Está en la página 1de 206

Este obra está bajo una licencia de Creative

Commons Reconocimiento 4.0 Internacional.


Glitter

Pequeña calma, entre los agasajados


encontraron una espuma
extraña, supurada por boca que labiarnos
supo, e intentó, para luego olvidar. Ahora que no caen
signos sobre nosotros, ahora que canos
esperamos alboroto del pequeño estero que yace entre los suelos,
del pequeño astro que cursa y enferma un cuerpo mortal,
¿quién ha de entregarnos las llaves de la casa que dejamos?

Llevaría tantas caras, de ser necesario,


de ser posible. Y entre los que no miramos más
que artimañas que hacen llover, y cuya agua nos enjuaga
con el glitter lucinado -y la piedra entre los ojos
todavía muerte, para siempre muerte,
para siempre no haber nacido. ¿Llegará cual artificio
la tijera que nos suelte de las enredaderas,
artífice alguno de ingenio que cuerdas han perdido tras su vuelta?

El cielo parecía innecesario, ¿no es así? Incluso usurario


-el precio era dos vidas, la nuestra, voz y uno que alzan una empresa
de suma cero (¿cómo, si no, harían de los ojos
antojo de atravesar el cerrojo o el averno del piadoso?)-.
Pero no nos parecía mucho, considerando que
haber o no haber, en su doble que encuentro, mero pasear
los bares en busca de curda que atienda nuestra necesidad
-pasear, albear, entre la multitud
encontrar una cara a la que ponerle los signos y esperar que no sea cara
condena de trazar en el éter designios y correr para que, catatones,
véanme hacer distancia, disolver la fragancia blanca de los jazmines,
y errar sobre los fines para torcer sus esmeraldas.

Pero, créanme, he que hay un testigo y su nombre es nuestro.


He que nos hace dos, y nos lleva a ciertos, y nos redime del haber estado.
Mas, cuando corsarios nos estiman dignos, y con las manos escaldadas
trazan la sangre sobre nuestra ventana, y las palabras,
sus palabras,
entonces recién podemos hablar de dejarnos cursar y en revés mirar
lo que el teléfono que abrimos sobre el lienzo nos da, nos devuelve,
nos invita a repentir
-seamos asesinos cuya ignorancia trae sufrir, seamos
dos contra Torrealba, en residuos dispersos, escondidos tras el follaje,
como si follaje fuéramos, como si pudiéramos dispersar.

Por eso, sobre el escenario, y congratulados,


y entongados con un cuerpo que se anima a hablar,
no tendríamos que esperar que urja
razón alguna a perseguirnos -¿qué violencia no sería la nuestra
de hacernos no estar
para siempre, sin retorno y sin espejos?;
que se escuchen en el nuestro y seamos dos, incluso tres,
incluso cero, mas, nunca uno,
¡nunca uno en desespero!

Los rayos habrían de encontrarnos con monedas en vez de ojos


y saberse pagada su voluntad, y aliviada su necesidad
-comprobar, aprisionarse dentro nuestro y verberarnos su verdad
entre los ojos vírgenes de luz matinal,
como si la noche fuera a sufrirnos más de lo que fuera necesario
(recordemos: suma cero: haber desespero,
no siendo,
haber jolgorio, no siendo,
no haber innominado, siendo).

Las escaleras azules.


Llegamos.
Entramos en la sala a esperar que suene nuestro nombre
en los parlantes,
o en la voz de quien sirve.

[…] a nuestro costado […]

Dice.

[…] y como si fuese manantial un hado […]

Y empezamos a afilar las espadas y contemplamos corazón del vario,


y lo sabemos suicidado en su filo cuando dice

Son artilugios con que se disfraza de paciencia.

Y los seniles nos saludan -son nosotros-, y también los cuerdos


cuya ausencia nos anestesia, y también el delírico
sentado en su trono cínico
llevándose la miel del hado.

Entonces, anestesiados
por la fiebre tenue de las voces sacras, de la piel
ambarina, de las perlas de un samaddhi hipersticiado,
volvemos a encontrarnos selva adentro,
con el barro liberando a la nariz de su natura,
y empezamos a preguntarnos si será cierto.

Puede que, una vez despiertos, olvidemos vez nueva,


y todo se repita a sí mismo en varios lugares.
La pantalla,
llena de caracteres extraños y formas que pueden hacernos daños,
nos enseña un silogismo

[…] de haber piedras,


testigos […]

y así aprendemos a escapar de los efectos.


Al menos así parece,
y de parecerse, se abastece
de sí sobre sí como un cero
que permanece. Es tan tarde, casi es jueves, casi años
han pasado y es que
miel tuya que no encuentro,
sólo llantos, gritos, designios que gambetear,
sólo formas de materiarse la esperanza.

¿Y quién danza tras nombres nuestros


haciendo uno? ¿Quién, en brutal flagrancia,
nos empuja a mismo abismo y nos llama
con nombres
que han heredado signos de cimiento,
pavimento
hacia donde no hay memoria
y todo sentir es un miento?

Viento, la memoria, la memoria.


¿Cuánta falta nos hará cuando nos vayamos
a pervivir en ciudades que no llevan efectos nuestros
sobre sí,
cuyas paredes no han sido pintadas de efectos nuestros
sobre sí?
Memoria, puede que no sea pasado, puede que no,
y negados en ornamentos
paseemos el mar, el limbo, todos sus tormentos
-¡absolutamente todos!, ¡no sea que crean luego
haber mentido y haber herido
de ignorancia disfrazada en elocuente
cimiento!

¡Pergaminos! ¡Tesoros!
¡Textos!

Mas, de haberse encontrado una vez más,


de haberse visto en su decir y haberse
encontrado una vez más, de haberse
visto su ver y haberse encontrado
vez más, de haber,
¿qué razón iría a movernos de este mismo lugar
cuyos signos nos persiguen por la tierra,
cuyo hedor mana todo territorio?

¡Textos tesoro!
¡Cuerpos
detrás nuestro!
Prólogo

Al cerrar los ojos,


acostarse
sin tener cuerpo alguno,
cuerpo uno
que lo niegue,
la forma tenue de sus besares
se dio a las formas que luces auguran,
y luego una hiedra,
o una rosa, no recuerdo,
abrió la ventana
y no supimos contener al viento de cerrarla.

Pero, después de verla


tras el niño,
de verla tras la sombra,
clara como el río frente suyo,
he que Diana abrió los ojos:
y la muerte nos encontró al instante.

¿Quién no fuera a hacerse


sobre suyo? Nos preguntó,
¿quién diría que aquel,
que camina la tierra y sabe su nombre,
no fuera a vendarnos
supurando su pasión vital? Feérea,
abrió las piernas,
sus ojos de medusa clara hicieron través nuestro,
y encontramos una voz entre los ruidos.
¿Parecidas? ¿Símiles en sus signos y en sus estigmas?
¡Por supuesto! ¿Quién fuera a decir que nuestro
es esperarse entre la misma
vanagloria que no se persigna
ante la una y misma,
ante la sana y prisma?

Claro, podríamos recordarla,


y su eco arder en el anfiteatro como un susurro.
Confundidos, iríamos a buscar al oído.
¿Qué otra esperanza tendríamos de haber allí
más de lo que ya habita
mente muerta que palpita
su saberse en fin?

De haber muerto, no haber muerte.


¡Por supuesto! ¡Por supuesto!
¿Qué otro encanto nos volvería
adictos al simoneo? ¿Seducires de guirnaldas? Razón de cuento.
¿Gloria de persistir cual himno? Circunstancia del cuerpo.
Violetas dentro nuestro,
indescifrables,
llueven. Todavía es jueves,
todavía es santo el día y el medir los ciclos
insensatamente.
Hum Hin

Solos, el homúnculo y yo
-que, confieso, puede ser un vicio de la memoria-,
intentamos matarnos. Él, con su clareo,
yo con matemas y artificios.
Decretado el armisticio,
he que confluimos en canciones.
Y el espejo se da vuelta para mostrarnos un hombre.
Por supuesto, estaba vacío
-¿qué otra natura suya habría?-. Sin embargo,
al mirarse de costado,
en su doble que lo hiende, y le hace heder
y traspirar toxiconoia,
se arrima en paradoja la pregunta:

siendo en uno,
¿doble mío es, espectro que circula?,
¿doble suyo soy, cual cuerpo que inocula?

Los algárabes, entendiendo la razón y el desvarío,


se acercan al río. Hace calor, por supuesto,
es verano. Las misiones se vuelven del infierno,
habiendo ahora confort,
apostasía,
placeres vacuos. Pero, de saberlo, he que su rezo,
cual humo que se lleva voz de vientos,
se disipa en acepciones.
Puede que haga así llover canciones
-con los ojos cerrados,
acostado,
verbórrea que nada el doble,
siendo nuestro uno u otro y jamás ambos;
a excepción de haber el mambo
y la danza crepuscular;
la noche entiende, participa,
sobre uno se precipita y planea
orificios nuestros, justo sobre la base del cráneo, como una brisa
fresca, taciturna,
habiendo fuego en todas las lenguas y en todas las duchas.
Nada sobre sí

Tras los astros


-entiéndase de astros, astralidad,
arcano creer estrellas de éter hechas
habiendo persistido el éter luego de estrellas de materia hechas,
entiéndanse astros ficcionados por los ceros-,
pronoia, paranaica pronoia.

Artífices, hipersticiantes, unos,


de uno, unos,
dispersa así la variedad.
Tras la variedad,
semejanza de presencia inobjetable
-percibida, entonces, inevitable.
Habiéndose puesto uno sobre aquello que el ojo mira,
habiendo unos tras lo único que el ojo mira,
haber ceroicas criaturas de natura divina.
Quizás sea irrelevante volver a repetirlo,
pero de divino placer también cautivas,
y, seducidos por haber cuerpo, todavía nos espiritúan entre los soldados.

Mas, es bien sabido, ennoico,


imagen que el ojo ve es que ve espíritu naciendo,
ojo que ve su nacer ve ojos sobre sí y a su sí haciendo.
¿Cuánta jaula de la forma nos encuentra en las presencias?

Aprendiz yo, y redes


peces pescan. Aprendiz suyo,
binario permutado en directrices.
Aprendiz suyo, y, de actriz,
servidores. Sustancia de bacante
entre nuestro. ¡Sustancie
el ritual! ¡Dance!
Nosotros tuvimos un tren de extraños pasajeros,
con máscaras, anzuelos,
escondiendo tras abuelos
la multitud de heredares que nazcan
en tierras anidentitarias.
¿Cielos? ¿Abrahámicos infiernos?
¡Por supuesto que no!
Innominado vórtice tras la nada,
cuyas palabras nos dan muerte en la filiación eterna.
Así sólo nuestro podemos decir de nosotros.
Sufrir de Teresa

Maniatado, con los brazos cruzados, cual momia que fuera


a hacerse a sí con su cuerpo sí en el través de la era,
he que se espera.

Espejos, tropiezos, andarse de cuencos y andares alternos.


Mientras pasean las ciudades, sin piedad, con el juicio atento,
he que se separa.

Roncando, con el sueño vivo, con el árbol magno de cenizas hecho


en su lecho, con la mirada puesta en el patíbulo y sus espectadores,
he que su pereza

anima a permutar

physis, y filial curvatura aprehende su natura. Está satisfecho,


parece deshecho, y a veces putea. Sin embargo, de la marea enriarse
he que su áspera

piel, infortunio

{reza}
Supuestos

Cristos en el barrio. Luces navideñas, sal de dueña, piel añeja.


Parejas de herejes en el campo y olvidando el nacer de la estrella.
Belén la señala, le apunta con su huella sobre el verde y el rojo
y esperar mirar tras sus ojos cristos en su espalda. Incluso aunque no quiera.
Babel se despeja y, atraídos los nombres hacia uno, que reflejan
cuerpos cuyo nudo se desnuda entre los estruendos y el final abierto,
entre el doblez adrede y el casual encuentro. ¿Acaso usted no iba desparejo,
roto, ciego, inocente de su efecto? ¿Acaso usted no había puesto sobre sí
sábanas de cielo y anzuelos con que alzar sacrificio inaugural de lengua y fuego?
Qué pecado el elocuente gesticula, y qué inocencia la nuestra en desvariar.
¿Quién podría juzgar haber río y resonancia y espejos de narcisos entre sus paridos
falsos augures, esquizotecnias? Ah, de haber risa -segura y brillante, la hay-,
he que doble y con el cuerpo palábreo que el teléfono urde en la distancia,
una sombra me dice tu nombre. Me dice, me repite tu nombre, y lo refiere mío,
lo refiere estrellarse contra un vidrio y sangrar en cura.
Viola así los límites.
Y el castigo, eterno castigo, haber efectos.
Por supuesto.
Comentario:

 Nadie mentía y tenía razón. Cual nadie, no siendo, en realidad siendo. Y este
nadie atraviesa todas las bocas: éntropes, cófrades, jerarquías del eje vertical.
Mas, del eje horizontal absuelto. El tiempo es un amuleto que se cuelga de
ornamento.
 Agua caía en derredor güembé axiomas. Cual voz una, en un verde blanquecido
por la luz de una mañana, sentenciando sobre aquel. Y aquel dice: pregonados,
etc. Cual si el eje vertical fuera, y valores tomara.
 Agua que resuena sobre.

Comentario: Apoc. 6:17

Desde que la tierra se hizo nombre y habitó una memoria,

desde que los años se hicieron daño y haber sus ciclos fue haber morir,

desde que ciclos revelaron

perpetua,
perpetua paz mortal.

Desde entonces,

¿qué estallido
fuera el relincho
del cero en su sí?,

¿qué manicomia
el noema, y atara,
y atara?

Desde que el viento artificial nos es susurrado.

Aclaración

Adistanciado. Lo cual no implica negar el espacio. Curso de uno cursa su sí, sea éste
uno o cero.

 De ser cero: ¿quién sabrá? -lo que abre la especulación y llueven sentencias.
 De ser uno: silencio: da su sí, da su no.

Adistanciado. Recuerdo siendo, y demon, y hado. El espacio una memoria.


Comentario:

El caos de otra mente nos espera. Anunciándose, uno y vario, metempsiquear -haber
metempsiqueado-. Ahora bien, luego de cuerpo sobre cuerpo volver sobre sí, ¿su sí
persistirá tras su cuerpo incluso siendo ahora sí?, ¿la permutación de los efectos -
indescifrable, por supuesto- trae a sí sobre sí, revelando dos y vario, haciendo al uno
en vario efecto sobre varios cuerpos? De ser así, entonces, al metempsiquear la
cofradía, ¿todos los cuerpos pasados se abren del no hacia un sí ahora? La transición,
entonces, sería pura ausencia -de allí las dos monedas, y el leteo necesario, puesto
que qué cuerpo toleraría multilocalidad traída a la presencia del ojo.
Paranaico

Por supuesto, héroe quien lee,


dispuesto por la multilocada dicción,
apresto a aferrarse a una ilusión.
Por supuesto, quien acaba
es que lee. No es que vengan
unos a darnos razón, intemperie, culpa,
vespertirse encontrando la noche y su abrigo,
atardecer desafinado. Nosotros, al hado condenados,
pacemos absueltos. Nos miran
quietos que sin ojos ponen ojos sobre el lienzo,
ojos que sin cuerpo se hacen sobre el lienzo,
y todo el alucinio y un haz de luz que atraviesa la distancia.

Puede que, con flagrancia, haga yo,


mi uno, mi vario, mi enfermo corsario,
de aquél resplandor un designio.
Puede que lo alce hacia el bautismo del destino, y no pueda
menos que llorar,
no pueda menos que llorar.
¿Acaso el habernos sido dada
montaña cuyos símbolos han repetido antes nuestro aspersidos
profetas precognitivos que veían asirse las sentencias
a los pacientes que dudan del juicio y lo trepidan en anestesias,
santas anestesias nuestras, daños, alcancías, deuda
que designia todo nuestro habernos cual efectos sobre otro?

Tendrían que, eternos percibidos, hacer silencio.


¿No es así? Si sentencio, debieran dejarme decir y arder través
de mi dicción en un remedo. Luces viajan, estrellas nimias,
sal que la vendimia de un lucinante permuta sobre el vado,
y toda la pequeña agua que apenas moja los pies
nos entibia y encontrados
padecemos la servidumbre de haberse bajo pies.

Puede que lo haya repetido, y puede que,


habiendo razón para dejarse encontrar,
vague haz, y paladar alguno me circunde,
y me vuelva esclavo,
esclavo de sus signos y su herrumbre. Mas, si de divergir suspiro,
he que transpiro
preguntando si aquello que hemos dicho se ha hecho sí y nada más que sí.

¡Por supuesto que así es!


¡Qué podría ser si no un sí!

hadas, entre nuestro


dictan. silencio,
se les escucha decir.
tal vez pervivir
noche vacua que perdura
no sea natura
que debamos reducir.
sentencio, dice, muestro
hadas que cófrade alguno
ha sido,
vuelve a parecerse,
así parecido.
Alfil

¿Como podríamos saber?


De ser finitos,
apenas con un poco de yuyo seco,
apenas con un doble que dice poco,
¿cómo podríamos saber?

El demiurgo nos mira.


Su foco
-supo ser vela, fuego, antojo-
antinomia nuestros cerrojos.

Podríamos partir hacia el amor eterno,


la mujer cuya cara nos ha devuelto una manzana.

Podríamos partir hacia el instante amante,


la mujer cuyos signos azarean porvenir desconocido.

Mas, ¿será un desafío,


realmente, nacer a cruz
sin dientes
y con aquellos pocos que quedan
supurando pus
entre los médanos
del desierto saturnario?

Puede que seamos corsarios,


aves que clarean la hendidura.
Puede que tengamos natura
sempiterna e inalterable.

Mas,

podríamos partir a mujer que olvide


y no nos sepa,

y de no sabernos podríamos mentir


y jugar a simularnos.
Variación

De tiempos simultáneos,
catatón,
padecer tras la hendidura,

he que coriácea natura

vierte

sobre nuestra frente ciega


la voz de la natura.

Y sin embargo
nos perdemos. En vano,
por supuesto.

Pero,

¿qué otro haber nuestro


de no haber sido
ajeno?, ¡qué hiciera
vario sobre nuestro
disolviéndonos en desespero!
Himno (humo en derredor)

Azar

Todo lo que debo, tengo. Devuelto,


como un suelo suelto, he que
todo lo que tengo, debo. Cuerpo
uno, hace valer, y vale, y hace tener.
Cuerpo alguno suelo suelto,
sempiterno acreedor. De hervir,
difuminarse las cejas, empezar
a pensar, esperar su pareo,
en el mareo, con otra voz.
Y de saberlas cuerpo, y sin libertad
de haber encierro, y sin libertad
de haber abierto, y sin libertad.
Himno (humo en derredor)

Armas trae.
El agua haber cruzado, el agua
vana, la sana
maraña identitaria -su destino-,
el poder. Haber
asado, haber corderos,
haber luminarias paseando entre los labios
que suspiran tras su síes las negadas esmeraldas
que esmera una en su soltura
a pervivir tras huella suya. Mas, nosotros,
entregados a sus piernas,
y a sus pies,
a su debajo haber,
menos que hilar fantasmas no podemos.
El reglamento incluso incluye la traición.

Detrás de una puerta


hermana, detrás de una vida
humana, detrás de hacer sí,
con el cuerpo, hacerse entre sí,
voz feérea susurra

muerte suya, dos aislados, unos hecho.


farsa mía, mas,
¿qué otro maltrecho
lecho
nos hará manifiestas?
Prólogo

Claro,
sorete soy.

Hedor y
moscas y
fértil
haber los ciclos.

Claro,
ambiguo voy.

Afirmando y
negando y
dado
habido al aire.
veztrasvez

Anoche cérea
sustancia fui
y contento fin
de haber asistido.

Al fin parido
por boca afín,
he que huí
y nada etérea

llovió,
sobre sus ojos llovió,
y yo sólo pude verla
a su través.
Nata

Gritos y ayudas nos llegan


y un ver e intentar
rota,
recta final. Haber nadie,
nadie más.
Haberlo junto a uno.
Morir o arder en duelo.
Dormir.

Haber habido junto a uno.


Comentario:

el cenit de este estado / es su disolución. ¿Quién, de las mezclas, aislaría sustancia


alguna y una -‘este’-? Quien viera cual ve lo que ve, cual si todos sus ojos solo ojo.

Cumpliera, disuelto, el movimiento. Haberse doble y cual si no hubiera y tras un no.


Poder le arde, hacer efecto. Tras sí, falso viento -ventiladores, abismos-.

¿Disolviérase el estado y éste dejara de haber? Tras su no, los juicios. Poder y haber
sangrar. Y haber soliloquio del olvido tras gran no y tras de sí.
Nombres

Se nos acercan. No fueron tan lejos,


estaban ahí en el umbral
de la casa contigua,
disfrazados tras la ambigua
humedad. ¡Qué necedad!
¡Generarse signo suyo!
¡Si ni hay!

