Por qué


no voy a prosperar en este arte? ¡Qué simpático es
este Mefistófeles, lleno de humildad y obediencia!
Esa es la fuerza de la magia y de mis conjuros. Ya
eres, Fausto, conjurador laureado, puesto que
mandas al gran Mefistófeles.

Entra MEFISTÓFELES vestido de franciscano.

MEFISTÓFELES: Fausto, ¿qué quieres que haga?


FAUSTO: Te mando que me sirvas mientras yo viva y que
cualquier cosa que Fausto te ordene lo hagas,
aunque sea que la luna salga de su esfera o que el
océano cubra el mundo.

MEFISTÓFELES: Yo soy servidor del gran Lucifer y no puedo servirte


sin su permiso, ni podemos ejecutar sino lo que él
mande.

FAUSTO: ¿No te encargó él que comparecieras ante mí?

MEFISTÓFELES: No, lo hice por mi voluntad.

FAUSTO: ¿No te atrajeron mis conjuros?

MEFISTÓFELES: Ellos fueron la causa, pero «per accidens». Porque,


cuando oímos a alguien blasfemar del nombre de
Dios y abjurar de las Escrituras y de Cristo, volamos
para capturar su alma.

FAUSTO: Y así lo acaba de hacer Fausto para quien no hay


más jefe que Belcebú, al que Fausto consagra su
persona. La palabra «condenación» no lo aterroriza,
porque él confunde el infierno con el Elíseo. ¡Que su
alma se reúna con los filósofos! Mefistófeles, quién
es tu señor Lucifer.

MEFISTÓFELES: Es el archi-regente y comendador de todos los


espíritus.

FAUSTO: ¿Y quiénes son los que están con Lucifer?

MEFISTÓFELES: Espíritus caídos con Lucifer,


alzados contra Dios con Lucifer,
malditos por siempre con Lucifer.

FAUSTO: ¿Dónde están condenados?


MEFISTÓFELES: En el infierno.

FAUSTO: ¿Y cómo saliste del infierno?

MEFISTÓFELES: No he salido de él, porque esto es el infierno. Donde


quiera que huya es el infierno, porque yo mismo soy
el infierno.

FAUSTO: Lleva esta noticia al gran Lucifer: ya que Fausto


merece muerte eterna por pecar sin remisión contra
Dios, Fausto dice que quiere entregarle su alma al
diablo, siempre que él le conceda veinticuatro años
para vivir en medio de todas las voluptuosidades,
teniéndote aquí siempre para servirme, para darme
todo lo que te pida, para decirme todo lo que te
pregunte, para matar a mis enemigos y ayudar a mis
amigos y para ser siempre obediente a mi voluntad.
Te espero a media noche en mi gabinete para que
me digas lo que opina tu Señor.

MEFISTÓFELES: Así lo haré, Fausto. (Sale.)

FAUSTO: Si yo tuviera tantas almas como el cielo tiene


estrellas, las daría todas a cambio de Mefistófeles.
Con él voy a ser el más grande emperador del
mundo y voy a construir un puente sobre el aire
para pasar con tropas el océano. Ningún emperador
va a poder vivir sin licencia mía. (Sale.)

ESCENA IV

Una calle. Entran WAGNER y ROBIN.

WAGNER: ¡Muchacho, ven acá!


ROBIN: ¿Qué hay, muchacho? ¡Salud, muchacho! Espero
que hayas visto muchos muchachos con la barba
cortada en punta, como yo. ¿No, muchacho?

WAGNER: Dime: ¿tienes algunos ingresos?

ROBIN: Sí; y también egresos, como puedes ver.

WAGNER: ¡Ay, pobre muchacho! ¡Cómo se burla de su pobreza


y de su desnudez! El bellaco anda limpio y sin
ocupación, y tan hambriento que daría su alma al
diablo por una pierna de carnero, aunque fuera
cruda.

ROBIN: ¿Mi alma al diablo por una pierna de carnero aunque


fuera cruda? No, buen amigo. Por Nuestra Señora
que la exigiría bien asada y con buena salsa si me
saliera tan cara.

WAGNER: ¿Quieres servirme?; vivirías «Qui mihi discipulus».

ROBIN: ¿Cómo? ¿En verso?

WAGNER: No, sino que te voy a dar tres metros de seda


labrada.

ROBIN: ¿Tres metros de tierra labrada? Claro, será toda la


propiedad que te dejó tu padre. Me pesaría privarte
de tus medios de vida.

WAGNER: Dije seda labrada.

ROBIN: ¡Ooooh, seda labrada! Pero si yo fuera criado tuyo


me llenaría de piojos.

WAGNER: De esos ya estás lleno. Pero deja tus burlas y


acomódate conmigo durante siete años, si no
quieres que convierta esos piojos tuyos en demonios
de mi casa para que te hagan pedazos.

ROBIN: ¿Sabes, señor? Puedes ahorrarte el trabajo, porque


de mi casa sí que son y se toman con mi carne
tantas libertades como si hubiesen pagado su
comida y su bebida.

WAGNER: Toma estas monedillas.

ROBIN: ¿Parrillas?

WAGNER: Te doy un plazo de una hora, pasado el cual, el


diablo te va a coger donde desee y cuando desee.

ROBIN: No, no. Toma tus parrillas.

WAGNER: No las quiero.

