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CIENCIA HIGIENE Y MODERNIDAD.


MÉXICO A FINES DEL SIGLO XIX

Apuntes para apoyar el curso Cultura y Diseño II

Dr. Carlos Lira Vásquez.


Mtra. Dulce Mattos

Producto del proyecto de investigación N° 129


aprobado por Consejo Divisional

Departamento de Evaluación del Diseño en el Tiempo


Universidad Autónoma Metropolitana – Unidad Azcapotzalco
2014
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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 3

ANTECEDENTES 6

LOS ORÍGENES DEL PORFIRIATO 12

LA CIENCIA EN MÉXICO: SEGUNDO IMPERIO

Y REPÚBLICA RESTAURADA 17

LA CIENCIA EN EL PORFIRIATO 22

HIGIENE Y MODERNIZACIÓN 31

LA MODERNIZACIÓN DE LOS EDIFICIOS PÚBLICOS 38

CONCLUSIONES 42

CUESTIONARIOS 45

BIBLIOGRAFÍA 47
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INTRODUCCIÓN

El año diez del siglo XX es una fecha de singular significación para la


historia de México es un hecho, no obstante, es necesario aclarar que,
pese a la coincidencia del número, ello no significa que la historia de la
ciudad central corrió en exacto paralelo de la nacional, en todo caso, es un
punto de convergencia.

Para la ciudad de México 1910 representaba la consolidación de un


proyecto estético-cultural perseguido desde alrededor de mitades del siglo
XIX, el cual debía alcanzar la significación nacional, esto es, la relevancia
del proyecto estaba dada porque involucraba dos procesos trascendentales
en la historia del país, a saber:

1. El de legitimación del mito independentista.

2. El de consolidación de la ciudad hegemónica.

Enfocándonos en el primer punto, debemos decir que si algo caracterizó al


país después del movimiento independentista -iniciado según la datología
oficial en 1810-, fue la inestabilidad en todas las esferas de la vida social.
Si bien es en lo político en lo que parece radicar la fuente de los conflictos,
lo cierto es que el desequilibrio se nutría de las debilidades e
incertidumbre económicas y sociales-culturales. Las finanzas del país se
encontraban en banca rota y eran perfectamente congruentes con los
escenarios de guerra, mientras que en lo cultural, los procesos no podían
encontrarse sino, y en correspondencia, en profundo estado de conflicto y
complejidad por el ir y venir de los proyectos constitutivos de la nación, los
cuales, por si fuera poco, no contemplaban la configuración cultural
propia.

Evidencia de ello fue el diseño e inspiración de la constitución de los


Estados Unidos Mexicanos de 1824, la cual, en general, tenía por prioridad
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la estructuración y reglamentación de la Federación (Vázquez,2000) sin


profundizar lo suficiente en el entramado social y su materialización
institucional, pues el apremio contextual se centraba en evitar la
fragmentación territorial del país. 1

No obstante que las discusiones más acaloradas corrían en el


sentido político, de cualquier manera la lucha entre conservadores y
liberales implicaba mucho más que un contraste político; envolvía
justamente la confrontación de cosmovisiones y de procesos socio-
culturales ávidos de contar con una base sólida que sirviera de referencia
a futuro. Exigían un anclaje certero, no obstante la artificialidad de éste.
Esa abstracción aún no existente, aunque bautizada con el nombre de
México, se debatía por su nacimiento formal constitucional. La
preocupación era evidente y las consideraciones de orden cultural estaban
claramente predeterminadas: ya fuera hacia España, Francia, Inglaterra o
Estados Unidos de América, pero la referencia no podía encontrarse sino
afuera.

Independientemente del contraste entre la posición conservadora y


la liberal, la inestabilidad era de tal magnitud que en un lapso de 43 años,
entre 1821 y 1864, se cuentan 50 –tal vez más- turnos entre regencias y
presidentes; esto significa que, en promedio, un gobierno difícilmente
superaba los ocho meses, sin contar que tal medida no fue constante, sino
todo lo contrario; los mandatos podían durar un día, meses o algunos
años, lo cierto es que no se podía asegurar una temporalidad
institucionalizada específica.

El vacío institucional y de legitimidad, además de que el ejército no


podía iniciar su proceso de profesionalización, fueron circunstancias
propicias para la reproducción sistemática de la inestabilidad política del

1 Lo que contribuyó de manera decisiva en la pérdida de Texas, además de la falta de


recursos y los excesos de Santa Anna.
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país, por lo que los cambios solían ser abruptos y violentos, cual réplicas
de guerra. A mediados del siglo XIX los derroteros iniciales se agotaban y
las contradicciones se hacían cada vez más evidentes. La rivalidad entre
liberales y conservadores finalmente llegaba a un punto de conflicto
insuperable, pues no se había logrado la estabilidad política ni el estado
económico deficitario del erario, menos aún los objetivos del proceso
independentista.

La fracción liberal argumentaba que un Estado pobre, dependiente y


supeditado al poder de la Iglesia, se limitaba a la gestión de los recursos y
no a su administración en pro del desarrollo de la Nación. En números, la
Iglesia transfería sólo el 11% de la captación generada por el diezmo al
gobierno (Vázquez, 2000; 561), además de que concentraba la mayor parte
de las propiedades y era el primer filtro en la toma de decisiones.

Entre 1854 y 55 la legitimidad de Santa Anna se había erosionado y


descendido a su nivel mínimo. Todas las clases y fracciones sociales se
pronunciaban en contra de los excesos políticos y económicos, pues
finalmente afectaría a todos y cada uno de los intereses, sin mencionar
que tal provocación preparaba el escenario idóneo para una nueva
revuelta, con sus respectivas consecuencias. “Para 1854 la dictadura
santannista había logrado provocar el disgusto y la animadversión de
todas las clases de la república. Los conservadores, que lo habían llevado
al poder, lo repudiaban porque la efervescencia popular, que no tardaría
en estallar, ponía en peligro sus intereses; los moderados, porque
consideraban absolutamente ilegal su régimen y porque habían sido
heridos sus intereses de propietarios y de industriales; los radicales, por
todo, pero principalmente por sus ataques a las libertades civiles y
políticas por sus medidas persecutorias y por sus proyectos monárquicos”
(Díaz, 2000; 588).
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ANTECEDENTES

Con tales detonadores y los apremios del contexto histórico algunas de las
ideas reformistas no tardaron en alcanzar popularidad, sobre todo aquellas
enfocadas en los derechos políticos e individuales y aquellas que
promovían el desarrollo del país a través de superar la parálisis económica
impulsada desde el orden conservador. La Guerra de Reforma o de los Tres
Años, aunque corta, fue de tal profundidad que transformó totalmente lo
que había sucedido antes. En primera instancia porque debilitó al clero y
después porque con ello el estado pudo echar andar su propia maquinaria
fiscal. Finalmente, porque activó la economía al promover una vez más la
desamortización; medida que le llevaría a tomar y reorganizar la
administración del suelo y las propiedades, con lo que se generaría la
captación de nuevos recursos; la expansión física del estado y la
promoción de inversiones y negocios relacionados al mismo.

El objetivo de la ley desamortización del 25 de junio de 1856


referente a fincas rústicas y urbanas, propiedad de las corporaciones
civiles y religiosa era: “desaparecer uno de los errores económicos que más
había contribuido a mantener estacionaria la propiedad y a impedir el
desarrollo de las artes e industrias que de ella dependían; y segundo, como
medida indispensable para allanar el principal obstáculo al
establecimiento de un sistema tributario uniforme y arreglado a los
principios de la ciencia, movilizando la propiedad raíz, base natural de
todo buen sistema de impuestos” (Díaz, 2000; 592).

Sin embargo hay que matizar lo sucedido ya que la historia oficial


continúa atribuyendo a esta etapa de la historia mexicana esta acción
reformadora, haciendo a un lado la realidad, creando así uno de los
grandes mitos históricos mexicanos: el papel de Juárez en estas acciones
que han ayudado a erigir su figura de héroe. En principio, no podemos
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olvidar que ese proceso de desamortización que buscó reducir el poder del
clero había sido una propuesta y una acción emprendida por el propio
régimen español de los borbones desde la segunda mitad del siglo XVIII.
Finalmente esa propuesta regia española y las primeras acciones que
emprendió para ello en Nueva España fueron las que detonaron la guerra
de Independencia, apoyada por supuesto por el clero para así evitar que
los borbones lograran su objetivo.

Es decir que el proceso de desamortización emprendido como


bandera por la guerra de los tres años, no hizo más que retomar un
proyecto que había sido emprendido en Nueva España por el propio
régimen español desde el siglo pasado y que se había interrumpido
precisamente por la guerra de independencia y los mexicanos -liberales y
conservadores- que buscaron ser independientes de la Metrópoli española.

Por otra parte, no fue Juárez, sino Lerdo, quien inició este segundo
proceso de desamortización que, en efecto, marca un nuevo momento para
la historia de México, pero que no logró ser tan exitoso económicamente
como generalmente se maneja, ya que la gran mayoría de las propiedades
eclesiásticas que pasaron entonces a manos del gobierno liberal, para
entonces se encontraban ya en estado ruinoso y no podían ser reutilizadas
por el gobierno o ser vendidas sin que significaran un gasto para el erario,
gasto que por ningún motivo el gobierno podía asumir por falta de
recursos.2 La reforma propuso transformaciones tan profundas y
estructurales que, además de la configuración del congreso
preponderantemente conservador y con moderados nada convencidos de
tales cambios, no podía sino estimular de nueva cuenta la reacción
conservadora.

2 Me he ocupado de estudiar este fenómeno particularmente en la ciudad de Oaxaca. Ver


Arquitectura y Sociedad. Oaxaca rumbo a la modernidad. 1790-1910; y
“Caracterización, distribución y valor de la propiedad en la ciudad de Oaxaca a partir del
Padrón de Casas de 1824”.
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La guerra continuó con diversas intensidades e inclinándose de un


polo a otro de manera aleatoria, de tal modo que incluso se llegaron a
erigir dos gobiernos federales al mismo tiempo, cada uno reclamando su
propia legitimidad. En 1861 la balanza se inclinó del lado liberal.
Aparentemente se había capitulado a las fuerzas reaccionarias centrales,
por lo que la paz, entonces, sería una cuestión de tiempo. No obstante, en
casi todo proceso social existen los factores endógenos y exógenos, los
cuales a menudo se interrelacionan de formas complejas y azarosas, de tal
suerte que los resultados pueden ser tan incalculables como improbables.

