Está en la página 1de 8

EXAMEN AD AUDIENDAS

CURSO 2014-2015

3. LA LEY MORAL

3.1. DEFINICIÓN DE LEY:

Santo Tomás define la ley como: “La ordenación de la razón, encaminada al bien común y
promulgada por aquel que tiene el encargo de cuidar la comunidad” 1. En cuanto al sentido etimológico de
término ley, San Isidoro lo hace derivar de “leer”, (Lex a legendo), ya que las leyes se escriben y por ello
se leen; Cicerón señala que ley se deriva de “eligere”, puesto que la ley permite elegir aquello que es
mejor para dirigir una comunidad. San Agustín por su parte acepta ambas etimologías. Casidoro sostiene
que se deriva de “ligare”, dado que obliga, misma etimología que es acogida y aceptada por San Alberto
Magno, San Buenaventura y Santo Tomás.

3.2. DIVISIÓN DE LA LEY:

La ley admite múltiples divisiones; pero la que nos interesa para nuestro estudio gira en torno al
legislador que las emite. En este sentido la ley puede ser divina y humana, según tenga origen en dios o
derive de la legislación de los hombres.

En Dios se originan la ley eterna, la ley natural, la ley nueva y las leyes positivas que se
contienen en la Sagrada Escritura. Del legislador humano se derivan dos tipos de ley, las leyes
eclesiásticas y las leyes civiles.

3.3. LEY ETERNA:

La ley eterna es definida por Santo Tomás como: “El plan de la divina sabiduría por el que dirige
todos los actos y todos los movimientos al bien común del universo” 2. De esta forma Dios que por su
sabiduría es el creador de todas las cosas, es también su gobernador, quien con su sabiduría divina, mueve
las cosas hacia sus respectivos fines.

La aceptación de la ley eterna para el creyente es una consecuencia de la fe en un solo Dios


creador y providente, ya que el mundo no es caótico, sino armónico y ordenado; situación que un
cristiano denominará ley eterna y el agnóstico o ateo llamará orden cósmico o universal.

Nada está fuera de esa ley eterna dado que Dios ha impreso en todas las criaturas esa orientación
a su propio fin. La ley eterna no guía igual a las distintas criaturas, sino que las dirige conforme a su
propia naturaleza: de modo natural y espontáneo a las cosas materiales, por medio de las leyes físicas;
según el instinto a los animales, por medio de las leyes biológicas; y respetando su carácter libre y
racional a los hombres.

El hecho de que el hombre conozca es efecto de la ley eterna, pero esto encierra un compromiso,
el hombre debe convertirla en regla suprema de su actuar. El que la razón humana sea la regla de la
voluntad (de la conducta), deriva de la ley eterna, que es ni más ni menos que la razón divina.

La idea divina dirigiendo el cosmos se convierte en providencia, ésta debe entenderse como el
cuidado de cada una de las criaturas; es como la ejecución de la ley eterna en todas y cada una de las
cosas creadas. De esta forma al ser Dios la causa de todos los existentes, “Los abraza con el orden de su
providencia, alargando su existencia, conservándolos y conduciéndolos a la perfección del último fin”3.

1
S. Th. I-II, q. 90. a. 4.
2
S. Th. I-II, q. 93. a. 1.
3
Contr. Gent. III, c. 94.
La ley moral 28

El imperativo ético de la ley eterna será reconocer y llevar a término ese admirable orden
cósmico, de esta forma el hombre no debe emplear su razón para destruir la naturaleza, ni para maltratar o
hacer uso irracional de los animales, más aun tiene la misión de perfeccionar el universo, y solo cuando
cumple la ley eterna, puede admirar la grandeza del orden divino. Todo el orden creado es una armonía
que encuentra su centro en Dios y en esa ley eterna que está ínsita en el corazón de todas las cosas

La ley eterna es la primera ley; todas las demás necesariamente derivan de ella, y en ella
adquieren su justificación. Así las leyes humanas serán justas en la medida en que se acerquen a la ley
eterna, de esta forma toda ley debe ir orientada a procurar el orden, la armonía, la justicia y la paz, que se
definen como la tranquilidad en el orden.

3.4. LEY NATURAL:

La ley eterna referida y aplicada al hombre, es la ley natural, que Santo Tomás define como: La
participación de la ley eterna en la criatura racional.

