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Seminario Ortodoxo de Formación para Iberoamérica

Instituto de Teología San Juan Damasceno

Universidad del Balamand

SOFI271: LOS SACRAMENTOS


EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA (I)
LECCIÓN 5 - SECCIÓN 2
5.2. La Eucaristía: I. Liturgia de los catecúmenos

a. El misterio de la reunión
«Al reunirse en la Iglesia» (1Corintios 11:18). Ésta expresión que San
Pablo escribió a los corintios no significaba para él y para el cristianismo recién
surgente el templo como construcción sino la naturaleza y el objeto de la
reunión.
Iglesia ˂=˃ reunión ˂=˃ liturgia
Todo lo que nos ha llegado de los textos antiguos confirma
unánimemente que la reunión en la Iglesia era siempre la acción primera y
primordial del proceso a la Eucaristía. Da testimonio de ello el título de
«presbítero» el primero, el dirigente de «la reunión de los hermanos».
Para Alexander Schmemann la Iglesia “reunida en la Eucaristía, aun
limitada a ‘dos o tres’, es la imagen y realización del cuerpo de Cristo”. La
Iglesia se manifiesta en la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia. La
Eucaristía es “la verdadera manifestación y realización de la Iglesia en todo su
poder, santidad y plenitud”.
Accedemos al templo y «nos reunimos como iglesia»; nos revestimos del
ornamento de la nueva creación. Ésta es la primera acción litúrgica del
«Misterio de los Misterios»: la santísima Eucaristía.
Finalmente el vínculo orgánico entre Eucaristía e Iglesia debe ser
considerado en una perspectiva escatológica. El metropolita Juan de Pérgamo
considera que “la Eucaristía es el momento en la vida de la Iglesia en el que
tiene lugar la anticipación de los “eschata”. La anamnesis de Cristo es realizada
no como una mera promulgación de un acontecimiento pasado sino como una
anamnesis del futuro, un acontecimiento “escatológico”. En la Eucaristía la
Iglesia se convierte en un reflejo de la comunidad escatológica de Cristo, el
Mesías, una imagen de la vida Trinitaria de Dios”1.

1
Zizioulas, Being as Communion, 254 (trad. Española, El ser eclesial, 268).

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b. El misterio del Reino:


El sacerdote empieza la Liturgia con la exclamación en el Santuario:
«¡Bendito sea el Reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y
siempre, y por los Siglos de los siglos!». El coro responde: Amén.

Con el paso de los Siglos, se ha extinguido paulatinamente el sentir de los


cristianos –a diferencia de la Iglesia primitiva– respecto al Reino «que está
cerca» y ha cedido su lugar a una percepción nueva que considera el Reino
como algo referente a «lo alto» o a un mundo después de la muerte.
Podemos asegurar que la Liturgia desde un principio se formó y tomó su
estructura como símbolo2 del Reino.

«El rebaño pequeño» a quien «le ha parecido bien al Padre darle el


Reino» (Lucas 12: 32) se reunía a espaldas del mundo «cerradas las puertas». A
solas esta Iglesia que realmente está afuera del mundo ascendía hacia la luz y la
alegría y penetraba la victoria del Reino.
El templo cristiano es un reflejo de «la reunión celestial de la Iglesia».
Basta estar de pie por unos segundos en el templo de la Santa Sabiduría (Agia

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El símbolo según el concepto original es revelación o, más bien, presencia de la verdad que en las
circunstancias actuales no puede manifestarse sino a través del símbolo.

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Sofía) para comprender existencialmente que el templo y el icono son frutos de


una experiencia viva del cielo y de una comunión de «la paz y la alegría en el
Espíritu Santo» (Romanos 14: 17), conforme a la definición del Reino de Dios,
según san Pablo.
«Amén», no significa solamente la aprobación de lo dicho, sino que es
una aceptación activa: «Es así y así sea». Es una expresión que concluye toda
oración que el Presbítero dice, sellándola y expresando la participación
responsable y ontológica de cada fiel y de toda la asamblea en la acción
litúrgica de la Iglesia.

c. El misterio de la entrada:
En la Iglesia primitiva, la primera acción de la Divina Liturgia después de
la reunión de los fieles, era la entrada del Presbítero, con la cual la Liturgia
empezaba.
La Letanía de Paz –realmente de origen antioqueno– que inicia la
Liturgia con su forma actual, hasta antes del Siglo XII se cantaba después del
Trisagio (de hecho en algunos manuscritos es llamada «Letanía del Trisagio»).
En la acción de la Entrada, nos separamos del mundo para elevarlo e
introducirlo al Reino, y para hacerlo de nuevo un ambiente divino y parte
del Reino eterno.
«La Entrada menor» con todo lo que padeció de cambios, conservó
siempre su carácter como «entrada», inicio y acercamiento (obsérvese la
celebración episcopal). Da testimonio de este sentido la Oración de la Entrada
que el sacerdote recita mientras avanza en la procesión: “…haz que con nuestra
entrada se realice la entrada de los santos Ángeles que concelebran y glorifican
juntamente con nosotros tu bondad…”.

