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Los autores (as) y editoriales también están en Wattpad.

Las editoriales y ciertas autoras tienen demandados a usuarios que


suben sus libros, ya que Wattpad es una página para subir tus propias
historias. Al subir libros de un autor, se toma como plagio.

Algunas autoras ya han descubierto los foros que traducen sus libros
ya que algunos lectores los suben al Wattpad, y piden en sus páginas
de Facebook y grupos de fans las direcciones de los blogs de descarga,
grupos y foros.

¡No subas nuestras traducciones a Wattpad!

Es un gran problema que están enfrentando y contra el que luchan


todos los foros de traducción. Más libros saldrán si no se invierte
tiempo en este problema. Igualmente por favor, no subas capturas de
los PDF a las redes sociales y etiquetes a las autoras, no vayas a sus
páginas a pedir la traducción de un libro cuando ninguna editorial lo ha
hecho, no vayas a sus grupos y comentes que leíste sus libros, ni subas
capturas de las portadas de la traducción, recuerda que estas tienen el
logo del foro o del grupo que hizo la traducción.

No continúes con ello, de lo contrario: ¡Te quedaras sin

Wattpad, sin foros de traducción y sin sitios de descarga!


Cuando Gabriel derribó mi puerta, se apoderó de mi cuerpo y mi vida.
Nunca con la fuerza, pero siempre con una hábil manipulación. Me
despojó de mi independencia, mis defensas, mi ropa y me convirtió en
una adicta. Mi adicción es él.

Una vez, tuve sueños y un futuro. Ahora, tengo miedos, cicatrices y


necesidades insaciables. Estoy dañada sin remedio, pero si quiero
sobrevivir al hombre más peligroso de Johannesburgo, no puedo
permitir que me rompa, porque los juguetes rotos están destinados al
vertedero de basura.
Capítulo 1 Capítulo 13

Capítulo 2 Capítulo 14

Capítulo 3 Capítulo 15

Capítulo 4 Capítulo 16

Capítulo 5 Capítulo 17

Capítulo 6 Capítulo 18

Capítulo 7 Capítulo 19

Capítulo 8 Capítulo 20

Capítulo 9 Capítulo 21

Capítulo 10 Epílogo

Capítulo 11

Capítulo 12
Un bebé.

Voy a tener el bebé de Gabriel Louw.

¡Gabriel Louw!

El hombre más peligroso de Johannesburgo.

Oh, Dios.

Pongo una mano sobre mi boca para silenciar un sollozo y pongo la otra
sobre mi vientre donde nuestro hijo está creciendo.

Mientras el taxi me lleva cada vez más lejos de mi captor en mi


impulsiva ruta de escape, mi mente se tambalea con mil pensamientos.
¿Cómo sucedió esto? ¿Olvidé tomar mi píldora? Estoy segura que la
tomé todos los días a la misma hora, incluso tengo una alarma
programada en mi teléfono. ¿Tuve un desliz? ¿Cómo? ¿Cuándo? No he
tomado ningún medicamento que pudiera haber interferido con el
anticonceptivo.
Por mi vida, no se me ocurre ninguna explicación. Mi mente racional, la
parte de mí que se niega, exige que encuentre pruebas que la muestra
de embarazo es incorrecta, pero mi instinto indica lo contrario. El
conocimiento pesa en mis costillas.

Estoy embarazada.

Y sola.

Tengo poco dinero, no tengo trabajo y estoy huyendo de Gabriel Louw.


Estoy en tantos problemas, ahora no es el momento de averiguar qué
salió mal.

Necesito pensar en cómo voy a seguir viva.

—¿Adónde, señora? —pregunta el conductor.

Cuando Gabriel se entere que he desaparecido, irá tras mi hermano. Le


doy al conductor la dirección de Kris y me vuelvo a hundir en el asiento,
con náuseas por el miedo.

Me mira por el espejo retrovisor. —¿Todo bien?

Bajo la mano de mi boca y agarro la manija de la puerta, necesito


agarrarme a algo. —Estoy bien, gracias.

Parece una eternidad antes de llegar a la clínica. Le pido al conductor


que mantenga el medidor en marcha y que vaya a la parte de atrás de la
casa donde no sea visible desde ninguna de las ventanas de la clínica.
Intento por la puerta de la cocina, pero está cerrada, llamo suavemente.

Por favor, Charlie, date prisa.

Durante varios latidos dolorosos, no pasa nada.

Mordiéndome la uña, corro de ventana en ventana hasta que veo a


Charlie. Está sentado en su cama, leyendo un cómic. Doy golpecitos en
el cristal, lo último que quiero es asustarlo golpeando la ventana. No
hay reacción. Golpeo más fuerte, no puedo permitirme atraer la
atención de Kris. Mientras tanto, el taxímetro hace un agujero en la
pequeña cantidad de dinero que llevo encima.

Golpe, golpe.

Finalmente, Charlie mira hacia arriba. Cuando me ve, grita: —Va-Val.


—Le pido que se calle con el dedo en los labios y le señalo el pestillo de
la ventana. En lugar de abrirlo, Charlie salta de la cama y sale de la
habitación.

No llames a Kris.

Un momento después, la puerta trasera se abre y mi hermano sale. Más


allá del alivio, quiero cogerlo en mis brazos y decirle que vamos a estar
bien, pero tengo que actuar con normalidad.

—Sorpresa, Charlie —susurro—. He venido a buscarte, nos vamos de


vacaciones, pero tienes que venir en silencio.

—Si-silencio, —me susurra, imitando mí gesto anterior con un dedo en


sus labios.

No hay tiempo para ir por la casa y recoger algunas de sus cosas, cierro
con llave para que Kris esté a salvo dentro y tiro la llave por los barrotes
de la ventana abierta del baño. Enganchando mi brazo en el de Charlie,
lo conduzco al taxi que espera.

Dentro, el conductor y Charlie hablan simultáneamente.

—¿Adónde quieres ir?

—¿Adónde Va-vamos?

¿Adónde vamos?

¿Hacia dónde puedo huir para que Gabriel no me encuentre? Un lugar


así no existe. Si quiero mantener mi cordura, tengo que ignorar esa
idea, ya no soy responsable sólo de Charlie y de mí, sino también de
una tercera vida, no tengo ningún plan de acción. Me pellizco el puente
de la nariz.

Piensa, Valentina. Piensa.

—Señora. ¿A dónde? —repite el conductor, más impaciente ahora. No


puedo permitirme un billete de avión o de autobús a ningún sitio para
mí y menos para dos personas, sólo queda una opción, dondequiera que
vayamos, tendré que conducir.

—¿Señora? —El hombre se gira en su asiento y me da una mirada


penetrante. —¿Está todo bien ahí atrás?

—Sí. Vamos a Berea.

Me mira desde debajo de sus cejas y dice con una pizca de


incredulidad: —Berea. ¿Estás segura?

—Sólo conduce, te daré las direcciones.

Me sostiene la mirada un momento más antes de volverse al frente y


alejarse de la acera, exhalo con alivio y aprieto la mano de Charlie para
tranquilizarlo, feliz que Kris no nos haya visto. Charlie ha bajado su
ventana y está mirando los edificios que pasan rápidamente, sin darse
cuenta del bulto de cemento en mi estómago y del miedo enloquecedor
que me recorre las venas.

Le envió un mensaje de texto rápido a Kris para que no se preocupe


cuando descubra que Charlie se ha ido.

Charlie y yo tenemos que irnos por un tiempo. Siento


escaparme así, pero cuanto menos sepas, mejor. Gracias por
ser una buena amiga siempre. Te quiero.
A una cuadra de mi viejo departamento, el conductor se detiene.
—Hasta aquí llego yo. —Se mueve en la calle de delante—. Es el paraíso
de los secuestradores.

Pago la cantidad extorsionada y saco a Charlie antes que el conductor


pueda hacer las preguntas que veo en sus ojos. En el momento en que
estamos en la acera, él acelera, feliz de salir de aquí.

—Va-Val. —Charlie patea en sus talones mientras tomo su brazo—.


Ésta es nuestra casa.

—Ya no. —Le doy una sonrisa brillante—. Aquí es donde comienzan
nuestras vacaciones.

Tengo muy poco tiempo, es cuestión de horas, minutos tal vez, antes
que Gabriel descubra que me he ido y ponga una orden de muerte por
nuestras vidas. Rastreará mi teléfono y nos seguirá más rápido de lo
que pueda decir "desaparecida" pero si quiero que Charlie me siga sin
problemas, tengo que hacerlo feliz.

Caminamos una cuadra hasta un café de la esquina donde le compro a


Charlie un helado King Cone. Mientras él se sienta en la acera a
comerlo, yo llamo a Jerry. El número suena y suena y finalmente se
desconecta sin entrar en el buzón de voz.

Maldita sea. Jerry es mi única esperanza. Intento con el número


especial que me dio cuando supuestamente seguía vigilando a Charlie.
Es un número que sólo yo y algunos de sus compañeros de crimen
tenemos.

Esta vez, responde con un vacilante —¿Val?

No hay tiempo para andar con rodeos. —Necesito un coche.

—¿Qué?

—Un coche, Jerry. Ahora.


—¿Para comprar?

—¿Habría llamado a un ladrón de coches si quisiera comprar un coche?

Pronuncia su negativa dócilmente. —No puedo hacerlo. ¿Qué es lo que


pasa? Esto no es propio de ti.

Siempre he condenado sus asuntos turbios, pero ahora no es el


momento que mis valores morales induzcan a la culpa. —Después de lo
que nos hiciste, me lo debes, maldita sea.

Hay abatimiento en su voz. —Val...

—¿Quieres saber lo que Gabriel Louw me hizo por tu estupidez,


ignorante?

—Oh, mierda. Oh joder, joder. Estás huyendo. —Su voz tiembla—.


Estás huyendo de The Breaker.

—Si me encuentra, estoy muerta, también Charlie. —Y el bebé que


estoy esperando—. Por favor, Jerry, tú nos metiste en este lío. Ayúdame
a salir.

Hay un largo silencio, casi puedo sentir los engranajes girando en su


cabeza. Justo cuando creo que va a colgar, dice: —¿Dónde estás?

—Tu lugar.

—Dame una hora.

—Treinta minutos.

—Maldita sea, Val. —Toma un respiro, como para calmarse—. Espera al


lado del edificio.

—Gracias. Será mejor que aparezcas, cuando cuelgue, no podremos


volver a hablar por este teléfono.
Él sabe lo que quiero decir. Tengo que destruir el teléfono si no quiero
que Gabriel me rastree.

—Estaré allí. —La línea se apaga con un clic.

Charlie ha terminado su helado. Hago que se limpie las manos con una
servilleta y tirar la envoltura en el cubo de basura para poder ir a la
esquina y aplastar el teléfono bajo mi talón. Hay demasiadas partes
diminutas para distinguir un rastreador, no es que sepa qué buscar, así
que lo aplasto otra vez, para estar segura y lo tiro a la basura.

—¿Listo para nuestra aventura? —cojo la mano de Charlie—. Vamos a


buscar nuestras ruedas.

Nos escondemos en una alcoba desde donde puedo ver el camino.


Afortunadamente, no nos hemos cruzado con ningún matón, pero
pronto saldrán de sus agujeros con la puesta de sol. Juego un distraído
juego de ceros y cruces con Charlie, usando una piedra de tiza que
recogí en el camino para dibujar líneas en la pared de ladrillo.

Treinta y cinco minutos después, una camioneta naranja se detiene. La


carrocería está abollada y el metal oxidado donde se ha pelado la
pintura. Mi mandíbula se cae cuando el destartalado vehículo se
detiene junto a nosotros y Jerry sale.

—Jerry. —Yo lanzo mis brazos al aire.

—¿Qué? —dice con voz exasperada—. Es todo lo que pude hacer en


poco tiempo.

—¿Hasta dónde nos llevará esta cosa?

Le da una palmadita al capó. —Ella es buena, la he comprobado, el


motor está renovado, el lote completo. —Él me da la llave—. Cambié la
matrícula también, pero no vaya a las carreteras principales, por si
acaso.

—Gracias. —Le arrebato la llave de su mano—. Vamos, Charlie.


Jerry le da una palmadita a Charlie en la espalda mientras mi hermano
da la vuelta al coche. —¿Cómo van las cosas, mi hombre?

Charlie le choca los cinco y sonríe. Cuando se abrocha el cinturón, miro


a Jerry por la ventana por última vez antes de salir, hacia la autopista.

El motor hace un ruido raro y el cuerpo del coche traquetea, pero


progresamos sin problemas y logramos pasar por Hillbrow sin ningún
intento de secuestro, cortesía del estado del coche.

Una vez que llegamos a la N11, mis nervios se deshacen finalmente, mis
manos comienzan a temblar en el volante. Un sofoco viaja sobre mí,
haciéndome estallar en un sudor, mi estómago está tan apretado que
me duele. Lucho contra las ganas de vomitar, el smog de verano es débil
y sucio, pero abro la ventana para llenar mis pulmones de aire. Como
siempre, el modo de supervivencia se activa y me adormece ante los
miedos y peligros de nuestra situación.

Charlie está mirando por su ventana, tarareando una canción. Me las


arreglo para ajustar la radio lo suficiente para encontrar una emisora
Country y Western que le guste. Comprobando el indicador de gasolina,
me quejo por dentro. El tanque está casi vacío, en la primera gasolinera
después de Midrand, lleno el tanque y utilizo mi último dinero para
comprar algunas provisiones de la tienda Quick, que son en su mayoría
bocadillos para Charlie. No me atrevo a sacar dinero del cajero
automático con mi tarjeta. Será demasiado fácil de rastrear, debería
haberme acordado de hacerlo antes de empezar.

Mi instinto se retuerce y se agita cuanto más nos alejamos de


Johannesburgo, la ciudad de oro gobernada por un hombre tan
hermoso y arruinado como el lugar mismo, un hombre que nos matará
si nos encuentra.

Cuando el horizonte de Sandton desaparece de mi espejo retrovisor, me


golpea una sensación paralizante de pérdida y soledad, las emociones
me desconciertan. El shock me atraviesa, extraño a Gabriel, eso me
hace retorcerme y enfermar. Deben ser las hormonas. Sí, no soy yo
1N1: Ruta Nacional en Sudáfrica que se extiende desde la Ciudad del Cabo a través de Bloemfontein,
Johannesburgo, Pretoria y Polokwane hasta el puente Beit en la frontera con Zimbabwe.
misma. Lagrimas inesperadas pican en mis ojos, tratando de apartarlas,
fuerzo mi mirada en el camino que tengo por delante.

No mires atrás.

Ahora sólo estamos Charlie, yo y mi bebé.

Lo lograremos, sobreviviremos.

No tengo ni idea de adónde me dirijo hasta que no encontremos la señal


que anuncia la división en tres partes. Si seguimos recto, nos
dirigiremos al norte hacia Polokwane. No conozco la zona, las únicas
opciones que quedan son Durban o Bloemfontein. Durban no está tan
lejos como Bloemfontein, y el clima es menos duro, sin medios
económicos, Durban es la mejor opción. Además, puedo llegar allí con
un tanque de gasolina, antes de quedarme sin combustible en medio de
la nada, mucho antes de llegar a Bloemfontein.

Aparece la señal del N3, cambio de carril y entro en el cruce que me


lleva por la autopista y al este, con un giro del indicador, decido nuestro
destino y futuro.
EL TIPO que eliminé esta tarde era una escoria, pero hoy la violencia
me deja un mal sabor de boca, todo lo que quiero es ir a casa con
Valentina, meterme en su cama y fundirme en su cuerpo. Las cosas
entre nosotros han cambiado. No importa cuánto me mienta a mí
mismo, ella ya no es el juguete al que le robé su vida. Ella es algo...
alguien. Que deseo lo suficiente como para romper todas las reglas del
libro para mantenerla. Ella ya no es mi cautiva, yo soy suyo.

Mi adicción ha crecido con los meses hasta convertirse en una obsesión


que consume todo. A pesar de la frialdad dentro de mí, ella despierta
emociones que creía no tener. Me hace sentir cosas que nunca antes
había sentido, como gratitud, arrepentimiento, alegría y miedo... incluso
si estos sentimientos me asustan quiero más.

Cuando llego a casa, despido a Rhett y Quincy y subo a ducharme, no


quiero enfrentarme a mi chica cubierto de sangre. Lavando el hedor de
mis pecados, pienso en ella y en lo que quiero hacerle a su cuerpo, los
pensamientos me ponen duro, si no estuviera tan impaciente por
plantar mi polla en su cuerpo, me habría hecho venir primero para
poder durar más tiempo, pero mi urgencia es palpable. Me seco
rápidamente con una toalla y me visto con pantalones y una camisa.

Mi corazón se acelera mientras me dirijo a la cocina. A esta hora,


Valentina estará planchando, me molesta verla trabajar tan duro y verla
limpiar pero no será por mucho tiempo. En el momento en que se quede
embarazada todo cambiará.
El silencio me saluda cuando entro en la cocina, los mostradores están
ordenados y limpios. Marie ya se ha ido por el día, un extraño vacío
presiona el espacio, no me gusta, doy un paso rápido, poniendo la
cabeza en el marco de la puerta de la cocina, pero no hay nadie. Una
sensación asquerosa se instala en mi cuerpo. Cada terminación
nerviosa me da un hormigueo. Corriendo a la habitación de la criada,
abro la puerta de un tirón, la cama de Valentina está hecha, Oscar está
durmiendo en su almohada, me duele la pierna por la fuerza que le
pongo mientras voy cojeando al baño.

Está vacío.

Con una creciente sensación de temor, abro los armarios, todo parece
estar ahí. Los cosméticos y las sales de baño que compré están bien
apilados, de vuelta en su dormitorio, hago lo mismo con su armario. La
ropa, los zapatos, las joyas, los libros y otras chucherías que le compré
a Valentina están ahí. Aun así, algo está mal. Lo sé en mis entrañas.

Parado ahí, absorbiendo el frío de la medianoche, las moléculas de mi


cuerpo se aplastan y se enfrían. Me llena una sensación abrumadora de
abandono. Entonces el miedo golpea, caliente y líquido ondulando sobre
mí como una ola. Si Magda le hizo algo a Valentina... Si la hirió... Juro
por Dios que mataré a mi madre.

Me dirijo a mi oficina por el pasillo, saco mi teléfono del bolsillo y llamo


a Rhett.

Él responde con un alegre, —¿Qué pasa, jefe?

—En mi oficina. Ahora y trae a Quincy.

Cuelgo y me precipito por la puerta de mi oficina, esperando un ejército


o Magda, pero lo que veo es una hoja de papel blanco en mi escritorio.

Toda mi atención se centra en ese trozo de papel. El instinto me dice


que todo lo que se ha descarrilado en mi vida está resumido ahí, y
durante tres segundos enteros no puedo moverme. Cierro los ojos, me
preparo y doy vueltas a mi escritorio. Es su letra, mi mano tiembla
cuando la levanto a la luz y leo.

No puedo cumplir mi promesa. Espero que me perdones.

¡Maldita sea, no!

Arrugo el papel en mi puño y arrastro mis manos por el pelo, siento


como si me cayera de rodillas, pero de alguna manera me quedo de pie.
De todas las cosas que podría haber hecho, esta es la última que
esperaba. Charlie significa mucho para ella, mis sentimientos son un lío
de cables eléctricos enredados. Estoy a punto de hacer un cortocircuito,
explotar y quemarme. Quiero encontrarla y herirla, hacerla pagar por
su traición y por lo que me está haciendo pasar, le quitaré la piel del
culo y la arrastraré de vuelta a mí. Esta vez, la encadenaré a mi cama
hasta que entienda el significado de propiedad.

Rhett y Quincy me persiguen a través de la puerta, salvándome de mis


pensamientos oscuros. Ambos continúan en el mismo estado que yo.

—¿Qué pasa? —Quincy pregunta con cuidado.

Bajo mis manos a mis caderas. Es difícil para mí hablar, por un


momento, considero empujar el papel hacia ellos, pero no quiero que
sean testigos del rechazo íntimo de Valentina. Trago, inspiro y digo:
—Valentina se ha ido. —Quincy palidece

—¿Cómo que se ha ido?

Se necesita cada onza de fuerza que tengo para empujar las palabras, y
cuando finalmente lo hago, mi boca está amargada. —Ella huyó.

Los ojos de Rhett se abren mucho. —Joder, no.


Quincy es el primero en recuperar el sentido común. —¿Dijo algo?
¿Alguien la vio irse?

—Dejó una nota. —Como Quincy parece tener más control que Rhett,
digo—: Ve al puesto de guardia, pregúntales cuándo y cómo se fue.
¿Con qué? ¿Si se fue con una maleta? Trae el video. Quiero saber cada
maldito detalle, ni una palabra a Magda o a sus guardias. —Una gota
de sudor frío corre por mi columna vertebral mientras lo digo, esta es la
oportunidad que Magda ha estado esperando.

Quincy está fuera de mi oficina en un instante. Estoy tropezando con


mis pensamientos en las órdenes que estoy pensando para Rhett.
Rastrea su teléfono, busca sus registros bancarios de las últimas seis
horas, habla con nuestros informantes. Antes de que pueda decir algo,
Rhett da un paso adelante. Algo en su comportamiento me hace
detenerme. Sus hombros están encorvados y sus cejas juntas.

—Gabriel... —Comienza.

Esto va a ser malo.

Se detiene y se lame los labios. —Hay algo que deberías saber.

Esas palabras me hacen querer matarlo. Él sabe algo y me lo ocultó, me


quedo quieto, esperando que continúe.

—Creo que... —Baja la cabeza—. Tal vez... no lo sé con seguridad,


pero...

Mi paciencia se rompe. —Escúpelo o te haré un agujero en tu maldita


lengua.

Respira profundamente y se enfrenta a mí. —Valentina me pidió que le


comprara un test de embarazo esta mañana.

Me tambaleo por el shock. —¿Qué? —Lo escuché bien, pero no soy


capaz de procesar lo que me dijo—. ¿Valentina cree que está
embarazada? —Me digo más a mí mismo que a él.
—Si lo piensas bien, ha estado actuando de forma muy emocional,
últimamente.

Dejo que esa observación se hunda. Ha pasado por mucho con su


accidente y con el abandono de sus estudios, naturalmente, atribuí su
tristeza a esos eventos. Ahora que Rhett lo menciona, Valentina ha
estado más emocional que de costumbre. Cuando la toqué anoche, sus
pechos eran más grandes y sensibles, pero culpé a la espera de su
período por los cambios.

No me jodas.

Hay demasiados sentimientos que me asaltan para que tenga sentido


algo: orgullo, alegría, miedo, rabia loca y caliente. Si Valentina está
embarazada y huyó, sólo puede ser por una razón. Sé lo negativas y
deprimidas que se sentían las mujeres de mi vida por sus embarazos
planeados. ¿Cuánto peor debe sentirse por uno inesperado? Ella no
quiere el bebé y se va a deshacer de él.

Aunque esperaba la reacción, estoy lleno de rabia y ansiedad


desgarradora. La rabia no es por ella, sino por mí, podría haber evitado
este desastre. Debería haberla encerrado. Debí haberme dado cuenta
cuando su actitud cambió. Podría haber evitado que matara a nuestro
bebé, el bebé que se supone que la salvaría.

El dolor me desgarra las entrañas cuando pienso en perder un bebé no


nacido, pero no tengo a nadie a quien culpar, excepto a mí mismo, todo
esto es obra mía. Cambié sus píldoras anticonceptivas por placebos, la
engañé de la manera más despreciable y me haré responsable de sus
acciones. No importa si ya no está embarazada, sigue siendo mía y la
quiero de vuelta.

—¿Gabriel? —Rhett ha dado dos pasos atrás y está a una distancia


segura más cerca de la puerta.

—Busca en todos los contenedores de basura de la propiedad. —Es muy


probable que Valentina se haya hecho el test de embarazo antes de irse,
pero tengo que estar seguro—. Encuentra esa prueba y tráemela.
Estoy lo suficientemente lúcido en mi jodido estado como para darme
cuenta que me estoy precipitando, hay una posibilidad que no esté
embarazada, pero tengo que considerar todas las opciones.

Cuando él se ha ido, llamo al puesto de guardia y le ladro órdenes. No


quiero que la noticia se transmita a Magda antes de tiempo.
Eventualmente, ella se enterará, hasta entonces, necesito todo el tiempo
que pueda conseguir o Valentina estará muerta. Introduzco los detalles
para activar el software de rastreo instalado en mi teléfono, su
rastreador está muerto, lo que sólo puede significar que destruyó el
teléfono, para estar segura, marco su número, pero va directamente al
buzón de voz.

El día que derribé la puerta de Valentina en Berea, le di mi teléfono


para que llamara a su amiga, la veterinaria para la que había estado
trabajando, guardé el número en mi teléfono cuando ella terminó.
Desplazándome hasta el nombre de Kris, marco el número con una
mano temblorosa.

Su voz llega cansada al teléfono. —Aquí, Kris ¿Cómo puedo ayudar?

—Gabriel Louw.

Se calla cuando escucha mi nombre.

—¿Está Valentina contigo?

—¿Por qué iba a estarlo? —El pánico entra en su tono—. ¿Qué pasa?

Yo le creo. Su reacción es demasiado genuina para ser actuada—. ¿Está


Charlie ahí?

—Sabes que sí.

—Creo que es mejor que lo compruebes.

—Aunque no estuviera, no te lo diría.


—Escúchame, y escucha con atención, este no es el momento para
juegos. La vida de Valentina puede estar en peligro.

—Inútil hijo de puta. Te voy a arrancar las pelotas. —Sigue con


elaborados y coloridos insultos que son interrumpidos por muchos
ladridos, supongo que está caminando por la clínica hacia la casa—. Te
haré picadillo y te comeré vivo.

—¿Kris? —mantengo mi voz tranquila—. Ambos nos preocupamos por


Valentina, cada uno a su manera. Ayúdame a ayudarla.

Se calla y por un momento, yo también, es la primera vez que admito


ante alguien que no sea yo que me preocupo por Valentina. Las
palabras me sorprenden, pero también me liberan. Está a la vista, no lo
puedo esconder más.

Ella inhala y exhala, el aire que sale de su boca es tembloroso. Su


declaración es corta y suave. Tiene una terrible determinación. —Se ha
ido.

Jesús.

Alzo mi cara al techo y busco la calma dentro de mí.

—¿Qué demonios está pasando? —grita.

—¿Hay una nota?

Puedo oír sus pasos golpeando a través de la casa. —No. Nada. —Está
revolviendo las cosas, algo golpea el suelo con un ruido sordo—. Mierda,
todas las cosas de Charlie están aquí.

—Mantén la calma, la encontraré hazme un favor, llámame a este


número si sabes algo de ella.

—¿Por qué te voy a dar una mierda?

—Créeme, ahora mismo, soy su única oportunidad.


—Lo triste es que lo haré.

Corto la llamada justo cuando Rhett vuelve a entrar en mi oficina, con


una bolsa con cierre en la mano. Me la tiende. —Lo encontramos.

Sus ojos solemnes me dan la noticia incluso antes de que llegue a la


prueba. Dos líneas azules.

El aire sale de mis pulmones, mi pierna débil se mueve y tengo que


agarrar el borde del escritorio para mantener el equilibrio.

Yo tenía razón, Valentina sólo pudo haberse ido por una razón:
deshacerse de un bebé que no quiere. Podría matarla y si Magda se sale
con la suya. Es exactamente lo contrario de lo que pretendía. Mi jodido
e ingenioso plan fracasó.

Quincy regresa corriendo, las palabras caen como una diarrea verbal de
sus labios. —Se fue a pie hace cuatro horas, todo lo que llevaba con ella
era un bolso de viaje. Traté de no levantar sospechas, pero los guardias
saben que algo está pasando Me temo que... —Se aleja mientras sus
ojos se posan en la bolsa que tengo en la mano—. Joder. ¿Es eso lo que
creo que es?

—¿Y ahora qué, Gabriel? —pregunta Rhett, su expresión es de


preocupación—. ¿Qué hacemos?

No dudo en mi respuesta. —La traeremos de vuelta.

—Será mejor que te des prisa, —dice Quincy—. Los guardias hicieron
ruido, a esta altura, Magda ya lo sabe.

Con la prueba del embarazo de Valentina en la mano, me dirijo a la


oficina de Magda.

Está sentada detrás de su escritorio, garabateando en un bloc de notas.


—Valentina huyó. —Su expresión es engreída—. Vamos tras ella con
todo lo que tenemos, ya están en camino hacia su hermano.
—Detenlos.

Tira su bolígrafo. —¿Perdón?

Dejo caer la evidencia de mi hijo delante de ella. Le lleva un segundo


conectar los puntos. En sus ojos veo su comprensión, ambos sabemos
que lo hice a propósito y ambos sabemos por qué.

Ella junta sus labios y se inclina hacia atrás en su silla. —Así que, así
es como consigues lo que quieres.

—Retira a tus hombres.

—Cometiste un gran error.

—Esa es tu opinión, y sabes que no me importa lo que tú o cualquier


otro piense, Valentina va a ser la madre de mi hijo de ahora en
adelante, ella es familia. Eso borra su deuda y la mantiene a ella y a
cualquiera remotamente conectado a ella a salvo.

No digo lo que sospecho que el bebé ya se ha ido, no importa si la traigo


de vuelta embarazada o no. Eventualmente, ella tendrá mi hijo, aunque
tome años y miles de rands de tratamientos de fertilidad, no me
importa. En algún lugar de mi mente sé que es una mentira, me
importa, me importa si ella quiere ser madre. Más que eso, me importa
si ella quiere a mi hijo. Desafortunadamente, cuando se trata de la vida
y la muerte, no siempre tenemos el lujo de elegir o de responder a
nuestras preguntas. Tal vez sea mejor que no sepa las respuestas. Ya sé
que soy un monstruo, y ella me odia. Lo que le hago es egoísta,
equivocado e inmoral, pero nunca he pretendido ser un buen hombre.
La quise desde el momento en que la vi, todavía la quiero. Más que
nunca, dejarla ir es lo único de lo que no soy capaz.

Magda sigue mirándome con desprecio, me atrevo a decir que con odio.
Incluso mientras habla, toma su teléfono y marca un número.

—Muchacho tonto, esto demuestra que no se puede confiar en los


hombres, es demasiado fácil llevarlos por la polla. —Un tono de llamada
suena en su teléfono, seguido de una respuesta brusca—. Scott,
regresa, se canceló el ataque a Charlie. —Ella escucha una respuesta—.
Todavía queremos a la chica, pero tráiganla ilesa. —Ella corta la
llamada y me mira fijamente—. Te das cuenta que has renunciado a
todo tu poder, ahora, ella tiene el poder sobre ti, espero que esto te haga
feliz.

Ha pasado mucho tiempo desde que Valentina tomó el poder sobre mí, y
un hombre como yo nunca puede ser feliz, me conformaré con estar
contento y lo estaré cuando recupere mi preciosa propiedad.

Mi madre necesita entender una cosa, si un pelo de su cabeza es


dañado, lo tomaré como un ataque personal a mí y a mi familia, todos
los guardias se marcharán.

—Esto no puede tener un final feliz.

No quiero oír la profecía de mi madre, porque golpea el entendimiento


instintivo dentro de mí con una diana. —Sólo asegúrate que tus
hombres entiendan, ella es mi responsabilidad. Cualquier cosa que
encuentren, cualquier cosa que escuchen, huelan, sospechen o
adivinen, quiero saberlo.

—Lo harás. Te debo una mierda por enredarte entre las piernas de esa
puta y arruinar esto para la familia.

Me acerco más al escritorio, sobresaliendo por encima de Magda.


—Cuidado. Estás hablando de la madre de mi hijo, esta es tu última
advertencia si la insultas de nuevo, no te gustarán las consecuencias.

La sonrisa que rompe la gruesa capa de maquillaje es artificial. —Me


encantaría ver cómo le explicas esto a Carly.

Es un golpe bajo, desde que considero la posibilidad que Valentina esté


embarazada, es algo que he contemplado. Tendré que mentirle a mi
hija, contándole una historia de mierda rosa sobre Valentina y yo
enamorándonos, cuando en realidad nada puede estar más lejos de la
verdad. No hay manera de asegurar que Valentina mantenga la boca
cerrada sobre las circunstancias de cómo terminamos en la cama. La
seduje, pero lo hice contra su voluntad. Hay poca diferencia entre mi
tipo de seducción y la fuerza. Por lo que sé, se vengará contándole a
Carly cómo la robé, chantajeé y torturé sólo por mi placer, sólo para
poder alimentar mi enfermiza adicción a darle dolor y orgasmos. Sus
lágrimas y súplicas me ponen duro pero sus clímax me hacen explotar.
La combinación de ambos, su dolor y su placer es el mayor afrodisíaco.
Más allá de esa parte física, algo más ha comenzado a desarrollarse,
estas cosas que ella me hace sentir, como la agonía que está rebanando
mi intestino en este momento.

—Me ocuparé de ello —digo sin rodeos—. Nadie le dice una palabra a
Carly excepto yo.

—Oh —se ríe—. No iba a ser voluntaria, te dejaré esa tarea


desagradable a ti.

—Bien. Me alegro que nos entendamos. —Me acerco a la puerta y me


doy la vuelta, mi sonrisa es tan fría como sus ojos—. Felicitaciones, vas
a ser abuela otra vez.

No espero su reacción, vuelvo a mi estudio para empezar mi propia


búsqueda.

Es evidente que no tengo nada que rastrear, Valentina destruyó su


teléfono y no en cualquier lugar, si no en la zona olvidada donde vivía,
no ha tocado el dinero de su cuenta. A pesar que no podía pagar un
billete de avión, organicé una búsqueda de pasajeros en avión y en
autobús. No hay trenes que vayan más allá de Pretoria, lo que me deja
con los taxis privados, pero ninguno en el área de Johannesburgo ha
cruzado los límites de la ciudad durante las últimas horas. Mis hackers
plantan micrófonos en los servidores de banca electrónica y servicios
médicos con el fin de levantar una alarma si los nombres de ella y
Charlie aparecen en cualquier lugar del sistema. Comunico a mi red de
colegas e informantes de la policía para que estén alerta y ofrezcan una
gran recompensa por cualquier información sobre su paradero. Luego
conduzco a la casa de Kris, que está en shock, me muestra el texto de
Valentina. Cuando finalmente la convenzo que sólo estoy tratando de
mantener a Valentina a salvo, exige saber por qué Valentina huyó. No le
digo lo del bebé, por ahora, es mejor que sólo Magda, mis
guardaespaldas y yo lo sepamos.

Llevo a Rhett conmigo y conduzco hasta Berea, llamamos a la puerta de


todos los bares y negocios en un radio de ocho kilómetros de su antigua
casa, pero nadie sabe nada, cuando cae la noche, estoy enfermo. Mi
preocupación es tan grande que ni siquiera puedo odiarla por esto, sólo
quiero que vuelva, no tiene dinero y el mundo es un lugar muy
inseguro. Valentina puede tener frío, hambre o miedo, incluso puede
estar en peligro. Sin dinero su única opción es un aborto clandestino y
esos no vienen sin riesgos de salud. Sintiéndome derrotado, me pongo
al volante y conduzco a una casa insoportablemente vacía.
El viaje es agotador, debido al estado del vehículo, se tarda más tiempo
en cruzar el país a una velocidad inferior al límite legal. Me duele la
espalda y Charlie se está poniendo inquieto, pero después de siete
horas las luces de Durban finalmente se ven, menos mal, casi no
tenemos combustible, no tengo ni idea de adónde voy, sólo he estado
aquí dos veces de vacaciones con mis padres cuando era niña.

Un letrero indica la playa. La costa principal será muy peligrosa con los
criminales rondando por ahí, opto por una en un suburbio y sigo la
carretera hasta un aparcamiento oscuro y vacío. No podemos
quedarnos aquí a la vista, es buscar problemas, después de dar una
vuelta por el aparcamiento, encuentro un lugar donde puedo conducir
por el asfalto bajo unos árboles colgantes. El escondite no es perfecto,
pero tendrá que servir, no puedo ir otro kilómetro.

Charlie hace mucho ruido cuando se da cuenta de que hemos llegado a


nuestro destino, tengo que silenciarlo como hice en casa cuando nos
escondía de la multitud, sabiendo que necesita estirar las piernas
después de la larga sentada, abro las puertas y le ayudo a salir de entre
la densa vegetación hacia la noche, el clima tropical es cálido y húmedo.
Caminamos de la mano por el empinado camino hacia la playa. Utilizo
mi linterna para iluminar nuestro camino, manteniéndome alerta y
vigilando el peligro. Nunca se sabe quién acecha en la oscuridad.

—Shh —le digo—. Se supone que no debemos estar en la playa de


noche, este es nuestro secreto, ¿vale?

Charlie asiente con entusiasmo. —Se-secreto.

Nos detenemos al final del camino de piedra para ver el paisaje, la luna
brilla sobre el agua, proyectando una luz sobre la espuma blanca de las
olas, tomo un segundo para sentir el aire salado y el efecto del agua
cuando se encrespa y se rompe.

—¿Recuerdas el océano, Charlie?

—Na- nadar.

—Es de noche.

Su tono se vuelve insistente. —Na-nadar.

—Mañana, ¿de acuerdo? Es demasiado arriesgado por la noche.

—¡Na-nadar!

Le tomo el brazo. —Primero necesitas dormir para aumentar tus


fuerzas. —Doy un suspiro de alivio cuando me permite guiarle de nuevo
por el camino, cerca de la cima, subimos sobre la arena, ya mojada por
el rocío, para aliviarnos en las dunas2. Segura que el aparcamiento
todavía está vacío, lo llevo de vuelta al coche. Por un segundo, se
congela.

—N-no.

—No vamos a conducir más. Lo prometo. —Agita sus rizos.

2 Duna: Acumulación de arena en los desiertos o el litoral, generada por el viento, por lo que poseen unas
capas suaves y uniformes.
—No-no.

—Oye —le
le doy un codazo
codazo—,, esta es nuestra gran aventura. Estamos
acampando.

—Aca -acampando.

—Sí. —Tomo
Tomo su mano y lo guío de vuelta al coche
coche—. ¿No es
emocionante?

Bajo los asientos y lo acomodo lo mejor que puedo, enrollando mi suéter


en una almohada para su cabeza y cubriéndolo con mi chaqueta.
Cuando sus suaves ronquidos llenan el coche, dejo caer mi fachada,
fingir es agotador. No sé si pasaremos la noche ilesos o de dónde vendrá
la comida de mañana, pero preocuparse por el futuro es inútil, así que
simplemente me concentro en pasar la noche.

LA MAÑANA ES SORPRENDENTEMENTE FRÍA, tiemblo en mi camiseta,


me duele el cuerpo por la posición incómoda. Preocupada por los
posibles peligros, no he pegado un ojo, Charlie se mueve, bosteza y me
da una mirada confusa.

Le tomo la mejilla. —¿Cómo


¿Cómo dormiste?
No responde, pero no tiene que hacerlo, las ojeras bajo sus ojos lo dicen
todo.

Nos arrastramos fuera de los arbustos, traigo mi bolsa de aseo del


coche y encuentro un grifo de jardín en lo alto del camino a la playa
donde podemos lavarnos la cara y cepillarnos los dientes. Le doy a
Charlie el cepillo de dientes que compré en Quick y le ayudo con su
aseo, detrás de un árbol, me pongo el bikini debajo del vestido y trato
de no pensar en el hecho de que Gabriel me lo compró. Charlie tendrá
que nadar en calzoncillos hasta que pueda hacer otro plan.

—Ha-hambriento.

—Yo también.

Como no tenía suficiente dinero para la comida, dejé que Charlie


terminara la manzana de sus bocadillos y llenara su botella de soda
vacía con agua.

—¿Listo para más aventuras? —Me cubro el rostro con una palma,
mirando el camino que serpentea entre las casas hasta la cima de la
colina.

Charlie gime, pero me sigue cuando empiezo a caminar. Después de


una hora, llegamos a la primera pequeña zona comercial. Es un centro
comercial que consiste en una tienda de comestibles, un restaurante
Wimpy, un banco, una farmacia y una licorería. Me detengo en cada
tienda para pedir un trabajo, pero como era de esperar no hay nada
disponible. Con una tasa de desempleo de más del cuarenta por ciento
y sin calificaciones formales o cartas de recomendación, tengo cero por
ciento de posibilidades de conseguir algo, sin mencionar que la ley de
acción afirmativa no está a mi favor.

Al mediodía, llegamos a otra zona residencial y a una playa. Estoy


hambrienta y Charlie está cansado, nos detenemos en un quiosco de la
playa donde venden helados y perros calientes. Cuento mis últimos
centavos en el mostrador, pero ni siquiera es suficiente para comprarle
un helado a Charlie.
El hombre que espera detrás de nosotros en la cola chasquea la lengua.
—Eish —dice en el dialecto local—, te ves hambrienta, pequeña
señorita.

Me giro para mirarlo, tiene la piel marrón y arrugada, como los de color
que son una mezcla entre el blanco y el negro.

Pasa por delante de nosotros hacia el frente, revisa sus bolsillos y saca
un billete, que entrega al vendedor. —Póngale a la señora y al hombre
un rollo de salchichas calientes.

Me quedo boquiabierta, parpadeando lágrimas, por el estado de su ropa


y la forma en que las suelas de sus zapatos aletean cuando camina,
está peor que nosotros.

—No, por favor. —Levanto una mano—. Es muy amable, pero no puedo
aceptarlo.

Hace un ruido de tsk-tsk y le dice algo en zulú al hombre que está


asando salchichas en la parrilla de gas detrás del mostrador.

Antes que pueda protestar de nuevo, el vendedor coloca dos rollos de


boerewors con todas las guarniciones en nuestras manos.

Aparto la mirada, avergonzada de haberle robado una comida a este


pobre hombre, pero demasiado hambrienta para rechazarlo una
segunda vez.

—Gracias.

—De nada.

Charlie ya está inmerso en el asunto, nos sentamos en un banco frente


al mar para comer. El pan está tostado y la salchicha de ternera espesa
y jugosa con grasa, la salsa de chakalaka gotea con cebolla, pimientos y
tomate, tiene la cantidad justa de chile para darle un mordisco sin que
se queme. Charlie devora la suya en segundos y se lame cada gota de
salsa de sus dedos. Yo termino la mitad de la mía y le doy el resto.
Pasa el hombre que nos compró el almuerzo, una botella de Coca Cola
bajo un brazo y una barra de pan bajo el otro, una chaqueta gastada
con parches en los codos se extiende sobre su espalda torcida. Los
puntos son visibles donde la tela se separa en los hombros.

—¡Espere! —salto y corro tras él.

Se da la vuelta y sonríe. —¿Sí?

—¿Tienes un número? —Me aparto el pelo que el viento ha soplado en


mi cara—. Puedo llamarte cuando consiga un trabajo para pagarte.

—No es necesario —dice con un movimiento de su cabeza de sal y


pimienta—, pero te costará encontrar algo aquí.

—¿No sabes de algo? —pregunto con esperanza, se ríe suavemente

—Si lo hiciera, te lo habría dicho.

—Gracias de nuevo por la comida.

—Buena suerte. —Con un saludo se ha ido.

Vamos a necesitar más que suerte.

Para distraer a Charlie, lo llevo a nadar, se queda en el agua poco


profunda hasta que sus labios están azules y sus dientes castañetean
antes que me deje secarlo con una toalla. Durante un rato, nos
tumbamos en la arena, mirando al cielo azul y claro. Estará oscuro en
un par de horas, tenemos que volver al coche. Mientras caminamos
hablo y canto para que Charlie no se preocupe por el esfuerzo, al mismo
tiempo que vigilo los elementos desfavorables. Al menos aquí, en la zona
residencial, estamos más seguros.

En el centro comercial, nos sentamos en el césped de un pequeño


parque frente a la parte trasera de las tiendas para descansar, esto es lo
que le digo a Charlie, pero tengo un motivo oculto, cuando un camarero
del Wimpy saca las bolsas de basura, le digo a Charlie que se quede
aquí y cruzo la calle.

—Disculpe —llamo cuando me acerco.

El hombre mira hacia arriba, tiene una piel tan suave y oscura como el
aceite y su delantal es de un blanco prístino. —¿Hay algún trabajo
aquí?

Sacude la cabeza. —Aikona.

—¿Quizás algo de comida sobrante?

Sacude la cabeza de nuevo y tira las bolsas en el cubo de basura.

—Debe haber algo que alguien no terminó no soy exigente.

—La gente se lleva a casa lo que no come en bolsas para perros. —Pasa
a mi lado, dirigiéndose a la puerta.

Le agarró del brazo. —Por favor. No me hagas ir a través de la basura.

Se libera y me cierra la puerta en la cara.

Tragándome mi orgullo, miro alrededor y cuando no veo a nadie,


levanto la tapa del cubo de basura y abro la bolsa de arriba, el interior
es una versión de los desayunos, almuerzos y cenas con salpicaduras
de café y malteadas. Me echo la manga hacia atrás y meto el brazo
hasta el codo, pero todo lo que agarro es puré. Será más fácil sacar la
bolsa, pero es más pesada de lo que pensaba, lucho y gruño y justo
cuando estoy a punto de liberar la bolsa de la papelera, una mano se
cierra alrededor de mi garganta. Gritando, dejo caer mi botín.

—Este es mi lugar —gruñe una voz.

Miro a un par de ojos inyectados en sangre, el hombre que me sostiene


apesta a brandy, su ropa es grasosa y su pelo y barba están sucios.
—Lo siento, —murmuro, luchando por hablar con la presión que ejerce
sobre mi tráquea.

Por el rabillo del ojo, veo a Charlie, mi corazón se hunde cuando se


pone de pie, con la cara arrugada por el miedo.

—No lo sabía. —Levanto mis manos—. No volveré aquí, sólo déjame ir.
Mi hermano está en camino y va a hacerte daño, no quiero problemas.

Le echa un vistazo a Charlie, cuando ve que el voluminoso cuerpo de mi


hermano se mueve hacia nosotros, suelta su agarre sobre mí. Me
escabullo tan rápido como puedo, interceptando a Charlie a medio
camino.

—¿Va-Val?

Charlie nunca lastimaría a una mosca, pero mi amenaza funcionó.


—Vamos, —digo, tomando su brazo y volviendo a la carretera.

Tenemos que esperar una hora antes de que el último visitante, un


hombre que estaba trotando en la playa con su perro, abandone el
aparcamiento donde está escondido nuestro auto, sólo entonces
entramos en el coche y nos conformamos con pasar la noche.
Afortunadamente, Charlie se duerme rápido, pero yo no tengo tanta
suerte, mi mente trabaja horas extras. Necesitamos dinero. Las únicas
soluciones plausibles son encontrar un trabajo, robar un banco o
mendigar. No quiero mendigar o robar, pero el trabajo es difícil de
conseguir.

La parte sorprendente es que todavía extraño a Gabriel. Echo de menos


sus brazos alrededor de mí y su boca en mi piel. Mi cuerpo lo necesita
con más intensidad que nunca, si estuviera aquí, me habría mantenido
a salvo, como me protegió de Tiny, pero... ¿qué le hará a mi bebé? ¿Me
culpará a mí? ¿O me odiará? ¿Creerá que fue un accidente, que no
planeé este embarazo para manipular mi deuda? No. No me creerá, un
hombre como Gabriel nunca se equivoca y no entenderá el error. Hubo
una buena razón por la que me dio las píldoras anticonceptivas, no
querrá este bebé, no perdonará ni entenderá. Sin embargo, aquí
tumbada, mirando el techo de nuestro coche robado, quiero correr
desde aquí hacia él. Es el único hombre al que ansío y temo
simultáneamente.

Un ruido me saca de mi ensueño, suena como una lata vacía siendo


pateada en el asfalto. Miro a Charlie, por favor, no te despiertes y no
entres en pánico. Si hace algún ruido, nos descubrirán. El sonido
metálico se hace más fuerte, la risa sigue. Me doy la vuelta para mirar
por la ventana trasera, cuatro hombres están caminando hacia
nosotros, están pateando una lata de cerveza entre ellos, la punta roja
de un cigarrillo brilla en la esquina de la boca de uno de los hombres.

Cierro los ojos, no dejes que se aventuren en los arbustos. Mi corazón


empieza a galopar cuando se acercan cada vez más, haciendo un ruido
estridente. La caminata y la natación deben haber agotado a Charlie,
porque duerme con el ruido. Mis uñas se clavan en las palmas mientras
espero que se vayan, pero se sientan a un lado del lote y por la forma en
que se ponen cómodos, pueden quedarse un rato, hablan y hablan
hasta que la conversación se convierte en una discusión, pero no
entiendo lo que dicen. Están hablando en zulú, uno de los hombres
pone un paquete de seis cervezas en el centro del círculo y cada uno
abre una lata, otro escoge una canción en su teléfono y la toca a todo
volumen.

Charlie se agita, pero no abre los ojos, se están volviendo más salvajes,
riendo y fumando marihuana, el olor es inconfundible. Cuando sacan
los cuchillos y empiezan a tirárselos a los gatos callejeros, empiezo a
sudar frío, además, mi vejiga está llena y no sé por cuánto tiempo más
podré aguantar, mientras los hombres estén aquí, estamos atrapados.
La sensación es nauseabunda, ahora mismo, haría cualquier cosa para
volver a los fuertes brazos de Gabriel, excepto sacrificar a mi bebé.

Después de mucho tiempo, uno se levanta y camina hacia los arbustos,


dirigiéndose directamente hacia nosotros.

Mi garganta se cierra, dejo de respirar. A poca distancia de nuestro


coche, se detiene y abre su bragueta, apuntando directamente a
nosotros, se alivia en los arbustos.

No dejes que nos vea.


Una inclinación de su cab
cabeza,
eza, una hoja perdida o el brillo de la luna en
la carrocería del coche y seremos descubiertos.

Se sacude, se sube la cremallera y para mí alivio, se vuelve hacia sus


amigos.

Mi cuerpo es una masa temblorosa de nervios. Estoy temblando por


todas partes, sintiendo frío hasta la médula, me quedo despierta,
apenas respirando, observando cada uno de sus movimientos, después
de lo que parece una eternidad, se levantan y se van. El aire sale de mis
pulmones en un soplo de alivio. Para estar segura, espero diez minutos
antes de atreverme a salir del coche y acercarme al aparcamiento. No
hay señales de los hombres, hago un rápido trabajo de vaciar mi vejiga
detrás de un arbusto y prendo la linterna. En el asfalto hay una
cuchara quemada cubierta de sangre, una bol bolsa
sa de plástico vacía y
varias latas de cerveza abolladas. No podemos quedarnos aquí, es sólo
cuestión de tiempo que nos atrapen, violen y asesinen.

El titular del periódico en el puesto que pasamos a la mañana siguiente


no ayuda a calmar mis nervios, una familia fue torturada hasta la
muerte en su casa anoche por su televisión y su portátil. Charlie
camina a mi lado, gruñón y malhumorado, esto tampoco es un paseo
para él. Ojalá pudiera hablar con él y pedirle consejo, daría cualquier
cosa por un hombro o en el que apoyarme, por alguien que comparta una
pequeña parte de mi carga, decidida a no dormir en el auto, hoy
caminamos más lejos en mi búsqueda de trabajo. En la tienda de
comestibles, me las arreglo para pedir unas pocas barras de pan
caducadas, y esto nos mantiene en marcha durante dos días.

Cuando Charlie nada, enjuago su ropa y la dejo secar al sol, por la


noche, dormimos escondidos entre la alta hierba de las dunas. Es más
cómodo, pero más frío y húmedo. Charlie se resfría, pero yo me niego a
perder la esperanza. Más de una vez estoy tentada de retirar dinero del
banco, todavía tengo la mensualidad que Gabriel me pagó, pero en
cuanto lo haga, Gabriel sabrá dónde estamos. Podría también firmar
nuestras sentencias de muerte.

Después de una semana, ya ni siquiera pretendo que esto sea un día


Festivo. Charlie ya no me cree.

—Qui-quiero regresar, —ruega.

Le doy una palmadita en la pierna. —Pronto. —¿Qué más puedo decir?

Otra semana de hambre y de bañarnos bajo las duchas frías de la


playa, y finalmente me saqué el premio gordo. Estábamos afuera de una
tintorería cuando un chino arrastró a una mujer por el cuello, gritando
en mandarín, no entiendo una palabra, pero por la camisa con el
agujero quemado que sostiene mientras grita, no es difícil entender de
qué se trata la riña. Vuelve a entrar y regresa con un bolso que le tira a
la pobre mujer. Ella llora y ruega en inglés, diciendo que lo siente, pero
el hombre es una estatua con el dedo apuntando al norte. Cuando se da
cuenta que sus súplicas no surten efecto, la mujer se va con los
hombros encorvados, sujetando su bolso en el pecho.

Salto a la oportunidad, una hora después, estoy contratada, la única


razón por la que el hombre, Ru, me contrata es porque puede pagarme
en efectivo bajo la mesa. Es su forma de evitar los gastos sociales, y me
conviene. No hay ningún rastro de dinero que los conduzca a mí, la
paga es baja, pero deja que Charlie se quede conmigo mientras trabajo
y por la mitad del dinero que me paga por mes, nos da una habitación
con un baño y un lavabo en la parte de atrás. Tiene una puerta que sale
a la calle para que podamos entrar y salir libremente cuando la tienda
está cerrada.
La habitación está sucia, pero con la ayuda de Charlie la limpiamos con
los productos de la tienda, quitando los hongos del lavabo y la suciedad
del inodoro, cuyos orígenes no quiero pensar. El colchón está manchado
con café y semen, pero corto las bolsas de basura de plástico y los
pongo alrededor de la cama.

Al día siguiente, volvemos a buscar mi ropa en el auto, pero la larga


caminata no vale la pena. Alguien entró en el coche y robó nuestras
pertenencias, hasta el jabón y los cepillos de dientes. Cuando le cuento
a Ru nuestra desgracia, nos permite sacar la ropa de la caja llena de
ropa de la tintorería no reclamada.

El dinero que gano apenas alcanza para alimentar a dos personas.


Nuestro nuevo estilo de vida no es muy diferente del viejo en Berea,
excepto que en ese entonces todavía tenía mi sueño de hacer un futuro
mejor para nosotros. Mi sueño puede estar muerto, pero mi esperanza
sigue viva. Saldremos de esto. Trabajo muchas horas, sudando sobre la
tabla de planchar mientras Charlie juega al solitario en la mesa de
plástico de la esquina que usamos para el almuerzo. El ritmo es duro y
mi embarazo no ayuda, nunca he estado más cansada en mi vida.

Pronto descubro otra razón por la que Ru está feliz de no tenerme


empleada con un contrato formal. Puede tratarme como quiera, me
hace trabajar doce horas diarias en lugar de las ocho legales, pero no
me atrevo a quejarme. Es difícil poner un pie delante del otro después
de planchar de las seis de la mañana a las siete de la noche con una
hora de descanso para comer. La mayoría de las noches, me duermo en
cuanto golpeo el colchón junto a Charlie.

Después de unas pocas semanas más, tres meses para ser exactos, mis
vaqueros se estiran sobre mi estómago, y ya no puedo abrocharme el
botón. No hay nada más en la caja de ropa no reclamada que me quede,
así que mantengo los dos extremos de la cintura junto con una banda
elástica que enrollo a través del ojal y alrededor del botón. Algunas
mujeres tienen suerte y no muestran mucho durante los primeros
cuatro o cinco meses de sus primeros embarazos, pero yo no soy una de
ellas. Tengo un estómago definitivo. Si mi jefe se dio cuenta, no dice
nada.
Las náuseas me golpean de vez en cuando a todas horas del día y de la
noche. A veces vómito, y a veces es sólo una sensación asquerosa en la
boca del estómago que dura todo el día. Estoy perdiendo en lugar de
ganar peso, lo que debe ser por los vómitos. Nuestro futuro puede no
parecer brillante, ahora mismo, pero puedo trabajar en él. Estamos
vivos, todo lo que tengo que hacer es superar este embarazo y tener un
bebé sano.

Es en abril, durante la primera semana de mi segundo trimestre,


cuando le entrego a una señora bien elegante su ropa de la tintorería,
me desmayo.

Vuelvo a mis sentidos tumbada de espaldas en el suelo. Alguien me da


una bofetada en la mejilla. Mierda, me pica. Ru se inclina sobre mí,
hablando en voz alta, con palabras de enojo.

—Deja de gritarle —dice la señora—. Ella necesita un médico.

Empujo mis codos. —Estoy bien.

—No lo estás. —La mujer mira hacia abajo donde mi suéter se ha


movido hacia arriba, exponiendo los pantalones que mantengo cerrados
con una banda elástica—. Estás embarazada.

Esto evoca un nuevo maratón de palabras de mi jefe, me las lanza con


signos de manos animadas, que en su mayoría apuntan a mi estómago.

La mujer lo empuja. —Detente en este mismo instante o llamaré a los


servicios sociales.

Esto lo hace callar.

—Necesitas ver a un médico, —dice la mujer.

—Estoy bien, de verdad. —Dejo que me ayude a sentarme.

Ella frunce los labios mientras me estudia. —Te llevo.


—No, sólo necesito un minuto.

—No te preocupes, yo pago.

Quiero morirme de vergüenza, pero la preocupación por mi bebé supera


mi orgullo. —Tengo que decirle a mi hermano adónde voy o se
preocupará.

—Esperaré.

Le digo a Charlie que se quede en nuestra habitación y cierre la puerta.


Cuando vuelvo a la tienda de enfrente, Ru empieza a protestar de
nuevo.

—Te voy a denunciar, —dice la mujer, agitando un dedo en su cara.


Descontento pero acorralado, me deja ir, dejándolo en la estacada en
medio de un día de trabajo.

—Soy Cynthia, —dice mientras entramos en su lujoso auto.

No respondo, rezando para que no piense que le devuelvo su amabilidad


con groserías. Cuanto menos sepa, mejor.

Me lleva a una clínica de lujo y me presenta a una amiga que es


ginecóloga. Cuando la recepcionista me pide el documento de identidad,
empiezo a discutir, pero me dice que es el procedimiento estándar y que
no puedo ver a un médico si no ha registrado mis datos, no tengo otra
opción que entregar el mío. Cynthia le da a la recepcionista mi
dirección, y cuando le digo que no tengo teléfono, le da el número de la
tienda de Ru.

Como si entendiera mi miedo, Cynthia me da palmaditas en las manos.


—No te preocupes, esta clínica es muy discreta, nadie sabrá que
estuviste aquí.

Después de un ultrasonido y análisis de sangre, el doctor me dice que


estoy bien y que mi bebé está sano, pero que estoy desnutrida. Me
prescribe vitaminas y un batido de proteínas, que mi samaritana paga
en la farmacia.

—Gracias, —digo cuando Cynthia me deja en la tienda—. No sé cómo


pagarte.

—Has estado planchando las camisas de mi marido durante más de


tres meses. Además, iba a una costosa cita para almorzar con un
amigo. Estoy feliz de haber usado mejor el dinero.

Sin tener más palabras, salgo del coche y vuelvo a entrar donde me
encuentro con un Ru muy enfadado.

Me señala el estómago. —No bebé. No quiero ningún bebé, vete. —Me


hace señas con las manos—. Fuera, vete.

Mi esperanza se hace añicos, y mi mundo se acaba. —Estoy bien, lo


prometo. No interferirá con mi trabajo.

—Fuera. Mañana, sin bebé. —Me empuja hacia la trastienda—. No


bebé. Mañana, desaparecido. —Abro la puerta y me tropiezo dentro
llorando, encontrando a Charlie en la cama jugando al solitario. Miro
alrededor de la habitación destartalada pero limpia con las sábanas
baratas que compré en el mercado de pulgas y las cajas cubiertas con
un colorido paño que sirve de mesa. Ni siquiera sé si el coche sigue en
los arbustos de la playa. Todo lo que teníamos se ha ido, incluyendo mi
trabajo.

—Estaremos bien —digo, pasando mi mano por la cabeza de Charlie


mientras paso junto a él hacia la estufa de dos platos—. ¿Qué tal
huevos revueltos para la cena?

A Charlie le encantan los huevos revueltos, le doy la espalda para que


no vea mis lágrimas desesperadas, agarrando el mostrador, las dejo
fluir. Es mi culpa que estemos en este lío, si no hubiera tenido un
accidente con mi anticonceptivo, Charlie estaría a salvo, calentito y en
la cama con la barriga llena. Tengo que encontrar una nueva forma de
poner un techo sobre nuestras cabezas y comida en la mesa, pero estoy
tan... tan cansada. No me quedan fuerzas para luchar esta interminable
batalla de supervivencia. ¿Cuánto tiempo pasará antes que decepcione
a mi hermano y a mi bebé? Mañana volveremos a la calle. Oh, Dios,
¿qué voy a hacer?

Sollozos silenciosos sacuden mis hombros mientras levanto mis ojos al


cielo y rezo por un milagro.

Algo.

Cualquier cosa.
Han pasado tres meses y una semana desde que Valentina huyó. Pensé
que conocía la agonía cuando Sylvia se fue, pero nada se compara con
esta tortura. No saber es lo peor. ¿Valentina está viva? ¿Está bien?
Cuando no la estoy buscando, paso los días concentrándome en los
negocios y los fines de semana pasando tiempo con Carly.

El primer progreso viene de Magda. Estoy revisando nuestros estados


financieros cuando ella entra en mi estudio y tira una foto de la
matrícula de un vehículo en mi escritorio.

—Así es como ella escapó.

Lo dejo todo para mirar la foto, por primera vez en meses, mi corazón
congelado comienza a descongelarse. Mis dedos se tensan en el papel
brillante. —¿Cómo encontraste esto?

—Encontré a Jerry. —Esto me recuerda lo poderosa que es la red de mi


madre. He intentado durante meses localizar a ese mestizo de pelo
naranja sin éxito.

—¿Dónde lo encontraste? ¿Cómo?

—¿Importa? —Se apoya en el borde de mi escritorio—. Conexiones.


—Valentina no ha tocado su dinero, lo que deja sólo una explicación—.
Le dio a Valentina un auto robado. ¿Matrícula falsa?

—Exactamente.
—¿Y? —aguanto
aguanto la respiración.

—Nada
Nada hasta ahora, pero he publicado que estamos buscando un auto
de esta descripción, tengo algunos amigos en el departamento de
tráfico.

Desde nuestra discusión inicial, Magda se ha vuelto mucho más


cooperativa. Al aceptar que Valentina podría tener un hijo, ha estado
apoyando el esfuerzo de rastrear a Valentina. Por primera vez en la
historia, tengo la sensació
sensaciónn que nuestra familia, al menos mi madre y
yo, estamos juntos. No nos gustamos el uno al otro, pero nuestros
niveles de tolerancia son más altos.

A pesar de mi preocupación y enojo, admiro a Valentina por


permanecer oculta por tanto tiempo. Las probabilid
probabilidades
ades nunca han
estado a su favor, era sólo cuestión de tiempo y ese tiempo es ahora.

UN DÍA DESPUÉS, tenemos información del Departamento de Tráfico


de Kwazulu Natal, la buena noticia es que han encontrado el vehículo.
La mala noticia es que es un auto quemado. Los vuelos de hoy a todos
los aeropuertos de Natal están agotados, y no puedo esperar hasta
mañana.

Una hora más tarde, Rhett, Quincy y yo vamos camino a Durban. Yo


tomo el Jaguar mientras ellos siguen con el Mercedes para que
podamos separarnos si es necesario. Doy instrucciones a mis
guardaespaldas para que hablen con la gente que vive en la zona donde
se ha encontrado el coche y visito el lugar. Lo que veo me eriza los pelos
de los brazos, el auto ha sido escondido detrás de unos arbustos, algo
inteligente que Valentina haría, pero el estado del mismo hace que mi
piel se estremezca. Hay descomposición en la carcasa destrozada.
Faltan los neumáticos, los asientos están arrancados, el salpicadero
hecho pedazos y las ventanas rotas. En medio del caos, en un círculo de
hierba negra y quemada se encuentra el armazón roto del auto. No se
sabe cuánto tiempo hace que tuvo lugar la destrucción, pero el olor acre
del hollín aún cubre el suelo. ¿Su cuerpo está en algún lugar de los
arbustos, destrozado también? Aunque el contacto de Magda en el
departamento de policía me aseguró que el área ha sido registrada
minuciosamente, no puedo sacarme el fantasma de ese pensamiento de
la cabeza.

Quincy y Rhett se unieron a mí una hora después. Un anciano que vivía


en una casa frente a la playa vio a una joven y un hombre que
coincidían con las descripciones de Valentina y Charlie rondando por la
playa, pero han pasado días desde la última vez que los vio. Estoy a
punto de buscar en las dunas cuando llega un mensaje de texto de mi
hacker.

Bingo.

Valentina Haynes visitó una clínica privada. Hoy. Miro fijamente su


dirección y número de teléfono que aparecen en mi pantalla, esperando
que la siguiente línea diga que es un engaño, pero no sigue ninguna
otra información.

—¿Qué es? —pregunta Quincy.

—Rhett, Quincy, traigan el auto, síganme.

La voz de Rhett es a la vez esperanzadora y asustada. —¿La


encontraste?

No voy a maldecir mi suerte diciendo que sí. Hago mi camino a grandes


zancadas hacia mi coche, Rhett me alcanza cuando abro la puerta.
Me pone una mano en el brazo. —¿Gabriel? —Hay miles de preguntas
en la forma en que dice mi nombre y entiendo cada una de ellas. Sé lo
que está preguntando.

—No voy a hacerles daño, si están los dos, lleva a Charlie a tomar una
bebida hasta que te dé más instrucciones.

Deja caer su mano, permitiéndome entrar en el auto.

Envío la dirección a Anton, mi investigador privado, con instrucciones


para obtener información sobre la vivienda. Quiero saber qué tipo de
edificio es, quién es el propietario y si los inquilinos están registrados.

Los pocos kilómetros que conduzco hasta la dirección de mi GPS son


los más largos de mi vida. Todos los semáforos están en rojo y parece
que tardan una eternidad en cambiar. Es temprano en la noche cuando
paramos frente a una tintorería. La tienda ya está cerrada. Mi espíritu
se hunde. Obtengo la información que Anton me envió a mi teléfono. El
negocio es propiedad de un inmigrante chino, si le dio trabajo a
Valentina, no está registrada como empleada en sus registros. Salgo y
hago señas para que Quincy y Rhett me sigan, las armas sacadas por si
acaso. La zona no es tan mala como el centro de la ciudad, pero nunca
se sabe. Si es necesario, esperaré aquí toda la noche hasta que la tienda
abra por la mañana. No hará daño mirar alrededor mientras tanto.

Nos movemos por el edificio, una luz brilla desde la única ventana de la
trastienda, pero una cortina oscurece la vista. Con el pulso acelerado,
pruebo el pomo de la puerta. Cerrada. Un asentimiento a Rhett
comunica mi orden. Él sabe qué hacer, retrocediendo, apunta.
Limpiándome los ojos con el dorso de la mano, respiro profundamente y
me controlo. Una cosa a la vez, primero la cena y luego el equipaje.
Rompo los huevos en un tazón cuando una sombra se mueve a través
de la ventana de la cortina. Mi corazón se acelera y aparecen unas
punzadas de advertencia sobre mi piel, tal vez era alguien que pasaba
por la calle. Aguantando la respiración, agudizo mi vista y oídos.
Ningún sonido viene de afuera, no hay más movimiento. Pasan varios
segundos sin que pase nada, casi dejo salir el aire de mis pulmones en
alivio cuando el pomo de la puerta gira.

La acción es tranquila y siniestra. Alguien está tratando de entrar.

No puedo moverme. Escapar. Necesitamos escapar, pero la puerta de la


tienda está cerrada y Ru es el único con llave. Cinco segundos más y la
adrenalina hará efecto, suelto el batidor, buscando un arma. Al mismo
tiempo, evalúo la posición de Charlie sigue en la cama, lo que lo acerca
a la puerta. Agarrando el cuchillo para verduras, me coloco con pasos
silenciosos entre Charlie y la puerta. Gracias a Dios por el
entrenamiento de defensa personal de Rhett, mi experiencia es limitada
y mi estado físico es débil. Mi única oportunidad es atrapar a nuestro
atacante con la guardia baja. Tan pronto como la puerta se abra, lo
apuñalaré. Mi mano que sostiene el arma poco efectiva tiembla. Charlie
mira hacia arriba y se da cuenta del cuchillo. Antes que pueda
silenciarlo, grita, su grito rompe mi concentración. Un fuerte golpe cae
sobre la puerta. El marco de la puerta traquetea, quienquiera que esté
afuera ahora tiene el conocimiento, que sabemos que está ahí. El
elemento sorpresa se ha perdido, ya no hace falta irrumpir en silencio.
Está pateando nuestra puerta.

Cuando la puerta vuela hacia la habitación, un horrible hechizo de déjà


vu se cierne sobre mí. Por segunda vez esta noche estoy congelada, pero
esta vez estoy congelada en un momento del pasado, como en mi
memoria, Gabriel pasa por encima de la madera rota y entra en la
habitación. Rhett y Quincy le pisan los talones, pero sólo puedo
concentrarme en el hombre del que huí y el arma en su mano.

Él nos encontró.

Nos va a matar.

Charlie mira fijamente a los tres hombres, la confusión le estropea los


rasgos. Desde nuestro primer encuentro violento con Gabriel, después
de todas las visitas a la casa de Kris, Charlie considera a Gabriel un
amigo. Quincy y Rhett bloquean la única salida mientras Gabriel cruza
el lugar con su característica cojera. Lleva un traje negro y una camisa
blanca sin corbata. Su cuerpo es tan ancho y grande como recuerdo y
hay una amenaza en cada línea de cada músculo rígido, la luz apagada
de la habitación no es suficiente para atenuar las cicatrices de su
mejilla. Se salteó un corte de pelo o dos, los rizos le llegan a las orejas.

Se detiene frente a mí y me mira con la expresión más oscura que


jamás he visto. Por la forma en que su pecho vibra, todo lo que pasa
dentro de su cabeza es intenso, la retribución es intensa. También lo es
matar, sólo hay una cosa que puedo hacer para intentar salvar
nuestras vidas.

Me arrodillo y cruzo mis brazos alrededor de sus piernas. Mirándolo con


toda la súplica de la que soy capaz, le susurro: —Por favor, Gabriel; —la
pistola en su mano tiembla.

No puedo controlar mis temblores.


Incluso mi voz tiembla. —No es culpa de Charlie. Por favor, no le hagas
daño.

—Vamos, amigo, —dice Rhett, tomando el brazo de Charlie—, vamos a


tomar un batido.

—Ba- batido. —Charlie no duda, confía en Gabriel y por lo tanto en sus


amigos.

Van a disparar a mi hermano en el callejón trasero, empiezo a llorar,


abrazando más fuerte las piernas de Gabriel. —Por favor, no le hagas
daño. Haré lo que sea, lo que quieras.

Su postura es pasiva en lo que a mí respecta. El único movimiento es


una pulsación en su sien. —Sólo lo están llevando a tomar una bebida.

¿Para qué Gabriel pueda dispararme sin que Charlie sea testigo? Rhett
y Quincy salen de la habitación con mi hermano, dejándome a solas con
Gabriel. Mis lágrimas caen más rápido. Mi orgullo no me dejará
arrastrarme por mí misma, pero haré cualquier cosa por mi bebé.
Degradándome como nunca lo he hecho, me arrodillo más bajo y beso
sus pies, mis lágrimas estropean sus caros zapatos.

—Por favor, Gabriel, te lo ruego, por favor, no nos mates. Lo siento. Lo


siento mucho, mucho. Siento haber huido, pero no tenía elección.

Mi aliento se vuelve loco cuando él me agarra el cabello y me guía hacia


arriba para volver a ver sus ojos. Acariciando mi cuero cabelludo con el
cañón de la pistola, toma una bolsa de plástico de su bolsillo y la cuelga
delante de mi cara. —¿Es por esto que corriste?

Mientras mis ojos se enfocan en el objeto, un jadeo involuntario se


escapa de mi garganta. Él lo sabe, levanto mi mirada lentamente hasta
la suya. El hielo de sus ojos azules atraviesa mi corazón. Sacudo la
cabeza, forzando a salir las palabras a través de mis labios secos. —No
me quedé embarazada a propósito, lo juro por Dios. Gabriel, tienes que
creerme, no sé cómo sucedió, pero te prometo que fue un accidente.
Engancha sus manos bajo mis brazos y me pone de pie. Su voz es
tranquila. Desanimada, casi. —Te creo.

Me desplomo en sus brazos. ¿Cómo puede ser tan indiferente? La vida


que llevo no significa nada para él, aun así me va a matar. La única
pregunta que queda es cómo. Reuniendo una fuerza inhumana, me
alejo y me pongo de pie. —¿Vas a dispararme?

Me mira con una extraña luz en sus ojos. —No, Valentina, no voy a
dispararte.

Levanto mi barbilla una fracción, ignorando las cálidas lágrimas que


caen por mis mejillas y gotean en mi suéter. —¿Cómo vas a hacerlo?

—¿Hacer qué?

—Matarme. ¿Estrangulamiento? ¿Un cuchillo? ¿Veneno? ¿O me


romperás el cuello? —El hielo en sus ojos se astilla, los fragmentos se
vuelven oscuros.

—No dije que iba a matarte.

Mi acto de valentía se resbala. —¿Y entonces qué? —Le lanzo las


palabras—. ¿Torturarme?

—Prefiero llamarlo castigo. —Me agarra el rostro y me hunde sus dedos


en mis mejillas—. Por correr, por poner tu vida en peligro, por no
hablarme antes de huir estúpidamente.

Más lágrimas se derraman de mis ojos, corriendo sobre sus dedos.


—Pensé que no me creerías, sabía que te enfadarías por lo del bebé.

Su control se afloja. —Estoy enojado por el bebé. —Sus hombros caen


cuando me deja ir—. Deberías haber hablado conmigo.

Me obligará a hacer lo que siempre temí.

—¿Y ahora qué? —susurro.


—Ahora te llevo de vuelta a donde perteneces, trabajaremos el resto
cuando estemos en casa.

Lo que significa que me hará abortar. Poniendo mis manos sobre mi


estómago, doy dos pasos hacia atrás.

—Te lo ruego, Gabriel. —Mis labios tiemblan violentamente—. Por favor,


no le hagas daño a mi bebé.

Cuando la última palabra sale de mi boca, el momento se congela, los


ojos de Gabriel se abren de par en par y su cara palidece, el color hace
que las cicatrices en relieve de su mejilla resalten con un rojo furioso. El
tiempo se extiende mientras me mira fijamente en estado de shock, el
horror que nunca quise ver está grabado en su cara, dándome una
visión de su alma. No, no me iba a llevar a casa para abortar. Esperaba
que ya me hubiera ocupado de ello. Está decepcionado que el problema
siga aquí, creciendo en mi vientre.

El hechizo que lo mantenía inmóvil se rompe y vuelve cojeando a mí.