Mas, de repetirse
discurso que supo seducir
a un joven lascivo,
aspersido de maná contingente
por su culto aparente
de deidad artífice
de cuenco que satisfice
de silencio. Dice que pienso,
engañada. Dice que
siento y de sentir, amara,
y de amar, relajara. Mas,
¿qué calma viera,
entre nuestras puertas,
y nos dejara ahogarnos tranquilos,
nos dejara en tenue agonía que fuera delirio?
Cohabitar mismo cuenco,
o cuerpo, o cerco,
¿sabremos incluso habitar aquello?

Y las lámparas,
alrededor nuestro,
hacen la confusión.
Catatón, yo,
vos, quiénsabe,
y henos cautivos
-el río, las flores, los mapas,
sus hadas-,
y henos cautos.

Tendría que tu nombre no tener revés


o solo morir me nombra.

Tendría tu nombre que no habitar las paredes,


los oídos, los ensueños.

Tendría que no haberlo y designarse,


crearse cual si fuera a habitarse.
Zapandalias

Espíritus, de los que vemos


ojos, de los que vemos
nuestro sobre suyo cual sí
que hiere
lo que su no hace decir.

Puesto que, excesiva-


mente arrima su verdor
sobre las hojas,
y moja, el piso moja
-se ha meado, o ha llovido,
da lo mismo,
agua en bajo nuestro y piel que duerme.

De acá nacen los muertos.

Acá mueren.

(bailamos como dos bacantes extasiados)

¡Acá nacen los muertos y acá mueren!


una

Incluso,
iconoclasta empsicosado,
hado hay de haber habido
-alguien que efecto suyo supo cargar
habló,
y efecto suyo permutóse en sentencia.

He que,
de haber efectuar,
habrá uno.
Y morir no detiene efectos de uno.

Por lo que,
de haber abierto
puerta en un trance de alcohol,
de haber cruzado
vado en un sueño o en lucinación,
curso suyo se pliega
cuando la memoria niega
su razón de estar en sí.

Ennoico, su llanto, mesopotámico,


de estar entre aguas y entre aguas haber estado.

Sin embargo,
al ocultarse en su sentencia,
uno suyo va,
extraño y lejano,
rubor de ojos que estrellas juegan
a liminar. Curse, venga,
amanezca, es una ella
que trae el cuerpo y trae el mar.
Demiurgo

Cabal caballero cabalista, ¿qué pista


trae la sangre?, ¿riel
alguno se llevó a uno
cuyo destino era abrir?
Cabal caballero capital, he que
demiurgo ríe, y roe.
¡Y tantos hay, tantos hay!
¡Tantos que sus ojos aparecen como roble
en la pantalla, en el vidrio, en el mármol,
en la corteza de un árbol,
en la coraza del doble! Cabal
caballero cabalgando, amarillo
su plandecer. ¡Qué placer!
¡Ojos suyos nos harán ceder!
Fin: 7

Habrá días de descanso


y las promesas
van con el remanso
y las olas
se llevan las solas
moras sobre el mantel.

Habrá lluvia, carátulas,


espectáculo de hiel y astros
paseando la miel.
Habrá dejarse dormir.

Ciegos, y con los ojos vivos,


habrá lucinar.
filofalotecnia

Te ficha la perdiz,
y corre,
por supuesto que aterrada corre.
No vaya a ser que hombre
sus bayas provoque
alucinar
placer, o cordura, o llave,
o ultraje que nade
su nadie y prevenga
de sal contenta
a la boca lenta.
Vamos, labie,
no sea que caiga
su mano y distraiga
su arma desplegada
en la vieja cruzada
por la tierra y su fin.
{invierno}

¿Perpetúo?
¿En este interactuar?

¡Qué encanto!

Su manto
sobre mis ojos llevar,

y darme un espanto.

¿Qué culpa
la boca, la mano,
la poca voz del cano
que trepida el matorral?

Culpa al cuerpo,
su perpetuarse
de carne en carne
trayéndonos la sed,
el invierno.
Comentario: LV

Los perros de mierda,


¿no es así?
Verbeando entre las piernas,
oliendo siempre
toda la porquería que el cuerpo deja,
¿no es así?

Y dándonos de reír.

¿Pero qué querer tanto querer por una esfera que campanea?
¿Tanto sombra hacer de verbo que urde sin querer que te pasea?
¿Tanto atarte de una correa?

¡Qué susto!

Podría haberlos matado


una memoria.

Podría haberlos matado tu salud.

Comentario:

De gente

que siente. ¿Presente,


presiente

gente que siente?

Decente sentir cual gente


presente.

Gente presentir.

fin

¿Mesurado?
Enterrado
sobre un

Comentario:

Jolgorios,
ignómine,
dobles jolgorios:
uno siendo uno,
otro siendo cero.

¿Agujero?
Jolgorios,
nobles jolgorios.
Dobles y espantados,
nos ven,
se paran,
escupen a un costado,
caminan,
espían las esquinas
y se dan a seducir el asfalto
con altos
y marcados pasos falsos.

¿Derritiéranse piernas suyas alguna vez?


Hiciéranse ojos:
ver,
de madrugada,
amor y
revés,
tormentas.
dos sobre cero

¿Comprar todo y hacerlo mierda?


¿Como con la comida y con la tierra?
Preguntarse si el destino no es un vino,
y una curda que pregunta si es que vino
aquel que persigo
cuando caigo vencido en abismo fonemático.

Estruendos, ruidos,
toda una sucesión de pelotudeces,
y los ojos como dos peces
que pernoctan sobre el living
y persiguen a quien vive
entre suyo como un cuenco,
los ojos como dos avernos
que eterno rojo
deshacen a su antojo.

Pero qué supieran los aturdidos -nosotros- de la voz o la cordura.


13:24

No recuerdo que pasó.

Tus ojos, tus piernas.

Tus ojos.

Tampoco recuerdo a tus ojos pasar.

Tus piernas.
Tus piernas cruzándose.

El teléfono pinchado.

El sueño de la libertad recién concebido.


Prólogo

Asclepio,
si buen culto tuyo desconozco,
y si bien natura perecedera es razón de la paciencia,
he que,
al despertar,
toso,
toso grave y gutureo
luego. La veo acercarse,
con tus manos,
llevarse la peste.
Deidad
agreste nos muestre
toxicarnos de éteres y solitudes,
y un campo nádico,
y un samaddhi desértico.
Farsa

Pequeña ruina
bajo sus pies. Espinas
de rosedal belecido
por la sangre que ha ungido
sobre cuerpos amigos,
floreados de lavanda,
rodeados de raras que amamos.

Será
dos partes,
partidos nosotros al fin.
Y nos tocan,
y nos miran.
Nos avergüenza su atención.
Nos tiran
cual tótem
dado a morir en la era.
Se acerca
por acera opuesta,
llena de miedo y matemas
-rezos que oye uno aunque escuche cantar
canciones de amor,
amor y magia y fe,
rubor,
glitter que usamos para lucinar.

Y así nos amamos,


distantes, triunfales,
sin beso en la vitrina y con el noema
de cuerpo nuestro en su vigilia.

¡Farsas!

Eso no puede ser amor.


Sobraría a su signo si lo llamáramos deuda.
am

Si tu cara cara
mostrárarse y abierta ante sí
dejara de pasearnos.
Y si, dormido entre nosotros,
te preguntes quién es
el que pasea el cuerpo cual si fuera hiedra.

Tendría que mirarte y preguntarme quién soy


para esperar
amor tuyo a cambio de ojos míos,
o, peor aún,
amor tuyo sincero.
mientrastanta

Naranjas sobre su piel,


sus ojos muertos su piel,
sus paso vivos sobre el balcón mudo.

Mientra tanto, fumamos.

Me daba sus ojos. Tras suyo,


la oniria cautiva, viva.
Yo le daba pensares, y ninguna presencia.

Mañana podía haber morirse

-sus ojos, su verbo derretido en la pantalla,


su música naranja.

Yo le di una razón para descreer.


Mis brazos rotos, la piel quemada,
la cabeza muerta.

La violencia de sus símbolos, su manera


de performarlos.

Por supuesto que de darle cuerpo me traería muerte.


Mañana sería la muerte y la herida necesaria para volver.
Respiración

A paso leve, como flor breve,


se abre entre varios, se mira.
Los ojos raros, su cara vira.
Mientras pregunta, sucede
que la pira -funeraria, cineraria-,
imanta. ¡Santa su imagen,
su margen, su viaje! ¿Cuánta
necesidad haría digna
su vida? ¿Abrirse a los ríos
dorados, a caballos
amarillos, a ceros
tras las luminarias
chinescas, esferas
papíreas, ánforas
de oniria? ¡Qué manto
de confianza suspira!
Mas, si supiera,
se extingue, suspiro
tras suspiro, fuego
blanco en su mira.
Espera. Espera.
Apunta, jacinta, horada
las moradas
de quienes cuerdos respiran.
Sacrificio

¡Fueron tantos! ¡Tantos!


Sin embargo,
usted suspira. Lo ven
caminando entre las multitudes con hábito blanco.
Surge de su canto un intersticio,
y los vicios -aunque pocos, serios- se disipan en melodías.
Puede que no sean propias,
universales, o lo suficientemente lascivas.

Puede que,
incluso,
no sean. En absoluto.

¡Fueron tantos! ¡Llevaron


su boca a la suya y ardieron mientras usted ardía!
Sin embargo,
la veían. Y no era falso el reflejo.
Suspiraban, maullaban, aceitaban
sus ojos parejos.
De hacerse dos, se rendían. Usted
pedía algo imposible.

De hacerse
uno
se rendían.

¡Fueron tantos! ¡Tantos!


¡Y no hubo llanto!
¡Y no hubo sábanas!
Y entre los gritos,
les susurraron, entre los ruidos,
sol alguno asomaba.
Puede que no sea propio
hablar de inmortalidad,

o del santo sacrificio del niño


que pía.
Prólogo

Paseaban el jardín.
Un homúnculo decía los nombres.
Tenía voz maestra y
llaves,
todas, parecían
ser todas.

Cruzaban el juego.
Un nombre les caía encima.
Tenía signo maestro y
sonidos,
todos, parecían
ser todos.

Pedían
perdón. Se les notaba en los ojos.

Las maestras,
de llave maestra,
pedían perdón.

Acaso habían fijado el cuerpo a la tierra.


Comentario:

y muerte nuestra carga un nombre. No sea cosa que alguien se asombre de que su
muerte esté llena de palabras, y signos, y dignas apologías al desvarío. ¿Quién no ha
de contemplarse como en un río? Justo antes de salir, lámparas, campanas, siseos de
serpientes, gente que miente. ¿Quién no fuérase sobre sí a verse concluir la gran
obra? Incluso su nombre se va, y persisten sus signos. ¿Permutados? Por supuesto.
Dispuestos como sombras sobre el mantel. ¿Interdictados? Podríamos dudarlo. Sería
irracional pensar que no acabaran. No tenemos evidencia de que acabaran. Mas,
¿qué evidente cuartel de celebrantes no oiría su nombre, su verdadero nombre, sonar
tras su ir? Su nombre, su alfabeto, y la malla de seguridad que recubre tierra nuestra
de dejar salir a sus nacidos hacia asfalto de otra tierra, hacia nube, bajo la sima, sobre
la cima, entre las piedras, sobre los ruidos, sobre los ángeles, bajo las piernas, entre
los astros, entre la variación del círculo, cual mismo punto desplegado -incluso tanto
que su haz produce un espasmo (alguien se asusta, mira a un costado, no hay nada;
pregunta si acaso se es necesario)-, cual verbo que no contiene movimiento.
¿Distanciación? ¡Cimiento! Y si miento, la distancia no hace nada, ni es excusa, ni es
efecto decir nuestro adentro, cual si afuera no fuera centro. ¿He que veo entre sus
ojos dos sentencias? Va a quedar la herida abierta; va a sanar la voz certera. He que
no son sus ojos, ni los míos, y fines esperan decir una vez más, final vez, de haberse
presente, como quien miente, dando a ojos del interdictado su sed fatal. Se le nota, se
le cae una hoja sobre un matorral, y no suma ni resta absolutamente nada. Sus
palabras, meras hadas. ¿Quién las viera realmente? Nadie, por supuesto, nadie.
Nadie que al morir se lleva un nombre.

Comentario:

Es decir, marea o agua. Puesto que gA, en su dispersión -y los signos que lo curvan-
sobre gB, yace, le sucede. Lo cual, acaba en no haber siendo no haber. Dándole, a su
vez, a no haber un período preciso, que coincide, se superpone, y supera a su siendo.
Lo cual no puede menos que acabar en un ruido, cuyo gesto es vitalista -intenta dar a
nacer, posando doble siendo sobre no haber (no puede menos que paradojarse, a
esta altura); lo esconde en una onomatopeya, esperando que la memoria de quien dijo
“Ah” reminezca; sabiéndolo imposible, muere (da un guión, un espasmo), y así termina
de acusarse.
Prólogo

En el tráfico de las corduras, una luz


tenue
aplaudía, y pedía permiso.

Aquellos que estaban en el primer,


segundo
piso, reían. Reptiles

en las paredes,
sobre los árboles,

pedían también permiso. Perdón,


decían,
¿puede que haya una calma en la suya?

¿Calma otra,
sobre los árboles?

Argüían, sin embargo,


bajo el paraguas,
que no era lluvia sino saliva.

Por sorpresa, reían


tenues,
liminados en piel ajena.

Aquellos que estaban en el primer,


segundo
piso, reían. Reptiles.
vezmás

Lejos, en la distancia de donde supo nacer, por favor,


no colectes usura de los signos que supura
tu boca muda -lo que los dedos figuraran, alguien antes
ha puesto en el viento-. Niegue su ser pagado
por haber cruzado vado alguno. Niegue haber cruzado.
Y cuánto más ruido y grandilocuencia pueda tejerle a su sentencia,
¡mejor! No sea cosa que un cruzado lo tenga que salvar
y darle un beso en el ano para que sane su vínculo cofrádico con el igual.
Mas, por supuesto, son fantasías, mentiras, cerrojos. A su antojo,
hubiera visto hacerse una torre indescifrable y hubiera visto la escalera.
Sin embargo, se lacera. Duerme, y mientras duerme, meditabundo desespera.
Fuego, y entre el fuego, una pecera. Y olor a haber de comer una vez más.
Cantos de traición

Cuervo

Gracias, me decís,
con los ojos más rojos que se han dado a llorar.

Cuervo, yo,
entre vos y el amor hermano,
y la voz de la tierra viva.

Pero qué puedo hacer sino esto,


sino decirle a las pantallas
sobre tu nombre, su pálpito amarillo.

Pero nada nos saca de las manos


el amor,
el amor doble,
tuyo y mío y de mi hermano,
cuyas manos das a acariciar.

¡Qué no daría por el coraje y la traición, amor!


¡Qué no daría!

Sin embargo, vuelvo a huir.


La hornalla triste.
La voz gastada.
La vez que nos visitamos en soñares.
La manera de sentarse y esperar.

Y cuando mis ojos tus ojos


buscan, alguien duerme
-la razón, ¿quién sabrá?

Dámonos, así, a la memoria.


cruzocruce

Me prestás tu voz para decirme basta.


Sin embargo,
después de ver en tus ojos
dos perlas incoloras plandeciendo cual muerte íntima,
he que, creo, no podemos más que mirar a nuestro lado y decirnos mentiras
y morirnos del sueño que al darnos dijeron
ánimas que ahora busco.

Entre tanto hielo,


una voz enorme.

Entre los dedos y el beso de tu alma,


¡tantos, tantos cuerpos!

Y así podría no saber jamás qué sería de nosotros


de darnos otros
mirando con vergüenza
ajenos y mismos ojos.

No es un antojo,
es habernos amado.
No lo entendería. Mas,
bajo nuestra cruz habría un vado.
Cantos de traición (alarmas)

Primer tierra

No nos vio el amanecer con manos juntas.


Se deshizo el pergamino,
la piel se deshizo. Huimos.
Huí, en realidad -este nuestro fantasma mío.

Persistió, como un luminio,


el juego de los haces que corrían en derredor.
A través tuyo, un resplandor. Justo
encima de tu frente. ¿Cuánto habrá que mentir
a partir de ahora? Y si nos demoramos
la espera eterna nos va a encontrar tirados,
delirando, desplegados como dos mantos,
y la esperanza va a ser la espera.

Por supuesto, cuando ojos tuyos


en míos posaron, cuando borde tuyo
mío rozó, cuando boca tuya
sobre mí dijo, he que el eco
se escurrió. Y tu voz entonó dicciones incomprensibles
-una lluvia de ángeles herrumbró a los que nos rodeaban,
una lluvia de signos cruzó de boca en boca;
mi boca miró tu boca y enmudeció.

Entonces corrí, y las paredes mojadas,


y las piernas cruzadas, y la mirada puesta
sobre los ojos, mas, viendo detrás,
y la náusea de traicionarnos nos encontró dispuestos.
¿Quién fuera a encontrarnos alguna vez?
¿Quién fuera a saber que hicimos esto? ¿Traición
un pensar, un sentimiento?
¡Quién juzgará a las flores y al amanecer!

Y mis voces alzaron justa boca tuya sobre mí.


Gracias, dijiste, al final,
cuando el ritual había embebido de silencio nuestros truenos.
Gracias dijiste y besaste los labios y besaste los sueños y un encuentro nos pactó.
Bajo el arcoiris, sobre el arcoiris, mi demente. Tu curda
haya sido una madrugada, o una siesta que persiste,
¿quién sabrá? La mía ve en tus ojos muerte nueva,
muerte nueva y no poder nacer.

¿Será que tras los relicarios, los códigos amontonados,


los cursos de tu ver en el acuario
ojos suyos tras los míos? He que será un desafío,
a través de la distancia,
persistir. Mientras nos tiramos al río,
mientras dormimos y extrañamos el frío,
nadie que cargamos puede decirnos la razón.

Mas, así se ha dado, así el azar.


¿Y quién fuera a sacarnos a bailar
cual si estuviéramos solos
y fuéramos a seducirnos entre mirares?
¡Jamás palabras! Sabemos que la espalda
cargan, y tras de sí una sombra,
y tras de un sí la culpa.

Y así la selva, junto con la brisa del verano,


nos quema. ¿Cuerpo tuyo un artificio
que mi mente hizo encima
para verme padecer,
vez tras vez,
la vergüenza ritual, compasiva?
El rumor de los peces, su electrificio.
Y al sonar las campanas,
con las puertas abiertas,
una alarma
fatal
sonó tras un espasmo
de mi boca,
de la tuya,
ya no recuerdo.

Segunda terraza

Sin embargo, tu nombre me resulta conocido.


Como una canción, suena
tras los muros, y vestigios de sistemas
de haber amado,
reminisceres de haber andado tierra
vuelven a pies míos
y las manos bailan al ritmo de quiénsabequé
y el alprazolam grita desde la billetera.

Dábamos, a manera de encuentro,


gestos. Mis dedos en tus hombros,
mis ojos cual si viento
los llevara extasiados sobre el eterno firmamento.
Ya no habría, después de ahora,
más que tormento. Testigo único
de mi traición,
y ciego, para siempre ciego, he que
volví a mirarme en la vista y soltar anzuelos.

Colgados,
como dos manojos de uvas,
tus brazos bailaban y el cuerpo
llevábalos hacia mar abierto.
Y ahí podíamos decirnos.
Y qué triste mar un sueño.

Desperté, entonces, pensando


si haber andado verbo tuyo
eco fue, eco siendo. ¡Qué espanto
mentirnos tanto! ¡Y mirarnos en ojos extraños
como si fueran años
los que vinieran a invitarnos!

Pero la maravilla de la muerte nueva,


aquella de la que tanto se ha hablado,
es que tras los pasos
de pensares divagamos, y aquel espacio
sideral que hicieran ríos tuyos
-o meros charcos, fantasmas míos-
nos han puesto sobre la memoria
un cuerpo olvidado.

Amor, amanecí distante.


Pregunté si, antes
de haber escuchado decirse
al revés
canción que tu nombre escondía,
sabía volver a la tierra baldía. ¡Son tantos,
son tantos
los años de hierbas escondidas
entre el vapor de hombres cuyo acto
decía tu cuerpo ser suyo!
¡Amor, antes
de haber nuestra herida
un fino brebaje
me anunció tu partida!

Tierra, al fin

Venga, venga, míreme decirle


la verdad a los ojos.
Yo la hice, la miré, la deshice,
le dejé una cereza entre las nubes y puse
dedos sobre suyo y vi
sus ojos decirme míos. Yo la alcé
hacia verbo que huía
cuando vil plandecía
en nuestra cara espantada -¡no puede ser!, repetía,
¡no puede haber entre nuestro un vaivén!
Sin embargo, le digo venga, venga,
acaso sea una la vida
y toda la conjetura se deshaga en acepciones.
Acaso no escuche nunca sus canciones
tras dedos míos, acaso mis manos
no descubran su piel en un invierno de muerte y desespero.
Mas, ¡cuanto quiero
haberme en tus perezas
y abrirnos la cabeza
con puñales del ayer!

