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CAMBIEMOS EN EL

El autor nos dice que cada semana ve a cristianos


que sufren de una amplia gama de problemas
emocionales: ansiedad, soledad, pesar por relaciones
destruidas, resentimiento y sentimientos de no
pertenencia. Muchos han estado luchando con estos
problemas durante años. Son personas que sufren.

La iglesia se encuentra dividida en cómo tratar


con estas personas sufrientes. Están los de un lado
del asunto, los cuales dicen que las personas que
luchan emocionalmente están “En pecado” “No tienen la
fe suficiente” “No son suficiente” “No son obedientes” o
“No se dedican bastante tiempo a la Palabra”.

Muchos cristianos (Y estas personas) suelen culpar


a quienes sufren por su dolor.

Las respuestas de los cristianos que culpan a los


que sufren (que están de este lado del argumento)
muchas veces suenan tan parecidas a las palabras de
Job cuando recibió a sus amigos: “Dios está intentando
enseñarte algo” “Mira las bendiciones de las que todavía
disfrutas” “Dios te está probando”. “Da las gracias a
pesar de tus circunstancias”. Los discursos de los
tres amigos de Job contienen elementos de
verdad, pero no siempre ayudan a las personas
que sufren.
Un persona desesperada debe obtener lealtad de
su amigo, dijo Job, “aunque uno se aparte del temor
al Todopoderoso (Job 6:14). Él reconoció, como solo
puede hacerlo alguien que sufre, que las respuestas
simples no solamente fracasan en aliviar la pena, sino
que literalmente pueden alejar a una persona de Dios.

El que sufre y toma este tipo de consejo en


serio, con frecuencia tiene dos problemas en lugar de
uno: el dolor que sintió originalmente y la culpa
por no poder aplicar las respuestas que recibió.
La ayuda ofrecida a los cristianos que sufren dolor
emocional a lo largo de los años ha hecho un terrible daño y
ha llevado a muchos a llegar a la misma conclusión que Job:
“porque ustedes son unos incriminadores; ¡como
médicos no valen nada! ¡Si tan sólo se callaran la
boca! Eso, en ustedes ¡ya sería sabiduría!”. Job 13:4-
5.

Los que sufren, y reciben este tipo de ayuda, o


bien aprenden a fingir la sanidad para permanecer en
la iglesia, o por el contrario la abandonan, diciendo
que su fe les da muy poco solaz a su dolor emocional.

Por otra parte, las personas ubicadas en el otro


lado del asunto salen y tratan de tocar el dolor de los
que sufren. Buscan respuestas que funcionen, y al no
encontrarlas en la iglesia, se vuelcan a la psicología.
Con frecuencia los métodos psicológicos son
exitosos y la gente que sufre encuentra alivio.
Pero despues estas personas se encuentran en un
dilema. ¿Fue Dios o fue la psicología lo que trajo la
sanidad? Saben que el alivio proviene de Dios, pero
parece no haber un sistema bíblico para defender
esto. Solo saben que funciona.

El autor nos dice que como cristiano y psicólogo,


intentó las respuestas cristianas “estándares” para él
mismo y para los demás, y llegó a la conclusión de
Job: son medicamentos sin sentido. También
intentó espiritualizar discernimientos psicológicos para
que de alguna manera parecieran cristianos. Esto
tampoco funcionó.

Después de algunos años se encontró diciéndole a


Dios: “Renuncio, realmente no sé que puede
ayudar, Dios, si hay algo que lo haga (que pueda
servir) tendrás que demostrármelo”. A lo largo de
los años siguientes, Dios lo condujo a un viaje
espiritual en el que graciosamente respondió esta
sencilla pero desesperada oración.

La oración del autor es que este libro no se


enrede en el debate de la iglesia entre la psicología y
la teología. Tiene un objetivo (claro) en mente:
demostrarle que hay soluciones para sus luchas
contra la depresión, la ansiedad, el pánico, las
adicciones y la culpa, y que estas soluciones
residen en su comprensión de determinadas
tareas básicas de desarrollo, tareas que
probablemente no haya completado cuando
crecía y que traen cambios que sanan. Estas
tareas involucran crecer en “similitud” a quien lo creó.

