Está en la página 1de 2

Georg Trankl - Traducción de José Luis Arántegui

El sol
A diario llega el sol amarillo sobre el cerro.
Es hermoso el bosque, la bestia oscura,
el hombre que caza o que apacienta.
De rojo asoma el pez en el verde de la alberca.
Bajo el cielo redondel
boga leve el pescador en su barca azulada.

Sin prisa va a sazón el racimo, viene el grano.


Al caer callado el día,
bien y mal ya están dispuestos.
Al entrar la noche,
leve alza el caminante el peso de sus párpados;
de la oscura garganta el sol despunta.

A los enmudecidos
Ah, locura de la gran ciudad, al caer la tarde
a oscuros muros clavados miran árboles  informes,
en máscara de plata el genio del mal observa,
luz con látigo magnético repele a la noche de piedra.
Ah, sumido son de campanas en ocaso.
Puta que alumbra entre helados temblores a un niño muerto.
Ira de Dios que azota furiosa la frente del poseso,
púrpura peste, hambre que rompe en trizas los ojos verdes.
Ah, la horrorosa risa del oro.
Mas calmada mana en guarida oscura humanidad más callada,
y en duros metales conforma la cabeza salvadora.

Crepúsculo del alma


Silenciosa va a dar al lindero del bosque
una bestia oscura;
en el cerro acaba quedo el viento de la tarde,
enmudece en su queja el mirlo,
y blandas flautas del otoño
callan entre los juncos.
En una negra nube
navegas ebrio de amapolas
la alberca de la noche,
el cielo de los astros.
Aún resuena la voz de luna de la hermana
en la noche del alma.
Queja

Sueño y muerte, águilas de tiniebla,


rondan rumor de noche esa frente:
a la dorada imagen del hombre
parece engullir la ola helada
de lo eterno. En arrecifes estremecedores
púrpura el cuerpo zozobra.
Y se alza la oscura voz en su queja
de la mar.
Hermana en turbulenta pesadumbre,
mira una barca de angustia sumirse
entre estrellas
en el callado rostro de la noche.

Grodek
De atardecida suenan los bosques otoñales
de armas mortales, las praderas doradas
y los lagos azulados, el sol sobre todo
se ahonda en sombras: la noche abraza
a guerreros moribundos, el quejido fiero
de sus bocas destrozadas.

Pero callada en el fondo de los prados,


roja nubareda que habita un dios de ira, se congrega
la sangre derramada, frío de luna;
todos los caminos desembocan en negra podredumbre.

Bajo doradas enramadas de la noche y las estrellas


por el soto silencioso va la sombra de la hermana dando tumbos,
saluda a los espectros de los héroes, las cabezas que aún sangran,
y quedas suenan en el juncal las flautas oscuras del otoño.

¡Tristeza orgullosa! ¡Altares de acero!


Alimenta hoy la llama ardiente del espíritu un dolor violento
de nietos no nacidos.

También podría gustarte