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Dice.
Entonces, anestesiados
por la fiebre tenue de las voces sacras, de la piel
ambarina, de las perlas de un samaddhi hipersticiado,
volvemos a encontrarnos selva adentro,
con el barro liberando a la nariz de su natura,
y empezamos a preguntarnos si será cierto.
¡Pergaminos! ¡Tesoros!
¡Textos!
¡Textos tesoro!
¡Cuerpos
detrás nuestro!
Prólogo
Solos, el homúnculo y yo
-que, confieso, puede ser un vicio de la memoria-,
intentamos matarnos. Él, con su clareo,
yo con matemas y artificios.
Decretado el armisticio,
he que confluimos en canciones.
Y el espejo se da vuelta para mostrarnos un hombre.
Por supuesto, estaba vacío
-¿qué otra natura suya habría?-. Sin embargo,
al mirarse de costado,
en su doble que lo hiende, y le hace heder
y traspirar toxiconoia,
se arrima en paradoja la pregunta:
siendo en uno,
¿doble mío es, espectro que circula?,
¿doble suyo soy, cual cuerpo que inocula?
anima a permutar
piel, infortunio
{reza}
Supuestos
Nadie mentía y tenía razón. Cual nadie, no siendo, en realidad siendo. Y este
nadie atraviesa todas las bocas: éntropes, cófrades, jerarquías del eje vertical.
Mas, del eje horizontal absuelto. El tiempo es un amuleto que se cuelga de
ornamento.
Agua caía en derredor güembé axiomas. Cual voz una, en un verde blanquecido
por la luz de una mañana, sentenciando sobre aquel. Y aquel dice: pregonados,
etc. Cual si el eje vertical fuera, y valores tomara.
Agua que resuena sobre.
desde que los años se hicieron daño y haber sus ciclos fue haber morir,
perpetua,
perpetua paz mortal.
Desde entonces,
¿qué estallido
fuera el relincho
del cero en su sí?,
¿qué manicomia
el noema, y atara,
y atara?
Aclaración
Adistanciado. Lo cual no implica negar el espacio. Curso de uno cursa su sí, sea éste
uno o cero.
De ser cero: ¿quién sabrá? -lo que abre la especulación y llueven sentencias.
De ser uno: silencio: da su sí, da su no.
El caos de otra mente nos espera. Anunciándose, uno y vario, metempsiquear -haber
metempsiqueado-. Ahora bien, luego de cuerpo sobre cuerpo volver sobre sí, ¿su sí
persistirá tras su cuerpo incluso siendo ahora sí?, ¿la permutación de los efectos -
indescifrable, por supuesto- trae a sí sobre sí, revelando dos y vario, haciendo al uno
en vario efecto sobre varios cuerpos? De ser así, entonces, al metempsiquear la
cofradía, ¿todos los cuerpos pasados se abren del no hacia un sí ahora? La transición,
entonces, sería pura ausencia -de allí las dos monedas, y el leteo necesario, puesto
que qué cuerpo toleraría multilocalidad traída a la presencia del ojo.
Paranaico
Mas,
De tiempos simultáneos,
catatón,
padecer tras la hendidura,
vierte
Y sin embargo
nos perdemos. En vano,
por supuesto.
Pero,
Azar
Armas trae.
El agua haber cruzado, el agua
vana, la sana
maraña identitaria -su destino-,
el poder. Haber
asado, haber corderos,
haber luminarias paseando entre los labios
que suspiran tras su síes las negadas esmeraldas
que esmera una en su soltura
a pervivir tras huella suya. Mas, nosotros,
entregados a sus piernas,
y a sus pies,
a su debajo haber,
menos que hilar fantasmas no podemos.
El reglamento incluso incluye la traición.
Claro,
sorete soy.
Hedor y
moscas y
fértil
haber los ciclos.
Claro,
ambiguo voy.
Afirmando y
negando y
dado
habido al aire.
veztrasvez
Anoche cérea
sustancia fui
y contento fin
de haber asistido.
Al fin parido
por boca afín,
he que huí
y nada etérea
llovió,
sobre sus ojos llovió,
y yo sólo pude verla
a su través.
Nata
¿Disolviérase el estado y éste dejara de haber? Tras su no, los juicios. Poder y haber
sangrar. Y haber soliloquio del olvido tras gran no y tras de sí.
Nombres
Mas, de repetirse
discurso que supo seducir
a un joven lascivo,
aspersido de maná contingente
por su culto aparente
de deidad artífice
de cuenco que satisfice
de silencio. Dice que pienso,
engañada. Dice que
siento y de sentir, amara,
y de amar, relajara. Mas,
¿qué calma viera,
entre nuestras puertas,
y nos dejara ahogarnos tranquilos,
nos dejara en tenue agonía que fuera delirio?
Cohabitar mismo cuenco,
o cuerpo, o cerco,
¿sabremos incluso habitar aquello?
Y las lámparas,
alrededor nuestro,
hacen la confusión.
Catatón, yo,
vos, quiénsabe,
y henos cautivos
-el río, las flores, los mapas,
sus hadas-,
y henos cautos.
Acá mueren.
Incluso,
iconoclasta empsicosado,
hado hay de haber habido
-alguien que efecto suyo supo cargar
habló,
y efecto suyo permutóse en sentencia.
He que,
de haber efectuar,
habrá uno.
Y morir no detiene efectos de uno.
Por lo que,
de haber abierto
puerta en un trance de alcohol,
de haber cruzado
vado en un sueño o en lucinación,
curso suyo se pliega
cuando la memoria niega
su razón de estar en sí.
Sin embargo,
al ocultarse en su sentencia,
uno suyo va,
extraño y lejano,
rubor de ojos que estrellas juegan
a liminar. Curse, venga,
amanezca, es una ella
que trae el cuerpo y trae el mar.
Demiurgo
Te ficha la perdiz,
y corre,
por supuesto que aterrada corre.
No vaya a ser que hombre
sus bayas provoque
alucinar
placer, o cordura, o llave,
o ultraje que nade
su nadie y prevenga
de sal contenta
a la boca lenta.
Vamos, labie,
no sea que caiga
su mano y distraiga
su arma desplegada
en la vieja cruzada
por la tierra y su fin.
{invierno}
¿Perpetúo?
¿En este interactuar?
¡Qué encanto!
Su manto
sobre mis ojos llevar,
y darme un espanto.
¿Qué culpa
la boca, la mano,
la poca voz del cano
que trepida el matorral?
Culpa al cuerpo,
su perpetuarse
de carne en carne
trayéndonos la sed,
el invierno.
Comentario: LV
Y dándonos de reír.
