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La razón pura.

El padre Brown, el detective creado por G.K.Chesterton, llega a la pantalla de Film&Arts, todos los
domingos a las 21.00 hs.
Por Hernán Ferreirós. Para LA NACION.

Hace más de cien años, la literatura inglesa nos presentó a un detective amateur capaz de dar
prodigiosos saltos lógicos que le permitían descubrir a un falso clérigo por el modo en que usa la sal de
mesa o a un asesino por la caligrafía de una nota. No se trata de Sherlock Holmes sino de un detective
menos célebre pero no menos eficaz: el Padre Brown, cura provinciano cuyos rasgos pedestres y
natural modestia contrastan con su intelecto singular. Este personaje fue la creación más conocida del
escritor, polemista y humorista británico G. K. Chesterton. Sus 51 relatos, publicados entre 1910 y
1936, fueron un divertimento y un desafío intelectual para los lectores pero también un vehículo para
las ideas del autor acerca de la teología y la fe.
Cristiano devoto, antisocialista y conservador (y por ello un autor antipático), Chesterton no
centra su militancia religiosa en el hecho anecdótico de que su protagonista sea un cura, sino en que es
un cura capaz de resolver racionalmente enigmas que parecen inexplicables: si el universo puede ser
entendido y está regido por la razón, entonces hay un Dios. “La razón y la justicia imperan hasta en la
estrella más solitaria y remota” dice el Padre Brown, “en llanuras de ópalo, bajo riscos cortados de
perlas lo mismo se encontrará usted con la sentencia no robarás”.
Un argentino podrá argumentar que sabe de lugares donde esta sentencia no corre, pero no vale
la pena discutir porque los cuentos no se agotan en su carga confesional. Como notó Borges en un
ensayo sobre el escritor, éste también tenía una “voluntad demoníaca” que hizo de él un gran tejedor de
pesadillas, comparable a Kafka. La batalla entre lo monstruoso, lo irracional y la razón se da en la
doble naturaleza de cada historia. Borges señala que son a la vez cuentos fantásticos y policiales porque
Chesterton realiza el “tour de force” de dar las dos explicaciones de cada enigma: la sobrenatural y la
lógica. Siempre se impone la segunda porque, como dice el Padre Brown, “atacar la razón es mala
teología”.

Vigilando a los detectives

El regreso del Padre Brown a la pantalla (existen un film de 1954 con Alec Guiness y otra serie
inglesa de principios de los 70), junto con el de Sherlock Holmes tanto en la grandiosa Sherlock como
en la no tan grandiosa Elementary, devuelve a los espectadores la felicidad de una trama que se
propone desconcertar y sorprender sólo con su ingenio, en lugar de con gadgets y crímenes
abominables.
En la actualidad, el tipo de relato policial que se impuso en la TV consiste en las interminables
variantes de CSI que se concentran en el procedimiento policial y en la tarea de los forenses antes que
en el trabajo racional de un detective. Los procedimientos “científicos” de estas series en verdad
funcionan como una forma de magia: dan el nombre de un culpable sin que tengamos la necesidad de
entender cómo se llegó hasta él. Un policial clásico es lo opuesto: el cómo importa más que el quién.
En su texto llamado “Cómo escribir una historia de detectives”, Chesterton explica que “la
historia se escribe para que el momento en que el lector entiende”. Nos provoca una gran satisfacción
entender cómo, por ejemplo, Sherlock Holmes deduce, a partir del homicidio de un astrónomo, que un
paisaje de Vermeer es falso (en pocas palabras: las estrellas del cielo en el cuadro corresponden a su
posición actual y no a la que tenían en la época en que debió ser pintado). En momentos como ése, no
sólo comprendemos el alambrado lógico de la trama sino también cuánto del relato fue construido
minuciosamente para llevarnos de la nariz hasta ese descubrimiento. Chesterton agrega: “el policial es
el único género en que a los lectores les gusta sentirse menos inteligentes que el protagonista”. No está
claro que al público le guste tal cosa, más bien, en un buen policial no tiene más remedio. Acaso por
eso tienen éxito los que le piden mucho menos.

El candor de G.K. Chesterton

La nueva serie producida por la BBC en 2013 (ya tiene una segunda temporada emitida en el
exterior y una tercera en camino) transplanta al Padre Brown (Mark Williams, el padre de Weasley en
Harry Potter) a los años 50 y a un pueblito que sería idílico si todas las semanas no muriera alguien.
El programa parece mantener la inocencia de las ficciones televisivas del período retratado, que
se corresponde con la candidez de los escritos de Chesterton. A la vez, acaso por la necesidad de
convertir relatos de 20 páginas en programas de 48 minutos, cada tanto decide ir en sentido contrario e
incorporar una subtrama “modernizadora”. En el primer episodio “El martillo de Dios”, basado en un
cuento de 1910, se injerta una relación gay que se siente fuera de lugar en el púdico universo del autor.
Tal como en los textos, aquí el padre Brown está constreñido por leyes morales antes que
penales: su interés es resolver crímenes para salvar almas más que para distribuir castigos. El elemento
religioso es insoslayable, pero está puesto al servicio de la trama detectivesca. No se trata aquí de
predicar sino de aplicar la fuerza de la razón (que para Chesterton, a quien le gustaba pensar con la
forma de paradojas, era el objeto de la fe) para remontar los hilos de un crimen. El programa se toma su
tiempo para hacerlo pero reserva una recompensa: las soluciones son meditadas, precisas y proyectan
un optimismo diáfano. Esta adaptación no parece televisión de hoy sino de cuando el género policial
era a la vez más simple y más interesante.

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