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Perdida Diana, una semana antes de partir mis vacaciones, Enrique volvió a darme uno de
sus imperativos consejos amistosos. Como siempre, olvidando que nuestra amistad no es
uno de sus equipos de basquetbol en el cual hay que fortalecer las debilidades particulares
de sus miembros. Te escribo esto, porque finalmente decidí hacerle caso en estas
vacaciones y utilizar el tiempo de descanso para engrosar mi delgada paciencia y registrar
el proceso escribiéndote como otra forma de matar el tiempo en el día a día.

Ahora bien, el método enriqueano surgió gracias a su constante observación de mi


incapacidad de estar tranquilo. Realmente tranquilo. Hacer nada o a lo más, esperando a
que ocurra algo que interrumpa esa nada, pero siempre, en la tranquilidad como me decía
Enrique.

De colores medios budista se ha empapado el último tiempo, quedándome la impresión de


que ahora el budismo lo ve tanto donde está como donde no está. Sea como sea, el método
se llevó a la práctica yendo a lugares una vez al día. Solo y esperar calmadamente a que
pase el tiempo y acontezca algún evento. Lo importante, es hacer de ese pasar del tiempo,
una taza de leche, en la que en algún momento la cuchara entre a revolver el té, pero ese
momento me recalcaba Enrique, debe ser aguardado sin la menor ansiedad y deseos que
ocurra. Por eso te lo repito de tantas formas, si ocurre, ocurre, si no ocurre, no ocurre, me
recalcó.

Así que hoy, primer lunes vacacional, debuté el entrenamiento en un café que te encantaría
cerca de la casa de Felipe. Café de selección Diana, para paladares que no olvidan que
además de dientes tienen un quinto sentido del gusto en la boca. Con la taza de café en la
mesa, había una tarde por delante para ejercitar la escuálida paciencia, pero a penas y sin
considerarme apurado habré estado once minutos en la cafetería. Apenas once minutos
Diana. Y solo porque cuando miré el reloj para cronometrarme todavía no llegaba a los
diez. Habían pocos clientes así que nadie esperaba mi puesto ni miraba con cara de dame el
lugar. Ni alcanzó el garzón a retirar la taza para preguntarme si deseaba algo más o
insinuarme que pagara y me fuera. Nada de eso y apenas pude estar esos once minutos. Así
como lees Diana, ¿tan inquieto soy?

Anoche Diana, luego de finiquitar la primera jornada de entrenamiento empecé a


dimensionar la gran montaña que tengo que subir para fortalecer mi enclenque paciencia.
Lo que sí, ayer fortalecí de lo lindo mi robusto ocio de una manera que no me creerías e
impactaría a tus coterráneos del primer mundo. Tres si es que no cuatro horas entre partidas
de ajedrez on-line, y vaya a saber uno cuántos videos vi de ese argentino medio pelado que
mezcla matemáticas y tango, matemáticas y chistes o matemáticas y cualquier cosa de la
vida. Así que en plena explicación de geometrías no euclidianas a partir de unas baldosas
vistas en una caminata por la calle Corrientes, llamó Enrique para tirar o más bien, tirarme
las tallas y saber cómo estuvieron los ejercicios de paciencia.

Está difícil y la contienda es desigual capitán, le respondí. Y estoy seguro que con eso de
capitán debe haber sonreído, hinchado el pecho y haber recordado sus tiempos de
basquetbolista nacional. No importa me dijo con un tono de aliento, ya que lo relevante
radica en la constancia de llegar a los veintiún días de entrenamiento. Después te vas por un
tubo, ya vas a ver, que todo o casi todo se arregla con veintiún días, me lo aseguró. Así que
hoy, luego de pasar la mañana en deberes hogareños y viendo al argentino bueno para las
matemáticas y la vida diaria, que altamente te recomiendo buscar a todo esto, almorcé y salí
sin temor al calor del día a engrosar el músculo de la paciencia.

Volví a ir al café cerca de la casa de Felipe, que a todo esto, y por contarte, fui el
afortunado ganador de cuidar sus plantas mientras vacaciona entre caipiriñas y un sol
radiante el muy ladrón titulado. Todo por dármelas de deportista de espíritu y ahorro
vacacional. Pero bueno, la ida al café de hoy no me la vas a creer. Fue exacta, pero es que
exactamente igual que la de ayer en términos de tiempo que duró la paciencia de estar
tranquilo, cómo una paciencia puede durar exactamente lo mismo. Porque el garzón era
otro habían otros clientes, el local era el mismo pero la luz del día era otra, todo eso de que
uno no se baña dos veces en el mismo río, pero sí en los mismos once minutos. Lo único, y
solo para confirmar que los once minutos dentro del río del día de hoy eran distintos a los
once minutos del río de ayer fue que solo miré el reloj al entrar y salir del local, no durante.
Y que mientras tomaba el café, estuve bastante tranquilo, como una taza de leche que bebe
una taza de café y que realmente disfruté ese café mientras duraron esos once minutos. Se
me ocurrió preguntar qué café era y me respondieron que el mismo que el de ayer. Ahora
creo comprender cuando me decías que no tiene gracia comer por comer sino que hay que
saborear, degustar. Como si para este caso, el trago de café fuera único e irrepetible en la
vida, sin importar que dure los mismos once minutos que ayer. En el fondo, es utilizar ese
relegado sentido del gusto que dios nos dio, si es que hay algún dios, tú sabes. Pero para las
próximas vacaciones será eso de reivindicar ese relegado sentido. Ahora, antes que te
escriba otra canutada media agnóstica, terminaré de escuchar al argentino y su aplicación
matemática del chiste.

