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CUADERNILLO BIBLIOGRÁFICO

Tras los pasos de mujeres en tiempos de revolución


Alexandra Kollontai, Rosa Luxemburg y Clara Zetkin

Alejandra Ciriza

En el año 1917, el gran océano de la humanidad empuja


y se balancea, y una gran parte de ese océano está
hecho de mujeres

Alexandra Kollontai (1927)

Este escrito busca recuperar las trayectorias de algunas revolucionarias de inicios del siglo XX,
mujeres que compartieron el agitado escenario de movilización proletaria y lucha política que
marcara el ascenso del ciclo revolucionario que culminó, en octubre de 1917, en la revolución Rusa.

Rosa Luxemburg (1871-1919) polaca, integrante de la socialdemocracia y fundadora con Clara


Zetkin (1857-1933) y Karl Liebknecht (1871-1919) de la liga Espartaco; las bolcheviques Alexandra
Kollontai (1872-1952), Nadezhda Krúpskaya (1869-1939) e Inessa Armand (1874-1920) nacieron en
tiempos del alzamiento de la Comuna de París. Sus vidas, como las de muchas y muchos de sus
contemporáneos, como la de Lenin (1870-1924) y la de Trostky (1879-1940), transcurrieron en un
tiempo en que los condenados de la tierra soñaron con tomar el cielo por asalto y, en ese impulso,
condujeron sus pasos, sus reflexiones y sus vidas más allá del horizonte de lo inmediatamente
posible.

Ese tiempo urgente les obligó a pensar asuntos que aun hoy nos desvelan: las vías para hacer la
revolución; las relaciones entre economía y política; las transformaciones del capitalismo en una
coyuntura en la cual era preciso analizar la cuestión del colonialismo y de la expansión imperialista
como respuesta al desarrollo de las fuerzas productivas y a la expansión mundial del capitalismo; el
asunto de las estrategias de los/las trabajadores y sus organizaciones ante el conflicto en
momentos en que la primera guerra inter-imperialista conmovía los cimientos de la Segunda
Internacional; el lugar de las mujeres en los procesos de transformación política.

Ligadas por la pertenencia a la tradición marxista, Luxemburg, Kollontai, Krúpskaya, Armand, Zetkin,
se ubicaron de muy diversas maneras en estos debates. Sin embargo dos asuntos trazaron entre
ellas profundas afinidades: la defensa del internacionalismo y de una posición crítica ante la
conversión de la mayor parte de los integrantes de los partidos social demócratas en furgón de cola
de las burguesías de sus propios países, tal como ocurriera en la Conferencia de Zimmerwald,
ocurrida en Suiza entre el 8 y el 15 de septiembre de 1915, y la defensa de la idea de que la
emancipación de las mujeres no ocurriría sin una radical transformación en las condiciones
materiales de existencia.

Alexandra Kollontai, una comunista sexualmente emancipada

Entre los escritos e intervenciones que Alexandra Kollontai destinó a la cuestión de las mujeres, me
interesa traer a colación sus ideas respecto de la articulación entre la lucha de clases y las
relaciones entre los sexos. Nacidas al calor de su incorporación al partido socialdemócrata ruso en
1898, y de acontecimientos que, como el domingo sangriento de 1905, irían marcando la
organización de obreros y obreras, campesinos y campesinas y mujeres rusas en contra de la
autocracia zarista, las reflexiones de Kollontai buscan precisar las relaciones entre cuerpo sexuado y
sociedad inscribiendo las relaciones sexuales en la lucha de clases y en la historia (Kollontai, 1926).

Debemos a Engels (1884) y Kollontai la afirmación de que las relaciones entre los sexos no son
ajenas al conjunto de las relaciones sociales, que se hallan determinadas históricamente y
obedecen a procesos y arreglos que exceden con mucho la sola individualidad, la nuda genitalidad,
e incluso el mundo (que siempre imaginamos sólo interpersonal) de los afectos.
En un texto de 1911 titulado “Las relaciones sexuales y la lucha de clases”, la autora interpreta lo
que denomina la “crisis sexual actual” como la más profunda de la humanidad. La crisis comenzó
con la migración del campo a las ciudades ocurrida en tiempos de la transición del feudalismo al
capitalismo. Sin embargo, a diferencia de la actual, la crisis renacentista sólo afectó a unos pocos,
pues la mayor parte de los y las sujetos, campesinos de la gleba, continuaron viviendo en
comunidad. El avance del capitalismo en cambio la extendió a la mayoría de las personas
sumiéndolas en la más profunda soledad, una soledad individual que busca compensación en el
amor sexual y se alimenta de la idea burguesa de propiedad (Kollontai, 1911).

La crisis contemporánea de las relaciones sexuales es la más profunda de la historia de la


humanidad, porque está marcada por la impronta que la sociedad capitalista deja en la subjetividad
singular: el individualismo y la idea de propiedad, que se sobreimprime, por así decir, en el terreno
fértil de la dominación ejercida durante siglos sobre las mujeres.
Desde la perspectiva de Kollontai el aislamiento a que conduce una sociedad que considera al
sujeto como un individuo desligado de toda relación, genera tal soledad espiritual que éste se ve
impulsado a la tentativa constante de apropiarse del alma del otro/a, en la desesperada búsqueda
de una salida.

En un mundo en que el capital chorreaba “sangre y lodo”, utilizando la expresión de Marx, la idea
del amor romántico se presentaba como una tabla de salvación. La aparente desconexión entre
amor romántico y condiciones de existencia, tan difícil de descifrar, se revela como efecto del
individualismo y el aislamiento que la sociedad capitalista produce debido a la forma del lazo social,
que desliga al sujeto de todo vínculo comunitario. Individualismo y extensión sobre los seres
humanos de la idea de propiedad generan pretensión de exclusividad, formas inéditas de control,
vigilancia y cosificación, pues el otro (la otra en realidad) es poseída a la manera de la una cosa de
un modo tan profundo como no lo ha sido en otros momentos de la historia. Es por esto que en las
sociedades individualistas la única expectativa de emancipación, felicidad y consuelo procede de la
ilusión amorosa. La pareja aparece como el exorcismo para todas las desdichas, como el consuelo
ante la hostilidad del mundo social. Dice Kollontai:

Dos seres que ayer eran extraños el uno para el otro, hoy, únicamente porque les unen
sensaciones eróticas comunes, se apresuran a poner la mano sobre el alma del otro, a
disponer del alma desconocida y misteriosa sobre la cual ha grabado el pasado imágenes
imborrables y a instalarse en su interior como si estuvieran en su propia casa (Kollontai,
1911).

La idea de fidelidad que nace con la burguesía no se limita a la posesión física, sino que avanza
sobre la psiquis hasta el punto de pretender controlar los pensamientos del otro/a, e incluso no
sólo su presente sino su pasado.
El terreno sobre el que se asienta la moderna crisis sexual se halla abonado por una asimetría
histórica entre varones y mujeres, que ha posibilitado la minusvaloración de la experiencia, la vida y
los cuerpos de las mujeres. La doble moral sexual que habilita a los varones para la libertad y
restringe a las mujeres, consideradas como accesorio, “ha envenenado durante siglos la psicología
de hombres y mujeres” (Kollontai, 1911:8). Esas actitudes y creencias, con su “penetrante ponzoña”
legitiman el control y expolio de los cuerpos, la sexualidad, e incluso la mente de las mujeres, sobre
las cuales es preciso asentar las pretensiones de propiedad. Es sobre ellas que se descarga el
control de la particular forma de organización familiar nacida con la burguesía, la explotación en
nombre del amor, la vigilancia y represión sexual en nombre del cariño, los celos, los afectos en fin.
Esto sólo cesará a través de la colectivización de la crianza y la reproducción de la vida,
transformaciones que sólo la revolución socialista y el proletariado consciente pueden asegurar
(Kollontai, 1907). Sólo esa igualdad garantizará la libertad de las mujeres.

En el contexto del combate con las feministas burguesas, que bregaban entonces por los derechos
posibles (derechos civiles y sufragio) en el horizonte de la sociedad de clases, Kollontai considera
que nada se transformará en realidad para las proletarias en la sociedad capitalista, pues en ella es
imposible rebasar los estrechos márgenes del individualismo y la propiedad, que la familia
reproduce y la sociedad burguesa sanciona. Sólo en el marco de un proceso de transformación
radical de las relaciones sociales será posible el nacimiento de relaciones interpersonales nuevas.

La transformación revolucionaria de las relaciones sociales era la puerta de ingreso para la


construcción de un nuevo código de moral sexual: el proletariado, para la edificación de un mundo
nuevo, requiere de la acumulación de sentimientos de solidaridad y de libertad, en lugar del
concepto de propiedad, una acumulación de compañerismo, en vez de los conceptos de
desigualdad y subordinación. Igualdad absoluta y libertad se proponen como las bases de la nueva
moral proletaria. En ese marco la nueva moral sexual abriría las compuertas del disfrute de la vida
para mujeres y varones.

En esa tenaz lucha por el derecho a tener la vida sexual y afectiva que le pareciera más adecuada,
Kollontai señala en sus Memorias que nunca había ocultado sus amores ni hecho de su vida
amorosa un asunto clandestino. Ella misma era la pruebas viviente del combate por la libertad y la
dignidad sexual de las mujeres (Kollontai, 1926).

De acuerdo con la interpretación elaborada por Engels en El origen de la familia, la propiedad


privada y el estado (1884), Kollontai leía la familia monogámica como una forma de organización
del parentesco determinada por la propiedad privada, cuya transmisión exige el control de la
sexualidad de las mujeres. El control de la sexualidad de las mujeres es necesario pues, como ha
indicado Adrienne Rich (1986), la vida humana viene a este planeta de los cuerpos de las mujeres.
Este hecho hace del control de nuestros cuerpos y de nuestras vidas un punto nodal en la
perpetuación de la dominación capitalista y patriarcal: sin el sometimiento de las mujeres no se
puede asegurar la filiación de la descendencia y la transmisión “legítima de la propiedad”. Sin su
trabajo gratuito, transformado en amor y esclavitud voluntaria, no se puede asegurar la
reproducción de la fuerza de trabajo.

Cuando Kollontai planteaba este programa político-amoroso, lo hacía asumiendo que la


modificación de las relaciones afectivas y familiares, la transformación y colectivización de la vida
cotidiana que liberaría las energías de las mujeres, eran aspectos fundamentales para la
construcción de la sociedad socialista. Los decretos publicados por Lenin entre el 19 y el 20 de
diciembre de 1917, apenas ocurrida la Revolución, dan cuenta de la importancia asignada a la
transformación de la vida sexual: se abolió el casamiento, se habilitó el divorcio, se autorizó el
aborto y se suprimió la ley que penaba la homosexualidad (Lénine, 28 juin, 1919).
Kollontai formó parte de una generación de mujeres que tuvo la oportunidad de pensar
colectivamente la transformación de la sociedad al calor de los acontecimientos de la Revolución:
no sólo la formación de los soviets, la administración obrera de las fábricas, sino la vida entera de
los seres humanos. Con Nadia Krúpskaya e Inessa Armand trabajó intensamente en el Programa de
Educación de Niños y Niñas y en el Programa de Transformación de la Vida Cotidiana de las Mujeres.

En tiempos de ascenso de la revolución fue posible plantear enormes desafíos: la eliminación de la


doble moral, la reivindicación de igualdad y libertad para las mujeres, la colectivización de las tareas
domésticas, la educación sexual, e incluso el derecho de abortar. Sin embargo, como alguna vez
señalara Trotsky, fue mucho más fácil para los soviéticos tomar por asalto el Palacio de Invierno que
transformar las relaciones interpersonales, que poner en cuestión la doble moral sexual, que
admitir la igualdad plena de las mujeres, que respetar su libertad.

Otro rumbo tomó la Revolución a partir de la muerte de Lenin. Kollontai ya había sido desplazada
del Soviet de Petrogrado tras el debate por el control obrero de los soviets y había partido de la
Unión Soviética, en 1922, a hacerse cargo de la embajada de su país en Noruega.

Kollontai, en condiciones de aislamiento, mientras avanzaban las purgas en la Unión Soviética,


continuaría comprometida con la causa de las mujeres y se desempeñaría como embajadora de su
país hasta el final de sus días.

El terreno de la “middle Europa”. Rosa y Clara

Tal como había anunciado en 1848 Marx, un fantasma recorría Europa. Si bien ese fantasma, como
supieron ver los socialistas del siglo XIX, nacía de las contradicciones de la sociedad capitalista en un
terreno internacional, las determinaciones del lugar y las experiencias políticas establecieron
especificidades respecto de los procesos, las formas organizativas, las percepciones de los avances
y retrocesos en la lucha revolucionaria.

Si en 1905 tuvo lugar la primera intentona de Revolución en Rusia, un vasto país mayoritariamente
campesino, gobernado por la autocracia zarista, las condiciones sociales y las formas de
organización del proletariado eran, en Alemania, un tanto diferentes.

Hacia inicios del siglo XX la clase obrera alemana había logrado un alto nivel de organización política
y sindical. La dirigencia socialdemócrata había obtenido logros incluso en el plano político electoral.
Su dirección, integrada por August Bebel (1840-1913), Eduard Bernstein (1850-1932) y Karl Kautsky
(1854-1938) que a su vez formaban parte de la dirección de la Segunda Internacional, se hallaba
empeñada en la construcción de un “mundo paralelo” 1.

En 1878 Bismarck tomó una serie de medidas en contra la actividad de los socialdemócratas
promulgando la Ley de Excepción contra los Socialistas, aprobada en octubre de ese año, que
colocó al Partido Socialdemócrata fuera de la ley y prohibió su periódico principal, Vorwärts. Si bien

1
La Segunda Internacional se conformó en 1889 con el objetivo de establecer una instancia de coordinación entre
partidos laboristas y socialistas.
la proscripción contra los socialistas duró hasta 1890, durante ese período el partido no dejó de
crecer y de obtener nuevas bancas en el Reichstag. En ese contexto es que Bernstein fue
desarrollando sus tesis reformistas, según las cuales no era necesaria la revolución pues el
antagonismo entre burguesía y proletariado iría desapareciendo a través de la introducción de
reformas paulatinas y sistemáticas que permitirían la construcción de un mundo mejor por la senda
de la representación parlamentaria y de la organización sindical de la clase obrera (Bernstein, 1982).

En el horizonte compartido de la expectativa revolucionaria generada por la insurrección rusa de


1905, y tras una abrupta salida de Polonia en 1906, Rosa se vio envuelta en los debates teóricos y
políticos a propósito de las vías hacia la revolución a partir de la necesidad de enfrentar la línea
dominante en la socialdemocracia alemana.

No obstante sus críticas, Rosa fue convocada como profesora de Economía política en la Escuela
Central del Partido. Sobre la base del estudio de las características de la acumulación capitalista,
Luxemburg elaboró una tesis que, a partir del reconocimiento de la articulación entre política y
economía, permitía sostener con argumentos científicos basados en el análisis de las relaciones
sociales capitalistas, la relación entre proletariado y revolución. Desde su punto de vista no se trata
sólo de la participación política en el marco de las reglas de juego establecidas por la burguesía,
sino de la ruptura con las relaciones de producción propias del capitalismo. El capitalismo, sujeto a
crisis cíclicas que reeditan los períodos de acumulación originaria, la brutalidad de la explotación y
la crueldad de la que había hablado Marx: “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por
todos los poros, desde los pies hasta la cabeza” (Marx y Engels, 1974), es irreformable.

A la vez que ponía en cuestión el revisionismo de la dirección socialdemócrata, Luxemburg se


negaba a ocupar el lugar que los varones del partido, Bebel en particular, le habían asignado:
encargarse de la cuestión “femenina”, un asunto considerado menor, particular, un ghetto, por así
decir, que podía ser útil a la hora de alejar a una adversaria peligrosa del escenario de debate
central por la línea del partido.

Rosa, en alianza con Clara Zetkin, respondieron al desafío generando una singular “división del
trabajo” entre ellas, establecida a partir del mutuo afecto, la camaradería, la complicidad y una
perspectiva política compartida acerca de la necesidad de una transformación revolucionaria de la
sociedad. En esa división fue Clara la encargada de la construcción de la organización de las mujeres
socialdemócratas y de la publicación del periódico La Igualdad (Die Gleichheit), tribuna desde la
cual se defendían y difundían los derechos políticos y laborales de las proletarias.

La negativa de Luxemburg a obedecer la asignación de un lugar en la división sexual del trabajo


establecida por los jerarcas del partido, no era óbice para que las dos revolucionarias compartieran
la preocupación por el lugar de las mujeres en la construcción del socialismo. En pugna con el
feminismo burgués y con la idea de una emancipación a medida para las mujeres de la clase
dominante, tanto Zetkin como Luxemburg priorizaban la solidaridad interna de la clase obrera
batiéndose por el derecho al sufragio de las mujeres proletarias (Luxemburg, 1912).

Para Zetkin la incorporación de las mujeres a la lucha en cuanto compañeras, madres y esposas
fortalecería la solidaridad interna de la clase. Son las mujeres quienes crían a las generaciones
futuras de proletarios para hacer la revolución, del mismo modo que su inclusión las afirma en su
papel de iguales, compañeras de sus compañeros, unidas a ellos por la suerte de la clase (Zetkin,
1896).
Entre 1914 y 1919 se desarrolló la 1°Guerra interimperialista. La socialdemocracia alemana, que
tenía representación parlamentaria, votó los créditos para la guerra. Las principales opositoras en
Alemania fueron, junto con Karl Liebknecht y Franz Mehring, Rosa Luxemburg (que escribió ese
maravilloso texto que es Junius) y Clara Zetkin (Luxemburg, 1914). Con enorme lucidez Rosa
articulaba en el conocido panfleto una explicación económica y política que permitía visualizar la
articulación entre el desarrollo capitalista, la industria bélica y la necesidad de avance del capital
sobre el globo entero, al ritmo de su insaciable sed de expansión. El capital había devenido
imperialista y nada, sino mutuo exterminio, hambre y desolación, podían esperar de la aventura
guerrera los proletarios y proletarias europeas (Luxemburg, 1914).

En el combate contra la defección de la socialdemocracia y el giro social nacionalista de los partidos


socialdemócratas en Europa, Clara concebía el lugar de las mujeres como última barrera que
detendría el militarismo que la recorría. Si los proletarios no se niegan a tomar las armas serán las
mujeres, las socialistas, las trabajadoras las que tendrán que enfrentarlos recordándoles los ideales
abandonados en nombre del chauvinismo, desnudando el carácter imperial y capitalista de la
guerra (Zetkin, 1914)

Ellas, “los dos últimos hombres de la socialdemocracia alemana”, por parafrasear la respuesta que
Rosa diera a Bebel en 1907, fueron capaces de criticar a la dirección de su partido, un partido cuyos
dirigentes gozaban de un enorme prestigio entre los trabajadores alemanes. Kautsky, Bernstein,
Bebel, aunque ahora parezcan nombres de gentes cuya memoria, por así decir, casi se ha
extinguido, eran entonces sumamente poderosos 2.

Rosa y Clara resistieron el encolumnamiento de la socialdemocracia alemana a favor de la guerra.


Hubo muy pocos dirigentes que se opusieran a la incorporación de los proletarios al proceso de la
guerra. La mayor parte cantó loas a la guerra interimperialista incitando al proletariado a participar
en ella y a convertirse en carne de cañón.

No fue el caso de los rusos, que aprovecharon la coyuntura para tomar por asalto el Palacio de
Invierno y para firmar, en 1918, la Paz de Brest-Litovsk que les permitió ocuparse de consolidar el
proceso revolucionario iniciado en 1917.

No es el propósito de este trabajo trazar un recorrido biográfico de esas mujeres, sino traer a
colación la relación entre feminismo y marxismo. Rememorar que incluso una de las fechas
conmemorativas más importantes del movimiento de mujeres fue establecido, en 1910, en el
marco del II Encuentro Internacional de Mujeres Socialistas que consagró el 8 de marzo como Día
Internacional de la Mujer Trabajadora, como se decía entonces. La iniciativa fue de Clara Zetkin.

Estas revolucionarias, que pensaban que las mujeres teníamos que tener derechos, eran capaces de
distinguir entre las reivindicaciones burguesas y proletarias. Un tema del mayor interés hoy, cuando
parece que el feminismo/las feministas tenemos dificultades para ver los efectos de las
desigualdades de clase y de las desigualdades raciales en las vidas de las mujeres, aunque por una
especie de causa/casualidad permanente las que mueren, o son encarceladas por abortos

2
La anécdota es relatada por Schütrumpf: invitadas a almorzar por los Kautsky, Clara y Rosa tardaban en regresar. Ante
su demora, Bebel las interpeló diciendo: Temíamos que hubiese sucedido lo peor. Ante lo cual Rosa respondió que si les
sucediese alguna desgracia colocasen en su lápida la frase en cuestión (Schütrumpf, 2011: 24).
practicados en condiciones inseguras y a menudo clandestinas son las mujeres de sectores
populares.

Kollontai, Zetkin y Luxemburg, Nadia Krúpskaya e Inessa Armand formaron parte de una tentativa
colectiva de transformación radical del mundo. Traerlas al presente es parte de la testaruda
negativa a dejarnos arrebatar nuestro rico pasado colectivo, del reconocimiento a nuestras
ancestras por su maravilloso y complejo legado político y personal.

Ellas, que lucharon por nuestros derechos, que desafiaron los límites de la moral convencional
entonces vigente, forman parte de nuestra genealogía, de nuestro pasado y de nuestra identidad
política actual porque se preguntaron asuntos que siguen contando para quienes vivimos en el
presente. Siguen nutriendo nuestro pensar, siguen inspirando nuestra voluntad de actuar.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Bernstein, Eduard (1982) “Tesis sobre la parte teórica de un programa partidario socialdemócrata”,
en: Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Problemas del socialismo. El
revisionismo en la socialdemocracia. México: Siglo XXI.
Engels, Friedrich (2007) El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), Buenos Aires:
Luxemburg.
Kollontai, Alexandra (1911) Las relaciones sexuales y la lucha de clases” (MIA, mayo de 2011)
Tomado de la edición digital de Alexandra Kollontai: Los fundamentos sociales de la cuestión
femenina y otros escritos, Tamara Ruiz (ed.). En Lucha: España, 2011.
http://www.enlucha.org/site/?q=node/15895
Kollontai, Alexandra (1926) The Autobiography of a Sexually Emancipated Communist Woman.
Source: The Autobiography of a Sexually Emancipated Communist Woman, Translated by Salvator
Attansio, Herder and Herder, 1971; Transcribed: for marxists.org, 2001.
https://www.marxists.org/archive/kollonta/1926/autobiography.htm
Kollontai, Alexandra (1927) Mujeres combatientes en los días de la Gran Revolución de Octubre.
Primera publicación: en Zhensky zhurnal (El Diario de las Mujeres), no. 11, noviembre de 1927, pp.
2-3.
Lénine Vladimir Ilich (28 juin 1919) La grande initiative. L'héroïsme des ouvriers de l'arrière. A
propos des "Samedis Communistes". Œuvres t. 29, pp. 413-438, Paris-Moscou. Disponible en:
https://www.marxists.org/francais/lenin/works/1919/06/vil19190628.htm
Luxemburg, Rosa (1914) “The Junius Pamphlet” Disponible en
https://www.marxists.org/archive/luxemburg/1915/junius/index.htm.
(Luxemburg, Rosa (1912) “Women’s Suffrage and Class Struggle” Disponible en
https://www.marxists.org/archive/luxemburg/1912/05/12.htm.
Marx, Karl & Friedrich. Engels (1974) Obras Escogidas (en tres tomos), El Capital, Vol I, Cap. XXIV:
"La llamada acumulación originaria" (1867). Moscú, Editorial Progreso.
Rich, Adrienne (1986) Nacemos de Mujer. Barcelona: Cátedra.
Schütrumpf, Jörn (2011) Rosa Luxemburg o el precio de la libertad. Berlín: Dietz.
Zetkin, Clara. 1896. “Only in Conjunction With the Proletarian Woman Will Socialism Be Victorious”.
Disponible en http://www.marxists.org/archive/zetkin/1896/10/women.htm.
Zetkin, Clara (1914) "The Duty of Working Women in War-Time”. Disponible en:
https://www.marxists.org/archive/zetkin/1914/11/19.htm.
“SOCIALISMO O BARBARIE”
Pensando a Rosa Luxemburgo

Claudia Korol

“La revolución es magnífica. ¡Todo lo demás es un disparate!”. 3

“Para la mujer burguesa su casa es su mundo. Para la proletaria su casa es el mundo entero,
el mundo con todo su dolor y su alegría, con su fría crueldad y su ruda grandeza. La
proletaria es esa mujer que migra con los trabajadores de los túneles desde Italia hasta
Suiza, que acampa en barrancas y seca pañales entonando canciones junto a rocas que, con
la dinamita, vuelan violentamente por los aires. Como obrera del campo, como trabajadora
estacional, descansa durante la primavera sobre su modesto montón de ropa en medio del
ruido, en medio de trenes y estaciones, con un pañuelo en la cabeza y a la espera paciente de
que algún tren le lleve de un lado a otro. Con cada ola de miseria que la crisis europea arroja
hacia América, esa mujer emigra, instalada en el entrepuente de los barcos, junto con miles
de proletarios, junto con miles de proletarios hambrientos de todo el mundo para que,
cuando el reflujo de la ola produzca a su vez una crisis en América, se vea obligada a regresar
a la miseria de la patria europea, a nuevas esperanzas y desilusiones, a una nueva búsqueda
de pan y trabajo”. 4

Hace varios años que distintas generaciones de marxistas, de feministas, y de feministas marxistas
de Nuestra América, dialogamos con Rosa. Como sucede con diálogos extendidos en el tiempo los
temas son variados, los énfasis son diferentes, y vamos “descubriendo” a Rosa en distintas facetas,
desde los ojos y las preguntas de quienes le hablan, preguntan, cuentan.

