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Perez Tamayo Matilde Eugenia - Y Habito Entre Nosotros PDF
Perez Tamayo Matilde Eugenia - Y Habito Entre Nosotros PDF
Y HABITÓ
ENTRE NOSOTROS
REFLEXIONES
PARA EL TIEMPO DE NAVIDAD
Presentación
¡Es un milagro!
¡Un milagro del amor de Dios más que de su
poder!
¡Un milagro de su bondad y de su voluntad de
salvación!
No es fácil explicar.
No es fácil comprender.
Es una verdad para “creer”.
Una verdad para “sentir en el corazón”.
Virgencita preñada,
Madre de la esperanza,
Señora del Misterio
de un Dios que se hace hombre
sin dejar de ser Dios.
Virgencita preñada,
Madre de la esperanza,
Señora del Misterio insondable de Dios,
de rodillas te pido,
muéstrame a tu Jesús.
Virgen María,
Madre y Señora del Adviento
y de la Navidad.
En este tiempo de espera
yo vengo a saludarte
con las palabras de tu prima Isabel:
Se parecen a María
todas las jóvenes de corazón sencillo y
tierno;
las jóvenes amables y cariñosas,
comprensivas y bondadosas;
las jóvenes alegres y simpáticas, que
saben reír y cantar,
y también las jóvenes que aceptan con
paciencia los sufrimientos y dolores que
les trae la vida;
las jóvenes de mirada limpia,
las jóvenes puras que saben amar y ser
castas.
Se parecen a María
todas las jóvenes sinceras, que obran
siempre con honestidad,
que dicen la verdad a costa de lo que
sea,
que no tienen dobleces;
las jóvenes responsables y
trabajadoras que saben lo que quieren
y luchan por conseguirlo, sin sacrificar
sus principios;
las jóvenes sensibles y comprensivas,
colaboradoras y solidarias, que hacen
todo lo que está a su alcance por
ayudar a los que sufren por cualquier
causa.
Se parecen a María
todas las madres que aman con
devoción a sus hijos, los cuidan y
protegen, y les enseñan a obrar el bien.
Las madres que enseñan a sus hijos
que es más importante ser que tener, y
respaldan sus palabras con el ejemplo.
Las madres que saben apoyar y
estimular a sus hijos, complacerlos
cuando es posible y también exigirles.
Las madres que hablan a sus hijos de
Dios, les enseñan a amarlo con todo el
corazón y a mostrarle su amor en las
obras de cada día.
Las madres que oran con sus hijos, en
los momentos felices para dar gracias,
y en los momentos tristes para pedir
ayuda.
Se parecen a María
todas las esposas fieles y cariñosas;
las esposas que respetan a sus
esposos y los apoyan;
las esposas comprensivas y atentas;
las esposas amables y buenas,
serviciales, cálidas, acogedoras.
Se parecen a María
las mujeres humildes, vacías de sí
mismas, capaces de darse, de
entregarse, de servir a todos los que se
cruzan en su camino.
Las mujeres que viven la vida con
esperanza, que tienen ilusiones, que
aman, que creen, que confían, que
sonríen en los momentos difíciles.
Las mujeres que se sienten felices de
ser lo que son, mujeres, y tratan de ser
cada día mejores.
Se parecen a José
todos los jóvenes alegres, amables,
acogedores;
los jóvenes entusiastas y decididos,
capaces de enfrentar los retos que la
vida les presenta;
los jóvenes sencillos, los jóvenes que
sin importar su condición social ni su
capacidad económica, tratan a los
demás con respeto y
consideración.
Se parecen a José
todos los jóvenes sensibles, capaces
de ver a Dios en todas partes y de
asumir y realizar su Voluntad en su
vida;
los jóvenes que saben amar a las
mujeres y respetarlas como tales;
los jóvenes responsables, que miden
las consecuencias de sus acciones.
Se parecen a José
todos los esposos cariñosos y fieles;
los esposos respetuosos de la dignidad
personal de sus esposas.
Se parecen a José
todos los padres que asumen con amor
sus responsabilidades para con sus
hijos, tanto en el plano físico como en
el plano espiritual;
los padres amorosos y tiernos;
los padres que respetan la dignidad de
sus hijos, y saben darles sus espacios
de libertad;
los padres que dan a sus hijos ejemplo
de honestidad y rectitud;
los padres que enseñan a sus hijos,
con su conducta, a amar a Dios sobre
todas las cosas, y a amar y servir al
prójimo.
Se parecen a José
todos los hombres sinceros en sus
obras y en sus palabras;
los hombres trabajadores, honestos y
justos.
17. FIDELÍSIMO JOSÉ
Niño de Belén,
en esta noche de Navidad
me pongo de rodillas ante Ti,
en la humildad y la pobreza del pesebre,
para adorarte como mi Dios y Salvador,
y para hacerte mi súplica confiada.
El pesebre es humildad;
la cruz es humillación.
El pesebre es pobreza;
la cruz es desprendimiento de todo,
vaciamiento de sí mismo.
Alegres y fortalecidos en su fe y en su
esperanza, María y José se entregaron al amor
de Jesús y se dispusieron a desempeñar con
lujo de detalles, la misión que Dios Padre les
había confiado.
Santa María,
Virgen de Nazaret,
Señora de Belén,
el tiempo se ha cumplido,
la promesa del Padre es ya una realidad,
Dios está entre nosotros
como un niño pequeño
nacido en un portal.
Qué linda que te ves, Virgen María,
con tu rostro sonriente
y tu mirada limpia,
sosteniendo en tus brazos
a tu Niño Jesús, el Emmanuel.
Enséñame Jesús,
a apreciar en lo que vale
tu dulce encarnación.
Ayúdame, Jesús, a comprender,
el profundo sentido
de tu presencia entre nosotros.
Virgen María,
Madre de Jesús, mi Señor y mi Dios.
Imagino la alegría que sientes
al poder estrechar entre tus brazos
a tu Niño pequeño, dulce y tierno,
el Emmanuel prometido y anunciado.
Contemplándote así,
pienso en tantas mujeres
que frente a la noticia de su maternidad, se
desesperan,
y sienten que el niño que crece en sus entrañas
es una carga que no pueden llevar.
En esta Navidad,
fiesta de la vida y del amor,
yo quiero poner entre tus brazos,
junto a Jesús,
a todos los niños del mundo que sufren
y a aquellos que nunca podrán reír ni cantar.
Querido Jesús:
Tuya,
Matilde Eugenia