Está en la página 1de 6

El antropólogo Ashley Montagu desbarata en unas pocas lineas la ultima ratio ideológica del sistema de

dominación, patriarcal-militarista y capitalista: la maldad intrínseca del ser humano; la violencia, la agresividad y el
egoismo innato de las personas. Si los humanos hemos nacido, por el contrario, para la cooperación, para jugar,
amar y vivir, y sólo la frustración de estos impulsos conduce a la agresividad y la violencia, ¿a qué otra mentira
tendrán que agarrarse para justificarnos los ejércitos y el resto de este chiringuito como lo único posible? Montagu
rechaza en este artículo publicado en El País (cuando todavía podía leerse) la idea de la violencia como instinto, así
como las falacias del hombre primitivo o salvaje. El texto hace hincapié en que la guerra es una elaboración
sofisticada del ser humano urbano.

El mito de la violencia humana Ashley Montagu


¿Por qué está el mundo tan lleno de agresividad? ¿Por qué son tan frecuentes la hostilidad y la crueldad
entre los seres humanos? ¿Por qué se amenazan entre sí las naciones con el exterminio nuclear? ¿Por qué aumenta
la delincuencia prácticamente en todas partes? ¿Cuál puede ser la respuesta? La más cómoda es, desde luego,
afirmar que el ser humano es un ser imperfecto, nacido en pecado y agresivo por naturaleza. Además, esta 1
explicación es satisfactoria para casi todo el mundo, porque a quien nace predeterminado no puede culpársele por
su forma de comportarse.

Muchos escritores, científicos, dramaturgos y cineastas han apoyado la concepción de la supuesta maldad
innata del ser humano. Si por todas partes se manifiesta la violencia y la agresividad, ¿cómo podemos negar que la
agresividad sea instintiva, que pertenezca a la propia naturaleza humana? Así se llega a una explicación. La
explicación que lo explica todo.

La verdad es, sin embargo, que una interpretación tan gratificante nos hace sentirnos muy tranquilos, nos
libera de toda culpabilidad, nos exime de la responsabilidad de hacer todo lo que podamos para reducir la violencia
que se manifiesta en nuestra convivencia y en el mundo en general. Pero las respuestas que lo explican todo, de
hecho no explican nada. Como escribió el gran filósofo inglés John Stuart Mill, "de las posibles maneras de eludir las
influencias de la moral y la sociedad sobre la mente humana, la más corriente es la de hacer responsable de las
diferencias de comportamiento y carácter a diferencias naturales innatas".

Permítasenos, por tanto, analizar lo que algunos conocidos escritores y otras personalidades relevantes han
dicho sobre el tema de la violencia humana; y veamos después si estas opiniones pueden mantenerse a la vista de
los hechos.

William Golding cuenta en su novela El señor de las moscas la historia de un grupo de niños en edad escolar
abandonados en una isla, que se convierten en arquetípicos salvajes y comienzan a perseguirse unos a otros. Golding
dice que su novela es "un intento de analizar los defectos de la sociedad a la luz de los defectos de la naturaleza
humana". Pero la verdad es que no busca las razones de nada; simplemente, parte de la idea de que tanto la
sociedad como la naturaleza humana están programadas para la crueldad, el sadismo y el crimen.

Instinto de muerte
A la vista de su brillante y terrible narración, es verdaderamente difícil sostener que los hechos reales que se
han producido en situaciones parecidas a la descrita en la novela de Golding no apoyan sus conclusiones. Por
ejemplo, a comienzos de los años sesenta, durante un viaje rutinario de una isla a otra, unos melanesios dejaron en
un atolón seis o siete niños de edades comprendidas entre dos y doce años, con la idea de recogerlos poco después;
pero sobrevino una tormenta que les impidió regresar hasta pasados varios meses. Cuando los niños fueron
rescatados se descubrió que se habían portado a las mil maravillas: habían aprendido a buscar agua potable, se
alimentaban sobre todo de pescado, eran capaces de construir refugios y, en líneas generales, habían construido una
comunidad en buena convivencia, sin luchas, peleas ni problemas de liderazgo.