En este continente, con miles de revolucionarias/os desaparecidas/os, asesinadas/os, no es un


hecho extraño hablar con quienes algunos creen o decretan que están ausentes -después de
cumplir con el ritual criminal de asesinarlos/as-. Nosotras sin embargo sabemos -sentimos- que sus
vidas, sus “queridas presencias”, siguen entregadas a los sueños revolucionarios, nos siguen
acompañando en nuestras luchas, nos dan ejemplo, nos “hablan”, en nuestras búsquedas teóricas y
prácticas. Éste es un factor de identificación sensible muy cercano que nos invita al diálogo, que
imagino que Rosa hará en polaco, algunas de nosotras en este español “colonizador”, otras en
mapuzungun, guaraní, aymara, o en las diferentes lenguas que se pretendieron desaparecer para
consumar la conquista del continente, y de la fundación de los estados “nacionales”.

La conciencia del sentido de identidad y de rebeldía frente a las lenguas colonizadoras fue muy
temprana para Rosa, ya que creció en un país que fue ocupado por Rusia, Alemania y Austria, y
donde comunicarse en polaco era una de las formas de la rebeldía que ejerció. En su colegio estaba
prohibido hablarlo, aunque clandestinamente los jóvenes lo hacían como forma de protesta contra
el intento de rusificación que trataba de desplegar el zarismo. Las escuelas eran un nido de
agitación contra el absolutismo. Cuando terminó sus estudios, se le negó la medalla de oro como
castigo por su actividad revolucionaria, pese a que sus calificaciones eran excelentes.

3
Carta de Rosa Luxemburg a Emmanuel y Matilde Wurm (1906).
https://www.rosalux.de/fileadmin/rls_uploads/pdfs/Themen/Rosa_Luxemburg/rls_ausstellung_span.pdf
4
Rosa Luxemburgo. La proletaria. 5 de marzo de 1914. https://www.marxists.org/espanol/luxem/1914/3/5.htm
Rosa gritaba su rebeldía en polaco, y al mismo tiempo aprendió a hablar perfectamente ruso,
alemán, inglés, francés e italiano. Un rasgo muy propio de Rosa. Hablar su lengua negada, pero
apropiarse de las lenguas en las que se comunicaba el poder mundial. Identidad y universalidad
como tensión permanente de un pensamiento que no se subordinaba a las dicotomías impuestas.
Del mismo modo se ubicó en relación a su identidad judía. A pesar de haber vivido -por ser parte de
una familia judía- los progroms desatados por la Rusia Zarista, años después escribía a su amiga
Matilde Wurm:

“Lo fundamental en todo momento es vivir como persona completa. (...) ¿Que quieres
conseguir con un dolor específico de los judíos? Para mí son igual de cercanos tanto las
pobres víctimas de las plantaciones de goma del Putumayo, como los negros de África, con
cuyos cuerpos practican el juego de pelota los europeos. Recuerda las palabras del alto
Estado Mayor sobre la campaña de Von Trotha en el Kalahari: ‘El estertor de los
moribundos, el grito enloquecido de los sedientos resonaban en la sublime calma de la
inmensidad’. (...) tantos gritos sin ser oídos resuenan en mí con tanta fuerza, que no me
queda ningún rincón en el corazón para el ghetto. Me siento en casa en todo el mundo,
donde haya nubes, pájaros y lágrimas humanas...” 5.

La belleza, el dolor, el humanismo, y la conciencia de la violencia colonial asoman en muchas de sus


cartas. Rosa se emparentó con la denuncia de todos los modos de opresión, sin hacer sin embargo
de la identidad un cerco para los modos de pensar el mundo y de sentirse en él. Por ello desalentó
la idea de organizarse como sector judío dentro del partido polaco o ruso, y polemizó con quienes
defendían la organización del nacionalismo polaco como grupos de presión dentro de los partidos,
o como organizaciones aparte, ya que creía necesario pensar las revoluciones socialistas en
términos internacionalistas.

Cuando dialogamos desde Nuestra América con esa joven que creció como niña y adolescente
viviendo la persecución racista, y la clandestinidad de la lengua materna, lo hacemos conociendo
las huellas que estas violencias marcan en nuestras vidas, y entendiendo que, aun siendo una
marxista formada en Europa, lo era de aquella parte de Europa sistemáticamente invadida por los
países más poderosos. El marxismo de Rosa tiene las marcas de los pueblos que han luchado contra
poderes autocráticos extranjeros, contra el colonialismo y los imperialismos, y que han construido
su identidad no tanto como hegemonía, sino como rebelión frente a esa hegemonía.

Unos días antes del crimen que terminó con su vida, le escribía su gran amiga Clara Zetkin:

“¡Ay, Rosa! ¡Vaya días! Siento la grandeza histórica y la importancia de tu actuación. ... Mi
amada, mi única Rosa, sé que morirás orgullosa y feliz. Sé que nunca has deseado una
muerte mejor que luchando por la revolución. Pero ¿y nosotros? ¿Podemos nosotros
prescindir de tí? No puedo pensar, sólo siento. Te aprieto con fuerza, con fuerza a mi corazón.
Siempre, tu Clara ”. 6

5
Carta de Rosa Luxemburgo a Mathilde Wurm, del 16 de febrero de 1917, desde la fortaleza de Wronke. Fundación
Rosa Luxemburgo (2009); Material Didáctico sobre Rosa Luxemburgo, para el ‘Seminario Rosa Vermelha’, celebrado del
9 al 13 de noviembre de 2009.
6
Carta de Clara Zetkin a Rosa Luxemburgo, el 13 de enero de 1919.
https://www.rosalux.de/fileadmin/rls_uploads/pdfs/Themen/Rosa_Luxemburg/rls_ausstellung_span.pdf
Clara, como muchos de sus compañeros y amigas, esperaba que Rosa abandonara Berlín para
salvarse de una muerte segura. Dos días después, Rosa Luxemburgo fue asesinada y tirada en las
aguas del Landwehrkanal. Fue un 15 de enero de 1919. Su cuerpo fue encontrado el 31 de mayo de
ese mismo año.

Una historia muy del sur, muy conocida por las Madres de Plaza de Mayo, y los familiares que en
este continente han estado buscando a sus hijas e hijos desaparecidos/as, muchos de los cuales
quedaron enredados en las aguas del Río de la Plata. Un relato conocido para las comunidades
mapuche y para la familia de Santiago Maldonado, cuyo cuerpo asesinado por la Gendarmería fue
encontrado en el Río Chubut, 78 días después de su desaparición. Los cuerpos asesinados
desaparecidos acusan, y algunos incluso regresan para exigir justicia, pero sobre todo, para que el
fuego de las revoluciones necesarias no se extinga. Cuerpos y pensamientos que no quedan
ahogados en los lechos de los ríos, y vuelven con su movimiento a la superficie de un mundo hostil,
nos miran a los ojos a quienes sobrevivimos, y quienes no desviamos la mirada, nos sentimos
comprometidas a seguir el camino.

Mientras se buscaba el cuerpo de Rosa, un joven de 21 años, llamado Bertold Brecht, escribía:

“La Rosa roja ahora también ha desaparecido.


Dónde se encuentra es desconocido.
Porque ella a los pobres la verdad ha dicho
Los ricos del mundo la han extinguido”.

La Rosa roja había cautivado a Brecht, por decir la verdad a los pobres del mundo. A pesar de la
distancia, la poesía resuena en clave martiana. “Con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte
echar”, escribió José Martí en sus Versos Sencillos en 1891.

Rosa Luxemburgo, mujer revolucionaria, internacionalista, echó su suerte también con los pobres
de la tierra. No de su región, no de su nación, no de Europa sino del mundo.

Diálogos entre mujeres

“La emancipación política de las mujeres tendría que hacer soplar una fuerte oleada de viento
fresco incluso en la vida política y espiritual [de la socialdemocracia], que eliminará el hedor de la
hipócrita vida familiar actual que, de modo inequívoco, permea incluso a los miembros de nuestro
partido, tanto trabajadores como dirigentes” 7

Cuando las mujeres dialogamos, hay un ritual colectivo y comunitario que nos abriga. Si bien
sabemos de las diferentes experiencias, buscamos que las mismas no se traduzcan en jerarquías,
sino en mutuo reconocimiento de los recorridos. Nuestros diálogos, además, suelen ser colectivos,
y transcurren en los caminos que van desde los eventos políticos o académicos, hasta los rincones
fecundos de la vida cotidiana. Por eso dialogamos con Rosa, y al mismo tiempo estamos pensando
e interactuando con muchas mujeres revolucionarias silenciadas, invisibilizadas, negadas,
7
Escrito por Rosa Luxemburgo en 1902 en el Leipziger Volkszeitung. Citado en
https://reflexioneseneldivan.blogspot.mx/2015/01/rosa-luxemburgo-su-aporte-al-feminismo.html
combatidas, calumniadas. “Locas, putas, problemáticas”, estos y otros modos de desprecio fueron
vividos por la mayoría de las mujeres luchadoras, además de los cargos de no hacerse responsables
de sus familias, de ser desobedientes. Sin embargo, las mujeres aun doliendo las consecuencias de
esos escarnios en las vidas personales y familiares, siguieron participando del hacer colectivo
emancipatorio.

Hablamos de muchas mujeres que entregaron todo su aliento, su alma, su cuerpo, su vida, para
empujar a las variadas revoluciones anticapitalistas, anticoloniales, antipatriarcales, sucedidas antes
y después de las Revoluciones de Rosa.

Por eso cuando hablamos con Rosa sobre los temas que la apasionaron y nos apasionan desde
nuestros deseos de revolucionar la vida y revolucionarnos, con el objetivo de que las revoluciones
que podamos vivir y las teorías que las lean y escriban, lleguen más allá de los límites del
pensamiento positivista, determinista, mecánico, dogmático, cosificador de las relaciones sociales e
interpersonales y más allá de los límites políticos, burocráticos de las sociedades basadas en el
control y el mando; estamos hablando también con sus amigas y compañeras, mujeres
apasionadas, rebeldes frente a la sociedad en la que vivieron y forjaron sus luchas, y también frente
a los mandatos de sus partidos e incluso de sus compañeros revolucionarios. Pensar en esas
mujeres -Clara Zetkin, Alexandra Kollontai, Mathilde Jacob, Mathilde Wurm, Luisa Kautsky, Sofia
Liebknecht, entre otras compañeras que abrieron caminos para todas en los comienzos del siglo 20-
, nos exige conocer y valorar sus aportes a la difusión de las ideas sobre la necesidad de la
“revolución”, en un mundo donde lo que se imponía era el disparate inhumano del fascismo. En el
diálogo intergeneracional nos aproximamos críticamente a sus contribuciones a los debates sobre
el “socialismo” como propuesta civilizatoria y humanista ante el crecimiento de la crueldad y la
barbarie capitalista, a su teoría y práctica del internacionalismo, en un tiempo en que se expandía
un nacionalismo estrecho, guerrerista y racista, a su activismo en la defensa de la paz ante la guerra
imperialista, cuando muchas de las organizaciones que se decían socialistas claudicaron y
terminaron avalando las políticas de guerra.

Conocer sus vidas, sus cartas donde se respira esa confianza de que “nada de lo humano les es
ajeno” -como dijera Carlos Marx- pero que tampoco les eran ajenos los pájaros, las plantas, los
árboles, un cielo celeste o gris, las estrellas, la luna, el río, nos permite pensar la íntima relación de
las mujeres socialistas, de las feministas, de las protagonistas de las revoluciones del siglo XX y del
siglo XXI, con la vida misma. No estamos hablando de un “determinismo biológico”, sino de una
experiencia profunda en la que la participación de las mujeres en la política estuvo marcada no por
cálculos de costo-beneficio tan propios de la política de mercado, ni por el deseo de una “carrera
política” que compitiera con otras “profesiones liberales” posibles, sino del impulso de proyectar el
ejercicio de creación de la vida, más allá de la biografía personal. Conocer sus historias, y las
relaciones amorosas entre ellas, es comprender que adelantaron con su ejemplo el pensamiento
feminista de que “lo personal es político”, rompiendo los modelos establecidos y esperados de
comportamiento, los mandatos culturales y políticos de ese tiempo. En esa perspectiva, dialogamos
con la experiencia de Rosa Luxemburgo, no como mujer al margen de la historia, sino como parte
de un cuerpo colectivo enamorado y revolucionario en el que ese conjunto de mujeres talló su
experiencia.
“Socialismo o barbarie”

En abril de 1915, en la cárcel, Rosa Luxemburgo terminó de escribir el texto “La crisis de la
socialdemocracia alemana”, más conocido como el Folleto Junius (porque fue el seudónimo con el
que lo firmó), donde proclamaba como disyuntiva histórica: “Socialismo o Barbarie”. Ahí Rosa
identificaba con la barbarie, fundamentalmente, a la guerra imperialista. Escribía entonces:

“Federico Engels dijo una vez: “La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance
al socialismo o regresión a la barbarie”. ¿Qué significa “regresión a la barbarie” en la
etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con
ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento basta mirar a
nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la
sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El triunfo del
imperialismo conduce a la destrucción de la cultura, esporádicamente si se trata de una
guerra moderna, para siempre si el período de guerras mundiales que se acaba de
iniciar puede seguir su maldito curso hasta las últimas consecuencias. Así nos
encontramos hoy, tal como lo profetizó Engels hace una generación, ante la terrible
opción: o triunfa el imperialismo y provoca la destrucción de toda cultura y, como en la
antigua Roma, la despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o
triunfa el socialismo, es decir, la lucha conciente del proletariado internacional contra
el imperialismo, sus métodos, sus guerras. Tal es el dilema de la historia universal, su
alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la
decisión del proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y la humanidad. En
esta guerra ha triunfado el imperialismo. Su espada brutal y asesina ha precipitado la
balanza con sobrecogedora brutalidad, a las profundidades del abismo de la vergüenza
y la miseria. Si el proletariado aprende a partir de esta guerra y en esta guerra a
esforzarse, a sacudir el yugo de las clases dominantes, a convertirse en dueño de su
destino, la vergüenza y la miseria no habrán sido en vano”.

Dialogamos con Rosa desde este tiempo en el que una vez más reina la barbarie. Compartimos con
ella el espanto que provoca este capitalismo patriarcal y colonial tardío, saqueador, dispuesto a
lanzarse a invasiones, crímenes de estado, dictaduras, destrucción de la naturaleza,
envenenamiento de los ríos, contaminación de las tierras, exterminio de pueblos, genocidios,
femicidios. Decía en el mismo texto Rosa:

“Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando lodo: así vemos a la sociedad


capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía,
ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y
la humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza”.

El capitalismo sigue nadando en sangre y chorreando lodo, cada vez más. Sigue viviendo de guerras
y violencias. Pero no es lo único que nos aterra. En su “vaho pestilente” ha venido arrastrando a
quienes alguna vez se proclamaron transformadores de la historia e incluso revolucionarios.

Rosa señaló con estupor la decisión de la socialdemocracia de votar los créditos de guerra en el
Parlamento, que permitieron que Alemania se lanzara fortalecida a la guerra. En ese acto quedaba
sellada una tremenda traición de la socialdemocracia alemana a la lucha mundial por el socialismo.
El partido socialista más fuerte e influyente de Europa, sucumbía ante el nacionalismo, el
parlamentarismo, y los intereses imperialistas. Sólo un pequeño grupo -entre los que se
encontraban Rosa, Carlos Liebknecht, Clara Zetkin, Leo Jogiches- enfrentaron esa política, y
posteriormente se separaron del partido, creando la Liga Espartaco, que luego se transformó en el
Partido Comunista Alemán.

Esa traición a la clase trabajadora internacional, no fue la última que consumara la


socialdemocracia y quienes se han presentado como comunistas o revolucionarios. A un siglo de la
Revolución de Octubre, el stalinismo, el reformismo, la socialdemocracia, han tirado abajo muchos
ideales y han protagonizado crímenes, o han callado frente a los mismos. Para eso congelaron el
pensamiento marxista en envases dogmáticos, o directamente lo negaron en teoría y práctica.

Las dificultades de las revoluciones han sido y siguen siendo utilizadas para negar su posibilidad.
Mientras tanto, la contrarrevolución ejerce su violencia inusitada contra los pueblos, de modo cada
vez más salvaje. El “miedo a la revolución”, o el “escepticismo sobre la posibilidad de la revolución”
es uno de los principales triunfos ideológicos del capitalismo sobre las subjetividades de los
pueblos. En la medida en que no construyamos la fuerza política capaz de abrir caminos al
socialismo, lo que vamos a continuar viviendo es la profundización de la barbarie provocada por el
capitalismo. La “nueva conquista” que arrasa a nuestro continente, esta nueva guerra contra los
pueblos, está enloqueciendo de rabia a quienes día a día sienten más amenazada su existencia. En
este contexto, cuando tratan de robarnos no sólo los bienes comunes sino la capacidad de creernos
y ser sujetos de la historia, es necesario volver a Rosa para pensar al socialismo no como una
consigna, sino como un proyecto de vida, frente a la muerte anunciada por el capital.

Rosa migrante

Hay vidas que se nacen y se hacen en tiempos de letanía, y otras que se viven en zonas
convulsionadas por fuertes turbulencias. Así nació, vivió y murió Rosa: protagonista activa y artífice
de un tiempo de revoluciones y contrarrevoluciones, guerras, victorias y derrotas. El diálogo con
ella tiene todas las pasiones y emociones que marcaron esos años y los nuestros.

Rosa nació el 5 de marzo de 1871, días antes que los obreros y obreras franceses “tomaran el cielo
por asalto”, levantando la Comuna de Paris8 -la primera experiencia de gobierno obrero-. Fue
asesinada -por orden de la socialdemocracia alemana- pocos días después de la derrota de la
revolución espartaquista. Sus 47 años de vida intensa, transcurrieron en diferentes países, en
variadas prisiones, con intensas amistades y amores.

Nacida en la ciudad polaca de Zamosc, Rosa trascendió su lugar de origen en su experiencia


revolucionaria. Mujer migrante, moviéndose con la brújula dirigida siempre hacia los territorios
donde germinaban brotes de revoluciones, hizo del internacionalismo una raíz y la única frontera.
Cuando pequeña, una lesión mal atendida, le dejó un defecto permanente en la cadera, por lo cual
rengueaba, sufría fuertes dolores, y fue objeto muchas veces de burla por parte del poder policial
que la tuvo siempre como objetivo y por parte de los varones de la socialdemocracia que no
soportaban el desafío de la mujer pequeña y valiente.

8
La Comuna de París se desarrolló entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871.
Cuando tenía tres años, su familia se trasladó a Varsovia. En 1887 Rosa Luxemburgo, que sólo
contaba entonces 16 años, era militante del Partido Revolucionario Socialista Proletariat, formado
en 1882, que tenía vínculos estrechos con los populistas rusos, entre los que se encontraba Jorge
Plejánov. En 1889 se creó el sindicato Federación de Trabajadores Polacos, en el que también
participó. Una huelga convocada en Lodz acabó en la masacre de 46 obreros asesinados por la
guardia zarista. La persecución política la alcanzó, y en 1889 tuvo que salir del país
clandestinamente. Se refugió en Zurich, donde estudió Economía, y se relacionó con numerosos
grupos revolucionarios que estaban en el exilio, entre ellos quien fuera su compañero durante
muchos años, Leo Jogiches. Estudió economía en la Universidad de Zurich, por ser la única que en
ese tiempo permitía el estudio a las mujeres. Conoció como joven los límites que se les imponía a
las mujeres para estudiar, trabajar, realizar acción política. Pudo saber en su propia vida y en sus
elecciones, cómo oprime el patriarcado, no sólo en términos sociales, de ejercicio de derechos, sino
en la vida cotidiana. Su relación con Jogiches, por momentos, fue de una fuerte confrontación por
los intentos que él realizaba de controlar su vida, y sus relaciones personales y políticas.

Rosa visitó Francia durante varios meses, en los que tuvo oportunidad de conocer al líder socialista
Jules Guesde, y a Edouard Vaillant, el héroe de la Comuna de París. Conoció el corazón de la Europa
que se alzó contra la burguesía, y que ejercitó el poder obrero y popular. Recibió ese influjo, que
permitía fortalecer la convicción de que es posible intentar experiencias socialistas, a pesar de la
potencia de los poderes estatales y los gobiernos.

Rosa fue una mujer que entregaba generosamente su tiempo a la revolución, aunque disfrutaba de
cada minuto ganado a esa causa para dialogar con los pájaros, para pintar en un campo, para soñar
con un hijo -negado por Leo Jogiches en pos de la acción revolucionaria-, para vivir varios amores,
para cultivar intensas amistades. Rosa vivió con ímpetu el amor, pero no aceptó el chantaje
emocional de quien fue su compañero político en varios tramos de su aventura de vida, y se atrevió
a enamorarse una y otra vez, rompiendo las convenciones sobre “la familia” presentes en las
direcciones partidarias, osando inclusive amar a Kostia Zetkin, el hijo de su amiga Clara, 23 años
más joven que ella. Un escándalo para un socialismo conservador, en el que la familia era un factor
de disciplinamiento altamente patriarcal.

Rosa Luxemburgo, la mujer de las muchas revoluciones, revolucionó a las organizaciones que
creaba y a las que llegaba; revolucionando su propia vida y la de quienes la rodeaban.

Con esa Rosa dialogamos, un siglo después de que la social democracia la asesinara, como anuncio
de los “tiempos oscuros” que seguirían, marcados por el ascenso del fascismo.

En mayo de 1898 decidió instalarse en Berlín, Alemania, en el corazón del movimiento obrero
internacional, donde radicaba una parte importante del proletariado polaco. En 1906 el SPD creó
una escuela para la formación ideológica de los obreros, en la que Luxemburgo se encargó de las
lecciones de economía. Para ello redactó un esbozo, que no se conserva íntegro y cuyos restos se
publicaron en forma de libro titulado Introducción a la Economía Política, donde expuso con gran
sencillez los fundamentos que Marx había desarrollado en El Capital para que pudieran ser
comprendidos por los cuadros del partido y los agitadores sindicales.

En 1913 editó su libro La acumulación de capital, su obra teórica más importante y uno de los
análisis clave del imperialismo moderno.
La revolución rusa de 1905 fue también la revolución polaca. El domingo 22 de enero de 1905 la
guardia zarista disparó contra una manifestación de 200.000 obreros en San Petersburgo. Como
consecuencia de ello se produjo un levantamiento general en todo el imperio que se prolongó
hasta diciembre, participando millones de obreros por primera vez en la historia.

A pesar de los riesgos, Rosa sintió que no podía estar ausente. A finales de diciembre de 1905 se
trasladó clandestinamente a Varsovia, todavía en estado de guerra, con la tropa patrullando por las
calles, los comercios cerrados, las reuniones prohibidas y las barricadas cerrando todos los accesos.
El 4 de marzo fue detenida en Varsovia junto con Leo Jogiches, y logró su libertad el 28 de junio
siendo expulsada de Varsovia. Viajó entonces a San Petersburgo y luego a Finlandia, donde escribió
su obra Huelga de masas, partido y sindicatos, al calor de la experiencia de la revolución.

Otro de los aportes fundamentales de Rosa se relaciona con la lucha contra el militarismo y la
guerra. En 1913 publicó un artículo sobre los malos tratos que los oficiales y mandos del ejército
propinaban a los soldados, y se le abrió un nuevo proceso por injurias al ejército. Al juicio se
presentaron 30.000 familiares de soldados que estaban dispuestos a acreditar la veracidad de los
malos tratos. Esta vez no les quedó más remedio que retroceder...

Entre las amistades que cultivó con mayor devoción, estaba la de Clara Zetkin, dirigente del SPD y
promotora de la lucha feminista, a la que Rosa acompañó en sus polémicas tanto adentro como
afuera de la dirección partidaria. Cuando el 19 de febrero de 1915, Rosa Luxemburgo se preparaba
para ir a Holanda a participar en una reunión internacional de mujeres junto a Clara Zetkin, fue
detenida una vez más.