¿Pero qué querer tanto querer por una esfera que campanea?
¿Tanto sombra hacer de verbo que urde sin querer que te pasea?
¿Tanto atarte de una correa?
¡Qué susto!
Comentario:
De gente
Gente presentir.
fin
¿Mesurado?
Enterrado
sobre un
Comentario:
Jolgorios,
ignómine,
dobles jolgorios:
uno siendo uno,
otro siendo cero.
¿Agujero?
Jolgorios,
nobles jolgorios.
Dobles y espantados,
nos ven,
se paran,
escupen a un costado,
caminan,
espían las esquinas
y se dan a seducir el asfalto
con altos
y marcados pasos falsos.
Estruendos, ruidos,
toda una sucesión de pelotudeces,
y los ojos como dos peces
que pernoctan sobre el living
y persiguen a quien vive
entre suyo como un cuenco,
los ojos como dos avernos
que eterno rojo
deshacen a su antojo.
Tus ojos.
Tus piernas.
Tus piernas cruzándose.
El teléfono pinchado.
Asclepio,
si buen culto tuyo desconozco,
y si bien natura perecedera es razón de la paciencia,
he que,
al despertar,
toso,
toso grave y gutureo
luego. La veo acercarse,
con tus manos,
llevarse la peste.
Deidad
agreste nos muestre
toxicarnos de éteres y solitudes,
y un campo nádico,
y un samaddhi desértico.
Farsa
Pequeña ruina
bajo sus pies. Espinas
de rosedal belecido
por la sangre que ha ungido
sobre cuerpos amigos,
floreados de lavanda,
rodeados de raras que amamos.
Será
dos partes,
partidos nosotros al fin.
Y nos tocan,
y nos miran.
Nos avergüenza su atención.
Nos tiran
cual tótem
dado a morir en la era.
Se acerca
por acera opuesta,
llena de miedo y matemas
-rezos que oye uno aunque escuche cantar
canciones de amor,
amor y magia y fe,
rubor,
glitter que usamos para lucinar.
¡Farsas!
Si tu cara cara
mostrárarse y abierta ante sí
dejara de pasearnos.
Y si, dormido entre nosotros,
te preguntes quién es
el que pasea el cuerpo cual si fuera hiedra.
Puede que,
incluso,
no sean. En absoluto.
De hacerse
uno
se rendían.
Paseaban el jardín.
Un homúnculo decía los nombres.
Tenía voz maestra y
llaves,
todas, parecían
ser todas.
Cruzaban el juego.
Un nombre les caía encima.
Tenía signo maestro y
sonidos,
todos, parecían
ser todos.
Pedían
perdón. Se les notaba en los ojos.
Las maestras,
de llave maestra,
pedían perdón.
y muerte nuestra carga un nombre. No sea cosa que alguien se asombre de que su
muerte esté llena de palabras, y signos, y dignas apologías al desvarío. ¿Quién no ha
de contemplarse como en un río? Justo antes de salir, lámparas, campanas, siseos de
serpientes, gente que miente. ¿Quién no fuérase sobre sí a verse concluir la gran
obra? Incluso su nombre se va, y persisten sus signos. ¿Permutados? Por supuesto.
Dispuestos como sombras sobre el mantel. ¿Interdictados? Podríamos dudarlo. Sería
irracional pensar que no acabaran. No tenemos evidencia de que acabaran. Mas,
¿qué evidente cuartel de celebrantes no oiría su nombre, su verdadero nombre, sonar
tras su ir? Su nombre, su alfabeto, y la malla de seguridad que recubre tierra nuestra
de dejar salir a sus nacidos hacia asfalto de otra tierra, hacia nube, bajo la sima, sobre
la cima, entre las piedras, sobre los ruidos, sobre los ángeles, bajo las piernas, entre
los astros, entre la variación del círculo, cual mismo punto desplegado -incluso tanto
que su haz produce un espasmo (alguien se asusta, mira a un costado, no hay nada;
pregunta si acaso se es necesario)-, cual verbo que no contiene movimiento.
¿Distanciación? ¡Cimiento! Y si miento, la distancia no hace nada, ni es excusa, ni es
efecto decir nuestro adentro, cual si afuera no fuera centro. ¿He que veo entre sus
ojos dos sentencias? Va a quedar la herida abierta; va a sanar la voz certera. He que
no son sus ojos, ni los míos, y fines esperan decir una vez más, final vez, de haberse
presente, como quien miente, dando a ojos del interdictado su sed fatal. Se le nota, se
le cae una hoja sobre un matorral, y no suma ni resta absolutamente nada. Sus
palabras, meras hadas. ¿Quién las viera realmente? Nadie, por supuesto, nadie.
Nadie que al morir se lleva un nombre.
Comentario:
Es decir, marea o agua. Puesto que gA, en su dispersión -y los signos que lo curvan-
sobre gB, yace, le sucede. Lo cual, acaba en no haber siendo no haber. Dándole, a su
vez, a no haber un período preciso, que coincide, se superpone, y supera a su siendo.
Lo cual no puede menos que acabar en un ruido, cuyo gesto es vitalista -intenta dar a
nacer, posando doble siendo sobre no haber (no puede menos que paradojarse, a
esta altura); lo esconde en una onomatopeya, esperando que la memoria de quien dijo
“Ah” reminezca; sabiéndolo imposible, muere (da un guión, un espasmo), y así termina
de acusarse.
Prólogo
en las paredes,
sobre los árboles,
¿Calma otra,
sobre los árboles?
Cuervo
Gracias, me decís,
con los ojos más rojos que se han dado a llorar.
Cuervo, yo,
entre vos y el amor hermano,
y la voz de la tierra viva.
No es un antojo,
es habernos amado.
No lo entendería. Mas,
bajo nuestra cruz habría un vado.
Cantos de traición (alarmas)
Primer tierra
Segunda terraza
Colgados,
como dos manojos de uvas,
tus brazos bailaban y el cuerpo
llevábalos hacia mar abierto.
Y ahí podíamos decirnos.
Y qué triste mar un sueño.
Tierra, al fin
Al fin nosotros,
dobles y atravesados por diez cerrojos,
vamos a pasear
lado que lado venga y nos entienda,
y razón alguna se parezca a nuestros decires y el rey entienda.
Prólogo
Haber abismo
Nada.
Incluso menos.
Desierto
Y, al revés, iniciamos
un canto lapidario.
¡Lapidémonos, hartos,
extasiados! ¡Envejezcamos
sobre el suelo vano
que nadie se da a sufrir!
De tu través no conversamos.
