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Mérida,Yucatán, México.
Presentación
Introducción
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armas, porque, según ellos, habían sido órdenes que Carrillo Puerto había
dado durante su huida. Algunos líderes socialistas incluso aceptaron a los
rebeldes. En gran medida, los miembros de la policía del estado, que eran
casi todos miembros del Partido Socialista del Sureste, continuaron en su
trabajo. Solo tres líderes importantes del Partido Socialista del Sureste se
involucraron en una guerra de guerrillas contra los golpistas: Braulio Euán,
cuyo grupo operaba en los alrededores de Opichén; Santiago Beana, con
partidarios en los alrededores del departamento de Sotuta y en los límites
occidentales del departamento de Valladolid; y José María Iturralde, en ese
entonces federal, que levantó un grupo de combatientes mayas que vagaban
por los montes del sur y oriente de Valladolid.
El 18 de abril de 1924 las fuerzas leales a Álvaro Obregón desembar-
caron en el puerto de Sisal bajo el mando del general Eugenio Martínez y
dispersaron rápidamente a los últimos delahuertistas. Sin embargo encon-
traron un Partido Socialista del Sureste dividido, desmoralizado y privado
de su gran líder. Sin la presencia carismática y la visión radical de Felipe
Carrillo Puerto, el Partido quedó ahora en manos de una serie de políticos
de segundo nivel, pragmática y moderada, mucho más dispuesta a establecer
compromisos con los enemigos locales y las autoridades nacionales.
de lanzar su propia candidatura. Con este fin, Cantón creó su propio “Gran”
o “Legítimo” Partido Socialista del Sureste, resultado del sisma, con antiguos
miembros leales a él y sindicatos obreros independientes. Con el temor de
que Cantón pudiera adueñarse efectivamente del Partido Socialista del Su-
reste, en abril de 1925 Iturralde abandonó la presidencia del Partido oficial
para poner en su lugar a alguien capaz de enfrentarse al nuevo Partido. Él
fue personalmente a Umán a ofrecerle el puesto a Bartolomé García Correa,
joven profesor de apenas 30 años y antiguo protegido de Carrillo Puerto.
Había servido a Alvarado y a Carrillo Puerto en el Congreso del estado y en
la Liga Central del Partido, y tenía muchos contactos entre las Ligas socialis-
tas de Mérida y en las zonas más occidentales de Yucatán. Aunque sus ene-
migos murmuraban que estaba involucrado en la venta clandestina de alcohol
y que había sobrevivido al golpe delahuertista porque llegó a acuerdos con
los rebeldes, estaba en gran medida limpio de estos cargos. De hecho, era
respetado como un hombre honesto, enérgico y educado, de origen modes-
to —un hecho subrayado por su piel morena y su origen humilde—. Él se
había retirado de la vida pública después de apoyar a Cantón en su fracasado
intento por suceder a Carrillo Puerto.
García Correa era hijo de mestizos de la clase media en Umán. Su
apodo de “Box Pato” o “Pato negro”, —combinación de maya box, negro, y
español, pato—, indicaba su ubicación fronteriza entre la cultura hispana y la
maya. Después de obtener su título de profesor normalista en el prestigioso
Instituto Literario y de estudiar contabilidad en Mérida, regresó a su pueblo
natal para trabajar como profesor y ayudar en el negocio familiar de venta
de mercancías en las haciendas de los alrededores de Umán. Inició su carre-
ra política con la fundación de una Unión Mutualista de Trabajadores, que
alentaba a los mayas pobres a mejorar su nivel de vida mediante la sobriedad,
el ahorro, la educación y la integración. Entre 1911 y 1915 pasó hábilmente
de una facción a otra y logró sobrevivir a los levantamientos nacionales y
regionales. En el último momento desertó del ejército de Ortiz Argumedo
para apoyar al ejército invasor de Salvador Alvarado y obtuvo los puestos de
alcalde de Umán y diputado local. Cuando se fundó el Partido Socialista del
en las últimas filas del salón y rara vez concluían la enseñanza primaria por-
que no podían entender al profesor, quien solo hablaba en español. Muchos
de los profesores e inspectores más radicales y enérgicos abandonaron los
pueblos con la derrota de los cantonistas en 1925. El nuevo superintendente
de educación pública de Torre Díaz, Artemio Alpizar Ruz, dio marcha atrás
en la enseñanza mixta en la mayoría de las escuelas al separar a los niños de
las niñas. A principios de la década de 1930, muchos pueblos y haciendas no
contaban con escuelas.
Debido a todas estas desalentadoras limitaciones estructurales, Bar-
tolomé García Correa carecía, como líder del Partido Socialista del Sures-
te, del impresionante apoyo de campesinos y peones que tenía el Partido
durante la era de Alvarado y de Carrillo Puerto. Para hacer frente a estas
dificultades, siguió una estrategia con los objetivos de aumentar su propio
poder político como líder populista y ganar apoyo para el Partido Socialista
entre la clase media rural y urbana por medio de la reactivación del coo-
perativismo. También tenía la esperanza de forjar nexos más estrechos con
Obregón y Calles para lograr en el futuro aislar a Torre Díaz y a los ele-
mentos conservadores. Con este propósito fue útil para Obregón cuando,
en 1928, reprimió a los opositores yucatecos a su reelección presidencial.
Durante el maximato, García Correa realizó en repetidas ocasiones impor-
tantes misiones políticas para Calles. Ayudó al jefe máximo a fundar el Par-
tido Nacional Revolucionario después del asesinato de Obregón en 1928
y afilió al Partido Socialista del Sureste a este nuevo instituto político. En
la convención presidencial del Partido Nacional, la delegación del Partido
Socialista del Sureste ejecutó al pie de la letra la voluntad de Calles al brin-
darle inicialmente su apoyo a Aarón Sáenz y luego retirárselo para respaldar
a Pascual Ortiz Rubio. En 1929, García Correa fusionó su propia campa-
ña por el gobierno del estado con la de Ortiz Rubio por la presidencia, y
neutralizó a la oposición vasconcelista ese mismo 1929, sin derramamiento
de sangre. Para Mérida y la ciudad de México, “Box Pato” era “el hombre
necesario” en las elecciones yucatecas.
muchos de sus más acérrimos críticos entre los hacendados, como Enrique
Aznar Mendoza y el clan Manzanilla, sino incluso los aisló. A fines de 1930,
“Box Pato” instaló a sus aliados como representantes de la Liga de Media-
nos y Pequeños Productores de Henequén y de la Unión de Productores
Henequeneros, por los productores más pequeños y por los más grandes,
respectivamente, en Henequeneros de Yucatán, con lo que logró otra vic-
toria sobre sus enemigos entre los hacendados. Las autoridades en la ciu-
dad de México también lo presionaron para que acallara a Mario Escoffié,
editor de El Yucatanista, y a Enrique Aznar Mendoza, brillante intelectual
conservador y crítico cruel del Partido Socialista del Sureste, de las medidas
adoptadas por el Banco de México.
A principios de 1931, los hacendados que se opusieron al rescate de
Henequeneros de Yucatán por parte de Calles y el Banco de México, se en-
contraban en una posición difícil. Resentían el control creciente de la ciudad
de México sobre la economía henequenera, pues ya se les había excluido
efectivamente de la administración de Henequeneros de Yucatán y temían
criticar directamente al jefe máximo. Sin embargo, tenían la esperanza de
explotar las debilidades de García Correa. Algunos sectores de la clase alta,
encabezados por Enrique Aznar, el clan Molina y la familia Manzanilla, espe-
raban poder convencer a Plutarco Elías Calles de que lo relevara del cargo.
Con esta intención, Gustavo Molina Font, el principal portavoz del grupo,
cabildeó con la prensa nacional y con políticos influyentes en la ciudad de
México para culpar de las dificultades de Henequeneros de Yucatán a los
errores y la corrupción del gobernador, sin mencionar los efectos de la Gran
Depresión de 1929 y la descapitalización de las propiedades de los hacenda-
dos. En marzo de 1931, agentes de este grupo de hacendados inconformes
organizaron con miles de peones y campesinos desempleados las “caravanas
del hambre”, que marcharon de los poblados a Mérida. Mujeres demacra-
das llevaban en los brazos a sus hijos desnutridos, para demostrar su difícil
situación. Al mismo tiempo, Arturo Ponce Cámara acusaba en audiencias
públicas a García Correa por los problemas de la cooperativa y en privado lo
calificaba de déspota; y con Carlos R. Menéndez, su aliado, cabildeaban ante
favor de Alayola Barrera. Así terminó una campaña electoral marcada por
altos niveles de participación popular, pero cuyo resultado, a fin de cuentas,
fue decidido por Plutarco Elías Calles.
César Alayola Barrera tomó posesión el 1 de febrero de 1934 con una
tesorería estatal vacía, con Henequeneros de Yucatán profundamente en-
deudado y un Partido Socialista del Sureste dividido. Manuel Escoffié, sagaz
editor de El Yucatanista, hizo notar irónicamente que en realidad Yucatán te-
nía cuatro gobernadores: Alayola Barrera, su mentor García Correa, Arturo
Ponce Cámara, administrador de Henequeneros de Yucatán, y Plutraco Elías
Calles. Sin embargo, el panorama político regional estaba cambiando rápi-
damente. A fines de 1933 Calles había perdido la fe en “Box Pato”; y Láza-
ro Cárdenas, quien tomó posesión como presidente en diciembre de 1933,
dejó claro que ya lo no consideraba como “el hombre necesario” en Yucatán.