Somos dos personas rotas en una situación retorcida con una vida
inocente atrapada entre nosotros, una vida que ya amo más que a la
mía.

—Por favor —le ruego cuando me rodea—, aceptaré tu tortura o castigo


y prometo no volver a huir de ti pase lo que pase, si dejas vivir a mi
bebé.

—Nuestro bebé —dice con dureza.

Tiene razón, también es su bebé, pero no somos dos personas en una


relación que toman decisiones consensuadas. Gabriel decide.

—Sí, nuestro bebé —estoy de acuerdo—. No me hagas hacer algo con lo


que no pueda vivir, por favor.

—¿Quieres este bebé, —dice con un poco de incredulidad—, sabiendo


cómo te complicará la vida?
—No es su culpa que haya sido concebido, no se puede deshacer y me
ocuparé de ello, cueste lo que cueste.

Su ojo izquierdo salta y sus fosas nasales se inflaman. No tengo ni idea


de lo que está pensando, sólo que es molesto. Entiendo por qué está
inquieto. Sé cómo debe parecer esto, muchas jóvenes de mi barrio se
han quedado embarazadas para atrapar a un hombre o para escapar de
una deuda. Debe ser difícil para él darme el beneficio de la duda y
luchar contra la idea de convertirse en un padre involuntario.

—No te pediré nada —continúo apresuradamente, mordiendo mis


lágrimas—. No haré que este problema sea tuyo, no tienes nada de qué
preocuparte. No espero tu dinero o tu tiempo, me ocuparé de todo, ni
siquiera sabrás que el niño está ahí.

Todo lo que veo es incomprensión mientras digiere mis palabras, por


alguna razón, parece confundido... es mucho para asimilar, pero como
no se opone inmediatamente, me permito sentir esperanza.

—¿Por favor? —preguntó en voz baja.

—¿Por qué? —Es todo lo que pide a cambio, como si no pudiera


entender mi petición.

—Porque ya lo amo.

—¿Él?

—Tengo la sensación de que es un niño. —No dice nada, nos quedamos


de pie, enfrentados, mientras las emociones innombrables se juegan
entre nosotros. Aguanto la respiración mientras espero su respuesta. Mi
vida, la vida de Charlie y la vida de mi bebé están en las manos de
Gabriel. La próxima palabra que caiga de su boca será el veredicto que
decida el futuro de mi hijo, la diferencia entre la vida y la muerte y no
puedo hacer nada al respecto, porque sigo siendo propiedad de Gabriel
durante los próximos nueve años.
El sonido que estoy esperando no llega, pero él me da algo mejor, me
rodea con sus brazos y me lleva a su cuerpo. En el momento en que su
fuerza me envuelve me derrumbo, mis rodillas se hunden mientras mis
manos se meten en la camisa bajo su chaqueta, no importa que no
pueda estar de pie, porque él está ahí para atraparme. Respiro su
aroma picante y limpio, un enorme alivio que me hace sentir mareada y
ahora que ya no estoy sola, también me deja débil.

—Tenía tanto miedo —susurro, dejando salir un aliento trémulo y


agarrando su ropa como si fuera mi salvavidas—. Tenía tanto miedo
todos los días.

—Shh. Estoy aquí ahora.

Sus manos son amplias y fuertes en mi espalda y me sumerjo más


profundamente en la fuerza que él proporciona, la forma en que me
sostiene es vacilante. Siento que quiere decir más, pero después de otro
latido, me toma en sus brazos, toma mi bolso de la mesa improvisada y
me lleva a su auto.

Conozco a los hombres como él y sé que el regalo que acaba de ofrecer


es más grande que cualquiera que yo hubiera esperado. Más que
creerme cuando dije que no me quedé embarazada a propósito, me
perdonó por correr y me permite tener un bebé que no quiere. No tenía
que hacerlo. Pudo haberme dejado en una clínica con instrucciones y
traerme de vuelta como su juguete. A los hombres como Gabriel no les
gustan los juguetes embarazados. Una gran barriga no le servirá para
sus necesidades. O tal vez he terminado de ser su juguete. Sea cual sea
el caso, estoy llena de alivio. Apoyo mi cabeza en su pecho en gratitud.

Abre la puerta, me deja en el asiento del pasajero y me pone el cinturón


de seguridad. Se quita la chaqueta y tira el arma en el cubículo, la
chaqueta va en la consola entre nuestros asientos y mi bolsa a mis pies.
Cuando toma el volante, me atrevo a preguntar de nuevo: —¿Charlie?

Me aprieta la rodilla. —No te preocupes bonita, él estará bien.


Después de abrocharse el cinturón de seguridad, nos lleva al tráfico y
marca a Rhett en el kit de manos libres con una sola instrucción.
—Lleva a Charlie a casa.

Inclino la cabeza hacia atrás, por primera vez en tres meses sin
preocuparme por la muerte. Con la adrenalina de antes gastada, me
siento como una muñeca de trapo agotada. No me importa lo que me
espera en casa, todo lo que importa es que estamos a salvo.

Gabriel me toma del cuello y me empuja la cabeza en su regazo, mi


cuerpo se apoya en su chaqueta. Mantengo mis ojos abiertos y absorbo
su poder. Los músculos de sus muslos se agrupan bajo mi mejilla
cuando pisa el embrague y cambia de marcha. Observo sus enormes
manos mientras agarra el volante y se hace cargo de mi destino. La
sensación que tuve una vez de ponerme en sus manos, confiando en él
para que sea un buen conductor que me lleve a salvo a mi destino,
ahora es real. Confío en que él nos conducirá seis horas seguidas
durante la noche y nos llevará a casa. No tengo ninguna duda que
sorteará cualquier obstáculo sin dormirse, ni estrellar el coche. Gabriel
es demasiado decidido, racional e impecable para eso. Su pecho sube y
baja con respiraciones profundas y constantes, la seguridad que
necesito de que está firme en su rumbo y sabe lo que hace, puedo bajar
la guardia. Por una vez, puedo confiar en que alguien más tome el
control.

Me acurruco más profundamente en su regazo, dejando que su calor


me envuelva. La masculinidad irradia la flexión de sus músculos
mientras manipula el poderoso motor del auto. No rompe el límite de
velocidad y esto me tranquiliza aún más, sube la calefacción y pone la
radio en una estación de música clásica que me ayuda a calmarme.

Una vez en la carretera, donde no tiene que cambiar de marcha, me


pasa la palma de la mano por la cabeza, enredando sus dedos en mi
pelo. Durante un tiempo frota los mechones entre el pulgar y el índice y
luego me acaricia el hombro y el brazo. Pasa su mano por mi espalda y
se detiene en mi cintura, sus dedos tocando suavemente sobre el lado
del bulto que solía ser mi estómago plano. Me giro ligeramente para
encontrar una posición más cómoda y Gabriel no cambia su agarre
sobre mí. Mantiene la punta de sus dedos en la curva de mi vientre,
ligeramente, pero de forma protectora.

La luna es visible desde la ventana del lado del pasajero donde se abre
paso entre las nubes. Se mueve con nosotros, trayendo las estrellas de
la vía láctea. Hay algo tranquilizador en el sonido de los neumáticos
rodando sobre el asfalto y la música suave que suena en el cálido fondo,
mientras estoy arropada en el regazo de un hombre fuerte, mientras la
fría y oscura noche pasa a toda velocidad por el exterior. Finalmente, la
cómoda y lujosa seguridad de todo esto me hace dormir. Caigo en un
profundo sueño, agotado y loco donde una propiedad como yo es
apreciada.
Todo el camino desde Durban a Johannesburgo mis entrañas se agitan.
Qué fácilmente podría haberla perdido. Es una superviviente, una de
las más fuertes que conozco, pero incluso a los supervivientes se les
acaba la suerte. Esto es mi culpa. Esto es lo que he hecho de forma
retorcida y conspiradora. Valentina corrió para proteger a nuestro bebé.
Creyó que yo no lo quería. No puedo culparla, desde su punto de vista,
yo soy el monstruo, y es verdad. Sólo un monstruo la secuestraría, la
entrenaría para que se lo follara y la dejaría embarazada sin su
consentimiento, sólo un monstruo creería lo peor de ella, esperando que
corra para deshacerse de nuestro hijo. Un buen hombre habría visto las
cosas como son, Valentina no es capaz de herir a un bebé no nacido,
incluso si ese niño es de un monstruo.

La culpa destroza mi mente durante todo el camino a casa. Me odio por


lo que soy y por lo que voy a hacer, porque no se lo diré. No le diré a
Valentina por qué se quedó embarazada. Estoy demasiado necesitado.
Quiero una pequeña parte de su afecto y aprobación, demasiado. ¿Por
qué hacer que me odie más de lo que ya lo hace? ¿Por qué hacerlo más
difícil para ella? Será mejor para ambos mantener viva la mentira. Ella
nunca necesitará saberlo, eso es lo que me digo a mí mismo cuando
aparco el auto en la entrada.

Mientras ella dormía, llamé a Magda para informarle del estado de la


situación. También verifiqué con Rhett cómo estaba Charlie. Estuvieron
detrás de mí por una hora, les ordené que dejaran a Charlie dormir en
el puesto de guardia cuando llegaran. Fue un largo viaje de doce horas
de ida y vuelta a Durban, pero apenas siento la tensión, la fuerza
sobrehumana me impulsa en lo que respecta a mi mujer y mi hijo. Una
mirada al reloj del tablero me dice que son las tres de la mañana, la
casa está tranquila, todo el mundo duerme. Menos mal, quiero un
tiempo a solas con Valentina antes de enfrentarme a Magda y al resto
del personal.

Mi precioso bulto se mueve cuando la levanto del coche y la llevo


dentro, pero presiono su cara contra mi pecho, instándola a no
interrumpir su sueño. La llevo arriba y la acuesto en mi cama, tratando
de no molestarla mucho cuando le quito la ropa. Después de
desnudarla, me meto debajo de las sábanas a su lado y la llevo a mi
pecho. Mi cuerpo se moldea alrededor del suyo, cada parte como la
recuerdo, excepto por la suave curva de su estómago que presiona más
profundamente en mi ingle. El resto de ella ha perdido peso, sus
hombros huesudos y sus delgados brazos cortan directamente en mi
conciencia y aún así soy lo suficientemente perverso como para
endurecerme. Quiero poseerla y reverenciarla no tocándola. Con toda la
fuerza de voluntad que poseo, me obligo a someter mi polla. Por ahora,
su mente está en un mundo subconsciente y como el bastardo que soy,
sostengo su cuerpo desnudo cerca mientras no pueda rechazarme.
LA CONCIENCIA TIRA DE MÍ, pero no estoy lista para abrir los ojos,
todavía estoy en mi capullo, caliente y seguro, sólo que ahora es más
suave y cómodo. Lentamente, la realidad regresa. Estoy en una cama,
en un par de brazos fuertes. Desnudos. Levanto mis párpados para
encontrar a Gabriel mirándome. Inmediatamente, me tenso. ¿Cuándo
me va a ordenar ir al gimnasio para mi castigo? Mientras la rigidez
invade mis músculos, sus ojos se endurecen y su cara deformada se
convierte en una fría máscara, pero no afloja su agarre.

Su voz se corta. —¿Cómo te sientes?

Me paso el cabello por detrás de la oreja, consciente de nuestra


desnudez. Han pasado tres meses y mi cuerpo ha cambiado. —Bien,
gracias.

—Espera aquí. —Saca su cuerpo del edredón, pero se asegura que esté
cubierta, su cincelado culo se agrupa, y los músculos de su amplia
espalda se flexionan mientras camina hacia el baño. Un segundo
después, el agua de la ducha se abre.

No estoy segura qué hacer, miro alrededor de la habitación familiar. El


mismo equipo médico de antes sigue aquí. No voy a quedarme en la
cama esperando mi castigo desnuda. Me levanto y camino hacia el
armario para pedirle prestada una de sus camisetas para poder llegar a
mi habitación con mi modestia intacta, pero cuando abro el cajón de
arriba mis camisetas están bien dobladas en el estante, también mi
ropa interior, pantalones cortos y camisones. Cajón tras cajón contiene
mi ropa, así como prendas nuevas que nunca he visto, levanto una
blusa para leer la etiqueta. Todo está en mi talla, o al menos en mi talla
de antes del embarazo. Desconcertada, atravieso el armario. Mis
vaqueros, vestidos, chaquetas y pantalones están organizados por
colores.

—Esos no te van a quedar ahora, —dice su voz profunda detrás de mí.

Salto y doy vuelta, Gabriel está de pie en la puerta, una toalla envuelta
alrededor de su cintura y su pecho mojado con gotas de agua.
Instintivamente, me cubro los pechos y debajo del estómago, un chorro
de agua caliente se abre paso por mi cuerpo. Sin mirar mis partes
desnudas, toma una camiseta del estante superior y me la entrega, es
una de las suyas.

—Tendremos que hacer algunas compras, —dice.

Me paso la camiseta rápidamente por la cabeza. Afortunadamente, el


dobladillo llega a mis rodillas, hago un movimiento señalando los
armarios—. No entiendo.

—Hice que movieran tus cosas.

—¿Por qué?

Toma una camisa y deja caer la toalla, tengo que mirar hacia otro lado
cuando empieza a vestirse. —Rectificaremos la situación de la ropa tan
pronto como sea posible, me disculpo por eso.

Más confundida que nunca, digo: —No podías saberlo... que todavía
estaba embarazada, quiero decir.

La mirada que me da es extraña, una sombra invade sus ojos. Se pone


un par de pantalones, sin molestarse con la ropa interior.

—¿Cómo te enteraste? —pregunto con cuidado.

—Rhett estaba preocupado por ti.


—Ah. —Es una buena forma de decirme que Rhett me delató sin culpar
a Rhett.

Sintiéndome cada vez más incómoda, encuentro un par de bragas y


tomo prestado un chándal de Gabriel con una cintura elástica que se
adapta a mi cintura redonda, tengo que enrollar los pantalones varias
veces.

—Vuelve a la cama —dice con una expresión oscura.

No puedo soportar la tensión, por más tiempo. —Gabriel...

Se vuelve hacia mí. —¿Valentina?

—Sólo llévame al gimnasio y termina con esto.

Durante un segundo, dos segundos, tres segundos me mira fijamente,


luego cruza a través del suelo y pone sus manos sobre mis hombros.
—Nunca te haré daño mientras estés embarazada.

El aire sale de mis pulmones de un tirón, me siento aliviada, pero no


tranquila. —¿Sólo después?

No responde. Sólo señala la cama y me hace volver a entrar.

—No te muevas.

—¿Charlie?

—Más tarde.

Me besa la frente y sale de la habitación. ¿Qué se supone que debo


hacer? ¿Dormir? No estoy lista para poner a prueba la paciencia de
Gabriel, me quedo aquí. La puerta se abre no cinco minutos más tarde
y Marie entra con una bandeja. Ella me da un ceño fruncido y lo deja en
la mesa de noche, hay huevos, tocino, tostadas, frijoles y café. El olor de
la comida me hace sentir enferma, pero lo combato. Antes que pueda
dar las gracias, se ha ido.
Gabriel no me deja sola por mucho tiempo. Cuando vuelve, está con el
Dr. Engelbrecht. Un ceño fruncido le recorre los rasgos cuando mira la
comida intacta, pero no dice nada. El doctor hace pruebas similares a
las que yo hice en Durban y anota todo en su ordenador.

—Sé que es difícil cuando te sientes enferma —dice el doctor—, pero si


no quieres alimentación intravenosa, tendrás que comer algo.

—Lo intentará —dice Gabriel.

Una vez que el doctor se ha ido, Gabriel me da una mirada penetrante.


—Ponte el abrigo y los zapatos.

—¿Adónde vamos?

Quita su chaqueta del caballete de la ropa, pero no contesta.

No tengo más remedio que obedecer y seguirlo hasta su coche. Antes de


arrancar el motor, me besa el nudillo de mi pulgar amputado y pone mi
mano en su muslo. Conducimos en silencio, sólo cuando aparcamos
fuera de un edificio de ladrillos rojos me atrevo a interrogarlo de nuevo.

—Gabriel, ¿Qué está pasando?

Apaga el motor y me mira de frente, su cuerpo es un bloque de músculo


duro que ocupa todo el espacio en su lado del coche. Apretando sus
dedos sobre los míos, como si esperara que me alejara, dice con voz
firme: —Nos vamos a casar.
—¿Qué? —Chillo.

Intento apartarme, pero él se aferra, con una advertencia silenciosa en


sus ojos.

—Nos vamos a casar —repite.

—¿Ahora?

—Aquí, ahora, hoy.

Si me golpeaba en el estómago, no podría sacarme el aire con más


fuerza. —¿Por qué?

Me da una mirada uniforme. —Estás embarazada de mi bebé.

Me siento más histérica por el momento. —Eso no significa que tengas


que casarte conmigo.
Se quita el cinturón de seguridad, abre su puerta y se acerca al auto
para abrir la mía. Cuando no me muevo, mete la cabeza. —Sal del auto,
Valentina. Ahora.

Patear y gritar no me ayudará, de todos modos él me llevará al edificio


si es necesario. Mi única oportunidad de salir de esto es razonar con él.

Salgo con las piernas temblorosas, agarrándome a la puerta para tener


estabilidad. —No tienes que casarte conmigo sólo porque estoy
embarazada.

Estrecha sus ojos. —¿Crees que no estaré a la altura de mi


responsabilidad?

—Te lo dije, no espero nada de ti.

Pone su nariz a la altura de la mía. —¿Se te ha pasado por la cabeza


que estoy haciendo esto para protegerte?

El puñetazo que me dio antes no es nada comparado con este golpe de


gracia.

—¿Sabes cuántos enemigos tengo? —Él continúa, agarrándome los


brazos—. ¿Sabes lo que te harán para llegar a mí? Lo único que hace
intocable a cualquiera en el negocio es ser familia.

Todo lo que dice es verdad, sé cómo funciona el negocio. Mi hijo aún no


ha nacido y ya tiene una espada colgando sobre su cabeza. El hecho
que sea el hijo de Gabriel es suficiente para poner nuestras vidas en
peligro. Entiendo lo que dice, pero el matrimonio no es lo que quiero, no
es lo que Gabriel quiere. No de esta manera. El matrimonio es por amor.

—Debe haber otra manera.

—Esta es la única manera, puedes hacerlo de la manera fácil o pelear.


El juez ha sido comprado, no le importa si dices sí o no, nos casaremos.
—Sus dedos se clavan en mi brazo mientras me conduce por las
escaleras y atraviesa la puerta. Algunos de sus hombres nos han
seguido en sus autos y están vigilando la entrada. No me da tiempo
para protestar o hablar hasta que nos detenemos frente a una puerta
con una placa de metal que dice Juez E.L Viljoen.

Me quedo atrás cuando él avanza, se gira con una mirada irritada.

—Gabriel.

—¿Qué?

Paso mis manos sudorosas sobre la gabardina que ya no se abrocha


sobre mi panza para secar mis palmas. —Creo que me voy a vomitar.
—La bilis sube por mi garganta.

Él me toma el rostro. Por primera vez desde que conozco a Gabriel, sus
ojos se llenan de cariño. —Respira hondo. —Me da un beso duro,
posesivo y me introduce en el interior.

Apenas cinco minutos después, estamos casados.

Marido y mujer.

Las náuseas que he logrado contener hierven, apenas estamos fuera


antes que vacíe mi estómago en un basurero. Gabriel está a mi lado, su
brazo alrededor de mis hombros, me quita el cabello de la cara y me
frota la espalda mientras la sequedad me destroza el cuerpo. Las
lágrimas se mezclan con mi angustia, sacudiendo mis hombros.

—Está bien, bonita, inhala y exhala.

Respiro con calma y saco algo de dignidad del fondo y tomo el control,
lo suficiente para enderezar mi espalda y suprimir más lágrimas.
Gabriel me lleva de vuelta al auto y me abrocha el cinturón de
seguridad. Conmocionada, miro fijamente la banda de platino con el
diamante flotante en mi dedo anular que coincide con el suyo, excepto
que el suyo tiene un diamante negro. El mío encaja perfectamente, no
hay forma que haya conseguido los anillos esta mañana, ya los tenía
antes de que saliéramos de la casa, el matrimonio apresurado no es
algo que él decidió anoche.

Él entra y me pasa el pulgar por su mandíbula. —¿Te sientes mejor?


—levanto mi mano izquierda, con los dedos separados—. ¿Cuánto
tiempo has estado planeando esto?

Su expresión se vuelve cautelosa, arranca el motor y pone el coche en


marcha. —Desde que encontré el test de embarazo.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué renunciar a tu soltería para


protegerme? —En serio, ¿por qué le importa?—. Mi deuda no puede
valer tanto para ti.

En lugar de responder, él conduce, sus guardias lo siguen. Conducimos


en silencio hasta que llegamos a la carretera en dirección a Lanseria.

—¿Adónde vamos?

Él acaricia mi rodilla. —Necesitamos un lugar tranquilo para hablar.

—Charlie...

—Estará bien, Rhett y Quincy lo están cuidando, hoy se trata de


nosotros.

Mi preocupación no está completamente aliviada, pero no tengo


elección. Tengo que confiar en Gabriel. Ahora que hemos vuelto, tengo
que hacérselo saber a Kris. Odio haber hecho que se preocupe.

—¿Te importa si llamo a Kris?

Toma su teléfono del soporte de la consola y me lo entrega.

—Gracias.

Gabriel tiene su número guardado en sus contactos. ¿Por qué no me


sorprende? Ella lo toma con un saludo apresurado.
—Kris, soy Valentina.

—Val ¿Dónde estás?

—Johannesburgo.

—¿Estás bien?

—Estoy bien, estamos bien.

—¿Qué ha pasado? ¿Gabriel te encontró?

Lo miro, sabiendo que puede oírla, pero su cara es una máscara


estoica. —Sí, —digo.

—Dime qué está pasando. Me estoy volviendo loca.

—Prometo explicarlo todo, pero no por teléfono.

—¿Cuándo puedo verte?

Miro a Gabriel. —Mañana —dice.

—Mañana —repito.

—Hoy, me debes una maldita explicación.

—Tienes razón —Me froto los ojos—. Pero no puedo hacerlo ahora,
tendrá que esperar.

—Val...

—Kris, por favor.

Debe oír la desesperación en mi voz, porque después de un suspiro,


dice: —Bien. Mañana y ni un día después, estaré esperando.
—Siento haberte hecho preocupar.

—Me alegro que estés a salvo, hablaremos mañana. —No sé cómo voy a
explicarlo, temo el juicio de Kris y anhelo su apoyo.

Le devuelvo a Gabriel su teléfono y miro por la ventana, nos dirigimos


hacia Magaliesburg, pasando el aeropuerto.

—¿Cómo te sientes? —pregunta.

—Con náuseas.

Juro que hay una pizca de sonrisa en su cara.

—¿Qué es tan gracioso? —siseo.

Esta vez tiene un claro tic en los labios. —Es lindo.

—¿Es lindo que tenga ganas de vomitar?

—Es lindo que tengas síntomas de embarazo.

Coloca la palma de su mano sobre mi estómago, pero la retira


inmediatamente, como si le preocupara que su toque no sea bienvenido.
Lo triste y enfermizo es que me quedo fría cuando su toque se ha ido.
Sólo el orgullo me impide pedirle que me abrace.

Después de treinta minutos, el camino comienza a serpentear por la


montaña. No suelo marearme, pero el camino sinuoso no ayuda, tengo
que concentrarme en mi respiración para no volver a vaciar mi
estómago.

Me da palmaditas en la rodilla. —Ya casi llegamos.

Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el reposacabezas. Cuando los abro


de nuevo, atravesamos las puertas de Mount Grace. Me siento más
derecha.
Siempre he querido venir aquí, he oído que es hermoso.

Es eso y mucho más, el centro turístico de la montaña está escondido


en las exuberantes colinas, rodeado por un bosque. El edificio principal
tiene paredes de piedra y un techo de paja, todo grita lujo y tarifas
exorbitantes. Cuando entramos en el vestíbulo donde varios huéspedes
bien vestidos conversan, me siento cohibida por mi ropa, pero el brazo
de Gabriel está alrededor de mi cuerpo, refugiándome contra su
costado, un conserje se adelanta y saluda a Gabriel por su nombre.

—Su habitación está lista, señor. ¿Quiere que lo acompañe?

—Primero desayunaremos, mi esposa está embarazada y necesita


comer.

—Por supuesto. ¿Qué puedo ofrecerle?

—Todo —dice Gabriel—, y mis hombres pedirán del menú.

—Sí, señor.

Los guardias de Gabriel nos siguen, pero mantienen suficiente distancia


para darnos privacidad, nos acompañan a un jardín interior donde hay
una mesa con cubiertos de plata y porcelana fina de papel. Enredaderas
de hoja perenne adornan las paredes de cristal que dan una vista de las
montañas y el valle.

—¿No hace mucho frío? —pregunta Gabriel mientras toma mi abrigo.

Hay una mordedura en el aire de otoño y el día está nublado. —Hace


bastante calor aquí dentro, gracias.

Me sienta antes de tomar la silla de enfrente, un camarero llega con


café y un surtido de tés de hierbas. Opté por una infusión de menta, ya
que el café no le sienta bien a mi estómago últimamente. Más
camareros depositan bandejas cubiertas de plata en las mesas que
bordean la pared lateral, levantan las tapas para revelar todo tipo de
comida para el desayuno imaginable. Hay salchichas, tocino, papas
fritas, huevos, gachas, panqueques, cereales, frutas, nueces, croissants,
pasteles dulces, queso y una variedad de fiambres. Los hombres de
Gabriel no están sentados con nosotros, pero hay suficiente comida
para alimentar diez veces al pequeño ejército.

—Esto es demasiado —protesto.

—No sabía lo que podías soportar, además, no quería perder el tiempo


sirviendo un menú, era más fácil simplemente pedir todo.

—Los guardias pueden comer con nosotros. Al menos no se


desperdiciará toda la comida.

—Los guardias están bien. —Se vuelve hacia el camarero jefe—.


Empaca lo que no comamos y entrégalo en el refugio para indigentes.

—Por supuesto, señor.

Gabriel se vuelve hacia mí. —Mejor ¿Feliz?

—¿Servimos, señor?

—Nos las arreglaremos, gracias.

El personal sale discretamente, dejándonos solos.

—Necesitamos meter algo de comida en tu cuerpo, —dice—. ¿Qué te


apetece?

—Sólo un poco de fruta. —Miro todo lo que hay—. Lo siento, pero el olor
de todo lo demás me da náuseas.

—Nunca te disculpes por lo que sientes. —Se levanta y coloca una


selección de fruta en un plato, que lleva a la mesa—. ¿Naranja? —Clava
un trozo en un tenedor y me lo lleva a la boca, pedazo a pedazo, me
alimenta hasta que la mitad del plato se ha ido y le aseguro que no
puedo comer otro bocado.
—No comiste lo suficiente en Durban. —Su expresión se vuelve
sombría—. Tu estómago probablemente se redujo, tendremos que
arreglarlo.

—Es sólo el embarazo. ¿No tienes hambre?

La forma en que su mirada se posa sobre mí detona chispas en mi piel.


Todavía me desea, y mi cuerpo no ha dejado de quererlo. Ni por un
segundo. Ni siquiera después que me intimidara para que me casara.
Los viejos condicionantes se ponen en marcha, mis bragas se
humedecen cuando me toma la mano y me frota un pulgar en la
muñeca.

Tan pronto como me toma la mano, la suelta. Se hace un silencio


incómodo mientras se sirve un desayuno inglés completo y come
mientras yo bebo mi té.

Sólo vuelve a hablar cuando aparta su plato vacío. —Tenemos que


hablar, sé que no quieres esto, Valentina, pero no hay vuelta atrás. Me
preguntaste por qué renuncié a mi soltería para protegerte, vas a ser la
madre de mi hijo. Tú y nuestro hijo son mi responsabilidad y nunca he
tenido miedo de mis responsabilidades, ahora eres familia. Tu deuda ha
sido borrada, nunca más tendrás que temer por tu vida o la de Charlie.
Vamos a ser una familia y sé que no será fácil, todo lo que pido es que
lo intentes. No te negaré nada dentro de mis posibilidades. Pide y
tendrás todo lo que tu corazón desee.

Trago al final de su discurso. —Charlie y yo, ¿No te debemos nada?

—No tienes más deudas.

Lo que ofrece es noble, pero tengo que entender si somos iguales.


—¿Estás diciendo que soy libre?

Una expresión pétrea reemplaza su anterior ternura. —No.

—Entonces nada ha cambiado en términos de lo que te debo.


Se inclina hacia atrás en su silla, poniendo distancia entre nosotros.
—Oh, pero lo ha hecho, todo ha cambiado. —Me sostiene la mirada—.
Antes, eran nueve años. Ahora, es para siempre.

La declaración me asusta, me muerdo el labio para que no tiemble. Qué


inteligente, cambió el juego, las reglas y las implicaciones. ¿Qué creía
que significaba un anillo en mi dedo? Sigo siendo un juguete, la única
diferencia es que esta vez es de por vida.

Inclinándose sobre la mesa, me agarra la barbilla, pero no hay nada


tierno en el gesto, es dominante y brusco. —Será más fácil para los dos
si no dejas que tu decepción se muestre tan fácilmente.

Con un tirón de cabeza, me libero. —¿Por qué tiene que ser para
siempre?

—Eres mía Valentina. Nunca te dejaré ir.

—¿Por qué? —susurro de nuevo, necesitando entender tan mal que me


hace un agujero en el alma.

—No necesito una razón, cuando te vi por primera vez en Napoli's, te


deseé, así que te tomé, ahora, he decidido quedarme contigo.

La taza de té está temblando tanto en mi mano que tengo que dejarla.


—¿Qué pasa con lo que yo quiero?

—Dije que haría todo lo que estuviera en mi poder para hacerte feliz,
nuestro tiempo juntos no tiene por qué ser miserable, puede ser bueno,
sólo acepta la forma en que es y las cosas serán más fáciles para ti.

La parte de mí que necesita ser amada como rebelde. —Sigo siendo tu


propiedad.

—Como mi esposa, serás respetada y protegida.

—Mientras me quede.
Su expresión se oscurece. —Huiste
Huiste de mí una vez, pero no te dejaré
huir dos veces, la próxima vez que ocurra, la persona que sufrirá será
Kris. La arruinaré, romperé todo lo que ha construido en su vida y la
mataré. ¿Entiendes?

La comida se me devuelve a la garganta, siento como si un cuchillo se


estuviera retorciendo en mi estómago.

—Te hice una pregunta, Valentina.

Las lágrimas me nublan la visión, no quiero llorar delante de él, no


quiero que sepa que me afecta. Parpadeando la humedad, le doy la
respuesta que quiere con una voz ronca de lágrimas reprimidas. —Sí.

—Bien. —Empujando
Empujando su si silla,
lla, viene a mi lado de la mesa y me rodea
con sus brazos—.. Con el tiempo, te acostumbrarás a ello.

No digo nada, una profunda sabiduría me oprime, Gabriel es un


hombre de palabra, hizo lo que dijo que haría. Encontró un nuevo
gatito, y esta vez, no lo va a dejar ir, todo lo que puedo hacer es levantar
una barrera protectora alrededor de mi corazón. Si voy a sobrevivir a
este nuevo arreglo, necesito ser fuerte, pero las primeras grietas ya se
están mostrando. Me romperá, después de todo.

DESPUÉS DE NUESTRO DESAYUNO DE BODA, Gabriel me lleva a dar


un paseo por el jardín, fiel a su palabra, trata de hacer esto bien para
mí, tiene su brazo alrededor de mis hombros, asegurándose que no
resbale en los escalones que están mojados por el rocío y señala las
especies de aves.

Al borde de un estanque, nos detenemos para admirar la vista.

—Estaba pensando —dice—, que tal vez te gustaría hacer trabajo de


caridad.

Lo miro rápidamente.

—Ahora que no estás estudiando o trabajando —continúa—, tendrás


tiempo en tus manos, sé que tenías el corazón puesto en ser veterinaria
—frota un dedo sobre el nudillo de mi pulgar imputado—, pero ¿qué tal
si empiezas un programa de rescate de perros? Patrocinaré con todo el
dinero que necesites.

Es demasiado, demasiado rápido, no he hecho las paces con mi nuevo


futuro, todavía. Necesito tiempo para que todo se hunda y se ajuste a
mis nuevas circunstancias.

—Gracias, lo pensaré.

Me toca la mejilla. —Estás pálida. ¿Todavía tienes náuseas?

—Un poco.

—Vamos. Déjame llevarte a la habitación.

No pregunto cuánto tiempo nos quedaremos o por qué, asumiendo que


esto es nuestra supuesta luna de miel.

La habitación es espaciosa y cómoda con decoraciones en colores


neutros. No tenemos equipaje, pero el baño tiene todo lo que necesito,
incluyendo un cepillo de dientes, un peine, una bata esponjosa y
zapatillas, la bañera se apoya en una ventana de cristal de techo a
suelo que revela la vista impresionante del valle.
—¿Te importa si me baño? —pregunto—. He estado lavándome en una
cubeta durante tres meses.

Una sombra cruza su cara cuando menciono la cubeta, pero no hace


ningún comentario al respecto. —Siéntate allí. —Señala la silla de
mimbre de la esquina—. Te prepararé un baño.

Me siento emocionalmente agotada, me tumbo en la silla, viendo a


Gabriel preparar un baño con aceite que huele a lavanda. Mi vida ya no
es mía, pero estoy demasiado cansada para luchar contra ella. A veces,
nadar contra la corriente se vuelve demasiado agotador. ¿Sería terrible
si yo, sólo por un tiempo, siguiera la corriente? Tal vez, cuando
recupere mis fuerzas vuelva a luchar, pero ahora no es ese momento.

—Ven aquí —dice Gabriel cuando la bañera se llena de agua humeante,


ofreciendo su mano.

La desobediencia viene con un precio, empujando a mis pies, cruzo el


suelo y me detengo frente a él. Hay un momento de silencio mientras
me mira, sus pensamientos son imposibles de leer. Cuando finalmente
actúa, es con movimientos decididos y fuertes. No hay nada inseguro o
vacilante en la forma en que agarra el dobladillo de la camiseta y lo
arrastra sobre mi cabeza. Enterrando sus dedos bajo el elástico de mi
ropa interior, empuja las bragas y los pantalones al suelo. Mientras las
puntas de sus dedos rozan mis piernas hasta las caderas, mi cuerpo se
calienta, cobrando vida bajo la ligera caricia. El poder de su tacto es
familiar, estoy devastada y extasiada al descubrir que su magia aún
funciona en mí. Ansío su cuerpo, pero me siento culpable por querer al
hombre que me ató a él con las cadenas invisibles del matrimonio y
peor aún, el destino de Kris. Como siempre, no me deja otra opción, no
puedo evitar que me toque o me excite, no puedo hacer nada más que
sentir.

Un revoloteo de anticipación nerviosa corre por mi vientre, quemando


mi núcleo mientras sus manos se agarran a mi cintura. En lugar de
levantarme para entrar en la bañera, me lleva hacia la ventana hasta
que mi espalda se apoya en el cristal. El frío del aire otoñal penetra en
mi piel, pero el calor corre por mi columna. Me coloca como una
mariposa clavada para enmarcarme y da un paso atrás, durante varios
segundos, sólo me mira, su mirada va desde la parte superior de mi
cabeza hasta la punta de los dedos de los pies. Hay fuego en sus ojos,
pero son sus manos las que quiero, las anhelo con una desesperación
que hace que mi aliento sea superficial y mis pechos pesados. Cuando
finalmente se acerca de nuevo, sus ropas rozan mi piel. Se necesita todo
mi autocontrol para no frotarme contra él en busca del contacto que
necesito.

Sujetando mi mirada, él se mete entre mis piernas. Mi cuerpo tiembla


cuando él traza suavemente mis pliegues.

—Entenderé si no quieres esto, —dice—. Sé cómo es con una mujer


embarazada.

El hecho que me dé a elegir es una gran sorpresa, es lo último que


esperaba de él, pero lo hago, lo quiero allí y más profundamente.
Ahuecando su mano, guío su dedo medio hacia adentro.

Él suelta un gemido y apoya su frente contra la mía. —Estás mojada, he


entrenado tu cuerpo demasiado bien.

No se puede discutir ese hecho, cada larga y espantosa noche de mi


libertad lo anhelaba, por la forma en que ahora recoge mi humedad y la
extiende a mi clítoris. Jadeo cuando presiona la yema de su dedo en el
nudo y mantiene la presión sin darme el estímulo que necesito.
Obligando a mis caderas a estar quietas, espero el permiso para
liberarme, su aliento recorre mi rostro, sueño mientras mantiene la
postura, su erección en una gruesa vara contra mí cadera.

Su mandíbula se flexiona mientras rechinan los dientes. No sé por qué,


pero lucha esperando por mí. ¿Yo? Me he rendido hace mucho tiempo,
soy una chica realista. Sé que soy un objeto, algo para satisfacer sus
ansias sexuales de dominar y manipular mi placer, pero he llegado a
aceptar su control sobre mi cuerpo mientras me reconcilio con mi nuevo
cautiverio. Nunca seré libre o amada, y no voy a negarme a mí misma lo
único que tengo... una pasión física inigualable. Si esto es a lo que mi
vida se ha reducido, tomaré lo que pueda conseguir. No soy tan
masoquista como para rechazar las migas de pan cuando me muero de
hambre. Habrá otras cosas que puedan llenar el hueco en mi corazón y
el anhelo de amor en mi alma. Una carrera, un hijo, encontrar alegría y
gratitud en cada momento. En este momento, puedo tener un pedazo de
Gabriel dándole lo que más quiere. Mi placer. Mi sumisión.

Ahuecando su hermosa, masculina cara llena de cicatrices, guío sus


labios a mi pecho, mostrándole lo que estoy dispuesta a tomar y dar.

—Valentina. —Mi nombre es un sonido roto en sus labios, roza su boca


sobre mi pezón—. ¿Estás segura de esto?

Le paso la mano por el pelo, tirando de las hebras. —¿No es esto lo que
hacen los maridos y las esposas en la luna de miel?

Me mira con una intención tan feroz como para asustarme. —No. —La
palabra está cargada. Se escapa en una bocanada de control tenso—.
Así no es cómo se comportan los maridos y las esposas.

Sé lo que quiere decir, los esposo y las esposas hacen el amor, no se


devoran el uno al otro con un hambre que raya en la obsesión, en algo
tan perversamente placentero que se siente mal.

El aire deja sus labios en un soplo, un momento de sublime entrega. La


lucha por mantener su distancia se funde en el beso que planta en mi
pecho, gime cuando su lengua toca la punta, con una respiración, me
lleva más profundamente.

Mis rodillas se doblan ante el calor abrasador de su boca mientras lame


y muerde, se ha ido el algodón en el que me envolvió antes, y ha vuelto
el hombre al que soy adicta, me suelta mi sexo para apretar mi otro
pecho entre sus dedos. Su boca se mueve hacia ese pezón, chupando
con una fuerza que arrastra la sangre hacia la punta hinchada. Cuando
me quejo, me suelta con un chasquido.

Frota la palma de la mano sobre la curva. —Jesús, te hice un chupón


en la teta. —No me importa, mi cuerpo ha usado sus marcas antes,
marcas más duras que la mancha roja de mi pecho. Su nombre cae
necesitado y sin aliento de mis labios.
El deseo contenido reemplaza la mirada depredadora de hace un
momento. Una vez más, Gabriel tiene el control. Se arrodilla delante de
mí y engancha mi pierna sobre su hombro, doblando sus manos
alrededor de mi cintura, me ayuda a mantener el equilibrio mientras su
boca va a la unión de mis muslos. Me observa mientras se burla de mis
pliegues con su lengua, pasando la punta sobre mi carne caliente,
cuando me muerde ligeramente los labios, me sacudo e intento
alejarme, pero sus grandes manos me mantienen en su sitio. Es la
forma agotadora en que chupa mi clítoris y pasa sus dientes sobre el
doloroso nudo que tiene mis dedos enroscados con un placer
insoportable. Se retira, mientras me sostiene la mirada y separa los
labios de mi coño. Su mirada deja la mía para estudiar la carne entre
sus dedos.

—Eres tan jodidamente hermosa, —susurra—. Tienes el coño más


bonito que he visto nunca.

Me enfurezco con su vulgar cumplido, pero no me da tiempo de


procesar lo que siento por las palabras groseras, porque hunde el
pulgar de su mano libre en mi canal, mis muslos tiemblan cuando él los
saca y los devuelve unas cuantas veces.

—Eso es, bonita, quiero hacer que todo tu cuerpo tiemble de placer.

Eso es exactamente lo que pasa cuando usa dos dedos presionados


juntos para azotar mi clítoris.

—¡Gabriel!

Mis uñas se clavan en sus hombros para apoyarse mientras mi cuerpo


se prepara para la liberación.

—Sé que te gusta esto.

Sí, lo hace, lo sabe desde la primera vez que me azotó el coño con su
cinturón.
—Córrete para mí, —gruñe, mirándome con una oscura posesión, dos
golpecitos más y hago lo que me pide, llegando con un violento espasmo
que bloquea mis músculos y arquea mi espalda. Cubre mi clítoris con
sus labios y me succiona a través del orgasmo hasta que estoy
temblando con las réplicas. Mi cabeza está inclinada hacia atrás, mis
ojos están cerrados, pero siento que se endereza y abre su bragueta.

Besa el caparazón de mi oído. —Voy a follarte aquí mismo, contra esta


ventana.

Nadie puede vernos, nuestro baño está prácticamente en un abismo,


pero la idea de ser vista en una posición tan comprometida me pone
tensa. La cabeza resbaladiza de su polla toca mi estómago, abro los ojos
para mirarlo. Su cara está cerca de la mía, no se aparta para ocultar
sus cicatrices como antes.

El frota nuestros labios juntos. —Qué hermosa vista debes proporcionar


con los cachetes de tu culo empujados contra esta ventana.

Me agarra el culo y me extiende las mejillas, abriéndome a la vista del


mundo exterior. —Qué excitante ver esos húmedos labios de coño. —Me
muerde el cuello, liberando su polla—. Cualquier hombre del otro lado
de esta ventana se correrá en sus pantalones.

Mientras habla, alinea su polla con mi entrada y presiona una pulgada


dentro. Me quejo de la gruesa intrusión, necesitando que él conduzca
más profundo, pero Gabriel no debe ser apurado. Gruñidos masculinos
y gemidos femeninos llenan el espacio mientras él entra en mí
minuciosamente despacio. Le lleva un tiempo trabajar completamente
en mi interior. Casi había olvidado lo grande y grueso que es, cuando
está enterrado hasta las pelotas, transpira, y su cara está
contorsionada por la tensión. Me aplasta contra el vidrio con su cuerpo,
dobla sus rodillas y da unas pocas bombeadas superficiales.

—Mía. Mía. Mía. Mía. —Acentúa cada palabra con un empujón que
arrastra su polla sobre el punto dulce que hace que mi vientre se
apriete con una nueva necesidad de construcción. Es muy poco y
demasiado.
—Por favoooor, —le ruego.

Se retira casi completamente para darme más fricción y me penetra con


cuidado. Me toma entre sus grandes palmas como si fuera tan frágil
como nuestra vajilla de desayuno, su calor me envuelve por delante
mientras que la fría ventana me refresca la espalda. A este ritmo, la
contracción que anuncia mi orgasmo es una piscina de placer de lenta
detonación que se extiende por todo mi cuerpo.

—Ga... —Me trago el resto de su nombre mientras llego.

—Sí, —gruñe—, córrete en mi polla.

Mis músculos internos se aprietan a su alrededor mientras dice las


perversas palabras. Mi piel todavía siente un hormigueo por el orgasmo
cuando se libera, me gira hacia la bañera y coloca mis manos en el
borde de la misma.

—Agárrate a mí.

Con mucha delicadeza entra en mí por detrás, su pulgar presiona la


arruga de mi culo, añadiendo sensaciones extra mientras entra y sale
de mi cuerpo, balanceándonos a ambos con un ritmo fácil.

—Mira eso —dice, agarrándome el cabello girando mi cabeza hacia el


espejo de la pared.

Los músculos de sus piernas y su culo se juntan cuando se retira.


Entra y aprieta nuestras ingles, una y otra vez, el movimiento hace que
mis pechos se balanceen, agarrado de una cadera, toma un pecho con
la palma de la mano y me hace girar el pezón, haciendo que me
contraiga alrededor de él.

Gime y pellizca. —Sí, aprieta mi polla así, haz que me corra.

Cuando aprieto mis músculos internos, cae hacia adelante con una
maldición, atrapando su peso con las palmas de las manos en el borde
de la bañera, su pecho está presionado contra mi espalda. Incluso si no
puedo llevarlo más profundo, empuja sus caderas hacia arriba,
reclamando cada pedazo de mí que puede.

Siento el momento exacto en que se quiebra, el momento en que cada


parte de su cuerpo se pone rígida y su polla se hace más gruesa dentro
de mí. Cuando alcanza el aceite de baño, me recuerda que Gabriel sigue
siendo el amante duro de antes. Me retuerzo cuando la tapa se levanta
con un clic, pero él me sostiene con una mano entre mis omóplatos y
me echa el líquido por la raja del culo.

Sé lo que esto significa incluso antes de que penetre en mi oscura


entrada con un dedo. Por un momento me toma con pequeños bombeos
y luego su dedo se desliza todo el camino. Cuando me acostumbro a la
sensación, un segundo dedo se une al primero y luego al tercero.

—¿Serás una buena chica si te dejo, Valentina?

No importa lo bien que me prepare, el anal nunca será mi favorito, pero


a Gabriel le encanta, quiero darle esto. Lo miro por encima del hombro
y le doy un pequeño asentimiento.

—Gatita buena.

Levanta la palma de mi espalda y agarra la raíz de su polla,


posicionándola en mi estrecha entrada, su mano libre se mueve entre
mis piernas, quema cuando me abre con la cabeza ancha de su polla,
pero sus hábiles dedos manipulan mi clítoris de la manera correcta,
haciendo rodar el nervio sobre estimulado con la cantidad perfecta de
presión. El camino hacia mi trasero es un proceso lento que toma
mucho tiempo durante el cual se detiene frecuentemente para dejarme
ajustarme. Cuando la quemadura es excesiva, me pellizca
frecuentemente para que pueda ajustarme, provocando un buen dolor
en mis terminaciones nerviosas. Para cuando su longitud entera está
enterrada dentro, estoy temblando, pero el placer es siempre mayor que
el dolor.—Quiero hacer esto bien para ti —dice con voz tensa.

Grito cuando empieza a moverse, sintiendo que un oscuro y demente


placer que se abre pasó a través del dolor en mi columna. Crujo los
dientes mientras él aumenta su ritmo, tratando de acomodar los
sentimientos carnales tan diferentes de mis orgasmos habituales,
anhelo con ferocidad, pero no sé qué. Sólo cuando me mete dos dedos
en el coño y hace movimientos con ellos, entiendo lo que mi cuerpo
quiere. Necesito venir tan mal que se siente como una tortura. Estoy al
límite, pero la penetración anal no es suficiente.

—Tócate —ordena, entendiendo mi cuerpo mejor que yo.

Encuentro mi clítoris y me froto mientras él me folla con sus dedos y su


polla. No sé ni el tiempo ni el lugar, sólo él y nuestros cuerpos mientras
me empuja al más oscuro de los placeres, hasta un punto en el que
nadie debería ir. Me folla hasta la felicidad flotante, siempre empujando
los límites a las alturas físicas Tengo miedo de no sobrevivir, pero de
alguna manera siempre lo hago, y él está ahí conmigo mientras maldice
y grita su clímax. Entrando en mi mientras me lleva más allá de mis
límites y más allá, hace que me pierda de la mejor y peor manera
posible.

Antes que pueda controlar mi lengua, las palabras caen de mi boca,


ahogando incluso el poderoso orgasmo que arde a través de mí. —Te
amo, Gabriel.
Un hombre como yo solo puede esperar por las palabras que ella
pronuncia, pero me atrapan fuera de balance. Me tambaleo hacia atrás,
arrancando mi polla demasiado rápido de su culo y haciéndola gemir.
Ella se congela, su espalda ya no está elevada y cayendo con las
pesadas respiraciones de antes, ella está tan conmocionada como lo
estoy yo. La declaración sale de su boca sin premeditación. Al contrario
de mi usual tipo de mujer, ella no expresó el ultimo sentimiento de
afección para manipularme, porque no hay nada que manipular. Su
suerte está sellada, el anillo en su dedo es prueba de ello. Ella es mía
por siempre, pero la espontaneidad de las palabras no las hace más
ciertas que cuando Sylvia o Helga las dijeron. La entrene para pensar
esto, creer. El sexo y las emociones van de la mano para una mujer. Mi
arma con Valentina siempre ha sido el sexo y sus palabras confirmaron
que yo gane la guerra. Sin embargo, en vez de sentirme victorioso, me
siento como un idiota. Desprecio, un frio auto-desprecio llena mi
interior.

Cubriendo su cuerpo con el mío, pongo mis brazos a su alrededor y le


doy la única cosa que puede hacerme sentir mejor, la verdad.

—Tú solo piensas que me amas porque te entrene para eso. —Beso su
cuello para suavizar la fea declaración.
Finalmente su pecho se expande mientras inhala. Cuando ella me
empuja, no se lo impido.

Ella se vuelve en mis brazos para enfrentarme. Orgullo choca con


vergüenza en sus grandes y hermosos ojos. —Tienes razón. —Ella eleva
su mentón—, porque te odio más.

He ahí la cruda verdad, despojada de pretextos y una versión arreglada


de nuestra relación no convencional cuando el sexo está fuera de la
ecuación.

Ahueco su rostro. —Lo sé, bonita.

La parte triste es que lo hago, siempre lo hice. Al minuto que la vi y


decidí que me iba hacer con su cuerpo, supe que me odiaría. Solo no
estaba preparado para cuanto dolería; y que viene como una sorpresa.
Por supuesto, ella me importa como ninguna otra mujer me ha
importado, incluyendo mi ex-esposa, pero el plan siempre fue mantener
mi posición superior de poder sobre ella. Los sentimientos no se
suponían hacerme débil. ¿Cómo podría predecir que esta pequeña
mujer me haría sentir tantas cosas diferentes en el tan corto periodo de
medio año?

Estoy invadiendo su espacio, no retirándome para que pueda moverse,


pero no está tratando de escaparse. Me enfrenta valientemente con sus
mejillas pálidas y nublados ojos. Reconozco el sentimiento en esa
expresión, derrota. Ese es el punto en el cuál ella entiende cuan
completamente la he arruinado. Ella me necesita y lo odia, pero no huye
de la realidad. Ella acoge el dolor y lo hace suyo con el mismo sentido
de supervivencia que le permití para aceptar mi posesión, desistiendo
de sus sueños y llevar a mi indeseado bebé.

A cambio de su vida y cuerpo; sus sueños; y un desigual y retorcido


amor, envuelvo mis brazos alrededor de ella y le doy consuelo. No se
niega a sí misma lo poco que le ofrezco. Ella entierra su rostro en mi
pecho y se presiona contra mí, permitiéndome soportar su peso. La
recojo en mis brazos y la bajo dentro del agua antes de desvestirla y
entrar en la bañera yo mismo. La jalo de nuevo a mi pecho para que su
cabeza descanse en mi hombro; el agua cubre todo excepto las puntas
contraídas de sus tetas que flotan como cerezas seductoras en el agua.
Vierto jabón en una esponja y la paso sobre sus suaves hombros, la
cima de sus tetas; lavo gentilmente entre sus piernas dónde estará
sensible y froto mis palmas sobre sus tonificados músculos. Es en su
estómago donde me tomo más tiempo, doblando mis manos alrededor
del milagro creciendo en su vientre.

Estoy asombrado que ella me permita tocarla del todo y patéticamente


agradecido. No pude acercarme a Sylvia desde el minuto que quedó
embarazada hasta el día en que Carly nació. Reacio en romper el
momento, no tengo opción cuando el agua comienza a enfriarse. Jalo el
tapón; la ayudo a salir de la bañera y le tiendo una toalla. Nos vestimos
en silencio, ambos perdidos en nuestros pensamientos. Cuando miro
hacia ella mi corazón se llena de una intensa y abrumadora jodida
tristeza. Contra la amplitud de la ventana, ella luce perdida e
increíblemente descuidada; mi esposa en mi ropa, muy grande para
ella. Frágil, dañada e irreparablemente rota.

—Ven a la cama. —Es apena medio día, pero quiero sostenerla.

Ella parpadea como regresando desde un lugar muy lejano. No me


gusta. Incluso en los momentos que se retrae dentro de su cabeza están
demasiado lejos para mi gusto. Con el fondo de la montaña y la
naturaleza salvaje, ella está terriblemente destruida, pequeña y
vulnerable. El aumento de su cintura me recuerda que su delicada
condición la hace diez veces más frágil. Un abrumador sentido de
sobreprotección me consume. El miedo a que algo podría pasarle o que
podría perderla impulsa una quemadora sensación en mi garganta. El
pensamiento de cualquier mano sobre ella, otra que no sea mía, me
llevará a mis rodillas.

Repentinamente, necesito saber. Me dije a mi mismo que el poder


tenerla de regreso sería suficiente, que no preguntaría, pero no soy lo
suficientemente fuerte para mantener mi intención.

—¿En Durban, tocaste a otro hombre?

Ella me da una mirada sorprendida. —No.


—¿Nadie?

—El único hombre que alguna vez me ha tocado, eres tú. —Ella luce
incomoda—. Excepto por esa vez.

Cruzo la habitación y la beso en sus labios para callarla. No quiero que


piense sobre la violación. Debido a que toda mi energía se ha centrado
en encontrar a mi chica fugitiva, no he tenido progreso rastreando a sus
agresores. Suficiente de estos pensamientos. Tomo su cuerpo fuerte y
ella necesita descansar. Quizás yo necesito sostenerla más de lo que
ella necesita ser sostenida, pero eso no importa. Tomo su mano y la jalo
hacia a mi lado en la cama. Completamente vestida, pongo mis brazos a
su alrededor y la acuno contra mi cuerpo. Ella se relaja, sus
extremidades amoldándose alrededor de las mías como las piezas de un
rompecabezas que se ajusta correctamente.

—¿Qué te gustaría hacer luego? —pregunto, acariciando su cabello.

—Esto es suficiente, Gabriel.

Beso la cima de su cabeza. Nunca puede ser suficiente. Nunca puedo


saciarme de ella, y eso jodidamente me asusta.

Tomamos una siesta por un par de horas, almorzamos tarde y tomamos


uno de los cortos caminos hacia la cascada después de verificar con el
guía del hotel que el camino no era demasiado extenuante para mi
esposa embarazada. El aire y ejercicio nos hace bien; necesitaba
despejar mi mente de las crudas revelaciones de amor y odio de
Valentina. Ella tiene un brillo en sus muy pálidas mejillas, cuando
regresamos al anochecer. No dispuesto a compartirla con otros,
egoístamente ordeno la cena para ser servida en frente de la chimenea
en nuestra habitación. Cuando el personal de servicio ha recogido los
platos y avivado el fuego, nosotros jugamos a Scrabble. Nuestro
comportamiento me parece extraño. Esto no es algo que nunca hubiese
hecho con Sylvia, y ciertamente no en una luna de miel, pero no somos
una pareja normal celebrando nuestros nuevos votos.

Incluso, si mi necesidad por Valentina ya es de nuevo feroz, la llevo a la


cama sin follarla. En su frágil estado, estoy preocupado de agotarla y
después de la maratón de esta mañana, ahora en la noche me parece
muy pronto. A pesar de no satisfacer mi urgencia sexual, estoy
completo y extrañamente contento de simplemente dormir a su lado;
una definitivamente primera vez para mí.

Cuando el sol me despierta con un tenue brillo que se filtra a través de


la larga ventana de nuestra habitación, no puedo pretender que nuestro
castillo de vidrio en la cima de la montaña es por siempre. El cuento de
hada de anoche se terminó. Es tiempo de volver a la realidad y a todos
los problemas que nuestra nueva situación nos traerá, incluyendo las
últimas noticias para Magda y Carly. Empiezo con Magda, enviándole
un mensaje de texto para informarle que estamos casados; dejarla
pensar lo que quiera.

Valentina esta callada en el camino a casa. La primera cosa que hace


cuando llegamos es comprobar a Charlie; su preocupación fue por
nada. Él está en su elemento, jugando a las cartas con los guardias
fuera de servicio en los cuartos del personal. El camino hacia la casa
parece ser un bueno momento para hablar de nuestros arreglos de
convivencia.

—Charlie vivirá con nosotros de ahora en adelante —Ella se detiene en


seco y me mira embobada—. ¿No estás feliz?

—Claro que lo estoy, solo asumí que el volvería con Kris.

—Eres mi esposa y eso lo hace familia. Él puede tomar una de las


habitaciones de arriba; hoy enviaré a alguien por sus cosas. Puedes
hacerte cargo de la re-decoración o lo que sea que hacen las mujeres.

—Gracias. —Ella aprieta mis dedos.

Atraje su mano hacia mi boca y beso sus nudillos. —No quiero que
hagas nada extenuante mientras estas embarazada. No labores físicas.

—Estoy embarazada no enferma.

—No tomaré riesgos con tú salud.


A mí tono severo, ella se mantiene en silencio.

El asesor de moda está esperándonos en la casa con una selección de


ropa materna para que Valentina escoja. Pensé que sería más fácil para
ella hacer compras en casa que hacer la agotadora búsqueda de ropa.
No fue mi intención quedarme mientras ella se prueba alguno de los
vestidos, pero encontré tremendamente placentero sentarme en el sofá
mientras desfila para mí. Siendo conservadora en su gasto, tengo que
hablar con ella sobre tomar más cosas que unos cuantos pantalones
con cinturilla ajustable y vestidos acampanados. Mis favoritos son los
ajustados, presumiendo su hermosa barriga. Sentado aquí y
observándola, mi pecho se expande con orgullo. Ella me hará padre, un
precioso regalo que pensé nunca volvería a tener.

Con el asesor ausente, le paso a Valentina las ideas que anote para ella,
para comenzar un programa de rescate animal, así como un nuevo
teléfono. Ella es una brillante y ambiciosa mujer. La última cosa que
quiero para ella es que se aburra. Volvimos a contratar nuestra antigua
compañía de limpieza, además un mesero para nuestras cenas por la
tarde y Marie está de vuelta en la cocina. Mi esposa no se ensuciará las
manos, como estuvo forzada a hacer cuando mi madre la convirtió en
nuestra criada.

—Val —Magda se acerca fríamente; no la abraza o besa su mejilla como


hizo con Sylvia cuando la traje después de nuestra boda, pero hace un
esfuerzo por ser educada—, bienvenida de nuevo. —Ella apunta hacia el
estómago de Valentina—. ¿Cómo estás?

Mi pequeña esposa coloca una mano sobre su estómago de manera


protectora. —Estoy bien, gracias señora Louw.

—Dime Magda, somos familia ahora.

—Está bien, Magda.

Magda pasa sus manos sobre su vestido. —Voy a ser brutalmente


honesta, porque no hay otra forma de decir esto. No estoy feliz con el
giro de los acontecimientos, pero sea cuál sea nuestro pasado y tu
deuda, eso está en el pasado. Ahora eres una Louw y la familia viene
primero. Tendrás todos los beneficios que viene con nuestro apellido, y
en retorno espero tu lealtad. ¿Entendido?

—Sí.

A Magda le preocupa que Valentina delate a las personas equivocadas


en el gobierno, personas que trabajan para la ley o peor aún, nuestros
enemigos.

Pongo un brazo alrededor de la cintura de Valentina. —Ella entiende.

—Bien —Magda mira entre nosotros—. Tampoco estoy feliz por la forma
que se escaparon para casarse... y esto. —Ella apunta hacia al atuendo
de valentina y alza su nariz—. Enserio Gabriel, debería darte vergüenza
que hiciste a tú dama casarse contigo en tal estado. Debería haberse
hecho correctamente, en una iglesia con invitados y con la exposición
pública que mi hijo merece. Lo mejor que podemos hacer ahora es
anunciarlo en el periódico.

No discuto, porque tiene razón, mi culpa. Como cualquier otra mujer,


Valentina merece un bonito vestido blanco, flores, una torta de tres
capas y todo lo demás, pero estaba tan frenético por garantizar su
seguridad. Además, quise esas esposas invisibles en ella al segundo que
estuvo de vuelta en mi cama, donde ella pertenece.

—Bien entonces —Magda da un fuerte asentimiento— Grita si necesitas


algo.

Cuando la sofocante presencia de mi madre desaparece, pongo mis


manos en los hombros de Valentina y la giro hacia mí. Sus músculos se
aflojan mientras la tensión deja su cuerpo. Magda la pone nerviosa.

Paso mi pulgar sobre la suave piel de su mejilla. —Tengo que


encargarme de algunos negocios esta tarde y no estaré para la cena.
Voy a ir a la casa de Sylvia para darle las nuevas noticias a Carly.

Sus ojos se llenan de temor. —¿Cómo lo tomará ella?


—Ella estará bien —Le doy un reconfortante apretón, incluso si tengo
mis dudas—. Si vas a la casa de Kris, o a cualquier parte, los guardias
irán contigo.

Ella no responde a la nueva invasión de su privacidad. Valentina ya


sabe cuándo una batalla no vale la pena pelear.

La beso ligeramente. —Llámame si me necesitas o si no te sientes bien.

—Estaré bien. —Dice en un tono sarcástico.

Suelto una risita y la beso de nuevo. Lo estará. Es demasiado fuerte


para ser otra cosa.
EL AIRE en la casa es sofocante, no importa donde mire, Magda está
ahí.

—¿Qué demonios estas usando? —exclama cuando bajo las escaleras


en un vestido de lana a media pierna con botas—. Esto muestra cada
gordo y bulto en tu cuerpo. Quieres esconder tu estómago, no atraer la
atención. Intenta con un vestido corto que puedas usar como blusa
sobre un par de pantalones y espíchate. Esos tacones —ella señala a
mis botas—, parece un disfraz de prostituta en Halloween. Una bufanda
siempre es buena para redondear tu apariencia. Te llevare a Hermes en
Sandton mañana. Ellos tienen un nuevo rango de colores neutrales
para el invierno.

En conclusión, quiere que me vista como ella. Ignorando sus


comentarios, me escapo a la cocina por una taza de té. Marie entra con
un montón de cilantro mientras enciendo la tetera.

—¿Cómo estas, Marie?

Su boca se inclina hacia un lado. —¡Rayos!

Me toma un momento para entender que dijo. Repentinamente, mi sed


por una bebida caliente se ha ido.

—¿Dónde está Oscar?

Ella no responde.
Lo encuentro durmiendo sobre la secadora. —Hola bebe, te extrañe.
—Rasco detrás de su oreja y soy recompensada con un ronroneo.

La curiosidad me lleva a mi antigua habitación. Está vacía. La cama ha


sido desvestida y las cortinas no están. Se siente irreal ver el espacio
tan vacío. Una parte de mi pertenece aquí. Extrañamente, estoy
sentimental sobre mis primeros íntimos momentos con Gabriel que
tuvieron lugar en esta habitación. Recuerdo con asombrosa claridad la
primera noche que vino a mí. Si fuese una amante menos hábil,
¿hubiese sido diferente mi reacción a él? De alguna manera, lo dudo. La
verdad es que estoy tan atraída hacia Gabriel como estoy de
atemorizada por él. Su oscuridad ha invadido mi corazón,
convirtiéndome en su alma gemela en las innombrables necesidades
que lo impulsan.

Desde lejos Magda me llama. Escapo fuera para ver a Bruno. Al menos
él está feliz de tenerme de vuelta. Después de jugar con él por un rato,
sigo el camino hacia las habitaciones del personal. Quincy está con
Charlie.

Él se coloca de pie cuando entro. —Señora Louw.

—Por favor, sigo siendo Valentina.

Me da un pequeño asentimiento. —¿Cómo estás?

—Estoy bien.

—¿Lo estás?

—Sí, por supuesto —Mi sonrisa es forzada mientras me acerco a


Charlie—. ¿Aun jugando cartas?

—Él juega una mala partida de póker —Quincy se ríe—. Vació el frasco
de monedas.

—Gracias. —Digo agradecida—. Te lo quitaré de las manos tan pronto


vuelva de donde Kris.
—No te preocupes, nos estamos divirtiendo. Gabriel menciono que te
irías; los guardias están listos cuando quieras. ¿Debería llamar a Kris y
decirle que vas en camino?

—Eso sería amable, gracias.

Me tomo tiempo acostumbrarme a que Rhett o Quincy me llevaran a


todas partes cuando Gabriel no estaba disponible, pero ahora tengo un
sequito de dos autos y siete hombres.

—¿Eso no es demasiado? —Le pregunto a mi chofer.

Él no responde y por el resto del camino estamos en silencio.

Kris sale al minuto que parqueamos. Los hombres toman posiciones


alrededor de la propiedad.

—¡Val! —Kris me toma en un gran abrazo y me sostiene a la distancia.


—¿Estás bien?

—Perfecta.

Ella mira a los hombres. —¿Son realmente necesarios?

—Eso cree Gabriel. Vamos adentro.

Ella agarra mi brazo y me lleva por el camino. —Liberé mi agenda


cuando Quincy llamó. Solo tengo que terminar los tratamientos de
medio día.

—Oh, Kris, no debiste hacerlo. —Ella necesita el dinero de las


consultas.

—Quiero hablar contigo sin interrupciones.

—Pude haber venido en la noche.

—No podía esperar. Vamos, coge la bandeja.


Tomo la bandeja con las píldoras, jarabes y jeringas, y sigo a Kris hasta
el hospital de perros.

Leyendo las etiquetas, le disparo una mirada interrogante. —¿Un


computador? ¿Una impresora?

Le administra una inyección a un perro pug. —Más como computadores


e impresoras, como en plural.

—¿Llego tu barco? —Nadie lo merece más que Kris—. ¿Heredaste el


dinero de tu tío perdido? —Bromeo—. ¿Qué pasó?

Ella termina de inyectar y cierra la jaula antes de girar hacia mí.


—Gabriel, eso es lo que paso.

—¿Qué?

Ella apunta con su mano hacia las cajas. —Todo esto es de su parte.
Vino la semana pasada; además hay una máquina de ecografía y de
rayos-x en la habitación de atrás.

—¿Dónde vas a poner todas estas cosas? —El consultorio está


saliéndose de control.

—Un arquitecto vino a verme sobre los planes de expansión, que


incluye una piscina de rehabilitación, Val.

La miro boquiabierta. —¿Gabriel?

—Sí.

—¿Lo aceptaste?

—No.

—¿Qué dijo?
—Me dijo que llevara todo al tiradero de basura si no lo quería. —Ella
continúa con las administraciones.

—Eso suena más como él.

—¿Por qué lo hizo? —pregunta, limpiando sus manos en su abrigo y me


da una mirada penetrante.

—¿Él no lo dijo?

—Nada.

—¿Deberíamos tomar té?

—Está bien.

Terminamos la ronda de medicina y vamos a la casa. En la cocina, ella


toma dos cervezas de la nevera.

—No gracias, me quedare con el té.

Enciendo la tetera mientras ella abre la lata de cerveza y me observa


debajo de sus pestañas.

—¿Qué carajos, Val?

Suspiro y me recuesto contra el mesón. —Estoy muy, muy arrepentida


por haber huido con Charlie de esa forma. No podía decírtelo, no quería
poner tu vida en peligro.

—Gabriel entró aquí como un loco. El tipo es normalmente raro y


aterrador, pero la forma en que me miro ese día, asusto la mierda fuera
de mí. ¿Por qué huiste?

—Pensé… Estaba preocupada que él me hiciera hacer cosas que no


quería hacer.

—¿Cómo qué?
Lucho por palabras, tratando de encontrar las más diplomáticas.

—¿Cómo qué, Val?

—Estoy embarazada.

—¡Jesús! —Ella mira hacia el techo y pasa una mano sobre su rostro.
Cuando nuestras miradas se encuentran, hay simpatía en ellos. Su
mirada se desliza hasta mi estómago—. ¿Cuántos meses?

—Cuatro.

—Muy tarde para un aborto.

—No quise uno.

—¿Por qué no? ¿Lo planeaste?

La miré incrédulamente. —Claro que no. Tome mi píldora cada día

—Jugueteé con la bolsita del té—. No entiendo donde me equivoque.

Su suspiro es trabajoso. —Eso pasa. Las píldoras no son cien por ciento
efectivas. Siempre hay el uno por ciento de excepción, pero ¿Por qué
dejaste que el embarazo avanzara tanto? Nadie te hubiese culpado si lo
interrumpías. Tus circunstancias no son exactamente normales.

—No es culpa del bebé.

—Tampoco tuya —su voz es amarga—. La culpa es de Gabriel Louw.

—Toma dos para hacerlo.

—No soy tonta, Val.

—Él no me violo.

—¿No?
—¡No!

—¿Puedes decirme honestamente que le diste tu consentimiento?

—Sí. De hecho, le rogué. —bajo el tarro de la azúcar para que Kris no


vea la vergüenza en mis ojos.

—Te dije que él estaba jodiendo con tu mente. Por favor, no me digas
que lo amas.

No la puedo enfrentar. —Le dije esas exactas palabras ayer.

—¡No lo hiciste!

—También dije que lo odiaba más.

—¿Qué es esto? ¿Una cosa de amor-odio? —Ella camina hacia mí y baja


su cabeza, buscando mis ojos—. ¿Qué crees que tienes con él, Val? Tú
aún le debes dinero y nueve años de esclavitud.

Vierto el agua sobre la bolsa de té. —El borro todo eso.

—¿Por el bebé?

Sosteniendo la taza, giro hacia ella. —Nos casamos ayer.

Su mandíbula cae. Su mirada va hacia el anillo en mi mano izquierda.


Por unos segundos, ella solo lo mira fijamente, como si no entendiera
que es.

Finalmente, ella le da una palmada a su frente y empieza a caminar por


la cocina. Ninguna de las dos hablamos mientras ella procesa las
noticias.

Cuando se detiene finalmente, me mira con incomprensión.

—Explícamelo, porque no lo entiendo.


Me encojo de hombros. —Voy a tener a este bebé. Hacerme su familia,
fue la única manera en que podría protegerme.

—¿Te estás escuchando? Eres un miembro de la familia Louw. Eres


mafiosa, Val.

—Ellos no son la mafia. Ellos son prestamistas.

—Qué demonios. Es lo mismo. Te casaste con la mafia.

—Bueno, ya está hecho. No puedo deshacerlo.

—Correcto. No puedes —Su mirada se regresa a mi estómago—. ¿Cómo


se siente él con tú embarazo?

Trago. —Estoy segura que él no está eufórico, pero fue lo


suficientemente hombre para asumir su responsabilidad. —No digo que
el matrimonio tuvo mucho que ver con la obsesa posesión de Gabriel
por mí.

Ella sostiene un dedo arriba. —Déjame entender esto. Te enteraste que


estabas embarazada, pero no tuviste el corazón para terminarlo; y te
asustaste que Gabriel te obligara a tener un aborto; huyes, llevando a
Charlie contigo porque sabias que Gabriel vendría tras él cuando se
enterara que te habías ido. ¿Y luego?

—Luego, conseguí que Jerry, ¿Te acuerdas de mi antiguo vecino? me


diera un carro, y manejamos hasta Durban. Allí es donde Gabriel
eventualmente me atrapó.

—Y a cambio de matarte por huir, él se casa contigo.

—Sí.

—¿Te das cuenta de cuan jodido suena esto?

—Sé que la situación no es lo ideal, pero Charlie está a salvo y yo


también.
—Dios mío, Val. Vas a ser una mamá. ¿Es esto lo que quieres?

—Quizá no es lo que hubiese elegido, al menos no por unos cuantos


años, pero paso y estoy manejándolo lo mejor que puedo.

—¿Qué hay de tu vida?

—¿Qué hay de ella?

—¿Va a ser centralizado en el error que tú y Gabriel hicieron?

—Mi hijo no es un error.

—Eso no fue lo que quise decir. Una vida sin amor puede ser
terriblemente solitaria.

—Tendré a mi bebé. ¿No es cierto?

—No estoy segura que lo tendrás.

Un sentimiento de temor crece en mí. —¿Qué quieres decir?

—Creciste con el negocio, no eres estúpida. Este niño será primero de


Gabriel y segundo tuyo. Si su familia se vuelve en tu contra, no te
dejarán opinar en como criarlo. De hecho, si ellos quieren, te lo pueden
quitar.

—Él es mío —Coloco una mano sobre mi estómago—. Nadie me va a


alejar de él.

—Así no es como funciona esa familia. —Dice gentilmente.

Ella tiene razón. Gabriel sostiene todo el poder, pero no puedo


enfrentarlo. No ahora.

—Escucha, Val. Solo hazme un favor, consigue un trabajo. Encuentra


algo en que ocupar tu mente, algo que te haga feliz.
Sueno inmaduramente amargada. —En caso que termine no teniendo
un niño que criar. ¿Eso dice?

—Me preocupo por ti, niña. Eso es todo.

—Lo sé —Miro a lo lejos—. Gabriel quiere que dirija un proyecto de


caridad para rescate animal.

—¿Y tú quieres?

—No lo sé. He casi perdido mi pasión.

—Quizá vuelva.

—Quizá.

—Yo siempre estaré ahí para ti, no importa que. Sabes eso ¿Cierto? Solo
no quiero que mires la situación en un abrir y cerrar de ojos y te
sorprendas cuando la realidad te golpee.

—Lo sé.

—¡Hey! —Me codea—. ¿Has almorzado?

—No.

—¿Qué tal si nos cocinó algo y hablamos sobre pañales desechables


versus pañales ecológicos?

—Tengo una idea mejor. Te llevare a almorzar y haremos compras para


bebé.

—No agarres el brazo cuando te ofrezco el dedo pequeño. Hay una gran
diferencia entre hablar y caminar por las islas llenas con biberones y
chupetes.

—También hablaremos sobre tu nuevo consultorio. ¿Vas a quedarte con


el equipo que Gabriel envió?
—No me he decidido aún.

Dejo el tibio té sobre el mesón y tomo su mano. —Tendrás que contratar


más personas si lo haces.

—E instalar un parque de bebé, para cuando su mami venga a visitar.

Retiro las lágrimas que se construyen en mis ojos. —Malditas


hormonas.

—Toma. —Ella saca un pañuelo de su bolsillo—. El mejor remedio para


superar las hormonas del embarazo es el Tiramisú en Roma.

—Guacala —Hago una cara—. El solo pensamiento de café de licor y


crema me enferma.

—Es por mí, no por ti. Parece que necesitaré una doble dosis hoy.

Una risa sale de mi garganta. —Eres horrible.

—También te amo, niña.


EN CAMINO A BERREA, llamo a Dorothy Botha. El psiquiatra me
saluda por su nombre cuando contesta.