En enero de 1916 el sector antimperialista del SPD se agrupó como fracción dentro del partido
socialdemócrata bajo el nombre de Espartaco, en memoria del jefe de la rebelión de los esclavos
romanos.

El 10 de julio volvió a ser detenida. No tuvo juicio y permaneció secuestrada y trasladada de una
cárcel a otra.

Una vida en tiempo de revoluciones

Rosa buscó siempre, hasta el final de su vida, embellecer al mundo, disfrutar de esa belleza,
cultivando la ternura en medio de hostilidades y violencias.

En las cartas, fundamentalmente en las que escribió a sus amigas, se puede percibir el humanismo
de Rosa, y su sensibilidad artística y humana.

Escribió a su amiga Luisa Kautsky desde la cárcel:

“Querida Lulu: ... Créeme, el tiempo que yo -como otros- paso ahora entre rejas, no es
tiempo perdido. De algún modo tiene su importancia en la gran cuenta general. Pienso
que hay que vivir como uno lo considera justo, sin excesos de mañas ni quebraderos de
cabeza, sin querer que te paguen en metálico cada cosa que haces. Al final las cosas
terminarán saliendo. Y si no es así, me da exactamente igual. Me alegra tanto la vida...,
y cada mañana examino detalladamente cómo están los capullos de todos mis
arbustos, cada día visito una mariquita roja con dos puntos negros en la espalda...
observo las nubes, en su continuo cambio, cada vez más hermosas, y en general no me
siento más importante que esa mariquita. Y esta sensación de insignificancia me hace
increíblemente feliz”.9

Es esa Rosa la que conmovió al Amauta José Carlos Mariátegui, marxista peruano, quien después de
su asesinato escribió en clave de despedida, refutando los muchos ataques que recibía por su
irreverencia:

“¿Y en Rosa Luxemburgo acaso no se unimisman a toda hora la combatiente y la artista?


¿Quién entre los profesores de Henry De Man admira, vive con más plenitud e intensidad de
idea y creación? Vendrá un tiempo en que, a despecho de los engreídos catedráticos que
acaparan hoy la representación oficial de la cultura, la asombrosa mujer que escribió desde
la prisión esas maravillosas cartas a Luisa Kautsky, despertará la misma devoción y
encontrará el mismo reconocimiento que una Teresa de Ávila. Espíritu más filosófico y
moderno que toda la caterva pedante que la ignora -activo y contemplativo al mismo
tiempo- puso en el poema trágico de su existencia el heroísmo, la belleza, la agonía y el
gozo, que no enseña ninguna escuela de la sabiduría”.

Un día antes de ser asesinada, analizando la derrota de la Revolución Alemana, pensando en la


Comuna de París (sucedida al tiempo de sus primeros meses de vida), escribía Rosa:

“¿Cómo no pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que impuso el “orden” en


París, en la bacanal de la burguesía, sobre los cadáveres de los luchadores de la Comuna?
¡Esa misma burguesía que acaba de capitular vergonzosamente ante los prusianos, y de
abandonar la capital del país al enemigo exterior para poner pies en polvorosa como el
último de los cobardes! Pero frente a los proletarios de París, hambrientos y mal armados,
contra sus mujeres e hijos indefensos, ¡cómo volvía a florecer el coraje viril de los hijitos de la
burguesía, de la “juventud dorada”, de los oficiales! ¡Cómo se desató la bravura de esos hijos
de Marte humillados poco antes ante el enemigo exterior, ahora que se trataba de ser
bestialmente crueles con indefensos, con prisioneros, con caídos!” 10

Decía más adelante en el mismo texto:

“¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco? ¿Ha sido
una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la
inmadurez de la situación, o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción?
¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención
ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masas berlinesas, y la indecisión, las vacilaciones, la
timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más reciente episodio. La
dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a
partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la
victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta

9
R.L. a Luise Kautsky, el 15 de abril de 1917.
https://www.rosalux.de/fileadmin/rls_uploads/pdfs/Themen/Rosa_Luxemburg/rls_ausstellung_span.pdf
10
https://www.marxists.org/espanol/luxem/01_19.htm
“derrota” una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la
fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta “derrota” florecerá la
victoria futura”.

Imagino a Rosa abriendo el corazón para escribir estas palabras que la cuestionaban. “La dirección
ha fracasado”. Después de todas las prisiones, después de sentir su cuerpo entumecido en los
calabozos en los que pasó una gran parte de su vida. Después del dolor que le provocó la
claudicación de la dirección de su partido votando en el parlamento los créditos de guerra. Después
de sumarse a la revolución y de ser derrotada en ella. Después de rechazar la propuesta de sus
compañeros de irse de Berlin para cuidar su vida, Rosa miraba la derrota y escribía febrilmente sus
primeras conclusiones. Pasaba de la pedagogía a la política y de la política a la pedagogía, como
quien danza en todos los escenarios.

Sus últimas palabras, antes de ser asesinada, con las que terminó el escrito, fueron éstas:

“¡El orden reina en Berlín!” ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La
revolución, mañana ya “se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto” y proclamará, para terror
vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”.

Fui, soy y seré... las revoluciones proclaman en nuestro mundo asolado por las contrarrevoluciones
de una derecha conservadora, militarista, que desata nuevas conquistas para satisfacer la voracidad
de sus negocios de destrucción y muerte. Hablamos con Rosa en los momentos en que vimos
levantarse a los pueblos, junto o más allá de sus direcciones, y cuando los vemos refugiarse en un
sentido común defensivo.

Fui, soy y seré, nos dice la Rosa Roja, como voz de revoluciones pasadas, presentes y futuras, que
exigen defender cada uno de los derechos y territorios conquistados por el poder popular, nos
guste más o menos cada decisión emanada de ese poder o del gobierno que lo representa.
Hablamos de defender no a una persona o a un gobierno, sino a la decisión colectiva del poder
popular, más aún cuando el mismo se identifica en clave de revoluciones.

Rosa protagonizó y polemizó con varias revoluciones, Nos referimos no sólo a las que contabiliza la
historia: las dos revoluciones rusas (1905 y 1917), y la revolución alemana (1918-1919), sino
también a sus revoluciones personales, y a las revoluciones del pensamiento que promovió como
mujer práctica y teórica a la vez. Rosa desafió al dogmatismo, defendiendo al marxismo de la
amenaza de sedación de las pasiones y de la acción revolucionaria. Rosa desafió al machismo tanto
como al nacionalismo y al reformismo, dentro de los muchos partidos en los que intervino de
manera destacada (Proletariat, en Polonia, el Partido Socialista Polaco -PSP-, la Social-Democracia
del Reino de Polonia -SDKP- rebautizado después como Social-Democracia del Reino de Polonia y
Lituania -SDKPiL-, el Partido Social Demócrata de Alemania -SPD-, el Grupo Espartaco, el Partido
Comunista Alemán -PCA-, y en su interacción con el Partido Bolchevique (POSDR) de Lenin, y la
Internacional Comunista.

Nuestro diálogo con Rosa tiene por eso tantos matices, que resulta complejo simplificar su legado
en una o dos frases brillantes. Nos exige pensarnos como parte de una lucha histórica, mundial, de
las mujeres, por cambiar al mundo en todos los sentidos. Para terminar con todas las opresiones,
¿Por qué sentimos necesario recordar a Rosa Luxemburgo, después de tantas muertes, después de
tantos cuerpos arrojados a los ríos y a los canales, después de tantas desapariciones que nos
hicieron y nos hacen, en la búsqueda por desaparecer nuestros sueños y nuestras luchas? ¿Por qué
es necesario pensar a Rosa Luxemburgo, con un siglo y un mar de distancias entre sus revoluciones
y las nuestras? ¿Cómo hacer de su memoria no un ritual, no una efeméride, no un gesto
testimonial, sino un grito desgarrador, movilizante, conmovedor, que nos haga temblar de rabia y
de deseo de continuar esa lucha, aprendiendo de las duras lecciones que vamos recibiendo?

Un aspecto transgresor de su pensamiento, es que Rosa no hizo de las contradicciones políticas


juegos de palabras dicotómicas, que disociaran las posibilidades de la lucha socialista. Frente a los
debates sobre reforma o revolución, ella afirmó: reformas y revolución. Frente a los debates sobre
lucha parlamentaria o lucha insurreccional, ella afirmó: lucha parlamentaria y lucha insurreccional.
Partido de cuadros y de masas. Al mismo tiempo supo que en esas tensiones, habría que jugar el
partido fundamental en un lugar preciso. El de la revolución, el del socialismo. Nunca pensó que el
juego era sencillo ni que la victoria fuera inmediata. Sabía que derrota y victoria, son parte de
nuestro andar.

Jugando en el terreno propicio de las revoluciones, no temió la polémica con los adversarios dentro
del mismo campo -por más reconocidos que fueran- como Eduardo Bernstein, Karl Kautsky o el
mismo Lenin. Defender la revolución no es adular a sus profetas y líderes, sino dialogar e incluso
polemizar con ellos/as, pensar los límites, afirmar sus aciertos, y atreverse a explorar otras
posibilidades si se siente que la lucha revolucionaria va quedando atrapada en una encerrona
política o ideológica.

Socialistas y feministas tenemos en Rosa a una compañera que aún camina entre nosotras. Cojea al
caminar desde sus cinco años, pero no se le nota el dolor o la dificultad cuando anda incitándonos a
superar los obstáculos y a desafiar los tiempos oscuros, a no conformarnos con las palabras de
orden.

Los mandamases del orden temían a su palabra y a su acción, a su energía y a su coraje. Por eso
tenían que completar el “orden” de Berlín, con su asesinato y el de su compañero Karl Liebknecht.
Los continuadores del esclavo Espartaco, seguían rebelándose abiertamente contra la esclavitud. El
ejemplo era y sigue siendo peligroso.

Pienso que Rosa es y será, mientras haya mujeres que hagamos de nuestras vidas, un camino para
que transiten los sueños de los pueblos, mientras haya mujeres que sigamos soñando y cambiando
nuestras relaciones personales, y desafiemos las relaciones sociales de producción y reproducción
de la vida.

Rosa es, y será, y seremos con ella, finalmente, si logramos ante la adversidad, mantener la alegría,
el buen humor, el encanto por la vida. Rosa se burla con ternura de nuestros propios modos de
celebrarla, cuando caemos en homenajes solemnes. A su compañera y amiga Mathilde, Rosa
escribió desde la cárcel de Wronke:

“Oh, Mathilde, ¿cuándo estaré de nuevo en Sudende contigo y Mimí (su gata), leyendo
Goethe para las dos? Pero hoy quiero recitar de corazón un poema que me vino a la
cabeza esta noche, sabrá Dios por qué. Es un poema de Conrad Ferdinan Meyer, el
querido suizo (...) “estoy arrepentido, lo confieso compungido, de no haber sido tres
veces más audaz”. Esta conclusión tú vas a ponerla en mi sepulcro... ¿Lo tomaste en
serio Mathilde? ¡Qué! Tienes que reír de eso. En mi tumba, como en mi vida, no habrá
frases grandilocuentes. Sobre la piedra de mi tumba deben aparecer apenas dos sílabas:
zvi, zvi. Es el canto de los (pájaros) carboneros. Yo lo imito tan bien, que ellos vienen
corriendo”.

El orden reina en Argentina, en Honduras, en Colombia, en México, en Guatemala, Rosa. Así dicen
los escribas del poder mundial. Pero aquí estamos. Las mujeres. Los pueblos. Las revoluciones
pendientes. Fuimos. Somos. Y seremos.
Cartas y escritos
De Rosa Luxemburgo

A Leo Jogiches
Suiza, 16 de julio de 1897

No, no puedo seguir trabajando. Permanentemente los pensamientos me llevan a ti. Debo
escribirte algunas palabras: Queridísimo Leo, tú ahora no estás conmigo y toda mi alma está
impregnada de ti. Ella te abraza. Seguramente te parecerá inconcebible, incluso cómico que te
escriba esta carta, ya que vivimos a diez pasos uno del otro. Nos vemos tres veces por día –por otra
parte, sólo soy tu mujer– ¿y para qué todo este romanticismo de ponerse de noche a escribir cartas
al marido?

Ah, mi adorado, aunque todo el mundo lo considere cómico ¡tú no! Por lo menos lee esta carta con
seriedad y con sentimiento, con el mismo sentimiento con que has leído mis cartas en aquel tiempo
de Ginebra, cuando aún no era tu esposa. Escribo esta carta con el mismo sentimiento de entonces
y de la misma manera mi alma me lleva a ti. Y de igual modo las lágrimas inundan mis ojos.
Seguramente al leer esto has de reírte y pensarás que “cualquier nimiedad puede conmoverme
hasta las lágrimas”.

Querido Dziodzio: ¿sabes por qué te escribo en vez de hablar contigo? Porque ya no sé si puedo
hablarte libremente acerca de estas cosas. Me he vuelto sensible y desconfiada como una liebre. El
menor gesto de tu parte o una palabra intrascendente, me oprimen el corazón y me cierran la boca.
Sólo puedo hablar abiertamente contigo cuando estoy rodeada de una atmósfera cálida y plena de
confianza y esto suele suceder rara vez entre nosotros. Fíjate: en estos pocos días de soledad y
reflexión fui desbordada por un sentimiento curioso que despertó en mí. ¡Tenía tantas ideas para
expresarte! Pero tú estabas distraído, alegre y afirmabas que no necesitabas de nada “físico”, o sea,
precisamente aquello que me preocupaba a mí en estos momentos. Esto me ha dolido mucho.
Pensaste que yo estaba desconforme porque tú te fuiste tan rápidamente.

Tal vez no me hubiera decidido a escribirte ahora, pero me ha alentado la sensación que tú, al
despedirte, me demostraste algo del sentimiento de aquel pasado cuyo hálito me sobrecogió. Casi
me ahogué en lágrimas recordando aquella noche antes de dormirme.

Mi querido, mi amado: tus ojos buscan, con seguridad, impacientemente “¿hacia dónde quiere
llegar por fin?” ¿Yo que sé? Quiero amarte, quiero que entre nosotros haya aquella atmósfera
suave, de confianza, ideal, como en aquellos tiempos. Tú, mi querido, muy a menudo me
comprendes superficialmente. Piensas que me enojo porque te vas o algo por el estilo. Y no te
puedes imaginar cuan profundamente me duele esto. Para ti, nuestra relación es algo superficial.
No me digas, querido, que yo no entiendo. Que no es tan superficial como yo pienso. Sé y
comprendo lo que significa y lo comprendo porque lo siento. Antes, cuando hablabas de ello,
sonaba a vacío. Pero ahora es dura realidad. ¡Oh, yo siento muy bien esta superficialidad! Lo siento
cuando veo tu rostro sombrío y cuando te mortificas en silencio ante cualquier preocupación o
inconveniente, y tu mirada me dice: “esto no es cosa tuya, preocúpate de tus asuntos”. Yo lo siento
cuando luego de alguna disputa mayor te pones a cavilar acerca de nuestras relaciones, llegando a
conclusiones y a alguna decisión. Cuando actúas frente a mí lo haces de tal manera que yo quedo
alejada de todo eso y sólo puedo pensar acerca de qué y cómo piensas.
Yo siento esa superficialidad luego de cada encuentro, cuando me apartas de ti y te encierras en tu
trabajo. La siento cuando abarco en mi mente todo mi futuro, que me presenta como una muñeca
articulada movida por un mecanismo exterior.

Mi querido, mi amado, no quiero nada. Sólo quiero que tú no interpretes cada una de mis lágrimas
como escenas femeninas. ¿Yo qué sé? Con seguridad soy la culpable de que no exista entre
nosotros una relación cálida y equilibrada. Pero ¿qué puedo hacer? No puedo dominar mi conducta.
No sé por qué no soy capaz de comprender la situación. No soy capaz de sacar conclusiones. No soy
capaz de tomar una determinación sobre ti. Actúo intuitivamente en cada momento. Si mi alma
está plena de amor y dolor, me lanzo en tus brazos y si me ofendes con tu frialdad, mi corazón se
parte y te odio al punto de poder matarte. Mi adorado: tú puedes comprender y meditar, porque
en nuestra relación ¡lo has hecho por ambos! ¿Por qué ahora no quieres hacerlo junto a mí? ¿Por
qué me dejas sola?

Oh, Dios mío, me dirijo a ti cuando posiblemente sea verdad lo que siempre me pareció: que tú ya
no me quieres tanto ¿quizás? Tal vez, así lo siento. Ahora, casi con seguridad, ves en mí sólo lo malo
y lo feo. Casi no sientes la necesidad de pasar tiempo conmigo. Por otra parte ¿acaso sé qué me
induce a pensar así? Sólo sé que cuando dejo fluir mis pensamientos y mi imaginación, algo me dice
que serías ahora mucho más feliz si esta situación no existiera y pudieras irte y liberarte de todos
nuestros asuntos. ¡Oh, mi querido, comprendo y veo qué poca claridad vislumbras tú en nuestra
relación! ¡Cómo con estas escenas te destrozo los nervios, con estas lágrimas, estas pequeñeces, e
incluso con esta desconfianza de tu amor!

Lo sé, mi adorado, cuando pienso en ello quisiera estar en cualquier parte, irme al diablo, o mejor
aún, no existir. Me duele sobremanera la idea de haberme introducido en tu vida tan pura,
orgullosa y solitaria, con estas historias femeninas, con mi desequilibrio y mi desorden. ¿Para qué,
para qué diablos? Por Dios, es inútil hablar de ello.

Mi querido, has de preguntarte nuevamente adónde quiero llegar. Nada, nada mi querido, sólo
quiero que sepas que no te mortifico ciegamente y sin pesar, quiero que sepas que a causa de ello
vierto amargas lágrimas y no obstante no sé cómo debo comportarme y cómo ayudarme a mí
misma. A veces pienso que lo mejor sería verte lo menos posible. Otras, me sobresalto y quisiera
olvidar todo y echarme en tus brazos para desahogarme. Pero entonces, otra vez me invade este
maldito pensamiento, que me susurra: déjalo en paz, él soporta todo sólo por delicadeza y dos o
tres pequeñeces me lo confirman y en mí crece el odio. Quisiera mortificarte, morderte y mostrarte
que no necesito de tu amor, que puedo vivir sin ti. Pero de nuevo me mortifico por estar sola. Y así
giro en un círculo vicioso. Cuántos dramas, ¿no es cierto? ¡Aburrido! Siempre lo mismo. Y yo siento
que ni siquiera he dicho la décima parte o nada de lo que hubiera querido expresar. “Si se ajustara
el idioma a la voz, la voz a los pensamientos, dónde el rayo del pensamiento atraparía a la palabra”.
¡Adiós, mi querido! Ya me arrepiento de haberte escrito. ¿Quizás te enojes? ¿Quizás te rías? Por
favor, no te rías. “Sólo tú, amada, das la bienvenida como antes al fantasma “.

¡Dziodzio, Dziodzio!

Allá lejos en el tiempo con ansia te deseaba/ extendía hacia ti los brazos/ escudriñaba en el alma
del retrato más querido/ otorgándole los más dulces nombres./ Nerviosa y tierna, arranco riendo el
enfermizo rencor del corazón/, me alegra el eco de tu voz,/ incluso el eco de tus palabras./ Pero
cuando tú llegas,/ quedo petrificada en vez de arrojarme en tus brazos,/ se me encoge el corazón y
con miedo espero cuál será tu recibimiento./ Mis ojos acechan, /¿qué te traerás? ¿con qué cara
vendrás?/ Espero si tú reclamas un abrazo/ cuento cada movimiento y cada palabra./ Ya no sé cuál
fuerza rige el hilo de mis pensamiento y mis palabras, / mi pensamiento no trae mis sentimientos y
las palabras al pensamiento./ Tú te sientes tieso, yo estoy muda / nos herimos el uno al otro / tanto
con palabras como con silencios / parcos y asustados transcurre el tiempo./ ¿Qué nos pasó, qué nos
pasó? / ¡Nos amábamos tanto!/ Jamás nos alcanzaba el tiempo para estar juntos./ Éramos buenos,
éramos sencillos,/ llegadas y despedidas plenas de fe / escuchábamos las palabras del amor, sin
intenciones ocultas. / Hoy te vas, hastiado por las disputas./ Quiero llamarte: ¡quédate amado! /
“Buenas noches”, susurran tus fríos labios,/ y yo me vuelvo bañada en lágrimas.

A Leo Jogiches
Friedenau, 13 de enero de 1900 (aprox)

¡Querido Dziudziu! Realmente ¡eres fantástico! Primero me escribes una carta en el tono más
odioso y cuando yo respondo naturalmente en forma breve y desganada, tú afirmas: “tu tarjeta
postal está escrita en un tono que quita las ganas de responderte en detalle!”. Además, no te das
cuenta de que toda tu correspondencia adquiere sistemáticamente un carácter tremendamente
fastidioso; su único contenido se reduce a una aburrida y pedante prédica, como acostumbran ser
“las cartas del maestro al querido discípulo”.

Comprendo que quieras comunicarme tus observaciones críticas, comprendo su utilidad en general
e incluso su necesidad en determinados casos. Pero ¡por Dios! en ti esto se ha convertido en una
enfermedad ¡en una fea costumbre! No puedo escribirte acerca de ninguna cosa, de ningún
pensamiento o hecho sin recibir como respuesta las peroratas más tediosas y más insípidas. Ya sea
que se trate de mis artículos, de mis visitas, de mi estadía en casa de los Winter, ya sea que se trate
de las suscripciones de los diarios, de mis vestidos o de las relaciones con mi familia, en una palabra
no existe ninguna cosa que me atañe y de la cual te escribo sin que tú me respondas con
indicaciones y consejos. ¡Esto es realmente demasiado aburrido! Y más aún porque es unilateral,
porque tú no me das material para críticas ni consejos, ni yo tengo ganas ni la mala costumbre de
dártelos. Si acaso te indico algo, tú no piensas en hacerme caso. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo,
tu estocada en la tarjeta postal de ayer? “Frente a tus tareas en el movimiento alemán y en la
actividad literaria y también en la propia casa, todo va de mal en peor, espiritual y políticamente...”
Mucho más interesante sería si me escribieras lo que pensaste para ti “respecto a las tareas” y lo
que lees allí donde estás, para no ir de mal en peor. Teniendo en cuenta el espíritu y el contenido
de tus cartas temo que en Zurich te amenaza mucho más esta perspectiva que a mí en Berlín. ¡Qué
idea más absurda tratar de salvarme, cada tantas semanas, de ir de mal en peor!

Todo tiene su origen en tu vieja y mala costumbre que se hizo notar en Zurich desde el principio y
que ha echado a perder nuestra vida en común. Es tu mala costumbre de hacer de mentor, que te
has asignado tú mismo y en la que pretendes aleccionarme y asumir el papel de educador. Tus
actuales consejos y críticas en relación a mis “actividades” aquí, van mucho más allá de los límites
de los consejos y acotaciones de un buen amigo, para convertirse en una sistemática prédica.
Realmente sólo puedo encogerme de hombros y evitar más tarde referirme en mis cartas a todo
aquello que no sea imprescindible, con tal de no provocar tus insípidos consejos. ¿Qué valor
pueden tener para mí tus moralejas si generalmente dependen de tu estado anímico? Una pequeña
demostración de ello: la semana pasada yo me quejé en una carta que contra mi voluntad me
enredé en una amistad personal con K.K. (Karl Kautsky). Tu respuesta fue que te alegrabas por mí,
por tal amistad. Luego en la última carta te explayas largamente en relación a la visita a la casa de
K.K., que no te describí para que hicieras un “juicio político” acerca de lo superficial y pernicioso de
entablar una amistad con K.K., etc.

¿Cómo se concilia lo uno con lo otro? Sencillamente, la primera vez estabas de buen humor y la
segunda de mal humor y de inmediato viste todo negro y yo debía ser preservada de ir “de mal en
peor”, etc. En general, aprecio sólo aquellos consejos y principios que el consejero aplica para sí
mismo. Por lo tanto, si tú me haces observaciones sería bueno que éstas fuesen acompañadas con
informaciones acerca de tu comportamiento al respecto (por ejemplo, acerca de los progresos de
tu doctorado, el sistemático trabajo intelectual, la suscripción y la lectura de diarios “lugareños”,
etc., etc.).

¿Ves cómo te hice un lavado de cerebro? El cántaro va tanto a la fuente que al final se rompe,
siempre una gota desborda el vaso, no metas el dedo en el ventilador, la sartén le dice a la olla no
me tiznes y aún podría agregar muchos genuinos refranes polacos pero temo que tú seas incapaz
de interpretar este polaco tan puro. Por lo tanto agrego solo uno, que ha compuesto el Sr. Jovialski:
cuanto más viejo el gato, más dura se le pone la cola... Dejo por cuenta de tu agudeza todas las
conclusiones que puedas extraer, porque como se dice entre nosotros en Polonia, cuando suena el
cencerro hasta el cordero se aviva.