ROBIN: Te digo que sí.

WAGNER: Conste que te las doy.

ROBIN: Conste que te las devuelvo.

WAGNER: Bien: voy a ordenar que te cojan un par de diablos:


¡Baliol y Belcher!

ROBIN: Que vengan Baliol y Belcher para aporrearlos como


nadie los ha aporreado desde que son diablos. Y si
llego a matar a uno de ellos, ¿la gente no va a decir:
«Vean... Ese mozo alto, tan mal vestido, ha matado
al diablo»? Y me llamarían matadiablos en toda la
parroquia.

Entran los diablos y ROBIN corre, gritando.

WAGNER: ¡Baliol y Belcher, fuera, espíritus!


ROBIN: ¿Ya se fueron? ¡Que los parta un rayo! Tienen las
uñas muy feas y largas. Uno era diablo macho y el
otro diablo, hembra. Yo sé reconocerlos porque los
diablos machos tienen cuernos y los diablos hembras
tienen ranura y pezuñas hendidas.

WAGNER: Sígueme.

ROBIN: Pero, si te sirvo, ¿me vas a enseñar a conjurar


Bailóles y Belcheras?

WAGNER: Yo te voy a enseñar a convertirte en cualquier cosa:


perro o gato, rata o ratón, o lo que sea.

ROBIN: ¿Cómo? ¿Un cristiano convertido en perro o gato,


ratón o rata? No, no, señor. Si me conviertes en
algo, que sea en una pulguita traviesa para poder
meterme donde se me antoje. Así, les voy a hacer
cosquillas a las muchachas en sus aberturas. ¿No
oíste lo que te dije, Wagner?

WAGNER: Villano, llámame señor Wagner y haz que tu ojo


izquierdo se fije en línea recta en mi talón derecho,
«quasi vestigiis nostris insistere». (Sale.)

ROBIN: Dios me perdone, pero habla en jerga culterana


holandesa. Le voy a servir, está clarísimo. (Sale.)

ACTO II

ESCENA I

FAUSTO en su gabinete.

FAUSTO: Entonces, Fausto, la suerte está echada... Te vas a


condenar. ¿Para qué pensar, entonces, en Dios o en
el cielo? ¡Confía en Belcebú! Ya no puedes
retroceder, Fausto. ¿Por qué vacilas? El dios al que
adoras son tus propios apetitos.

Entran el ÁNGEL BUENO y el ÁNGEL MALO.

ÁNGEL BUENO: Dulce Fausto, deja ese arte repugnante, piensa en el


cielo y en las cosas divinas.

ÁNGEL MALO: No, Fausto: piensa en la fama y en la riqueza.

Salen.

FAUSTO: ¡Sí, en la riqueza! Me voy a comprar todos los


puertos del sur... Mefistófeles: ven y tráeme buenas
noticias del gran Lucifer. ¿Todavía no es la media
noche? Ven, Mefistófeles.

Entra MEFISTÓFELES.

FAUSTO: Dime: ¿qué dijo tu señor Lucifer?

MEFISTÓFELES: Que debo servir a Fausto mientras viva si él compra


mis servicios con su alma.

FAUSTO: Eso ya lo había decidido Fausto.

MEFISTÓFELES: Pero debes comprometerte a ello solemnemente,


firmando un contrato de compraventa con tu propia
sangre; si te niegas, me devuelvo al infierno. Córtate
el brazo y compromete tu alma para que dentro de
24 años, Lucifer pueda reclamarla como suya.

FAUSTO: Mira, la sangre brota de mi brazo... ¡Que ella


respalde mis deseos!

MEFISTÓFELES: Sí, pero tienes que firmar con ella el contrato de


donación.
FAUSTO: Sí, así lo voy a hacer. ( Toma papel y escribe.) ¡Se
me hiela la sangre y no puedo seguir escribiendo!

MEFISTÓFELES: Licúala con el calor del fuego (Hace brotar una


antorcha).

FAUSTO: ¿Qué significará la congelación de mi sangre? ¿No


aceptará que yo firme ese contrato? ¿Por qué no
corre para que yo pueda escribir de nuevo? «Fausto
cede su alma...» Ahí se congeló la sangre. ¿Por qué
no lo puedes hacer? ¿Acaso no es tuya tu alma?

MEFISTÓFELES le calienta la mano con la antorcha.

FAUSTO: Ya empieza la sangre a licuarse. Voy a terminar


inmediatamente. (Escribe.) «Consummatum est»;
Fausto cede su alma a Lucifer. Pero ¿qué es esta
inscripción en mi brazo: ¿«Homo, fuge»? ¿Huye,
hombre? ¿Tengo que escapar? ¿Adónde? Mis
sentidos me engañan; aquí no hay nada escrito. ¡Ah,
sí, lo veo claramente! Aquí dice: «Homo, fuge». Pero
Fausto no va a escapar.

MEFISTÓFELES: Le voy a traer algo que lo distraiga.

Sale y vuelve a entrar con varios DIABLOS con coronas y adornos


para Fausto. Luego danzan y salen.

FAUSTO: ¿Qué fue todo eso?

MEFISTÓFELES: Una muestra de lo que la magia puede conseguir.

FAUSTO: ¿Ahora ya puedo invocar espíritus cuando quiera?

MEFISTÓFELES: Sí, Fausto, y puedes hacer lo que quieras.