Voy al punto. —Necesito un consejo. ¿Cuándo es un buen momento


para llamar?

—Puedes hablar, no estoy con un paciente.

—Necesito darles nuevas e importante noticias a Carly y me preguntaba


cómo abordar el tema.

—¿Qué clase de noticias?

—Me case y mi esposa está embarazada.

Un silencio prosigue. —¿Carly sabe sobre tu relación?

—Lo mantuvimos en secreto. Ella fue nuestra ama de llaves.

—Ya veo. —El silencio se extiende aún más tiempo—. ¿A Carly le agrada
ella?

—Digamos que no la odia. Después de lo que dijiste sobre las


inseguridades de Carly de perderme o a su madre por un nuevo
conyugue. Quiero estar seguro de manejar esto correctamente.
—Me temo que es demasiado tarde. Lo manejaste mal desde el
momento en que decidiste casarte en secreto. Carly no ha sido parte del
desarrollo de la relación o de los eventos que conllevaron a tu decisión.

—Era complicado. ¿Qué sugieres?

—En una situación como esta, diría que seas honesto.

—Imposible. Este no es un cuento de hada color rosa, señorita Botha.

—Si no puedes decir todos los hechos, sé tan honesto como puedas.
Dile a Carly porque la excluiste y se franco sobre tus sentimientos.
Quizá le ayude a expresar como se siente sobre tu apresurada decisión.
Espera una reacción negativa y lo que sea que hagas, no te enojes, lo
que ella necesitará es amor y entendimiento. Dale tiempo de procesar
las nuevas noticias y ajustarse, pero haz claro que tu decisión no
cambiará, si ese es el caso. Es importante mostrarle estabilidad y
asegurarle que tu amor por ella no es afectado.

—Entonces, ¿Solo debo escupirlo?

—No, usa el tacto. Dale un aviso para prepararla, algo como, Carly
¿recuerdas a la Sra. Fulana?

—Entendido.

—Buena suerte. Hablaré con Carly sobre esto en nuestra próxima


sesión.

—Gracias.

—El placer es mío. Oh y felicitaciones.

Froto mis adoloridos músculos del cuello cuando ella cuelga. Como me
he dicho a mismo muchas veces durante los pasados días, soy el único
culpable.
La primera cosa en mi agenda es tener una palabras con Jerry, he
estado buscándolo desde el robo en el viejo apartamento de Valentina,
el apartamento de soltero desaliñado que ahora poseo. La cucaracha se
ha estado escondiendo desde el día que tome a valentina, pero ahora
que Magda lo ha descubierto, Se arrastró por las tuberías, pensando
que estaba a salvo de mí. Hay cosas que no cuadran y quiero
respuestas.

Según mis instrucciones, Rhett y Quincy siguen en el mercedes.


Necesitaba privacidad para la llamada que le hice a la señorita Botha.
Ellos aparcan detrás de mí, en frente del edificio de Jerry. Los
miserables en la acera reconocen mi cara. Se dispersan cuando salgo.
Desde las ventanas de los pisos de arriba, las madres gritan en Xhosa y
Sotho para que sus hijos corran adentro.

Scott, el escolta de mi mamá, sale del mercedes con mis dos chicos.
Este no era el plan.

El me saluda con un asentimiento seco. —Señor Louw.

—Scott —Digo, reconociéndolo y girando hacia Rhett—. ¿Qué significa


esto?

—La señora Louw lo envió con nosotros.

Mi madre nunca antes ha enviado a una niñera, y ella no envió a Scott


por preocupación maternal de mi bienestar; he estado en situaciones
más peligrosas que esta. En cualquier caso, estamos aquí y no quiero
perder tiempo.

—Quincy, quédate en el carro. —Instruyo. Podemos ser temidos, pero


algún idiota tonto o adolescente drogado se le puede meter en su cabeza
robar los vehículos o los neumáticos.

—Sí, jefe. —El saca su arma, asegurándose que sea visible.

—Ustedes vienen conmigo.


Subimos las rusticas escaleras hasta el piso de Jerry. Saco mi arma
mientras Rhett golpea la puerta.

—¿Quién es? —Una voz se oye de adentro.

No me siento animado para tirar una puerta hoy, entonces ladeo mi


cabeza Scott es quién responde.

—Es el chico del señor Louw, Scott.

La llave gira en la cerradura y la puerta se abre. Al minuto que la


cucaracha me ve, retrocede la acción tratando de cerrar la puerta, pero
mi pie ya está metido entre la pared y la madera.

Sabiendo que está atrapado, traga y regresa dentro de la habitación.


—¿Qué quieres?

Entramos al interior que luce y huele sorpresivamente limpio.

—Me gustaría hacerte una cuantas preguntas. —Cierro la puerta y la


cierro con llave.

Sus ojos siguen mis movimientos. —¿Sobre qué?

—¿Dónde te escondiste los meses pasados?

—No estaba escondido.

—¿No? —Me muevo alrededor de la habitación, tomando del estante por


encima de la televisión, las barajas de cartas y una edición temprana de
Monopolio. Amo esta edición. La calle Eloff, una de las principales
arterias de Hillbrow, sigue siendo una propiedad muy apreciada en este
tablero.

—Estaba visitando mi familia. —Dice, sus ojos saltando entre Rhett,


Scott y yo.
—Cierto. —Levanto la tapa del Monopolio. Todas las piezas, incluyendo
el auto, sombrero, zapato, plancha y el gato, están ahí—. O quizás
huiste porque pensaste que después de tener a Valentina vendría a por
ti.

El suelta una risa nerviosa. —Hey, no hice nada malo.

—Tomaste el juego de Charlie, ¿no es así?

Su cara palidece un poco, pero mantiene la bravuconería. —¿Dónde


está el pecado en eso?

—Veamos —Tomo el gato plateado y lo estudio en la luz—. ¿Quizá el


hecho que tiene daño cerebral y no sabe el significado de deuda?

La forma en que se lame los labios, me recuerda a una lagartija


atrapando moscas. —No entiendo.

—¿Qué no entiendes?

—¿Por qué estás aquí, preguntando por esto?

—¿Quién irrumpió en el apartamento de Valentina?

—Solo escuche sobre eso por los vecinos. Te lo dije, no estaba aquí.

Avanzo hacia él, balanceando el arma por el gatillo. —¿Por qué le diste a
Valentina un auto robado?

—Porque me sentí mal ¿Okay?

—¿Mal por hacer que su hermano y ella murieran?

El camina hacia atrás hasta golpear el sofá. —¿Los asesinaste?

—Iba a hacerlo, pero tú ya sabes eso.


—No lo sabía con certeza. —Alza las palmas; están sudadas y
temblando—. Mira, no sabía una maldita cosa. Solo hice lo que tu
madre me dijo.

Me congelo. Lo escuche perfectamente bien, pero los reflejos me hacen


preguntar. —¿Qué?

Al mismo tiempo que la palabra deja mi boca, un disparo resuena.


El cuerpo permanece de pie por dos segundos antes de caer de espadas
sobre el sofá. El cadáver de Jerry está mirando con ojos abiertos hacia
el techo, su boca silenciada por siempre.

Lentamente, me giro y Scott tiene su arma elevada; el cañón aún está


humeando. La rabia hace que mi mandíbula se cierre apretada;
requiero de tres tranquilizadoras respiraciones antes que pueda hablar.
—¿Qué demonios acaba de pasar?

Scott baja su arma. —Él fue irrespetuoso.

Si Scott fuese mi hombre, pusiera una bala en su cerebro, pero él le


responde a Magda. En dos zancadas estoy enfrente de él. No le puedo
disparar, pero no significa que no pueda hacer esto. Me retiro y planto
un puño bajo su mandíbula, enviándolo a chocar contra la mesa de
café.

Rhett apunta su arma a Scott, su primera prioridad es protegerme.


Quizá Scott trabaja para mi madre, pero ahora mismo, en los ojos de
Rhett, él es un enemigo. Un solo mal movimiento y el cabeza rizada es
hombre muerto; Scott lo sabe. Desde donde está en el suelo, suelta su
arma y levanta las manos.
—Sin resentimientos. —El balbucea, moviendo su mandíbula de un
lado a otro.

Camino cerca, y me detengo sobre él, escupiendo mis palabras. —No


había terminado.

—Él no te iba a decir nada. —Dice Scott.

Mentira. Él me iba a decir mucho más, y quiero mis respuestas.


Poniéndome en cuclillas, agarro la mano derecha de Scott y empujo
hacia atrás su dedo del medio. —¿Adivina, ricitos de oro? Vas a
sustituir al hombre que mataste.

El gruñe cuando aplico presión. —No puedes tocarme. Estoy en la


nómina de Magda.

Esto lo hace. Puntos negros estallan en mi visión. —Veras, la cosa es


que no me importa una mierda.

Incertidumbre crece en sus ojos. La forma en que sus pupilas están


rebotando a su alrededor mientras hace inventario de la habitación, me
dice que está considerando sus opciones. Pelear o volar. El trata de
sacar sus dedos libres, pero empujo más fuerte. Antes que alcance el
arma en el piso, uso mi mano libre para deslizarla en dirección de
Rhett. Cuando su puño viene a mí, lo agarro y apretó hasta que rechina
sus dientes.

—¿Por qué le disparaste, Scott?

Él escupe a mis pies. —Jodete.

—Si es así como estamos jugando, pues muy bien. —Un poco de más de
presión y su dedo se parte hasta su nudillo.

Un escalofriante chillido llena la habitación. Para ser un hombre tan


grande, tiene una voz aguda. Va a ser un buen soprano.
Dejo ir su puño y me muevo hasta su pulgar. —Te quedan nueve dedos
en la mano y diez en los pies. Esto puede tomar tiempo.

El gruñe y silba mientras doblo el dedo de nuevo. Sus músculos se


aprietan. El cree que no veré el golpe venir, pero he estado en el bloque
mucho más tiempo que él. Me agacho cuando su puño pasa por mi cara
y contraataca con unos puñetazos en sus costillas, otro en su estómago
que le saca el aire.

—¡Joder! Auch. —El tose y balbucea—, Jodida mierda.

Crack. Ese fue su pulgar.

Su chillido es feo esta vez. De las puertas golpeando y los pies corriendo
en el rellano, prefiero que las personas estén huyendo del edificio. Un
disparo no es nada nuevo; la mayoría de las personas esperan y se
esconden detrás de las puertas cerradas. Gritos, ellos son totalmente
otra historia. Nadie quiere ser torturado y si el vecino no está hablando,
las opciones son que cualquiera lo está haciendo gritar y vendrá a por
ti.

Scott está rodando en el piso, curvado en una posición fetal. —Tu


pedazo de mierda, rompiste mi pulgar.

—Si lo hago en ambos dedos del gatillo, estas fuera del negocio. No
habrá mucho para un guardia sin un dedo del gatillo ¿Verdad?

—Jodidamente lo sé. —El gruñe en su dolor.

—Te preguntaré una última vez. ¿Por qué le disparaste a Jerry?

—Estaba siguiendo órdenes.

Lo tiro hasta sentarlo. —¿Órdenes de quién?

—De la señora Louw. Todo lo que sé, es que me dijo que me encargara
de él —su mirada es cortante—. No es mi trabajo hacer preguntas.
Le creo, Rhett me da un pequeño asentimiento. El concuerda.

—Llévalo de vuelta al auto. —Digo.

Mientras Rhett está ayudando a Scott a bajar las escaleras, voy a través
el apartamento, pero no encuentro nada de interés. Metiendo el gato del
monopolio en mi bolsillo, cierro la puerta y me uno a los hombres.

—Lleva Scott a casa —Le digo a Quincy—. Rhett, mantén un arma en él,
por si acaso.

Scott está echando humo cuando ellos lo empujan en la parte de atrás,


pero está tranquilo. Él es muy inteligente como para insultarme de
nuevo.

Arrancando delante de ellos, corro al norte en la avenida Jan Smuts con


la velocidad del demonio. Necesito más respuestas y Magda me las
dará. Ella está trabajando hoy en la oficina de préstamos en Yeoville.

Entro directo a su oficina sin tocar. —¿Por qué le ordenaste a Scott


dispararle a Jerry?

—Gabriel —Su manera sin sobresalto mientras se levanta y rodea su


escritorio—. Él era una molestia.

Ira loca serpentea a través de mí, tirando de mis entrañas. —¿Una


molestia? ¿Esa es una razón suficiente para matarlo?

—No es eso y lo sabes. Él estaba empezando a causar problemas.

—¿Sabes que creo? —Cierro la distancia—. Creo que querías callarlo.

Una risa burbujea desde su garganta. —¿Callarlo?

—Él estuvo a punto de decirme que le ordenaste hacer.


—¿Yo? ¿Darle una orden? ¿Estás loco? El único contacto que tuve con
Jerry fue para obtener más información del paradero de Charlie
Haynes.

—Encuentro eso difícil de creer.

—¿Le creerías a ese ladrón de coches de mala vida antes que a mí?
Jerry estaba asustado; por supuesto que él escupiría toda clase de
mentiras —Ella se cruza de brazos—. Cree lo que quieras, hice el
trabajo por ti. Jerry le dio a tu esposa un auto robado y debo añadir que
huyo de ti. Si fueras lo suficientemente hombre él estuviese muerto al
minuto de darte la información.

—Mi primera prioridad fue encontrar a Valentina. Después de eso tuve


otras prioridades.

—¿Cómo follarla?

Para prevenirme de estrangular a Magda, Pongo mis puños a los lados.


—No hables de esa forma sobre mi esposa.

—Cálmate —Deja caer sus brazos—. Desde cuando no puedo llamar las
cosas por su nombre.

—Eres vulgar.

—Soy honesta.

—¿Lo eres?

—No tengo tiempo para tus juegos. Scott mato a Jerry porque tuvimos
que mostrarle al mundo que nadie se mete contigo o conmigo. La
próxima vez que ella huya, sus amistades lo pensarán dos veces antes
de ayudarla en su tonta expedición.

—No pasara de nuevo.

—Mejor que no. No sería bueno para ti si tu esposa huye de nuevo.


Ella camina de regreso a su silla y se sienta. —¿Algo más?

Mis palabras son medidas. —No hoy.

—Bien. Ahora sal de mi oficina, tengo trabajo que hacer.

En la puerta, digo sobre mi hombro. —Oh, por cierto, Scott tiene un par
de dedos rotos.

Las delgadas líneas alrededor de sus ojos se arrugan. —Eso fue algo
infantil de hacer.

—Además, tiene unas cuantas costillas rotas —Las palabras me dan


una enorme satisfacción—. Si alguna vez se cuela en una de mis fiestas
de nuevo, con tu invitación o no, no saldrá vivo —Le guiño un ojo—.
Ten eso en mente si lo consideras un valioso miembro de tu equipo.

Sus ojos sueltan veneno mientras yo cierro la puerta.

En el estudio de mi casa, adiciono el gato del monopolio de Jerry en mi


jarrón de suvenires; uno por cada vida que he tomado. Quizá no hale el
gatillo hoy, pero la intención estuvo ahí. En mi libro, intención es tan
buena como la acción.

El jarrón esta alarmantemente lleno. Está situado en el rincón de mi


escritorio para recordarme quien soy. Puedo poner una cara a cada
suvenir en ese jarrón. Me digo a mi mismo que cada uno de ellos fue
justificado, un muerto necesario en esta constante guerra de
supervivencia, pero no estoy perdiendo por asesinar. Mi camino ha sido
establecido y lo he estado siguiendo como la herencia lo exige. Con este
nuevo sendero que estoy caminando con Valentina, se siente como si
estoy desviándome más y más lejos de donde vine. No sé dónde
demonios voy a ir, pero sé que no puedo retroceder. Deseo tanto
caminar esta calle con ella y mí bebe.
LA TARDE SE ARRASTRA con asuntos que me mantienen ocupado
hasta tarde y cuando finalmente aparco en la entrada del garaje, es
cerca de las siete. La cena es servida a las ocho. Espero tener la gran
conversación con Carly antes de sentarnos a comer.

Sylvia espera en la puerta con una mano en la cadera. —Hey, Gab...


Gabriel —Ella
Ella se corrige, atrapándose a sí misma. Su sonrisa es dulce y
llena de auto-confianza
confianza de alguien que sabe que es físicam físicamente
atractivo—.. Me has tenido curiosa sobre esta apresurada cena todo el
día.

—No
No fue mi intención darte un trabajo extra.

Ella se ríe suavemente y tiende una mano para mi chaqueta. —No te


preocupes, mi cocinero hizo todo el trabajo —Ella
Ella deposita la chaqueta
chaq
en el estante de abrigos
abrigos—.. ¿Me vas a decir la razón por la que estamos
cenando con Carly, o me vas hacer sudar otra hora?

—¿Dónde
¿Dónde está Carly? —MiroMiro alrededor del vestíbulo y escalera arriba.
No quiero a mi hija escuchando algo prematuramente.

—En su habitación.
abitación. La llamaré en un segundo. ¿Bebemos algo?

Ella está en camino al comedor. La sigo, mirando alrededor del extraño


espacio. He estado en la casa de Sylvia varia veces, pero aún se siente
poco familiar. Demasiado estirado. Muy perfectamente decorad
decorado. No
hay mascotas, libros o zapatos alrededor, sin indicio de vida. Los
juguetes de Carly nunca se esparcieron en nuestra escalera o incluso
en la alfombra del salón de juegos. ¿Valentina le dará vida a nuestro
hogar? Mi pecho se llena con algo cálido y ligero mientras imagino
trenes, carros de bomberos y cosas como juguetes regados en nuestro
piso.

—Aquí tienes —Ella me tiende un vaso de escocés en las rocas y toma


uno para ella, lo cual choca con la mía—. Ahora, dime el propósito de
esta secreta reunión familiar.

Probablemente es mejor que la prepare antes de hablar con Carly.


Medito sobre las palabras, pero no hay una forma de decir esto.
Finalmente, me decido por corto y dulce —Valentina y yo nos casamos
ayer.

Su mano aún con el vaso a medio camino de su boca, su uña con


esmalte rojo en contraste con su piel blanca donde agarra el vaso. Sus
ojos se agrandan y sus labios apretados.

—Ella va a tener a mi bebé.

Tirando de su brazo, ella me da una bofeteada en la mejilla. Vi venir el


golpe. Pude haberlo detenido, pero le permito la violencia como su
escape de shock.

—Tú hijo de perra. ¿Cómo te atreves a humillar nuestra familia así?


—Alza la voz—. ¿Te casaste con la ama de llaves?

—Sabes que hacerla nuestra ama de llaves fue idea de Magda para
obtener el pago que ella creía merecíamos.

—Ella te atrapo, ¿No es así?

—De hecho —Le doy una fría sonrisa—, yo la atrape a ella.

—¿Por qué? —Ella golpea el vidrio en la repisa de la chimenea, gotas de


alcohol por los lados—. Podrías haber tenido a Helga o cualquier otra
mujer de tu posición social.
—No quiero a cualquier otra mujer. —Mis palabras son comedidas—. La
quiero a ella.

—¿Cuántos años tiene ella?

—Veintitrés.

—¿Es esta alguna clase de crisis de mediana edad? ¿Es por eso que has
tenido que ir por una niña de quince años menor que tú? ¿Tienes que
probarte a ti mismo que aún lo tienes?

—¿Es por eso que estas comprometida con un hombre joven?

—Jodete, Gabriel. No es lo mismo.

—No, no lo es, porque tus decisiones cuando se trata de relaciones y


matrimonio no son basadas en amor o afecto, pero si en cual
movimiento servirá para mejorar tu posición financiera y política.

—¿Amor y afecto? —Ella emite una risa—. ¿Me estás diciendo que la
amas?

—No sé sobre amor, ya no más, pero lo que sea que siento es lo más
cerca que me he sentido nunca a ser feliz.

—Eres un tonto.

—Yo fui un tonto por amarte una vez.

—Aún lo haces.

—Quizás, tú siempre serás la madre de mi hija, pero yo la quiero a ella


más que ninguna otra mujer he querido antes.

El color se drena de sus mejillas. La rabia llena sus ojos azules violetas,
pero mantiene una voz tranquila. —No reconoceré a esa mujer o a su
hijo.
—Es mi hijo. Tu naturaleza desagradable hará las cosas más difíciles
para todos nosotros, pero esa es tu elección.

Ella saca su mentón. —Llamare a Carly y le daré a ustedes dos un


momento. Pasa al comedor cuando estés listo.

Mientras sus tacones suenan sobre el mármol, tomo un largo trago de


mi bebida. Un momento más tarde, mi hija salta bajando las escaleras.

—¡Papá! —Ella me da uno de esos raros abrazos—. ¿Cena durante la


semana? ¿En la casa de mamá? ¿Qué está sucediendo?

Dejo mi bebida en la mesa y la insto para que se siente a mi lado en el


sofá. A través de la puerta abierta observo a Sylvia yendo hacia la
cocina; cuando nuestros ojos se encuentran, me da una mirada
acusadora.

Regreso mi atención a Carly. —¿Cómo va la escuela, princesa?

—Bien, has visto mis notas.

—¿Qué tal es vivir con tu mamá? ¿Está funcionando bien?

—Sí. ¿Todo esto es para pedirme que vuelva a casa contigo?

—Claro que no —Estoy haciendo tiempo, pero por Dios es difícil abordar
la conversación—. Tengo noticias —Pongo una brillante sonrisa en mi
cara—. Muy emocionantes noticias.

—Papá. —Ella arrastra su cabello detrás de la oreja—. ¿Qué es?

—Me junte con alguien.

—¿Cómo un noviazgo? ¡Eso es genial!

—De hecho, es algo más serio que un noviazgo. Lo llevamos al siguiente


nivel.
—¿Estas comprometido? —Dice con un chillido—. ¡Oh Dios mío! ¿Quién
es ella?

—No estoy comprometido, Carly. —Digo gentilmente—. Me precipite y


me case con ella.

Su sonrisa decae. Me observa con la decepción que esperaba pero tenía


la esperanza de no verlo. —¿Estas casado?

—Sí.

—¿Cu-cuando?

—Ayer.

—Yo- yo no lo entiendo. ¿Por qué no dijiste nada? ¿Por qué lo hiciste en


secreto?

—Fue una impulsiva decisión. No es que no te quisiera ahí para un


evento tan importante; Solo paso en un impulso del momento. —Esto es
lo más cerca de honesto que puedo ser.

Su boca tira hacia abajo. —Oh Dios mío, tengo una madrastra.

—No quiero que pienses en ella como una madrastra, Sylvia es tu


madre. Ella es mi esposa y significaría mucho para mí si pudieras ser
amable con ella.

Su labio inferior comienza a temblar. —¿Quién es ella? Digo ¿Acaso la


conozco?

—Sí, la conoces.

Frunce el ceño. —¿Quién es?

—Es Valentina.
Después que digo el nombre, ella se levanta. —¡No, papá! ¿Cómo
pudiste? ¡Ella es nuestra ama de llaves!

Me levanto y coloco mis manos en sus hombros. —Carly, cálmate por


favor y escúchame. No hay nada malo con ser un ama de llaves. Ella era
nuestra ama de llaves. Ya no. Ahora tenemos un servicio de limpieza
para eso.

—¡Una ama de llaves! ¿No pudiste haber hecho una elección menos
humillante?

—No hay nada humillante sobre ser un ama de llaves. Valentina estaba
estudiando para ser una veterinaria antes de empezar a trabajar para
nosotros y solo vino a trabajar porque debía mucho dinero y no tenía
más opción.

Ella se suelta de mi agarre y me da la espalda.

Gruño por dentro. —Pensé que te agradaba ella.

—¿Es por el dinero? ¿Se casó contigo por su dinero?

—No.

Ella se gira para enfrentarme nuevamente. —¿Qué entonces? —su risa


es irónica. En este momento ella luce como su madre—. No me digas
que estás enamorado.

—Ella va a tener mi bebé. —Digo suavemente.

Igual que Sylvia, sus ojos se agrandan. Conmoción cubre su rostro,


dejándola pálida y en silencio.

Tomo su mano. —Esto no cambia mis sentimientos por ti. Siempre te


amaré. Lamento que tengas que enterarte de esta forma, pero espero
aceptes a Valentina como parte de esta familia.
Ella se aleja, apretando sus manos detrás de su espalda. —Tendré
diecisiete en un mes. ¿No crees que sea un poco tarde para empezar
una nueva familia?

—No es una nueva familia princesa. Todos somos familia.

—¡Ella no es mi familia y nunca lo será!

Con un sollozo, ella sale corriendo de la habitación. Estoy dividido ente


ir detrás de ella y darle espacio; decidiré eso más tarde. Creo que esto
salió tan bien como pudo. Con el tiempo, ella volverá.

Sylvia recuesta su cadera contra el marco de la puerta y revuelve el licor


en su vaso. —Felicitaciones, Gabriel. Espero que seas feliz.

Ella me observa con desprecio mientras atraviesa la habitación, una


mirada familiar para mí. Es la misma que me daba en la cama justo
antes de tocarla.

Estirando su cuello hacia mí, ella continúa. —Supongo que la cena se


cancela. No sé sobre Carly, pero si se siente como yo, ella perdió su
apetito.

—Entiendo.

Ella aplana su cuerpo en el marco para que yo pase. Mientras voy por
mi chaqueta, estoy muy consciente de mi cojera y la forma en que sus
ojos queman en mi espalda.

—Buenas noches, Sylvia. Llamaré a Carly mañana.

El hielo sonando en su vaso. —Tú has eso.

Conduzco una corta distancia hasta mi casa. Me digo a mi mismo que


Sylvia compro una casa cerca a la nuestra por el bienestar de Carly,
pero siempre ha sido por el prestigio del vecindario. Como Magda, Sylvia
proviene de una línea de descendientes donde el dinero lo es todo y la
posición está determinada por el nacimiento. El personal de la casa no
se mezcla con los propietarios. Ante sus ojos Valentina siempre será
una sirvienta. Hasta el día de hoy, nunca me di cuenta de cuántos de
los valores de Sylvia están incrustados en Carly.

Cuando llego a casa, encuentro a Valentina sobre sus rodillas en


nuestro baño con su cabeza sobre el inodoro.

Apresurándome a su lado, retiro el cabello de su rostro. —Diablos,


Valentina. ¿Estás bien?

Un débil movimiento de su mano se supone enviarme lejos. —Es solo


nauseas matutinas. —Su cuerpo convulsiona, pero su estómago debe
estar vacío porque nada sale.

Preocupación quema en mis entrañas. —Pensé que solo sucedía por las
mañanas.

Ella toma dos respiraciones estables. —Todas las horas del día —Su
sonrisa es débil, pero no sin humor—. A este bebé no le gustan las
pastas.

Paso mi mano sobre su fría y sudada frente. —¿Qué comiste?

—Fettuccini con hongo francés. Almorcé con Kris en Roma.

Ella se gira y se desploma contra el inodoro. Su rostro esta blanco


pálido y círculos oscuros en sus perfectos ojos. —Sobre eso… —una
mirada severa invade esos soñolientos ojos—. ¿Qué estás haciendo
enviándole todas esas cosas a Kris?

Me inclino y la levanto en mis brazos. Incluso para tener cuatros meses


de embarazo ella no pesa nada. La preocupación pesa más sobre mis
hombros. Se ve exhausta. Por la forma en que su cuerpo reacciona, la
envenené con mi semilla. La recuesto en la alfombra y le empiezo a
sacar el vestido sobre la cabeza, obedientemente ella alza los brazos.

—Te hice una pregunta, Gabriel.


Desabrocho su sujetador y lo saco por sus brazos. —Ella es tu amiga.

—¿Es esa tu motivación para gastar una fortuna en su consultorio?

Las bragas son las siguientes, pero sus botas me impiden remover las
medias. —Por la forma en que iban las cosas en su consultorio, no iba a
sobrevivir por más tiempo.

—Si me quedo, Kris obtiene un mejor negocio y si me voy, ella se muere.

—Sí.

Mi respuesta es dura pero ella necesita entender la magnitud de lo que


haré. El saber que está aquí contra su voluntad es una píldora amarga
para tragar, pero tragaré las llamas, el fuego y los residuos tóxicos si es
lo que tengo que hacer.

Me agacho para bajar la cremallera de sus botas. —¿Por qué sacar el


tema? ¿Estás pensando en irte?

—No.

Respuesta correcta. —Entonces deja a Kris disfrutar del regalo y para


de preocuparte de ello. Excepto por tu nauseabunda pasta, ¿Cómo fue
el almuerzo?

Su expresión se ilumina. —Bien, extrañe a Kris. Ella es una buena


persona, sabes.

—No lo dudo.

Retiro sus botas y luego las medias, permitiendo que mis dedos se
queden más tiempo del necesario.

—Regresaste temprano —ella luce agradecida—. ¿Cómo tomó Carly las


noticias?

—No muy bien, pero ella regresará.


—Oh no, Gabriel. Lo siento mucho.

—No es tu culpa.

—Lo es. Si no hubiese quedado embarazada….

Mis entrañas se retuercen con culpa. —No quiero oírte hablando así.

Si fuera a confesar, ahora sería el momento, pero mi decisión está


tomada. Ella abre su boca, pero la callo con un dedo en sus labios. No
más charla sobre nuestra retorcida y correctamente errada relación. No
más charla, al menos no por el resto de la noche, no mientras su
cuerpo desnudo está frente a mí. Bajando de rodillas, sostengo con mis
manos sus caderas y la tiro hacia mí. Ella da dos pequeños pasos, pero
el momento la hace tropezar encima de mí. Presiono mis labios contra
su abdomen y aguardo hasta que su suspiro me sobresalta.

—Oh, wow. —Ella pronuncia una risa encantada—. Lo sentí.

Mi garganta se aprieta con una desconocida emoción. —¿El bebé?

—Él se movió —mira su estómago con asombro—. Se sintió como el


aleteo de una mariposa.

Nos reímos juntos mientras extiendo mis manos sobre la apretada piel
de su barriga mientras ella coloca sus manos sobre las mías. Soy
incapaz de procesar la maravilla que se despliega bajo mis palmas. Ella
es un milagro, y hace de mi vida más feliz por este increíble regalo.

—Hazlo de nuevo. —Dice, levantando sus manos para darme acceso.

Planto un beso sobre su barriga, empezando con su ombligo y


terminando en su hueso púbico.

Ella dice mi nombre como si fuese una palabra feliz. Una sonrisa de
diez megavatios me quema la cara.

—¿Funcionó?
—Sí —sese ríe de nuevo, sus ojos llenos con reverencia
reverencia—.. Oh Dios mío,
Gabriel. —Valentina
Valentina toma mi mano y la regresa sobre su estómago
estómago—.
¿Puedes sentirlo?

—Es
Es demasiado pronto, bonita. Dime que se siente.

—Es
Es como cosquillas por dentro.

Un brillo feliz transforma la cara pálida con ojeras. Es un hermoso


momento que no merezco, pero lo tomo con entusiasmo. Estaría en mis
rodillas por siempre para ser parte de estos momentos mágicos que
Sylvia no compartió conmigo. Por otro largo momento laa sostengo hacia
mí, presionando mi cara contra su cálida piel, inhalando la fragancia a
frambuesas que asocié con ella. Estoy reacio a dejarla ir, pero
probablemente ella está cansada y débil de los malestares malestares,
levantándome enciendo la ducha. Hay suficiente espacio para que los
dos nos quedemos cómodamente, pero me siento en el banquillo y la
recuesto sobre mi cuerpo, reacio de romper nuestro contacto. Ella me
deja cuidarla, lavando su cuerpo y cabello.

Cuando ambos estamos


stamos secos, la llevo hasta nuestra cama. Mi única
intención es sostenerla mientras descansa, pero cuando su mano
envuelve mi polla, mi fuerza de voluntad desaparece. Ruedo sobre ella,
manteniendo mi peso en mis brazos, y beso sus labios. Se queda sin
aliento
ento mientras mi polla entra en su caliente coño y luego solo hay
quejidos mientras le hago el amor, suave y reverentemente.
CUANDO LA MAÑANA llega, me obligo a dejar nuestra cama. Valentina
está durmiendo y si me quedo otro segundo, la voy a despertar con mi
polla en su coño. De nuevo. Hicimos el amor hasta tarde y ella necesita
dormir. No puedo actuar como un maldito adolescente caliente a su
alrededor todo el tiempo. El problema es que la deseo más que nunca.
Con curvas seductoras y características bonitas, ella siempre ha sido mi
pequeño juguete perfecto, mi mascota, pero ahora ella es una diosa.
Cuando me enamoré de ella, fue por su fuerza y lealtad; esta vez, estoy
embelesado por su amor incondicional por la vida que lleva dentro y su
impasible naturaleza en lidiar con los altibajos del embarazo.

Algunas mujeres se enferman, algunas se sienten cansadas, algunas


tienen dolor de espalda y algunas desarrollan antojos, pero Valentina
los tiene todos. Este embarazo llego con el estado de un huracán. Estoy
en la ducha cuando ella irrumpe en el baño y vomita.

Estoy fuera en un instante, envolviendo una toalla alrededor de mi


cintura. La dejé terminar antes de ayudarla a levantarse.

Ella se limpia con la parte de atrás de la mano su boca. —Lamento que


tuvieras que ver esto.

Enredando mis dedos en su cabello, empujo su mejilla contra mi pecho.

—No tienes nada que lamentar. Estamos juntos en esto, bonita.

Ella coloca un centímetro de distancia entre nosotros y me da una clase


de sonrisa agradecida y culpable, que destroza mi corazón porque no
merezco una gota de su agradecimiento y especialmente su
culpabilidad.

Ella toca su salvaje cabello mañanero. —Parezco un desastre.

—Nunca has estado más hermosa.

Esta vez su sonrisa me ciega con su resplandor. Ella cubre mi mejilla


en el lado cicatrizado de mi cara. —Eres una dulzura.
—¿Dulzura? —Avanzo sobre ella, atrapándola contra el mostrador—.
¿Es así como me describirías?

—Como dulce.

—¿Dulce, eh? —Grita cuando la agarro por la cintura y la levanto en el


mostrador—. Vas a dañar seriamente mi reputación.

—Sólo un gran viejo, esponjoso y dulce oso. —Se mofa.

—¿Viejo? ¿Esponjoso? Ahora lo estás pidiendo. —Le hago cosquillas a


los lados, invitando a más chillidos y una salvaje pelea de gritos.

—Detente. —Dice entre lágrimas de risa, tratando de atrapar mis


muñecas.

En cambio atrapo las suyas y las inmovilizo en el espejo sobre su


cabeza. Quiero mirarla. Es increíblemente hermosa cuando se despierta
y aún más cuando es feliz. Lágrimas de risa se aferran a sus pestañas,
haciéndolas parecer más oscuras; con rastros de la misma humedad en
sus mejillas sonrojadas. Cabello sedoso cae en rizos sobre sus hombros;
sus pechos son firmes, su nuevo peso tirando de ellos ligeramente hacia
abajo. Bajo mi escrutinio descarado, sus pezones se endurecen,
sacando sus areolas apretadas. Estoy de pie entre sus piernas, sus
rodillas rozándose contra mis caderas. Mi polla se agita, mi respiración
se acelera, el montículo de su coño afeitado presiona contra mi polla,
donde se levanta bajo la toalla. Arranco la toalla de mi cuerpo cubro los
grifos para proteger su espalda antes de doblar sus rodillas y colocando
sus talones en el borde de la encimera. Ella está extendida
ampliamente, y es todo para mí.

Pongo la yema de mi dedo sobre su clítoris. —Mía.

—Tuya. —Resuena, respirando superficialmente.

—Quiero hacerte arder.

—Entonces tócame.
La risa y el jugueteo terminan. Eso es exactamente lo que voy a hacer,
tocarla. No debería, pero no soy lo suficientemente fuerte para resistirlo.
Mi conciencia dice que ella necesita descansar, pero mi lujuria dice que
esta despierta de todas formas. Que se jodan mis buenas intenciones; la
necesito, necesito su placer, su intenso placer. Es demasiado pronto
para follarla como lo hice en la montaña Grace. Follando su culo de esa
forma, como lo perdí después de no tenerla por tanto tiempo y no quiero
perderla nuevamente. No quiero herirla, al menos no en una forma
erótica.

Aprieto sus muñecas. —Mantén tus manos arriba.

El miedo se mezcla con la excitación en sus ojos, ella quiere esto porque
esto es lo que le enseñé. Así es como la hice, es todo lo que sabe.

Alargando la mano hacia el armario de la pared, saco el aceite de


orgasmo que guarde para una ocasión como esta. Desenrosco la tapa y
deposito la botella en el mostrador. Ella me mira con los ojos abiertos,
lamiéndose los labios nerviosamente.

Toda mi atención se centra en su coño. Cuidadosamente, usando el


dedo índice de una mano, abro sus labios exponiendo el tesoro
enterrado entre ellos. Su clítoris esta hinchado, la humedad brillando
alrededor de su hendidura. Ella está encendida; demonios yo también lo
estoy. Mi polla está a punto de arder, y sólo la estoy mirando.
Manteniéndola abierta, doy vuelta a la botella y espero a que se forme
una gota en la boquilla del gotero.

Atrapo su mirada, silenciosamente ordenando a sus ojos que sostengan


los míos. —Esto se va a sentir caliente, pero es perfectamente seguro.

Ella comunica su confianza con un pequeño asentimiento.

—Buena chica.

Goteo el aceite estimulante en su clítoris y masajeo la protuberancia, su


carne se hincha y se vuelve más oscura; el calor penetra la piel callosa
de mi dedo; sólo puedo imaginar cuan caliente debe estar su delicado
clítoris. La vista de su deliciosa carne convirtiéndose en un tortuoso
fuego bajo mis atenciones, es suficiente para hacerme correr sin tocar
mi polla, pero arranco mi mirada para leer la expresión en sus ojos. Su
cabeza descansa contra el espejo, su rostro girado hacia un lado. Dos
segundos más y la calentura se convertirá en un infiero intenso y de
rápida duración. En el momento justo, sus ojos vuelan abiertos.
Manchas rojas colorean sus mejillas.

Pronuncia un bajo quejido. —Quema.

—Lo sé, nena.

Detengo el masaje, dándole tiempo para absorber la sensación.


Mientras la intensidad asciende, su clítoris se hincha más. Su pie se
resbala del mostrador. Ella trata de aliviar la sensación cerrando las
piernas, pero necesito observar. Abriendo sus muslos, atrapo su cuerpo
con el peso del mío y presiono mi dedo cubierto de aceite en su culo.

—¿Quieres arder aquí también? —pregunto, besando su hombro.

—No —se retuerce debajo de mí—. Por favor.

—Entonces mantén tus piernas abiertas.

Ella rota sus caderas, tratando de presionar sus ardientes partes en el


frio mármol, pero atrapo sus piernas para mantenerla quieta. Ella
mordisquea su labio inferior y trata de estar quieta mientras monta las
olas que quema en sus genitales, pero su quejido se vuelve más alto.

—Por favor, Gabriel. Necesito correrme.

El estimulante hace su clítoris pulsar con necesidad y la picazón del


calor solo lo hará más caliente cuando se corra. Su coño esta mojado
con su excitación, los labios hinchados y de color rosa oscuro,
invitándome a hundir mi polla en su suave y cálida profundidad. Al
borde de la explosión, mi polla derrama pre-semen. Separo sus pliegues
con una mano y le doy golpecitos a su sobre estimulado clítoris con mi
uña. Cada vez que mi uña conecta con su piel, ella se dilata un poco
más y grita un poco más alto. Cuento cada golpecito, midiendo la
presión cuidadosamente. Muy duro o muy suave y ella no encontrara el
alivio. Ella se corre en el onceavo conteo con un gemido que se eleva al
techo. Su coño se contrae alrededor de nada excepto del aire, pero no
estará vacío por mucho tiempo. Presiono la cabeza de mi polla en su
clítoris, frotándolo en círculos para prolongar su orgasmo. Ella sujeta
sus piernas alrededor de mis caderas. El calor que la llevó a esta altura
penetra la punta de mi polla y quema mi cuerpo en una lenta y
agonizante mezcla de doloroso placer. La urgencia de lanzarme dentro
de ella es salvaje, pero cuento hasta cinco, tomo unas cuantas
respiraciones profundas y entro en ella cuidadosamente.

Su coño esta apretado, caliente y húmedo con un eco distante de una


quemadura. Me detengo cuando estoy enterrado hasta el final. Esto es
lo que siempre deseo, tomarla tan profundamente que no sabe dónde
empieza ella y término yo. Hay una necesidad infinita de mi ritmo
mientras empiezo a bombear. Ella deja caer sus brazos para agarrar el
lavabo como apoyo mientras empujo dentro, haciéndola retroceder
chocando con el espejo. Necesito que se corra de nuevo, conmigo esta
vez. Habiendo hecho mi trabajo de entender su cuerpo, sé cómo hacer
que eso suceda. Agarrando ambos pezones entre mis dedos, uso las
puntas duras como palanca para rebotar sus curvas. El apretón de su
coño en mi polla es la reacción que estoy buscando. Empujo más duro y
tomo mi ritmo. Su cuerpo se tensa y sus piernas me abrazan
fuertemente.

—Córrete, bonita. —Libero sus pezones y agarro sus pechos en mis


palmas, amasando la carne mientras mi propio clímax comienza a
construirse en la base de mi columna vertebral— ¡Maldición! ¡Joder!

Mi carga explota como chorros calientes de lava. Digo otra maldición y


caigo sobre ella atrapando su cuerpo entre mis brazos.

—Maldita sea, Valentina. —Descanso nuestras frentes juntas mientras


recobro el aliento.

Para el momento en que me siento más o menos firme, ella aún esta
tumbada contra el espejo, sus músculos como papillas.
—No te muevas.

Enciendo la ducha y nos enjuago, teniendo cuidado de lavarla


gentilmente. Cuando está seca, cubro sus genitales con un bálsamo
vaginal para aliviar cualquier quemadura permanente y solo para
asegurar su culo también.

Limpiando mis dedos en su muslo interior, busco sus ojos. —¿Cómo


estás?

Su sonrisa es suave y adormilada. —Mmm.

Desearía poder llevarla de vuelta a la cama, pero nuestra primera cita


estará aquí en treinta minutos. No tenemos tiempo más que para un
casto beso. —Vístete y ven abajo para el desayuno, necesitas comer.
Después hay alguien que me gustaría que conozcas.

—¿Quién?

—Solo haz lo que te digo.

—Iré a comprobar a Charlie primero. Fue su primera noche en su nueva


habitación.

—Déjalo dormir. Estuvo despierto hasta tarde con Rhett, mirando


películas.

—Esto es nuevo para él.

—Estará bien.

—Yo solo….

Mi palma cae sobre su trasero desnudo. —¿Estas deliberadamente


provocándome para azotar tu culo?
Por un momento loco una nueva racha de lujuria brilla en sus ojos.
Parece como si considerara prohibir los azotes, pero entonces ella se
voltea para cepillar su cabello.

Mi teléfono zumba en la mesa de noche con un mensaje de Magda.


Nuestra cita llego temprano. Gracias a Dios, Valentina no hace más
preguntas. No tengo idea de cómo ella reaccionará por el hombre
esperando por nosotros abajo.
Cuando bajo, Christopher Van Wyk y Magda están conversando en el
salón. Magda nos presenta, él es un amigo cercano y esto fue idea suya.

—Llego temprano —dice, estrechando mi mano—. Pero no sabía cómo


estaría el tráfico de Pretoria.

—¿Por qué no te unes a nosotros en el comedor? —Ofrezco—. Podemos


hablar durante el desayuno.

Magda está en medio de servir el café cuando Valentina baja las


escaleras. Como un tonto dejo de hablar para mirarla a través de la
puerta abierta. Es descuidada, inhumanamente angelical, hermosa. Su
cabello tiene más volumen y su cara tiene un brillo de embarazada. Tal
vez algo de esto sea la endorfina post orgásmica que corre por su
sangre, pero la calidad perlada de su suave piel es algo que sólo he visto
en las mujeres embarazadas. El vestido azul está ajustado, mostrando
la redondez de sus pechos y estómago. Hay una chispa en sus ojos
cuando me mira directamente, un signo revelador del secreto de hace
un momento en el baño que sólo nosotros compartimos.

—¿Qué decías? —Christopher pregunta.


—Yo-uh...

Valentina me salva parándose en la puerta.

Me pongo de pie. —Déjame presentarte a mi esposa. Ella es Valentina,


Valentina te presento a Christopher Van Wyk, él es un psicólogo de
hipnosis.

Christopher se acerca a la mesa para estrechar su mano. —Encantado


de conocerla, señora Louw.

Magda se tensa cuando Christopher atribuye a Valentina nuestro


apellido, pero sonríe. —Christopher es un amigo. Quería que lo
conocieras Valentina.

—¿Yo? —Valentina toma la silla que le ofrezco.

—Ya que Charlie ahora es parte de la familia —dice Magda—, quiero


investigar todos los tratamientos posibles.

Valentina me mira rápidamente, con una pregunta en sus ojos.

—No tuve tiempo de decírtelo. —La verdad es que no quería darle la


oportunidad para que se negara.

—Ya lo hemos intentado todo, —dice ella educadamente.

—No hipnosis estoy segura, —dice Magda.

—No, hipnosis no, pero me he reunido con todos los especialistas de


Johannesburgo. Nada puede revertir el daño cerebral.

—No estamos hablando de reparar el daño —dice Christopher tomando


asiento nuevamente—. Estamos hablando de asegurarnos que esté
cómodo y feliz.

—Le aseguro que Charlie es tan equilibrado y feliz como puede serlo.
—La hipnosis puede ayudarle a ser más autónomo —Magda se lleva la
taza a los labios—. Necesita más estimulación y amigos, hay
instituciones maravillosas en Johannesburgo que le pueden
proporcionar eso.

La alarma parpadea en sus bonitos rasgos. —Gabriel, dijiste que podía


vivir aquí.

—Él puede hacerlo —le tomo la mano—. Sólo quiero que consideres
todas las posibilidades ahora que el dinero no es un problema.

—Él me necesita. —Ella mira a la gente alrededor de la mesa como un


conejo atrapado—. Soy su única familia.

—Shh. —Acerco su silla a la mía y pongo un brazo alrededor de sus


hombros—. No quiero que te aflijas, la decisión queda en tus manos.

—¿Me dejarás decidir?

—Por supuesto.

Sus hombros tensos se relajan una fracción. —¿Qué implica el


tratamiento?

—Unas cuantas sesiones de hipnosis —dice Christopher—, durante las


cuales Charlie entrará en un estado de profunda relajación. Saldrá de
las sesiones sintiéndose centrado y en paz, he usado mi técnica en
casos similares para ayudar con el insomnio, la pérdida de apetito,
problemas de habla, violencia, acciones repetitivas, temblores
involuntarios, comportamiento antisocial y pensamientos incoherentes.

—Charlie tiene un período de atención corto y repite sílabas, pero come


y duerme bien.

—Haremos una extensa evaluación de antemano, —dice el doctor.

—Si es por el bienestar de Charlie... —Me mira.


—Lo es —le digo—. También hay cuestiones legales que tú no has
atendido, como declarar a Charlie financieramente incompetente y
formalizar su tutela. Lo cual veremos después del desayuno.

Su mirada parpadea entre Magda y yo. Ella no confía en nosotros y no


la culpo. Siempre cuidó de su hermano sin ayuda e íbamos a matarlo
después de todo.

—Ya no estás sola —le susurró al oído—. Yo me ocuparé de todo.


DESPUÉS DEL DESAYUNO Gabriel me da unos documentos para que
los firme y declarar a Charlie incompetente financieramente también
para asegurar mi tutela. Estoy ansiosa por ver cómo está mi hermano
esta mañana, pero Charlie se despierta tarde. Tendré que hablar con
Rhett sobre las noches de cine. Charlie está contento con su nuevo
dormitorio, especialmente con la televisión de pantalla plana montada
en la pared.

Le preparo a Charlie un desayuno de tostada con té y le presento a


Bruno, pero los dos no congenian. Bruno debe sentir la aprensión de
Charlie. Normalmente Charlie no se aventura a salir a menos que sea
atraído por alguien que cuelgue una recompensa delante de su nariz,
pero le doy instrucciones estrictas de preguntar antes de ir al jardín. No
creo que Bruno lo ataque, pero prefiero ser muy precavida. Para sacar a
Charlie de la casa decido llevarlo de compras conmigo después del
almuerzo.

Cuando le cuento a Gabriel mi plan, está contento que salga y gaste


dinero. Nos acompaña a la salida y me da un juego de llaves.

Mis dedos se doblan alrededor del llavero. —¿Llaves de la casa?

—Sí. —Sonríe—. Y tu auto, disculpa que no estuviera listo cuando


llegaste pero no había existencias en el concesionario, tuve que
ordenarlo.
Hay cinco coches aparcados en el bordillo de la entrada circular. ¿A
quién pertenecen todos esos? Tal vez a los guardias o a Magda y al
personal del servicio de limpieza.

—Adelante, —dice, señalando el mando en mi mano.

Cuando presiono el botón, se encienden las luces indicadoras de un


Porsche Cayenne Turbo.

—Eres muy amable, pero...

—No digas que no lo tomarás —dice Gabriel oscuramente—, porque es


mi trabajo mantenerte.

—Está bien, no diré que no lo acepto, pero es un auto muy grande. Sólo
necesito algo pequeño.

—Es un auto seguro, con suficiente espacio para un cochecito, un


moisés, una silla de comer, una niñera y cualquier otra cosa que las
mujeres necesiten cuando salen con un bebé.

La mirada perdida y de pánico en sus ojos mientras mencionaba los


objetos me hace reír, le doy un puñetazo juguetón en el brazo. —No
necesitaré más que un cochecito y definitivamente no una niñera.

—¿No? —Parece sorprendido.

—Mi madre y yo éramos muy unidas.

Todavía me mira con sus cejas levantadas, confundido.

—Quiero criar a mi hijo yo misma. Quiero experimentar todo, tanto las


partes duras como las alegres. —Las palabras de Kris de repente me
atormentan, envuelvo mis brazos alrededor de su cintura y lo miro a los
ojos—. Me dejarás cuidar de nuestro bebé, ¿verdad?

La ternura en su tacto mientras me aparta el cabello del rostro me


tranquiliza. —Todo lo que quieras. Mientras no te canses demasiado.
Yendo de puntillas, lo beso. —Gracias por el auto. —Aprendí mi lección,
no tiene sentido discutir.

—Es un placer, conduce con cuidado.

Asiente a los guardias que están al lado de un Mercedes negro mientras


Charlie y yo nos subimos a mi nuevo coche. Sé que nos seguirán, pero
también sé que es por nuestra seguridad.

—Ma-malteada. ¿Podemos tomar ma-malteada?

—Vamos a comprarle un regalo a Gabriel pero podemos parar para el


postre. De hecho, podemos tomar algo mejor que una malteada. ¿Qué
tal un banana split?

La boca de Charlie se abre. Juro que hay una gota de baba en el


costado. Le doy una palmadita en la pierna. —Lo sé, no has tenido
muchos de esos. No lo suficiente.

Conducimos a un centro comercial cercano en Rosebank. Después de


Orange Grove, Rosebank es el suburbio con el mayor asentamiento
judío. Por lo tanto no es una sorpresa que me encuentre con alguien del
negocio judío desde hace tiempo.

—Dios mío —grita Agatha Murray—. ¿No eres la chica de Haynes?


—Ella mira a Charlie de arriba a abajo—. Tú debes ser Charlie.

—Así es. ¿Cómo estás?

—Probablemente no me recuerdes.

Es difícil no recordarla. Agatha tiene la misma mirada de cuando se


quitó los dientes postizos y sorbió su té del platillo de nuestra cocina.
Está vestida de negro de los pies a la cabeza, siempre con un vestido de
encaje, con capa y un sombrero. Ha estado vistiendo así desde que su
marido murió, mucho antes que papá falleciera. Debe tener mil
sombreros. Nunca la he visto con el mismo. Hoy en día lleva un
sombrerito con un ramo de plumas de cuervo y un gran diamante falso
que los mantiene unido.

—Oh no, me acuerdo, —digo.

—Siento tanto lo de tus padres.

Charlie empieza a arrastrar los pies. Se está impacientando.

—Y Charlie —dice cuando sus ojos son atraídos por sus movimientos—.
Qué tragedia.

Las tragedias no están en mi lista de temas del día. La reunión de esta


mañana con Christopher ya me hizo sentir bastante culpable. —Fue un
placer encontrarme contigo.

—Supongo que Charlie se habría hecho cargo del negocio si no fuera


por el accidente. Siempre fue un gran muchacho, todo músculo y el
más alto de su clase. ¿Crees que se habría convertido en el gran jefe,
quizás dirigiendo la mafia?

Miro a mi alrededor para ver si nos están escuchando y mantengo la voz


baja. —Me alegro que no sea parte de ese estilo de vida criminal.

—Criminal o no al menos no habrías terminado tan pobre como los


ratones de iglesia. ¿Sigues en Berea?

—Nos mudamos.

—¿A dónde?

—Realmente tengo que irme.

Los dedos huesudos se cierran alrededor de mi mano izquierda. Y antes


que pueda retroceder, ella levanta mi dedo anular hacia la luz.
—¿Bueno pues mírate? —Da una carcajada como una gallina—. Por el
tamaño de esta roca no es el anillo de Lambert Roos. —Ella estudia el
anillo, girando mi mano de izquierda a derecha.

Me siento cohibida y me alejo.

—Lambert no tuvo elección ya sabes. Él quería casarse contigo y no era


tan malo en ese entonces. —Ella inhala—. Él era un poco vago pero no
del todo malo. Todo estaba preparado para tu compromiso el día que
cumplieras 18 años y lo siguiente que sabemos es que los portugueses
derriban su puerta y amenazan con matar a todo el mundo si te
tomaba. Ellos dijeron que sería una guerra entre los judíos y los
portugueses, así de fácil te dejan libre. Creo que el pago también tuvo
mucho que ver con eso.

—¿Qué? —Me olvido de la inquietud de Charlie y de mi irritación—.


¿Por qué?

—No lo sé, probablemente el dinero. El dinero es siempre la motivación


en el negocio, ¿no?

La miro fijamente con la boca abierta. Mi padre era parte de la mafia


judía, pero tenían un acuerdo con los portugueses en el sur.

—De todos modos —ella agita una mano—. Todo el agua bajo el puente.
Esa vida se ha ido, no quedan muchos de la vieja pandilla. —Sus ojos
tienen una mirada lejana.

—Lo-lo siento, me tengo que ir. —Agarrando el brazo de Charlie, lo


arrastro por la calle.

—¡Espera! No me has dicho con quién te casaste.

No queriendo escuchar más, me lanzo frente a un flujo de peatones.


Rascar las viejas heridas de cómo murió mi padre fue demasiado
doloroso. Hago lo que puedo para alejar sus palabras mientras bebo un
zumo de frutas y Charlie se come una banana split con todas las capas.
Durante el tiempo que estamos en la cafetería Kris llama preguntando
cómo estoy y de alguna manera se las arregla para distraerme de mi
viaje de culpa.

—Necesito ayuda en la clínica —dice—. ¿Puedes volver?

Se lo debo. —Estaré encantada de hacerlo. ¿Puedo llevar a Charlie?

—Esperaba que lo ofrecieras. Hizo un gran trabajo paseando a los


perros.

Acordamos que empezaría la semana que viene con mi antiguo salario.


No necesito el dinero. Gabriel transfirió una cantidad ridículamente
grande a mi cuenta pero gastar su dinero no se siente bien. Debería
ganarme el mío propio.

—Ven a almorzar mañana —dice—. Hablaremos de la logística.

Después de nuestro postre, vamos a las tiendas. Quiero comprarle algo


a Gabriel para su cumpleaños. No hemos hablado de ello pero la gran
fiesta en la que se suponía que trabajaría tuvo lugar mientras estaba en
Durban. Es patético pero me importa. No puedo evitarlo como tan poco
puedo evitar cómo me hace sentir con su toque. Aunque anhelo mi
libertad, que me permitan elegir como a cualquier otro ser humano. Lo
dije en serio cuando dije que lo amo. Mentí cuando dije que lo odiaba
más. Mi amor por él ha florecido silenciosamente dentro de mí,
creciendo como la pequeña semilla que plantó. Cuando me di cuenta
del árbol ya era demasiado tarde. Me dolió cuando me dijo que no sabía
lo que decía. Tal vez por eso tomé represalias diciendo que lo odio y el
hecho que esas palabras hirientes no tuvieran ningún efecto en él me
hirió aún más. Sin embargo, siempre fiel a su palabra, me hace bien y
esto es lo más feliz que he sido en mucho tiempo, desde aquel trágico
día del 13 de febrero. Regalarle algo para su cumpleaños es mi manera
de mostrarle mi aprecio. El único problema es que no tengo ni idea qué
regalarle. Gabriel lo tiene todo.

Caminamos por el centro comercial hasta que Charlie se cansa y tengo


que tomar una decisión. Al detenerme frente a una librería, se me
ocurre una idea. No toma mucho tiempo encontrar el libro que estoy
buscando lo pago y lo envuelvo. Cuarenta minutos después, estamos en
casa.

Con Carly viviendo en casa de su madre, Magda sirve la cena más


tarde. Eso le permite a ella y a Gabriel trabajar hasta tarde. Charlie no
dura tanto, así que le preparo espaguetis a la boloñesa y los sirvo con
una ensalada en la cocina. Desempacamos la ropa que los hombres de
Gabriel trajeron de la casa de Kris y exploramos sus nuevos aparatos,
que incluyen una PlayStation y un montón de juegos, cortesía de
Gabriel. Él ya está preparado para la noche. Cuando Gabriel vuelve a
casa después de las nueve. Cómo la cena no es servida hasta las diez.
Trabajará otra hora en su oficina. Con el regalo agarrado a mi espalda,
llamo a su puerta.

Su voz profunda está llena de impaciencia. —Entra.

Con duda, hago una pausa en el marco de la puerta. Parece estresado y


ocupado. Lo estoy molestando.

Recostado en su silla, se afloja la corbata con una mano y me tiende la


otra. —Ven aquí.

Camino alrededor de su escritorio y me detengo a su lado.

Estira el cuello para mirar a mí alrededor. —¿Qué tienes a tu espalda?

—Un regalo.

—¿Un regalo?

—Para ti, —digo tímidamente. Va a pensar que es una idea tonta.

—Para mí —dice como un loro. La calidez llena sus ojos y luego la


apreciación mientras dirige su mirada lentamente hacia mí. Se da una
palmadita en la rodilla—. Entonces será mejor que vengas aquí y me lo
des.
Un paso más me pone entre sus piernas, mientras las abre para
acomodarme, con sus manos en mis caderas me levanta haciéndome
sentar en su regazo. El vestido se desliza sobre mis muslos, exponiendo
mi ropa interior. Todavía tengo las manos agarradas a la espalda, por lo
que no puede soltarme la cintura sin arriesgar mi equilibrio, pero mira
fijamente el triángulo entre mis piernas como si quisiera tocarlo con
cada fibra de su ser.

—Es un regalo muy bonito —reflexiona—. No puedo esperar a abrirlo.

El conocimiento de cuánto me desea me llena de calor y una calidez


más profunda en mi corazón. Atraigo el regalo de mi espalda. —Esto es
lo que necesitas para abrir.

Una sonrisa se dibuja en sus labios mientras me suelta con una mano
para tomar el regalo. —¿Qué se celebra?

Le acaricio la cara, siento la aspereza de su barba entre las palmas de


mis manos y beso sus labios. —Feliz cumpleaños yo... —Es difícil para
mí decir esto, pero tengo que sacármelo de encima—. Siento no haber
estado aquí, siento haber huido, siento haber puesto nuestras vidas en
peligro. Debí haber hablado contigo, haber confiado en ti, pero...

—Shh —Me tranquiliza con un beso—. No hay nada que perdonar —Su
expresión se vuelve dolorosa—. No más de esta charla, ¿entiendes?

Asiento.

Él sostiene el regalo. —¿Quieres que abra esto ahora?

—Cuando quieras.

—Agarra el reposabrazos. No quiero que te caigas.

Cuando hago lo que me ordena, arranca el papel y sostiene el libro para


leer el título. —Nombres de bebés.
—No sabía qué regalarte lo tienes casi todo, así que pensé que podías
elegir su nombre.

En nuestro tipo de familias las madres ponen nombre a sus bebés. Es


una regla no escrita e irrompible. Su razonamiento es que mientras
sufran el dolor del parto la elección es su privilegio y derecho. El dolor
del parto siempre ha sido una moneda de cambio infalible y los detalles
del mismo es un argumento que los hombres no están preparados para
asumir.

Gabriel traga con fuerza. Me da una mirada penetrante. —¿Me dejarás?

—No es un verdadero regalo, pero...

El libro cae sobre su escritorio y sus brazos me rodean. —¿De verdad


me dejarás?

—Si te parece bien.

—Valentina... —presiona su frente con la mía—. No tienes ni idea de lo


mucho que esto significa para mí.

—Estaba esperanzada.

—Gracias. —Me da el más suave de los besos, su barba recortada


raspando mi piel—. Es un hermoso y desinteresado regalo.

—¿Tienes alguna idea ya?

Sus labios se inclinan en una esquina. —Se supone que no lo debes


decir hasta que el bebé nazca.

—¡Nunca podré esperar tanto tiempo!

Me pellizca el labio inferior. —Parece que te has cavado un agujero muy


profundo, pero no te preocupes tienes cinco meses para conquistar tu
curiosidad.
—Eres malvado.

La sonrisa se desvanece y su expresión se vuelve seria. —Sí lo soy, pero


no importa lo que yo sea, tú eres mía.

Antes que pueda decir cosas más lúgubres, lo beso de nuevo, pasando
la punta de mis dedos por las ásperas crestas de sus cicatrices. Él es mi
oscuridad, mi amor y no tiene idea de cuán verdaderamente soy suya.
MIS HOMBRES ME INFORMAN del encuentro de mi esposa con Agatha
Murray. Fue accidental o habría tomado una llamada al número de
Agatha en el teléfono de Valentina. Sí, soy un asqueroso. Compruebo
las llamadas de mi esposa, pero es tanto para su protección como para
mi tranquilidad. Nuestro negocio es peligroso. Aunque la mayoría de los
hombres jueguen según las reglas y sólo un idiota y loco le pondría un
dedo encima a mi esposa, siempre hay locos que se pasan de la raya.
Además, sigue siendo una esposa forzada a la que mantengo con una
estrecha correa de placer y amenazas así que prefiero ser prudente
cuando un miembro de la familia de la mafia como Agatha entra de
repente en el escenario.

No queriendo plantear el tema delante de Magda, busco a Valentina


después del desayuno. Ella está saliendo de la habitación de Charlie
con una canasta de ropa sucia. ¿Qué demonios? Esa cosa es tan grande
que incluso bloquea su visión. Casi se tropieza conmigo, el choque sólo
se evita porque la agarro de la cintura.

La preocupación hace que mi voz suene enfadada. —¿Qué estás


haciendo?

Ella parpadea, sus amplios e inocentes ojos son grandes. —Lavandería.

Le quito la cesta de las manos. —Se supone que no debes cargar cosas
pesadas —le dejo claro—. Se supone que no debes lavar ropa.

Una dulce sonrisa juguetea en sus labios, son llenos, rosados y tan
jodidamente besables. —No hay nada malo con mis manos.
—No me importa tenemos un servicio para esto.

—No seas difícil.

—No has visto lo difícil todavía. —Pongo la cesta a un lado, enredo la


mano en su cabello y la arrastro hacia mí—. Puedo mostrártelo, pero te
costará lágrimas y placer.

Esos labios suaves se separan. Ella gime, una suave ondulación recorre
la delicada piel de su garganta mientras traga. Cuando echo la cabeza
hacia atrás para mirar en los oscuros charcos de sus ojos, se hunde
contra mí, su cuerpo cálido y flexible. Sus pupilas se dilatan una
fracción y su mirada se vuelve lujuriosa.

Mis palabras la excitaron. No hay una palabra para describirme. Soy


como combustible a punto de explotar, la atraigo hacía mí, mi polla
pulsa contra su estómago, mostrándole cómo me afecta. Lo que quiero
es arrancarle la ropa y follarla aquí mismo contra la pared. Puede que
me vuelva loco si no lo hago.

Arrastrando mis labios sobre su garganta, beso un camino hasta su


mandíbula. —¿Te gustaría eso bonita? ¿Quieres un poco de dolor con tu
placer?

Su aliento se recupera. —Sí.

Le rozo el lóbulo de la oreja con mis dientes. —¿Por qué?

—Se siente bien.

El sádico que hay en mí ruge, quiero azotarla, pegarle con el cinturón,


pero no mientras esté embarazada. La confirmación que ella quiere esto
es suficiente. Soltándole el cabello le tomo el rostro entre las palmas de
mis manos y estrello mis labios fuerte y rudo en los de ella, mi lengua
atraviesa sus labios sin esperar a que los abra. Ella gime y yo me trago
cada sonido. Mi mano se mueve bajo su vestido, encontrando el elástico
de su ropa interior, mis dedos están a un segundo de penetrar su coño
cuando alguien se aclara la garganta tras de mí.
Joder, ahora no. Dejo ir los labios de Valentina con un sonido cercano a
un gruñido, bloqueando su cuerpo con el mío hasta que bajo su vestido
para proteger su desnudez.

Magda pasa por delante de nosotros con el ceño fruncido. —Tienen una
habitación, por el amor de Dios.

Eso fue un cubo de agua fría a nuestro momento. Las mejillas de


Valentina arden como bombillas, ella aparta la mirada y se tira un
mechón de su cabello tras la oreja.

—Tenemos una reunión en diez minutos, —dice Magda desde el final


del pasillo.

Tomando la mano de mi esposa, entrecruzo nuestros dedos. —No más


lavandería o cualquier otro trabajo doméstico.

—La lavandería no es un trabajo duro.

Mi tono no deja lugar para discutir. —No hay lavandería.

Ella asiente con un resoplido.

—Mis hombres me dijeron que ayer te encontraste con Agatha Murray.

—Oh —su frente se arruga, como si el recuerdo fuera desagradable—.


Sí.

—Pareces disgustada ¿Qué te ha dicho?

—No fue nada.

—Valentina, no me mientas.

—Nada importante, de todos modos.


—Lo es para mí.

Sus hombros caen. —Eres imposible.

Tomo su otra mano y pongo su cuerpo contra el mío. —Tengo una


videoconferencia en cinco minutos, empieza a hablar.

Un suspiro mueve sus senos contra mi pecho. —Dijo que los


portugueses amenazaron a la familia de Lambert con una guerra si me
acogían. Aparentemente lo sobornaron para que no se casara conmigo.

Todos los músculos de mi cuerpo se tensan. ¿Qué diablos hago con esta
información? Es como sospechaba. Lambert no le dio la espalda a su
novia prometida porque no la quería, él se vio obligado a hacerlo, la
pregunta es por qué.

El beso que le doy en sus labios es suave. Es mi forma de recompensar


su honestidad. —Sé una buena chica hoy. Te veré en el almuerzo. —Le
aprieto las manos y la libero.

—¿Gabriel?

Sonrío como un adolescente. Dios, me encanta cuando dice mi nombre,


especialmente con esa pizca de timidez, como si estuviera a punto de
pedirme algo y pensara que se lo negare. Si supiera que me rompería
las pelotas por ella.

—¿Valentina? —Saboreo su nombre en mi lengua.

—No estaré aquí para el almuerzo de hoy.

—¿A dónde vas?

—A ver a Kris, con todas las extensiones en práctica... —Se retuerce las
manos.

—¿Qué es?
—Quiere que vuelva a trabajar con ella.

Kris hizo lo que le pedí. Esto será bueno para mi chica. Ella no es del
tipo que se queda en casa. —¿Quieres hacerlo?

—Me gustaría eso.

—Bien.

Su rostro se ilumina. Todo en ella brilla, desde sus ojos hasta el feliz
rubor de sus mejillas. —¿En serio?

—En serio y cuídate.

Su mirada se vuelve seria. —Tú también.

Mi polla se enfurece en protesta mientras me alejo de ella. Ya he


terminado de pelear, estoy cansado ella ha ganado. No hay nada que
pueda alejarme de ella nunca más. No puedo existir sin esta mujer.
Más o menos me quito las náuseas con dos galletas y ginger ale antes
de prepararme para reunirme con Kris. Charlie y yo estamos a mitad de
camino de mi auto cuando Rhett viene corriendo por la entrada. Por la
forma en que el sudor gotea de su cuerpo, ha estado fuera por mucho
tiempo. Las cosas entre nosotros han sido incómodas desde que Gabriel
me trajo de vuelta, principalmente porque lo he estado evitando. No es
su culpa, pero aún estoy molesta porque me traicionó al final, antes de
huir sentía que nos estábamos volviendo amigos.

—Hola, —digo por educación sin interrumpir mi paso.

Me agarra de la muñeca cuando pasó a su lado. —Valentina.

Miro hacia atrás por encima del hombro. —¿Sí?

—¿Puedo hablar contigo?

—Tengo una cita para almorzar.

—Sólo tomará cinco minutos.

Por el acero de su mirada, está claro que no va a ceder.

—Está bien.

Se relaja ligeramente y libera mi agarre. —Tenía que decírselo a Gabriel.


—Lo entiendo.

—No lo haces. Los hombres de Magda iban a matarte. La única manera


de mantenerte a salvo era jugar la carta del embarazo. Magda nunca
lastimaría a la madre de su nieto.

—Oh. —La comprensión florece en mí—. Pensé que Gabriel, pensé que
él...

—¿Iba a obligarte a deshacerte del bebé?

—Sí.

—Bueno, ahora ya lo sabes.

—Te debo un agradecimiento, entonces.

—Me conformaré con que no te enfades conmigo.

—No estaba enojada, tú trabajas para Gabriel y tu lealtad está con él yo


sólo me sentí traicionada.

Una mirada de dolor cubre su rostro. —No quería comprometer tu


confianza, pero como dije si hubiese mantenido la boca cerrada habrías
muerto.

Miro a Charlie rápidamente, pero no reacciona a la declaración.

Rhett extiende su mano. —¿Amigos?

—Amigos.

Nos damos la mano.

—¿Cómo te va? —Su mirada se dirige a mi redondo vientre.

—Estoy bien cuando no tengo náuseas, vómitos o lloro por nada.


Él sonríe. —Espero
Espero que le des una oportunida
oportunidad
d al dinero de Gabriel.
—Su cara está sobria—
— ¿Te está tratando bien?

—Sí. —No
No quiero discutir mi relación con Gabriel
Gabriel—.. Muy bien.

—Bien. —Le
Le da una palmadita a Charlie en la espalda
espalda—
—. Tengo que
prepararme para vigilar la entrada, nos vemos por ahí.

La atmósfera entre nosotros es más ligera, algunas de las viejas bromas


vuelven. —Al
Al menos el bebé me salvó de entrenarte.

—Ni por asomo.

Se gira y salta hacia atrás. —¿Cómo es eso?

—En
En el momento en que Nazca volvemos a lo básico.

Él gruñe, pero tiene una so


sonrisa
nrisa en la cara mientras se aleja corriendo.

ENCONTRAMOS A KRIS en la cocina, friendo schnitzels de ternera. El


olor me desanima, pero me trago las náuseas.

—Siéntate —dice—.. La comida está casi lista.

—Ñan-ñan. —Charlie
Charlie toma su asiento habitual en la mesa y se pone
una servilleta en el cuello.
Yo vierto el agua mientras Kris prepara arroz, schnitzels, crema de
espinacas y puré de calabaza con canela.

—Así que —dice entre dos bocados que se ha metido en la boca—, he


decidido ir por ello.

—¿Los planes de ampliación?

—La piscina, el nuevo quirófano, la perrera más grande, todo.

—Bien por ti.

—Me pareció grosero no aceptar, "a caballo regalado no se le busca


lado."

Mi sospecha crece. Kris tiene demasiados principios como para cambiar


de opinión de la noche a la mañana. —¿Está Gabriel detrás de esto?

Abre los ojos grandes. —Sabes que él está pagando.

—Quiero decir, ¿te dijo que hicieras esto por mí?

La he atrapado, sus mejillas arden. —Podría haber mencionado que


sería bueno para ti volver a un negocio que disfrutas.

—¿Dejarás a un lado tu orgullo y lo harás por mí?

Ella se extiende sobre la mesa y toma mi mano. —Él tiene razón, sabes.
Dejar los estudios fue muy difícil. Nadie sabe cuánto significó para ti
mejor que yo. Perdiste un pulgar, y nunca podrás ser un veterinario,
pero ¿y qué? ¿Qué tiene de malo ser un veterinario clínico?

—Eso no es lo que me había propuesto mi corazón.

—Entonces pon tu corazón en otra cosa. —Me señala con el dedo—.


Todavía tienes la pasión y puedo verla en tus ojos.

—No voy a volver a la universidad.


—¿Estás segura?

—Ya no tengo el corazón para ello.

—¿Qué tal algo diferente en el campo?

Peñisco un trozo de carne. —¿Cuál es tu idea?

—Gerente de práctica.

—¿Quieres que dirija tu consultorio?

—Si no vas a ser un veterinario, que así sea. Me vendría bien otro
veterinario en el equipo, pero necesito a alguien que dirija más el
negocio. Me liberará tiempo para ser un veterinario y no un gerente.

Mi interés se ha despertado esto suena desafiante y excitante.

Ella toma el arroz con un pedazo de pan y se lo lleva a la boca. —¿Más,


Charlie?

—Ma-más. —Es bueno.

Ella pone otra cucharada en su plato y me sostiene la cuchara, pero yo


sacudo la cabeza.

—Necesitaremos una recepcionista —dice—, una enfermera veterinaria,


tal vez incluso un contable y un cambio de imagen. Un área de
recepción más agradable. Me gustaría dirigir un centro de rescate junto
con la clínica. Tenemos suficiente espacio en la parte de atrás donde
solía estar el huerto. Dios sabe que no tengo tiempo para plantar una
brizna de hierba, de todos modos.

No puedo evitar reírme de su contagioso entusiasmo. —Despacio,


primero necesitaremos un plan financiero.

—¿Necesitaremos? —Deja el cuchillo y el tenedor—. ¿Significa eso que


estás dentro?
—Está bien, me apunto.

Ella me agarra la mano por un lado y a Charlie por el otro. —Los tres
mosqueteros.

—Nosotros tres, —hago eco.

—Así se hace, chicos.

Charlie, que capta la vibración, canta con Kris. —Camino a se-seguir.


—La risa transforma su cara. Por un momento se ve exactamente igual
hace quince años, antes del accidente.

Le pongo una palma en su mejilla. —Te gusta pasear a los perros,


¿verdad?

Acepta golpeando la punta de su cuchillo en la mesa hasta que pongo


mi mano en su brazo para calmarlo.

—Termina —le digo—. Kris tiene que volver al trabajo.

Ella mira mi comida intacta. —¿Todavía te sientes mareada?