Venga, venga, quiero decirle mentiras,


quiero contarle que piras
de incertidumbres la han horadado.
Ahora que contempla nuestro vado, que se urde
cual retrato a nuestro lado,
¿qué espera que haga? ¿Que mire, mire y calle, y me sostenga?
Cuerdo usted, de voz filiada. Y tras sus hadas,
entre el recuerdo de las penas,
la voz de otra mujer que nos susurra
suya nunca,
¡tantas cadenas me han atado!
y si tuviera que elegir,
cierta,
cierta mente me diría
pasado.

Así que, luego de traicionarnos


tantas veces, luego de mirarnos
sobre los peces, he que no nos queda
más que miedo creatural.
Y si ella arde, como quien pudiera hacerlo,
y supiera hacerlo, y quisiera hacerlo,
y si ella purgara así la hendidura,
no habría natura a la que inventar
artificciones.

Yo la vi arder, yo la creo arder.


Mas, también sé,
el fuego blanco tanto dura, tanto dura
que al acabar su llama
otra boca llama
y nuestras caras confundidas van a mirar otras pupilas.
Y así las vamos a ver:
anestesiadas,
en pánico terminal,
cruzando la calle y dándose a nadar
aguas extrañas.

Pero, por supuesto,


pasado, cimiento, revés del hado,
y todo lo que la culpa nos llame a decir,
va a venir a darnos,
libre va a venir a darnos,
última emoción.
Y así la traición,
todos nuestros fantasmas,
van a llover como labios
mordiendo labios
cuyo fin es un augurio.

Al fin nosotros,
dobles y atravesados por diez cerrojos,
vamos a pasear
lado que lado venga y nos entienda,
y razón alguna se parezca a nuestros decires y el rey entienda.
Prólogo

Al verme dejarla llevarse por el espíritu,


y la natura lícita,
y la paz solícita, al verme,
duro como nuez, decir
tres nombres

y repetirlos tantas veces que se funden


y de fundirse se olvidan
lloviendo sin saber por qué.

¿Pero qué clase de persona haría eso?


¿Una ficcionada,
artificial como un hada,
refrendada con hiedras en la espalda?
¿Qué máscara mata la memoria en su inmersión?

Y se nos mueve la cara


vez más,
se nos mueven los ojos.
Cantos de traición (Alarmas)

Haber abismo

Y cuando la tierra vistió su nombre,


abrasó sus pies y se encontró desierta,
cuando la conjetura cubierta
de espejismos se deshizo del hombre,
¿qué?

Una cucharada de azúcar en el vaso.


Un lucinio que vibre con el cuerpo.
Una mañana, vestidos, y en imágenes,
decidieron abrirse.

Una cucharada de azúcar en el agua.


Dos, encontrados por azar o revés ignavo,
se dan a la fragua.
¿Cuán poco quieren luchar, quieran quererse?

Nada.
Incluso menos.

Mas, ¿ahora? Memoria,


nada. Absoluta nada.
Ni siquiera una aguja contra los labios,
ni siquiera una cosquilla.
¿Qué nos vio?

Habrá sido su vida,


su herida trivial.
Habrá sido haber nacer
y hacer partir.

¿Cuánta esperanza tenemos?


¿Nada? ¿Incluso menos?

Una cucharada de azúcar en el río.


Una cucharada de miel entre los labios.
Un vaso, escabio, un paso,
dos pasos, tres pasos, una partida.

Desierto

Y, al revés, iniciamos
un canto lapidario.
¡Lapidémonos, hartos,
extasiados! ¡Envejezcamos
sobre el suelo vano
que nadie se da a sufrir!

Tierra, tierra nuestra un extrañar,


un extraño, un ojo suelto.
¿Nos ha sido devuelto
el deseo, la ignorancia,
la flagrante espaciación?

De tu través no conversamos.
Nos miramos, desconsolados,
de costado, abrasados. Nos mentimos,
supimos mentirnos, supimos besarnos.
Nos encontramos esperando un tren.

El pasto oscuro,
la vida labia.
Entre los transeúntes,
entre sus disfraces,
la vida labia.

Se les cae de los labios,


se les escurre cual sentencia,
y si se aparecen en el sueño
boca suya con presteza
la vida labia.

Una cucharada de almíbar al decir,


un reposo, un repaso. ¿Fui a decir
rabiosamente que joven
fui? Las hierbas, el mapa.

Nada.
Incluso menos.

Deshacer lo habido antes

¿Qué fuerza viva


nos priva
de haber dicción?
Sutil emoción
lazada en verbos
harán del cuerpo
una función.

Y los actores,
sin máscaras,
entre licores,
verán cáscaras
de naranja
en tierra toda.

Poda,
de casualidad,
voz alguna.
¿Su vacuna
anominal
es cualidad
del animal
que hace la hambruna?

Y sus pies,
y un espasmo,
y sus vergüenzas,
y sus dados,
y sus esclavos,
tiemblan.

¡Es la niebla
entre los ojos!
Y si no pide que nos escapemos,
si no pide que corramos,
y no dice de quedarnos,
¿qué cruz de mando
iría a dirigirnos?

Amor, es la niebla
entre los ojos, en la cabeza.
Y la respiración densa,
el masticar bárbaro,
no nos deja huir.
Amor, es la espera,
es la dueña
de haber habido ayer.

Suelo

No se olvida.
Tus días,
como dos nudos abiertos,
sufíes.

Éxtasis
de Baco ornado
en dicciones.
Éxtasis de bramar
y bramar.

No se olvida
la noche.
Como dos lunas despiertas,
ríen.

Por supuesto, no debiera.


¿Quién hiciera
de suya nuestra
tras la llave maestra?

Por supuesto, inhala,


exhala, interpela.
Aprieta los huevos,
los labios. Revienta.

Por supuesto, alucina.


No vaya a creer que vaticina
luz matinal, puente
entre labios que mienten.
am

Haber llama.
Haber llamar.
Haber llamado.
Haber apagarse
el teléfono
y haber
ansiedad, fuego blanco.
Industria del siervo

Por el apóstrofe corría una llama,


rodeaba el camino, miraba el destino.
Cursaban sus ojos dos fasos, un vino;
miraba mirarse a sí misma a través mío.

Mientras la llamaba a mirarse, a contarse


su cuento y abrirse su cuerpo y hacerse
cuenco que sustituya a la que huye por su boca,
mientras la miraba mojarse la cara
con pala, tereré, mandalas, ardía escondido.

Se llama, me llama. Nos arde. Su borde,


claro como una golondrina, escupe
hacia los transeúntes con volición canina,
y mea en todo árbol que le devuelva gloria
y virtud, sobre todo gloria, sobre todo virtud.

Viejo, y como si mirara desparejo, yo me dejo


pasar a través suyo cual si fuera un desayuno
haber alguno que haya visto lo que veo,
haber nadie dentro nuestro y ser del fuego
mendigos como quien recibe el castigo
de oírnos meditar sobre el trepidio,
víbora que encanta, sobre el abismo
cuya noche nos embarra.

Mas, ¿qué razón habría si no la de saberse?


Haberse reflejado cual eco en los cuerpos
que bailaron lento tu canto pausado,
tu verbo mojado por el curso del viento;
y la lágrima que se esconde entre nosotros.

Mas, ¿qué virtud habría en semejarse entre vitrinas?


Asirse a voluntad que disponga sobre nuestro
laureles, espinas, cruces que estiman dignas,
toda multitud canina que recurre a tu dicción.
Qué paradoja, ¿no? ¿Se te antoja una ablución,
un bautizarse en los olimpos? Curse, vea, esgrima
razones por las que la cima es más dulce, feérea,
que la misma nada etérea que paseamos encima.
¿Sonar mejor? ¿Llamar arder? Ah, ¡qué razón quisiera
vendernos mejor sobre un andén! ¡Ojos!
¡Todos rojos! ¡Todos despojos! ¡Qué pasión!
Y venga a verse en la emoción. Una lágrima
pulula frente suya, quiénsabecómo. Me asomo,
la miro sentada en el umbral, y todavía sensata.
Se desata los cordones y toma y fuma y nada más.
Cuerpo3

Después de verme detrás tuyo,


sospechás. Intentás matarme,
me mirás. Yo me caigo,
por supuesto, yo me cago.
Entre la caca: un anillo
-un castillo era. Tornillos
le cuelgan de la pera
que semeja el culo de pareja
abismal. Sin embargo,
luego de tanto trabajo,
he que es mejor descansar,
¿no es así? Al menos fin
habrá, y final. ¡Qué ritual
docto! Padecerse a sí.
¿Qué razón escondo?
Ninguna, como la una,
la duna. Territorios,
reservorios. Dos espinas.
En buenos aires nadan,
ella, vos, su estrella,
tu voz. ¿Se queja de andar
estas tierras? ¡Qué esteta
viniera a su pieza
a dibujarle en la mesa
un espejo! ¡Con tiza,
con lápiz labial,
con cruz sapiencial!
Venga, acérquese,
vea que no hay regla
en esta tierra, ni allá,
que a la mesura derretida
se la lleva el cuerpo.
La industria láctea se hace las mismas preguntas

De parar de pensar
-que es un decir
(que es un hacer)-,
¿qué nos haría cerrar
puertas como si fueran ciertas
las maneras del andar?

¿Acaso no nos fueron dados pies cruzados?


Atentos, entre los cultivos, entre los vientos,
paseamos la mirada que nos engaña,
y nos sabemos engañados, y nos dejamos engañar.
El ruido es la razón de la tesitura.

De haber una y única natura,


¿qué decir habría
que no fuera pensar
que no fuera hacer?

La industria láctea se hace las mismas preguntas.


Puesto que,
de redimirse de la sangre,
habría que concebir un enjambre
en el que nadie
sobre nadie
pueda escurrirse y hacer el sacrificio
-herir,
herir por oficio,
y en la sangre escurrirse,
y luego de que curdas lo atraviesen,
llamarse a silencio.
Concepción del catalista

Tras de sí,
en la habitación
cuyos cerrojos
se da a habitar el ojo
-uno y liminal.

Entre el follaje.
Tras de sí,
paisajes, pasaje
de puertas blancas
que conectan norias.

Y en la mañana, todo alba.


Luego reptar entre los yuyos.
Cantos de traición (Alarmas)

Industria de olvidar

La veo, me desnudo
en metáforas. Siento, mudo.
¿Estaré siendo sensato?
Lo sabrá el viento,
los nudos que el arca llevan.

Mas, de haberse
garabatos bajo dioses,
unos bajo uno, y uno
bajo uno, cual un cero,
he que no espero razón,
consuelo, pero, delusión
que hágame yacer en desespero.

De haberse investido de natura


culpa alguna, y haberse esparcido
verbo nuestro entre sus suturas,
de haberse dado el cuerpo a la mirada
y haberse encontrado hada o hado o
razón de la memoria hilarse,
he que podría sentarse en las piernas
del árbol, en el mármol de hiedras
que urge su cuerpo a reír, decir
gracias, y uno, bajo uno, sin audacia,
no puede devolver el favor.

Por eso este ardor, el ferviente


canto que circunda el llanto.
¿He que me ha sido traída una traición?
¿Servida en la mesa como solución?
Abriríase su voz hacia el cielo.

Mas, ¡qué desvelo hiriera suya


premonición y la hiciera lluvia!
¿Quién nos viera hacer tras las penumbras
luces, matemas, estratagemas,
guerras de silencio y de cabellos eternos?

De haberse investido su hendidura,


de haberse puesto el traje de alfil
y en cicatriz de verbo haber cursado
cuerpo suyo, ¿qué más podría hacer
salvo mirarla, desde el vado, desplegarla
sobre mí cual si tratara
de última y rara
muerte blanca?

Cuerpo, corazón, labranza,


entre la danza y el espasmo,
entre la droga y el armazón,
he que yace verbo nuestro,
rojo como labios tuyos
noche de invierno tras el ritual
en el que viento natural
cursa nuestros cuerpos entregados.
Mas, ¿qué fantasear nos hará igualar
dobles nuestros por los costados
y amarnos así frente a los ojos suyos,
traicionados, sin que lo viera,
sin que supiera herir mi boca
con sus lanzas tu costado?

Final encuentro, final tormento.


Bajo nuestro, con su nombre, los cimientos.
Y si veo ojos mirarme al rezarla en canto,
al cruzarla por su propio manto,
he que no puedo reír y me cuesta dejar
entrar el éter verde de la floración.
Y, así, quién, jamás, en su doble, en ruido,
pudiera hilar los sonidos que tratasen
de amar y de verberar en jaula única,
frente a cófrades de blancas túnicas,
articulando las guirnaldas rúnicas.

Y así el verbo celeste nacería, ¡nacería!


¡Y así se haría cuerpo uno nuestro dos ser!

¡Y quién viniera a deshacernos!


¡Quién viniera a mirarnos reír!

Todo lo que quedaría será un llanto entusiasmado,


la boca puesta sobre la dicción del hado.
Y los espíritus nos encantarían y la sangre nuestra,
en sus manos, caleidonoia, la boca suya
en la nuestra y haciéndonos hilar matemas, la cruz
austera que cargamos, la pequeña vida anacoreta,
¡cual diente de león se viera todo diezmado
por el viento cuyo engaño es el asirnos a los esteros,
sus jazmines, sus lotos pulcros, su voz serena
que parece amena y nos encierra en cuadros!

¡Cuánta muerte nos espera, viajera!


Y nombre tuyo conocía
de haberlo una vez amado. ¡Cuánto
destino nos espera!

¿Reís? Sólo vos te ves. Políglota,


tu encuentro, tu
costado de mística nupcial,
tu llanto que me recuerda un manantial
de aguas heladas
donde piernas mías se dan a nadar.
Pero no puedo evitar encontrarla detrás tuyo,
con los dedos entusiasmados, con la mirada
puesta en el lado que ha visto cuando asistí
a su muerte y reí, desvariando, reí. Perdí
las cuerdas, y jinete nunca me ha habitado,
por lo que, amarillo cual representante,
vino uno tras mí a entregarte
todo lo que mi voz te niega. No es razón
suficiente, lo sé. Pero, si tuviera que aprender
los signos necesarios, he que, catatónico,
en fiebre de agonía que me habitara,
deliraría un doblez del instante y dejaría
la memoria morirse ahogada en tus dicciones.

¿Gracias? ¿Buenas noches? ¿Nada?


¿Quién pudiera urdir de tantas hadas
a una cuya virtud persista
cual fantasma que a la mente asista
y sea suficiente?

Traición, con la sangre suficiente,


luego de haber abierto las heridas,
canto suya una canción. Dé por perdida
razón, devoción, amor, amor,
delo por muerte y no haberse en sí.

Traición, la sangre del hermano


vuelve suya una emoción.
Los tapizados, las felaciones,
el oscuro y nuestro vespertir de cielos,
he que,
caerían,
caerían tras memoria huérfana.

Gotas,
gotas diáfanas de sudor.
Lianas y una selva que te espera.
Ojos sobre la pradera.
Ojos atentos al pudor.
Dientes rotos y hedor amarillo que labios laceran.

Cecería

Amar, ¿amar a quién? Un alma,


cuyos efectos labran, busca.
Encuentra, entre los perros, brusca
lascivia que transmuta toda seducción. Calma,
incluso aunque la viera desnuda, diría
que suya es la calma, en su búsqueda infinita,
tras la partida de su cuerpo, tras la vuelta
a él. ¿No lo vio nacer? Se llevó
las manos a la boca, y tapó un bostezo.
¿Qué cerezo ocultaran en su gesto sapiente?
Miente, miente mientras la brisa lo lava. Se escapa,
violento, y sus labios van cortando
toda melodía que de acá naciera. ¿Quién supiera?
¿Ella? ¿Él? ¿Su multiplicación?
Si hubiera sabido amarla no habría este erial,
y toda hiriera y toda herida hiciera callar.
Mas, cuando su gesto me ocupa,
solo, entre los signos, cuando su ropa se agrupa
libre sobre los muebles, cuando el fulgor de la guerra
es detenido por la sangre,
¿quién pudiera hacerse tiempo
de ver tras su paso lento
formas empáticas que maten todo dramatismo?
Y que el drama nazca uno y mismo, en tantos
-tantos fuimos- que la mañana se abra oscura,
la mañana se abra clara, la mañana
pasee los espectros como un sueño que pervierto
con mi presencia -¡debiera ser ahí, debiera ser entre los éteres
pura ausencia!; ¿cómo, si no, vería
sus piernas entronarse sobre el pasto
con un gesto infantil?, ¿sería mi senil
hedor el que la hace huir?

Claro, podía haberse pasado de lado.


Incluso podría haber creído haber lado.
Incluso podría haber creído y haber creer aún.
Pero, por supuesto, de haber, y de haber
persistir -transustancia, fragancia, licor de onirias,
mareas que seducen a las piedras-, ¿qué otro
río nos haría traducir
vos de boca tuya cual si fuera solo huir
de sí el haber tras vos, cual si fuera solo
perderse en sus dicciones la razón de estas ficciones?

Fantaseos, fantasmas, paniqueos. Toda una sucesión


de reminiscios. El tiempo, sempiterno desperdicio,
nos encuentra. El cuerpo,
bajo la mano, su caricia lenta, su tez
desierta, nos encuentra. Y clama por su sí
sin prescindir de su presencia.
¿Cuánta cofradía enferma nos vendría a ver morir?
¿Cuánta cofradía enferma nos observa en el morir?
Y los ojos se le van, contemplando las paredes,
las miradas de las hadas bilocadas, de las almas
atrapadas en el haz de luz que la frente radia,
y, roto y como si hubiera una hendidura,
persigo natura atada, bestia de otras tierras,
sal que ciento cuarenta y cuatro mil despiertan.
¿Caballos libertados al curso y su arbitrio?
¡Supieran darnos cuevas ceros suyos! ¡Pudieran
asarnos en verbo que hierva en reír suyo!
Y toda virtud hiciérase agua y metamorfia,
caleidonoia y psicosiervo, enmarañado
con la mirada de los cruzados
que desde ambos lados alucinan la frecuencia.
¡Pero somos cuatro! ¡Ella, yo, su sombra, mi cero!
¡Somos, y de saberlo y serlo, qué desespero!
Ríe, por supuesto, ríe, usted que nos pervive,
justo cuando cuerpo uno y nuestro nos ha secuestrado.
Y así alzámonos al altar en que seremos cazados.
Cuartel

Coronados,
en la gloria de los sándalos,
abandonados. Rugen,
entre sus brazos, bebés recién hilados
en dos pensares, en dos sustos
simultáneos -voy a ser humano, voy a ser hermano-.

Y cuando muere,
en su hábito ritual, muere,
reconoce haber perdido
cruz de la memoria,
reconoce haberse hecho de aseveración.
Involver

Después de haber muerto tres veces en menos de tres días,


habrá un descanso.

Entre las olas, entre los buitres, entre el paraíso de los mansos,
habrá olor a sangre.

Entre lo que el teléfono dijo y quien lo escucha y a quien le es dictado,


habrá repulsión.

Formas de darse a la inmersión, doblez en cada parpadeo,


habrá olor,
color de cuerpos muertos,
volición.
Cantos de traición (alarmas)

Vencido, incluso ido

Me rehúso a la venganza,
por eso hablo de mí cual si fuera una danza
de vos sobre voces que nos dieran fieras
e hicieran herirse a los transeúntes.
¡Cuánto, cuánto tiempo juntes
bajo la lágrima y la espera! ¡Viera
uno como se fuera su cuerpo cuando alcanza
éteres! psicodel,
psicodel de susurros, ¡el carrusel
que antecede tu visión nos extasía!
Y he que se vacía
boca mía de verte, boca mía de piernas tuyas,
cruzarse cual si fuera a habitarse una laguna.

Me rehúso a la venganza.
Sin embargo, la ejerzo contra quien nos alza
a los altares del mármol que escupen
quienes ríen de nosotros, y nos animan,
¡por supuesto, nos animan!, ¡nos invitan a encontrar
entre las prendas del tendal
coraje animal que nos ayude a amarnos!
Mas, ¿qué razón
haría de nosotros, corazón,
qué razón haría de nosotros
mismo y siempre instante
sin antes
habernos fundido en piel de otro?

Cuente su razón, traición. Avizore


sobre el horizonte causas mejores
para morir en desespero.
Si paseo los esteros,
o persigo aguas extrañas,
si me acerco a los viajeros
preguntándole tus mañas,
fuera y es por haber nacido amante
-nunca permanente,
siempre instante.

Cuente, razón, su traición a la sania.


