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Gladys Aylward

El poder de una fe como la de una niña1

La historia de Gladys Aylward –una misionera, sin educación, pobre y aparentemente poco
preparada, a quien Dios usó poderosamente para transformar dramáticamente el país de
China. Una y otra vez decidió confiar en su Dios con una fe como la de una niña en medio
de circunstancias imposibles. Su historia demuestra lo que es posible cuando simplemente
avanzamos por fe y decidimos tomarle la palabra a Dios.

Durante su vida, Gladys demostró tres grandes características espirituales que han tenido un
profundo impacto:

1. Ella vio más allá de los obstáculos

Nacida en una familia de la clase trabajadora en 1902, Gladys tenía muy poca educación y
ninguna oportunidad de salir adelante en la vida. Se convirtió en ayudante en un salón de
belleza a la edad de catorce años, sin mucha esperanza de llegar a lograr algo más que
trabajar en un empleo de inferior categoría. Pero a los dieciocho, tuvo un encuentro con
Cristo y comenzó a tener una carga por los perdidos alrededor del mundo –especialmente los
millones de personas en China que nunca habían escuchado el Evangelio.

Era poco factible –incluso imposible- que una chica como Gladys se convirtiera en misionera
para China. No tenía los recursos, ni el entrenamiento, ni la educación ni los contactos
necesarios para lograr con éxito una aventura tan audaz. Sin mencionar los peligros que
implicaba para una joven ir a un país destrozado por la guerra. Familia, amigos y miembros
de juntas misioneras le dijeron que desistiera de sus ideas de ir a China.

Y, sin embargo, en su tiempo de intimidad con Dios, Él le decía algo diferente. Después de
que la junta de misiones la rechazara como misionera para China, Gladys consiguió un
trabajo de sirvienta, esperando ganar el dinero que le permitiera pagar su boleto a
China. Buscó dirección en la Biblia, y el libro de Nehemías llamó su atención. Ella escribió:

“Al leer el primer capítulo, sentí mucha lástima por Nehemías y comprendí por qué lloraba y
se lamentaba cuando supo que Jerusalén se encontraba en gran necesidad sin que él
pudiera hacer algo al respecto. Él era en cierta forma un mayordomo y debía obediencia a
su patrón, como era mi caso. Luego llegué al segundo capítulo, “Pero él fue” exclamé en voz
alta, y me levanté, una sensación de euforia me recorría por dentro, “¡Él fue a pesar de todo!

Como si alguien estuviera en la habitación, una voz dijo claramente, “Gladys Aylward, ¿el
mismo Dios de Nehemías es tu Dios?”

“¡Sí, por supuesto!” respondí.

“Entonces haz lo que hizo Nehemías, y ve.”

1
Tomado de Aviva Nuestros Corazones, escrito por Leslie Ludy.
“Pero yo no soy Nehemías.”

“No, pero sin duda, Yo soy su Dios.”

Para mí, eso fue decisivo. Creí que éstas eran mis órdenes de ponerme en marcha. Puse
mi Biblia en la cama, ahí junto, con mi copia de Luz Diaria (Daily Light), y con todo el dinero
que tenía. –un puñado de monedas. Parecía una pequeña colección tan ridícula, pero dije
simplemente, “Oh Dios, aquí está la Biblia de la que tanto anhelo hablar a otros, aquí está mi
Luz Diaria que cada día me dará una nueva promesa, y aquí todo el dinero que tengo. Si así
lo deseas, estoy lista para ir a China con esto.”

Durante el siguiente año, mediante el trabajo incansable y ahorrando cada moneda, Gladys
logró reunir apenas lo justo para un boleto a China en tren. Le advirtieron encarecidamente
que no viajara hacia allá por tren debido a las violentas luchas a lo largo de la ruta por lo que
no le garantizaban que lograra llegar. Sin embargo, ella vio más allá de todos los obstáculos
porque mantuvo sus ojos fijos en la grandeza y fidelidad de su Dios –exactamente como lo
había hecho Nehemías.

Podría escribirse un libro completo tan solo con la historia de su arriesgado e increíble viaje
desde Londres hasta Tientsin. Hubo muchos momentos cuando ella apenas pudo escapar
con vida. Pero sabía que Dios no la había traído tan lejos para abandonarla. Continuó
mirando más allá de los obstáculos, sabiendo que lograría llegar a China.

Muy parecido al caso de Hudson Taylor, quien se embarcó hacia China y casi naufragó en
una isla de caníbales y declaró contra todo augurio que llegaría a China. Por el poder de
Dios, Gladys Aylward tenía la misma actitud. Cuando enfrentaba dificultades extremas y
caminos aparentemente imposibles, la respuesta inflexible de su alma hacía eco de las
palabras de Pablo cuando proclamó, “Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa
para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús,
para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios.” (Hechos 20:24)

2. No se dejó dominar por el temor

El enemigo debió haber sabido lo poderoso que resultaría su ministerio, porque cuando
Gladys estaba camino a China a cumplir con el llamado de Dios en su vida, el enemigo trató
de frustrarla aún antes de que llegara. En Rusia fue detenida por oficiales de gobierno
corruptos. Mientras estaba sentada en la habitación del hotel pensando cómo escaparía, un
oficial trató de entrar por la fuerza. Valientemente le dijo “No vas a entrar aquí.”

“¿Por qué no?” sonrió con suficiencia.

“Porque ésta es mi habitación.”