Así, mientras el gobierno de Juárez no encontraba espacio de


armonía y consenso, la agenda constitucional no lograba materializar sus
compromisos de corto, mediano y largo plazo, lo que llevó a que el estado
se condujera bajo parámetros extremos, sin generar legitimidad; cada vez
con menos recursos y más deuda, pues la guerra sin tregua no sólo no
permitía generar ingresos, sino que consumía los pocos que habían. De
esta manera, el estado mexicano se vio en la necesidad de incrementar la
deuda e incluso de recurrir al saqueo de los intereses privados, sobre todo
los extranjeros. Una vez que acabó el grueso de la guerra, los
señalamientos diplomáticos y las reclamaciones internacionales no se
hicieron esperar. Juárez acudió a una serie de préstamos a los Estados
Unidos de Norteamérica cuyo pago no pudo asumir después, perdiéndose
por ello parte del territorio mexicano y asumiendo con el gobierno
norteamericano una serie de compromisos y una servidumbre que inició la
dependencia de México con el vecino del norte, dependencia que aún
perdura hasta el presente.

Inglaterra, Francia y España intensificaron las presiones por el


comportamiento vacilante de la diplomacia mexicana, por los excesos de
guerra para con los europeos radicados en el país y por el endeudamiento
generado por ambas fracciones; las de Juárez por un lado y las de Zuloaga
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y Miramón por el otro. Al final de la guerra de Reforma, las arcas se


encontraban vacías, por lo que se decidió suspender los pagos. La triada
europea, entonces, firmó la convención de Londres para invadir al
vulnerable -socialmente- y rico -en cuanto a minerales- país en proceso
caótico de construcción para exigir las remuneraciones y compensaciones
correspondientes: el objetivo, intervenir las aduanas.

Ingleses y españoles, por convenio diplomático se retiraron del país.


Inglaterra porque al fin de cuentas sabía que si ella salía del juego contaba
con los Estados Unidos pues de cualquier forma este último país mantenía
una gran dependencia con sui antigua “madre”. España, porque
finalmente por su contacto pasado con México, logró ser más solidaria y
prefirió olvidar rencores y dejar que su “hijo” creciera y madurara por
cuenta propia. Sin embargo, los franceses continuaron con las hostilidades
aún después del fracaso en Puebla ante el ejército de Zaragoza. La fracción
conservadora, con mayor precisión la promonarquista, se dio a la tarea de
convencer a Napoleón III sobre la necesidad de intervenir militarmente
México e instaurar el orden monárquico, pues de otra manera el país
estaría condenado a la autodestrucción y a la inminente y eventual
asimilación norteamericana. Los intereses imperiales y tales argumentos
fueron suficientes para tomar la decisión de buscar a quien pudiera
representar tal empresa en México. Maximiliano de Habsburgo figuró como
una de las principales opciones por su reputación y reciente popularidad
al frente del gobierno de Lombardía.

La gran paradoja histórica fue que, aunque Maximiliano contaba con


todo el apoyo de los conservadores, sus inquietudes y acciones se
correspondían más con las de la fracción liberal. Pronto su gestión
empezaría a ser decepcionante para el grupo de soporte y para el imperio.
Su orientación liberal, la censura radical a la jerarquía eclesiástica y el
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deficiente sistema de reproducción económica devinieron en el desgaste


estructural de la legitimidad del emperador.

Además de ello, y quizá el factor de mayor peso, la resistencia


republicana -a la que también se le conoce como la guerra de guerrillas-,
fue un obstáculo a la gobernabilidad y el saneamiento económico
permanente y omnipresente. Los Estados Unidos, a través de Juárez,
mantuvo en estado de guerrilla a todo el país impidiendo con ello la
estabilidad y el cumplimiento de los objetivos liberales del imperio, más
liberales que los del propio Juárez.

Además del flagrante liberalismo, los excesos presupuestales en


medio de una fuerte crisis en Francia y de los obstáculos devenidos de la
resistencia republicana -lo que erosionó notoriamente su legitimidad-,
Estados Unidos y protegiendo sus intereses, al terminar la guerra de
secesión decidió intervenir en favor del régimen republicano comandado
por Benito Juárez. Napoleón convencido de las virtudes que encerraba el
hecho de guardar distancia con el pujante, ambicioso y empoderado
pueblo Norteamericano y entendiendo perfectamente que sostener
económicamente el Imperio mexicano era una inversión que no valía la
pena, decidió retirar las tropas -ya de por sí desgastadas- en masa, a la vez
que cualquier otro apoyo en pos de evitar una crisis diplomática que
pudiera culminar en un enfrentamiento armado con Estados Unidos y
seguramente con Inglaterra.

En 1867 el emperador Maximiliano fue fusilado en Querétaro y el


orden republicano finalmente tuvo una franca oportunidad; una que entre
sus grandes privilegios suponía la soberanía y la construcción de la nación
en un escenario de paz, responsabilidad, racionalidad y bajo los “sagrados”
preceptos de la Reforma. Se dice que 18 fueron los letrados que, al haber
alcanzado la victoria, se dieron a la tarea de reconstruir el país. La pluma
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se habría de imponer por primera vez a la espada y ésta se relegaría a la


mera necesidad protocolaria.3 El proyecto jurídico del orden republicano
caminaría de la mano del cultural, los programas eran tan nobles como
ambiciosos y buscaban alcanzar el desarrollo que haría de México una
nación moderna, letrada y pacífica por la fuerza de la libertad y la cultura.
No obstante, este vigoroso optimismo debía enfrentarse a toda una serie de
consecuencias -vicios fomentados y generados por cincuenta y siete años
de guerra, como las bandadas o advenimientos, la desconfianza hacia las
discrecionalidades del poder, la incertidumbre política y el hondo vacío
institucional-; todas ellas alentadas además por el periodismo
norteamericano para crear una vez más la desconfianza e incertidumbre
de los mexicanos ante el nuevo orden republicano.

Las finanzas no mejoraron sustancialmente, los negocios derivados


de la propiedad del suelo no crecieron, la participación ciudadana no llegó
siquiera a un mínimo imaginable o deseable, el ejército no se
profesionalizó, la sociedad no se modernizó ni se logró la legitimidad plena
del régimen, entre otros tantos contratiempos que lo que evidenciaban era
el incumplimiento de las metas reformistas. Para autores como Luis
González: “La década de México comprendida entre los años de 1867 y
1876 contó con un equipo de civilizadores y patriotas pequeño pero
extremadamente grande por su entusiasmo y su inteligencia; con un
programa de acción múltiple, lúcido, preciso y vigoroso y con un clima
nacional adverso a las prosperidades democrática, liberal, económica,
científica y nacionalista. Con todo, se plantaron entonces las semillas de la
modernización y el nacionalismo, y algunas dieron brotes que el régimen
subsiguiente, favorecido por el clima internacional, hizo crecer. La acción
de la República Restaurada, si es mirada desde el punto donde partió fue
prodigiosa; si se le mira desde las metas que se propuso fue pobre. De

3La realidad es que la injerencia de Norteamérica en esta reorganización del país fue
contundente y siempre apegada a sus propios intereses imperialistas.
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cualquier modo, desde otra perspectiva, luce como aurora de un día de la


vida de México conocido con los nombres de porfirismo y porfiriato, que
fue inicialmente porfirismo por la adhesión popular a Porfirio, y después
porfiriato por la adhesión de don Porfirio a la silla presidencial”
(González,2000;652). González olvida que muchos de los atributos que da
a ese grupo de patriotas republicanos eran, ni más ni menos, los que el
segundo imperio, a la cabeza de Maximiliano, habían sembrado en el
orden político, económico, social y cultural para buscar la modernización
del imperio mexicano.

Los dividendos de la propuesta liberal reformadora no pudieron


observarse en una década de gestión, aunado a que las expectativas eran
elevadas, acaso desproporcionadas, y a que el proyecto se prestaba y
debía permitir el escrutinio de tiempo completo por parte de los diversos
sectores de opinión, los intelectuales fueron perdiendo legitimidad. Por
otro lado, la milicia, encabezada por el héroe de guerra el general Díaz, fue
relegada del proyecto, por el cual peleó de frente y sin cuartel, ya que sólo
fue considerada para algunos cargos orgánicos de escasa trascendencia en
el entramado del poder. De 1867 a 1876 los de la pluma se encargaron de
las responsabilidades neurálgicas de la reconstrucción, mientras que los
de la espada fueron relegados al ámbito militar o a algunas
responsabilidades políticas de menor orden.

LOS ORÍGENES DEL PORFIRIATO

Casi una década de exclusión a un ejército indisciplinado y que estaba en


condiciones de atribuirse la victoria de la gran odisea generada por la
guerra sin fin, se había convertido en una bomba de tiempo que sólo
esperaba la mínima coyuntura. La muerte de Juárez y la reelección de
Lerdo tensaron la correlación de fuerzas políticas y dieron sentido a una
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nueva reorientación de la misma. José María Iglesias rompió relaciones


con Lerdo, lo desconoció e incluso se autoproclamó, en su calidad de juez
supremo, para un interinato en lo que se restauraba el orden
institucional. El 23 de noviembre de 1876 Díaz tomó el poder,
convenciendo a Iglesias para que le reconociera como el heredero de
Juárez y por tanto, como el líder de la república.

Al final de la guerra con los franceses la edad promedio de los 18


cultos era de 45 años. Los de la pluma eran juaristas y brotaron a la vida
durante la guerra de independencia y el primer imperio (entre 1806 y
1822). Por el otro lado la edad promedio de los 12 militares era de 36.
Llegaron a la vida en el periodo santannista (entre 1823 y 1839) y eran
porfiristas (González, 2000; 638), esto es, en el rubro de la fuerza la mesa
estaba puesta para el arribo de un militar que, además de todo, fuera
reconocido por el grupo. Después de los protocolos electorales el general
Díaz inició su primer periodo de gobierno en 1877. Éste se caracterizó por
ser vacilante y en él se evidenció su falta de preparación e inexperiencia
política; nada más de 1877 a 1880 empleó a veintidós funcionarios para
seis secretarías de estado, esto es, del gabinete elegido inicialmente
ninguno terminó su periodo. No obstante, para el final del trienio además
de haber mejorado sus habilidades políticas y de gestión, supo establecer
los mecanismos a través de los cuales permanecería muy cercano al poder.

