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Bloque Hegemonico
Bloque Hegemonico
Resumen:
No hay demasiadas objeciones ni controversias en torno a la descripción de los años
90 en Argentina como una época signada por una “hegemonía neoliberal”. Sin
embargo, los trabajos académicos producidos en los últimos años no se ponen de
acuerdo en establecer si el “kirchnerismo” ha conformado una nueva hegemonía o se
trata más bien de un proceso político abierto que aún no ha delimitado un nuevo
modelo de dominación de mediana duración.
Este trabajo se propone dar cuenta de las distintas caracterizaciones acerca del
período, tomando como eje analítico la dimensión de la hegemonía política. Para
ello, se revisarán algunas de las producciones académicas que giran en torno a este
problema, tratando de poner en diálogo las distintas conceptualizaciones existentes
en referencia a los últimos años. El desarrollo de los abordajes más significativos
sobre la cuestión revelará que detrás de los diagnósticos disímiles hay puntos de
partida teóricos completamente alejados entre sí. Por esta razón, muchas de las
posiciones encontradas ni siquiera pueden ponerse a debate, en la medida en que
parten de concepciones inconmensurables acerca de la hegemonía.
La hipótesis que guía nuestro trabajo sostiene que las distintas conclusiones acerca
del carácter hegemónico del proceso político abierto hace ya más de una década
provienen de las múltiples maneras en que un concepto abierto como el de
hegemonía puede ser interpretado.
Summary:
There have not been significant objections or controversies surrounding the
characterization of the 90’s in Argentina as an era marked by a “neoliberal
hegemony”. However, the academic literature of the last few years cannot agree on
whether “Kirchnerism” has become a novel consolidated hegemony or whether it
represents an open political process that has not yet establish its boundaries as a new
model of dominance of medium-term duration.
This article intends to identify the different characterizations of the “Kirchnerist”
period following the concept of political hegemony as the axis of the discussion.
With this end, we review the main academic works that have previously discussed
this problem and present the different existing conceptualizations in a comparative
and dialectical manner. We observe that the most significant dissertations analyzed
1
Agradezco la lectura compañera de Agustín Cerani.
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reveal that the dissimilar diagnostics presented by the different authors originate
from theoretical starting points (premises) that lie far apart from each other. Thus, it
is not random that several of the contentious points cannot be actually compared
since they originate from highly heterogeneous and even antagonistic
conceptualizations of “hegemony”.
We hypothesize that the different conclusions reached about the hegemonic
character of the open political process that has spanned for over a decade in
Argentina arises from the multiple ways in which the vast concept of “hegemony”
can be interpreted.
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1. Introducción
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Así, pues, al realizar una breve historia del uso que previamente la
“tradición clásica” del marxismo (Anderson, 1979) había hecho de la
“hegemonía”, el marxista británico identificó el carácter “no situado” del
concepto en la obra de Gramsci. En efecto, el pensador italiano lo utilizó, en
primer lugar, a tono con las definiciones que las primeras generaciones de
marxistas habían construido hasta entonces: para identificar la dirección del
proletariado en alianzas y frentes con otras clases y fracciones de clases. En
ese sentido, la clase obrera debía ejercer su “hegemonía” hacia sectores
explotados ajenos a ella (como el campesinado o la pequeña burguesía), pero
aliados en la lucha contra los sectores retardatarios nacionales en un orden
feudal, o contra el gran capital en sistemas capitalistas modernos, fracciones
enemigas hacia las cuales había que ejercer un “dominio”3. Este registro del
concepto permitía conceptualizar la conducción política de la clase obrera
(que debía convertirse en hegemónica, abandonando la fase “corporativa” en
el desarrollo de la lucha de clases) hacia sectores que no eran efectivamente
obreros pero podían jugar un rol progresivo en las luchas revolucionarias.
Gramsci continuó con esta acepción clásica del concepto, concebido como
momento táctico de la lucha de clases, pero le otorgó un énfasis “cultural”
mucho mayor. Para Gramsci, la tarea de la lucha ideológica por la
hegemonía de la clase obrera no se resolvía en la mera subordinación de los
otros grupos, sino que debía efectuar una conducción intelectual y moral que
los transformara en una unidad nueva. Dicha lucha “consigue no sólo una
unificación de los objetivos económico y político, sino también la unidad
intelectual y moral, planteando todas las cuestiones sobre las que surge la
lucha no en un plano corporativista, sino universal. Crea así la hegemonía de
un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados”
(Gramsci, 1975: 1584, citado en Anderson, 1991: 37). Así pues, la
hegemonía, retomada en sentido clásico, no es más que la conducción de
identidades extrañas a la propia nucleadas bajo un mismo agrupamiento en
torno a un enemigo común.