Konrad Lorenz, el investigador austriaco que fue premio Nobel por sus trabajos sobre el comportamiento
animal, se esforzaba por demostrar en su muy leido libro sobre la agresión que el intinto de lucha humano dirigido
hacia sus congéneres es la causa de la violencia contemporánea. Antes que él, Freud había defendido la misma idea
con la definición del instinto de muerte, que orientaba el comportamiento del hombre hacia la destrucción y la
guerra. El dramaturgo Robert Ardrey defendió la misma tesis en sus libros "African Genesis (Génesis en Africa)", "The
territorial imperative" y otros. Y el etnólogo Desmond Morris llegó aún más lejos en su libro "El mono desnudo"
afirmando que "es una tontería que debatamos sobre controlar nuestros sentimientos de territorialidad y
agresividad", ya que nuestra propia naturaleza, puramente animal, "nunca lo permitirá":

Desgraciadamente, la mayoría de los escritores que han tratado el tema de la naturaleza humana han sido
incapaces de discriminar entre sus prejuicios y las leyes de la naturaleza humana. Otro de estos prejuicios consiste
en creer que el comportamiento agresivo del hombre es instintivo. No hay en parte alguna pruebas de ninguna clase
de que los seres humanos tengan verdadero instinto. Y, por otro lado, hay muchas pruebas de que todo
comportamiento agresivo -como todo comportamiento profundamente humano- es aprendido.

La característica más destacada de la especie humana es su educabilidad, el hecho de que todo lo que sabe y
hace como ser humano ha de aprenderlo de otros seres humanos. Y esto lo ha ido aprendiendo en sus cuatro
millones de años de evolución, a partir del momento en que los hombres hubieron de abandonar la vida en los
árboles -que escaseaban a causa del descenso de lluvias- y asentarse en llanuras abiertas donde tenía que cazar para
subsistir. En la caza son muy importantes la cooperación, la capacidad para solucionar rápidamente los problemas 2
imprevistos y la adaptabilidad. Los instintos que predeterminaran el comportamiento no hubieran tenido ninguna
utilidad en el nuevo nivel de adaptación hacia el que los seres humanos habían evolucionado: la parte aprendida,
hecha por el ser humano, del entorno; en otras palabras, la cultura. Lo que hacía falta era saber cómo abrirse paso
en un entorno creado por el hombre, y las reacciones biológicamente predeterminadas resultaban inútiles ante
situaciones para las que habían sido pensadas ni eran apropiadas. Hacían falta respuestas, no reacciones; era preciso
crear soluciones ante los nuevos y siempre cambiantes desafíos del entorno.

El instinto constituye un tipo de inteligencia recurrente que otras criaturas poseen y que las hacen
mantenerse siempre en el mismo lugar en la escala biológica. Pero no es eficaz en el versátil entorno humano: ésta s
la razón por la que los humanos no tenemos instintos de ninguna clase. La especialidad del ser humano es ser no
especializado, capaz de adaptarse a lo imprevisto, maleable y flexible.

De la misma manera, las condiciones en que se desarrolló la evolución del ser humano a lo largo de los
últimos miles de años hicieron muy importante la capacidad de cooperación.

Los grupos humanos eran muy pequeños hasta hace aproximadamente 12000 años; los constituían entre 30
y 50 individuos. En tales sociedades, cuyas actividades principales eran la recolección y la caza, la ayuda mutua y la
preocupación por el bienestar de los demás -la cooperación- no sólo eran muy valoradas, sino que constituían
condiciones estrictamente necesarias para la supervivencia del grupo. Los individuos agresivos no hubieran
prosperado en tales sociedades. Por tanto, es muy improbable que pudiera haberse desarrollado algo parecido a un
instinto de agresión, y mucho menos un instinto de territorialidad.

Por lo que al instinto de territorialidad respecta, conviene señalar qu ninguno de los grandes simios (ni el
gorila, ni el chimpancé, ni el orangután) ni la mayoría de los monos que han sido estudiados poseen tal instinto. Sin
embargo, como estos hechos contradicen las teorías de Ardrey, Morris y Lorenz, ellos los pasan por alto
alegremente. Estos escritores escogen, a menudo, exclusivamente los aspectos de la realidad que vienen a
demostrar sus teorías, aunque estos sean forzados o simplemente erróneos.