El secretario personal de Cárdenas, Luis I. Rodríguez, denunció a los “ falsos
líderes motivados por la avaricia que se disfrazan como revolucionarios”,
clara amonestación a los jefes callistas como García Correa.
Para cumplir el mandato cardenista de desmantelar las maquinarias
políticas regionales corruptas y atender los continuos llamados de austeridad
del Banco de México, Alayola Barrera rompió con García Correa, y solu-
cionó el problema de raíz al despedir a los burócratas estatales, incluyendo
a muchos veteranos operadores bartolistas. Se acercó a los castillistas y gual-
bertistas, con la esperanza de incorporarlos a la Asociación Revolucionaria
Pro Yucatán, su nueva organización que, con la sección estatal del Parti-
do Nacional Revolucionario, reemplazaría al Partido Socialista del Sureste
como el brazo electoral en Yucatán, lo que le permitiría controlar al estado
sin García Correa. En otras palabras, su intención era desmantelar al Partido
Socialista en nombre de la responsabilidad financiera y de la reforma políti-
ca. Pero esta propuesta creó un conflicto regional.
Después de romper con el “Box Pato”, el gobernador Alayola Barrera
quitó a los caciques bartolistas de los cargos locales y apoyó a los gualbertistas
y castillistas en las elecciones municipales, pero desafortunadamente Gual-
berto Carrillo Puerto y José Castillo Torre todavía pensaban en eliminarlo de
más antiguos del Partido Socialista del Sureste con cierto grado de apoyo de
campesinos y peones, la facción de Gualberto Carrillo Puerto, y organiza-
ciones obreras independientes (anti-Partido Socialista del Sureste) de varias
corrientes ideológicas —la Federación Regional de Obreros y Campesinos,
afiliada a Vicente Lombardo Toledano, la anarco-sindicalista Confederación
General de Trabajadores y grupos obreros urbanos de ideología similar de
Mérida y Progreso—. Aunque la antigua oligarquía henequenera y vetera-
nos operadores del Partido Socialista del Sureste, cercanos a García Correa,
fueron denunciados como reaccionarios callistas, estas dos facciones se mos-
traron proclives a cooptar a los grupos populares cardenistas y a imitar la
retórica radical del presidente.
La reforma agraria fue el punto de apoyo del proyecto cardenista en
Yucatán, y el presidente Cárdenas le confió al director del Departamento
Agrario en el estado, Candelario Reyes, la función de supervisar la reparti-
ción, atrasada durante mucho tiempo, de muchas haciendas henequeneras.
Reyes demostró que era un líder notablemente honesto y persistente. Aun-
que logró establecer muchos nuevos ejidos en la zona henequenera, estos
sufrían problemas serios. En primer lugar, solo los campesinos residentes
en los pueblos eran elegibles para formar parte del ejido, lo que significaba
que los peones que trabajaban en las haciendas se quedaron sin empleo y sin
acceso al trabajo en el ejido. En segundo, los créditos que se les entregaba
a los nuevos ejidatarios como anticipo eran inferiores, y en ocasiones resul-
taron inferiores a los miserables salarios que les pagaban en las haciendas,
aparte de que algunos únicamente recibían el pago de algunos días de trabajo
por semana. En tercer lugar, como no eran empresas no tenían la obligación
de proporcionar a sus socios educación y salud. Y cuarto, a pesar de que los
ejidos eran administrados por comisarios elegidos democráticamente, final-
mente los que terminaron administrándolos fueron los ingenieros federales
y otros empleados, aparte de que se entremetían en las elecciones ejidales y
utilizaban los recursos federales como una forma de patrocinio.
De 1934 a 1935 los hacendados trataron de empeorar la mala situa-
ción de los ejidos henequeneros y desmantelaron las máquinas raspadoras
Socialistas y enseñaban que la Guerra de Castas de 1847 había sido una lucha
de clases del campesinado. En las escuelas se cantaba La Internacional y los
estudiantes se vestían como los Jóvenes Pioneros Soviéticos y desfilaban con
el puño izquierdo levantado.
El celo izquierdista de Betancourt Pérez indignó a los profesores de
mayor edad y enfureció a muchos. Con demasiada frecuencia los jóvenes
reclutas resultaban incompetentes o simplemente abandonaban el trabajo.
En otros casos, los jóvenes maestros eran eficaces como instructores y orga-
nizadores. Por ejemplo, en Kinchil, el maestro Bartolomé Cervera Alcocer
convirtió al pueblo en un baluarte del cardenismo. Estableció un programa
de clases activo para los niños durante el día y de clases nocturnas para los
adultos, y organizó una cooperativa y un sindicato para los mayas pobres que
producían carbón. Las mujeres tuvieron un papel clave bajo el liderazgo de
Felipa Poot.
Pero tanto en Kinchil como en otros pueblos los hacendados y mu-
chos líderes locales del Partido Socialista del Sureste se oponían a la es-
trategia de frente popular de Betancourt Pérez; y en muchos lugares los
funcionarios cerraron las escuelas federales y expulsaron o encarcelaron a
los profesores. Sus enemigos lo acusaron de violar las regulaciones sobre
la promoción y la supervisión de profesores establecidos por la Secretaría
de Educación Pública. En respuesta, el 25 de febrero de 1935 estudiantes
izquierdistas encabezados por su lugarteniente, Hernán Escalante, saquea-
ron y quemaron los archivos del Departamento de Educación del estado.
Betancourt Pérez se vio obligado a renunciar cuando la prensa nacional
reveló que, obedeciendo a una directiva de la Secretaría de Educación Pú-
blica, les había ordenado a los profesores firmar juramentos secretos en
los que se comprometían a abstenerse de realizar actividades religiosas.
Sin embargo, a pesar de su renuncia, muchos profesores, definitivamente
izquierdistas, permanecieron todavía en las escuelas de todo Yucatán y la
Federación Sindical Independiente seguía ganando fuerza, especialmente
entre los campesinos y los peones de los límites sureños y occidentales de
la zona henequenera.
acción lo hacía sospechar de que estaba coludido con los hacendados para
detener la reforma agraria.
Reyes responsabilizaba a los hacendados y a los políticos yucatecos de
la situación difícil de los ejidos. Pero ellos no tenían la culpa de los serios
problemas que aquejaban a la reforma agraria: falta de financiamiento, pla-
neación deficiente y resistencia de los peones, quienes perderían su medio
de subsistencia si la reforma agraria afectaba sus haciendas. Entre septiembre
de 1935 y mayo de 1936 se produjeron choques entre agraristas respaldados
por la burocracia agraria federal y los peones de Xcanatún, Motul, Acanceh,
Chapab, Conkal y Dzidzantún, todos afiliados a la Conferación General de
Trabajadores y financiados por los hacendados, por lo que varios incidentes
derivaron en violencia.
A mediados de 1936 los conflictos generados por la reforma agraria
en la zona henequenera condujeron a Candelario Reyes a unirse a la lista
de intereses poderosos que pedían un nuevo gobernador para Yucatán. Los
católicos y otros grupos sociales conservadores no toleraban el crecimiento
de la izquierda cardenista y la controvertida presencia de Betancourt Pérez.
Los activistas obreros independientes de tendencia anarco-sindicalista se sin-
tieron traicionados por López Cárdenas, en particular los ambiciosos líderes
del Sindicato Ferrocarrilero Peninsular, y los hermanos González Inurre-
ta —Mamerto, Carlos y César— lo acusaban de responder con evasivas al
compromiso de los trabajadores de sectores económicos fundamentales.
Enrique Aznar Mendoza formó hábilmente una coalición variopinta
para derrocar al asediado gobernador López Cárdenas. Con un amplio fi-
nanciamiento de sectores decisivos de la antigua oligarquía, preparó otra
huelga general para obligar a dimitir a un gobernador “callista” en nom-
bre del obrerismo cardenista. En primer lugar, Aznar Mendoza realizó
una contribución sustancial al nuevo comandante de las fuerzas federales
en Yucatán: general Ignacio Otero Pablos, quien estaba reuniendo fondos
para su campaña por el gobierno de Sonora, para que filtrara información a
Los Pinos en contra de López Cárdenas. En segundo lugar, Aznar Mendo-
za alentó la formación de un frente laboral anticomunista independiente;
Palomo Valencia había logrado crear una coalición heterogénea capaz de blo-
quear el plan de reforma agraria de Reyes en su beneficio político.
Lázaro Cárdenas actuó decisivamente para evitar que la reforma agra-
ria en la zona henequenera continuara atrasándose. El presidente decidió
venir a Yucatán a resolver personalmente los cientos de asignaciones de tie-
rras pendientes. Durante su presidencia creó su propio poder y se impuso
a los intereses conservadores regionales por medio de visitas a los estados
para responder a las demandas populares. En su más dramática acción, en el
verano de 1936, fue a la Comarca Lagunera después de una ola de huelgas y
ejecutó la reforma agraria. Pero en la zona henequenera no había una fuerte
organización popular cardenista clamando por la reforma agraria y la inter-
vención federal. Lo que había era una confusa mezcolanza de federaciones
obreras y campesinas rivales, cada vez más enredadas en la coalición política
regional de Palomo Valencia. En una convención agraria favorable a Cár-
denas, llevada a cabo del 16 al 17 de agosto, los delegados campesinos, sin
entusiasmo, leían declaraciones redactadas especialmente para ellos, y lo que
complicaba más la situación era que durante la primera mitad de su presiden-
cia ya había hecho costosos compromisos en otras partes de México, lo que
significaba que sus recursos eran relativamente limitados para destinarlos a
los ejidos de Yucatán.