—Sí. No sé cuándo terminarán. Desearía ser una de esas afortunadas


mujeres que sólo se sienten enfermas durante el primer trimestre o no
se sienten en absoluto. —Un pensamiento me llama la atención—.
Espero no decepcionarte cuando llegue el momento de dar a luz a este
bebé. Nadie en su sano juicio emplearía a una mujer embarazada y
mucho menos para un trabajo tan importante.

—Trabajaremos en ello. No te preocupes.

—Gracias. —Lo digo en serio Kris siempre ha sido mi salvavidas y me


ha lanzado uno grande gracias a Gabriel.

Ella empuja su plato a un lado. —¿Cómo van las cosas en casa?


—Bien. —No puedo evitar la sonrisa o el calor que se me viene encima
cuando pienso en la reacción de Gabriel esta mañana—. Maravilloso, en
realidad.

Le levanta la ceja. —¿En serio?

—¿Por qué lo preguntas como si fuera imposible?

—¿Maravilloso en qué sentido?

—Gabriel es bueno para mí, él es amable, atento, generoso, cariñoso...

—¿Amor?

—Sí.

—Olvidaste mencionar lo de controlador, posesivo y celoso.

—Sí, es controlador pero de una manera protectora. —También


amenazó la vida de mi mejor amiga, pero ella no necesita saberlo.
Mientras cumpla mi parte del trato, Gabriel mantendrá su palabra—.
No olvidemos que esta nueva gestión de la clínica no sería posible sin su
generosidad.

—Es cierto que hace un gran trabajo cuidando de ti, pero eso es
material.

—Como dije, hay más en él que su dinero.

—Te enamoraste de él.

Ya no se puede negar. —Sabes que lo he hecho.

—Po-postre, —dice Charlie, lamiendo su plato.

—No hagas eso —le regaño—. No es educado.


—Hay flan en la nevera —dice Kris sin desviar su atención de mí—.
Sírvete Charlie. —Ella toma mi mano de nuevo—. Val, ¿qué estás
haciendo? ¿Jugando a las casitas?

—¿Qué hay de malo en eso?

—No es más que un juego de roles si no te ama. ¿Lo hace?

Desvío mis ojos. —Probablemente no.

Hay comprensión y simpatía en su tono. —Ahí está tu respuesta.

—La cosa es que estamos viviendo juntos, estamos legalmente casados


y vamos a tener un bebé. La mayor parte del tiempo somos felices. No
voy a seguir luchando contra eso. —De todas formas, no tengo
elección—. No siempre podemos tener todo lo que queremos, pero
podemos ser felices con lo que tenemos.

—Bien. —Me aprieta los dedos y me suelta la mano—. Estoy contigo


cien por ciento y no más preguntas.

—Gracias, —susurro.

—Puede que no esté de acuerdo con lo que Gabriel hace para ganarse la
vida, pero le agradezco que te haya sacado de Berea. Esa área sólo está
empeorando. Con Jerry siendo asesinado y todo lo que...

—¿Qué? —Le agarro el brazo, mis dedos apretando su carne—. ¿Qué


has dicho?

—Mierda no lo sabías.

—¿Jerry?

—Sí.

—¿Cuándo?
—Ayer, lo siento Val. Yo pensé que Gabriel te lo había dicho. —Añade,
disculpándose—, tal vez no lo sepa.

Gabriel debe saberlo. Berea es su territorio y sabe todo lo que pasa allí.
Un conocimiento repugnante crece en mis entrañas.

—¿Cómo? —pregunto.

—Le dispararon entre los ojos y un vecino lo encontró en su piso.

—¿Tienen un sospechoso?

—El artículo del periódico no lo decía. No creo que la policía vaya a


hacer un gran esfuerzo por un ladrón de coches asesinado en Berea.

No lo harán, cada veinticinco minutos se produce un asesinato. Jerry es


un ladrón menos con el cual lidiar y a nadie le importa si su asesino es
atrapado.

La asfixia cuelga como una capa sobre mí. El aire en la cocina de Kris
de repente es demasiado espeso para respirar.

Revisando mi reloj, mantengo mi rostro neutro. —Te dejaremos volver al


trabajo, gracias por el almuerzo. —Ya estoy en pie, limpiando la mesa.

—Deja eso para mí —dice Kris—. Lo haré esta noche.

—No voy a dejar que vuelvas a casa con una cocina sucia.

Con la ayuda de Charlie los platos están lavados y secos para cuando
Kris está lista para reabrir consultas. Camino hacia el coche con las
piernas temblorosas, apenas soy consciente de lo que pasa a mí
alrededor. Los guardias de Gabriel estacionados al otro lado de la
carretera me reconocen y se suben a sus coches cuando lo hacemos. Me
aseguro que Charlie se abroche el cinturón y doy unas cuantas
respiraciones profundas. A solas con Charlie, que no se dará cuenta,
dejo que la verdad se estrelle sobre mí. Mis manos tiemblan en el
volante mientras lo que dijo Kris, me recuerda lo que ignoré y traté de
olvidar golpeándome fuerte.

Mi marido es un asesino y mató al hombre que me ayudó a escapar.


El camino a casa pasa en una neblina. No puedo recordar si me detuve
en algún semáforo. Sólo puedo pensar en que Jerry está muerto por mi
culpa y mi marido fue quien lo mató. Sí, Jerry era una escoria que me
metió en esta situación desesperada, pero eso no significa que
mereciera morir.

Pongo la caricatura favorita de Charlie en su dormitorio y salgo hacia la


oficina de Gabriel sin importarme que mi rostro este lleno de lágrimas o
que se me corriera el rímel. Gabriel mira hacia arriba cuando abro su
puerta. La sonrisa se congela en su cara mientras me recibe. Se pone
en pie, revelando la siempre y presente tensión que la acción pone en su
pierna.

—¿Cómo pudiste? —lloro.

—Valentina. —Su voz es dura, autoritaria—. Cálmate.

—No me digas que me calme. ¡Mataste a Jerry!

Una mezcla de simpatía y arrepentimiento suaviza sus rasgos. —¿Quién


te lo dijo?

—Está en las noticias. —Lo último que quiero es implicar a Kris.


Alrededor de su escritorio, me toma de los hombros. —Debí habértelo
dicho, pero no quería molestarte.

—¿Por qué? ¿Fue porque me dio un auto?

—No es lo que piensas.

Golpeo mis palmas en su pecho. —Hijo de puta.

Me agarra las muñecas. —Cálmate por favor o me veré obligado a


atarte.

Gabriel nunca hace amenazas ociosas.

—¿Te calmarás si te suelto? —Suena genuinamente preocupado—.


Todos estos gritos y llantos no pueden ser buenos para el bebé.

Quiero odiarlo, pero no puedo. Ni siquiera cuando pienso que le disparó


a Jerry, mis hombros se desploman.

—¿Me escucharás? —pregunta.

—Sí.

—Con calma, —insiste.

No tengo más remedio que estar de acuerdo. —Con calma.

Me suelta lentamente probándome. Cuando no me muevo, me pasa los


pulgares por las mejillas secando las lágrimas. —Fue Scott quien
disparó a Jerry.

—¿El guardaespaldas de Magda?

—Sí.

—¿Por qué?
Respira profundamente y no dice nada por un momento.

—Dime —le insisto—. La verdad.

—Te ayudó a huir y no debería haberlo hecho. Ella tenía que hacer un
ejemplo con él.

Hay dudas en la forma en que dice las palabras. Tengo la sensación que
no se lo cree ni él mismo. —¿Estuviste allí?

—Sí, —dice con gravedad.

Apartándole las manos, me cubro la cara. —Oh, Dios mío Gabriel. Es


mi culpa, murió por mi culpa. ¿Por qué no detuviste a Scott?

—No me dio una oportunidad. Valentina mírame. —Me agarra de los


brazos y me quita las manos de la cara—. Jerry no era un santo. Él
metió a Charlie en este lío.

Mi aspecto es cortante. —Quieres decir que él me esclavizo a ti.

Sus ojos glaciares se vuelven duros y su agarre se estrecha hasta el


punto del dolor. —No entiendes el significado de la palabra esclavo. Te
hice una princesa, pero si quieres que te traten como a una esclava, eso
se puede arreglar.

De todas las frías y duras verdades, ésta es la más profunda, porque es


otra afirmación de lo que Kris sigue diciéndome. Gabriel no me ama,
solo soy un objeto y él puede convertirme de princesa a esclava a
medida que su estado de ánimo cambia.

El dolor en mi corazón me hace arremeter contra él con ira. —Lo que


quiero no importa, de todos modos. Harás conmigo lo que quieras.

—Lo que eres para mí está enteramente en tus manos. Puedes vivir con
comodidad y ser adorada o encadenada en mi sótano y dormir en una
jaula.
—Pero no puedo irme nunca.

—No, no puedes irte nunca.

—Entonces no soy más que tu prisionera.

—Esa es una forma de verlo. La otra forma de verlo es que eres mi


esposa.

Los sollozos salen de mi pecho y encuentran el camino a mis labios. Mi


maquillaje era perfecto hasta hace un par de horas. ¿Cómo puede doler
tanto? ¿Por qué no escuché a Kris? ¿Por qué me hice vulnerable? Ahora
es demasiado tarde. Me enamoré de él y me duele que él no se esté
enamorando de mí.

—No lo entiendo. —Me envuelvo con mis brazos y doy un paso atrás—.
¿Por qué yo? ¿Por qué me haces esto?

Elimina el espacio entre nosotros con un solo paso. —Ya te lo he dicho,


no necesito una razón.

—¡Te odio! —Acentúo la declaración con un puño en su pecho.

Sus palabras son tiernas, compasivas. —Ya hemos establecido eso.

Ya no tengo la fuerza para luchar sola. No puedo luchar contra él y


contra mí misma. Me hizo enamorarme de él sabiendo que nunca me
amará. ¿Cómo puede un hombre ser tan cruel?

—Por favor Gabriel, si sientes algo por mí, lo que sea, libérame. —Es mi
única esperanza de salvar lo que queda de mi corazón.

Me rodea con sus brazos y me acerca con cuidado, como si tuviera alas
de papel de arroz. Un abrazo es lo que ofrece, esta es su respuesta. No
me liberará. Lo que obtengo a cambio de amor es un abrazo de
consuelo.
—Te odio, —digo, sollozando en sus brazos, odiándome más porque no
puedo ni siquiera sentir las malditas palabras.

Me besa en la cabeza. —Te tengo, nena.

El hombre que me inflige este dolor es el que me ofrece el bálsamo,


sosteniéndome contra el calor de su cuerpo y susurrándome palabras
tranquilizadoras al oído. Gabriel es una constante que nunca cambia.
Me cuida ahora como lo hace después de azotarme con su cinturón o
con la palma de la mano. Su comportamiento cuando me hiere
emocionalmente es el mismo que cuando me tortura físicamente. No
tengo la fuerza para no tomar esta rama de olivo que me ofrece. No
tengo la fuerza para no caer en él. Como siempre, él está ahí para
atraparme y llevarme a través de su crueldad. Mientras me levanta en
sus brazos y se dirige hacia la escalera, ya lloro mi rendición.
TODOS LOS SERES VIVOS luchan por una cosa. La libertad. Reclamé
una mujer y le quité eso. En lugar de meterla en una jaula, le corté las
alas para evitar que se fuera volando. Con el tiempo, algunas criaturas
enjauladas son domesticadas. Algunas permanecen salvajes para
siempre. Valentina cae en la última categoría. Su espíritu es demasiado
fuerte, pero mi voluntad es más fuerte. Mi necesidad es aún más feroz.
La romperé una y otra vez, haré que se someta a mí una y otra vez,
hasta que ambos soplemos nuestro último aliento.

Ella es mi gatita negra.

Ella es mía para siempre.

Sus lágrimas me conmueven, pero no con la perversa lujuria que siento


por su dolor erótico. Este dolor me corta. La llevo a nuestro dormitorio y
abro la puerta de un codazo. Esta es una de esas ocasiones en las que
quiero amarla suavemente dándole consuelo para compensar lo que no
le daré… su libertad por la cual está luchando. El amor que ella merece.

Haciendo el trabajo rápido de desnudarnos a ambos, la bajo a la cama y


cubro su cuerpo con el mío. La toco entre sus muslos para comprobar
si está lista y la encuentro resbaladiza, ella siempre está mojada para
mí. No espero. Pongo mi polla en su entrada, separo sus pliegues y
penetro su coño, mi coño.

Cuando gime y se retuerce le doy más, y cuando empieza a jadear le doy


todo, llevando su cuerpo a un lugar donde el placer es libertad. Se
aferra a mí con brazos y piernas mientras su orgasmo la aplasta.
Nuestro acoplamiento es poco complejo, puro y completo. Atrapados el
uno en el otro, nuestros cuerpos conectados por unos momentos de
felicidad en los que ambos nos olvidamos de todo y todos.
CUANDO LLEGA LA MAÑANA, vuelvo a fingir. Es la única manera de
sobrevivir. No es como si nada más que mi corazón estuviera sufriendo.
Mucha gente está peor, sino mira al pobre Jerry. Estoy bien, soy
afortunada, podría haber sido yo con una bala en el cerebro. ¿Quién
necesita libertad y amor? Ya me cansé de regodearme en la lástima y
egoísmo. Hay otras personas a considerar.

Hoy es el primer día del nuevo tratamiento de Charlie. He dado mi


consentimiento porque no he podido encontrar ningún argumento por
el que no debamos intentarlo. No tenemos nada que perder. Espero
ansiosamente fuera de la sala de televisión donde Christopher está
trabajando con Charlie. Pedí quedarme con mi hermano, pero
Christopher dijo que eso obstaculizaría sus esfuerzos e inhibiría a
Charlie. Gabriel se sienta a mi lado en el pasillo en el infame asiento de
amor de Magda de Louis Vuitton, el cual Oscar casi arruina,
sosteniendo mi mano. Actúa como un buen marido y no hablamos de lo
de ayer.

Salgo de mis pensamientos en cuanto la puerta se abre. Christopher


sale primero.

—¿Cómo fue? —pregunto, saltando a mis pies.

—Muy bien, hemos progresado.

—¿En serio?
Charlie lo sigue. Se ve feliz, tranquilo y muy despierto a cómo es él en el
presente.

—Hola. —Toco su brazo—. ¿Cómo te sientes?

—Ge-genial.

—¿Tienes hambre?

—Ham-hambriento.

—¿Qué tal una hamburguesa? —Gabriel pregunta—. Puedo empezar la


barbacoa.

—Bu-burguesa.

—¿Madera o gas? —pregunta.

—Madera de corte.

A Charlie le encanta el fuego de leña. Puede mirar las llamas durante


horas.

—Vamos a ocuparnos del almuerzo entonces. Después, iremos a un


partido de fútbol con los guardias.

Gabriel se lleva a Charlie y me deja a solas con Christopher. Por mucho


que este resentida con mi marido, le quiero por esto.

—¿Crees que las sesiones harán la diferencia? —pregunto.

—Sí, lo creo. —El doctor cambia un maletín de una mano a la otra—.


Empezaremos con ejercicios de relajación general y luego trabajaremos
en el habla.

—¿Cuánto de sus viejos recuerdos le quedan?


—Es difícil de decir. Sólo puedo saberlo si lo llevo al pasado. ¿Por qué lo
preguntas?

—Sólo quería saber si nos recuerda como éramos antes del accidente.

—Ah. —Deja el maletín y se quita las gafas—. Señora Louw...

—Valentina, por favor.

—Valentina —una nota de precaución se desliza en su voz—, nunca


será como antes.

—Lo sé. Sólo esperaba...

—Es normal perder la antigua personalidad, la persona anterior al daño


cerebral, pero no es propicio para vivir en el pasado. Es mejor aceptar el
presente y optimizar lo que tenemos.

—Lo entiendo. —Extraño mucho a mi hermano. Anhelo al Charlie que


destruí.

Me mira con ojos entrecerrados. —Tal vez podrías usar algo de


hipnoterapia para ti. Viviste una experiencia traumática con el
accidente y el trauma es a menudo continuo para los que quedan para
cuidar a los heridos.

—Oh, estoy bien.

—No hará daño intentarlo. ¿No es eso lo que dijimos para Charlie?

—De verdad, estoy bien.

—Avísame si cambias de opinión.

Yo extiendo mi mano. —Gracias. ¿Puedo acompañarte a la salida?

Su apretón de manos es firme. —Quiero despedirme de Magda antes de


irme, pero no te preocupes conozco mi camino.
ESTAMOS en la mesa a la hora de la cena. Magda está a la cabeza y
Valentina frente a mí junto a Charlie. Nuestro camarero entra con el
vino.

—Nada de vino para Charlie o para mí, gracias, —dice Valentina, como
todas las noches.

—¿Agua, señora?

—Con gas, por favor.

Magda levanta un dedo. —Para, la de gas te dará indigestión.

Valentina no discute, pero le sirvo a mi esposa un vaso de agua con gas.


La mirada de Magda es condescendiente, como si fuera un niño que la
desafía obstinadamente con el único propósito de crear un conflicto.

Cuando se sirve el asado y Valentina añade sal, Magda dice: —No tanta
sal. No es buena para el bebé.

Fulmino a Magda con una mirada. —Su presión sanguínea está bien.

Magda toma un sorbo de vino. Su mirada se mueve sobre Valentina.


—¿No podrías ponerte un vestido más ajustado?
El vestido negro fue mi elección y Valentina se ve impresionante en él.
Muestra su creciente barriga como me gusta. Quiero que el mundo vea
que lleva mi semilla en su vientre.

Valentina se mueve en su silla, pero yo le guiño el ojo. —Me gusta.

Magda hace un sonido sarcástico. —Por supuesto que lo hace.

—¿Podemos por favor comer en paz, ahora? —pregunto de forma


directa.

Mordiéndose los labios, Magda me mira mal.

Durante un rato comemos en silencio, excepto por el ruido de los


cubiertos de Charlie. Tiene el hábito de cortar todo en su plato en
pedacitos.

A mitad de la comida, Magda está en su tercer vaso de vino. De vez en


cuando lanza una mirada irritada en dirección a Charlie, sus ojos se
centran en el cuchillo que arrastra por la carne.

Como si no pudiera soportar más tiempo el verle cortar la carne, Magda


se vuelve de lado en su silla, bloqueando a Charlie de su vista
periférica. —¿Alguna noticia de Carly?

La comida se me estanca en la garganta. Magda sabe que es un tema


delicado y que no me interesa discutirlo en la mesa. Yo trago y tomo un
sorbo. —Nada nuevo.

—La extraño —Magda suspira—. ¿Cuándo va a volver a casa? ¿No es su


visita de fin de semana, ella está retrasada?

Charlie deja caer su cuchillo. Hace un fuerte ruido al golpear el plato.


Magda se sacude y se pellizca los ojos durante cinco segundos,
probablemente contando para controlar su paciencia.

—Dije... —empieza.
—Escuché lo que dijiste. Sylvia y yo no trabajamos así y lo sabes. Carly
es lo suficientemente mayor para decidir cuándo quiere visitarnos. Sabe
que su habitación siempre está lista.

—Tal vez deberías forzarla Gabriel. —Su mirada sigue revoloteando


hacia Charlie que pellizca cada minúsculo trozo de comida en su plato
con un fuerte chasquido de su tenedor—. Eres demasiado dócil con ella.

Charlie da un mordisco y mastica exactamente diez veces antes de


tragar. Repite esto con cada bocado.

Magda se vuelve hacia Valentina. —Deberías tomar la habitación de la


izquierda para el bebé. ¿Has pensado en decorarla?

Valentina me mira. —Gabriel y yo no lo hemos discutido, todavía.

La dulce e increíble mujer que es me permitirá ser parte de la creación


de una habitación para Connor. Así es como decidí llamarlo, en honor a
mi bisabuelo al que admiraba mucho.

Le regalo una sonrisa, diciéndole cuánto me complace. —¿Qué te


gustaría?

—Estaba pensando en colores brillantes como el verde y el azul con un


tema de la selva. Algo feliz.

Si quiere monos y colmillos de elefante en las paredes puede tener eso.


Ella puede tener todo lo que quiera.

Como de costumbre, Magda tiene que lanzar clavos a la rueda. —¿Verde


y azul? —Ella repite—. No encajará con el resto de la decoración de la
casa. Vi una hermosa cuna de madera encalada con un edredón beige
bordado a mano. Quedará perfecta con paredes blancas y cortinas de
color arena. Deberíamos reemplazar la alfombra con azulejos. Una
alfombra se ensuciará demasiado con un bebé.

Valentina se sienta más recta. —Gracias por tu aporte, pero no es mi


estilo.
Es la primera vez que Valentina desafía a Magda tan abiertamente y a
Magda no le gusta. Yo, por el contrario, estoy extasiado que mi pequeña
esposa tenga la suficiente fuerza para defender lo que quiere.

—Bueno —Magda mira entre nosotros—, esta sigue siendo mi casa.

Es una declaración válida de un argumento. No hay mucho que


Valentina pueda decir al respecto y la mirada engreída en la cara de
Magda dice que lo sabe.

He estado jugando con la idea de conseguir nuestro propio lugar y


ahora mi decisión está tomada. El ambiente en esta casa es demasiado
tenso.
Se necesitan otras tres semanas de engatusamiento antes que Carly
acepte venir. No acepta una visita de fin de semana, pero me conformo
con el almuerzo del sábado que ella propone. Para que sea lo más
relajado posible, planeo una barbacoa en la piscina. Es otoño tardío y el
agua está muy fría para nadar, pero el día es soleado y agradablemente
cálido. Un almuerzo al aire libre nos hará bien a todos.

Carly no dice ni una palabra en el auto de camino a nuestra casa.

En la entrada apago el motor y me dirijo a ella. —¿Hay algo de lo que


quieras hablar antes de entrar?

Ella mira fijamente al frente con los brazos cruzados sobre su pecho.
—¿Cómo qué?

—Como el hecho que Valentina y yo estamos casados y vamos a tener


un bebé.

—Lo has dicho todo ¿no?

—No seas sarcástica. ¿Quieres hablar de cómo te hace sentir?

Me mira mal. —¿Avergonzada?

—Siento si mi elección te avergüenza, pero es una mujer buena, fuerte y


estoy orgulloso de ella.
—¿Como si estuvieras orgulloso de mamá?

—Esto no tiene nada que ver con tu madre y conmigo. Tu madre eligió
un camino diferente y yo lo acepté. Tú también deberías hacerlo.

Al apartar su cara de mí, se pellizca el dobladillo de su blusa. —La


tratas de forma diferente.

—¿Cómo?

—La amas más.

—Por favor, no la compares con tu madre. No es justo para ninguna de


las dos.

—¿Amaste a mamá?

—Mucho.

—¿Por qué cambió?

—La gente cambia. A veces, nos separamos o queremos cosas


diferentes.

—¿Mamá quería cosas diferentes, o eras tú?

—Señalar con el dedo y echar la culpa no ayudará. Es lo que es,


tenemos que aceptarlo y seguir adelante.

Ella resopla. —Ciertamente lo has hecho.

—¿Preferirías verme solo el resto de mi vida?

—No solo. Sólo con alguien diferente. Es una cazafortunas.

—Escúchame Carly. Valentina no pidió que la pusieran en esta


situación, si es culpa de alguien es mía. Esto es difícil para ella
también. ¿Intentarás al menos hacer un esfuerzo?
—Es por eso que estoy aquí, ¿no?

—Bien. Te lo agradezco y antes que entremos, hay más que deberías


saber.

Se vuelve hacia mí rápidamente. —¿Más? ¿Cuánto más puede empeorar


esto?

—Carly, —digo severamente. Intento ser paciente, pero su actitud no


ayuda.

—Vale, vale. —Pone los ojos en blanco—. Estoy escuchando.

—El hermano de Valentina se está quedando con nosotros.

Ella jadea. —¿Vas a mudar a toda su familia?

—Sólo su hermano.

—¿Por qué debe vivir aquí?

—Tiene daño cerebral y necesita muchos cuidados.

—Oh, Dios mío. —Hace una cara de horror—. ¿Una persona


discapacitada en nuestra casa?

—Estoy orgulloso de la forma en que Valentina lo cuida.

—Dale una estrella dorada en la frente o algo así. ¿No tiene otra familia
que pueda acogerlo?

—No y ese no es el punto, yo me ofrecí.

—¿Qué tan loco está?

—Él no está loco, perdió algunas de sus funciones cognitivas y la


mayoría de las veces, repite partes de las palabras.
—Esta va a ser la loca fiesta de té del Sombrerero Loco.

—No toleraré este tipo de comentarios, ¿entendido?

Da una bocanada de aire. —¿Podemos entrar ahora? Hace calor en el


auto.

—Recuerda lo que dije. Esto no es culpa de Valentina.

Ella sale dando un portazo. Respiro profundamente. Admito que no


esperaba que estuviera extasiada. No la culpo por estar disgustada,
pero no puedo permitir que sea mala con Valentina por algo que es
culpa mía.

Agarro el bolso de Carly de atrás y la sigo adentro.

—Estamos afuera, —grita Magda cuando el portazo anuncia nuestra


llegada.

En lugar de dirigirse a la cubierta, Carly me arrebata su bolso y se


dirige hacia las escaleras. —Te veré en la piscina. Me voy a cambiar.

Parte de la tensión sale de mi cuerpo cuando salgo y veo a Valentina.


Tiene un vestido ajustado con el pelo recogido. Dios es hermosa, el
tamaño de su vientre no la opaca, pero Valentina nunca ha sido
consciente de su belleza física. El hecho que no sepa lo hermosa que es
sólo la hace más deseable para mí. Un mechón que escapó de las
plumas elásticas sobre su sien y un rubor marca sus mejillas... son
señales que ha estado ocupada. Ella está ocupada alrededor de la mesa
de la veranda, que está puesta con vajilla verde y servilletas de color
amarillo brillante. Un ramo de girasoles es la decoración central y
Magda está acostada en una tumbona leyendo un libro, parece que
Charlie está haciendo papiroflexia por la forma en que meticulosamente
dobla las servilletas de papel.

Cruzo la cubierta y tiro de Valentina hacia mí con una mano en su


cadera. —Hola bonita.
Me sonríe. —Hice una ensalada de patatas y remolacha con pan de ajo.
Hay pastel de barro de postre. ¿Crees que servirá?

—Perfecto.

Me aseguro que ella reciba lo mucho que aprecio sus esfuerzos con un
beso suave. El rojo de sus mejillas se oscurece.

Primero mira a Magda y luego a las puertas corredizas. —¿Dónde está


ella?

—Cambiándose, bajará en un minuto.

Carly se toma su tiempo para unirse a nosotros. Cuando sale por la


puerta en traje de baño y con las gafas de sol en el pelo, estoy en mi
segundo té helado.

Besa la mejilla de Magda, pero ignora a Valentina y a Charlie.

Mi sangre empieza a hervir, pero me recuerdo que soy el único culpable.


Forzando la paciencia, cuento hasta diez y digo: —Carly, ¿no tienes algo
que decirle a Valentina?

Se vuelve hacia Valentina como si sólo se diera cuenta de ella ahora.


—Oh, sí. —Se deja caer en una silla y se pone las gafas de sol sobre los
ojos—. Tráeme una limonada con mucho hielo y ya que estás en eso,
tráeme una toalla.
Abro los ojos como platos. ¿Quién es esta chica tan perversa? Carly
siempre ha sido difícil, pero esta falta de respeto cruza una nueva línea.
El té se desliza por los bordes mientras golpeo el vaso contra la mesa.
En dos zancadas estoy al lado de Carly, tirando del brazo de ella. Ella
me mira con un sobresalto, su actitud engreída se desvanece. Magda
deja caer su libro y se pone en posición sentada.

—¡Papá!

Carly protesta mientras la arrastro por las puertas corredizas de vuelta


a la casa. Es hora de que los dos tengamos una charla. No como la
charla que tuvimos en el coche. Una conversación seria.

La primera sala disponible es la de lectura. La empujo dentro y estoy a


punto de cerrar la puerta cuando Valentina se acerca.

—Ahora no —gruño—. Esto es entre Carly y yo.

Su mano suave en mi brazo me detiene y es la mirada en sus ojos lo


que me hace vacilar. No puedo resistir esta súplica, con sus ojos muy
abiertos.
—Sólo cinco minutos, —dice.

Educar a Carly con modales es mi responsabilidad, pero también es el


derecho de Valentina a defenderse. Con mucha dificultad, me retiro de
la habitación, pero no puedo ir más allá de la puerta donde me detengo
para escuchar descaradamente.

—Estás molesta, —dice Valentina.

—Claro que sí, lo estoy.

—Entiendo. Las noticias sobre el bebé deben ser difíciles de manejar. A


mí también me sorprendió.

—Sólo te embarazaste para atrapar a mi padre.

—Fue un accidente que ninguno de los dos planeó.

Hay lágrimas en la voz de Carly. —¿Cuánto tiempo has estado


durmiendo con él?

—Eso es privado —responde Valentina suavemente—, y no es asunto


tuyo.

—¿Lo sedujiste?

—No.

—¿Y luego qué?

—No entiendo tú pregunta.

—Él dijo que tú no pediste esto. —Hay un largo silencio antes de que
Carly vuelva a hablar—. ¿Te... obligó?

Mi corazón deja de latir. Valentina me odia, no tiene ninguna razón


para proteger a mi hija de la fea y cruda verdad. Sí, la obligué, la
obligué a rogar primero, pero no le di otra opción. En realidad, no.
El temblor en la voz de Valentina es tan diminuto, que si no la
conociera tan bien como lo hago, no lo hubiera percibido. —¿Por qué
preguntas eso?

—Le pasó a los amigos de mi madre. La criada está embarazada con el


bebé del marido y dijo que no tenía elección porque él la obligó.

La voz de Valentina es firme y tranquilizadora. —No nos pasó a


nosotros.

—¿No te violó...?

—Absolutamente no. Por favor, no pienses en tu padre de esa manera.

—Así que no eres una víctima.

—No, no lo soy.

—Si no eres una víctima, no puedo sentir lástima por ti.

—No te pido que sientas lástima por mí. Te pido que intentes que nos
llevemos bien.

—¿Por qué? ¿Por qué debería? Ni siquiera me gustas. Eres de clase baja
y pobre.

—Me parece justo. Entonces inténtalo por el bien de tu padre.

—No estoy haciendo nada por su bien. No me habló antes de casarse


contigo para ver cómo me sentiría, así que ¿por qué debería considerar
sus sentimientos?

—Él te ama Carly. No lo alejes. Si nos esforzamos un poco, podemos


llevarnos bien.

—Dame una buena razón para que me lleve bien contigo.

—Vas a tener un hermanito o hermanita. ¿Eso no cuenta para nada?


Carly se queda callada. Durante varios segundos, ninguna de las dos
habla. Finalmente, Carly dice con una voz rota, —siempre he querido
un hermano o hermana, pero no de ti.

—No podemos cambiar que soy yo, pero estoy segura que a este bebé le
encantará tener una hermana mayor.

Carly inhala. —¿Tú crees?

—Sí. Esperaba que me ayudaras con las compras del bebé.

—¿Esos zapatos diminutos y pijamas con orejas de conejo?

Valentina se ríe. —Y un oso de peluche. Todos los bebés necesitan un


osito de peluche.

—Oh Dios mío, sé exactamente a dónde ir. La hermana mayor de


Tammy tuvo un bebé el mes pasado. Deberías ver los lindos vestidos de
bebé y las cintas de pelo a juego que le compramos. ¿Puedo ayudar con
la habitación?

—Sí, puedes.

—No voy a pintar sin embargo. Oh, y no voy a cambiar pañales.

—No hay pintura, no a los pañales. Lo tengo.

Carly balbucea excitadamente sobre talco para bebés, móviles y


mantas.

Por primera vez en meses, escucho a Carly reír. Apoyó mi cabeza contra
la pared y trago con fuerza. No merezco el encubrimiento de Valentina,
pero lo acepto de todos modos.
APARCAMOS frente a una casa de dos pisos con un vestíbulo circular
como una torre abstracta de un castillo. Los pilares que enmarcan la
entrada son una versión moderna, fuera de lo común del Arco del
Triunfo, la casa está pintada de gris, negro y burdeos. Nunca he visto
nada parecido.

—¿Dónde estamos?

Gabriel apaga el motor, pero no responde. Sale y viene ayudarme desde


el coche. Fue un largo viaje hasta el suburbio norte de Broadacres y nos
quedamos atascados en el tráfico. Me estiro para aliviar el dolor de mi
espalda. Su mano se mueve hacia la parte baja de mi espalda, sus
dedos masajean suavemente los músculos doloridos.

En las puertas de cristal, me da una llave con una cinta roja que pasa
por el agujero.

—Gabriel, ¿qué es esto?

—Nuestra nueva casa.

Incapaz de formar palabras, mi mirada se desplaza de las llaves a las


puertas. Detrás del cristal, hay un gran espacio abierto y amueblado.

—¿No vas a abrir? —pregunta con una peculiaridad en sus labios.


Busco a tientas que la llave entre en el ojo de la cerradura y finalmente
me las arreglo para dejarnos entrar.

Nuestros pasos resuenan en las baldosas de pizarra. Una escalera de


caracol lleva de la torre al primer nivel. A la izquierda hay un salón y al
fondo una cocina. Los acabados son de acero industrial.

—Venga. —Me toma de la mano y me acompaña a través de la casa.

La planta baja incluye una sala de vinos con nevera, una oficina para
Gabriel, un cine insonorizado, una barbacoa cubierta que da a una
piscina climatizada, un jacuzzi, un bar, un baño, una sala de sauna y
un gimnasio. La cocina lleva a una despensa y al desayunador de la
casa y de la cocina de la casa a la habitación de las criadas y a un
garaje doble.

Él mide mi reacción mientras me lleva arriba. —¿Te gusta?

La decoración es minimalista y moderna. Puedo ver por qué a Gabriel le


gusta. —Es muy impresionante.

Satisfecho con mi respuesta, me muestra cuatro espaciosos


dormitorios, cada uno con un baño en suite.

Desde el dormitorio principal, entramos en el balcón que tiene vista a la


piscina.

—Charlie puede tener el dormitorio más grande a la derecha y podemos


romper una puerta de la nuestra a la habitación de la izquierda para el
bebé.

Me apoyo en la barandilla y lo miro. —¿Por qué? —Magda tiene una


gran casa y hasta ahora Gabriel se ha conformado con vivir allí.

—Quiero que seas feliz. Quiero que compres lo que quieras, que lo
decores como quieras y que pintes las paredes de verde si eso es lo
tuyo.
Tengo que reírme. No puedo imaginar que las paredes grises de esta
casa sean de un verde loco.

Él me toma de las caderas y presiona nuestros cuerpos inferiores


juntos. —Prométeme que la habitación del bebé tendrá un tema de la
selva. Tengo mi corazón puesto en ello.

Más burbujas de risa sobre mis labios. La charla sobre bebés y


decoración es tan diferente a la de Gabriel.

—Quiero que esto sea bueno para ti, Valentina. —Me aparta el cabello
de la cara—. Tener un bebé no será fácil. Quiero que estés tan cómoda
como puedas.

—Gracias, —susurro, no por la casa sino por sus esfuerzos.

Me besa y sonríe en mis labios. —¿Significa eso que te gusta la casa?

—Sí, lo hace.

—Entonces nos mudamos la semana que viene.

Tejo mis dedos a través de su grueso pelo, manteniéndolo en su lugar.


—No me importa dónde vivamos, mientras no dejes de tocarme.

Su sonrisa se ha ido y su expresión es de seriedad. —Te entrené tan


bien.

—¿Significa eso que te gusta? —Le pregunto, devolviéndole sus


palabras.

—¿Me gusta? —El calor invade el azul helado de sus ojos—. Me


encanta, vivo para ello, joder.

Mientras sus dedos van a la cremallera de mi vestido, me derrito por él,


deseando lo que puede darme mucho antes de que me lo de. Ya sea que
me arrastre a Berea, Broadacres, o al infierno, no hay diferencia.
Mientras se alimente de mi placer, sus brazos me mantendrán caliente,
y podré seguir
eguir fingiendo que le importo más que mi cuerpo.

LA MUDANZA tiene lugar el lunes siguiente. Para el martes, estamos


instalados. Como la casa vino completamente amueblada, todo lo que
tuvimos que mover fue nuestra ropa y el equipo de oficina de GabrielGabriel.
Una de las noches que Gabriel trabaja hasta tarde, invito a Kris a cenar
para mostrarle nuestra nueva casa. No me habría sentido cómoda
invitándola a la casa de Magda. Al menos aquí, puedo hacer lo que me
plazca. La libertad se siente increíble. La ironí
ironíaa de ese sentimiento no se
me escapa. Soy todo menos libre, pero a medida que pasan los días y mi
estómago crece, un nuevo entumecimiento embota mis sentidos hasta
que ya no pienso en mi cautiverio.

El intercomunicador zumba mientras caramelizo el azúcar c con un


soplete de cocina sobre la crème brûlée. Oscar, que ahora vive con
nosotros al igual que Bruno, salta desde el inestimable cuenco de plata
de la mesa de café.

—Yo atiendo —dice


dice Rhett desde el gimnasio.

Rhett y Quincy residen con nosotros en el cuarto del personal destinado


al servicio. Cada uno tiene un estudio independiente con una cocina y
un baño. Gabriel insiste en que uno de ellos se quede conmigo cuando
no esté en casa. Los guardias apostados en nuestra puerta no viven
aquí. Trabajan por turnos. Los arreglos de vivienda con Quincy y Rhett
funcionaron bien ya que no quiero una criada que viva en la casa y
prefiero encargarme de la cocina yo misma, tal vez por los recuerdos
que evoca ese papel. Debido al tamaño de la casa, nos vimos obligados
a contratar un servicio de limpieza que viene dos veces a la semana. El
resto lo puedo manejar entre trabajar en la clínica de Kris y completar
un Máster De Administración de empresas para ayudarme a dominar la
gestión empresarial. La casa, el trabajo, Charlie y los estudios me
mantienen ocupada, pero nunca he sido una persona ociosa y me gusta
sentirme útil.

—Aquí está tu invitada —dice Rhett, sosteniendo la puerta para Kris.

—Gracias Rhett. La cena está casi lista. ¿Te gustaría unirte a nosotros?

—Sí. —Su sonrisa es entusiasta. A Rhett le encanta la comida casera—.


Déjame darme una ducha rápida.

Al acercarme a Kris, le doy un abrazo. —¿Cómo estuvo el tráfico?

—No está mal. —Mira a la entrada de doble volumen, gira en círculo y


silba entre los dientes—. Vaya.

—¿Te gusta?

—Demasiado moderno para mí gusto, pero es... wow.

—Charlie, ven a saludar —le llamo de la sala de cine—. Kris está aquí.

Charlie salta a través de la puerta y la abraza como si no se hubiera


despedido de ella en la clínica hace sólo tres horas.

Kris olfatea el aire. —Huele a carne de vaca Stroganoff.

—Buenas habilidades olfativas. ¿Vino o cerveza?

—Cerveza.

—En la nevera, sírvete tú misma.


Kris coge una lata y mira alrededor mientras pongo la comida en la
mesa.

—Hay un montón de puertas y ventanas de cristal.

—Amo la luz.

—¿Qué hay de la seguridad? No veo barras de ladrones.

—Cada puerta y ventana está equipada con una persiana metálica a


prueba de balas. Ningún cortador de metal puede atravesar el acero. En
caso de emergencia, podemos derribarlos en segundos con sólo pulsar
un botón. Tenemos un panel de control en la cocina y arriba en nuestra
habitación.

—No juegan al tonto.

—Conoces a Gabriel.

—Sí, esto suena como él. Ese hombre es locamente protector contigo.
No quiero ver cómo va a estar cuando nazca el bebé.

Rhett entra en la cocina con el pelo mojado. —¿Es el Stroganoff lo que


estoy oliendo?

—Acertaste, —dice Kris.

Se frota las manos. —¿Comemos antes que se enfríe?

Kris se ríe. —¿Hambriento?

Yo sirvo el plato y Charlie sirve el agua, Rhett no bebe cuando está de


servicio.

—Val me dice que puede disparar a una diana. ¿Es cierto? —Kris le
pregunta a Rhett.
Me da una mirada de advertencia. —Se supone que no debes
anunciarlo.

—Sólo se lo dije a mi mejor amiga. —Yo sonrío—. Estaba orgullosa.

Tendré que retomar el entrenamiento de defensa personal después del


nacimiento, pero convencí a Rhett que me llevara al campo de tiro
cuando Gabriel se quede hasta tarde por negocios.

—Mis labios están sellados —dice Kris—, y creo que es bueno que Val
sepa cómo defenderse.

Rhett le da a Kris una media sonrisa. Su culo estará en juego si Gabriel


se entera.

—¿Cómo van las sesiones de Charlie? —Kris pregunta, cambiando


afortunadamente de tema.

—Bien. —Le doy una palmadita en la mano a Charlie—. Christopher


dice que está haciendo progresos. ¿No es así?

—Pro-progreso.

Kris levanta su cerveza. —Por el progreso de Charlie y por el mejor


entrenador del mundo, que ahora también puede disparar como un
profesional.

Nuestra risa es interrumpida por el teléfono de Rhett.

—Discúlpame. —Mira la pantalla—. Es Quincy. Tengo que atender la


llamada.

Deja la mesa y camina hacia el rincón más alejado del salón, pero la
acústica del espacio abierto nos llegan sus palabras.

—¿Qué? —Hace una pausa para escuchar—. Vale. Claro. No te


preocupes, se lo diré.
Mis oídos zumban con pinchazos de presagios. —¿Gabriel está bien?

Vuelve a la mesa, con una expresión preocupada. —Es Carly. Ha sido


arrestada por posesión de drogas. Gabriel está en la comisaría, él
llegará a casa más tarde de lo previsto.

Kris se cubre la boca con una mano. Sólo Charlie come sin ninguna
preocupación en el mundo. Mi apetito por la comida se ha ido. Todo lo
que quiero es estar con Gabriel.

—No hay nada que podamos hacer —dice Rhett—. También podemos
disfrutar de nuestra comida.

Para cuando Kris se va, todavía no hay noticias nuevas de Quincy o


Gabriel. Rhett se va a la cama y yo veo una película con Charlie para
distraerme, pero no puedo concentrarme en nada. Finalmente, no
queda nada más que enviar a Charlie a la cama y esperar. Me ducho y
me pongo un camisón antes de ponerme cómoda en el sofá del salón
con un libro. Mi mirada sigue parpadeando hacia la puerta, buscando
los faros del auto de Gabriel en la entrada.

Son más de las tres de la mañana cuando él regresa.

Cuando abro la puerta, me estrella contra él y entierra su cabeza en mi


cuello. —¿Qué haces levantada? —Besa el punto blando en la curva de
mi hombro—. Es tarde.

—¿Ella está bien? —Me aparto para mirarlo—. ¿La policía presentó
cargos?

Cierra la puerta y gira los tres cerrojos antes de tomar mi mano y tirar
de mí hacia la barra. Me sirve un zumo de tomate, por el que sentí un
repentino deseo y un whisky para él.

—No hay cargos.

—¿Su abogado la sacó?


—No es mi abogado. Magda.

No tiene que decir más. Magda tiene conexiones cuestionables con la


policía.

Se sienta en uno de los taburetes y me lleva a su regazo. —La policía


hizo una redada en un club nocturno. —Sus ojos helados se vuelven
tormentosos—. Encontraron un gramo de coca en ella.

—Oh, Gabriel. —pongo una mano en su mejilla.

—Tiene dieciséis años, por el amor de Dios. —Me toma la mano y se


frota su mandíbula en mi palma—. Sylvia dijo que no lo sabía. Dijo que
Carly se escapó.

—¿Las drogas?

—Carly dijo que un amigo se lo dio. Ella juró que sólo lo intentó una
vez. Se suponía que esta noche sería su segunda vez. Creo que el
arresto fue una buena lección. La asustó muchísimo, sobre todo porque
no tiene la edad legal para acceder a ese club. —Me acaricia
distraídamente el pelo—. Me prometió que no lo volvería a hacer, pero
¿cómo puedo confiar en ella, ahora?

Envolviendo mis brazos alrededor de él, apoyo mi cabeza en su pecho,


ofreciéndole el poco consuelo que puedo.

—Valentina. —Me agarra la barbilla e inclina mi rostro hacia él—. No sé


qué haría sin ti.

Como él siempre está ahí para mí, yo estoy ahí para él. Sabe que puede
contar conmigo, pase lo que pase. Es un vínculo invisible que se hace
más fuerte con cada día que pasa. No sé si es el bebé o el tiempo que
pasamos juntos lo que nos acerca, pero no importa. Nunca me he
sentido más conectada a nadie que a Gabriel y eso me asusta.

—No me dejes, —le suplico.


Es un miedo irracional que contribuyo a mis hormonas de embarazo y
una extraña petición que viene de alguien que rogó ser liberado hace
menos de un mes. Quiero quedarme, pero por mi propia voluntad y
hasta que Gabriel me deje ir, nunca confiará o creerá en mí cuando le
diga que le quiero y no huiré.

En lugar de señalar el cambio en mis demandas, Gabriel junta nuestros


labios y me besa tiernamente. —Nunca, nunca podré dejarte ir.

Abrazando ese conocimiento, me inclino hacia él, inmensamente


agradecida por mi mundo imperfecto.
EL MES que sigue es el más feliz de mi vida. Tengo contratiempos con
Carly, pero nuestra relación nunca ha sido mejor. Ella me visita todos
los fines de semana. Valentina sugirió que eligiera una habitación y la
decorara ella misma, lo cual Carly apreció. Celebramos su
decimoséptimo cumpleaños con un almuerzo tranquilo en casa y
después hizo las compras del bebé con Valentina. Aunque nunca verá a
Valentina a través de mis ojos, se están llevando bien, sobre todo
gracias a los esfuerzos de Valentina, por los que siempre estaré en
deuda.

El negocio está tranquilo para variar. Magda ha aceptado finalmente mi


decisión de mudarme y por una vez no estamos chocando. La distancia
es lo que necesitábamos. Nos llevamos mejor no viviendo bajo el mismo
techo. Quincy y Rhett aman a mi esposa y sólo la atención de ella y
dedicación a mí y sólo a mí, hace que me trague mis celos. Teníamos
una puerta entre nuestra habitación y la habitación del bebé y
Valentina compró la pintura verde brillante. Estoy seguro que es sólo
para enfadar a Magda, pero yo estoy de acuerdo.

En lo que respecta al mundo, somos recién casados. Diablos, en lo que


a mí respecta, esto es lo más normal que hay. No puedo quitarle las
manos de encima y necesita mis avances invasivos. Puedo amarla con
fuerza o tenerla en mis brazos viendo una película. No importa si
estamos nadando con Charlie o limpiando la mesa después de las
comidas, amo cada minuto con ella. Me encanta la forma en que su
vientre se hincha con la vida que creamos. Cada vez que la miro, tengo
este terrible miedo que no sea real, que sea demasiado bueno para
durar. Como una persona encaprichada, voy a la deriva en la nube que
he fabricado, ciego a todo lo que no sea el placer de mi esposa y mi
propia euforia.

En una de esas cálidas y soleadas mañanas de invierno por las que es


famoso el Highveld, estamos descansando en la piscina cubierta. Tengo
las piernas de Valentina en mi regazo, masajeando sus pies. Ella gime
mientras trabajo en sus puntos de presión. Robo miradas a su cuerpo
vestido en un bikini. Con su vientre de seis meses, parece un pináculo
de fuerza y vulnerabilidad. Charlie descubrió el amor por el agua. Es un
gran nadador. Sin embargo, lo vigilo mientras da vueltas desde la
superficie hasta la profundidad. Más tarde, iré a buscar a Carly para el
fin de semana. Tenemos planeada una barbacoa. Sólo estamos
nosotros, Rhett, Quincy y un par de amigas de Carly. Después, el plan
es relajarse con un par de películas. Espero con ansias la tarde. El
tiempo para la familia es exactamente lo que necesito. Oscar salta de mi
toalla mientras mi teléfono vibra.

Reviso la pantalla es Sylvia. Carly debe llegar tarde, como siempre.


Pulso el botón para contestar y me encuentro con un ruido tan extraño
y escalofriante que mi mente se niega a colocarlo. Me siento, cada
músculo se pone tenso.

—¿Sylvia?

Una serie de palabras incoherentes mezcladas con sollozos histéricos


siguen. Muevo los pies de Valentina a un lado y me pongo de pie, mi
única conciencia es el dolor agudo que se dispara en mi cadera y el
entumecimiento que se instala sobre mi corazón.

—Sylvia, respira hondo y dime qué te pasa.

Sus sollozos se vuelven más distantes. Hay un ruido de sollozos antes


de que otra voz se ponga en la línea.

—¿Señor Louw?

—¿Quién es usted? ¿Qué está pasando?


—Soy un paramédico señor. La Señora Louw no está en condiciones de
hablar, en este momento. Tenemos que pedirle que venga a la Clínica
Garden.

—¿Qué ha pasado? ¿Quién está herido?

—Es su hija, señor. —Hay una corta y horripilante pausa, y luego las
palabras que no puedo enfrentar—. Lo siento mucho.
Mi pecho se encoge. Mis costillas contraen mi corazón. El ruido estático
zumba en mi cabeza.

Mi pequeña niña.

—¿Gabriel?

La voz de Valentina me llega a través del zumbido de mis oídos. El


sonido es lejano y distorsionado.

Sólo treinta y siete años de experiencia me permiten poner un


pensamiento cognitivo delante de otro. Dile a Quincy que se quede con
Valentina. Trae el auto. Conduce a la clínica. Llama a Magda en el
camino.

—¿Gabriel?

Me vuelvo hacia mi esposa embarazada, sin ver nada más que su


vientre y nuestro bebé por nacer. —Es Carly —digo en piloto
automático—. Está en el hospital.
—¿Qué pasó? —pregunta en voz baja.

—No lo sé. —Pero si lo sé. Por favor no, no Dios mío. No puedo
sobrevivir a esto. Todavía hay esperanza.

Ella se envuelve alrededor de su cuerpo. —Iré contigo.

—No.

La palabra es dura y enfadada. No era mi intención, pero no puedo


controlar mi entonación. Necesito espacio. Necesito ataviarme en el
coche para poder ser fuerte antes de llegar a la clínica. Sylvia no querrá
a Valentina allí y no tengo suficiente ánimo para lidiar con lo que espera
y proteger a Valentina. Sobre todo, no quiero exponer a Valentina a un
hospital con gérmenes y una situación estresante en su frágil estado.

El dolor invade sus ojos, pero se le pasa rápidamente. —Está bien.


Avísame, por favor. Avísame si necesitas lo que sea.

Las gotas de agua salpican el lado de la piscina donde Charlie está


nadando. El olor del cloro llena mis fosas nasales. El zumbido perezoso
de una abeja se vuelve hacia mi oído. Oscar se lame la pata y se la pasa
por la cara. Una brisa agita la lavanda en el invernadero al borde de la
piscina y lleva el aroma a la cubierta. La fragancia de la flor limpia se
infunde con el olor fresco del césped cortado. Los olores se mezclan con
el cloro del agua para crear un perfume de verano en pleno invierno.
Nuestro pequeño paraíso artificial. Cada detalle se amplía. Cada
impresión es clara y sin desorden. Es la adrenalina del choque. Lo tomo
todo y lo imprimo en mi mente, sabiendo instintivamente que las cosas
nunca serán iguales. La vida nunca será tan despreocupada y feliz
como lo fue esta mañana.

Le doy a Valentina un beso en los labios. —Cierra la puerta tras de mí.

En el salón, tomo mi camisa y mis pantalones de la parte de atrás del


sofá. Cambiando el traje de baño mojado, los dejo en un charco
desordenado en el suelo y me pongo los pantalones sin bóxer. Mientras
me abrocho la camisa, llamo a Quincy por teléfono. No pierdo el tiempo
caminando hacia su habitación.

—Voy a salir. —Cojo mi cartera y mi chaqueta de la cocina—. Vigila a


Valentina y a Charlie, están junto a la piscina.

Una vez que despejo las puertas, piso el acelerador, rompo todos los
límites de velocidad y hago enojar a más de un taxi. Es sólo cuestión de
minutos antes que me convierta en una víctima de la ira del camino.

Uso el control de voz para llamar a Magda.

—Estoy en camino —dice—. El novio de Sylvia me llamó.

El estacionamiento de la clínica está afortunadamente vacío. Maldigo mi


pierna mientras corro muy despacio hacia la entrada y atravieso las
puertas.

—Carly Louw —anuncio en la recepción.

La recepcionista evita mis ojos. —Salón número seis, señor.

—Es Louw —repito—, Mi hija ha sido admitida. —Estará en el ala de


emergencias, en un quirófano o en cuidados intensivos. No en la sala de
espera. Por favor, Dios. No en la sala.

—Los demás lo están esperando señor, sala seis.

No el salón. No la sala.

—¿Señor?

—Sí. —Me vuelvo hacia las habitaciones privadas, cada paso más lento
que el anterior.

El salón no.
Mi palma se aplasta en la puerta, justo debajo del seis. Una vez que
empujo la puerta para abrirla, no puedo volver atrás. Una vez que cruzo
el umbral, mi vida nunca será la misma. Pero el mundo gira a mí
alrededor bajo mis pies y no hay más remedio que avanzar con el
tiempo. Aplico la presión necesaria, impulsándome hacia la habitación.

La puerta chasquea suavemente detrás de mí con una finalidad


extraña, encerrándome en la realidad que se encuentran en el salón. Mi
mirada recorre el espacio, mis ojos conectando con cada persona que
comparte mi destino. Sylvia está encorvada. François, su novio, se
esfuerza por sostenerla. Magda está de pie junto a ellos, su bolso Gucci
balanceándose inútilmente de un lado a otro de su mano. Frente a ellos
hay un capellán. Deja de hablar en mi entrada. Los ojos de Magda
encuentran los míos. Así es como deben ser mis ojos… oscuros y vacíos.
Me da una pequeña sacudida de su cabeza, preparándome.

—Señor Louw. —El capellán inclina la cabeza y me toma del hombro—.


Lo siento.

Todavía tienen que decirlo. Alguien tiene que decírmelo.

Sylvia levanta la cabeza. El enojo y la culpa tergiversan sus rasgos, pero


no la aceptación. Siento mucha simpatía por ella, en este momento. Ese
es el peor sufrimiento... el camino hacia la aceptación.

—Dígame. —No me lo digan. Hasta que no lo digan, no es real.

El capellán me aprieta el hombro. —Su hija... eh… —mira un trozo de


papel sobre la Biblia que tiene en la mano—, Carly, se ha ido."

—¿Irse? —Yo digo.

El clérigo vacila bajo mi mirada dura.

—¿Irse a dónde?

—Señor Louw.
Dice mi nombre como si fuera una apelación. ¿Una apelación para qué?
¿Una apelación para que no lo diga?

—¿Qué? —Lo desafío.

Es Sylvia quien da un paso adelante. —Ella está muerta. Está muerta,


Gabriel. ¡Está muerta! —Se lanza hacia mí, me golpea en los brazos y
me da una bofetada— ¡Fuiste tú! ¡Por ti! ¡Es todo culpa tuya!

Asumo la culpa y puñetazos, deseando a Dios que me golpee más fuerte


para no sentir la antorcha quemando un agujero en mi corazón.

El capellán y Francois la alcanzan simultáneamente, tratando de


sacarla, pero ella renueva su ataque, gritando y sollozando con mocos
que salen de su nariz. Le extiendo un brazo, sosteniendo a los dos
hombres.

—¿Por qué? —grita, mirándome para obtener una respuesta— ¿Por qué,
Gabriel? ¿Por qué?

¿Por qué? Sí, por favor, que alguien me diga por qué. No lo sé. Sólo
puedo mirarla.

En mi silencio, se derrumba contra mi pecho, agarrando puñados de mi


chaqueta. —Nunca te perdonaré. Eres tú. Fueron tú y tus juegos. Tú, tu
esposa y tu nuevo bebé.

Al mencionar a mi esposa e hijo, me solté de su agarre, sosteniendo sus


codos para mantenerla estable.

Francois toma sus hombros y Sylvia se deja llevar a la esquina donde él


la mece en sus brazos.

Magda me mira con un rostro estoico y pálido. —Tuvo una sobredosis


de somníferos.

Sólo puedo asentir tanto en reconocimiento como en agradecimiento.


Necesitaba saber.
—Le
Le lavaron el estómago, —continúa,
continúa, pero no dice nada más. No tiene
que hacerlo.

—¿Quiere
¿Quiere que rece por ella? —pregunta el capellán.

Rezar no cambiará el hecho que se haya id


ido.
o. Está muerta. Rezar no la
traerá de vuelta.

—Deberíamos
Deberíamos discutir los arreglos del funeral. —Necesito
Necesito hacer esto.
Necesito mantenerme ocupado.

François me lanza una mirada de "no puedes hablar en serio".

—Sobre terapia... —el


el capellán empieza.

No escucho más. Ya estoy fuera en la puerta. La terapia ayudará tan


poco como rezar. Nadie en esa habitación puede consolarme. Yo no
puedo consolarlos. Sólo quiero salir.

TAN JOVEN

Su cara parece angelical. Pacífica.

El doctor retira la sábana para cubrirla. —Hicimos


cimos arreglos para que la
transporten a la morgue. —Me Me da una bolsa de hospital con sus
pertenencias—.. Siento mucho su pérdida.
Asiento sin apartar los ojos de la forma que hay bajo la sábana.

—Cuando estés listo —dice.

La puerta se cierra con un agradable clic. Por fin, estoy solo con mi
niña. Muevo la sábana a un lado para tomar su mano. Su piel está fría
cuando presiono mis labios contra ella.

—Siento haberte fallado, Carly.

Mi voz se quiebra. Lágrimas abrasadoras queman mi cara y caen por mi


cuello hasta el cuello de mi camisa. Por dentro soy pulpa. Un moretón
aplastado. Sólo mi condicionamiento me permite construir una pared
estoica en el exterior. He tomado muchas vidas, pero nunca he perdido
una. Mi padre, sí, pero eso fue diferente. No éramos cercanos. Nunca
me han abierto para dejarme expuesto y vulnerable. Soy un cascarón
hueco de debilidad, presa fácil para cualquier enemigo y los desafío a
todos a que me enfrenten, me saquen y terminen con esta miseria de la
que soy el único culpable.

He fallado.

¿En qué me equivoqué? ¿Fui demasiado duro con ella? ¿Demasiado


suave? ¿Por qué no lo vi venir? ¿Pasé muy poco tiempo con ella?
¿Estaba demasiado ensimismado? ¿Era mi estilo de vida? ¿Descubrió lo
que hago para ganarme la vida? Debí haberme negado cuando dijo que
se mudaba de nuevo con su madre. Nunca debí haberla llevado a casa
el día que se enfrentó a Valentina antes de empezar la barbacoa. Debí
haber insistido en que se quedara. Debí haberla obligado a hablar.
Debería haber sido más paciente. Debí haberla llevado a casa conmigo
después del susto de las drogas. No debí haber ignorado mi instinto. No
debería haber vivido en mi ignorante burbuja de felicidad egoísta.

Arrepentimientos y lamentos.

Alguien, Dios, alguien por favor, por favor, dígame en qué me


equivoqué. Quiero partir el cielo en dos y gritarle a la vida por
explicaciones, pero todo lo que hago es arrodillarme y presionar mi
frente contra la mano de mi hija muerta. Rezo para saberlo. Necesito
saber, pero nunca habrá una respuesta, no hay comprensión, no hay
absolución y no hay perdón. Sólo conjeturas y culpa. Sólo hay un "y si".

Cuando vienen a llevársela, encuentro a Magda esperando en el pasillo.


El exterior que tanto se esfuerza en mantener los descansos y sus
acusaciones tácitas se ven a través de sus rasgos.

—François llevó a Sylvia a casa —dice ella—. El doctor le dio un


tranquilizante.

—Me encargaré de los preparativos del funeral.

—Más te vale. Dudo que Sylvia se las arregle.

—¿Puedo llevarte?

—Scott me llevará —Ella duda—. ¿Estarás bien? —Su voz se quiebra en


la última palabra.

Por un breve momento, me atrae hacia ella, envolviéndome en su


abrazo. Es la primera vez que mi madre me rodea con sus brazos. Se
siente extraño y después de un latido de corazón se aleja. Las grietas de
su chapa se abren por completo. Las lágrimas bajan por sus mejillas y
el rímel negro atraviesa su base.

—Nunca la perdonaré por lo que le hizo a esta familia.

Me lleva un segundo entender de quién está hablando. Es más fácil


echar la culpa, pero ni siquiera Magda puede ser tan ciega.

—No es obra de Valentina.

—Es el bebé —susurra—, y todo lo demás.

Dejando todo lo demás en mi regazo, me deja con esa pesada carga y se


va. Tiene razón, por supuesto. Siempre he jodido todo en mi vida, mis
relaciones, mi hija y Valentina. Soy el que debería estar bajo esa sábana
blanca, soy yo quien no merece vivir. Aunque irónicamente aquí estoy.

Estacionando en el garaje de mi casa, me siento en silencio por un largo


rato. La vida me ha sido arrebatada. Estoy entumecido. No puedo llorar,
despotricar o delirar. No podré dormir ni comer, no podré trabajar o
pensar. Sobre todo, no puedo enfrentarme a mí mismo. Me siento en mi
auto, porque simplemente no tengo la fuerza de voluntad para hacer
otra cosa.

La puerta que conecta con la casa se abre y la luz se enciende.


Valentina se encuentra en un charco de tungsteno que brilla a través de
la fina tela de su camisón. Ilumina la redondez de su cuerpo, las
mentiras y errores que planté en su vientre.

—Gabriel.

Mi nombre es un sollozo. Ella debe haber escuchado. Scott o alguien del


personal de Magda habrían llamado a Quincy. Ella no se acerca ni
habla, ella espera que yo haga el primer movimiento, para ver lo que
necesito.

Me lleno de fuerza y obligo a mi cuerpo a obedecer y a salir de mi coche.


Sus brazos que me alcanzan son demasiado. No merezco su simpatía ni
su tranquilidad. Yo le hice esto. Le hice esto a Carly, soy la destrucción,
soy un monstruo. Una mirada de dolor se filtra en sus ojos cuando evito
su abrazo.

—Es tarde —digo, mirando hacia otro lado—. Duerme un poco.

Mientras me alejo, su suave susurro llega a mi espalda.

—Lo siento, Gabriel.

Sigo caminando, es lo que ella quería, es lo mejor para ella.

Llevo una manta y una almohada a mi estudio. No hay posibilidad que


duerma, pero necesito la pretensión de la rutina como el whisky que
sirvo. Bebo el licor fuerte, vierto otro y luego otro. Solo, caigo de rodillas
y me lamento en la almohada, llorando por la vida que creé y destruí.

En algún momento me habré desmayado, porque me despierto con un


dolor de cabeza del infierno y la garganta en llamas. Son las cinco de la
mañana. Tranquilamente camino por la gran casa yendo de habitación
en habitación de la nada y el significado vacío hasta que he hecho la
ronda completa y estoy de vuelta en mi estudio. La bolsa del hospital se
sienta en mi escritorio como un santuario, un recordatorio que nunca
me dejará ir.

Mis manos tiemblan cuando meto la mano dentro. Es como meter el


brazo en una caja llena de serpientes. No sé qué sacaré o cómo me
envenenará con más culpa y dolor, pero no puedo detenerme. Sacó una
camiseta blanca y unos pantalones cortos azules. Ropa interior sellada
en una bolsa de plástico. Su par de sandalias favoritas. Un sonido
crudo sale de mi garganta. La ropa es familiar, pero extraña. No en su
cuerpo, se parecen a las de otra persona y el sentimiento de extrañeza
me asusta. Quiero aferrarme a cada recuerdo, no perder ni una sola
fibra de emoción intangible o la vida de las bobinas de película impresa
en mi cabeza. Su primer diente, su primera sonrisa, su primer paso.
Dios, me duele. Esto corta y corta hasta que no soy más que carne
desmenuzada en el hueso.

Me dejo caer en mi silla, peleando con el cuello de mi camisa y rasgando


el botón que está estrangulándome. Lo siento, lo siento muchísimo.
Perdóname, Carly. Nunca me lo perdonaré. Mis manos se enroscan en
puños. Los golpeo en el escritorio tan fuerte que mis nudillos sangran.
La quiero de vuelta, quiero de vuelta a mi hija, quiero volver atrás en el
tiempo. La ira ardiente quema a través de mi cuerpo, sacudiendo mis
músculos. Cada onza de esa gruesa y negra furia se dirige a mí mismo.
¿Cómo podría no saberlo? ¿Cómo no lo vi?

Se necesitan varias respiraciones profundas antes que me calme un


poco. Tengo que comportarme racionalmente. Por el bien de todos los
demás, excepto el mío propio. Tengo que usar la máscara y seguir
adelante.
Mi atención vuelve a la bolsa de papel. Dándole la vuelta, le doy una
sacudida, anhelando más. Algo, cualquier cosa. Un sobre sellado se cae
con un ruido sordo. Dentro hay algo voluminoso. Paso mis dedos por
los bordes del papel. Se siente como una cadena. Rompo el sello y dejo
que el objeto se deslice hacia afuera. Es el colgante de mariposa de
platino de Carly, el que le regalé para su decimoséptimo cumpleaños.
Levanto la cadena y la sostengo hacia la luz. Cuelga de mis dedos, la
mariposa se eleva como un péndulo de izquierda a derecha, de derecha
a izquierda.

—Vuela alto y libre, princesa. —Aprieto las alas plateadas contra mis
labios—. Adiós.

Adiós. Aquí es donde hago las paces, encuentro mi aceptación. Será un


largo camino para la curación y honestamente no sé si podré hacerlo.
Sosteniendo el colgante sobre el frasco de recuerdos, dejo que la cadena
pase entre mis dedos, permitiendo que se me escape de las manos,
eslabón por eslabón. Cae con un tintineo sobre los recuerdos. Aquí es
donde pertenece, con todas las otras vidas que tomé. Me retuerzo las
manos, entrelazando los dedos hasta que me duele.

Esta fue la última vez.

La última.

Ya he terminado de matar.
ESTA NOCHE es una de las más largas de mi vida. Me doy la vuelta y
bajo de puntillas varias veces para ver cómo está Gabriel. La puerta de
su estudio permanece cerrada. Ni un solo sonido viene de adentro. Sólo
un fragmento de luz que se filtra por debajo de la puerta confirma su
presencia. ¿Qué hago? ¿Cómo se puede mejorar algo como esto?
Enfermo de dolor y preocupación, voy de un lado a otro de la cocina y el
salón hasta que la primera luz atraviesa la horrible noche.

El sol está débil hoy, con nubes de niebla que se acumulan en el cielo.
El día se siente triste, todo se siente roto. Mi corazón se rompe por
Gabriel. Estallo en lágrimas cada vez que recuerdo las horribles
palabras de Quincy, la forma en que me miraba con preocupación y
lástima mientras tartamudeaba las noticias, porque soy culpable de
esta tragedia. El embarazo fue difícil de soportar para Carly. Aún más
difícil fue el significado implícito que su padre y yo intimamos en
secreto, delante de sus narices. Si no me hubiera quedado embarazada,
nada de esto hubiera pasado. Carly habría sido felizmente inconsciente
y tal vez todavía viviera. Sí, definitivamente viviría. Cuanto más lo
pienso, más me avergüenzo del pecado ardiente. Esto es mi culpa. Si no
le hubiera rogado a Gabriel que egoístamente me dejara tener el bebé
que nunca quiso, esto no habría pasado. ¿Gabriel me perdonará alguna
vez? ¿Puedo perdonarme a mí misma? No puedo lidiar con las
respuestas, así que me concentro en el asunto más urgente... cuidar de
Gabriel.

Mi mirada alterna entre el sol naciente oscurecido detrás de las nubes y


la puerta del estudio. Cuando la puerta aún está cerrada a las ocho, me
doy una ducha apresurada y reviso a Charlie antes de empezar las
tareas del día en piloto automático. Doy de comer a Oscar y Bruno,
preparo el desayuno para Quincy, Rhett y Charlie.

Quincy me observa desde debajo de sus pestañas mientras preparo una


bandeja para Gabriel. —¿Cómo está?

Desvío mis ojos. —No lo sé.

—No ha salido de su estudio, —dice Rhett entendiendo.

Añado azúcar a la bandeja. —Necesita tiempo.

—Por supuesto. —Rhett se pone de pie y alcanza la bandeja—. Déjame


tomar eso por ti.

—Lo tengo —digo apresuradamente—. Termina tu desayuno.

Lo que quiero decir es que necesito ver a Gabriel. Me duele, quiero


verlo, calmarlo, decirle cuánto lo siento, si es que me escucha.

En la puerta, balanceo la bandeja en la mesa del pasillo y llamo.

Su voz suena al mismo tiempo fuerte y cansada. —¿Quién es?

—Valentina. —Me aclaro la garganta—. Te traje el desayuno.

El sonido de su silla raspando el suelo me llega a través de la puerta,


seguido de sus pasos desiguales. La puerta se abre una grieta.

—Gabriel...

—Yo lo tomaré.

Recogiendo la bandeja, la entrego y me lamo los labios secos en


preparación para lo que quiero decir, pero la sombra de la puerta cae
sobre mí mientras me la cierra en la cara con un brusco —Gracias.
—Tenías razón —dice
dice Rhett detrás de mí, haciéndome saltar
saltar—. Necesita
tiempo.

Me avergüenzo que Rhett haya sido testigo del rechazo de mis


condolencias. Es un claro reflejo del juicio de Gabriel. Siento como si la
culpa estuviera grabada en mi pecho. Primero mi padre y Charlie, luego
Tiny, Jerry y ahora Carly.

—Sí. —Me
Me alejo varios pasos de la puerta
puerta—.. Necesita espacio.

—Val —Rhett
Rhett me alcanza
alcanza—. ¿Estás bien?

—No soy yo quien está sufriendo. —Las


Las lágrimas me queman los ojos—.
ojos
Desearía poder sufrir por él.

—Lo sé. —Le


Le da a mis hombros un apretón tranquilizador
tranquilizador—. Sé cómo
piensas Val. No es tu culpa.

Incapaz de mirarlo a los ojos, vuelvo la cara a un lado.

—No es tu culpa. —Acentúa


Acentúa sus palabras con una suave sacudida.

—Claro, sí. —Me


Me libero
libero—.. Voy a empezar el almuerzo. Probablemente
tendremos visitas durante todo el día.

TANTA GENTE SE PASA a dar sus condolencias que pierdo la cuenta.


Socios de negocios, la mafia, funcio
funcionarios
narios del gobierno, empleados.
Todos llegan en trajes oscuros con caras respetuosas y flores caras,
murmurando palabras de simpatía y consuelo. Gabriel se sienta en el
salón, recibiendo las gotas y monsergas de los invitados que nunca
disminuyen lo suficiente como para concederle un momento de soledad.
La única manera en que puedo ser útil es horneando pasteles salados y
dulces, preparando ensaladas y guisos, que sirvo como la hora del día
lo exige. Bocadillos salados por la mañana, almuerzo de doce a dos, y
dulces por la tarde con té. Quincy y Rhett ayudan a cargar el
lavavajillas y a desempaquetar la vajilla en un ciclo continuo. Charlie
está feliz de encargarse de preparar té y café fresco.

Magda llega poco antes de la hora del té. A pesar de su valiente


compostura, su cara está cenicienta. Nos enfrentamos en una
atmósfera tensa junto a la puerta. Desde nuestra mudanza, no ha
venido a visitarnos, ni siquiera a ver la casa. No importa nuestra
historia, mi corazón sufre por su pérdida.

Pongo una mano en su brazo. —Magda, lo siento.

Ella se sacude del tacto. —Si no fuera por ti...

Mi estómago se hunde y mis entrañas se retuercen, la culpa me come


las tripas. Me hago a un lado para dejarla entrar. —Está en el salón.
—Hago un gesto al grupo que se aglomera en los sofás.

Sylvia llega unos minutos después del brazo de su novio. Su pelo está
en una trenza francesa y lleva maquillaje, pero parece demacrada. Sus
ojos me atraviesan y luego su mirada cae sobre mi gran estómago. La
forma en que me mira me hace sentir sucia, como si la hubiera
engañado o hecho algo malo. ¿Me equivoqué al rendirme ante los
avances de Gabriel? ¿No debería haber sido más fuerte? Una mejor
persona se habría resistido. Indefinidamente. Me siento como si
estuviera en el punto de mira a punto de recibir un juicio.

—Esta es ella —le dice a François—. Esta es la razón por la que mi


Carly se suicidó.
Las conversaciones tenues a nuestro alrededor hacen que las palabras
de Sylvia no se oigan. Nadie más que su novio y yo lo escuchamos. Por
eso, estoy profundamente agradecida. No estoy segura de poder
soportar los ojos de toda la sala sobre mí en medio del dolor de Gabriel.

Basta con un cambio en sus movimientos y ya no existo. Ella mira a


través de mí. Como Magda, camina al lado de Gabriel para recibir la
simpatía y el apoyo que le corresponde. No esperaba nada diferente,
pero deja clara mi postura. Gabriel y yo podemos estar casados pero es
sólo de nombre. Para todos los demás sigo siendo la criada, la esclava,
el juguete, la impostora. Ni siquiera puedo negarlo. Todas esas cosas, lo
soy. Las únicas personas que me prestan atención son Michael y
Elizabeth Roux.

Elizabeth me abraza junto a la puerta. —¿Cómo está él?

Sólo puedo sacudir la cabeza.

—Ven aquí. —Michael me abraza como un oso, sosteniéndome por dos


segundos contra su gran cuerpo.
Hasta ahora no me había dado cuenta de cuánto necesitaba un abrazo.
No hay nada oculto en el gesto. La única vibración que desprende es de
afecto platónico. Inmediatamente me gusta más.

Elizabeth tiene la palma de sus manos sobre mi estómago. —¿Me


permites?

Intento darle la brillante sonrisa de una madre embarazada, pero mi


esfuerzo vuela a media asta. —Seguro.

Pone su mano en mi vientre y mira a Michael con ojos brillantes. —Oh,


Dios mío. Juro que siento la patada del bebé.

—Ha estado levantando una tormenta desde esta mañana.

—Eres hermosa, Valentina. Realmente impresionante. ¿No es así,


Michael?

—Impresionante, —dice con una amable luz en sus ojos.

—Creo que estoy haciendo que el bebé se active. —Elizabeth aparta la


mano—. Obviamente le gusto. —Mira hacia el salón, absorbiendo a los
invitados—. Pobre Sylvia. —Su atención vuelve a mí—. Pobre Valentina.
Te odia, ¿Verdad?

—¿Es tan obvio?

Elizabeth pone una cara triste. —La forma en que te mira...

—Me lo merezco.

Michael me agarra la mano. —No, no lo haces, y si vuelves a decir algo


tan autodestructivo, pediré permiso a Gabriel para darte unos azotes yo
mismo.