Manuel González era un hombre de perfil socioeconómico idóneo


para el cargo y contaba con más recursos políticos que Díaz. Ejerció el
poder de manera tal que llegó a ser ubicado como el “esperado”, sin
embargo, para el final de su administración cometió un par errores que
destruirían de tajo su popularidad, a saber, el arreglo de la deuda con los
ingleses y el lanzamiento de la moneda de níquel, lo que le costó la
confianza construida.
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Justo por ello la opinión pública miró con buenos ojos el regreso del
general Díaz, quien venía ganando en reputación a pesar de la gestión
inicial, debido a su habilidad pacificadora. La experiencia de más de medio
siglo de violencia e inestabilidad en el país le colocaban como el jefe
político necesario, pues lo principal era la paz sin importar sus medios de
consecución y en tales asuntos Díaz había mostrado capacidades. El
general retomó las diligencias ilustradas de los juaristas y lerdistas
además de capitalizar los avances de González sin perder de vista el
discurso canonizador de Juárez. En su regreso al poder en 1880 continuó
con la empresa de pacificación pero ahora enfocada en la productividad y
en el control político.

Porfirio Díaz comprendió relativamente rápido la política del balance,


es decir, no aquella que mantuviera la inestabilidad e incertidumbre, sino
la de la seguridad. Su decisión pacificadora fue la carta que le valió el
respeto y la legitimidad que nadie, después de 1821 (e incluso antes),
había gozado. Durante su periodo brotaron algunos dividendos de lo hecho
en los nueve años de restauración; las capitalizó así como las
circunstancias favorables y finalmente se rodeó, con la sabiduría que
brinda la desconfianza, de los intelectuales reducidos a técnicos, que le
habrían de ayudar a materializar sus instintos.

Logró integrar un gabinete que entre otros logros tuvieron el de


sanear las finanzas. La confianza en el país y el régimen aumentaron salvo
porque Estados Unidos veía con malos ojos la forma de acceso al poder y
los mecanismos de reproducción, lo que por un lado empoderó al fantasma
de Juárez, y por otro, generó una nueva tensión con Norteamérica. Se
escuchaban fuertes rumores acerca de una probable invasión debido a la
incertidumbre sobre el respeto a sus intereses en México, los cuales
habían crecido de manera exponencial después de la guerra de secesión.
Díaz entendió que no podía sujetar el proyecto al vecino del norte y entre
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1877 y 1888 equilibró la política exterior resarciendo los conflictos con


Europa. De hecho, dio prioridad a las relaciones diplomáticas con ésta,
promoviendo las inversiones y la inmigración de su gente para activar la
economía nacional y neutralizar el poder de Norteamérica.

La política exterior se estabilizó y el crecimiento fue inusitado.


Crecieron las libertades y el progreso se mira franco. La vida social se
transformó totalmente y la confianza a nivel interno y externo alcanzó
niveles extraordinarios. La paz y el crecimiento económico obtuvieron tal
reconocimiento que los empréstitos se elevaron al punto del crédito casi
abierto, no obstante la centralización y la monopolización del poder
convertida en gerontocracia, además de la edad del general y el
surgimiento de grupos de ideas políticamente vanguardistas, terminaron
por cuestionar enteramente el régimen, sin perder de vista en ello la
injerencia nuevamente de Norteamérica, que ante la apertura extranjera
del régimen, veía cada vez más lejos la posibilidad de convertir a México en
su vecino dependiente.

En el norte del país, especialmente en Chihuahua, Sonora y


Coahuila la economía crecía aceleradamente aunque con muchas
responsabilidades tributarias, lo que cuestionó fuertemente el orden
centralista, pues en todo caso la riqueza acumulada no se administraba
según la participación federal. Hay que considerar que en la mayor parte
de los estados del norte, eran realmente las empresas y propietarios
norteamericanos los que habían extendido sus dominios.

Entre los grupos afectados destacaba la familia Madero, la cual a


través de Francisco I. Madero reclamó sus potencialidades, las cuales no
podían desarrollarse a profundidad a menos que el esquema de poder
integrara sus necesidades específicas, que eran también las de otras
tantas familias norteñas venidas a más con el auge porfiriano, pero
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fustigadas por los Estados Unidos. A final de cuentas lo que se reclamaba


era la base política pues en ella se establecían las reglas del juego, las
cuales eran materia y monopolio del régimen, pues éste consideraba que la
gente era sabia en sus necesidades pero no en las de la colectividad, y
menos aún en los asuntos de la nación.

Díaz llegó a la vejez junto con su grupo de soporte, algunos murieron


en funciones incluso. Las necesidades internas y externas, así como la
heterogeneidad social y el cambio paradigmático escaparon a sus
capacidades generando las condiciones para la reconceptualización de
país; una que diera cabida a nuevos intereses y clases sociales, sobre todo
aquellas que habían dado el salto y que requerían de representación
directa en la cúpula del poder; el cual era privativo y centralizado en
detrimento de los sectores nacionales emergentes. El orden y el progreso
construidos en tres décadas se volvían contra su portavoz con el fin
histórico de cambiar la fórmula política, pero abordando el tren
exitosamente enrielado sobre una economía estable y sobre ciertos
capitales sociales como el de valorar la vida estética y la paz.

Los productos del gobierno porfiriano fueron muchos y de diverso


tipo. Entre ellos se cuentan las extensiones considerables en kilómetros de
vías y trenes, de las líneas telegráficas, la electrificación de parte de la
ciudad, así como su expansión, entre otros más. El gobierno de Díaz
consiguió revertir una inercia de más de setenta años de guerra y
violencia, lo que le puede colocar como su mayor éxito, pues a partir de
ello es que pudieron ocurrir los demás.

Con regularidad este periodo de la historia tiene una connotación


negativa vinculada a la supresión de libertades políticas y a las represiones
del último periodo en detrimento de la democracia y del espíritu
republicano. No obstante, en una evaluación menos prejuiciada, es justo
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éste el periodo en el que se alcanzó la mayor parte de los objetivos


explícitos e implícitos del Segundo Imperio, continuados por la Reforma,
esto es, aquellos que resultaron sin haber sido plasmados en los papeles,
como la construcción de la nación y su patria. La nación en su sentido
jurídico y de estabilidad, y la patria en su dimensión simbólica y legítima.
El porfiriato capitalizó y sintetizó el mito independentista y la religión que
debía ser la patria forjada de manera solemne en años de gloriosa odisea.

LA CIENCIA EN MÉXICO: SEGUNDO IMPERIO Y REPÚBLICA


RESTAURADA

Durante el último cuarto del siglo XIX, la ciencia mexicana vivió un


intenso proceso de institucionalización que transformó definitivamente el
pensamiento y la práctica científicos. La ciencia mexicana dejó de ser una
empresa individual para convertirse en un asunto público de interés
social; el científico abandonó el amateurismo y exigió la profesionalización
de sus disciplinas, así como la creación de espacios adecuados para su
práctica. Con los años, y como fruto de la política de fomento a la ciencia
de Porfirio Díaz, México llegó a contar con una impresionante
infraestructura científica encabezada por los primeros institutos de
investigación que contaban con edificios especiales, en donde se
desarrollaron importantes investigaciones que despertaron el interés y el
reconocimiento internacionales.

Entre los factores que promovieron el desencadenamiento de este


proceso destaca la participación de la comunidad científica, cuyo papel fue
la gestión de los nuevos espacios que se abrieron, a través de una
fructífera negociación con el Estado en la que estaba en juego la puesta en
marcha del proyecto modernizador.
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Hasta la segunda mitad del siglo XIX la organización de la ciencia en


México se caracterizó por la efímera vida de las instituciones que se
fundaron, ya las que nos podríamos referir usando la misma frase con la
que Alzate describió la historia de la Academia de Ciencias Naturales que
fundara Bartolache: fueron instituciones que "tuvieron su crepúsculo y no
llegaron al mediodía”.

Diversos trabajos sobre esta etapa han mostrado que el hilo de


continuidad de la actividad científica fue conducido por el Estado, quien
desde 1824 subvencionó una serie de tareas en las que incorporó a
científicos e intelectuales. Me refiero a las comisiones para la exploración
del Istmo de Tehuantepec, las diversas comisiones de límites ya las
campañas sanitarias, entre otras.

Sin embargo, los proyectos fueron continuamente


interrumpidos y los hombres de ciencia con frecuencia debieron
abandonar sus tareas de investigación para integrarse a la vida política.
Tal vez la única institución que gozó de una relativa estabilidad fue la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, creada en 1833 con el
propósito de elaborar la Carta General de la República y levantar la
estadística nacional, tareas que se consideraron prioritarias a partir del
gobierno de Gómez Farías, y alrededor de las cuales se reunió la
comunidad científica e intelectual de aquellos años. La Sociedad sufrió las
consecuencias de los sucesivos cambios del titular del Ministerio. Sin
embargo nunca fue totalmente desprotegida, pues la corporación
constituía el espacio en donde se reunían intelectuales, técnicos y
científicos a quienes ineludiblemente recurrieron los sucesivos gobiernos
para el desempeño de tareas de interés nacional.

En 1833, durante la presidencia de Gómez Farías, se creó la


Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, alrededor de la cual se
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reunió la comunidad científica e intelectual de entonces; con todo, el


permanente estado de guerra impidió que dicha Institución tuviera la
estabilidad necesaria para dar frutos. En el transcurso del Segundo
Imperio, Maximiliano, preocupado por incorporar a México a los adelantos
científicos y tecnológicos que se vivían en Europa, dio un nuevo impulso a
esta Sociedad y creó además el Museo de Historia Natural, Arqueología e
Historia, la Academia de Ciencias y Artes, y el Observatorio Astronómico y
Meteorológico. Su intención era que, más adelante, se fundaran otros en
las diversas prefecturas que integraban el territorio del Imperio Mexicano.
Al derrumbe de éste, los estudios meteorológicos y por ende la actividad
del Observatorio fueron suspendidos y no fue sino hasta la etapa
porfiriana -cuando la industrialización iniciada en Inglaterra a fines del
siglo XVIII se convirtió en un fenómeno mundial-, que tanto el gobierno
como los intelectuales, científicos y empresarios mexicanos unieron
esfuerzos, para que los estudios meteorológicos cobraran nuevo impulso,
incorporando además novedosas tecnologías y artefactos.

