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AIWAS, EL AMANTE DE LOS DIOSES

Posteado por Yerko Isasmendi a las 8:03 con 0 comentarios

En los oscuros años de 1875, los viejos y olvidados dioses


rompieron sus cadenas y se abrieron paso desde
las profundidades del alma, para dar forma al último sumo sacerdote de la lujuria, Aleister Crowley.

Desde hace muchos siglos que la solitaria luna había estado esperando las danzas circulares del caos y del desenfreno, los movimientos
jugosos y obscenos de cuerpos desnudos cubiertos de sangre de las bacantes que corrían por los bosques cantándole a la luna.

El combativo y victorioso Judeo-Cristianismo; encadenó a los viejos dioses en el alma del hombre; silencio sus gemidos y placeres, y selló su
recuerdo a través de su palabra mágica más poderosa "PECADO". No obstante, en las oscuras y silenciosas noches, bajo la mirada lasciva de
la pálida y sangrienta luna, los dioses desde lo más profundo del alma, entonaban de nuevo sus cánticos, volviendo a cabalgar en la serpiente
dormida de la excitación, incendiando la sangre, quemando el alma, erigiendo de nuevo el obelisco del culto a esa naturaleza indómita,
salvaje, amante, cautivante y peligrosa.

El ritmo, los gritos, los latidos se hacían cada vez más intensos, los cuerpos vibrando por aquella llamada ancestral. El encorvado Baco
aullaba por la beber eñ dulce y rojo cáliz de Venus, y sumergir de nuevo su gran nariz en los campos azabaches.

Crowley se adentro en los desolados parajes de Amenthi, en donde el frio glaciar anula los pensamientos y solo el fuego de los instintos logra
sobrevivir. Allí Crowley en la soledad más absoluta, en donde sus propios pensamientos no encontraban eco, escucho el llamado de Aiwass;
el delicado dios que satisfacia los deseos del viejo Pan.

Aiwass le condujo a los reinos del sueño perpetuo, allí fue instruido en los secretos de la serpiente y en los placeres ocultos de la carne. Allí
Crowley dejo su alma joven, cautivada por los jardines radiantes de ninfas y faunos, allí Crowley sintio como el fuego de Aiwass inundaba
sus carnes, para luego quemar su corazón.

Una y otra vez, Crowley sintió sus entrañas arder por el fuego de Aiwass, así como Aiwass, una y otra vez, sintió el fuego de Pan en su
vientre.

Crowley adormecido por los tenues gemidos de su alma abandonada, fue conducido de nuevo hasta los desolados parajes de Amenthi, en
donde todas las almas son despedazadas por las rojas bacantes. Pero Crowley ya no era el mismo, sus ojos habían sido quemados por el fuego
de Aiwass y su boca habían sido sellada por el sagrado néctar de Pan. Desde ese momento, Aiwass iba a dirigir sus pasos, Aiwass iba a
hablar por su boca y Aiwass iba a deleitarse en los oscuros y secretos tabernaculos de hombres y mujeres.

IOA, IOA, PAN, gritaba el delicado Aiwass, cuando su vientre extrañaba el fuego sagrado de  Pan; IOA, IOA, PAN, gritaba el alma de
Crowley desde la desolación eterna de Amenthi.

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