Partiendo de esta definición, Gramsci trasladó el concepto para
poder pensar la dominación que la burguesía ejerce sobre el proletariado en
las sociedades modernas, extendiendo la noción hacia otros sujetos políticos
y experiencias históricas. En una operación de abstracción y generalización
del concepto, Gramsci produjo una “transición imperceptible” (Anderson,
1991: 39) desde la hegemonía entendida como modo de practicar la
conducción de un bloque histórico revolucionario por parte del proletariado,
hacia el modo en que la burguesía ejerce la dominación política en las
sociedades capitalistas occidentales y, de esta manera, habilitó el uso del
3
“La supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como ‘dominio’ y como
‘dirección intelectual y moral’. Un grupo social es dominante respecto de los grupos
adversarios que tiende a ‘liquidar’ o a someter incluso con la fuerza armada, y es dirigente de
los grupos afines o aliados” (Gramsci, 1977, p. 486).
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“Por ahora es posible fijar dos grandes ‘planos’ sobreestructurales; el que puede llamarse de
la ‘sociedad civil’, o sea, del conjunto de los organismos vulgarmente llamados ‘privados’, y
el de la ‘sociedad política o Estado’, los cuales corresponden respectivamente a la función de
‘hegemonía’ que el grupo dominante ejerce sobre toda la sociedad y a la de ‘dominio directo’
o de mando, que se expresa en el Estado y en el gobierno ‘jurídico’” (Gramsci, 1977: 394).
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En el mismo apartado, más adelante, Gramsci dirá que “puede y debe haber una actividad
hegemónica incluso antes de llegar al poder” (Gramsci, 1977: 486).
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Es precisamente el Partido Político, el “Príncipe Moderno”, quien “ejerce la función
hegemónica y, por tanto, equilibradora de intereses diversos de la ‘sociedad civil’” (Gramsci,
1977: 304).
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Al respecto dirá Gramsci: “La relación ‘nacional’ es el resultado de una combinación
‘original’ única (en cierto sentido) que tiene que entenderse y concebirse en esa originalidad y
unicidad si se quiere dominarla y dirigirla (…) La clase dirigente lo es sólo si interpreta
exactamente esa combinación, componente de la cual es ella misma, y, en cuanto tal, puede
dar al movimiento cierta orientación según determinadas perspectivas” (Gramsci, 1977: 351).
Más adelante continúa: “El concepto de hegemonía es aquel en el cual se anudan las
exigencias de carácter nacional, y se comprende bien que ciertas tendencias no hablen de ese
concepto o se limiten a rozarlo (…) Los conceptos no-nacionales (o sea, no referibles a cada
país singular) son erróneos…” (Gramsci, 1977: 352).
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inédita a los sujetos sociales mismos” (Aricó, 1985: 14. Las cursivas son
nuestras).
Sin embargo, la ambigua utilización de los conceptos de sociedad
civil y sociedad política (Estado) llevaría a la reformulación de la categoría
misma8. En una segunda versión de la hegemonía, Gramsci ya no atribuye
preponderancia a la Sociedad Civil por sobre el Estado, sino que encuentra
en un plano de equivalencia entre ambas9. Así, pues, ahora la hegemonía se
“reparte entre el Estado –o ‘sociedad política’- y la sociedad civil, al mismo
tiempo que ésta se vuelve a definir para combinar coerción y consenso”
(Anderson, 1991: 55). Por esta razón, en este caso “el ejercicio normal de la
hegemonía en el terreno, ya clásico, del régimen parlamentario se caracteriza
por la combinación de la fuerza y el consenso” (Gramsci, 2003: 125). Si
antes la hegemonía era el consenso que se obtenía en la Sociedad Civil,
ahora la Hegemonía será la unidad dialéctica entre el consenso y la coerción
obtenidos en el seno del Estado y la sociedad civil al mismo tiempo.
Hegemonía como modelo integral de dominación con momentos
analíticamente diferenciados (“hegemonía política” y “hegemonía civil”)
pero integrados en una unidad conceptual y real. Hegemonía, entonces, en
todos lados: en la sociedad civil y en la sociedad política.