Nos miramos, desconsolados,
de costado, abrasados. Nos mentimos,
supimos mentirnos, supimos besarnos.
Nos encontramos esperando un tren.
El pasto oscuro,
la vida labia.
Entre los transeúntes,
entre sus disfraces,
la vida labia.
Nada.
Incluso menos.
Y los actores,
sin máscaras,
entre licores,
verán cáscaras
de naranja
en tierra toda.
Poda,
de casualidad,
voz alguna.
¿Su vacuna
anominal
es cualidad
del animal
que hace la hambruna?
Y sus pies,
y un espasmo,
y sus vergüenzas,
y sus dados,
y sus esclavos,
tiemblan.
¡Es la niebla
entre los ojos!
Y si no pide que nos escapemos,
si no pide que corramos,
y no dice de quedarnos,
¿qué cruz de mando
iría a dirigirnos?
Amor, es la niebla
entre los ojos, en la cabeza.
Y la respiración densa,
el masticar bárbaro,
no nos deja huir.
Amor, es la espera,
es la dueña
de haber habido ayer.
Suelo
No se olvida.
Tus días,
como dos nudos abiertos,
sufíes.
Éxtasis
de Baco ornado
en dicciones.
Éxtasis de bramar
y bramar.
No se olvida
la noche.
Como dos lunas despiertas,
ríen.
Haber llama.
Haber llamar.
Haber llamado.
Haber apagarse
el teléfono
y haber
ansiedad, fuego blanco.
Industria del siervo
De parar de pensar
-que es un decir
(que es un hacer)-,
¿qué nos haría cerrar
puertas como si fueran ciertas
las maneras del andar?
Tras de sí,
en la habitación
cuyos cerrojos
se da a habitar el ojo
-uno y liminal.
Entre el follaje.
Tras de sí,
paisajes, pasaje
de puertas blancas
que conectan norias.
Industria de olvidar
La veo, me desnudo
en metáforas. Siento, mudo.
¿Estaré siendo sensato?
Lo sabrá el viento,
los nudos que el arca llevan.
Mas, de haberse
garabatos bajo dioses,
unos bajo uno, y uno
bajo uno, cual un cero,
he que no espero razón,
consuelo, pero, delusión
que hágame yacer en desespero.
Gotas,
gotas diáfanas de sudor.
Lianas y una selva que te espera.
Ojos sobre la pradera.
Ojos atentos al pudor.
Dientes rotos y hedor amarillo que labios laceran.
Cecería
Coronados,
en la gloria de los sándalos,
abandonados. Rugen,
entre sus brazos, bebés recién hilados
en dos pensares, en dos sustos
simultáneos -voy a ser humano, voy a ser hermano-.
Y cuando muere,
en su hábito ritual, muere,
reconoce haber perdido
cruz de la memoria,
reconoce haberse hecho de aseveración.
Involver
Entre las olas, entre los buitres, entre el paraíso de los mansos,
habrá olor a sangre.
Me rehúso a la venganza,
por eso hablo de mí cual si fuera una danza
de vos sobre voces que nos dieran fieras
e hicieran herirse a los transeúntes.
¡Cuánto, cuánto tiempo juntes
bajo la lágrima y la espera! ¡Viera
uno como se fuera su cuerpo cuando alcanza
éteres! psicodel,
psicodel de susurros, ¡el carrusel
que antecede tu visión nos extasía!
Y he que se vacía
boca mía de verte, boca mía de piernas tuyas,
cruzarse cual si fuera a habitarse una laguna.
Me rehúso a la venganza.
Sin embargo, la ejerzo contra quien nos alza
a los altares del mármol que escupen
quienes ríen de nosotros, y nos animan,
¡por supuesto, nos animan!, ¡nos invitan a encontrar
entre las prendas del tendal
coraje animal que nos ayude a amarnos!
Mas, ¿qué razón
haría de nosotros, corazón,
qué razón haría de nosotros
mismo y siempre instante
sin antes
habernos fundido en piel de otro?
Pez vos
Puede que su nombre se desdoble en reminiscios. Falsos, por supuesto. Sin embargo,
tengo hambre, y como. Tantas caras querer nos resulta confuso. Ver y enamorarse.
Ver y enamorarse.
de ver, no viendo. Dice, como si se le escapara una. Una cuya voz cargara el ritmo. Y
mate el hada revelándose ella.
ah (suspirado), y si dobles nos miramos, y vistos. ¿Toda cara dice ser ella? Por
supuesto que no. Sus nombres -códigos sobre códigos- se dispersan. Sin embargo,
cualquiera de las que fuera y leyera ‘dobles’, asumiría, o bien doble de quien dice -
escribe-, o bien doble suyo -viendo entre las palabras otra dicción, la suya,
envolviendo al segundo en consideración. En cualquier caso, la divergencia
envuelve, como la doble pinza o el búho falso, sus ojos. En el primer caso, indiferentes
-nada siente-. Si no, rojos -perdidos en un fuego súbito que se desarrolla lentamente,
como el acto de coser una herida, aumentando la agonía.
si mis piernas esas calles. Es decir, móvil y motor sobre suelo -en este caso,
transpolando a la superficie dicciones sobre la pantalla. crece doble, como consuelo.
Sabiéndose seducido, hendido por la piel y, a su vez, aturdido por la confusión, pasea
‘¡razón e hito!’. ¿Sacrificio inaugural? Razón. ¿Hito? Sacrificar. Sin embargo, antes
dice ‘volición. ¿la perdición?’ Reconoce, entonces, toda pasión un cerrojo, un antojo
innecesario. De ahí que no se mencione al catatón que pasea las hojas, y se elija, en
su reemplazo, la figura de la ‘caleidélica’, cuya natura hipotética sería la unión
(recuérdese el doble) de caleidonoia (contrayendo caleidoscopio y paranoia -
desagregada en ‘paranaico’, en este caso, implícito-) y psicodelia(délica), cuyo efecto
es la hipnosis. Ejemplo de código sobre código, puesto que, de asumirse la
contracción ser de caleidoscopio-psicodelia, se pierde el cero de esta transición
(paranoia), y pasaría por una mera potencia (caleidoscopio como psicodelia artificial,
no diferente a una falopa cualquiera y su ‘placer’, o uno, o apariencia). Sin embargo,
introduciendo la paranoia implícita, el artificio se traza sobre las insistencias del
‘doble’, en el que a su vez se insiste para remitirlo a la superficie y provocar la
devaluación del término -repetir hasta que pase desapercibido, técnica que
encontramos en el kiosco-. De ahí la doble pinza, puesto que, cuando parece una
repetición infértil, o una esteriotipia sintomática -serie de base en ‘Guerras’-, en
realidad macera la piel para iniciar una confusión -no la confusión de superficie, hecha
a base de sintaxis contracíclica, o de artilugios estéticos, sino del doblez que se
imprime, subrepticiamente, como pequeños pulsos. El cual, a su vez, se hace a base
de divergencias constantemente dobladas, desplegadas exponencialmente. Y cuya
lectura es tediosa, puesto que las series de base (doble-nuestro-uno, lucinio-cuenco-
agua, etc.) a su vez divergen, a su vez convergen. Inarmónico, entonces, esperando la
anarmonía (desprenderse de la seducción, del vicio de seducir para captar la atención,
y así desviarla, incluso aunque la superficie diga lo contrario). Anarmónico, entonces,
el ejercicio analítico (tener que detener el fluir de la lectura, en el caso de que se logre,
de hecho, la confusión). Terriblemente antiestético.
