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Consideraciones relativas a la relación de las comunidades étnicas y campesinas colombianas

asentadas a lo largo del cauce del Río Atrato con el Río Atrato

Laura Ibañez Juliana Manrique Antonia Zapata

El Río Atrato, cuya cuenca representa poco más del 60% del departamento del Chocó, es un
territorio donde habitan múltiples comunidades campesinas y étnicas como los Embera-Katío,
Wounan, Tule, y diversos grupos de comunidades afrodescendientes (Corte Constitucional, 2016).
Al ser una de las zonas más biodiversas del planeta, la riqueza natural de la misma representa un
pilar fundamental de la existencia social de las comunidades que han habitado de manera ancestral
en este territorio. La minería artesanal, la agricultura, la caza y la pesca son algunas de las prácticas
que durante siglos han abastecido y significado la vida de estas comunidades (Bonilla, 2007). Más
allá de ser un recurso físico, el río es parte esencial de la vida y la supervivencia social de las
comunidades que lo habitan. En palabras de sus habitantes, “el Atrato es vida” lo que permite
comprender cómo éste está asociado con el significado histórico de las comunidades locales y es así
el eje ordenador de su vida social (Beltrán, 2012).

La relación de las comunidades étnicas y campesinas colombianas con el agua y el territorio


La relación de las diferentes comunidades étnicas y campesinas colombianas con el agua y
el territorio exige pensar formas de cotidianidad y existencia que se remiten a una ontología
relacional. Lo anterior, ya que los recursos físicos y naturales que se encuentran dentro del espacio
vital de las sociedades previamente mencionadas son percibidas como agentes activos dentro de la
vida social comunitaria. En consecuencia, el agua y el territorio no pueden ser concebidos como
bienes materiales inertes, ya que dentro de los mismos se entretejen una serie de relaciones que
promueven la supervivencia y una adecuada reproducción sociocultural.
En primer lugar, vale la pena explorar los distintos significados que el territorio puede llegar
a tener dentro de las comunidades campesinas a nivel nacional. De acuerdo con Diego Fernando
Silva en su texto Construcción de territorialidad desde las organizaciones campesinas en
Colombia, vemos que el territorio es un pilar fundamental dentro de la existencia misma de las
comunidades campesinas colombianas, esto debido a que la tenencia de la tierra va ligada
directamente con un proceso de autodeterminación colectiva frente al aparato estatal, quien
tradicionalmente ha tenido el monopolio del manejo y distribución territorial. De esta forma, el
autor expone cómo la tierra no es lo mismo que el territorio, y las razones por las que estos términos
no pueden ser utilizados de manera indistinta: “la tierra no es el territorio [...] la diferencia consiste
en el tránsito que hay entre la dimensión económica de producción de la riqueza hacia la dimensión
política de la organización de la vida social” (Silva, 2016, p. 7). Aquí vemos claramente cómo en
contraposición al interés capitalista frente a la tierra como generadora de riquezas, el territorio como
espacio vital para la supervivencia de una población implica la constitución de una subjetividad
política comunitaria. Igualmente, dentro del marco histórico del conflicto armado en el país, vemos
que las comunidades campesinas tienden a relacionarse directamente con el territorio como un
espacio de lucha y supervivencia, donde: “La adopción y construcción del concepto de territorio [...]
ha significado un instrumento válido en la lucha cotidiana por reproducirse históricamente y resistir
a los regímenes de violencia tanto política como económica en los que han estado inmersos” (Silva,
2016, p. 8). En línea con lo anterior, vemos que para las comunidades campesinas el territorio se
presenta como un espacio en el cual éstas se definen a sí mismas, fijan sus normas y modos de
existencia, además de diseñar sus modos de vida en relación con agentes humanos y no humanos,
creando así un multiverso dentro del cual se desarrolla su vida social (Escobar, 2014).
Por otro lado, vemos que las concepciones campesinas que se tienen sobre el agua se
relacionan con una lucha colectiva por una soberanía alimentaria, esto ya que los crecientes
proyectos extractivos y mineros generan altos grados de contaminación en diversas fuentes hídricas,
hecho que destruye la fertilidad de la tierra y afecta la producción de cultivos. Así, “sostienen que la
buena alimentación es vital para mantener una buena salud para seguir vivos, por ello defienden la
ancestralidad de sus territorios y su vocación como agricultores proveedores de alimentos de alta
calidad” (Roca-Servat & Palacio, 2019, p. 127).
En segundo lugar, es importante resaltar cómo el territorio también implica un significado
fundamental dentro de la existencia de diversos grupos étnicos del país. Como vimos anteriormente,
la relación de estas comunidades con el territorio también implica la necesidad de un espacio vital
dentro del cual se pueda reproducir adecuadamente la vida social. De igual forma, vemos que éstos
son espacios de lucha dentro de los cuales los diferentes grupos a nivel nacional buscan reivindicar
su existencia y su cosmogonía, además de la relación que sostienen con elementos humanos y no
humanos, como la tierra, las plantas y los animales. En su libro Sentipensar con la tierra, Arturo
Escobar explica que: “las luchas por los territorios se convierten en luchas por la defensa de los
muchos mundos que habitan el planeta” (Escobar, 2014, p. 77). Como fue expuesto anteriormente,
para estas comunidades el territorio tiene un significado mucho más amplio que simplemente un
lugar de habitación o un espacio productivo, ya que éste es parte de ellos como un soporte de su
vida material, social y simbólica (Londoño, 2018).
Por otro lado, vemos que su relación con el agua va más allá de los recursos hídricos que
ésta puede proveer, donde a la misma le es otorgado un grado de agencia dentro de las relaciones
sociales comunitarias, razón por la cual el río puede ser definido como un agente activo dentro de la
vida social. De acuerdo con Denisse Roca-Servat y Lidy Palacio en el texto ‘Sí a la vida, al agua y
al territorio’: Relaciones hidrosociales alternativas en Colombia, dentro de la cosmovisión de los
indígenas Embera-Chamí el agua es representada como un espíritu que puede influir en el estado de
ánimo e incluso en la salud de las personas: “cuando enferma el espíritu, el cuerpo se enferma, y
cuando enferma el cuerpo, enferma el espíritu, cuando enferma la madre tierra, enferman sus hijos,
o sea nosotros” (Roca-Servat & Palacio, 2019, p. 123). Así, encontramos que el agua es parte
fundamental para las comunidades indígenas colombianas ya que se presenta como una figura tanto
física como espiritual, que tiene un lugar determinado dentro de su estructura social y que hace
parte de cada uno de los individuos de estas sociedades.