Sin embargo, a primera vista, la “solución salvadora” de Cárdenas
para la zona henequenera, anunciada el 3 de agosto de 1937, parecía ser una
acción monumental. Su plan creaba 56 nuevos ejidos, elevaba el número
total de asignaciones de tierras a 272 y transfería 56 000 hectáreas, casi la
mitad de ellas plantadas con henequén. Algo muy importante era que había
prometido autorizar suficiente crédito y nacionalizar las máquinas raspa-
doras, suficientes para que los ejidatarios pudieran finalmente sostenerse
por sí mismos a largo plazo. Aún así, cuando Cárdenas abandonó Yucatán,
el 23 agosto, cerca de 13 000 de los 60 000 campesinos y peones de la zona
henequenera todavía estaban esperando que se les otorgara tierra. Muchos
de los nuevos ejidos recibieron tierras sin la proporción necesaria de su-
perficies plantadas y no plantadas, mientras otros no tenían acceso a las
Alianza Popular Yucateca del gobierno estatal. Además, las guardias blancas
de los hacendados y los partidarios de Gualberto Carrillo Puerto mantuvie-
ron una considerable influencia en algunas zonas.
El fracaso del presidente Cárdenas por transformar definitivamente
la política regional o resolver la crisis agraria tuvo un efecto manifiesto en
la elección gubernativa de 1937, pues ajustó el momento de su visita para
preparar el triunfo de un candidato comprometido personalmente con sus
aspiraciones. Con ese propósito, el Partido Nacional Revolucionario anun-
ció que el aspirante sería escogido por votación de las organizaciones corpo-
rativas certificadas que representaban a los campesinos, a los obreros y a los
grupos “populares”. A todos los miembros del Partido se les pidió apoyar a
quien resultara nombrado.
De hecho, el Partido Nacional Revolucionario llevaba a cabo este
proceso, supuestamente democrático, para legitimar al candidato designa-
do en la ciudad de México. Con la anuencia de Cárdenas, más de una docena
de aspirantes compitieron. Gualberto Carrillo Puerto contaba con el apoyo
de personajes notables como Graciano Sánchez y Maximino Ávila Cama-
cho, y el propio presidente de la república lo había tenido como traductor
de la lengua maya durante su visita. Sin embargo, Palomo Valencia logró
imponer a Humberto Canto Echeverría, un burócrata estatal y tecnócrata
agrícola poco conocido. Para la campaña el gobernador desvió 300 000
pesos de la Tesorería estatal y de Henequeneros de Yucatán para comprar
cobertura periodística favorable, alcohol y anuncios luminosos. La Alianza
Popular Yucateca funcionó como la máquina electoral del gobernador y
permitió a la Federación de Sindicatos Independientes, al Partido Socialista
del Sureste, a la Confederación General de Trabajadores, a la Federación
Regional de Obreros y Campesinos y a los sindicatos independientes reunir
votantes favorables en las elecciones gubernativas internas del Partido Na-
cional Revolucionario. Las asambleas de puertas abiertas programadas para
que las organizaciones corporativas votaran por los candidatos contaron con
poca asistencia y escaso entusiasmo. Muchas veces los agentes del goberna-
dor lograron levantar el suficiente ánimo para apoyar a Canto Echeverría
del plan. Paralelamente, le presentó a Cárdenas el Plan del Gran Ejido como
una forma de “emancipación económica” de los mayas; y prometía establecer
escuelas para entrenar a los ejidatarios para que al final se hicieran cargo de
la administración cotidiana del Gran Ejido. Cárdenas aprobó con serenidad
el plan en medio de la incertidumbre económica y política generada por la
nacionalización del petróleo en marzo de 1938.
El Gran Ejido nunca cumplió las promesas de éxito económico ni me-
joría social, sino que gente con conexiones políticas se aprovechó del plan.
Algunos hacendados se beneficiaron de rentar a precios exorbitantes su ma-
quinaria raspadora al Gran Ejido. Los puestos importantes en la floreciente
burocracia del Gran Ejido no quedaron en manos de los campesinos sino
que fueron ocupados por antiguos operadores políticos del Partido Socialista
del Sureste, exsupervisores de haciendas, e incluso algunos hacendados, que
ahora se presentaban como “pequeños propietarios”.
Aunque aparentemente Canto Echeverría había logrado una victoria
decisiva sobre la burocracia agraria federal por medio del Plan del Gran Eji-
do, este no resolvió el problema crónico de la deuda de los ejidos heneque-
neros ni pacificó políticamente al estado. Hacia mediados de 1939, casi 200
de los 272 ejidos henequeneros de Yucatán tenían pérdidas económicas y 65
estaban en una situación crítica. A pesar de sus deficiencias, el cardenismo
había logrado crear un proceso político nuevo y más amplio, en el que los
grupos que afirmaban hablar en nombre del pueblo podían invocar la inter-
vención presidencial y desafiar a los funcionarios locales y estatales. Mientras
tanto, el resentimiento popular que había en toda la zona henequenera hacia
la burocracia agraria federal de Candelario Reyes ahora se dirigía contra el
Gran Ejido de Canto Echeverría. Los grupos disgustados y en desacuerdo
con el gobernador se unieron en el Comité Pro Defensa Ejidal que decía
representar a los ejidatarios de la zona henequenera, aunque su liderazgo
incluía a muchos veteranos políticos relacionados con enemigos de Canto
Echeverría, muchos obreros urbanos molestos también con el apoyo de la
Confederación de Trabajadores de México a dirigentes sindicales corruptos,
se unieron al Comité Pro Defensa Ejidal, como lo hicieron asimismo algunos
área de Tixkokob y señalaba los nexos del Comité Pro Defensa con los im-
populares exgobernadores García Correa y Fernando López Cárdenas.
Sin intimidarse, el Comité Pro Defensa Ejidal y sus aliados obreros e
izquierdistas recurrieron a las manifestaciones públicas y a acusaciones perio-
dísticas de corrupción en El Gran Ejido con el fin de obligar a Canto Eche-
verría a solicitar licencia temporal. En septiembre de 1939, el emisario de
Cárdenas, Ramón Beteta, medió un acuerdo según el cual Canto Echeverría
se retiraba de las operaciones del Gran Ejido y consentía en democratizar
sus procedimientos de toma de decisiones. Se acordó una nueva asamblea
en Tixkokob, bastión de Lara Puerto, en la que ganó fácilmente la elección
para encabezar la directiva del Gran Ejido. Con este triunfo, el Comité Pro
Defensa Ejidal lanzó inmediatamente otra huelga, del 27 al 29 de septiembre
de 1939, para obligar a renunciar al gobernador, quien parecía al borde de
la dimisión por no haber resuelto el problema de la reforma agraria y acabar
con el descontento obrero.
El presidente Cárdenas regresó a Yucatán el 21 de noviembre de
1939 para lograr una solución definitiva al conflicto entre el gobernador
Canto Echeverría y el Comité Pro Defensa Ejidal y acordó realizar una
asamblea pública de delegados campesinos. Él se conmovió al escuchar
las numerosas quejas los ejidatarios henequeneros y con la finalidad de
reformar El Gran Ejido nombró a su viejo amigo —y acerbo enemigo de
Canto Echeverría— Gualberto Carrillo Puerto como representante del
gobierno federal en su directiva. Pero le permitió al gobernador mante-
nerse en el cargo.
Por fin, Canto Echeverría logró aventajar a sus enemigos del Comi-
té Pro Defensa Ejidal en las elecciones municipales del otoño de 1939. Él
logró cooptar a muchos seguidores del Comité Pro Defensa Ejidal, y con
los que se opusieron utilizó la coerción. Los candidatos del Comité Pro
Defensa Ejidal fueron hostigados despiadadamente por la “Cheka”, milicias
campesinas armadas y caciques, y varios de sus líderes campesinos murieron
en circunstancias misteriosas. Mientras el gobernador seguía controlando
el sistema político regional, el Comité Pro Defensa Ejidal se encontraba
utilizado por los hacendados, como los anticipos y los créditos para la adqui-
sición de mercancías, entre otros mecanismos para retener e inmovilizar a
los trabajadores, llegó a su fin. No obstante, esta medida no significó el aban-
dono masivo de las haciendas. Al menos no existen evidencias suficientes
que lo demuestren. Por el contrario, entre 1915 y 1918, la población rural
continuó ligada a la industria agrícola, en las intensas jornadas laborales para
producir la gran cantidad de fibra que demandaba el mercado internacional.
a dictar una ley para evitar daños a la pujante producción de fibra de hene-
quén, aunque emitió dos circulares para que la población rural tuviera acceso
a los recursos agrarios mediante un sistema de arrendamiento que no mo-
dificaba la estructura agraria vigente. La primera circular, emitida el 26 de
agosto de 1917 por el gobernador Álvaro Torres Díaz, estableció la entrega
provisional de “tierras para cultivar a todos los ciudadanos que las soliciten”
y responsabilizó a las autoridades municipales de “distribuir de acuerdo con
todos” el terreno que cada agricultor necesitara. Los arrendatarios podían
extraer de dichos terrenos cantidades moderadas de leña y debían pagar 5 por
ciento de la cosecha anual al dueño de la hacienda por concepto de renta,
aunque no se especificaba si el pago sería en dinero o en especie. Por su par-
te, el propietario tenía la obligación de entregar terrenos “buenos para las la-
bores agrícolas”. Concluido el trámite de arrendamiento, los ayuntamientos
debían informar a la Comisión Local Agraria sobre los términos acordados.