Ahora, algunos temas para enjuiciar: 1) Anoche cenaron en mi casa Sch(oenlank) y los tres Kautsky;
Sch(oenlank) se fue a las diez (a la estación para viajar). Los K(autsky) estuvieron hasta las doce y
quince. 2) El juicio sobre la Srta. Zastrabska te lo envié en la primera carta de Beuthen. Lo recibí
poco antes de mi partida. Lo llevé conmigo y lo agregué a la carta del 27 que desgraciadamente se
perdió. El juicio era muy halagüeño. Se trata de una joven que promete mucho que ya actuó
algunas veces en conciertos del Conservatorio de Leipzig. 3) Aprovecho a enviarte la “Gazeta
Robotnicza” con la crónica acerca de mi discurso, que recién recibí hoy. Desde luego, no asumo
responsabilidad por la crónica. Estas habladurías son obra de Marek. Por eso sería ridículo enviar
observaciones a “Gazeta Robotnicza”, porque allí no hay afirmaciones falsas, sino que en general se
escriben habladurías ingenuas, como lo saben sus lectores por experiencia propia. 4) Tengo el
propósito de hacerme cargo del trabajo de Cunow en lo de K.K. Este quiere deshacerse de él. Muy
poco trabajo y un ingreso permanente. Los artículos se pagan aparte. Desde luego, lo haría por el
dinero, es decir, por mi padre. A K.K. no le dije nada de esto, pues recién ayer se me ocurrió.
¿Tienes algo en contra? Escríbeme en seguida.

Te abraza cordialmente, Tu Rosa

A Hans Diefenbach
Wronke, 23 de junio de 1917, (desde la cárcel)

Hänschen, buenos días, aquí estoy de nuevo. Hoy me siento tan aislada que quiero reanimarme un
poco conversando con Ud. Hoy después del mediodía estaba leyendo diarios recostada en el sofá.
El médico quiere que duerma la siesta a las dos y media, decidí que era hora de levantarme. Un
segundo después me quedé dormida sin darme cuenta y tuve un sueño maravilloso, de contenido
indefinido pero muy vivaz. Sólo recuerdo que alguien muy querido estaba junto a mí, le pasé el
dedo por los labios y pregunté: “¿de quién es esta boca?” El aludido contestó: “es mía”.
“¡Ah, no!”, grité riéndome, “¡esta boca me pertenece!”. Tanta risa por esa locura, me despertó y
miré el reloj. Todavía eran las dos y media. Mi largo sueño había durado sólo un segundo,
dejándome la sensación de una simpática vivencia. Más tranquila, volví al jardín. Allí tendría
sorpresivamente otra hermosa vivencia, un petirrojo se sentó en el muro detrás de mí,
deleitándome con su canto.

Casi todos los pájaros están ocupados en asuntos familiares, sólo de vez en cuando se oye un breve
canto. Así sucedió hoy de repente con el petirrojo que me visitó un par de veces a principios de
mayo. Yo no sé si Ud. conoce algo más acerca de este pajarito y de su canto. Aquí, como a tantas
otras cosas, lo he conocido bien y lo quiero incomparablemente más que al famoso ruiseñor. El
canto sonoro del ruiseñor me suena demasiado a primadonna, que recuerda demasiado al público y
sus triunfos altisonantes, himnos seductores. El petirrojo tiene una pequeña y suave vocecita que
canta una extraña e íntima melodía que suena como un preludio, cual un trozo de la diana matutina.

¿Conoce Ud. el sonido lejano de las trompetas liberadoras en la escena de la cárcel en el “Fidelio”,
que por decirlo de alguna manera se ha escurrido de la noche? Así suena la canción del petirrojo
cantada en tono suave y trémulo de infinita dulzura que suena veladamente como el recuerdo de
un sueño perdido. Mi corazón literalmente se estremece cuando escucho ese canto e
inmediatamente veo mi vida y el mundo bajo otra luz igual que al disfumarse las nubes, cayendo
sobre la tierra un claro resplandor del sol. Hoy mi pecho sintió suavidad y ternura gracias a ese
pequeño trino suave sobre el muro, que no duró más de medio minuto. Me arrepentí enseguida de
todo daño que hubiera podido ocasionar a cualquier ser humano, de todos los pensamientos y
sentimientos ásperos y decidí una vez más ser buena, simplemente buena, a cualquier precio. Es
mejor que “tener razón” y contabilizar cada pequeño agravio. Decidí escribirle hoy de inmediato,
pese a que desde ayer tengo una pizarrita sobre la mesa, con siete reglas que me regirán en
adelante. La primera establece: “No escribir cartas”. Ya ve como cumplo mis “férreas” reglas ¡tan
débil soy!

Si a Ud., tal como escribe en su última carta, le gusta sobre todo la fuerza en el sexo femenino
cuando se muestran débiles, entonces estará encantado conmigo: ¡Soy, ay, tan débil, mucho más
de lo que quisiera! Por otra parte, su boca de niño dijo una verdad mayor de lo que Ud. se imagina.
Lo que pude constatar recientemente de la manera más cómica. ¿Ud., con seguridad conoció en el
Congreso de Copenhague a Camille Huysmans, aquél muchacho alto con rulos oscuros y el rostro
típico flamenco? Ahora es el jefe de la Conferencia de Estocolmo. Durante diez años pertenecimos
ambos al Buró Internacional y durante diez años nos odiamos mutuamente.

Si mi “corazón de paloma” (la expresión es de Heinrich Schulz, Diputado del Reichstag) fuera capaz
de semejante sentimiento. ¿Por qué? Es difícil determinarlo. Yo creo que él no puede soportar a las
mujeres políticas y a mí me ponía los nervios de punta su gesto impertinente. Sucedió entonces que
en la última sesión en Bruselas que se realizó a fines de julio de 1914 (cuando era inminente el
estallido de la guerra) al finalizar estuvimos juntos durante varias horas. Estábamos en un elegante
restorán y yo me encontraba sentada directamente ante un ramo de gladiolos, colocado sobre la
mesa. Me sumergí en su contemplación y no participé en la conversación política. Luego se habló
de mi partida, salió a luz mi desamparo en “cuestiones terrenales”, mi eterna necesidad de un tutor
que me compre el pasaje, me ubique en el tren correspondiente, junte mis guantes dispersos, en
pocas palabras, toda mi vergonzante debilidad, que a Ud. le divierte tanto. Durante todo el tiempo,
Huysmans me observaba en silencio y el odio que había durado diez años se transformó en una
hora, en floreciente amistad. ¡Era para la risa! Por fin me había visto débil y estaba en su elemento.
Tomó entonces mi destino en sus manos. Junto con el cautivante varón Anseelé me arrastró a su
casa para cenar, me trajo un gatito, interpretó y cantó para mí a Mozart y Schubert. Poseía un buen
piano y hermosa voz de tenor y fue para él una revelación que la cultura musical fuese para mí tan
vital. En particular fue hermosa su “Fronteras de la humanidad” de Schubert. Los versos finales “Y
con nosotros juegan nubes y vientos”, los interpretó un par de veces con su graciosa pronunciación
flamenca –con la L profunda en la garganta–, algo así como “Wouken” con profunda emoción.
Luego me llevó hasta la estación, cargó personalmente mi equipaje, se sentó conmigo en el
compartimiento y resolvió de pronto: ¡Pero es imposible dejar que viaje sola! Como si en verdad, yo
fuera una lactante. Apenas pude convencerlo que no me acompañara hasta la frontera alemana.
Recién saltó del tren cuando se puso en marcha, gritando: ¡Hasta la vista en París!

En efecto, en dos semanas debía realizarse un congreso en París. Esto sucedió el 31 de julio. Pero
cuando mi tren arribaba a Berlín, ya la movilización estaba en plena marcha y dos días después fue
ocupada la querida Bélgica del pobre Huysmans. “Y con nosotros juegan nubes y vientos”, tuve que
repetirme a mí misma.

Dentro de dos semanas se cumple un año de mi prisión –y si se hace abstracción de un breve


intervalo– serían dos años completos. ¡Ah, qué bien me haría ahora, una horita de conversación
intrascendente! Durante las visitas, se habla naturalmente de apuro y de asuntos relacionados con
el proceso, y estoy sentada como sobre brasas. Aparte de eso no veo ni escucho un alma. Ahora son
las nueve de la noche, pero está claro como de día. En mi derredor reina una tranquilidad tal que
puedo escuchar el tic-tac del reloj y el ladrido lejano de un perro. ¡Qué sensación tan nostálgica,
cuando de noche se escucha en el campo el lejano ladrido de un perro ¿no es así? Enseguida me
imagino una cómoda casa campesina, un hombre en mangas de camisa parado en la puerta de
entrada, que conversa con su vieja vecina y fuma su pipa. Del interior de la casa llegan voces de
niños y ruidos de platos y afuera, el olor de los cereales maduros y el débil croar de las ranas...

Adiós, Hänschen. R.

A Hans Diefenbach
Wronke, 29 de junio de 1917

¡Buenos días, Hänschen! Bien, para hacerle un favor borro la primera de las siete reglas de mi vida.
Las seis restantes son muy razonables y seguramente han de recibir su aplauso. Que Gerlach me
quiera cambiar nada menos que por un mariscal de campo es conmovedor. Su carta por otro lado,
suena muy bien. Parece que se agrandó en la guerra y yo me alegraré de volver a saludarlo aquí.
¿Cuándo será posible?...

Todas las tardes, en algún lugar de la vecindad alguien comienza a golpear una alfombra o algo
parecido, lo escucho cuando estoy sentada delante de mi ventana enrejada, con las piernas
apoyadas sobre una silla, para tomar aire fresco y soñar. No tengo la más mínima idea de quién se
trata ni dónde está. Cada día se repite regularmente y ya establecí una relación íntima con él.
Despierta en mí alguna idea vaga del quehacer doméstico, de una pequeña casa en la cual todo
brilla de puro limpio. Quizás es de uno de los funcionarios, que recién tarde en la noche tiene
tiempo de arreglar su minúscula vivienda. O una mujer soltera o viuda solitaria, como lo son la
mayoría de las funcionarias de la cárcel que emplean su escaso tiempo libre para limpiar las
habitaciones que nadie visita y que ellas mismas apenas utilizan. No sé nada, pero un par de golpes
me traen una y otra vez la idea de tranquilidad, ordenada y firmemente delimitada, y al mismo
tiempo un poco de angustia por la estrechez y la desesperanza de una mísera existencia: una
cómoda, fotografías amarillentas, flores artificiales y un sofá duro...

¿Conoce Ud. también el efecto especial de esos sonidos cuyo origen nos es desconocido?

Esto lo he probado en todas las cárceles. Por ejemplo, en Zwickau, todas las noches, puntualmente
a las dos, me despertaban patos que vivían en algún lago en la vecindad, con un fuerte “¡cua-cua!
¡cua-cua!” La primera de las cuatro sílabas deben ser gritadas con la más fuerte de las entonaciones
con convicción, para descender hasta un bajo profundo. Cuando es grito me despertaba, en medio
de la absoluta oscuridad y acostada sobre el duro colchón, siempre demoraba algunos segundos en
darme cuenta dónde estaba. La sensación opresiva de la celda, la entonación especial del “cua-
cua”... y el hecho de no saber de dónde se hallaban los patos y que sólo los escuchaba en la noche,
daba a sus gritos un sentido misterioso y significativo. Me parecía siempre alguna sabia sentencia
que repetida cada noche encerraba algo irrevocable desde el principio del mundo, como alguna
sabia regla sacerdotal: Y en las alturas de los aires de la India. Y en las profundidades de las tumbas
egipcias. He escuchado la palabra santa... Dado que nunca pude descifrar el sentido de esta
sabiduría de las aves y sólo tuve una vaga idea que me producía cada vez una rara inquietud en el
corazón. Y mucho tiempo después de escucharlos, me revolvía con angustia en mi cama. Muy
distinto era en la Barnimstrasse. A las nueve de la noche, cuando apagaban la luz, quiérase o no, me
acostaba pero no podía conciliar el sueño. Algunos minutos después de las nueve empezaba
regularmente, en medio de la tranquilidad nocturna, el llorisqueo de un niño de 2 a 3 años, en un
conventillo vecino. Siempre se escuchaban unos sonidos suaves e intermitentes, como arrancados
del sueño y luego de algunas pausas, el pequeño pasaba a un auténtico y vehemente llanto, que no
expresaba un dolor determinado o deseo alguno, sino una disconformidad general con su
existencia. Expresaba incapacidad de dominar las dificultades de la vida y sus problemas y era
evidente que su mamá no estaba cerca. Este llanto desesperado duraba tres cuartos de hora. A las
diez en punto, yo escuchaba que la puerta se abría enérgicamente, y en la pequeña pieza sonaban
ligeros y rápidos pasos. Y se oía una juvenil voz femenina, impregnada de la frescura del aire de la
calle: “¿Por qué no duermes?”. A lo cual seguían siempre tres palmadas que hacían presumir el
apetitoso calor de la cama y la parte palmeada del pequeño cuerpo infantil. Y ¡oh maravilla! los tres
pequeños golpecitos solucionaban como por arte de magia todas las dificultades y los intrincados
problemas de su existencia. Cesaba el llanto y el pequeño se dormía de inmediato. De nuevo
reinaba un silencio salvador en el patio. Esta escena se repetía tan regularmente cada noche, que
pasó a ser parte de mi existencia. A las nueve de la noche yo solía esperar con los nervios tensos el
despertar y el llanto de mi pequeño y desconocido vecino, cuyos registros me eran familiares
comunicándome su sentimiento de desconcierto frente a la vida. Entonces yo esperaba el regreso
de la joven mujer, su pregunta altisonante y en especial los tres golpecitos liberadores.

Créame, Hänschen, este viejo método de resolver problemas existenciales provocó milagros en mi
alma a través de los golpes en la cola del muchachito. Mis nervios se relajaban de inmediato y casi
siempre me dormía al mismo tiempo que él. Nunca pude saber de cuál de las ventanas con geranios,
de cuál de las piecitas, se comunicaban conmigo estos hilos. A la luz del día, todas las casas que
abarcaba mi mirada, eran por igual grises, sobrias y firmemente cerradas, diciéndome: “Nosotros
no sabemos nada”. Recién en la oscuridad nocturna y a través de la brisa veraniega se establecían
relaciones misteriosas entre quienes no se conocían ni veían.
¡Qué hermosos recuerdos tengo de la Alexanderplatz! ¿Sabe Vd., Hänschen, qué es Alexanderplatz?
Mi estadía de un mes y medio allí, me dejó canas y debilitó mis nervios. Y no obstante conservo un
pequeño recuerdo que cual flor se afincó en mi memoria. Era otoño avanzado, octubre, y no había
luz en la celda. Allí empezaba la noche a las cinco o seis de la tarde. No podía hacer otra cosa que
acostarme en la celda que medía 11 metros cúbicos y estaba atestada de muebles indescriptibles, y
declamar en medio de la horrenda música de los trenes urbanos, que permanentemente pasaban y
sacudían mi celda, reflejando la luz en los vidrios de la ventana. Luego de las diez de la noche, solía
apaciguarse el diabólico concierto de los trenes y enseguida se podía oír desde la calle lo siguiente.
Primero se oía una voz bronca de hombre, que tenía algo de grito y de amonestación. Y como
respuesta el canto de una muchacha de cerca de 8 años que evidentemente, mientras brincaba
cantaba una canción infantil. Al mismo tiempo, sonaba su risa argentina cual campana. Debía ser
algún portero cansado y malhumorado que llamaba a su hijita para que fuera a dormir. La pequeña
no quería obedecer, y dejaba que la voz de bajo de su padre la llamara mientras saltaba y corría
como una mariposa, burlándose del padre que se hacía el severo, con una canción alegre. Se podía
ver flotar en el aire la corta falta y las finas piernitas. En el ritmo de la canción infantil y en la risa
sonora, había tantas ganas victoriosas y despreocupadas de vivir que todo el oscuro y húmedo
edificio de la Jefatura de Policía, se envolvía en un manto de niebla plateada y en mi celda
maloliente reinaba súbitamente un aroma de oscuras rosas rojas... De todos los lugares se recoge
un poco de felicidad desde la calle que nos dice que la vida siempre es hermosa y rica. Hänschen,
¡Vd. no se imagina qué azul estaba hoy el cielo! ¿O acaso lo estaba igualmente en Lissa? Antes del
encierro nocturno, salí por media hora a regar las flores en mi pequeño cantero (pensamientos, no
me olvides y otras todas plantadas por mí). Voy con una pequeña regadera y camino un poco por el
jardín. Esta hora vespertina tiene una atracción muy particular. El sol aún calentaba y sus rayos
oblicuos quemaban cual beso en la nuca y las mejillas. Un leve airecillo movía los arbustos como
una promesa susurrante anunciando la pronta frescura que relevaba al calor diurno. En el cielo, que
era de un azul fulgurante y tembloroso, había un par de nubles blancas y apiladas. Una media luna
pálida nadaba fantasmagórica entre ellas. Las golondrinas empezaban su nocturno vuelo, cortaban
con sus puntiagudas alas la seda azul del espacio, volaban gorjeando de aquí para allá, escapándose
con sus tijeretas a alturas vertiginosas.

Yo permanecía con mi regadera goteante en la mano y la cabeza en alto, sintiendo una infinita
nostalgia y deseo de sumergirme allí en la húmeda, titilante inmensidad azul para bañarme en ella,
chapotear, impregnarme de espuma, disolverme y desaparecer. ¿Sabe Vd.?, Mörike me vino a la
memoria: “Oh río, río mío, al rayo de sol matinal recibe, recibe pues al más nostálgico cuerpo una
vez más y bésale el pecho y la mejilla!”

El cielo azul y límpido hacia donde cantan las olas El cielo es el alma tuya ¡Oh, déjame escurrirme
allí!

Me sumerjo en espíritu y cerebro en el azul más profundo y no lo puedo alcanzar ¿Qué hay más
profundo, más profundo que eso? Sólo el amor no está satisfecho ni se satisface jamás con su
aparente mutación... Por Dios, Hänschen, no siga Vd. mi mal ejemplo, no se vuelva tan charlatán.
No lo haré más, ¡lo juro!

Notas
(1) Tristemente famosa cárcel de mujeres, en el centro de Berlín. Más tarde, bajo el nazismo,
centenares de mujeres antifascistas fueron allí encarceladas (N. del T.).
(2) Eduard Mörike, poeta alemán nacido en 1804, fallecido en 1875, autor de baladas, novelas y
relatos, muy apreciado por Rosa Luxemburgo (N. del T.)

Wronke, 6 de julio de 1917

Hänschen, ¿está dormido? Llego con una larga pajita para hacerle cosquillas en el oído. Necesito
compañía, estoy triste, quiero confesarme. En estos días fui mala, por lo tanto desdichada y
enferma. O quizá el orden sea inverso, estuve enferma, y por eso desdichada y por ello, mala –ya
no lo recuerdo-.

Ahora estoy bien de nuevo, y prometo nunca, nunca más oír al diablo en mi interior. ¿Puede Vd.
tomar a mal que yo de vez en cuando sea desdichada, dado que aquello que significa vida y
felicidad para mí, siempre tengo que verlo y oírlo desde lejos? Enójese Vd. conmigo. Juro que de
ahora en adelante seré la paciencia y la bondad en persona. Por Dios, ¿no tengo bastantes motivos
para estar agradecida y de buen ánimo? El sol brilla y los pájaros cantan aquella vieja canción cuyo
sentido comprendo tan bien...

Un pequeño amigo cuya foto le envío ha contribuido a hacerme entrar en razón. Este muchacho
con el pico tan atrayente, la frente alta y ojos sabihondos se llama pájaro “hypolais-hypolais”, en
alemán “pájaro del follaje jardinero”. Es seguro que Ud. lo ha oído en algún lugar porque anida
preferentemente en jardines y parques. Con seguridad Ud. no lo ha observado, porque en general
los hombres dejan de lado sin observar las cosas más hermosas de la vida. Este pájaro es un bicho
curioso. No canta una canción, una melodía como otros pájaros sino que es un tribuno popular de
la gracia de Dios. Dirige sus discursos al jardín en voz alta y plena de excitación dramática, elevación
y salto patéticos de tono. Plantea las cuestiones imposibles, se apresura en dar respuestas sin
sentido, hace los planteamientos más audaces, rechaza acaloradamente afirmaciones que nadie
hizo, arremete contra puertas abiertas y de súbito dice en forma triunfal: “¿No lo he dicho, no lo he
dicho?” Advierte a todos quienes quieran o no oírlo: “¡Ya verán, ya verán!” (Porque tiene la
inteligente costumbre de repetir dos veces cada chiste). No le importa piar de repente, como un
ratón cuya cola quedó apretada. O estallar en una risa pretendidamente satánica, que suena muy
cómica, en su minúscula garganta. En síntesis, él llena incansablemente el jardín con sus disparates
y uno en el silencio que reina cree ver intercambiar miradas y encoger los hombros a los otros
pájaros durante estos discursos. Sólo yo no me encojo de hombros sino que río feliz y exclamo a
plena voz: “¡Dulce charlatán!”. Desde luego, sé que sus discursos tontos tienen la más profunda
sabiduría y que tiene razón en todo lo que dice. Como un segundo Erasmo de Rotterdam, él canta
loas a la tontería consciente y da en el blanco. Creo que ya me conoce por la voz. Hoy, luego de
varias semanas de silencio, empezó de nuevo con sus ruidos y se posó en el pequeño avellano cerca
de mi ventana.

Cuando lo saludé, alegremente: “dulce charlatán”, me espetó como respuesta algo impertinente,
que podría interpretarse más o menos así: “¡Tú eres una ignorante!”... Lo cual acepté con una risa
agradecida y de súbito me curé de maldad, desdicha y enfermedad.

Hänschen ¡no estoy fantaseando acerca de esta charlatanería dramática! Cada palabra es cierta. Ud.
mismo podrá convencerse en el jardín botánico de Berlín, donde anida masivamente estos pájaros
y se va a retorcer de risa, cuando oiga a estos alegres bichos. Otra vez el día fue de una
indescriptible belleza. Suelo regresar a mi celda, por lo general, a las diez de la mañana para
trabajar. Hoy no lo hice. Me senté con las piernas extendidas en mi sillón con la cabeza hacia atrás y
miré el cielo durante horas enteras, sin moverme. Inmensas nubes de formas fantásticas posaban
encima del azul mate que se percibía detrás de ellas. Las nubes estaban bordeadas por la luz solar y
mantenían su expresivo gris en el centro que jugaba con todos los matices desde un hálito plateado
y endeble, hasta el tormentoso tono oscuro.

¿Ha podido observar cuán hermoso y rico es el color gris? Tiene algo distinguido y reservado y
muchas posibilidades. ¡Qué maravillosos son los tonos grises sobre el fondo azul del cielo! Es como
un traje gris en relación a profundos ojos azules. Delante de mí susurran los álamos del jardín, sus
hojas trepidan y fulguran al sol con un estremecimiento voluptuoso. En estas horas en las cuales
estaba sumergida en sueños grises y azules, tuve la sensación de percibir el paso de milenios.
Kipling cuenta en algunas de sus historias de la India cómo una manada de búfalos era expulsada
cada mediodía de la aldea. Los animales gigantescos que podrían haber destrozado toda la aldea en
pocos minutos, obedecían pacientemente al látigo de dos niños de piel marrón oscuro vestidos con
camisitas que los conducían hacia un pantano lejano. Ahí los animales penetraban en el pantano
con gran ruido, se sentían cómodos y se sumergían hasta los hocicos. Los niños se encaminaban
hacia unos arbustos de acacias, para protegerse del sol inmisericorde y comían despacio un
bizcochuelo hecho de harina de maíz. En tanto, observaban la luz del sol, las salamandras dormidas
y miraban en silencio hacia el espacio fulgurante... “Una tarde como ésta les parece a ellos más
larga que a alguna gente la vida entera”, se lee si no me equivoco, en Kipling. Qué bien lo ha dicho,
¿no es así? Yo me siento tan bien como aquellos niños de la aldea india cuando vivo una mañana
como la de hoy.

Me tortura algo. Sola yo puedo disfrutar de tanta belleza. Quisiera gritar a través del muro. ¡Por
favor, observe Vd. este día tan hermoso! No olvide, por más ocupado que esté al atravesar el patio,
levante la cabeza y mire a las inmensas y plateadas nubes, y al silencioso océano azul en el cual
éstas nadan. Observe, por favor, el aire impregnado del aliento apasionado de los últimos tilos en
flor. ¡Observe el esplendor y la hermosura de este día, porque no volverá jamás! Le ha sido
regalado, como una rosa florecida, puesta a sus pies, que espera que Vd. la levante y la apriete
contra sus labios. R.

