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Por: Lucy Quezada • 21.08.2014

Lucy Quezada
Nace en Talagante, Chile, en 1990.
Investigadora, Licenciada y Magíster
en Teoría e Historia del Arte por la
Universidad de Chile. Actualmente es
estudiante del Doctorado en Historia
del Arte en la Universidad de Texas en
Austin (Becaria Fulbright-Conicyt).
Artículos Ha publicado en diversos libros,
revistas y catálogos sobre arte
chileno, y ha participado en

INTERFERENCIA, encuentros sobre arte


contemporáneo e historia del arte en
Chile, Venezuela, Argentina, México y

ACTIVACIÓN Y ARCHIVO: Perú.

Más publicaciones
HACIA LA MUSEALIZACIÓN
DE LOS MOVIMIENTOS
SOCIALES

Diversos movimientos dentro de la historia del arte han tenido una estrecha relación con el concepto de
utopía. Con esto, me re ero a la utopía como aquel planteamiento que busca dar sentido a una revolución, a
un cambio de esquemas, a una alteración en las condiciones ya naturalizadas de comprender el mundo. El
ejemplo paradigmático de ello son las vanguardias históricas, marcadas por la unión entre arte y vida que, al
poner al arte por delante de esta última, buscaron darle un vuelco, plantearla hacia un nuevo sentido, a
través de los procedimientos del arte. Con todo, lo cierto es que esta contaminación entre arte y revolución
ya se encuentra institucionalizada en el relato de la gran historia del arte. De hecho, este punto encuentra
su máxima cuando esta institucionalización llega al grado de hacernos saber que las vanguardias fracasaron
en su plan, decreto soberbiamente certero.
Dónde están nuestros hijos, arpillera chilena. Colección de Roberta Bacic. Foto: © Martin Melaughen. Parte de la
exposición Disobedient Objects, en el Victoria and Albert Museum, Londres, 2014. Cortesía: Victoria and Albert Museum

Hoy en día, el arte y la utopía siguen teniendo relación. O mejor dicho, la utopía y los procedimientos
artísticos a los que ésta ha echado mano. Desde el 2011 en adelante es posible seguirle a la pista a la
historia más reciente de los estallidos sociales: los indignados del 15M y su acampada en la Puerta del Sol
en Madrid, el movimiento Occupy Wall Street en el epicentro nanciero del mundo, el movimiento
estudiantil en Chile… Y de ahí en adelante Grecia, México, Rusia, y un largo etcétera de injusticia social,
desigualdad económica y corrupción política que busca ser sacada a la luz. 15M, Occupy Wall Street y los
estudiantes en Chile son justamente los tres focos que protagonizan el documental Tres instantes, un grito
(2013), de la realizadora chilena Cecilia Barriga, los que sin mayor intervención narrativa son mostrados en
su ujo más puro, desde dentro, retratando desde aquellos instantes más triviales y cotidianos hasta los
más inspiradores y emocionantes.

Con este insumo en mente, conviene pensar cómo funciona la documentación de


espacios/lugares/momentos como éstos. Porque los tres instantes explorados por Barriga han pasado a
formar parte de la historia, pero de una difícil de ubicar y conceptualizar con determinación. Ante todo, lo
más claro es que ya forman parte de la historia de los movimientos sociales en el mundo. Sin embargo, estos
sucesos siguen siendo móviles, escurridizos en su inscripción; la maleabilidad les permite contaminarse (y
aquí conviene decir que esta idea no siempre es negativa) con muchos otros conceptos. Uno de estos sería
la utopía, apelando a que en estas tres ocasiones se buscaba socavar un sistema corrupto y desigual, para
transformar ese espacio en otro, en un lugar inexistente pero al que muchos de nosotros vamos en nuestra
imaginación. Al pasar de la fantasía a la acción, la utopía se torna distinta; se torna cercana y posible, y esa
ocasión fue a la que hicieron lugar este tipo de movimientos, recordando un concepto que nos parece
demasiado sesentero y a destiempo. Pero pensar en un otro posible no puede ser sino gozar de ese
destiempo, de esa disonancia. Esta acción a la que aludo es a generar dispositivos concretos de cambio.