La segunda circular, emitida por el gobernador Carlos Castro Morales,
el 10 de enero de 1919, estipuló que los ayuntamientos eran las únicas instan-
cias con facultades para solicitar y negociar con los dueños y administradores
de las fincas la concesión de las extensiones requeridas para los cultivos, así
como de entregarlas a los solicitantes; y los comisarios municipales única-
mente podían recibir las solicitudes y enviarlas al ayuntamiento. Los milperos
tenían derecho a una extensión máxima de dos hectáreas durante dos años
consecutivos y debían pagar a los hacendados 5 por ciento del maíz cosecha-
do, en cuanto a la leña, los propietarios tenían “derecho de preferencia” para
adquirirla al precio habitual de la localidad. Las “tierras incultas” referidas en
ambas circulares eran los terrenos improductivos de las haciendas, es decir,
eran los montes, el principal recurso agrícola para el cultivo de las milpas.
En realidad, las circulares de 1917 y 1919 no hacían más que otorgarle
un marco jurídico a la antigua costumbre de arrendamiento practicada entre
los propietarios de las fincas y la población rural. Los milperos de los pue-
blos no desaprovecharon la oportunidad de acceder a los montes privados.
En 1917, por ejemplo, el Ayuntamiento de Izamal recibió 280 solicitudes
por parte de otro tanto de milperos. Las autoridades elaboraron una lista,
asignaron una extensión para cada uno y calcularon que necesitaban cerca de
256 hectáreas de montes para otorgar en arrendamiento.
El 1 de febrero de 1922, Felipe Carrillo Puerto al ocupar la gubernatu-
ra de Yucatán, como parte de su estrategia política, impulsó el reparto ejidal a
los pueblos, pero sin afectar la integridad de las haciendas henequeneras, pues
para 1922 la fibra de henequén todavía era el segundo producto de las expor-
taciones nacionales y abastecía 73 por ciento de la demanda internacional.
En cada pueblo se fundó un comité particular ejecutivo, integrado por
tres personas, conforme disponía el decreto del 6 de enero de 1915. Dichos
comités eran las únicas instancias encargadas de tramitar las solicitudes de
los ejidos ante la Comisión Local Agraria, pero en la práctica fue imposi-
ble evitar la intervención de los ayuntamientos y de las Ligas de resistencia
que a menudo aparecían como representantes de los vecinos de los pueblos,
unas veces iniciando los trámites de solicitud, otras veces defendiendo los
intereses de los milperos. Las Ligas de resistencia surgieron en 1917 con el
impulso del Partido Socialista de Yucatán a lo largo y ancho del estado; agru-
paron a amplios sectores sociales urbanos y rurales (mujeres, profesionales,
comerciantes, trabajadores de los pueblos y agricultores) y eran coordinadas
por una Liga Central, con sede en la ciudad de Mérida. Si bien esta organiza-
ción estaba asociada al Partido Socialista de Yucatán y a su líder más emble-
mático, Felipe Carrillo Puerto, sus acciones no se limitaron al proselitismo
político, pues se convirtieron en los espacios más efectivos de socialización y
promoción de campañas educativas, higiénicas y de diversos eventos depor-
tivos y culturales.
El decreto carrancista del 6 de enero de 1916 contempló dos vías para
el reparto agrario: la restitución y la dotación. En la primera se requería que
los pueblos demostraran, con arreglo a la ley, que en verdad habían poseído
los recursos perdidos. La segunda vía se emplearía si los interesados hubieran
extraviado los títulos o en caso de que los tuvieran en su poder fuesen defi-
cientes para identificar los terrenos o fijar su extensión precisa. En Yucatán,
los solicitantes usaron la dotación. Sin embargo, como la Ley agraria del 10
de abril de 1922, ordenaba que únicamente las localidades con la categoría
De acuerdo con las cifras oficiales, entre 1919 y 1928 los gobiernos
locales entregaron ejidos a 115 pueblos yucatecos; 73 del noroeste hene-
quenero y 42 del sur y oriente del estado. La mayor parte de las dotaciones
provisionales se llevó a cabo entre 1919 y 1924, cuando se dotó a 22 124
vecinos de los pueblos del noroeste con 394 416 hectáreas. En los pueblos
del sur se repartieron 103 554 hectáreas a 5 669 ejidatarios y en el oriente
117 239 hectáreas a 6 045 ejidatarios. Este reparto de los gobernadores
tenía un carácter provisional, pues el expediente agrario se remitía a la Co-
misión Nacional Agraria para su aprobación, rectificación o modificación.
Una vez aprobado, el presidente de la república emitía su resolución con
la que los pueblos obtenían su dotación de manera definitiva. En 1925, la
mayoría de los pueblos yucatecos recibieron su dotación definitiva y los
restantes en 1930.
Los hacendados nunca estuvieron de acuerdo con el arrendamiento
de sus montes, mucho menos con su afectación, pues los recursos foresta-
les eran necesarios para el funcionamiento de su industria henequenera. En
1923 el hacendado Álvaro Millet Heredia se opuso a la afectación de 223
hectáreas de montes de su hacienda Muchelchén para la dotación del pueblo
de Kanasín, porque de ellos obtenían la madera que servía de combustible
de las máquinas desfibradoras. En agosto de 1922, a la hacienda Oncán se le
expropiaron 1 826 hectáreas de montes para dotar al pueblo de Tixpéhual.
Su propietaria, Concepción Rodríguez, explicó las condiciones en la que
se encontraba su finca a cuatro meses después de la expropiación: “Me he
quedado sin el combustible necesario para mover mis máquinas desfibra-
doras; como resultado, los trabajos de mis fincas están suspendidos desde
hace quince días con graves perjuicios para los intereses generales del país,
para los habitantes de las fincas y para los numerosos vecinos del pueblo de
Tixpéual que trabajan en mis fincas”. En efecto, el monte de las haciendas
formaba parte del cultivo del henequén, el abogado y representante de los
hacendados, Gustavo Molina Font, calificó de “absurda” la distribución de
los “terrenos de descanso” porque imposibilitaba a muchas haciendas “la con-
tinuación de las siembras anuales indispensables” de las milpas, para después
E l periodo que transcurrió entre 1915 y 1950 fue una etapa de grandes
cambios para Yucatán, en especial en lo que respecta a la industria hene-
quenera. Fueron años en los que esta industria pasó del auge a la ruina, y
también fue un periodo que refleja hasta qué punto Yucatán se vinculó con
sus vecinos de Norteamérica por medio de la industria henequenera. El hene-
quén (Agave fourcroydes ) y el sisal (Agave sisalana), agaves nativos de Yucatán,
resultaron ser las fibras más fuertes y resistentes a los insectos y para la ma-
nufactura de hilo gavillador, componente esencial para la cosecha de trigo
y otros granos con una máquina cosechadora conocida como la gavilladora.
La máquina gavilladora, con un dispositivo mecánico para anudar, fue
desarrollada en la década de 1870 como un implemento de cosecha para aho-
rrar tiempo y mano de obra. Ataba los tallos de trigo ya cortados para formar
con ellos gavillas o haces que los granjeros podían apilar en posición vertical,
unos contra otros, para dejarlos secar antes de la trilla o separación del grano.
Las máquinas gavilladoras pronto se convirtieron en las cosechadoras prefe-
ridas de los granjeros dedicados al cultivo de cereales de las grandes planicies
estadounidenses y de las provincias de Alberta, Saskatchewan, y Manitoba en
las praderas canadienses. La fabricación del hilo gavillador se convirtió en un
gran negocio para el sector privado y para las penitenciarías, que usaban la
mano de obra de los convictos para elaborarlo. Posteriormente se lograron
avances con una nueva y más cara cosechadora, capaz de cortar y trillar a la
vez, lo que abatió la demanda de máquinas gavilladoras y, por lo tanto, del
Mapa 1
El binomio trigo-henequén
que el vapor Honduras se preparaba para partir de Galveston, Texas, con los
pertrechos para los rebeldes yucatecos, y le advirtió que debía evitarse la
llegada del navío “por todos los medios posibles” y que las costas deberían
asegurarse para garantizar que ni el buque Honduras ni cualquier otro barco
pudieran pasar, y le solicitó enviara un buque cañonero a la costa yucateca.
A principios de marzo de 1915 Carranza ordenó que cuatro cañoneras blo-
quearan las costas yucatecas para evitar la llegada de dinero y armas a manos
de los argumedistas.
Pero este bloqueo también favoreció a la Comisión Reguladora del
Mercado del Henequén. Dado que Abel Ortiz Argumedo y sus milicias ha-
bían puesto en riesgo el aprovisionamiento de fibra, el bloqueo logró evitar
cualquier trato ilegal entre los henequeneros rebeldes y la International Har-
vester o cualquier otro comprador en Estados Unidos. Sin embargo, tam-
bién significó que mercancías contratadas y listas para su exportación desde
Progreso quedaran varadas, lo que afectó especialmente a fabricantes de hilo
gavillador para la cosecha de 1915. Funcionarios de la industria señalaban que
de las 200 000 pacas de fibra de henequén contratadas, 119 000 pertenecían a
la International Harvester, estaban retenidas por el bloqueo. Las compañías
cordeleras, los comerciantes de implementos agrícolas y los granjeros veían
el asedio carrancista como un desastre inminente en un momento en el que los
granjeros de Estados Unidos y Canadá habían aumentado significativamente
sus plantaciones de granos.