FAUSTO: Eso vale mil almas. Coge el contrato..., llévaselo a
Lucifer, pero durante 24 años tienes que cumplir
todos mis deseos.

MEFISTÓFELES: Fausto, juro, por el infierno y por Lucifer cumplir los


términos del contrato. Pide lo que quieras.

FAUSTO: Primero dime dónde queda el infierno.

MEFISTÓFELES: Bajo los cielos.

FAUSTO: Sí, pero dónde...

MEFISTÓFELES: Dentro de las entrañas de los elementos; ni tiene


límites ni está circunscrito por nada. Donde nosotros
estemos, está el infierno y donde el infierno esté,
estamos nosotros.

FAUSTO: Yo pienso que el infierno es una fábula...

MEFISTÓFELES: Sí, sigue creyéndolo hasta que la experiencia te


muestre lo contrario.

FAUSTO: ¡Tú crees que Fausto va a ser condenado!

MEFISTÓFELES: Eso dice el contrato por el que cedes tu alma a


Lucifer.

FAUSTO: Sí, y el cuerpo también. ¿Crees que Fausto es tan


pendejo de imaginar que después de esta vida hay
algún castigo?

MEFISTÓFELES: ¡Es que yo estoy condenado y vivo en el infierno!

FAUSTO: Si esto es el infierno, me condeno aquí por mi propia


voluntad. Porque vivir viajando, discutiendo...
¡Tráeme una esposa, la mujer más bonita de
Alemania, porque soy lujurioso y no puedo vivir sin
mujer!

MEFISTÓFELES: ¿Una esposa?

FAUSTO: Tráeme una, que la necesito ya.

MEFISTÓFELES: Espérame, voy a traerte una mujer en el nombre del


diablo.

Entra un DIABLO en ropas de mujer.

MEFISTÓFELES: ¿Qué te parece tu mujer?

FAUSTO: Que me maten, si no es una puta perfecta.

MEFISTÓFELES: Yo te puedo buscar las cortesanas más bellas y cada


mañana te puedo traer una distinta a tu cama. Mira
esto. (Lo coloca abierto sobre la mesa ante
FAUSTO.) Pronunciar estas líneas proporciona oro.
Trazar este círculo en el fuego desencadena
torbellinos, tempestades, truenos y rayos. Si
pronuncias tres veces esto con devoción, vas a tener
a tu lado hombres armados listos para ejecutar tus
órdenes.

FAUSTO: Gracias, Mefistófeles, pero lo que yo quiero es


aprender todos los hechizos para poder invocar los
espíritus cuando yo quiera.

MEFISTÓFELES: (Le muestra en un PC) ¡Aquí está...! ¡Mira...!

FAUSTO: Quiero descubrir todos los accidentes y planetas de


los cielos...

MEFISTÓFELES: ¡Míralos... aquí puedes investigar todos sus


movimientos y características!
FAUSTO: ¿Y todas las plantas, hierbas y árboles que crecen
sobre la tierra?

MEFISTÓFELES: Aquí están...

FAUSTO: Me estás tomando el pelo...

MEFISTÓFELES: No, mira (Señala, dónde.) ¡Y mira! ¡Y mira! ¡Aquí


puedes encontrar TODO!

ESCENA II

ROBIN entra al gabinete de Fausto y se roba el PC.

ESCENA III

El gabinete de FAUSTO, dedicado a buscar en un PC.

FAUSTO: Cuando miro los cielos, me arrepiento y te maldigo,


perverso Mefistófeles, por haberme privado de esas
alegrías.

MEFISTÓFELES: ¿Por qué, Fausto? ¿Tan glorioso te parece el cielo?


No vale ni la mitad que tú o que cualquier otro
hombre que respire en el mundo.

FAUSTO: ¡Demuéstramelo!

MEFISTÓFELES: Pues porque fue hecho para los hombres, porque el


hombre es el rey de la creación.

FAUSTO: Entonces, si se hizo para los hombres, se hizo para


mí. Voy a renunciar a la magia y me voy a
arrepentir.

Entran el ÁNGEL BUENO y el ÁNGEL MALO.


ÁNGEL BUENO: Fausto, arrepiéntete; si lo haces, Dios se va a
compadecer de ti.

ÁNGEL MALO: Ya eres un alma condenada y Dios no puede


compadecerse de ti.

FAUSTO: ¿Quién susurra que soy un alma maldita? Aunque


sea un diablo, ¿Dios puede tener piedad de mí? Sí,
Dios me va a perdonar... si me arrepiento...

ÁNGEL MALO: Pero Fausto nunca se va a arrepentir.

Salen el ÁNGEL BUENO y el ÁNGEL MALO.

FAUSTO: Es cierto. Mi corazón está tan endurecido que ya no


puedo arrepentirme. Apenas menciono la salvación,
la fe o los cielos, ecos terribles insisten en mis oídos:
«Fausto, estás condenado». Y entonces aparecen
espadas y cuchillos, veneno, pistolas y sogas para
que me suicide. Hace mucho que me hubiera
matado si el placer no hubiera frenado mi
desesperación. ¿Acaso el ciego Homero no cantó
para mí el amor de Paris y la muerte de Héctor? Y el
que construyó los muros de Tebas, ¿no tocó para mí
su melodiosa arpa con Mefistófeles? ¿Por qué tengo
que morir o desalentarme? Mefistófeles ¿los cuerpos
celestes forman un globo único como el de la tierra?

