Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ORÍGENES
El auge del cultivo del henequén en el siglo XIX, el declive de la cría del ganado y el cultivo de la caña
de azúcar como productos de exportación, se han atribuido especialmente a tres acontecimientos:
1) La llamada Guerra de Castas, iniciada en 1847, que destruyó la industria del azúcar y otros cultivos
del oriente y sur del actual estado de Yucatán.
2) El invento de la raspadora mecánica para desfibrar, hecho por José Esteban Solís en 1852, quien
pudo desfibrar 6,300 pencas en 21 horas.
Durante la época porfiriana (1876 - 1911), Yucatán tuvo un formidable progreso que se manifestó
en las transformaciones de la ciudad de Mérida: avenidas, paseos, edificios públicos, residencias
privadas, servicios de agua, luz, etc.; todo tuvo importante presencia por las riquezas creadas,
teniendo como base la producción henequenera que se comercializaba en el mercado
norteamericano. Más de un millar de haciendas laboraban a principios de siglo, y Yucatán vendía
anualmente en el extranjero henequén por valor de unos 20 millones de pesos.
El henequén creo un escenario completamente nuevo que abarcaba el paisaje y los edificios de la
hacienda, incluyendo las viviendas de los trabajadores. Fue un mundo de imágenes moderno,
contradictorio y vasto. La casa principal expresaba la presencia del hacendado; la casa de máquinas,
concebida muchas veces como un verdadero templo o palacio del trabajo; la iglesia o capilla como
parte de la casa principal o ligada a esta, simbolizando a la religión como propiedad del hacendado,
que paternalmente la pretendía compartir con los acasillados y sirvientes; las casas de estos,
modernas también, de mampostería y teja, ubicaban al peón el nuevo mundo, apropiado por el
hacendado que abarcaba todo el territorio visible de los henequenales, los edificios y los espacios
abiertos del interminable paisaje, del cual solo escapaba el cielo.
Las haciendas henequeneras necesitaron de una gran población permanente en ellas, para hacerse
cargo de las tareas cotidianas.
Para lograr el arraigo de los trabajadores acasillados y aislarlos de los pueblos, el dueño de la
hacienda debía proveerlos de condiciones de vida semejantes a la de los poblados. Además de
proporcionarles una vivienda, era necesario dotarlos del equipamiento comunitario
básico. Dependiendo de las dimensiones de la hacienda, los trabajadores tenían, entre otras cosas:
plazas públicas, capilla, escuela, dispensario médico, tienda de raya, cementerio, calabozos y
espacios recreativos en las plazas. Las plazas públicas cumplían una función importante en la
organización de la producción. Antes del amanecer sonaba la campana y los trabajadores acudían a
la plaza para que se les asignaran sus tareas. También ahí se ejecutaban los castigos, convirtiéndose
en espacios cargados con un gran significado. Estos espacios también eran utilizados para
actividades religiosas como las festividades del santo patrono de la hacienda, en las que se
realizaban desde bailes hasta corridas de toros. Por otra parte, a través de mecanismos compulsivos,
no exentos de violencia, como los préstamos, los trabajadores adquirían deudas que les obligaban
a permanecer en la hacienda, continuando así una disposición legalizada desde la época colonial.
Por lo que respecta a los derechos de los trabajadores se ha señalado que muchos eran propietarios
de diversas clases de animales domésticos y algunos hasta de unas cuantas cabezas de ganado.
Tenían derecho a cultivar maíz. Sus deudas se originaban generalmente en préstamos para bodas,
bautizos, velorios, fiestas. La servidumbre gozaba de relativo bienestar, no tanto por humanidad,
sino por propio interés o egoísmo del hacendado. Había escasez de braceros, por lo que los
hacendados hicieron venir a Yucatán, a gran costo, millares de trabajadores contratados en China,
Corea y las Islas Canarias. El jornal era un poco superior al de los campesinos de otros estados. En
las haciendas el ausentismo del dueño hacía que la autoridad quedara en esas ocasiones en manos
del mayordomo. Se azotaba a los peones si salían de la propiedad sin permiso. En la tienda de raya,
era donde se endeudaban los peones. Ellos nunca recibían dinero, se encontraban medio muertos
de hambre y trabajaban casi hasta morir.
A partir de 1920 empezó el declive de la industria henequenera mexicana, ya que en ese entonces
se comenzó a exportar fibra desde Brasil, Cuba, Haití y principalmente Kenia y Tanganica. Además,
la Revolución mexicana y la reforma agraria dividieron esas inmensas plantaciones entre los
campesinos, con lo que la producción del henequén decayó. El golpe final fue provocado, a finales
de los años sesenta, por el desplome de los precios y su desplazamiento por la industria
petroquímica.
El futuro, sin embargo, pudiera no ser tan negro para el henequén y las haciendas, pues según
recientes investigaciones se está demostrando que, frente a las fibras sintéticas, el soskil o fibra del
henequén es más resistente, soporta mayor carga durante mayor tiempo y conserva mejor los
productos que se transportan en costales hechos con esta fibra. Además, de su pulpa se extraen
esteroides para la industria farmacéutica.
REFERENCIAS:
www.mayas.uady.mx
“Henequén, oro verde en época prehispánica”, 05/02/18, disponible en: www.gob.mx
“Periodo del Porfiriato”, 05/02/18, disponible en: www.merida.gob.mx