Está en la página 1de 2

Un soñador siempre es violento.

Arrasa con todo.

Quita del medio las piedras con furia.

Sabe transformar aquello que lo inspira en su hogar: ese lugar donde siempre va a querer retomar.

De un lado: el éxito de su cumplimiento.

Del otro: el fracaso de la demora en poder realizarlo.

Pero abandonar es algo que nunca está en los planes.

Nadie que se pierda en el medio del océano piensa por un instante, en no regresar a casa.

Lejos de eso, la vuelta es su motivación.

El soñador antes de resignarse prefiere nadar con los tiburones.

Quitar las energías que uno regala en lugares que lo alejan de su propio altar es urgente. Un
cambio de hábito. Un buen lavado de cerebro y un refresco al alma. ¿Quién no regaló
compulsivamente tiempo en otros que estaban caminando su propia vida ?

Traerlo de regreso al medio del pecho.

Ese tiempo es el alimento que necesitamos para patear nuestra ruta. ¿Cuánto damos a quienes no
lo piden, no lo notan, no lo quieren, no lo valoran y muchas veces y para colmo, lo cuestionan ?

Dar amor que no atente contra uno mismo.

Porque eso no es compasión.

Es masoquismo de un tiempo mal capitalizado.

Saber a dónde. Saber a quién.

Porque alguien que sueña, necesita tener sus propias alas a disposición.

Con un chasquido abrirlas y empezar el viaje interior para poder plasmarlo en la tierra.

Y las alas están tejidas de energía.

De tiempo.

De confianza.

De valor.

De osadía.
De entrega.

De potencia.

Y de mucho amor.

Seamos soñadores violentos.

Apasionados.

Convencidos.

Decididos.

No regalemos el combustible que necesitamos en construir deseos en vidas ajenas.

Contagiemos nuestro vuelo.

Pero nunca regalemos nuestras alas.

Abramos los ojos.

Seamos conscientes.

Que por mucho que hagamos, nadie vuela una vida real con alas prestadas.

Creemos que somos solidarios, pero somos ignorantes.

Y cuando despertemos, ya un poco tarde, nos vamos a estar arrepintiendo, por haber perdido
nuestro bien más valioso : el tiempo.

Lorena Pronsky.

También podría gustarte