Breslau, 27 de agosto de 1917

Hänschen, hoy es un día gris, horroroso tiempo de lluvia y por eso estoy encerrada en mi cuchitril
todo el día. Recién me trajeron el correo, algunas cartas, entre ellas de Ud. ¡y ahora estoy
nuevamente alegre y animada! También para mí es una salvación que nuestra correspondencia por
fin se haya regularizado.

Acabo de mandarle una carta a Stuttgart, pero ya no pude retirarla para suplirla por ésta. Pobre
Hannesle, puedo compartir el estado de ánimo que ahora le embarga, y siento la necesidad de
saber algo acerca de sus preocupaciones. Yo aprobaría que se trasladara ya mismo a Stuttgart para
permanecer cerca de su padre. Ya que no se puede ayudarle a aliviar su situación, por lo menos
estar cerca será para el pobre una buena acción porque después uno se hace amargas
recriminaciones por cada hora que ha estado ausente, sobre todo, con los más ancianos. Yo no tuve
la dicha de haber podido hacerlo con mis padres. Tenía que liquidar permanentemente asuntos
urgentes para la humanidad y hacer feliz al mundo. Recibí la noticia de la muerte de mi padre en
Berlín y al regresar del Congreso Internacional de París, donde me trencé con Jaurès, Millerand,
Daszynski, Bebel y Dios sabe cuántos más, hasta que volaron las plumas. Mientras tanto mi viejo
padre no pudo esperarme y murió. Seguramente se dijo que no tenía sentido pues aunque esperara
más, yo nunca “tendría tiempo” para él ni para mí. Cuando regresé de París, ya hacía una semana
que lo habían enterrado. Naturalmente ahora sería más inteligente pero en general, uno se vuelve
más inteligente cuando ya es demasiado tarde. De manera tal que si Ud. puede, vaya a ver a su
padre y quédese con él hasta el final. Este consejo significa para mí un sacrificio. Lo siento más
cerca en Lissa y cuando viaje a Stuttgart, me sentiré totalmente abandonada. Pero, yo tengo tiempo
–¡ahora tengo mucho tiempo!...– y también el correo me traerá sus noticias de allá.

Romain Rolland no es para mí un desconocido, Hänschen. Es uno de los cuervos blancos intra y
extra muros (1), que no acompañaron durante la guerra la recaída en la psicología del hombre de
Neandertal. De él he leído “Juan Cristóbal en París”, en una traducción alemana. Temo ofenderle,
pero quiero ser, como siempre, honesta: sentí que el libro era simpático y bueno pero más panfleto
que novela. No lo considero obra de arte. Respecto a eso, soy una implacable crítica, pues la
tendencia más hermosa no puede suplir al genio sencillo y divino. Pero quisiera gustosamente leer
más de él en francés, lo que sería una satisfacción para mí y tal vez encontraría algo más en otras
obras que en esa. Pero, ¿qué le parece el libro de Hauptmann “Locura en Cristo”, que le envié?
¿Aún no lo ha leído? Esto sería ahora, dado su estado de ánimo, un verdadero tesoro. Si ya lo leyó,
ruego que me envíe rápidamente su opinión.

Desde hace unos días, nubes de avispas invaden mi celda (naturalmente, mantengo día y noche la
ventana abierta). Ellas buscan alimento y Vd. sabe que soy hospitalaria. Les puse un platillo con
alimentos y ellas trabajan incansablemente. Es un goce ver cómo estos pequeños animales
desaparecen cada par de minutos con una nueva carga a través de la ventana para volar lejos hacia
un jardín cuyos árboles vislumbro en la lejanía y luego de unos minutos, vuelven al plato.

Hänschen ¡qué sentido extraordinario de orientación tienen, con sus ojitos del tamaño de la cabeza
de un alfiler y qué memoria, vienen día a día y de ninguna manera olvidan durante la noche el
camino hacia el “almuerzo burgués” detrás de las rejas!

En Wronke he visto a diario durante mis paseos por el jardín, cómo perforaban la tierra entre los
adoquines, creando pasillos. En cada metro cuadrado había decenas de agujeros tales que el ojo
humano no los podía diferenciar. Lo asombroso es que cada animal sabía exacta y directamente el
camino hacia los suyos, cuando regresaba de una gran excursión. El mismo problema respecto a la
inteligencia, plantean los pájaros en sus excursiones. En la actualidad, estoy estudiando más de
cerca este tema.

Hänschen, ¿sabe Ud. que en su camino otoñal hacia el sur, los pájaros grandes como las grullas
llevan muy a menudo pájaros más pequeños en sus espaldas como alondras, golondrinas y otros?
Estos no son cuentos para niños, sino observaciones científicamente comprobadas. Y los pequeños
se entretienen entre ellos, en su “asiento de ómnibus”... ¿Sabe Vd. que en tales excursiones
otoñales muy a menudo aves de rapiña –gavilanes, halcones y milanos– vuelan junto a pequeñas
aves que en general engullen y conciertan una especie de tregua? Cuando leo estas cosas, me
conmuevo y me causa alegría de vivir, de manera tal que incluso considero a Breslau, una localidad
en la cual la gente puede vivir. No sé por qué esto me influye tanto. Quizás porque me recuerda
nuevamente que la vida es un cuento hermoso.
Al principio, aquí casi lo había olvidado. Ahora nace de nuevo en mí. No me dejo aplastar... Escriba
pronto.

Cordialmente, su R.

Adjunto una carta conmovedora de un soldado. No conozco a su autor.


(1) Literalmente, dentro y fuera de la ciudad.

A Sophia Liebknecht
Breslau, Diciembre, 1917

Karl ha estado en la prisión de Luckau durante un año. He estado pensando en eso con tanta
frecuencia este mes y de cómo es solo un año desde que viniste a verme a Wronke, y me diste ese
hermoso árbol de Navidad. Esta vez hice arreglos para conseguir uno aquí, pero me han traído un
arbolito tan viejo y raído, con algunas de sus ramas rotas, no hay comparación entre él y el tuyo.
Estoy segura de que no sé cómo podré arreglar las ocho velas que tengo para eso. Esta es mi
tercera Navidad bajo llave y cerrojo, pero no es necesario tomarlo en serio. Estoy tan tranquila y
alegre como siempre. Anoche estuve despierta por mucho tiempo. Tengo que irme a la cama a las
diez, pero nunca puedo dormir antes de la una de la madrugada, así que me acuesto en la
oscuridad y reflexiono sobre muchas cosas.

Anoche mis pensamientos corrieron de esta manera: “Qué extraño es que siempre estoy en una
especie de embriaguez alegre, aunque sin causa suficiente. Aquí estoy acostada en una celda
oscura sobre un colchón duro como la piedra; el edificio tiene su patio de iglesia habitual tranquilo,
de modo que uno ya podría estar sepultado; a través de la ventana cae sobre la cama un destello
de luz de la lámpara que arde toda la noche frente a la prisión. A intervalos puedo oír débilmente a
lo lejos el ruido de un tren que pasa o de cerca la tos seca del guardia de la prisión como en sus
pesadas botas, da algunos pasos lentos para estirar las extremidades. La gravilla de la grava bajo
sus pies tiene un sonido tan desesperado que todo el cansancio y la futilidad de la existencia
parecen irradiarse a la húmeda y tenebrosa noche. Estoy aquí sola y en silencio, envuelta en los
múltiples y negros envoltorios de la oscuridad, el tedio, la falta de libertad y el invierno, y sin
embargo, mi corazón late con una alegría interior inconmensurable e incomprensible, como si me
moviera a la brillante luz del sol sobre un florido aguamiel. Y en la oscuridad sonrío a la vida, como
si fuera poseedora del encanto que me permitiría transformar todo lo que es malo y trágico en
serenidad y felicidad. Pero cuando busco en mi mente la causa de esta alegría, descubro que no hay
causa, y solo puedo reírme de mí misma. “- Creo que la clave del enigma es simplemente la vida
misma, esta oscuridad profunda de la noche es suave y hermoso como terciopelo, si solo uno lo
mira de la manera correcta. La grada de la grava húmeda bajo el lento y pesado paso de la guardia
de la prisión es también una hermosa canción de la vida, para alguien que tiene oídos para escuchar.
En esos momentos pienso en ti, y también podría darte esta llave mágica. Entonces, en todo
momento y en todos los lugares, podrías ver la belleza y la alegría de la vida; entonces también
podrías vivir en la dulce intoxicación y atravesar un hidromiel floral. No pienses que te estoy
ofreciendo alegrías imaginarias, o que estoy predicando el ascetismo. Quiero que pruebes todos los
placeres reales de los sentidos. Mi único deseo es darte, además, mi inagotable sensación de dicha
interna. Podría hacerlo, debería estar tranquila contigo, sabiendo que en tu paso por la vida estarás
vestida con una capa adornada con estrellas que te protegería de todo lo insignificante, trivial o
acosador.

Estoy interesada en conocer el precioso racimo de bayas, negras y violetas rojizas que elegiste en
Steglitz Park. Las bayas negras pueden haber sido más viejas, por supuesto, usted sabe las bayas
más viejas que cuelgan en racimos gruesos y pesados entre las hojas en forma de abanico. Sin
embargo, era más probable que fueran aligustres, esbeltos y elegantes, espigas verticales de bayas,
en medio de hojas verdes estrechas y alargadas. Las bayas de color violeta rojizo, casi ocultas por
hojas pequeñas, deben haber sido las del níspero enano; su color apropiado es el rojo, pero a esta
temporada tardía, cuando están demasiado maduros y comienzan a pudrirse, a menudo adquieren
un tinte violeta. Las hojas son como las del mirto, pequeñas, puntiagudas, de color verde oscuro,
con una superficie superior coriácea, pero áspera por debajo.

Sonyuscha, ¿conoces a la Verhängnisvolle Gabel de Platen? ¿Podrías enviármela o traerla cuando


vengas? Karl me dijo que lo había leído en casa. Los poemas de George son hermosos. Ahora sé de
dónde sacaste el versículo,” Y en medio del crujir de maíz rojizo “, que a ti te gustaba citar cuando
caminábamos por el campo. Me gustaría que me copiaras The Modern Amades cuando tengas
tiempo. Estoy tan encariñada con el poema (cuyo conocimiento debo al escenario de Hugo Wolf)
pero no lo tengo aquí. ¿Sigues leyendo Lessing Legende? He vuelto a leer History of Materialism de
Lange, que siempre encuentro estimulante y vigorizante. Espero que lo leas algún día.

Sonichka, cariño, tuve una punzada recientemente. En el patio donde camino, a menudo llegan
camiones del ejército, cargados con mochilas o túnicas viejas y camisas del frente; a veces están
manchados de sangre. Son enviados a las celdas de las mujeres para ser reparados, y luego
regresan para usarlos en el ejército. El otro día, uno de estos camiones fue dibujado por un equipo
de búfalos en vez de caballos. Nunca había visto las criaturas a mano antes. Son mucho más
poderosos que nuestros bueyes, con cabezas aplastadas y cuernos fuertemente curvados, de modo
que sus cráneos tienen forma de calavera de oveja. Son negros y tienen ojos grandes y suaves. Los
búfalos son trofeos de guerra de Rumania. Los conductores de los soldados dijeron que era muy
difícil atrapar a estos animales, que siempre se habían vuelto salvajes, y aún más difíciles de romper
para aprovecharlos. Habían sido flagelados sin piedad, según el principio de “vae victis”. Hay
aproximadamente cien cabezas en Breslau solo. Ellos han estado acostumbrados a los exuberantes
pastos rumanos y tienen que aguantar con escaso y escaso forraje. Sin ser explotados, unidos a
cargas pesadas, pronto son asesinados. El otro día un camión llegó cargado de sacos, tan
sobrecargados que los búfalos no pudieron arrastrarlo por el umbral de la puerta. El soldado-
conductor, un bruto de un compañero, embistió a las pobres bestias tan salvajemente con el
extremo del látigo que la guardiana en la puerta, indignada por la vista, le preguntó si no tenía
compasión por los animales. “No más que nadie tiene compasión por nosotros los hombres”,
respondió con una sonrisa malvada, y redobló sus golpes. Finalmente, los búfalos tuvieron éxito en
atraer la carga sobre el obstáculo, pero uno de ellos estaba sangrando. Sabes que su cuero es
proverbial por su grosor y dureza, pero se había roto. Mientras el camión estaba siendo descargado,
las bestias, que estaban completamente agotadas, permanecían completamente quietas. El que
estaba sangrando tenía una expresión en su cara negra y en sus suaves ojos negros como la de un
niño lloroso, uno que ha sido severamente golpeado y no sabe por qué, y cómo escapar del
tormento de los malos tratos. Me paré frente al equipo; la bestia me miró: las lágrimas brotaron de
mis propios ojos. El sufrimiento de un hermano muy querido no podría haberme nutrido más
profundamente, que mi impotencia me conmovió ante esta muda agonía. Lejos, perdidos para
siempre, estaban los verdes y exuberantes prados de Rumania. Cuán diferente es la luz del sol, el
soplo del viento; Cuán diferente es la canción de los pájaros y la melodiosa llamada del pastor. En
cambio, la calle espantosa, el establo fétido, el heno de rango mezclado con paja mohosa, los
hombres extraños y terribles – golpe sobre golpe, y la sangre corriendo de heridas abiertas. Pobre
infeliz, soy tan impotente, tan tonta como usted mismo; Estoy de acuerdo contigo en mi dolor, mi
debilidad y mi anhelo.

Mientras tanto, las mujeres prisioneras se empujaban unas a otras mientras descargaban
afanosamente el carro y llevaban los pesados sacos al edificio. El conductor, con las manos en los
bolsillos, caminaba arriba y abajo por el patio, sonriendo para sí mientras silbaba un aire popular.
¡Tuve una visión de todo el esplendor de la guerra! …
Escribe pronto, querida Sonichka.
Tu Rosa

No importa, mi Sonyusha; debes estar tranquila y feliz de todos modos. Tal es la vida, y tenemos
que tomarla como es, con valentía, con la cabeza erguida y sonriendo, a pesar de todo.

Los secretos del patio de una prisión

Dedico este texto a la señora Hanna-Elsbeth Dossmann de Stühmer, en humilde agradecimiento por
la hermosa planta de jacinto

Cuando tuve mi primera salida al patio desde que me habían puesto bajo “custodia preventiva” en
la prisión para mujeres de la calle Barnim, encontré allí una señora de figura fornida, con fina
vestimenta y que portaba una pequeña joyería en sus dedos y en su pecho que centelleaba con
cada uno de sus movimientos. Con cara de enojada, los labios apretados y la frente surcada,
caminaba en círculos sin cesar por el pequeño patio, la mirada clavada en el piso, dando pasos
fuertes y resonantes con sus tacones ultramodernos que parecían protestar contra la amarga
injusticia del mundo y de la autoridad militar. Cuando registró mi modesta presencia, me observó
un buen rato con sus ojos ceñidos por la miopía hasta que finalmente se presentó y comenzó
enseguida a contarme a viva voz sus penas. Era el caso típico, bien conocido: amigas celosas, una
vieja venganza, luego una denuncia anónima por “actitud anti-alemana”, la detención, la cárcel… “Y
ahora estoy metida en este calabozo miserable, quieren que me quede acá dentro con este
hermoso clima de verano afuera: justo yo, la que no puede vivir sin la naturaleza.” Y me contó que
todos los años emprendía un costoso viaje para disfrutar las puestas de sol en los Alpes del Tirol,
que la llegaban a emocionar tanto que se ponía a llorar…

Resulta evidente que la señora vivía firmemente convencida de que la naturaleza comenzaba en los
Alpes tiroleses y, en particular, con un espectacular atardecer. Si alguien le hubiera dicho que aquí,
en la calle Barnim número 10, donde ella se encontraba parada o caminando, estaba en medio de la
naturaleza desde la mañana hasta la noche, seguramente habría pensado que se estaban burlando
de ella. Guardé silencio, sonreí amablemente y me despedí. Ahora quiero invitarla, bella dama, a
que haga conmigo un pequeño paseo por este minúsculo reino de la naturaleza. Desconozco sus
finos rasgos, pero ¿qué importa? Sé lo suficiente como para imaginarme lo más tierno. ¿Me
permite que le cante con la misma educada reverencia que hace Leporello en el Don Juan de
Mozart ante Doña Elvira cuando despliega su famosa lista?
Señora mía, si me permite.
Observad, leed conmigo
Leed conmigo.

Lo primero que veía al levantarme, durante los 365 días del año, es una desgastada medianera gris
con la inscripción “Fábrica de vinagre Timner“ en letras grandes, parcialmente tapadas por las
enredaderas. La chimenea de la planta, cubierta de hollín, humea con ahínco e inunda sin cesar el
aire de la prisión con un olor agridulce que a veces, en los días grises, produce una fuerte picazón
en la garganta. A la izquierda y a la derecha de la fábrica se encuentran coloridas hileras de edificios
de alquiler muy antiguos, cuyas pequeñas ventanas están adornadas con geranios tísicos, jaulas de
canarios y ropa de bebé, y por las que se escuchan –según el caso– gritos de niños, discusiones y
riñas, el rasgueo de una guitarra o el chirrido de un gramófono.

¿Conoce usted, estimada señora, el “Fantaso”? de Arno Holz? Comienza así:

“Su tejado llegó casi hasta las estrellas,


Desde el patio tronaba la fábrica,
Se trataba de un verdadero inquilinato
Con pasillo y música de organillo.
En el sótano anidaba la rata,
En la planta baja había licor, grog y cerveza,
Y hasta el quinto piso tenía
La miseria del suburbio su lugar de residencia”…

Pero en la línea quebrada de estos techos, que se orientan todos hacia el Este, se produce cada
mañana un espectáculo, que es el más hermoso y sublime desde la creación del mundo: la salida
del sol.

Finales del otoño, cinco y media de la mañana. El edificio aún duerme, solo un segundo más
permanecerá en silencio hasta que el alboroto de tintineos, golpeteos y ruidos de llaves de 500
existencias humanas rompan el dique del silencio de la noche como una oleada impaciente y llenen
hasta el último rincón del enorme edificio. Falta un segundo. En este último suspiro de la noche
moribunda verá usted brillar allí arriba, en el techo del edificio, una diminuta silueta de pájaro y,
¿escucha su dulce balbuceo? Es el estornino que todas las mañanas espera conmigo el gran
espectáculo.

¡Adelante, ya comienza! ¿Ve, estimada señora, cómo el cielo se va tiñendo de rosa sobre la Fábrica
de vinagre Timner, que hasta ahora era gris oscuro? De repente, un rayo rosado se dispara hacia la
altura y toda una multitud de nubecitas van encendiéndose con cada vez más intensidad a su
alrededor hasta convertirse en fuego vivo. La mitad del cielo está ya en llamas, flameando
antorchas ardientes. Y en el centro, justo encima de la chimenea de la fábrica, se va abriendo paso
el primer fulgor luminoso de oro por la marea de rojo encendido.

Es como la apertura de una ópera wagneriana. Primero, los violines vibran solos su escala y
empiezan por el sonido más agudo, más finito, cada vez más deprisa, más pujante; luego interviene
el timbre potente del oboe con el leitmotiv, después se entreveran bajos, flautas, clarinetes, luego
los timbales retumbando, y finalmente tutti, toda la orquesta junta in crescendo; ¡un triunfo, una
exaltación, un himno!… Así es como la orquesta de colores en el cielo suena y triunfa y se exalta
silenciosamente sobre los muros grises de la calle Barnim. El sol, el sol se levanta sobre la Fábrica
de vinagre Timner. ¡Sálvate, viejo y siempre joven sol y recibe mi saludo! Tan solo si tú me eres fiel,
si puedo ver tu semblante dorado, ¿qué me hacen las rejas y el encierro? ¿No soy tan libre como
aquel pájaro en el tejado que celebra agradecido al igual que yo? Y si algún día, en el incendio de
una revolución rusa, me llegaran a llevar a la horca, entonces te pido que me ilumines en ese difícil
camino y daré los pasos hacia mi última elevación con una sonrisa alegre como si fuera a una fiesta
de boda.

Las siete de la mañana. Ya tengo permiso para bajar al patio, hasta las diez yo sola. Bella dama,
¿quiere acompañarme? Acá abajo ve el sencillo cuadrado de césped, en el centro nada más que un
olmo solo y, a los lados, algunos arbustos. Eso es todo. Pero ¡cuánta abundancia cuando se observa
más de cerca!

Mire acá nomás en el césped cubierto de rocío, si es tan amable de agacharse un poco, estimada
señora. ¿Ve que está todo lleno de hojas de trébol? Fíjese cuán débil es su resplandor: azulado,
rosado, gris anacarado, ¿no es extraño? ¿De dónde vendrá? Cada hojita está cubierta por gotitas de
rocío minúsculas, en ellas se refracta la luz de la mañana e inunda las hojitas con ese destello de
arco iris. ¿Intentó alguna vez armar un pequeño ramo con estos sencillos tallos de trébol de tres
hojas? En un pequeño florero o un vaso lucen preciosos. Todos en apariencia iguales, pero un poco
diferentes si se observa más de cerca cada hojita, al igual que en un árbol nunca se encuentran dos
hojas totalmente iguales. Más grandes y más pequeñas, más claras y más oscuras, las hojitas del
trébol, con su elegante forma ovalada, ofrecen una imagen viva, sumamente variada. Cuando le
mandé por primera vez uno de estos ramitos de hojas de trébol a la directora para saludarla en la
mañana, me preguntó más tarde con interés que de dónde los había sacado. Ninguna de las
mujeres acá tiene idea de todo lo que crece y florece en su propio patio y cada vez que logré armar
allí, con los recursos más modestos y un poco de arte, un ramo vistoso, me preguntaron: ¿de
dónde? Claro que a partir de ese momento los ramitos de trébol se pusieron de moda y alguna que
otra mañana he visto con mucha alegría a una u otra mujer agacharse ella misma en el patio para
juntar rápidamente un puñado de tréboles…

Venga, estimada señora, recoja con las manos sus faldas y demos un paso cuidadoso en el césped
mojado para llegar a esos arbustitos de por allá. ¿Ha escuchado hablar de la Weigela, el arbusto
decorativo del norte de Alemania tan apreciado con sus racimos abundantes de delicadas
campanitas rosadas? No tienen perfume pero alegran la vista, e incluso su gran follaje verde no
carece de belleza. Las hojas jóvenes en la punta, como puede ver, se elevan hacia la altura,
enrollándose en estrechas bolsitas. ¿Me permite que le acerque una de estas ramas con sus
bolsitas en la punta? Mire hacia adentro con cuidado. Ahí adentro está durmiendo alguien
escondido en la profundidad: una vaquita de San Antonio roja con cinco puntitos negros en el lomo.
En el otoño puede encontrar a esta hora de la mañana una vaquita de San Antonio en cada una de
las bolsitas de la Weigela. Todavía la mañana es demasiado húmeda y fría y uno suele entregarse al
dulce dormitar matutino hasta que el sol se levanta un poco más.

Rápido, rápido, soltemos con cuidado las ramitas y alejémonos sigilosamente para no molestar a las
pequeñas dormilonas…
¡Y ahora vamos allá con el arraclán! ¿Quiere arrancarle esta ramita marrón? Lo toma con valentía y
luego retrocede asustada. Qué asco, ¡se siente tan blanda y pegajosa! La “ramita” se retuerce en el
aire, molesta por la interrupción inesperada. Sí, estimada señora, disculpe usted la bromita: era una
oruga. Y mire qué ejemplo increíble de mimetismo, que sigue siendo un enigma de forma, a pesar
de Darwin y tantos otros. Puede ver que el arraclán, como todos los arbustos, tiene distintas ramas.
Las más jóvenes son delgadas, color canela, lisas y brillantes; las más viejas, más gruesas, color
marrón grisáceo y opaco. Y ahora el milagro: en cada ramita se encuentra una oruga,
perfectamente mimetizada con ella en color y volumen: la que está aquí en el brote es delgada y
marrón claro, la otra allá en la rama más vieja es más bien gris y gorda. Ah, y acá, de este lado
vemos un fenómeno que se llama etiolación, que en otoño también se suele encontrar en los
rosales mal cuidados: una rama gruesa, color verde blanquecina, que se erige toscamente, como un
palo, encima de las demás ramas. ¡Y es increíble!, en ella se ve una oruga gorda verde y blanca que
solo mirándola muy de cerca y prestando atención se puede distinguir del arbusto.

Estimada señora, ¿y qué comentario le merece esto? Si bien la forma y el color les son dados a
estos bichitos por la madre “Naturaleza” o lo que nosotros así llamamos, la milagrosa. Pero elegir
para el propio uniforme justo la ramita adecuada, a la que cada animalito se adhiere –sin tener
espejo–, demuestra una especie de capacidad de distinción, un intento de engaño premeditado que
casi roza con el código penal y formaría parte de los asuntos a los que se dedica su hermano menor,
señora… Pero no es solo eso, sino toda la postura entera: el ángulo agudo con relación a la rama, en
la que todas las orugas se ubican simulando un “ramita lateral”, su posición tiesa e inmóvil en el
aire: todos estos métodos refinados tienen como objetivo engañar la vista aguda de los pájaros que
están al acecho en las alturas.