-¿Conocés la canción
del cuaderno negro que carga los poemas?, ¿y la del cuaderno rojo
que hace bailar? Yo tengo un cuaderno azul
en que solía dibujar. También cargó palabras
que el fuego hizo menguar. Y a través suyo,
permutada su sustancia en fragancia de jazmines y cenizas,
vuelvo de haber ido
orgulloso y maldecido. ¿Qué razón habría de
traerlo de las manos, de los ojos, al lienzo
sempiterno? Caracteres virtuales, rituales. Horas
de charlar por el teléfono sin que suene una palabra.
¿Usarnos?
¿Andarnos cual si fuéramos dos,
nada más que dos? ¡Qué sinrazón!
El espasmo repelido se le cae de la boca. ¿Lucinador,
lucubrador, pensante? Antes,
quizás. Ahora, mero paseante.
Pero las calles y la forma esférica nos estiran el horizonte.
Coreutas
No es necesario.
Lo único que cambia
-si es que cambia algo-
es que la materia lleva tu nombre
y lo despliega
como si cargara feéreo aroma
o toxicara las mentes sanas
con su vana
paranoia. ¿Espejos, rieles, frenos?
No es necesario.
Escribir, en todo caso,
lo hará permutable
-perdurable lo hace el pensarlo-.
Y darle a la superficie
registros de las planicies
-cuándo sube, cuándo baja, cuándo el eje
se desplaza-, mera
manía y pasatiempo.
No es necesario.
Por supuesto.
No es necesario.
¿Adónde?
pasos muertos,
¿cómo?
Sepultada la moción,
luego de ver
armonires de haces que supuran
tenues brisas, gotas
dulces, ¡qué enero extraño!
¡Hace un año mentíamos de haber amado!
¿O amado hubimos?
Cruje si canta.
Si muere,
cruje. Si habla,
no, dice no.
Tocixoso, oso
ver tras noes.
Tocado, oso
no más síes.
Influencia,
quizás.
Pervivir de la apariencia.
Mienta, mientras
Mienta, mientras
el verbo cae. Nace
verano eterno
-dos ojos sobre suyo, sólo pez.
Nada más.
Delusores cruzando agua cualquiera
(Por supuesto,
la muerte de los cuerpos.
El almicidio es una virtud que no tienen a su disposición.)
Se despierta,
comatoso, medio ido, aspersido
con el maná de un sueño.
Entre los que le preguntan
cuánto tiempo ha pasado
desde que ha mirado
mano mía moverse así,
moverse de esta manera
peculiar. ¿Y yo los miro?
No respondo. Hondo,
en el matema que esconden los sarcófagos,
momias. Bajo vendas -velo del cuerpo-,
en blancas nubes. Niego.
Nada de eso fue dicho.
¿Cuánto tiempo ha pasado
desde que ha mirado
boca mía moverse así,
moverse sobre estos signos
en particular?
Pezca para el almuerzo del domingo
Y conjura,
así,
el sufrimiento.
¿Necesario?
Necesario.
¿Miento?
Pruebe feliz pasear el hado
y no haber alguien más
y pruebe celda,
soledad.
Probabilidad
Conociendo los ciclos de la manía -arriba, alto, cual águila en tierra extraña,
buscando las arañas; indiferencia, luego, ciencia de habitarse mientras cantan;
y al fin, cual si fuera epifanía, el traducirse de la sangre,
y el contemplar de los puñales puestos
en manos amigas, en manos queridas, en manos de amadas,
de amada y amable-,
prepárese, usted de voz suave,
para el grito del cuerpo y la muerte lenta,
lenta
como un suspiro en el viento,
llevándose sus restos a la tumba marina
-agua,
algas, quien
haga
agua, algas, trampas,
quien nos pesque
y nos imbuya en vergüenza
para que el fuego blanco
reminezca; ¿pereza?, más bien,
certeza
-parcial, por supuesto;
ritual, como
cabezas en lanzas,
muñecas con clavos,
cruces, muecas-;
risas nuestras,
esclavos:
suyos somos.
Puerta §
Habiendo
luces blancas,
luces negras
(flores -rosas-
blancas,
flores -rosas-
negras),
¿cuál ha de dar
qué
sobre qué variación
de sí?
Habiendo luz
desplegada
-color, razón, símbolo cuyo código cargan los ojos,
cargan ojos suyos-,
¿cuál ha de dar,
silenciosa,
razón, circunstancia oportuna
y efecto liberador?
Digo,
siendo efecto suyo
en la distancia
misma una,
misma luz una.
Carga s/ Peso(ℝ)
la ventana
ya no muestra un fantasma la ventana
ya no muestra una sombra la persiana
carga tu silueta
muertos nuestros
carga tu silueta
Fin: 1167
before,
aeons where none was begotten,
we forgot.
yet,
as a river,
senses climbed numbed minds.
Motorola 25g.
Xp
Motorola 100g.
3.6Xp
Alprarispetereré
2 lucas
y pico.
Caipirinha.
