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externo sí, de tal forma la modalidad de la experiencia revela una forma en que lo externo se da
en lo mental, pero no como una simple representación de dominios incomunicados. Al darse una
experiencia de algo, la intencionalidad propia del acto experiencial, implica una relación que va
más allá de lo representacional, con el acto de experieciar completamos aquello que antes de que
se diera esta modalidad, permanecía incompleto.
Una cuestión que me viene a la cabeza luego de estas reflexiones es sobre la responsabilidad que
debemos tener sobre las experiencias que abrimos en nuestras vidas. Las experiencias que
tenemos son más importantes de lo que pensamos, en la medida en que son el campo que entra a
configurar nuestra existencia, nuestro ser en el mundo y no solo como una actualidad, sino
también como campo de posibles experiencias posteriores. La experiencia no es una serie de
conocimientos o prácticas que se acumulan en la mente y en la memoria motriz, sino un campo de
afectividad que prepara nuestro estar en el mundo.
Con esto no quiero decir que debamos vivir nuestra vida en función de la máxima popularizada en
estos días de “aprovechar el tiempo”, una vulgarización del carpe diem. Sino que el sentido va
dirigido a la responsabilidad que debemos tener en cuanto a qué experiencias queremos permitir
en la configuración de nuestra subjetividad.
Una vez hemos permitido que una experiencia intensa se abra paso en nuestro campo
experiencial, solo podemos contemplar cómo ésta se desarrolla, y sólo podemos salir de ella
impulsados por una fuerza mayor, por otra experiencia (que no necesita ser una vivencia actual;
un recuerdo con la fuerza necesaria de afectar nuestro estar-en-el-mundo puede sacudirnos a tal
punto de que nuestro campo experiencial actual sea completamente modificado).