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BEN-GURIÓN

(1886-1973)

En Israel, para ser realista tiene uno que creer en los milagros.

Declaraciones ofrecidas en una entrevista (1956)

David Ben-Gurión fue el arquitecto y paladín del estado en cierne de


Israel, así como la primera persona que ocupó en él el cargo de primer ministro.
Visionario fogoso aunque por demás pragmático, Ben-Gurión transformó el
mapa político de Oriente Medio y creó la primera nación para los judíos que
veía el mundo en dos mil años. No solo se las compuso para construir esta
precaria patria y defenderla contra los ataques de fuerzas superiores hasta
extremos abrumadores procedentes de todas partes, sino que instauró la única
democracia liberal de toda la región, logro que aun hoy sigue vigente. Su
enérgica vitalidad se hizo evidente en cada uno de los aspectos de su vida.
Amén de consagrarse a formar una nación, poseía una sed voraz de
conocimientos que lo llevó a aprender por su cuenta griego clásico a fin de leer
a Platón, y español para entender a Cervantes.
Cuando, siendo aún un mozo de veinte años sin recursos económicos,
llegó de Polonia a la Palestina ocupada por los otomanos en 1906, David Grün
estaba ya comprometido con los ideales sionistas y socialistas, y no tardó en
adoptar la versión hebrea de su nombre. Con él, este soñador ascético,
ambicioso y secular se elevó de prometedor activista político contrario a la
dominación turca a jefe del ejecutivo sionista de la Palestina británica. Mucho
más tarde, con la declaración de independencia de Israel del 15 de mayo de
1948 se erigió en primer ministro del nuevo estado judío, posición que
conservaría, salvo por un interludio de dos años durante la década de 1950, los
tres lustros siguientes. Su brío no disminuyó con la edad, y así, formó parte del
Parlamento hasta tres años antes de su muerte, ocurrida en 1973.
Ben-Gurión unificó un pueblo históricamente dispar y dividido en un
estado propio. Al estallar en Europa la segunda guerra mundial, organizó la
huida a Palestina de miles de refugiados judíos cuando las naciones del mundo
les cerraron las puertas. Las instrucciones que dio a los judíos palestinos de
alistarse en el ejército británico a fin de combatir a los nazis al mismo tiempo
que el Reino Unido trataba de prohibir la inmigración judía a Palestina inspiró
no poca simpatía internacional por la causa sionista.
Durante el período de dominación británica, Ben-Gurión ayudó a crear
instituciones — sindicatos, colectivos agrícolas, fuerzas militares...— con las que
formar la columna vertebral de un Israel independiente. Creó, en la práctica, un
estado judío de oposición dentro de la Palestina británica listo para entrar en
funcionamiento no bien fuera posible. Sin la existencia previa de semejante
infraestructura, resulta difícil imaginar que Israel hubiera sido capaz de hacer
frente a los ataques de cinco naciones árabes que se produjeron de forma
simultánea horas después de la declaración de independencia de la nación.
La autoridad que ejerció en los años posteriores a aquel momento puso
de relieve su gran capacidad en calidad de hombre de estado. Hasta en los
peores momentos, Ben-Gurión — que tenía por naturaleza algo de autócrata—
se negó a poner en práctica medidas de emergencia que pudiesen poner en
peligro la apuesta de Israel por la democracia. La colonización del Néguev,
otrora un desierto y hoy una de las regiones más prósperas de la nación, se
inició a instancia suya. Él, que había comenzado su vida en Palestina ejerciendo
de jornalero, creyó siempre que el sionismo implicaba la conquista de la tierra
por intermedio del trabajo judío, y cuando se jubiló se retiró a vivir en el kibbutz
que había ayudado a crear de joven.
Las decisiones de este hombre audaz y voluble, aunque inquebrantable
en el valor de sus convicciones sionistas y democráticas, incluida su declaración
de independencia, parecían a menudo imposibles o iban en contra de la presión
internacional. Moderado en lo político, estaba dispuesto a todo a fin de
garantizar la supervivencia del estado. El acuerdo secreto que firmó en 1956 y
en virtud del cual invadiría Israel el Sinaí a fin de dar al Reino Unido y a
Francia ocasión de hacerse con el canal de Suez suscitó la condena de la
comunidad internacional. Sin embargo, él defendió en todo momento la validez
de sus acciones, que a la postre garantizaron a Israel otros once años de paz.
Sus ideales no lo cegaron ante la realidad política, ni su resolución le
impidió entender a los enemigos de Israel. Fue uno de los primeros en
reconocer la validez de las objeciones árabes al sionismo, y trató de forma
sistemática de acomodarse a sus posiciones a despecho de las acusaciones de
traición y oportunismo que le llovieron de ambos extremos del abanico político
israelí. Después de la guerra de los Seis Días, la suya fue la única voz que,
sabiamente, aseveró que Israel debía renunciar a sus colosales adquisiciones
territoriales a excepción de un Jerusalén unido y de los Altos del Golán.
Ben-Gurión trató de crear un estado capaz de ser la «luz de todas las
naciones», y pese a las dificultades que supusieron las exigencias de la política y
la seguridad, jamás abandonó el deseo de ajustarse a los cánones éticos más
elevados. No es posible infravalorar el papel que representó este sionista terco,
optimista en extremo y resuelto a la hora de asegurar y defender una patria
para el pueblo judío. La existencia de Israel y su democracia son un homenaje a
su tenacidad.
No obstante lo dicho, David Ben-Gurión también contribuyó a los
defectos de su nación: su representación proporcional, que él secundó, ha
puesto el destino de Israel a merced de diminutos partidos ultrarreligiosos y
nacionalistas, y sus gobiernos quizá no sean nunca lo bastante fuertes para
firmar los tratados de paz que necesita con desesperación el país.
Sebag Montefiori

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