MEFISTÓFELES: Así como son los elementos, así son las esferas
enlazadas mutuamente unas con las otras.

FAUSTO: ¡Tonterías! Hasta Wagner, mi criado, sabe todas


esas minucias. ¿Ese es todo el talento de
Mefistófeles? Dime quién hizo el mundo.

MEFISTÓFELES: No puedo decirlo.

FAUSTO: Villano, ¿no estás obligado a decírmelo todo?


MEFISTÓFELES: Sí, pero no lo que atenta contra nuestro reino.
Piensa más bien en el infierno, Fausto, porque estás
condenado.

FAUSTO: ¿Y por qué no en Dios que hizo el mundo?

MEFISTÓFELES: Recuerda el contrato; yo te lo advertí. ( Sale.)

FAUSTO: Sí, maldito espíritu, vete al ominoso infierno, tú que


condenaste el alma de Fausto. ¿No será demasiado
tarde?

Entran LUCIFER y MEFISTÓFELES.

FAUSTO: ¿Quién eres tú, que pareces tan terrible?

LUCIFER: Soy Lucifer.

FAUSTO: ¡Ay, Fausto, ya vienen a llevarse tu alma!

LUCIFER: Vengo a decirte que nos ofendes hablando de Cristo,


violando tu contrato.

FAUSTO: No lo vuelvo a hacer; perdóname y Fausto promete


no volver a mirar a los cielos, ni a nombrar a Dios, ni
a suplicarle...

LUCIFER: Siéntate para que veas aparecer en su forma original


a los siete pecados capitales.

FAUSTO: Eso va a ser tan placentero para mí como el Paraíso


para Adán el primer día de su creación.

LUCIFER: No hables del Paraíso ni de la creación. Habla del


diablo y nada más.

MEFISTÓFELES los trae.


MEFISTÓFELES: Con el auspicio de Sufrimientos en las llamas y
Eterno rechinar de dientes les presentamos a todos
y todas los candidatos y candidatas al trofeo de los
mil años de Fausto en el infierno. Cada uno cuenta
con un minuto para su presentación y con 30
segundos para la réplica. Con ustedes doña
Soberbia.

SOBERBIA: Ven, Fausto, siéntate a mi lado en el trono del


orgullo que es tu trono, por el que siempre tienes la
razón, por el que no oyes al contradictor... Somos
los del bando del gran Lucifer, sobre esas pulgas
diminutas nos vamos a imponer, sin miedo ni final
hasta la dominación total.

Suena el timer.

MEFISTÓFELES: ¡Doña Avaricia!

AVARICIA: ¡La soberbia es para la gente rica! ¡Acumula...


acumula plata! Que trabajen para ti ( Suena el
celular) Un momento... (contesta) No, compra las de
Ashanti Gold... ¡Amazon está cayendo! Me parqueas
el yate en la boca del Aqueronte... Millones, Fausto,
entiende que el mundo es un negocio, solo un
negocio (Suena el timer. Por el celular ). ¿Alcanzó a
comprar?

IRA: Soy la ira. Yo sí no me aguanto nada. Adonde yo


llego, impongo mi ley: si te cierran el paso, los
fulminas (le da un puñal a FAUSTO); si te llevan la
contraria, los fulminas (le da un revólver); si no
aceptan tus propuestas...

FAUSTO y la IRA: ¡los fulminas! (IRA le da una motosierra).


IRA: Y si metes la pata, te fulminas ( le da una horca.
Suena el timer).

FAUSTO: Y tú, ¿quién eres?

ENVIDIA: Yo soy la envidia. Les hago zancadillas a todos mis


enemigos... Y tú vas sentir ese dulce escozor... No
vuelvas a recibir a Valdés y a Cornelio...

IRA: ¡Fulmínalos!

FAUSTO y la ENVIDIA hacen un conjuro y los desaparecen.

MEFISTÓFELES: Te quedan diez segundos...

ENVIDIA: A tus estudiantes recíbelos para que te alaben, pero


no les enseñes nada. Esconde tu saber. Que todos
te envidien.

MEFISTÓFELES: (Entrando a PEREZA) Doña Pereza.

PEREZA: (Estirándose) Yo soy la madre de todos los vicios. Tú


no tienes que hacer nada... Que mis hijos trabajen
para ti; tú descansa. (Se duerme).

MEFISTÓFELES: Faltan diez segundos...

PEREZA: (Despertándose) Come en tus sueños y sé poderoso


en tus sueños... (Suena el timer).

MEFISTÓFELES: ¡Su Grandiosidad la Gula!

GULA: ¡Barriga llena, corazón contento! Eso sí produce


envidia y grandeza. ¡Chorizos, morcillas, chicharrón
soplado, bofe, chunchullo, empanada de carne, de
cerdo, de pollo, con papa, con arroz, con hogao y
con ají, hamburguesas, papas fritas...!
IRA: ¡Fulmínala!

MEFISTÓFELES: ¡Ya no más! Te devuelvo al infierno...

GULA: (Más rápido) ¡Merengues, bocadillos, pastelitos,


arequipe, brevas con arequipe, roscón con arequipe,
cuajada con arequipe, fresas con arequipe...

MEFISTÓFELES: ¡Cinco segundos!