Himno (humo en derredor)
Piernera
Ahora bien, cuando la cordura se mantiene enlazando los astros -cuyo cuerpo es una
esfera- y dándoles lucinaciones -praderas, montes, selvas, calles, calles todas y el
viento artificial-, he que luminarias nos cursan y nadie nos espera. Tras su sí,
generalmente, un abismo, un atisbo se revela sensato y los garabatos nos enredan las
cuerdas. Por lo que, marioneta de nuestro nuestro, oscilamos ver y tierra, nada y
agua, éntrope que no tiene guía más que el sí sobre su sí que se parece a otro. Pero,
si es que pernocta cuando amanece y si es que despierta cuando la luna crece, ¿qué
razón hiciera suya sapiencia y nuestro todo error? Corazón, cruel, abismo infértil,
cuando tu llanto táctil se despliega sobre las pieles, y los rieles nos encuentran con el
cuello dispuesto a separarse, he que nos riegan las plantas manos nuestras, sin saber
qué hacemos mientras lo hacemos, he que permutamos el verde de las paredes y lo
trazamos luego sobre este lienzo. Configurando el ambiente, la habitación, el cuerpo,
he que perecemos. Eso es lo que se llama conjurarse hacia uno, sobrecargar la
frecuencia en autorruido (¿quién más que uno sabe qué lo hiere adonde duele?),
deshacer los fantasmas con silencio y ver sus cuerpos esconderse entre los entes,
tras sus noes, como quien del arca roe la madera con el fin de ahogarla en agua viva,
y hacerla suya, y sangre suya usar cual si fuera viva. Mas, sin saberlo, lo atestigua. De
negarlo, lo atestigua. Su sóla mención lo atestigua. Su sólo manar de un pensar lo
atestigua. Y su presencia, ambigua, como quien no tiene doble, como quien carga su
doble con la boca férrea, con la miel feérea que usa de saliva, no puede salir a darse
un nombre. Sería el fin.
Nadie, por supuesto. Quien la esfinge haya dispuesto de tal manera que, signos más,
signos menos, cuerpo nuestro cargue una marca, una dicción que lo anima y lo
percibe, una llama vital que, corrupta y alcanzada, molesta. ¿Qué otra fuente
necesitáramos además de esta? Vacía, no refleja nuestro, y así contentos estamos.
Nos mira, nos atestigua, en silencio. Y, cuando la alcanzan los terceros, nos llaman:
matan así la oniria.
Conjuro de calma
Después de esperar,
hora tras hora,
que vengan tus labios,
tus dedos, tus
celestes pensares
a llover encima,
no puedo contener
sagrado dogma
-sacar al cero de la mesa,
sacar al cero de la balanza,
¡huir en danzas!
Luz
que figura-
se a sí. Vaya,
puerta. Ríe,
paciente,
lo especta.
Huya:
recta cuerda
lo espera. Arde,
hiela, vuela.
Todo por usted.
Luz
que hierve
y hace hervir,
vaya. Cruce
lados sin haber,
desaparezca.
Si su cuerpo
no dicta,
nada encuentra.
Huya, hiele,
vuele. Sepa
arder. Arda
solo.
Considerando que los circuitos son limitados -en tanto cuerpos-, y que todas las
lecturas dejan registro, el teléfono está siempre abierto. Puede, entonces, haber dicho
ayer el mismo enunciado, sobre aquello que el recuerdo alza. Puede, hoy, decir otro,
incluso lo contrario. Incluso debe, al repetirse la dicción, decir lo contrario alguna vez.
Si no, ¿cómo habría de solucionarse la cuestión del revés?
Quien lo escribe ni siquiera sabe su nombre, mas, recuerda que tiene uno. Dícese
‘Sansonsol’, invocando un delirio. Falla. Sin embargo, una linda esquicia brota de
aquél nombre, ¿no es así? En realidad, no. Sin embargo, un lindo sufrir es preferible
antes que vacuidad silente, ¿no es así? En realidad, no. Esto debiera ser claro como
el hábito de confundirse.
Cero.
Cero.
Cero.
Cero.
Eje §
Respirá,
respirá profundamente.
No es la muerte, es
edén.
También puede ser hado.
Respirá,
cruzá
los ojos que te ocupan.
Nadie dentro suyo,
nadie nuestro.
Este decir de boca suya.
Enguya.
Ahora respirá.
Lenta, profundamente.
Es la muerte.
Los símbolos traducidos.
¿Ves el velo
sagrado?
Respirá.
Puñal final
Ne gli occhi,
in ombra d’Amore,
con tuo piacer, che mi sana
-che dove appare, more.
M’era la mente già ben tutta tolta.
¿La avenida
llevaba tu nombre?
¿Cargaba tu nombre
la avenida? Miré
tus pasos, tu nombre
asirse. Confundido,
cautivo, espontáneo,
caí en tu usurario
hábito. Te vi. Muerto,
desde entonces
-quizás un poco antes,
quizás un poco después-,
hablé. Sombra alguna
mi boca usó. ¿La miré?,
me pregunto ahora, ¿me usó
para dar a su rebeldía
apariencia sensible?
Los muebles, los tronos,
los reyes durmiendo,
los gatos, los perros,
por vez final despiertos,
viéronnos. Muerto,
frente a tu alegría
nada podía. Ciclabas,
ciclabas, tus ojos ardía.
Esmeraldas, coordenadas,
hadas, toda la manía
de liberarse. ¿Y quién transpira?
Yo, el que usurpa tu voz,
y la presta. ¿Esta
será la razón
por la que vuelven
dicciones desde el hado,
de memoria ajena?
De memoria viva,
responde tu pena. Mi vista,
mi plena desidia, mi
ceguera. Los soldados
convertidos en piedra,
sus espadas partidas.
¿Metamorfia? ¿Ilusión?
Pregúntele al que entierra
en esta oración.
Cantos de Medusas
De haber dicción, haber quien dice. De no haber presente en la consciencia más que
figuras aparentes, haberse diciente que siente. Si siente, duda -¿seré cautivo de un
sueño? Viola, así, las ataduras. Su razón permite que lo encuentren en falta. Y cuando
salta los escalones como un sapo, he que no pueden verlo suscitar espasmos. ¿Quién
grita, gratis, tras suyo? Uno del que huyo.
Tormento: Érase un delirio, una tarde delirando. Érase la creación. La sombra, uno, el
mismo tiempo, el mismo tipo. Su potencia en nuestro. Entonces, al abrirse un
pensamiento, un rayo -su estruendo-. Entonces, paranoia: ¿será precognición?,
¿efecto?, ¿despliegue de la culpa? Inundado, entonces, con el agua hasta la pera,
hacía el tren. Estrellas, parteras, anángeles que miraban con los ojos hechos fuego,
un celeste mío que paseaba cual corsario, toda la marioneta desvariando. Y, sin
embargo, he que algo conservo: tormentos, recuerdos de haber infierno por haber
efecto, de haber poder por haber infierno, de haber ceguera autoinducida, de haber
necesidad de tolerar. Pero eso era entonces, aquel del que participa esta figuración.