Sensatos,
en vez de traducir garabatos,
podríamos entregarnos a la lluvia y encontrar
bajo los paraguas
almas que arrullen fantasmas
nuestros. ¡Y qué terrible terremoto
nos llevaría a remoto
encuentro con el cuerpo! ¡Qué desazón,
saberse, corazón, enfermo!
¡Habérselas con uno y haber dos!
¡Vivir con la cabeza en propio termo!

Me rehúso a la venganza. Me niego, traición, me niego.


Puede que si viera la danza de los ciegos,
la piel de las esmeraldas
puestas sobre tu boca desnuda,
abiertas como sus manos que anudan
dedos míos de piel suya, espalda
que su sombra hiciera darse vuelta
y ver voces pasadas,
atadas
a las puertas.

Pez vos

Pez vos, fémina, ambarina.


Entre nosotros, ruinas.
¿Quién pudiera verlas?
Con la frente alta,
disimulando,
con la mirada andando
todas las faltas
que las voces se dan a fumar,
y nosotros, sorprendidos, dándonos dados a amar.
¿Azar nuestro, cual si fuera nuestro, cual si fuera uno?
Pez vos, nunca redes
te han puesto entre sus pliegues
para que alimentes
bestias que cursan las sienes.

Después de dos tiros


te recuerdo,
después de haber paseado averno eterno
tu cara encuentra una razón para volver.
Nos verás llover,
bajar del curso de las canaletas
y huir cual vano esteta
que se da a correr.
¡Qué terror, traición, qué espanto!
¡Nos hubiésemos querido tanto!
Pero quién pudiera curar
al hermano, cautivo
en su llanto,
quién pudiera darle un manto
para que el frío no atestigüe vergüenza mía.
Atiborrado, cumbres ve

¿Me das tu nombre?


Junto a las lumbres, eras
porcelana viva, retrasarse el día
final. Recién empezamos.
Miramos soldados heridos
herirnos. ¿Dónde se ha visto?
¿A través de las persianas,
de las humanas
certidumbres? ¡Cumbre suya,
roja de mirar inquieto!
¿Garabatos? Mero morir diciendo,
mero decir.

Atiborrado, cumbres ve.


La memoria, escurriéndose;
la consciencia, su suicidio.
Alguien tendría que cumplir ley
alguna, promesa suya. Pacto
rompamos, Filón. No fue
primera ni última traición.
¡Sana costumbre de tener costumbres!
No sea que la muchedumbre nos apunte
con su dedo sentencioso. Moribundos,
en agonía final, soldados
con fuego blanco nos hieren.
Reímos. Su venganza nuestra sania:
efectos nuestros hay, pregones
silenciosos -¡mate, apunte al corazón y mate!,
desátenos.

Último vicio, vivir aquel.


¿No lo ve
solo y sentenciado?
Viejo, encadenado,
camine. Y si lo enceguecen
los candelabros, espere a que cesen.
De lo contrario, le labro un velo
con estas hiedras. Cruce.
Vanos los ángeles canos, su hueste
celeste. Cese.
Peces fosilizados pudren las paredes.
Espere, cese. ¿Dónde está?
¿Qué habitación habita,
ahora ausente,
anciano transustanciado?
Cuente años, daños, lumbres.
Escaleras llueven cual costado.
¿Habríase dado a amar en solitud
y desvarío? Anciano,
años, eones, luminios.
Nos hemos mirado. Ahora
usted está todo quemado.
Comentario:

Puede que su nombre se desdoble en reminiscios. Falsos, por supuesto. Sin embargo,
tengo hambre, y como. Tantas caras querer nos resulta confuso. Ver y enamorarse.
Ver y enamorarse.

de ver, no viendo. Dice, como si se le escapara una. Una cuya voz cargara el ritmo. Y
mate el hada revelándose ella.

ah (suspirado), y si dobles nos miramos, y vistos. ¿Toda cara dice ser ella? Por
supuesto que no. Sus nombres -códigos sobre códigos- se dispersan. Sin embargo,
cualquiera de las que fuera y leyera ‘dobles’, asumiría, o bien doble de quien dice -
escribe-, o bien doble suyo -viendo entre las palabras otra dicción, la suya,
envolviendo al segundo en consideración. En cualquier caso, la divergencia
envuelve, como la doble pinza o el búho falso, sus ojos. En el primer caso, indiferentes
-nada siente-. Si no, rojos -perdidos en un fuego súbito que se desarrolla lentamente,
como el acto de coser una herida, aumentando la agonía.

si mis piernas esas calles. Es decir, móvil y motor sobre suelo -en este caso,
transpolando a la superficie dicciones sobre la pantalla. crece doble, como consuelo.
Sabiéndose seducido, hendido por la piel y, a su vez, aturdido por la confusión, pasea
‘¡razón e hito!’. ¿Sacrificio inaugural? Razón. ¿Hito? Sacrificar. Sin embargo, antes
dice ‘volición. ¿la perdición?’ Reconoce, entonces, toda pasión un cerrojo, un antojo
innecesario. De ahí que no se mencione al catatón que pasea las hojas, y se elija, en
su reemplazo, la figura de la ‘caleidélica’, cuya natura hipotética sería la unión
(recuérdese el doble) de caleidonoia (contrayendo caleidoscopio y paranoia -
desagregada en ‘paranaico’, en este caso, implícito-) y psicodelia(délica), cuyo efecto
es la hipnosis. Ejemplo de código sobre código, puesto que, de asumirse la
contracción ser de caleidoscopio-psicodelia, se pierde el cero de esta transición
(paranoia), y pasaría por una mera potencia (caleidoscopio como psicodelia artificial,
no diferente a una falopa cualquiera y su ‘placer’, o uno, o apariencia). Sin embargo,
introduciendo la paranoia implícita, el artificio se traza sobre las insistencias del
‘doble’, en el que a su vez se insiste para remitirlo a la superficie y provocar la
devaluación del término -repetir hasta que pase desapercibido, técnica que
encontramos en el kiosco-. De ahí la doble pinza, puesto que, cuando parece una
repetición infértil, o una esteriotipia sintomática -serie de base en ‘Guerras’-, en
realidad macera la piel para iniciar una confusión -no la confusión de superficie, hecha
a base de sintaxis contracíclica, o de artilugios estéticos, sino del doblez que se
imprime, subrepticiamente, como pequeños pulsos. El cual, a su vez, se hace a base
de divergencias constantemente dobladas, desplegadas exponencialmente. Y cuya
lectura es tediosa, puesto que las series de base (doble-nuestro-uno, lucinio-cuenco-
agua, etc.) a su vez divergen, a su vez convergen. Inarmónico, entonces, esperando la
anarmonía (desprenderse de la seducción, del vicio de seducir para captar la atención,
y así desviarla, incluso aunque la superficie diga lo contrario). Anarmónico, entonces,
el ejercicio analítico (tener que detener el fluir de la lectura, en el caso de que se logre,
de hecho, la confusión). Terriblemente antiestético.

Toda la belleza funciona como un delusor implícito, en el caso de haber logrado


alguna.

Como cuando el dictor se atiborra de contracciones, y se despliega tácitamente sobre


todas ellas, no viendo un repliegue suscitarlas. De ahí que la misma voz -es decir, la
voz ontológicamente una del ‘Estudio’- se escinda de sí en cursivas, negrita, cursiva-
negrita, alineación al medio, alguna poca alineación a la derecha. El doble (‘dual yo’
anunciado en el primer final), hecho de esciciones y de trance, pendula la pareja
vigilia-sueño a través de mezclas hechas de, idealmente, ensueño-oniria -como
fenómenos mediadores-. Éstos, a su vez, tienden a saltar la “vigilia” y el “sueño”, como
términos sobre los cuales desplegarse. Prefieren hiperbolizar y hablar de uno -como la
hipostasía en el instante- o de cero -muerte, pánico, quiénsabráqué-.
Después de pasear

Mas, miraba alrededor y veía


sombras salir de alguna espalda.
Tenían caras estampadas,
redes de ojos que se les caían por los pasos.
El piso, así, lleno de garabatos
viéndome, excusándome,
reía. Y yo reía -creía reír- junto a él.

Después de pasear la tierra y abrir su nombre,


una madrugada vuelve.
Esferas

Pasearse uno por la calle,


escuchar decir sentencias
sea esta, aquella apariencia,
sea esta, aquella presencia.
Pasearse uno cual si fuera valle.

Sin embargo, después de dejarle un luminio en la espalda,


incorpóreo, anominado, indultamos
a los violentos. No pueden menos que decir de cacas,
decir de ratas
sobre el pavimento y corriendo.
Pero, ¿acaso nuestro decir sea cierto,
contingente y eterno?

Si una abstracción nos mata,


incluso sin decirla y sin saber su nombre,
¿qué no harían de nosotros estas pobres
palabras
supuradas cual si fueran a hacernos almas?

No, no van a hacernos más allá del cuerpo,


más acá del cuerpo.
Van a hacernos sangrar.
Cuerpos de otro cuerpo, herirnos:
práctica de virtud.
Hacernos uno, alrededor, de heridas precisas,
escindidos de la multitud.
Contemplar, así, la noche.
Todas las caras llevan una máscara, misma y única.
Los ojos se dan a vagar mismas hojas,
mismas flores, ruinas.
En el rosedal, con una corona embellecida, descansa un cristo.
Lo dejamos dormido,
parecido a una ceguera.

Mientras tanto, sin que nos demos cuenta,


almas viajeras habitan alma nuestra,
nos dictan la ficción.

-¿Conocés la canción
del cuaderno negro que carga los poemas?, ¿y la del cuaderno rojo
que hace bailar? Yo tengo un cuaderno azul
en que solía dibujar. También cargó palabras
que el fuego hizo menguar. Y a través suyo,
permutada su sustancia en fragancia de jazmines y cenizas,
vuelvo de haber ido
orgulloso y maldecido. ¿Qué razón habría de
traerlo de las manos, de los ojos, al lienzo
sempiterno? Caracteres virtuales, rituales. Horas
de charlar por el teléfono sin que suene una palabra.
¿Usarnos?
¿Andarnos cual si fuéramos dos,
nada más que dos? ¡Qué sinrazón!
El espasmo repelido se le cae de la boca. ¿Lucinador,
lucubrador, pensante? Antes,
quizás. Ahora, mero paseante.
Pero las calles y la forma esférica nos estiran el horizonte.
Coreutas

Claro, se abrió entre los paseantes.


Antes, cuando la muchedumbre ahogada en infortunios
izó una bandera en la plaza para enfermar a los oportunos
libertantes, he que,
claro, se abrió entre los que reían y miraban juntos
multitudes, manicomios, mar de acopios
hechos uno, jolgorios,
jolgorios,
jolgorios.

Tras la risa frenética, una ausencia.


¿Que causó en su boca mueca
que no resiste una sentencia
sin largarse a llorar? ¿Qué razón habría de herir
con el dibujo de las comisuras
a las noches que se arriman
lenta,
lentamente desde el vado
hasta el principio de la luna y la muerte del telar?

¿Rezar? De rezar, mueren los que nadan. Y nada queda,


y así nadar. Si no, ¿qué más? Quieran
o véndense sus ojos,
psicodel los encuentra cual si fueran tantos,
tantos que no alcanzara a contar
y así el infinito volviera sobre sí para volver a empezar.
¿Contar? ¿Cantar su cuánto? Flores negras en el teléfono,
en la pantalla. Ojos en los cánones, en los antojos.
Obispos que desfilan con las telas de los niños en su sombra y llamados a madrugar.

¿Enfermo, solo nadar? Agua que nada labia,


que nada escama, que miel
sagrada nos augura ha de sobrar. ¿Pero quién fue aquel
que con su boca hizo la piel
y que la piel hizo partir hacia lucinio abismal?

¿Su lucidez venerar?


Sus ojos,
diletantes ojos de paloma muerta,
nos dan a dientes rechinar.
Achinados, de brazos cruzados,
quietos y anominados,
preceden al mar. ¿Agua? ¿Tanta?
No es necesario,
repiten en coro.
No es necesario.
Prólogo

No es necesario.
Lo único que cambia
-si es que cambia algo-
es que la materia lleva tu nombre
y lo despliega
como si cargara feéreo aroma
o toxicara las mentes sanas
con su vana
paranoia. ¿Espejos, rieles, frenos?

No es necesario.
Escribir, en todo caso,
lo hará permutable
-perdurable lo hace el pensarlo-.
Y darle a la superficie
registros de las planicies
-cuándo sube, cuándo baja, cuándo el eje
se desplaza-, mera
manía y pasatiempo.

¿Quién no fuera viento


en su siento
decir ahora?

¿Quién fuera a decirlo


alto, tan alto
que encontrara suelo?

No es necesario.
Por supuesto.
No es necesario.
¿Adónde?

Blanco que ya no duerme en la hoja,


boca tras boca
se despliega. Espera,
mientras los labios se curvan,
que quiera
decirse aquello a sí, que quiera
volver a calle extraña.

En su maraña, cuando olvidaba esperar,


traía una cara de acá, otra cara de allá,
un mirar sobre el suelo el panfleto de un árbol que yacía
sediéndonos. ¿Y qué consuelo fuera aquello?
Ninguno, responde.
Mero acelerar el subir del cuerpo.
Prólogo

Escheriano, con un verbo en los dedos,


dibujó arriba bajo fuego -¿quién pudiera evitarlo
y sufrir,
sufrir en hervor eterno?; supiera uno que el vapor
hiere a los transeúntes, y éstos, en justa respuesta
devuelven los puñales de la lengua bífida (hacia la derecha, tímida;
hacia la izquierda, angulosa)-. Sus

pasos muertos,

¿desde cuándo volvían?

¿cómo?

Quién sabrá. Sin embargo, schreberiano,


con el culo en la cabeza,
almicidios inocula -tirarle a los paseantes
verbos de antes
cual si el tiempo fuera una laguna.
Farsa (lo que llamamos verso)

Sepultada la moción,
luego de ver
armonires de haces que supuran
tenues brisas, gotas
dulces, ¡qué enero extraño!
¡Hace un año mentíamos de haber amado!
¿O amado hubimos?

Por supuesto, aquél entonces


memoria muerta,
sal. Cuando el desespero nos anima a toxicarnos
hasta que cante el paso
de éste el cuerpo a su fin,
hadas
braman signos tan dulces.

Medios del pervivir,


seguramente.
Santa su mente y su verbo un artilugio de la supervivencia
-¿quién no querría irse a contemplar su esencia?-.
Mas, medio eterno,
¿qué razón habría entonces de nosotros si no fuera para suyos ser?
Alzar una llama vital nos atormenta, ceros
nuestros. Lo saben, escarmientan
al respecto. Pero esto, esto de decirles
con boca abierta,
silencio,
esto de repetir
y repetir
silencio, he que enerva. ¿Nieva en enero,
en febrero, en verba?
Hace fríos, hadas tercas. El hielo, ya disuelto,
nubes nuevas ha velado,
tantas eras. En nuestra selva,
incluso,
despierta. En nuestras manos
se conserva. ¿Se hace, así, a sí?
Se hace, nos hacemos, me hace, se esconde.
Ahonde, hada viva, ahonde.
Puede que encuentre,
en el hedor,
crucifixión. El sacrificio primero
nuestro niño. Comerse su sangre y hacerla vestigio.
¿Mi espalda sangrando? Mentira
que el ojo le arrima
para mostrarle una ficción. Mas, por supuesto,
esto que presto al divagar,
no crea que es verdad. Mero verso,
¿no es así? Todo verso.
{influence}

Cruje si canta.
Si muere,
cruje. Si habla,
no, dice no.

Tocixoso, oso
ver tras noes.

Tocado, oso
no más síes.

Influencia,
quizás.
Pervivir de la apariencia.
Mienta, mientras

Mienta, mientras
el verbo cae. Nace
verano eterno
-dos ojos sobre suyo, sólo pez.

Nada más.
Delusores cruzando agua cualquiera

Cuando anda las nubes se pregunta qué fe


es la que lo hace arder. La ve
envuelta en el primer cuenco, en el segundo,
por lo que reduce el demás a etcétera
-que pereza contar y contar y nunca terminar.

Pero, ¿qué es lo que dice,


desde su soledad,
al mirar el mar y abrir la vista?
¿Dice que una carabela cruza la memoria,
carga un nombre,
lleva la historia de los signos sobre toda tierra?

Dice sabemos la verdad,


traemos la verdad.
Lleva muerte.

(Por supuesto,
la muerte de los cuerpos.
El almicidio es una virtud que no tienen a su disposición.)

Dice sabemos el camino,


traemos el camino.
Lleva asfalto entre los dientes.

Se despierta,
comatoso, medio ido, aspersido
con el maná de un sueño.
Entre los que le preguntan
cuánto tiempo ha pasado
desde que ha mirado
mano mía moverse así,
moverse de esta manera
peculiar. ¿Y yo los miro?
No respondo. Hondo,
en el matema que esconden los sarcófagos,
momias. Bajo vendas -velo del cuerpo-,
en blancas nubes. Niego.
Nada de eso fue dicho.
¿Cuánto tiempo ha pasado
desde que ha mirado
boca mía moverse así,
moverse sobre estos signos
en particular?
Pezca para el almuerzo del domingo

Una digna manera de cometer el crimen final:


dejarse llevar por el pecado
-¡qué santa manía, cuerpo mío, su pasado,
su presente, su no tener,
en los nudos de la hiedra,
fin!-. Peca quien besa, quien reza, quien besa.
Peca quien pesa las piezas, quien mide
la gravedad del asunto. Peca
quien respira el aire que chorrea por la sima.
Peca quien la mira.

Dulcísima vanagloria, ¿no es así?

Peca quien intenta matar lo que no tiene vida.

Y conjura,
así,
el sufrimiento.

¿Necesario?

Necesario.

¿Miento?
Pruebe feliz pasear el hado
y no haber alguien más
y pruebe celda,
soledad.
Probabilidad

Es probable que si dijera esto sin su ruido ya fuera al fin muerto,


o algo así.
¿Algo así?

Coreuta, sienta, luego mienta, luego deje


que su lengua empareje
tras las brisas del invierno
toda la manía de arder. Coreuta,
calle, por favor. Su divague
por las fracturas del olimpo nos pone ansiosos,
nos invita al pánico. Coreuta,
¡mienta! ¡Mienta!
Clavo

Conociendo los ciclos de la manía -arriba, alto, cual águila en tierra extraña,
buscando las arañas; indiferencia, luego, ciencia de habitarse mientras cantan;
y al fin, cual si fuera epifanía, el traducirse de la sangre,
y el contemplar de los puñales puestos
en manos amigas, en manos queridas, en manos de amadas,
de amada y amable-,
prepárese, usted de voz suave,
para el grito del cuerpo y la muerte lenta,
lenta
como un suspiro en el viento,
llevándose sus restos a la tumba marina

-agua,
algas, quien
haga
agua, algas, trampas,
quien nos pesque
y nos imbuya en vergüenza
para que el fuego blanco
reminezca; ¿pereza?, más bien,
certeza
-parcial, por supuesto;
ritual, como
cabezas en lanzas,
muñecas con clavos,
cruces, muecas-;
risas nuestras,
esclavos:
suyos somos.
Puerta §

Diana no encuentra el desierto.


Camina, camina y el verdor
del follaje, el camino, los pasajes
entre ir y venir alrededor del árbol
de fruta bautismal. ¿Supiste arder
tus ojos al nacer? ¿Quisiste
vida y esta misma devoción?
¡Canción! ¡Canción y estigmas!
Las muñecas, la espalda,
la corona de espinas, los clavos
oxidados, el aceite halagado,
el romano -algárabe, jolgorio,
cófrade antediluviano-, el
amor de un hermano y el llanto
en desespero. ¡Qué razón
aquel abismo ha puesto en nuestro!
¡Qué oración nos hiciere perder
la razón y abrir el suelo!
Cuánto desconsuelo, persistir
tras de sí y haber aún. Nosotros
que queríamos ceder al ser común,
nosotros cuyo uno es un enigma.
lu(zu)na

Habiendo
luces blancas,
luces negras
(flores -rosas-
blancas,
flores -rosas-
negras),
¿cuál ha de dar
qué
sobre qué variación
de sí?

Habiendo luz
desplegada
-color, razón, símbolo cuyo código cargan los ojos,
cargan ojos suyos-,
¿cuál ha de dar,
silenciosa,
razón, circunstancia oportuna
y efecto liberador?

Digo,
siendo efecto suyo
en la distancia
misma una,
misma luz una.
Carga s/ Peso(ℝ)

la ventana
ya no muestra un fantasma la ventana
ya no muestra una sombra la persiana
carga tu silueta

muertos nuestros

carga tu silueta
Fin: 1167

for all it has been shown,


has been said.

before,
aeons where none was begotten,
we forgot.

yet,
as a river,
senses climbed numbed minds.

could they find


us? could they
try us?

none will show,


again,
not. none will show itself at the end of the show.
Mertesacker

¿Matarse uno? ¡Ah!