GULA: (Sin respirar) Cerveza, refajo, refrescos, malteadas,


vino tinto , vino blanco, vino rosado, malteada de
arequipe, malteada de arequipe... (Suena el timer)
Longanizas, salchichones...

LUJURIA: Ni por todos los metros de salchichón del mundo


cambiaría esto (hace una medida con sus dedos) de
carne cruda y viva. Fausto, hay un hambre que solo
yo te puedo enseñar a calmar. La vida no es vida sin
mí. Yo soy la Lujuria y quien me ve se inunda
salvaje como un río y luego cae acostado, turbio y
rendido ante mi lúbrico poder.

LUCIFER: ¡Fuera! ¡Al infierno, al infierno!

Salen los PECADOS.

LUCIFER: ¿Cuál eliges, Fausto?

FAUSTO: ¡Magia de mi alma, los quiero a todos!

LUCIFER: Y los tendrás, Fausto, eso es el infierno… Adiós, y


piensa en el diablo.

FAUSTO: Adiós, gran Lucifer. Vamos, Mefistófeles.

Salen TODOS.
ACTO III

PRÓLOGO

Entra WAGNER, solo.

WAGNER: Para conocer los secretos de la astronomía grabados


en el libro del alto firmamento de Júpiter, mi amo
Fausto escaló la altura del Monte Olimpo sentado en
un cohete brillante, del que tiraban dragones
uncidos. Desde allá, contempló las nubes, los
planetas y las estrellas, las zonas tropicales y las
divisiones del cielo. Pero eso no lo llenó y volvió a
emprender nuevas hazañas para aprender
cosmografía, para medir las costas y los reinos de la
Tierra. (Sale.)

ESCENA I

Roma. El palacio del Papa. Entran FAUSTO y MEFISTÓFELES.

FAUSTO: Berlín, París, la desembocadura del río Maine en el


Rin, luego Nápoles, Venecia, Padua... y ahora, ¿qué
lugar es éste? ¿Me trajiste, como te ordené, dentro
de los muros de a Roma?

MEFISTÓFELES: Sí, Fausto.

FAUSTO: Espero que Su Santidad nos reciba bien.

MEFISTÓFELES: Vas a ver que es un hombre bonachón.

FAUSTO: Embrújame para que siendo invisible, pueda hacer lo


que se me antoje, sin que nadie me vea.

MEFISTÓFELES: Ya, Fausto. Haz lo que quieras.


Suena una trompeta. Entran el PAPA y el CARDENAL DE LORENA
para dirigirse al festín, asistidos por frailes.

PAPA: Señor de Lorena, ¿queréis sentaros?

FAUSTO: Hacedlo y que el diablo os ahogue.

PAPA: ¿Cómo? ¿Quién habla? Miren a ver, frailes.

FRAILES: Con permiso de Vuestra Santidad, no hay nadie.

PAPA: Señor, aquí hay un delicado plato que me envió el


obispo de Milán.

FAUSTO: Gracias, señor.

PAPA: ¿Cómo? ¿Quién me arrebató ese manjar? ¡Miren a


ver! Este plato, Señor, me lo envió el cardenal de
Florencia.

FAUSTO: Verdad es. (Se lleva el plato.)

PAPA: ¿Otra vez? Señor, a Vuestra salud.

FAUSTO: Yo ayudaré a Vuestra Gracia. (Coge la copa.)

LORENA: Señor, algún ánima recién salida del Purgatorio


viene a pedir perdón a Vuestra Santidad.

PAPA: Bien puede ser. Frailes, preparen un exorcismo para


aplacar la furia de ese demonio. Vamos, Señor. ( Se
santigua.)

FAUSTO: ¿Os echáis la cruz para protegeros de vos mismo, el


más glotón de todos los demonios? Os aconsejo que
no apeléis más a ese medio.

Nueva santiguada.
FAUSTO: Van dos veces. Cuidado con la tercera. Os lo
advierto.

Otra santiguada. FAUSTO le da un puñetazo en la cara. Huyen


TODOS.

FAUSTO: ¿Qué hacemos ahora, Mefistófeles?

MEFISTÓFELES: No lo sé. Pero nos van a maldecir con campanillas,


libro y velas.

FAUSTO: ¡Badajo, libro y velas, velas, libro y badajo


adelante y atrás para enviarme abajo!
Pronto oirás gruñir a un cerdo,
mugir a un ternero
y rebuznar a un burro,
porque hoy es el día de San Pedrucho.

Entran todos los FRAILES para entonar el exorcismo.

FRAILE PRIMERO: ¡A nuestro oficio, hermanos, con toda devoción!

FRAILES: (Cantan.) ¡Maldito sea el que robó la comida de la


mesa de Su Santidad!
Maledicat Dominus!
¡Maldito sea el que dio una bofetada a Su Santidad!
Maledicat Dominus!
¡Maldito sea el que dio a Fray Sandelo un golpe en la
cabeza!
Maledicat Dominus!
¡Maldito sea el que cogió el vino de Su Santidad!
Maledicat Dominus!
Et omnes Sancti!
¡Amén!

MEFISTÓFELES y FAUSTO aporrean a los FRAILES y les tiran


petardos y buscapiés. Salen TODOS.
ESCENA II

Entran RALPH y ROBIN con una copa de plata.