La ley eterna se identifica con Dios providente y gobernador, es la misma sabiduría divina, de
aquí que Dios sea el orden perfecto; pero en los demás seres tal orden solo se participa, en el mundo
orgánico la ley eterna informa y se concreta en las leyes físicas; en los seres vivos, se cumple en las leyes
biológicas; en los animales, se verifica por el instinto y en el hombre se identifica con la ley natural.

La ley natural no es un hábito, ya que se identifica con la misma naturaleza del hombre,
orientada a su fin propio. Ésta ley se le ha dado al hombre en razón de que pueda actuar moralmente, ya
que en virtud del ejercicio de la libertad, es capaz de hacer o dejar de actuar conforme a su libre querer.

La ley natural discierne el bien y el mal, ya que manifiesta lo que es bueno y lo que es malo en el
orden moral, como la impresión en el hombre de la luz divina que descubre la bondad o malicia de los
actos.

El primer principio de la ley natural es: “Hay que hacer el bien y evitar el mal” 4, existen otros
preceptos que se fundamentan en este principio, como son los que prescriben lo que hay que hacer o
evitar, y que la razón práctica, de modo natural, descubre que son bienes humanos, por ejemplo; el
conservar la propia vida y evitar todo lo que la contraría, siendo ésta una inclinación natural, ya que todo
ser tiende a conservarse y permanecer, así como ciertas tendencias específicas tales como la unión entre el
varón y la mujer, la educación de los hijos, el derecho de vivir en sociedad y lo que esto conlleva.

Nadie puede ser dispensado de los preceptos comunes; pero si cabe la dispensa de las
conclusiones de estos principios comunes; no se debe de actuar en contra de ley natural, dado que es esa
luz de la razón natural que descubre todo lo que es bueno, de tal suerte que lo que se opone a esa luz, será
malo e innatural en sí y por sí, dado que es por naturaleza que el hombre sigua esa luz, si no quiere
negarse a si mismo.

La ley natural no se encuentra del mismo modo en las personas buenas que en las que practican
una mala conducta. Es ésos se oscurece; la inclinación natural hacia el bien se deprava, el conocimiento
del bien se oscurece por las pasiones y los hábitos que contrae el pecador. En el hombre virtuoso, el
conocimiento natural del bien se acrecienta como un hábito y una nueva sabiduría y, al mismo tiempo, la
inclinación natural al bien se vigoriza por las gracias y las virtudes.

En cuanto a los preceptos secundarios se pueden borrar de los corazones humanos, por error o
por las malas costumbres y hábitos corrompidos, “Cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad
y el bien, la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado” 5, misma doctrina
que nos enseña San Pablo; “Los paganos por su vida viciosa, vinieron a oscurecer su insensato corazón”,
Rom. 1, 21.

4
S. Th. I-II, q. 94, a. 2.
5
GS. 16.
La ley moral 29

Por último debe decirse que el fin de la ley natural y de toda ley divina, es la felicidad del
hombre. Al modo como un general conduce al ejército a la victoria y el buen gobernante lleva al pueblo
hacia la paz, así la ley divina orienta al hombre a Dios, que es alcanzar la felicidad eterna. 6

3.5. LA LEY NUEVA:

La ley nueva o ley de Cristo, o es una elaboración teológica, sino un dato explícito del Nuevo
Testamento. La expresión “Ley de Cristo” es paulina: “Ayudaos mutuamente, y así cumpliréis la ley de
Cristo.”, Gal 6, 2; Cfr. 1 Cor. 9, 21; en la carta a los Romanos, San Pablo la denomina, “ley del Espíritu”,
“No hay, pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu de vida
en Cristo me libró de la ley del pecado y de la muerte.” Rom. 8, 1-2. El apóstol Santiago la llama “Ley de
libertad” o “Ley perfecta”: “Quien atentamente considera la ley perfecta, la de la libertad, éste será
bienaventurado por sus obras”, Sant. 1, 25; “Hablad y juzgad como quienes han de ser juzgados por la ley
de la libertad.”, Sant. 2, 12.