Nuestro haber efectos
haría nuestro
de nosotros nuevo
en cuerpo vacío,
¡y qué desafío
sería desde el frío
viento suyo
decir con un murmullo
miento, he mentido,
nos he herido!
Por lo que,
vacío y con deseo
de vaciedad presente,
nos haría
permutarnos de boca en boca
hasta que cuerpo nuevo
haga de nuevo
boca nuestra
y podamos concluir obra ninguna.
Valor de mercado

Motorola 25g.
Xp

Motorola 100g.
3.6Xp

El trance más barato


que hemos, la puerta
que vimos, el árbol
sensato.

Alprarispetereré
2 lucas
y pico.

Agua química, verás,


viva.

Una mano quemada.

Caipirinha.
Himno (humo en derredor)

Piernera

Cruel corazón que la llama mana,


que la brisa oculta,
que el vibrar encierra
entre las piernas
disueltas sobre las sábanas.

Cruel corazón que la llama mima,


que la risa ausculta,
que el cerrar preserva
tras los cofres,
tras las ortigas, tras los ojos
irritados
-¿dormir?, ¿para qué?,
todo lo que sueño se lo lleva usted.
Método

Ahora bien, cuando la cordura se mantiene enlazando los astros -cuyo cuerpo es una
esfera- y dándoles lucinaciones -praderas, montes, selvas, calles, calles todas y el
viento artificial-, he que luminarias nos cursan y nadie nos espera. Tras su sí,
generalmente, un abismo, un atisbo se revela sensato y los garabatos nos enredan las
cuerdas. Por lo que, marioneta de nuestro nuestro, oscilamos ver y tierra, nada y
agua, éntrope que no tiene guía más que el sí sobre su sí que se parece a otro. Pero,
si es que pernocta cuando amanece y si es que despierta cuando la luna crece, ¿qué
razón hiciera suya sapiencia y nuestro todo error? Corazón, cruel, abismo infértil,
cuando tu llanto táctil se despliega sobre las pieles, y los rieles nos encuentran con el
cuello dispuesto a separarse, he que nos riegan las plantas manos nuestras, sin saber
qué hacemos mientras lo hacemos, he que permutamos el verde de las paredes y lo
trazamos luego sobre este lienzo. Configurando el ambiente, la habitación, el cuerpo,
he que perecemos. Eso es lo que se llama conjurarse hacia uno, sobrecargar la
frecuencia en autorruido (¿quién más que uno sabe qué lo hiere adonde duele?),
deshacer los fantasmas con silencio y ver sus cuerpos esconderse entre los entes,
tras sus noes, como quien del arca roe la madera con el fin de ahogarla en agua viva,
y hacerla suya, y sangre suya usar cual si fuera viva. Mas, sin saberlo, lo atestigua. De
negarlo, lo atestigua. Su sóla mención lo atestigua. Su sólo manar de un pensar lo
atestigua. Y su presencia, ambigua, como quien no tiene doble, como quien carga su
doble con la boca férrea, con la miel feérea que usa de saliva, no puede salir a darse
un nombre. Sería el fin.

¿Quién diría, concluida obra ninguna, la razón de la verbórrea?

Nadie, por supuesto. Quien la esfinge haya dispuesto de tal manera que, signos más,
signos menos, cuerpo nuestro cargue una marca, una dicción que lo anima y lo
percibe, una llama vital que, corrupta y alcanzada, molesta. ¿Qué otra fuente
necesitáramos además de esta? Vacía, no refleja nuestro, y así contentos estamos.
Nos mira, nos atestigua, en silencio. Y, cuando la alcanzan los terceros, nos llaman:
matan así la oniria.
Conjuro de calma

Acaso no hubiera despedirnos


otra última vez. Arder,
como espíritus, en el temblor.
Gritar justo antes de caer.
Yacer, luego, acostados.
Pervivir tras el hado, escondidos
como dos enamorados. Habitar
mente ajena, en un suspiro,
en un anatema. Llenarnos de dicciones
y que la memoria no pueda,
no pueda augurar. Cegarnos,
piel eterna, hundirnos
hasta el hondo de la pena,
y ahí hacer una casa y ahí alzar el decorado.

Después de esperar,
hora tras hora,
que vengan tus labios,
tus dedos, tus
celestes pensares
a llover encima,
no puedo contener
sagrado dogma
-sacar al cero de la mesa,
sacar al cero de la balanza,
¡huir en danzas!

Así, esclavo y encerrado,


como si afuera fuera un
enjambre de bocas vampíreas,
dientes afilados y falsas onirias,
designios que fulminan,
así, atado de pies y rayos,
en el silencio de la noche,
huyen de mi estos acordes.

Siempre los mismos, ¿no es así?


Siempre los mismos. Viera
uno hacer un sismo con decir,
hablar y hacer huir de sí
llaves que han delegado los perezosos.
Mas, por supuesto, oso
hacer, alrededor de su fuego, un ritual.
El humo nos escondería, nos esconde.
Sabiéndonos toxicados, medio hombre,
iríamos a pasear los eriales.
¡Carnavales de calaveras y diagnósticos!
Sueños de gnóstico, ¿no es así?, libertarse
vez alguna. Mas, siempre en pugna
conmigo, he que persigo
lengua que iza su castigo -cualquier efecto
nos es perfecto, cualquier
dormirse sobre sí como si no oyera
boca ajena, y repitiera, repitiera;
¡qué pena!, habitarse escondido
y saberse huido de calma final.
Conjuro de lucinio

Medio ido, cual quien se escupe


por parecerse a su castigo.
¿Pánico, entonces? ¿Desespero?
Piel que huelo
a la distancia, y háceme engendrar
pestilencias -así ha sido dicho.
¿Cuánto cuesta
la iniciación? Inanición.
¿Cuánto cuesta
cordura permanente? Disolución,
no haberse,
no serse sobre sí,
sobre no,
sobre aqueste.

Delusor piramidal, cuente jinetes,


sean cuatro, sean siete, ¡cuéntelos
y vea que se pierden
en los ecos de la mirada bífida!
¡Ojos suyos ven en nuestra
norma una delicia! ¡Ley eterna,
castigue, abrigue, asfixie, dicte!
Ley eterna que nunca dije,
cese -cuando crece con presteza
sobre la cabeza,
y hace hervir el cuerpo y hace arder el cuerpo,
animaprehendidos, depresíacos,
interlocutados,
paseamos el vado; agua poca,
¿no es así?, agua nada.
Conjuro de oniria

Luz
que figura-
se a sí. Vaya,
puerta. Ríe,
paciente,
lo especta.
Huya:
recta cuerda
lo espera. Arde,
hiela, vuela.
Todo por usted.

Deje que se aleje, que sólo vuelva.


Deje que perviva, que no sepa.

Luz
que hierve
y hace hervir,
vaya. Cruce
lados sin haber,
desaparezca.
Si su cuerpo
no dicta,
nada encuentra.
Huya, hiele,
vuele. Sepa
arder. Arda
solo.

Deje que se aleje, que encuentre,


tras la multitud de atlantes, erarios.

Cuando dice, encuentra.


Método

Considerando que los circuitos son limitados -en tanto cuerpos-, y que todas las
lecturas dejan registro, el teléfono está siempre abierto. Puede, entonces, haber dicho
ayer el mismo enunciado, sobre aquello que el recuerdo alza. Puede, hoy, decir otro,
incluso lo contrario. Incluso debe, al repetirse la dicción, decir lo contrario alguna vez.
Si no, ¿cómo habría de solucionarse la cuestión del revés?

En alguna parte dice ‘circunstancias que ni siquiera prevés’, dirigiéndose,


extrañamente, al ‘lector’. Por un lado, la extensión es un problema -si bien en la
memoria resuenan los signos (por repetidos, por semejantes)-, puesto que es
necesaria a las condiciones de su emergencia inicial, que a su vez están replegadas
sobre demás signos de similar naturaleza (repetidos hasta el hartazgo, semejados
hasta el hartazgo). Por ende, la memoria no es suficiente, y el análisis es una práctica
cuyo tiempo no se corresponde con el valor potencial que se puede extraer de ella.
Entonces, la hipótesis inicial es que el ‘lector’ (si bien siempre es una imagen “ideal”,
mera conjetura) no existe, ni puede llegar a existir -al menos en relación al horizonte
que se deja ver. Por ende, la extensión se vuelve una práctica catalítica, purgatorio del
sí hasta que los noes asuman sus limitaciones, y el ‘Estudio’ se depure a dos o tres
versos que, quizás, valgan el tiempo invertido (esto tiene que ver con la insistencia del
vampirismo, y la sangre dispersa entre los versos; uno le entrega su muerte, su cuerpo
y, sin embargo, no devuelve este ejercicio más que pliegues e insensa-teces).

¿Qué se puede hacer salvo ver películas?

Quien lo escribe ni siquiera sabe su nombre, mas, recuerda que tiene uno. Dícese
‘Sansonsol’, invocando un delirio. Falla. Sin embargo, una linda esquicia brota de
aquél nombre, ¿no es así? En realidad, no. Sin embargo, un lindo sufrir es preferible
antes que vacuidad silente, ¿no es así? En realidad, no. Esto debiera ser claro como
el hábito de confundirse.

Considerando que los circuitos son retrotraídos, sobre-más-yectados, no debiera


decirse más de unas pocas veces que se hay ‘lector’. Se lee el que se dice y eso lo
hace decir. De lo contrario, silencio. ¿No es así? ¿Qué no quedaría sino silencio, entre
tanta sentencia y entre tanto ‘tormento’? Lluvia, que de sólo verse enmudeciéranos.
Lluvia una y de uno. Énfasis en la ‘y’, hendiendo una diferencia, trazando la
continuidad. Hacía adentro, uno-varios; hacia afuera, uno-varios. Mientras tanto el
cero sigue jugando a los dados con las manos libres. Mirándonos desde su altura
‘artificial’ -delusión acumulada sobre delusión que cimientos escupe sobre el erial. Así
podríamos armar un cielo de velos y llamarlo final, seducidos por la sensación. Así
podríamos sostenernos libres, livianamente, como si fuera tan sencillo.
Balcón §

Como dos suicidas, se cuidan.


Miran,
la ventana invita,
la pared invita.
El horno, mientras tanto, hace la vida.
Su llama tenue,
invertida.
Su voz cansada,
casi muda,
casi sólo gesto sin dicción.
Y, al levantar la cabeza,
anotar que hay distancia entre el suelo y nuestro,
las estrellas saludan. Mudas,
con la mirada perdida,
las estrellas deambulan. ¿Desnudas?
Por supuesto.
¿Quién le pusiera juicio o sustento?
Nosotros no, seguro que nosotros no.
Como dos suicidas,
tantas,
tantas,
se cuidan.
Reunión del sindicato de escatólogos

Qué miedo, cuerpo enfermo, haberse


negredo tras los ojos. Huyen, a su antojo,
lucinios que la piel asaron. Las pupilas
derretidas, los labios partidos, la miel
en los dedos, la sien
curvada. ¿Bien, hará bien hacerse en vano?
Sano, al menos, darse a uno
cual si no fuera mero ayuno
desvestirse en corolario.
¿Qué piel no fundara consigo al hambre?
¿Qué tribulación nos concibió un enjambre?

Baile, tributada, sienta,


mientras despierta de la siesta,
sombras alrededor.
La miran, ¡y qué rubor
ocupa mejillas suyas!
No tienen, han olvidado
haber amor -ángeles lapidarios
que cual corsarios
escupen arroz
que los siga lucinando
bajo el mando de uno;
¿cofradía maldita?, ¡por supuesto!
(si resucita, muerto ha estado;
si muerto ha estado, nada habita;
si nada habita, ¿qué es negado?).
Lo que dice el registro de la reunión del sindicato de escatólogos

Coronada sea de gloria virtud suya.

Cero.

Cero.

Coronada sea de gloria virtud suya.

Cero.

Cero.
Eje §

Un hábito blanco se levanta entre nosotros.


Olemos
el sabor de los brebajes,
vemos caerse las escaleras dejándonos
supuestos por suelo inhabitado.
¡Todos arriba, todos arriba! ¡No hay más abajo!

Un hábito blanco que esconde un cuerpo se levanta entre nosotros.


Olemos
el dolor de los acusadores,
viéndose a sí entre los que cursan sus cantares
en el suelo inhabitado.
¡Todos tranquilos, todos dormidos! ¡Es como un sueño y un espanto!

Un éxtasis ritual, una baranda alrededor de la escalera,


una baranda a remedio.
Entre los cumulados,
los culpables,
alguien viene de antes.
Es el primero,
el astuto,
el ciego. Miren sus ojos llenos, su boca llena
de verbos. Mírenlo morir tranquilo.
Su boca llena, la verbórrea andando.
El revés que nos devuelve calma suya.

Un hábito blanco, carnal, de toxicarnos


en juegos de placer y servidumbre.
Cuando el dios alumbre,
mudos,
los placebos,
los soldados,
van a reír aterrados.
Y la tierra se va a llevar su nombre al segundo piso.
Cantos de medusas

Ven, van (tablero)

Cuánto mudarnos nos ha mezclado todo.


Fuego en viejas casas, viejas calles,
viejas caras -caras nuestras, caras suyas,
caras que cargan caras que cargan nuestro.
Pero, ¿será ésto impedimento para sentir
tu ser acá y no haber otro lugar
en el que lucinar tu cuerpo entero?
Justo debajo de todos los designios,
en Posadas. Pasadas, paranaica, nuestras
ruinas, he que no nos miramos más,
ni nos queremos más -al menos así
decimos, ¿no es así, llama blanca,
llama viva? Cuánto mudarnos nos ha confundido.
Parecidos, y deshechos, y no vueltos
sobre nuestro, vamos. ¿Desparejo el tablero?
Yo siendo cero.
Artificios §

Cual hijo del rigor,


me dan ley,
devuelvo apariencia
-así no pueden confluir
sobre mí
las sentencias,
y mi noema no sea muerto
en tránsito subrepticio
por los alisios con que acaricio.

Cual hijo del rigor,


me dan ley,
les doy artificios
-ficticios reminiscios;
y de no ser yo,
ni míos, ni parte del nuestro
que nombro nuestro,
he que no concluyen
qué razón se finge,
que razón es esfinge
por la que puédese trepar
hasta mí;
usarme, así, cual marioneta
que en llanto esteta
supura su marea,
usarme cual medio que no hiciera
más que figurar
sombras cuyos cuerpos
no se animan a mirar
ojos muertos,
sempiternos ojos muertos.
Prólogo

Respirá,
respirá profundamente.
No es la muerte, es
edén.
También puede ser hado.

Respirá,
cruzá
los ojos que te ocupan.
Nadie dentro suyo,
nadie nuestro.
Este decir de boca suya.

Enguya.
Ahora respirá.
Lenta, profundamente.
Es la muerte.
Los símbolos traducidos.

¿Ves el velo
sagrado?
Respirá.
Puñal final

Ne gli occhi,
in ombra d’Amore,
con tuo piacer, che mi sana
-che dove appare, more.
M’era la mente già ben tutta tolta.

Volte, fémina de lume e pace.


E ivi se lamenta.
Spirito maggior tremò sì forte.
Quel dolce nome me fa il cor agro.
Mia morte suspira, dice.
Cantos de Medusas

Los manuscritos quemados,


por tus ojos, escritos
por tus ojos, ¡y quemados por ello!
Mas, la memoria, incluso vuelta piedra,
incluso tras tus ojos transfigurarla,
muerte encuentra entre las llamas.
¡Quién pudiera vernos bajo la torre eterna,
bajo saber disuelto
como cenizas que llevaran bárbaros tras el grito magno!

¡Victoria! ¡Gloria! ¡Pasión!


¡Y que a la razón se la metan en el culo!
¡Quizás así escupa con virtud!
Cantos de Medusas

¿La avenida
llevaba tu nombre?
¿Cargaba tu nombre
la avenida? Miré
tus pasos, tu nombre
asirse. Confundido,
cautivo, espontáneo,
caí en tu usurario
hábito. Te vi. Muerto,
desde entonces
-quizás un poco antes,
quizás un poco después-,
hablé. Sombra alguna
mi boca usó. ¿La miré?,
me pregunto ahora, ¿me usó
para dar a su rebeldía
apariencia sensible?
Los muebles, los tronos,
los reyes durmiendo,
los gatos, los perros,
por vez final despiertos,
viéronnos. Muerto,
frente a tu alegría
nada podía. Ciclabas,
ciclabas, tus ojos ardía.
Esmeraldas, coordenadas,
hadas, toda la manía
de liberarse. ¿Y quién transpira?
Yo, el que usurpa tu voz,
y la presta. ¿Esta
será la razón
por la que vuelven
dicciones desde el hado,
de memoria ajena?
De memoria viva,
responde tu pena. Mi vista,
mi plena desidia, mi
ceguera. Los soldados
convertidos en piedra,
sus espadas partidas.
¿Metamorfia? ¿Ilusión?
Pregúntele al que entierra
en esta oración.
Cantos de Medusas

¡Canta! Hay esperanza.


Mas, no es yo.
Y aunque sus dicciones
simulen ser ficciones,
¿quién no verá detrás
del disfraz
un humano pensamiento?
¿Tormentos?
No es yo, y miente,
miente, como miento yo.
¿Semejantes? ¡Antes!
¡Cuando el sol nos magulló!
Saturnario, de llanto
desconsolado, su hijo mostró.
Tenía la mitad del cuerpo vivo.
Tenía la mitad del cuerpo muerto.
¿Pensó ser dos? Lo supo.
Volvió con la sombra, sin cruz,
sin cruz cuyo nombre recuerde.
Aquella tarde

De haber dicción, haber quien dice. De no haber presente en la consciencia más que
figuras aparentes, haberse diciente que siente. Si siente, duda -¿seré cautivo de un
sueño? Viola, así, las ataduras. Su razón permite que lo encuentren en falta. Y cuando
salta los escalones como un sapo, he que no pueden verlo suscitar espasmos. ¿Quién
grita, gratis, tras suyo? Uno del que huyo.

Mas, la historia no empieza por ahí.

Tormento: Érase un delirio, una tarde delirando. Érase la creación. La sombra, uno, el
mismo tiempo, el mismo tipo. Su potencia en nuestro. Entonces, al abrirse un
pensamiento, un rayo -su estruendo-. Entonces, paranoia: ¿será precognición?,
¿efecto?, ¿despliegue de la culpa? Inundado, entonces, con el agua hasta la pera,
hacía el tren. Estrellas, parteras, anángeles que miraban con los ojos hechos fuego,
un celeste mío que paseaba cual corsario, toda la marioneta desvariando. Y, sin
embargo, he que algo conservo: tormentos, recuerdos de haber infierno por haber
efecto, de haber poder por haber infierno, de haber ceguera autoinducida, de haber
necesidad de tolerar. Pero eso era entonces, aquel del que participa esta figuración.
¿Miento? Por supuesto que miento, ¿quién hiciera, más que un dios, fortuito evento
efecto suyo? Fortunas, fortunas que llovían. Una cuna. Un artificio que llamamos
esfinge y que usamos para estar solos. Si no, ¡con qué dolo vendrían a buscarnos
atlantes, quietos, abismales perfumes de certeza y pirámides oscuras en la
mesopotamia inversa!

Érase un delirio. Cual delirio, y bañado en él, vuelve.

Todo ‘tormento’: imagen de aquella tarde.


Línea §

Gotas negras
en lucinio ajeno.

Gotas oscuras, flores


negras,
en lucinio ajeno.

Y jamás,

jamás equilibrio.
‘bout to rain

Llovedor,
en derredor nuestro,
costas suyas, de restos suyos,
vestigios -la razón de sus castillos,
el olvido, el primitivo
llanto materno-,
nos encuentra. Tus signos,
llovedor, tus
estandartes, con gloria arcana,
la frente alta y la estampa
en el pecho,
y estampan en su pecho una bala.

Pero no es la muerte ni lo fue,


llovedor,
no es la fuente. Es su eco,
el hueco
que dejó al abrirse
y sangrar sobre el asfalto
lenta,
lentamente.

La lejanía lo encuentra, mirando,


llovedor, riendo.
¿Miento? ¿Cómo saber, llovedor,
como verlo? Su cuerpo,
tras un océano,
deshecho
yace muerto.
¿Cómo saber, llovedor,
si no a través de sus verbos?
Quien riera

¿Qué poesía impermutable


fuera a darnos
quien riera? ¿Amarnos?
¿Para que el cuerpo durable
sea,
y así pueda dormir?

¡Qué ganas de volver a sufrir!


Invocarse en un revés,
invocare quienquiera. Mas,
¿de esta manera?,
¿con semejante ensañamiento?
Diga: sí, miento.
Diga y sepa y vea arder
la raíz de sus problemas
-qué signo no fuera matema,
qué escisión no nos hirviera.

