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AMOR A PRIMERA VISTA

Jeffrey Archer

Andrew iba con retraso, y habría cogido un taxi de no ser porque era una hora punta. Entró en el abarrotado metro
y se abrió paso entre las hordas de usuarios que bajaban por la escalera mecánica camino de casa.
Andrew no iba a casa. Después de solo cuatro paradas, volvería a emerger de las entrañas de la tierra para
reunirse con Ely Bloom, el presidente del Chase Manhattan Bank en París. Aunque Andrew no conocía a Bloom,
como sus colegas del banco, conocía muy bien su reputación. No se «citaba» con cualquiera si no tenía buenos
motivos.
Andrew había pasado las últimas cuarenta y ocho horas, desde que la secretaria de Bloom le había llamado para
concertar la cita, intentando averiguar cuáles podían ser esos buenos motivos. Un simple cambio del Crédit Suisse
al Chase parecía ser la respuesta evidente, pero no podía ser algo tan sencillo, si Bloom estaba de por medio. ¿Iba
a presentar a Andrew una oferta imposible de rechazar? ¿Esperaba que regresara a Nueva York, después de haber
pasado dos años en París? Montones de preguntas se agolpaban en su mente. Sabía que debía dejar de
especular, pues obtendría todas las respuestas a las seis en punto. Habría bajado la escalera mecánica corriendo,
pero había demasiada gente.
Andrew sabía que tenía algunas fichas amontonadas en su lado de la mesa. Había dirigido el departamento de
cambio extranjero del Crédit Suisse durante casi dos años, y era bien sabido que estaba superando a todos sus
rivales. Los banqueros franceses se habían encogido de hombros cuando les hablaron del éxito de Andrew, en
tanto sus rivales norteamericanos intentaron convencerle de que abandonara su actual cargo y fichara por ellos.
Fuera cual fuera la oferta de Bloom, Andrew estaba seguro de que Crédit Suisse la igualaría. Siempre que había
recibido otras ofertas durante los últimos doce meses, las había desechado con la misma sonrisa educada y
juvenil…, pero sabía que esta vez sería diferente. Bloom no era un hombre al que se pudiera dar calabazas con
una sonrisa educada y juvenil.
Andrew no quería cambiar de banco, pues estaba satisfecho con el acuerdo al que había llegado con Crédit Suisse,
y a su edad, ¿a qué hombre joven no le gustaría trabajar en París? Sin embargo, era la época del año en que se
discutían las primas anuales, de modo que estaba contento de reunirse con Ely Bloom en el American Bar del
Georges V. Sería cuestión de horas que alguien informara a sus superiores de que les habían visto juntos.
Cuando Andrew pisó el andén del metro, estaba tan abarrotado que se preguntó si podría coger el primer tren que
entrara en la estación. Consultó su reloj: las cinco y treinta y siete minutos. Iba bien de tiempo para llegar a la cita,
pero como no tenía la menor intención de presentarse con retraso ante el señor Bloom, empezó a aprovechar los
huecos que aparecían para situarse delante de la muchedumbre, en una excelente posición para subir al siguiente
tren. Aunque no llegara a un acuerdo con el señor Bloom, el hombre iba a ser una figura importante del mundo
bancario en los años venideros, de modo que era absurdo llegar tarde y dar una mala impresión.
Andrew esperaba con impaciencia a que el siguiente tren saliera del túnel. Miró al andén de enfrente y trató de
concentrarse en las preguntas que el señor Bloom le plantearía.
¿Cuál es su sueldo actual?
¿Puede romper su contrato?
¿Está acogido a los beneficios de las primas?
¿Le apetece regresar a Nueva York?
El andén del lado sur estaba tan abarrotado como el suyo, pero la concentración de Andy se rompió cuando sus
ojos se posaron en una joven que estaba consultando su reloj. Tal vez ella también tenía una cita a la que no podía
llegar con retraso.
Cuando ella levantó la cabeza, Andy olvidó de inmediato a Ely Bloom. Clavó la vista en aquellos profundos ojos
castaños. La joven no había reparado en su admirador. Debía medir un metro setenta, tenía la más perfecta cara
ovalada, piel olivácea que nunca necesitaría maquillaje y una mata de cabello negro rizado que ninguna peluquera
podría domeñar. «Me he equivocado de andén -pensó Andrew- y es demasiado tarde para remediarlo.»Llevaba un
impermeable de color beige, y el apretado cinturón no dejaba lugar a dudas sobre la gracia y esbeltez de su figura,
y sus piernas, o lo que podía ver de ellas, completaban un perfecto envoltorio. Mejor que cualquier oferta que
pudiera presentar el señor Bloom.
La joven consultó su reloj de nuevo y alzó la vista, consciente de repente de que él la estaba mirando.
Andy sonrió. Ella enrojeció y bajó la cabeza, justo cuando dos trenes entraban en la estación por extremos
diferentes del andén. Todos los que estaban detrás de Andrew se lanzaron adelante para conseguir un lugar en el
tren.
Cuando salió de la estación, Andrew era la única persona que quedaba en el andén. Miró al andén de enfrente y vio
que el tren correspondiente aceleraba poco a poco. Cuando hubo desaparecido en el túnel, Andrew volvió a
sonreír. Solo una persona quedaba en el otro andén, y esta vez la joven le devolvió la sonrisa.
Tal vez se preguntarán cómo sé que esta historia es verdadera. La respuesta es simple. Me la contaron a principios
de este año, en el décimo aniversario de la boda de Andrew y Claire.

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