¿Miento? Por supuesto que miento, ¿quién hiciera, más que un dios, fortuito evento
efecto suyo? Fortunas, fortunas que llovían. Una cuna. Un artificio que llamamos
esfinge y que usamos para estar solos. Si no, ¡con qué dolo vendrían a buscarnos
atlantes, quietos, abismales perfumes de certeza y pirámides oscuras en la
mesopotamia inversa!
Gotas negras
en lucinio ajeno.
Y jamás,
jamás equilibrio.
‘bout to rain
Llovedor,
en derredor nuestro,
costas suyas, de restos suyos,
vestigios -la razón de sus castillos,
el olvido, el primitivo
llanto materno-,
nos encuentra. Tus signos,
llovedor, tus
estandartes, con gloria arcana,
la frente alta y la estampa
en el pecho,
y estampan en su pecho una bala.
Un crimen
Nunca vernos.
Ojos frente a ojos
hicieran de nosotros
haber muerte.
¡Nunca frente
escalones de lo nuestro!
Muestro, si estimo
haber muerte
posible. No la hay.
¿De qué preocupar?
Reencuentro de los varios, según vario
Sin embargo,
la certeza
de que muertos nos escuchan
-niños
desconsolados, niños
atados a la voz de una terrible dueña,
y a su psicotecnia-
no termina,
no termina. Inocentes,
desesperan.
en su delusión perversa
maestra
que entrega a su hija a persistir.
¿No la ve resistir?
¿Cómo hará el ascenso
si su pienso
la sostiene viva?
¿Sus ecos no resonarán,
y la harán a un costado los vigilantes,
los silenciantes
ángeles terribles que supuran
voz suya
por no saber negarla?
Seducido
por mano conocida
hace tanto,
canto. Pierdo,
así la memoria,
y la desarmo,
e inanezco.
El problema,
señor,
no es la sentencia.
La próxima vez
trácese un sendero
y tire las colillas
en la calle aledaña.
Que piensen,
crean, sientan
que pasean misma calle,
mientras especta
entre el follaje.
¡Llueve!
¡Desde la azotea llueve!,
grita uno,
asesorado.
Estandarizados,
dos pescados
creen ser del agua y que el agua
nada. ¿Se derrama
curso suyo
sobre todo el óceano,
todo el mar,
todo charco que ha quedado
tras diluviar?
De los peces pasearnos habría volar.
Cantos de Medusas
Transición a la piedra
Cuerpo,
se pusieron sobre tuyo,
te encerraron.
Aquellas pupilas hendidas sobre tu voz
nerviosa, aquellas
hiedras que cuelgan de los hombros,
nunca vistas, nos persiguen.
Cruza su boca,
nos mira y cruza. ¡Qué risa!
Si viera que
pisa cabezas mías y las hace ahogarse,
si viera que nace
homúnculo a mi costado con su mirarme,
no hubiera nacido amante
sobre mí. ¡Qué pétrea
tu cordura! ¡Qué ígnea
la voz canina
que nos envuelve de muertos y entrecortados!
Cual si fuera un colador,
cae
en derredor sudor dorado. ¡Años!
Sin embargo, cuando tu cuerpo cruza a mi costado,
ya no soy dueño
de mis espasmos,
ya no soy dueño de mis pasos.
Así,
de darte muerte,
llevarte al olvido y traerte de vuelta,
me vas asando.
A la ceniza se la lleva el viento,
y el hedor un recuerdo
trae. También los sueños,
eternos sueños
que nos han hilado.
Mas, así me ves,
encurdado. Así me ves,
me voy
al hado. Y de reírnos
nos abrasamos. ¿Qué tanto
hubiésemos mentido de habernos querido tanto?
Flores violetas en derredor,
hierbas envueltas
bajo la mano tibia de la noche.
En la costanera pacemos encontrados.
El agua está justo al lado.
Así,
de darme muerte,
la piel se hace playa.
De darme muerte y usarme y de hacerme un lado.
Cantos de Medusas
Desierto hecho
-su cuerpo era tan grande-,
agachó la cabeza
y sopló hacia el norte
y he que misma natura había,
y sopló hacia el sur
y he que misma natura había,
y todo lo que creía saber sobre el espacio
se deshizo,
y la distancia encontró su fin.
Rodeado de hielo,
¿qué absurda playa
era aquella?, ¿qué
distante placer la sumergiera?
Atlantes habían muerto,
incapaces de tolerar la catatonia.
Antes, ¿quién sabe cuándo?
¡Antes! Y bacantes
todavía cantan los artilugios
que tejieron en el agua,
y cuando llueve todos bailan.
Remedios §
Fortuitamente, números
como estrellas laceradas
se encuentran
y nos miran desde arriba,
nos enciman sobre un bajo
y el entrepiso nos parece una vergüenza.
Mas, qué paciencia
la suya, ¿no? Cual si fuese una ablución,
arder,
arder en la canción. Y si pánico
lo augura y urde su sí
antes de que llegue nadie,
puede que lo encuentre paseando canción antigua.
Umbral §
Y sin embargo,
parece no haber leído todavía del fuego.
Parece todavía no haber leído sobre su vacuidad.
¿Dignidad? ¿Confesiones?
Eso déjelo a los redentores,
a los que animan con sus canciones.
A nosotros, muertos,
déjenos vagar.
Y sin embargo,
aunque el suelo empareje,
y hágame decir su sí lo que niego de mi boca salir
-haber efectos, verá, precauciones-,
no por ello voy a dejar de cantar canciones
que recuerden una mentira
bautismal. ¿Será necesario
habernos hecho daño
para iniciarnos en amar? ¡Por supuesto!
Mas, miento.
Método
Cosmógones de nuestro,
cosmógones de mí,
silencio.
Himno (humo en derredor)
Totalmente seducido,
totalmente arrobado,
incautado por la suspicacia de la asesina,
Volvimos,
sobre tuyo distrajimos
hadas hastiadas de tanta vanagloria,
hadas transitando una edad de sombras,
y sólo dejamos a aquellas
que fueran bellas
por razones estratégicas
-sin estímulo,
sin disimulo,
¿qué otra alternativa habría
más que decir
verdad, sola verdad,
aunque sea silencio?
Entre las que se tejían el follaje
en la piel, había
varia que sabía decir miel
que a nuestra boca extasiara.
No supimos verla entre las nubes,
sola y despareja,
y la dejamos suceder como si piezas
sobre piezas
fueran haciendo razón alguna,
y natura alguna,
de compasión inaprendida,
hiciérala frente tuyo y la dejara ir
-¿para qué quisiera
que su boca dijera
lo a que a vos te anima?, ¿para qué
quisieras
que sus manos dibujaran
sobre tu piel mandalas?, ¿para animalarte
y llamarte a persistir
sobre un cuerpo inocente?,
¿para que los sapientes
tengan recipiente
en que nacer?