Así, durante el segundo Imperio (1864-1867), Maximiliano encontró


en la Sociedad el vehículo para llevar a cabo los proyectos que harían
viable su mandato. Como aficionado al cultivo de las ciencias, el
Emperador reconocía los beneficios que redituaba su fomento, tanto por el
valor intrínseco de la práctica científica como por la inmejorable aura de
legitimidad que le brindaba. Por su parte, algunos miembros de las élites
intelectuales habían favorecido el establecimiento del Segundo Imperio, en
tanto que proyecto alternativo para el desarrollo del país.

En este ambiente el proceso de institucionalización de las ciencias


inició un período de ascenso, se creó una Academia de Ciencias y Artes;
un Observatorio Astronómico y Meteorológico, y se puso en marcha el
Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia.
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Simultáneamente, la Academia de Ciencias de París promovió la creación


de la Commission Scientifique due Mexique, en la que colaboraron los más
insignes científicos mexicanos.4

Los establecimientos imperiales tuvieron una corta pero fructífera


vida, pues tanto las formas institucionales como los resultados que de
ellas derivaron influyeron en la vida científica de la nación y sobrevivieron
el derrumbe del sueño imperial. En efecto, mientras que el gobierno de la
República Restaurada se ocupaba de borrar las huellas del efímero
Imperio, y condenaba al ostracismo a sus colaboradores, algunas de sus
instituciones científicas fueron maquilladas de republicanismo y se
reinstalaron. Así ocurrió con el Museo Nacional y el Observatorio -este
último parcialmente, mientras que la Sociedad de Geografía fue
reestructurada y se fundó una nueva sociedad científica, la de Historia
Natural.

Sin embargo, la supervivencia de estas instituciones no garantizó la


de los proyectos ya iniciados, como ocurrió con los estudios meteorológicos
que fueron suspendidos al desaparecer la sección correspondiente del
Observatorio. En este aspecto, el derrumbe del Imperio, representaba una
nueva fractura para el desarrollo de la ciencia mexicana, que sin embargo
sería la última del siglo XIX, pues a partir de la Restauración de la
República se inicia un proceso de estabilidad y crecimiento sostenido que
acabaría con la transitoriedad que había marcado los destinos de las
instituciones científicas a lo largo de la centuria.

Habría que señalar aquí, que al margen de las divergencias


ideológicas y políticas, hubo un punto que hermanó los gobiernos de la
República Restaurada y el Porfiriato con el del malogrado Emperador Este
fue el apoyo a la comunidad científica. Fundado en la certeza de que la
4 Maldonado – Koerdell), “La Commission Scientifique due Mexique, p 245.
21

solución de problemas prácticos de interés social requería de individuos


altamente capacitados a quienes se debla proveer con los medios
adecuados para desempeñar su quehacer. En todos los casos puede
hablarse de una Incipiente o bien definida política científica sustentada en
el mismo acicate económico la pujante industrialización mundial, que
exigía el diseño de estrategias políticas adecuadas para subsanar el rezago
del país. De ahí el interés en incorporar a la comunidad científica en el
desarrollo de una estrategia que pusiera el país en condiciones de
competitividad y le incorporara a la modernidad.

Al restaurarse la República Juárez, prácticamente obligado por la


apertura y fomento que Maximiliano había dado a la ciencia en México, dio
un franco apoyo a la actividad científica a través de diversas acciones que
fueron posteriormente consolidadas por Lerdo. Entre ellas están la
rehabilitación del Observatorio Astronómico; el restablecimiento del Museo
Nacional; el apoyo a la Sociedad de Mexicana de Historia Natural y la
creación de la Escuela Nacional Preparatoria. Durante sus mandatos,
mientras que la sociedad naturalista se encargaba de poner en marcha
algunos proyectos de interés gubernamental -como estudios de viabilidad
de cultivos, por ejemplo- en la Escuela Preparatoria se apuntaló la
formación de los nuevos cuadros profesionales, con base en una nueva
visión de la realidad sustentada en el rigor metodológico y el apego a la
ciencia. Sus egresados conformaron la comunidad científica en el
Porfiriato; se incorporaron a los establecimientos ya existentes y
promovieron la intensificación del proceso organizativo de la ciencia
mexicana.

Es así que la labor iniciada por Maximiliano y continuada después


por Juárez y Lerdo, alcanzó su culminación durante el gobierno de Porfirio
Díaz a través del desarrollo de una política científica coherente, orientada
22

por las demandas del proyecto de modernización del país, confiriendo a las
instituciones científicas un carácter peculiar.

La institucionalización de las ciencias, en tanto que pilar del


proyecto modernizador, estuvo articulada a la Secretaría de Fomento. Ésta
determinó sus objetivos generales y circunscribió la práctica científica
institucional a un núcleo especifico de áreas del saber -ciencias de la tierra
y de la vida, principalmente Paralelamente, y en relación con esta última
área, se creó otro bloque de instituciones vinculadas con la política
sanitaria del régimen, a las que me referiré tangencialmente pues en su
instauración operaron factores de índole diversa respecto a los que
estuvieron presentes en la de los establecimientos de la Secretaría de
Fomento. Así, entre 1876 y 1910 Porfirio Díaz fundó más de una decena de
establecimientos científicos en donde se desarrollaron diversas
especialidades que modernizaron la ciencia en la República mexicana.

LA CIENCIA EN EL PORFIRIATO

El florecimiento de las ciencias en México durante el siglo XIX se inició


pocos días después de haber triunfado el Plan de Tuxtepec, a fines de
1876. El proceso se inició- cuando Porfirio Díaz decide retomó el viejo
proyecto del Observatorio Astronómico Nacional, dando a Ángel Anguiano
el encargo de su organización, con el propósito inicial de contar con mapas
más precisos del territorio mexicano. Para Díaz, resultó fundamental
conocer primero la situación del territorio mexicano que, después de
tantos años de lucha, se encontraba dividido y muchos de sus recursos
desconocidos, desperdiciados o arruinados. En febrero de 1877 se creó el
Observatorio Meteorológico Central y en marzo México se incorporó a la
primera red internacional de meteorología, entonces integrada por 18
observatorios. En esa misma línea, al terminar su primer año de gobierno
23

el Congreso aprobó el decreto de creación de la Comisión Geográfico


Exploradora, con el encargo de realizar cartas generales y par1iculares de
la República, así como cartas de reconocimiento, hidrográficas, de
poblaciones y militares. En 1882, con la aprobación de la iniciativa para
crear una Dirección General de Estadística, ya bajo el mandato de
González, la Secretaría de Fomento había logrado reunir una serie de
dependencias abocadas a la integración de la imagen precisa del territorio,
así como de sus recursos. Lo anterior fue fundamental para el posterior
desarrollo del país.

Lo sucedido en la ciudad de México fue más allá; así, se creó un


observatorio en la capital oaxaqueña y en otros lugares. En Oaxaca, el
Observatorio pasó a ser parte del Instituto de Ciencias y Artes del Estado y
por ello se creó en su edificio un espacio específico para él. Durante el
porfiriato, el antiguo edificio del Seminario fue reconstruido,
prácticamente desde sus cimientos, para convertirse en el Instituto. Sus
dos importantes fachadas muestran elementos arquitectónicos del
eclecticismo de gran valor. Su portada lateral fue coronada por una
imponente mansarda que fue diseñada por el Ingeniero Rodolfo Franco
Larráinzar, constructor también del magnífico Teatro Casino Luis Mier y
Terán, primer nombre del edificio en que nos encontramos. Fue
precisamente el gobernador Mier y Terán quien estableció el Observatorio
Meteorológico de Oaxaca en 1885, nombrando como su director al doctor
Agustín Domínguez.

El Diario Oficial del Estado de Oaxaca, fechado el 23 de julio de


1885, consigna que el Observatorio, a través del mismo diario, daría los
siguientes servicios: “…temperatura máxima y mínima, y media a la
sombra y a la intemperie, barómetro, psycrómetro para humedad relativa y
tensión del vapor, cantidad de nubes, viento, horario, etcétera.” Por esta
24

noticia, y gracias a otros textos y fotografías de la época, sabemos que este


observatorio ocupó el mismo lugar que le daría más tarde el Ingeniero
Franco, al integrarlo a las reformas que hizo al edificio del Instituto en
1905. El proyecto de Franco fue inaugurado el 21 de marzo de 1906,
dentro de los festejos del aniversario del nacimiento de Juárez, y en el
discurso preparado por el Doctor Aurelio Valdivieso para tal efecto, éste se
refiere a la pequeña construcción del Observatorio que coronaba la
portada lateral del Instituto, como “la orna de laureles siempre verdes de
la Ciencia”.

La metáfora no era para menos si consideramos la importancia que


este espacio tenía, no sólo para los intelectuales y científicos oaxaqueños
de aquel momento, sino también para todos aquellos que poseían un
pedazo de tierra que cultivar, ya sea con los instrumentos y técnicas
tradicionales o con los novedosos que la modernización comenzaba a
introducir al campo mexicano. Y es que, si bien es cierto que muchos de
los discursos elaborados por la oficialidad porfiriana reiteran una y otra
vez la necesidad de que el país debía integrarse a la modernidad y a la
industrialización, tal insistencia ha sido interpretada por muchos
investigadores posteriores, únicamente como producto inútil del “discurso
científico” de la “aristocracia porfiriana” y no como un hecho práctico de su
realidad histórica.

No debemos olvidar que tanto en Europa como en los Estados


Unidos de Norteamérica, la ciencia y la tecnología iban de la mano con el
avance económico de los países, con la generación de nuevos
procedimientos, nueva maquinaria y nuevos empleos y con el intento de
depender, cada vez menos, de los caprichos de la naturaleza. El intento
por romper con esta dependencia tenía dos razones principales: la primera
era lograr la “salubridad pública” y, la segunda, lograr el exitoso cultivo de
25

la tierra y de la cría de ganado, aumentando así la productividad del


campo.