Una voz de barítono que resuena detrás de nosotros me hace saltar.

—¿Qué fue eso, Michael?


Los tres nos giramos al unísono. Gabriel está de pie a dos pasos, su
camisa blanca y su corbata negra inmaculadas, como si no la llevara
puesta desde esta mañana. Parece tranquilo como si tuviera el control
de todo. Sólo la mirada atormentada en sus ojos congelados lo delata.

—Le estaba diciendo a Valentina que no se menosprecie, —dice


Michael.

Los ojos de Gabriel encuentran los míos. Penetran en mi alma,


haciéndome fría por dentro. —¿Es así?

—Nuestras más profundas condolencias, hombre. —Michael pone una


mano en el hombro de Gabriel—. No hay palabras.

—No, no las hay, —dice Gabriel.

—Gabriel. —Elizabeth lo abraza—. Si hay algo, cualquier cosa...

—Gracias.

—Felicidades por la boda —continúa Michael—. Nos alegramos por ti.

—Sí, —dice Gabriel sin mirarme.

Por dentro, me avergüenzo. Si tenía alguna duda sobre los sentimientos


de Gabriel hacia mí, ya no la tengo. Piensa como Magda y Sylvia. Es
sólo su sentido de la responsabilidad y el honor lo que le impide lanzar
sus verdaderos pensamientos en mi cara.

Elizabeth salva el momento haciendo preguntas a Gabriel sobre la


planificación del funeral. Todo el tiempo, me ignora sin ignorarme.
Finge que no estoy a su lado, pero somos tan conscientes el uno del
otro que nuestros cuerpos zumban.

La atmósfera es incómoda. El estrés es demasiado. Cada músculo de mi


cuerpo está apretado. Una banda se aprieta alrededor de mi abdomen,
presionando y sosteniendo por tres segundos antes de soltar. Después
de dos latidos el patrón se repite, pero no duele. Mis primeras
contracciones de Braxton Hicks.

Necesitaba escapar de la tensa situación, me ofrecí para conseguirles


un trago a Elizabeth y Michael, pero Gabriel me detuvo antes que
pudiera irme.

Sus dedos se ajustan alrededor de mi brazo. —No.

Lo miro con sorpresa. —¿Perdón?

—Sube y descansa.

¿Está tratando de echarme? ¿Se avergüenza de mí? ¿Que todos vean la


evidencia de lo que pasa entre nosotros por el tamaño de mi vientre?
Los sentimientos dolorosos me queman, pero este no es el momento ni
el lugar. No se trata de mí. O de nosotros. Se trata de él y Sylvia. Esto
es sobre Carly.

—Está bien. —Sonrío brillantemente para sus invitados—. Avísame si


me necesitas.

Aprieto mis labios cuando se produce otra contracción. Gabriel


mantiene mi mirada durante dos segundos más, sus ojos demasiado
fríos, demasiado penetrantes. Cuando la banda invisible de mi vientre
se afloja, ofrezco a Elizabeth y a Michael un saludo cortés y libero mi
brazo del agarre de Gabriel, girando hacia las escaleras, pero no me
deja ir. Su palma presiona sobre la parte baja de mi espalda.

—Te acompañaré.

No puedo estar a solas con él ahora mismo. Tengo miedo de la


intensidad de lo que sentí hace un momento, y sobre todo de su
honestidad. —Estaré bien. Quédate con tus invitados.

Y lo hace. Se da la vuelta y se va.


En nuestra habitación, me siento en la cama. Mis manos suavizan el
edredón que conoce nuestros secretos, nuestra vergüenza. La pena y la
culpa me destrozan. Mi corazón se rompe mil veces por el hombre de
abajo. Soy incapaz de consolarlo. ¿Cómo puedo hacerlo? Soy un feo y
sucio eslabón en la cadena de eventos que llevaron a la muerte de la
hija de Gabriel.
MAGDA SE ESTÁ IMPACIENTANDO conmigo. Golpea sus uñas en el
escritorio de la oficina de Nápoles. —Ha pasado un mes. Tienes que
seguir adelante.

Un mes desde que Carly se fue, y no puedo organizar mi mierda. Con


seguir adelante para Magda significa matar, por supuesto. Un idiota en
Braamfontein cruzó la línea cuando robó nuestra oficina. Hace un mes
no habría dudado. Habría eliminado al idiota sin pestañear, pero me
prometí a mí mismo, por Carly, que no traicionaría la memoria de mi
hija.

Le doy la espalda, mirando a la ventana que da al piso de abajo con


vistas a los juegos. —Te lo dije, he terminado y estoy fuera.

Hay ira en su voz. —Sin ti nos hundiremos.

—Tienes a Scott y a otros mil que puedes reclutar.

—Tú eres mi hijo. Aunque sea inútil, y gracias a... —Se corta a sí
misma, toma un poco de aire. Un aliento tembloroso se desliza en el
silencio—. Ahora no tenemos un heredero.

Maldita sea, no lo tenemos. Mi hijo no terminará como yo, como nunca


fue mi intención casar a Carly con un criminal digno de dirigir nuestro
turbio negocio. Lo que Magda no verá es que nunca tuvimos un
heredero, y nunca lo tendremos.
—Es asunto tuyo. —Me doy la vuelta para enfrentarla—. Haz lo que
quieras, pero me voy.

El desprecio deforma su boca. —¿Qué harás? ¿Cómo vivirás?

Me tiene agarrado de las pelotas y por la forma en que esa sonrisa


burlona se convierte en una sonrisa maliciosa, ella lo sabe. No tengo ni
idea. Tengo una esposa y pronto tendré un hijo al que cuidar. La gente
me odia. Los enemigos me guardan rencor. Necesito mantener a mi
familia a salvo, y la única manera de hacerlo es con dinero. Los
sistemas de alarma, municiones y guardias de última generación
cuestan dinero. Mucho dinero.

Arrojo mis opciones con cuidado. —Todavía podría dirigir la oficina,


encargarme de nuestros asuntos de negocios.

Me echa una mirada sarcástica. —En nuestro negocio los únicos jefes
respetados son los que se ensucian las manos.

—Podríamos limpiar el negocio.

Golpea su puño en el escritorio. —Así no es como funciona esta ciudad


y tú lo sabes. —Me señala con el dedo—. Intenta llevar un negocio
limpio de prestamistas y mira hasta dónde llegas. La competencia te
arruinará en un día y si no lo hacen, la policía y el gobierno lo harán.
Aceptarán sobornos de alguien dispuesto a pagarlos y estaremos
acabados. Terminados.

Lo triste es que tiene razón. Si no puedes hacer sobornos y jugar sucio,


vas a caer.

—No veré que mi duro trabajo para construir esta compañía hasta
donde está se vaya por el desagüe. —Acentúa su declaración con un
clavo que empuja en la madera pulida del escritorio.

No romperé mi voto. Eso deja sólo una opción. —Lo siento, Magda.
Supongo que eso significa que estás sola.
Su cuerpo se pone rígido. Empujando hacia atrás su silla, se levanta
majestuosamente. Parece como si su espalda estuviera a punto de
romperse. El fino vello de su labio superior y su barbilla tiemblan. Sus
fosas nasales se expanden y tiemblan como un león que huele a ciervo.

Presiona sus palmas sobre el escritorio, mirándome desde el borde de


sus gafas. —Estás cometiendo un error.

—Esto es lo único correcto que he hecho en mi vida.

Le tiemblan tanto los brazos que tiene que apretarlos. Nunca la he visto
tan enojada.

—Es por ella, ¿No? —siseó—. Es su idea. Es su obra. Plantó esto en tu


mente débil.

Mis defensas se elevan. —Deja a Valentina fuera de esto.

Sus ojos se estrechan hasta quedar en rendijas. —Debería haberlo


sabido. Debería haber adivinado que este es su juego. Siempre ha sido
demasiado santa para nosotros.

Doy un paso hacia el escritorio. —Déjala en paz.

—¿A esto hemos llegado, entonces? —Se endereza, con los puños a los
lados—. ¿La elegirás por encima de tu familia, por encima de tu propia
madre?

—Ella es mi familia y sí, ella es lo primero.

Magda se tambalea ante mis palabras. Bien podría haberla abofeteado.


El color de su piel toma un tono sombrío. Por unos segundos, las
emociones se suspenden entre nosotros... shock, traición, decepción,
ira. Contaminan el aire y envenenan la sangre que se supone que es
más espesa que el agua.

Cuando no queda otra expresión que la desilusión en su rostro, dice


rotundamente —Vete.
Lanzo sus palabras en mi mente. A esto es a lo que hemos llegado. Para
ser honesto, siempre hemos ido por este camino. Siempre fui el hijo que
la decepcionó. Tomó mi decisión y me dio un arma pero ya no soy ese
chico. Soy el hombre que Magda amargamente esperaba que nunca
fuera.

Golpeando mis nudillos en el escritorio, le presento mi renuncia con un


fuerte asentimiento y le doy la espalda a ella y al futuro que he estado
construyendo toda mi vida. Una parte de mí siente lástima por ella. No
sólo perdió a su única nieta, sino también las ambiciones que tenía
para su hijo. No seré su sucesor. No salvaré y alimentaré el negocio por
el que ella se rompió la espalda. Se irá con ella a la tumba, y lo que he
hecho por este negocio me llevará al infierno.

Afuera, me detengo en el rellano para tomar un respiro. Apoyé mis


palmas en la barandilla e inhalé profundamente. Aquí es donde todo
comenzó. Aquí es donde puse mis ojos en Valentina por primera vez. Se
veía tan joven e inocente con su uniforme blanco y tan fuerte. Estaba
parada justo ahí en esa mesa y cuando el crupier la agarró del brazo
quise cortarle la mano por ponerle un dedo encima. En el momento en
que miré a sus asustados pero desafiantes ojos, la quise. Era un desafío
y un misterio. Era valiente e ingenua. Tan condenadamente atractiva y
tan condenadamente intocable. Inalcanzable y sin embargo, justo ahí, a
mi alcance. Cada contradicción en el libro. La mujer que deseaba y la
mujer que tenía que matar.

Parece que fue hace tres vidas, pero sólo ha pasado un año. Si fuera un
hombre mejor, corregiría la decisión que tomé aquí esa noche al dejarla
libre. La cortaría libre como corté las cuerdas con The Breaker, pero no
soy un buen hombre. Nunca podré dejarla ir. Este es mi pecado no
arrepentido. Ella es mi mayor pecado.

Parece que hemos cerrado el círculo. Termina donde empezó con ella.
En algún momento intermedio, perdí a Carly. Mi matrimonio, el bebé,
los cambios en nuestros arreglos de vida, fue demasiado. Mi despiadada
lujuria por una mujer que robé alejó a mi hija, la llevó al límite. Mi
carga no se siente más ligera cuando bajo las escaleras y me alejo de
quien solía ser. Sólo se hace más pesada cuanto más me acerco a la
casa. No puedo dejar esa carga olvidada por Dios, porque significaría
que tengo que liberar a Valentina, pero tampoco puedo mirarla, porque
significa que tendré que enfrentar mi culpa.
A MEDIDA QUE PASAN LOS DÍAS, Gabriel se aleja cada vez más de mí.
Está encerrado en sí mismo y ninguna cantidad de sondeo o señuelo
puede atraerlo. Sufrir la pérdida que ha tenido es estremecedor y el
dolor es devastador. Come bien y hace ejercicio todos los días. Su
cuerpo es el mismo duro como una roca, fuerte como lo recuerdo, pero
el hombre de adentro ha cambiado. ¿Está ahí dentro, en la oscuridad
que se ha convertido en su mente? No importa cuánto hable o toque, no
puedo llegar a él.

Por las ojeras que cubren sus ojos, sé que no está durmiendo, aunque
ya no duerma a mi lado. Después del funeral, se mudó a la habitación
de invitados. No va a trabajar ni a ver a sus amigos. Se queda en casa
todo el día, pero bien lejos de mí. Cuando no está encerrado en su
estudio o haciendo ejercicio en el gimnasio, hace trabajos de
mantenimiento en la casa. Veo su cuerpo sin camisa en la escalera, y a
mi cuerpo no le importa que siga en pena o que me culpe. Sólo quiere lo
que se le niega... el toque de mi marido.

En resumen, nunca ha sido mi marido, por supuesto. Nuestro castillo


de naipes, mi realidad imaginaria se ha venido abajo, y el hombre que
me enseñó a tener hambre de sus caricias ahora me las está negando.
Esto me pone triste. Como no ha estado dentro de mí durante semanas,
me siento obsoleta, como una carga sin propósito. Cuando no me dio a
elegir, no quise ser su juguete o su esposa, y ahora que no soy ninguna
de las dos, quiero desesperadamente ser una u otra, preferiblemente
ambas. Me conformaré con cualquier cosa que me dé. Tiene que haber
esperanza ya que todavía se pone duro para mí. Es difícil de esconder
cuando hace ejercicio en sus pantalones de chándal o nada en sus
bañadores.

Esta noche, cocino sus platos favoritos asado de cordero, judías verdes
con tocino y patatas fritas y pongo una mesa con velas en el exterior.
Rhett, Quincy y Charlie están cenando dentro, como siempre. El vacilar
en el paso de Gabriel cuando baja las escaleras y ve el ambiente
romántico en el jardín casi hace que mi coraje falle.

Encontrándome con él al final de la escalera, lo tomo del brazo y lo llevo


afuera, sin darle la opción de ir al comedor.

Sin decir una palabra, me sienta y toma la silla de enfrente.

Su mirada se mueve sobre la comida. —¿Qué se celebra?

—Sólo una cena.

Por primera vez en un mes se encuentra con mis ojos directamente.


—¿Sólo una cena?

—Y pasar tiempo a solas. Siempre estamos con los demás, no es que me


esté quejando. Me gustan, pero... —Maldición. Mi coraje me falla.

La mirada en su cara me detiene antes que pueda tener el valor de


terminar mi frase. Un velo cae sobre sus ojos y un obturador hace clic
en su lugar. El silencio se extiende mientras me mira con una emoción
que lentamente rompe su ilegible expresión. Bajo la gruesa superficie de
su máscara, reconozco la lástima.

Me compadece. Debe pensar que soy patética. La ira irracional se


extiende por mis venas. Esto es obra suya, lo que me hizo. Si estoy
necesitada, es su culpa. Si lo quiero, es su culpa. ¿Cómo se atreve a
sentarse ahí y juzgarme, a sentir lástima por mí, por necesitarlo? Las
lágrimas me pinchan en el fondo de los ojos. No importa lo rápido que
mueva mis pestañas, no puedo detenerlas. Una se libera, dos...
Maldición. ¿Tengo que mostrar debilidad tras debilidad?
La máscara se desliza otra fracción mientras se extiende a través de la
mesa y toma mi mano. —No lo hagas.

¿Que no debo hacer? ¿No llorar? ¿No querer? ¿No sentir? Quiero gritar
y herirlo como si me estuviera haciendo daño, pero limpio mis lágrimas
y fuerzo mis hormonas irracionales hacia abajo.

—Me esfuerzo tanto... —Mi voz se quiebra en la última palabra. No


puedo seguir hablando por miedo a sollozar en el asado.

Me frota un pulgar en los nudillos. —No tienes que intentarlo, bonita.

¿No tengo que intentar qué? Mirándolo a través de mis lágrimas, le pido
que me explique pero él no lo hace.

Lleva mi mano a su boca y la besa. —Necesitas tu fuerza. ¿Debería


servirte un plato?

Mi corazón se rompe en pequeños fragmentos. Se necesita todo lo que


tengo para tomar mi rechazo con gracia y no saltar y luchar contra él
como una perra en celo. Asiento. Cuando está ocupado sirviendo
comida en mi plato, me limpio rápidamente los ojos con el dorso de la
mano. Será más fácil para él dejarme ir.

—¿Gabriel? —Espero hasta que me enfrenta—. Libérame.

Su ojo se vuelve duro. —Ya te he dicho que no va a pasar. —Deja de


lado el cubierto que utilizo para servir mi plato—. Come. Tu comida se
está enfriando.

Me comprometí a tomar todo lo que pudiera conseguir. Parece que me


estoy conformando con ser una responsabilidad no deseada.
KRIS RECUPERA el cambio de su bolso. Me arrastra fuera a la mesa del
jardín para el almuerzo y deja una caja de comida para llevar delante de
mí. Me siento mal que Charlie esté comiendo solo dentro, pero cuando
lo menciono, sacude la cabeza y me apunta con un palillo.

—No
No te muevas. Vamos a hablar.

Me quejo.

—Puedes
Puedes mirarme todo lo que quieras —sacude
sacude una servilleta en su
regazo—,, pero vas a derramar tu comida. Qué te está molestando?

—Hormonas. —Últimamente,
Últimamente, he estado usando eso mucho como
excusa.

Su barbilla se interpone de la manera que dice que no se rendirá.


—¿Cómo
¿Cómo están las cosas en casa, con Gabriel, quiero decir?

No quiero cargar a Kris con mis problemas, pero necesito una amiga en
quien confiar. —No
No está bien. Es un cadáver andante.

Se llena la boca con fideos y murmura —Suena


Suena normal con lo que está
pasando.

Inmediatamente, me siento egoísta y mal por pensar en mis necesidades


cuando debería estar colocando las suyas primero.

—El
El duelo lleva tiempo, —dice.
—No ha vuelto a trabajar y apenas sale de casa.

—No necesita trabajar si no quiere. Tiene suficiente dinero.

—Me preocupa que esté sentado en su estudio todo el día.

—Estoy segura que está haciendo cosas.

—Ojalá supiera qué hacer para ayudar.

—Dale espacio. —Toma otro gran mordisco—. Y ten paciencia.

Cuando no digo nada durante varios segundos, deja de comer y me


mira de nuevo. —Quieres que las cosas funcionen con él, ¿No?

Este es el quid de la cuestión. —Sí, —susurro.

—Sientes que no deberías por la forma en que ustedes dos comenzaron.

—No sé lo que siento. Sólo sé que quiero que esto sea real. Ya no quiero
fingir. Quiero un marido de verdad que me ame por mí, no un dueño
que se casó conmigo para que sus enemigos no me decapiten.

—Guau. —Se ríe—. Suena duro cuando lo pones así.

—Pero cierto.

—Sí. Duro, pero cierto. ¿Qué vas a hacer?

—Esperaba que me lo dijeras. ¿Qué debo hacer, Kris?

—Supongo que depende de lo que quieras.

—Lo amo.

—Entonces pelea.
—¿Pelear?

—Sí.
Sí. Dale unos meses más de luto y luego empieza a caminar desnuda.
Eso debería llamar su atención.

La golpeé con mi servilleta. —Tenemos


Tenemos otras personas viviendo en la
casa.

—Lo
Lo sé. Tal vez eso es parte del problema. Necesitas tiempo a solas.
Envía a los chicos lejos y tráeme a Charlie.

—Eres
Eres una buena amiga.

—Soy práctica.

—Sigues
Sigues siendo una buena amiga.

Revisa su reloj. —Come.


Come. Volvemos en cinco. ¿Ves? Soy práctica.

Eso me hace reír.

ARRANCANDO las malezas del huerto, me siento en el suelo con el culo


al aire, ya que no puedo agacharme más. El Dr. Engelbrecht, que hace
una visita a domicilio cada dos semanas, me dice que estoy ganando
demasiado peso. Parte de ello es retención de líqui
líquidos,
dos, pero la mayor
parte es infelicidad. Me trago el helado con mantequilla de maní cuando
estoy triste, al menos desde que estoy embarazada. El peso extra
restringe mis movimientos, y todavía me quedan dos meses.

El sol de mediodía de julio me golpea en la cabeza. Incluso en invierno,


hace calor. Parece que tengo un calentador interno, lo que empeora las
cosas. A menos que quiera desmayarme por el sobrecalentamiento,
mejor busco el interior fresco de la casa. Mientras lucho por levantar mi
pesado cuerpo, un par de manos me agarran por los brazos y me
ayudan a ponerme de pie.

Miro la cara de Quincy. —Mi caballero de brillante armadura. Gracias.

—¿Dónde está Gabriel? —Parece enojado—. Espera, no me lo digas. En


su estudio.

—Esto es duro para él, Quincy. —No sé si me refiero a mí, al bebé o a la


muerte de Carly. Probablemente los tres.

—Sí. —Me toca el estómago—. Esto no es difícil para ti.

—No es lo mismo.

Parece que quiere discutir, así que digo rápidamente —Charlie tiene
una sesión con Christopher. Voy a hacer una jarra de té helado.

—¿Necesitas ayuda?

—Estoy bien, gracias.

Me mira con preocupación mientras vuelvo a la casa. Christopher ya


está allí, hablando con Rhett. Llevo al doctor y a Charlie a la sala de
cine con una sensación de inquietud. Las últimas sesiones dejaron una
marca en Charlie. Estaba agitado después, pero Christopher escribió los
cambios de humor en una fase normal de la terapia. Hoy, espero en la
puerta, notando inmediatamente la tensión en los hombros de Charlie
al salir.

Lo sujeto del brazo antes que pueda escapar. —¿Cómo ha ido?


—Pis-piscina. —Se libera y me rodea, dirigiéndose a las puertas
corredizas.

—Hice té helado —le digo—. Es de manzana y canela. —El favorito de


Charlie.

Me da una mirada sobre su hombro, pero se aleja con pasos rápidos.


Está irritado y no se deja influenciar.

Christopher es el siguiente. —Bueno, me voy a ir, entonces.

—¿Podemos hablar un momento, por favor?

Le echa un vistazo a su reloj de pulsera. —Tengo otra cita.

—¿Cinco minutos?

No puede rechazarme sin ser grosero, pero las comisuras de su boca se


arrugan. —Está bien. —Deja su maletín y toma el té que le ofrezco.

—Charlie ha estado irritable últimamente. Para ser exactos, desde sus


últimas cuatro sesiones.

—Te dije que es normal. Golpeamos una barrera en su desarrollo y


atravesarla es un trabajo duro, pero una vez que la atravesemos estará
bien. Mejor que bien.

—¿En qué estás trabajando?

—No estoy en libertad de discutir eso. Puede comprometer nuestro


objetivo si interfiere. —Abro la boca para objetar, pero me detiene con la
mano en el aire—. Confía en mí, todos los parientes que se preocupan
interfieren. Es la naturaleza humana. No podemos soportar ver a
nuestros seres queridos sufrir. Sólo recuerda que todos los grandes
resultados vienen con el trabajo duro.

No me tranquiliza, pero se toma la bebida y deja el vaso sobre la mesa.


—Un gran té helado. Me recuerda a mi abuela.
—Gracias, —murmuro mientras se ve a sí mismo.

Le daré dos sesiones más, y si Charlie aún está nervioso, detendré el


tratamiento. A veces Charlie se impacienta, especialmente cuando no
puede expresar sus sentimientos, pero sobre todo, es un gran oso
abrazable. No quiero que sea infeliz, nunca.
LOS DÍAS SE ENTRELAZAN con las noches y las noches con los días. El
tiempo es un ciclo tortuoso, lento e interminable. La mayoría de los
días, estoy sobre los álbumes de fotos con imágenes de Carly desde que
nació hasta su muerte. Estudio cada foto, buscando detalles e
información que no he visto antes, como cuántas fotos llevaba su
camiseta azul con el corazón rojo. Nunca me di cuenta de cuánto le
gustaba. De haberlo sabido, la habría metido en una caja y la habría
guardado con sus primeros zapatos de bebé, su sonajero favorito, y la
muñeca con la que durmió hasta los cinco años, a la que le cortó el
cabello, creyendo que le volvería a crecer. Mi vida es una caja de
recuerdos. Llena, pero vacía.

Estoy haciendo un esfuerzo para seguir con mi vida. El dinero en mi


cuenta bancaria no durará para siempre. Acepté un trabajo de dirección
en una de las empresas de Michael, que no es más que caridad por su
parte. Ha resultado ser un buen amigo, y no importa lo difícil que sea
sacar mi cabeza de la arena, me niego a decepcionarlo.

Magda y yo todavía no nos hablamos. Me envió un correo electrónico


diciendo que lo que haya pasado entre nosotros, su nieto siempre será
bienvenido en su casa y espera que cambie de opinión.

Mala suerte. Estoy en camino a un nuevo futuro que no involucra a


prestamistas o huesos rotos. Necesito hacer esto por mí, pero también
por la gente que depende de mí para cuidar de ellos.

Estoy a punto de salir para mi primer día en el nuevo trabajo cuando


Quincy entra en mi estudio.
Ajustándome la corbata, digo —Se me hace tarde.

La postura amplia que adopta me hace mirarlo, realmente mirarlo. Sus


puños están cerrados a los lados y su mandíbula está flexionada. Está
enojado, furioso.

—Vamos a hablar, Gabriel. Ahora. Esto ya ha durado bastante.

—¿Hablar de qué?

—¿Quieres que te lo deletree?

—¿Qué demonios te está pasando? ¿Por qué no lo haces?

—Tu abandono hacia Valentina.

Toma un momento para que sus palabras se registren. —Mi descuido


de... —Y luego se hunden—. ¿Qué? —Lo miro fijamente—. No es asunto
tuyo.

Su postura se hace más amplia. —¿Es tu esposa o no?

Mi temperamento empieza a decaer. —Por supuesto que es mi esposa.

—Entonces actúa como un marido, y si no puedes, deja que otro lo


haga.

Veo el maldito rojo. Negro quemado con naranja, bordes derretidos.


—No te metas en mis asuntos —gruño—, y no te metas con mi esposa.

—Ella se merece algo mejor. La dejaste embarazada. Ahora trátala bien.

Agarrando su camisa, lo levanto de sus pies. —Si eres sabio, te callarás


la boca.

No parece asustado en lo más mínimo. —¿No puedes enfrentar la


verdad? ¿No eres lo suficientemente hombre para oírla?
Antes que pueda detenerme, golpeo con mi puño su mandíbula. Sale
volando, golpeando el suelo con un golpe. En ese mismo momento, el
objeto de nuestra discusión entra por la puerta. Valentina se congela,
mirando de mí a Quincy que está tendido en las baldosas. Es a él a
quien se precipita.

—¡Quincy!
¡Quincy! ¿Estás bien? —Me mira sorprendida—.. Gabriel, ¿Qué te
pasa?

Los celos que había disminuido a un nivel mínimo durante los últimos
meses vuelven a la superficie, feo y ácido en mi garganta. Ella es mía y
está embarazada de m mii hijo. Nadie la tiene, no importa cuán mejor
hombre sean.

Antes de decir o hacer algo de lo que me arrepienta, dejo a Quincy en


sus preocupadas manos y me marcho a trabajar. No se lo diré hasta
que llegue el momento, hasta que este seguro que funcionará. No
necesita preocuparse de dónde va a venir el dinero.

CON TODO MI PESO detrás de mí resolución, todo lo que como, bebo y


vivo es el trabajo. Me estoy adaptando bien en la compañía y me llevo
bien con Michael. Lo respeto como amigo y jefe. Elizabeth es su
segunda al mando. A menudo pregunta por Valentina, pero se rinde
cuando no saca nada de mí. Se siente extraño trabajar en el negocio de
alguien más, pero estoy agradecido por el desafío. Mantiene mi mente
alejada de los pensamientos más oscuros. Cuanto más amables son
para mí, más duro trabajo para ganármelo. Quiero demostrarles mi
valor, pero sobre todo a mí mismo. Este no es el negocio de mi padre o
el dinero de mi madre. Me estoy ganando mi propio camino, y es más
difícil de lo que pensaba. Paso largas horas en la oficina, llegando a
casa después de las once cuando el resto de la casa está dormida y
saliendo antes que despierten. Poco a poco, día tras día, voy
reconstruyendo lo parecido a una vida.
Son las siete de la tarde cuando el auto de Magda llega a nuestras
puertas y Scott la anuncia por el intercomunicador de la puerta. ¿Qué
hace aquí? ¿Gabriel la invitó a cenar? Desde el funeral, no ha vuelto a
la casa. Incluso si Gabriel no dice mucho, deben haber tenido algún
tipo de inconveniente.

Me arreglo el vestido, un hábito nervioso que se quedó desde que


conozco cuánto desaprueba mi elección de ropa y me encuentro con ella
en la puerta.

Sus actitud es urgentes. —¿Gabriel sigue en el trabajo?

—Lo sabrás mejor que yo.

—¿Yo?

—Trabaja contigo, ¿No?

—¿No te lo ha dicho? —Amplia los ojos. Detrás de su falsa expresión,


parece complacida—. Ahora trabaja para Michael y Elizabeth Roux.

Vaya. Es como empujar una aguja bajo mi uña y retorcerla. El hecho


que no me haya dicho algo tan importante duele de maneras que no me
importa examinar.
—Entra. —Me hago a un lado, preguntándome cuánto debo preguntar.
No quiero darle municiones para derribar los muros ya desmoronados
de cualquier relación retorcida que Gabriel y yo hayamos tenido. Me
aferro a las ruinas con mis dos manos, clavando mis uñas en los
ladrillos rotos mientras cuelgo sobre la pared, pero no estoy segura que
las grietas de ese tamaño puedan ser llenadas.

Mira alrededor de la habitación. —¿Dónde están todos?

—Charlie está arriba y Rhett está en su habitación.

—¿Quincy?

—Con Gabriel.

—Ah. Bien. Esperaba que pudiéramos hablar a solas. ¿Podemos ir a


algún lugar privado? No quiero que me interrumpan.

Una punzada se arrastra por mi columna vertebral. Debería decir que


no, pero mis entrañas se agitan y las banderas rojas ondean en mi
mente.

—Aquí dentro. —La llevo al estudio de Gabriel, la habitación más


cercana con una puerta.

—Me sorprende que no te haya dicho que dejó nuestra compañía —dice
una vez que estamos dentro—. Por otra parte, no te dice mucho,
¿Verdad?

¿Por qué me lo ocultó? ¿Y Rhett y Quincy? ¿También están en esto? No


puedo evitar lo defensiva que parezco. —¿Qué se supone que significa
eso?

—Apuesto a que nunca te dijo por qué quedaste embarazada.

Esa punzada de antes se extiende por mi piel, haciendo que todos los
nervios se alarmen. —¿Qué?
—Reemplazó tu control de natalidad por píldoras de placebo. —Empuja
un dispositivo USB en mi mano—. Aquí está la prueba y la razón por la
que te eligió.
¿Gabriel hizo qué? No me lo creo. No lo haría. Nunca lo haría. ¿Por qué
Magda está haciendo esto? Mi instinto me advierte que esto es sólo el
comienzo. Magda plantó un camino de destrucción en mi palma, y mis
pies están firmemente en él. Mis dedos se aferran al dispositivo USB en
mi mano que, si es verdad, me destruirá. El dolor que sentí por el
rechazo de Gabriel no es nada comparado con el dolor que me recorre
por dentro. Prefiero cien azotes de su cinturón a esto. Cualquier cosa,
pero no esto. Si Magda tiene razón, me engañó a propósito. Me mintió.
Peor aún, me hizo creer que era mi culpa. Mis uñas cortan la piel de la
palma de mi mano alrededor del pedazo de plástico. Me duele en cada
rincón de mi alma.

—Te dejo con eso. —Magda camina hacia la puerta—. Supongo que
prefieres ver esto en privado. Si fuera tú, no perdería tiempo en hacer
las maletas. —Una sonrisa victoriosa marca su gran salida.

Durante algún tiempo, me quedo arraigada al lugar. Mi cuerpo tiembla


y los escalofríos corren sobre mi piel. Se acabó el juego. Duele,
realmente duele. ¿Por qué yo? La respuesta que quiero está en la palma
de mi mano. Soltando mis dedos uno por uno miro fijamente el objeto
negro con el logo de la compañía de Magda. Mi mano tiembla mientras
lo llevo al escritorio de Gabriel y abro su portátil. Cuando la pantalla
cobra vida, dudo. Una vez que el USB este ubicada en la ranura, no hay
vuelta atrás. No tendré otra opción que enfrentar los hechos. Mi mano
se mueve junto a la ranura.

¿Cómo pudiste Gabriel?

Lo inserto y me muerdo la uña.

Mientras se carga el archivo, Charlie aparece en la puerta abierta.

—Estoy hambriento.

—Estaré enseguida allí. ¿Qué tal si doblas la ropa mientras esperas?


—A Charlie le encanta emparejar calcetines.

—Lav- lavandería. —Desaparece en dirección a la cocina.

Vuelvo a centrarme en el ordenador. Una carpeta llamada Valentina se


sienta amenazadora en la pantalla. Un escalofrío tras otro se desliza por
mis brazos. Es espeluznante ver mi propio nombre y está mal abrir algo
que no me pertenece, algo que Gabriel está claramente escondiendo.
Hago un último y valiente esfuerzo para abortar mi misión, que está
impulsada por el feo combustible de la curiosidad el dolor y la
humillación, pero mi dedo ya se cierne sobre el ratón. ¿Gabriel me dará
respuestas honestas si lo interrogo? Probablemente no. El pensamiento
final que hace oscilar la balanza y me hace presionar el dedo, es el
conocimiento que Magda sabe más que yo.

Click-click.

La carpeta se abre. Mi corazón deja de bombear por un instante.


Aguanto la respiración y me muerdo el labio. La carpeta contiene dos
archivos. Uno se titula Control de natalidad y el otro Pruebas. Primero
abro el control de natalidad. Contiene un archivo de sonido.
Confundida, hago click. Es una grabación de una conversación
telefónica. Las voces pertenecen a Gabriel y al Dr. Engelbrecht. Están
hablando de mi salud. La culpa y la anticipación temerosa calientan
mis mejillas mientras escucho una conversación no destinada a mis
oídos.

—Quiero una píldora anticonceptiva de placebo, —dice Gabriel.

—¿Quieres que quede embarazada? —El Dr. Engelbrecht pregunta.

Gabriel no duda. —Exactamente. —Ni siquiera parece avergonzado. Sin


remordimientos, sin explicaciones.

—¿Mañana? —dice el doctor.

Hay una sonrisa en su voz. —Perfecto. Tenemos que repetir el examen


para asegurarnos que está sana y susceptible. Quiero que le pongan
una inyección de fertilidad para ayudar a las cosas.

Lleva un minuto completo registrar las palabras. Retrocedo y


reproduzco la conversación. Una y otra vez. Con cada repetición más ira
hierve en mis venas hasta que mi cuerpo se siente como una estufa de
carbón ardiendo con un fuego. Temblando incontrolablemente, vuelvo al
principio y escucho la conversación de nuevo. No puedo evitarlo. Sigo
azotando mi alma con la dolorosa verdad, castigándome por mi ingenua
ignorancia. Mi corazón no quiere aceptar lo que he oído, aunque mi
mente ya lo crea. Me cubro la boca con una mano y pongo la otra sobre
mi estómago, sobre la intención planeada de Gabriel, el bebé que amo
más que a mí misma. Me siento mal. Cuando he reproducido la
conversación por lo menos diez veces, me detengo. He escuchado cada
matiz y entonación de la voz de Gabriel, buscando sentimientos y
motivaciones que no están ahí. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué me mintió?
¿Por qué a mí? Las palabras de Magda giran en mi cabeza. Y la razón
por la que te eligió.

Se necesita todo el coraje que me queda para abrir el segundo archivo.


Este es un video clip. El miedo me serpentea por el brazo, haciéndolo
sentir pesado mientras mi dedo se detiene sobre el teclado, pero mi
mano tiene vida propia mientras se mueve hacia abajo y golpea enter.
La imagen es granulada y borrosa, pero lentamente se enfoca. No es
una imagen de una cámara de seguridad como esperaba, sino una
película casera. La lente está apuntando al suelo. Quienquiera que lleve
la cámara está caminando. Un par de zapatos negros y pulidos caen
sobre la madera. Hay voces en el fondo. Están excitados, alegres. Hay
algo más, otra voz que mi mente se niega a descifrar. Un presentimiento
calienta mi cuerpo, haciendo que las palmas de mis manos se
humedezcan. Quiero apagar la grabación, pero no puedo. Las imágenes
que se despliegan me sostienen los ojos como si estuvieran pegados a la
pantalla. Los gritos se hacen más fuertes, más claros. Hay ovaciones. La
cámara se levanta, y la habitación se enfoca.

—¿Lo tienes, Barney?, —dice una voz.

—Sí, date prisa. Estoy filmando.

Las paredes están cubiertas de paneles de madera con cuadros


enmarcados de perros disfrazados jugando a las cartas. En el centro
hay una gran mesa cubierta con fieltro verde. Una mesa de billar. Mi
boca se seca. La temperatura de mi cuerpo baja diez grados, y el hielo
se aloja en cada poro de mi piel. Congelada por el horror, veo como
cuatro hombres arrastran a una chica que lucha sobre la mesa. Dos de
ellos la agarran por los brazos y dos por las piernas, mientras que un
quinto comienza a rasgarle la ropa. Sus gritos son inútiles. Cuanto más
suplica, más se ríen. Los hombres le destrozan su delgado cuerpo. Ella
trata de patear y recibe un puño en el estómago. Sus ojos se cierran
cuando el hombre que destruyó su ropa se pone los pantalones sobre
sus caderas. Es gordo y canoso. Ella mantiene los ojos cerrados
mientras él hace lo impensable, pero yo no. Observo cada movimiento
violento de su cuerpo, cada doloroso golpe de su palma mientras cae
sobre sus nalgas. A través de la lente, observo cada cara que mira, que
se ríe como si fuera su turno de sonreír para la cámara. La frialdad se
extiende por mis miembros cuando el hombre del centro, el que tiene
los pantalones en los tobillos, cae sobre el cuerpo de la chica. Algo
caliente y húmedo corre por mi cara y explota en gotas en el teclado. La
cámara se mueve alrededor de la mesa, capturando cada ángulo del
cuerpo inmóvil que está encima. Cuando llega al lado donde su cabello
oscuro pasa por el borde, el violador se pone de pie justo delante de mí.
Su cabeza está doblada, oscureciendo sus rasgos mientras se sube los
pantalones y se abrocha el cinturón. Luego levanta la cara y me mira
directamente. Mi garganta se contrae. Intento tragar, pero no puedo. No
puedo respirar. La ola de frío de mi cuerpo se extiende sobre mi piel,
congelándome pulgada a pulgada, hasta que no puedo mover un dedo
de la mano o del pie. Cuando el frío extremo llega a mi cuero cabelludo,
es reemplazado por un calor abrasador. He visto la cara de mi violador
muchas veces antes. Justo aquí, en el estudio de mi marido. Está
puesto en su escritorio, mirándome ahora. Como testigo de mi
conmoción, me mira con una sonrisa burlona.

Owen Louw.

El padre de Gabriel.
Todo sucede a la vez. Una dolorosa contracción me dobla. Un dolor
sordo se mete en mi cerebro hasta que mi visión se vuelve borrosa con
manchas. Y mi fuente se rompe.

Es demasiado pronto.

No se parecen en nada a las contracciones de Braxton Hicks a las que


me he acostumbrado. El dolor me lleva a mis rodillas. Rechinando los
dientes juntos, espero que salga, y cuando la banda de agonía se suelta,
tomo el escritorio y me levanto. Uso el teléfono del escritorio para
marcar el número de emergencia, inhalando y exhalando mientras
espero. Justo cuando alguien toma la llamada, se produce la segunda
serie de contracciones.

Aprieto los dientes y gimoteo.

—¿Hola? —Dice la operadora—. ¿Puede oírme?

Por favor, no cuelgue.

Click.
Maldición. ¡No! Poniendo una mano en los muebles, uso el escritorio, la
silla y la pared como soporte para llegar al salón. El mareo retrasa mi
progreso. Me duele la cabeza tanto como el abdomen. En ese momento,
Charlie sale de la lavandería con una cesta llena de calcetines.

—Ve por Rhett, —digo con la mayor calma posible, incluso cuando
todos los huesos de mi cuerpo están temblando. Hay una buena
posibilidad de que pierda el bebé.

Charlie me mira y deja caer la cesta. —¡Va-Val!

—Está bien. ¿Dónde está Rhett? —Continúo hacia la cocina, pero otra
contracción me impide llegar a mi teléfono que está en la encimera.

Duele como nada que haya sentido. Mi cabeza va a explotar. Cuento a


través del dolor. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Otros pocos pasos. Mi
llanto no es fuerte, pero es un sonido horrible. —¿Rhett?

Vuela de su habitación, con el cabello mojado y una toalla enrollada en


la cintura. —Val, ¿Me llamaste? —Sus ojos caen sobre la humedad de
mis piernas y pies, y luego sus ojos se amplían.

—El bebé —susurro, lágrimas que gotean de mis ojos—. Llama a una
ambulancia.

El pensamiento que se repite en mi mente se muestra en la forma en


que sacude la cabeza en negación silenciosa.

Demasiado pronto.

No tenemos ninguna posibilidad con un parto prematuro en casa. Si no


llego al hospital a tiempo, mi bebé morirá. Lloro más fuerte cuando
Rhett llama a nuestro servicio de ambulancia privado y les da nuestra
dirección, pero el llanto sólo empeora el dolor de cabeza. Todo el tiempo
me frota el hombro. Estoy agradecida por ese punto de contacto
humano. Tengo miedo de pasar por esto sola.

—Están en camino, —dice con voz entrecortada cuando cuelga.


—Llama a Kris. Necesita quedarse con Charlie. —Gruño mientras otra
contracción empuja mi abdomen hacia un punto agudo de dolor.

Respira. Inhala, exhala. Inhala, exhala.

Mientras Rhett llama a Kris, yo hablo con Charlie. —Me voy al hospital,
como hablamos. Estarás bien. Kris viene a verte. Pídele que cocine lo
que quieras. Hay mucha comida en la nevera.

—Estará aquí tan pronto como pueda, —dice Rhett en un suspiro.

—¿Puedes ser valiente por mí? —Le pregunto a Charlie.

—Val-valiente.

—Bien, te quiero mucho, mucho. —Quiero decir más, pero no puedo


hablar por la próxima contracción. Tengo que apoyarme en Rhett para
que me sostenga. Impaciente por que pase rápido esta contracción,
respiro hondo y me arrastro en el aire. Tengo poco tiempo antes de que
llegue la próxima—. Siempre has sido un buen hermano mayor para mí,
Charlie. Nunca olvides cuánto te quiero.

—Dios, Val. —La voz de Rhett está ahogada—. No hables así.

—Estoy bien. —Le doy una palmadita tranquilizadora en el brazo.


—Sólo quiero que lo sepa.

—Lo sabe. —Rhett le echa una mirada preocupada a Charlie—. ¿Qué tal
si vemos una película hasta que llegue Kris?

—Bi-bien.

Mientras Charlie se dirige a la sala de cine, Rhett me lleva al sofá. Me


pone una almohada bajo la cabeza y me acaricia el cabello. —Eres
fuerte. Vas a estar bien.

Mi sonrisa es débil, porque mi corazón no está en eso.


Por favor, no dejes que mi bebé muera. Por favor, no dejes que pague el
precio.

Rhett tiene el teléfono pegado a su oído cuando las sirenas suenan a lo


lejos. —Maldito seas, Gabriel, contesta, —murmura en voz baja.

No sé cómo me siento acerca de Gabriel estando aquí, ahora mismo,


pero este sigue siendo su bebé, también.

—¿Quincy? —Me ofrezco, rechinando los dientes por el dolor.

Ya está desplazándose por su lista de contactos cuando el


intercomunicador suena, pero renuncia a la llamada para abrir la
puerta desde el panel de control de la cocina. Rhett corre hacia la
puerta y deja entrar a los paramédicos. A pesar de que sólo lleva una
toalla, corre junto a la camilla mientras me llevan a la ambulancia.

Me agarra de la mano. —No me iré de tu lado.

—No. Quédate con Charlie. —Podría ahogarse en la piscina o hacer


explotar el gas de la cocina. Hay demasiados accidentes potenciales
esperando a ocurrir en esta casa. Cuando parece que va a discutir, le
ruego—. Por favor, Rhett.

A regañadientes, se rinde, pero su expresión me hace saber que no está


contento.

—Llamaré a Quincy, —me dice mientras los paramédicos me cargan en


la parte de atrás de la ambulancia y uno de ellos toma una posición a
mi lado.

Estamos acelerando cuando el médico comienza a bombardearme con


preguntas médicas sobre mi historial de salud y el embarazo mientras
escucha los latidos de mi corazón y me toma la presión sanguínea. Sus
ojos se iluminan cuando lee el medidor.

—Excepto por las contracciones, ¿Tiene algún otro dolor?


—Me duele la cabeza.

—¿Visión borrosa, ver manchas o sensibilidad a la luz?

—Manchas.

Su ceño frunce más profundamente. —¿Nauseas o vómitos?

—Náuseas, pero he tenido náuseas desde el principio del embarazo.

—¿Mareos?

—Sí.

Me conecta a un tacómetro para medir mis contracciones y me dice que


enviará la información al hospital antes de mi llegada. No dice que no
hay nada de qué preocuparse, y me alegro de que no me dé una
tranquilidad sin sentido.

Gracias al seguro médico privado de Gabriel, he sido pre-admitida para


el parto en la nueva Clínica Broadacres a poca distancia de casa.
Despejamos las puertas menos de veinte minutos después. Una
enfermera espera en la entrada de emergencia para acompañarme a
una sala de examen en el ala de partos donde un obstetra se encarga
inmediatamente. Con él hay dos enfermeras. Está leyendo en una tablet
mientras una enfermera me ayuda a desvestirme y a ponerme la bata
mientras la otra prepara un goteo. La enfermera me ayuda a entrar en
el baño para tomar una muestra de orina antes de llevarme a la silla de
ginecología donde el médico toma una muestra de sangre y hace un
examen físico. La mirada en sus ojos cuando finalmente levanta la
cabeza refleja mis temores.

—Señora Louw —dice con una voz tranquilizadora—, está dilatada


nueve centímetros y sus contracciones son cada dos minutos. Está en
la fase activa del parto. Es demasiado tarde para una epidural. Vamos a
ir por lo natural a menos que haya complicaciones, ¿De acuerdo?
—¿No puedes detener las contracciones? Es demasiado pronto para el
bebé.

La forma en que me mira es tan tranquila que sus próximas palabras


me derrumban por completo. —Tiene una preeclampsia severa. ¿Está
familiarizada con el término?

Le frunzo la frente. —Vagamente.

—Su presión sanguínea es demasiado alta. Si no da a luz ahora, corre


el riesgo de desarrollar eclampsia o convulsiones, que pueden poner en
peligro su vida. —Suaviza el impacto con una leve palmada en mi
pierna.

—¿Qué? —El shock resuena a través de mí—. ¡Mi bebé! ¿Qué pasa con
mi bebé? —Me muerdo el labio porque el dolor es más agudo que antes
de que mi cuerpo se contraiga.

—Vamos a hacer lo mejor posible. El resto está en manos de Dios.


—Hay una sensación de urgencia, pero también confianza en sus
movimientos cuando empieza a prepararse, poniéndose los uniformes y
el gorro para el cabello—. ¿Podemos llamar a alguien para que esté con
usted? —Echa un vistazo a la pantalla de la Tablet—. Sólo tiene a su
marido en la lista.

Las únicas personas que quiero son Kris y Charlie. Son los que me
apoyaron a pesar de todo, los que nunca me mintieron o engañaron,
pero esta no es una situación a la que pueda exponer a Charlie, y es
mejor que Kris cuide de él.

—No —digo—, no hay nadie más.

—Ponga al anestesiólogo en espera, —le dice el doctor a una de las


enfermeras.

La enfermera me introduce una aguja en el brazo y la conecta a un


gotero mientras el médico se sienta delante de mis piernas dobladas.
—Empuje cuando le diga —dice—. A la cuenta de tres.

Uno.

Dos.

¡Tres!

Las contracciones son cada vez más rápidas y fuertes. Necesito toda mi
energía para respirar a través de ellas. No me queda suficiente fuerza
para pensar, y mucho menos para hablar, así que aparto todo de mi
mente excepto la única tarea que se requiere de mí... dar a luz a éste
bebé.
La reunión se prolonga durante unas horas más. Mientras nuestro
inversor habla sobre el verdadero mercado inmobiliario, reviso mi reloj.
Son casi las ocho. Mi teléfono vibra en la mesa. Miro la pantalla. Es un
mensaje de Quincy.

Llama a Rhett.

Algo pasa. Estando en la reunión, había ignorado la llamada anterior de


Rhett, pero mis dos guardaespaldas no intentarían comunicarse
conmigo si no fuera importante. Disculpándome, dejo a Michael para
que presida la reunión y hago la llamada en el pasillo.

La voz de Rhett es tensa. —Valentina está en camino a la clínica


Broadacres.

Cada tendón de mi cuerpo es una cuerda a punto de romperse. —¿Qué


sucedió?
—Rompió fuente.

Tengo un escalofrío. Aprieto el teléfono tan fuerte que me duelen los


dedos. —Espera. —Tiemblo como un cachorro en una tormenta. Mi
pierna es un peso muerto arrastrándose detrás de mi cuerpo cuando
me apresuro a volver a la sala de reuniones y susurro mi emergencia en
el oído a Michael.

—Ve —dice, agarrando mi hombro—, y avísanos. —Sus ojos están


llenos de preocupación mientras me siguen afuera de la habitación.

En el pasillo, le envió un mensaje a Quincy, diciéndole que trajera el


auto, y vuelvo a llamar a Rhett.

Hablando mientras camino, pregunto, —¿Dónde estás?

—En la casa. Estoy esperando a que llegue Kris para que se quede con
Charlie. En cuanto llegue, iré al hospital.

—¿Cómo sucedió esto? ¿Levantó algo pesado? —Querido Dios, ¿acaso


ella…?—. ¿Se ha caído? —Debería haber estado allí, maldita sea. Tal vez
ella trató de limpiar debajo de la cama de nuevo o llevó hacia abajo la
cesta de la ropa sucia.

—No lo sé. —Rhett parece perdido. Asustado—. Magda llegó, yo fui a


tomar una ducha, y lo siguiente que supe fue que Valentina estaba de
parto.

—Espera. —¿Magda llegó? Mi malestar crece diez pulgadas—. ¿Qué


quería Magda?

—No lo sé. Asumí que era una visita social.

No tiene sentido. Estoy en el vestíbulo, escaneando la calle en busca de


Quincy. —¿La viste?

—No. Sólo abrí el portón. Valentina se encontró con ella en la puerta.


Fui a tomar una ducha para darles privacidad.
—¿Sigue ahí?

—Se fue antes de que Valentina rompiera fuente.

Al ver al Jaguar acercándose a la acera, corro hacia el lado del pasajero.


—Bien. No quiero que Magda esté allí cuando yo no esté en casa. —Me
meto dentro y cubro el teléfono con una mano—. Clínica Broadacres
—le digo a Quincy—. Apúrate. Valentina va a tener al bebé.

Quincy palidece. Pone el auto en marcha y se va con los neumáticos


chirriando.

—Voy en camino —le digo—. Llegaremos en veinte minutos.

Por suerte, a esta hora, hay poco tráfico. Tomamos las carreteras más
tranquilas y llegamos a la clínica en un tiempo menor al previsto.

Quincy me deja en la entrada principal. —Ve. Yo estacionaré el auto.

Hace un mes, me apresuré a la recepción, pero esta vez pregunto por mi


esposa. Como hace un mes, la recepcionista me dice que me quedara
aquí. Un médico está en camino para encontrarse conmigo. Me
convierto en piedra. Mis órganos se transforman en plomo. No me han
dirigido a la sala de espera, pero es lo mismo.

Un joven con una bata blanca se acerca a mí. No pierde el tiempo con
un saludo.

—Sr. Louw, su esposa está en parto.

Soy como un león listo para saltar. Quiero estar con mi mujer. —Lo sé.
Lléveme con ella.

—En breve. —Su tono es asertivo—. Primero, necesito ponerlo al día.

—Se da la vuelta y empieza a caminar, sin mirar a ver si le sigo.


Cuando entramos en una pequeña sala de visitas, todo dentro de mí se
vuelve pesado. Mi estómago es una bola de granito. Mi cavidad torácica
está llena de rocas.

Cierra la puerta y se vuelve hacia mí. —Su esposa tiene una pre
eclampsia severa como resultado de la hipertensión. La única manera
de prevenir más riesgos es que el bebé nazca inmediatamente, pero
estamos luchando para estabilizar la presión sanguínea. Estamos
administrando sulfato de magnesio por vía intravenosa. Si su cuerpo no
reacciona al magnesio, puede desarrollar eclampsia. En otras palabras,
puede tener convulsiones. Ya le hemos explicado a ella la condición y
las posibles consecuencias. Antes de que entre en la sala de partos,
tenemos que hacer lo mismo con usted. —Toma un respiro y avanza—.
Hay una posibilidad de que ella no sobreviva al nacimiento.

Mis piernas se convierten en pilares de piedra. Es mi culpa. Mi culpa.


—¿Qué tan grande es la posibilidad?

—Ahora mismo, diría que un cincuenta por ciento, pero depende de


cómo reaccione a la medicación.

Mi primera reacción irracional es la ira. —Nuestro médico privado la


examinó cada dos semanas. ¿Por qué no observo esto?

—La pre eclampsia a menudo sólo comienza al inicio del parto.

—Ella no estaba prevista hasta dentro de dos meses. ¿Qué salió mal?

Estoy gritando a la naturaleza, a Dios, y al día que reemplacé sus


píldoras anticonceptivas por las de placebo. Si puedo encontrar lo que
desencadenó las inoportunas contracciones, tal vez pueda volver atrás
en el tiempo y cambiarlo. Tal vez pueda encontrar el error y flagelarme a
mí mismo para revertir este proceso, para llevarla de vuelta a antes que
rompiera fuente. O tal vez simplemente necesito castigarme a mí mismo
por no llevar la cesta de la ropa sucia por ella. Si me azoto la espalda
con tiras sangrientas por dejar que se agachara y limpiara debajo de la
cama, tal vez Dios me perdone y le perdone la vida.
—Es difícil de decir —dice el doctor—. Un shock físico podría haber
desencadenado el nacimiento, un trauma emocional, una enfermedad…
hay muchos factores. Lo que importa ahora es su apoyo. —Me agarra
del hombro—. Tiene que ser fuerte para ella, Sr. Louw. Es lo que más
necesita.

No me he dado cuenta de las grandes, gordas y babeantes lágrimas que


están cayendo sobre mi cara hasta que me da un pañuelo de una caja
colocada estratégicamente en la mesa. Si ella muere… No, no, no. No
puedo enfrentarlo.

—¿Listo? —El doctor me da un apretón en el hombro—. Deberíamos ir.

Un minuto más tarde, me ducho y me lavo en un vestuario,


poniéndome el uniforme que me dio una enfermera. Mi pecho está tan
apretado que es difícil respirar. El latido de mi corazón es como el golpe
de un martillo en un bloque de mármol, astillando las esquinas y los
bordes, tallando profundos surcos en los recuerdos de mis momentos
con Valentina

Por favor, Dios, sálvala.

Daré mi vida, a cambio. No la hagas pagar por mis errores. No dejes que
ella pague el precio final por mi lujuria egoísta y mi obstinada voluntad
de mantenerla. Sálvala y te juro que arreglaré esto. Haré un voto de
rodillas para deshacer cada maldad, cada pecado egoísta que cometí
contra ella. Incluso si me mata, la liberaré.

La dejaré ir.

Joder, ese pensamiento me corta y atraviesa en mi corazón. El castigo


es una perra, y me merezco cada pedazo de él.

—Vamos, Sr. Louw.

La enfermera me lleva por un largo pasillo con luces demasiado


brillantes. Es como si caminara por un túnel hacia el final. Hay
misericordia en la vida y paz en la muerte. No quiero que tenga paz
todavía, no antes que haya vivido plenamente y la vida feliz que se
merece. Quiero que envejezca y que vea a sus nietos casados. Quiero
que tenga lo que sea que desee. Quiero que tenga misericordia.

La mujer del uniforme blanco sostiene una puerta y me pide que entre.
Mi mundo se derrumba en pedazos antes que esos pedazos sean
reconstruidos para formar la imagen que está frente a mí. Mi esposa
yace en una cama, esforzándose con todo lo que puede. Su cara esta
tan blanca como la arcilla de la cerámica, y sus delgadas piernas están
temblando de una manera no natural, como si tuviera un ataque. Ella
está tratando de dar vida al bebé que puse en su vientre, y de repente
sus frágiles miembros parecen demasiado vulnerables para la tarea. Su
cabello está pegado a su frente, y su piel brillante con sudor, pero el
conjunto de su boca está determinado. Fuerte.

Sacudiéndome de mi estado de shock inmóvil, me apresuro a su lado y


le tomo la mano. El muñón que solía ser su pulgar es otro recordatorio
de quién soy, una pieza más que le quité.

—Puedes hacerlo, bonita.

Lo que tengo delante de mí es una criatura rota, un ángel con las alas
rotas y piezas de su alma y cuerpo que faltan. A pesar de las heridas,
ella todavía lucha para volar. Levanto su mano a mi boca y beso sus
dedos. Su piel está fría.

—Por favor, Valentina. —Le ruego que me perdone. Le ruego que luche
con más fuerza Y no me deje—. Pelea, —susurro.

A pesar de sus valientes esfuerzos, las cosas van mal. Las enfermeras
están tensas y las instrucciones del médico son muy estrictas.

—El bebé no está descendiendo, —dice el obstetra.

Valentina llora cuando él empuja con su antebrazo en la parte superior


de su abdomen y lo baja. Quiero destrozar los miembros del hijo de
puta. Quiero arrancar la causa de su dolor y aplastar su cráneo contra
la pared. Es sólo la pura fuerza de voluntad que me impide apuñalarlo
con el bisturí. Mi ira se dirige a la persona equivocada. La raíz de toda
esta agonía está de pie junto a la cama, agarrando su mano.

—Cesárea de emergencia, —declara el doctor con una nueva nota de


urgencia.

Una de las enfermeras me pone una mano en el brazo. —Por favor,


hágase a un lado, señor.

Me libero de su agarre. —No voy a dejarla.

—Sr. Louw —la voz del doctor es severa—, por el bien de su esposa y la
vida del niño, suéltela. No tenemos tiempo.

Agarrando su rostro, la beso como si supiera que nunca la volvería a


besar. También hay mucho que decir, pero no hay tiempo, porque están
dando órdenes, y Valentina está siendo sacada de mis brazos en una
camilla. Me esfuerzo por contenerme cuando se la llevan. Caminando a
su lado, mantengo una mano sobre su estómago y le agarro los dedos
en la otra.

Presiono su palma contra mi boca, sofocando las emociones que no me


permiten hablar, porque tengo que decir esto.

—Te amo. —Cada palabra se rompe. Cada palabra es real. Cada palabra
es hermosa en su propia, fea y equivocada manera.

Nos acercamos a las puertas del ala de operaciones.

—Puede esperar en el área de visitas, Sr. Louw.

—Espera. —Valentina me agarra la muñeca—. ¿Cómo se llama?

—Connor —digo, luchando para que mi voz no se rompa—. Su nombre


es Connor.

Y luego se ha ido.
Las puertas del ala a de operaciones se cierran, y me quedo solo en el
largo pasillo con las luces brillantes.

ARRANCÁNDOME la ropa del hospital, camino y rezo, repitiendo mi


voto. Siento como si se estuviera muriendo. ¿Es esto un castigo por mis
pecados?

Rhett y Quincy llegan. Están aquí más por Valentina que por mí, y no
puedo culparlos. Ella tiene ese efecto en la gente.

—¿Cómo
¿Cómo lo está llevando Charlie? —Le pregunto a Rhett.

—Está
Está bien. Kris está haciendo la cena, no tienes que preocuparte por
él.

—¿Val? —Quincy
Quincy parece temer mi respuesta, pero no pudo detenerse
por preguntar.

—No lo sé, —digo


digo honestamente. Les doy una breve explicación de la
situación.

—Joder. —Quincy
Quincy junta sus manos y se cae en la silla más cercana.

—¿Café? —pregunta
pregunta Rhett.

Percibiendo que necesita ma


mantenerse
ntenerse ocupado, estoy de acuerdo.
Armados con café oscuro y amargo, alimentamos nuestros miedos,
pensamientos y la culpa mientras esperamos. Cuando no puedo
soportarlo, por más tiempo, cojeo arriba y debajo del pasillo. Está
tardando demasiado.

He perdido la cuenta del tiempo cuando la puerta del final del pasillo se
abre y un médico sale. Quincy y Rhett se ponen de pie. Miran fijamente
al doctor como si le hubiesen crecido cuernos. Con pasos seguros, se
acerca, parándose cerca de mí. Su mirada es directa y factual, sin
emociones. De pie rezando, desesperado por tener noticias. Las piedras
se están moliendo unas a otras en mi pecho. Cada vez que respiro me
duele.

Nos mira a los tres. —¿Sr. Louw?

—Ese soy yo.

—Es un niño.
—Es un niño —murmuró.

Soy papá.

Rhett, Quincy, y yo miramos fijamente al doctor. Ninguno de nosotros


habla. Esperamos en el peor silencio de mi vida.

El obstetra me da una sonrisa cansada. —Su esposa se ha recuperado.

La tierra se inclina bajo mis pies. Tengo que agarrar la silla para
mantenerme erguido.

Ella vive.

Un niño.

Gracias, gracias.
Estoy en conflicto y salvaje, sabiendo el sacrificio que pagaré por su
vida, pero mi vida supera con creces el tormento de renunciar a mi hijo
y a la mujer que amo.

—Nació a las tres y media de la tarde —continúa el doctor—. Un kilo y


un gramo. Treinta y nueve centímetros.

Mi voz es grave. —¿Cómo están?

—Los dos están bien. Puede ver a su esposa en una hora, cuando
vuelva en sí. Su bebé ha sido colocado en una incubadora. Una
enfermera le llevará a verlo.

—Sólo tiene veintinueve semanas. ¿Qué complicaciones se pueden


esperar?

—Cualquier cosa, pero, estadísticamente, las tasas de supervivencia


para su edad están por encima del noventa por ciento y la discapacidad
por debajo del diez.

Trago más allá del nudo en mi garganta. —Gracias.

Me da palmaditas en la espalda. —Espere aquí. Y felicitaciones.

Rhett está a mi lado en el momento en que el doctor se va, agarrándome


los brazos como si sintiera mi debilidad física. —Felicitaciones, Gabriel.

Una sonrisa transforma la cara de Quincy en una tonta máscara.


—Tienes un hijo. —Me abraza y me da una palmada en la espalda
—Bien hecho.

—Ella está viva —digo, todavía tengo que convencerme a mí mismo—.


Ella va a estar bien.

Hay una nota de orgullo en la voz de Rhett. —Dio una buena pelea.

—Ella es fuerte —concuerda Quincy.


Esperan conmigo hasta que la enfermera regresa para llevarme con mi
hijo. Me detengo frente a la incubadora que nos separa. Por ahora, esto
es lo más cerca que puedo llegar a él. Tiene parches en su pequeño
pecho, un tubo en su nariz y una intravenosa en su pierna. Maldición,
es pequeño, se ahoga en el pañal blanco. Tan frágil. Tan perfecto.

Pongo mi palma en el vidrio. —Connor. —Sufro por tocarlo, sostenerlo


contra mi pecho y sentir sus latidos en su pequeño y valiente pecho—.
Lo lograste. Vas a crecer grande y fuerte. Un buen hombre. —Con una
madre como la suya, no tendrá elección.

Grandes y desvergonzadas lágrimas corren por mi barba hasta mi


sonrisa. Son lágrimas de felicidad. Lágrimas atormentadas, lágrimas de
bienvenida y lágrimas de despedida.

Se parece a mí, al menos al yo de antes de mis cicatrices, pero tiene los


labios llenos de Valentina. No sé por cuánto tiempo me quedo así,
bebiendo en sus facciones mientras duerme como sólo los inocentes
pueden, pero me duele la cadera por la larga espera cuando una
enfermera me toca el brazo.

—¿Le gustaría ver a su esposa? —pregunta con una voz brillante—.


Está despierta.

¿Me gustaría ver a mi esposa? ¿Qué clase de pregunta es esa? No me


molesto en responder. Ni siquiera tengo flores o un peluche. Ni globos o
diamantes. Sólo mentiras, engaños y libertad.

La enfermera se detiene frente a una puerta en el ala de maternidad.


—Aquí es. Sufrió una pérdida de sangre y todavía está débil, pero puede
quedarse todo el tiempo que quiera. No se aplican las horas de visita.
Pero no la canse.

Eso es parte de la ventaja de una clínica y una habitación privada. Me


preparo y abro la puerta. Valentina está rodeada de sábanas blancas.
Sus ojos están cerrados, y sus labios ligeramente separados. Su
respiración es pareja, pero su piel refleja el color de las sábanas. Mis
entrañas se revuelven. Es difícil verla así.
Me acerco en silencio, tratando de no molestarla, pero sus pestañas se
levantan cuando llego al borde de la cama. Durante tres fuertes latidos
del corazón, ella me mira fijamente, sus suaves ojos inundados de
emociones. Joder, esa mirada me inquieta. La expresión retorcida y
atormentada se enrolla alrededor de mi pecho y me saca el aire de los
pulmones. La única lágrima que se desliza de su ojo y se derrama por
su mejilla, es una estaca en mi corazón que deja un agujero que nunca
podría sanar.

Agarro sus dedos y aprieto. Quiero subirme a la cama y abrazarla, pero


no quiero perturbar su herida y lastimarla. En su lugar, me conformo
con posarme en el borde.

Acaricio el cabello enfrente de su ceja y trazo mis pulgares sobre la


frágil piel bajo sus ojos. —¿Cómo te sientes?

—¿Lo has visto? —dice con voz ronca.

—Es perfecto, Valentina. Tan perfecto.

Deja salir un aliento que hace que sus hombros se hundan en el


colchón.

—Descansa. —Beso sus labios agrietados—. Estaré aquí mismo.

Sus párpados se cierran y su respiración cambia. En un segundo, la


pierdo en el sueño. Es la anestesia que aún está en su sistema. Incapaz
de alejarme, me acuesto junto a su cuerpo y cuidadosamente la acerco
hacia mí. La observo hasta que un nuevo turno de personal entra en
servicio y una enfermera asoma la cabeza alrededor de la puerta.

—El doctor va a examinarla, ahora, si quiere ir a casa y ducharse —me


ofrece de forma brusca—. Tal vez le gustaría comer algo, también.
Necesitará fuerzas para apoyar a su joven y bonita esposa y a su guapo
hijo.

Pasando una mano sobre mi barba, miro mi camisa y mi traje


arrugados. Debo parecer un desastre. Mi boca sabe mal y me duele la
garganta. El hambre no ha cruzado por mi mente, pero me siento
inestable cuando me pongo de pie. No quiero dejarla, pero me alejo del
personal para que puedan cuidar a la preciosa criatura de la cama
blanca.

Cuando salgo, veo a Connor. Después de lavarme y calentarme las


manos, las pongo sobre su espalda. Es tan pequeño que mi palma
envuelve toda la parte superior de su cuerpo. El amor, el orgullo, el
instinto de protección y el amor lastiman mi pecho.

Paso mi primera prueba de cambio de pañales, y cuando coloco a


Connor como me muestra la enfermera, se agarra a mi pulgar con su
puño, su agarre sorprendentemente fuerte. Me duele físicamente
cuando tengo que soltar sus minúsculos dedos.

Pongo la punta de mi dedo en su corazón. —Te amo, hijo.

No se permiten teléfonos móviles en el ala de maternidad. Afuera,


cuando enciendo mi teléfono por primera vez, hay diez llamadas
perdidas de Kris. Maldición. En mi pánico, olvidé por completo hacerle
saber el estado de los acontecimientos.

Quincy se sienta en una silla contra la pared cuando entro al área de


recepción. Se pone de pie cuando me ve. —¿Cómo están?

La sonrisa que me atraviesa es una cuerda atada a un globo de helio.


Voy a flotar hasta las nubes. —Bien. Está cansada. Él es perfecto.
—Noto su cabello despeinado y la barba de unos días— ¿Qué haces
todavía aquí?

—No me iba a ir sin ti. Rhett fue a casa a ver cómo estaba Charlie. Kris
se estaba volviendo loca. Se asustó cuando no pudo comunicarse
contigo, así que Rhett le dio la noticia. Espero que no te importe.

—Gracias. —Lo digo como nunca antes. No sé qué habría hecho sin
estos dos hombres. Y Kris.

—De nada. Te ves como una mierda. Te llevaré a casa.


Son casi las seis de la mañana. Un nuevo día ha amanecido. Los rayos
del sol bañan los alféizares como las manecillas de un reloj, marcando
mi tiempo que se está acabando. Siento como si hubiera pasado diez
mil noches aquí, y cada paso que doy hacia la luz del sol es más pesado
que el anterior. Cada milla que pongo entre nosotros está una milla más
cerca de nunca. Me trago el conocimiento de lo que tengo que hacer, lo
dejo para tratar con él más tarde, solo. Por ahora, necesitamos celebrar
la vida.

En casa, un emocionado Charlie y Kris se encuentran conmigo en la


puerta.

Kris me abraza, con lágrimas en sus mejillas. —Felicitaciones. Me


estaba volviendo loca. Cuéntamelo todo. Hice el desayuno.

Nos lleva a la mesa de la cocina y me hace contar todo lo que pasó


sobre huevos, tocino y tostadas. Sólo me concentro en los aspectos
médicos y entro en una larga y detallada descripción de Connor,
dejando fuera la parte de cómo va a resultar esto. Cuando han dicho
“ohh” y “aaah”, me pongo en marcha, en acción. Kris no puede
permitirse el lujo de cerrar la consulta por el día y sabiendo lo poco que
durmió anoche, me ofrezco a organizar una ayuda temporal a través de
Dial-a-Temp3 por el día, pero ella se niega obstinadamente. Todavía
tenemos que hablar de la licencia de maternidad de Valentina y cómo
afectará a la clínica de Kris, pero por ahora lo dejo en un segundo
plano. La prioridad es que Valentina y Connor descansen y crezcan
fuertes.

Sintiéndome mejor después de la ducha y poniéndome un traje limpio,


llamo a Michael y le informo de la noticia. Tengo cinco días de licencia
de paternidad, pero pasaré por la oficina esta tarde para atar algunos
cabos sueltos.

Cinco días para despedirme. Eso es lo que me doy a mí mismo. No voy a


darle vueltas. Todavía no. Hay un montón de cosas que hacer en cinco
días. La guardería no está lista. Excepto por algunos trajes y una caja
de pañales, no hemos podido ir a la tienda de bebés. Valentina necesita
3
Dial-a-Temp: Empresa que se encarga de proveer personal capacitado en ciertos puestos de trabajo por
un tiempo temporal o permanente dependiendo de lo que se solicite.
una cuna, un cochecito, una cuna portátil, un asiento de auto, un
extractor de leche y otros dispositivos que los bebés necesitan. Después
de hacer algunas compras, quiero pasar por la clínica otra vez. Ansioso
por seguir con las tareas para poder volver con las dos personas que
más me importan en el mundo, tengo algo del dinero que escondí para
las compras del bebé en la caja fuerte de mi estudio. Estoy a punto de
salir de la habitación cuando mi portátil abierto me llama la atención.
Siempre lo mantengo cerrado cuando no lo uso. Es una cuestión de
seguridad, sabiendo lo fácil que es para un hacker acceder a la cámara
web y estudiar lo que pasa en nuestra casa. Cada vello de mi cuerpo se
eriza. Alguien ha husmeado por ahí. Hay información en ese ordenador
que puede implicarme en crímenes y asesinatos. Deliberadamente, no
he borrado las pruebas de embargos y sobornos financieros que hicimos
por el negocio de Magda. Nunca se sabe cuándo puedes necesitarlo,
como para chantajearte a ti mismo en una situación desesperada
cuando tu vida está amenazada.

Caminando con cuidado alrededor del escritorio, estudio la parte de


arriba en busca de señales de disturbios, pero todos los papeles y
archivos están en su lugar, cuidadosamente limpios y cuadrados, tal
como los dejé. Pulso un botón al azar para repotenciar la pantalla.
Aparece una carpeta que no conozco. El nombre hace que mi corazón se
acelere. Casi me da un paro cardíaco cuando la abro y leo los nombres
de los archivos.

Carajo. Mierda. No.

Mis ojos caen en el lápiz negro con el logo de Louw Unlimited insertado
en la memoria USB.

Magda.

Magda le dijo a Valentina. Le dijo lo que hice. Según los archivos que
me miran, ella hizo más que eso. Le dio a Valentina la maldita
evidencia. Tirando la pila de billetes sobre el escritorio, aprieto y suelto
las manos. Hago esto varias veces para evitar golpear algo. Valentina lo
sabía. Tuvo a nuestro bebé sabiendo lo que le hice. Magda no tenía
derecho. ¿Por qué? Nunca quise que Valentina sufriera la horrible
verdad. ¡Maldita sea! Saco la ira y me desahogo con la silla, pateándola
hasta que un dolor agudo sube por mi pierna y se clava en mi cadera.

¿Qué le mostró Magda a Valentina? ¿Una grabación de mi conversación


con el doctor? Abro el archivo con una mano temblorosa. Justo como
pensaba, se abre un archivo de audio de mi llamada a Engelbrecht.
Escucho todo el discurso, escuchando lo que Valentina escuchó,
tratando de imaginar lo que sentía, lo que pensaba. Adiviné cuál era el
contenido de ese archivo incluso antes de hacer clic en él, pero no tengo
ni idea de lo que contiene la llamada carpeta de pruebas.

¿Qué otra prueba hay de mi engaño?

Un desagradable presentimiento está en la boca de mi estómago. Esto


se siente pesado. Sucio. De repente, estoy impaciente. En mi prisa por
abrir el archivo, hago un mal clic y tengo que hacerlo de nuevo. Lo que
se abre es un video clip. Una imagen borrosa llena la pantalla. Parece
una película casera de baja calidad. A medida que las imágenes se
despliegan, un pavor helado llena mis venas. El terror se convierte en
lava hirviendo y derritiéndose. La ira explota en cada vaso sanguíneo de
mi cuerpo. La rabia me hace temblar. Mis órganos tiemblan al
presenciar una versión más joven de Valentina en su peor pesadilla.
Recuerdo el escalofrío incontrolable de su cuerpo mientras se
arrodillaba ante mí y me contaba su secreto. Siento su dolor y veo su
humillación cuando seis hombres adultos causaron esos sentimientos
por su placer. Quiero matarlos como nunca quise hacerlo. Quiero
hacerles sufrir mil veces más. Quiero cortarles los miembros y
arrojarlos a los pies de Valentina. Los arrastraré a través de piedras y
espinas hasta que no les quede ni un centímetro de piel en el cuerpo.
Hiervo en mi furia, forzándome a mirar cada segundo cruel, deseando
que cada segundo sea el último de su tortura. Es espantoso de
contemplar y una agonía pura de presenciar, pero sigo adelante, porque
el vídeo contiene algo que he estado buscando durante la mayor parte
de un año, las identidades de los asaltantes de Valentina.