ROBIN: ¿No te dije, Ralph, que con ese libro del doctor
Fausto íbamos a ser felices para siempre?

RALPH: Robin, ahí viene el tabernero.

ROBIN: Vas a ver cómo lo engaño de manera sobrenatural.

Entra el TABERNERO.

ROBIN: Bueno, ya todo está pagado. Vámonos, Ralph.

TABERNERO: Alto, señor. Tiene que pagarme la copa de plata que


se está llevando.

ROBIN: ¡Una copa, Ralph! ¡Yo, una copa! (Hace la higa).


Regístreme.

El TABERNERO lo registra.

ROBIN: ¿Qué dice ahora?

TABERNERO: Usted no tiene nada, pero su compañero, sí...

RALPH: ¿Yo, señor, yo, señor? Regístreme, regístreme...

El TABERNERO lo registra.

RALPH: ¿No le da vergüenza acusar a hombres honrados de


lo que no es verdad?

TABERNERO: Pues uno de ustedes se guardó esa copa.


ROBIN: Yo le voy a enseñar a calumniar a hombres
honrados. ¡Ya le voy a dar yo la copa! ¡Quieto! Se lo
ordeno en nombre de Mefistófeles. (Aparte a
RALPH.) Ojo con la copa, Ralph. ( Lee en su libro.)
Sanctobulorum Periphrasticon. Vas a ver lo que es
bueno, tabernero. (Aparte a RALPH.) Ojo con la
copa, Ralph. Polypragmos Belseborams framanto
pacostiphos tost, Mephistophilis, etc..

Entra MEFISTÓFELES y les prende un buscaniguas. TODOS corren.

TABERNERO: ¡O nomine Domini! ¿Qué es esto, Robin? Juro que


no tienes ninguna copa...

RALPH: Peccatum peccatorum. Toma tu copa, buen


tabernero.

Sale el TABERNERO.

ROBIN: «Misericordia pro nobis!» Perdóname, bondadoso


demonio... nunca más voy a volver a robar tu
biblioteca.

MEFISTÓFELES: Monarca del infierno, bajo cuyo negro poder se


arrodillan, temerosos, grandes potentados y sobre
cuyos altares yacen miles de almas, comprende lo
ofendido que estoy con los ensalmos de estos
villanos. Porque vine desde Roma sólo para
complacer a estos esclavos.

ROBIN: ¿Desde Roma? Gran viaje es ese. ¿Te doy seis


centavos para que pagues tu cena y te devuelvas?

MEFISTÓFELES: Los voy transformar a uno en una mona y al otro en


un perro. Vamos. (Sale.)

ROBIN: ¡En una mona! Está bien. Me voy a divertir con los
muchachos y me van a dar manzanas y nueces.
RALPH: ¿Y a mí que me van a convertir en un perro?

ROBIN: Pues te la vas a pasar comiendo con la cabeza


metida en la olla.

Salen.

ACTO IV

FAUSTO: Mefistófeles, el curso inexorable del tiempo, que


corre con paso lento y quedo, acorta mis días y el
hilo de mi vida. Quiero aprovechar con más
tranquilidad mis últimos años. Volvamos a Alemania,
a casa buen Mefistófeles.

ESCENA I

La casa de FAUSTO. Entra un CHALÁN.

CHALÁN: He pasado todo el día buscando a un doctor de esos


que saben cosas.

Entran FAUSTO y MEFISTÓFELES.

CHALÁN: ¡Cielos, ahí está! Dios te guarde, señor doctor.

FAUSTO: ¿Qué quieres, traficante?

CHALÁN: Señor: te doy cuarenta pesos por tu caballo.

FAUSTO: Si pagas cincuenta, te lo puedes llevar.

CHALÁN: ¡Ay, señor, no tengo más! Intercede por mí.

MEFISTÓFELES: Acepta, Fausto. Es un buen hombre y con muchas


obligaciones, pues no tiene mujer ni hijos.
FAUSTO: Está bien. Pero tengo que advertirte algo: no lo
metas a ningún tipo de agua.

CHALÁN: ¿Pues no toma cualquier clase de agua?

FAUSTO: Sí, toma de todas, pero no cabalgues con él sobre el


agua.

CHALÁN: Está bien, señor. Cayó... No cambiaría ese caballo ni


por dos veces cuarenta. Si trota bien, me voy a
volver rico. Otra cosa, señor, si mi caballo enferma,
¿te traigo sus aguas para que las examines?

FAUSTO: ¡Largo, villano! ¿Me tomas por un veterinario?

Sale el CHALÁN.

FAUSTO: ¿Qué eres, Fausto, sino un hombre condenado a


morir? El fatídico tiempo te acerca a tu final y la
desesperación se adentra en mis pensamientos. (Se
duerme en su silla)

Entra el CHALÁN, empapado y llorando.

CHALÁN: ¡Ay, ay! ¿El doctor? ¡Dios! Ningún otro doctor me


había dado un purgante como este, de cuarenta
pesos que no voy a volver a ver... Fausto me dijo
que no debía cabalgar por agua con el caballo. Pero
yo creí que era por envidia para que no descubriera
que el animal tenía una cualidad mágica y lo metí en
la alberca que hay a la salida del pueblo, y apenas
llegué al centro, el caballo se desvaneció y me
encontré sentado a horcajadas en un saco de paja y
más cerca de ahogarme que nunca en mi vida. Le
voy a reclamar mis cuarenta pesos al doctor o si no
me lo va a tener que pagar por el doble. Eh, bufón,
¿dónde está tu señor?
MEFISTÓFELES: ¿Qué quieres? No puedes hablar con él.