La ley nueva no ha de identificarse con el mandamiento nuevo, si bien lo incluye, pues ambos
pertenecen al orden de la gracia. La ley nueva se trata de ese estilo inédito de conducta que demanda la
nueva vida alcanzada por la infusión del Espíritu, que se comunica al hombre en el momento de recibir el
sacramento del bautismo, y cuyas exigencias de santidad personal se pueden hacer realidad en virtud de la
gracia, que Dios nunca niega.7

Santo Tomás la define como; “La gracia del Espíritu Santo que se comunica por la fe en Cristo.
Y así consiste principalmente en la gracia misma del Espíritu Santo que se da a los fieles en Cristo.” 8, el
Catecismo de la Iglesia Católica la define como; “La perfección aquí abajo de la ley divina, natural y
revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la montaña. Es también obra del
Espíritu Santo, y por Él viene a ser la ley interior de la caridad.” 9 Por medio de esta ley evangélica o
nueva, los mandamientos de la ley llegan a su plenitud. Llega a reforzar la raíz de los actos; el corazón,
donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro, donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con
ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así a la ley a su plenitud mediante la imitación de la
perfección del Padre celestial; mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores,
según el modelo de la generosidad evangélica. 10

Así como la ley natural, también la ley nueva consta de un elemento primario y un secundario. El
primario es la misma gracia del Espíritu Santo comunicada interiormente 11; el secundario está constituido
por las palabras y escritos que enseñan al cristiano lo que debe de creer y hacer.

Existe una distinción fundamental, entre ley natural y la ley nueva; la ley natural está en el
hombre como perteneciente a la naturaleza humana, mientras que la ley nueva es sobreañadida por el don
de la gracia. Por lo que la ley nueva no sólo indica, como la ley natural, lo que se ha de hacer, sino que,
simultáneamente, le ofrece la ayuda oportuna para realizarlo.
Los preceptos de la ley evangélica se nos transmiten de modo diverso; algunos son escritos y otros
constan de palabra, el elemento principal está insito, mientras que el secundario constituye la ley escrita.

La ley nueva no se da en los hombres del mimo modo, sino que depende de la disposición
interior de cada uno respecto a esta ley. Además cambia con las diversas etapas de la historia personal;
sobretodo se adecúa a la disponibilidad de la persona en orden a recibir la gracia del Espíritu Santo.

La sumisión a Dios, en la ley antigua era como un pedagogo, mientras que la nueva ley, es la ley
de la perfección. Aquella era la ley del temor, ésta es la del amor. La ley evangélica es el cumplimiento de
la antigua, no contiene preceptos contrarios a los promulgados por la ley de Moisés, ni tampoco pierden
su valor, excepto las prescripciones relativas al culto y ciertas costumbres y prácticas judías. De esta
forma puede decirse que los preceptos de la nueva ley están como en semilla contenidos en la ley antigua.
6
Cfr. Contr. Gent. III, c. 115, 2.
7
Cfr. Cófreces E-García R., Teología moral fundamental, Pamplona, Ed. Eunsa, 1998, Pág. 312.
8
S. Th., I-II, q. 106. a, 1.
9
CATIC. n. 1965.
10
Ibíd. n. 1968.
11
S. Th., I-II, q. 106. a, 2.
La ley moral 30

Puede decirse también que la ley antigua era más difícil de observar por la multitud de mandatos, pero la
nueva es más exigente por la fuerza moral interior que postula y exige su cumplimiento.

Santo Tomás señala que el contenido fundamental de la ley nueva es “La gracia del Espíritu
Santo que se manifiesta en la fe operativa” 12, es decir la gracia sobrenatural alcanzada por la redención de
Cristo. Esta ley nueva exige el cumplimiento de los preceptos morales de la ley antigua, tales como no
matar, no robar y cosas semejantes. Por consiguiente, además de las exigencias de la gracia, de los
sacramentos y de esos preceptos morales, la ley nueva no propone más normas externas, sin embargo,
impera sobre las condiciones internas del sujeto moral, imponiendo ciertos actos internos. Finalmente la
ley nueva contiene una serie de consejos, que principalmente se relacionan con la vida del estado
religioso.