En algún lugar de mi mente aparece una advertencia. Algo es familiar,


pero no puedo ubicarlo. Cuando uno de los malditos habla de nuevo, la
niebla se levanta de mi mente. Conozco esa voz. Barney. Estaba… oh,
mierda. No. Uno de los compinches de mi padre. Uno por uno, sus feas
caras se ven en la pantalla. Todo el maldito equipo. Si mi padre
encubrió su crimen, si barrió la suciedad sobre el acto despreciable no
es mejor que ellos. Entonces la cámara se gira, y miro a los ojos del
hombre que violó a Valentina, el hombre que me dio la vida.

Dulce madre de Jesús. Conmocionado y enfermo, caigo en la silla,


mirando la pantalla negra. Varios hechos atraviesan mi mente como
flechas ardientes. Uno, mi padre violó a Valentina mientras sus amigos
la sujetaban. Mi propio maldito padre. Dos, Magda lo sabía. Sabía lo de
la violación y nunca me lo dijo. Tres, esto tiene algo que ver con el
motivo por el que Magda quería a Valentina muerta. La deuda era sólo
una cortina de humo. Y cuatro, lo que Valentina vio en esta carpeta
desencadenó una conmoción lo suficientemente grande como para
ponerla de parto y arriesgar la vida de ella y de mi bebé.

Manchas de carbón de cenizas quemadas flotan frente a mi visión.


Lenta y decididamente, me pongo de pie. Guardo la memoria USB en la
caja fuerte y tomo mis llaves. Magda trabaja en Brixton hoy. Conducir
hasta allí tarda demasiado. Es media mañana cuando aparco delante de
la oficina de préstamos. Sólo el Mercedes está fuera, lo que significa que
Scott es mi único obstáculo antes de llegar a Magda.

Doy un portazo en las puertas de cristal y las abro de golpe. Scott, que
está sentado detrás de la recepción, se pone de pie y busca su arma.
Antes de que pueda agarrar el mango que sobresale de la funda de la
cadera, le doy una patada en el estómago y un puño en su pistola. Cae
de espaldas, su cuerpo se conecta con la pared. Utilizo el impulso para
agarrar su cabello y lanzarlo boca abajo al suelo. Con una rodilla en la
espalda, le sujeto las muñecas y saco la pistola de su funda. Quito el
seguro, aprieto el gatillo y empujo contra su sien.

Deja de luchar, sabiendo que es como si estuviera ya muerto. —¿Qué


carajo, hombre?

—¿Dónde está Magda?

Gruñe mientras le subo el brazo. —La oficina de atrás.

—¿Quién está con ella?


—Está sola.

Por lo general. La oficina está insonorizada. No me oirá maltratar a


Scott a menos que entre por la puerta.

—¿Por qué fue a mi casa ayer?

—No lo sé. —Maldice y gime de dolor—. Me estás rompiendo el brazo.

—Esa es la idea —gruño—. ¿De dónde sacó Magda el video?

—¿Qué video? —Gira la cabeza a un lado y traga aire por la boca—. Ah,
joder, eso duele.

—El que dejó en mi casa. Ayer.

—No sé de qué estás hablando.

Empujo más fuerte, atrayendo más palabrotas, esta vez mezcladas con
mocos y lágrimas.

—Un viejo video. Película casera.

—Mierrrrda. Detente.

Se retuerce como un gusano. Dejo ir un centímetro, dándole espacio


para respirar y hablar.

Jadea silba. —Desenterré un video en el cementerio.

—¿Cuál?

—Rosettenville.

—¿Qué tumba?

—Haynes, Charles.
Empujo de nuevo, invitando a un aullido. —No está muerto. Si me
mientes, hijo de puta…

—Es su plan —grita—, para cuando muera.

—¿Cuándo? —Acentúo mi urgencia con la tensión en su codo—.


¿Cuándo lo desenterraste?

—¡Ah, mierda! Por el amor de Dios. —El aire le atraviesa los dientes
cuando lo suelto—. Ayer.

—¿Cómo supiste que estaba ahí?

—Charlie.

—¿Te lo dijo?

—Se lo dijo al psiquiatra.

—¿Quién, Christopher?

—Siii.

Ese bastardo. Por eso Magda insistió en la hipnoterapia. Necesitaba


encontrar un video que estaba buscando. Algunos pedazos caen en su
lugar, pero todavía hay un gran y oscuro agujero en el medio del
cuadro.

—¿Por qué le dio el video a mi esposa?

—¡No lo sé! Ni siquiera sé lo que hay en el video.

Llego a mi límite con Scott. No sabe más. Agarrando el arma por el


cañón, la hago caer con fuerza sobre su cabeza, dejándolo inconsciente.
Por si acaso, recupero las ataduras que Magda guarda con otras
herramientas de tortura en el cajón de abajo y le ato las manos y los
pies. Pongo un letrero de cerrado y cierro con llave la puerta principal
antes de ir a la oficina de atrás a buscar mis respuestas.
Magda salta de su silla y ronda su escritorio, llamando a Scott antes de
que la puerta se cierre detrás de mí.

Avanzo sobre ella. —No puede ayudarte.

Sus ojos se deslizan hacia el arma que tengo en la mano. —Sé


razonable, Gabriel.

—¿Cómo cuando le diste el video a Valentina?

Ella palidece al color de la madera blanqueada, la superficie de su piel


es desigual y áspera.—¿Te lo mostró?

El lado diabólico de mí quiere jugar con ella. Un conejo y un zorro.


—¿Esperabas que no lo hiciera?

Levanta las palmas de las manos. —Todo lo que quería era que se fuera.
Sólo quería que mi hijo volviera.

Mi voz se hace más fuerte con cada sílaba. —Pensaste que huiría
sabiendo que mi maldito padre la violó.

—Sí, pensé que la alejaría. No has sido tú mismo desde que ella entró
en tu vida. Te está destruyendo, como destruyó a tu padre.

—¿Ella lo destruyó? —Cada uno de mis miembros está temblando—. Él


es el que le quitó su inocencia, su juventud… Dios, Magda, le golpearon
hasta el último centímetro de su vida y ¿ella lo destruyó?

Sus ojos se magnifican detrás de sus gafas. —¡Ella lo sedujo!

—Ella tenía trece malditos años —grito.

—Vi la forma en que la miraba, incluso cuando era tan joven. ¿Sabes lo
que se siente? Es la forma en que camina, con su trasero
balanceándose y sus tetas empujadas hacia afuera. Es lo que lleva
puesto, esas faldas cortas y tops ajustados. —Me señala con el dedo en
el pecho—. Ella se lo hizo a él y te lo está haciendo a ti.
No puedo creer lo que estoy escuchando. —¿Cuánto tiempo hace que lo
sabes?

Ella mira hacia otro lado.

—Me lo dirás —le digo—. Hoy es el día en que nos sinceramos.

—Se suponía que no debías averiguarlo, no de esta manera.

No. Tampoco Valentina. Dios, así no. —Lo hice, así que empieza a
hablar.

Ella me enfrenta lentamente. —¿Qué vas a hacer con el video?

Necesita entender lo serio que soy. La asustaré para que hable, y si eso
no funciona, juro por Dios que torturaré a mi propia madre. —Irá a las
autoridades, las que no te pertenecen.

Tiembla desde el dobladillo de su vestido hasta la línea de su cabello


bien recortado. —Nos destruirá.

—Ya estamos destruidos. Se acabó, Magda. Se acabó. El negocio se


acabó.

Su manzana de Adán se balancea al tragar. —No hagas esto, Gabriel.

—¿Por qué no? Mi padre es un violador. Mi madre es una criminal, y yo


soy un asesino.

—Hacemos lo que debemos para sobrevivir.

—No justifiques nuestros jodidos pecados.

—Dices eso porque estás bajo su hechizo, como tu padre.

—No, Magda. Estoy enamorado de ella. La amo como nunca he amado a


una mujer. Iría al infierno por ella, y no parpadearé para enviarte a la
cárcel por lo que sabías y encubrías, así que empieza a hablar.
Durante cinco segundos completos me mira fijamente. Justo cuando
creo que no va a responder, dice, —Tu padre pensó que la había
matado. Dijo que nadie tenía que saberlo, así que le dijo a Barney que
destruyera el video. Sólo que Barney nunca lo hizo. Se aferró a él, como
moneda de cambio, quizás para chantajear a tu padre más tarde,
¿quién sabe? Valentina sobrevivió. Lo supimos cuando ya estaba bien
en camino de recuperación, porque Marvin y Julietta lo mantuvieron en
secreto. Tu padre…

—Deja de llamarlo mi padre. —No soporto estar emparentado con él.

—Owen estaba seguro que Val sabía sus nombres. Arregló un golpe
para eliminar a toda la familia.

Feas palabras se sientan en la punta de mi lengua, pero las aparto para


que ella pueda terminar esta pesadilla de historia.

—Antes que el golpe pudiera tener lugar —continúa— Barney terminó


muerto. Derribado en su propio patio. Entonces Marvin le hizo una
visita a Owen y le dijo que tenía el video. Lo obtuvo de Barney. Nos dio
una copia impresa que mostraba claramente su… —Se descubre a sí
misma—. Mostraba la cara de Owen como prueba. Dijo que el video
estaba escondido, y que si tocábamos a su familia, iría a la policía. En
ese momento, cuando Owen dirigía la compañía, no teníamos muchas
conexiones en la fuerza. La policía estaba esperando una razón para
arrestar a Owen. Incluso una multa por exceso de velocidad habría
bastado. No teníamos otra opción que cancelar el golpe.

Ahora entiendo por qué Magda trabajó tan diligentemente para abrirse
camino en la policía. Había un método en su locura de tener tantos de
ellos en su bolsillo.

—¿Cuál fue la venganza? —Marvin hubiera querido vengarse y


compensar lo que le hicieron a su hija.

Ella me da una larga y triste mirada. —Tú.


Tropiezo un paso, todo el peso de mi cuerpo presionando mi pierna
medio coja. —¿Qué?

—El trato era que te casarías con la arruinada Valentina y Owen le


daría la mitad del negocio a Marvin.

Lucho por asimilar la información, pero tiene sentido. Marvin no sólo


obtendría una mejora en términos de un pretendiente para su hija, sino
también una gran retribución, no es que ningún dinero pueda
compensar lo que hicieron.

Fuerzo la pregunta de mis labios secos. —¿Qué sucedió?

—Owen no iba a dejarse chantajear. Charles tenía quince años y era un


factor peligroso a tener en cuenta. Era protector con su hermana. Le
dije a Owen que Charles nunca dejaría pasar esto. Esperaría el
momento oportuno para vengarse. Al no tener elección, Owen aceptó las
demandas de Marvin, pero en el momento en que Marvin se fue, Owen
llamó a sus hombres y les dijo que encontraran el video y mataran a los
Haynes. En lugar de un golpe, se suponía que debía parecer un
accidente.

—El auto que se cayó del puente…

—Nuestros hombres cortaron los cables de los frenos.

—¿Julietta?

—El robo del banco fue escenificado. Ella era el verdadero objetivo.

—¿Por qué Owen dejó vivir a los niños?

—Owen habló con Val en el funeral de Marvin. Estaba claro que no lo


reconoció. Ella no sumo dos más dos. Lo has visto en el video… —Ella
mira a otro lado otra vez, sin poder verme a los ojos—. Has visto en el
video que nunca abrió los ojos, y Charles ya no era él mismo.

—¿Por qué correr el riesgo?


—Owen quería ese video, y Lambert Roos nos dijo que Marvin se lo
había dado a Charlie para que lo escondiera. Charlie era el único que
sabía dónde estaba. Tratamos de hablar con él después del accidente,
pero Charlie no podía recordar. No sabía de qué estábamos hablando.
Era totalmente incoherente. Un completo vegetal.

—La mafia echó a los niños de Haynes, y Lambert rechazó a Valentina.

Owen les ordenó que lo hicieran, ¿no? ¿Fue porque Valentina estaba
prometida a mí?

—No tenía intención de traer nunca a esa mujer bajo nuestro techo.
¿Crees que quería un recordatorio constante mirándola a la cara, todos
los días?

—Entonces, ¿por qué decirle a Lambert que rompiera el compromiso?

—Owen no quería que tuvieran la protección de la mafia portuguesa. Si


la verdad salía a la luz, habría una guerra entre ellos y nosotros. —Sus
ojos se vuelven planos y brillantes como monedas de plata—. A nadie se
le permitió acogerla, pero tampoco se le permitió tocarla a ella o a su
hermano. Dijo que sería hasta que encontrara el video, pero yo sabía
que era por otra razón.

—¿Qué razón?

—Se obsesionó con ella.

—¿Por qué dices eso?

Abre el cajón de arriba de su escritorio. Saca un álbum de recortes y lo


tira en mi dirección. Llego al borde con más pena que curiosidad en mi
corazón, pero hemos llegado demasiado lejos para no romper la tapa y
dejar salir todos los gusanos. Abriendo las páginas, me estremezco al
mirar foto tras foto de Valentina, todas tomadas desde lejos. Sólo llego a
la tercera página antes de que mis entrañas se revuelvan y la bilis se
me suba a la garganta. Eso explica cómo Valentina sobrevivió,
relativamente ilesa en Berea.
Magda extiende los dedos y apoya las puntas de los dedos en el
escritorio. —Seguimos buscando, buscando por todas partes. Pusimos
su casa patas arriba y barrimos cada rincón del taller de Marvin, pero el
video nunca apareció. Sin embargo, Owen siguió retrasando su
asesinato, usando ese maldito video como excusa.

—Cuando Owen murió, ordenaste la muerte de Charlie y Valentina para


evitar que hablaran y para vengarte de Valentina por tus celos inútiles.
La deuda era una excusa para que ningún dedo de la familia de la mafia
pudiera señalarte.

—Sí. Le pagué a Jerry para que llevara a Charlie a Napoli’s.

—Por eso hiciste que Scott le disparara a Jerry. No hay testigos.

—Sí.

—¿El robo en el piso de Valentina?

—Habíamos registrado el piso antes, pero cuando oí que lo vendía, tuve


que estar absolutamente segura que el video no estaba allí.

Luego me enamoré de Valentina, no sólo honrando la promesa de Owen


de casar a su único hijo con la chica que violó, sino también haciendo
realidad la mayor pesadilla de Magda, arrastrando los recuerdos del
horrible crimen de mi padre a su puerta. Qué gran e irónico giro de los
acontecimientos.

Su voz tiembla. —Te dije que no te enamoraras de ella. Te lo supliqué.

Estoy muerto por dentro para la gente que me concibió y me crió. Mi


familia ya no existe.

—Tu brillante plan para hipnotizar a Charlie funcionó.

—Lo hizo. Le dijo a Christopher dónde estaba escondido el video.


—Y luego ¿pensaste que podías matar a Valentina mostrándole con
brutal detalle de lo que el padre de su marido le hizo?

—Nunca mataría a la madre de mi nieto. Sólo esperaba que ella te


dejara.

—Bueno, casi la matas.

—¿Casi? —pregunta en voz baja, muy poco apta para Magda.

—Valentina estuvo de parto ayer por el shock. No sólo estuvo a punto


de perder a mi bebé, sino que también estuvo a punto de morir.

La alegría se enciende en sus ojos. Es breve, dura sólo una fracción de


segundo, pero no se me escapa. Se habría alegrado si Valentina
estuviera muerta, y quizás hasta se habría sentido aliviada si mi hijo
también lo estuviera. Esto, no puedo perdonarlo. No me importa que me
haya disparado y me haya convertido en un asesino. Disfruto ser
temido. No voy a mentir. Lo que no aceptaré es una amenaza a mi hijo y
a la mujer que amo, la mujer a la que esta familia ha agraviado en todos
los sentidos. Le quitamos su virginidad, sus padres, su hermano, su
casa, su dinero, su prometido y su protección. La maltratamos,
desfiguramos su cuerpo, destruimos sus estudios, sus sueños y su
vida. Forcé a mi hijo a entrar en su cuerpo, y ahora lo sabe. Ella sabe la
fea verdad.

Magda rompe mi línea de pensamiento. —¿Qué vas a hacer, Gabriel?

—Arreglar esto.

—Ya veo. —Su cuerpo alto y recto presiente. Parece 50 años mayor—. A
esto es a lo que llegamos, entonces.

—Nunca debió haber comenzado. —Owen nunca debió haber puesto un


dedo sobre Valentina.

Su mirada está desolada mientras busca en la mía. —¿Y ahora qué?


—Está en manos de Valentina. Es su decisión si quiere presentar
cargos o enviar el video a los juzgados.

Ella frunce los labios, como si pensara profundamente. Después de un


rato, pregunta en voz baja, —¿Niño o niña?

—Es un niño. Se llama Connor.

—Connor. Lo mantuviste en la familia. Eso está bien. Gabriel…—Ella


duda—. Hay algo que debes saber sobre la muerte de Carly. No creo que
el bebé fuera la razón de su suicidio.

—¿De qué estás hablando?

—Sylvia y Carly vinieron a almorzar el día antes de su muerte.


Discutieron sobre la salida de Carly a una fiesta con sus amigos. Sylvia
no la dejó ir. Dijo que después de lo que pasó con las drogas no podía
confiar en Carly. Carly estaba siendo dramática, acusando a Sylvia de
arruinar su vida. Dijo que prefería estar muerta y que si lo estaba,
Sylvia lo lamentaría. No creo que quisiera tener una sobredosis con las
píldoras para dormir de Sylvia. Creo que fue otro de sus trucos para
llamar la atención que salió terriblemente mal.

No tengo que preguntar por qué no me lo dijo antes. Quería que me


sintiera culpable por quedarme con Valentina. Era una cuestión de,
“Ves, te lo dije”. Sin embargo, parte del peso se me quita de los
hombros.

—Gracias por decírmelo.

Ella asiente con la cabeza.

La miro por última vez, porque cuando salga de aquí, no quiero volver a
verla nunca más.

—Adiós, Magda.
No responde. Sigue asintiendo con la cabeza, cuando salgo de su oficina
sin molestarme en cerrar la puerta. No llego hasta la recepción cuando
el disparo suena.
El sonido familiar de una bala que sale del cañón de una pistola me
atraviesa. Me detengo. La explosión de metal vibra en mi cráneo antes
de que las paredes absorban los últimos ecos. Mi primera reacción es
escuchar. ¿Los sonidos de la vida? ¿Fallo? No lo sé.

Silencio.

Mi cuerpo es pesado. Soy lento para girar y volver a la oficina. Mis


dedos vacilan en el pomo de la puerta abierta. No puedo respirar. Me
siento como si tuviera diez años, bajo el agua en la piscina, contando
hasta sesenta. El peso de la puerta se mueve en mi mano. No quiero
abrirla más, pero no tengo elección. Como cuando tenía doce años,
Magda me quitó la elección cuando apretó el gatillo. La puerta se abre
completamente, un rayo de luz cae sobre mis zapatos. Sé lo que me
espera, pero la vista me sacude. Magda está tirada boca abajo en su
escritorio, con sangre por todas partes. En su mano, agarra el mango de
marfil, la misma arma que la motivó a dispararme.

Su cuerpo inmóvil parece irreal. Es demasiado fuerte para que muera


de esta manera. Demasiado orgullosa. Demasiado luchadora. Este debe
haber sido el final de la lucha para ella. Seguro que lo es para mí. Mi
pecho se desinfla y se levanta. El aire llena mis pulmones, un doloroso
arrastre tras otro, mientras sus palabras dan vueltas en mi cráneo.

A esto es a lo que llegamos.


Sacando mi teléfono del bolsillo, llamo a un amigo, el capitán Barnard
de la comisaría de Brixton y le explico lo que ha pasado, sin la parte de
atrás de la historia que rodea a mi padre. Minutos después, los
detectives inundan la oficina.

Barnard le da a Scott, que vuelve en sí, una mirada de reojo. —¿Qué le


pasó?

—Lo retuve para interrogarlo.

Escribe algo en un cuaderno y me saluda desde debajo de sus cejas.


—¿Magda y tú os habéis peleado?

—Un desacuerdo.

—¿Qué es, si puedo preguntar?

—Un asunto familiar que concierne a mi esposa.

—Ya veo —Continúa garabateando—. ¿La mataste?

—No.

—¿Entonces es un suicidio?

—Sí.

—Ah, ya.

—¿Puedo irme? Mi esposa tuvo un bebé.

—Le haré saber si necesita venir para un nuevo interrogatorio.

El tono de Barnard raya en el aburrimiento. No era amigo de Magda,


por eso lo llamé. Le molestaba la criminalidad que su negocio de
prestamista trajo a una Brixton ya plagada de crímenes.

Luchando contra la claustrofobia, salgo corriendo y me detengo a la luz


del sol. ¿Qué es lo que siento? ¿Culpa? ¿Alivio? ¿Dolor? ¿Lástima?
Magda y yo nunca estuvimos unidos, pero ella era mi madre. Buena o
mala, la familia es la familia, y sólo a mí me dejan cargar con los
pecados de los nuestros. Mi vida se está desmoronando, así que hago lo
que siempre he hecho. Sigo adelante.

El mundo pesa sobre mis hombros cuando llamo a Rhett para darle las
noticias antes que las vean en los medios. Rhett se ofrece a buscarme,
pero yo me niego.

—Tengo otro favor que pedir —digo.

Rhett es una roca confiable, como siempre. —Dispara.

Con el funeral a cargo, no voy a llegar a todo. —¿Pueden tú y Quincy


ayudar con las compras del bebé?

Duda por un latido del corazón. Si no fuera por las circunstancias, el


miedo en su voz me habría hecho sonreír. —¿Qué tipo de compras?

—Las cosas que necesitan los bebés. Ya sabes, un cochecito, un asiento


de auto, una cuna, ese tipo de cosas.

Pasa un trago audible. —Uh... supongo.

Buen hombre. —Toma mi chequera, Rhett tiene Autorización para


usarla. Está en mi oficina.

—Espera —dice cuando estoy a punto de colgar—. ¿Qué colores? ¿Qué


modelos? —Su tono se eleva con una pizca de pánico—. ¿Dónde se
compran esas cosas?

—Lo resolverás. Hará la vida de Valentina más fácil cuando vuelva a


casa.

Mencionar a Valentina sella el trato. No hay nada que mis guardias no


puedan hacer por mi mujer.

Con mis guardaespaldas haciendo las compras, tengo tiempo de ir a


casa y empacar ropa para Valentina y Connor antes de parar en una
florería y tienda de telas. Armado con un par de pendientes de
diamantes, una caja de bombones, un enorme arreglo floral y un
cocodrilo de peluche gigante, conduzco hasta la clínica. Diamantes en
mi bolsillo, flores bajo un brazo, cocodrilo bajo el otro, chocolates en mi
mano, y una bolsa de viaje que se balancea en el otro, pasó por la
puerta de Valentina.

Está apoyada en las almohadas de la cama. Me detengo para acogerla.


Sus largas pestañas caen sobre su mejilla mientras mira sus manos.
Rizos color chocolate y vino caen sobre sus hombros, oscureciendo
parcialmente la suave curva de su pecho bajo la bata del hospital. El
brillo bronceado ha vuelto a sus mejillas, la palidez de esta mañana se
ha ido. Verla me hace sentir débil. Debo estar convirtiéndome en un
gran puto llorón, porque estoy luchando contra las lágrimas por tercera
vez desde ayer. Justo cuando pienso que no me va a mirar, sus
pestañas se levantan y sus ojos marrones se encuentran con los míos.
Ríos de tristeza fluyen por sus profundidades, dejando huellas fangosas
que juro que puedo ver hasta su alma. Reacio a empezar el inevitable
tema que tenemos que discutir, me entretengo colocando el cocodrilo a
los pies de la cama. —Para Connor.

Una sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios. —¿No crees que es


demasiado pequeño?

Me encojo de hombros, desplazando el peso de las flores. —Pensé que


iría con el tema de la jungla.

Su mirada se mueve hacia los lirios blancos y azules.

—Para ti. —Puse las flores sobre la cómoda contra la pared—. Huelen
bien.

—Gracias.

Dejo los chocolates junto a las flores y la bolsa. —Les empaqué a ti y a


Connor algo de ropa. —Traspaso los artículos al armario—. Si he
olvidado algo, dilo y te traeré lo que necesites. —Termino desempacando
su bolsa de baño en el baño de la habitación.

Cuando vuelvo, la veo con sus grandes e inquisitivos ojos. Desarmado,


sin nada que me pese en los brazos, estoy expuesto y vulnerable. No
tengo más remedio que darle lo que realmente se merece... la verdad.

Me duele la pierna mala cuando cruzo el suelo y me paro al lado de la


cama. No puedo evitar estirar la mano y acariciar la mejilla de mi
mujer. Por un momento, me presiona la palma de la mano y luego el
calor de su piel desaparece.
La suelto, mis dedos se deslizan sobre la línea de su mandíbula y bajan
por su cuello. —¿Cómo te sientes?

Sus pestañas más bajas, medias lunas oscureciendo su expresión.

—Estoy bien.

Un muro se rompe dentro de mí y las emociones inundan mi


compostura. Mi voz tiembla. —Lo siento. —Al caer en la silla junto a la
cama, tomo su mano y presiono sus dedos contra mis labios—. Lo
siento mucho, joder. —Por engañarla, por el dolor que sufrió, por casi
perderla hasta la muerte. Después de Carly, no sería capaz de hacer
frente a perderla a ella o a Connor también.

—¿Por qué? —Su aliento se recupera con un sollozo—¿Por qué lo


hiciste?

La pregunta está cargada. Hay tantas respuestas a esa única pregunta


que no sé por dónde empezar.

—Lo sé todo, Gabriel.

No todo. Y me matará decírselo. Asiento y trago, tratando de encontrar


mi voz. —Sé que lo sabes, bonita.

Las lágrimas hacen que sus ojos brillen como pepitas de oro en el agua
clara de un río. —¿Por qué no me lo dijiste? —Su mano tiembla en la
mía—. ¿Te gustó hacerme parte de todo este asunto feo y retorcido?¿Por
qué yo, Gabriel? ¿Necesitabas terminar lo que tu padre había
empezado?

Una ola de enfermedad me envuelve. —Dios, no. No, Valentina. No


sabía que era él hasta que encontré el USB en mi ordenador esta
mañana. He perseguido a los hombres que te hicieron esto desde el
momento en que me lo dijiste. Tienes que creerme. Juro por Dios que si
no estuvieran ya muertos, los habría matado con mis propias manos
por lo que te hicieron. —Mi tono baja a un susurro—. Si pudiera, le
habría hecho pagar a mi padre.

—¿Cómo...? —Su voz se quiebra. Tarda un momento en poder hablar de


nuevo—. ¿Cómo encontró Magda el video?
La miró fijamente durante tres segundos completos. Más tiempo. Esta
es la parte en la que me odiará aún más, si es posible. —Charlie.

—¿Charlie?

—Tu padre mató a Barney por el video. Se lo dio a Charlie para que lo
escondiera.

—Barney. Estaba con tu padre. —El color deja sus mejillas—. ¿Mi padre
mató a Barney? ¿Y Charlie lo recordó? —Sus ojos se agrandan a medida
que el entendimiento se desangra en ellos—. ¿Las hipnosis?

—Sí —digo sombríamente—. Así fue como Magda descubrió que Charlie
enterró el video en el cementerio, en el terreno que tu padre le había
comprado.

La resolución marca el cuadrado de sus hombros mientras se prepara


para lo que viene. —Es mejor que empieces desde el principio.

Le cuento todo lo que Magda dijo, sin dejar nada fuera. Le digo que mi
padre era un bastardo enfermo obsesionado con una chica menor de
edad y su obsesión llevó a la destrucción no sólo de ella, sino también
de mi familia. Le digo que la mafia pagó y amenazó a Lambert Roos para
que cancelara su compromiso y que yo debía ocupar su lugar,
irónicamente he ocupado su lugar. Le hablo de Jerry, de la trampa que
Magda le tendió a Charlie y quizás lo más difícil, que se suponía que yo
la mataría, pero que ella ya lo sabía. Ella sabía el hecho desagradable y
aun así trató de construir algo conmigo. Así de grande es su corazón,
pero ningún corazón puede ser tan grande como para procesar y
perdonar la profundidad de lo que estoy poniendo a sus pies ahora.

Me escucha hasta el final, y cuando mis palabras se secan, pregunta,


—¿Por qué me engañaste?

Frotó sus dedos sobre mis labios, una y otra vez, suplicando con mis
ojos que me entiendan mientras digo mis palabras.

—Era la única manera de salvarte.

—De Magda.
—Sí.

—¿Por qué lo hizo? ¿Por qué me enseñó el video?

—Darte el video fue su manera de tratar de alejarte. No creo que fuera


su intención forzarte a un parto prematuro.

Me mira fijamente durante mucho tiempo mientras las lágrimas


silenciosas recorren sus mejillas. Finalmente, susurra, —¿Y ahora qué,
Gabriel?

Hay tanta pérdida de tono. Las palabras suenan rotas saliendo de sus
labios. ¿Y ahora qué? ¿Cómo se puede seguir adelante después de algo
así? ¿Cómo recoge los pedazos de su vida y construye una nueva? Me
duele el corazón. Por ella, pero mi chica es fuerte. Es leal, decidida,
cariñosa y valiente. Lo logrará.

—Magda está muerta. Se puso una pistola en la cabeza cuando me


enfrenté a ella esta mañana.

Su tez palidece aún más. —No.

Ya no puedo mantener mi distancia, me subo a su lado en la cama y la


tomo en mis brazos. En el momento en que mi cuerpo se amolda al
suyo, ella se quiebra. Grandes e insufribles sollozos sacuden sus
hombros. La tranquilizo de la única manera que conozco, abrazándola.
Empujo la cabeza de Valentina contra mi pecho, deseando que purgue
su alma con lágrimas amargas.

Los gritos de Valentina deben haber alarmado a una enfermera que


entra en la habitación y pregunta si estamos bien. Tomando el estado
de Valentina, se dirige a mí. —Depresión post parto. Si no desaparece
en un par de días, llame a su médico. —Endereza las sábanas y se va
sin hacer más preguntas.

Tomo la caja de mi bolsillo y la coloco en el regazo de Valentina.


—Quería darte algo memorable para que nunca olvides lo valiente que
fuiste. —Beso sus labios—. Recuerda siempre que luchaste y
sobreviviste.
Las palabras están cargadas. Ambos sabemos lo que realmente quiero
decir. Ella sobrevivió a mi familia. Si puede sobrevivir a Gabriel Louw,
puede sobrevivir a cualquier cosa.

—Ábrela, por favor, —digo cuando ella no alcanza la caja.

Después de un segundo, saca la cinta. Con cuidado, despacio quita el


papel de envolver y mira el logo dorado en el terciopelo durante lo que
parece ser años antes de levantar la tapa.

Se muerde el labio. —No puedo.

—No digas que no. Esto es para mí, no para ti.

—¿Te hará sentir mejor?

Nada puede hacerme sentir mejor. —Sí.

Ella levanta los diamantes de la caja y se los fija en las orejas. Se


adaptan perfectamente a ella. Parece que fue hecha para piedras
brillantes e impecables.

Me tomo mi tiempo para eternizar la imagen en mi mente.

—Gracias —digo, sintiendo esas dos palabras en el fondo de mi alma.

No estoy listo para irme, pero hay mucho de que ocuparse. La


planificación de toda una vida tiene que ocurrir en cinco días. Tomo su
teléfono de mi bolsillo y lo dejo en la mesita de noche. Tomando su
rostro le beso la frente. El pasado es una nube espesa y oscura que
ahoga el aire entre nosotros. No se puede decir ni hacer nada para
quitárselo. Todo lo que puedo esperar es que mi decisión lo haga mejor.
POR DENTRO, estoy hecha pedazos. Mi alma está rota. No queda nada
de la mujer que fui una vez o de la que podría haber sido. Sigo siendo
un volcán quemado, cenizas negras, pero donde esa quemadura fue
alimentada por el miedo y la ira cuando Gabriel derribó mi puerta,
ahora es el resultado de una tristeza inconsolable. El cráter que solía
ser mi corazón está burbujeando con emociones de pérdida, vergüenza,
engaño e inutilidad. He perdido tanto de mí misma que no sé si queda
suficiente para construirme a partir de las frías brasas de la
destrucción. El padre de Gabriel me quitó algo que se suponía que
debía guardar para el hombre que algún día amaría. Se llevó más que
mi inocencia. Me quitó mi capacidad de tener una relación normal con
un joven normal. Tal vez por eso me enamoré de Gabriel. Tal vez sólo
puedo tener relaciones insalubres, desiguales, cualquier cosa pero
normales con hombres mayores y retorcidos. Owen Louw me quitó mi
vida y me dio pesadillas y vergüenza en su lugar. Debido a un momento
en el que tomó algo que no debería haber querido, perdí a mis padres y
mi futuro. Perdí a mi hermoso Charles por un chico en la concha de un
hombre. Por el crimen de Owen, nos convertimos en parias que vivían
en la pobreza con la crueldad de gente como Tiny. Cuando llegara el
momento, habríamos pagado el precio final... nuestras vidas.

Luego estaba Gabriel. Gracias a él, Charlie y yo no morimos el día que


vino a buscarnos. Me gustaría creer que había algo más que lujuria. A
una pequeña parte de mí le gusta pensar que fue el núcleo de algo más
grande, algo más profundo. Tengo que creer que él siente más que una
atracción física o incluso una obsesión enfermiza, porque la semilla de
placer y dolor que plantó en mí germinó en un innegable apego y
cuidado. El frágil tallo de afecto que brotó en mi corazón de los secretos
podridos de nuestro pasado creció tan grueso y robusto como un árbol.
Ese árbol puede haber brotado en las capas fermentadas del engaño,
pero ese mismo abono hizo que las ramas se elevaran altas y fuertes.
Las adicciones que Gabriel me dio están tejidas como la hiedra
alrededor de ese tronco. Se injertan con la planta y las raíces. Son parte
de lo que soy. En el centro de todo es uno, abarcando la emoción. El
amor.

A pesar de todo, amo a Gabriel. Tomará tiempo perdonar y lidiar con mi


pasado y un gran esfuerzo para trabajar, para confiar en Gabriel de
nuevo pero hay un positivo en el negativo. Si no fuera por ese día fatal
del 13 de febrero, estaría casada con Lambert Roos, viviendo una vida
sin amor en una casa destartalada en el sur de Johannesburgo con
cinco o seis hijos, poniéndome lápiz labial rojo para pasar el día. Si
Magda no hubiera orquestado la deuda de Charlie en Nápoli’s, no
habría entrado la noche que vi a Gabriel. Si Gabriel no me hubiera
matado, no me habría salvado. Siempre lloraré a mis padres y lo que le
pasó a Charlie. Mis cicatrices nunca se desvanecerán por completo,
pero mi pasado no tiene que dictar en quién me convertiré. Elijo no ser
una víctima. Owen puede haber roto mi cuerpo y arruinado mi
juventud, pero no le daré mi espíritu.

Gabriel me rompió y me hizo completa de nuevo. Me enseñó el


significado del amor y me dio un hermoso bebé que lleva ese amor a un
nivel totalmente diferente. Cuando me sacó de Berea, no me dio opción,
y he flotado en la absolución irreprochable que me ofreció durante
demasiado tiempo. Sea o no prisionera de Gabriel, es hora de tomar
una posición. En aquel entonces, tomé un voto no dispuesta a pagar la
deuda durante nueve años. Ahora haré mis promesas de buena gana.
Nunca querría un asesino como padre para Connor, pero Gabriel
trabaja para Michael, ahora. No hay nada que se interponga entre
nosotros. Elijo este amor. Es mío para tenerlo y sostenerlo, y le daré mi
mejor oportunidad hasta que la muerte nos separe.
LOS SIGUIENTES DÍAS pasan de forma borrosa. Entre pintar la
guardería y organizar el funeral de Magda, me quedo con Valentina y
Connor tanto tiempo como sea posible. Quincy, Rhett y yo tenemos el
equipo de bebé cubierto, o al menos eso creo. No tengo ni idea de si las
mil cosas que compramos remotamente cubren todo, porque no estuve
involucrado en los preparativos para Carly.

De eso se encargó una enfermera y un decorador de interiores. Preparar


una habitación para Connor me da un inmenso placer. Instalo un
monitor de bebé con cámara web para que Valentina pueda verlo desde
cualquier lugar de la casa. Puse barreras en la parte superior e inferior
de las escaleras, cubiertas protectoras en todas las esquinas de las
mesas y mostradores, cerraduras para el bebé en los armarios con
productos de limpieza y productos nocivos. Arreglo una cubierta con
cerradura en el jacuzzi, pongo rejas frente a todas las ventanas de
arriba, e instalo una alarma y una valla alrededor de la piscina. Con la
certeza de que la casa es segura para el bebé, saco todas las plantas
venenosas del jardín, y cubro el estanque de peces. Leí en Internet que
un niño pequeño puede ahogarse en tan sólo dos centímetros de agua.
Llevo a Charlie a visitar a Valentina y Connor y lo preparo para ser un
buen tío. Rhett y Quincy están en el hospital más que en casa, ansiosos
por probar todos los artilugios que compraron y decepcionados cuando
se les dice que tendrán que esperar hasta que Connor pueda mantener
su temperatura corporal y haya ganado suficiente peso.

El funeral de Magda es un día antes de que Valentina vuelva a casa. Lo


arreglé así a propósito, sin querer que ella fuera parte del evento. Magda
no merece sus deseos de despedida y dudo que Valentina quiera pagarle
alguno. El servicio es privado, sólo para la familia, lo que significa que
seré solo yo. No es que no quiera que sus amigos y socios presenten sus
respetos. No puedo enfrentarme a los tiburones que rondan las aguas,
esperando ansiosamente por pedazos de carnada para manejar las
promociones de negocios, nuevos nombramientos, pagos y sobornos.
Parece apropiado que sea yo el único que presencie el momento más
débil de Magda, cuando su ataúd sea bajado a la tierra. Incluso en la
muerte, ella toma su legítimo lugar al lado de mi padre, de la misma
manera que compró las parcelas hace años. El viejo cementerio de
Emmarentia está lleno ahora sin espacio para un alma. Mi cuerpo no
descansará aquí, y eso, también, parece apropiado. Me despedí antes de
que muriera. Corté mis lazos el día en Nápoli’s.

Al final de la tarde, el abogado de Magda lee su testamento. No es una


sorpresa que haya añadido una cláusula. Sigo siendo su único
heredero, pero la riqueza sólo puede ser legada o redistribuida en caso
de mi muerte. Siempre minuciosa, Magda se aseguró que no pueda dar
un centavo a Valentina o a mi único hijo sobreviviente. El odio de
Magda por la niña que arruinamos se extiende más allá de la vida,
hasta su tumba. Valentina no puede poner un dedo en la fortuna de la
familia Louw, ni siquiera como mi legítima esposa ya que nos casamos
fuera de la comunidad de bienes. No hasta que yo muera. Lo que
plantea un problema si voy a darle la libertad que prometí en su vida.
No hay manera de que la envíe a ella y a mi hijo sin un centavo al
mundo.

Supongo que tendré que morir.


Todos los días Gabriel nos visita en el hospital. Kris, Charlie, Rhett y
Quincy también son visitantes frecuentes, pero nadie es tan cuidadoso
y considerado como Gabriel. Solo tengo que mencionar que estoy
sedienta y tengo una nevera en mi habitación llena de todas las marcas
imaginables de agua mineral y zumo de frutas. Incluso cuando no digo
nada, me consiente con comidas gourmet de mi delicatessen4 italiana
favorita y productos de baño con aroma a frambuesa. Me masajea la
espalda y me frota los pies. Cuando no está conmigo, hace de mamá
canguro con Connor y le cambia el pañal. Veo al buen padre que amaba
-aún ama- a Carly, y veo lo feliz que puede ser la vida.

El día que me dan de alta, Gabriel me espera con un montón de globos


azules y blancos. Este tipo de acciones son atentas y consideradas, pero
quiero que deje estos esfuerzos exagerados para compensar el pasado y
simplemente sea él mismo. Solo quiero que seamos una pareja. Con el
tiempo, las cosas se acomodarán y encontraremos nuestra nueva
normalidad. Tengo que aferrarme a esta ilusión.

4 Delicatesen: tipo de tienda especializada que ofrece exquisiteces, alimentos de alta calidad o exclusivos
por sus características especiales, por ser exóticos, raros o de elevada calidad en su ejecución. Este tipo de
tiendas suelen ofrecer diversas preparaciones a veces especialidades gastronómicas foráneas. Por regla
general poseen departamentos de charcutería, panadería, carnicería, lácteos, etc. Los alimentos preparados
pueden abarcar desde la preparación de salsas exóticas, sándwiches, conservas. Los delicatesen suelen
tener diversas opciones de ofertas de vinos.
Para protesta de Gabriel, rechazo la silla de ruedas, empecé a caminar
poco a poco todos los días con ganas de recuperar mis fuerzas. Rhett y
Quincy ayudaron a llevar todo desde mi habitación en el hospital hasta
una camioneta que Rhett organizó para este propósito. Con todos los
regalos que he acumulado, no es una tarea fácil. Incluso si estoy feliz de
ir a casa, es difícil para mí irme sin mi bebé. Sosteniendo la mano de
Gabriel, me alejo cuando llegamos a las puertas principales del
hospital. Estando tan en sintonía con mis emociones como lo está, él
entiende la razón de mi pánico.

Sus brazos fuertes me envuelven en un capullo seguro y cálido.


—Estará bien. —Me besa los labios—. Es un luchador, como su madre.

Eso me provoca una sonrisa, lo que parece complacer a Gabriel, pero la


suya es débil a cambio. Ojalá supiera lo que pasa por su cabeza. El
suicidio de Magda y el conocimiento de lo que hizo su padre debe ser
terriblemente duro para él. Va a ser difícil trabajar para ser feliz, sin
embargo, estoy llena de determinación y amor interminable en mi
corazón.

Entrelazo nuestros dedos. —¿Nos vamos a casa? —Quiero que sepa que
estoy lista, que estoy dando este próximo paso de buena gana.

Él traga y asiente, pero no se mueve hacia la puerta. —¿Gabriel?


—Suelto sus brazos para poder dar un paso atrás y mirarlo.

Su expresión cambia. Sus cicatrices se unen cuando estrecha sus ojos,


como si estudiara un retrato para memorizarlo. Su bella cara
desfigurada se suaviza y su mandíbula se afloja, mientras su mirada
azul translúcida se dirige hacia mí. Esto es importante. No sé qué
significa esta repentina mirada de triste afecto, pero sé que es del tipo
que puede hacerte flotar en el aire. Justo cuando estoy a punto de
hablar, una sonrisa borra la tristeza de su cara.

Su voz es firme y fuerte, lavando mi miedo. —Después de ti, bonita.

Durante el viaje me cuenta los cambios que hizo en casa.


—Sé que quieres amamantar, pero tengo un esterilizador eléctrico de
vapor, por si Connor tiene que beber de un biberón por más tiempo.
—Me mira—. Y un procesador de alimentos para más tarde cuando
quieras hacer puré. Si quieres, por supuesto. No hay nada de malo en
comprar comida para bebés ya preparada. Sólo pensé...

Pongo mi mano sobre su rodilla. —Gracias, Gabriel. Todo es perfecto.

En casa, me da un recorrido para mostrarme lo que mencionó en el


auto, insiste llevándome de arriba a abajo por las escaleras. Es como si
me diera un discurso antes de hacer un largo viaje. A pesar de mi
anterior explosión de energía, estoy cansada para cuando terminamos,
y feliz de tomar una pequeña siesta.

Los hombres preparan una cena de bienvenida con chuletas de cordero


asadas y un cremoso puré de papas. Me siento apreciada, y algo que no
he sentido en mucho tiempo, me siento bienvenida. Este es mi hogar.
Este es nuestro hogar.

Después de la cena, Gabriel me lleva a la ducha y me lava el cabello y el


cuerpo. Él tiene especial atención con el secado, con cuidado de no
presionar mis puntos de sutura. Arrodillado a mis pies, me mira con
una mirada fundida en sus ojos.

Deja un rastro de besos en mis piernas hasta mis muslos, con sus
palmas siguiendo el camino. —Dios, eres hermosa.

—Tengo mucha grasa de la que deshacerme.

—No hay nada de lo que deshacerse. —Sus manos se deslizan sobre


mis caderas—. Eres perfecta.

Le paso los dedos por su grueso cabello. —Eres un mentiroso.

—No sobre esto. No sobre ti. —Coloca un suave beso bajo mi incisión—.
Este asombroso cuerpo me dio un hermoso hijo. —Sus ojos se llenan de
arrepentimiento—. Lo siento, Valentina, pero lo haría todo de nuevo
para mantenerte a salvo.
—Está bien. —Acuno
Acuno su mejilla cuando presiona su cara contra mi
estómago—.. Lo que hiciste estuvo mal, pero no me m
molesta
olesta tener a
Connor.

Hay más que discutir, pero tenemos mucho tiempo y por ahora me
olvido de todo mientras sus dedos se mueven hacia mi centro.

—Se
Se supone que no debemos. —Gimoteo
Gimoteo cuando separa mis pliegues
suavemente.

—No
No te penetraré. Sólo una probadita.

Su lengua lame sobre mis pliegues, encontrando mi adolorido clítoris.


La humedad caliente de su boca se siente increíble, pero el placer hace
que mi vientre se contraiga, y eso duele. Gimo en una frustrada
decepción cuando se detiene.

—Lo siento —Me


Me da una mirada vergonzosa
vergonzosa—.. No pude resistirme.

Me levanta y me lleva a la cama como si fuera de cristal fino. Se mueve


detrás de mí y me sostiene pegada a su cuerpo, piel contra piel, hasta
que me dejo llevar por la promesa que me hizo en la clínica ccuando me
susurró que me amaba. Cuando le dije esas mismas palabras, no me
creyó, pero no importa. Tengo todo el tiempo del mundo para
convencerlo. Un día, si tengo suerte, podré oír esas preciosas palabras
saliendo de sus labios otra vez.
ME DESPIERTO SOLA EN LA CAMA. Las sábanas del lado de Gabriel
están frías. Podría estar en la ducha o haciendo ejercicio en el gimnasio.
Pero sé que no lo está. Hay un conocimiento instintivo en mi alma. Un
sentimiento oscuro mueve las alas del presentimiento a mí alrededor,
mi corazón aletea en la jaula de mis costillas.

—¿Gabriel?

Me levanto de la cama y me pongo una bata. Bajando las escaleras tan


rápido como mis puntos lo permiten, vuelvo a decir su nombre, pero
todo lo que obtengo es mi eco en el espacio vacío.

—¿Valentina? —Quincy entra en la cocina, con la preocupación grabada


en su cara—. ¿Está todo bien?

—Gabriel. —Camino hacia la cocina como si estuviera caminando sobre


alfileres.

—Gabriel se ha ido.

—Hey. —Se apresura a encontrarse conmigo y me toma del brazo—. Se


fue temprano para ocuparse de los negocios. Volverá después del
desayuno.

Me siento en la silla que él saca para mí. —¿Adónde se fue?

—La oficina de Brixton.

—¿Con Rhett?

—Sí.

Incluso saber que Rhett está con él no me ayuda a respirar más


fácilmente. —¿Por qué?

—Con Magda fuera, hay mucho que arreglar.


Aún no hemos hablado del negocio o de sus planes. Tal vez él siente que
no me concierne. —Trabaja para Michael. ¿Significa eso que va a volver
al negocio de los préstamos?

Quincy parece incómodo. —No sé nada de eso. Tendrás que


preguntárselo a él.

Todavía hay una gran brecha entre Gabriel y yo, y dónde estoy en
nuestra relación.

—¿Puedo hacerte una taza de café? —Quincy pregunta con una ceja
arrugada—. ¿Tal vez un té?

Me agarro el estómago y me pongo de pie. —Necesito hablar con él.


Ahora. —No puedo quitarme esta horrible sensación que se arrastra
sobre mi piel.

—¡Guau¡ —Me empuja de nuevo a la silla—. Quédate en tu sitio. Gabriel


me despellejará vivo si te arrancas los puntos. Voy a buscar tu teléfono.
¿Dónde está?

—Gracias —susurro—. En la mesita de noche en el dormitorio.

—Vuelvo enseguida. —Sube corriendo por las escaleras, tomándolas de


dos en dos.

No me importa que la cama no esté hecha o que mi ropa esté esparcida


por el suelo donde Gabriel dejó caer cada artículo anoche, después de
estudiar meticulosamente cada centímetro de mi cuerpo, no como si
estuviera diciendo adiós. Peor. Como si no fuera a volver a ver. Mi
garganta se siente estrecha. Agarro la silla, luchando por respirar.

Quincy viene rebotando por las escaleras con mi teléfono y me lo tiende.


—Aquí tienes —Me mira dos veces—. Jesús, Val. Estás tan pálida como
una sábana. ¿Estás bien? ¿Llamo a un médico? Gabriel dijo que debo
llamar al Dr. Engelbrecht si no te sientes bien.
Tomo el teléfono con una mano temblorosa. —Sólo necesito escuchar su
voz.

Me desplazo por mi lista de llamadas y pulso marcar. Presionando el


teléfono en mi oído, espero impaciente que la llamada se conecte. Si tan
sólo pudiera hablar con él, este miedo irracional me dejaría. Mi mundo
estará bien, mi vida estará alineada.

La esperanza cae en picado con un giro incómodo de mi estómago


cuando su teléfono va directo al buzón de voz.

—Gabriel —mojé mis labios secos—, por favor llámame. Necesito


escuchar tu voz. Necesito decirte cosas, demasiadas cosas que no
puedo decir por teléfono —Empiezo a llorar—. Quiero decirte cuánto te
amo, y que me quedo porque quiero. Quiero darle a esta relación una
oportunidad. Quiero que los votos que hice sean reales. Por favor, por
favor, Gabriel, no me quites esta oportunidad. No te vayas sin darme la
oportunidad de decir esto. Me lo debes, ¿me oyes? Me debes esta
oportunidad —Mis lágrimas corren como riachuelos por mi rostro—. Por
favor, llámame. —Cuelgo, completamente devastada. Bajando la cabeza
a mis manos, lloro como nunca antes.

—Val. —La voz sin aliento de Quincy llega a través de mis sollozos—.
Dios mío. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué puedo hacer?

A través de mis lágrimas lo veo agacharse delante de mí.

—Está trabajando, cariño. Recibirá tu mensaje y te llamará cuando...

El tono de llamada de su teléfono corta su discurso. El sonido es fuerte


y molesto, como las malas noticias.

Su cara se congela cuando mira la pantalla. Su voz es sombría. —Es


Rhett. —Fuerza una sonrisa en su cara, pero su corazón no está en sus
palabras—. ¿Ves? Te dirá que todo está bien. —Se endereza y camina
hacia la esquina, dándome la espalda—. ¿Qué pasa, Rhett?
Por un momento no habla. Sólo escucha. Sus hombros cada vez más
apretados se vuelven hacia adentro, y su cabeza baja entre ellos hasta
que cuelga de su cuello como una hoja marchita. Se gira un centímetro,
como si quisiera mirarme, pero no lo hace. Corta la llamada y deja caer
su mano sin decir una palabra. No tiene que hacerlo. Está escrito en su
lenguaje corporal. Cuando finalmente me mira, la pena que veo en su
rostro debilita mis rodillas.

—Val. —Él traga y mira hacia otro lado, y luego regresa sus ojos a los
míos—. Tienes que ser fuerte.
Mi cabeza se mueve de lado a lado automáticamente, ya negando las
palabras que Quincy no ha dicho aún. —No.

Vuelve a mí, deja el teléfono sobre la mesa y me toma las manos.


—Hubo una explosión.

El calor hierve a través de mis venas y mi corazón se congela. Miro a


Quincy en un estupor silencioso.

—Yo… —Su manzana de Adán se balancea, y sus ojos se desdibujan


detrás de un velo de humedad—. Lo siento —Su voz baja a un
susurro—. Gabriel estaba en el edificio.

No puedo pensar. No puedo procesar lo que dice. Sólo mi cuerpo está


reaccionando a sus tortuosas palabras, empezando a temblar
incontrolablemente.

—Rhett está en camino con un oficial de policía —Parpadea varias


veces, pero sus lágrimas se desbordan—. Tienes que ser fuerte, ahora
debes ser más fuerte que nunca.
No me siento fuerte, no soy lo suficientemente fuerte para esto. Esto no
puede estar pasando. Desde lejos, alguien me llama por mi nombre.

—Val. —Quincy me da una suave sacudida en los hombros—. Voy a


ayudarte a subir las escaleras para que puedas vestirte.

Me muevo en piloto automático. Es todo lo que puedo hacer para


mantenerme unida, pero como un jarrón reparado lleno de grietas
pegadas, mi base ya está débil. Nada tiene sentido, y nada es lo
suficientemente poderoso para protegerme de este ataque. Es la mano
firme de Quincy la que me guía, dejándome en el vestidor para terminar
una rutina mundana y así poder enfrentarme al mundo.

Al azar, tomo la ropa de las perchas sin pensar en el color o en el estilo.


No recuerdo haberme vestido o cepillado los dientes, pero mi aliento
sabe a menta y mi cabello esta desenredado cuando tocan suavemente
la puerta del dormitorio. La abro y encuentro a Rhett parado en la
puerta, se ve desolado y demacrado. Sus hombros tiemblan mientras
me da un breve abrazo, con cuidado de no presionar mi herida.

—Hay un oficial abajo —dice, cuando logra recuperar la compostura.

—Ya lo sé.

Tomando mi brazo, me ayuda a llegar a la sala, donde una mujer con


un uniforme azul espera. Mirando su joven rostro, siento pena por ella.
Qué tarea tan terrible.

—Sra. Louw —su voz es firme, respetuosa y llena de simpatía—, siento


mucho informarle que su marido ha perecido en una explosión esta
mañana.

Perecido. Qué extraña elección de palabras. Como si fuera comida o un


producto sin vida. —¿No quiere sentarse, por favor? —Tomo una silla
porque mis piernas no pueden con el peso de mi cuerpo.

Se posa en el borde del sofá y mira a Quincy y Rhett, que se ciernen a


mi lado. —¿Prefiere que hablemos en privado?
Sigo su mirada. Como un reloj defectuoso, llego un segundo más tarde
a las conexiones intelectuales para poder comprender lo que dijo. —Oh
—digo mientras lo capto—. Son empleados y amigos, puedes hablar
delante de ellos.

—Muy bien —Vuelve a prestarme atención—. Habrá que hacer una


investigación, pero sospechamos que se trata de un asesinato.

Algo dentro de mi pecho se retuerce. —¿Quieres decir que no fue un


accidente?

—Encontramos pruebas que indican lo contrario.

—¿Qué clase de pruebas?

—Explosivos plásticos.

Llevo una mano hacia mi boca. —¡Oh, Dios mío!

—Su marido tenía muchos enemigos —Lo dice como una declaración—.
¿Hubo algún indicio de amenazas en los pasados días?

Puedo pensar en un centenar de personas que habrían amenazado a


Gabriel, especialmente con Magda fuera, pero no es ahí donde residen
mis pensamientos. —El cuerpo —clavo mis uñas en la tela de la silla
cuando pienso en él volando en pedazos— ¿Encontraron un cuerpo?

—Aún no, pero los escombros no han sido revisados todavía.

Miro a Rhett. —Podría haber salido.

Los ojos de Rhett están abatidos. —Lo vi entrar, Val. No hay otra salida,
no hay puerta trasera ni ventanas.

La ira surge en mí. —¿Qué demonios estaba haciendo allí? ¿Por qué
regresó?
Rhett pone una mano en mi hombro y dice suavemente, —Tuvo que
ocuparse del negocio después de la muerte de Magda.

La sargento se aclara la garganta. —¿A qué hora salió su marido de


casa esta mañana?

Me vuelvo hacia ella. —No lo sé. Cuando me desperté ya no estaba.

—Salimos a las seis —dijo Rhett—, como ya le dije.

Ella lo ignora, manteniendo su atención fija en mí. —Le haré saber lo


que encontremos —mete la mano en el bolsillo y saca una tarjeta de
presentación—. Mientras tanto, si tiene alguna pregunta o información
que crea que puede ser útil, no dude en llamar.

Tomo la tarjeta con los dedos entumecidos, mirando fijamente el


nombre sin realmente verlo. —Que tenga buen día, Sra. Louw. —Se
pone de pie—. Una vez más, lo siento mucho por su pérdida.

Rhett la acompaña a la puerta mientras Quincy se queda a mi lado.


—¿Quién lo hizo? —Le pregunto a Rhett cuando regresa.

—Si lo supiera, Val, ya estaría muerto.

Me abrazo a mí misma para contener mi temblor. —Alguien sabía que


iba a ir allí.

—Todos lo sabían —dice Quincy con una nota de desesperación—, y la


oficial tiene razón. Tenía muchos enemigos. —Su tono se oscurece—.
Como tú.

—No está muerto. No me lo creo.

—Val. —Rhett se arrodilla, poniéndose a la altura de mis ojos—. Se ha


ido. Entró ahí y dos minutos después una explosión sacudió el lugar.
—Sacude la cabeza—. Lo siento mucho, mierda. Nadie ni nada podría
haber sobrevivido a la explosión.
La conexión entre nosotros sigue estando ahí. ¿Podría ser como un
miembro fantasma? ¿Sentiría el cosquilleo mucho después que mi alma
gemela haya sido arrancada de mí, como con mi pulgar?

Antes de que pueda analizar mis pensamientos, Charlie baja las


escaleras con su camiseta de Batman y la parte inferior de su pijama.
Voy hacia él con los brazos extendidos, necesitando su comodidad,
aunque no lo entienda. Apoyo mi cabeza en su pecho y le susurro:
—Gabriel se ha ido.

—Gabriel se ha i-ido.

Al afirmarlo, todo mi ser se hace pedazos. Sin previo aviso mis piernas
flaquean y pierden su fuerza, y me desplomo en el suelo. Todo lo que
quiero es acurrucarme y quedarme allí, pero al ver mi angustia, Charlie
empieza a tirarse del cabello. Me necesita, Connor me necesita. En un
instante, Quincy y Rhett están ahí y me ayudan a ponerme de pie.

—Te tenemos —dice Quincy—. Te vas a poner bien, ¿me oyes? Tomará
tiempo, pero eventualmente estarás bien.

Las palabras no me tranquilizan, porque no las creo. Sin Gabriel nada


estará bien, así que pongo mis fuerzas en la esperanza, en esta extraña
conexión que todavía parece hervir entre nosotros.

—Lo encontraremos —le digo a Quincy—, y entonces estaré bien.

Una mirada pasa entre él y Rhett.

—Ha habido demasiados funerales en esta familia —dice Rhett—, que


me condenen si le añadimos otro. —Me lleva a la cocina y llama a
Charlie para que lo siga—. Lo primero es lo primero. Tienes que comer,
te prepararé algo.
LA POLICÍA DIO el visto bueno a la oficina de Brixton dos meses
después de la explosión. No se necesitaron dos meses para examinar los
escombros en busca de pruebas, simplemente no tenían el personal
para atender el caso antes. Lo que me dan es un informe y una bolsa de
plástico con el deformado anillo de bodas d
dee Gabriel, el único objeto que
pudo salvarse. Esta prueba, su anillo, anuncia que se ha ido de verdad.
Si no creyera tan firmemente que está vivo, me habría derrumbado en el
acto. El informe de la policía dice que se recuperaron restos humanos,
pero no son identificables. El único vínculo con el cuerpo destruido en
la explosión, confirmando la identidad del fallecido, es el anillo de
platino. Oficialmente, Gabriel ha sido declarado muerto. Oficialmente,
soy viuda.

Gabriel siempre ha sido un planificador met


meticuloso.
iculoso. No es una sorpresa
que tenga su funeral organizado hasta el último detalle, sin dejarme
nada más para hacer, excepto llorar. Vestida de negro y con Kris a mi
lado, me paro en el borde de una tumba mientras un ataúd vacío es
bajado al suelo. Mientr
Mientras
as Gabriel no esté dentro de ese ataúd, hay una
posibilidad de que esté vivo. Hasta que no vea su cuerpo con mis
propios ojos, me niego a creerlo. El Dr. Engelbrecht dice que estoy en
negación, pero él no siente el vínculo que yo siento con Gabriel. Dice
que
ue la negación es el primer paso en el proceso de duelo y que es
perfectamente normal, lo que no sabe es que he estado de duelo desde
que cumplí trece años. Si supiera mis intenciones, no diría que nada de
lo que siento es normal, diría que debo ser encerr encerrada en un
psiquiátrico. Tengo la intención de gastar cada centavo a mi disposición
para encontrar al hombre que me robó. En mi corazón, estoy segura
que está vivo, incluso cuando Rhett me asegura cada día que Gabriel
entró en ese edificio. Rhett llegó a conseguir los videos de las cámaras
de seguridad que vigilan el edificio, mostrando los anchos hombros de
Gabriel desaparecer a través de la puerta. Mi marido debe ser Houdini,
entonces.

Un toque en mi brazo me lleva de vuelta al presente. La cara de Diogo


se cierne sobre mi rostro.

—Siento tu pérdida, querida. Ahora que estás sola, dime si necesitas un


hombro sobre el que llorar.

Rhett, que nunca está lejos, da un paso adelante, pero yo levanto una
mano para indicarle que se detenga. —No, gracias. Tiendo a evitar a los
violadores.

Kris se sacude en un arranque, parece que quiere decir algo, pero Diogo
coloca su cuerpo entre nosotros bloqueándola de mi vista.

Se ríe, el sonido es suave y hueco. —Cuidado con las acusaciones.


Puede que decida demandarte por calumnias y difamación.

—Nunca haría una acusación sin la evidencia que lo pruebe. Tengo las
imágenes de las cámaras de seguridad mostrándote con tu polla
colgando, tratando de saltarme contra la pared. ¿No es así como lo
llamaste?

Echa una mirada alrededor y baja la voz. —No hay necesidad de sacar
las garras. Solo estaba ofreciendo mi apoyo.

—Tu apoyo no es deseado. Si vuelvo a encontrarte, a ti o a tu apoyo


cerca de mí, difundiré ese video en todos los medios importantes y te
convertiré en una celebridad en las noticias de la noche a la mañana.
Estoy segura que alguno de los chicos en la prisión disfrutará de saltar
en tu trasero contra la pared.

Me señala con el dedo. —Cuidado, pequeña. No me gustan las


amenazas.
—Oh, no es una amenaza, es tu nueva realidad. Si algo me pasa a mí o
a alguien relacionado conmigo, esos archivos se filtraran. Llámalo mi
seguro personal contra los saltadores como tú.

Rhett y Quincy están disfrutando del espectáculo, pero sus sonrisas no


disminuyen la ferocidad de las miradas de advertencia que fijan en
Diogo.

Su mirada irradia fuego. Lo único que falta es que salga humo de sus
fosas nasales mientras da la vuelta y se aleja.

Por dentro, estoy temblando. Por supuesto, es toda una farsa. No tengo
el video y no me gusta jugar a este juego, pero lo esperaba. Cuando
alguien tan poderoso y rico como Gabriel cae, los buitres entran en
escena.

El Capitán Barnard, que está parado cerca, sube. —Siento lo de su


marido.

—Gracias.

—Este no es el momento ni el lugar, pero llámeme en un par de


semanas si quiere acabar con el negocio de los prestamistas. Haremos
un trato. Le ofreceré inmunidad a cambio de información.

—No necesito inmunidad, no soy culpable de nada.

—Por supuesto que no. Percibo que usted es una mujer honesta y
buena, Sra. Louw. Espero que haga lo correcto.

—Yo también.

Cuando se quita el sombrero y se va, Michael y Elizabeth Roux se


acercan a ofrecer sus condolencias.

Elizabeth mira fijamente a Barnard. Cuando él no puede escuchar, ella


dice, —¿Qué quería Diogo? Apuesto que no se acercó para ofrecer sus
condolencias.
—Nada —digo.

—Si intenta acercarse de nuevo... —Michael deja la amenaza en el aire.

—No te preocupes —Quincy me toma del brazo y me aparta de


Michael—. Tenemos cubiertas sus espaldas.

—Todo lo que necesites —continúa Michael con aire despreocupado—,


sólo tienes que decirlo. Elizabeth y yo estamos aquí para ti.

—Vendrás a nuestra casa a cenar el viernes por la noche, —dice


Elizabeth.

—Es muy amable, pero...

—Sin peros. Estoy cocinando, así que no será nada elegante. Solo una
cena entre amigos donde puedas ser tú misma y bajar la guardia —Ella
mira a Rhett y Quincy —. Y ya que parece que no te dejan sola ni para
ir al baño, trae a tus guardaespaldas también.

—No son guardaespaldas, ya no.

—Lo que sea. —Ella se vuelve hacia los hombres—. Son más que
bienvenidos, chicos. Cuídenla. —Me besa la mejilla—. Llámame cuando
necesites una amiga.

—¿Alguien quisiera decir unas últimas palabras? —pregunta el ministro


mientras la multitud empieza a dispersarse alrededor de la tumba.

Miro fijamente el montón de tierra recién removida. —Esto no ha


terminado, Gabriel Louw.

El ministro me da una mirada penetrante, pero no dice nada.


Probablemente esté contento de que esto haya terminado para poder ir
a casa con sus cómodas pantuflas y el periódico.

—¿Lista? —Rhett pregunta.


—Sí. —Me
Me aparto del agujero abierto en el suelo

—¿Adónde? ¿A casa?

Gabriel estipuló en su plan funerario que no habría recepción después


de la ceremonia. Estoy agradecida de no tener que montar un
espectáculo para los b
buitres.

—Voy
Voy a pasar por la clínica para ver a Connor.

—Yo conduciré.

—Tengo un auto.

—No te dejaré ir sola. —


—Lo
Lo dice con una mirada muy seria.

Kris viene y me toma la mano. —Tiene


Tiene razón. Iremos los dos contigo y
luego te prepararé la cena en casa.

Solo asiento, con gratitud. Puedo hacer esto con su apoyo, aunque ya
me ha dado mucho.

Mientras nos dirigimos a los autos, hay una parte de mí que se queda
en el cementerio. Duele, pero no el tipo de dolor que se siente cuando
pierdes al amor de tu vida, duele con soledad y al mismo tiempo arde
con la esperanza. Mañana por la mañana llevaré el anillo de Gabriel a
arreglar y pulir con un joyero.
SE NECESITA toda mi disposición para lidiar con las secuelas de la
desaparición de Gabriel, como llegué a llamarlo. Hay suficiente para
mantenerme ocupada para que mi mente no se detenga en su ausencia.
Para empezar, está Connor. Siempre está Charlie. Está mi trabajo en el
consultorio de Kris, que lo he puesto en espera. Acordamos contratar a
un asistente, y ahora que Kris gana más puede permitirse contratar a
otro veterinario. Las tareas más desafiantes son cuidar de los bienes de
Gabriel y el negocio.

Resulta que heredé todo... Las casas, los autos, el negocio, los activos, y
la deuda. No creo que Gabriel se diera cuenta de la situación
desesperada en la que estaba el negocio. Los Louws vivían muy por
encima de sus posibilidades, y el dinero del soborno hizo una gran
mella en sus cuentas bancarias, aunque Magda hizo un buen trabajo
escondiéndolo. Debido a la investigación en curso, los activos y bienes
de Gabriel están congelados, y mi único ingreso es el salario que Kris
me paga. Gracias a Dios por la licencia de maternidad pagada.

La casa tendrá que irse. No hay manera que pueda mantenerla con mi
salario. La hipoteca que Magda sacó de su casa en Parktown para
mantener a flote el negocio requiere que la casa se venda. Una semana
después, ambas casas salen al mercado. Llamo a Sylvia para
preguntarle si quiere algo, pensando que tal vez haya algo de valor
sentimental para ella, pero me cuelga bruscamente el teléfono.

Debemos empacar todo en el gran y viejo lugar en Parktown. Kris,


Charlie, Quincy, Rhett y yo necesitamos una semana entera de trabajo
extenuante para envolver la preciosa vajilla y cristalería en papel y
enviar cajas selladas a las tiendas de antigüedades. Utilizo el dinero que
obtengo de los muebles y la casa para pagar las deudas más urgentes.
Esa misma semana, para mi gran alegría, Connor regresa a casa.
Nuestra casa es la siguiente. Tan pronto como consigo un comprador,
alquilo una modesta casa en Northriding, una zona más barata, pero
aún en los más seguros suburbios del norte. Luego viene la parte difícil
de pagar al personal. Marie se fue cuando Magda falleció, y Gabriel se
deshizo de los guardias que permanecían en la propiedad de Magda.
Termino los contratos con los nuestros y les pago una bonificación para
suavizar el golpe.
Cuando propongo el acuerdo a Rhett y Quincy, ellos se niegan
obstinadamente. —No puedo pagarles lo que Gabriel les pagó —les
digo—. De hecho, no puedo pagarles en absoluto.

Quincy cruza sus brazos. —Me conformaré con una parte de las
ganancias.

—¿En qué? El negocio de los prestamistas está en tantos problemas que


tardará años en recuperarse.

—Entonces me conformaré con años —Guiña el ojo—. ¿Qué puedo


decir? Tengo fe en tu capacidad para los negocios.

—Estoy con él —dice Rhett.

—Es una decisión tonta, chicos.

Rhett levanta una ceja. —Esto es lo que Gabriel hubiera querido.

—¿Y qué hay de lo que tú quieres?

—El reparto de las ganancias me suena bien.

Con eso, nuestra discusión queda zanjada. Rhett y Quincy se quedan


para protegernos a mí y a Connor, compartiendo una de las dos
habitaciones de mi pequeña casa alquilada, mientras que Charlie,
Connor y yo compartimos la otra. No está bien, pero por mucho que
discuta y negocie, no cambiarán de opinión.

Con las autoridades detrás de nosotros, me lanzo de cabeza al negocio.


Sin saber lo suficiente sobre finanzas, pronto se hace evidente que voy a
necesitar un asesor financiero que me ayude a navegar por el campo
minado de los contratos y las deudas. Michael y Elizabeth son de gran
ayuda, repasando el lenguaje legal y explicándome las cosas en
términos sencillos. Gabriel estuvo ocupado después de la muerte de
Magda. Limpió la parte ilegal del negocio, liberando a los funcionarios
del gobierno y la policía que recibían sobornos regulares de Magda.
Arregló las disputas territoriales poniendo en marcha contratos que
funcionan a base de comisiones. Convenientemente, toda la evidencia
de corrupción y crimen fue destruida en la explosión que arrasó la
oficina de Brixton, dejándome tan segura como puedo estar en esta
ciudad y negocio. Si tuviera los trapos sucios de los grandes políticos y
jueces, no habría vivido mucho tiempo. Inquietantemente, Christopher,
el psicólogo de la hipnosis, desapareció después de la muerte de Magda.
Sólo puedo esperar que huyera por su vida y no que Gabriel se vengara
de sus negocios turbios. En cualquier caso, todo rastro de Magda y sus
cómplices ha sido borrado. Lo que queda es el lado legal, aunque es un
negocio que no me interesa explotar. Todavía implica usar las tasas de
interés paralizantes para robar a gente ya pobre.

Actuando en contra del consejo de Michael, reduzco los tipos de interés


en general, y cancelo la deuda de los deudores que ya han pagado
intereses iguales a sus préstamos de capital. No habrá más fracturas de
huesos y violencia. Cierro todas las oficinas excepto la de Auckland
Park para ahorrar gastos y reducir el personal. Magda los contrató, y no
confío en ellos. Rhett y Quincy ayudan con la contabilidad, aunque no
sea su fuerte. No podemos seguir así indefinidamente y no puedo
permitirme cerrar todo. Necesito dinero para pagar a Rhett y Quincy, y
necesito sobrevivir. Necesito un futuro para mi hijo y mi hermano.
Necesito mucho dinero si quiero encontrar a Gabriel. Lo que necesito es
un cambio de dirección y un director financiero. El problema es que no
puedo permitirme emplear a un director financiero decente. Necesito
una estrategia diferente. Le paso mi idea a Michael cuando se aparece
para ver cómo me las arreglo, lo cual se ha convertido más o menos en
su ritual del lunes.

—Necesito un joven y brillante graduado universitario con mucha


ambición y nada que perder.

Michael me mira desde el otro lado del escritorio de mi oficina con una
mirada duditativa. —¿Con un salario mínimo?

—No olvides el reparto de utilidades.

—Tu negocio es inestable, y tú eres una jugadora desconocida sin


conexiones. La economía y la política del país son un caos. Ningún
inversor local o extranjero te dará la hora. Lo que debes hacer es cobrar
los intereses de tus préstamos activos.

Miro a Charlie que está jugando a las cartas en una mesa en la esquina
y bajo la voz. —No voy a sacar a la gente de sus casas o cortarles la
garganta si no pueden pagar.

—¿Qué vas a hacer? Te aseguro que la mayoría no pagará a menos que


pongas el miedo al diablo en ellos.

—Anótalo como deuda incobrable.

Golpea sus dedos en el escritorio. —No diriges una organización


benéfica, Val.

—No le haré a otros lo que me pasó a mí.

Suspira fuertemente, se inclina hacia atrás y se endereza la corbata.


—Tus intenciones son nobles, pero te van a llevar a la bancarrota.

Me froto la frente, sintiendo que me va a doler la cabeza. —Lo sé. —Esto


es más aterrador de lo que pensaba, pero no cruzaré la línea hacia el
crimen y la violencia. Nunca.

—¿Por qué no aceptas mi oferta?

Connor empieza a quejarse en su cochecito en la alfombra junto a mí.


Lo levanto y me pongo una manta de algodón en el hombro para poder
alimentarlo discretamente. No tengo ningún problema con amamantar
en público, pero si Gabriel no quería ni siquiera que Michael besara mi
mano, creo que estaría celoso de compartir la imagen íntima de Connor
en mi pecho, y es extremadamente importante para mí proteger los
sentimientos de Gabriel, incluso en su ausencia. Especialmente en su
ausencia.

—¿Val? —Michael levanta una ceja, recordándome que aún espera una
respuesta.
—No puedo aceptar tu dinero. —Michael se ofreció amablemente a
cuidar de mí y de Connor como una forma de presentar sus últimos
respetos a Gabriel, pero mi orgullo nunca me lo permitirá. Tengo que
hacerlo por mi cuenta. Este es mi problema para resolver.

Él suspira de nuevo. —Eres inflexible en esto, ¿no?

—Absolutamente.

Se pellizca el puente de la nariz. —Tengo un contacto en la escuela de


negocios. Hablaré con él y veré si conoce a algún candidato adecuado.

Mi sonrisa es tan ancha que muestra todos mis dientes. —Gracias.

—No te hagas ilusiones. —Se pone de pie—. Si pagas cacahuetes...

—Sí, sí, lo sé. —Pongo los ojos en blanco—. No quiero un mono. Quiero
un trabajador inteligente que me ayudará a cultivar el árbol para
cosechar los plátanos a tiempo.