Entre las que corrían despavoridas,
llevadas por la lluvia o por la vida,
había varia que luchó en silencio.
Se nos ha ido,
está acá en junto nuestro,
y sus manos nos llevan
de acá para allá,
de acá para allá. ¿Quisiera
preguntarle qué bestia
hiciérala suya y con esto
hiciérala irse? ¡Triste
destino abrirse
la puerta y dejarse atrapar!
¿Quién no supiera que un disfraz
cargan almas extrañas,
cuando miran con inocencia
y sus dedos bailan lentos
disimulando la estrategia?
¡Quién no viera que son trampas
cuyo augurio alza
cuerpo nuestro en un patíbulo!
¿Así lo quiere? Como
guste, la traemos,
la dejamos
llevarlo por el desespero,
hacerse a sí tras agujeros
que bocas vivas han de ponerle en la cabeza.
No se olvide que ha vuelto al cuerpo.
De la tierra a tu mesa,
artesana,
de la tierra a tu casa.
Lleva, así,
tierra a todas partes,
y la llama con su nombre.
Se sabe engañada,
seducida,
manipulada por dicciones
ajenas, por instrumentos
del ingenio. ¡Qué pena!
¡Hubiéranse hecho uno con sangres oportunas!
Y ahora es tarde.
Pero
la fuerza sapiente,
si siente,
termina acorazada.
Corazonada,
por supuesto,
razón del cuerpo conservatorio.
¿Quien quisiera habitar
casa coriácea,
quién quisiera cazar
su sí tras los noes,
necesariamente interminables noes
que silban
llamándonos a atender
razón de su presencia?
Pasto §
Cuando a revertirse el ciclo se niega, se revierte. Acusado por dos (inglés, voz y
polivoz –consonancia-): la metamorfia -su lengua confundida en consecuencia. Babel
otra vez.
Erial §
¿Sea natura?
Sea.
confiarse a su silencio.
¿Eh?
nada.
Mas,
¿es necesario?
Es necesario.
Ciudades
perdidas, ¡ciudades
enteras perdidas!
Paisaje de única vez,
vez más. ¿Qué fiera
habrá tras
guerra última?
Insana cordura,
¿qué más? ¿Miento?
¿No ves
ciudades enteras perdidas
allá? ¿Ellas
no se dan a
alzar? Acá
nada, sola nada.
Conjurar un revés,
llamarse anzuelo.
Cantos de Medusas
Ciclar
Éxodo.
Sobre las piedras
no podemos
caer. Tenemos que
volver
sobre aquel
que ha dado su cuerpo a armarse.
¿Veíaslo vacío,
aislado,
dormido? Asilado,
en bajada,
caía. De repente,
arriba,
también había
suyo nuestro.
Porque
pieles nuestras y atravesadas
es así
es así como nací
Mas si ha de sernos
ajeno decir nuestro
Ver la cara de los nocturnos cuando un arma en la mano los lleva hasta sano
retiro,
espiritual retiro.
Silencio.
Ver la cara de los muertos cuando abren los ojos y todavía hay.
porciento
De haberse callado,
vez de más,
vez de menos,
vez siquiera.
nosinosí
Apadrinándose
ante sí,
he que
se dice
así: a-
pedrear,
sacar las piedras de sí
hacia no que quién sea
quién sea ese no si no sí.
Prólogo
Simular cantar,
en este, simular
hablar, y tras
sí un haber
de más, siempre
de más. Mas,
¿es así? ¿Es
así como nací?
Perdí. Revés
me ve, el
disfraz
ya no es.
Triste, asiente,
baja la frente.
Prende,
o pretende,
luz una.
¿Suya? ¿Cuya
lis
{agencia}
Catatón, de moverse
en su pensarse,
¿qué fuera este
reminiscerse
idiota, por novena vez?
¿Será revés
de efecto alguno? Anzuelo,
huelo, y sin embargo,
sin disimulo,
me entrego a sentencia viva.
Su voz,
cautiva de voz mía,
trepa. ¿Magia?
¿Psicolascivia?
Iniciación.
pisis
Trepana,
se afana
las piezas. Encuentra,
eunuco que no se sabe sí,
vergüenza. ¿Será revés esta secuencia
y el aducir revés sobre suyo
un artificio
que inicia el nudo y su sinfín?
¿Será prescindir
de todo vivir
hacerse así?
3%
Por ello,
¡lucine! ¡Lucine!
Álcese mudo al lienzo,
ponga su pienso
sobre el espacio
como si fuera un garabato
cuyo arrebato
fuera a llevarse sombra hambrienta
en cuerpo muerto
-miento, sabemos,
todo cuerpo vivo,
mas, ¿no parece,
realmente no parece
muerto?
Contemplador,
ama
hospedarse en una selva
y encontrar voces extrañas.
Contemplador,
daña
cuando verbo suyo iza
maneras extrañas.
Desplazamiento sobre el eje vertical
Éxtasis,
errar sempiterno tras suyo.
Tenía azul
la piel. Tenía
maneras de mirar
-ojo vuelto en sí,
con un detrás;
ojo tras nuestro,
con nuestro suyo.
Tenía, también,
azul el cuerpo.
Bajo su manto
hueco, he que
llovía. Tenía
ojos que miraban
vez de nuevo,
vez de más,
jamás menos
que lo que hiciera
hacer hablar.
Tenía voz,
parecía tenerla.
Tenía sombras ágiles.
Rima, o el medio para contraer
Y he,
en vértigo,
en confusión,
lamió
labios ¿suyos, ajenos?
-¿cómo saber?-,
y desvarió.
¿Cuál?
Se acerca.
Lo ves venir.
Viene
de lis,
como en la escuela,
con la lengua
viva.
Se acerca.
El delirio se posa
sobre Posadas.
Nada pasa.
Himno (humo en derredor)
Eternista,
abriste la pista y
aviones con bombas, pasajeros,
bombos, platillos,
abluciones, distorsiones,
sed de anillos, de cadenas,
de condena, de
libertad muerta,
por vez final libertad muerta
-¿quién no quisiera simular,
perfomar,
actuarse cual si se fuera
signo, dicción, aroma?,
¿quién pudiera transformar
tres adornos
en un vórtice cuyo norte
no oriente?; vea,
piense que no marea,
lo cual es terrible;
¡cuanto menos tendría que llevárselo del cuerpo
y no devolverlo jamás!
Volver, ver, recordar
Pero
predijo que
qué
hiciérase agua
y nadar,
y he que no hubo
y se hizo silencio.