El problema residía en que las provisiones de fibra habían sido com-
pletamente absorbidas por la excelente cosecha de 1914, y la demanda del
hilo iba en aumento para cubrir las necesidades de una mayor producción
de granos que demandaba la Primera Guerra Mundial. Con el aumento en
la siembra de granos y las excelentes condiciones climáticas, los granjeros,
desde Texas, en Estados Unidos, hasta Alberta, en Canadá, esperaban una
cosecha récord de trigo ese año. Por eso, cuando el periódico New York Times
informó que el bloqueo de Carranza al puerto de Progreso amenazaba con
causar una escasez de hilo gavillador para la extraordinaria cosecha de cerea-
les, se hablaba de algo serio.
apoyar a las fuerzas británicas. Sin embargo, ante los renovados rumores y
amenazas, Borden comenzó a seguir de cerca la situación de Yucatán a través
del embajador británico en Estados Unidos; Canadá no envió un emisario
especial a Estados Unidos o a México ni tampoco recurrió al ministerio de
Relaciones Exteriores canadiense. Este proceder no fue extraño, pues Lon-
dres controló la política exterior canadiense hasta 1931.
Durante estos acontecimientos, el embajador británico en Washing-
ton, Sir Cecil Spring-Rice, se reunía diariamente con el secretario de Estado
estadounidense Bryan y mantenía un estrecho contacto con el primer mi-
nistro Borden y el gobernador general de Canadá (representante de la reina
en este país), Sir Edward Grey, en cuanto a lo que él llamaba “la deplorable
situación en México”. El 24 de marzo de 1915, Spring-Rice le señaló al go-
bernador general Grey que “el único poder capaz de hacer algo para reme-
diar la situación es el gobierno de Estados Unidos y no se debe olvidar que
ellos tienen una gran fuerza a la distancia apropiada para golpear”. Después,
Spring-Rice le escribió a Bryan para decirle que estaba contento porque Es-
tados Unidos había tomado “medidas serias para asegurar la exportación del
pasto de sisal [sic] para hilo Canadá está muy interesado en la exportación
para el uso de los agricultores canadienses, y muchas casas británicas han
invertido grandes sumas”. Y continuaba con su explicación, “por eso, confío
en que su gobierno, en nombre del interés común de la población agrícola de
este continente, estará listo para cooperar en la preservación de esta indus-
tria de máxima importancia. Su destrucción implicará una escasez de la que
sufrirá cada granjero de este continente”.
A pesar de todas estas medidas, los rumores sobre el incendio de
plantaciones de henequén y la destrucción de almacenes de fibra en Yuca-
tán persistieron y fueron alimentados por los periódicos en todo Estados
Unidos y Canadá. Un encabezado del Bismarck Daily Tribune de Dakota del
Norte anunciaba con estridencia: “El abastecimiento de sisal en peligro” y
afirmaba que los constitucionalistas estaban quemando pacas de henequén
y amenazando a los hacendados y a los transportistas con “sanciones y pesa-
dos impuestos”. Un artículo del Toronto Globe titulado “El abastecimiento de
Norton y del secretario de gobierno de ese estado, Thomas Hall, así como
de los senadores por Kansas William Thompson y Joseph Bristow. Bryan
también recibió correspondencia del embajador británico Sir Cecil Spring-
Rice, en nombre de los cultivadores de trigo canadienses, y del secretario
de Comercio de Estados Unidos, William Redfield, quien había estado re-
cibiendo peticiones de la compañía Peoria Cordage, de Illinois, en las que la
empresa solicitaba que se le enviara una “actualización diaria” sobre la situa-
ción del sisal. Bryan respondió la mayoría de los mensajes informando que su
Departamento estaba “haciendo esfuerzos vigorosos para aliviar la situación
de la fibra de sisal”. La oficina de Bryan recibía informes diarios del barco
Des Moines desde su posición frente a las costas de Progreso. Por medio de
este buque se mantenía en contacto con más de treinta diferentes fabricantes
de cuerdas, y para el 27 de marzo de 1915 recibió la información de que los
cargueros no habían tenido problemas para llegar al puerto y embarcar las
pacas de henequén.
Bryan transmitió las noticias al embajador británico Sir Cecil Spring-
Rice, y este informó que el transporte regular se había restablecido y que no
debería haber más preocupaciones acerca de la exportación de sisal a Canadá.
En cierto momento escribió que, a pesar de los rumores, no había ocurrido
ninguna “destrucción caprichosa” de los planteles de henequén ni se había
destruido ninguna cosecha y, sin incidentes, la fibra se estaba cargando en los
navíos. Como Canadá era un dominio dentro de la Mancomunidad Británica,
su postura oficial sería la que Gran Bretaña Decidiera. A principios de abril,
Spring-Rice delineó cuál sería esa política. Con un tono casi tan ambivalente
como el de Wilson y su enfoque de la “espera vigilante”, Spring-Rice expli-
có a los funcionarios canadienses que “no tendremos candidato ni política,
excepto y únicamente la política de amistad hacia el poder que sea capaz de
mantener el orden... en los lugares en donde el orden se mantenga”.
Sir Cecil Spring-Rice también aclaró que Gran Bretaña había trabaja-
do para demostrarle a todas las facciones revolucionarias de México que “no
tenía en absoluto ambiciones políticas ni deseo alguno de ventajas comer-
ciales exclusivas” en el país. Los británicos y los canadienses se mantendrían
disponible para hacer la cuerda, y que, si los yucatecos tenían que resembrar
henequén debido a la destrucción de los planteles, se necesitarían siete años
para que maduraran las nuevas plantas. “Por favor, díganle al presidente Me-
nocal que tanto la cosecha como el transporte de sisal de Progreso está ame-
nazando con una gran pérdida a los granjeros cerealeros de Estados Unidos
y otros países”, imploraba Bryan, “y pregúntenle si está en posición de urgir
a Carranza para que actúe como sea necesario para solucionar la situación de
una vez”. La respuesta de La Habana reiteraba que Carranza negaba que se
estuvieran destruyendo los planteles u obstaculizando su transporte. A fines
de marzo de 1915, el primer jefe constitucionalista declaraba que todo esta-
ba “pacificado” en el estado de Yucatán.
Bryan telegrafió estas noticias a los políticos y a los productores de
la zona cerealera. Al secretario de Comercio William Redfield le escribió
que “la situación del sisal se había resuelto a tal grado [que] era innecesario
continuar haciendo presión”. Cyrus McCormick Jr., presidente de la Inter-
national Harvester en Chicago, estaba particularmente contento de escuchar
estas noticias. Él y otros funcionarios de la International Harvester llamaron
a Bryan el 8 de abril “para agradecerle al Departamento de Estado los servi-
cios prestados para asegurar el sisal”, según le informó Bryan al presidente
Wilson, y añadió que McCormick le había dicho que los fabricantes del cor-
del gavillador “agradecerían mucho la ayuda”. Wilson contestó que le daba
gusto que su amigo McCormick (quien había donado miles de dólares para
su campaña por la presidencia) “reconociera lo que habían hecho”.
Pero aun con todas estas garantías, la crisis parecía empeorar en algu-
nos sectores de la industria cordelera. Algunas compañías reclamaban que
la International Harvester acaparaba los cargamentos del sisal recién llegado
y no respetaba sus contratos de abastecer de fibra a otras compañías. Desde
luego McCormick negó los cargos. Por otra parte, para asegurar que el
henequén siguiera fluyendo de Progreso hacia los puertos estadounidenses,
y en vista de un nuevo temor acerca de la quema de los planteles, el pre-
sidente Wilson cedió a la renovada presión y, otra vez, ahora por tercera
ocasión, ordenó a la Marina que enviara un buque de guerra al área como
una advertencia a los mexicanos para que mantuvieran el orden. Sin em-
bargo, como en los casos anteriores, los servicios de este buque no fueron
necesarios a fin de cuentas.
En el verano de 1915 todo indicaba que se había recuperado la calma.
En el mes de julio de ese año los periódicos anunciaban que: “el comercio
con Yucatán era completamente libre” y que “todo el sisal que los fabricantes
de cordeles pudieran necesitar podía obtenerse”. Carranza aseguró que los
hacendados yucatecos podían satisfacer cualquier pedido de fibra que necesi-
taran las cordelerías estadounidenses. El Departamento de Estado confirmó
esta declaración con base en informes que recibió de la Marina —que aún
vigilaba el comercio entre Yucatán y Estados Unidos— y según los cuales se
había registrado un aumento significativo de la exportación de fibra: 22 000
pacas en febrero antes del bloqueo, 55 000 en marzo después de levantar el
bloqueo y 97 000 pacas en abril. De estas 174 000 pacas, 122 000, es decir,
70 por ciento, eran para cumplir un contrato con la International Harvester.