Hace una mueca. —Esa es la peor analogía que he escuchado. Por


favor, no la menciones en su entrevista.

—Tú sacaste el tema de los cacahuetes.

Se ríe y sacude la cabeza. —Me tengo que ir. Cena, en nuestra casa, ¿El
viernes por la noche?

Como todos los viernes por la noche, acepto. Nuestras citas para cenar
se convirtieron en un arreglo permanente, así como los sábados por la
noche en casa de Kris se convirtieron en un pacto semanal. Charlie,
Rhett y Quincy siempre están incluidos. No puedo ir a ninguna parte
sin ellos, de todos modos. Es la forma en que mis amigos me cuidan, y
a veces esas noches son lo único que me mantiene cuerda. Extraño a
Gabriel con una intensidad brutal. Cada día sin él es una tortura. El
trabajo me aleja de él durante el día, pero es por la noche, sola en la
cama, que me rompo un poco más con cada hora que pasa.
Michael me besa en la frente. —Aguanta. Todo mejorará.
Sólo puedo asentir con la cabeza. Si hablo, mi voz puede romperse. Le
digo adiós mientras me lanza un beso desde la puerta y le grita un
saludo a Charlie.

Quincy entra cuando se va. —Traje el almuerzo. —Coloca un recipiente


de plástico con un tenedor en mi escritorio y otro en el de Charlie—.
Ensalada de pasta y queso.

Las ensaladas son su humilde esfuerzo y el de Rhett para reducir los


costos. Sé que extrañan sus hamburguesas dobles para llevar.

Parpadeando las lágrimas que siempre vienen cuando pienso en


Gabriel, le doy una sonrisa de agradecimiento. —¿Qué haría yo sin ti?

Guiña el ojo. —De nada. Cuando ese hombrecito termine de alimentarse


lo llevaré a pasear para que Rhett pueda pasar la aspiradora.

—Puedo pasar la aspiradora.

—No cariño. Estás ocupada.

Connor ha dejado de comer. Está a punto de dormirse en mi pecho, así


que lo quito suavemente y me ajusto la ropa. —No necesitas mimar a
Connor. Probablemente se duerma durante el proceso de aspirado.

Quincy me mira como si estuviera loca. —¿Con ese ruido? No puedes


exponer sus oídos a eso. No, dame aquí. —Toma a mi pequeño bulto,
huele su trasero y declara solemnemente—, está limpio, —antes de
abrocharlo en su cochecito y ponerle una manta alrededor del cuerpo.
Ajusta la sombrilla que se fija a un lado del cochecito y tira de la
cubierta de plástico protectora sobre la capucha.

—Para la contaminación —dice, pegando una máscara de hospital


desechable sobre los agujeros del respiradero.

Mientras escarbo en mi ensalada, él carga una bolsa de bebé con


pañales, toallitas húmedas, un biberón de leche extraída en un tubo
aislante, un sonajero y un paño. Por último, añade una variedad de
chupetes, probablemente todos los modelos del mercado. No sé por qué
se sigue molestando, Connor siempre los rechaza. Para cuando está
listo, Rhett entra con la aspiradora.

Rhett deja caer la aspiradora y acecha el cochecito. —No está lo


suficientemente cubierto. —Saca el móvil del bolsillo y comprueba el
clima—. Sólo hay veinte grados con quince kilómetros de viento.
—Empieza a desatar la cubierta de plástico—. Pon otra manta y un
gorrito.

—Estará demasiado caliente bajo el plástico —protesta Quincy.

—Ca-caliente —dice Charlie.

—Se enfermará con el viento que viene a través de los huecos. Te dije
que deberíamos haber tomado el modelo Chicco5. El plástico encajaba
hasta en el descansa pies.

—Pero esa tenía cuatro ruedas, y mi investigación estableció claramente


que las tres ruedas son más fáciles de manipular. No olvides que
Maclaren6 es mejor en la espalda del bebé.

—El armazón no cabe en la carriola o en un asiento de auto como el


Chicco.

—Chicos, —me levanto y doy vuelta a mi escritorio—, Connor es feliz.


Mírenlo.

Ambos miran hacia abajo, a la cara de la inocencia. Connor está


durmiendo, su pequeño pecho se mueve con fuertes y constantes
respiraciones. Con ese rostro angelical nunca pensarías que podría
levantar el techo con los puños apretados y gritando furioso cuando su
comida no llega lo suficientemente rápido.

Eres tan parecido a tu padre.

5 Chicco: es un fabricante italiano de ropa y juguetes para niños con puntos de venta en todo el mundo. Es
propiedad de Artsana. Chicco ha estado en el negocio durante 60 años y ahora se encuentra en más de 120
países.
6 Maclaren: es una marca de carritos de bebés o carriolas.
Rhett se golpea la frente con la mano. —Idiota, Quincy. No lo cambiaste
antes de que se durmiera, y ahora le saldrá un sarpullido por el pañal.

—¿Tú crees? —Quincy me dirige una mirada de preocupación.

—Estará bien. —Empujo a Quincy hacia la puerta—. Tráelo de vuelta si


empieza a llorar y ten cuidado.

Si no fuera Quincy, me hubiera opuesto a llevar a mi bebé a pasear al


parque que está frente a la calle. Es muy peligroso caminar afuera,
incluso a plena luz del día, pero Quincy no es el hombre promedio,
además está armado con tres pistolas, un par de cuchillos y Bruno.

En el momento en que se han ido, Rhett comienza a aspirar con la


velocidad de Superman mientras yo vuelvo a los libros, sobre los
estados de balance.

Me golpea en los pies con el tubo de la aspiradora. —Levanta.

Cruzo los tobillos en el escritorio, esperando a que termine. La pistola


que siempre lleva en la parte de atrás de su cintura se ve cuando el
dobladillo de su suéter se mueve hacia arriba con sus movimientos.

Cuando apaga la máquina, digo, —Me gustaría empezar a entrenar de


nuevo. —Aunque Gabriel limpiara el negocio, sigue siendo arriesgado
por el viejo estigma. La gente puede querer venganza. Además, la
ciudad siempre será peligrosa.

Se apoya las manos en las caderas. —Estoy de acuerdo.

Su fácil acuerdo me sorprende. Esperaba que discutiera, pero el hecho


de que no lo haga, me dice lo volátil y vulnerable que es mi situación.

—¿Qué dice el Dr. Engelbrecht? —pregunta—. ¿Estás lista?

—Estoy lista.
—Esta noche. —Sella
Sella el trato con un asentimiento
asentimiento—.. Voy a ver a
Quincy. —SeSe quita la pistola de la cintura y la deja en mi escritorio
escritorio—.
Cierra la puerta con llave cuando me vaya.

No he estado en Berea desde el día en que Jerry me dio un coch


coche
robado, pero eso no significa que Berea no venga a mí.

TENGO entrevistas de una hora con los cinco candidatos al puesto de


director financiero que conseguí del contacto de Michael en la escuela
de negocios. Rhett está meciendo a Connor, y Quincy est
está
á jugando a los
dardos con Charlie en mi oficina. No es la imagen más profesional, pero
ambos hombres se negaron a ceder en las entrevistas.

El primer hombre tiene cincuenta años. Perdió su trabajo cuando la


compañía para la que trabajaba se cerró, y a su edad, especialmente
con la alta tasa de desempleo y la ley de acción afirmativa, será difícil
para él encontrar otro trabajo. Como tiene una familia que alimentar,
mis condiciones no funcionan para él, así que pasamos al número dos.

Un joven graduado, me gusta su entusiasmo de inmediato. No le


emociona demasiado trabajar por un salario mínimo con la incierta
promesa a largo plazo de arriesgadas participaciones en los beneficios,
pero antes de que pueda decidirse, Rhett sacude la cabeza.

—Uh-uh. No lo hará.

Me doy vuelta en mi silla. —¿Perdón?


—Él es un no definitivo —Rhett toma una postura amenazadora, lo que
hace que el tipo de enfrente se acobarde.

—¿Puedes darnos un segundo, por favor? —Dirijo al joven a la entrada


y cierro la puerta—. ¿Qué estás haciendo, Rhett?

—Estaba mirando tus tetas.

—¿Qué?

—Te miró de esa manera.

—Estoy de acuerdo —dice Quincy—. No lo hará.

—Cielos, chicos, denme un respiro. Estoy tratando de emplear a alguien


con los salarios más bajos para ayudarnos a hacer mucho dinero.

Los dos me miran obstinadamente.

—¿Podemos pasar las entrevistas sin ningún comentario de su parte?

Ninguno de los dos responde.

Suspiro y pongo mi cabeza en el marco de la puerta. —Puedes volver a


entrar.

El joven me da una sonrisa de disculpa. —Lo pensé mientras esperaba


y lo siento, pero no es para mí.

Se va sin despedirse.

—Ahora miren lo que han hecho —exclamo de mala gana.

Parecen demasiado satisfechos consigo mismos, como si lucharan


contra un lobo y un cordero.
DURANTE MUCHO TIEMPO, evité el sitio de Brixton. Elijo un sábado en
el que pueda dejar a Charlie y Connor con Kris. No quiero que ninguno
de ellos sea testigo de esto.

Quincy y Rhett me escoltan junto al Honda de segunda mano que


conseguí esta mañana. Vendí el Porsche para minimizar los gastos. Los
tres miramos fijamente el edificio destruido. Las emociones flotan entre
nosotros. De todas las personas en el mundo, son los únicos que
entienden lo que siento, porque deben sentirse parte de ello. Rhett toma
un respiro tembloroso.
loroso. Estaba vigilando la calle cuando la explosión
golpeó. El techo y partes de las paredes han desaparecido, lo que solían
ser las ventanas y la puerta son agujeros abiertos, revelando una
extensión de oscuridad en el interior.

Cuando doy el primer pa paso,


so, los chicos me siguen. Me dejan ir a mi
propio ritmo, quedándose un paso atrás. El poder de la destrucción es
devastador. Atravesar el marco de la puerta es como entrar en un
vórtice de muerte. Todo es una sombra de negro, ónix brillante y carbón
mate con
on manchas de aceite grasiento. La culpa me sofoca. Quería una
salida. En algún momento, especialmente durante los primeros días,
hubiera deseado esto. No es así ahora. Sólo quiero que Gabriel vuelva.
Los archivadores rotos están a los lados, sus cajones e
están
stán tirados. Los
marcos sin cojines de las sillas al revés nos rodean. Es como estar de
pie en el ojo de un tornado de dolor. Mi ritmo cardíaco se dispara, y mi
respiración se acelera.

—No
No hay nada para nosotros aquí, —susurro.
—Saquémosla de aquí. —Rhett me gira en la dirección opuesta y me
impulsa a través de lo que solía ser la puerta.

En la calle, trago aire, luchando por contener el ataque de pánico.


Sintiéndome enferma, descanso mis manos en mis rodillas.

—Fue una mala idea venir, —dice Rhett.

Quincy me da una servilleta de papel. —Necesitaba un cierre.

Este no es mi cierre. Esto es sólo el comienzo. Aunque sea lo último que


haga, encontraré a Gabriel. Sólo necesito hacer algo de maldito dinero.

Un desaliñado par de botas de construcción de alta resistencia caen en


mi línea de visión.

—Oye —Quincy saca su arma—, detente ahí mismo.

Mi mirada se eleva y sube por pantalones color mostaza y una camisa


blanca con manchas de aceite a una cara redonda apoyada en una
barbilla.

—¿Qué tal, Val?

Me limpio la boca y me enderezo. —Hola, Lambert.

—¿Conoces a Roos? —Rhett pregunta con un toque de sorpresa.

Es Lambert quien responde. —Somos amigos de la infancia. Crecimos


juntos en el barrio.

No esperaba volver a verlo. —¿Qué estás haciendo aquí?

—Sólo quería decir que lo siento —Se mira los pies—. Escuché que te
casaste a lo grande.

—¿Perdón por qué?

—Por no decir nada nunca.


—¿Quién te lo dijo?

—Marvin. Dijo que me mataría si abría mi boca y si no podía llegar a


mí, la gente del Sr. Louw lo haría.

—Es historia ahora.

Las cabezas de Quincy y Rhett giran entre nosotros. Quiero dejar el


pasado en el pasado, no hacer alarde de él a sus pies.

—¿Significa eso que me perdonas?

—No tuviste elección, Lambert. No hay nada que perdonar.

—No vas a venir con tus matones —mira a Rhett y Quincy—, ¿Y me


disparas por la espalda mientras duermo?

—No.

—Bien. —Se mete las manos en los bolsillos y rueda sobre las botas de
sus pies, sin llegar a mis ojos.

—Adiós, Lambert.

—Sí. Gracias, supongo.

Rhett le echa una mirada que dice, -no me jodas-, mientras caminamos
hacia el auto.

—¿Quién es él? —Quincy pregunta.

—Mi casi prometido.

—Jesús. Hasta nunca —murmura Rhett—. Si vuelve a mirar en tu


dirección, le meteré una bala en su...

—No más violencia —digo.


—Iba a decir una bala en su dedo gordo del pie, por defensa propia, por
supuesto, si ataca.

Sólo puedo sonreír mientras Rhett me sostiene la puerta.

—Me pregunto dónde podría esconderse. —Me pongo a pensar mientras


arranco el motor.

—¿Tu casi prometido? —Quincy pregunta.

—Gabriel.

Un espeso silencio desciende sobre el vehículo. Ninguno de mis


compañeros dice una palabra.

En casa, me ejercito en el gimnasio, aumentando mi fuerza y resistencia


como lo hago ahora todos los días, y disfruto del lujo de una larga e
ininterrumpida ducha sin que el bebé se queje o tenga hambre antes de
ir a la casa de Kris a cenar y a recoger a Charlie y a Connor. Cuando
entro en la cocina, Quincy y Rhett están apoyados en la encimera, con
los brazos cruzados.

—Conozco esta mirada. —Pongo mis manos en mis caderas—. ¿Qué he


hecho?

—Creemos que es hora de que tengas una cita, —dice Quincy.

—Vaya. Pensé que los hombres estaban estrictamente prohibidos.

—Los imbéciles los están. Los otros que no son imbéciles tienen que
pasar por una prueba.

Yo resoplo. —Gracias por ofrecer su ayuda, pero no necesito una cita.

—Conocemos a un tipo... —Rhett comienza.

—¿Qué eres? —Doy golpecitos con el pie en señal de molestia—. ¿Un


servicio de citas?
—Te hará bien, —dice Quincy.

—No, gracias. ¿Podemos irnos? Kris hizo pollo a la king, y me muero de


hambre.

Rhett es muy insistente cuando quiere serlo. —¿Por qué no?

Levanto mi mano izquierda y separo mis dedos para mostrar mi anillo


de bodas. —Porque estoy casada.

—Val, —hay una súplica en la voz de Quincy—, eres una viuda.

—Una cita —dice Rhett—. Si no te gusta el tipo, encontraremos a


alguien más.

—Gracias por su preocupación, pero si necesito servicio de


casamenteros, se los haré saber.

No les doy tiempo para responder. Camino hacia el garaje como si no


me importara nada, cuando estoy llorando por dentro. No puedo dejar
de sufrir. No puedo dejar de querer que Gabriel vuelva. Han pasado tres
meses y no he hecho ningún progreso en su búsqueda. Hice mis
propias búsquedas en Internet y pregunté por ahí, pero nadie ha visto a
Gabriel desde la mañana de la explosión. Necesito un investigador
privado. Para eso, necesito dinero, y para el dinero necesito que el
negocio funcione, porque me niego a renunciar a Gabriel.

—Todo a su tiempo —me digo a mí misma.

—Sí —Quincy está de acuerdo con entusiasmo—. A su debido tiempo.

No tiene ni idea.
OTRA NAVIDAD VIENE Y VA. Kris emplea a un nuevo gerente de
práctica. Acordamos que es mejor que renuncie para concentrarme en
mi negocio heredado. Me lleva cuatro meses entender los fondos en los
que Gabriel invirtió el capital y el rendimiento de las inversiones, y otro
mes para analizarlos. Una pequeña empresa de bolsa de tipo
inconformista, McGregor y Harris, obtuvo el mejor rendimiento con un
crecimiento del veinticinco por ciento. El banco está pagando un mísero
uno por ciento de nuestro capital vinculado, y nuestras políticas de
inversión a largo plazo están perdiendo dinero a menos del ocho por
ciento.

Llamo a McGregor y Harris y org


organizo
anizo una reunión con uno de los dos
accionistas, Herman Harris. Su oficina es una humilde habitación en
un nuevo bloque de oficinas en Midrand. Harris les da a mis chicos,
como llamo a Quincy, Rhett, Charlie y Connor, una mirada curiosa
cuando nos amontonamos
amos en el estrecho pasillo frente a su puerta.

—Charlie
Charlie y yo llevaremos a Bruno a dar un paseo —ofrece
— Rhett,
tomando a Connor de los brazos de Quincy.

Harris mira fijamente a mi bebé. —¿Lo llamas Bruno?

—Ese es el perro, —explico.


explico.

—Vaya. —Se rasca la cabeza


cabeza—.. ¿También has traído un perro?

Me encojo de hombros. —Mi equipo.

—Entra. —Se
Se hace a un lado
lado—.. Solo tenemos dos sillas para visitantes.
—Eso será suficiente.

Estudio a Harris mientras nos dirige a dos sillas de oficina. Es mucho


más joven de lo que esperaba. Definitivamente todavía está en sus
veinte años.

Cuando Quincy y yo tomamos nuestros asientos, me sumerjo


directamente en el negocio. —Sr. Harris, usted ha...

—Herman, por favor. —Pasa una mano por encima de su traje—. Soy
un tipo casual. Sólo me vestí para esta reunión. Normalmente llevo una
camiseta y unos vaqueros.

—Gracias, aunque no era necesario. No me importa lo casual. Como


decía, usted ha estado dirigiendo uno de los fondos de inversión de mi
marido durante los últimos cinco años.

—Mis condolencias. Mi compañero y yo quedamos sorprendidos cuando


nos enteramos de la noticia.

—Sí. ¿Cómo se gana el veinticinco por ciento cuando otras empresas


ganan cinco?

—Su difunto marido nos dio una pequeña cantidad de dinero para
invertir con alto riesgo. El alto riesgo dio sus frutos.

—Juega excepcionalmente bien en la bolsa de valores.

—Estudiamos las tendencias y sabemos cómo predecirlas. —Sus ojos


brillan. Esta es claramente su pasión—. Todos nuestros clientes son
inversores de bajo capital y alto riesgo, lo que nos permite jugar
bastante. Invertimos el capital combinado de nuestros clientes
comprando acciones de bajo costo que muestran potencial de gran
crecimiento.

—¿Cómo funciona su proceso?

—Si se lo digo, tengo que matarla. —Se ríe de su propia broma.


—Lo que quiero preguntar es ¿cómo puede estar seguro de sus
predicciones?

Gira una gran pantalla de ordenador hacia mí. —Escribimos un


programa de software que toma en cuenta varios factores
socioeconómicos y políticos internos y externos. Es mejor que cualquier
otro programa de software que exista. Traza tendencias que podemos
analizar y retroalimentar al programa, siempre mejorándose a sí mismo.
Y luego está esto. —Mueve los dedos—. El toque mágico. Intuición.
Tengo un olfato para estas cosas.

—Tengo una propuesta para usted. Quiero que se deshaga de la


comisión de administración del fondo fiduciario que nos cobra.

Arruga la nariz. —¿Quiere que administremos su inversión de forma


gratuita?

—No es gratis. Estoy dispuesta a pagarle el diez por ciento de la


ganancia que obtenga de nuestro capital invertido.

Se ríe y se rasca la cabeza. —Es una propuesta de negocios inteligente,


pero el diez por ciento de lo que gane en beneficios no cubrirá nuestros
honorarios.

—¿Qué diría si le dijera que quiero trasladar todas nuestras inversiones


a su empresa? —Por ley, no puedo retirar el dinero antes que termine el
plazo de inversión, pero puedo transferirlo a otro fondo de inversión.

Se sienta más derecho. —¿Todo?

—Todo.

—¿De cuánto estamos hablando, exactamente?

Saco mi teléfono y le envío por correo electrónico el documento con


nuestro resumen de inversiones que preparé antes de la reunión. Abre
el mensaje cuando suena en la pantalla de su ordenador, sus ojos se
mueven de izquierda a derecha mientras lee. Cuando llega al fondo, su
boca cuelga abierta.

Me devuelve la mirada. —¿Todo esto?

—Herman, voy a ser honesta con usted. No tengo el flujo de efectivo


para pagar sus honorarios. De hecho, ni siquiera tengo el dinero para la
orden de débito de inversión mensual. Si no me arriesgo y me refiero a
un gran riesgo, lo perderé todo. Puede que no pierda mucho cuando
uno de sus pequeños inversores se hunda, pero puede ganar mucho
más si lo hace bien. De la forma en que lo veo, es un ganar-ganar para
ambos. Además, creo que el buen y duro trabajo debe ser
recompensado, y me gusta lo que he visto de su trabajo hasta ahora.

Quincy habla por primera vez. —Es una compañía joven, Val. No sabes
si lo lograrán.

—No sé si vamos a lograrlo, tampoco. La compañía de Magda vino del


padre de Gabriel, pero ya no es la misma compañía. Con todos los
cambios que he implementado, es lo más novato que hay. Por lo menos
de esta manera Herman y yo estamos invertidos personalmente.

—Me encantan sus pelotas. —Herman me da una mirada de


aprobación.

Este podría ser el mayor error empresarial de mi vida, pero desde que
dejamos de matar y amenazar, nuestros deudores no están pagando,
como Michael predijo. Es este riesgo o cerrar nuestras puertas.

—¿Es eso un sí? —pregunto.

—Trato hecho.

Extiende su brazo y nos damos la mano.

—Haré que preparen el papeleo, —dice.

Menos de quince minutos después de entrar en la oficina, nos vamos


con la adrenalina bombeando por mis venas.
—Maldita sea, Val. —Quincy sacude la cabeza—. Espero que sepas lo
que estás haciendo.

—Yo también. —El dinero de Quincy también está en juego—. Por


cierto, tengo algo para ti y para Rhett. —Tomo el contrato de la bolsa de
mi portátil y se lo entrego.

Después de leer, me mira como lo hacía Herman, con la boca abierta.


—¿Veinticinco por ciento?

—Sí. Lo dividiremos en cuatro partes: yo, tú, Rhett y nuestro futuro


director financiero, si encontramos a alguien dispuesto a trabajar por
dudosas participaciones de beneficios.

Baja el papel. —Es demasiado. La empresa es tuya.

—Somos socios iguales, todos nosotros.

—Pero tienes que cuidar de Charlie y Connor.

—Un día tendrás tu propia familia a la que cuidar. Esperemos que la


apuesta funcione.

Rhett y Charlie, que nos ven mientras esperan en el auto, vuelven con
Connor y Bruno.

—Vamos —digo—. Saldremos.

—¿Saldremos? —Rhett dobla sus rodillas para ponernos al nivel de los


ojos— ¿Afuera dónde?

—A donde quieras ir. Tenemos mierda que celebrar.

—¡Val! —Rhett me frunce el ceño—. No maldigas delante de Connor.


¿Qué celebración?

—Su contrato. —Le doy el pedazo de papel—. Firma en la línea


punteada para que podamos irnos.
Me mira como si tuviera antenas alienígenas en mi cabeza.

Abrocho a Connor en su asiento del auto mientras Rhett y Quincy


parecen buscar palabras. Cuando termino, me enderezo, estirando mi
espalda. La semana ha sido dura. Me puedo tomar un poco de tiempo
libre y comida grasosa de consuelo. —¿Adónde, chicos? Es su decisión.

—Spur7, —dicen al unísono.

—¿El Spur?

—Spu-Spur. —Charlie salta arriba y abajo. Le encanta el Spur.

—¿Quieren ir a Spur? —Repito.

—Hay un patio de juegos para bebés —dice Quincy—, con pintura de


caras y todo.

—Connor es demasiado joven para pintarse la cara, —dice Rhett—, y no


sabes qué químicos hay en esa pintura.

—Apuesto a que le encantará el tobogán.

—No va a subirse a ese súper tubo infestado de microbios. —Los meto


en el auto mientras la discusión continúa.

—Mal-malteadas

—Bien. Olvídate del maldito tobogán. Hay juegos.

—Amigo, no jugará a los juegos de computadora hasta que cumpla 18


años. Es malo para el cerebro.

—No puede ser un marginado social. Los chicos juegan. Es lo que


hacemos.

7 Spur: restaurante familiar.


Connor balbucea como si supiera que es el centro de la acalorada
discusión.

Le envió un mensaje a Kris y la invito a unirse a nosotros. Luego pongo


el auto en marcha y me pierdo en la burbuja segura de las voces de
pelea. Mi cuerpo se calienta con un agradable sentimiento de amistad y
aceptación. Si Gabriel no se hubiera ido, mi felicidad habría sido
completa.

El dinero de la herencia de Gabriel eventualmente llega cuando la


investigación policial no resuelta se cierra y sus activos ya no están
congelados. Apenas alcanza para pagar la última de nuestras deudas,
pero me evita tener que declarar la quiebra de la empresa, lo que me
dejará financieramente paralizada durante la próxima década, ya que
no podría conseguir un préstamo o comprar nada a crédito.

Michael cuestiona la sabiduría de mis movimientos, pero envía más


candidatos para el puesto de director financiero a mí. Después de la
vigésima entrevista, finalmente conozco a un graduado del MBA MBA8 que
está dispuesto a dar el salto. Simon Villiers es inteligente, optimista y
enérgico, todas las cualidades que quiero en un hombre que está a
punto de comenzar su primer trabajo con apenas dinero para llegar a
fin de mes y con el veinticinco por ciento de acciones sin valor.

Los picos en la rueda son Rhett y Quincy, como siempre. Como


accionistas, necesito su acuerdo para emplear a Simon. Casi puedo ver

8 Una Maestría en Administración de Empresas, Maestría en Administración de Negocios o Máster en


Administración y Dirección de Empresas (Master of Business Administration en idioma inglés, abreviado
MBA) es un título
ulo académico de maestría (o máster)
cómo funciona la cabeza de Rhett mientras estudia al atractivo hombre
rubio sentado al otro lado de mi escritorio.

Rhett le da a Quincy una pequeña sacudida de su cabeza. —Demasiado


atractivo. ¿La miró de esa manera?

—Creo que lo hizo, —dice Quincy.

Simon les lanza una mirada desconcertada.

—¿Estás dentro? —Le pregunto a Simon, deseosa de apartar su


atención de los comentarios secundarios.

—Lo estoy.

Rhett se engancha los pulgares en el cinturón y da un paso adelante.


—Espera un segundo. Esta entrevista no ha terminado. Mi turno.

Suspiro por dentro.

—¿Tienes novia? —Rhett pregunta.

—¿Qué? —La cara de Simon se arruga—. ¿Qué tiene que ver eso con
que sea competente?

—Sólo responde a la pregunta, —dice Quincy.

—Es discriminatorio —replica Simon—. No se te permite preguntarme


eso.

—Bueno, ¿adivina qué, pastelito? —Rhett avanza más—. Quien vaya a


ocupar esa silla —Señala el escritorio junto al mío—, se convertirá en
parte de la familia, así que discúlpame por querer entender cómo está
compuesta tu familia.

—Está bien —Simon le da a Rhett una sonrisa elegante—. En realidad,


soy gay.
Las miradas en las caras de Rhett y Quincy no tienen precio. Todo lo
que puedo hacer es sentarme y disfrutar de su reacción.

—Oh. —Rhett
Rhett mira a Quincy
Quincy—. En ese caso, lo hará.

Quincy, que se sienta en el sofá en lo que llamamos nuestro rincón de


relax, empuja el cochecito sobre la alfombra con una suave patada y lo
enrolla de nuevo con una cuerda que ató al manillar, su invento de
poner a Connor a dormir. —Sí, definitivamente.

—¿Y tú, Rhett? —Simón


Simón pregunta con una voz seductora, consiguiendo
su propia espalda—.. ¿Eres soltero?

—Yo...
Yo... eh... sí. Soy heterosexual.

—Bien. —Simon
Simon vuelve a prestarme atención
atención—.. ¿Dónde firmo?

Lo habría contratado solamente por la forma en que manej


manejó a Rhett.

—Aquí. —Le
Le empujo el papel sobre el escritorio
escritorio—.. Bienvenido a la
empresa.

LENTAMENTE, pero con la ayuda de Simon y las inversiones de Harris,


el dinero comienza a llegar. Confiamos en los préstamos legales con
tasas de interés razonables y obtenemos nuestras ganancias a través de
inversiones inteligentes. Es exactamente como dirigir un banco. El
negocio no es mi pasión, pero paga por lo que se convierte en mi pasión.
Encontrar a Gabriel.
No le digo a mis socios o amigos sobre mi búsqueda. No creen que
Gabriel esté vivo, y me arriesgaría a ser encerrada en un psiquiátrico
por insistir en que lo está, así que mantengo la boca cerrada. Cuando
hay suficiente dinero en el banco para pagar el techo y la comida de
nuestra mesa sin tener que hacer sacrificios, utilizo lo que puedo de mis
ingresos para contratar a un investigador privado. Empezamos por
comprobar las listas de pasajeros en los aeropuertos y encontrar una
coincidencia con la descripción de Gabriel. Con su físico, sería difícil
pasar desapercibido. Durante meses, no aparece nada. Me atrevo a
apoyar los esfuerzos del Capitán Barnard para limpiar las áreas de la
ciudad donde tenemos sucursales para que saque todos los videos de
vigilancia de la calle del día en que tuvo lugar la explosión. Quiero estar
segura de que no me he perdido nada. Los videos muestran a Gabriel
entrando en el edificio, la explosión y nada más, pero hay un punto
ciego en la parte trasera del edificio donde las cámaras no llegan. Sin
salida en la parte trasera, tendría que haber ido por el tejado o bajo
tierra. Barnard me consigue los planos del edificio del municipio, pero
eso sólo muestra la estructura. No hay pasadizos secretos. No hay
alcantarillado ni sistemas de drenaje. No hay escaleras de incendio
desde el tejado.

Estoy empezando a perder lo último que me queda. Mi esperanza.


Escenificar mi muerte fue fácil. Después de subir por la trampilla del
techo, todo lo que tenía que hacer era mover el azulejo del tejado por
encima del agujero que había hecho antes, y escabullirme por la parte
trasera del edificio donde las cámaras de la calle no están en ángulo.
Antes de activar los explosivos por control remoto. La explosión borró
mis huellas, así como toda la evidencia que podría haberme
incriminado o puesto en peligro la vida de Valentina. Rhett, que estaba
vigilando en la calle, no sabía del cuerpo que recuperé en Hillbrow la
noche anterior y que guardé en el baño de atrás. Coloqué el cadáver
cerca de los explosivos, sabiendo que la explosión no dejaría huellas o
registros dentales y que mi anillo de bodas encajaría en el dedo del
muerto. El fuego borraría cualquier rastro identificable, pero no el
platino de la banda que me prometió a Valentina para toda la vida.

Toda la vida.

Dejar a Valentina y a Connor es lo más difícil que he hecho después de


despedirme de Carly. Me corta por dentro, dejándome tan roto como la
gente a la que había torturado. Mantener a Valentina para siempre fue
un sueño oscuro, incierto y hermoso, pero esa vida se acabó. Con el
dinero de mi testamento y el negocio heredado, ella y Connor pueden
vivir cómodamente. Estoy cien por ciento seguro que Rhett y Quincy
seguirán trabajando para ella. La aman lo suficiente como para seguirla
hasta el final del arco iris y más allá. El negocio está limpio. Me deshice
de los malos elementos, corté los lazos y volé la evidencia en pedazos.
Valentina puede dirigir la oficina de préstamos sin ser arrestada o
asesinada por las mafias portuguesas o judías.

Quería confiar en Michael, pero habría sido demasiado arriesgado.


Nadie puede saberlo. Para el mundo, estoy muerto. Valentina necesita
el dinero y un nuevo comienzo. Sin mí.

Maldición, el pensamiento duele. Presiono una mano sobre mi pecho,


frotando el dolor físico. Estoy en una cama de hospital en Suiza, con mi
cuerpo y cara vendados. La nueva tecnología permitió una extensa
cirugía correctiva en mi cara y mi cadera. Cuando me recupere, tendré
nuevas facciones y un cuerpo casi bueno.

Las heridas provocadas por las operaciones no son un regalo para mí,
son una forma de devolverme a la vida. Ya he tomado una nueva
identidad. Volveré a Sudáfrica para vigilar a Valentina y a mi hijo. Este
es mi nuevo propósito de vida, y la única motivación que me mantiene
en marcha. Hay demasiados peligros ahí afuera para una mujer sola.
No es que vaya a estar sola para siempre. No una mujer como ella. Es
demasiado atractiva, demasiado bella, demasiado fuerte, demasiado
amorosa. Será más duro que arder en las llamas del infierno, pero
soportaré verla en los brazos de otro hombre mientras sea feliz. Durante
el resto de mi miserable vida, me esconderé en rincones y sombras,
siguiendo a la mujer que amo, asegurándome que esté segura en la
calle y en su cama por la noche. Los vigilaré a ella y a Connor como un
perro guardián. Siempre la amaré, pero esta vez sólo desde lejos.

Las actualizaciones semanales sobre su bienestar me llegan por correo


electrónico. Mi informante es un ex-Recce9. El tipo es un demente, pero
es cien por ciento confiable. Leyendo el último informe, pronuncio una
fuerte maldición. La enfermera que me cambia las sábanas, me mira
con cara de reprimenda, pero me importa un carajo. Pago lo suficiente
para poder maldecir tan fuerte y tanto como quiera en mi maldita

9 La Brigada de Fuerzas Especiales de Sudáfrica, conocida coloquialmente como Recces, es la principal


unidad de operaciones especiales y la élite de la contrainsurgencia de Sudáfrica, especializada en el
reconocimiento de combate de largo alcance, así como en operaciones aerotransportadas no convencionales.
Sólo alrededor del 8% de los reclutas que se entrenan en las fuerzas especiales sudafricanas aprueban el
curso.
habitación privada. El dolor de mi cirugía, q
que
ue suele ser agudo, se
vuelve insoportable. Ocurre cada vez que aprieto cada músculo de mi
cuerpo.

La razón de mi ira se difumina en la pantalla frente a mí. Pestañeo y


vuelvo a leer el último párrafo. Mis bienes están congelados, un
resultado desafortuna
desafortunadodo de la investigación forense, que no tuve la
maldita precaución de predecir. Hasta que el caso esté cerrado,
Valentina está sin un centavo.

Me duele por estar allí. La necesidad de cuidarla es abrumadora, pero


no puedo acercarme a ella. Todo lo que pued
puedo
o hacer es verla luchar
desde una pantalla de ordenador en otro continente, y eso me destruye.

HACEN FALTA otros nueve meses de espera insoportable, fisioterapia y


curación antes de que pueda cerrar la distancia entre Valentina y yo.
Necesitando una nuevaueva fuente de ingresos, lancé una compañía de
inversiones mientras esperaba a curarme. Es incómodo no poder
comprar lo que quiero sin reflexionar sobre mi cuenta, como el boleto de
avión a Sudáfrica. Cuando salgo de la clínica, la pequeña empresa que
administro
nistro en línea empieza a cosechar sus frutos. Antes de mi muerte,
investigué varias empresas extranjeras y obtuve una lista de empresas
prometedoras. Invertí anónimamente dinero en una empresa que
fabricaba una bebida de relajación, más o menos lo contrar
contrario de Red
Bull, que resultó ser un éxito instantáneo. Un pajarito en
Johannesburgo me dijo que las reservas de oro están casi agotadas, por
lo que compré acciones antes de que la crisis golpeara, y el precio del
oro se disparó. Por casualidad, me topé con una pequeña empresa de
seguros al borde de la quiebra que se especializa en diamantes y
piedras preciosas. También me esforcé mucho en crear una historia
cibernética para mi nueva identidad.

Cuando se curen los moretones de mi cara, tendré suficiente dinero


para comprar un boleto a Sudáfrica y llevar una vida modesta. De pie
frente al espejo de mi apartamento alquilado de una habitación en
Zurich, estudio al hombre que me mira fijamente. En lugar de una
barba y bigote completos, tiene una barba de chivchivo.
o. La piel de sus
mejillas es suave. La cicatriz que solía cortar desde la ceja hasta la
mandíbula ha desaparecido, y el hueco de la ceja se ha vuelto a cubrir
con el mismo color marrón oscuro que su pelo. Sus pómulos están más
altos y su nariz más recta. Sus ojos son verdes, gracias a los lentes de
contacto, y sus rasgos están puestos en orden simétrico. Donde su ojo
izquierdo solía hundirse una fracción, ambos ojos están ahora
alineados. El hombre es atractivo, incluso guapo, y un completo
desconocido.

Perfecto.

Si no me reconozco yo mismo, nadie lo hará.

El nuevo traje es barato, pero me queda bien. Incluso en el hospital, me


mantuve en forma, ejercitando cada día tanto como mis heridas lo
permitieron. El estricto régimen de ejercicios no tiene nada qu
que ver con
la vanidad y todo con poder proteger a mi familia. Con una última
mirada para asegurarme que mi corbata está recta, cojo mi pasaporte
sudafricano falso y una sola maleta, antes de cerrar la puerta del piso
de Zurich para siempre.
MI PRIORIDAD NÚMERO UNO cuando llego a suelo sudafricano es
asegurarme un lugar para vivir. Alquilo una pequeña casa en un
complejo de seguridad en Midrand y compro un coche de segunda mano
con dinero en efectivo. Amueblar la casa de dos dormitorios no lleva
más de un par de horas en una gran cadena de tiendas. Al día
siguiente, se entregan un refrigerador, un sillón reclinable y una cama.
Poner mis manos en un arma de fuego es mucho menos complicado de
lo que debería ser. Sé dónde ir, donde no se hacen preguntas. No me
importa que el arma no tenga licencia o que sea probablemente robada.
Sólo la necesito para medidas extremas, en caso de que la vida de
Valentina o Connor esté en peligro, y no planeo que me atrapen. Al
menos no vivo.

En el segundo día soy como un animal en una jaula, caminando de la


cocina al dormitorio y de vuelta mucho antes que salga el sol. No
debería acercarme a ella, no hasta que tenga mi mierda junta, pero no
puedo esperar un segundo más. A la mierda con eso. No me acercaré
demasiado. Sólo la observaré desde la distancia, para asegurarme que
está bien. Me ducho y me pongo mi único traje, me cepillo el cabello a la
perfección, y luego lo desarreglo de nuevo. Estoy tan nervioso como un
adolescente yendo a su primera cita y ni siquiera voy a hablar con ella.

Mis manos tiemblan cuando saco el coche del garaje y me voy en


dirección a Northriding. Estaciono a tres casas de la suya y espero. Es
sábado. No sé a qué hora saldrá de la casa, si es que sale.

A las siete y media, se abre la puerta principal. Me acerco al borde del


asiento, agarrando el volante tan fuerte que me duelen las manos.
Aguanto la respiración, contando en mi cabeza. Contar me calma y me
ayuda a concentrarme. Es un hábito que perfeccioné en el hospital de
Zurich.

Uno, dos, tres, cuatro...

Un hombre sale.

Mi visión explota en fragmentos de furia negra. Sabía que era una


probabilidad. Todos los hombres estarían sobre ella como abejas sobre
la miel. Me dije a mí mismo que me ocuparía de ello, pero no tuve en
cuenta cómo la realidad de ver a un hombre en su casa causaría
estragos en mis emociones. Lucho por contenerlo. Cuento hasta diez y
vuelvo a uno. Quiero decirle que se mantenga alejado de mi esposa.
Solo que ella no es mi esposa.

Ella es tu viuda. Contrólate, Gabriel.

Ella tiene todo el derecho a tener citas, pero a la mierda. No puedo


enfrentarlo. Estoy a punto de poner el coche en marcha y alejarme
cuando el hombre gira. Rhett. El alivio estalla como una marea en mí.
Un segundo después, Quincy sale, llevando un asiento de coche con un
bebé atado dentro.

Mi corazón deja de latir. Me esfuerzo por ver mejor. Connor. Se parece a


mi viejo yo. Es tan condenadamente perfecto, no porque se parezca a la
cara con la que nací, sino porque es parte de mí y de ella.

Un delicado pie vestido con una bota negra cruza el umbral. Le sigue
una pierna larga y delgada, y luego una mujer entra en el porche. Las
piezas de mi mundo caído se vuelven a unir. Nada importa, ni la vieja
vida que tanto me costó borrar ni la redefinida que tan cuidadosamente
construí. Como antes, como cada momento en sus brazos, sólo está
ella. Lleva un par de vaqueros ajustados con un jersey de cuello de polo
rojo ajustado y un abrigo negro. Su cuerpo está tonificado, más delgado
de lo que recuerdo. Rizos del color del vino rubí y el chocolate oscuro
caen sobre sus hombros y enmarcan su delicado rostro. Giro hacia ella
como un planeta en órbita. Quiero saltar del coche y correr sobre el
césped, tomarla en mis brazos y besarla hasta que esté mareada, pero
el marido que tuvo no es más que un mal recuerdo. Golpeo la palma de
mi mano en el volante, sintiendo el dolor en mi alma. Este es el precio
que negocié por su vida, y que me condenen si no cumplo mi promesa.

El trío carga a Connor y un montón de cosas de bebé en un Honda. No


sé cómo encajan todo, pero al final están todos dentro. Valentina
conduce. Manteniendo una distancia segura, los sigo al sur. Es cuando
nos acercamos a Bryanston que entiendo su destino. Estacionan en el
parqueadero de un mercado ecológico de fin de semana, sacan sus
bolsas del coche. Me detengo a dos filas de distancia donde tengo una
buena vista y bajo la ventanilla. Primero Rhett ensambla el cochecito y
levanta a mi hijo dentro. Hay muchas discusiones entre él y Quincy
sobre si la cubierta debe estar arriba o abajo. Finalmente, Valentina
pone una bolsa de pañales en las manos de Quincy y una canasta en
las de Rhett antes de tomar el cochecito de los hombres descontentos y
empujarlo sobre el césped hacia los establos.

—Necesita otra manta —Rhett la llama—. Sólo hay 16,7 grados con un
viento a cinco kilómetros por hora.

Ella lo ignora, balanceando sus caderas mientras maniobra el cochecito


todoterreno sondeando sobre la hierba salvaje y montones secos de
tierra volcada como si fuera una brisa.

—¡Val! —Quincy corre para alcanzarlos—. Abre la sombrilla. Se


quemará.

No puedo evitar la sonrisa que se me dibuja en la cara. Es la primera


vez desde la muerte que mi boca se curva en algo que se asemeja
remotamente a la calidez o la amabilidad. Los mierdecillas. Nunca
imaginé que se convertirían en dos coños escandalosos, pero estoy ahí
con ellos, preocupado de repente de que Connor se queme con el sol de
otoño. Esto es Sudáfrica, después de todo. Hay un gran agujero en la
capa de ozono justo encima de nuestras cabezas.

Un joven con una gabardina beige mira a mi mujer mientras pasa por
delante.

Esa es mi esposa, imbécil.

El ogro vulgar gira la cabeza para mirar su trasero. Estoy a punto de


saltar del coche y revolcar su cara en la tierra cuando Rhett y Quincy le
dan una mirada que le hace apartar la vista.

Bien.

Respiro más fácilmente. Debería quedarme en el coche, pero mi deseo


de echar un vistazo más de cerca es demasiado grande. Connor está
envuelto en mantas, así que no pude verlo bien para ver si ha crecido. Y
Valentina... Ha cambiado. Hay un nuevo tipo de confianza en sí misma.
Si no la conociera tan bien, no habría visto sus hombros tan apretados,
lo que indica que su vida no es nada fácil ni está libre de estrés. Es una
muestra de fuerza y resistencia, del amor y la lealtad que me atrajo
hacia ella en primer lugar.

Salgo del coche, cierro y troto hacia las filas de puestos. Serpenteando a
través de calabazas orgánicas, mermeladas, miel y panes caseros, sigo
al pequeño grupo. Se detienen en una esquina del café para saludar a
una pareja que está comiendo unos panecillos y lo que parece un
capuchino rooibos10. La mujer tiene el cabello rubio decolorado y el
hombre corpulento viste una camiseta de Spiderman descolorida sobre
un jersey. Kris y Charlie. Después de intercambiar algunas palabras,
Valentina y su séquito dejan a Kris y Charlie. Valentina se detiene en
varios puestos, conversando con los vendedores mientras Rhett y
Quincy vigilan y llevan los productos. Me alivia que mis hombres la
protejan como sabuesos. Para el ojo ignorante, son sólo dos tipos que
siguen a una mujer, pero sé que están rastreando el área y olfateando el
aire en busca de peligro. Por los informes que recibí en Suiza, sé que
Valentina no puede pagarles, lo que significa que deben permanecer por
lealtad y amor, las mismas características que admiro en mi esposa.
Parece que las cultiva en todos los que se cruzan en su camino. Mírame
a mí. Aquí estoy, siguiéndola como un lobo hambriento, desesperado
por protegerla y cuidarla.

Dando vueltas alrededor de los productos del mercado, me muevo una


fila hacia arriba y camino hacia abajo por el otro lado para poder cruzar
con el objeto de mi obsesión y poder verla más de cerca, pero cuando
llego al lugar donde estaban hace unos segundos, ya no están. Mierda,
¿dónde están? Me doy la vuelta en un círculo rápido y frenético, y
golpeo a alguien con mi espalda.

Girando, atrapo a la mujer con la que me tropecé antes de que se caiga.


La disculpa muere en mis labios. Valentina me mira fijamente a la cara.
Por un momento decisivo, el mundo se detiene mientras nos miramos.
Mi cuerpo se vuelve rígido como un palo. ¿Me reconocerá? Sus ojos
buscan en los míos como si tratara de hacer una conexión, pero luego
se quedan en blanco. Mi disfraz funciona. No tiene ni idea. Tenerla tan

10 El rooibos es una planta de origen sudafricano cuyo nombre en idioma afrikáans significa arbusto rojo y
se pronuncia «roibos».
cerca, literalmente en mis brazos, me embriaga y me enloquece. Cada
folículo de mi cuerpo pica, cobrando vida con la electricidad estática
que cruje sobre mi piel. Un olor a frambuesa deliciosa llega a mis fosas
nasales. La suavidad de su cabello roza mis dedos, donde aún me
agarro a sus brazos. Sus labios se separan ligeramente, arrastrando mi
atención hacia ellos. Se necesita cada fibra de mi ser para no acercarme
y tomar esos labios en mi boca.

Valentina encuentra primero sus palabras. —Lo siento. —Ella da un


paso atrás, rompiendo nuestra incómoda postura. Sus ojos siguen
siendo amigables, pero la cautela se desliza en su expresión.

Buena chica.

Tiene razón en desconfiar de los extraños, especialmente de los que la


tocan y la miran fijamente durante unos segundos.

Dejo caer los brazos y me obligo a sonreír. —La disculpa es mía. No te


vi. —Dios, no me canso de ella. No quiero que se vaya todavía. Sólo un
poco más para beber de su cara y el calor de su presencia. Antes que
pueda darse la vuelta, le digo—: Espero no haberte hecho daño.

Su risa es suave. Ronca. —Se necesitará más que eso.

Rhett y Quincy se acercan por detrás, dándome una mirada aguda, pero
ignoro sus furiosas caras, saltando antes de que ella se escape.

—¿Este es tu bebé?

El calor inunda su voz. —Sí. Éste es Connor.

Miro dentro del cochecito y casi me ahogo en mi emoción. Mi hijo me da


una sonrisa completa. Una sonrisa. Me sonrió. Me trago mis lágrimas
de marica y mi risa satisfecha, manteniendo mi voz uniforme. —¿Qué
edad tiene?

—Diez meses.

Connor agarra el dedo que yo sostengo con avidez. Me río. —Es guapo.
—Lo es, —dice con orgullo—. Se parece a su padre.

Algo atraviesa mi corazón. Me enderezo y miro su mano izquierda.


Todavía lleva su anillo de bodas. Me siento cálido y confuso por dentro,
como si no tuviera derecho a hacerlo. No tengo derecho a estar feliz por
su pena o lealtad, que ella no debería darme.

No estoy listo para dejarla ir, busco a tientas un tema en mi cabeza


cuando mi mirada cae en la cesta desbordante de las manos de Rhett.

—No bromeas con las compras.

Mueve un rizo suelto detrás de la oreja. —Parece mucho, ¿no? Pero mis
chicos —guiña en dirección a Quincy y Rhett—, comen como caballos.
Prefiero apoyar a los granjeros locales, además que es orgánico.

Eso suena como ella.

—¿Qué hay de ti? —Ella mira mi traje—. No estás vestido para ir de


compras al mercado.

—He quedado con alguien.

—Oh, mejor te dejo ir, entonces.

No lo hagas.

Inclinando la cabeza, me mira con una expresión de extrañeza. —¿Nos


conocemos?

La máscara de mi cara se mantiene en su lugar mientras extiendo una


mano. —Gregor Malan.

Ella acepta mi mano y da un firme apretón de manos. —Valentina


Louw.
Más calor se extiende sobre mí mientras usa el apellido que le marcó mi
posesión, como mis labios, mi polla, mi cinturón y mi semilla. Joder,
necesito controlarme.

—Fue un placer encontrarme contigo, Gregor Malan.

Su sonrisa es tan jodidamente dulce que quiero lamerla de sus labios.


—Como la disculpa, el placer es todo mío.

Solo la pura fuerza de voluntad me permite dar el primer paso, y el


segundo, y el tercero, cada vez más lejos. No debería mirar atrás, pero
solo soy humano y un hombre lujurioso. Cuando miro por encima del
hombro, Rhett y Quincy están sobre mi trasero. Buenos chicos.
Quedarán en segundo lugar si son tan estúpidos como para enfrentarse
a mí, pero te aseguro que aprecio que mantengan a los lobos a raya.

Rhett me bloquea el camino. —Nos gustaría hablar contigo.

Le echo un vistazo a Valentina. Se detiene en un puesto de frutas de


espaldas a nosotros. —Dejaron a su amiga desprotegida.

Quincy amplía su postura. —Sólo tomará un minuto.

—¿Estás interesado en ella? —Rhett ladea la cabeza en dirección a


Valentina.

Esta es la parte en la que me planta un puño en la mandíbula por decir


que sí. Lo miro directamente a los ojos. —Sí.

—¿Por qué? —Quincy pregunta.

¿Qué carajos es esto? —¿Cómo que por qué?

—¿Como un buen pedazo de culo para esta noche o como una mujer
increíble para toda la vida?

Mi ira surge al mencionar su trasero. —Si vuelves a hablar así de ella,


te romperé los brazos y las piernas.
Rhett y Quincy se miran con grandes sonrisas.

—Creo que él es un si —dice Quincy.

Rhett me mira de arriba abajo. —Vale la pena intentarlo, tal vez.

—¿Cuál es tu maldito problema?

—Este es el trato —Rhett se acerca y baja la voz—. Valentina ha tenido


momentos muy difíciles últimamente. Su vida ha sido una mierda. Si la
comprobaste porque crees que será una buena distracción, te vamos a
romper las pelotas y la polla. Si eres material para marido, estamos
preparados para concretarte una cita.

No puedo creer lo que escucho. —¿Concretarme una cita?

—Considéralo una prueba preliminar —dice Quincy—. Pasaremos el


rato contigo, ya sabes, te comprobaremos. Si cumples con nuestro
criterio, te dejaremos verla.

Rhett me pone un dedo en la cara. —Sólo si tus intenciones son serias.


Si juegas con ella, juegas conmigo.

—Es una madre joven, recientemente viuda —continúa Quincy—, así


que muestra algo de respeto.

—¿Qué son ustedes? ¿Su agencia de citas?

—Amigos —dicen al unísono.

—Ya veo. —No lo hago. Quiero golpearles la cabeza por haberle


arreglado una cita a Valentina con un hombre que no conoce, aunque
ese hombre sea yo.

—¿No se supone que deben mantener alejados a los hombres como yo?

—Es una buena mujer —dice Rhett—. Ella merece tener a alguien.
Por mucho que me gustaría aprovechar la oportunidad, me convertirá
en el hombre que solía ser, el hombre que la manipuló para que lo
quisiera y lo amara. La idea de morir era para liberarla.

—Vaya amigos que son —muerdo—. Mantén a los hombres como yo


lejos de ella, ¿Entiendes?

—¿No te interesa? —Rhett pregunta.

—Maldición. —Quincy se limpia la frente—. Es una maldita lástima. Me


gusta.

—¿Chicos? —Valentina se acerca a nosotros—. ¿Qué está pasando?

—Nada —dice Rhett—. Sólo hablamos de cosas de hombres.

—¿Vamos a buscar a Kris y Charlie? Connor tiene hambre.

—Sí. —Quincy le quita la bolsa de fruta—. Vámonos.

Tan despreocupadamente como puedo, me alejo, concentrándome en no


mostrar la ligera cojera que queda.

No mires atrás. Sigue adelante.

Mierda, no puedo hacerlo. Cuando me doy la vuelta, Valentina se queda


quieta entre los manteles teñidos a mano, mirándome.
El aliento queda atrapado entre mis costillas. No puedo tomar suficiente
aire para hacer que mis pulmones funcionen. Hay algo sobre Gregor
Malan. Su rostro no es el de Gabriel y su caminar es diferente, pero
tiene una cojera, aunque leve, y su constitución es la misma. Todo
sobre él grita Gabriel. Si el propio Gabriel no me hubiera dicho que no
podría arriesgarse a más cirugías plásticas, apostaría mi vida a que el
hombre que se tropezó conmigo es mi esposo. Es eso, o los ángeles se
compadecieron de mí y me enviaron a alguien parecido para aliviar el
dolor ardiente siempre presente en mi pecho. Solo que ningún sustituto
lo aliviará. Si no puedo tener a Gabriel, no quiero a nadie. Mi amor por
él es demasiado profundo. Demasiado perfecto. Supongo que finalmente
me rompió. Me arruinó para todos menos para él. Sí, estoy dañada
irreparablemente, un juguete roto destinado a ser desechado, pero soy
su juguete, y roto o no, él me tomará de regreso. Tan pronto como
pueda encontrarlo.

—¿Está todo bien? —Kris pregunta cuándo volvemos con ella y Charlie.

Mi sonrisa es fingida. —Si, bien.

—Pondremos las cosas en el auto —dice Rhett—. Vamos, Charlie, danos


una mano.
Los hombres se van con nuestras compras y con Connor, dejándonos a
Kris y mí a solas.

—Escúpelo —dice ella, empujándome hacia abajo en la silla junto a


ella—. Conozco esa mirada.

—¿Qué mirada?

—Estás pensando.

Entrelazo mis manos. —Acabo de ver a alguien que me recordó mucho a


Gabriel.

Precaución parpadea en su mirada. —Val, no lo busques en otro


hombre, porque solo terminarás decepcionada. No hay dos personas
iguales.

—Exactamente. No puedo estar con nadie más que con él.

Ella toma mi mano. —Solo han pasado diez meses. Dale tiempo. Alguien
más vendrá.

—Mi mente se siente jodida. Las cosas que Gabriel me hizo, lo odié por
ellas, y ahora anhelo el dolor que me dio placer. ¿Qué otro hombre en
su sano juicio entenderá lo que necesito? —Froto un dedo sobre mi
pulgar amputado—. Mi cuerpo está mutilado y mi estómago está
marcado por las estrías de su bebé. ¿No lo ves, Kris? Estoy dañada de
todas las formas posibles. Nadie más puede quererme. Gabriel era mi
monstruo y me hizo imperfecta y rota a su imagen y semejanza. Somos
perfectos el uno para el otro.

—No hables así. —Ella acaricia mi mano—. Te enamoraste de él. Es


natural que sientas esto tan fuerte por él, incluso si lo que hizo estuvo
mal.

—No me enamoré de él. Soy adicta a él, pero si… cuando lo encuentre,
estoy planeando enamorarme de él como no pude hacerlo la primera
vez. Esta vez, no habrá regreso.
—Oh, Val. —Su mirada es de preocupación—. Necesitas ver a un
psicólogo que pueda recetar antidepresivos para ayudarte a
sobrellevarlo. No hay vergüenza en tomar medicamentos. No tienes que
superar esto solo con fuerza de voluntad.

—No necesito un médico. —Elevo mi barbilla—. Lo que necesito es una


cita.

—Pensé que habías dicho que no querías a nadie más.

—No lo hago.

Frunce el ceño. —No entiendo.

—Necesito una cita con el hombre que conocí aquí.

—No, no, no. No vas a iniciar una cacería de brujas por la encarnación
de Gabriel. Eso simplemente no terminará bien. No es saludable, Val.

—Te dije que estoy dañada. No queda un solo pensamiento saludable en


mi cabeza.

—No sé qué ves cuando te miras a ti misma, pero yo veo a una mujer
hermosa, fuerte, generosa y amorosa, una mujer que
desinteresadamente hará cualquier cosa por su hermano y su hijo.

Quincy llama desde el otro lado del campo. —Val, vámonos.

Le doy un rápido abrazo a Kris. —Eres una buena amiga. ¿Te he dicho
cuánto te aprecio?

—Todo el tiempo.

Quincy viene corriendo hacia nosotros. —Cambié el pañal de Connor y


le di su biberón, pero está empezando a quejarse.

—Es hora de la siesta. Debe estar cansado. —Me pongo de pie—.


Gracias por encontrarte con nosotros, Kris.
—¿Te veo el sábado?

—Claro.
Claro. Ven a cenar y después habrá juegos de mesa.

Caminando de regreso al auto, mi paso es más ligero de lo que ha sido


en diez meses mientras un plan toma forma en mi cabeza.

SEGUIR AL SEÑOR MALÁN ES FÁCIL. Por lo que puedo encontrar en


Internet, dirige una compañía de seguros sobria y unipersonal
especializada en piedras preciosas de alto valor. Es un negocio
arriesgado, pero con solo un puñado de clientes de primer nivel, como
De Beers y Anglo American,
erican, debe ganarse muy bien la vida. Según su
perfil en las redes sociales, creció en el centro de Sudáfrica, cerca de
Kimberley, lo que, en papel, explica su conexión con la industria del
diamante. Tengo mis dudas sobre la historia sosa y recta que se
muestra
uestra en la pantalla de mi computadora. El Sr. Malan obtuvo un
título en negocios de la Universidad de Bloemfontein, después dirigió un
pequeño negocio de fabricación de joyas que se disolvió con la muerte
del propietario, de ahí su nuevo proyecto. Solo h hay
ay una forma de
averiguar si mi sospecha tiene fundamentos.

Cerrando la puerta de la oficina por privacidad, balanceo a Connor en


mi regazo y marco el número listado para Dimension Insurance.

Él responde con un breve respiro, —¿Sí?

Todo sobre esa voz me paraliza por dentro. La forma en que el barítono
profundo vibra a través de mi cuerpo, envía chispas a mis
terminaciones nerviosas. Cada musculo se contrae. Cada cabello se
eriza.

—¿Hola?

Vuelvo a la vida. —Es Valentina Louw. ¿Te atrapé en un mal momento?

La pausa en el otro extremo de la línea dura solo un segundo, pero es


suficiente para notarlo. —No. Estaba haciendo ejercicio.

Puedo escuchar la incertidumbre, las preguntas y el hambre en su voz.


Tenemos demasiada sintonía, los matices demasiado claros para que
pueda imaginarlos todos. —Puedo volver a llamar más tarde.

—Eso no será necesario. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Te busqué en Internet.

Él lanza una risa seca. —Lo deduje. —Más precaución—. ¿Por qué?

—Diriges una compañía de seguros.

—Eso es correcto.

Parece que está abriendo la nevera. Una lata suena. El sonido es


seguido por una deglución suave. Mi imaginación me hace cosas
perversas, poniendo imágenes en mi mente de Gabriel apoyado contra
el mostrador, bebiendo cerveza. La manzana de Adán se mueve
mientras traga. Todo el tiempo me mira con un anhelo sexual que me
dice que me va a doblar sobre el mostrador y tomar lo que quiere, pero
no sin darme lo que anhelo primero.

—Señora ¿Louw? —Juro que hay una sonrisa arrogante detrás del
cuidado en su tono.

Me abanico con un trozo de papel de mi escritorio. —Tengo negocios


para ti.

—¿Qué tipo de negocios?


—Diamantes.
Diamantes. Prefiero que nos reunamos para discutir esto en persona
en lugar de hacerlo por teléfono.

—Yo... —SuSu suspiro está lleno de pesar


pesar—. No soy el hombre adecuado
para el trabajo.

Sus palabras no pueden estar más lejos de la verdad. —Seré


Seré la jueza de
eso. ¿Mañana, a las cuatro en punto? —Cierro
Cierro los ojos y aguanto la
respiración.

—Trabajo
Trabajo desde casa. —Lo hace sonar como una protesta.

—No hay problema. Tengo tu dirección.

—Por
Por supuesto que sí. —Esta
Esta vez, suena francamente divertido, pero
luego su tono cambia, nuevamente
nuevamente—. Señora Louw, yo...

—Nos
Nos vemos a las cuatro mañana, entonces.

Cuelgo antes que tenga tiempo de idear una razón por la que no debería
tocar a su puerta. Si Gregor es Gabriel, planeo exponerlo. Será mejor
que esté listo. Irrumpiré por su puerta como lo hizo una vez por la mía,
blandiendo un arma mucho más poderosa que una pistola.

TODO EL DÍA SIGUIENTE, tengo dolor en el estómago. Como estamos


fumigando la oficina, tenemos que cerrar temprano, la excusa perfecta
para ir a casa y prepararme. Mientras Connor duerme, me ducho y me
cambio. Me tiemblan las manos cuando me maquillo y me seco el
cabello. Incluso el clima acompaña el ambiente con una poderosa
tormenta eléctrica, probablemente una de las últimas antes del período
seco del invierno. El trueno despierta a Connor. Le doy de comer y lo
cambio, obtengo un momento de abrazos. A las tres y media, me
abrocho la gabardina y tomo un paraguas. Connor debería estar bien
por un par de horas. Lo llevo abajo, voy en busca de los muchachos y
los encuentro jugando póker en la cocina.

Rhett da un silbido de lobo cuando me ve. —Wow. Te ves muy bien. Y


vas bastante arreglada

—Es solo maquillaje. —Muevo a Connor a la otra cadera, sintiéndome


de repente muy consciente de mi apariencia. ¿Me he ido por la borda?

—Bo-bonita.

—Gracias, Charlie.

La mirada de Quincy me recorre. —¿Medias y tacones? No sabía que


saldríamos.

—A-afuera. —Charlie mira la ventana donde los truenos iluminan el


cielo—. Está llov-lloviendo.

—No vamos a salir. Yo sí.

—Uh-uh. —Quincy mueve su boca en una línea obstinada—. No vas a ir


a ningún lugar sin uno de nosotros. —Él empuja hacia atrás su silla.
—Iré.

—No puedes venir.

Me da una mirada desconcertada. —¿Por qué no?

—Voy a salir.

Rhett deja de llenarse la boca con papas fritas para mirarme. —¿Salir
como en una cita?
—Supongo que podrías llamarlo así.

—Oh, Wow. Si, de acuerdo. —Quincy y Rhett intercambian una


mirada—. Genial.

—Eso es genial. —Dice Rhett—. Te llevaré.

—Rhett. —Levanto la ceja.

—¿Qué?

—No me voy a relajar sabiendo que estás sentado afuera en el auto.

Frunce el ceño y se frota los labios, como si estuviera pensando. —Es


peligroso, allá afuera.

—Me enseñaste a defenderme, ¿no?

—Sí, pero…

—¿No confías en mi capacidad para defenderme?

—Eres cruel con esos puños pequeños y una pistola, pero... —Se frota
la parte trasera de su cabeza—. No lo sé.

—Aprecio lo bien que me están cuidando, muchachos, realmente lo


hago, pero si quieren que salga a conocer gente, tienen que darme un
poco de libertad.

—Ella tiene razón —dice Quincy en un suspiro—. No podemos


acompañarla en una cita.

—Saldré un par de horas, máximo.

—Está bien. —Rhett parece simultáneamente feliz e incómodo con las


palabras—. Llámanos si vas a llegas tarde.
—¿Te importaría mirar a Connor? Le habría preguntado a Kris, pero ella
está trabajando.

—Por supuesto que no. —Quincy extiende sus manos—. Ven aquí,
grandote. El tío Charlie te enseñará a jugar al póker y el tío Quincy te
enseñará a ganar.

—Ten cuidado en el camino con la lluvia, —dice Rhett, con expresión


preocupada.

—Estaré bien. Gracias por cuidar a Connor.

—Ni lo menciones. —Quincy guiña un ojo—. Adelante. Diviértete.

—Hay un biberón en la nevera si Connor tiene hambre antes que


regrese. Si se pone difícil, llámame.

—Sabemos cómo manejar a un bebé. —Quincy coloca a Connor sobre


su rodilla y me ahuyenta con una mano—. Fuera de aquí.

—Ustedes son los mejores. No sé qué hubiera hecho sin ustedes.

—Me estás poniendo todo emocional ahora, —se queja Rhett.

—Hasta más tarde, Charlie. —Le doy un beso y me voy antes que mis
nervios me fallen.

En el camino al lugar de Gregor, contemplo el resultado. Si él no es


Gabriel, puede que no aprecie mi enfoque, pero estoy segura que es él.
No puedo evitar sentirme segura de mí misma.

La casa de Gregor está en un complejo de seguridad pulcro y de ladrillo


en bruto. Tengo que firmar en la puerta, y el guardia tiene que llamar a
su unidad para que me permitan pasar, lo que le advierte de mi llegada.
Gregor aún puede rechazarme, pero después de hablar por el sistema
de intercomunicación, el guardia presiona un botón que levanta la
barra.
Mientras tomo el largo camino de entrada a su casa, se abren las
puertas eléctricas. Entro y me estaciono frente al garaje. La puerta
principal se abre antes que salga del auto. Gabriel –Gregor- se para en
el marco, vestido con pantalones oscuros y una camisa ajustada. Verlo
me deja sin aliento. Este nuevo modelo de Gabriel tiene una barba y
cabello más cortos, pero el color es el mismo. Su rostro es
sorprendentemente guapo, me saca de quicio y añade la chispa que
alimenta mi duda. Debajo de la ropa, puedo adivinar las líneas que
definen sus músculos.

Su postura es casual, pero sus hombros están tensos. Él mira mi


acercamiento con un aburrimiento fingido, pero sus ojos no se pierden
nada. Me miran como Gabriel me miró por primera vez en Napoli y
como lo hizo cuando irrumpió en mi departamento. Como esa primera
vez, él abre mi alma y mira a través de mí, pero hay una diferencia. Los
roles se invierten. Esta vez, vengo a él como el cazador, y él es la presa
vulnerable.

Él no habla hasta que estoy justo frente a él. —Señora Louw.

—Señor Malan.

Sus ojos verdes me escudriñan. El color es desconcertante, no el helado


azul que estoy buscando, pero él está usando lentes de contacto.

—Creo que esto es un error. Lo que sea que pienses, mi compañía...

Subo al escalón, poniendo mi cuerpo al ras contra el suyo. —Voy a


tomar un vaso de agua, por favor.

La brusca inhalación de su aliento es todo lo que obtengo antes de que


retroceda, dándome la entrada a su casa. Merodeando, miro sus
dominios. El salón, el comedor y la cocina son de planta abierta. El
espacio está amueblado con nada más que una silla reclinable de cuero
y una nevera.

Me mira con los ojos entrecerrados mientras camina hacia la nevera y


saca una botella de agua mineral. Tomando un vaso del armario,
continúa con el agua y me lo da.
—Gracias. —Me aseguro que nuestros dedos se rocen cuando tomo el
vaso.

Sus pestañas revolotean. —Acerca de tu negocio…

—Entonces, eres de Bloemfontein.

Sus ojos se entrecierran y sus labios se contraen. No le gusta cuando lo


desafío interrumpiendo y controlando la conversación, pero lo deja
pasar.

—¿Qué más leíste sobre mí?

Tomo un sorbo de agua. —Todo lo que pude encontrar.

Por un segundo sus ojos se clavan en mis labios mientras bebo, pero
luego los arrastra lejos.

—¿Y usted, señor Malan? ¿Leyó todo sobre mí?

—No tenía que hacerlo.

Tomo otro sorbo. —¿Ah sí?

—Eres una figura conocida en esta ciudad.

—¿Lo soy?

Camina alrededor del mostrador de la isla, deteniéndose cerca de mí.


—Dijiste que tenías negocios. Yo también hice mi tarea. Tu especialidad
son las inversiones de alto riesgo. No vi diamantes en tu portafolio.

Levanto la mano izquierda y le muestro mi anillo de bodas. —Me


gustaría asegurar esto. Es muy valioso para mí.

Él lo mira fijamente. —No manejo seguros personales. Para eso, tendrás


que llamar a Auto y General.
Dejando el vaso sobre el mostrador, coloco mi palma en su pecho y lo
deslizo por su estómago duro como una roca hasta su erección aún más
dura. Cuando cubro su longitud, él permanece inmóvil, mirándome
con ojos inexpresivos, pero su polla se retuerce en mi mano.

—¿Y para esto? —Susurro—. ¿Tengo que llamar a alguien más para
esto también?

Sus ojos verdes se oscurecen con mis palabras, pero no muerde el


anzuelo.

Suavemente, me quita la mano y pone espacio entre nosotros. —Como


parece que no hay nada en lo que pueda ayudarla, creo que es mejor
que se vaya, señora Louw.

—¿Nada? —Empiezo a desabrocharme el abrigo—. Ha pasado mucho


tiempo. Diez meses, para ser exactos.

Una vena pulsa en su garganta mientras sigue mis acciones. —No


quieres hacer eso, no con un hombre como yo.

—Querías encontrarme. ¿No viniste a buscarme al mercado?

Sus ojos vuelven a los míos. —¿Qué quieres decir?

—Intervención divina. Es como si estuviéramos destinados a


encontrarnos.

—No crees eso, bonita.

—Mi esposo solía llamarme bonita.

Palidece un poco. —Mira, yo…

Cuando mi abrigo se abre, también lo hace su boca. Las palabras que


iba a decir se le caen de la punta de la lengua y se disuelven en el aire
espeso entre nosotros. El calor le arde en los ojos cuando se posan en
mi atuendo, ropa interior rosa y negra pecaminosa con medias hasta el
muslo, medias adornadas con encaje y tacones asesinos. El sujetador
hace que mis senos se derramen sobre las copas, y mis pezones son
visibles a través del encaje transparente. Sus manos se aprietan a los
costados mientras me mira de arriba abajo. Su pecho se mueve
rápidamente. Sus fosas nasales se dilatan. Si su polla pudiera ponerse
más dura, simplemente lo haría. El contorno es claramente visible
debajo de la tela de sus pantalones. Traga y se encuentra con mis ojos.
Los suyos están ardiendo de deseo. Él me desea. Mierda, si me
equivoco, voy a tener sexo con un extraño en su cocina.

Por favor, no me dejes estar equivocada.

Cuando sus manos me alcanzan, casi dudo, pero tengo que saberlo y
solo hay una forma segura de descubrir la verdad. Una cosa que un
hombre como Gabriel no puede alterar o falsificar, es la forma en que
me folla. Reforzando mi resolución, levanto la barbilla y adopto una
postura que permite que mis pechos sobresalgan.

Su expresión se retuerce con agonía cruda. Agarrando mis brazos, me


gira hacia la puerta. —Vete. Ahora.

Me recuesto, apoyando mi trasero contra su ingle. No ofrece resistencia


cuando me froto contra él. La debilidad de sus rodillas y el gruñido
irregular que se rasga de su pecho mientras muevo mi trasero sobre su
erección, me dicen que gané. Su reacción me da la confianza suficiente
para caminar hasta el mostrador de la isla y saltar sobre él. No tengo
que decir una palabra. Todo lo que tengo que hacer es abrir las piernas.

Él carga hacia mí como un león. Hay un gruñido en sus labios cuando


gira mi cabello alrededor de sus dedos y tira hacia un lado, exponiendo
mi cuello. Como un depredador, él cierra los dientes en el punto blando
donde se unen mi cuello y mi hombro. No muerde, solo me sostiene en
su lugar mientras chupa mi piel, marcándome. Cuando me suelta,
estoy luciendo un mordisco de amor. La satisfacción se refleja en su
expresión cuando mira la marca. Suavemente, arrastra su lengua sobre
ella, gimiendo mientras saborea mi piel. Pasa la nariz por el largo de mi
cuello hasta mi mandíbula, inhalando profundamente.

Usando mi cabello para mantenerme en su lugar, besa y muerde su


camino desde mi oreja hasta mi hombro. Cada beso se vuelve más
frenético que el siguiente. Él se mete entre mis piernas y suelta mi
cabello para atrapar mi cara. Sosteniendo mis mejillas entre sus
palmas, sacude mi boca con la fiebre acumulada de un hombre que ha
sido privado por demasiado tiempo. Nuestras lenguas se enredan
mientras explora la profundidad de mi boca y la forma de mis labios.
Me come como si fuera su última comida.

Puedo contar con los dedos de una mano las veces que Gabriel me besó
sin total control. Sus seducciones fueron bien pensadas y ejecutadas.
Este hombre está besándome sin una pizca de restricción, como Gabriel
me besó cuando yo le dije que no quería a Michael. Me está besando
como lo hizo Gabriel el día que se casó conmigo en contra de mi
voluntad. Gimo en su boca, mi cuerpo preparándose para su posesión
al volverse cálido y resbaladizo.

Él arranca su boca de la mía y saca su camisa de sus pantalones.


—Dime cuánto deseas esto.

Mi mirada cae a sus pantalones. —Quiero probarte.

Sus dedos alcanzan los botones de su camisa. Uno por uno, los hace
estallar con manos temblorosas —Puedes tener mi polla donde quieras.

Cuando los bordes de la camisa se abren, empuja la parte superior de


nuestros cuerpos, piel contra piel. Se siente familiar. Se siente bien. Él
baja las copas de mi sostén, dejando que las curvas se derramen, y
toma un pezón en su boca. Su lengua es el cielo y el infierno. Él chupa
la punta, enviando un espasmo directamente a mi clítoris, y luego lo
sigue con una flecha de dolor al rojo vivo cuando muerde. Unas pocas
repeticiones y mi núcleo es un charco de excitación. No se detiene hasta
darle al otro pecho el mismo tratamiento. Estoy jadeante y débil,
incapaz de soportar mi propio peso cuando él levanta su mano ancha
de la parte baja de mi espalda. Con sus dedos enrollados alrededor de
mi cuello, me empuja hacia abajo sobre el mostrador. El toque es
dominante y posesivo, tal como lo recuerdo.

Jadeo cuando empuja mis bragas a un lado y pasa un dedo sobre mi


abertura.
Se inclina sobre mí y tararea su aprobación contra mis labios. —Tan
mojada.