Implicaciones socioculturales tiene para las comunidades étnicas y campesinas que habitan en la
ribera del río Atrato y sus afluentes la contaminación de sus aguas, la explotación de sus recursos
naturales y la deforestación de sus bosques
Previo a examinar las implicaciones socioculturales que tiene para las comunidades que
habitan la ribera del río Atrato la contaminación de sus aguas, la explotación de sus recursos y la
deforestación del bosque resulta central comprender cómo se manifiestan concretamente estas
afectaciones medioambientales en el río. En cuanto a la afectación de las fuentes hídricas o
contaminación de las aguas se ha de resaltar la destrucción de las mismas a causa de la acción de
dragado. De igual forma las aguas se ven afectadas por la falta de oxigenación generada por los
altos niveles de desechos (Valencia, 2011). En esta misma línea, a causa de la minería de oro, el
color de las aguas ha cambiado debido a la sedimentación, la presencia de materiales sólidos
suspendidos en el agua, de grasas, aceites, residuos de combustibles y de mercurio (Defensoría del
Pueblo, 2014). En este orden de ideas lo más grave de estas prácticas es que la fuente hídrica está
contaminada con múltiples elementos tóxicos desde su nacimiento en el municipio de Carmen del
Atrato, hasta su desembocadura (Defensoría del Pueblo, 2018). Ahora frente a la deforestación de
los bosques, propia de la industria maderera, se identifica que la misma ha generado una extensa
migración y destrucción de especies de fauna íctica, avifauna y fauna terrestre. La explotación de
los recursos naturales genera así pérdida de biodiversidad y erosión genética por intervención y
destrucción de ecosistemas frágiles. En síntesis los fenómenos mencionados provocan así la rápida
destrucción del ecosistema local (Defensoría del Pueblo, 2014).
Ahora, habiendo plasmado el panorama ambiental que afecta el Atrato es relevante reiterar
que el mismo es central para las comunidades que habitan en sus afluentes. En palabras de una de
las Guardianas del Río, líderes comunitarios que protegen el mismo, “este es esencial para la
supervivencia del pueblo chocoano en sus formas ancestrales de vida” (Semana rural, 2018). Esto
radica en que el río es ordenador de la vida social en cuanto es mito, memoria, vía de comunicación,
recreación, caños y quebradas (Bravo, 2018). Así el río es parte esencial para las comunidades
puesto que, entre otros aspectos como el gran significado histórico y ancestral para estas, es aquel
que posibilita la vida de aquellos que habitan a sus orillas. Es en el río es en donde se llevan a cabo
prácticas como la pesca, la minera tradicional, y los cultivos ribereños, así como aquel en el que
desarrollan oficios vitales como, el transporte y la comunicación, el lavado de ropa y la recreación
(Beltrán 2012). En este orden de ideas la contaminación en el mismo pone en peligro la
supervivencia social y cultural de las comunidades locales. En palabras de una de sus habitantes
“Hoy [en el río] no hago nada, porque me da miedo, porque el río está contaminado de mercurio,
del lodo de la minería, entonces, como las mujeres anteriormente todo lo hacíamos en el río hoy
estamos expuestas, la vida y el cuerpo de la mujer corre peligro porque nos da rasquiña, nos da
hongo, se nos mancha la piel, (...)…” (Semana Rural, 2018).
En línea con lo anterior como parte de la comprensión de las implicaciones socioculturales
que trae consigo las afectaciones medioambientales al río es esencial comprender cómo afecta esto
a las personas que lo habitan. En esta medida es esencial tener en cuenta que las comunidades
campesinas y étnicas que interactúan con el Atrato son conocedoras de su entorno y llevan a cabo
prácticas tradicionales de producción que son fundamentales para la gestación de las narrativas y
estrategias organizativas y culturales que permiten su propia existencia (Beltrán, 2012). En esta