Para un país como México, que durante la etapa porfiriana


contaba mayoritariamente con tierras de temporal, la información que un
observatorio meteorológico podía dar a los terratenientes -grandes y
pequeños-, resultaba urgente para prever los cambios climáticos y evitar
enormes catástrofes y epidemias. Porfirio Díaz y muchos otros mexicanos
sabían muy bien lo que significaban las hambrunas debidas a las sequías,
heladas, granizadas e inundaciones, y también sabían que el
desconocimiento de las múltiples características geográficas del territorio
nacional, era el elemento central de su descuido, desaprovechamiento y
abandono; es por ello que desde muy temprano, el régimen porfiriano puso
acento en el territorio.

Precisamente a escasos 23 días del triunfo del Plan de Tuxtepec –el


18 de diciembre de 1876-, Díaz decidió dar vida nuevamente al
Observatorio Astronómico Nacional para, en principio, contar con mapas
geográficos más precisos. En 1877 creó la Comisión Geográfica
Exploradora y el Observatorio Meteorológico Central y ese mismo año el
país se incorporó a la primera red internacional de meteorología, integrada
por 18 observatorios. Con la creación de estas dependencias, adscritas al
Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, para 1882,
tanto el gobierno como el pueblo mexicanos tenían una imagen más
precisa del territorio y sus recursos.

El Observatorio Meteorológico de Oaxaca, inserto en el Instituto de


Ciencias y Artes del Estado, junto con los de Zacatecas, San Luis,
Guadalajara, Veracruz, Guanajuato y otros tantos del territorio nacional,
formó parte de la Red Meteorológica Nacional, cuyo objeto era –como
26

menciona Riva Palacio- "relacionar los varios fenómenos de la vida vegetal


con los cambios atmosféricos, como base indispensable para el buen éxito
de muchas operaciones, así agrícolas como fiscales y económicas." Es así
que la importancia del Observatorio Meteorológico de Oaxaca que –como
bien señala Velasco era por su ubicación “un punto de mira privilegiado en
el distrito del centro de la ciudad”, trasciende los objetivos de un gobierno
local y las intenciones meramente científicas, para convertirse en un
símbolo de las estrategias que el gobierno porfiriano asumió para que el
país, en toda su extensión, alcanzara la modernidad: conocimiento del
territorio y su explotación; delimitación geográfica y organización política;
desarrollo de la ciencia y beneficio económico; estudio y descubrimiento de
la geografía humana nacional; hallazgo y reconocimiento de las
identidades regionales y, finalmente la búsqueda de una identidad
nacional.

Ninguna de estas estrategias eran miopes ni exclusivas del gobierno


porfiriano; por el contrario, provenían del conocimiento que muchos
mexicanos tenían de la historia que entonces se compartía con Europa. No
en vano el eclecticismo arquitectónico que ostentaban las ciudades
europeas de fin de siglo –y que las mexicanas también comenzaron a
mostrar con orgullo- derivaba de la nueva cultura que sus habitantes
estaban forjando, a partir del conocimiento de otras geografías. Sin los
avances científicos, sin las nuevas tecnologías, sin la incorporación de la
máquina y otros artefactos industriales, la ventana hacia otros mundos
hubiera permanecido cerrada a los ojos de Europa y las múltiples opciones
culturales que pudieron vivir en el tránsito de siglos nunca se hubieran
tenido.

Los instrumentos de medición que el Gobierno Federal incorporó a


los Observatorios Meteorológicos de la Red, y por lo tanto también al de
27

Oaxaca, provenían de las fábricas Negretti & Zambra y Trouhton & Simms
de Londres, ambas de las de mejor reputación en el mundo científico de la
época. Además se integró a sus acervos una serie de cartas barométricas y
diversas publicaciones, entre las que destacaban los manuales de Negretti
& Zambra y las del meteorólogo escocés Alexander Buchan. Las
observaciones y estudios que se realizaban en el observatorio oaxaqueño
abrieron, además, el interés en otras disciplinas tales como la geografía,
geología, botánica, zoología, hidrografía, astronomía, física y matemáticas.
El Observatorio, se convirtió no sólo en un centro científico sino también
en un enclave económico-político que representaba el desarrollo
modernizador del periodo.

De todo esto, hoy solo queda el cuerpo remodelado de la mansarda


que antaño coronara “con los laureles siempre verdes de la Ciencia” al
otrora Instituto de Ciencias y Artes del Estado. Como en otras regiones de
México, la sólida infraestructura urbana, arquitectónica e institucional que
el régimen porfiriano dejó en Oaxaca como legado, puede todavía
distinguirse en establecimientos que descienden directamente de los
creados durante el porfiriato, a pesar de la destrucción a la que fue sujeta
durante la crisis revolucionaria y a la que ha sido castigada después por
ignorancia e incomprensión.

En todas las instituciones científicas creadas durante el gobierno


porfiriano se promovió una serie de acciones relacionadas con una etapa
básica y elemental de la práctica científica, y cuyos objetivos mismos
implicaban posibilidades limitadas para su extensión: la realización de
registros, taxonomías y cartografías, entre otras. La mera práctica
institucional implicaba la reunión de recursos materiales y la
especialización de profesionistas, con lo que se abrieron perspectivas
inéditas para la ciencia mexicana, que aceleró su desarrollo en disciplinas
28

como geografía, geología, historia natural en sus vertientes botánica y


zoológica, astronomía, física y matemáticas.

Pese al carácter utilitario de estos primeros establecimientos, había


una clara conciencia entre los científicos de las perspectivas que se abrían
para el desarrollo de la ciencia a través de la institucionalización. Por
ejemplo, en 1883 Mariano Bárcena definía el Observatorio Meteorol6gico -
del que era director fundador- como el espacio que pese a su objetivo
eminentemente práctico, propiciaba "las discusiones especulativas para el
adelanto de la ciencia [en] su parte abstracta", y agregaba, que estas
últimas se desarrollarían con mayor eficacia si se contara con las
instalaciones adecuadas. Con ello Bárcena trataba de justificar su
reiterada solicitud de un edificio especial para el Observatorio, e incluso la
creación de un "Instituto de Investigaciones Físicas”.

Su reclamo se sumaba a los de otros miembros de la comunidad


científica que por aquellos años realizaban gestiones ante el Estado, que
desembocarían en la creación de los primeros institutos de investigación
en el país. Así, por ejemplo, avisado del particular afecto del Ministro
Pacheco por la medicina tradicional, el naturalista Alfonso Herrera le hizo
llegar en 1884 la propuesta de "emprender el estudio de la Flora del Valle
de México y sus aplicaciones importantes a la medicina, al comercio ya las
artes". Su proyecto se vio apoyado por otros elementos entre los que
destacan los resultados de una encuesta nacional que señaló la
abundancia de plantas medicinales en el país, proporcionándole al
Ministro la justificación para crear el Instituto Médico Nacional, que se
fundó en 1888.

El Instituto estaría encargado de establecer el registro de la


"terapéutica tradicional popular" de todo el país; la recolección y
clasificación de especímenes; y su estudio químico, fisiológico y
29

terapéutico, en un establecimiento organizado de acuerdo con los cánones


más modernos de la investigación experimenta. El Instituto sería el primer
establecimiento de investigación experimental del país, que contaría con
un edificio diseñado especialmente para este propósito.

El mismo día que se aprobó el decreto de creación del Instituto


Médico, se hizo lo propio respecto a uno Geológico, que había derivado de
las gestiones del ingeniero Antonio del Castillo, quien ya en 1886 había
logrado la aprobación del gobierno para crear una Comisión Geológica, con
el objeto de participar en la Carta Geológica del Globo, propuesta ese año
en el Congreso Internacional de Geología. El Instituto Geológico inició sus
labores en 1891 en un local provisional, aunque excelentemente equipado,
y posteriormente fue dotado de un edificio especial con modernos
laboratorios. Entre sus objetivos estaba el estudio de los recursos
30

minerales del país, en un momento en el que la explotación minera daba


un giro que favorecía la minería industrial pasando a segundo término la
de los metales preciosos.

Con la creación de los dos Institutos la práctica científica mexicana


dio un salto cualitativo, pues no sólo se les destinaba a la recopilación y
registro de datos, sino a la investigación experimental, para lo que se les
había provisto de laboratorios, instrumentos y personal especializado. Por
otra parte, los Institutos organizaban sistemáticamente las diferentes
etapas de la investigación, y dirigían la participación de diferentes
especialistas en torno a un objetivo común, además de facilitar su
completa entrega a la investigación pues devengaron salarios por realizarla
De hecho, entre sus muros se constituyó la primera generación de
científicos profesionales.
31

Por otra parte, y en lo que respecta a los factores que participaron en


el proceso de institucionalización, hubo algunas instituciones científicas
que se fundaron a partir de una iniciativa exterior, Este fue el caso de la
Comisión Geodésica Mexicana, creada en 1898 con el propósito de
participar con los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá en la
medición del arco correspondiente del meridiano 98 W de Greenwich en el
territorio nacional, así como del Instituto Bibliográfico Mexicano,
propuesto en 1899 con el objeto de participar en el Catálogo Internacional
de Bibliografía Científica, propuesto por la Royal Society de Londres en
1896.

En otros casos, la instauración de un nuevo establecimiento, aunque


inspirada en un modelo extranjero, respondió a necesidades locales, como
fue el caso del Instituto Antirrábico, creado en México el 23 de abril de
1888, el mismo año que se abría el Instituto Pasteur de París, con el
mismo objetivo. A la creación de éste instituto, dependiente del Consejo
Superior de Salubridad, se sumaron otras instituciones tales como el
Instituto Bacteriológico Nacional, fundado en 1895 y el Museo Anatomo-
patológico de 1896, que se transformaría en Instituto Patológico en 1901.
Simultáneamente, el Instituto Médico Nacional se desplazó al Ministerio de
Instrucción Pública y se cerró la Comisión de Parasitología Agrícola, que
había sido creada en 1900 con el propósito de estudiar los medios para la
protección de los cultivos y el exterminio de las plagas.