Todo esto era de vital importancia, pues según las previsiones, la co-
secha de ese año de 1915 establecería un récord. Como las lluvias de prima-
vera fueron excelentes, los granjeros estadounidenses cosecharon más de
mil millones de bushels (medida de 27 kilogramos) de trigo, única ocasión
que la producción llegó a la marca de mil millones de bushels entre 1866
(cuando el Departamento de Agricultura comenzó a llevar registros) y la
década de 1950. Los granjeros de Dakota del Norte encabezaron la lista con
una cosecha de casi 160 millones de bushels de trigo, 50 millones más que
su más cercano competidor, Kansas. En Canadá los rendimientos fueron
similares. El país llegó al récord de 400 millones de bushels de trigo, pro-
ducidos en su vasta mayoría por Alberta, Manitoba y Saskatchewan, las tres
provincias de las praderas. Este total era casi el doble de la cosecha anterior
canadiense. De manera que fue por una de esas caprichosas coincidencias
que ese año de 1915 la Revolución Mexicana golpeara Yucatán, Carranza
impusiera el bloqueo que originó los temores de una escasez de cuerda y
los agricultores estadounidenses y canadienses levantaran la que fue hasta
entonces su mejor cosecha. (Mapa 2)
Mapa 2
La producción de trigo en las grandes llanuras de Norteamérica
Mapa 3
Cordelerías penitenciarias en Estados Unidos y Canadá
Las razones por las que se establecieron cordelerías en las prisiones fue-
ron variadas. En su mayoría fue con el objetivo de generar ingresos propios que
destinaban a solventar los gastos de la penitenciaría para no tener que recurrir
a los escasos fondos estatales. También la idea de reducir la ociosidad de los
reclusos estuvo en la mente de los funcionarios penitenciarios. Por ejemplo, la
fábrica de la prisión de Dakota del Norte ocupaba a más de 80 reclusos, quie-
nes, sin este trabajo, habrían permanecido confinados en sus celdas sin contar,
incluso, con algo de ingresos. Pero una de las razones más importantes fue
que los agricultores podían reducir sus costos, pues generalmente las corde-
lerías de las penitenciarías vendían el rollo de cuerda en un centavo menos
por libra que el de la International Harvester y otras compañías cordeleras.
En 1907, los funcionarios de la prisión de Minnesota calcularon que su cordel
había permitido a los granjeros reducir costos en unos 750 000 dólares desde
que la prisión comenzó a operar su fábrica. Entre 1909 y 1913 en Dakota
del Sur su cordelería posibilitó a los granjeros ahorrar 200 000 dólares. Los
funcionarios de la penitenciaría de Dakota del Norte, incluso, sugirieron que
su fábrica funcionaba como un “regulador de precios en el mercado del hilo
gavillador” y les permitía ahorros de cientos de miles de dólares a los granje-
ros. Por su parte, los de Kansas explicaban que su fábrica no era para generar
beneficios sino que se había construido, y operaba “para los intereses de los
agricultores de Kansas y proporcionarles cordel al costo a los granjeros”.
Es interesante que estos informes se hayan reproducido en los periódi-
cos de Yucatán para mantener al tanto a los hacendados acerca de su mercado
norteamericano. Por ejemplo, en 1907 El Agricultor hacía notar que las cor-
delerías de las prisiones estaban rindiendo beneficios a los gobiernos estatales
de Estados Unidos, a los reclusos y a los granjeros; y le daban “cierto golpe a
las grandes corporaciones”. En ese mismo año, el periódico informó acerca
de los precios específicos de la cuerda fabricada en las prisiones de pueblos
como Bismarck en Dakota del Norte; Jefferson City en Missouri; Michigan
City, Indiana, y Lansing, Kansas, pueblos de los cuales la mayoría de los
yucatecos, incluso las familias henequeneras ricas, nunca habrían tenido
noticias si no hubiesen tenido que enviar cargamentos de henequén hacia
ellos. A fines de 1916, por ejemplo, El Henequén reprodujo el informe anual
que el alcaide de la prisión de Minnesota rindió sobre la cordelería.
Una de las razones por las que los precios de la cuerda podían mante-
nerse tan bajos, especialmente durante los primeros años de las cordelerías
penitenciarias, fue que los alcaides se involucraban estrechamente en la ad-
quisición de sisal. El ejemplo más emblemático de esta administración perso-
nalizada fue el viaje de los alcaides de las prisiones de Minnesota, Dakota del
Norte y Kansas a Yucatán en diciembre de 1901. Los funcionarios diseñaron el
viaje para comprar la materia prima en el lugar donde se producía, “ donde se
cultiva prácticamente toda la fibra de sisal que se produce en el mundo”, como
escribió el alcaide de Dakota del Norte. Los funcionarios compraron 500 pa-
cas de henequén a tres octavos de centavo por libra por debajo del precio del
mercado de Nueva York e hicieron arreglos para futuros contratos. Más tarde,
la mayoría de las penitenciarías contrataba cargamentos de sisal por medio de
era un problema constante, pues eran los dos principales estados producto-
res de trigo; y en los años de buena cosecha tenían incluso dificultades para
fabricar la cantidad suficiente de cordel, como ocurrió en 1922 cuando los
funcionarios de la penitenciaría de Dakota del Norte tuvieron que admitir su
“incapacidad para satisfacer las peticiones que recibían” y aconsejaron a sus
clientes comprar en otra parte. También hubo una fuerte competencia en los
estados del norte en relación con cordelerías de las prisiones de Wisconsin y
Michigan, que no prohibían la venta de cordel fuera de sus territorios esta-
tales. Muchas veces los funcionarios de las dos Dakotas se enojaban cuando
descubrían en las demarcaciones de su entidad cordel procedente de Michi-
gan y Wisconsin a un precio menor que el suyo.
La situación para las cordelerías de las prisiones se agravó aún más. En
abril de 1932 estalló una guerra de precios cuando la International Harvester
y la Plymouth Cordage redujeron sus precios en tres cuartos de centavo.
Ante esta situación, Minnesota bajó sus precios en un centavo por libra,
cantidad que las cordelerías de las penitenciarías de Dakota del Norte y del
Sur no podían igualar. Los funcionarios de Dakota del Sur exploraron la
posibilidad de importar henequén de Java, que para la década de 1930 se
vendía a menor precio que el de Yucatán.
Esta competencia entre las cordelerías de las penitenciarías estadou-
nidenses no pasó desapercibida en Yucatán. En marzo de 1935, el periódico
comercial El Sisal Mexicano publicó un artículo titulado “La competencia de
las prisiones en Estados Unidos”, en el que enlistaba a los estados que no
prohibían la venta libre de los productos elaborados en sus prisiones. Pero
también durante este periodo algunos estados, incluyendo a Michigan, ini-
ciaron con la política de “sistema de uso estatal”, la cual estipulaba que los
artículos elaborados por los prisioneros fueron únicamente para el consu-
mo de las instituciones de los estados. Y en 1935 entró en vigor el Acta
Hawes-Cooper, que prohibía el comercio interestatal de artículos fabrica-
dos en las prisiones, con lo que finalizó efectivamente la preocupación de la
industria privada acerca de la competencia desleal de las prisiones y también
la preocupación de varias prisiones estatales acerca de la competencia de
En realidad, durante la Primera Guerra Mundial los granjeros del oeste cana-
dienses se encontraban en pleno auge del trigo, descuidaron el uso de técnicas
agrícolas apropiadas y pagaron rápidamente el precio. En otras palabras, ha-
bían realizado una labranza insuficiente, omitido el barbecho de verano por el
afán desmedido de explotar el mercado de exportación de trigo. De manera
parecida, en Estados Unidos la rápida mecanización de la agricultura de las
planicies, junto con métodos de un capitalismo industrial, crearon un nexo
con la tierra estrictamente comercial. Así pues, aunque el ciclo de sequía de la
década de 1930 en las planicies pudo haber coincidido con la Gran Depresión,
la devastación inusual que produjo fue propiciada por las mismas condiciones
que crearon el desastre económico.
La mecanización como factor del cambio ambiental en las planicies
debe considerarse para el estudio de las máquinas gavilladoras. ¿Fueron las
gavilladoras las culpables del cuenco de polvo? Ciertamente, las vías férreas,
que permitieron la rápida distribución de implementos agrícolas a través de
grandes distancias, y los arados movidos por tractores tuvieron una mayor
responsabilidad en la “intensa explotación agrícola” que las gavilladoras. El
arado tirado por un tractor fue parte de una agricultura industrial mecaniza-
da en las grandes planicies como lo fueron también las gavilladoras y después
las trilladoras. Pero el cultivo de mayores extensiones de tierra no hubiera
servido de nada a los granjeros cerealeros de no haber contado con medios
mecanizados más rápidos para cosechar. De manera que fue la mecanización
en su conjunto —desde la preparación del terreno hasta la cosecha—, la que
tuvo un papel importante en el deterioro ecológico.
A fines de la década de 1920, antes de la caída de Wall Street en
1929, los productores de henequén ya se habían percatado de la volatilidad
del mercado. El auge de la demanda de trigo posterior a la Primera Guerra
Mundial estaba dando paso a un mercado inestable: los países exportadores
tenían excesos de producción, y Francia, Alemania e Italia estaban com-
prando menos grano del extranjero a medida que sus propias granjas se re-
integraban a la producción, muchas veces con cuotas y tarifas preferenciales
que estimulaban su producción nacional. Este crecimiento de la producción
que aunque las planicies todavía estaban en el cuenco de polvo (“la zona del
polvo”, decía el periódico), los cultivos se veían mejor que en 1934. Un
yucateco escribió que “las hojas de henequén sostendrán nueva vida”. En la
ciudad de México, el periódico Excélsior incluso reportó que 1936 traería
“perspectivas brillantes para Yucatán”. Pero a veces los periódicos perdían la
mesura por su optimismo. El artículo en el número de diciembre de 1935 de
El Sisal Mexicano, en el que se declaraba que había buenas expectativas para
1936 y que los fabricantes de cuerda se debían preparar para mejores años
que lo regular, resultó falso para las dos Dakotas y el oeste de Canadá, pues
1936 fue el año más desastroso. Sin embargo, las perspectivas para el trigo
de invierno en Kansas eran favorables, y en dicho año, en otros campos de
las planicies del sur hubo mejores cosechas. Además, la compra de 200 000
pacas de henequén por la International Harvester produjo “un buen presenti-
miento para 1936”. De hecho, las ventas de henequén mejoraron a mediados
de la década de 1930. En 1931 alcanzaron su récord mínimo con apenas
400 000 pacas para luego promediar las 500 000 pacas anuales durante el
resto de la década; lejos de los casi 1. 2 millones de pacas vendidas en 1915
o de las 900 000 vendidas en 1920. En 1938 la participación yucateca en el
mercado mundial de las fibras duras había descendido al 23 por ciento.