Lava, su cuerpo lava,


enjuga
la pregunta con la punta
de la lengua
y escupe al terminar.
Dada la sentencia,
la apariencia
se da a terminar.
Cantos de Medusas

Un crimen

Nunca vernos.
Ojos frente a ojos

hicieran de nosotros

haber muerte.
¡Nunca frente

sobre frente sobre

escalones de lo nuestro!
Muestro, si estimo

haber muerte

posible. No la hay.
¿De qué preocupar?
Reencuentro de los varios, según vario

Sin embargo,

la certeza
de que muertos nos escuchan
-niños
desconsolados, niños
atados a la voz de una terrible dueña,
y a su psicotecnia-

no termina,
no termina. Inocentes,
desesperan.

Quién sabrá de quién ojos fui

allá en la noche virgen,


cuando
reuniones de actuar nos unían.

Quién sabrá qué fue que dijo de mí

en su delusión perversa
maestra
que entrega a su hija a persistir.

¿No la ve resistir?
¿Cómo hará el ascenso
si su pienso
la sostiene viva?
¿Sus ecos no resonarán,
y la harán a un costado los vigilantes,
los silenciantes
ángeles terribles que supuran
voz suya
por no saber negarla?

¿La lluvia de sus ojos no será una bruma?


p(-)d

Seducido
por mano conocida
hace tanto,

canto. Pierdo,
así la memoria,
y la desarmo,
e inanezco.

¿Qué no pudiera comer que no fuera fresco?


{suficiencia}

El problema,
señor,
no es la sentencia.

Es haber sido tan idiota como para dejar huellas.

La próxima vez
trácese un sendero
y tire las colillas
en la calle aledaña.

Que piensen,
crean, sientan
que pasean misma calle,
mientras especta
entre el follaje.

Pero no vaya a decir su nombre ni mencionar su voz.

Cualquier dicción le traería muerte,


condena. Esa es la razón del juicio.
{secuencia}

Mezcla de polizonte y penúltimo linyera,


mea.

¡Llueve!
¡Desde la azotea llueve!,
grita uno,
asesorado.

Mientras paseo por la marea,


llueve.
Así,
¿qué pena no habría?
{resistencia}

Si no nos miraran, sus ojos no nos dijeran


lo nuestro al vernos así, despejados,
paseando una nube violeta
mientras pétalos caen como lluvia,
se alzan como vapor de un espectáculo
cuya muerte augura
espectador. ¡Qué desilusión!
¡Ver y no actuar y engendrar pestilencia!
Mas, la vista,
sola vista, nuestra,
dispuesta,
involuntaria y posada
sobre esta
flor que sugieren los pétalos,
que los pétalos arman,
¿no harán del sueño un acto?
¡Ensoñar! ¡Ensoñar como quien conjura en su ritual!
Cargar,
luego,
el sueño como un vestido,
como cabellos
eternos
que se esparcen sobre el suelo.
¿Cargan hierbas, miel, adolecer?
Cargan todo lo que supimos ver.
Himno (humo en derredor)

Estandarizados,
dos pescados
creen ser del agua y que el agua
nada. ¿Se derrama
curso suyo
sobre todo el óceano,
todo el mar,
todo charco que ha quedado
tras diluviar?
De los peces pasearnos habría volar.
Cantos de Medusas

Transición a la piedra

Cuerpo,
se pusieron sobre tuyo,
te encerraron.
Aquellas pupilas hendidas sobre tu voz
nerviosa, aquellas
hiedras que cuelgan de los hombros,
nunca vistas, nos persiguen.

Sentimos, cuerpo, sentimos


que habítanos
quién sabe qué conjuro,
y nuestros labios ya no saben cortar.

Cruza su boca,
nos mira y cruza. ¡Qué risa!
Si viera que
pisa cabezas mías y las hace ahogarse,
si viera que nace
homúnculo a mi costado con su mirarme,
no hubiera nacido amante
sobre mí. ¡Qué pétrea
tu cordura! ¡Qué ígnea
la voz canina
que nos envuelve de muertos y entrecortados!
Cual si fuera un colador,
cae
en derredor sudor dorado. ¡Años!
Sin embargo, cuando tu cuerpo cruza a mi costado,
ya no soy dueño
de mis espasmos,
ya no soy dueño de mis pasos.

Así,
de darte muerte,
llevarte al olvido y traerte de vuelta,
me vas asando.
A la ceniza se la lleva el viento,
y el hedor un recuerdo
trae. También los sueños,
eternos sueños
que nos han hilado.
Mas, así me ves,
encurdado. Así me ves,
me voy
al hado. Y de reírnos
nos abrasamos. ¿Qué tanto
hubiésemos mentido de habernos querido tanto?
Flores violetas en derredor,
hierbas envueltas
bajo la mano tibia de la noche.
En la costanera pacemos encontrados.
El agua está justo al lado.
Así,
de darme muerte,
la piel se hace playa.
De darme muerte y usarme y de hacerme un lado.
Cantos de Medusas

Solidificación de las aguas

Cuando nos alumbró la lámpara,


repentina y sin
razón alguna, he que
un fantasma dibujó en el espacio
galimates. Soñamos números, adiciones
de instantes haciendo insano
cualquier roce. Cumulados bajo el
cuerpo visto, deshechos
por los signos que nos traen hadas
y sombras,
hadas y sombras por igual,
quisimos nadar y hubo
caminar. Entonces
el aire se abrió, oportuno,
mostró sus dedos
secos, mostró sus dientes
rotos. Sacó del bolsillo un pañuelo
-lloraba
un muerto, lloraba
su sí al verse
desplegado como un cero.

Desierto hecho
-su cuerpo era tan grande-,
agachó la cabeza
y sopló hacia el norte
y he que misma natura había,
y sopló hacia el sur
y he que misma natura había,
y todo lo que creía saber sobre el espacio
se deshizo,
y la distancia encontró su fin.

Rodeado de hielo,
¿qué absurda playa
era aquella?, ¿qué
distante placer la sumergiera?
Atlantes habían muerto,
incapaces de tolerar la catatonia.
Antes, ¿quién sabe cuándo?
¡Antes! Y bacantes
todavía cantan los artilugios
que tejieron en el agua,
y cuando llueve todos bailan.
Remedios §

Tedio alguno nos mostró su cara en la pantalla.


Vagábamos, buscábamos
nada. Sin embargo, azar y algoritmo dedujo
seductor su gesto, y he que nos lo dio
para alimentar al cuerpo con matemas y esperanzas.

Mas, lo que no esperaba el azar,


lo que no esperaba su lengua oscura,
es haber tras su gran no,
tras su gran no mediado por ojos nuestros,
síes liminados
-lucinares,
auscultar de tierra extraña
y confusión que arañas
no pudieran urdir. Blanco, entonces, se abrió.
Todas las flechas cayeron sobre suyo.
De a una, el arco y la cuerda las fueron escupiendo.
¿Labor eterna, insensata, interminable? Así es.
Mas, hay un sólo método para demostrar una teoría,
y el cuerpo es finito
-¿los ojos?, ¿las lenguas?, ¡todo lo pudieran aprehender!;
nuestra limitada oniria,
una cadena; ¿una pena?,
¡un nacimiento!, ¡dos!

Rezan, entonces, amontonados


bajo el manto inmaculado
de quien ya no recuerda. Su cuerpo
se deshizo, y dejó
aroma de lavandas en un campo alucinado.
Todo dolor, todo animal,
se les arrima. Bestia con cara de boludo.
He que así,
subrepticio,
liminal, urdió un cristal.
Y los ojos lo ven todo y no ven más que colores y formas deviniendo,
y el oído pasea el laberinto de los muertos.
Sin darse cuenta,
guiados por la mano hambrienta,
conjuran
calma -mas, sólo después de una tormenta.
Prólogo

Fortuitamente, números
como estrellas laceradas
se encuentran
y nos miran desde arriba,
nos enciman sobre un bajo
y el entrepiso nos parece una vergüenza.
Mas, qué paciencia
la suya, ¿no? Cual si fuese una ablución,
arder,
arder en la canción. Y si pánico
lo augura y urde su sí
antes de que llegue nadie,
puede que lo encuentre paseando canción antigua.
Umbral §

Suerte suya, de azarosa, determina


suerte mía. Fortuita, gratuita manía.
Darse cual si fueran rosas
y esperar que la alegría
fulja entera en su agonía.
Darse sobre las catacumbas.
Umbrales, y paciencia, y miel de umbrales.
{fluencia}

Vigía, mis ojos lo espían.


¿Su oniria la mía?
Por supuesto, y desidia,
desinterés harán caer del revés
verdad suya que no quería
ver sobre sí por boca ajena y puesta
sobre la ropa nuestra
que nos dimos a robar.

Pero, así las cosas,


¿razón mañosa
hubiese sido suya?
Por supuesto,
¿qué otra si no?

Y sin embargo,
parece no haber leído todavía del fuego.
Parece todavía no haber leído sobre su vacuidad.

¿Dignidad? ¿Confesiones?
Eso déjelo a los redentores,
a los que animan con sus canciones.
A nosotros, muertos,
déjenos vagar.

¿Fue un ritual, un luminio?


Fue un vaticinio,
una danza.
¿Dagas por la espalda?
Dagas justo frente suyo, en sus ojos,
en sus puros ojos vivos
que a su antojo
deliran.
¿Respiran sus sábanas hirientes?
Toxicado, como un humo
sobre un pulmón desviado,
me prendo sobre todo la sangre que su boca deje.

Y sin embargo,
aunque el suelo empareje,
y hágame decir su sí lo que niego de mi boca salir
-haber efectos, verá, precauciones-,
no por ello voy a dejar de cantar canciones
que recuerden una mentira
bautismal. ¿Será necesario
habernos hecho daño
para iniciarnos en amar? ¡Por supuesto!
Mas, miento.
Método

¿Razón de serse árbol?


Fotosíntesis.
Conjución de doble oniria
-una que vivía cautiva,
una muerta y libre.
Mas, ¿preveíase
suceder, y por eso se decía?
¿Se decía sobre un árbol
intraducible,
se decía porque preveíase
símbolo eficiente?
¿Desde dónde gritan sus signos?
¿Adónde los escupe?
Quién sabrá.
Mas, ante el tiempo
vacío,
he que mero pasear el rocío
en silencio,
mero cruzarse los verbos
sobre nuestro,
es suficiente.
Y herirnos por hablar parece una virtud.
{sentencia}

¿Simpatía? ¿Elocuencia? ¿Algarabía?

Cosmógones de nuestro,
cosmógones de mí,

silencio.
Himno (humo en derredor)

Fortuita mentira nos mira,


soy yo.
Mi presencia, un mentir.
Mis dicciones, por supuesto, un mentir.
El noema inaccesible mío de mente ajena, un mentir.
¿Un solo mentir?
Un mentir ejercitado,
un ejército de fracturas sobre la tierra.
La sangre que fluye, interminable.
Inaprehensible, por supuesto.
¿Quién toleraría sufrir eterno
habiendo cuerpo
y dicción?
Quien que fuera maldición
-fortuita,
por supuesto;
un chico que jugaba a lucinar y murió abierto.
{presencia}

Una sombra me nubla la vista, me grita su nombre y se va.

Totalmente seducido,
totalmente arrobado,
incautado por la suspicacia de la asesina,

una sombra le digo y su nombre se lleva y he que ya no estoy.


Intermisión
1

Primera mujer nuestra


que fui antes de haber sido,
¿qué quimera nos libera
en tu intuición?, ¿qué inevitable animación
nos envuelve sobre tierras
inhabitables? ¡Cuánta razón hubiera,
tuya, sempiterna! ¡Cuánta razón,
quién sabe cómo,
tus labios riegan! Eras,
eras de esperar, y la espera
se hizo costumbre y la cumbre
se despega. ¿Quién hubiera,
ciego y esperando decidir,
hablar de vos, hablar en voz tuya?
¡Meros pasos
nuestras dicciones, meras
imitaciones! ¿Cuál fuera
el que su natura radia
sobre nuestro cual estela de luz fresca?
Mañana, quizás, desaparezca
y la memoria traiga consigo
voz suya y la haga nuestra,
y quien nos oiga
no sepa quién dice su ser y su matema.
¿Qué haría, detrás,
qué haría
si no fuera alegría
la unión del cuerpo inánime
con su corona ecuánime
que no juzga ni esgrime?
¡Cuánto deseo hubo de juicio,
de que un árbol, un camino
nos revele el destino
y podamos así dormir! Mas, ¿qué ansiedad
nos lleva tras el ya
que se escinde inacabado?
Un espectáculo de soldados, un
revés que parece ser suyo,
un espectáculo de artificios y fuegos.
Y por una fruta que permuta
la ficción por la dicción,
he que las llamas nos cubren y no hay dolor.
¿Quién fuera aquel negador
del cuerpo y su suplicio,
que en triste artificio
pactara que había llegado,
había llegado final y acabado
juicio? ¡Quién no viera que termina
la emoción! Y luego vaga oniria
fulge entre las pupilas blancas,
luego vaga rima
trepida hablando en lengua extraña.
¿Cargará su fuego la verdad?,
nos preguntamos, antes de ser,
y la respuesta nos habitó.
De no haber abierto
ojos eternos
sobre la fruta violeta,
¿habría igual y reminiscer esteta?
Que viento
nos hiciera tibios,
¿contingencia de esta tierra?
Y así cavámonos hacia el símbolo,
y éste no esperó sentado.
Tras su manto, tras su llanto,
tras su feliz argucia,
natura
esperaba, y parecía cura,
y he que el desespero nos había magullado.
Puestos, de repente,
en la laguna nívea,
vivimos la pasión y el hado.
Y la noche sabía, eran ficciones,
¡y reía, concupiscente reía!
Mas, eran hadas mías,
muerto al fin y muerto siendo.
Por lo que, de haber
dejado el cuerpo tras,
de haber andado pies sin paz,
¿qué fuera entonces
la soledad arrobadora
que nos alzaba a las olas
blancas de aquel mar?,
¿qué fuera la sola
manía de saberse en bolas
y ruborizar? ¡Si ya no había cuerpo!
Mas, memorias persistían
en dicciones, en lucinios, en
jazmines que designios
escondían. Y si viérame otra vez,
si viérame paseando
edén que urge a abrir el llanto,
volvería a cuerpo alguno,
uno y mío. Así, dispersas
tus ramas, y cargando hojas
livianas, anaranjadas,
volvíamos vez más,
vez más, cual si no hubiera
acabado todavía
razón de tierra esta.
Y los pies reconocían el suelo y el pasto,
y el asfalto los ardía, y tantos,
¡tantos autos cruzaban la avenida!,
y el aire olía y el olfato
lenta,
lentamente,
moría. Quedara entonces
una marca
en las muñecas, en los dedos,
en la cabeza,
adonde sea,
que indicara que arca
habitaba alma suya. Y las bestias volvían,
el delirio fluía,
y todas los signos sobre sí plandecían.
Multilocado,
tratando de pasear en simultáneo
años, horas, días,
caía. Y se veía el pánico con su manto rúnico,
jeroglífico que la puerta abría.
Y las presencias
en sola secuencia
perduraban. Animaban,
nos llamaban a deshacernos,
retrotraernos
a juzgar desde la pura nada.
Y así aprendimos a reír.

Volvimos,
sobre tuyo distrajimos
hadas hastiadas de tanta vanagloria,
hadas transitando una edad de sombras,
y sólo dejamos a aquellas
que fueran bellas
por razones estratégicas
-sin estímulo,
sin disimulo,
¿qué otra alternativa habría
más que decir
verdad, sola verdad,
aunque sea silencio?
Entre las que se tejían el follaje
en la piel, había
varia que sabía decir miel
que a nuestra boca extasiara.
No supimos verla entre las nubes,
sola y despareja,
y la dejamos suceder como si piezas
sobre piezas
fueran haciendo razón alguna,
y natura alguna,
de compasión inaprendida,
hiciérala frente tuyo y la dejara ir
-¿para qué quisiera
que su boca dijera
lo a que a vos te anima?, ¿para qué
quisieras
que sus manos dibujaran
sobre tu piel mandalas?, ¿para animalarte
y llamarte a persistir
sobre un cuerpo inocente?,
¿para que los sapientes
tengan recipiente
en que nacer?
Entre las que corrían despavoridas,
llevadas por la lluvia o por la vida,
había varia que luchó en silencio.
Se nos ha ido,
está acá en junto nuestro,
y sus manos nos llevan
de acá para allá,
de acá para allá. ¿Quisiera
preguntarle qué bestia
hiciérala suya y con esto
hiciérala irse? ¡Triste
destino abrirse
la puerta y dejarse atrapar!
¿Quién no supiera que un disfraz
cargan almas extrañas,
cuando miran con inocencia
y sus dedos bailan lentos
disimulando la estrategia?
¡Quién no viera que son trampas
cuyo augurio alza
cuerpo nuestro en un patíbulo!
¿Así lo quiere? Como
guste, la traemos,
la dejamos
llevarlo por el desespero,
hacerse a sí tras agujeros
que bocas vivas han de ponerle en la cabeza.
No se olvide que ha vuelto al cuerpo.

Mas, nunca suya,


solo de razón y frío.
Tantos ríos
ha cruzado que las piernas
bailan como si se derritieran
velas. Cursan, llevadas por el viento,
llevadas por la risa,
levitando la cornisa. ¿Qué elemento no fuera
a dejarla huir, a animarla
a huir? ¿Quién quisiera volver acá,
adonde los designios se imantan
de calles, de caras,
de telas y arañas, de toda
la maraña identitaria? ¿Quién quisiera
volver al fin, al cuerpo
que cursó su sí? Mintiérase,
así hiciérase
pasear la sima,
mas, escindida. No pudiera
en simultáneo
habitar el suelo, y su bajo,
y su hondo,
y su fondo inconcebido.
Y los tormentos no la hicieran mierda.
Mas, ¿qué razón hubiera
de llamarse, así, con intensión mortal,
a sufrir? ¿Qué capital hubiera allí
del que extraer
plusvalor? Quién supiera, ¿no es así?,
quién supiera. Quien pudiera saber
su presencia hiriente,
su dicción hiriente,
y mantenerse en acto y producción.
¿Vuelva, de aquel nudo,
de aquel lago
etéreo,
una ficción? ¡Vuelva variación
porque no puede terminar!
¿Qué fin habría? ¿Qué final
urdiera escatólogo
para el tránsito silencioso
del alma ritual? Final
arbitrario,
como el de una idea,
como el de un penitenciario.
Final impuesto
-impositivo y estatista.
Final que suponga lista
toda la parafernalia
para liberarnos vez final,
y que no haya más detrás ni futuro alguno,
sólo uno y libre sobre sí y sin no que engañe.
Final porque la ley ha sido dicha.

Pronoia, paranoica pronoia,


paranaica, por supuesto.
Tierra tuya, psicologista,
desvista
pronoia, paranaica pronoia,
de parascópico, por puesto.
Puesto que, prever
sensatamente, presente-
mente; presentir
sensatamente, presente-
mente, ¿qué?
Haber armonía,
haber imagen de la armonía,
plegarse a imagen de la armonía
puesto anarmones
cuidan la gran cueva vacía,
y el ruido no es tolerable para quien vacila.

Es así que cinco llaves


te escondían. ¿Persistía
tu sentir en las onirias?
¿Eran sueños tuyos prados,
armaduras, vados,
ornamentos? ¿Era tu mentir
un doble cuento,
obligando a hundirse en vos al engañado?
Era tu escalera curva,
caracol que no escatima paciencia,
y era el espiral un numen.
Cuando un cardumen
de esperanzados paseó tu pira
-no viendo más que fuego
y agonía, no alcanzando
a ver la sonrisa tallada en la piedra,
no alcanzado a ciclar un zafiro
del agua y su brillo
inaugural-,
la nupcia celeste se auguró.
Había que pasar la muerte
antes de poder hacer -que es un decir,
nada es hecho. Había que
girar y girar,
desorientarse hasta que fueran a ahogarse
a verbos suyos
cardúmenes de esperanzados
llevados por el aroma dulce de las flores en la pérgola,
huyendo de la caca de los gatos en la habitación,
de la cruz. ¿Qué agonía soportaran
quienes sentencian? Nadie,
mirando su apariencia,
ríe. ¡Qué frente más alta,
qué manos más duras,
qué hiedras tan verdes!
Si no me parezco ni siquiera a mí,
y éste no parecerme
condena. ¿A esto aspira
su amena
servidumbre? ¿Alzarse a esta cumbre
a deshacerse
de lo que pese
sobre el alma y su herrumbre?
Mejor hacer que cese
el sufrir, ¿no es así?, que compasivos
vuelvan arrepentidos
de su tránsito por el fin. Y los efectos
les muestren trayectos
insospechados de su decir.
Y toda la mañana se abra, un día,
dos días, hasta final muerte.
Y los finitos pasen de mano en mano,
los cófrades hagan arder a los gnomos en salmos,
¡y todos rían! Mas,
luego de jolgorios repartir,
he que volverá una herida
-¿razón habría
de curvar la boca
en una mueca derretida
si no fuera loca
corporeidad?
Nos mentimos, por supuesto,
decimos
‘está todo bien’.
¿Para qué abrumarnos
con cicatrices
inresarcibles? ¿Para qué cantarnos
llantos sobre el regazo
que sabe cuándo dormir y cuándo cazar?
Animal, reservorio
de la tierra, ¿no ve la guerra
sideral? ¿Prefiere bajar,
hundirse
en el fuego que cure y purgue?
¿Prefiere alzarse,
abrirse
hacia las nubes que calma auguran?
¿Prefiere quedarse
catatónica
ante la noche de signos extraños?
No hay daño
del alma muda.
Silencio.
Incluso los gritos ecos tuyos,
de tu presente haber
indiferente. El cardumen se pasa,
más atrás estaba la brasa
que los iba a traer a humana vida.
Sin embargo, después de
transferir
y transferir
coriáceos prismas,
después de persistir
y persistir
en los enigmas,
habrá brasa futura.
Esferas, como praderas,
como oportunas
revelaciones. ¡Esferas!