Diana PM siendo acá AM, te cuento que la tercera jornada de entrenamiento no fue al día
siguiente pues como me ha contado Enrique, se recomienda que cada dos días de deporte se
descanse uno. Suponiendo que el ejercicio espiritual cuenta como deporte, miércoles
descansé y hoy retomé el fortalecimiento de la flácida paciencia. Para el ejercicio, me
inspiré de cierta forma en ti. En tu infalible manera de llegar tarde a los encuentros, pero
invirtiendo tu talento. Cosa de hacerlo funcional a mi ejercicio deportivo espiritual.
En vez de llegar tarde, llegaba más temprano de lo necesario. Por eso, habiendo llegado con
un poco más de media hora de anticipación a mi junta con Alberto, que hace tanto tiempo
que no lo veía y del cual siempre es bueno ponerse al día y contagiarse de su alegría a
ciento veinte kilómetros por hora, no es que anduviera tristón pero por eso mismo deseaba
verlo, aunque fuera contraproducente si lo que deseaba era conseguir un ritmo pausado para
estas vacaciones. Sea como sea, el cansancio muscular de la paciencia necesita de un poco
de sus chistes y su acelerado ritmo de vida del día a día. El punto de encuentro era el primer
Dominó que abrió en Santiago, del que te había comentado alguna vez y no alcancé a
mostrarte por esa fatalidad que nos hacía sombra de terminar siempre en una fuente de soda
distinta a la que decidíamos ir. Llegué con la media hora antes de anticipación que te
comentaba y como era de esperar, Alberto no estaba ni por casualidad. Así que me puse
trabajar la paciencia capeando la sed con un néctar. Logré marcar veinte minutos de
tranquilo reposo, suficiente para quedar con el gusto de logro de quien incrementa el peso
de las mancuernas y completa la serie de repeticiones. Iba a lograr la media hora Diana,
pero Alberto se desocupó antes y se vino directo a evitar mi nuevo record. Lo que sí, antes
de que llegara, estaba mirando hacia la calle y por los espejos murales del local a un
oficinista y lo que yo entendí por su pareja que estaban tres mesas más allá conversando
pero de un momento a otro, el oficinista algo le dice a la mujer y ella se larga a llorar de
una manera tan desconsolada Diana, desconsolada y muda. Pero las lágrimas le corrían y
corrían por la cara, se sonaba e igual la pena le caía por el rostro. Y de un segundo a otro,
frena sus lágrimas, lo mira de frente, pesca medio vaso con coca-cola y se lo lanza dios mío
¡como en las teleseries! Toma sus cosas y sale con escándalo por la silla enganchada a su
cartera. Más dramático imposible. Increíble Diana fue haber visto esto, uno piensa que estas
cosas no pasan, pero habiendo visto esto, estoy considerando darle una oportunidad a las
teleseries para ver que más cosas tan melodramáticas pueden suceder y empezar a buscarlas
en la espera de mis ejercicios de paciencia.

En fin Diana Fugitiva, Alberto está rebien, y sabes, aunque es difícil que sepas, te saqué al
baile de manera tangencial en la conversación y me respondió con el dicho: a río revuelto
ganancia de pescadores. En verdad no creo que me haya captado la tangente por la que le
hice pasar, creo más bien que con el dicho me hablaba de su situación amorosa de soltero
pero nunca solo, más que nunca, nunca solo. Se me fue casi toda la tarde entre conversa y
conversa, tallas y chilenismos que este hombre no deja de inventar o traerme de quizás
dónde. Es sorprendente como Alberto siempre asombra con juegos de palabras y frases que
nunca había escuchado. Te comparto algunas que pesqué hoy y que recuerdo a la rápida:
piruja, armado en Arica, el Lefallé, al-lotijuai, con naspier. Como buen coleccionista que
soy, tomo nota de las joyas que me regala el hablamiento de Alberto, mira ahí tenemos otra,
conocida, pero otra. Algún día habría que hacer un diccionario etimológico ilustrado del
habla de este hombre que represente a este país. Lo último para escribirte, es que bien
buenos los completos te diré, si un día llegarás de improviso, te podría llevar pero sin
decirte, cosa de poder llegar y vencer a la fatalidad de jamás llegar al puerto que nos
propusimos. Pero está difícil que aparezcas, ¿o nofre?, ahí hay otra joya más. Hasta se pega
el habla del buen Alberto como virus. Sea como sea, el local tiene lachorrera de años y va a
seguir hasta quizás cuando. Quizás creas que lo estoy haciendo apropósito pero no es así,
podría incluso ser un chiste, pero son las joyas que se le caen a Alberto y uno recoge sin
querer queriendo. Sea como sea, demórate lo que quieras en llegar, total yo finiquitadas
estas vacaciones tendré una paciencia de montaña para esperar.
Te sigo contando cómo se me fue dando esto del entrenamiento de mi paciencia Diana
Oceánica. Ya que lo que me pareció ridículo y odioso en un principio me terminó por
brindar una sorpresiva rutina para estas ociosas vacaciones de hacer poco y nada. Para el
viernes, quedé de juntarme con Enrique en el café que ya te he mencionado. Repetí el
ejercicio de llegar antes cosa de volver a toparme con alguna escena melodramática digna
de contarte y de contarle a Enrique para cuando llegara. Aumenté la apuesta sobre mí
mismo y llegué con una hora y media de anticipación aproximadamente. Hora y media, no
te miento. Sería como ver una película durante la espera, película probablemente aburrida
donde pasa poco. Pero uno nunca sabe como el dios director, si es que existe, nos podría
llegar a sorprender y mostrar lo que uno menos se esperaría. En el café como te decía, me
repetí a los garzones y ellos notaron que se les repetía el cliente. Al saludarme con una
sonrisa de tanto tiempo, cómo ha estado, me agradó, ya que de habitual tenía poco.
Instalado en una mesa frente al ventanal que da hacia la calle, ya que habiendo solo una
pareja pololiando de lo más azucarada, no imaginé la posibilidad de que el mundo y mi
paciencia me regalará otra escena de teleserie como la del vaso de coca-cola, como si los
acontecimientos de la vida se pudieran repetir así como así. Además, que siendo tan
pequeño el café, mi constante mirada de la escena incomodaría a los tortolitos. Así que
decidí mirar a la calle y a goteo pasaba la gente sin que pasara nada en particular. Sin
impacientarme, empecé a contar cuantas mujeres llevaban prendas que me llamaran la
atención. Al contar a diez mujeres me pasé a ver cuántos hombres iban con alguna pinta
que me gustara. Como adivinarás Diana Vidente, las prendas de mujeres en su mayoría
fueron vestidos floreados y para los hombres las camisas de color plano y pantalón de tela
sobrio me hicieron llegar al cómputo hasta que me aburrí de contar. Esto te lo digo como
preámbulo que tuve que ver antes de lo increíble que me pasó. Más que pasó, fui testigo.