CHALÁN: Pues necesito hablar con él.

MEFISTÓFELES: Está dormido. Ven en otro momento.

CHALÁN: Llámalo si no quieres que le rompa las ventanas.

MEFISTÓFELES: Te digo que hace ocho noches que no duerme.

CHALÁN: Y no va a dormir en ocho semanas si no hablo con


él.

MEFISTÓFELES: Míralo profundamente dormido.

CHALÁN: Dios te guarde, señor doctor, señor doctor


Sabelotodo. ¡Cuarenta pesos, cuarenta pesos por un
saco de paja!

MEFISTÓFELES: Ya ves que no te oye.

CHALÁN: ¡Eh, eh, eh! (gritándole al oído.) ¿No despiertas? Vas


a ver. (Le tira de la pierna y se la arranca. ) ¡Ay,
estoy perdido! ¿Qué voy a hacer?

FAUSTO: ¡Mi pierna, mi pierna! ¡Socorro, Mefistófeles! Llama a


la policía. ¡Mi pierna, mi pierna!

MEFISTÓFELES: Vamos a la estación de Policía, villano.

CHALÁN: Señor, deja que me vaya y te doy otros cuarenta


pesos.

MEFISTÓFELES: ¿Dónde están?

CHALÁN: No los tengo aquí. Ven a mi establo y te los doy.


(Sale corriendo).
FAUSTO: ¿Se fue? Bien, Fausto tiene otra vez su pierna y el
chalán, un saco de paja en premio de sus afanes. La
burla le costó otros cuarenta pesos.

ACTO V

ESCENA I

El gabinete de FAUSTO. Entra WAGNER, solo.

WAGNER: Me parece que mi amo se va a morir pronto, porque


me donó todos sus bienes. Pero si estuviera tan
cerca de la muerte no iría a tantos banquetes y
fiestas a divertirse con los estudiantes como ahora,
porque están cenando con tanto escándalo como yo
no había visto en mi vida. ¡Ah, ya vienen! La
comilona debe haber terminado.

Entra FAUSTO con DOS ESTUDIANTES y MEFISTÓFELES.

ESTUDIANTE PRIMERO: Maestro doctor Fausto, después de su


conferencia sobre las mujeres hermosas, hemos
llegado a la conclusión de que Elena de Grecia fue la
mujer más admirable que haya existido. Por lo tanto,
maestro, si nos quieres hacer un favor, déjanos ver
a esa dama sin par.

FAUSTO: Como su amistad es sincera, y como Fausto no tiene


la costumbre de negar las peticiones de los que lo
aprecian, van a verla con la misma pompa y
majestad que cuando Paris cruzó los mares con
ella... Silencio... porque el peligro reside en las
palabras...

Música y pasa ELENA por el escenario.

ESTUDIANTE SEGUNDO: Soy demasiado simple para alabar a la que


el mundo admira por su belleza.
ESTUDIANTE PRIMERO: No me extraña que los griegos hubieran
ido a la guerra durante diez años por el robo de esta
reina, cuya hermosura no tiene comparación.

ESTUDIANTE PRIMERO: Bendecimos a Fausto por este gran favor


(Salen).

Entra un VIEJO.

VIEJO: ¡Ah, doctor Fausto, si yo pudiera convencerte de que


guiaras tus pasos por el sendero de la vida! ¡Rompe
tu corazón y mezcla la sangre con tus lágrimas!
Amable Fausto, abandona estas artes malditas.

FAUSTO: ¡Dulce amigo! Aprecio tus palabras que confortan mi


alma destrozada.

VIEJO: Me voy triste porque presiento que ya estás perdido


para siempre, amigo Fausto (Sale).

FAUSTO: ¿Adónde estás, Fausto? ¿Qué hiciste, infeliz? ¿Quién


eres? Fausto ya no es Fausto... ¡Estás condenado,
condenado! ¡Desesperado y moribundo! El infierno
te reclama con voz rugiente: «Ven, Fausto, que llegó
tu hora». Y Fausto sí va a ir porque tiene que hacer
lo correcto. ¿Ya no hay misericordia? Me
arrepiento... pero sigo desesperado. El infierno vive
orgulloso en mi pecho. ¿Qué puedo hacer para
escapar a mi destino?

MEFISTÓFELES le entrega un puñal; FAUSTO lo rechaza. Se


arrodilla.

MEFISTÓFELES: Arresto tu alma, traidor, por desobedecer a mi


Señor. ¡Retráctate o despedazo tus carnes!
FAUSTO: Mefistófeles, perdóname... Trae otra vez a Elena
para que distraiga la angustia de mi corazón y pueda
cumplir el contrato que firmé con Lucifer.

MEFISTÓFELES: ¡Dicho y hecho, Fausto!

Entra ELENA.