HIGIENE Y MODERNIZACIÓN

La creación de muchas de estas instituciones tenían en común una


preocupación: la modernización del país que implicaba también las
transformaciones en su s costumbres higiénicas y sanitarias. Desde la
época de la Ilustración, la cuestión sanitaria fue vista como relevante por los
32

países europeos, principalmente por aquellos que se enfrentaban de lleno a


la Revolución Industrial. Con la formación y establecimiento de las industria,
las ciudades requirieron paulatinamente de más y más mano de obra; así,
muchas de ellas crecieron física y demográficamente sin medida y, en
consecuencia, desordenadamente, hacinadas y carentes de servicios.5

Como resultado, la cuestión de la higiene y de la sanidad como


elementos necesarios para el progreso señalado por la Ilustración, fue motriz
de numerosas acciones. Los más golpeados por la carencia de servicios y por
ende de las enfermedades y epidemias causadas por ellas fueron las clases
populares. Esto repercutió en la crítica social, destacando la de Engels en
1845 para la ciudad de Manchester. Después de describir el ingreso a un
barrio con numerosos patios desordenados comenta: "a la entrada de uno de
estos patios..., hay una letrina sin puerta, y tan sucia, que para entrar al
patio o salir de él, los habitantes tienen que atravesar una ciénaga de orina y
excrementos pútridos que la circunda... sólo se llega a las casas caminando
por sobre montones de residuos e inmundicias... Abajo [del terreno donde
están estas casas], corre un río estrecho y negro, hediondo, repleto de
desechos y residuos... En tiempo seco se ven sobre la orilla una serie de
repugnantes cenagales fangosos, verdosos, de cuyo fondo suben
constantemente burbujas de gas miasmático que difunde un olor
insoportable..."6

Frente a la miseria de quienes vivían en esas condiciones, la sociedad


inglesa respondió con la creación de instituciones de beneficencia que
buscaban "mejorar la vida de los pobres y desamparados". No se hizo por
filantropía; si los pobres disminuían a causa de las enfermedades ¿quiénes
harían las labores duras y sucias que las ciudades industriales y el
crecimiento capitalista demandaba? No es casualidad que desde 1832 en

5. Ver Mark Girouard, Cities & People, en especial pp. 258-324


6. Apud. Leonardo Benévolo, Los orígenes del urbanismo moderno, p. 43-44.
33

Inglaterra se dictara la Ley de Pobres y se efectuara la vacunación pública en


1834 encabezada por el reformista social Edmund Chadwick como miembro
de la General Board of Healt.7 Otras acciones emprendidas fueron la creación
de la Comisión Investigadora de Sanidad hacia 1840, con los médicos
Arnott, Kay y Southwoood Smith a la cabeza y la publicación de los
Manifiestos de Engels y Marx a fines de esa década.8

Algunas de estas reflexiones y acciones tuvieron repercusión en


México, aunque con cierto retraso debido a la guerra civil de las luchas
independentistas. De aquellas, una de las primeras fue el intento por hacer
desaparecer los antiguos cementerios que existían al interior de las ciudades
y crear una serie de normas para fundarlos extramuros. El 30 de enero de
1857, el presidente Ignacio Comonfort emitió la Ley para el establecimiento y
uso de los cementerios, cuyo artículo 16 señalaba, entre otras cosas, que a
partir de ese momento los cementerios debían fundarse en lugares altos y
secos, distantes de las últimas casas de la población de 200 a 500 varas, y
que debían organizarse espacialmente en 6 partes de acuerdo al tipo de
muerte de los difuntos: las cuatro primeras para los fallecidos a causa de
enfermedades comunes, la quinta para los aniquilados por el cólera y la
sexta para los sucumbidos por otras enfermedades contagiosas; además, la
división de las distintas secciones y de las calles que se formaran entre los
sepulcros debían hacerse por medio de árboles de poco follaje separados por
dos varas unos de otros.9

La higiene, mencionada ya por Hipócrates en su libro Sobre los Aires,


Aguas y Lugares,10 seguida más tarde por Pitágoras, fue incorporada
oficialmente a los estudios de Medicina en México en una ley del 23 de

7. Ibidem, p. 122.
8 . Ver Ignacio Roger, Historia de la Medicina; Michel Ragon, Histoire d l´architecture
et de l´urbanisme modernes 1. Idéologies et pionniers 1800-1910, pp. 98-103.
9. “Ley para el establecimiento y uso de los cementerios”, AGN. Gobernación. Vol. 1941.

Caja 1, exp. 1 y 2, foja 12.


10. Hipócrates de Cos, Tratados hipocráticos.
34

octubre de 1833.11 Con ello la higiene cobró importancia para el diseño de la


ciudad, generando no solo un cambio en los espacios arquitectónicos
tradicionales, sino además dando lugar a la creación de nuevos edificios con
usos específicos: hospitales, orfelinatos, cárceles, fábricas, escuelas,
etcétera. La preocupación por la mala distribución de los muladares y la
pésima costumbre de construir las chozas en terrenos húmedos en los
aglomerados suburbios contribuían –según los críticos higienistas- “a
mantener la insalubridad de la Capital",12 lo mismo que la de otras grandes
ciudades europeas y de América como París, Londres y Nueva York.

Por ello el diseño de los nuevos espacios en las ciudades debía mostrar
amplias perspectivas a partir de calles anchas y lineales, con banquetas
limpias y ausentes de charcos y lodazales, limitadas por medio de árboles
que purificaran el ambiente y que todo aquello a su vez permitiera dotar a
los edificios circundantes de suficiente ventilación e iluminación. Se trataba
de combinar las características y servicios de la ciudad “moderna”, con
aquellas otras, naturales, que caracterizaban a las poblaciones rurales y que
las grandes ciudades habían perdido por efecto de la Revolución Industrial.13

Con todo, fue hasta la etapa porfiriana cuando la higiene tuvo mayor
impacto en las ciudades mexicanas y en su arquitectura. En principio de
cuentas porque fue en ese periodo cuando la modernidad entró de lleno al
país dando lugar a la creación de nuevos servicios, infraestructura y una
amplia variedad de edificios destinados a usos muy diferentes, en los que
podían materializarse todas aquellas preocupaciones higienistas, pero
también porque el nutrido número de extranjeros que ingresó al país
durante ese tiempo, demandó vivir acá las mismas condiciones de
salubridad que disponía en sus países de origen, o al menos las más

11.Ibidem, Vol. 3, p. 740.


12.Ibidem, Vol. 3, p. 743.
13. Ver M. Christine Boyer, The City of Memory. Its Historical Imagery and

Architectural Entertainments, pp. 10-40.


35

parecidas. Infortunadamente en la historiografía urbana y arquitectónica


porfiriana, todavía escasa, hay una serie de problemáticas que no han sido
abordadas por los estudiosos. Así, aunque se ha revisado con brevedad
algunos edificios de salud, educación, abasto, de seguridad, de recreación,
producción e incluso de habitación, su explicación ha dejado prácticamente
fuera la cuestión higienista.14 De esta forma, la importancia de este tipo de
edificios queda menguada, pues sólo son concebidos como ejemplos claros
de la fuerte influencia que ejercieron los “científicos porfirianos” en el
gobierno de Díaz y no cómo un reflejo de la modernidad que se vivía a nivel
mundial, caracterizada, entre otras cosas, por la fundamentación de las
acciones en la argumentación y discusión de diversas bases teóricas
basadas en la razón.

Aspectos tales como la correcta elección de los terrenos para la


ubicación y orientación de las ciudades y sus edificios, el arreglo de sus
paseos, la erección de sus monumentos, y cualquier otra obra arquitectónica
o de ingeniería emprendida en la ciudad, debía ser consultada primero con
los médicos que eran los profesionales conocedores de las “reglas de la
higiene”, y ser autorizada por los Consejos de Salubridad, las Juntas de
Sanidad y médicos higienistas “que deberían ser tenidos, tanto por los
particulares como por el Gobierno, como un factor ilustrado é indispensable
en todos los labores de esta naturaleza”.15 El hecho de no hacerlo contribuía
a que aún muchas ciudades bellas eran “mal sanas, [con], edificios
hermosos por su aspecto, pero… inhabitables, y monumentos que honran
en la parte estética al artista y al ingeniero que los dirigió, [pero que] no son,
ni con mucho, bocetos siquiera en algo subordinados á los preceptos de la

14. Ver particularmente Ramón Vargas, Coord., Afirmación del Nacionalismo y la


Modernidad.
15. Flores, Historia…, Vol. 3, p. 747.
36

Higiene, ciencia que debía presidirlo todo, anteponiéndose la necesidad al


capricho, la conveniencia á la belleza, la ciencia al arte”.16

La idea de que la higiene resultaba indispensable para los nuevos


proyectos urbanos y arquitectónicos fue cobrando cada vez mayor
importancia y es necesario mencionar que no siempre las acciones que se
tomaron al respecto partieron de la ciudad de México. En la medida de que
el discurso higienista y su impacto en las ciudades y edificios se había
iniciado en Europa, y debido a que se difundió a través de diversos textos
publicados no sólo en los periódicos mexicanos sino en múltiples libros
escritos en idiomas extranjeros o traducidos al español, el discurso
higienista fue conocido y reflexionado principalmente por médicos y
abogados de distintas poblaciones mexicanas y no solamente por los de la
capital del país.17 No es extraño por ello que la aplicación del discurso
higienista en algunas vertientes del diseño de las ciudades mexicanas y de
su arquitectura se haya dado, en ocasiones, primero en la provincia
mexicana.