Cuerde
A la distancia,
desde semejante distancia,
la habitación
parece llenarse de humo,
y nada es claro, lo suficiente claro
como para que
dicción augure y cuerde
habiéndose otra vez tras de sí.
Cuerda,
sí, una,
luna,
cuerda única de la que escapan
todas las repeticiones.
¿Augur, vergel,
laguna?
Pugna
por libreto o libertad,
escapar en confusiones
hacia rincones
en que anacoretas
urden,
con los labios urden
dicciones que aprietan,
cuerdan
y han de sonar.
{cadencia}
¡Risa maníaca!
¡Placer de
huir tras los noes como si fueran arcas
pasos suyos, y todos los yuyos
hiciérannos alzarnos sobre la superficie y andar!
¿Tierra? ¡Mar!
Haber que nadar y siempre haber nadado.
Paciente,
con los labios sapientes,
con la mentira en la espalda
y la cara
performando variaciones de su alma,
todo había sido
garabato. Entre tanto,
paseaba con los gatos,
hacíame lavar el cuerpo.
No era sensato, por supuesto.
Apariencia
de otra esencia
nos había tomado,
y habíamos tomado tanto
que de la curda consistían garabatos,
jeroglíficos, criptolimbos,
ergonomía. En la calma
de quien no pasea sus efectos
hasta que cesan
como la muerte de un viento,
paseaba. Tu boca,
tantas bocas,
tantas almas. Tu idioma
extraño para mí,
suicidado en sus dicciones.
¿Traidores? Por supuesto.
Deludidos, también.
Mas, ¿habré interrumpido el curso
meditabundo
del cuerpo a su haberle dado mundo?
Jamás, o, cuanto más, cosquilla de una duda.
Perdón si mi cuerpo tropieza
con tu cuerpo, si mi paso
tras paso disuadirme
de no haber
me lleva sobre boca tuya
a escuchar llanto de esteta
-una,
sola,
pareja de su no,
habiéndose en sus piezas.
Tratamiento de aislación
Observadores, miradores
Hacerse perder
Sin embargo,
validado por método alguno,
he que el observador,
Liviana,
y con el cuerpo mordido,
se pregunta si la han herido o la han curado.
Es así que se da su razón a bailar
-la risa ocultando un llanto,
el llanto fraguando una risa;
en el espejo dos líneas, ¡y la euforia,
la vanagloria
de saberse desnudar,
desnudante y anudada!
Porque, aunque
marañas extrañas nos cuenten
razones que curvan
sapientes,
cuero de boca que yace sobre nuestro,
he,
he que no podría,
dudaría, me ardería
la espalda,
sabría decirte
no, vez de más,
vez de menos,
jamás exacta y meditada
-tanto
que al sonar el estruendo de la o
apagada, al sonar
el gesto de consuelo,
no habría más suelo en que pisar,
toda la melancolía se hiciera farsa.
Trepar por donde haya
Creemos hacer
nosotros -más de uno-
breve el eco.
La única estrella
arriba
maculada.
Extraños se miran,
se saben
circustanciados por una luna
sencilla y difusa
tras las nubes
moradas.
La corona
de siervos y santos
copula e idea
espinas doctrinarias
necesarias
para el correcto desesperar.
Miran
salvados y salvajes
abrirse debajo el mar.
Salvajes nosotros.
Salvados aquellos nosotros.
Nadie, dice uno.
Hay que nadar.
Soliloquio del hipóstata, o Arrepentimiento
Elogio tu ilusión
que tanto cuerpo abarca
puesto que de esta comarca
nacerá una nación.
va a hacerse a su respecto.
Mas, viera,
si no sólo fuera
por el sangriento aspecto,
la memoria no deshonra
la presencia
de su apariencia
memorial y de eterna sombra.
Mas, si un recuerdo
habita su noema,
suyos todavía efectos cual fonemas
que supura cuerdo
al pasear en su nostalgia.
Y sus efectos trazar efectos,
y persistir, imperfectos,
eternamente. Neuralgia,
entendemos, realizarse.
Saberse permutante
activo de quienes antes
vinieron a trazarse.
al caer al agua.
Se levanta la humareda,
la vereda
por el peso de la fragua.
Un último engaño
antes de hacernos daño.
Un último
yacer tras la hendidura,
mediando las naturas
con éteres y mandalas.
La memoria,
sin embargo,
los condena.
Cadenas, eternas cadenas.
Cuando,
al terminarse una hoja,
decidís
consistir sobre el árbol eterno,
sobre su corteza vana,
y sobre la injusta caravana
del alma en su circuito,
consistir
en números
Termas en psicodel.
Presencias.
fotos en la pared.
psicodel?
Edad
Matarme en vos.
Que tus dicciones
no se plieguen
del charco vano
que tras tus manos
quedó. Matarme,
vez más, vez menos,
en vos. Que un recuerdo
tenue
no atraviese tantas bocas
para llegar a decirme
lo mismo otra vez.
Función histérica,
de risa cadavérica
han vuéltose
otra vez, nueva vez
insomnio de almas
bellas, llenas,
cuyas bocas mastican
y mastican
carne nuestra. Cual
si no fuera a arder
la boca serena
en una sentencia
que lo mío en su yo
dé a nacer.
Prólogo
Justo cuando
ido,
entre el follaje de la casa,
apenas viéndola,
apenas percibiendo su contorno,
traje del horno
signos cuya órbita es una incógnita,
y el cielo
sedujo a las bacantes,
y el éxtasis trajo a sus cuerpos cuerdas
y he que ya no estaba
en mí,
en mi decir,
ni en mi envoltura,
preservado por sus ojos, ataduras,
mientras
locura alguna verberaba
cuerpo alguno,
cuerpo expuesto,
trayendo cada verbo
que alcance a lucinar su nadar,
mero nadar,
mero pasear agua.
Justo cuando
ido,
en ese preciso instante
salte.
Pequeños peces
Como un puñal,
como un
terrible estanque
lleno de
pequeños peces,
y nuestra razón de haber su agua.
Como una bacante
bailando,
diciendo cante
mientras ando
pequeños peces,
pequeños peces suyos en el trance.
Redciclar
Va la voz muerta
sobre nuestra,
sobre nuestra.
Va la voz parida
sobre herida
parecida.
Y mientras la esperanza
en los signos yazca
trepida, anida
recitárale la clave
-aves
sobre el parasol,
sobre el telgopor.
Peces distraídos,
y un piso.
¿Besos
al entrar,
al salir?
dame muerte
-voz que hubo,
un cubo
transustancia, y he la suerte.
Luminarias
pepi