Con el conteo de moda habré estado sus quince, veinte minutos quizás, y luego me pasé su
cuarto de hora en plena ejercitación de la paciencia y contemplación del pasar de la calle,
así sin más, hace dos días miserables once minutos, y ahora cuarto de hora, la calle
entretenía a diferencia de los tortolitos que apenas hablaban como para distraerme con su
conversación. Solo besos, abrazos y caricias aprendidas de las tórtolas. Con suerte y de
muy vez en cuando la tortola pausaba la melosidad para conversar rápidamente sobre un
tema y el tortolo opinaba un poco y luego caían en risas y en el tortoleo sin pudor al
pequeño público presente. El enamoramiento sin vergüenza diríamos. Los garzones, apenas
conversaban entre ellos, supongo que ya lo habían conversado todo durante la mañana y
muy metidos en sus celulares descansaban aprovechado que no había más clientes que las
tórtolas y yo. Así que la calle, con su gotera de personas transitando era el oasis en este
pequeño desierto que estaba entrando. Pero de una gota a otra, y no me lo vas a creer
Diana, pero así fue y tu bien sabes que soy malo para inventar historias cosa que no ha
cambiado, pero de un segundo a otro, se escucha un grito que arrastra un: ¡te voy a matar
flaco conchetumadre! y en eso atraviesa corriendo con una cojera por mi oasis un tipo muy
flaco y pocos segundos después, un pelado inmenso se posa frente al ventanal, pistola en
mano y ¡pá, pá! dos tiros y gritos de la gente. Luego el pelao se metió corriendo al café,
pasa justo por mi lado y toma a la garzona cruzándole un brazo por el cuello y con la
pistola en su cabeza empieza a decir. No mentira Diana, eso último ya es de película. Para
que veas que apenas puedo mentirte. Lo que pasó realmente luego de los dos balazos,
porque hasta ahí todo es tal cual te lo escribo. Es que uno de los meseros atinando por
miedo a que la corta escena que te inventé se concretara en la realidad, fue raudo a cerrar
con llave la puerta del café, acción más que innecesaria pues el pistolero dio los balazos y
cruzó la calle corriendo y se perdió. Emocionadísimo por el vuelco que el dios director, si
es que existe, le dio a la película que no era película, me mantuve en mi puesto y no salí a
copuchar que sucedió. Pero el garzón, además de temerosamente imaginativo, resultó
copuchento. Le sacó el seguro a la puerta y se fue a traer la noticia. Contó que al flaco cojo
que le dispararon, salió ileso de los dos balazos, porque por lo que le contó la señora de un
quiosco, cuando el tipo disparó, el flaco cojo arrancado cae al piso, se retuerce, se queda ahí
unos largos cinco minutos, gira la cabeza sutilmente a ver si el pelao se había ido y al no
verlo, se para y sale corriendo con su cojera. La infalible técnica de hacerse el muerto
Diana. Increíble las sorpresas que te puede brindar la paciencia. Reposado lo que pasó
pensé en la sonrisa triunfal que pondría Enrique cuando le cuente lo que viví. Miré el reloj
y quedaban cinco minutos para las siete, que era la hora que habíamos quedado de
juntarnos, así que pagué para salir a dar una vuelta para estirar las piernas antes de que
llegará y pasara quizás cuánto tiempo más sentado conversando. Di la vuelta a la manzana
y ahí apareció con su cara de concentración en las cosas más nimias de la vida.