Cuando se toca una oruga de estas con los dedos, se empieza a mover impacientemente y se
deslizan pequeñas olas rojizas sobre su cuerpo cilíndrico, como si se estuviera enojando: trata de
escabullirse de quien la está perturbando y volver a congelarse en su posición de faquir budista,
que es la única que considera adecuada y digna. De modo que mejor dejémosla tranquila.

Mientras tanto, el sol ya se levantó y sus rayos alcanzan el pequeño cotoneaster allá en el portón
de afuera. Estimada señora, ¿conoce usted este lindo arbusto decorativo con sus hojitas brillantes
como cuero, parecidas a las del mirto y ubicadas de forma muy regular en cada rama? ¿Sabía que
forman una corona de novia perfecta? ¡Qué lindo se vería una corona así verde en su cabecita, que
me imagino adornada por una cabellera oscura frondosa! Este cotoneaster no solo me gustó a mí:
una araña de jardín grande la eligió como su domicilio. ¿Ve acá abajo, en vertical entre las ramas, su
enorme e impecable red recién tejida? ¡Con qué arte y consciencia la colocó justo a contra luz, para
que la mosca despreocupada que se abalanza por ahí caiga en la trampa fatal encandilada por el
sol! ¡Con qué hermosa claridad y exactitud de cálculo está dibujada la red mortal en el perfume azul
dorado de la mañana otoñal! El soplo de aire juega suavemente con la construcción tambaleante
que olea y tiembla, pero no se rompe, como un puente de alta montaña moderno, elástico y hecho
del más fino tejido de acero, un milagro de la ingeniería. Allí en el rincón está sentada, acurrucada,
la araña panzona contemplando contenta su obra y rechinando los dientes para esperar un
abundante desayuno…

Ahora que ya se acerca el mediodía, por fin tomo mi Homero y “me retiro“ a la celda. El buen
Homero estuvo esperándome todo el tiempo pacientemente en el banco. Usted seguramente
conocerá la maravillosa sensación de tener un buen libro al alcance de la mano y que uno… y no
leerlo. Cuántas veces me busco un buen libro para la noche con la idea de que me acune
suavemente para ayudarme a dormir. A veces tardo en encontrar algo adecuado. Luego lo deposito
en la mesita al lado de mi cama y: no lo toco más. Su cercanía ya me es suficiente. La Ilíada me
acompaña entonces todas las mañanas en mi paseo por el patio, pero en este otoño no llegué más
allá de la arenga despectiva de Tersites. Pero, ¿cuál es el problema? Tersites murió hace rato, pero
la araña aún está viva, ella comparte conmigo el corto momento de existencia que a ambas nos
confirieron los dioses.

La tarde en la cárcel pasa muy rápido. Ahora en otoño, las cuatro de la tarde vienen siempre
teñidas por la puesta de sol que se acerca. Y es justamente esta última linda hora de pleno sol la
que día a día eligen las palomas, que anidan en el edificio al lado de la fábrica de vinagre, para
emprender un alegre vuelo en sociedad. ¡Mire, estimada señora, cómo se hamacan dibujando
círculos en la altura, siempre sobre la casa, cómo aplauden con sus alas y absorben de forma
deslumbrante la luz del sol en el interior de sus alas, blanco como la nieve! Ahora se posan por un
rato todas juntas en el techo –como un ramo de magnolias grandes de distintos colores: blanco,
marrón, azul acero–, luego se vuelven a elevan en el aire para otra docena de rondas respondiendo
a alguna orden, todas juntas en fiel compañía. Es que hay que aprovechar el día para disfrutar la
dulce luz natural antes de que se acabe. Y una ronda más y otra más…

El ruido que zumba, jadea y late en el interior de la enorme prisión alcanza su punto culminante.
Parecería como si estuviera redoblando la apuesta al final del día. Aturden el tintineo apurado de
las llaves y los golpes de puertas. Por fin, la última campanada retumbante termina con el
sufrimiento: uno-dos-tres, y, como cortado con una gran tijera, el ruido calla. El inicio de la calma
nocturna es tan abrupto y repentino que mis nervios reciben un shock una y otra vez y me hacen
sentir un dolor punzante en mis sienes. Pero ahora reina el silencio. El pecho respira aliviado, el
patio enmudecido y el gran edificio silencioso parecen estar de repente totalmente cambiados,
pensativos y soñando…

¿Ya me quiere dejar, estimada señora? Oh, por favor, ¡quédese un ratito más! Usted está mirando
curiosidad mi sonrisa pícara, mis miradas hacia arriba. Sí, allí arriba se producirá aún un acto central
del espectáculo que me permití encargar para usted. ¿Ve cómo allá arriba en el cielo se van
juntando suaves nubecitas rosadas? ¡Dios sabrá de dónde provienen! Por el cielo que estuvo
despejado y celeste, ahora rondan banderitas que brillan del color rosa más delicado, tan pacíficas
como una sonrisa, tan diferentes de las nubes rojas de la mañana. El fuego oscuro del amanecer
tiene algo de los dolores de parto, de la tragedia sombría de la sospecha. Estas nubecitas de la
tarde son como niños inocentes jugando, como el sonido de las campanas del Ángelus de una
iglesia de pueblo.

El cielo entero se ondula y sonríe en color rosa. El escenario está preparado, el espectáculo puede
comenzar. Tin-tin-tin… ¿Escucha los sonidos metálicos en la altura, como un fino tornillo de plata?
¿Y ve los bucles oscuros encenderse de golpe a una altura vertiginosa? ¡Son golondrinas! Como
últimas invitadas del día todas las tardes de otoño brindan su juego aéreo vivaz entre las nubes
rosadas antes de despedirse para viajar a Egipto, a [¿África?]. ¡Con qué coraje y libertad se dejan
caer al abismo y se disparan por el espacio luminoso! Tin-tin-tin se escucha en la altura sin cesar,
¡adiós, adiós! Ya pronto nos vamos, pero volvemos el año que viene, tin-tin-tin…
Mörike decía que las golondrinas sabían “cantar“ sentadas en un árbol. ¿Conoce su poema “Una
hora antes del amanecer “?

Aún estaba acostado durmiendo,


Habrá sido una hora antes de comenzar el día.
Cantaba frente a mi ventana en un árbol
Para mí una golondrina, apenas la oía.
Una hora antes del amanecer:
“Escucha lo que te digo,
A tu amada la acuso,
Mientras esto canto,
A su amante abraza con toda tranquilidad
¡Una hora antes del amanecer!…“
¡Oh, no! ¡No hables más!
¡Calla, no quiero escuchar más!
Vuela, sal de mi árbol.
Ay, el amor y la fidelidad son como un sueño
Una hora antes del amanecer…

¿No es un poema hermoso? Tan sencillo e impactante, como una canción popular. Eso sí: jamás vi
golondrinas cantando sentadas en un árbol. El único sonido que conozco de la golondrina es ese
tin-tin-tin mientras juegan al atardecer volando en las alturas.

Y así de repente como comenzó, el juego se termina. Las golondrinas desaparecen, las nubecitas
rosadas se apagan. El anochecer y el silencio bajan con su frío a la tierra. Sobre la fábrica de vinagre
Timner aparece sufriente la cara pálida de la luna. Abajo en el patio, el gato Mulle sale con pasos
sigilosos a robar. Tiene un aspecto tenebroso, como el de un mago, casi me da miedo; es que tiene
en sí algo de los secretos de la noche … Ahora se desliza silenciosamente por mi ventana una
sombra oscura, el murciélago…

El día terminó, pasó, nunca más volverá. Se hunde como una perla en el océano de la eternidad…
Bella dama, ¿me permite ahora que le tome la mano para acompañarla a su casa? Acá ya está su
mansión, cubierta de parras. Les agradezco muchísimo su amable visita a las aireadas salas de mis
fantasías y acepte lo poco que tuvo para ofrecer esta pobre presa. Incluso un rey al fin y al cabo no
puede honrar de mejor manera a su invitado que poniéndole a sus pies el sol, la luna y la tierra en
todo su verde esplendor.

¡Buenas noches, estimada señora!

Traducción: Katrin Zinsmeister


*Publicado por primera vez en alemán en: Jörn Schütrumpf, Rosa Luxemburg – Die Liebesbriefe
[Rosa Luxemburgo – Las cartas de amor], Berlín, Dietz Verlag, 2012.
El voto femenino y la lucha de clases

«Frauenwahlrecht und Klassenkampf», discurso pronunciado en las Segundas Jornadas de Mujeres


Socialdemócratas. Stuttgart, 12-mayo-1912.

Fuente de la presente versión: Texto recogido en el libro: El pensamiento de Rosa Luxemburg (ant.
y trad. de María José Aubet). Barcelona, Ediciones del Serbal, 1983, pp. 281-287. Traducido
de Gesammelte Werke, vol 3, Dietz Verlag, Berlín, 1973, pp. 159-165.
Esta edición: Marxists Internet Archive, agosto 2014.

«¿Por qué no hay organizaciones de mujeres trabajadoras en Alemania? ¿Por qué se sabe tan poco
del movimiento de mujeres obreras?». Con estas palabras Emma Ihrer, una de las fundadoras del
movimiento de mujeres proletarias en Alemania, introducía en 1898 su obra Mujeres obreras en la
lucha de clases. Apenas han transcurrido catorce años desde entonces, y el movimiento de mujeres
proletarias ha conocido una gran expansión. Más de ciento cincuenta mil trabajadoras sindicadas
constituyen el núcleo más activo en la lucha económica del proletariado. Muchos miles de mujeres
políticamente organizadas se han alineado tras la bandera de la socialdemocracia: el órgano de las
mujeres socialdemócratas [Die Gleichheit, editado por Clara Zetkin] tiene más de cien mil
suscriptoras; el voto femenino es uno de los puntos vitales del programa de la social democracia.

Pero es posible que precisamente estos datos lleven a algunos a subestimar la importancia de la
lucha por el sufragio femenino. Pueden pensar: aun sin la igualdad de derechos políticos del sexo
débil hemos hecho enormes progresos tanto en la educación como en la organización de las
mujeres. Por lo tanto, el voto femenino no es ninguna necesidad urgente. Quien piense así, se
equivoca. El extraordinario despertar político y sindical de las masas proletarias femeninas en los
últimos quince años ha sido posible sólo gracias a que las mujeres trabajadoras, a pesar de estar
privadas de sus derechos, se interesaron vivamente por las luchas políticas y parlamentarias de su
clase. Hasta este momento, las mujeres proletarias viven del voto masculino, en el que
indudablemente toman parte, aunque de forma indirecta. Las campañas electorales son una causa
común de los hombres y de las mujeres de la clase obrera. En todos los mítines electorales de la
social-democracia las mujeres constituyen ya una gran parte, a veces incluso la mayoría. Siempre
están interesadas y se sienten apasionadamente implicadas. En todos aquellos distritos en que
existe una fuerte organización socialdemócrata, las mujeres ayudan en la campaña. Y son las
mujeres las que llevan a cabo el inestimable trabajo de distribuir panfletos y recoger suscripciones
para la prensa socialdemócrata, esa arma tan importante en las campañas.

El estado capitalista no ha podido evitar que las mujeres del pueblo asuman todas estas
obligaciones y esfuerzos en la vida política. Faso a paso, el Estado se ha visto obligado a
garantizarles los derechos de asociación y de reunión. Sólo les niega el último derecho político: el
derecho al voto, que les permita elegir directamente a los representantes populares en el
parlamento y en la administración, y que les permita ser, asimismo, un miembro electo de estos
cuerpos. Pero aquí, como en todos los ámbitos de la sociedad, el lema es: «¡Ojo con empezar cosas
nuevas!» Pero las cosas ya han empezado. El actual Estado claudicó ante las mujeres proletarias al
admitirlas en las asambleas públicas y en las asociaciones políticas. Pero el Estado no cedió aquí por
voluntad propia, sino por necesidad, bajo la presión irresistible del auge de la clase obrera. Y fue
también el apasionado empuje de las mujeres proletarias mismas lo que forzó al Estado policíaco
pruso-germano a renunciar al famoso «sector de mujeres» [el «sector de mujeres» instituido en
1902 por el ministro prusiano Von Hammerstein obligaba a reservar en las reuniones políticas una
sección especial para las mujeres] en las reuniones y abrir las puertas de las organizaciones políticas
a las mujeres. La bola de nieve empezaba a rodar más deprisa. Gracias al derecho de asociación y
de reunión las mujeres proletarias han tomado una parte activísima en la vida parlamentaria y en
las campañas electorales. La consecuencia inevitable, el resultado lógico del movimiento es que hoy
millones de mujeres proletarias reclaman desafiantes y llenas de confianza: ¡Queremos el voto!

Hace tiempo, en la maravillosa era del absolutismo pre-1848, se decía que la clase obrera no estaba
lo «suficientemente madura» para tener derechos políticos. Esto no puede decirse de las mujeres
proletarias actualmente, porque han demostrado sobradamente su madurez política. Todo el
mundo sabe que sin ellas, sin la ayuda entusiasta de las mujeres proletarias, el partido
socialdemócrata no habría alcanzado la brillante victoria del 12 de enero [1912], no habría obtenido
los 4 1/4 millones de votos. En cualquier caso la clase obrera siempre ha tenido que demostrar su
madurez para las libertades políticas por medio de un movimiento de masas revolucionario. Sólo
cuando el Emperador por la Gracia de Dios y cuando los mejores y más nobles hombres de la nación
sintieron realmente el calloso puño del proletariado en su carne y su rodilla en sus pechos, sólo
entonces entendieron inmediatamente la «madurez» política del pueblo. Hoy les toca a las mujeres
proletarias evidenciar su madurez al estado ca-pitalista; y ello mediante un constante y poderoso
movimiento de masas que debe utilizar todos los medios de la lucha proletaria.

El objetivo es el voto femenino, pero el movimiento de masas para conseguirlo no es tarea para las
mujeres solamente, sino una responsabilidad común de clase, de las mujeres y de los hombres del
proletariado. Porque la actual ausencia de derechos de las mujeres en Alemania es sólo un eslabón
de la cadena de la reacción: la monarquía. En la moderna Alemania, de capitalismo avanzado y
altamente industrializada, del siglo veinte, en la era de la electricidad y de los aviones, la falta de
derechos políticos para la mujer es un residuo del pasado muerto pero también el resultado del
dominio del Emperador por la Gracia de Dios. Ambos fenómenos -el instrumento divino como el
poder más importante de la vida política, y la mujer, casta en un rincón de su casa, indiferente a las
tormentas de la vida pública, a la política y a la lucha de clases- hunden sus raíces en las podridas
condiciones del campo y de los gremios en la dudad. En aquellos tiempos eran justificables y
necesarios. Pero tanto la monarquía como la falta de derechos de la mujer, han sido desbordados
por el desarrollo del capitalismo moderno, son hoy ridículas caricaturas. Pero siguen en pie en
nuestra sociedad moderna no porque la gente olvidara abolirlos, ni tampoco a causa de la
persistencia e inercia de las circunstancias. No, todavía existen porque ambos -la monarquía, y la
mujer privada de sus derechos- se han convertido en instrumentos poderosos en manos de los
enemigos del pueblo. Los peores y más brutales defensores de la explotación y esclavización del
proletariado se atrincheran tras el trono y el altar, pero también tras la esclavitud política de las
mujeres. La monarquía y la falta de derechos de la mujer se han convertido en los instrumentos
más importantes de la dominación capitalista de clase.

En realidad se trata para el Estado actual de negar el voto a las mujeres obreras, y sólo a ellas.
Teme, acertadamente, que puedan ser una amenaza para las instituciones tradicionales de la
dominación de clase, por ejemplo, para el militarismo (del que ninguna mujer obrera con cabeza
puede dejar de ser su enemiga mortal), la monarquía, el sistema fraudulento de impuestos sobre la
alimentación y los medios de vida, etc. El voto femenino aterra al actual Estado capitalista porque
tras él están los millones de mujeres que reforzarían al enemigo interior, es decir, a la
socialdemocracia. Si se tratara del voto de las damas burguesas, el Estado capitalista lo considerará
como un apoyo para la reacción. La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas
en la lucha contra los «privilegios masculinos», se alinearían como dóciles corderitos en las filas de
la reacción conservadora y clerical si tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más
reaccionarias que la parte masculina de su clase. A excepción de las pocas que tienen alguna
profesión o trabajo, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social. No son más
que co-consumidoras de la plusvalía que sus hombres extraen del proletariado. Son los parásitos de
los parásitos del cuerpo social. Y los consumidores son a menudo mucho más crueles que los
agentes directos de la dominación y la explotación de clase a la hora de defender su «derecho» a
una vida parasitaria. La historia de todas las grandes luchas revolucionarias lo confirma de una
forma horrible. La gran Revolución francesa, por ejemplo. Tras la caída de los jacobinos, cuando
Robespierre fue llevado al lugar de la ejecución, las mujeres de la burguesía triunfante bailaban
desnudas en las calles, bailaban de gozo alrededor del héroe caído de la revolución. Y en 1871, en
París, cuando la heroica Comuna obrera fue aplastada por los cañones, las radiantes mujeres de la
burguesía fueron incluso más lejos que sus hombres en su sangrienta venganza contra el
proletariado derrotado. Las mujeres de las clases propietarias defenderán siempre fanáticamente la
explotación y la esclavitud del pueblo trabajador gracias al cual reciben indirectamente los medios
para su existencia socialmente inútil.

Económica y socialmente, las mujeres de las clases explotadoras no son un sector independiente de
la población. Su única función social es la de ser instrumentos para la reproducción natural de las
clases dominantes. Por el contrario, las mujeres del proletariado son económicamente
independientes y socialmente tan productivas como el hombre. Pero no en el sentido de que con su
trabajo doméstico ayuden a que los hombres puedan, con su miserable salario, mantener la
existencia cotidiana de la familia y criar a los hijos. Este tipo de trabajo no es productivo en el
sentido del actual orden económico capitalista, a pesar de que, en mil pequeños esfuerzos, arroje
como resultado una prestación gigantesca en autosacrificio y gasto de energía. Pero éste es asunto
privado del proletariado, su felicidad y su bendición, y por ello inexistente para nuestra sociedad
actual. Mientras domine el capital y el trabajo asalariado, sólo el trabajo que produce plusvalía, que
crea beneficio capitalista, puede considerarse trabajo productivo. Desde este punto de vista, la
bailarina del music-hall cuyas piernas suponen un beneficio para el bolsillo del empresario, es una
trabajadora productiva, mientras que el del grueso de mujeres y madres proletarias dentro de las
cuatro paredes de sus casas se considera improductivo. Esto puede parecer brutal y demente, pero
corresponde exactamente a la brutalidad y la demencia del actual sistema económico capitalista, y
aprehender clara y agudamente esta realidad brutal es la primera tarea de las mujeres proletarias.

Porque precisamente desde este punto de vista la reivindicación de la mujer proletaria por la
igualdad de derechos políticos está firmemente anclada sobre bases económicas. Hoy millones de
mujeres proletarias crean beneficio capitalista como los hombres -en las fábricas, en las tiendas, en
el campo, en la industria doméstica, en las oficinas, en almacenes. Son, por lo tanto, productivas en
el sentido estricto de la sociedad actual. Cada día aumenta el número de mujeres explotadas por el
capitalismo, cada nuevo progreso industrial o técnico crea nuevos puestos de trabajo para mujeres
en el ámbito de la maquinaria del beneficio capitalista. Y con ello cada día y cada avance industrial
supone una nueva piedra en la firme fundamentación de la igualdad de derechos políticos de las
mujeres. La educación y la inteligencia de la mujer se han hecho necesarios para el mecanismo
económico. La típica mujer del «círculo familiar» patriarcal ya no responde a las necesidades de la
industria y del comercio ni a las necesi-dades de la vida política. Claro que también en este aspecto
el Estado capitalista ha olvidado sus deberes. Hasta ahora han sido los sindicatos y las
organizaciones socialdemócratas las que más han hecho por el despertar espiritual y moral de las
mujeres. Hace décadas que los obreros socialdemócratas eran ya conocidos como los más capaces
e inteligentes. También hoy han sido los sindicatos y la socialdemocracia los que han sacado a las
mujeres proletarias de su estrecha y triste existencia, de su miserable e insípida vida doméstica. La
lucha de clases proletaria ha ampliado sus horizontes, las ha hecho más flexibles, ha desarrollado su
mente, y les ha ofrecido grandes objetivos que justifiquen sus esfuerzos. El socialismo ha supuesto
el renacimiento espiritual para las masas proletarias femeninas y con ello también las ha
convertido, sin duda alguna, en una fuerza de trabajo más capaz y productiva para el capital.

Considerando todo lo dicho, la falta de derechos políticos de la mujer proletaria es una vil injusticia,
porque además ha llegado a ser, hoy en día, una verdad a medias, dado que las mujeres
masivamente toman parte activa en la vida política. Sin embargo, la socialdemocracia no utiliza en
su lucha el argumento de la «injusticia». Ésta es la diferencia sustancial entre nosotros y el
socialismo utópico, sentimental, de antes. Nosotros no dependemos de la justicia de la clase
dominante, sino sólo del poder revolucionario de las masas obreras y del curso del desarrollo social
que abona el camino para este poder. Así pues, la injusticia, en sí misma, no es ciertamente un
argumento para acabar con las instituciones reaccionarias. Pero cuando el sentimiento de injusticia
se apodera cada vez más de amplios sectores de la sociedad -dice Friedrich Engels, el cofundador
del socialismo científico- es siempre una señal segura de que las bases económicas de la sociedad
se tambalean considerablemente, y de que las actuales condiciones están en contradicción con el
curso del desarrollo. El actual y poderoso movimiento de millones de mujeres proletarias que
consideran su falta de derechos políticos como una vergonzosa injusticia, es una señal infalible de
que las bases sociales del orden existente están podridas y de que sus días están contados.

Hace cien años, el francés Charles Fourier, uno de los primeros grandes pro-pagadores de los
ideales socialistas, escribió estas memorables palabras: «En toda sociedad, el grado de
emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general». Esto es totalmente
cierto para nuestra sociedad. La actual lucha de masas en favor de los derechos políticos de la
mujer es sólo una expresión y una parte de la lucha general del proletariado por su liberación. En
esto radica su fuerza y su futuro. Porque gracias al proletariado femenino, el sufragio universal,
igual y directo para las mujeres supondría un inmenso avance e intensificación de la lucha de clases
proletaria. Por esta razón la sociedad burguesa teme el voto femenino, y por esto también nosotros
lo queremos conseguir y lo conseguiremos. Luchando por el voto de la mujer, aceleramos al mismo
tiempo la hora en que la actual sociedad se desmorona en pedazos bajo el martillo del proletariado
revolucionario.
La proletaria

Escrito:5 de marzo de 1914


Fuente de esta edicion: Tomado de El pensamiento de Rosa Luxemburg / antología a cargo de
María José Aubet. -- Barcelona : Del Serbal, 1983
Fuente digital de la version al español: http://elpolvorin.over-blog.es/article-la-proletaria-
46283027.html, con nota preparado por Fernando Moyano publicado el 8 Marzo 2010.
Digitalizacion: Daniel Gaido, 2014
Html: Rodrigo Cisterna, 2014

El día de la Mujer trabajadora inaugura la semana de la Socialdemocracia. Con el duro trabajo de


estas jornadas el partido de los desposeídos sitúa su columna femenina a la vanguardia para
sembrar la semilla del socialismo en nuevos campos. Y la igualdad de derechos políticos para la
mujer es el primer clamor que lanzan las mujeres con el fin de reclutar nuevos defensores de las
reivindicaciones de toda la clase obrera.

Así, la moderna proletaria se presenta hoy en la tribuna pública como la fuerza más avanzada de la
clase obrera y al mismo tiempo de todo el sexo femenino, y emerge como la primera luchadora de
vanguardia desde hace siglos.

La mujer del pueblo ha trabajado muy duramente desde siempre.

En la horda primitiva llevaba pesadas cargas, recogía alimentos; en la aldea primitiva sembraba
cereales, molía, hacía cerámica; en la antigüedad era la esclava de los patricios y alimentaba a sus
retoños con su propio pecho; en la Edad Media estaba atada a la servidumbre de las hilanderías del
señor feudal. Pero desde que la propiedad privada existe la mujer del pueblo trabaja casi siempre
lejos del gran taller de la producción social y, por lo tanto, lejos también de la cultura, quedando
confinada a los estrechos límites domésticos de una existencia familiar miserable. El capitalismo la
ha arrojado al yugo de la producción social, a los campos ajenos, a los talleres, a la construcción, a
las oficinas, a las fábricas y a los almacenes separándola por primera vez de la familia. La mujer
burguesa, en cambio es un parásito de la sociedad y su única función es la de participar en el
consumo de los frutos de la explotación: la mujer pequeño-burguesa es el animal de carga de la
familia. Sólo en la persona de la actual proletaria accede la mujer a la categoría de ser humano
(Mensch) [1], pues solo la lucha, solo la participación en el trabajo cultural, en la historia de la
humanidad, nos convierte en seres humanos (Menschen).