La ley nueva comporta un nuevo estilo de vida moral, animado por la acción del Espíritu Santo y
fortalecida por los sacramentos, conjuntando a la vez la vida moral y la práctica sacramental.
San Pablo afirma que el cumplimiento de la ley nueva es consecuencia lógica de la nueva vida originada
en el bautismo, con su correspondiente compromiso de llevarla hacia la plenitud en Cristo, (1 Cor. 9, 21);
tener impresa la ley de Cristo implica el compromiso de reproducir la vida de Cristo, bajo esta
perspectiva, la ley nueva es el cumplimiento de la vocación cristiana que se inicia en la llamada eterna de
Dios. (Ef. 1, 3-14); hasta alcanzar la plenitud en Cristo Jesús. (Ef. 4, 13).

El cristiano no está bajo la ley, sino bajo la gracia, (Rom. 6, 14): por lo tanto, no soporta el
Yugo, (Hech. 15, 10); sino que como hijos de Dios se adhieren y cumplen su voluntad, (Gal. 4, 21-31). Es
así como la ley nueva no es solo ley, sino vida de Cristo en el hombre. En este sentido, es Cristo la única
norma, para los autores del Nuevo Testamento, la conducta y la palabra de Jesús valen como criterio
normativo de juicio y como norma moral suprema, en calidad de ley de Cristo, inscrita en los corazones
de los fieles. Como se deduce de la doctrina de Santo Tomás, la ley natural y la ley nueva, tienen el
mismo origen divino y ambas están grabadas en el corazón del hombre.

3.6. LEY ECLESIÁSTICA

Los Apóstoles dictaron normas de conducta a las primeras comunidades, lo mismo hicieron su
sucesores, por lo tanto, no es extraño que el Papa y los obispos en sus respectivas comunidades hagan
cumplir los preceptos del Señor y de los Apóstoles, al mismo tiempo puedan imponer ciertas normas de
conducta conforme a las exigencias de la misma vida de la comunidad.

El convencimiento de que la jerarquía debe orientar la vida moral de los fieles, es atestiguado en
uno de los primeros documentos de la Tradición; el Papa Clemente se lo hace saber a los cristianos de
Corinto, a que depongan su actitud de rebeldía y presten sumisión y obediencia a los presbíteros que ellos
mismos habían depuesto. Dicho documento ventila el poder de la jerarquía para emitir normas de
conducta que vinculen la conciencia.

El hecho que el cristianismo sea una revelación, excluye el que el creyente sea un autodidacta.
De aquí, que además de la asistencia del Espíritu que enseña directamente 1 Jn. 2, 27, y del “sensus
fidelium”, que acompaña la historia de la comunidad cristiana, el Señor dejó encomendada a los
Apóstoles y a sus sucesores, los obispos, la función de enseñar, en la que se incluye el adoctrinamiento
ético, junto con la misión de regir la comunidad, implicando de este modo la necesidad de emitir normas
de conducta moral.

La jerarquía eclesiástica a lo largo de la vida de la Iglesia ha cumplido con esta misión, de forma
que cabe enumerar una serie de actos que prueban, cómo este magisterio moral ha llevado a cabo en las
más variadas circunstancias históricas. He aquí una muestra de ello, contratos ilícitos de venta Dz 394;
diversas condenas de usura Dz. 403; 448; 479; 716. 739; 1191-1192; 1475-1479; 1609-1612; condena de
diversos pecados sexuales Dz. 453; 537; 1106-1107; 1140; 1159; 1198-1200; 2201; 2239; ciertos errores
acerca de la virtud de la pobreza Dz. 458-459; sobre el precepto dominical Dz. 1202; sobre los problemas
morales en la vida social Dz. 623; 1938; 2253-2270, y los abundantes postulados éticos de las Encíclicas

12
Cfr. Ibíd., q. 108. a. 1.
La ley moral 31

sociales; los juicios éticos que la jerarquía ha hecho sobre la vida política; la condena sobre el aborto
provocado Dz 1184-1185; 1189-1190; la esterilización Dz. 2245; etc.

Todos estas disposiciones legislativas de la Iglesia, han provocado un gran número de críticas y
cuestionamientos; no se discute el poder jurisdiccional de la jerarquía para dirigir la comunidad e incluso
el que promulgue normas que faciliten la convivencia en la Iglesia; el tema se debate en relación a si la
jerarquía puede dar normas que vinculen la conciencia, dado que cada día se pronuncia sobre aspectos
morales referidos a la ley natural, sobre todo en dos campos muy concretos: la vida social-política y en
temas relacionados con la vida conyugal y sexual.