De la tierra a tu mesa,
artesana,
de la tierra a tu casa.
Lleva, así,
tierra a todas partes,
y la llama con su nombre.
Se sabe engañada,
seducida,
manipulada por dicciones
ajenas, por instrumentos
del ingenio. ¡Qué pena!
¡Hubiéranse hecho uno con sangres oportunas!

Y ahora es tarde.

Como dos drogados,


nos levantamos temprano,
nos excedemos de
estímulo. Sin disimulo,
paseamos costados. ¿Son sombras?,
preguntan. Se asombran
de las caras demacradas,
de las máscaras de ojos largos.
Movemos, balanceamos
balacera que curse
cabellera eterna, inexplicada,
como si de hada fuera,
para que mueran
de ambos símiles unidades
y seniles vanidades. Yerba,
agua -jugo-, verba, hierbas.
Hiera, vea como juega
con la presencia ajena.
¡Bienvenid!, gritan,
arcanos ancianos en el vano
suelo. Decimos ‘bueno’,
procediendo cual anzuelo
y sabiéndonos mintiendo.
¿Qué pretende?, se pregunta
mientras duerme
hada alguna que pasea.
‘Nada’, decimos, y agua mea.
Tereré pasea. ¡Qué indigna
de esquizarca
esa sustancia
sudaca!, sentencia,
arcano, que ciego
cierra el ano. ¿Mea
brea negra, insana?
Vana toda la marea.
Tereré pasea.
Tardecer

Todo llama, animal curvo, vita nuova, ¡todo arde


cual si tarde
fuéramos a vernos otra vez!
¿Cuánto habrá que huir de este silencio,
de este inevitable
y permanente haberse en silencio bajo sí?
Y cuando los signos llueven ya cargan dos partes.
¡Cada vez que signo llueve carga su doble!
¡Qué sinrazón! ¿O no?
Haberse en su sobre
dos, ¿no es así, silencio, no es así?
Quién pudiera decirlo de una vez y nunca más.
Eternidad

Escapémonos, vamos por las líneas,


por las curvas
del cero, vamos por la boca
del fuego, vamos por la mirada de nadie que iza
su bandera en la repisa,
y juega a matar y juega a darse vida.
¿Quién no fuera así, siempre así, sempiterno vigilante?
¿Quién no fuera a alzarse en guerra?
Si toda sentencia, arbitrio afín, y toda afinidad,
engaño. Deludido, ¿pueden haber advertido
que tras las fracturas,
tras la ropa amontonada sobre las heridas,
escapa silente mitad tuya
gesticulando, habitando, pisando
cabezas eternas,
inconcebibles cabezas eternas?
Si sobre cada palabra que dejara no le robaran,
si cada signo que le dieran no fuera anzuelo,
¿qué otro consuelo,
amor eterno,
qué otro caos
fuera a darnos mundano
haber ahora? ¿Acaso no se fue tras los ojos,
tras la distancia de los ojos,
tras la distancia intraducible? ¿Acaso fuera quien desviste
todo sí? Hiérase, véase, circunscriba
razón que no se priva
a sí. No sea cosa que su boca se escape, huya, redunde
sobre misma boca curva
toda la terrible eternidad.
Este cuerpo nos está dejando

Mas, este cuerpo nos está dejando


tras cada suspiro,
tras cada tos que el cigarrillo
anime. ¡Pero qué seríamos sin el humo
induciendo la mirada
a asirse atenta
sobre lo que tras las hojas
de este verbo
revienta! ¿Y acaso no fuera violenta toda circunstancia,
así las cosas? Así la roza,
la esboza
con dos pensares
-malabares
que hace uno para no habitarse.
{afluencia}

Pero
la fuerza sapiente,
si siente,
termina acorazada.

Corazonada,
por supuesto,
razón del cuerpo conservatorio.
¿Quien quisiera habitar
casa coriácea,
quién quisiera cazar
su sí tras los noes,
necesariamente interminables noes
que silban
llamándonos a atender
razón de su presencia?
Pasto §

Axial, sobre curso natural, se desprende


de su sí haber entonces sobre aquello y darse
sobre mismo aquello escindido tras través
que viera -ve- revés e hiciera su sonido
con muecas, alucinios, metaficción.

Dominios del espacio, hacerse


sin trabajo. Abajo, adonde yacen cuerpos,
adonde duermen sanos, andan
quienes, con las manos llenas de estrellas,
recitan plebeya simpatía y unión.

¡Porque cuánto más seamos,


más seamos,
más vamos a andar!

Intuye una adición y un movimiento,


y sabe que miento si los niego, sabe que
haber estado acá es retroactivo allá,
que es proyectivo no haber. ¿Incurro
en dicción si suelto un sermón oloriento?

Mas, da igual, ya no hay tiempo. Viento,


viento matinal que rehace la ficción, cruz violeta,
viento de la sangre que nos escuda del rubor
de flores rosas, del amor en flores negras,
¿por qué no carga un cuerpo que lo sostenga?
¿Decidió, acaso, darse a sí en todo través,
deshaciendo todo sí en pliegue que no alcanza
firmamento, suelo, cielo de su ablución,
agua de su dicción? ¿Qué mandamiento
siento hacerme decir esta canción? ¿Qué
razón hará contarnos la oración? ¿Ninguna?
Duda, dunas, ágoras, quietos -así la secuencia,
así el momento. Mas, si de vernos otra vez
pensáramos cultivar de la memoria viento fértil
que cuerpo nuestro cursó, si de vernos vez menos
pensáramos cultivar de la memoria viento añejo
que cuerpo nuestro usa, ¿quién fuera a darnos
rastro de respuesta entre esta fiesta que nunca cesa
y esta cabeza que se despereza hasta que llega
al desespero? ¿Reír espero? Mar de peros, más
razones para que no nos perdone el haber dado
cuerpos que no se saben cuerpos como razones,
cuerpos que se estiran sobre el pasto como razones.
Momento

Lluvia de bacantes, por antenas sosegados.


Lluvia de los de antes, que persisten atrapados.
Jaula rúnica, única y semejante, cual si fuera
de alguien que habitara casa suya. ¿Alma,
ruina, traición, ungüento? Sanará si pienso,
y si no pienso sana igual y ahora. Mas,
¿qué participar nos haría olvidar
canto de otra vida sobre nuestro?

Ninguno, participar en ninguno.

Nade, cante, nadie, puede que así labie


conjuro de liberación, y hágase el terror
cuerpo suyo, y hágase el error,
y hágase el horror de tierra haber
-dóblese el error. ¿No pudiera hacerlo
mío, entre los árboles, en el castigo?
¿No pudiéramos asilarnos en mismo oscuro
manicomio de los mudos? Viera,
de verme sostenerme entre las hiedras,
viera hacerme el cuerpo una razón.
Si yo dijera, yo dijera, mi razón,
mi cuerpo, descartado, caería muerto,
duro. Catatones, no se ahoguen en agua nuestra,
diría, con un susurro final. Y sueño
alguno traería final. Y así no vería más que
vapor de reminiscios, y los descartaría encantado.
¿Para qué simultáneo tiempo sobre mí sucediendo?
Todo lo que queda es el momento.

Nada, canta, labia nadie porque no sabe dónde está.


El momento,
no sabe dónde está el momento.
Vado §

Filtrárase el espíritu alguna vez, y diga


‘esto sí’,
‘esto no’.

Mientras, nosotros, sedientos, encerrados,


mendigamos
media ficción
que calma haga sobre la mirada,
al menos para que cesen las preguntas y alguien
afirme, sin dudar,
este, aqueste
enunciado,
con la dicción clara,
tras, o a través, o en través del vado.

Corte la dicción que no gusta,


le responde, a su duda,
voz alguna desde altura
artificial. Corte lo que traiga
dolor sobre la consciencia.
Hedone de apariencia
llanto suyo, mudo, insospechado.
Engañe al demás, vario interminable.
Mas, sepa que es engaño.
Comentario:

Cuando a revertirse el ciclo se niega, se revierte. Acusado por dos (inglés, voz y
polivoz –consonancia-): la metamorfia -su lengua confundida en consecuencia. Babel
otra vez.
Erial §

Porque de sólo ver,


solo,
mirarse que es hacerse que es
cohabitarse en la hendidura.

¿Sea natura?

Sea.

Sea proceso de reorganización


-haber nación,
no haber nación;
jamás haberla habido.

Porque de sólo ver


tierra
de toda tierra
y toda habitada,

confiarse a su silencio.
¿Eh?

Adonde duerme, su razón se duerme,


y espera,
lenta,
lentamente desangrarse
espera,
y sus ojos níveos se vuelven artilugios
y su ir de acá para acá y volver
allá siendo,
he que hiendo,
y de hendir haber través.
0800-

¿Adónde íbamos a encontrarnos?


En el sueño,
en un terrible espanto,
y de mirarnos,
apedreados por ojos que nos supuran,
de mirarnos,
caeríanse los verbos en un silencio,
solo silencio,
como un silbido hipersticioso.

Y todo el pajarerío se pararía a mirar,


todo el pajererío.
Y empezarían las bocinas,
y el quedarse quieto
y la orden
final
y las bocinas confundiéndola con besos.
Así se daría el ritual a andar.
haber no haber

Conjurar la voz y hacerla. Nada.


Ropa que habla,
voz de nada. ¿Boca no dice
razón suficiente? Nada.
Nada suficiente.
Moscas en la pantalla. Trepa.
Trepana. Se afana
fuego. Desespera, nada.
Confía en su decir. Erra.
¡Mierda! Conjura su voz
en sus piernas. Corre. Se afila los dientes
a tiros. ¿Doler? Perder
la calma. ¿Arder,
doler? Mentira huidiza,
que catequiza. Haber
no haber.
Culpa §

Vaciarse como una oruga, tarea


de dos tardes, un tiro, dos velasos
al paso y un poco de sonido
cuyo río dé a lado alguno.

Si es anunciado lado alguno,


saberlo farsa. Arrastrar el punto
hasta que el asunto
se vuelque cual agua. Nada, hada,

nada.

Culpable, y como si fuera


una hoja de güembé,
flota,
nada sobre su sí.
{impaciencia}

Barro nuevo, vez de más. De haberme


quedado en
cero tras de uno,
cual si fuera sólo cero tras de uno,
no necesitaría
abrirme la cabeza con un hacha.

Mas,
¿es necesario?

Es necesario.

Barro nuevo, duro, petrificado por el sol


vampíreo,
ha horadado
dos tras cero
y sólo uno tras éste dos,
habiéndose iniciado
anticiclo,
previo, se sabe, a la aciclicidad.

Ciudades
perdidas, ¡ciudades
enteras perdidas!
Paisaje de única vez,
vez más. ¿Qué fiera
habrá tras
guerra última?
Insana cordura,
¿qué más? ¿Miento?
¿No ves
ciudades enteras perdidas
allá? ¿Ellas
no se dan a
alzar? Acá
nada, sola nada.
Conjurar un revés,
llamarse anzuelo.
Cantos de Medusas

Ciclar

Éxodo.
Sobre las piedras
no podemos
caer. Tenemos que
volver
sobre aquel
que ha dado su cuerpo a armarse.

¿Veíaslo vacío,
aislado,
dormido? Asilado,
en bajada,
caía. De repente,
arriba,
también había
suyo nuestro.

Qué paradoja, ¿no?


¿Se le antoja
un anzuelo?
Huelo
tras gran no,
tras gran no
rotundo, exultante de alegría,
que su boca sangra
y la mía
sangra. Mentira, mas,
¿ha de ser así, literal?
¿Qué otra traición habrá
que nadar
cuerdo
recuerdo, en tierra añeja,
en vos que espeja?

Tras gran no,


un gran sí
-lo correcto,
para insuflar
indiferencia,
silencio,
el más total posible
silencio.
Pero, así, liberal
del que toda tierra es
potencia,
no siendo ya su sí y su efecto;
así,
literal, con el vivo mentir
anzuelando la superficie del río nuestro.
¿Río cuál? ¿Aquel?
¿El que fleja la ventana?
¡Por supuesto!
¿Qué otro río habría?
Sería desidia,
impropio, hiriente,
partirse los dientes
contra el muro
cuyo ornamento
es un miento,
en el que yace todo sí que espera.
¿Es? ¿Era?
Será, y marea
será. ¿Verá
la era? Verá
la profunda ambigüedad
y los cuerpos secos tras los símbolos,
de agua esteta libertados.
1%

Su nombre es la pregunta del nombre,


su nombre es una suspensión,
un saber errar. Su nombre,
genérico, de lengua muerta,
de babel que cae de su propio alzar,
es la pregunta de un nombre.
través

Porque
pieles nuestras y atravesadas

penden de una lágrima y no es mía


y no es mía y pende ella de sí

es así
es así como nací

porque la memoria releva


se erige relevante
cuando se le antoja
¿no es así?
como si no fuera su boca
nuestra.
trastravés

Mas si ha de sernos
ajeno decir nuestro

sobre todo en el fracaso


¿no es así?

¿qué decir fuera de mí


cierto?
¿el que me pone contento?
administración de los efectos.
8%

Esporádicamente puede que pasen


voces extrañas -la línea está sucia,
o excesivamente limpia, dadas
las condiciones objetivas. Por lo que,
de darse en fatal huida, como
atragantado por un flato, de darse
en senil recorrido por el cuerpo
dormido, he que, mejor, como buen
humano, darse la mano y abrirse,
en la espalda, una herida. ¡Jamás
mortal! No sea que luego no haya
quien pague por nuestro ultraje,
y toda la culpa se disuelva en éteres.
Por eso, para que los placeres
no ensucien la línea, ni la limpien
de más, he que, con mano artesanal,
le dibujás un ocho en el torso,
que va a sangrar, por supuesto,
va a sangrar, y va a cargar,
vivo y con la llama avivada,
uno y su extensión como cagada
inaugural. ¡Qué lástima
que en mano mía huya,
vestido de herejía! No sea
que digna cofradía
quiera huir de su sí, y su nadie
venga a contrariarle
las órdenes cuando pida
‘mano mía mano mía
venga, rasque, en simpatía,
cabezas de niños; no nos espían,
mano mía, que el Paraná
no la haga pagar tierra baldía‘.
ocho%

Ver la cara de los nocturnos cuando un arma en la mano los lleva hasta sano
retiro,
espiritual retiro.

Silencio.

Desde entonces, silencio.

Ver la cara de los muertos cuando abren los ojos y todavía hay.
porciento

Desde que le encontré


una mano escondida,
un
dedo encima
suyo, un arma,
miento.

Desde que herí


arriba
con cuerpos
bajos, tan
bajos que el sol
sentían.

Desde que abajo


arriba
se hizo,
deslizo
sobre la punta de la lengua
una estampa.
Siquiera

Puerta verde entre los dedos.


Mentirnos,
queriendo decirnos a través de teléfono ficticio
que este vicio
no va a matarnos.

¿De no haber muerte, de no haber calle?

De haberse callado,
vez de más,
vez de menos,
vez siquiera.
nosinosí

Apadrinándose
ante sí,
he que
se dice
así: a-
pedrear,
sacar las piedras de sí
hacia no que quién sea
quién sea ese no si no sí.
Prólogo

Simular cantar,
en este, simular
hablar, y tras
sí un haber
de más, siempre
de más. Mas,
¿es así? ¿Es
así como nací?

Perdí. Revés
me ve, el
disfraz
ya no es.
Triste, asiente,
baja la frente.
Prende,
o pretende,
luz una.
¿Suya? ¿Cuya
lis
{agencia}

Catatón, de moverse
en su pensarse,
¿qué fuera este
reminiscerse
idiota, por novena vez?
¿Será revés
de efecto alguno? Anzuelo,
huelo, y sin embargo,
sin disimulo,
me entrego a sentencia viva.
Su voz,
cautiva de voz mía,
trepa. ¿Magia?
¿Psicolascivia?
Iniciación.
pisis

No puede perderse, usted, el espectáculo de la tristeza.


Y de ver su mano
sobre la mesa
y hacer así vida y que vida sea efecto suyo.

Trepana,
se afana
las piezas. Encuentra,
eunuco que no se sabe sí,
vergüenza. ¿Será revés esta secuencia
y el aducir revés sobre suyo
un artificio
que inicia el nudo y su sinfín?
¿Será prescindir
de todo vivir
hacerse así?
3%

Y lo que brotan son los verbos


y se trasluce el éter,
y
puede que se muera
si la marea
lo lleva tras su sí.

Por ello,
¡lucine! ¡Lucine!
Álcese mudo al lienzo,
ponga su pienso
sobre el espacio
como si fuera un garabato
cuyo arrebato
fuera a llevarse sombra hambrienta
en cuerpo muerto
-miento, sabemos,
todo cuerpo vivo,
mas, ¿no parece,
realmente no parece
muerto?

Contemplador,
ama
hospedarse en una selva
y encontrar voces extrañas.
Contemplador,
daña
cuando verbo suyo iza
maneras extrañas.
Desplazamiento sobre el eje vertical

Mas, ¿será el brote


árbol,
enamorada del muro,
psicoficción?
¿Será meditación
-contemplar la guerra,
cotejar los datos,
reclamar al silencio su territorio?

Será, del espasmo, solución.

Éxtasis,
errar sempiterno tras suyo.

Al menos hasta que un pensar


desate a las furias
silentes,
escondidas entre el follaje blanco,
y haya cuerpo nuevo,
y habrá sido conjurado nueva vez leteo.
Prueba de sonido

Trepida, perdido, cual bestia de caza,


vestida de entrecasa con escamas,
llamas, piernas, alas, manos
directamente apuntando a la mente,
haciendo el gesto de un gatillo en viento.

Haciendo el gesto de sacarse el sombrero,


pasea. No sabe si se asea en éteres celestes,
en penumbras adonde hadas conjuran
confusiones -¡juran ser tan puras, tan
libres de haber sido efecto! Mas, razón
auguran -puede que no sea un ángel
pero si se abrasa, se hiela, se pisa
la pizca de cordura que le queda,
la atadura que le sostiene el cuerpo,
he que una cuerda de plata sostiene
la flecha del carcaj que nos ha sido dado
-lengua, voz, extenderse sobre el espacio
cual si no fuera necesario desplazarse.

Luego de soltarla, de dejarla mirarse


correr tras los cuerpos oportunos,
yacer sobre crueldad e infortunio,
he que vuelve. Se parece, se encuentra
paseando la pradera. Y, sin embargo,
se pregunta si acaso ha sido suya
la vida que permuta quien debita
sus dicciones de los hados y de los
diluvios de maná que sapiencia aparentan.
Se emparentan con los soles, con las lunas,
con estrellas meditabundas, en varias
gradaciones, en severas filiaciones
que harán de su cuerpo mero medio,
mero aspersirse de espíritu opiáceo
y contemplar los palacios
en arrobo artesano. Vano, entonces,
desprender de su hendidura
bravura alguna de operar sobre la tierra
y dejarla ir, cual si no persistiera
entre las nubes, dejarla ir. ¿Así
apretó sus manos cuando abrió
los ojos, despedazado? Encontró,
al mirarse a sí, en una isla, en alba,
color que traspasaba la mirada,
y a los ojos no le alcanzaban los signos
para traducir la paz y la esperanza.

Pero hay abajo y hay casa.


(pre)Dicción

Parecía, antes de decirlo,


por vez nueva,
silencio. Mas, justo
antes de sentenciar,
he que malestar
alguno auguró
calor, sudor, estrés
súbito -efecto
del fuego, súbito
efecto. Porque,
¿qué ha de saber
aquella que deja
ojos en el taxi?
Su cabeza deja
dedos en la
espalda. Piensa.
Se arrima, presiona
su mano contra el
tapizado. Estima
necesaria estima,
parar de caer
tras su ver
como si fuera sima.
Agilidad

Tenía azul
la piel. Tenía
maneras de mirar
-ojo vuelto en sí,
con un detrás;
ojo tras nuestro,
con nuestro suyo.