Para la mujer burguesa su casa es su mundo. Para la proletaria su casa es el mundo entero, el
mundo con todo su dolor y su alegría, con su fría crueldad y su ruda grandeza. La proletaria es esa
mujer que migra con los trabajadores de los túneles desde Italia hasta Suiza, que acampa en
barrancas y seca pañales entonando canciones junto a rocas que, con la dinamita, vuelan
violentamente por los aires. Como obrera del campo, como trabajadora estacional, descansa
durante la primavera sobre su modesto montón de ropa en medio del ruido, en medio de trenes
y estaciones con un pañuelo en la cabeza y a la espera paciente de que algún tren le lleve de un
lado a otro. Con cada ola de miseria que la crisis europea arroja hacia América, esa mujer emigra,
instalada en el entrepuente de los barcos, junto con miles de proletarios, junto con miles de
proletarios hambrientos de todo el mundo para que, cuando el reflujo de la ola produzca a su vez
una crisis en América, se vea obligada a regresar a la miseria de la patria europea, a nuevas
esperanzas y desilusiones, a una nueva búsqueda de pan y trabajo.

La mujer burguesa no está interesada realmente en los derechos políticos, porque no ejerce
ninguna función económica en la sociedad, porque goza de los frutos acabados de la dominación de
clase. La reivindicación de la igualdad de derechos para la mujer es, en lo que concierne a las
mujeres burguesas, pura ideología, propia de débiles grupos aislados sin raíces materiales, es un
fantasma del antagonismo entre el hombre y la mujer, un capricho. De ahí el carácter cómico del
movimiento sufragista.

La proletaria, en cambio, necesita de los derechos políticos porque en la sociedad ejerce la misma
función económica que el proletario, trabajo de la misma manera para el capital, mantiene
igualmente al Estado, y es también explotada y dominada por éste. Tiene los mismos intereses y
necesita las mismas armas para defenderse. Sus exigencias políticas están profundamente
arraigadas no en el antagonismo entre el hombre y la mujer, sino en el abismo social que separa
a la clase de los explotados de la clase de los explotadores, es decir, en el antagonismo entre el
capital y el trabajo.

Con la Socialdemocracia podrá introducirse en el taller de la Historia para así poder conquistar, con
esas poderosas fuerzas, la igualdad real, aunque sobre el papel de una Constitución burguesa se le
niegue este derecho. Aquí, la mujer trabajadora, junto con el hombre, sacudirá las columnas del
orden social existente y, antes de que ésta le conceda algo parecido a sus derechos, ayudará a
enterrarlo bajo sus propias ruinas.

El taller del futuro necesita de muchas manos y de un aliento cálido. Todo un mundo de dolor
femenino espera la salvación.

[1] Mensch - Voz del alemán y el yiddish, originalmente "persona" (hijo de Adán) pero que cobra el
significado de "persona íntegra y honorable", alguien con "carácter, rectitud, sentido del deber,
responsabilidad y decoro". ¡Son esas cosas de Rosa!
FOLLETO JUNIUS
CAPITULO VIII

A pesar de la dictadura militar y la censura de prensa, a pesar de la caída de la socialdemocracia, a


pesar de la guerra fratricida, la lucha de clases surge de la paz civil con fuerza tremenda: de la
sangre y el humo de los campos de batalla se levanta la solidaridad del movimiento obrero
internacional. No en un esfuerzo débil por tratar de levantar artificialmente a la Internacional, no
en juramentos aislados de mantenerse unidos cuando termine la guerra. No, aquí, en la guerra, de
la guerra, se levanta con nuevo poder e intensidad el reconocimiento de que los proletarios de
todos los países tienen los mismos intereses. La guerra mundial destruye todas las mentiras que
ella misma creó.

¿Victoria o derrota? Esa es la consigna del militarismo todopoderoso en las naciones beligerantes, y
los dirigentes socialdemócratas se han hecho eco de la misma. Victoria o derrota se ha convertido
en la gran aspiración de los obreros de Alemania, Francia, Inglaterra y otros países, al igual que para
las clases dominantes de esas naciones. Cuando truenan los cañones, todos los intereses
proletarios ceden ante los deseos de victoria —para su país, es decir, de derrota del enemigo. Y, sin
embargo, ¿qué puede traerle la victoria al proletariado? Según la versión oficial de los dirigentes de
la socialdemocracia, aceptada rápidamente y sin críticas, la victoria alemana significaría para
Alemania una expansión industrial ilimitada; la derrota, la ruina industrial. Esta concepción coincide,
en términos generales, con la que se sostenía durante la guerra de 1870. Pero la etapa de
expansión capitalista que siguió a la guerra de 1870 no fue producto de la guerra, sino más bien de
la unificación política de los distintos estados alemanes, aunque esta unificación tomó la forma de
la figura lisiada que Bismarck llamó Imperio Germano. El ímpetu industrial provino de la unificación,
a pesar de la guerra y los distintos escollos reaccionarios que la siguieron. Lo que consiguió la
guerra fue implantar la monarquía militar y el gobierno junker prusiano en Alemania; la derrota de
Francia en cambio provocó la caída de su imperio y la instauración de una república.

Pero hoy la situación es diferente para todas las naciones afectadas. Hoy la guerra no actúa como
fuerza dinámica capaz de proveerle al capitalismo joven y en ascenso las condiciones- políticas
indispensables para su desarrollo “nacional”. La guerra moderna cumple este papel únicamente en
Servia, como fragmento aislado. Reducida a su significación histórica objetiva, la guerra no es sino
la competencia armada de un capitalismo plenamente desarrollado que lucha por la hegemonía
mundial, por la explotación de los remanentes de las áreas no capitalistas del mundo. Esto otorga a
la guerra y a sus consecuencias políticas un carácter enteramente nuevo. El alto grado de desarrollo
industrial mundial de la producción capitalista se refleja en el extraordinario avance tecnológico
destructivo de los instrumentos de guerra, así como en el grado de perfección prácticamente
uniforme que ha alcanzado en todos los países beligerantes. La organización internacional de la
industria bélica se refleja en la inestabilidad militar que vuelve la balanza, a través de estadios y
variaciones parciales, a su verdadero punto de equilibrio y posterga la decisión final para un futuro
cada vez más remoto.

Por otra parte, la indecisión de los resultados militares provoca una afluencia constante de reservas
nuevas al frente, provenientes tanto de las naciones beligerantes como de países hasta hoy
considerados neutrales. En todas partes la guerra encuentra material suficiente para los deseos y
conflictos imperialistas, o crea ella misma combustible para alimentar la hoguera que se extiende
como un incendio forestal. Pero cuanto mayores sean las masas y el número de naciones
arrastradas a la guerra mundial, mayor será su duración. Todos estos factores demuestran, antes de
que se llegue a la victoria o derrota, cuál será el resultado de la guerra: la ruina económica de todas
las naciones participantes y, en medida creciente, de las naciones formalmente neutrales,
fenómenos no observados en las guerras anteriores de la era moderna. Cada mes de guerra que
transcurre confirma y fortalece este efecto y quita así, por adelantado, los frutos que se espera
dará la victoria militar. Esto no lo podrá alterar, en última instancia, ni la victoria ni la derrota; por el
contrario, probablemente la solución no será de tipo militar y aumenta la probabilidad de que la
guerra termine en virtud del cansancio general total.

Pero aun una Alemania victoriosa, en esas circunstancias, aunque los agitadores belicistas
imperialistas lograran llevar el asesinato en masa hasta la destrucción total de sus adversarios,
aunque se cumplieran sus sueños más osados, lograría a lo sumo una victoria a lo Pirro. Sus trofeos
serían una serie de territorios anexados, empobrecidos y despoblados, y la ruina bajo su propio
techo. El observador más superficial no puede dejar de observar que la nación más victoriosa no
puede contar con reparaciones de guerra que compensen las heridas. Tal vez vean en la mayor
ruina económica de Inglaterra y Francia, los países más cercanos a Alemania en virtud de sus
vínculos comerciales, de cuya recuperación depende su propia prosperidad, un sustituto y un
agregado a su victoria.

Tales son las circunstancias bajo las que el pueblo alemán se vería obligado, aun después de una
guerra victoriosa, a pagar al contado los empréstitos de guerra “votados” por el parlamento
patriota; es decir, tomar sobre sus hombros la carga inconmesurable de los impuestos y una
dictadura militar fortalecida como único fruto tangible y permanente de la victoria. Si tratáramos
ahora de imaginar las peores consecuencias de la derrota, encontraríamos que, con la única
excepción de las anexiones imperialistas, serían en todo idénticas a las consecuencias inevitables de
la victoria que pintamos más arriba: las consecuencias de la guerra actual poseen una envergadura
tal y están tan profundamente arraigadas, que el resultado militar poco puede alterar las
consecuencias definitivas. Pero supongamos por un momento que la nación victoriosa se
encontrara en una situación tal que fuera capaz de evitar la gran catástrofe para su propio pueblo,
que pudiera arrojar todo el peso de la guerra sobre los hombros del enemigo vencido, pudiera
estrangular el desarrollo industrial de éste mediante toda clase de impedimentos.

¿Puede el movimiento obrero alemán abrigar esperanzas de desarrollarse mientras la actividad de


los trabajadores franceses, ingleses, belgas e italianos se ve impedida por el retraso industrial?
Antes de 1870 los movimientos obreros de los distintos países crecieron en forma independiente.
La acción del movimiento obrero de una sola ciudad bastaba para controlar los destinos del
movimiento obrero en su conjunto. Las batallas de la clase obrera se libraron y resolvieron en las
calles de París. El movimiento obrero moderno, su ardua lucha cotidiana en las industrias del
mundo, su organización de masas, se basan en la colaboración de los trabajadores de todos los
países donde impera la producción capitalista. Si es cierto el axioma de que la causa del trabajo sólo
puede prosperar donde exista una vida industrial activa y vigorosa, esto es válido no sólo para
Alemania, sino también para Francia, Inglaterra, Bélgica, Rusia e Italia. Y si el movimiento obrero de
todos los estados capitalistas europeos se estanca, si la situación industrial provoca bajos salarios,
sindicatos debilitados y un poder de resistencia minado, el sindicalismo alemán no tiene
posibilidades de florecer.
Desde este punto de vista la pérdida experimentada por la clase obrera en su lucha será idéntica,
sea que el capital alemán se fortalezca a expensas del francés, o el inglés a expensas del alemán.
Veamos las consecuencias políticas de la guerra. Aquí la diferenciación debe ser menos difícil que
en el aspecto económico, porque las simpatías del proletariado siempre tienden a asumir la causa
del progreso contra la reacción. En esta guerra, ¿cuál de los bandos representa el progreso, ¿cuál la
reacción? Es claro que no se puede responder de acuerdo a los rótulos que designan
superficialmente el carácter político de las naciones beligerantes como “democracia” y absolutismo.
Debe juzgárselas exclusivamente en base a la dinámica de sus respectivas políticas mundiales.
Antes de poder determinar qué le puede aportar la victoria de Alemania al proletariado alemán,
debemos estudiar los efectos que ejercerá sobre la situación política general de Europa. La victoria
definitiva de Alemania significaría, en primer término, la anexión de Bélgica, además de algunos
territorios en el este y en el oeste y parte de las colonias francesas; el mantenimiento de la
monarquía Habsburgo y el agregado de algunos territorios nuevos a su corona, por último, la
instauración de una “integridad” ficticia para Turquía bajo protectorado alemán, o sea la conversión
de Asia Menor y la Mesopotamia, de algún modo, en provincias alemanas.

Eso resultaría, por último, en la hegemonía militar y económica de Alemania en Europa. Estas son
las consecuencias que se pueden esperar de una victoria militar absoluta de Alemania, no porque
concuerde con los deseos de los agitadores imperialistas sino porque surgen inevitablemente de la
posición política mundial asumida por Alemania, del conflicto de sus intereses con Francia,
Inglaterra y Rusia que, en el curso de la guerra, ha crecido mucho más allá de sus dimensiones
originarias. Basta recordar estos hechos para comprender que en ningún caso podrían lograr un
equilibrio político mundial permanente. Aunque esta guerra puede significar la ruina de todos los
participantes, sobre todo para los derrotados, los preparativos de una nueva guerra mundial, bajo
la dirección de Inglaterra, comenzarían al día siguiente de la declaración de paz, para sacudir el
yugo del militarismo prusiano-germano que pesaría sobre Europa y Asia. La victoria alemana sería
el preludio de una próxima segunda guerra mundial y, por la misma razón, la señal para iniciar una
nueva carrera armamentista febril, para desatar la más negra reacción en todos los países, sobre
todo en Alemania. Por otra parte, el triunfo de Francia e Inglaterra probablemente significaría para
Alemania la pérdida de sus colonias además de Alsacia y Lorena y con toda seguridad la bancarrota
de la posición política mundial del militarismo alemán.

Pero esto significaría la desintegración de Austria-Hungría y la liquidación de Turquía. Por


reaccionarios que sean estos estados, por más que su liquidación corresponda a las necesidades del
avance progresista, en el contexto político actual la desintegración de la monarquía Habsburgo y la
liquidación de Turquía significaría la entrega de sus pueblos al mejor postor: Rusia, Inglaterra,
Francia o Italia. Esta gran redistribución del mundo y el cambio en la relación de fuerzas en los
Balcanes y el Mediterráneo precedería al mismo fenómeno en Asia: la liquidación de Persia y la
redivisión de China. Esto traería el conflicto anglorruso al igual que el anglojaponés al centro de la
escena política mundial y significaría, en relación directa con la liquidación de esta guerra, una
nueva guerra, quizás por la posesión de Constantinopla; la provocaría inevitablemente en un futuro
cercano. De modo que la victoria de ese bando también conduciría a una nueva y febril carrera
armamentista de todas las naciones —encabezadas, desde luego, por la Alemania derrotada— e
iniciaría una era de dominio general del militarismo y la reacción en toda Europa, cuya meta final
sería una nueva guerra. De modo que el proletariado, de querer volcar su influencia sobre uno u
otro platillo de la balanza en bien del progreso y la democracia, se colocaría entre Escila y Caribdis,
considerando la política mundial en su aplicación más amplia. Dadas las circunstancias, el problema
de la victoria o la derrota se vuelve, para la clase obrera europea, una opción entre dos derrotas,
tanto en sus aspectos políticos como económicos. Por eso, los socialistas franceses caen en una
locura peligrosa si creen que pueden herir de muerte al imperialismo y al militarismo, y allanar el
camino para la democracia pacífica derrotando a Alemania.

El imperialismo y su sirviente, el militarismo, reaparecerán después de toda victoria y de toda


derrota en esta guerra. Sólo cabe una excepción: que el proletariado internacional intervenga para
derribar todos los cálculos previos. La lección importante que debe derivar el proletariado de esta
guerra es el hecho inmutable de que no puede ni debe hacerse eco de la consigna “victoria o
derrota”, ni en Alemania ni en Francia, tampoco en Inglaterra o en Austria. Porque es una consigna
real únicamente para el imperialismo, y se identifica, ante los ojos de todas las grandes potencias,
con la ganancia o pérdida de poder político mundial, de anexiones, de colonias, de supremacía
militar. Para el proletariado europeo en tanto clase, la victoria o derrota de cualquiera de los dos
bandos sería igualmente desastrosa. Porque la guerra en sí, cualquiera que sea su resultado militar,
es la peor derrota que puede sufrir el proletariado europeo.

Si la acción revolucionaria internacional del proletariado logra liquidar la guerra y obligar a una paz
rápida, ésta será la única victoria posible. Y sólo esta victoria puede rescatar a Bélgica e imponer la
democracia en Europa. Que el proletariado consciente identifique su causa con la de cualquiera de
los dos bandos es una posición insostenible. ¿Significa eso que los intereses proletarios exigen una
vuelta al “statu quo”, que no tenemos otro plan más que la esperanza de que todo vuelva a ser lo
que era antes de la guerra? Las condiciones imperantes jamás fueron nuestro ideal, jamás han sido
la expresión de la autodeterminación de nuestro pueblo. Además, es imposible reinstaurar las
condiciones prebélicas, aunque no cambien las fronteras nacionales. Porque antes de su término
formal, esta guerra ha provocado cambios enormes, en el reconocimiento mutuo de las fuerzas
respectivas, en alianzas y en conflicto. Han modificado enormemente las relaciones entre países,
entre las clases que componen la sociedad, ha destruido viejas ilusiones y esperanzas, ha creado
nuevas fuerzas y problemas nuevos en medida tal, que será imposible volver a la Europa anterior al
4 de agosto de 1914, así como es imposible volver a la situación que imperaba antes de una
revolución aunque ésta no haya triunfado. El proletariado no puede retroceder, sólo avanzar en pos
de una meta que trasciende hasta las condiciones creadas más recientemente.

Sólo en este sentido es posible que el proletariado oponga su propia política a la de ambos bandos
de la guerra imperialista mundial. Pero a esta política no le pueden preocupar las recetas para la
diplomacia capitalista elaboradas por los partidos socialdemócratas individualmente, o juntos en
conferencias internacionales, para determinar cómo hará el capitalismo para concertar la paz en
forma tal que asegure un proceso futuro pacífico y democrático. Toda demanda de desarme total o
gradual, de abolición de la diplomacia secreta, de partición de las grandes potencias en entidades
nacionales más pequeñas, o cualquier otra proposición similar, es totalmente utópica mientras la
clase capitalista permanezca en el poder. Para el capitalismo, en su fase imperialista actual,
deshacerse del militarismo, de la diplomacia secreta y de la centralización de muchos estados
nacionales es tan imposible, que sería mucho más coherente unificar estos postulados en una sola
consigna “abolición de la sociedad capitalista de clases”. El movimiento proletario no puede
reconquistar el lugar que se merece mediante consejos utópicos y proyectos para debilitar,
domeñar o liquidar al imperialismo en el marco del capitalismo mediante reformas parciales. El
verdadero problema que la guerra mundial les ha planteado a los partidos socialistas, de cuya
solución depende el futuro del movimiento obrero, es la disposición de las masas proletarias para
luchar contra el imperialismo. El proletariado internacional no adolece de falta de postulados,
programas y consignas, sino de falta de hechos, de resistencia efectiva, del poder de atacar al
imperialismo en el momento decisivo, es decir, de guerra. No ha podido poner en práctica su vieja
consigna de guerra contra la guerra. He aquí el nudo gordiano del movimiento proletario y de su
futuro. El imperialismo, con su política de fuerza bruta, con la cadena incesante de catástrofes
sociales que provoca es, por cierto, una necesidad histórica de las clases dominantes del mundo
contemporáneo. Sin embargo, nada podría ir en mayor detrimento del proletariado, que el que
éste arribara a la menor ilusión, a partir de la guerra actual, de que es posible un desarrollo idílico y
pacífico del capitalismo. Hay una sola conclusión que el proletariado puede extraer de la necesidad
histórica del imperialismo. Capitular ante el imperialismo significará vivir para siempre a su sombra,
alimentándose de las migajas que caigan de las mesas de sus victorias. La historia avanza por medio
de contradicciones, y por cada necesidad que trae al mundo, trae también su opuesto. La sociedad
capitalista es, sin duda, una necesidad histórica, pero también lo es la rebelión de la clase obrera en
su contra. El capital es una necesidad histórica, pero en la misma medida lo es su sepulturero, el
proletariado socialista. El dominio mundial del imperialismo es una necesidad histórica, que la
internacional proletaria lo derribe también lo es.

Las dos necesidades históricas coexisten en constante conflicto. Nuestra necesidad es el socialismo.
Nuestra necesidad recibe su justificación en el momento en que la clase capitalista deja de ser la
portadora del progreso histórico, cuando se convierte en un freno, en un peligro para el desarrollo
futuro de la sociedad. La guerra mundial demuestra que el capitalismo ha alcanzado esa etapa. La
avidez capitalista por la expansión imperialista, como expresión de su máxima madurez en el último
periodo de su vida, tiene una tendencia económica a transformar todo el mundo en naciones
donde impera el modo de producción capitalista, a barrer todos los métodos productivos y sociales
perimidos precapitalistas, sojuzgar todas las riquezas de la tierra y todos los medios de producción
al capital, convergir a las masas trabajadoras de todos los pueblos de la tierra en esclavos
asalariados. En África y en Asia, desde las regiones más septentrionales hasta el extremo austral de
Sudamérica y en los Mares del Sur, el capitalismo destruye y liquida los remanentes de los viejos
grupos sociales comunitarios, de la sociedad feudal, de los sistemas patriarcales y de la antigua
producción artesanal. Pueblos enteros son exterminados, antiguas civilizaciones destruidas, y en su
lugar se instalan las formas más modernas del lucro.

Esta bárbara marcha triunfal del capitalismo en todo el mundo, acompañada por la fuerza, el pillaje,
la infamia en todos sus aspectos, tiene un rasgo bueno: ha creado las premisas para su propia
liquidación final, ha implantado el dominio capitalista en el mundo, cuyo único sucesor puede ser la
revolución socialista mundial. Tal es el único rasgo cultural y progresivo de las llamadas obras
magnas de la cultura llevadas a otros países primitivos. Para los economistas y políticos capitalistas,
progreso y cultura es ferrocarriles, cerillas, cloacas y almacenes. En sí estas obras, injertadas en las
condiciones primitivas, no significan cultura ni progreso, porque se las paga demasiado caras con el
repentino desastre económico y cultural de los pueblos que deben beber el amargo cáliz de miseria
y horror de dos órdenes sociales, del terratenientismo agrícola tradicional y de la explotación
capitalista supermoderna y supersofisticada al mismo tiempo. Las consecuencias de la marcha
triunfal capitalista a través del mundo no pueden llevar el blasón del progreso en un sentido
histórico, más que en su carácter de creadora de las condiciones materiales para la destrucción del
capitalismo y la abolición de la sociedad de clases. También en este sentido, el imperialismo actúa a
favor nuestro. La guerra mundial actual es una divisoria de aguas en la historia del imperialismo.
Por primera vez las bestias feroces que Europa lanzó sobre el resto del mundo han saltado, de un
brinco terrible, al seno de las naciones europeas.

El mundo lanzó un grito horrorizado cuando Bélgica, esa joyita invalorable de la cultura europea,
cuando los venerables monumentos artísticos del norte de Francia, cayeron hechos pedazos por el
ataque avasallante de una fuerza ciega y destructora. El mundo “civilizado” que contempló con
calma la masacre de decenas de miles de héroes a manos de este imperialismo, cuando el desierto
de Kalahari se conmovió con el grito de los sedientos y los estertores de los moribundos, cuando
diez años más tarde, en Putumayo, cuarenta mil seres humanos fueron torturados a muerte por
una pandilla de piratas europeos, y lo que quedaba de todo un pueblo fue golpeado hasta la locura,
cuando la antigua civilización china fue entregada a la destrucción y anarquía, a sangre y fuego, de
la soldadesca europea, cuando Persia se ahogaba en el nudo corredizo del imperialismo que se
estrechaba inexorablemente en torno a su garganta, cuando en Trípoli los árabes fueron
masacrados bajo la espada del yugo capitalista que también arrasaba sus hogares: este mundo
civilizado se acaba de enterar de que las fauces de la bestia imperialista son mortíferas, que su
aliento es el tenor, que sus garras se han hundido en los pechos de su propia madre, la cultura
europea.

Y este reconocimiento tardío llega a Europa bajo la forma distorsionada de la hipocresía burguesa,
que lleva a cada nación a reconocer la infamia únicamente cuando viste el uniforme de la otra. Se
habla de la barbarie germana, ¡como si todo pueblo que se organiza para el asesinato no se
transformara en una horda bárbara! Se hablan de los horrores perpetrados por los cosacos, como si
la guerra misma no fuera el mayor de todos los horrores, como si la alabanza de la masacre humana
en un periódico socialista no fuera la esencia misma del cosaquismo mental. Pero los horrores de la
bestialidad imperialista en Europa han tenido otra consecuencia, a la que el “mundo civilizado” no
ha vuelto sus ojos cargados de honor, ni sus corazones desbordantes de pena. Es la destrucción en
masa del proletariado europeo. Jamás se ha visto una guerra que liquidara naciones enteras; jamás,
en el siglo pasado, la guerra se extendió por todas las grandes naciones de la Europa civilizada.
Millones de vidas humanas fueron tronchadas en los Vosgos y en las Ardenas, en Bélgica, en
Polonia, en los Cárpatos y en el Save; millones han quedado irreparablemente lisiados.