La Encíclica Humanae Vitae ha significado el inicio de un amplio debate no sólo acerca de si


conviene o no que el Magisterio se ocupe tan frecuentemente sobre estos temas, sino si, en efecto, goza de
autoridad para imponer a la conciencia normas de comportamiento que tocan lo que se denomina
“derecho natural”. Las reacciones contrarias y aún opuestas a la praxis actual se reparten en estas dos
actitudes críticas:

1. los que afirman que no debe dársele más que un valor indicativo y orientador, pero que no es
vinculante para la conciencia de los fieles. De aquí que el sacerdote pueda dar interpretaciones
diversas.

2. La repulsa y no aceptación de este magisterio con la subsiguiente oposición. Frente a esta


enseñanza, se defiende el “disenso” y se habla de la “ascética de la oposición.”

3.7. EL VALOR DE LAS ENSEÑANZAS DEL MAGISTERIO EN MATERIA MORAL

La enseñanza magisterial incluye la vida moral. Es doctrina católica que el Magisterio infalible
no se reduce al campo dogmático, sino que también incluye las verdades de índole moral. Es absurda la
opinión de quienes sostienen que el magisterio de la Iglesia es infalible únicamente en cuestiones
doctrinales, pero no en asuntos morales. El Magisterio de la Iglesia enseña, bajo la guía del Espíritu
Santo, con infalibilidad, el contenido esencial del camino de salvación que nos ha revelado en Cristo
Jesús. Las mismas verdades salvíficas nos delinean el camino de la salvación. El Concilio Vaticano II
enseña que la infalibilidad abarca todo el ámbito de “fide et moribus”, con el fin de aclarar con fidelidad
el contenido de la revelación “La infalibilidad que el divino Redentor quiso que tuviese la Iglesia cuando
define la doctrina de la fe y costumbres, se extiende tanto cuanto abarca el depósito de la Revelación, que
debe ser custodiado santamente y expresado con fidelidad.”13

En cuanto a la enseñanza del Colegio Episcopal, la Constitución Lumen Gentium enseña esta
misma doctrina: “Aunque cada uno de los prelados no goce por sí de la prerrogativa de la infalibilidad,
sin embargo, cuando, aún estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre
sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que
una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de
Cristo.”14

En la Encíclica Veritatis Splendor, el Papa Juan Pablo II resume así la enseñanza magisterial
sobre su misión en relación a la vida moral. “No sólo en el ámbito de la fe, sino también y de modo
inseparable en el ámbito de la moral, interviene el Magisterio de la Iglesia, cuyo contenido es discernir
por medio de juicios normativos para la conciencia de los fieles. Predicando los mandamientos de Dios y
la caridad de Cristo, el Magisterio de la Iglesia enseña también a los fieles los preceptos particulares y
determinados, y les pide considerarlos como moralmente obligatorios en conciencia. Además, desarrolla
una importante tarea de vigilancia, advirtiendo a los fieles de la presencia de eventuales errores, incluso
sólo implícitos, cuando la conciencia de los mismos no logra reconocer la exactitud y la verdad de las
reglas morales que enseña el Magisterio.”15

El documento de la Congregación de la Doctrina de la Fe Sobre la Vocación eclesial del teólogo,


enseña: “Lo concerniente a la moral puede ser objeto del Magisterio auténtico, por que el Evangelio, que
13
L.G. 25.
14
Ibidem.
15
V.S. 110.
La ley moral 32

es la palabra de vida, inspira y dirige todo el campo del obrar humano. El Magisterio, pues, tiene el oficio
de discernir, por medio de juicios normativos para la conciencia de los files, los actos que en sí mismos
son conforme a la exigencias de la fe y promueven su expresión en la vida, como también aquellos que,
por lo contrario, por su malicia son incompatibles con estas exigencias. Debido al lazo que existe entre el
orden de la creación y el orden de la redención, y debido a la necesidad de conocer y observar toda la ley
moral para la salvación, la competencia del Magisterio se extiende también a lo que se refiere la ley
natural. Por otra parte, la revelación contiene enseñanzas morales que de por sí podrían ser conocidas por
la razón natural, pero cuyo acceso se hace difícil por la condición del hombre pecador. Es doctrina de fe
que estas normas morales pueden ser enseñadas infaliblemente por el Magisterio.”16