Estuvimos en el café hasta que la garzona que podría haber sido tomada como rehén nos
trajo amablemente la cuenta. Le alcancé a contar la historia del Pelao y el Cojo y me
restregó lo buen amigo que es al insistirme en que trabajara mi paciencia, ya que ahora
podía ver los frutos que estaba obteniendo. Hacer de la realidad constante y cotidiana, una
realidad digna de contar con emoción atlética y artística, como los partidos memorables que
tiene en su haber Enrique, que cuando puede como recordarás, luce como si fueran cuadros
de pintura. Enrique me contaba que todo lo contrario de una realidad atlética y artística el
equipo que está entrenando no hay mucha vuelta que darle, los pobres niños literalmente
son pobres, chicos, malos y no hay nada que hacer. Pero lo que sí rescata es el triunfo moral
que logran que de alguna forma no se rige por su condición de clase. A pesar de que los
marcadores terminen 46-8, 52-12, lo entregan todo estos niños y al momento de hacer un
miserable punto, vale es que desproporcionadamente más que ganar un partido me asegura
y sorprende Enrique, irrealmente más. Incluso, la frustración de perder, y ahí el logro moral
de estos pequeños, no les dura más que los cinco minutos que tardan en ponerse a lanzar
cañonazos al aro mientras el equipo ganador se lleva su victoria con el temor de perderla en
el siguiente partido.

Salimos del café y nos fuimos caminando por las calles interiores hacia el centro para
encontrar un lugar donde seguir conversando. A todo esto, Enrique, que todavía no le
cuento que te estoy escribiendo, me preguntó si tenía noticias de ti. No le entendí mucho
porqué, pero parece que a raíz de un problema ético que le estaba apretando el zapato y
supongo que tu opinión siempre la consideraría más sabía. Como le dije que ni pistas tenía
de ti, le ofrecí para darle mi humilde poco sabia opinión. Pero te cuento en detalle. Resulta
que Enrique contrariando su regla de evitar cualquier situación que le cause problemas, en
un cumpleaños de uno de sus colegas conoció a la ex pareja de uno de sus amigos del club
de basquetbol y en palabras de Enrique: sin darse cuenta cómo se enamoró de esa mujer.
Quién diría Diana, que nuestro roble Enrique pudiese ser un gorrión que se lo lleva el
viento del amor una noche cualquiera. Le pregunté qué tan amigo era del amigo, y cómo
cree que se lo tomaría. Complicado me dijo, porque es muy amigo del amigo y mal se lo
tomaría me respondió. No podría ser de otra manera por ese afán de la vida de no tomar las
formas simples y armónicas a buenas y a primeras. Lo cual ahora que te lo escribo, quizás
no esté tan mal que sea así. Si no en qué nos gastaríamos el tiempo que tenemos en esta
vida. Me bajo de la rama que casi me encaramo y vuelvo al punto, pero no te vayas a reír.
Pero no supe que decirle y eso le dije. Que tuviera paciencia y le sonreí con un pequeño
dejo de ironía. Ahí le cambié el tema para que se despreocupara de el enredo amoroso y se
explayara sobre el campeonato nacional alegrándose por el posible ascenso a primera
división de su querido Santiago Wanders.

Te sigo escribiendo Diana Fantasmal, a pesar de tu brillo por ausencia. Anoche con Enrique
nos quedamos hasta que cerraron el local. Fue chistoso que luego de unos momentos de
letargo, donde solo sonaban los temas rockeros y rancheros de los otros parroquianos,
Enrique rompiera la letanía del lugar con una emoción al contarme sobre las vanguardias
artísticas que hace dos semanas le había escuchado a Ana. Sí, Ana la difunta que al parecer
revivió. Se juntaron para que practicara su ponencia para un congreso de historia del arte a
principios de marzo en Uruguay. Casi ofendido, Enrique despotricaba contra estos tipos tan
vanguardistas y tan refinados, indignado por lo que de vanguardistas solo le quedaban lo de
refinados. Que eso de concebir arte y vida como unidad, es algo que para el deporte
siempre ha sido así. Todo deporte si se práctica como tal resulta artístico e involucra la
vida. No hay deporte que no sea así. Siempre arte y vida donde deporte es ambas para quien
es deportista. Después no recuerdo que más habremos conversado, pero seguimos
hablando, hablar por hablar. Hasta que una vez más en el día, nos trajeron la cuenta
amablemente. Lo que sí antes de que nos fuéramos una mesa detrás de Enrique, por medio
de los espejos pude ver a una pareja mayor que calladamente tomaban sus tragos pero la
mujer, tan callada bebiendo su licor de oro con una tranquilidad digna de la eternidad que
me recordó a ti.


Primer fin de semana vacacional Diana Fantasmal y pinta todo mal. Exagero como siempre.
Pero el día está caluroso, las cervezas de anoche me dejaron una caña terrible que hace
invivible el día. Exagero nuevamente. Pero el problema del día radica en que tengo que ir a
regar las plantas de Felipe y para enguindar la situación, Enrique me llama a medio día,
fresco como lechuga, haciendo alarde de su infalible metabolismo y capacidad de beber
agua a camionazos antes de irse a dormir cuando toma cervezas de más. Su juventud que no
se va, me desmotiva. Aunque intenta alentarme a lograr ejercitar la paciencia frente a la
adversidad de una resaca del mal, ya que eso define a un deportista, frente a la adversidad
no abdicar. Así que decidí no hacer nada más que beber agua y estar lo más quieto posible
haciendo nada, hasta que baje el sol y pueda caminar pacientemente hacia la casa de Felipe
para regar sus benditas plantas y lograr la definición de deportista.