Falsas interpretaciones

Resultaría imposible examinar aquí los muchos errores en que incurren los citados escritores, pero sus
teorías han sido estudiadas en detalle y rebatidas en mi libro "La naturaleza de la agresividad humana" y en otros
dos volúmenes de los que he sido editor, "Man and agression" y "learning non-agression". Aquí sólo es posible
analizar algunos de los errores y falsas interpretaciones en que caen estos escritores.

Tratando de demostrar que la agresividad es algo inherente a la naturaleza humana, Lorenz cita un estudio
sobre los indios norteamericanos Utas, argumentando que "llevan una vida salvaje basada casi enteramente en la
guerra y las razzias" y que, por consiguiente, "debe haber habido entre ellos un proceso muy intenso de selección,
que ha dado como resultado un nivel de agresividad muy alto". Lorenz añade que "es bastante probable que esto
produjera cambios en la herencia genética... en un período de tiempo corto". La violencia, los homicidios, los
suicidios y las neurosis son para Lorenz pruebas de la agresividad innata de los Utas.
Pero el profesor Omer Stewart, máxima autoridad científica que ha estudiado esta tribu, ha demostrado que
Lorenz está bastante equivocado. Ni los Utas fueron nunca belicosos ni estuvieron dominados por la violencia, la
muerte, el suicidio y la neurosis. Lorenz habla repetidas veces de la belicosidad del hombre primitivo, pero no existe
ninguna prueba de esto, e incluso es muy probable que no tuviera el más mínimo espíritu guerrero. Si el hombre
primitivo hubiera sido belicoso no habría sobrevivido durante mucho tiempo, dado que el número de individuos que
formaban los pueblos cazadores-recolectores era pequeño.

El mito de la territorialidad

Las pruebas que tenemos señalan que las guerras -esto es, los ataques organizados de un pueblo a otro- no
comenzaron a producirse hasta el desarrollo de las comunidades urbanas, hace no más de 10000 años.

Por lo que hace a la territorialidad, defendida por Ardrey como una tendencia innata a ocupar y defender un
territorio exclusivo, se trata de un mito más. Los seres humanos se comportan de muchas y muy diferentes maneras 3
en lo relativo al territorio.

Algunos están apegados a sus territorios y defienden celosamente sus fronteras; otros, como los esquimales,
carecen del sentido de la propiedad territorial y reciben bien a cualquiera que decida instalarse entre ellos. Los
pueblos cazadores-recolectores viven a menudo sobre territorios cuyas fronteras se superponen y éstas nunca son
motivo de conflicto de ninguna clase. Hay otros grupos tribales que se adaptan pacíficamente a la invasión de sus
tierras marchándose a otro lugar. Para otros no constituye ningún problema abandonar sus tierras para ir a otras
más adecuadas a sus objetivos.

Los grupos y la agresividad

En esencia, unas sociedades tienen sentido de la territorialidad y otras no. Y esto no tiene nada que ver con
la tendencia o instinto, y sí mucho con lo que esos pueblos han aprendido a pensar y sentir sobre el territorio.

Morris habla de los grupos como un elemento que provoca las reacciones agresivas. La agresividad que en
ellos surge no es una reacción, sino una respuesta; no es innata, sino aprendida. Los grupos en sí mismos no
provocan la agresividad. Los indios asiáticos, los todas y los bihor del sur de la India, los hadza de África, los punan de
Borneo, los pigmeos de la selva de Ituri, los arapesh del río Sepik (Nueva Guinea), los yamis de la isla de Orchid (cerca
de Taiwán), los hopi y zuni de Norteamérica y otros muchos pueblos, como los tasaday de Mindanao (Filipinas), son
comunidades no agresivas. Se podría decir, por supuesto, que tales pueblos han aprendido a controlar su agresividad
innata. Pero esto implicaría asumir que existe algo así como un agresividad no aprendida, un deseo natural de herir a
los demás. Hasta que alguien pueda darnos una mínima prueba de tal cosa, parece más razonable pensar
-basándonos en las pruebas reales que tenemos- que no había una agresividad innata en un principio y que los
citados pueblos no agresivos son así porque no han aprendido a reaccionar con agresividad ante ninguna situación.