La Iglesia no declara como dogmas de fe, las verdades morales en razón del sentido moderno
que tiene el término “dogma”, sin embargo admite verdades de fe en el campo moral. Así por ejemplo,
sabemos que no es dogma de fe, que sea pecado matar a un inocente, sin embargo, sabemos con certeza
que en el caso de que su cumplan todas las condiciones para que se dé el homicidio, tal acto constituye un
pecado grave. Según la doctrina católica, las verdades sobre la moral que se contienen en la Revelación
pueden ser objeto de enseñanza infalible. “Jesucristo quiso que el magisterio de los Pastores, a quienes
confió el ministerio de enseñar el evangelio a todo el pueblo y a toda la familia humana, estuviese dotado
del conveniente carisma de la infalibilidad en las cosas de fe y costumbres.” 17, como es el caso de las
fórmulas solemnes que el Papa Juan Pablo II señala en la Encíclica Evangelium vitae, nn. 57, 62, 65.

En relación a la autoridad del Magisterio respecto a la ley natural, hay que afirmar dos tesis; a) el
Magisterio no tiene poder para dictaminar contra el derecho natural. b) el Magisterio tiene la misión de
interpretar la ley natural.

Por otra parte el Magisterio jerárquico no abarca sólo la enseñanza infalible, aún el magisterio
ordinario en temas morales ha de ser aceptado internamente por motivos religiosos. La infalibilidad hace
referencia a la certeza absoluta e irreformable. Pero el magisterio ordinario no cabe entenderlo como
opinable y no vinculante, sino que obliga en conciencia. “Los obispos, cuando enseñan en comunión con
el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los
fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio del obispo, dado en nombre de
Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. Ente obsequio religioso de la voluntad y del
entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aún
cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con
sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y volunta, que se
colige principalmente ya sea por el índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la
misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo.”18

Pero el magisterio eclesiástico no es exclusivo del Papa. En la doctrinas de la fe y costumbres ha


de atenderse también al magisterio universal de los obispos. No es difícil mostrar cómo los temas de
moral más controvertidos, como la indisolubilidad del matrimonio, el aborto, la anticoncepción, los
pecados sexuales, y los derechos del hombre, constituyen objeto fundamental y constante de la enseñanza
de todos los obispos y de la Conferencias Episcopales.

Por último puede decirse que la razón de las leyes eclesiásticas emana casi siempre de la
necesidad de crear un ámbito justo de convivencia, donde se respeten los derechos de los fieles, y a su
vez, se cumplan los deberes específicos de cada uno. En la medida en que esa relación derechos-deberes
se quebranta y en qué grado se haga, puede resultar la gravedad de la culpa o la falta leve.

3.8. LA LEY POSITIVO HUMANA, LA LEY CIVIL.

La necesidad de leyes civiles viene dada en primer lugar por el carácter social del hombre. La
sociabilidad no es algo añadido que le viene a la persona de fuera, sino que se origina en su misma
constitución original. Para que el hombre viva armónicamente en sociedad, se requiere un conjunto de
ordenamientos jurídicos que exijan y faciliten el cumplimiento de los deberes y al mismo tiempo,
16
Congr. Doctr. De la Fe, Documento sobre la vocación eclesial del teólogo. 16.
17
Congr. Doctr. De la Fe, Mysterium Ecclesiae, AAS 65, (1973), 401.
18
L.G. 25.
La ley moral 33

defienda los derechos de cada individuo; sin ellos la vida social y la existencia humana resultarían
imposibles.

Así mismo se impone la necesidad de que la autoridad legítima concrete, explicite y haga eficaz
los aspectos importantes de la ley natural, al mismo tiempo que posibilite su adaptación y cumplimiento
en las distintas circunstancias política e históricas de la sociedad, ya que si se legisla en contra de la ley
natural, esto sería el criterio más explícito para juzgar la nulidad de la ley.

La ley positiva civil debe de ser el gran pedagogo de la libertad humana, que requiere estímulos
para que se aplique al ejercicio del bien mediante el cumplimiento de los deberes y el ejercicio de los
derechos que le son inherentes en su calidad de persona. Santo Tomás afirma que la ley es para instruir y
la gracia para ayudar.19 La instrucción que debe llevar a cabo la ley es indicar en qué consisten
exactamente los propios derechos y deberes; la ayuda se cumple en el servicio que ofrece a la libertad
para que el hombre elija y decida libremente y no bajo imperativos extraños a su condición de ser libre.