FAUSTO: ¿Este fue el rostro que lanzó a la guerra mil buques


e hizo arder las enormes torres de Troya? Dulce
Elena, hazme inmortal con un beso. Ven, Elena, ven
y devuélveme mi alma. Aquí voy a vivir, porque el
cielo está en tus labios y todo lo que no es Elena es
escoria. Yo voy a ser Paris y por tu amor, voy a
saquear Wittenberg ¡Ah, tú eres más bella que el
aire de la noche adornado con el primor de mil
estrellas; solo tú eres mi amada! ( La besa). Tus
labios absorbieron mi alma. Mira donde vuela. Ven,
Elena, ven... Devuélveme mi alma otra vez ( La besa.
Sale ELENA).

Entran los ESTUDIANTES.

FAUSTO: ¡Escuchen! Con ustedes hubiera podido vivir


tranquilo... pero ahora voy a morir para siempre.
¿Ya llegó? ¿No vienen?

ESTUDIANTE SEGUNDO: ¿Quiénes? ¿Qué quiere decir Fausto?

ESTUDIANTE PRIMERO: Debe estar enfermo por vivir tan solitario...

ESTUDIANTE SEGUNDO: Si es así, traigamos médicos que lo curen.

ESTUDIANTE PRIMERO: Eso debe ser una indigestión; no hay por


qué temer.

FAUSTO: Una indigestión de pecado mortal que envenenó el


alma y el cuerpo.
ESTUDIANTE PRIMERO: Si es así, Fausto, acude al cielo...
Recuerda que la misericordia de Dios es infinita.

FAUSTO: Los delitos de Fausto no pueden ser perdonados. Mi


corazón jadea y se estremece al recordar que fui
estudiante aquí hace treinta años. ¡Ah, si nunca
hubiese venido a la universidad de Wittenberg, ni
leído libros! Toda Alemania fue testigo de los
milagros que yo hice... Todo el mundo fue testigo de
mis descubrimientos y curaciones; pero por ellos
Fausto perdió al mundo y a Alemania. ¡Ay, yo
lloraría, pero los diablos me secan las lágrimas!
¡Brota, sangre, en vez de lágrimas... y la vida y el
alma con ella! Quisiera levantar las manos al cielo,
pero ellos me las agarran, me las agarran...

ESTUDIANTES: ¿Quiénes, Fausto?

FAUSTO: Lucifer y Mefistófeles. Yo les vendí el alma a cambio


de que mi sabiduría no tuviera límites.

ESTUDIANTES: ¡No lo quiera Dios!

FAUSTO: Les firmé una escritura con mi propia sangre; el


plazo se venció y ya van a venir por mí.

ESTUDIANTE SEGUNDO: ¿Qué podemos hacer para salvar a


Fausto?

FAUSTO: No piensen en mí; ¡váyanse de aquí! Señores, adiós.


Si vivo hasta mañana, los voy a buscar. Si no, quiere
decir que Fausto se fue al infierno.

ESTUDIANTES: Adiós, Fausto.

Salen los ESTUDIANTES. Suenan las once.


FAUSTO: ¡Ah, Fausto, te queda una sola hora de vida y luego
vas a ser condenado para siempre! ¡Que se
detengan las esferas móviles de los cielos, que cese
el tiempo y que nunca llegue la media noche! ¡Ojo
claro del mundo, elévate de nuevo y engendra un
día perpetuo! ¡O permite que esta hora sea un año,
un mes, una semana, un día natural...! «¡Ay! Lento,
corre lento, caballo de la noche». Las estrellas
siguen su curso, el tiempo corre, el reloj suena, el
demonio va a venir y Fausto va a ser condenado.
¡Voy a saltar hasta Dios!, pero ¿quién me jala hacia
abajo? ¡Una gota, media gota de la sangre de Cristo
para salvar mi alma! ¡Lucifer, sálvame! ¿Dónde está?
Se fue... Montes y colinas, vengan, vengan... caigan
sobre mí, escóndanme de la ira divina. ¿No, no? ¡Ah,
quiero huir y esconderme en las entrañas de la
tierra! ¡Tierra, ábrete! No, no quiere acogerme...
Estrellas que rigieron mi nacimiento y que predijeron
esta muerte y el infierno, llévense a Fausto envuelto
en una bruma confusa, para que me expulse al aire
y mis miembros se desprendan y pueda mi alma
elevarse a los cielos. (Suena el reloj.) Ya pasó media
hora y todo va a suceder pronto. ¡Oh, Dios, aunque
no tengas compasión de mi alma, pon algún límite a
mi condena eterna! Pero no hay límites para las
almas condenadas. ¿Por qué no eres una criatura sin
alma? ¿Para qué tienes un espíritu inmortal? Si las
metempsícosis de Pitágoras fueran verdaderas, mi
alma se escaparía y se transformaría en alguna
bestia bruta. Los animales son felices porque cuando
mueren, sus almas se disuelven rápidamente en los
elementos. Fausto, maldícete y maldice a Lucifer que
te ha negado la alegría de los cielos. (El reloj da las
doce.) ¡Las doce, ya es la hora! Ahora, cuerpo,
vuélvete aire para que Lucifer no te lleve al infierno.
(Truenos y relámpagos.) ¡Alma, transfórmate en
diminutas gotas de agua y cae en el océano para
que nunca te encuentren! (Entran los DIABLOS.)
¡Dios mío, Dios mío, no me mires tan furioso!
Víboras y serpientes, déjenme respirar un poco. No
te abras, infierno horrible. ¡Lucifer, no vengas! ¡Voy
a quemar mis libros! ¡Ah, Mefistófeles! (Salen los
DIABLOS con él).

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