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GUILLERMO HOYOS VASQUEZ

El filósofo más importante de los últimos 50 años

Un hombre que nos enseñó a escuchar, a ser tolerantes y a respetar al otro.

Murió el sábado 5 de enero el profesor Guillermo Hoyos, sin ninguna duda el filósofo más
importante de Colombia en los últimos cincuenta años, y uno sino el más reconocido
pensador colombiano a nivel de América Latina y Europa, en las últimas décadas.

Formación Académica
Postdoctorado/Estancia postdoctoral Universität Wuppertal
  
Enerode1985 - de 1987

Doctorado Universitat Zu Koln
Philosophie
   Septiembrede1967 - Juliode 1973
Intentionalität als Verantwortung. Geschichtsteleologie und Teleologie der
Intentionalität bei E. Husserl (opus eximium, summa cum laude)

Pregrado/Universitario Hochschule Sankt Georgen


Sacra Theologia
  
Enerode1963 - de 1967
El ecumenismo en la teología católica al inicio del Concilio Vaticano II

Pregrado/Universitario PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA


Licentia In Philosophia Et Litteris
  
Enerode1953 - de 1961
La existencia de Dios en San Agustín

Guillermo Hoyos nace en 1935 en el seno de una tradicional familia antioqueña y,


siguiendo la vocación de sus hermanos mayores sacerdotes, ingresa en su juventud a la
Compañía de Jesús que más tarde lo envía, en 1963, a Europa a consolidar su formación
teológica y filosófica. Es allí donde se doctora en Filosofía en la Universidad de Colonia,
siendo así uno de los primeros doctorados colombianos, y recibe además la grandiosa
influencia social y política tanto del Concilio Vaticano II, la teología política, como de esa
revolución cultural que fue mayo del 68 en todos los países europeos y que signaría en su
espíritu el talante que siempre lo habría de acompañar.

Guillermo Hoyos: Soy el último hijo de una familia típicamente antioqueña: padre de
Marinilla, madre de Fredonia, tres hermanos mayores optaron por la vida religiosa en la
Compañía de Jesús. Yo haría lo mismo. En esta tradición era obvia una posición política
conservadora y una formación ideológica católica, acentuada por la educación impartida
por los hermanos de las Escuelas Cristianas del Instituto San Carlos de Medellín y luego
por los del Colegio de los Jesuitas. Este tipo de educación puede, pienso yo, dejar
influencias, en el sentido de ciertos elementos importantes del comunitarismo
contemporáneo, como cuestionamiento a las pretensiones dogmáticas del racionalismo en
moral y política, que pretenden en la modernidad ser la panacea. Hay aspectos de la
formación cristiana que pueden articularse como sensibilidad moral, solidaridad con el
"otro", compromiso con la comunidad. Lo cual no quiere decir que estos aspectos no
puedan estar presentes en otras religiones, visiones omnicomprensivas del bien o ideologías
políticas.

El pensamiento crítico

Guillermo Hoyos, con otros profesores de ciencias humanas, comenzó a introducir a la


Escuela de Fráncfort, el marxismo heterodoxo, Horkheimer, Adorno y, en su caso
específico, Jürgen Habermas, que en medio de las descalificaciones y las purgas estalinistas
de siempre enseñaba a propender por un pensamiento a la vez crítico y democrático,
alejado de las estigmatizaciones y los señalamientos. Con Hoyos una generación aprendió a
no caer en el maniqueísmo de "derecha o izquierda", ni tampoco de "centro", sino a pensar
la realidad como "Dios manda": con objetividad, sensibilidad social y abierto al diálogo.

Aunque el doctorado de Hoyos había sido sobre fenomenología husserliana, es


paradójicamente la teoría comunicativa de Habermas por la que sería reconocido,
consolidándose como su multiplicador e interlocutor más significativo en Colombia y
América Latina. En cuanto congreso había de filosofía y ciencias sociales, Hoyos enarboló
la ética comunicativa, la posibilidad de lograr consensos antes que imponer por la fuerza
del poder o de las armas los propios argumentos, transmitiendo así un ideal alternativo que
fue calando en la formación de no pocos colombianos y latinoamericanos.

Si Gregorio Peces Barba fue llamado en España el padre intelectual de la Constitución,


permítanme exagerar si digo que en buena parte el espíritu conciliador de la Constitución
del 91 provino -por esa intricada serie de causas borgianas- de esa semilla que Hoyos
comenzó a sembrar 20 años antes: pensamiento crítico, sensibilidad social, democracia
deliberativa.

EL DIÁLOGO CON EL PENSAMIENTO LIBERAL

Su última etapa estuvo marcada, además de su reencuentro con la fenomenología y su


encuentro con el pensamiento posmoderno, sustancialmente por el diálogo que se establece
entre el filósofo estadounidense John Rawls y Jürgen Habermas y que se ha conocido como
el Debate sobre el Liberalismo Político (1995).
Hoyos descubrió el vigor de la academia angloamericana pero, además, en la obra de
Rawls, un pensamiento profundamente pluralista, social y democrático muy cercano a la
socialdemocracia habermasiana y europea y lejos, por supuesto, de nuestro liberalismo que
ojalá hubiera sabido abrevar en esa obra.