La fuerza de la ley le viene de que sea en verdad una ley justa, y la justicia se alcanza, en primer
lugar, si cumple las condiciones que definen la ley: “La ordenación de la razón encaminada al bien común
y promulgada por aquel que tiene el encargo de cuidar la comunidad.”20

1. ordenación de la razón: La ley supone, en primer lugar, una racionalidad, o sea que tenga un
valor intrínseco aquello que se preceptúa y que no obedezca a actitudes voluntaristas, más o
menos caprichosas del autor de la ley. Cuando falta esta racionalidad, ya no es ley, sino que
sobreviene de una u otra forma la arbitrariedad.

2. Encaminada al bien común: La razón de la ley es la convivencia social en la justicia, la cual se


obtiene cuando todos cooperan al bien común.

3. Promulgada: La promulgación se requiere para que sea conocida por el súbito de forma que la
asuma y cumpla con responsabilidad. De lo contrario no es culpable por ignorancia.

4. Por aquel que tiene el encargo de cuidar la comunidad: Esta última condición hace referencia al
sujeto que puede emitir leyes. Es preciso que sean verdadera autoridad y que haya accedido a
ella por medios justos.

Si faltan algunos de estos elementos que la definen, la ley deja de ser justa. Además debe de gozar de
otras condiciones que los autores repiten a partir de la doctrina de San Isidoro:

1. Lo mandado por la ley debe ser bueno, o al menos indiferente: Si la ley impera algo que va en
contra de la ley divina o la ley natural, de forma que lesione los derechos de la persona humana,
deja de ser justa. “Es preciso obedecer a Dos antes que a los hombres.” Hech. 5, 29. La bondad
tiene su homologación en la ley natural y en la ley divina, como afirma Santo Tomás, la ley civil
es una ley mensurada por otra ley superior.21

2. Lo mandado por la ley debe de ser justo: De lo contrario no se alcanza la misión de ley. La
justicia se cumple, normalmente, si defiende los derechos de los individuos y exige el
cumplimiento de los deberes. La justicia de la ley viene dada en razón de que se oriente al bien
común de los ciudadanos.

3. Lo mandado debe de ser posible: O sea, que su cumplimiento sea factible. Una ley imposible de
cumplir se convierte “ipso facto”, en una ley injusta, que se rige por el principio “Nadie está
obligado a lo imposible”, de aquí que no puede ser la misma ley válida para todos. No se puede
imponer a un niño las mismas obligaciones que a un adulto. Este criterio debe de tenerse en
cuenta para distinto tipo de sociedades, según su cultura, sus convicciones morales y religiosas.

19
Cfr. S. Th., I-II, q. 106. 1.
20
Ibid., q. 90. a. 4.
21
Ibíd., q. 95. a. 3.
La ley moral 34

4. Lo mandado debe ser necesario o útil: Esta necesidad o utilidad tiene una referencia única; el
bien común. No se trata de otras finalidades: no es el bien de un grupo social en detrimento de
otros grupos; menos aún de las del propio legislador o la del partido político que dirige la
comunidad.

Cuando por algún motivo la ley deja de ser justa, simultáneamente pierde el carácter de ley. De aquí
que entre en vigor el principio; “Lex iniusta nulla lex”. Santo Tomás señala que las leyes justas obligan en
conciencia, y esta obligación emana del hecho de que la ley civil justa adquiere fuerza vinculante por
participar de la ley eterna.22 Aunque el cristiano no debe someterse a la ley humana cuando se opone a la
ley del Espíritu, sin embargo, en los demás casos, precisamente es la misma ley nueva la que le insita a
someterse a las leyes humanas, conforme a las enseñanzas de San Pedro: “Someteos a toda autoridad
humana por amor a Dios.”, 1 Pe. 2, 13.

Por último la gravedad de una ley se deduce de su contenido y del fin que con ella se persigue; la
importancia de la ley se infiere, conociendo la mente y la intención del autor, lo cual se deduce o bien del
estilo imperativo de la letra o de los castigos que se imponen a quien la infringe; una ley civil no obliga en
el caso de que su cumplimiento sea muy gravoso.

22
Ibíd. q. 96. a. 4.

También podría gustarte