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UNGERN-STERNBERG

(1886-1921)

Hasta la muerte es preferible al barón.

Refugiado huido del poder de Ungern-Sternberg


en Mongolia

En 1920 conquistó Mongolia, al frente de una hueste maltrecha


conformada por unidades de caballería rusas y mongolas, el barón Román von
Ungern-Sternberg, caudillo ruso sádico y místico obsesionado con Gengis Kan,
el budismo y el antisemitismo. El desquiciado reinado del llamado «Barón
Sanguinario», hombre psicótico, variante de origen balticomongol del coronel
Kurtz de Apocalypse Now, constituye uno de los capítulos más grotescos de los
tiempos modernos y compendia la tragedia homicida de la guerra civil rusa, en
la que murieron millones de personas.
Ungern-Sternberg fue un noble báltico de ascendencia alemana nacido en
la ciudad austríaca de Gaz y criado en Tallin, capital de Estonia, que a la sazón
formaba parte del imperio ruso. Tras sentar plaza en las fuerzas armadas de
este último, combatió en la guerra ruso-japonesa y se hizo merecedor de
degradación por su brutalidad. Sus conexiones aristocráticas lo salvaron una y
otra vez. El tiempo que pasó sirviendo en el Extremo Oriente encendió su
fascinación por el budismo, si bien en una variante que distaba mucho de la
pacifista tan de moda entre las estrellas de cine de nuestros días. De hecho, se
hallaba ya ligado al antisemitismo que haría tan atractivas al dalái-lama de
entonces las teorías raciales nazis.
Durante la primera guerra mundial alcanzó la graduación de general de
caballería, y cuando los bolcheviques se hicieron con el poder, se unió a los
blancos para luchar en el Extremo Oriente a las órdenes de otro psicópata
fascinante: el atamán (jefe militar) cosaco Semiónov, quien contaba con el apoyo
del Japón. Recibió el mando de una división de la caballería asiática dentro de
la autoproclamada «República Buriatomongola». Pese a su resuelto
antibolchevismo, ambos tuvieron una relación díscola con los otros ejércitos
blancos opuestos a los rojos, se enfrentaron a la autoridad del almirante
Kolchak, comandante supremo de aquellos, y operaron de manera
independiente.
Ungern-Sternberg quedó al mando de la región de Dauria, en donde
dirigió a una cuadrilla infernal de torturadores sedientos de sangre que
mataban a cuantos bolcheviques o judíos hallaban a su paso. Volviéndose
contra Semiónov, creó un ejército privado de buriatos, tártaros, cosacos y
oficiales zaristas que más parecía una mesnada medieval. El barón encarna la
brutalidad trágica de la guerra civil rusa (1918-1921) en la que los comisarios
comunistas, los salvajes caudillos blancos, los generales, los anarquistas, los
nacionalistas, los cosacos y los asesinos antisemitas se las compusieron para
matar —en carnicerías o de hambre— a diez o veinte millones de personas.
Estaba obsesionado con el papel que, a su ver, desempeñaba en la
historia: restituir la monarquía rusa en la persona del gran duque Miguel,
hermano de Nicolás II al que, en realidad, habían matado ya los bolcheviques, y
restaurar en Mongolia la gloria de Gengis Kan y el reinado del dios-rey
viviente, el pervertido Bogd Kan. Mediante una campaña tan inepta como
salvaje, logró expulsar a los soldados chinos, tomar la capital mongola de Urga
(hoy Ulán Bator), entronizar a Bogd Kan y erigirse él en dictador (con la ayuda
de tropas tibetanas cedidas por el dalái-lama).
Su reinado fue una bacanal surrealista de tiranía, torturas y asesinatos. A
sus desventuradas víctimas — comunistas, judíos o simplemente gentes
acomodadas— les dieron palizas furiosas («¿Sabíais que un hombre puede
seguir caminando después de tener separada la carne de los huesos?»), las
decapitaron, las quemaron vivas, las desmembraron y destriparon, las dejaron
desnudas sobre el hielo o las desgarraron con la ayuda de animales salvajes. A
algunas las arrastraban con un dogal atado a la parte trasera de un vehículo en
marcha; las perseguían los cosacos por las calles; las obligaban a permanecer
desnudas en lo alto de un árbol hasta que caían y las abatían a tiros, o las ataban
entre dos ramas tensadas para que las despedazasen en el momento de
soltarlas.
Ungern-Sternberg había sido durante mucho tiempo adepto de un
misticismo cuasi religioso que para muchos —habida cuenta de la revolución y
la guerra civil— se hallaba revestido de un matiz milenarista al suponer el
anuncio de la llegada del Apocalipsis, el desmoronamiento de la sociedad y la
creación de un «nuevo orden mundial». El barón dio en considerarse la
reencarnación de Gengis Kan. Odiaba a los judíos, a los que mataba cada vez
que le era posible. «[N]inguna ley — aseguraba— los protege ... y no deben
quedar de ellos ni hombres ni mujeres ni su semilla.» Ni siquiera se perdonó la
vida a los niños.
Sus ejércitos sufrieron derrota a manos de los revolucionarios en junio de
1921. Él mismo recibió heridas de gravedad. Mientras trataba de huir, quienes
aún quedaban con vida de sus soldados se amotinaron e intentaron matarlo, y,
aunque no lo consiguieron, en el mes de agosto lo entregaron a los
bolcheviques. Estos lo transportaron enjaulado a Rusia, en donde instruyeron
contra él una farsa judicial en Novosibirsk y lo ejecutó un pelotón de
fusilamiento el 15 de septiembre de 1921.
Sebag Montefiori

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