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Murió el sábado 5 de enero el profesor Guillermo Hoyos, sin ninguna duda el filósofo más
importante de Colombia en los últimos cincuenta años, y uno sino el más reconocido
pensador colombiano a nivel de América Latina y Europa, en las últimas décadas.
Formación Académica
Postdoctorado/Estancia postdoctoral Universität Wuppertal
Enerode1985 - de 1987
Doctorado Universitat Zu Koln
Philosophie
Septiembrede1967 - Juliode 1973
Intentionalität als Verantwortung. Geschichtsteleologie und Teleologie der
Intentionalität bei E. Husserl (opus eximium, summa cum laude)
Guillermo Hoyos: Soy el último hijo de una familia típicamente antioqueña: padre de
Marinilla, madre de Fredonia, tres hermanos mayores optaron por la vida religiosa en la
Compañía de Jesús. Yo haría lo mismo. En esta tradición era obvia una posición política
conservadora y una formación ideológica católica, acentuada por la educación impartida
por los hermanos de las Escuelas Cristianas del Instituto San Carlos de Medellín y luego
por los del Colegio de los Jesuitas. Este tipo de educación puede, pienso yo, dejar
influencias, en el sentido de ciertos elementos importantes del comunitarismo
contemporáneo, como cuestionamiento a las pretensiones dogmáticas del racionalismo en
moral y política, que pretenden en la modernidad ser la panacea. Hay aspectos de la
formación cristiana que pueden articularse como sensibilidad moral, solidaridad con el
"otro", compromiso con la comunidad. Lo cual no quiere decir que estos aspectos no
puedan estar presentes en otras religiones, visiones omnicomprensivas del bien o ideologías
políticas.
El pensamiento crítico
EL EJEMPLO VITAL
Pero un maestro como Hoyos no lo fue solo por ser un gran académico. Hoy hay muchos de
lo segundo y muy pocos de lo primero. Además de su don de gentes, de su calidez, de su
bonhomía, Hoyos enseñó a ser congruente. Sin duda por su formación jesuita aprendió y así
lo transmitió que, como alguien alguna vez dijera refiriéndose a Salvador Allende, hay que
"decir lo que se piensa y hacer lo que se dice". No solo era el profesor de Kant o de
Habermas o de Husserl: ahí también lo tenían en las marchas en defensa ya de la educación
pública, ya de la tolerancia política por la UP, ya del respeto a los procesos de paz, ya de la
vivienda para sectores marginados. No era un intelectual de buhardilla, acomodado en su
felicidad doméstica, sino un militante de las causas sociales y democráticas sin las rigideces
de la militancia partidista.
A estas alturas, ya Hoyos había colgado los hábitos, se había casado con Patricia
Santamaría, su fiel compañera hasta el último instante de su vida, y en esa línea de
conducta vital no solo había transitado por la decanatura de Ciencias Humanas de la
Universidad Nacional, sino había igualmente fungido como asesor de Colciencias, del
Icfes, de la Comisión Nacional de Acreditación, de la Academia Diplomática de San
Carlos, y un largo etcétera, todas designaciones que sencillamente reconocían un
protagonismo intelectual que muy pocos han logrado representar en Colombia.
Compromiso vital con sus convicciones que lo habían llevado a la Comisión de Paz del
gobierno Betancur, así como inmediatamente antes a ser un censor acérrimo del Estatuto de
Seguridad del gobierno Turbay, como sería más tarde un fervoroso defensor de la
Constitución del 91, que para el encarnaba -guardadas proporciones por supuesto- la
democracia comunicativa habermasiana, y finalmente un crítico frentero y sin
conciliaciones del autoritarismo del gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
Aún recuerdo un congreso internacional de filosofía que abrió Hoyos con una lección
inaugural en la Universidad de Antioquia, en Medellín, en plena euforia uribista, y ante un
inicial silencio sepulcral, en muchos temeroso en otros cómplice, que después se
transformaría en cerrado aplauso, recordarle al poder que el cambio de las reglas de juego
no conduce a la democracia sino al autoritarismo y la corrupción, lo que resultaría casi
profético.
EL ADIÓS
La muerte del profesor Hoyos me sorprendió con mi familia en un parque natural en el sur
de California, el Joshua Tree National Park. El árbol de Joshua es, al menos visualmente,
un híbrido entre un cactus, una ceiba y una palmera pequeña. En medio de la aridez del
desierto surge con sus ramas multifurcadas (como la ceiba) sus retoños con espinas (como
el cactus), y su sombra bienhechora (como la palma). En esa tristeza insondable por su
partida que en ese instante compartía, a miles de kilómetros, con cientos de sus alumnos,
discípulos y amigos, pensé que Guillermo Hoyos había sido en Colombia como ese árbol.
En este desierto de modernidad que, pese a sus leves avances, sigue siendo Colombia,
Hoyos -se me antojaba en ese momento- fue como ese árbol: germinó en medio de este
desierto conservadurista con sus espinas críticas para multifurcarse en todos los que han
sabido y sabrán aprender de su ejemplo y para dar sombra a los que hayan de venir en pos
de su sueño. Saludos por siempre al maestro Guillermo Hoyos.