Pero las nueve décimas partes de esos millones provienen de las filas de la clase obrera de las
ciudades y el campo. Es nuestra fuerza, nuestra esperanza la que ha caído, día tras día, ante la
guadaña de la muerte. Eran las mejores, las más inteligentes, las más educadas fuerzas del
socialismo internacional, los portadores de las tradiciones más sagradas, del más alto heroísmo, el
movimiento obrero moderno, la vanguardia del proletariado mundial, los obreros de Inglaterra,
Francia, Bélgica, Alemania y Rusia los que están siendo amordazados y masacrados en masa. Sólo
de Europa, únicamente de las naciones capitalistas más viejas, puede venir, en su debido momento,
la señal para iniciar la revolución social que liberará a las naciones. Solamente los obreros ingleses,
franceses, belgas, alemanes, rusos e italianos juntos pueden dirigir el ejército de los explotados y
oprimidos. Y cuando llegue el momento, solamente ellos pueden exigirle al capitalismo que rinda
cuentas de siglos de crímenes perpetrados contra los pueblos primitivos; sólo ellos pueden vengar
la destrucción de un mundo entero. Pero para el avance y triunfo del socialismo necesitamos un
proletariado fuerte, educado y dispuesto, masas cuyas fuerzas residen en los conocimientos, tanto
como en el número. Y estas mismas masas están siendo diezmadas en todo el mundo.
La flor de nuestra fuerza juvenil, cientos de miles cuya formación socialista en Inglaterra, Francia,
Bélgica, Alemania y Rusia es el producto de décadas de educación y propaganda, otros cientos de
miles dispuestos a recibir las lecciones del socialismo, han caído y se pudren en los campos de
batalla. El fruto de los sacrificios y el trabajo de varias generaciones queda destruido en pocas
semanas, la flor del ejército proletario internacional es arrancada de raíz.

El derramamiento de sangre de junio aplastó al movimiento obrero francés por una década y media.
El derramamiento de sangre de la Comuna volvió a retrasarlo en más de una década. Lo que vemos
ahora es una masacre como el mundo jamás ha conocido, que reduce a la población trabajadora de
todas las naciones principales a los viejos, las mujeres y los lisiados; un derramamiento de sangre
que amenaza desangrar al movimiento obrero europeo. Una guerra más, y la esperanza del
socialismo quedará enterrada bajo la barbarie imperialista. Es algo más que la destrucción de Lieja y
de la Catedral de Rheims. Es un golpe que no atenta contra la civilización capitalista del pasado,
sino contra la civilización socialista del futuro, un golpe mortal contra la fuerza que lleva al futuro
de la humanidad en su vientre, la única que puede trasmitir los preciados tesoros del pasado a una
sociedad mejor. Aquí el capitalismo muestra su calavera, demuestra que ha sacrificado su derecho
histórico de existir, que su dominio ya no es compatible con el progreso humano. Pero demuestra
también que la guerra no es sólo el asesinato en gran escala, sino también el suicidio de la clase
obrera europea.

Los soldados del socialismo, los obreros de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, se matan
mutuamente bajo las órdenes del capitalismo, clavan hierros asesinos en sus pechos, tambalean
sobre sus tumbas, se estrechan en abrazos mortales. “Deutschland, Deutschland uber alles”
[Alemania, Alemania por encima de todo], “viva la democracia”, “viva el zar y la esclavitud”, “diez
mil lonas para tiendas, según las instrucciones”, “cien mil libras de tocino”, “imitación café, envío
inmediato”... las divisas suben, los proletarios caen, y con cada uno cae un luchador del futuro, un
soldado de la revolución, un emancipador de la humanidad del yugo del capitalismo, a su tumba. La
demencia no tendrá fin, la sangrienta pesadilla del infierno no cesará hasta que los obreros de
Alemania, de Francia, de Rusia y de Inglaterra despierten de su borrachera; se estrechen
fraternalmente las manos y ahoguen al coro brutal de los agitadores belicistas y el grito ronco de las
hienas capitalistas en el poderoso grito del trabajo, “¡Proletarios de todos los países, uníos!”
Introducción a la economía política

Capítulo 6. Las tendencias de la economía capitalista

Hemos visto cómo, después de la disolución gradual de todas las formas de sociedad dotadas de
una organización de la producción planificada (de la sociedad comunista originaria, de la economía
esclavista, de la economía servil medieval) surgió la producción mercantil. Luego hemos visto cómo
la economía capitalista de hoy creció a partir de la economía mercantil simple, es decir de la
producción artesanal urbana, a fines de la Edad Media, de forma completamente mecánica, es
decir sin la voluntad y la conciencia del hombre.

Al comienzo planteamos la pregunta: ¿Cómo es posible la economía capitalista? Es ésta, por lo


demás, la pregunta fundamental de la economía política como ciencia. La ciencia nos proporciona,
al respecto, una respuesta suficiente. Ella nos muestra que la economía capitalista que, en vista de
su total carencia de plan, en vista de la ausencia de toda organización consciente, es a primera vista
una cosa imposible, un enigma inexplicable, se integra pese a ello en un todo y puede existir: -
mediante el intercambio de mercancías y la economía monetaria, todos los productores
individuales de mercancías, así como las comarcas más alejadas de la tierra, se ligan unas con otras
económicamente, y se impone la división del trabajo en todo el mundo; -mediante la libre
competencia, que asegura el progreso técnico y, a la vez, transforma constantemente a los
pequeños productores en proletarios, con lo que proporciona al capital fuerza de trabajo
comprable; -mediante la ley capitalista del salario que, por un lado, controla automáticamente que
los obreros no se sustraigan nunca a su condición de proletarios, evadiendo el trabajo bajo las
órdenes del capital, y por otro posibilita una acumulación siempre creciente de trabajo no
retribuido, como capital, y con ello la siempre creciente acumulación y expansión de los medios de
producción; -mediante el ejército industrial de reserva, que permite a la producción capitalista
expandirse ampliamente y adaptarse a las necesidades de la sociedad; -mediante la nivelación de la
tasa de ganancia, que determina el permanente movimiento del capital de una rama a otra de la
producción, regulando así el equilibrio de la división del trabajo; y finalmente -mediante las
oscilaciones de los precios y las crisis, que determinan en parte día a día, en parte periódicamente,
un ajuste de la ciega y caótica producción con las necesidades de la sociedad. De este modo existe
la economía capitalista, mediante la acción automática de aquellas leyes económicas que surgieron
por sí mismas, sin que se inmiscuya conscientemente la sociedad.

Es decir que, de este modo, pese a la ausencia de toda ligazón económica organizada entre los
diversos productores, pese a la total carencia de plan en el movimiento económico de los hombres,
se hace posible que avancen la producción social y su ciclo integrado con el consumo; que la gran
masa de la sociedad sea mantenida en el trabajo, las necesidades de la sociedad satisfechas mal o
bien, y asegurado, como base de todo el progreso de la cultura, el progreso económico, el
desarrollo de la productividad del trabajo humano. Estas son las condiciones fundamentales para la
existencia de toda sociedad humana y, mientras una forma de economía históricamente surgida
satisface estas condiciones, puede subsistir, constituye una necesidad histórica.
Sin embargo, las relaciones sociales no son formas rígidas, invariables. Hemos visto cómo, en el
curso de los tiempos, experimentaron numerosas transformaciones, cómo están sometidas a
eterno cambio al que abre camino el propio progreso cultural humano, la evolución. Los largos
milenios de la economía comunista originaria, que conducen a la sociedad humana desde los
primeros comienzos de la existencia todavía medio animal hasta un grado elevado de desarrollo de
la cultura, a la formación del lenguaje y de la religión, a la cría de ganado y a la agricultura, a la vida
sedentaria y a la constitución de aldeas, sigue la gradual descomposición del comunismo originario,
la formación de la esclavitud antigua que, a su vez, trae consigo nuevos progresos en la vida de la
sociedad para finalizar luego con el ocaso del mundo antiguo.

A partir de la sociedad comunista de los germanos, se desarrolla en Europa central sobre los
escombros del mundo antiguo, una nueva forma (la economía de la servidumbre), sobre la cual se
basó el feudalismo medieval. La evolución retoma nuevamente su avance ininterrumpido: en el
seno de la sociedad feudal de la Edad Media, surgen en las ciudades gérmenes de una forma de
economía y de sociedad enteramente nueva, se desarrollan la artesanía gremial, la producción
mercantil y el comercio regular que finalmente descomponen la sociedad feudal basada en la
servidumbre; ésta se desmorona dejando sitio a la producción capitalista, que ha crecido de la
producción artesanal de mercancías gracias al comercio mundial, al descubrimiento de América y a
la vía marítima hacia India. El modo de producción capitalista, considerado desde un comienzo
desde la inmensa perspectiva del progreso histórico, no es por su parte inalterable y eterno, sino
que constituye una simple fase de transición, un escalón de la escala colosal del desarrollo cultural
humano, al igual que cualquier otra de las formas sociales precedentes.

Y, en efecto, cuando se examina cuidadosamente la cuestión, se ve que el desarrollo del capitalismo


mismo lleva a su propio ocaso y a su rebasamiento. Hasta aquí hemos indagado los vínculos que
hacen posible la economía capitalista, de modo que ya es tiempo de tomar conocimiento de
aquellos que la hacen imposible. Para ello sólo necesitamos seguir las leyes internas de la
dominación del capital en sus efectos ulteriores. Son ellas mismas las que, en cierto punto del
desarrollo, se vuelven contra las condiciones fundamentales, sin las cuales no puede existir la
sociedad humana. Lo que distingue el modo capitalista de producción de todos los anteriores es,
principalmente, que tiene la tendencia interna a expandirse sobre todo el globo terrestre,
desplazando todo otro orden social anterior. En tiempos del comunismo originario, todo el mundo
accesible a la investigación histórica se encontraba ocupado por igual por economías comunistas.

Pero entre las diversas comunidades y tribus comunistas no existían relaciones; o las había, débiles,
sólo entre las comunidades cercanas entre sí. Cada comunidad o tribu vivía, en sí misma, una vida
cerrada y si, por ejemplo, encontramos hechos sorprendentes como aquel de que la comunidad
comunista germana medieval y la del Perú antiguo, en Sudamérica, tenían prácticamente el mismo
nombre, ya que aquella se llamaba “mark” y ésta “marca”, esta circunstancia es todavía para
nosotros un enigma inexplicado, si no una simple coincidencia. Igualmente en los tiempos de la
difusión de la esclavitud antigua encontramos similitudes mayores o menores en la organización y
las relaciones reinantes en las diversas economías o estados esclavistas de la Antigüedad, pero no
una comunidad en su vida económica. Del mismo modo, se reiteró la historia de la artesanía
gremial y de su liberación, con mayor o menor grado de coincidencia, en la mayoría de las ciudades
medievales de Italia, Alemania, Francia, Holanda, Inglaterra, etc., sin embargo, se trataba las más
de las veces de la historia de cada ciudad en sí misma. La producción capitalista se extiende a todos
los países, ya que no sólo los conforma económicamente a todos del mismo modo, sino que los
articula en una única, gran economía capitalista mundial. Dentro de cada país industrial europeo, la
producción capitalista desplaza incesantemente la producción de pequeña industria, la artesanal y
la pequeña producción campesina. Simultáneamente, incorpora a la economía mundial a todos los
países europeos atrasados y todos a los países de América, Asia, África, Australia.

Esto ocurre por dos vías: a través del comercio mundial y a través de la conquista colonial. Uno y
otra se iniciaron de la mano; con el descubrimiento de América a fines del siglo XV, se expandieron
más allá en el curso de los siglos siguientes, pero alcanzaron especialmente en el siglo XIX su
máximo auge y continuaron expandiéndose incesantemente. Ambos (tanto el comercio mundial
como las conquistas coloniales) actúan juntos del siguiente modo. Comienzan por poner en
contacto los países industriales de Europa con todo tipo de sociedades de otros continentes que se
basan en formas de cultura y de economía más antiguas: economías esclavistas campesinas,
economías feudales de servidumbre, pero preponderantemente con formas comunistas originarias.
El comercio, al que estas economías se ven incorporadas, las arruina y descompone rápidamente.

Con la fundación de sociedades mercantiles coloniales en territorio extranjero, o con la conquista


directa, la tierra, fundamento más importante de la producción, así como los rebaños de ganados
allí donde los hay, pasan a manos de estados europeos o de las sociedades comerciales. De este
modo se ven aniquiladas, en todas partes, las relaciones sociales naturales y el tipo de economía de
los aborígenes; pueblos enteros se ven diezmados y la parte que queda de ellos es proletarizada y
puesta, de uno u otro modo, bajo el mando del capital industrial y comercial, como esclavos u
obreros. La historia de las décadas de guerras coloniales, que se prolonga durante todo el siglo XIX;
levantamientos contra Francia, Italia, Inglaterra y Alemania en Africa; contra Francia, Inglaterra,
Holanda y los Estados Unidos en Asia; contra España y Francia en América, en la larga y tenaz
resistencia de las viejas sociedades autóctonas contra su exterminio y proletarización a manos del
moderno capital, lucha de la que finalmente surge en todas partes el capital como vencedor.

Esto entraña en primer término una enorme ampliación del ámbito de dominación del capital, un
desarrollo del mercado mundial y de la economía mundial en la que todos los países habitados de
la Tierra son recíprocamente productores y compradores de productos, trabajan unos para otros,
son participantes de una y la misma economía que abarca todo el globo. Pero el otro costado
consiste en la pauperización progresiva de porciones cada vez más amplias de la humanidad, y la
creciente inseguridad de su existencia. Mientras las viejas relaciones, comunistas, campesinas o de
servidumbre, con sus limitadas fuerzas productivas y poco bienestar, pero con sus condiciones de
existencia firmes y aseguradas para todos, se ven reemplazadas por las relaciones capitalistas
coloniales, y junto a la proletarización y a la esclavitud asalariada, para todos los pueblos implicados
en América, Asia, África, Australia, se alzan amenazantes la miseria brutal, una carga laboral
inusitada e insoportable y, por añadidura, la completa inseguridad de la existencia.

Después que el fértil y rico Brasil fuera transformado, para satisfacer necesidades del capitalismo
europeo y norteamericano, en un gigantesco desierto y en una plantación de café ininterrumpida,
después que masas enteras de aborígenes fueron transformados en esclavos asalariados en las
plantaciones, estos esclavos asalariados, por añadidura, se ven abandonados por largo tiempo,
repentinamente, al desempleo y al hambre a raíz de un fenómeno puramente capitalista: la
llamada “crisis del café”. La rica y enorme India fue sometida por la política colonial inglesa a la
dominación del capital, después de una resistencia desesperada que duró décadas; y desde
entonces las hambrunas y el tifus exantemático, que arrebatan millones de víctimas cada vez, son
huéspedes periódicos de la comarca del río Ganges.

En el interior de África la política colonial inglesa y alemana ha transformado en esclavos


asalariados a pueblos enteros en los últimos 20 años, y ha aniquilado por hambre a otros
dispersando sus huesos en todas las regiones. Los levantamientos desesperados y las epidemias de
hambre del gigantesco imperio de China son consecuencia de la pulverización de la antigua
economía campesina y artesanal de ese país por la irrupción del capital europeo. La irrupción del
capitalismo europeo en los Estados Unidos, fue acompañada inicialmente por el exterminio de los
indios aborígenes norteamericanos y el despojo de sus tierras por los ingleses inmigrantes; luego
por la puesta en marcha, a comienzos del siglo XIX, de una producción capitalista primaria para la
industria inglesa; luego por el esclavizamiento de cuatro millones de negros africanos enviados y
vendidos en América por tratantes europeos, para ser puestos al mando del capital como fuerza de
trabajo en las plantaciones de algodón, azúcar y tabaco. Así, un continente tras otro y, en cada
continente, una región tras otra, una raza tras otra, caen inevitablemente bajo la dominación del
capital, pero con ello caen, permanentemente, millones de seres humanos en la proletarización, en
la esclavitud, en la inseguridad de la existencia, en pocas palabras, en la pauperización.

La formación de la economía mundial capitalista trae consigo como contrapartida la difusión de una
miseria cada vez mayor, de una carga insoportable de trabajo y de una creciente inseguridad de la
existencia en todo el globo, que corresponde a la concentración del capital en pocas manos. La
economía mundial capitalista significa cada vez más el constreñimiento de toda la humanidad al
duro trabajo bajo innumerables privaciones y dolores, bajo degradación física y espiritual, con la
finalidad de la acumulación de capital. Hemos visto que el modo de producción capitalista tiene la
particularidad de que el consumo humano, que en todas las formas anteriores de economía era un
fin, es para ella un medio que sirve para alcanzar el verdadero fin: la acumulación de ganancia
capitalista.

El crecimiento del capital en sí mismo aparece como comienzo y fin, como finalidad propia y
sentido de toda la producción. Pero la insensatez de estas relaciones se pone en evidencia cuando
la producción capitalista llega a convertirse en producción mundial. Entonces, en la escala de la
economía mundial, el absurdo de la economía capitalista alcanza su justa expresión en el cuadro de
toda una humanidad que gime, sometida a terribles dolores bajo el yugo del capital, un poder social
ciego, creado inconscientemente por ella misma. La finalidad fundamental de toda forma social de
producción, el sostenimiento de la sociedad por el trabajo, la satisfacción de sus necesidades,
aparece entonces completamente patas arriba, ya que se convierte en ley en todo el globo, la
producción no para el hombre sino para la ganancia y se convierte en regla el subconsumo, la
permanente inseguridad del consumo y, temporalmente, el no consumo de la enorme mayoría de
los hombres. El desarrollo de la economía mundial trae consigo simultáneamente otros fenómenos
importantes, que lo son por cierto, para el propio capital.

La irrupción de la dominación del capital europeo en los países no europeos, como hemos dicho,
atraviesa dos etapas: primeramente la entrada del comercio y, por este medio, la incorporación de
los aborígenes al intercambio de mercancías, en parte también la transformación de las formas de
producción halladas en aquellos países, en producción mercantil; luego la expropiación, de un
modo u otro, de la tierra de los aborígenes y, en consecuencia, de sus medios de producción. Estos
medios de producción se convierten, en manos de los europeos, en capital, mientras los indígenas
se transforman en proletarios. A las dos primeras etapas sigue, sin embargo, por lo general, tarde o
temprano, una tercera: la fundación de una producción capitalista propia en el país colonial, ya sea
por parte de europeos inmigrantes, ya sea por indígenas enriquecidos.

Los Estados Unidos de Norteamérica, que fueron poblados inicialmente por ingleses y otros
emigrantes europeos, constituyeron en un primer momento, una vez que hubieron sido
exterminados los indígenas pieles rojas en una larga guerra, un hinterland agrario de la Europa
capitalista que proveía materias primas para la industria inglesa, como algodón y granos; como
contrapartida era comprador de productos industriales europeos de todo tipo. Pero en la segunda
mitad del siglo XIX surge en los Estados Unidos una industria propia que no sólo desplaza las
importaciones procedentes de Europa sino que pronto opone dura competencia al capitalismo
europeo en la propia Europa y en otros continentes. En India, igualmente, surgió para el capitalismo
inglés un competidor peligroso consistente en la industria local, textil y de otras ramas. Australia ha
recorrido el mismo camino de desarrollo, de país colonial a país capitalista industrial. En Japón se
desarrolló una industria propia ya en la primera etapa (a partir del impulso del comercio mundial),
lo que lo preservó de ser repartido como país colonial europeo.

En China se complica el proceso de desmembramiento y saqueo del país por el capitalismo europeo
con los esfuerzos del país por fundar una producción capitalista propia con ayuda de Japón para
defenderse frente a la europea, de lo que resultan para la población, por otro lado, sufrimientos
doblemente complejos. De este modo, no sólo se extienden por todo el mundo la dominación y el
poder del capital mediante la creación de un mercado mundial, sino que se extiende asimismo,
gradualmente, el modo de producción capitalista por todo el globo. Pero con ello la necesidad de
expansión de la producción y el ámbito en que esta expansión puede tener lugar, es decir la
accesibilidad de mercados de venta, se encuentran en una relación cada vez más precaria.

Como hemos visto, la necesidad más íntima y la ley vital de la producción capitalista es que no
puede mantenerse estacionaria, sino que tiene que expandirse permanentemente y cada vez más
rápidamente, es decir producir masas de mercancías cada vez más cuantiosas en empresas cada vez
más grandes, con medios técnicos cada vez mejores, cada vez más velozmente. En sí mismas, estas
posibilidades de expansión de la producción capitalista no conocen límites, pues no tienen límites el
progreso técnico ni, por tanto, las fuerzas productivas de la Tierra. Pero esta necesidad de
expansión choca con límites perfectamente determinados, particularmente con el interés de
ganancia del capital. La producción y su expansión sólo tienen sentido mientras surge de ellas, al
menos, la ganancia media “normal”. Pero que esto ocurra o no, depende del mercado, es decir de
la relación entre la demanda solvente del lado de los consumidores y la cantidad de mercancías
producidas, así como sus precios. El interés del capital por la ganancia que, por un lado, exige una
producción cada vez más rápida y cada vez mayor, se crea a sí mismo, permanentemente, límites
de mercado que cierran el paso al fogoso impulso de la producción hacia la ampliación.

De ello resulta, como hemos visto, el carácter inevitable de las crisis industriales y comerciales que
periódicamente ajustan la proporción entre el impulso de la producción capitalista, en sí mismo
libre e ilimitado, y los límites capitalistas del consumo, haciendo posible la prolongación de la
existencia y el desarrollo del capital. Pero cuanto más numerosos son los países que desarrollan una
industria capitalista propia, y mayores la necesidad y posibilidad de expansión de la producción,
tanto más estrechas se vuelven, en relación con ellas, las posibilidades de ampliación de los límites
de mercado. Si se comparan los saltos con los que la industria inglesa ha progresado en las décadas
del sesenta y del setenta (cuando Inglaterra era todavía el país capitalista dominante en el mercado
mundial) con su crecimiento en los dos últimos decenios (desde que Alemania y los Estados Unidos
la desplazaron en grado significativo en el mercado mundial) resulta que su crecimiento se ha
hecho mucho más lento con respecto al que tenía lugar anteriormente.

Pero lo que fue en sí el destino de la industria inglesa, lo tienen por delante inevitablemente la
alemana, la norteamericana y, en definitiva, la industria mundial en conjunto. Irresistiblemente, en
cada paso de su propio avance y desarrollo, la producción capitalista se aproxima al momento en
que sólo podrá expandirse y desarrollarse cada vez más lenta y difícilmente. Claro está que el
desarrollo capitalista tiene por delante todavía un buen trecho de camino, puesto que el modo de
producción capitalista, como tal, representa todavía la menor proporción de la producción mundial
total. Incluso en los más antiguos países industriales de Europa subsisten todavía, junto a grandes
empresas industriales, numerosos pequeños establecimientos artesanales y, ante todo, la mayor
parte de la producción agraria (especialmente la de tipo campesino) no se lleva a cabo a la manera
capitalista. Además, en Europa hay países donde la gran industria apenas se ha desarrollado, donde
la producción local presenta predominantemente carácter campesino y artesanal. Y, finalmente, en
los restantes continentes, con la excepción de la parte norte de América, los lugares de producción
capitalista representan sólo pequeños puntos dispersos, mientras enormes extensiones de tierra no
han llegado siquiera, en parte, a la producción mercantil simple.

Cierto es que la vida económica de todas estas capas y países que no producen ellos mismos a la
manera capitalista, en Europa, como en los países no europeos, también está bajo la dominación
del capitalismo. El campesino europeo, aunque lleve a cabo él mismo, todavía, la más primitiva de
las economías parcelarias, depende íntegramente de la gran economía capitalista, del mercado
mundial, con el cual lo han puesto en contacto el comercio y la política fiscal de las potencias
capitalistas. Del mismo modo los países no europeos más primitivos son puestos bajo el dominio
del capitalismo europeo y norteamericano por el comercio mundial así como por la política colonial.
Pero el modo de producción capitalista en sí podría lograr todavía una poderosa expansión si
desplazase en todas partes todas las formas de producción atrasadas.

Por lo demás, como lo hemos mostrado anteriormente, la evolución se da, en general, en esta
dirección. Pero justamente en esta evolución se atasca el capitalismo en la contradicción
fundamental siguiente: cuanto más reemplaza la producción capitalista producciones más
atrasadas, tanto más estrechos se hacen los límites de mercado, engendrado por el interés por la
ganancia, para las necesidades de expansión de las empresas capitalistas ya existentes. La cosa se
aclara completamente si nos imaginamos, por un momento, que el desarrollo del capitalismo ha
avanzado tanto que, en toda la Tierra, todo lo que producen los hombres se produce a la manera
capitalista, es decir sólo por empresarios privados capitalistas en grandes empresas con obreros
asalariados modernos. La imposibilidad del capitalismo se manifiesta entonces nítidamente.

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