Diana Atemporal, ayer recién despertado hice lo que te dije que haría. Dejé pasar toda la
mañana para que se llevara la resaca con la que andaba y recién terminado el almuerzo diría
que me recuperé completamente esperando a que el calor de la calle se fuera. En tres horas
hice poco, pero lo justo que se podía hacer en esas tres horas. Una película regular en
blanco y negro del TCM, pero que me dejó con gustó a bah. Luego un intento de siesta
infructífero por culpa del calor que agarra este departamento en verano así que aproveché
de escuchar casi desnudo un disco de bossa nova que me recomendó Julio, un compañero
del trabajo que dijo que era especial para capear el calor.

Como puedes leer, mi vida cotidiana sigue tan común y corriente como cuando andabas por
acá. Con la excepción de las salidas a ejercitar la paciencia que dan sus sorpresas. Sorpresas
tales como ver pasar a un viejo pascuero en motoneta con una mujer casi cayéndose a su
espalda a una cuadra del departamento de Felipe. Pero sorpresa mayor aún fue haber visto
salir del departamento a Enrique con una muchacha que por su color de pelo fucsia
claramente no era Ana. Militante acérrima como tú a la naturalidad capilar. A la distancia
que estaba, estoy seguro que Enrique ni se percató que lo pillé infragante. Así que desde
ahora, el entrenamiento de la paciencia se transforma en una indagación de qué está
sucediendo en la vida amorosa de Enrique. Por lo que decidí gastar la semana que me
queda de vacaciones en averiguar el oculto enredo amoroso de Enrique, cual si fuera
detective privado. Para que vayas dimensionando lo que puede hacer el ocio y la paciencia
juntos.

¿Qué será de tu rutina, Diana Perdida? Acá ya con la primera semana despidiéndose, el día
encontró su rutina. De hecho, hoy, se fue en quehaceres domésticos y apenas en la tarde
noche pude ejercitar la paciencia. Fue sorpresivamente agradable lo que me pasó.
Insignificante sin lugar a dudas, pero para los tiempos que corren, en estas sutilezas se
esconde lo bello y hemos de refugiarnos ahí. A todo esto, sigo con la idea firme de jugar al
detective frente al caso de Enrique y su amorío no confesado con la muchacha de pelo
morado. Ayer te dije que era fucsia pero hoy me corrijo y es más morado que fucsia. Luego
te escribo porque lo sé, antes te quiero comentar lo bello que encontré al pasar al café de
siempre. Al entrar, una de las garzonas me reconoció y saludó como si fuera un cliente de
siempre, de esos de barrio que nos muestran las películas. Como puedes leer, algo nimio,
pero noble considerando la hostilidad del día a día que se mantiene tal cual la dejaste en
esta ciudad. Pero bueno, terminado el café y despidiéndome alegre y con una tranquilidad
de nunca, proseguí con mi indagación al departamento de Felipe para resolver el caso
Enrique.

En el departamento busqué rastros de una tercera persona, en el baño si es que habían


papeles de más, alguna silla o cojín corridos que indicará la presencia de Enrique y de su
acompañante, algún vaso en el lavaplatos pero nada. En ese momento Diana, pensé que la
chica por esas grandes coincidencias viviera también en el edificio de Felipe y Enrique la
visitará en su casa, y solo fue una coincidencia que los viera salir de ahí y estuviera
perdiendo mi tiempo en indagando donde no había nada. Pero no. ¿Por qué no? Porque
cuando revisé la cama, frente a las sábanas desnudas, a los pies brilló un cabello morado.
Por eso la seguridad de que la muchacha tiene el cabello morado y no es Ana quien jamás
se teñiría el cabello.

En fin, me emocionó y dio nuevos aires para estas cotidianas vacaciones haber encontrado
ese cabello, de hecho, me quitó el sueño, así que te cuento los planes para mañana y me
pongo a jugar ajedrez por internet. Para mañana: volver al café de siempre para alimentar la
imagen del cliente habitual que me cayó del cielo practicando algo la paciencia. Volver a
revisar el departamento de Felipe y de paso regar las sedientas plantas que con esto de jugar
al detective olvidé regarlas. Realizar un seguimiento directo a Enrique a la salida de su
trabajo, pero para eso, ir al paseo Ahumada a practicar siguiendo a desconocidos. ¡Qué
emoción! Pero de verdad Diana, ¡qué emoción que mañana sea lunes! Muy buenas noches.

Diana, esto de jugar al detective me euforizó. A las siete de la mañana ya estaba en pié eso
que trasnoche jugando ajedrez. Y no siguiendo el orden del plan que te conté ayer, me fui
directo al paseo Ahumada pero antes desayuné en el café Octaedro detrás del cerro Santa
Lucía. Un café cortado con un aliado más una paila de huevos para llegar bien en pié a la
hora de almuerzo. Estando al lado del paseo Ahumada partí por el entrenamiento de
seguimiento a desconocidos. El primero, fue la primera. Una señora mayorcita, de chaleco
rosado pastel con una sutil cojera y unos sesenta y tantos años al ojo. A paso lento, o más
bien sin apuro y en concordancia a sus años en el cuerpo recorría el centro con. A su paso
cojo y lento tuve que ralentizar mi marcha. Por Ahumada subimos, ella lento y yo más lento
aún cuidando las distancias e intentando sentirme cómodo en el seguimiento. Caminar o
más bien, seguir lento a alguien Diana, si uno va solo es difícil. Sigo tendiendo a caminar
rápido junto con los coterráneos que contagian el apuro. De hecho, solo por ir a paso lento
sin pertenecer a la tercera edad me traía ciertos sustos de choque con los peatones que
venían en dirección contraria, que no sé si se ponían nerviosos frente a mi lentitud o
encontraban insensato que sin ninguna lesión caminara a ese ritmo. Sea como sea, obviando
esos detalles adversos, me concentré en la abuelita en cuestión. llegando hasta el paseo
Puente, y ahí la dejé ya que a media cuadra entró a una tienda de lanas.