Existe aún otra versión “complementaria” a esta segunda acepción
(tercera, si tenemos en cuenta la “transición” del concepto realizada por
Gramsci desde el desarrollo de la “tradición clásica” del marxismo) debida a
una nueva transformación en la relación del binomio sociedad civil/sociedad
política. Esta vez, el cambio está suscitado por entender al Estado como
“Estado ampliado”, incluyendo a la sociedad política (el Estado en sentido
estricto) y la sociedad civil: “En la noción general de Estado intervienen
elementos que hay que reconducir a la noción de Sociedad Civil (en el
sentido, pudiera decirse, de que Estado = sociedad política + sociedad civil,
o sea, hegemonía acorazada con coacción).” (Gramsci, 1977: 291). Aquí no
hay un nuevo contenido del concepto de hegemonía, como parece indicar
Anderson, sino más bien una especificación de la relación que guardan entre
sí Estado y sociedad civil. Para Gramsci, la sociedad civil es el “contenido
ético” del Estado y, por lo mismo, puede pensarse como un momento del
mismo que no puede reducirse a él, es la “hegemonía política y cultural de
un grupo social sobre la entera sociedad, como contenido ético del Estado”
(Gramsci, 1977: 290). Aquí, paradójicamente, la hegemonía vuelve a quedar
8
No nos detendremos detenidamente en el concepto gramsciano de Sociedad Civil y sus
diferencias con los esbozados por Marx y Hegel. Dichas discusiones pueden revisarse en
Bobbio (1972), Portelli (1981) y el propio Anderson (1991: 59-62).
9
Como bien lo testimonia Anderson, es evidente que en la primera definición, Gramsci
pretende describir las enormes diferencias sociales y políticas entre la Rusia de 1917 y los
países de Europa Occidental para elaborar un diagnóstico preciso de la derrota del
proletariado y esbozar un cambio en la táctica revolucionaria de los partidos obreros
occidentales.
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“No existe un espacio suturado que podamos concebir como una ‘sociedad’ (Laclau y
Mouffe, 2004, p. 108). Y más adelante: “El rechazo de la noción de totalidad se verifica en
términos del carácter no esencial de los lazos que unen a los elementos de esa presunta
totalidad” (Laclau y Mouffe, 2004: 117).
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El gobierno “centró sus coordenadas en la re-significación del Estado como garante de la
inclusión y reparador de los daños sociales en el marco de una evocación nacional-popular”
(Muñoz y Retamozo, 2012: 2).
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En su libro (2010) y mucho más claro en otro artículo (2009), Muñoz ensaya una
comparación entre la construcción hegemónica del kirchnerismo (por arriba) y la del MAS
boliviano (por abajo, es decir, a partir de articulaciones realizadas por los movimientos
sociales mismos.
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“En este sentido la hegemonía kirchnerista articula un modelo de acumulación, un régimen
político y con una trama discursiva que configura un ordenamiento.” (Retamozo, 2011: 264).
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La “ofensiva de los sectores dominantes fue posible porque se consolidó un sistema político
basado en el transformismo argentino como forma de garantizar la hegemonía” (Basualdo,
2011, p. 79).
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En un pasaje del libro Basualdo afirma que el kirchnerismo “no es el resultado de la
hegemonía de un bloque social que está definiendo un nuevo patrón de acumulación de
capital, sino de una enconada pugna entre dos tipos de hegemonía diferentes, que están
vinculadas a propuestas enfrentadas, estando ambas encarnadas en el gobierno más allá que
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los representantes de cada una de ellas en el gabinete varíen en el tiempo” (Basualdo, 2011:
149).
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El denominado “conflicto con el campo” fue un extenso lockout protagonizado por las
principales cámaras patronales agropecuarias argentinas desde marzo hasta julio de 2008,
provocado por la intención del gobierno de establecer un sistema de retenciones móviles a la
exportación de productos agropecuarios.
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Seguidamente agrega: “En esta segunda instancia gubernamental, el kirchnerismo redefine
su postura inicial: las fracciones del capital que debe enfrentar no son únicamente los
acreedores externos y el capital extranjero que controla las empresas de servicios públicos que
fueron privatizadas anteriormente, sino que a ellos les suma la fracción del capital que había
sido hegemónica durante la valorización financiera: los grupos económicos locales”
(Basualdo, 2011: 161).
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Esta caracterización es compartida por Muñoz, quien definía a la lógica de las equivalencias
populista es “una relación por la cual una fuerza social o demanda particular asume la
representación de una totalidad que es inconmensurable con ella. Esta relación paradojal es
posible a través de la articulación de diversas luchas en una cadena de equivalencias, la
creación de una demanda que asume la representación de toda la cadena y la delimitación de
una frontera interna a lo social” (Muñoz, 2010: 39).
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Las relaciones entre el estado y el mercado, la posición de la autoridad económica y
monetario-financiera en el seno del poder ejecutivo, las relaciones entre el poder ejecutivo y
los poderes legislativo y judicial y los vínculos entre el estado y sus principales mediaciones
con la sociedad civil.
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“Si el gobierno de Kirchner no terminó de consolidarse como el gobierno ‘ideal’ de esta
fracción burguesa fue por los límites que impuso la compleja relación de fuerzas entre las
clases a nivel económico, político y social” (Wainer, 2013: 92).
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4. Conclusiones
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Bibliografía
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