Cuando me separa con un dedo, lloro más fuerte.

—¿Es esto lo que quieres? —Mete su dedo dentro de mí.

—Sí, oh Dios.

—Voy a darte lo que viniste a buscar.

La promesa es más bella que erótica, porque por lo que realmente vine
es él. No me da más tiempo para pensar, porque comienza a mover el
dedo a un ritmo lento y enloquecedor. Empujo los codos para admirar
la vista, y él alivia la presión de su palma sobre mi garganta para
dejarme. Quiero verlo reclamarme. Como si sintiera mi necesidad,
arranca las bragas y las deja caer al suelo, mirando fijamente el
malvado trabajo de su dedo.

—Dios, eres hermosa.

Mi clítoris hormiguea cuando presiona la yema del pulgar sobre el


manojo de nervios. Reuniendo mi humedad, él comienza un masaje
lento y suave que hace que los dedos de mis pies se curven.

—Para. —Agarro su muñeca—. Me voy a correr.

Su sonrisa es calculada. —Esa es la idea, bonita.

—Te quiero dentro de mí cuando me corra.

Sus ojos se abren por un segundo. Su mandíbula se flexiona como solía


hacerlo Gabriel cuando luchaba por el control. —Lo harás.

Usando la V de los dedos de su mano para abrirme más, agrega un


segundo dedo al primero. Mis músculos se tensan a su alrededor.

—Joder, sí.
Su pulgar vuelve a mi clítoris mientras sus dedos preparan mi canal
para su polla. La de Gabriel es larga y gruesa. Esto es algo que haría.
Unos pocos golpes duros combinados con los implacables movimientos
circulares de su pulgar y me corro con un orgasmo feroz, gimiendo de
placer. Todavía estoy montando la ola cuando su boca está en mi coño,
su lengua tomando el control en lugar de sus dedos. Se siente muy
bien. Él sabe exactamente cómo me gusta. Alterna suaves lamidas y
chupa, mordiéndome suavemente con los dientes. Como Gabriel me
entrenó, me corro rápidamente, esta vez en su boca. Me chupa a través
de las ondas del orgasmo hasta que mi cuerpo es un desastre
tembloroso.

—Buena chica —alaba, plantando un beso en mi montículo.

Me humedezco aún más cuando sus manos van por su cinturón. Al


mismo tiempo mi corazón late en la garganta. Esto es más que lujuria.
Esto se trata de una apuesta. El cinturón se cae. Se abre el botón de
sus pantalones. Gracias a Dios por la forma apresurada en que baja la
cremallera, porque mis nervios no pueden soportar el suspenso.
Tomando mis manos, me empuja a una posición sentada antes de
agarrarme de las caderas y bajarme al suelo. No tiene que preguntar.
Me arrodillo, como hice innumerables veces con Gabriel, trayendo el
elástico de sus calzoncillos conmigo. Cuando su polla salta libre, me
siento sobre mis talones. Es grueso y largo con venas varoniles, la
cabeza ancha y lisa. Casi lloro de alivio y agradecimiento. Es
exactamente como lo recuerdo.

Él es Gabriel.

Si él sabe lo que yo sé, no está claro. El momento está demasiado


consumido por su necesidad. Su deseo es el único foco de su atención
mientras pasa sus dedos por mi cabello y espera. Sabiendo mi historial
de abuso, Gabriel nunca se metió en mi boca. Mi alma se eleva cuando
tomo sus bolas y lo acerco. Cuando mis labios se posan alrededor de él,
recupero las piezas que dejé en los escombros de la explosión. Moviendo
mi lengua sobre la rendija, lamo el semen que él derramó por mí,
deleitándome con el sabor único de Gabriel. Mi corazón late con alegría
demasiado poderosa para contenerlo mientras lo llevo profundo.
Chupar a Gabriel siempre ha sido uno de mis mayores placeres. Me
encanta la forma en que gime cuando mi lengua gira alrededor de su
grosor y traza la vena en la parte inferior hasta sus bolas. Me deleito en
la forma en que sus rodillas se doblan y sus caderas se sacuden,
sabiendo que soy la causa de su placer. Tenerlo en mi boca es como un
regreso a casa. Es la verdad, la única verdad que sé. El deja que lo lleve
profundo como quiero, y no se detiene. Se corre rápido y duro,
derramando su semilla por mi garganta. Saboreo cada gota, sintiendo la
misma conexión que sentí durante el sexo oral con Gabriel.

Él es Gabriel.

Lo miro fijamente, mi alma estalla en asombro, mientras él cabalga su


placer hasta el final. Cuando su cuerpo se queda quieto, saca su polla
de la succión de mi boca. Sin romper nuestra frenética persecución por
el placer del otro, me agarra de los brazos y me arrastra sobre mis pies,
aplastándonos la boca brevemente antes de inclinarme sobre el
mostrador.

Coloca mis brazos para que me estire con mis dedos tocando los bordes.
—Espera, bonita.

Agarrando el granito frío para apalancarme, me preparo, sabiendo que


cuando Gabriel me tome por detrás será duro. Exactamente como
quiero. Sus dedos juegan sobre mis pliegues, acumulan humedad y me
lubrican. La cabeza ancha de su polla empuja mi abertura. Él ya está
duro de nuevo. Una mano está guiando su eje, la otra agarrando mi
cadera. Al ver que ha pasado un tiempo, entra en mí lentamente, tan
considerado como solo Gabriel puede ser. Después de cada centímetro
se detiene, dándome tiempo para ajustarme mientras juega con mi
clítoris. Para cuando está completamente alojado en el interior, ambos
estamos jadeando. No tengo que decirle que necesito más. Él conoce mi
cuerpo por dentro y por fuera. Él conoce mis necesidades mejor que yo
misma.

Cuando comienza a moverse, es con el ritmo agotador que necesito para


empujarme hacia otro clímax. Se estrella contra mí, girando nuestras
caderas juntas, y moviendo mi cuerpo hacia arriba y hacia abajo sobre
la superficie lisa. Mi necesidad sube alta y feroz. Cuando mis músculos
internos se tensan a su alrededor, él mueve mi clítoris entre sus hábiles
dedos, llevándome al borde. Al rodar su polla, grito de placer.

Él cubre mi cuerpo con el suyo, poniendo su pecho contra mi espalda.


—Joder, sí. Eres hermosa cuando te corres.

Mi indulto solo dura unos segundos. Las réplicas del orgasmo todavía
me están ondeando cuando él se retira y me da la vuelta.

—Quiero mirarte a la cara.

Yo también. Quiero ver sus ojos cuando se corra. Hubo un tiempo en


que no me miró cuando tuvimos sexo. Era el momento en que solo me
follaba por detrás, ocultando su rostro marcado y su verdadera
persona, pero nunca quise un rostro diferente u otra alma. Solo él.

Él extiende mis piernas y dobla mis rodillas. Su expresión es tierna


mientras frota sus palmas por mis muslos internos hacia el centro entre
mis piernas. Separando mis labios con sus pulgares, se enfoca en mis
ojos cuando empuja hacia adentro. No dudo en desnudar mi corazón.
Mis sentimientos están grabados en mi cara para que los lea. Solo para
sus ojos. Le muestro mi éxtasis mientras él me llena de la única manera
que me completa, con su cuerpo y alma. Le muestro mi reverencia
cuando comienza a verter todo lo que tiene dentro de mí. Nuestros
deseos, emociones, sueños y esencia se entrelazan mientras nos
movemos juntos. Tomo lo que él da cuando sus empujes se vuelven más
poderosos, pero también devuelvo a cambio. Por cada empujón, me
aprieto sobre él, arrastrándolo más profundo y abrazándolo más fuerte.
Mis manos viajan sobre sus fuertes brazos y su duro pecho, trazando
los surcos familiares. Amo cada parte de él, por dentro y por fuera, y me
estoy enamorando más fuerte de lo que imaginaba posible. La sensación
es salvaje y vulnerable, hermosa y aterradora en su intensidad. Necesito
sus brazos a mí alrededor.

—Abrázame, —susurro.

Él no lo duda. Sin romper su ritmo, entrelaza nuestros dedos y levanta


mis brazos por encima de mi cabeza. Su pecho presiona contra el mío
mientras reclama mis labios en un beso increíblemente suave y
prolongado. Abrazo mis sentimientos, dejando que el amor explote y
crezca dentro de mí hasta que no haya nada más que él. Él llena mis
sentidos. Su beso me dice lo que quiero saber. Se preocupa. Todavía se
preocupa por mí y no solo como una posesión. Estoy atrapada debajo
de su cuerpo fuerte, un ser dañado, pero estoy aquí por mi propia
voluntad y eso me hace más que un juguete roto. Soy más que una
venganza o una deuda, y él es más que The Breaker, porque me besa
como un esposo. En este momento, él es solo un hombre que ama a
una mujer, y yo soy la mujer que lo ama. Amor, del tipo desenfrenado,
después de todo lo que hemos pasado, haciendo las cosas a la inversa,
pero Gabriel y yo nunca hemos sido la norma. Quizás no estábamos
destinados a ser la norma. Somos nosotros y nos amamos.

—Valentina.

Su susurro me trae de vuelta a él, a la sensación que nuestros cuerpos


están conectados. Es demasiado y muy poco. No puedo soportar más y
no puedo parar. Mis dedos se aprietan alrededor de los suyos mientras
un grito de placer estrangulado sale de mi boca.

—Te tengo, bonita.

Lo hace. Él siempre lo ha hecho. Disminuye su ritmo un poco e inclina


sus caderas, cambiando el ángulo de su penetración. Ahí. Oh Dios. Mis
labios se separan en un jadeo silencioso cuando él golpea el lugar
correcto.

—Córrete conmigo.

Es una súplica, no una orden, y la obedezco con más entusiasmo del


que obedecí cualquiera de sus órdenes antes. Mi visión se vuelve
borrosa a medida que mi cuerpo explota. Él está allí conmigo, dándome
todo de él. Su espalda se arquea y sus caderas se sacuden mientras
sostiene mi mirada. Sus ojos están abiertos y su alma expuesta
mientras me muestra lo que le hago. Nuestra conexión es perfecta. No
hay pensamientos sobre el pasado o el futuro en mi cabeza. Lo que
siento es demasiado intenso para dejar espacio para las preocupaciones
y el miedo. Solo existe este momento. Cuando sus brazos me rodean
para amortiguar mi espalda y abrazarme, me dejo desmoronar, sanar y
que las piezas destrozadas se junten. Lloro en la curva de su cuello,
descaradamente, por la grandeza de este regalo, por tenerlo de nuevo.

Un rayo destella afuera, y la tormenta estalla con toda su fuerza.

Cuando se levanta sobre sus brazos para mirarme, su polla se desliza


fuera de mí. Gimo, no queriendo perderlo aún.

—¿Frío? —Me frota el brazo.

—No.

Se quita los zapatos y los pantalones. Miro con fascinación, hipnotizada


mientras se desnuda. Todavía hay cicatrices en su cuerpo, pero ahora
son diferentes. Lo que sea que hizo, se sometió a una cirugía severa. No
me interesa cómo se vea, pero extraño las marcas que conocí, las que lo
definían. No importa, conoceré sus nuevas cicatrices.

Al verlo, me dice en voz baja: —¿Qué estás pensando?

—Que mi esposo tenía cicatrices como esas.

Él no ofrece una explicación, y yo no presiono. Lo que no quiero es más


mentiras entre nosotros.

—Toma esto. —Me ayuda a ponerme su camisa. No puedo evitar inhalar


profundamente. El olor limpio y picante es de antes que Gabriel se
convirtiera en Gregor.

Alzándome en sus brazos me lleva a la silla reclinable, se sienta


conmigo en su regazo y nos cubre dando un tirón a la cobija desde el
respaldo de la silla.

Nuestro nido es seguro y cálido. Juntos, escuchamos el sonido de la


lluvia en el techo y observamos el cielo oscurecerse a través de la
ventana.

Me acaricia la cadera debajo de la cobija. —¿Dónde está tu hijo?


—Con amigos.

El tensa. —¿Confiables?

—Los chicos que conociste en el mercado.

Su tensión no se alivia. —¿Pueden manejar a un bebé?

—Tan bien como cualquier madre que conozco.

—¿Estás segura?

No puedo resistirme a burlarme de él. —Para una primera cita, estás


muy preocupado por el bebé de una madre soltera.

Me quita un cabello suelto de la cara. —Es lindo. —Lo dice como si eso
explicara su interés en Connor—. Dijiste una madre soltera. —El
duda—. ¿Lo eres?

—¿Estaría aquí si no fuera así?

Él no contesta.

Una parte de mí quiere sumergirse en esta relación y agarrar todo con


un solo movimiento de mi brazo, pero me recuerdo a mí misma que
debo ser paciente. No estoy haciendo esto por la fuerza o a través de la
manipulación. Esta vez, será nuestra elección.

Giro su muñeca hacia la luz para leer la hora en su reloj. Son más de
las cinco. —Me tengo que ir pronto.

Su brazo se aprieta a mí alrededor. —¿Ya?

—Dije que volvería a alimentar a Connor antes de acostarse. Su baño es


a las seis.

Mi corazón se contrae dolorosamente por el anhelo que destella en sus


ojos. Me mira por un largo tiempo, y cuando finalmente habla, empuja
las palabras, como si fuera difícil para él decirlas.
—Valentina, eres una mujer muy deseable.

—¿Pero?

—Pero esta no fue una primera cita.

—¿Qué fue?

Sus ojos buscan en los míos algo que no puedo nombrar. Respira y se
lame los labios. —Un error.

El dolor me retuerce el corazón, pero lo hago a un lado. No permitiré


que me desvíe de mi objetivo. —Esta puede no ser una cita
convencional, pero no fue un error.

—No me conoces y cuando lo hagas, huirás. Esto es todo tipo de error.

—Lo que acabamos de hacer en tu cocina, ¿te pareció incorrecto?

—No. Todo fue perfecto, pero eso no es lo que quise decir, y lo sabes.

—Entonces nos centraremos en lo que se siente bien.

—No, Valentina. —Su voz es áspera—. No funcionará.

Estaba tan lista para decirle que sé la verdad, pero él no está listo para
escucharla. Creo que está listo para nosotros, o no habría regresado a
buscarme, pero si fuerzo las cosas, puedo arruinarlo.

Empujo levemente su pecho para levantarme. —Me tengo que ir.

Me encierra en un fuerte abrazo. —No mientras está lloviendo tan


fuerte. El camino es demasiado peligroso.

—Connor…

—No pasará nada si llegas treinta minutos tarde. Llama a tus amigos y
diles que estás esperando que pase la tormenta.
Siempre protector. Dios sabe que necesito el tiempo extra con él. —Voy
a buscar mi teléfono.

—Quédate. —Se mueve debajo de mí y trae mi bolso de la cocina.

Aprovecho la oportunidad para estudiarlo más. Si él pensaba que no


reconocería la perfección cincelada de su trasero, realmente no sabía
que cada parte de su cuerpo está impresa para siempre en mi mente.
No me importa qué cara tiene, marcado o guapo, quiero al hombre
debajo.

—Aquí tienes. —Me entrega mi bolso y me da espacio para hacer la


llamada.

Mientras hablo con Rhett, el olor a café recién hecho llena el espacio.
Cuando corto la llamada, él me lleva una taza humeante. Dos azúcares
y leche, como a mí me gusta.

—Te hubiera ofrecido vino, pero no quiero que bebas y conduzcas.

—Gracias. —Sonrío ante su protección—. Eso es muy considerado.

—¿Quieres algo de comer?

—Estoy bien.

Durante el resto del tiempo, tomamos un sorbo de café en un cómodo


silencio mientras él juega con mi cabello, casi como en los días en que
me sentaba a sus pies en su estudio por la noche. Cuando solo queda
una ligera neblina, me ayuda a recoger mi ropa, pero mete mis bragas
rasgadas en su bolsillo. Me abrocha el abrigo y me lleva a mi auto,
sosteniéndome la sombrilla. Su beso es apasionado y desesperado,
como si se despidiera.

—Mantente a salvo.

—Tú también.
Abre mi puerta pero me agarra de la muñeca antes que pueda entrar.
—Valentina.

Lo miro de nuevo. —¿Sí?

—Gracias por venir.

—No podía alejarme.

Su sonrisa es triste y tierna.

La culpa me ataca camino a casa. Me siento mal por dejar a Connor con
los chicos para poder tener sexo con mi esposo muerto. ¿Qué clase de
madre hace eso? ¿Qué pasa si Connor tiene hambre o se siente
malhumorado? Mis preocupaciones son infundadas, cuando llego a
casa, encuentro a Connor jugando alegremente en el corralito y Charlie
doblando la ropa. Rhett y Quincy me miran curiosos.

—Te ves... diferente —dice Rhett—. ¿Estuvo bien, entonces?

—Sí. —Sonrío, pero no ofrezco nada más. Las cosas entre Gabriel y yo
siempre han sido complicadas, y no son menos complicadas ahora. Ni
siquiera puedo definir lo que tenemos, y mucho menos explicarlo a mis
socios.

—¿Alguien que conocemos?

—Lo que quiere decir es —dice Quincy— ¿es alguien a quien


aprobaremos?

—Creo que sí.

—Espera un minuto. —Rhett me escudriña— ¿Es el tipo del mercado?

—Si. ¿Por qué? ¿Lo apruebas?

—Me gusta, —dice Quincy.

—Ídem.
—Bien.

Van a ver mucho más de él en el futuro. Estoy decidida a hacer que


suceda. La pregunta es ¿admitirá Gabriel la verdad? ¿Volverá a mí
como mi esposo o como un extraño?
Maldita sea al infierno y de regreso. ¿Cómo pude ceder tan fácilmente?
Tocar a Valentina estaba mal en muchos niveles. Debería haber
mantenido mi distancia. Correr hacia ella lo arruinó todo. No soy lo
suficientemente arrogante como para creer que ella se siente atraída por
mí o mi nueva cara. Ella simplemente actuó por el instinto que forjé en
ella. Valentina necesita dolor con su placer. Dominio en la cama. Se
siente atraída por el sádico, el monstruo. Sintiendo lo que soy debajo de
la apariencia pulida de un hombre, es lo que la trajo a mi puerta. Este
es quien soy. No puedo cambiarlo más de lo que un gato puede
convertirse en un perro.

Después de ella irse, recorro el piso. El tenue olor a frambuesa hace


contraer mi pecho, recordándome lo que me estoy perdiendo, y que
estaré completamente solo por el resto de mi vida. Que así sea. No
quiero a nadie más. Mi propósito es protegerla a ella y a mi hijo. Eso es
suficiente. Me sentiré mejor cuando pueda compensar las dificultades
financieras que sufrió después de mi muerte. Una vez que lleguen
suficientes ganancias de mi empresa, invertiré anónimamente en su
ingeniosa compañía. Mi corazón se llena de orgullo. Siempre supe que
sobreviviría y el hecho que esté haciendo un buen trabajo sin mí,
levanta una leve sombra de celos tristes. Ningún hombre quiere ser
prescindible, dispensable, reemplazable. Todo lo que siempre quise fue
cuidar de ella y mira a dónde nos llevó eso. Es mejor que me mantenga
alejado de ella, incluso cuando cada célula de mi cuerpo se sienta
atraído hacia ella con una fuerza casi imposible de resistir. Cambié su
vida por la libertad. Tengo que mantener ese juramento cuando me
sienta débil. Que es todo el tiempo.

Por supuesto, estoy tentado a aprovechar la oportunidad de oro que me


presentó, para reclamarla como un hombre diferente, pero eso sería
solo otra mentira, otra manipulación, y no voy a seguir ese camino con
ella nuevamente. Nunca. Repito el mantra, esperando que se hunda y
que mi polla finalmente reciba el mensaje. Solo estar cerca de ella me
pone duro. Joder, pensar en ella lo hace. Aprieto y aflojo los dedos,
luchando contra un impulso repentino de ir tras ella y arrojar la verdad
a sus pies, arrodillarme y rogarle que me perdone y me tome de regreso.
Dios, soy un bastardo tan egoísta. No, no voy a joder mi fachada y su
nueva vida duramente ganada en el infierno. Solo hay una cura para
domar mi deseo incontrolable. Me pongo los pantalones de chándal y
una camiseta y me castigo con ejercicio agotador en el gimnasio. Con
cada peso que levanto, trato de expulsar el recuerdo de su sabor, sus
sonidos y cómo se sintió bajo mis manos, pero es inútil. Cuanto más lo
empujo, más profundo se filtra debajo de mi piel.

Después de una ducha, me puse a hacer lo que había estado


posponiendo desde que regresé a Johannesburgo. Compro un ramo de
rosas blancas y conduzco al cementerio. Visitar la tumba de Carly me
destroza. Tenía miedo de venir aquí, y ahora que toda la fuerza de la
pérdida desgarra el dolor remendado de par en par nuevamente, me
hundo de rodillas en el barro y lloro sobre la piedra de mi hermosa niña
que no pude salvar. Gritos crudos son arrancados de mi pecho. Por
primera vez después de su muerte, los dejo salir. La emoción violenta
está lejos de ser curativa. Simplemente estoy abriendo la puerta del
dolor que llevo dentro de mí. Esto también será siempre parte de mí, así
como perder a Valentina y Connor. Lo acepto. Esto es lo que merezco,
ser un hombre infeliz con una cara entera y un alma rota. Secando mi
cara en mi manga, beso mis dedos y los presiono sobre la piedra fría.

—Te amo, Carly.

No le fallaré a Connor así sea lo último que haga. Nunca me conocerá,


pero tampoco conocerá la necesidad. Nadie le pondrá un dedo encima
mientras viva. Permitiendo que la resolución me dé fuerzas, me pongo
de pie y regreso a mi casa, que ahora se siente má
máss vacía y fría porque
Valentina la ha marcado con su presencia.

PASA UNA SEMANA. Trabajo en un punto muerto, si no es el trabajo,


en el gimnasio. Mantengo una estrecha vigilancia sobre la mujer y el
niño que dan sentido a mi existencia. Mantengo mi d distancia,
asegurándome de no cometer el mismo error estúpido, así que cuando
llego a casa del gimnasio el sábado por la mañana para encontrar el
auto de Valentina estacionado frente a mi casa, la anticipación se
mezcla con la inquietud. Estoy sorprendido, y a la vez no lo estoy. La
hice depender física y emocionalmente de mí cuando la tomé por
primera vez. Es natural que busque a alguien para reemplazar esa
dependencia. Una oscuridad se eleva dentro de mí cuando pienso en
otro hombre que cumpla ese papel, p pero
ero la sombría sensación es
aplastada rápidamente cuando sale del auto con Connor en la cadera.
Verlos me tranquiliza. Un dolor profundamente impregnado me aprieta
el pecho. Presiono el control remoto para abrir la puerta, entro en mi
garaje de entrada y salgo
algo de mi auto con cautela.

—¿Cómo entraste? —Las


Las palabras salen más fuerte de lo que pretendía.

A Valentina no le perturba mi voz enojada. —Convencí


Convencí al guardia.

—Se
Se supone que no debe dejar entrar a nadie sin permiso. —Estoy
enojado porque él desobede
desobedeció
ció las reglas. Es peligroso. Tendré que
hablar con él.
—Connor ayudó —dice con una sonrisa.

Lo miro con orgullo apenas disfrazado. Sí, resulta difícil resistirse a esa
sonrisa babeante de dos dientes. Hago un esfuerzo consciente para
suavizar mi tono. —¿Por qué estás aquí? —Mierda, ¿habrá pasado
algo?—. ¿Está todo bien?

—Voy a llevar a Connor de picnic. Pensé que te gustaría venir.

—Valentina... —Sale como la advertencia que pretendía, pero Dios, se


siente bien decir su nombre. El problema es que quiero gritarlo con su
cuerpo rendido debajo de mí.

Sin darme tiempo para dar más detalles, empuja a Connor a mis
brazos.

—Sostenlo por un segundo, ¿quieres?

El impulso es demasiado fuerte para resistirse. Cuando mis brazos


rodean a mi hijo, algo dentro de mí se rompe. El mundo se inclina y
todas las piezas caen en su lugar mientras sostengo su pequeño cuerpo
contra mi pecho, inhalando su olor a bebé.

Valentina levanta una bolsa de pañales del asiento trasero y me da una


mirada de disculpa. —Solo necesito cambiarlo antes de irnos. ¿Puedo
hacerlo en tu casa, por favor?

Nunca le negaría nada a mi hijo. —Adelante.

Acomodando a Connor en un brazo, abro la puerta y la dejo entrar.

Ella se acerca al único mueble del salón. —¿Te importa?

—No.

Mientras extiende una cubierta protectora sobre la silla reclinable, llevo


a Connor hacia ella. Por un segundo me aferro a él, reacio a dejarlo ir,
pero ella está parada ahí con el pañal en sus manos, así que lo acuesto.
El calor recorre mi cuerpo de arriba abajo mientras la veo cuidar a
nuestro hijo. Devoro el momento íntimo como un hombre hambriento.
Cuando él está limpio y seco, ella se vuelve hacia mí con una sonrisa
que contiene calidez amistosa y calor apasionado, ninguno de los cuales
merezco.

Su tono es confiado. —¿Listo?

A pesar de cómo la envié a casa después de nuestro lujurioso


encuentro, ella no duda en que estaré de acuerdo, y tiene razón. ¿Cómo
puedo hacerlo ahora que he cargado a Connor en mis brazos? Quiero
desesperadamente más. También quiero más de la mujer segura de sí
misma que está frente a mí.

Mi sonrisa es tensa, la debilidad arde en mí. —Dame un minuto para


¿ducharme y cambiarme?

—Por supuesto.

Me apresuro a ducharme y me pongo una camisa blanca ajustada y


pantalones. Cuando regreso a la sala, ella está sentada en la silla,
amamantando a Connor. Me detengo en seco. Mirando hacia abajo, su
expresión no es más que amor. No hay resentimiento en sus rasgos por
el niño que no pidió o planeó. Mis ojos se deslizan hacia mi hijo. Su
agarre es sorprendentemente fuerte para una criatura tan pequeña.

—Ouch, —dice Valentina, estremeciéndose mientras ahueca sus


mejillas.

Aprieta sus deditos en el jersey de Valentina y se aferra a su fuente de


alimento. Pequeños suspiros, gemidos y murmullos de aprobación se
funden con los ruidos de deglución que hace. Tiene un mechón de
cabello oscuro, no rizado como el mío, sino sedoso como el de su madre.
Incluso a los diez meses, se ve imposiblemente pequeño, frágil.

Antes que pueda detenerme, estoy parado frente a ellos, acariciando el


cabello de Connor. El por qué esta escena en particular me conmueve
tanto, no lo entiendo. Quizás es porque mi propia madre nunca me
cuidó. Había niñeras para eso.
Valentina me mira fijamente. —Ya casi ha terminado.

—Tómate tu tiempo —Lo digo en serio. Puedo quedarme aquí y mirarlos


todo el día—. ¿No está en los alimentos sólidos ya?

—Oh sí. Todavía lo amamanto porque necesita toda la inmunidad


natural que puede obtener. Realmente solo tiene ocho meses, si se
considera que nació dos meses antes de tiempo.

Ella me lo devuelve y se ajusta la ropa.

—Iremos en mi auto —dice ella—, porque tengo el asiento para él bebe.

La descarada me enredó con éxito en una excursión sin siquiera pelear.

—¿Necesitamos detenernos por suministros? —pregunto.

—Ya empaqué una canasta. Está en mi baúl.

Le ofrezco una mano para ayudarla a ponerse de pie.

Ella nos lleva al zoológico, un lugar que solía visitar cuando era
pequeño. No ha cambiado mucho en treinta y ocho años. Connor es
demasiado joven para apreciar a los animales, pero seguimos el camino
más allá de los monos y pájaros, caminando uno al lado del otro en un
cómodo silencio. Bajo la sombra de un sauce, extiende una manta y
pone a Connor sobre su estómago, dejando bloques de juguete de
plástico a su alcance.

—Ya casi se sienta por sí solo —dice con orgullo—. Está un poco
atrasado en esta etapa, pero el médico dice que es normal en bebés
prematuros.

Ella es buena con él. Es una gran madre. No debería tocarla, pero no
puedo evitar colocar un mechón de cabello detrás de la oreja. —¿Cómo
es?

—¿Cómo es qué?
—La maternidad.

—Es difícil a veces, pero no lo querría de ninguna otra manera.

—Lo siento, ha sido difícil para ti. —Lo digo en serio con toda mi alma.

Ella se encoge de hombros. —Todo se trata de encontrar una rutina que


funcione para todos.

—Estoy seguro que no es tan simple.

—No es tan malo. Tengo flexibilidad en mi trabajo y puedo llevar a


Connor a la oficina.

—¿Disfrutas tu trabajo?

—Lo aprecio. Pone un techo sobre nuestras cabezas y comida en


nuestra mesa. Hablando de comida... —Alcanza la canasta—. ¿Tienes
hambre?

—Estoy hambriento. —Pero no de comida. Como un tonto, la miro a los


ojos, perdiéndome en su sombría oscuridad.

No la toques.

Ah, joder.

Ahueco su cara y la empujo hacia abajo sobre la manta. Se siente


natural que mi cuerpo cubra el de ella. Me duele probarla, sentir sus
labios suaves y oler el perfume embriagador de su piel. Sosteniendo sus
ojos, acerco nuestras bocas. Si ella quiere retirarse, le daré la
oportunidad. Ella cierra el último tramo de distancia levantando la
cabeza. Cuando nuestros labios se tocan, siento el mismo dolor
profundo que siempre arraiga en mi pecho. En lugar de sacarla de mi
sistema, me estoy enredando en ella más fuerte que nunca. Es mucho
más dulce esta vez porque ella me eligió. No pateé su puerta y la
arrastré aquí contra su voluntad. No la estoy seduciendo con placer
para mirar más allá de mis cicatrices. Ella vino a mí. La beso como un
hombre ahogado, tan agradecido por su consentimiento que apenas
puedo respirar. Todas las emociones que sentí cuando no era más que
un caparazón frío y vacío son a causa de esta mujer. Ella me enseñó el
significado de la gratitud. Lo siento ahora, por darme este momento con
ella y Connor. Hay mucho placer en tener su consentimiento. No una
versión manipulada y jodida, sino el verdadero trato.

Pongo mi corazón en el beso, y mi cuerpo responde, poniéndose duro y


caliente por todas partes. Estamos en público, pero me importa un
carajo. Me estoy embriagando delirantemente con ella y con el adictivo
sentimiento de felicidad.

Un gorgoteo de Connor me lleva de vuelta a la tierra. De mala gana,


rompo el beso. Su cara está muy sonrojada.

Me río entre dientes. —Creo que lo aprueba.

Ella me da una sonrisa radiante. —Oh, definitivamente lo hace.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por hoy. —Por darme un tiempo que no merezco.

—De nada.

Connor comienza a preocuparse. En menos de un segundo, pasa de


estar feliz a llorar. Mi instinto protector entra en marcha. Perplejo,
indefenso, caigo sobre mí para alcanzarlo. —¿Qué está mal? ¿Qué paso?
¿Está herido? ¿Está enfermo?

Tan tranquila como siempre, Valentina toma un biberón de la bolsa de


pañales y me la entrega. —¿Quieres alimentarlo?

Connor gime con una voz que habría levantado el techo si hubiera
habido uno. El orgullo hincha mi pecho hasta el punto de explotar.
Cuando le pongo el biberón en su boca, comienza a chupar con tragos
codiciosos.
—¿Otra vez? —pregunto—. Él acabó de comer hace poco.

Ella me sonríe. —Tiene hambre cada dos horas, más o menos.

Es como flotar en una nube. El momento se siente surrealista. Un


sentimiento que coincide con mi alegría de haber besado a Valentina
surge a través de mí cuando mi hijo se acurruca más profundamente en
mis brazos. El no pesa nada. Su cuerpo es tan pequeño que su cabeza
cabe en la palma de mi mano. Su boca se cierra firmemente alrededor
del biberón, y sus mejillas huecas mientras hace pequeños sonidos
hambrientos de succión. Juro que hay un gemido en algún lugar de la
mezcla y algo que le hace gruñir cuando pierde el control del biberón y
rompe la succión. Una risa profunda retumba en mi pecho. Lo abrazo
más cerca, sosteniéndolo contra mi corazón.

—Tú eres el hombre, —le digo con una sonrisa, plantando un beso en
su frente.

A medida que drena cada gota en el biberón, estoy completamente en el


momento, devorando cada segundo del precioso regalo.

—¿Es la primera vez que le das un biberón a un bebé? —Valentina


pregunta con un brillo en sus ojos.

—Demonios, sí.

—No está mal. —Guiña un ojo y planta un beso en mi mejilla.

Solo así, mi resistencia se desmorona. Todas mis intenciones


supuestamente firmes caen como soldados derrotados en la batalla. Un
beso más, un fugaz momento de debilidad, un recuerdo interminable, y
estoy saliendo con Valentina Louw, la mujer que me mueve el tapete, la
madre de mi hijo.
EN LAS SEMANAS QUE SIGUEN, nuestras citas se hacen oficiales,
normales. Somos una pareja. Con el comienzo del invierno, vamos a
parques infantiles con Conn
Connor.
or. Cuando Kris o Rhett y Quincy pueden
ver a Connor, nos quedamos y hacemos el amor. Toco a Valentina cada
segundo que puedo. Cada momento es como tiempo prestado.
Atesorado. Hagamos lo que hagamos, siempre la dejo tomar la
iniciativa. Ella me presenta a sus amigos como Gregor Malan, y ellos me
aceptan sin ninguna duda o resistencia. Todos están ansiosos por que
ella encuentre la felicidad que se merece, y me siento halagado que
piensen que soy el hombre correcto. El único problema que estropea
este nuevo desarrollo es la mentira que se cierne entre nosotros.

Cuanto más me acerco a Valentina en esta nueva relación, me rompo


cada vez más. Mi engaño me castiga cada hora del día y me perfora el
corazón por la noche. La culpa me encuentra incluso en mis sueños
sueños.
Ella merece algo mejor. Ella merece la verdad. A medida que mi amor
sigue superando cualquier otra emoción y propósito en mi vida, sé lo
que tengo que hacer.

Tengo que decirle la verdad.

Tengo que perderla.

De nuevo.

La noche que tomo la decisión, paso la noche de rodillas. Me arrodillo


sobre las baldosas con mi frente en mis manos echas puños, deseando
perdón y sabiendo que no lo conseguiré. Cuando la enfrente mañana,
ella me odiará.
Esperando hasta una hora decente, la llamo y le pido que venga
después del trabajo. Sola. No quiero hacer esto frente a Connor o mis ex
guardaespaldas. Lo que tengo que decir es solo para sus oídos. Durante
el resto del día, paseo por la casa, recitando mi discurso en mi cabeza,
pero no hay palabras que suenen bien. Finalmente, me conformo con la
simple verdad.

—Morí para darte libertad. Morí porque te amo. Todavía me muero, un


poco todos los días, y seguiré haciéndolo si te da la felicidad que te
robé.

Demasiado dramático.

Me enfrento al espejo del baño, intentando de nuevo. —No soy el


hombre que crees que soy. Soy...

Joder

Me paso una mano por el cabello. ¿Quién soy yo? —Soy un fantasma
del hombre que te secuestró y te embarazó. —Desecho eso—. Soy el
hombre que te ama.

Ella me odiará más que antes, pero es lo correcto. Quizás la cosa más
honorable que he hecho en mi vida. Echo un vistazo a la extraña cara
en el espejo antes de dirigirme a la ducha para prepararme. Si esta es la
última vez que enfrento a Valentina, lo menos que puedo hacer es
ofrecerle la cortesía de parecer presentable.
HASTA HOY, las cosas se movieron lentamente entre Gabriel y yo o
Gregor, mientras me acostumbraba a llamarlo así. Salimos como dos
personas normales. Ha habido muchas oportunidades para decirle que
sé la verdad, pero quiero que lo me diga cuando esté listo. No puedo
decirle cómo me siento hasta que confiese. Si no está listo para
escucharme como Gabriel, no está listo para escucharme como Gregor.

Entonces hoy llegó su llamada telefónica. Había algo en su tono, un leve


temblor en el timbre profundo de su voz. Me tiemblan las manos
cuando me pongo el nuevo vestido rojo y me recojo el cabello en un
moño. ¿Y si ya no quiere que nos veamos más? No, tengo que ser
positiva. Gabriel puede no amarme como yo lo amo a él, pero él me
necesita. Él me quería viva, lo suficiente como para dejarme
embarazada, eso cuenta para algo, ¿no?

Connor está en la alfombra de juegos. Lo levanto, enterrando mi nariz


en su cabello. —Te amo cariño. Muchísimo.

Una punzada de tristeza invade mi corazón como siempre ocurre


cuando tengo que dejarlo, incluso por unas pocas horas.

—Estará bien —dice una voz desde la puerta.

Me giro para ver la suave y compasiva sonrisa de Kris. La maravillosa


Kris que siempre entiende.

Ella extiende sus manos. —Dámelo y ve a divertirte un poco.


Beso la cabeza de mi bebé antes de entregarlo.

Kris me mira de arriba abajo. —Te ves hermosa.

Distraídamente, froto un dedo sobre el trozo de mi pulgar. —¿Eso


crees?

—Perfecta. —Ella me da un asentimiento alentador—. Vas tarde.

Ella sabe que estoy haciendo tiempo. Estoy haciendo tiempo porque
estoy nerviosa. ¿Cómo será esta noche para nosotros? ¿Para mí, Gabriel
y Connor? Cuando ella se va con Connor, deslizo el regalo que guardaba
para Gabriel en mi bolso. Dependiendo de lo que diga, se lo ofreceré o lo
traeré a casa. Una parte de mí quiere posponer esta noche, pero no
podemos seguir viviendo en nuestro mundo imaginario.

Les digo un rápido adiós a los chicos. Es noche de pizza y cine, así que
Charlie está cubierto. Luego conduzco a la casa de Gabriel.

Él espera afuera, vestido con pantalones oscuros y una camisa blanca.


Como siempre, mi boca se seca un poco. Es perfecto en todos los
sentidos físicos, pero para mí sigue siendo el hombre con cicatrices del
que me enamoré. Por dentro, está tan destrozado como yo y ese dolor es
un vínculo que compartimos.

En lugar de abrirme la puerta como suele hacer, permanece de pie en el


césped, bebiéndome con una expresión hambrienta mientras camino
por el sendero. No necesitamos palabras. Sé lo que está pensando igual
que él sabe lo que yo pienso, porque sus ojos se fijan en los puntos
duros de mis pezones debajo de mi vestido. Me detengo cerca de él. Mis
emociones son crudas, pero también las suyas. Una guerra estalla en
sus ojos verdes, el color tan equivocado y tan correcto. Sus manos se
flexionan como si tratara de no tocarme, pero luego el frágil cordón de
su determinación se rompe.

Agarrando un puñado de mi cabello, me acerca más. La acción me hace


tropezar con la barrera dura de su pecho. Me atrapa con un brazo
alrededor de mi cintura, su erección entre nosotros.
—Joder. —Entierra su nariz en mi cuello y me la pasa por la
mandíbula—. Solo un toque.

Eso duele. Lo dice como si fuera una despedida.

—Te necesito dentro de la casa. Ahora —me susurra al oído.

Tomando mi mano, me lleva a la puerta. Cuando está cerrado detrás de


nosotros, se vuelve hacia mí, cien por ciento Gabriel. —Es un vestido
muy bonito.

Durante todo un segundo, parece indeciso, como si estuviera luchando


en una batalla interna, pero luego toma mi rostro entre sus manos y me
besa con fuerza.

—¿No me vas a decir que me lo quite? —Le pregunto cuándo me libera.

—Hay cosas que necesito decir.

Quiero escucharlo y no quiero. Tengo miedo de perderlo, para siempre


esta vez, pero no tengo miedo de luchar por lo que quiero. No me estoy
rindiendo, todavía. Empujo las tiras de mis hombros y dejo que el
vestido caiga al suelo. Sin ropa interior, me quedo desnuda delante de
él, excepto mis zapatos.

Su mirada me acaricia con aprobación, pero la batalla continúa


enfureciéndose en sus ojos. —¿Viniste aquí así? —Él cierra la distancia,
mirando mi boca—. ¿Por qué?

Los dos sabemos por qué, pero él quiere que lo diga. —Quiero que me
folles.

La piel que destaca en sus pómulos se oscurece. —¿Cómo?

—Duro. Rudo. —digo con mi carta de triunfo—. Mientras me azotas.

Las líneas de su rostro se vuelven rígidas, y el verde de sus ojos se


vuelve humeante. —¿Por qué?
—Porque me hace correrme más duro.

Su pecho se desinfla con un suspiro de derrota. —No puedo negarte


nada.

—Entonces no lo hagas.

Él toma mi pecho, pasando un pulgar sobre mi pezón. —Acuéstate boca


arriba y abre las piernas.

Sacudo la cabeza. —Si lo quieres, tendrás que tomarlo.

Su cuerpo se tensa. —No quiero lastimarte, ningún… —Traga el resto


de sus palabras, dándome una mirada dolorida y necesitada.

—Es lo que necesito.

Su resolución se desmorona como un pedazo de pan seco. Su lujuria


cuidadosamente guardada se desenfrena, dándome una parte del
hombre verdadero mientras dobla sus dedos alrededor de mi cuello y
me empuja a mis rodillas. Sosteniéndome en su lugar con una mano, se
desabrocha los pantalones con la otra, dejando la cintura abrochada
pero liberando su larga y pesada polla.

Me suelta el cuello para agarrarme el cabello. —Tócalo.

Nuestra posición me excita más allá de cualquier cosa que haya


experimentado, conmigo desnuda de rodillas y él elevándose sobre mí,
completamente vestido. Recogiendo la gota que se derrama de la
hendidura, froto la humedad alrededor de la cresta antes de arrastrar
las uñas por la parte inferior. Su piel es de terciopelo caliente, su carne
de granito duro. Le llamo la atención mientras me mira, me lee como el
libro abierto que soy, sabiendo exactamente lo que necesito.

—Lámelo.

Con su permiso, arrastro mi lengua sobre la cabeza, hacia abajo y hacia


arriba. No quiero jugar bien hoy. Con una mirada de desafío, lo
succiono profundamente en mi boca.
Su expresión está aprobándolo incluso mientras da un pequeño
movimiento de cabeza.

—Chica traviesa y codiciosa. ¿Te dije que me chuparas la polla?

En lugar de responder, rastrillo suavemente mis dientes sobre él.

El tiembla. —Nos encargaremos de tu castigo más tarde. Si vas a


chupar, hazlo como si realmente lo quisieras.

Lo hago. Enrollo mi lengua alrededor de él y toco su longitud donde mi


boca no alcanza. Llevándolo lo más profundo que puedo, lo insto a que
silenciosamente elimine la última barrera entre nosotros, el punto al
que aún no me ha empujado. Necesito esto. Quiero todo de él. Quiero
que entienda que me curó, y que estoy dispuesta a ir a cualquier parte
por él. Él se retira y empuja más rápido. Lo dejo follarme la boca como
nunca lo había hecho con ningún hombre, saboreando cada golpe que
empuja en mi boca. Quiero tragar por él.
Quiero ahogarme y tener los ojos llenos de lágrimas. Quiero que me
lleve hasta el final. Cambiando el ángulo de mi cabeza, lo hago perforar
mi garganta en lugar de mi mejilla. Mi recompensa es magnífica. Sus
ojos se agrandan con una luz caliente y su erección se contrae en mi
boca. Empuja más fuerte y más profundo, estirando mi mandíbula
hasta el límite.

—Respira por la nariz, nena.

Esta es toda la advertencia que recibo antes que él corte el cordón final
de autocontrol que siempre ha mantenido mientras me folla la boca.
Agarrando mi cabeza entre sus grandes manos, me sostiene en mi lugar
y comienza a follarme los labios con toda brusquedad. Cuando tengo
arcadas, él se aleja, dándome solo un breve respiro antes de continuar
con su ritmo agotador. La forma en que me usa es tan caliente. Estoy
salivando a su alrededor, haciendo ruidos desagradables en el fondo de
mi garganta y a él le encanta. Parpadeando la humedad en mis ojos, me
concentro en respirar profundamente por la nariz.

—Mírame —gruñe.
Levanto mis ojos hacia los suyos, dejándolo ver mi rímel y mi labial
manchado, dejando mi vulnerabilidad a sus pies.

—Te encanta esto, ¿no?

Solo puedo gemir a su alrededor, sintiéndolo tensarse como lo hace


antes de correrse. En lugar de darme su semilla, él se retira. Quiero su
sabor en mi boca, pero él mantiene su polla a centímetros de mi cara,
provocándome.

Suavemente, masajea las articulaciones de mi mandíbula hasta que el


dolor disminuye, y luego dobla sus fuertes dedos alrededor de mi
garganta y empuja mi espalda hacia el suelo, mis piernas dobladas
debajo de mí. Apoyando su peso sobre un brazo, se estira sobre mi
cuerpo y toma mis labios en un beso tan delicioso y lánguido que mis
dedos se curvan. Mientras su lengua alivia mi boca maltratada, su
mano explora mi pecho. Él amasa la carne suave entre los dedos
necesitados, un poco áspero para estar cómoda, hasta que la humedad
cubre mis pliegues. Suaves besos caen en mi mejilla, mandíbula, cuello
y clavícula mientras me agarra el pezón y tira. El pinchazo es delicioso.
Sus dedos se deslizan sobre mi estómago hasta mi montículo, rozando
ligeramente mi clítoris. Gemimos en la boca del otro cuando la yema de
su pulgar se desliza a través de la humedad reunida allí para él.

Un suave pellizco en mi labio inferior anuncia el final del beso. Se


separa por un momento para mirarme. —Voy a tomar todo lo que
tienes.

Apenas puedo decir, —sí.

Él levanta mis brazos sobre mi cabeza y acomoda mis manos con mis
palmas hacia arriba. —Mantenlas allí.

Se mueve por mi cuerpo, besando cada centímetro de mi piel hasta que


me muero de necesidad. Cuando finalmente alcanza mi centro, no
presiona sus labios sobre mi clítoris como deseo, sino que endereza mis
piernas, aliviando el tirón de mis músculos. Tomando su tiempo,
masajea mis muslos y pantorrillas. Justo cuando mis músculos
comienzan a relajarse, él empuja mis piernas abiertas, exponiendo mi
coño. Él separa mis pliegues con los pulgares y se sienta sobre sus
talones para estudiarme.

—Tan bonita —reflexiona—. Tan perfecta. —Empuja su dedo medio


dentro, enterrándolo hasta el nudillo—. Tan apretada. —Algunas
entradas duras hacen que mis caderas se levanten del piso— Tan
mojada.

Gimo, necesitando más de esa fricción, pero él quita su dedo. Una


sonrisa tira de sus labios ante mi gemido de protesta. Su cabeza baja
lentamente hasta que su lengua provoca mi clítoris, sin piedad. Levanto
mis caderas, tratando de hacer que tome más, pero soy recompensada
con un mordisco que envía un fragmento de dolor a través de mi
clítoris. Mi grito rebota en las paredes, una súplica para parar y dar
más. Luego comienza a comerme en serio. Su lengua, dientes, labios y
dedos están en todas partes, hasta que no puedo distinguir los pellizcos
de dolor del placer carnal. Un dedo se desliza en mi trasero, no con
cuidado, sino con urgencia, sin contenerse. Me esfuerzo por reclamar
ese sentimiento, haciéndolo mío mientras él me llena de todo menos su
polla. Unas pocas entradas de su dedo y mi liberación comienza a
envolverme, apretando la parte inferior de mi cuerpo. Él gruñe de
satisfacción cuando me corro en su boca, mi placer explota alrededor de
su lengua y dedo. Mi excitación cubre sus labios mientras se aleja,
dándome una sonrisa posesiva y victoriosa. Soy suya, no solo en este
momento, sino para siempre. Quiero que él se meta dentro de mí y me
llene de placer carnal.

—Tómame —me las arreglo con un graznido.

—Soy yo quien da las órdenes.

Para enfatizar la afirmación, me pone boca abajo y levanta mis caderas.


Mi trasero está en el aire, una ofrenda para él, y ya sé lo que viene
antes que él reúna mi humedad y la masajee en mi culo. Un gemido
involuntario se escapa mientras me estira impacientemente con dos
dedos. Respiro y exhalo cuando dos se convierten en tres. Una mano
acaricia mi nalga mientras la otra me castiga por dentro.
Inclinándose sobre mí, besa mi hombro. —Has sido una chica mala,
viniendo aquí desnuda bajo tu ropa. El viento podría haber volado tu
vestido y alguien podría haberlo visto. —La posesión es gruesa en su
tono mientras sus dedos se deslizan sobre mis pliegues expuestos. —Y
esto es mío. Todo mío.

Me deleito con la declaración, sabiendo que me reclamará


independientemente de lo que su expresión cautelosa signifique cuando
llegue. No, no quiero pensar en eso ahora. Todo en lo que quiero
centrarme es en él dentro de mí, a mí alrededor, follándome.

El azote que cae sobre mi trasero desnudo llega inesperadamente. Mi


trasero se aprieta, atrapando sus dedos dentro. El calor que abrasa mi
piel hace arder cada centímetro de mi cuerpo desde mi cintura hacia
abajo. Me levanto, ofreciéndole más y él lo toma, azota y empuja. Mis
gritos son feroces y desesperados. Ya necesito correrme de nuevo.

—Mi codiciosa y hermosa chica —se queja— ¿Quieres mi polla en este


culo apretado, no?

La última vez que me tomó así fue el día de nuestra boda. Sé que va a
doler y que me encantará, pero en este momento estoy ansiando
demasiado el azote de su palma para concentrarme en otra cosa. Mis
pechos están pesados, meciéndose con cada azote que me da en el
trasero. El patrón va de derecha a izquierda y viceversa, levantando la
piel de mi trasero y volviendo mi coño regordete y húmedo. Mis pliegues
se hinchan y palpitan. Mi clítoris se siente sobrecalentado. Las
nalgadas se detienen, pero no los dedos que entran y salen de mi
oscura entrada.

—No volverás a caminar sin ropa interior a menos que te lo diga.

—No —lloriqueo. Me tiemblan los muslos.

—Buena chica. Voy a tomar este hermoso culo azotado. —La plenitud
de sus dedos desaparece, dejando un ardor detrás—. Quédate quieta.
Apoyando mi frente en mis dedos entrelazados, trato de complacerlo,
sabiendo que será imposible. La cabeza ancha de su polla se burla del
apretado anillo muscular.

—Te tomaré como me pediste —dice con una voz cargada de lujuria—.
Pelea conmigo.

Sé lo que quiere decir. No quiere que le dé nada. Él quiere tomar mi


trasero, mostrándome su verdadera naturaleza sin detenerse, y quiere
que yo haga lo mismo. Cuidadosamente, me estira, empujando la
cabeza ancha de su polla más allá de la primera barrera muscular.
Dios, arde. El sudor perla en mi frente mientras me prepara con golpes
superficiales, dándome solo una probada, y luego se lanza, haciendo
que mi espalda se arquee y forzando un grito ahogado de mi garganta.
Él me dio permiso para pelear, así que trato de hacer que mi cuerpo
quede plano, escapando del ritmo duro bajando mi pelvis al suelo, pero
su brazo se envuelve alrededor de mi cintura, sosteniéndome en su
lugar. Impulsado por mi resistencia, golpea con más fuerza, metiendo
su polla en mi entrada prohibida hasta que mis ojos se humedecen y mi
trasero arde como los fuegos del infierno. Trato de alejarme, pero su
agarre se tensa y su follada se intensifica. Sus bolas golpean mi coño, y
su polla empuja dentro de mí, elevando mi necesidad con una mezcla
animal de dolor y placer. Cuanto más intento moverme, más fuerte me
folla.

—Tomarás mi polla —susurra antes de besarme el hombro.

Puedo decir que se detenga y él lo hará, pero en lugar de eso aprieto el


culo y lo empujo. El acto de desafío desencadena la respuesta que
quiero. Su mano se enrosca alrededor de mi garganta, cortando mi flujo
de aire. Oh Dios, extrañé esto. No me importa que sea depravado,
extraño o jodido. Quiero darle mi aire, placer, dolor y éxtasis. Le
permito estrangularme mientras se desliza dentro y fuera de mi trasero,
sintiendo nada más que confianza y una profunda sensación de paz,
sabiendo que me cuidará. Cuando empiezo a ver borroso, alivia su
agarre lentamente, permitiéndome respirar, y luego sus dedos están en
mi clítoris, pellizcando, frotando, azotando. Un sonido retorcido escapa
de mi garganta seca mientras exploto en fragmentos de placer doloroso,
mi coño se contrae alrededor del aire vacío. Lo alcanzo tratando de
encontrar su polla. Lo necesito donde estoy vacía.

Agarra mi muñeca y levanta mi brazo sobre mi cabeza. —No hasta que


te lo diga.

Pasa un dedo por mi culo, haciendo que el músculo se contraiga, y


luego separa mis nalgas, sus dedos cavan en mis nalgas. Al mirar por
encima de mi hombro, lo veo de rodillas, con la polla rígida y gruesa.
Apunta en mi coño y separa mis pliegues. Mis músculos internos se
estremecen mientras se conduce a casa, dándome todo lo que tiene.
Una y otra vez, me toma, todo el tiempo frotando círculos con su palma
sobre mi clítoris. Él cambia su ángulo y encuentra el punto dulce que
me envía al límite cada vez. No toma mucho tiempo para que otro
orgasmo empiece a formarse. Cuando se rompe, me aprieto sobre su
polla, apretándolo hasta que maldice y se sacude, pero no se corre. Me
empuja, duro y sin disculpas, tomando porque se lo pedí. Me folla hasta
dejarme sin sentido, hasta que pierdo la noción del tiempo y el lugar.
Apenas soy consciente que mi cuerpo está siendo usado, porque estoy a
la deriva en un espacio de pertenencia y un Gabriel puro. Puro,
deformado. Solo me doy cuenta que me derrumbé sobre mi estómago
cuando la fuerza de su follada me desplazó sobre las baldosas.
Continúa, golpeando mi coño y palmeando mis pechos hasta que su
polla se hincha y se retuerce, y chorros cálidos brotan en mi canal.

—Joder. —Se cae sobre mí, sosteniendo su peso sobre sus brazos—.
Dulce Jesús. —Desesperadamente, bombea dos veces más, más
profundo, golpeando la barrera de mi cuello uterino—. Valentina.
—Besa mi cuello y apoya su frente en mi hombro—. Joder, Valentina.

Mi cuerpo se siente magullado y completamente amado de la manera


más deliciosa. Una relajación letárgica me reclama, convirtiendo mis
músculos en gelatina. Mi amante se aleja de mí, causando que su cálido
semen corra por mis muslos. Si tuviera la fuerza, me habría levantado
en mis brazos para ver cómo me marcaba, pero sé que está mirando.

—Bonita —murmura, pasando las manos por su semilla reunida en mis


muslos internos.
Incapaz de hacer otra cosa que no sea acostarme en el suelo frío, me
concentro en sus manos mientras me rozan el trasero, la espalda y los
hombros. Me cubre con suaves besos y susurra palabras de elogio por
lo buena que he sido. Luego me toma en sus brazos y me coloca en su
regazo, meciéndome suavemente mientras me acaricia el cabello y me
sigue llenando de cumplidos. Bajamos de nuestro clímax en los brazos
del otro. El cuidado posterior es tan parte de Gabriel como la follada, y
lo amo por mostrarme cuánto le importa. Su aprobación se filtra en mi
piel y más allá de mis defensas, haciéndome sentir segura y apreciada a
mi manera retorcida.

Cuando me siento satisfecha con sus besos persistentes y sus suaves


caricias, me lleva a la ducha y me lava el cuerpo y el cabello. Después,
nos acostamos desnudos en el sillón reclinable en la oscuridad,
escuchando los sonidos de nuestra respiración y los grillos afuera. La
paz anterior comienza a resbalar, porque tengo que volver a Connor
pronto.

Cuando me agito en sus brazos, su agarre se tensa.

—Le prometí a Kris que estaría en casa antes de la medianoche —le


digo de mala gana, al mismo tiempo ansiosa por ver a mi bebé y
deseando poder pasar la noche.

—Valentina...

La forma en que dice mi nombre es una advertencia, y en algún lugar


de ese tono se encuentra la condenación. Este es el momento en el que
me dice la verdad o elige la omisión. Si él me despide con un adiós en
lugar de la verdad, mi batalla de cortejar a mi esposo se pierde.
Tiemblo, sintiendo el peso de nuestro futuro asentarse en mi corazón.
Me hace sentir fría. Me giro para mirarlo. Quiero mirarlo a los ojos, a
sus ojos verdes irreales, en nuestro momento de verdad.

Su dedo traza mi mandíbula. —Valentina, tengo algo que decirte.

A pesar de la suavidad de su tacto, su cuerpo está tenso, sus músculos


duros y rígidos.
Espero en silencio a que continúe.

Él baja la cabeza por un momento antes de encontrarse con mis ojos


nuevamente. —Te mentí. —Cuando no respondo, dice—. Te engañé de
la manera más imperdonable y ya no quiero seguir siendo ese hombre.

Extiendo mis manos sobre su duro pecho. —Dime.

Él hace una mueca, como si sintiera dolor. —Solo sé que actué en tu


mejor interés, incluso si te causó dolor. —Respira profundamente y
atrapa mis dedos como si tuviera miedo que me aleje—. No hay una
manera fácil de decir esto, y no quiero lastimarte más de lo que ya has
sufrido.

—Dime —repito.

Su frente se tuerce. —Prométeme que me escucharás. Por favor.

—Lo prometo.

Él asiente con la cabeza. —Valentina, yo... —Él traga, sus ojos miden
mi reacción—. Soy el hombre que robó tu vida. Soy Gabriel.
LA MUJER DESNUDA en mis brazos no es un libro abierto para leer. Le
acabo de decir que soy su marido muerto, pero su lenguaje corporal no
me dice nada. Puedo lidiar con una bofetada, un insulto, la culpa y la
ira, pero no con la mirada plana y sobria que me da. Me deja indefenso,
porque no sé qué palabras necesita a continuación. ¿La calmo? ¿Me
disculpo? ¿Mendigo? ¿Explico?

Mis intestinos se retuercen cuando ella no responde durante varios


segundos largos. Ella no puede perdonarme. El engaño es demasiado
profundo. Su estado sin emociones solo puede significar que finalmente
se ha desatado de Gabriel. Él no importa. Quizás nunca lo hizo. Solo un
gilipollas arrogante esperaría algo diferente. Todavía le debo la verdad,
así que esto es lo que le doy, comenzando desde el día en que descubrí
la evidencia de su violación y terminando con mi cirugía plástica.

Ni una sola vez ella interrumpe. Ella escucha en silencio mientras


confieso, su atención aguda y concentrada. Cuando llego al final de mi
monólogo culpable, ella finalmente se agita. Mis nervios en carne viva y
mi corazón sangrando, la veo ponerse de pie y caminar hacia donde su
bolso descansa en el suelo. Recogerá su ropa, se vestirá y se irá. Nunca
la volveré a ver a ella ni a Connor y no puedo culparla. La traté peor que
a los enemigos cuyos huesos he roto. Todo lo que puedo hacer es beber
en las suaves líneas de su cuerpo perfecto. Un recuerdo doloroso de ella
colgando de un hilo con su ropa interior alrededor de sus tobillos
perfora mi mente. Ella todavía tiene esas mismas hermosas líneas en S,
como el sujeto etéreo en el retrato de un pintor.
Tomando algo de su bolso, se da vuelta y me mira en la forma en que
escuchaba, con silenciosa concentración. Mientras camina hacia mí, la
fuerza que la convierte en la mujer más sorprendente que conozco se
muestra. Cada paso está dado con confianza. ¿Tiene un veredicto? ¿Ella
me condenará? Tomaré lo que ofrezca, ya sea odio o aceptación, pero no
espero perdón. Mi única esperanza es que nos separemos de la fealdad,
que nada ensucie este perfecto, último momento. Una parte de mí desea
que ella se vaya así, sin decir nada, mientras que otra parte grita para
saber qué siente, qué piensa.

Se detiene cerca de mí, demasiado cerca. —He esperado mucho tiempo


para que me dijeras esto, Gabriel.

Ella dice mi nombre suavemente, a propósito.

Mi corazón comienza a latir furiosamente, la sangre brota de mis venas


y me quema la piel. —¿Lo sabías?

—Desde el primer momento.

Si ella lo sabía, ¿por qué permitió que las cosas llegaran tan lejos? ¿Por
qué no me mató, me lastimó o consiguió que uno de mis ex
guardaespaldas se encargara de mí? ¿Dónde está su venganza? Mis ojos
se centran en el objeto que ella agarra en su puño. Sea lo que sea, ella
esperó mi confesión antes de entregármelo. Podría ser condenación o
absolución, pero sospecho que es el primero.

No debería tocarla, no después de lo que admití, pero no puedo evitarlo.


Mis manos se sienten atraídas por la curva de sus caderas. Las tomo y
la atrapo entre mis piernas, mirando sus enormes ojos marrones,
temeroso de lo que encontraré allí, pero no hay ira, culpa o dolor. Solo
algo hermoso que no merezco. Debería rogar, suplicar, explicar más,
tratar de poner la confusión de sentimientos retorciéndose en mi
corazón en oraciones, pero la única palabra que puedo forzar desde el
vacío en mi pecho es, —¿Cómo?

—No necesito una cara para conocerte.


La esperanza florece dentro de mí, pero la aplasto. —¿Por qué no dijiste
algo?

—Solo hay una cosa que quiero decir, y no podría hacerlo hasta que
fueras sincero conmigo.

¿Qué puede decir ella después de todo lo que le dije, después de todo lo
que mi familia le hizo? Su mirada es suave y llena de algo que me da un
vuelco el corazón. No quiero olvidar nunca cómo se ve ahora, porque
por primera vez en mi vida alguien me mira con amor y lealtad. Ella
luchará por mí como nunca nadie lo ha hecho.

Sus labios se separan. —Te amo, Gabriel.

Mi mundo y mi lamentable existencia colapsan, cada defensa que


cimenté en la pared de mi vida se derrumbó a mí alrededor. El
arrepentimiento, la alegría, la esperanza, la incredulidad ante mi
increíble y milagrosa que esta increíble criatura femenina pueda
amarme se derrama de mí, condensándose en grandes y
desvergonzadas lágrimas que corren por mi rostro.

Ella se apoya contra mí, presionando nuestras pieles juntas. —Traté de


decírtelo, mucho tiempo antes que te fueras, pero no querías escuchar.
Ahora, solo con la verdad entre nosotros, tienes que creerme.

Presiono mi cara contra su estómago, sosteniéndola como si fuera mi


salvación. —Te amo Valentina, con todo lo que soy. Dios sabe, intenté
parar, liberarte, pero no puedo.

¿A dónde vamos desde aquí? ¿Cómo recogemos las piezas y


construimos una nueva vida como familia?

Ella responde la pregunta cuando abre la mano y me extiende la palma.


—Gregor Malan, ¿quieres casarte conmigo?

El platino de mi anillo de bodas forma un círculo brillante perfecto en


su piel. Lo miro con incredulidad, luchando por digerir sus palabras.

—¿Dónde...? —Miro desde el anillo a su cara.


—La policía lo encontró en los escombros.

Ella se aferró a él. Nunca dejó de pelear por mí. Abrumador, el amor
más grande de la vida se estrella sobre mí. —¿Sospechaste?

—Sabía que no estabas muerto. Nunca dejé de buscar.

Coloco mis brazos alrededor de ella. Soy un hombre ahogado y ella es


mi mar.

—No me dejes ir. Prometo que nunca más te dejaré.

Sus labios se inclinan en una leve sonrisa. —¿Eso es un sí?

Las cargas de mi pasado se levantan de mis hombros. Por primera vez


en mi vida, me siento realmente feliz. Luz. Solté a mi gatito y ella volvió
a mí.

—Sí. —Cubro su estómago con besos—. Sí, jodidamente sí.

—Dame tu mano —ordena.

Cuando extiendo mi mano izquierda, empuja la alianza que simboliza


nuestra unión de toda la vida sobre mi dedo anular, donde pertenece.
El calce es perfecto. Somos perfectos, como siempre supe que lo
seríamos. Ella es mi vida, mi amor, mi redención. No es de mi
propiedad, sino mi esposa. No por nueve años, sino por siempre.
Es un día de viento, de uno de esos veranos más fríos con avistamientos
de tormenta eléctrica en el horizonte. El horizonte de Johannesburgo
con los hitos de la torre Brixton, Ponte y Auckland Park es visible desde
la colina Emmarentia, pero no es la vista en la que estoy enfocado. Es la
mujer parada frente al majestuoso edificio antiguo, su cabello castaño
rubí soplando con la brisa. Lleva un vestido amarillo que acentúa el
brillo de su piel dorada. Por un momento, sus ojos encuentran los míos,
conectándose conmigo y sólo conmigo, y luego es atrapada por la
multitud de periodistas y políticos, todos quieren un pedazo de ella.

Aprieto mi mano alrededor de la de Connor, asegurándome de no


perderlo entre la multitud y balanceo a Sophia en mi cadera. Sophia
cumplirá diecinueve meses mañana y tenemos un tercero en camino,
aunque todavía no se percibe en la suave hinchazón del vientre de
Valentina. Decidimos anunciarlo al mundo después de hoy. Hoy,
Valentina no quería que nada compitiera con la apertura del centro
para personas discapacitadas.

Tanto como nuestros hijos, éste es su bebé, algo en lo que trabajó


mucho durante el año pasado, y aunque muchas familias y personas
con problemas físicos, cognitivos o mentales, se beneficiarán de su
proyecto, lo hizo por Charlie. El antiguo hospital se convirtió en un
albergue de enfermeras hace años, y cuando se agotaron los fondos del
gobierno para mantenerlo, el hermoso edificio de tres pisos permaneció
vacío durante casi dos décadas, la estructura en ruinas y lo que fue una
vez su jardín, cubierto de maleza. Como nueva alcaldesa de la ciudad,
esta fue una de las primeras iniciativas de Valentina. Sí, ella recorrió un
largo camino.

El trabajo que hizo con su compañía es admirable. Después de hacerla


crecer como uno de los negocios más exitosos del país, comenzó a
invertir dinero en la comunidad para ayudar a las personas que sufren
como ella solía hacerlo, las personas que vienen de donde ella lo hizo.
No fue una sorpresa que esas personas llegaran a amarla y venerarla,
seleccionándola para el consejo municipal local y ahora como alcaldesa
de Johannesburgo. Sus conexiones con Barnard y otros funcionarios
estatales honestos ayudaron, al igual que la operación anti-crimen que
emprendió en Berea. Mi pequeña mascota es una líder fuerte, justa y
compasiva. No hace falta ser científico para saber que nació para esto.

Muevo el peso de la bolsa de pañales sobre mi hombro, quedándome en


las afueras para darle espacio a Valentina para hablar con la prensa y
admirarla desde la distancia. Al verla interactuar, nunca puedo tener
suficiente. No soy el único. Ella es un imán de personas. Quincy y
Rhett, ahora casados con sus propias familias, se están acercando. Ya
no son sus autoproclamados guardaespaldas, pero seguimos siendo
amigos, honrando nuestras noches de póker los sábados en casa de
Kris. En estos días, Rhett dirige un exitoso negocio de seguridad,
mientras que Quincy brinda protección a las estrellas de rock en giras
de conciertos. Me conocen como Gregor. Nadie excepto Valentina sabe
mi secreto. Kris también está aquí, siempre apoyando a Valentina en
sus emprendimientos oficiales y no oficiales. Su práctica en Orange
Grove se convirtió en un punto de referencia en la industria con un
crecimiento tan fenomenal, que abrió cinco franquicias en toda la
ciudad, así como el centro de rescate de animales más grande del país.
También es la patrocinadora de una beca completa para estudiantes de
veterinaria de escasos recursos.

Se disparan una serie de flashes mientras mi esposa posa para las


cámaras con el recién nombrado presidente de la Asociación de
Discapacitados Mentales. Charlie brilla al lado de su hermana. Él viene
al centro todos los días para trabajar como empleado de clasificación de
correo y el trabajo le hace bien. Le encanta dividir las letras en lindos
paquetes de destino. El centro ofrece oportunidades de empleo, que van
desde llenar sobres hasta preparar volantes promocionales, así como
apoyo y orientación para los miembros y sus familias. Las personas
como Charlie pueden encontrar un sentido de pertenencia y propósito
aquí, así como un tratamiento patrocinado por el gobierno.

Charlie vive con nosotros en la nueva casa que construimos en un acre


de propiedad en la frontera de Kyalami. Es una casa familiar con
juguetes esparcidos por el suelo, un columpio en el jardín y una
bicicleta en el césped. Tenemos cinco perros, todos rescatados y una
gran variedad de gatos que van y vienen, algunos se quedan más tiempo
que otros. Oscar todavía está con nosotros, pero Bruno
lamentablemente murió de vejez el año pasado.

Todas nuestras vidas giran en torno a la pequeña mujer en el centro de


los espectadores. Otro flash se dispara cuando el Ministro del Interior le
da la mano. El mes pasado, Valentina apareció en la portada de todas
las revistas y periódicos, y esta semana fue invitada a una asamblea de
líderes que esperan votar por ella en el gobierno a nivel nacional, pero
ya decidió declinar. Como cualquier pareja con su propio negocio, dos
niños pequeños y otro en camino, llevamos una vida agitada, pero una
que no cambiaría por nada. Desearía que Carly hubiera conocido a su
medio hermano y hermana y compartir este increíble momento, pero
creo que de alguna forma siempre está aquí con nosotros.

Desde que Valentina dirige los asuntos del ayuntamiento, yo administro


su compañía. Mi enfoque principal sigue siendo protegerla a ella y a
nuestros hijos, pero estoy feliz de tener algo en lo que encuentro un
propósito, algo que disfruto. Algo legítimo. No más corrupción. No más
violencia.

Sophia comienza a inquietarse. Conozco este grito particular. Pronto


ella estará llorando. La acuesto en el cochecito para revisar su pañal y
dejo caer la bolsa al suelo.

—Sé un niño grande y tráeme el biberón de tu hermana, por favor, —le


digo a Connor.
Abre la bolsa, localiza el artículo y lo sostiene con orgullo. —Aquí, papá.

Le revuelvo el cabello antes de tomar el biberón del soporte del


aislamiento y probar una gota de leche en mi muñeca para asegurarme
de que no esté demasiado caliente.

Mi niña toma un trago codicioso cuando le pongo el biberón en la boca,


primero tragando aire. Una mano suave cae sobre mi hombro, y la voz
de Valentina me envuelve.

—¿Lo estás manejando?

Le sonrío. —Siempre.

—Eres un buen padre.

Robo un casto beso, con cuidado de no volcar el biberón e interrumpir


la succión de Sophia. —Eres una mejor madre.

—Gracias. —Sus palabras son suaves.

Mi mirada recorre su cuerpo. —¿Por qué?

—Por hacer esto, —le hace un gesto a nuestra niña—, para que yo
pueda hacer eso. —Levanta una mano a las personas que disfrutan de
los cócteles y los bocadillos dispuestos en el césped.

—De nada. —La verdad es que me encanta ser el papá de mis hijos, y
no hay nada que no haga por mi inteligente, trabajadora y hermosa
esposa.

—Solo unos minutos más y luego podremos escapar.

Connor corre hacia Charlie. Lo vigilo a él y a mi hija. —Mézclate y haz lo


que se supone que hagan los alcaldes. Sophia no necesita tomar una
siesta por otra hora. Puedo irme a casa con ella y Connor si quieres
quedarte más tiempo.
—Estaba pensando que podríamos acostar a los niños para su siesta y
ponernos al día.

Mi cuerpo está inmediatamente interesado. —Ponernos al día, ¿eh?


—Me muevo detrás del cochecito para ocultar el endurecimiento en mis
pantalones.

Un bonito rubor calienta sus mejillas. —Um, sí.

Sé exactamente cómo voy a ponerla al día, y por la forma en que baja


las pestañas y muerde su labio entre los dientes, también lo sabe.

—Mejor mete tu trasero sexy en el auto. Ahora.

Uso suficiente del tono autoritario que ama en el dormitorio para que
sus ojos vuelvan a los míos. Sus pupilas se dilatan por un momento y
sus pezones se convierten en dos puntos duros debajo de la suave tela
de su vestido.

Ella se aclara la garganta. —Dame un minuto para despedirme e ir por


Charlie.

—Dije ahora. Me desobedeces, esposa. —Bajo mis labios a los suyos,


sin besarla, pero respirando las palabras sobre la curva regordeta de su
labio inferior, lo suficientemente fuerte como para que solo ella pueda
oír—. Habrá consecuencias.

—¿Promesa? —ella pregunta en un susurro entrecortado.

—Puedes contar con eso.

Ella me mira con una mirada acalorada y de adoración, que me dice


que me ama por lo que soy y que pase lo que pase, ella siempre estará
allí para mí.

—Yo también te amo, —le digo mientras ella se da vuelta.

—No dije que te amo, —dice con una sonrisa traviesa.


—Sí, lo hiciste.

En unos minutos también lo gritará, en el único idioma que importa.

Un lenguaje que supera las palabras y el tiempo.

Un lenguaje de amor y para siempre.

Nuestro lenguaje único.


Estimado lector:

Muchas gracias por acompañarme en el viaje de Valentina y


Gabriel. Si disfrutaste la historia, considera dejar una breve reseña
(solo una o dos líneas) en tu sitio favorito de reseñas o ventas para
ayudar a otros lectores a descubrir el libro. ¡Cada reseña hace una gran
diferencia!

Espero seguir en contacto.

Saludos.

Charmaine
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Serie Darker Than Love


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A Miracle for Christmas
The Exchange
Catch Me Twice
Charmaine Pauls nació en Bloemfontein, Sudáfrica. Obtuvo una
licenciatura en Comunicación en la Universidad de Potchestroom y
siguió una trayectoria profesional diversa en periodismo, relaciones
públicas, publicidad, comunicaciones, fotografía, diseño gráfico y
marketing de marca. Su escritura siempre ha sido una parte integral de
sus profesiones.

Después de mudarse a Chile con su esposo francés, ella cumplió su


pasión por escribir creativamente a tiempo completo. Charmaine ha
publicado más de veinte
inte novelas, así como varios cuentos y artículos
desde 2011. Dos de sus cuentos fueron seleccionados para su
publicación en una antología africana de todo el continente por la
Sociedad Internacional de Compañeros Literarios en colaboración con el
Consejo Internacional de Investigación sobre África. Literatura y
Cultura.

Cuando no está escribiendo, le gusta viajar, leer y rescatar gatos.


Charmaine actualmente vive en Montpellier con su esposo e hijos. Su
hogar es una mezcla lingüística de afrikaans, inglés, francés y español.

https://charmainepauls.com/

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