En este marco es que se encuentra el vínculo entre los movimientos sociales, la utopía y los procedimientos
del arte. Sea el instinto de estar en un lugar y momento precisos, o la conciencia histórica de que la
producción de un cambio social es también el cambio en la producción de formas simbólicas, estéticas y/o
visuales, lo cierto es que los movimientos sociales se hicieron de las herramientas del arte. Desde los
colectivos artísticos formados en la acampada de Sol en Madrid, hasta las masivas performances por las
calles de Santiago durante las movilizaciones por la educación; esculturas y pinturas colaborativas,
anónimas, impactantes dentro de la marcha por su factura monumental, performances y acciones artísticas
que subvertían las lógicas de una marcha en la vía pública, pan etos, posters y nuevas formas de
organización política. En la periferia o muy dentro de las prácticas artísticas, desde Santiago de Chile a
Nueva York, quienes plantearon otra forma de darle sentido al mundo plantearon también otro modo de
apropiarse de los procedimientos del arte.
Cuadernos de Movilización, instalación grá ca, 2014, a ches serigrá cos, cuadernillos, mapa urbano, folletos e
impresiones, medidas variables. Cortesía: Proa

Han pasado un par de años y aun no podríamos decretar el fracaso de estos procesos de cambio. Si bien la
acampada en Sol ya no existe y en Santiago el 2014 ha visto pocas marchas, estos movimientos continúan
su curso quizás por otras corrientes, contaminando otros espacios, como los de los museos y los grandes
centros culturales. Desde el 5 de julio y hasta el 24 de agosto, la Fundación PROA en Buenos Aires acoge la
muestra Acción Urgente. Colectivos de Paraguay, Bolivia, Argentina, Brasil, Perú, Uruguay y Chile son
reunidos por los curadores Cecilia Rabossi y Rodrigo Alonso como resultado de una investigación en la que
se cruza la intervención urbana y la denuncia como acción artística. La pregunta es entonces ¿hasta qué
punto estos dispositivos y plataformas de acción siguen desarrollando sus procesos, en un espacio que no
es el de la calle, sino el de los muros blancos, los recorridos trazados y la mirada educada de un espectador
de arte?

Cuando la acción en la calle se ha convertido en objeto museable podríamos pensar en que esta parada
dentro del cubo blanco sería su fracaso. La libre periferia en la que habitan estas acciones se ve cooptada –
en una primera mirada- dentro de estos lugares, pero no es más que un paradero, y uno que viene a
resigni car la manera de musealizar los objetos. Estos objetos se quedan cortos tras la acción: aquellos
productos mostrados (pan etos y diverso material grá co, videos que documentan acciones, etc.) son
resultado de la acción, no son en sí ella misma. Vienen a plantarse en un espacio que no les pertenece para
tomárselo, y para decirle a quienes miran que si ellos no van a la calle, entonces la calle viene a ellos.
Inclusive, las calles de hace cuarenta años atrás.

En 2012, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en España acogió la muestra Perder la forma
humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina. Esta gran exposición, que incluye
materiales de Brasil, Perú, México, Chile, Colombia y Cuba –y que, tras su paso por el Museo de Arte de
Lima, hace pocos días terminó su estadía en el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero en
Buenos Aires- tiene detrás una investigación de la Red Conceptualismos del Sur, que tuvo la intención de
revisitar prácticas de la resistencia política y la disidencia sexual en Latinoamérica de los años 80 y
principios de los 90, a la luz de las que podrían ser hoy consideradas como acciones artísticas realizadas por
estos grupos y colectivos. De este modo, además de darles una inscripción histórica dentro de la historia de
los movimientos por los derechos humanos, los movimientos feministas, entre varios otros, se les provee de
una nueva lectura: aquella que les hace espacio desde la performance, la acción de arte y la grá ca. A lo que
se apunta es a identi car cómo los recursos de la acción artística y del impacto visual fueron utilizados por
quienes desde la contingencia y la urgencia política de un momento, necesitaron denunciar y hacer visible
una situación ante la ciudadanía.