Aprovechando la encaminada, doblé hacia la izquierda cosa de empezar a acercarme a la


casa de Felipe buscando seguir a alguien en el trayecto. Cuadra y media por Santo
Domingo y apareció Corbata Roja. Con un envidiable terno azul oscuro salía el muy pícaro
del café Atenea. Lo comencé a seguir y este caminaba a ritmo normal. Un cuatro cuartos
como diría Iván en su afán de ritmizarlo todo. Así que ahí bajando un poco del cuatro
cuarto le seguí la huella. Lo seguía por Santo Domingo y a la segunda cuadrada me
sincronicé a su paso. Me sorprendió que Corbata Roja a pesar del café y su oficinismo
inherente a él no caminará a ritmo apurado. Por el contrario, esperaba si el semáforo
parpadeaba, se tomaba el tiempo para mirar titulares en los quioscos y se tomaba el tiempo
para mirar a las mujeres que llamarán su atención. Debido a sus constantes pausas al
caminar se me ocurrió seguirlo siempre con una o dos persona delante de mí, cosa que no
se me percatara de mi presencia. Tres cuadras pasadas el metro Santa Ana, Corbata Roja
entró al Colegio de Administradores y ahí quedó su seguimiento. Caminé sin intención de
seguir a nadie y casi llegando departamento de Felipe me En un gesto ridículo antes de
llegar me di vuelta inesperadamente cosa de sorprender a alguien que también pudiera estar
jugando a seguirme. Evidentemente no había nadie, pero uno nunca sabe.

Me emocioné contándote el entrenamiento del seguimiento siendo que lo importante pasó


después. En la casa de Felipe, todo seguía igual, así que le saqué unos lentes de sol negros
para complementar el disfraz de detective y protegerme del sol que harto fuerte estaba
pegando. Me siguen desagradando a todo esto los lentes de sol Diana, pero la ocasión lo
ameritaba ya que nunca los uso serviría para que Enrique no me reconociera a buenas y a
primeras si se diera vuelta sorpresivamente. Estuve haciendo la hora y practicando la
paciencia en el café de siempre, cosa de alimentar la imagen del cliente habitual, tanto así
que le mentí a la garzona afirmándole que vivía por el barrio. Luego de una hora y algo,
partí a esperar la salida de Enrique de su trabajo. Me instalé en un parquecito al frente que
había con aproximadamente media hora de anticipación, como lees, la paciencia nunca se
deja de entrenar. Si bien, andaba con un crucigrama para matar el tiempo, así que entre
respirar, adivinar palabras cruzadas y mirar dejé volar los minutos. También, y lo confieso,
en un instante al estar al acecho de Enrique solo por una curiosidad ociosa, me cuestioné
por qué hacía toda esta ridiculez. Llegue a responderme, inconformemente, con un ¿por qué
no hacerlo? y culpé al ocio de las vacaciones. A diez minutos de lo que tenía contemplado
que pudiera salir Enrique aparece por la puerta del gimnasio con un bolso de balones.
Saluda y se despide de algunos apoderados que estaban en la entrada y se pone a caminar
en dirección al norte. Dejé que avanzará, crucé la calle y comencé a seguirlo.

El destino, es chistoso Diana, porque él sería el verdadero culpable de mi ridiculez. Más


que el ocio vacacional. Porque el hecho de que Enrique haya preferido irse a pie en vez de
que en colectivo o que ese día no se hubiese enfermado, o que se hubiese ido con algún
apoderado o se haya quedado conversando con algún colega hasta las tantas o en vez de ir
hacia el norte, hubiera cruzado la calle y me hubiera reconocido inmediatamente a pesar de
los lentos negros, cualquier cosa que pudiese haber pasado para frenar esta ridiculez en la
que estaba metido, pero no, no pasó nada de eso y pasó que lo comencé a seguir por la
primera cuadra, por la segunda, la tercera hasta que se detiene en un negocio de comida
para perros. Me detengo a tiempo en la esquina de la cuadra y detrás de un paradero espero
a que salga nuevamente. Miro la tienda, respiro, lo espero hasta que sale del local y
comienzo a seguirlo nuevamente con dos o tres personas entremedio. Ves, el destino
nuevamente, si la calle hubiese estado sin nadie hubiese sido casi imposible seguirlo. En la
esquina siguiente dobla hacia la izquierda, avanzamos por dos cuadras y me comencé a
acercar más a sus pasos, con el resguardo de una persona solo por más emoción que estaba
sintiendo. Enrique avanza hacia su destino y yo detrás lo sigo. Hasta ahí el recorrido es
fidedigno Diana, luego ya me desorienté y simplemente lo seguía, hasta que unas cuadras
más se detiene justo en un local de comida china que brillaba con sus luces rojas y
amarrillas en la cuadra. Enrique entra y yo detrás paso de largo cosa de mirar a distancia
por el ventanal que daba a la calle. Diagonal al local en la vereda de al frente, pude divisar
bajo esos cuadros inmensos de montañas y ganzúas o algún otra ave a ella. La veo Diana,
justo a ella por desgracia de espalda con su cabello morado. ¡La muchacha de pelo morado
y Enrique en el restorán Nueva Asia! Como si todo estuviera escrito para que los viera pero
resguardando la identidad de ella. Te das cuenta Diana lo chistoso que puede ser este
destino que no se detiene dándole cuerda a mi ridiculez.