Los hechos demuestran que el ser humano no nace con un carácter agresivo, sino con un sistema muy
organizado de tendencias hacia el crecimiento y el desarrollo en un ambiente de comprensión y cooperación. Hay
pruebas de que las tendencias humanas básicas están dirigidas hacia el desarrollo a través de la capacidad para
relacionarse con los demás de manera cada vez más amplia y creativa, haciendo más fácil la supervivencia. Cuando
estas tendencias básicas de comportamiento se frustran, los seres humanos tienden hacia el desorden y a
convertirse en las víctimas de los otros humanos igualmente afectados por estos desajustes.

La salud es la capacidad de ser humano

La salud es la capacidad para amar, para trabajar, para jugar y para usar la propia inteligencia como una
herramienta de precisión. Los humanos han nacido para vivir, como si vivir y amar fueran una misma cosa. Para amar
hay que aprender a amar y sólo se aprende a hacerlo cuando se es amado. El afecto es una necesidad fundamental.
Es la necesidad que nos hace humanos. De ahí que una persona que no haya sido así humanizada durante los seis
primeros años de su vida padezca un proceso de deshumanización que le lleva a comportamientos destructivos,
aprendidos en un intento desordenado y equivocado de adaptarse a un mundo también desordenado y provocador
de tensiones. De estos desórdenes surgen toda la agresividad y los enfrentamientos violentos, tanto a escala
individual como colectiva.
Muchos profetas apasionados han predicado largamente las virtudes del amor, pero pocos han señalado por
sí mismos el camino. El significado de una palabra radica en los actos en que se manifiesta; al amor se le ha atribuido
una significación ritual, pero casi nunca ha expresado su significado real como compromiso en el sentido de algo que
se practica, de algo que es parte de nuestro comportamiento diario. Recordemos siempre que la humanidad no es
algo que se hereda, sino que nuestra verdadera herencia reside en nuestra capacidad para hacernos y rehacernos a
nosotros mismos. Que no somos criaturas, sino creadores de nuestro destino.

[Este artículo fue publicado en El País del domingo 14 de agosto de 1983]


--------------------

El psiquiatra de la Universidad de Nueva York, Luis Rojas Marcos, manifestó que "la violencia se aprende
igual que se aprende a hablar o amar", en una conferencia que impartió el viernes en la inauguración del Encuentro 4
de Jóvenes Talentos.

Según explicó el psiquiatra, "si un niño llega a los 12 años sin haber aprendido los sentimientos de
compasión y empatía con el sufrimiento de los demás, tiene muchas posibilidades de terminar realizando acciones
violentas".

Rojas Marcos, durante su intervención en el aula magna de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas del
CEU- Cardenal Herrera, afirmó que "durante los años de la infancia, es "fundamental" que el niño "se sienta seguro,
querido y con los estímulos apropiados a su edad".

La mayoría de los niños crecen en un ambiente normal donde reciben "seguridad, estímulo y afecto, que son
los antídotos naturales contra la violencia", explicó el psiquiatra pero, por el contrario, hay otros que "son testigos
continuados de violencia, humillación, abuso sexual, agresiones físicas y que van a tener más difícil desarrollar estos
antídoto contra conductas agresivas". Para el especialista en psiquiatría y salud pública, "se debería invertir mucho
dinero en que ningún niño sufriera casos de violencia, ya que de esta manera estaríamos creando una juventud
sana".

Rojas Marcos también analizó mensajes que se lanzan en la sociedad occidental a través de los medios de
comunicación y que llegan a ser utilizados para justificar la violencia. De ellos destacó "la glorificación del macho"
con el peligro "de no separar la realidad de las películas, especialmente cuando este mensaje subliminal también
está llegando a los niños".

La segunda idea es la del "hombre de concurso" que lleva a que "en casi todo tiene que haber un ganador y
un perdedor" con el riesgo de que pase al ámbito de la familia, de la escuela o de las relaciones de pareja". El
psiquiatra advirtió que "el perdedor-ganador sacado del contexto deportivo, a menudo es utilizado como excusa
para la violencia verbal o física".

Por último, está el mensaje de "los otros", de sentirse superiores frente a los que no son como uno mismo, y
de utilizar este sentimiento de superioridad "como paso para justificar la discriminación y la violencia". Para Rojas
Marcos al violento "hay que aislarlo y a la víctima rescatarla para quitarle esa condición que la inmoviliza".