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La entrada es ascensión porque nos acerca al Altar: la Iglesia


asciende a donde su vida verdadera «se oculta en Cristo con Dios», al Cielo
donde la ofrenda eucarística es erigida.
Quizás lo que mejor expresa el sentido escatológico de la Entrada como
acercamiento y ascensión hacia el Altar es el Trisagio3 que se canta
solemnemente al realizar la Entrada.
«Santo» es el contenido eterno de la alabanza de los ángeles, según el
Profeta Isaías. Ninguna razón es capaz de explicar esta palabra. La percepción
de la santidad de Dios es la base y el origen de la religión. De esta manera, la
Divina Liturgia nos descubre el sentido de la santidad de Dios sin que nos lo
explique. El culto es el fruto de la necesidad del hombre y de su sed hacia la
unión con Aquél que es «Santo», con Aquél a quien percibe aunque es incapaz
de comprenderlo.

d. El misterio de la divina palabra:


Desde la Iglesia primitiva, la lectura de las santas Escrituras formó una
parte inseparable de la «Reunión en la Iglesia». El libro de los Hechos de los
Apóstoles atestigua que los primeros cristianos “se mantenían constantes en
la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las
oraciones” (2: 42). Tenemos aquí las partes que integran la eucaristía desde
el principio: perseverancia en la enseñanza de los apóstoles, que toma hoy
la forma de lecturas de la Biblia, la fracción del pan y las oraciones. En esta
perspectiva, la Eucaristía expresa, de un modo muy ilustrativo, el estrecho
vínculo y la interdependencia entre palabra y sacramento.
En el tiempo de la persecución el santo Evangelio no se dejaba a la vista
ya que la expropiación de los libros sagrados constituyó un aspecto de la
persecución. Así que cada vez el Evangelio se traía de afuera a la asamblea
litúrgica. Con la conclusión de esta etapa de la vida de la Iglesia y con la
edificación de grandes catedrales, el mismo templo y, sobre todo, su corazón (el
Altar) volvió el lugar natural para guardar el Evangelio.

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La palabra viene del griego y significa «tres veces Santo». Es el himno que, según la visión del Profeta Isaías,
los ángeles cantan constantemente alabando a Dios «Santo, Santo, Santo: Señor del Sabaoth» (Is 6:3). San Juan
Crisóstomo observa que cuando en la Divina Liturgia cantamos el Himno Trisagio, “formamos con los
ángeles un solo coro, participamos con los arcángeles, y alabamos junto con los serafines”.

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De esta manera, la Entrada en su forma actual resume tres entradas


originales:
1. La entrada del templo, como acción inicial de la Eucaristía,
2. la entrada con el Santo Evangelio,
3. y, la ascensión de los sacerdotes hacia el Altar para empezar la
Liturgia de los fieles.
El Santo Evangelio en la Tradición ortodoxa no es un elemento litúrgico
únicamente como texto para ser leído, sino también como libro. Para la Iglesia
es como un icono parlante que anuncia la manifestación de Cristo y su convivir
con nosotros; sobre todo es un icono de su Resurrección. En este sentido, la
Entrada con el Evangelio no es una representación de un acontecimiento
del pasado sino el anuncio de Cristo Resucitado de entre los muertos «como
predijo».
Antes de la Lectura evangélica, el sacerdote se dirige al pueblo diciendo:
«la Paz sea con vosotros». La Paz es Cristo. Este saludo pacífico precede toda
nueva sección de la Liturgia –antes de la divina palabra, antes del ósculo de paz,
antes de la comunión– para recordarnos cada vez que Cristo mismo entre
nosotros y preside nuestra Divina Liturgia ya que Él es «el que se ofrece y es
ofrecido, el que recibe y es distribuido».
El pueblo antes de la lectura evangélica: canta de una manera solemne
«¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!» Un término que oculta en su sonido inmensa
alegría y alabanza por la manifestación del Señor; es una reacción natural a su
llegada. «¡Aleluya!» anticipa la lectura evangélica, porque la manifestación de
Cristo a la Iglesia, a quien le abrirá los ojos, anticipa el recibimiento de la divina
Palabra.
Mientras, el sacerdote lee esta oración:

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«Oh Soberano que amas a la humanidad, haz brillar en nuestros corazones la luz pura
de tu conocimiento, y abre los ojos de nuestro entendimiento a la comprensión de tus
predicaciones evangélicas; inculca en nosotros el temor de tus bienaventurados
mandamientos a fin de que, habiendo pisoteado todos los deseos carnales, vayamos
en busca de un modo de vida espiritual, pensando y obrando cuanto es de tu agrado.
Pues eres la iluminación de nuestra alma y cuerpo, oh Cristo Dios, y a Ti rendimos
gloria junto con tu Padre que es sin principio y tu Santísimo Espíritu bueno y
vivificador, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.»

La comprensión y la asimilación de la divina palabra, tal como es la


consagración de los Dones, no dependen solamente de nuestra voluntad. La
condición principal para el «entendimiento» es que «los ojos de nuestro
entendimiento» sean abiertos místicamente y que el Espíritu Santo descienda
sobre nosotros.

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