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Caso Y Que de Aquella Empresa
Caso Y Que de Aquella Empresa
Estos padres han seguido con interés, todas las actividades de los chicos
que son buenos estudiantes. Daniel logra buenos resultados casi sin esfuerzo, lo
cual alegra, pero preocupa: “Daniel no da todo lo que puede, no se esfuerza, y eso
es malo, ya que no adquiere hábitos de estudio ni educa su voluntad.” Recuerda
Teresa que cuando Daniel traía sus notas, Gustavo se ponía de mal humor pues
consideraba que sus calificaciones, a pesar de ser buenas, eran mediocres. Lo
reñía. El chico, rápido y contestatario como es, le reprochaba a su padre esa
actitud. Otro tanto ocurría con Mercedes, quien goza de los mismos dones de su
hermano. El clima que se creaba en esas situaciones tensionaba a toda la familia:
“Gustavo tenía razón en exigir, pero el modo, el trato y las palabras que utilizaba
con los chicos me dolían, enrarecían el ambiente y tensionaban la relación. Yo no
los defendía, pero sí le decía a mi marido que así no iba a lograr nada.”
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Gustavo solía tener un horario de trabajo intensivo. Antes del serio
quebranto de salud que tuvo hace seis años, salía temprano en la mañana, a eso
de las siete y regresaba alrededor de las nueve de la noche. La enfermedad lo
obligó a estar dos meses en casa y luego a trabajar medio tiempo. En ese trance,
Teresa se hizo cargo de todo. Mantenía informado a Gustavo de lo estrictamente
necesario, y le ocultaba cualquier situación que pudiera alterarlo o preocuparlo. Ya
recuperado Gustavo volvió a su vida laboral normal. Teresa, por su parte, siguió
manteniendo la misma línea de conducta, de los meses en que Gustavo estuvo
incapacitado: le informa los asuntos, pero las decisiones son suyas. Gustavo se
limita a tomar nota sin participar. “Cuando las papas se queman, yo le pido ayuda
y él... nada.” Se ha convertido en espectador respecto a la educación de los
chicos. “Para mi marido, el trabajo es intenso y muy importante. A eso se limita.
Se ha vuelto malhumorado, todo está mal: “los chicos no dan lo que pueden, poco
estudio y mucha diversión.” “Las comidas son todo un problema. Debido a su
salud, en casa se mantiene un riguroso régimen alimenticio. Todos lo aceptamos y
nunca nos quejamos delante suyo, pero para él, la comida está siempre fea, es
poco variada. La televisión, que era un accesorio medido y que disfrutábamos en
familia, es ahora toda su actividad en el hogar... Llega, cenamos y luego, al
zapping1, no sin antes haber pasado revista y decir las cosas que están mal o
desordenadas. Ahora también le molestan los amigos de los chicos.”
Vuelve a recordar:
“Con Gustavo teníamos una agradable costumbre. Todos los años en junio y fin de
año, salíamos a cenar los dos, a un lugar íntimo, donde pasábamos revista al año
en curso. Nos poníamos al día en todo aquello que el vertiginoso vivir había
dejado pendiente: su trabajo, el mío, los hijos, sus estudios, sus amigos, sus
intereses y dificultades, lo que estaba bien en cada uno de ellos y lo que debíamos
corregir. Nos tomábamos de la mano, nos mirábamos, sonreíamos ... nos
decíamos un profundo ‘te quiero’ con gestos y palabras. Esta salida era muy
importante para los dos y la preparábamos, cada uno, con anticipación. Era
realmente un balance para proyectarnos más. Desde que mi marido enfermó, no
volvimos a tener estas ‘noches de gala’, sí, así eran, nos esmerábamos en vestir
muy elegantes. Era la cena que ofrecía nuestra empresa familiar a sus accionistas
al hacer el balance.”
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Cambio permanente del canal de televisión mediante el control remoto.
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tantas horas y actividades. Los sábados siempre salíamos con los chicos a
pasear, a verlos hacer deporte. Los domingos, día de familia, visitábamos a los
abuelos, tíos y primos. ¡Todos lo pasábamos en grande! Cenábamos cuando los
hijos dormían. Lavábamos la cocina y luego ordenábamos la agenda de la
semana, el miraba la televisión, yo planchaba alguna prenda, el lustraba los
zapatos de los niños, los suyos y también los míos; yo cosía, preparaba uniformes
y otras cosas más. Eran momentos de mucha intimidad que los dos buscábamos y
necesitábamos, en los cuales conversábamos, compartíamos, cargábamos
baterías. Salíamos bastante con amigos a cenar, al cine, los invitábamos a tomar
café a la casa y a jugar barajas. Aquello pasó a ser historia. Ahora, sólo salimos
con amigos cuando ellos nos invitan y siempre y cuando él no tenga trabajo.
Gustavo ya no colabora ni participa en las actividades del hogar. Cada tanto y
cada vez con mas frecuencia tiene arranques de mal humor, se torna brusco,
agresivo, se aísla y se aleja de nosotros con estas actitudes. Se pone frente a la
televisión o el periódico o tiene reuniones de trabajo los fines de semana.
Desde que nació Felipe, mi marido tiene una preocupación creo que
excesiva, por lo económico. Al salir de la clínica me dijo que había sacado un
seguro de escolaridad que garantizaría, en caso de muerte o invalidez nuestra, el
pago de los estudios del bebé en una institución privada. Esto para mí fue una
sorpresa, no era el estilo de mi marido. Gustavo últimamente se ha limitado a
ocuparse de lo que tiene que ver con el patrimonio y con su trabajo profesional;
yo, por mi parte, me he dedicado enteramente a la educación de los hijos y al
funcionamiento de la casa. Aquel proyecto común ya no se vive, se ha dividido.
Cuando le cuento cosas buenas de los chicos, se limita a escuchar, sin comentar
nada, ni a ellos ni a mí. Cuando le cuento algo malo o dificultades de alguno de los
chicos, me responde que es por mi blandura y demasiado diálogo con ellos,
considera que tengo que ser mas firme.
Pienso que las edades de los hijos son una invitación a su amistad,
confianza, dialogo y responsabilidad. No sé si todo es culpa mía o de Gustavo
quien exige, pero no acompaña ni enseña. Me siento sola y mal: sola, porque no
dialogo con mi marido; sensible y triste, por su indiferencia y actitudes y ahora,
estoy seriamente preocupada por su agresividad con Daniel, quien me ha dicho
que estar en la casa le quita la paz, que está siempre a la defensiva y que esto lo
tiene ansioso y angustiado. Soy además consciente de que las discusiones entre
padre e hijo, por el tono y el cómo, son un mal ejemplo para los demás hermanos.
Hace unos meses me puse firme (hace años que le vengo diciendo estas cosas), y
con dureza, pero con cariño, le dije cuanto va a sufrir (porque sé que nos ama)
cuando descubra y vea que los chicos y yo no somos felices por culpa suya. Yo
estoy segura de que quiero a mi marido por encima de todo, es un hombre muy
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valioso. Pero no soy feliz, porque no veo ni a mi marido ni a mis hijos felices.
Días atrás Gustavo me dijo que lo iban a nombrar para el directorio de una
destacada empresa. Le dije que lo pensara, que eso significaría estar menos para
y con la familia; que todos lo necesitamos. Me respondió que este nombramiento
significaría un importante ingreso económico, que a él le significaría acceder a
mayores contactos y que esto lo favorecería en su trabajo profesional.”