Déjeme explicarle.

La Biblia dice que fuimos creados a la imagen de


Dios, Génesis 1:27. Fuimos creados “como” Dios. Los
teólogos han llenado bibliotecas con libros de los
atributos o características de Él. Distinguen entre ellos
sus atributos incomunicables: Él es inmutable (no
cambia), omnipotente (todo lo puede), infinito (sin
limitaciones), omnisciente (todo lo sabe),
omnipresente (está en todas partes) y sus atributos
comunicables: Él es justo, santo, amoroso, y fiel.
Obviamente, no podemos reflejar los atributos
incomunicables de Dios, nunca podremos ser
todopoderosos o saberlo todo. Pero podemos
volvernos más amorosos y más santos. Cuanto
más nos volvamos como Él en estos atributos, menos
lucharemos con los problemas emocionales.

El apóstol Pablo escribe que a los que Dios llamó


“los predestinó para ser trasformados según la
imagen de su Hijo” Romanos 8:29. Lo que quiere
decir es que es nuestra meta es volvernos más como
Él. Nuestro destino es perseguir esta similitud familiar
con Dios. El problema que enfrentamos es cómo
ser más parecidos a Cristo. ¿Cómo trabajar para
volvernos santos cuando nos sentimos impotentes
incluso para controlar nuestros hábitos alimenticios?
¿Cómo podemos ser amorosos, cuando estamos
extenuados por todos los requerimientos de nuestro
tiempo y energía?

Ya que convertirse en alguien parecido Dios


no parece ser práctico, entonces intentamos
resolver nuestros problemas cotidianos
dividiéndolos en dos categorías diferentes.

Preguntamos: ¿Es este un problema emocional o


un problema espiritual? Si estamos luchando con un
problema emocional, acudimos al psicólogo cristiano;
si es un problema espiritual, llamamos al pastor.
Suponemos que nuestra presión, pánico, culpa o
adicciones tienen poco o nada que ver con nuestra
espiritualidad; que son dos temas separados.

Pero el hecho de separar nuestros


problemas en emocionales y espirituales es
parte del problema. Todos nuestros problemas
surgen de nuestro fracaso al tratar de reflejar la
imagen de Dios. Debido a la caída del pecado de Adán
y Eva en el huerto del Edén, no hemos desarrollado la
similitud a Dios en la áreas vitales de nuestra
persona, y no estamos funcionando como fuimos
creados para funcionar. Entonces sufrimos.
En el transcurso del viaje espiritual y profesional el
autor identificó cuatro aspectos de la personalidad de
Dios que si los hubiera cultivado, habría mejorado
enormemente su funcionamiento cotidiano. Dios
puede hacer cuatro cosas que nosotros, sus
hijos tenemos dificultad en hacer:

1. Vincularnos con los demás.


2. Separarnos de los demás.
3. Clasificar asuntos del bien y el mal.
4. Hacernos cargo como un adulto.

Sin la capacidad de realizar estas funciones básicas


del tipo de las de Dios, literalmente podemos
permanecer atascados por años, y el crecimiento y el
cambio pueden alejarse de nosotros. En este libro
explica estas cuatro tareas de desarrollo, las barreras
que aparecen en el cambio para lograrlas y las
habilidades que necesitamos para completarlas.

Puesto que vivimos en un mundo caído, todos


tenemos un déficit en las cuatro áreas. Transformar
los efectos de la caída y crecer a la imagen de Dios no
es tarea sencilla. Pero Dios ha prometido que la
“buena obra” que él comenzó en nosotros “la irá
perfeccionando hasta el día de Cristo” Fil 1:6.

Pero antes de proponernos esta tarea de crecer a


semejanza de Dios, de cambiar en él, necesitamos
echar una breve mirada a dos cualidades principales
del carácter de Dios, cualidades que si las
comprendemos adecuadamente, no ayudarán a
emprender nuestro viaje con vigor.

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