El cementerio de Jerez, Zacatecas, por ejemplo, es quizá uno de los


primeros que reflejan la preocupación higienista, seguido por otros tales
como los de Xalapa, Oaxaca, Morelia, Aguascalientes y algunos de la ciudad
de México.18 En diversas ciudades entre las que destacan Mérida, Puebla,
Aguascalientes, Zacatecas, Oaxaca, Guadalajara, Querétaro, Orizaba y

16. Loc. Cit.


17. Fernando Martínez, La medicina científica y el siglo XIX mexicano, p. 105.
18. En Jerez, Zacatecas, desde 1799 puede documentarse la preocupación de los jerezanos

por buscar una solución más higiénica que la acostumbrada de enterrar a los difuntos en
la parroquia y en su atrio. Ver Carlos Lira, Una ciudad ilustrada y liberal. Jerez en el
porfiriato, pp. 247-282. Por su parte, el cementerio municipal de Xalapa se estableció en
1831, ver Clío Capitanachi, “Una aproximación al estudio de la vegetación de los
cementerios patrimoniales, el caso del cementerio de Xalapa”, p. 88. Las fechas de
fundación de algunos cementerios de la ciudad de México véanse en Ethel Herrera
"Desarrollo urbano del panteón de Dolores en la ciudad de México a través de la cartografía
histórica”, pp. 179-180. El cementerio de Oaxaca aparece extramuros de la ciudad en el
plano de Gijón de 1803. Ver Carlos Lira, “La peste y los sismos en la historia del panteón
municipal de Oaxaca, Siglo XIX”, p. 218.
37

Morelia, la higiene fue considerada fundamental en la construcción de


mercados, estaciones de ferrocarril, teatros, escuelas, hospitales, asilos,
jardines y plazas públicas, así como en obras urbanas de embanquetado y
pavimentación, abasto de agua y transporte público.19 Como había sucedido
en Europa, en México el discurso higienista influyó también en el diseño de
talleres y fábricas, puesto que el mantener la buena salud de los
trabajadores posibilitaba su mayor eficacia y productividad: tal el caso de
algunas industrias construidas en la ciudad de México, Oaxaca, Puebla y
Orizaba.20

Siguiendo el discurso de Alexandre Lacassagne, para quien la


criminalidad se asociaba a un entorno social deteriorado y carente de
higiene, los críticos mexicanos reconocían que a lo largo del siglo XIX, la
mayoría de los edificios y habitaciones públicas, tanto como los colegios y
hospitales, se habían adaptado en conventos, templos u otros edificios
virreinales cuyo diseño y construcción obedecían a funciones muy distintas;
en otros casos estaban acomodados en casas ordinarias tomadas en
arrendamiento, lo que impedía una correcta adaptación al nuevo uso que
deseaba dárseles. Por ello lo común era que en ninguno de aquellos edificios
“haya la conveniente distribución de aire y de luz, ni se encuentren reunidas
las condiciones que la ciencia prescribe”.21

19. Véase Gerardo Martínez, Cambio y proyecto Urbano. Aguascalientes, 1880-1914,


pp. 98-113; Eulalia Ribera, “Orizaba, de villa cosechera a ciudad industrial”, pp. 83-124;
Carlos Contreras y Jesús Pacheco, “De la modernización porfiriana a la expansión urbana
del México posrevolucionario, Puebla, 1880-1945”, pp. 165-218; José Fuentes y Magnolia
Rosado, “Auge, consolidación y estancamiento en la construcción del espacio urbano de
Mérida: 1800-1975”, pp. 27-81; Carlos Lira, Arquitectura y Sociedad. Oaxaca hacia la
modernidad. 1790-1910.
20 . Cabe destacar la labor que tuvieron varios ingenieros en la aplicación de algunos

conceptos higienistas en sus proyectos. Para Oaxaca véase Carlos Sánchez y Luis Alberto
Arrioja, Semblanza del Ingeniero Rodolfo Franco Larráizae (1863-1929), quien los
aplicó en diversos mercados, un gimnasio escolar, el Hospicio de la Vega y la fábrica de
hilados y tejidos San José, pp. 39-40. Para Morelia ver Jaime A. Vargas, El ingeniero
Guillermo Wodon de Sorinne. Respecto a Orizaba véase Ribera, op. cit.
21. Flores, Historia…, Vol. 3, p. 748.
38

Para el doctor mexicano Julio Guerrero, algunas de las alteraciones


fisiológicas y sociales de los mexicanos podían explicarse a través de los
cambios en “el barómetro y el termómetro” y aunque todos ellos podían ser
controlados por medio de “baños y refrescos ó algún sistema higiénico de
vida… [así como por el] uso de excitantes [tales como el] café, cacao, te,
pulque, la cerveza y el vino, [y] al consumo del tabaco”, era necesario que se
considerara también un adecuado diseño de los espacios urbanos y
arquitectónicos que –junto con las costumbres alimenticias- procuraran
cierta estabilidad climática de los espacios a través de su correcta
orientación, ventilación e iluminación. De esta forma, podría evitarse la
“atonía climatérica” debida al aumento de temperatura, por la cual “se
resiente pereza muscular, deséase estar sentado, el ánimo decae en
languideces invencibles, se anda despacio, el rostro palidece, dan vértigos y
súbitas sofocaciones... sobre todo en los meses de marzo y abril..."22
Independientemente de que la “atonía climatérica” causaba malestar, el
doctor Guerrero mencionaba que también era una de las causas de la escasa
productividad del mexicano.

LA MODERNIZACIÓN DE LOS EDIFICIOS PÚBLICOS

Frente a estas y otras cavilaciones respecto a la falta de higiene de los


espacios urbanos y arquitectónicos, así como a la de las personas que los
habitaban, el gobierno porfiriano, a través de distintas dependencias, inició
diversas acciones para que en el diseño de los nuevos edificios públicos se
consideraran diversos aspectos que contribuyeran a su sanidad: sanidad en
su ubicación dentro de la traza urbana, sanidad en la elección de los
terrenos en los que iban a ser erigidos, sanidad en la organización de sus
espacios, en el uso de materiales y acabados, etcétera. Así, la importancia

22.Ver Julio Guerrero, La Génesis del crimen en México. Estudio de psiquiatría


social.
39

que se dio a la higiene en tanto a la modernización de los edificios


destinados a la educación se reflejó en el primer Congreso Higiénico-
Pedagógico de México, efectuado a instancias del Consejo Superior de
Salubridad en enero de 1882 y compuesto por 53 diputados, un buen
número de profesores de instrucción primaria y reconocidos galenos, entre
los cuales se contaron los médicos Velasco, Segura, Joaquín Vértiz, Nicolás
Ramírez de Arellano y Manuel Gutiérrez.23

El Congreso recomendó que la construcción de los edificios destinados


a la educación debía hacerse en lugares secos, con orientación Este o
Noreste y con materiales sólidos, ligeros, refractarios a la humedad y malos
conductores del calor. En cuanto a la forma, se advirtió que las aulas debían
adoptar una figura cercana a la elipse, con una dimensión calculada por
1.50 metros por alumno y una altura de entre 4.50 a 5 metros, “bañadas por
la luz natural directa, agente poderoso para conservar y aun para restablecer
la salud de los niños”. La iluminación dependía del uso que se daría al aula:
unilateral izquierda o bilateral diferencial para la escritura y lectura; cenital
o la del norte para el dibujo. Además de contar con comunes de “sees-pool”,
la escuela debía disponer de una cantidad suficiente de agua, “poniendo en
cada clase una llave á disposición del profesor".24 También se dieron
instrucciones respecto a los materiales y dimensiones del mobiliario -
incluidos los pizarrones- así como características que debían tener los útiles
escolares, tales como cuadernos, libros y mapas, para los cuales se
aconsejaba el uso de determinada tipografía, grosores de líneas, colores, tipo
de papel, etcétera.

23. Flores, Historia…, Vol. 3, p. 748. Otros médicos porfirianos prestigiados fueron el
positivista Porfirio Parra, el fisiólogo, anestesista, internista y poeta José Bandera,
Maximiliano Galán, Francisco Vázquez, Francisco de P. Chacón, José R. Icaza, Rafael
Lavista, José I. Capetillo, Eduardo Liceaga, el oftalmólogo Manuel Carmona y Valle y Manuel
Toussaint; los dos últimos fundaron el Instituto Patológico “aniquilado por la revolución”.
Ver Fernando Ocaranza, Historia de la Medicina en México, p. 177.
24. Ibidem, Vol. 3, pp. 750-751.
40

El Congreso Higiénico-Pedagógico elaboró además otras


recomendaciones para construcciones de otro tipo: bibliotecas, consultorios,
oficinas públicas, hoteles, baños, teatros, rastros, mercados, cuarteles,
cárceles, hospitales, hospicios y asilos, en muchos de los cuales -se
comentaba- había gran cantidad de humo por la presencia de numerosos
fumadores.25 La crítica a todos esos edificios se centró en aspectos tales
como la iluminación, ventilación y orientación.

Aquellas reflexiones fueron tomadas en cuenta desde ese momento e


incluso se integraron a la enseñanza de la arquitectura. En 1903 el Plan de
Estudios de la Escuela Nacional de Bellas Artes incluía la materia
“Arquitectura Legal e Higiene de los Edificios” cuyo contenido analizaba las
problemáticas planteadas por el Código Sanitario y el Código Civil que se
relacionaban con la construcción, poniendo acento en “la higiene en general
y estudio de la influencia que sobre ella ejercen los edificios y habitaciones
de cualquier género respecto a los individuos que los ocupan permanente ó
transitoriamente.”26 No resulta extraño por ello que los proyectos de los
alumnos de arquitectura de San Carlos reflejen la preocupación por la
cuestión sanitaria de los edificios y consideren en sus diseños, diversos
elementos del discurso higienista. Más todavía, la permanencia de este
discurso es visible en muchos otros proyectos nacionales que fueron
construidos por los arquitectos de la posrevolución.27

En cuanto a las prisiones, la de Lecumberri fue considerada la más


revolucionaria en su momento, no solamente por su capacidad -1,380
“corrigendos”-, sino por su organización espacial adoptada del sistema

25. Ibidem, Vol. 3, p. 760.


26. Marta Olivares, Apropósito de la vida y obra de Antonio Rivas Mercado, p. 224.
27. Aunque no es posible profundizar acá al respecto, es necesario emprender una nueva

valoración de la arquitectura de la posrevolución mexicana que incluya sus antecedentes


históricos inmediatos, -es decir los porfirianos-. De otra forma, estamos dejando fuera
una serie de reflexiones y conocimientos que, lejos de enriquecer objetivamente los
alcances y aportes de la arquitectura posrevolucionaria, los empobrece por falsearlos.
41

planteado por el irlandés Croffton.28 Otras construidas ex profeso, con


soluciones arquitectónicas también muy interesantes fueron las de Mérida,
Puebla, Guadalajara, San Luis Potosí, Zacatecas y Morelia.29 Todas ellas
muestran nuevas soluciones espaciales, tecnológicas y formales que
contribuían -entre otras cosas- a un funcionamiento más eficaz y a una
mejor organización administrativa. Y aunque no siempre se cumplió el
objetivo de que los presos pudieran rehabilitarse por vivir en unos espacios
arquitectónicos diseñados bajo las normas modernas de las teorías
higienistas, la mayor de las veces esto se debió más a cuestiones
administrativas y no a las arquitectónicas.