Ello lo lleva, de la mano de Habermas, a poner el acento no solo en la comunicación, sino


en el estado democrático de derecho, la democracia deliberativa y la fuerza de la opinión
pública. Hoyos se inscribe en lo que algunos, después de la caída del Muro de Berlín,
llamaron el "pensamiento postsocialista", inspirado en que la cuestión democrática no era
ajena al pensamiento crítico y que el binomio democracia-sensibilidad social tenía que
hacerse no por cauces autoritarios ni populistas sino enmarcado en el absoluto respeto a la
Constitución y el estado de derecho. De ahí que fuera, además de inspirador avant la lettre,
un defensor de la Constitución del 91 frente a la del 86, que representaba el proyecto
conservador y clerical en Colombia. La del 91 era el proyecto de modernidad y democracia
al que tantos en Colombia habían aspirado desde el siglo XIX.

EL EJEMPLO VITAL

Pero un maestro como Hoyos no lo fue solo por ser un gran académico. Hoy hay muchos de
lo segundo y muy pocos de lo primero. Además de su don de gentes, de su calidez, de su
bonhomía, Hoyos enseñó a ser congruente. Sin duda por su formación jesuita aprendió y así
lo transmitió que, como alguien alguna vez dijera refiriéndose a Salvador Allende, hay que
"decir lo que se piensa y hacer lo que se dice". No solo era el profesor de Kant o de
Habermas o de Husserl: ahí también lo tenían en las marchas en defensa ya de la educación
pública, ya de la tolerancia política por la UP, ya del respeto a los procesos de paz, ya de la
vivienda para sectores marginados. No era un intelectual de buhardilla, acomodado en su
felicidad doméstica, sino un militante de las causas sociales y democráticas sin las rigideces
de la militancia partidista.

A estas alturas, ya Hoyos había colgado los hábitos, se había casado con Patricia
Santamaría, su fiel compañera hasta el último instante de su vida, y en esa línea de
conducta vital no solo había transitado por la decanatura de Ciencias Humanas de la
Universidad Nacional, sino había igualmente fungido como asesor de Colciencias, del
Icfes, de la Comisión Nacional de Acreditación, de la Academia Diplomática de San
Carlos, y un largo etcétera, todas designaciones que sencillamente reconocían un
protagonismo intelectual que muy pocos han logrado representar en Colombia.

Compromiso vital con sus convicciones que lo habían llevado a la Comisión de Paz del
gobierno Betancur, así como inmediatamente antes a ser un censor acérrimo del Estatuto de
Seguridad del gobierno Turbay, como sería más tarde un fervoroso defensor de la
Constitución del 91, que para el encarnaba -guardadas proporciones por supuesto- la
democracia comunicativa habermasiana, y finalmente un crítico frentero y sin
conciliaciones del autoritarismo del gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
Aún recuerdo un congreso internacional de filosofía que abrió Hoyos con una lección
inaugural en la Universidad de Antioquia, en Medellín, en plena euforia uribista, y ante un
inicial silencio sepulcral, en muchos temeroso en otros cómplice, que después se
transformaría en cerrado aplauso, recordarle al poder que el cambio de las reglas de juego
no conduce a la democracia sino al autoritarismo y la corrupción, lo que resultaría casi
profético.

EL ADIÓS

La muerte del profesor Hoyos me sorprendió con mi familia en un parque natural en el sur
de California, el Joshua Tree National Park. El árbol de Joshua es, al menos visualmente,
un híbrido entre un cactus, una ceiba y una palmera pequeña. En medio de la aridez del
desierto surge con sus ramas multifurcadas (como la ceiba) sus retoños con espinas (como
el cactus), y su sombra bienhechora (como la palma). En esa tristeza insondable por su
partida que en ese instante compartía, a miles de kilómetros, con cientos de sus alumnos,
discípulos y amigos, pensé que Guillermo Hoyos había sido en Colombia como ese árbol.

En un país que todavía no logra entrar a la modernidad, aunque ya lo atropella la


modernización, donde la intolerancia se yergue a diario desde todas las posturas, en ese
desierto de premodernidad excluyente y posmodernidad indiferente en que todos los días
nos balanceamos dramáticamente, Hoyos nos enseñó a ser modernos, en el mejor sentido
del término: a ser tolerantes, a escuchar, a respetar y a reconocer al otro, a dialogar para no
imponer las razones por la fuerza o por las balas.

En este desierto de modernidad que, pese a sus leves avances, sigue siendo Colombia,
Hoyos -se me antojaba en ese momento- fue como ese árbol: germinó en medio de este
desierto conservadurista con sus espinas críticas para multifurcarse en todos los que han
sabido y sabrán aprender de su ejemplo y para dar sombra a los que hayan de venir en pos
de su sueño. Saludos por siempre al maestro Guillermo Hoyos.

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