Como no sacaba nada verlos comer a la distancia, me devolví para tomar una micro y
escribirte esto que estoy escribiendo, Pero antes, en el paradero se me ocurrió llamar a
Enrique para invitarlo a una chorrillana o algo y ver que me decía. Se demoró en contestar,
pero el muy mentirosillo me respondió y me dijo que no podía, ya que estaba cansado y ya
estaba instalado en su casa. Apenas una pequeña sequedad se le notaba en la voz a Enrique,
pero bastante pequeña considerando que mentía descaradamente. Quién diría Diana que
Enrique, mintiera y solo por cuidar el secreto de un potencial romance. Por qué será, si más
que mal nunca veo a Ana como por si se me pudiera escapar algo que lo perjudicara en caso
de que quisiera regresar con ella. Pero bueno, mañana quedamos de vernos, así que
aprovecharé de hacerme el de la chacra para intentar sacarle algo de información y ayudar
al destino a mantener este juego del detective que me tiene inmerso.


Diana Solar, ¿hay allá días nublados? Te cuento que vengo de juntarme con Enrique y de
jugar un día más al paciente detective. El caso sigue abierto. Pero antes te tengo que
escribir ciertas cosas lo más fuerte y claro posible. Llevo contándote mi rutina vacacional
porque desde que te fuiste tiempo no ha habido para saber de ti o que tú sepas de mí. No
has enviado noticias y supongo que esperas la iniciativa de mi parte. Con las vacaciones y
su régimen de paciencia llegó la iniciativa. De a poco. Día a día y como si nada te he
escrito. Sin lugar a dudas lamento el que te hayas ido y yo me haya quedado. No haber
tenido el valor de seguirte o de aceptar la vida juntos que tú veías allá lejos. Allá donde se
trabaja menos y vive más, como podría decir algún comercial. También el no haber
pensando en la posibilidad de esperar a que te fueras y ver como se daban las cosas con un
océano de intermediario. Pero no. Me puse, como si fuera una prenda y no una cualidad que
uno lleva dentro, idiota. Actúe como idiota, dije cosas de idiota y me quedé solo como un
idiota. Lo bueno que la idiotez me dio tiempo para pedir las disculpas correspondientes de
un idiota. Aprovecho de volver a agradecerte el que las hayas aceptado Diana Divina. La
cosa, es que con semana y media de practicar la paciencia, mirar, esperar, pasear con
lentitud, regar plantas ajeas y hasta jugar al detective, quisiera saber si cruzo el océano para
hacer la vida juntos allá donde se trabaja poco y vive harto, lo he pensando harto, no creas
que no, lo aceptarías. ¿Qué me dirías Diana Interpelada? Te lo dejo aquí escrito.

Quiero resolver el caso de Enrique y te envío todo lo hasta ahora para saber noticias tuyas
y tu sepas en qué me he pasado estas vacaciones.

Retomando el caso Diana, ayer agradecimos la frescura del oscuro Bar Paraguay, bar de
mala muerte pero con vida que le gusta ir a Enrique cada vez que puede. Me saludó de lo
más normal y empezó a saltar sobre temas genéricos en la conversación. Me preguntó cómo
iba con el entrenamiento de la paciencia, que tal se estaban yendo las vacaciones, las típicas
cosas del día a día. Le comentaba que iba bien con la paciencia, que daba sus frutos y que a
pesar que la lentitud ha sido el espíritu que ha regido estas vacaciones, volando han pasado.
Le propuse que celebráramos el viernes mi último día de vacaciones, a lo que me dijo que
lamentablemente no podía y lo disculpara, que tenía otro compromiso. Inmediatamente
supe que saldría con la chiquilla de pelo morado, así que aproveché de empezar a indagar
en su romance escondido. Le pregunté si había ido a regar las plantas de Felipe por
casualidad ya que la otra vez me dio la impresión que alguien había estado en el
departamento. Obviamente me afirmó que ni por casualidad. Después o entre medio de
algún otro tema le saqué a Ana al baile como para poner el tema de su corazón sobre la
mesa y ahí algo aprecié fugazmente en su cara, precisamente en su mirada. Y es en la forma
que tiene de ponerse nervioso. Pasa de mirar con ojos directos y firmes a tener a mirar en
diagonal mientras te habla. Además, con un falso tono grave, me dijo que a lo de Ana no
hay más vuelta que darle, no pueden estar juntos pues como dice la canción, a veces entre
dos, no basta solo con amor. Y esperar tropezar una tercera vez con la misma piedra es
como mucho me afirmaba Enrique. Hay que terminar por aceptar el fracaso. Como bien
aceptan perder los partidos sus pequeños basquetbolistas y siguen adelante.