Sin duda la arquitectura hospitalaria fue una de las más discutidas


durante el porfiriato. Ante los enormes avances de la medicina derivados de
nuevas teorías y conocimientos producto de la investigación y de la praxis,
pero también debido a la novedad de una serie de medicamentos y vacunas,
no resultaba extraño que se extremara la atención a la salud de los
individuos.30 Con una conciencia claramente positivista y por ello incluyendo
en la valoración de la cuestión hospitalaria al contexto histórico, los médicos
mexicanos expresaban que: “la mayor parte de nuestros hospitales...
dispuestos… en una época en que la Higiene estaba todavía muy atrasada, y
en que con la caridad y la exaltación religiosas lo que se procuraba era hacer
el bien al mayor número posible de enfermos, hacinándolos en salas
insuficientes, de mala orientación, mal ventiladas y alumbradas, y de mal
decorados muros, están muy mal situados, y otros, improvisados en
antiguas iglesias, conventos, colegios ó casas particulares, no lo están

28.Flores, Historia…, Vol. 3, pp. 764-765.


29 El proyecto de la penitenciaría de Morelia, que siguió como muchas otras el modelo
“panóptico”, puede verse en Vargas, El ingeniero Guillermo Wodon…, pp. 120-121.
30. Ver Alain Corbin, Roger-Henri Guerrand y Michelle Perrot, Sociedad burguesa:

aspectos concretos de la vida privada, en Philippe Ariès y Georges Duby, Historia de


la vida privada, Tomo 8, pp. 265-316. También Claudia Agostini, (coord.), Curar, sanar
y educar. Enfermedad y sociedad en México, siglos XIX y XX, y Claudia Agostini, “El
arte de curar: deberes y prácticas médicas porfirianas” en Modernidad tradición y
alteridad.
42

ménos, á excepción de algunos que, como el de Jesús, el Francés, el


Americano, la maternidad, el del Salvador y el de San Lucas; acaso pudieran
considerarse como aceptables.”31

En consecuencia fueron construidos numerosos hospitales en


distintas partes de la República en los cuales se incorporaron nuevas
organizaciones espaciales y partidos arquitectónicos, además de materiales y
técnicas constructivas, insertándolos además como parte de proyectos
urbanos, es decir, se dejó de considerarlos como unidades arquitectónicas
independientes. La construcción de hospitales como el Colonia, dependiente
de los Ferrocarriles Nacionales, el General de México, los de Monterrey,
Guanajuato, Morelia, Puebla y Toluca, junto con el Francés y Americano, no
sólo evidencia el interés que la sociedad y el gobierno porfirianos tuvieron en
ofrecer a la sociedad mexicana modernos hospitales, sino también la
preocupación que tuvieron por generar algunos otros destinados a
especialidades, como el Homeopático de la Ciudad de México, el Manicomio
General de La Castañeda y el Sanatorio para tuberculosos, diseñado por
Federico Mariscal en 1903.32

CONCLUSIONES

A todos estos cambios corresponde una visión más profunda sobre la


relación entre la ciencia y el proceso modernizador, que requeriría de un
tratamiento aparte pues tuvo manifestaciones en otros ámbitos de la vida
social. Baste recordar que unos meses antes de la ruptura revolucionaria,
se abrió la Escuela Nacional de Altos Estudios, en donde se impartirían
cursos de postgrado y especialización en las diversas disciplinas
científicas, reconociéndose con ello la exigencia de profesionalizar la

31. Ibidem, Vol. 3, p. 765-766.


32. Vargas, op. cit., p. 325-348.
43

práctica científica a través de la escolarización. Más todavía, al incluirse


entre los fines de la Escuela Nacional de Altos Estudios la coordinación de
los institutos de investigación ya existentes “para abrir siempre el más
vasto campo a los trabajos de investigación" se articulaba el sistema
científico nacional posterior, cuya evolución más inmediata y productiva se
vio interrumpida por la Revolución mexicana.

Debido al crecimiento de las ciudades mexicanas durante el siglo XIX


y en el intento por modernizarlas, se crearon una serie de espacios o se
reformaron muchos otros teniendo como foco de atención la salud de
quienes los habitaban. Así, el discurso de la higiene estuvo presente no sólo
en los espacios abiertos y públicos como calles, plazas, jardines y paseos,
reflejado en aspectos como el abasto del agua, drenaje, pavimento y
embanquetado, sino también en espacios cerrados públicos o privados:
escuelas, fábricas, cárceles, asilos, hospitales y hospicios, gimnasios,
etcétera.

Lo anterior generó además una interdisciplina entre distintas


profesiones que no se había dado hasta entonces: médicos, abogados,
arquitectos, ingenieros y maestros, además de otros científicos e
intelectuales, se dieron a la tarea de reflexionar y emprender acciones que se
vieron entonces como necesarias para la salud y bienestar de quienes
habitaban todos esos espacios. Lo anterior permeó en la vida cotidiana de la
sociedad abarcando aspectos tan diversos como la moralidad, la práctica del
deporte, los hábitos alimenticios y hasta la forma de vestir. De igual manera,
la preocupación por la higiene hizo que se pusiera atención, sin distinción, a
mujeres y hombres en cualquiera de sus edades y circunstancias, por lo que
proliferaron maternidades, casas de cuna, hospicios, orfelinatos y asilos, así
como otros edificios destinados a algunos sectores de la sociedad que hasta
entonces habían sido un tanto segregados: prostitutas y enfermos mentales,
por ejemplo.
44

Muchos de estos edificios, testigos de esta importante etapa en la que


la sociedad mexicana vislumbró su encuentro con la modernidad, a través
de las cuestiones sanitarias, han sido destruidos por su obsolescencia, por
desinterés, por ignorancia, pero sobre todo por la voluntad que los gobiernos
posrevolucionarios han tenido de borrar todo vestigio que evidencie las
ventajas del régimen porfiriano. Es labor de quienes nos sentimos
comprometidos con el patrimonio arquitectónico y urbano, sacar a la luz la
importancia de estos edificios arquitectónicos. De los que aún están,
incorporándolos al patrimonio a través de su rescate, revaloración y puesta
en función; de los destruidos, rescatarlos de los archivos y valorarlos
objetivamente, sin filias ni fobias hacia el sistema político porfiriano, sino
como fieles ejemplos del esfuerzo emprendido por una compleja sociedad que
luchó intensamente por alcanzar la modernidad en uno de sus matices: la
higiene.

Como puede verse, en el medio siglo transcurrido desde el Segundo


Imperio hasta la caída de Díaz, México experimentó cambios cruciales en
la organización de su práctica científica, que culminaron en el acelerado
proceso de institucionalización efectuado durante el Porfiriato.
Valga destacar, para finalizar, que el controvertido régimen dejó como
legado una sólida infraestructura institucional que sobrevivió los avatares
de la crisis revolucionaria, pues a pesar de la inclemente destrucción de la
que fue objeto, hasta la fecha prevalecen muchos de los establecimientos
que descienden directamente de los que se crearon en aquella etapa.
45

CUESTIONARIOS

CUESTIONARIO I

1. ¿Cuáles fueron las primeras acciones emprendidas en Inglaterra en la


cuestión sanitaria por las repercusiones de la Revolución Industrial?

2. Durante el gobierno de Ignacio Comonfort se emprendieron algunas


novedades en cuanto a la cuestión sanitaria en México ¿Cuáles fueron
estas?

3. Durante qué etapa se iniciaron en México las primeras acciones para la


modernización de la ciencia.

4. Menciona tres situaciones que, desde tu punto de vista, reflejen la


inestabilidad política y social causada por las luchas entre liberales y
conservadores hasta el inicio del Segundo Imperio.

5. ¿Cuál era el perfil de los políticos mexicanos que iniciaron la


modernización del país en la etapa porfiriana?

6. ¿En qué áreas fue más notorio el crecimiento económico de México


durante la etapa porfiriana?

7. ¿Qué instituciones científicas se crearon durante el gobierno porfiriano?

8. ¿Cuáles fueron las primeras acciones asociadas a la ciencia que el


gobierno porfiriano inició para la modernización del país?

9. ¿Cómo repercutieron las cuestiones de higiene en el diseño urbano de las


nuevas colonias surgidas en las ciudades porfirianas?

10. Desde tu personal opinión, describe el proceso de la modernización de la


ciencia en México durante el siglo XIX.
46

CUESTIONARIO II

1. Nombra tres personajes que iniciaron la crítica a la sociedad inglesa por


las repercusiones negativas de la Revolución Industrial.

2. Cita tres instituciones creadas durante el Segundo Imperio que iniciaron


la modernización de las ciencias en México.

3. ¿Cuáles eran los países que el México independiente tenía como referencia
para iniciar su proceso de independencia política y social?

4. ¿Cuál era la situación en la que se encontraban las propiedades


desamortizadas cuando pasaron a manos del gobierno?

5. ¿Cuáles fueron las instituciones científicas fundadas durante el Segundo


Imperio?

6. ¿A qué institución se insertó el Observatorio meteorológico en la ciudad de


Oaxaca y cuál fue la importancia de esta institución?

7. ¿Qué edificios fueron construidos en la etapa porfiriana ex profeso para


albergar instituciones científicas?

8. ¿Cuáles fueron las repercusiones que tuvo el cuidado de la higiene en la


arquitectura de los edificios públicos porfirianos?

9. De toda la arquitectura pública construida durante el porfiriato ¿Cuál es a


tu modo de ver la que más refleja los cambios en cuestión de higiene y por
qué?

10. Resume las acciones emprendidas por el Segundo Imperio para iniciar la
modernización de las ciencias en México.
47

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