medida la relación de las comunidades circundantes al Atrato con el mismo da cuenta de formas
alternativas y esenciales de vida (Escobar, 2010). Así esta relación sociocultural trasciende la mera
supervivencia y da cuenta de concepciones de vida difícilmente existentes sin la relación con el
entorno.
Ahora, con base en lo anterior se puede establecer que las implicaciones socioculturales que
tienen, en razón de las afectaciones ambientales, las comunidades en cuestión son de todo tipo y los
afectan por lo tanto de forma integral. En primera instancia, podemos señalar que dado que las casas
y poblados de estas comunidades están situados a orillas del río, y las mismas se identifican como
pertenecientes a este o a una determinada cuenca, las afectaciones químicas y biológicas al mismo
repercuten y afecta las nociones de pertenencia y comunidad (Ruiz, 2008). Esto se debe a que deben
tener precauciones y tomar distancia del rio para mantener su salud e integridad. De igual forma, la
contaminación del afluente ha afectado directamente la comprensión del mismo como una arteria de
comunicación. Las comunidades afro descendientes e indígenas así como campesinas emplean este
espacio como una red de relaciones interétnicas que les permiten intercambios comerciales,
familiares y simbólicos (Ruiz, 2008). La alta contaminación y toxicidad, así como las montañas de
piedras generadas por las dragas, impiden que estas importantes relaciones e intercambios se sigan
dando (Defensoría del Pueblo, 2018).
Por otra parte debido a la toxicidad de los ríos, la pesca se ha visto afectada puesto que la
mayoría de los peces migran o aparecen muertos. Esta práctica es esencial en la vida de las
comunidades ribereñas puesto que además de fundamentar la economía hace parte de las dinámicas
diarias de los pobladores. Los hombres van temprano en la mañana a capturar el pescado en los
trasmallos y las mujeres lo “componen” (Ruiz, 2008). El hecho que la pesca ancestral disminuya
desarticula prácticas diarias esenciales para la existencia social de las comunidades. Por otra parte la
agricultura, que es esencialmente un espacio masculino, se ve reducida por las afectaciones al suelo
propio de la deforestación. Esto implica que las dinámicas de la siembra, que permiten una
provisión alimentaria y son un espacio cultural de masculinidad, se dificultan cada vez más
(Semana, 2020). De la mano con las lógicas de la siembra, aparecen las concepciones de ´tronco y
semilla´. Esta es propio de la autodefinición de las comunidades afro descendientes como
renacientes, que implica un continuo social y cultural entre las diferentes generaciones de la misma
(Ruiz, 2008). Al dificultar la siembra esta concepción simbólica tan importante tiende a desaparecer
por la dificultad de trasmitirla.
En suma a lo anterior la contaminación del río repercute directamente en las prácticas
relacionadas con el mismo entendido este como un espacio esencialmente femenino (Ruiz, 2008).
Es en este donde las mujeres “las lavanderas del Atrato” realizan actividades de lavandería y
chocoros, que a su vez tiene implicaciones con las relaciones sociales siendo uno este de los
espacios de mayor interacción femenina (Ruiz, 2008). La alta presencia de agentes químicos en el
río hace que estas dinámicas, centrales para el tejido sociocultural, se vean altamente reducidas por
el miedo a que sus cuerpos se vean afectados. Esta misma toxicidad hace que los niños, que
encontraban en el río un espacio lúdico propio de la infancia, no puedan llevar a cabo estas prácticas
(Bravo, 2018). Paralelamente los ritos culturales como los alabaos, que son cantos fúnebres en los
que se despide al difunto y se hace así una importante alusión al río, se verán eventualmente
transformados y afectados puesto que un eje central de los mismos es la conexión de los difuntos
con el río (Ruiz, 2008).

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