Como lees Diana, no contaba nada. Así que para ya ser directo y presionar de una vez la
conversación le pregunté si había alguien que merodeara su corazón. Me omitió la pregunta
olímpicamente con la excusa que tenía que ir al baño. Cuando volvió haciéndose el loco me
pregunto si estaba viendo el final del campeonato nacional. Le dije que sí, pero solo estaba
viendo los resultados y que para qué esquivaba la pregunta. En un intento de chiste me dice
que nada había para contar. De chiste se puso serio. Luego vinieron las ramas de
conversación y viendo mis pésimos dotes detective interrogando, opté por preguntarle si
había estado por el barrio de Felipe el fin de semana pasado, porque me había dado la
impresión de haberlo visto, acompañado incluso, por eso la pregunta del corazón. En una
extraña cara de Enrique me sonríe y seriamente después me dice que no, muy serio y
rotundo, con un cinismo jamás visto en él. Me dijo que difícil que lo haya visto, porque
pasó el fin de semana en un campeonato perdiendo con sus basquetbolistas. Increíble
Diana, quien diría que los amigos mienten y te mienten así por así. Claramente me
obsesioné con esto de averiguar y esperar a que Enrique me cuente parte de su vida privada
como un deber de la amistad, pero los años de amistad y para qué mentir y mentir tanto me
pregunto. Si está bien mentirle a la familia, a la pareja lo justo y prudente como alguna vez
lo conversamos, pero para que a los amigos. Vaya uno a saber Diana, y mañana si el
destino que tan bien se ha portado con mi ocioso afán detectivesco lo quiere volveré a
seguir a Enrique cosa de encontrarme casualmente con él y con la muchacha de pelo
morado. Eso mayormente Diana, el resto del día no hice mucho, así que mejor ni te lo
cuento, la paciencia y lo detectivesco valen la pena.

La paciencia y lo detectivesco no valen la pena Felipe. Y la curiosidad mata al gato. Ahora


que ya estoy instalado en esta nortina parte del continente, para saber de ti, de los otros y
que de pasada tengas mi versión de los hechos para que quede en acta. A ti que te gustan
tanto las actas. Todas las páginas anteriores considéralas como un testimonio fidedigno de
cómo se desenvolvieron los hechos desde mi punto de vista. Y esta última página como la
pieza que te falta para saber el cuadro completo.

Luego de mi ruptura con Diana estuve mal, tú me vista mal, Enrique me vio mal, todos me
vieron mal. Pero luego, empecé a estar mejor. Hasta incluso llegué a estar claramente bien,
en pleno movimiento nuevamente. Sin un norte, por contraste de ahora que terminé en esta
fría y lejana ciudad cerca de Montreal. Recuperado de la separación con Diana,
evidentemente y como te corroboran las páginas que te envío, la pensaba, la recordaba y me
negaba a dejarla ir por el río de la memoria. De ahí, el afán de escribirla para hacerla
aparecer y contarle el pasar de los días a falta de algo mejor que hacer. Pero cómo iba a
saber que de tanto escribirla la invoqué y se le ocurrió aparecer sin dar una señal. Ser esa
mujer de pelo morado cuando siempre dijo que nunca se teñiría el cabello. Se lo habrá
pintando allá lejos dónde estaba o cuando se enredó con Enrique, qué gesto más infame sea
como sea. Pero ya da igual.

Qué tan egoísta y exagerado puede llegar a ser el amor que tuve que viajar, bah, que viajar,
irme, arrancar lejos, al otro extremo del continente para poder aceptar el traicionero pero
justo amor entre ellos. ¿Qué más podría haber hecho Felipe? Infinitas menos una cosas más
en vez de mandarme a cambiar. Pero bueno, acá estoy, bien instalado y no hay mal que por
bien no venga. Punto final con el testimonio.

Con un mes más Felipe mi inglés estará más que aceptable y podría acceder a traducciones
mejor pagadas y buscar un trabajo mejor. Por ahora, con las pocas y simples traducciones y
el trabajo a media jornada en una heladería puedo vivir como vivía en Santiago. Me
sorprende pero no creas en el sueño que uno podría imaginar, sino que es el mal que por
bien no viene simplemente actuando. Porque conversando con otros chilenos y latinos, de
haberla sabido sus historias antes, ni por casualidad me hubiese subido a ese avión. Me
tragaba la traición y felicidad de Enrique y Diana. Así que piénsalo si quieres llegar a
alguno de estos países primer mundista mi sudaca amigo. Pero bueno, acá estoy y mal no
estoy francamente. Por último una vecina muy simpática y bonita, que te agradaría por su
dedicación a las plantas, me está haciendo ojitos. Si te preguntas qué más hago, no mucho.
Responder a esos ojitos con un regular inglés, intentar conversar con desconocidos para
hacerlos conocidos y practicar el idioma y también y quién lo diría, seguir entrenando la
paciencia, caminando cuando se puede y buscando situaciones para contar a través de las
cafeterías. También me acuerdo de ustedes de cuando en vez y no puedo seguir
escribiéndote porque quedé con una compañera de trabajo para conversar y mejorar el
inglés y haciéndole honor al tercer mundo, voy atrasado. Cuéntame de ti, de tus plantas y
no se lo digas pero dale mis buenos deseos al par de delincuentes del amor. Fuerte abrazo y
espero que te guste la postal, los lentes te los sigo debiendo.

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