Tenía, también,
azul el cuerpo.
Bajo su manto
hueco, he que
llovía. Tenía
ojos que miraban
vez de nuevo,
vez de más,
jamás menos
que lo que hiciera
hacer hablar.

Tenía voz,

parecía tenerla.
Tenía sombras ágiles.
Rima, o el medio para contraer

Detrás de la llama clara, de los verbos que escondía,


veíase el eco -es así, cual digo, se lo veía.

Un espiral encontró su cuerpo,


paseó,
calladamente.
Frente a sí
su misma natura
contingía.

Y he,
en vértigo,
en confusión,
lamió
labios ¿suyos, ajenos?
-¿cómo saber?-,
y desvarió.

Una, sola, taciturna,


se escondía.
Disfrazada de lascivia,
prescindía
de la voz y de la simpatía.
Dictaba,
con énfasis,
un ritual.

¿Cuál?

Esconderse tras la rima.


2%

¡Qué desidia! ¿Orden?


¿Apatía?
¿Despedidas? ¿Qué razón hubiera,
ahora,
de despertarse en bolas
en un pastizal y con la mente blanca?
¿Será
efecto de la operación?
¿Adicionar
uno sobre uno cual si fuera acción?
¡Qué desidia!
No pueden menos que agregarse,
semejantes,
y así deshacer su dos.
Escupir

Dos bestias se acicalan bestias extrañas


de la espalda. Extrañan, de manera
humana, la razón de hacerse daño
con los dedos, con los sanos paños
de agua tibia en la frente, de lascivia
en la cuesta; de pagarse las cuentas
unos a otros y cual todos deberse a nadie.

Mas, si fuera nadie mera nada, mero


afirmar que no hay, ¿qué espíritu
hiciera de la avenida, del río, del día
manía de moverse como viento
hacia el este, como tiempo sobre el norte,
y por qué cantaran los gallos
siempre, en cualquier lugar?
Habrán habitado fuente maravillosa,
pensaría quien osa a lo que es sentenciar.
Pero es así que renuncia y se encuentra
solo, y el desierto metafórico se deshace
cual ánfora que vertiera dios alguno
sobre el ninguno que no es ni habita,
y por eso no recuerda. Mas, sepa,
si erra, si erra tanto que pierde de vista
la tierra, desista de asirse sobre uno
cuyo cuerpo oportuno haga suelo
en que descansar. No va a haber oportunidad
más digna que esta misma y precisa.
Debería haberme matado cuando tuvo,
en fulgor de vanaidad, necesidad de hacerlo.
Nadie suyo lo habitó y su mano,
cediendo desprendida, caía.
Pétalos de llanto y amaneceres, encantos
que el destino le tejiera en manto, y
ganas de empezar a preferir, ¿no es así?,
de tender sobre algún sí cual si fuera único.
Rúnico el caldo que lo persigue, puesto que así
sigue. Pero sépase siguiendo nada misma.
Sepa participar del prisma, expulsarse
sobre el espacio frío, y abrirse
los ojos con dos puñales. Vuelven
astros conjeturales a habitar,
y he que no nos dejan escapar.
Pero tenemos las manos bañadas
de sangre, y los ojos mirando
enjambre de hojas rotas esculpiendo
el mármol desde la memoria huérfana.
¿Te acordás cuando eran venias
las sonrisas, cuando eran signos
insensatos? ¿Te acordás
cuando gritar los garabatos
chorreaba la piel y no decía?
Por supuesto que te acordás, mas,
memoria cazada por cófrades y hadas
no puede habitar tierra animal,
y el delirio así no comienza.
Piensa: ¿será necesario? Supuesto
es que no lo es. Pero, dados
los designios tras soldados,
el urgente sufrir no puede más que permutar
ficciones cuyo nombre
no se deja mencionar. ¿Es así,
es así que pareció
su verbo decir adiós
y esconderse entre el follaje?
¿Es así que bestia traje
en disfraz de serafín? Faz
alguna vieran sus ojos rojos,
su roja espuma, su secuencia
que a mi sentencia
viene a nadar. Mas, casualidad,
¿no es así? La cordura
se nos ha vuelto un ritual.
Inresarcible el daño suyo,
puesto que orgullo piramidal,
coordenada artificial, luz
inevitada, revés sacrificial,
¿qué no vendrá a decir
es así como nací
para que cese de pedir
verdad que nadie carga,
solo nadie?
Haber ‘o’

Desde que subió,


se miró los ojos,
se abrió la pera
con una piedra
oriental, se hirvió
los ojos, se abrió
la puerta, subió
a las eras. Desde
el edén, su agua
verde, su rito
tenue, percibido
por el frío
leve, leve. Vele,
de ser posible
vélese. Séase
ido, desvea
haber o sido.
Nada pasa

Se acerca.
Lo ves venir.

Viene
de lis,
como en la escuela,
con la lengua
viva.

Se acerca.
El delirio se posa
sobre Posadas.

Nada pasa.
Himno (humo en derredor)

Eternista,
abriste la pista y
aviones con bombas, pasajeros,
bombos, platillos,
abluciones, distorsiones,
sed de anillos, de cadenas,
de condena, de
libertad muerta,
por vez final libertad muerta
-¿quién no quisiera simular,
perfomar,
actuarse cual si se fuera
signo, dicción, aroma?,
¿quién pudiera transformar
tres adornos
en un vórtice cuyo norte
no oriente?; vea,
piense que no marea,
lo cual es terrible;
¡cuanto menos tendría que llevárselo del cuerpo
y no devolverlo jamás!
Volver, ver, recordar

Porque cuando olvida que su decir


vuelve, de repente, vuelve cuando siente,
y lo siente ajeno -no a su decir, sino a su
volver.

Pero
predijo que
qué
hiciérase agua
y nadar,
y he que no hubo
y se hizo silencio.
Cuerde

A la distancia,
desde semejante distancia,
la habitación
parece llenarse de humo,
y nada es claro, lo suficiente claro
como para que
dicción augure y cuerde
habiéndose otra vez tras de sí.

Cuerda,
sí, una,
luna,
cuerda única de la que escapan
todas las repeticiones.

¿Augur, vergel,
laguna?
Pugna
por libreto o libertad,
escapar en confusiones
hacia rincones
en que anacoretas
urden,
con los labios urden
dicciones que aprietan,
cuerdan
y han de sonar.
{cadencia}

De haberme hipnotizado en vos,


con voz
extraña que
líneas traza, cuerpos
separa y marca
piel que se escapa,
poros cuyos cuencos dan hacia afuera,
y el este nos trae de vuelta
a nada haber.

¡Risa maníaca!
¡Placer de
huir tras los noes como si fueran arcas
pasos suyos, y todos los yuyos
hiciérannos alzarnos sobre la superficie y andar!
¿Tierra? ¡Mar!
Haber que nadar y siempre haber nadado.

¿Todas voces tuyas, todas voces nuestras?


Toda sal maestra que hiriera
hasta que fingiera
cuerpo nuestro herida alguna. Y de haberse
uno sobre uno cual si cero
no supiera,
he que nos engulle la marea y una cuerda
celeste de agua dulce, de agua
terrenal, nos anuda
la garganta y suicida
al alma parecida
a paraíso justo ahí,
justo ahí donde dijiste
nací,
nací para verme decir
misma historia vez de nuevo,
para anudarme en labios parejos
dándonos reflejos
de nuestro en nadie estar,
como cuando, en la niñez, la sombra abandonaba catatonia
y abrasaba psicodel
viendo caer
desde el cielo anaranjado
pieles,
decires que viéranse en nuestro
y nos hicieran avernos
dados a fulgir al volver
a falso uno,
para yacer así en eterno cero.
Pieza

Habiéndose hecho tiempo,


finitud,
carne de uno,
mía, nuestra,
filtro del círculo
y su contingencia,
he la apariencia.

Paciente,
con los labios sapientes,
con la mentira en la espalda
y la cara
performando variaciones de su alma,
todo había sido
garabato. Entre tanto,
paseaba con los gatos,
hacíame lavar el cuerpo.
No era sensato, por supuesto.
Apariencia
de otra esencia
nos había tomado,
y habíamos tomado tanto
que de la curda consistían garabatos,
jeroglíficos, criptolimbos,
ergonomía. En la calma
de quien no pasea sus efectos
hasta que cesan
como la muerte de un viento,
paseaba. Tu boca,
tantas bocas,
tantas almas. Tu idioma
extraño para mí,
suicidado en sus dicciones.
¿Traidores? Por supuesto.
Deludidos, también.
Mas, ¿habré interrumpido el curso
meditabundo
del cuerpo a su haberle dado mundo?
Jamás, o, cuanto más, cosquilla de una duda.
Perdón si mi cuerpo tropieza
con tu cuerpo, si mi paso
tras paso disuadirme
de no haber
me lleva sobre boca tuya
a escuchar llanto de esteta
-una,
sola,
pareja de su no,
habiéndose en sus piezas.
Tratamiento de aislación

Observadores, miradores

Farsa -cuando dice, una farsa; cuando deja de decir,


doble farsa (espadas puestas en la pared;
flamígeras, por supuesto); doble farsa, razón de una virtud-,
mas, ¿qué otra cosa haría
si no decir,
decir cual si no fuera repetir,
cuerpo alguno que supure
razón de mí
y cuyo horizonte no sea filiación?

Someterse a tratamiento de aislación,


una posibilidad cierta.
El techo gotea,
la noche gotea,
el tiempo se escapa por los dedos.
Mas, no hay razón, ¿no es así?
Cualquier por qué es saberse en hambre,
en sed de éter
metafórico -anfórico, gotas de sangre
bajo tu mantel,
gotas de miel
en la memoria; eufóricos, nosotros
perdemos,
no sabemos sino perder.

Hacerse perder

Esto no es una disputa -no se puede


sino perder-, mas, ¡qué placer
juntar variables hasta que los cables
no toleren la inanición
-números,
solos números que caen
y no urden
sentencia!

Sin embargo,
validado por método alguno,
he que el observador,

mirando fijamente la pantalla,

nada sobre sí y sobre el sudor,


y pudor de aguas extrañas
lo encuentra.
¿Se arrepiente?
Por supuesto. Mas,
acción contraria también haríalo arrepentirse,
e incluso acción mediada.
Pero ahora es tarde -siempre es tarde tras decir ‘ahora’-,
y reputados vamos,
como dos fantasmas a los que se lleva el miedo,
y toda la dicción no alcanzaría para describir
paraísos.

Yacer bajo cero, ceros o ceroicos

Flemático, con llanto espermático,


y canto,
place a los transeúntes
con los ojos maniáticos
yendo de acá para allá, de allá para acá,
justo cuando el ojo dice ahora y ve
flemático, con manto sabático,
su canto hacerse tras las sábanas.

Liviana,
y con el cuerpo mordido,
se pregunta si la han herido o la han curado.
Es así que se da su razón a bailar
-la risa ocultando un llanto,
el llanto fraguando una risa;
en el espejo dos líneas, ¡y la euforia,
la vanagloria
de saberse desnudar,
desnudante y anudada!

Fulgir entre ríos, como una mesopotamia

Porque, aunque
marañas extrañas nos cuenten
razones que curvan
sapientes,
cuero de boca que yace sobre nuestro,
he,
he que no podría,
dudaría, me ardería
la espalda,
sabría decirte
no, vez de más,
vez de menos,
jamás exacta y meditada
-tanto
que al sonar el estruendo de la o
apagada, al sonar
el gesto de consuelo,
no habría más suelo en que pisar,
toda la melancolía se hiciera farsa.
Trepar por donde haya

Por eso, acostumbrados al dolor,


y sabiéndonos dolientes,
he que
dientes encuentran piernas
y escalofríos
vuelven como rocío
que la pradera lava, y lava los ojos,
y lava de las flores
la esperanza.

Porque, de haber muerto,


por última vez haber muerto,
no habría escarmiento
-algún espíritu,
sorprendido de su finitud,
vendría
reminisciendo viento,
y haría flotar a los signos y haría de su nube
agua cíclica,
agua que trepida cual si nada
fuera suficiente
(dientes,
esmeraldas, arrebatos
{iniciación al desespero}:
saberse efecto
{uno de sí,
uno de ajeno,
ajeno de uno,
ajeno de sí,
y sí, éste último,
cursado por sí de uno,
único sí presente
cual línea imprescriptible
que cual asíntota representa
jamás, no,
finito no permutable y su intuición}).
Paisaje nocturno desde la ventana

Creemos hacer
nosotros -más de uno-
breve el eco.
La única estrella
arriba
maculada.

Extraños se miran,
se saben
circustanciados por una luna
sencilla y difusa
tras las nubes
moradas.

La corona
de siervos y santos
copula e idea
espinas doctrinarias
necesarias
para el correcto desesperar.

Miran
salvados y salvajes
abrirse debajo el mar.
Salvajes nosotros.
Salvados aquellos nosotros.
Nadie, dice uno.
Hay que nadar.
Soliloquio del hipóstata, o Arrepentimiento

Eterna fémina, yacida, escondida, habitada


cual hada que fuera a sacarse la máscara
justo antes de que amanezca, y viérala
decirse justa en su silencio, y viérala mirar
ojos tras nuestro, y jamás nuestro solos,
habiéndonos dos, jamás al menos muertos,
ambos, cual tornasol bajo una sombra amable,
cuyos gestos gratulables fueran siempre semejantes,
cuyos hábitos de hablar sea de signos conocidos,
cuya curva de sentido hágase una junto a nuestro,
y así podamos yacer arrobados, como dos cavernarios,
preguntándonos ¿habrá sido una, habrá sido aquel?,
¿habrá sido alguien cuyo revés ignoro?, ¿estará
viéndome preguntarme junto a su voz ciclada
si es que yace bajo este nuevo mar, este nuevo decir
más que razón, cuando todo parece indicar,
cuando los números parecen conjugar
sempiterno yacernos bajo cero? Singulados,
como dos amados, pacemos al costado, junto
a unos cual nosotros que cofradean y nos hacemos
en conjunto varios, como llaves entrevistas, como
piernas que se cruzan esperando matarse los sexos,
matarlos de una vez y someter su sombra inánime
al magnánimo acto de tras de nuestro crear, sobre el éter
lucinar, intraducible lucinar de formas vacías sobre el lienzo.
¿Parecidas? ¿Contenidas? ¿Robadas por lenguas
que de sed se vacían? Por supuesto, eso y mucho menos,
tanto menos que no la alcanza a ver ojo vivo en su placer,
desvistiéndose color tras color como a quien sedujo el sudor,
el espectáculo, el dulzor humano de artificial unión.
{violencia}

Elogio tu ilusión
que tanto cuerpo abarca
puesto que de esta comarca
nacerá una nación.

Falsa, por supuesto, falsa.


Va a tener de bandera
una pradera,
y una danza

va a hacerse a su respecto.
Mas, viera,
si no sólo fuera
por el sangriento aspecto,

habría más, cada vez más


cuerpos muertos.
Hiciéranse abono de un huerto,
puesto que, verás,

la memoria no deshonra
la presencia
de su apariencia
memorial y de eterna sombra.

Usted, olvidando deludirse,


mata. Lo esperan
ratas que se exasperan
de ver cuerpo al final hundirse.

Mas, si un recuerdo
habita su noema,
suyos todavía efectos cual fonemas
que supura cuerdo

al pasear en su nostalgia.
Y sus efectos trazar efectos,
y persistir, imperfectos,
eternamente. Neuralgia,

entendemos, realizarse.
Saberse permutante
activo de quienes antes
vinieron a trazarse.

Y he que uno los ve


por acá, por allá,
por la tierra. Fallá,
le ruega. Dé
a este cuerpo un parecer
que sea cual suyo,
como un yuyo
que no se da a aparecer

hasta que pica


y la memoria habita
sobre piel que palpita
haber infinito detrás. Salpica

al caer al agua.
Se levanta la humareda,
la vereda
por el peso de la fragua.

Y el fuego le hace un alma,


y recién,
tras largo haber también,
he que la sabe innacida y en calma.

Y así quiere llamarse a la suerte,


escapar del deleite.
Afeite
todo pelo que al viento interrumpa, muerte

alguna tras su voz se asunta.


Vienen
pasajeros en vaivenes.
Éntropes, cófrades hechos, se juntan.
Prólogo

Un último engaño
antes de hacernos daño.

Un último
yacer tras la hendidura,
mediando las naturas
con éteres y mandalas.

El viento ambos se lleva.

La memoria,
sin embargo,
los condena.
Cadenas, eternas cadenas.

El viento las transustancia.


quiénsabequé

Fauno aritmético, tu canto


oracular, tentacular, profético.

Cuando,
al terminarse una hoja,
decidís
consistir sobre el árbol eterno,
sobre su corteza vana,
y sobre la injusta caravana
del alma en su circuito,
consistir
en números

que quién sabe qué


harán de uno en su disfraz.
Calma, ahora

Soy, dice en mí, duplicando, triplicando


la experiencia. ¿Qué paciencia?
¿La que al desesperar trajo apariencia
de estar habitando
agua que haga mares, océanos, llevarse
lo nuestro,
cual si todo este decir no es un muestro
el cuerpo ahogarse
vez de nuevo,
vez de nuevo,
por fin dándose vuelta y así a sinfín escaparse?

Antes, hubiese sido


sempiterno antes.

Hubiese visto, sin decir nada al respecto.


Hubiese visto y la mudez hubiérame encontrado.

Así sería calma ahora.


lleps

Termas en psicodel.

Presencias.

¿Quién fuera que apariencia


viera
dispuesta como un foco
a llamar oscuridad
a la nada vista,
a la eternidad?

Cuerpos en las termas, flotando, como lotos, como

fotos en la pared.

¿Quién fuera que apariencia


rompiera
dispuesto a triangular
punto alguno
sobre el ninguno,
sobre los que rieran

de nuestro ir, venir, pasear

psicodel?
Edad

Matarme en vos.
Que tus dicciones
no se plieguen
del charco vano
que tras tus manos
quedó. Matarme,
vez más, vez menos,
en vos. Que un recuerdo
tenue
no atraviese tantas bocas
para llegar a decirme
lo mismo otra vez.
Función histérica,
de risa cadavérica
han vuéltose
otra vez, nueva vez
insomnio de almas
bellas, llenas,
cuyas bocas mastican
y mastican
carne nuestra. Cual
si no fuera a arder
la boca serena
en una sentencia
que lo mío en su yo
dé a nacer.

Yo, por mi parte,


paseo el horizonte,
rompo las esferas,
Grata viajera,
incorpórea,
espera. ¿Cueva
alguna, nueva
en que desesperar?
Por supuesto que no.
Mas, mientras tanto,
el paseo nos parece sensato.
No es así, ¿Soledad?
Bacanales

Prólogo

Justo cuando
ido,
entre el follaje de la casa,
apenas viéndola,
apenas percibiendo su contorno,
traje del horno
signos cuya órbita es una incógnita,
y el cielo
sedujo a las bacantes,
y el éxtasis trajo a sus cuerpos cuerdas
y he que ya no estaba
en mí,
en mi decir,
ni en mi envoltura,
preservado por sus ojos, ataduras,
mientras
locura alguna verberaba
cuerpo alguno,
cuerpo expuesto,
trayendo cada verbo
que alcance a lucinar su nadar,
mero nadar,
mero pasear agua.

Justo cuando
ido,
en ese preciso instante
salte.

Lo demás es cuento conocido.

Pequeños peces

Cuando jugábamos a los dados


con falopa,
viendo caerse la ropa
o arder o
esconderse tras nuestro
cuerpo extraño,
ojo de antaño,
era el momento de decirse la verdad.

Como un puñal,
como un
terrible estanque
lleno de
pequeños peces,
y nuestra razón de haber su agua.
Como una bacante
bailando,
diciendo cante
mientras ando
pequeños peces,
pequeños peces suyos en el trance.

Redciclar

Va la voz muerta
sobre nuestra,
sobre nuestra.

Va la voz parida
sobre herida
parecida.

Y mientras la esperanza
en los signos yazca
trepida, anida

cuenco cuyo norte no orienta.


Revienta,
oriente la especta.

Alguna vez ida,


sobre nube,
un querube

recitárale la clave
-aves
sobre el parasol,

sobre el telgopor.
Peces distraídos,
y un piso.

¿Besos
al entrar,
al salir?

Cerezo cuyo cuerpo


inaugural
no fue hecho.

Así va, así ve


hacerse rezo
sin efecto.

Voz que hubo

Vos que hubo


alguna vez siendo ella,
alguna vez siendo aquella,
alguna vez no siendo;

voz que se esconde


de todo lo que nombre
desplazándose en querella,

¿habreme tras de vos,


cual si fuera dentro tuyo?
De así ser,

dame muerte
-voz que hubo,
un cubo
transustancia, y he la suerte.

Luminarias
pepi

También podría gustarte