Los henequeneros también comenzaron a promover su fibra más acti-
vamente en Europa. Durante mediados de la década de 1930, Francia, Sue-
cia, Alemania, Dinamarca, Finlandia, Holanda, Bélgica y España compraron
cantidades variables de henequén a Yucatán para la fabricación de cordel ga-
villador. En 1936, uno de los peores años para las cosechas en Norteamérica
debido a la sequía (especialmente en las planicies del norte), los yucatecos
impulsaron la exportación de henequén a Europa con una exitosa campaña
de mercadotecnia que resultó en la venta de más de 95 000 pacas. Francia,
que fue siempre el principal cliente europeo en esa época, compró 37 000
pacas, y Alemania duplicó sus compras a Yucatán entre 1930 y 1936.
En 1937 parecía que finalmente las cosas mejorarían. El periódico Cor-
dage Trade Journal anunció en el mes de julio que las perspectivas de la produc-
ción de granos en Estados Unidos eran “excelentes”, las mejores de los últimos
cinco años, y que todo indicaba que prácticamente todo el cordel gavillador
disponible sería necesario para la cosecha de ese año. Pero este optimismo
no se extendió a Canadá, donde en 1937 las condiciones continuaban siendo
de sequía acompañada de tormentas de polvo. En las praderas canadienses las
cosechas fueron “mucho menos satisfactorias”, y las tres principales provincias
productoras de trigo no necesitaron tanto cordel gavillador como en años
normales. Y peor aún, el artículo del Cordage explicaba que la sequía en el
sur y centro de Saskatchewan, y en el sureste de Alberta —normalmente una
de las regiones canadienses con mayor producción de trigo— había causado
“prácticamente la pérdida total” de las cosechas. Sin embargo, en Manitoba las
recolecciones estaban resultando un poco mejores ese año.
A fines de la década —la polvorienta, sucia y aparentemente intermi-
nable década de 1930— la producción de trigo, henequén y cuerda comenzó
a recuperarse. En marzo de 1939 los cargamentos de fibra de henequén fluían
libremente a Nueva Orleáns y los cargamentos hacia Nueva York habían au-
mentado rápidamente en un 41 por ciento en relación con los años prece-
dentes. Para entonces la producción de trigo se acercaba a los rendimientos
previos al cuenco de polvo. Las cosas parecían regularizarse en el binomio
henequén-trigo, al menos en Estados Unidos y Canadá. Pero en Yucatán no
ocurría lo mismo. A fines de la década de 1910 comenzó el declive de la indus-
tria henequenera, se incrementó en la década de 1920, y en la década de 1930
se intensificó durante la Gran Depresión, la sequía y una plaga de moscas que
golpeó a la península y dañó los debilitados planteles de henequén. Las mos-
cas absorbían el jugo de las hojas del agave y dejaban inservible la fibra de las
plantas infestadas. Pero quizá los insectos fueron solo un presagio de los peores
males que pronto se abatirían sobre la industria henequenera. Finalmente, para
1950 la industria de la fibra cayó, luego de experimentar un aumento temporal
de la producción durante la Segunda Guerra Mundial. El declive continuó de-
bido a la competencia del exterior —tanto de la fibra de otras regiones como
de las cuerdas sintéticas—, y especialmente la adopción de la trilladora para
cosechar el trigo en las planicies estadounidenses y canadienses la que extrajo
las últimas fibras de vida de la industria henequenera en la década de 1940.
4. COMPETENCIA Y TRILLADORAS
ventas al final del año mostraría un gran aumento en comparación con el año
precedente. Los agentes señalaban que las trilladoras eran una gran ventaja
para la pradera canadiense dadas las condiciones climáticas impredecibles de
la región, ya que permitían cosechar más rápidamente, antes de las prime-
ras heladas. De manera que, como proclamaba el agente de Saskatchewan
—para tristeza de los lectores yucatecos—, las trilladoras “pronto serán tan
populares como lo son ahora las gavilladoras”. Sin embargo, las previsiones
del agente fueron un poco prematuras, pues para 1928 las ventas del cordel
gavillador estaban aumentando en las provincias de las praderas, incluso en
Alberta y Saskatchewan, en donde los cultivos se habían dañado por el grani-
zo. El Sisal Mexicano difundió noticias sobre las “magníficas cosechas” en toda
Norteamérica ese otoño y sobre el escaso uso de las trilladoras.
Sin embargo, para 1930 la producción de trilladoras llegó a su punto
máximo en todo el mundo. A principios de 1932 El Sisal Mexicano reportó
que entre 1926 y 1930 se habían vendido en Estados Unidos cerca de 117 000
de esas máquinas lo que había ocasionado una reducción constante de la de-
manda del cordel gavillador de alrededor del 5 por ciento anual. Además,
los canadienses estaban utilizando más de 5 000 trilladoras para sus cosechas
y se estaban popularizando rápidamente en Argentina y Australia. Además,
para 1930 ya se usaban, aunque en baja escala, en Gran Bretaña. En la ex-
tinta Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas —que rara vez compraba
fibra yucateca— ya habían fabricado el enorme número de 55 000 trilla-
doras para la cosecha en las enormes granjas colectivas de las estepas rusas.
Lo que era todavía peor para los hacendados yucatecos era que desde 1926
los agricultores de trigo del norte de México también habían comenzado a
usar trilladoras.
Los hacendados henequeneros estaban tan alarmados por estas noti-
cias que incluso enviaron a un representante a los estados fronterizos del
norte del país para investigar el asunto. Sus observaciones, publicadas en el
periódico El Henequenero, mostraban que en 1928 agricultores de trigo de
la región de La Laguna, en Coahuila, solo iban a comprar la mitad de hilo
gavillador que habían adquirido un año antes. En Chihuahua las trilladoras
la industria cordelera en una forma muy reducida. Pero todos estos produc-
tos no se acercaban siquiera a igualar los cientos de millones de libras de hilo
que consumían cada año los agricultores productores de granos de Estados
Unidos y Canadá. A fines de la década de 1940 y durante la de 1950, la de-
manda de fibra cayó tan rápidamente que obligó a las compañías cordeleras
y a los fabricantes de implementos agrícolas, como a sus equivalentes en la
industria yucateca del henequén, a buscar usos y mercados alternativos. Las
cordelerías de las prisiones dejaron de funcionar por completo. La Interna-
tional Harvester, por mucho, la principal fabricante de cordel gavillador, se
vio forzada a reducir significativamente su producción en sus cuatro grandes
cordelerías de Norteamérica. Funcionarios de esta empresa admitieron que
el consumo total de hilo había estado disminuyendo rápidamente debido a la
adopción de la trilladora.
Sin embargo, la International Harvester hizo algunos intentos deses-
perados para sostener un mercado de cordel gavillador que hubiese tenido
un impacto muy valioso en Yucatán. En 1949 lanzó una campaña publicitaria
para sus distribuidores y para adaptarse a la cultura popular de la época, rea-
lizó un programa promocional basado en los personajes de caricatura Homer
Hemp (“Homero cáñamo”) y Sallie Sisal, de cuyo matrimonio nació la “súper
niña”, Tillie Twine (“Tillie hilo”). Esta propaganda decía a los distribuidores
que como todavía había miles de gavilladoras en todo el país deberían pro-
mocionar la calidad del cordel de la International Harvester. Ciertamente, a
fines de los años cuarentas y principios de los cincuentas todavía había muchas
granjas que usaban gavilladoras, especialmente en las planicies del norte. En
1952 Saskatchewan tuvo una cosecha de trigo que marcó un récord histórico
—se cosecharon casi 400 millones de bushels— y requirió grandes cantidades
de hilo de henequén.
Lo curioso de esta campaña es que competía directamente contra otra
área de la misma International Harvester, la división que fabricaba trilladoras.
Sin embargo, la promoción también se orientaba hacia la venta de cordel para
embalar el heno y la alfalfa de las praderas. Según la International Harvester,
en 1949 había entre 50 000 y 60 000 embaladoras en Estados Unidos, cada
INTRODUCCIÓN
Entre las élites, los intelectuales y los trabajadores, finalmente, se vio con
recelo que se formara en 1912 el Partido Católico Nacional, una agrupación
política declaradamente confesional, que anunciaba el ingreso abierto de los
católicos —y detrás de ellos, de la Iglesia— a la política, con una agenda
inspirada en la doctrina social católica. En Yucatán este partido se estableció
a mediados de 1913, con el Centro Yucateco. De aquí la reacción y rápida
radicalización de los ambientes anticlericales que se experimentó durante la
presidencia de Francisco I. Madero y la posterior dictadura de Victoriano
Huerta. En los hechos, la oposición a la Iglesia que provenía del siglo XIX no
había desaparecido, solo se estaba reorganizando con el relevo generacional
y una nueva agenda anticlerical.