“Yo puedo hacer lo que quiera ¡yo aquí soy la autoridad!”


“¡Oh!, pero claro que no. Puede que usted no crea en Dios, pero Él está aquí. Tóqueme y
verá. Dios ha puesto una barrera entre usted y yo ¡váyase!” El hombre miró fijamente a
Gladys, sintió escalofríos, y sin decir otra palabra, dio la vuelta y se marchó.

Años más tarde, luego de haber vivido y servido en la villa de Yangchen, fue citada a
comparecer ante el gobernador para intervenir en un disturbio que había estallado en la
prisión de los hombres. Cuando llegó, se dio cuenta que los convictos estaban enfurecidos
en el patio de la prisión y varios de ellos habían sido asesinados. Los soldados temían
intervenir. El guarda de la prisión le pidió que entrara al patio y detuviera el disturbio. Ella
contestó, “¿Cómo podría hacer eso?” Él le dijo, “Usted ha estado predicando que los que
confían en Cristo no tienen nada que temer.” Con esas palabras, la convenció, y entró
valientemente al patio, pidiendo a Dios, fortaleza y protección.

Increíblemente, sin ayuda alguna, ella impidió más derramamiento de sangre y envió a los
hombres a regresar a sus celdas. Ellos obedecieron. Ella abogó a favor de las condiciones
de los prisioneros y pronto la prisión fue transformada por completo. La gente comenzó a
llamarla Gladys Ai-weh-deh, que significa “la virtuosa.” Ése fue su nombre desde
entonces. Durante sus muchos años en China, realizó proezas de las que generalmente solo
oímos en películas de acción o novelas de espionaje ficticias; en ocasiones, apenas escapó
de la muerte con agujeros de bala por toda su ropa. Esta pequeña mujer iletrada quien
simplemente se atrevió a confiar en su Dios tenía más valor que veinte hombres fuertes
juntos.

¡Imagina tener tanta confianza en la protección que Dios promete a Sus hijos! No solo
esperando que Dios se manifestara, sino sabiendo que lo haría. No encogiéndose de miedo
cuando el enemigo trata de atacar, sino poniéndolo bajo los pies y levantándose en la
fortaleza que Dios da. Solamente alguien que verdaderamente cree que Dios es tan grande
y poderoso como afirma ser, puede avanzar en ese tipo de valentía firme. Cuando Gladys
estudiaba la Palabra de Dios, no la analizaba ni la cuestionaba, simplemente la daba por
cierta, y edificaba su vida alrededor de esa verdad. Como resultado, el temor no podía
controlarla en ninguna situación.

3. Una atleta espiritual

Mientras muchos cristianos sucumben ante la apatía espiritual debido al cansancio, la


debilidad física y falta de resistencia, Gladys Aylward era todo lo opuesto. Aunque no lucía
fuerte físicamente, sabía que Dios la había llamado a realizar tremendas hazañas para Su
reino –y que Él proveería cada onza de fortaleza y vigor necesaria para la tarea.

Ella no permitía que su debilidad física controlara sus decisiones. Una y otra vez, llevó su
cuerpo más allá de los límites naturales, confiando en la fuerza sobrenatural de Dios para
sacarla adelante. Su vida en el ministerio fue muy parecida a la de Pablo, marcada por
“trabajos y fatigas, en muchas noches de desvelo, en hambre y sed, a menudo sin comida,
en frío y desnudez” (2ª Co. 11:27). Aun así, nunca se quejó ni se quedó inactiva, sino que
continuó levantándose en las fuerzas que Dios da, determinada a vencer.

Cuando estalló la guerra en su aldea, Gladys se llevó a más de 100 niños desterrados en un
viaje de seis semanas pasando sobre montañas sin comida ni provisiones, hasta llevarlos a
un lugar seguro. El viaje demandó tanto de ella físicamente que cuando terminó, ella cayó
inconsciente afectada con neumonía, tifo y otras enfermedades graves. Voluntariamente
permitió que su cuerpo se gastara y se quebrara para la gloria de Dios. Y, al igual que Pablo,
hizo de su cuerpo su esclavo para cumplir victoriosamente el llamado de Dios en su vida
(1ª Co. 9:27)

Cuando enfrento la tentación de levantar mis manos para darme por vencida, y alejarme
derrotada de algo que sé que Dios me ha llamado a hacer, recuerdo el increíble ejemplo de
esta pequeña mujer que demostró la fuerza de veinte hombres –simplemente descansando
en la propicia gracia de Dios.

Para muchos, la fe en Dios como la de una niña de Gladys Aylward puede parecer ilógica e
impráctica. Hacia el final de su vida, ella admitió “Yo no era la primera opción de Dios para lo
hice en China; no sé quién era. Debió haber sido un hombre, un hombre instruido. Yo no sé
cómo sucedió. Quizás él murió. O no estaba dispuesto, y Dios miró hacia abajo y vio a
Gladys Aylward y dijo, “bueno, ella está dispuesta.”

Porque Gladys se atrevió a confiar en Dios y a tomarle la Palabra, vivió una de las vidas más
victoriosas y vencedoras que el mundo haya visto.

Para impactar el mundo para la eternidad, no necesitamos una larga lista de logros
humanos. Tal como lo prueba la vida de Gladys Aylward, sencillamente necesitamos una fe,
en nuestro maravilloso Dios, sólida como la roca, firme e inconmovible.

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