Respecto a la rehabilitación del violento "de carrera", para el psiquiatra, "a partir de una cierta edad es muy
difícil cambiar algunas actitudes". También habló de su experiencia en las prisiones americanas y de la ausencia de
culpabilidad o remordimiento en personas con delitos de sangre. "Habría que ir a su infancia para entender y
resolver estos casos", afirmó.
--------------------
Para Maite Nieto, definitivamente no nace. "Tenemos una agresividad innata que sirve para defendernos,
para reaccionar ante peligros”. Son los condicionantes externos los que hacen que esa agresividad con la que
nacemos se convierta en violencia, los que hacen que un niño que a priori no es violento cambie. “Tiene mucho que
ver con los afectos, con el cariño, con la empatía; con lo que nos han enseñado desde pequeños”, explica Maite. El
concepto de infancia moderno nació en la Revolución Industrial: a partir de entonces, se parte de que “el hombre es
bueno por naturaleza”.
El grupo y el contexto son fundamentales: “los grupos crean reglas y normas; construyen una forma de ser a
su medida y cuando algo les ataca sienten la necesidad de defenderlo. La violencia es una forma de reafirmarse en el
grupo”. Esta forma de reaccionar, señala Maite, es una equivocación ya que “cuando el grupo no reacciona, se
neutraliza al violento”.

María José Díaz Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad Complutense
de Madrid ha dirigido el estudio estatal más representativo realizado sobre la convivencia escolar en España. Una de
las conclusiones más relevantes de este estudio es que la violencia no surge de la nada. Quienes más a favor estaban
de la violencia vivían situaciones familiares, escolares y de ocio más agresivas.

La violencia es una adaptación al entorno: “Nacemos preparados para adaptarnos al entorno que nos rodea,
para intentar sobrevivir en un mundo violento o para construir un mundo mejor. Todo depende de con qué
interactuamos”. Además, sostiene que las redes sociales inciden en la propagación de la violencia. “Una de las 5
novedades de la violencia actual que sufrimos, que agrava mucho sus consecuencias, es que es mucho más visible y
se le da más poder y protagonismo al violento”.
--------------
La violencia es un comportamiento social del que nadie escapa, afirmó la investigadora de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), Tania Rocha Sánchez, quien agregó que esta conducta se aprende, “no se
nace con ella”.

La experta de la Facultad de Psicología explicó que hay diferentes clases de violencias y entre los factores
que la desencadenan se encuentran la situación económica, la educación y la seguridad.

“La violencia no necesariamente obedece a un mecanismo de defensa, tiene una intencionalidad de someter
o sobajar y es algo que se va aprendiendo”, aseguró.

Destacó que a diferencia de los mecanismos de defensa inherentes en el ser humano, esa conducta se
aprende, tiene una intencionalidad y está tan normalizada en la sociedad “que se encuentra inserta en la publicidad,
en el humor, en los memes y en diversos productos y programas que forman parte de nuestro día a día”.
--------------
Si sabemos que el mal engendra más mal, si la violencia da hijos violentos, si estamos de acuerdo en que la
violencia ejercida en el mundo se aprende y se aprehende dentro de los hogares, esteremos de acuerdo en que para
cambiar el mundo deberíamos cambiar el paradigma educativo. ¿No? Pues entonces pongámonos firmes a ellos. Los
que estamos ahora mismo en fase de educar tenemos la mayor responsabilidad en nuestras manos. Mucha más que
los políticos.
----------
el caldo de cultivo para abrazar la violencia está en las propias familias. El caldo de cultivo para abrazar
cantos de cine está en las familias. Los hombres siempre buscamos formar parte de una comunidad y cuando eso no
se da en la propia familia, bien sea por maltrato físico o verbal o por otro maltrato silenciado que es el de no hacer
caso a los hijos provocándoles ese vacío que tanto duele, cambiando el amor hacia ellos por todo tipo de atenciones
en forma de regalos, de cosas materiales pero sin la presencia de los padres… se sientan las bases para generar
individuos que necesitan sentirse parte de algo, de lo que sea. No es ningún secreto que muchos de los jóvenes que
caen en bandas o grupos radicales proceden de familias desestructuradas, familias donde la figura de la contención y
el amor con el respeto ha desaparecido, donde la violencia es la principal protagonista.
6

También podría gustarte