99.9 por ciento en 1909 a 85.5 por ciento en 1913 y 44.4 por ciento en 1921,
pese a que el hacendado era un ferviente católico. En las haciendas cuyos pro-
pietarios eran anticlericales “jacobinos”, ni siquiera había visita del sacerdote,
y los peones vivían casi completamente apartados de la religión institucional.
A partir de 1908, a pesar de los esfuerzos de la Iglesia y del apoyo del
Estado, hubo, en muchos ámbitos un deterioro progresivo de las relacio-
nes entre la institución eclesiástica y la población rural. En 1907, Martín
Tritschler lamentó haber hallado en sus visitas a las parroquias “un gran nú-
mero de personas de toda edad, que de cristiano no tenían sino el bautismo,
pues ignoraban las verdades más fundamentales de nuestra santa fe y sus
prácticas religiosas, si algunas conservaban, distaban mucho de lo que pres-
cribe una sólida e ilustrada piedad cristiana”. En marzo de 1909, el arzobispo
denunció que los pobladores de las parroquias rurales “yacen en la más funes-
ta ignorancia y en un total abandono de las prácticas religiosas”. Cuatro años
después, en febrero de 1913, lamentaba “el decaimiento de la fe religiosa
entre los jornaleros de las fincas de campo”.
Los roces entre la religiosidad popular y la jerarquía también se mani-
fiestan, en menor medida, como una disidencia religiosa abierta. Si el censo
de 1900 registraba 99.7 por ciento de católicos, diez años más tarde este por-
centaje había disminuido a 98.2 por ciento, con el aumento correspondiente
de los protestantes, de practicantes de “otras religiones” y, sobre todo, de las
personas sin religión. Con la llegada de la revolución constitucionalista en
1914-1915, se dio una radicalización de todas estas tendencias. Para 1921
los católicos habían disminuido a 92.1 por ciento y los índices de frecuencia
con que los fieles acudían a tomar los sacramentos se habían desplomado en
todo Yucatán.
2. EL ANTICLERICALISMO REVOLUCIONARIO
plaza. Diego Rendón, que era masón, incitó a arremeter contra la Catedral,
exclamando en tono apocalíptico: “¡Si un Diego de Landa quemó los ídolos
de los indios, otro Diego quemará hoy los ídolos de los fanáticos católicos!”.
Era la señal de ataque. Inmediatamente, algunos de los presentes que se en-
contraban delante del templo sacaron sus machetes y empezaron a golpear
las puertas del edificio, hasta lograr que se abrieran. La chusma vociferante
enmudeció por un instante frente al lugar sagrado; sin embargo, enmedio
de los gritos, entraron como una avalancha de fuego, y se desató entonces la
furia iconoclasta. En la confusión más espantosa, los asaltantes —algunos de
ellos borrachos— destrozaron e incendiaron el interior de la iglesia, sacaron
las estatuas de los santos para quemarlas. Resultaron destruidas o gravemen-
te deterioradas la de la Virgen de las Mercedes, del Señor de la Conquista,
de San Ildefonso, de Nuestra Señora de las Victorias, de los Apóstoles Pedro
y Pablo y del Cristo de las Ampollas. El caos concluyó con la intervención de
la policía solo después de que concluyó la destrucción. Las investigaciones
fueron cerradas al poco tiempo, y fueron puestos en libertad los sospechosos
de haber participado en los actos vandálicos.
La profanación del interior de la Catedral, que afectó el patrimonio
histórico de la ciudad, dejó consternada a la población meridana, incluso
personas no católicas, que expresaron duras críticas al gobierno. En efecto,
era de conocimiento común que había permitido —si no organizado— el
acto sacrílego. Desde el exilio, el arzobispo lamentó también los sucesos,
según las noticias que le habían llegado a La Habana. Sin embargo, se estaban
preparando otros atentados, que se realizaron entre el invierno de 1915 y
la primavera de 1916. En la noche del 17 abril de 1916 fue atacada la iglesia
de Santiago, y el 1 de mayo de 1916, en pleno día, grupos de vándalos inva-
dieron cinco iglesias de la ciudad, devastando e incendiando sus interiores.
Estas “manifestaciones”, supuestamente espontáneas, fueron preparadas y
planeadas con anticipación y repetían patrones históricos conocidos en otros
movimientos revolucionarios. El 1 de mayo de 1916 se verificaron serios
incidentes cuando las manifestaciones del día del trabajo degeneraron en un
ataque vandálico a las iglesias de la ciudad. Según la descripción de Edmundo
hacer nuevas imágenes, porque las originales habían sido destruidas o habían
desaparecido. La estatua del Cristo de las Ampollas, destrozada y desapare-
cida en 1915 durante el ataque iconoclasta a la Catedral, fue esculpida nue-
vamente por artistas de Querétaro y reinstalada y consagrada en su capilla en
septiembre de 1919.
Además de restaurar sus iglesias y reintegrar a sus sacerdotes, la co-
munidad católica yucateca volvió a su actividad en el campo social y educati-
vo. En 1920, apareció en Yucatán una filial del recién fundado Secretariado
Social Mexicano, encargado por el Episcopado mexicano de promover la
acción social católica en el territorio nacional. En 1921, bajo el nombre de
Consejo Francisco de Montejo, se fundó la sección yucateca de los Caballe-
ros de Colón, que se encargó de las labores de asistencia a familias pobres.
En 1922, se fundó en Mérida la sucursal local de la Asociación Católica de
la Juventud Mexicana, con el fin de incorporar a los jóvenes yucatecos. En
el ámbito educativo, las escuelas reanudaron sus labores y se fundaron al-
gunos nuevos centros de enseñanza. En 1921, reabrió el Seminario de San
Ildefonso, clausurado en 1915 y sustituido por un centro de formación de
sacerdotes en Estados Unidos durante los años de la persecución. El Boletín
eclesiástico del arzobispado de Yucatán volvió a publicarse en 1923.
El proceso de pacificación religiosa fue obstaculizado por acciones an-
ticlericales aisladas. Los discursos oficiales no abandonaron su retórica an-
ticlerical, pero fue secundario y nunca repitió los excesos coloridos de los
“jacobinos” de la época de Alvarado. Fueron pocos los incidentes dignos de
mención. Uno fue la manifestación católica ocurrida en Mérida el 22 de mar-
zo de 1922 para protestar contra la campaña de control natal lanzada por Ca-
rrillo Puerto —inspirada en las teorías maltusianas y eugenistas de Margaret
Sanger—. La manifestación se enfrentó a una contramanifestación socialista,
en la que resultaron algunos heridos. Después de 1918, en la prensa oficial
o cercana a posiciones oficiales, los ataques anticlericales eran raros, aunque
publicaba material antirreligioso. El 30 de marzo de 1922, en el Diario Oficial
apareció un artículo de su director, Edmundo Bolio, donde se expresaba de
manera ofensiva sobre la religión católica, al punto de suscitar una vehemen-
Este periódico se hizo eco de las protestas de La Revista al informar que mu-
chas madres yucatecas había organizado protestas en las calles e “invadido
las escuelas rogando a los maestros no distribuir el folleto de Sanger por
inmoral”. Inmediatamente, el Excélsior superó la mera crítica y lanzó una
campaña reaccionaria en respuesta a la presumta denigración de la materni-
dad, ocasionada por la campaña en favor del control de la natalidad. En sus
páginas, el Excélsior lanzó “la idea de consagrar el 10 de mayo, de una manera
especial, para rendir un homenaje de afecto y de respeto a la madre; y pide
la cooperación de sus colegas y del público para realizar este elevado propó-
sito. Hoy que en el extremo meridional del país se ha venido emprendiendo
una campaña suicida y criminal contra la maternidad. Cuando en Yucatán
elementos oficiales no han vacilado en lanzarse a una propaganda grotesca,
denigrando la más alta función de la mujer, que no solo consiste en dar a luz,
sino en educar a los hijos que forma de su carne, es preciso que la sociedad
entera manifieste que no hemos de ninguna manera llegado a esa aberración
que predican los racionalistas exaltados”.
A pesar de la fuerte ofensiva, las feministas no cejaron en sus intentos
por impulsar el proyecto del control natal. En mayo de 1923, las yucatecas
Elvia Carrillo Puerto, Gloria Mireya Rosado y Susana Betancourt asistieron a
la conferencia internacional de mujeres organizada por la Unión Panamerica-
na en la ciudad de México. La delegación yucateca se destacó por participar
activamente y abordar el tema más controvertido de la reunión: el derecho
de la mujer mexicana a controlar su reproducción con anticonceptivos. Al
discutir este tema, junto al de la educación sexual y la liberación sexual, la
delegación yucateca rebasó las precauciones tomadas por los organizadores
sobre estos asuntos por el temor de escandalizar y ofender a las delegaciones
asistentes, pues la cuestión del control natal había generado disputas, tensio-
nes y divisiones entre los participantes.
En su exposición titulada “El niño como un problema económico en
la casa”, Gloria Mireya Rosado argumentaba que la educación y el cuidado
del infante le correspondía al colectivo representado por el Estado; y sugirió
que el gobierno debía crear instituciones de bienestar social que se ocuparan
5. SUFRAGIO FEMENINO
6. CONCLUSIONES
the Maya and the Mexican Revolution: Bartolomé García Correa and
Mestizo Ethnopolitics. Es profesor e investigador de historia de
América Latina en Colby College.