Perder la Forma Humana, vista de exposición en el Museo Reina Sofía. Foto: Joaquín Cortés/Román Lores. MNCARS,
Madrid, 2012
Una exposición como Perder la forma humana es el reverso -en el pasado- de lo que constituye este cruce
entre arte y política hoy. Así también es como viene a plantearse un archivo como el de Artists for
Democracy, recientemente investigado por Paulina Varas y mostrado hasta principios de este año a través
de una exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago y el Museo de la Memoria y los
Derechos Humanos. La exhibición conjugó objetos y materiales de ese archivo, además de obras de quien lo
custodiara por cuarenta años, la artista y poeta chilena Cecilia Vicuña. Ambos procedimientos de
investigación se emparentan cuando buscan darles cabida en el presente a objetos y acciones político-
artísticas del pasado, tengan éstas o no la impronta de pertenecer al nicho del arte. En este sentido, la
construcción de archivos es resigni cada. Y la pregunta por la operación que estas acciones siguen
realizando en su musealización es contestada también cuando son convertidas en archivos: desde dentro,
plantean una nueva aproximación a este concepto tan en boga en los últimos años. Estando en el archivo,
estas acciones convertidas en objetos, y estos objetos convertidos en acciones, plantean la posibilidad de
que este sea un espacio más que un tiempo; un lugar, una super cie, con densidades de altura y extensión
profunda y lateral, más allá de estar escindido por las limitantes del antes y el después. La contingencia se
pierde porque no hay un tiempo que dársele, sino sólo el espacio a ese objeto móvil y activo para siempre.

Ese mismo fenómeno ocurre hoy, cuando Dara Greenwald y Josh MacPhee deciden darle forma a una
colección personal de objetos producidos por movimientos sociales en diversas partes del mundo desde
hace 25 años hasta hoy. Deciden darle el nombre de Interference Archive y mostrar el archivo en
exposiciones que revisitan los objetos que allí se guardan. Abren su archivo a la investigación pública, así
como a la donación. Todos podemos hacer crecer este archivo y seguir generando interferencia. Y es que
ese es el concepto que gra ca la resigni cación del archivo que producen los movimientos sociales. Su radio
de alcance inter ere, cambia una frecuencia conocida por una por conocer. Su marginalidad y periferia
originales contaminan todo lo que tocan, y aunque no logran en el museo o en el archivo la misma
comodidad que en la calle, siguen surtiendo efecto: inter eren sobre ellas mismas y en lo que las acompaña.

Vista de la exhibición Serve the People, en Interference Archive, Nueva York. Cortesía: Interference Archive

Como dije al principio, este juego simbiótico entre acción política y acción artística tiene sus instituciones,
tan inamovibles como los museos que exhiben el resultado del movimiento social: el constructivismo ruso,
la Bauhaus, Fluxus -sólo por nombrar los primeros que se me ocurren- son algunas de estas “instituciones”.
Éstas también están abiertas a repensarse en el choque con los objetos que conforman las exposiciones que
aquí hemos nombrado. Incluso, esta rede nición podría darse en un nivel mucho más especí co. Pensemos
en el constructivismo ruso y la Bauhaus, produciendo objetos de uso cotidiano al unísono con so sticadas
teorías del color y de las formas. ¿De qué manera la última exposición del Victoria & Albert Museum en
Londres, Disobedient Objects, contesta este gesto? Nuevamente, estos “objetos desobedientes” se
escurren y activan las rede niciones de un momento instituido en la historia del arte, a la luz de ser
producidos al compás de una acción política.

El vínculo aquí planteado se re ere a comprender que el arte y la política se han unido a lo largo de la
historia por el deseo de transformar desde las condiciones de producción del arte, las condiciones de
producción de la vida completa. Como puede detectarse a partir de las iniciativas nombradas, este desafío
que hoy nos huele a utopía, tiene extensión hasta la actualidad. Las crisis constantes del actual sistema
neoliberal que estructura a gran parte del mundo han terminado por cuajar en movimientos sociales que
estallan con más o menos potencia en distintos puntos del globo, y que ante la urgencia, recurren al que
parece ser hoy el único espacio de acción transformadora: el arte. Los acuerdos y desacuerdos entre acción
política y acción artística activan interferencias, las que llegan a desacomodar lugares tan apacibles como
nuestra historia del arte y hacen espacio a pensar la posibilidad de que quizás hay una que no se nos ha
contado del todo: aquella de las prácticas marginales y periféricas, escurridizas y callejeras, cotidianas y
urgentes, que fundieron el arte y la política, en momentos que hoy se llenan con el relato unívoco de
quienes vencieron.
Vista de la entrada a la exposición Disobedient Objects, en el Victoria and Albert Museum, Londres, 2014. Cortesía:
Victoria and Albert Museum

Guerrilla Girls en la exposición Disobedient Objects, en el Victoria and Albert


Museum, Londres, 2014. Cortesía: Victoria and Albert Museum

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