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Y.., ¿qué de aquella empresa?

Escrito por: Dra. Ana María Araújo


Colección La Aventura de Educar

Gustavo y Teresa, ambos de 46 años, llevan veintidós de matrimonio.


Tienen cinco hijos: Daniel de 21 años, Alejandro de 18, Mercedes de 16, María
José de 11 y el pequeño, Felipe de 2 años y medio. Viven juntos a las afueras de
Buenos Aires.

Gustavo es contador, master en economía y docente universitario en


cursos de pregrado y postgrado. Por su trabajo profesional viaja dos o tres veces
al mes a las ciudades de Córdoba y Rosario. Trabaja mucho, lo hace bien y
cuenta con un gran prestigio personal y profesional. Teresa es profesora de
filosofía. Al nacer Mercedes dejó la docencia para ocuparse de su marido y de la
educación de sus hijos: “Creo que es en casa donde me toca ejercer.”

Para estos padres la educación de los hijos ha sido siempre la empresa


común más importante. Para la cual se capacitaron y le dedicaron bastante
tiempo. Por algunos años, durante dos noches por semana, participaron en
cursos de orientación familiar, además de estar estrechamente vinculados a los
colegios de sus hijos, dando conferencias y organizando actividades de formación
para padres y docentes.

Estos padres han seguido con interés, todas las actividades de los chicos
que son buenos estudiantes. Daniel logra buenos resultados casi sin esfuerzo, lo
cual alegra, pero preocupa: “Daniel no da todo lo que puede, no se esfuerza, y eso
es malo, ya que no adquiere hábitos de estudio ni educa su voluntad.” Recuerda
Teresa que cuando Daniel traía sus notas, Gustavo se ponía de mal humor pues
consideraba que sus calificaciones, a pesar de ser buenas, eran mediocres. Lo
reñía. El chico, rápido y contestatario como es, le reprochaba a su padre esa
actitud. Otro tanto ocurría con Mercedes, quien goza de los mismos dones de su
hermano. El clima que se creaba en esas situaciones tensionaba a toda la familia:
“Gustavo tenía razón en exigir, pero el modo, el trato y las palabras que utilizaba
con los chicos me dolían, enrarecían el ambiente y tensionaban la relación. Yo no
los defendía, pero sí le decía a mi marido que así no iba a lograr nada.”

Alejandro no ha ofrecido problemas. Es un chico alegre, responsable,


estudioso, ávido lector, deportista, que para todo tiene tiempo y como es
ordenado, hace cada cosa en su momento. Se exige mucho. Lo mismo María
José, quien además es dulce, tierna y cariñosa con sus padres y hermanos y una
madre para el pequeño.

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Gustavo solía tener un horario de trabajo intensivo. Antes del serio
quebranto de salud que tuvo hace seis años, salía temprano en la mañana, a eso
de las siete y regresaba alrededor de las nueve de la noche. La enfermedad lo
obligó a estar dos meses en casa y luego a trabajar medio tiempo. En ese trance,
Teresa se hizo cargo de todo. Mantenía informado a Gustavo de lo estrictamente
necesario, y le ocultaba cualquier situación que pudiera alterarlo o preocuparlo. Ya
recuperado Gustavo volvió a su vida laboral normal. Teresa, por su parte, siguió
manteniendo la misma línea de conducta, de los meses en que Gustavo estuvo
incapacitado: le informa los asuntos, pero las decisiones son suyas. Gustavo se
limita a tomar nota sin participar. “Cuando las papas se queman, yo le pido ayuda
y él... nada.” Se ha convertido en espectador respecto a la educación de los
chicos. “Para mi marido, el trabajo es intenso y muy importante. A eso se limita.
Se ha vuelto malhumorado, todo está mal: “los chicos no dan lo que pueden, poco
estudio y mucha diversión.” “Las comidas son todo un problema. Debido a su
salud, en casa se mantiene un riguroso régimen alimenticio. Todos lo aceptamos y
nunca nos quejamos delante suyo, pero para él, la comida está siempre fea, es
poco variada. La televisión, que era un accesorio medido y que disfrutábamos en
familia, es ahora toda su actividad en el hogar... Llega, cenamos y luego, al
zapping1, no sin antes haber pasado revista y decir las cosas que están mal o
desordenadas. Ahora también le molestan los amigos de los chicos.”

Teresa estaba orgullosa de su familia. El ambiente familiar era agradable,


alegre, ruidoso. Por supuesto que no faltaban las batallas entre los hermanos,
pero ‘lo normal’. La casa siempre estuvo abierta a los amigos de los hijos. Ahora,
está muy tensionada, trata de compensar excediéndose en cariño hacia los hijos y
siendo muelle que mitigue los golpes. Quiere a sus hijos y su felicidad consiste en
verlos felices.

Vuelve a recordar:

“Con Gustavo teníamos una agradable costumbre. Todos los años en junio y fin de
año, salíamos a cenar los dos, a un lugar íntimo, donde pasábamos revista al año
en curso. Nos poníamos al día en todo aquello que el vertiginoso vivir había
dejado pendiente: su trabajo, el mío, los hijos, sus estudios, sus amigos, sus
intereses y dificultades, lo que estaba bien en cada uno de ellos y lo que debíamos
corregir. Nos tomábamos de la mano, nos mirábamos, sonreíamos ... nos
decíamos un profundo ‘te quiero’ con gestos y palabras. Esta salida era muy
importante para los dos y la preparábamos, cada uno, con anticipación. Era
realmente un balance para proyectarnos más. Desde que mi marido enfermó, no
volvimos a tener estas ‘noches de gala’, sí, así eran, nos esmerábamos en vestir
muy elegantes. Era la cena que ofrecía nuestra empresa familiar a sus accionistas
al hacer el balance.”

Y continúa su relato en el presente: “Mi marido es un espectador de la


película de nuestra familia. Añoro aquel compañero y amigo con el que compartía

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Cambio permanente del canal de televisión mediante el control remoto.

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tantas horas y actividades. Los sábados siempre salíamos con los chicos a
pasear, a verlos hacer deporte. Los domingos, día de familia, visitábamos a los
abuelos, tíos y primos. ¡Todos lo pasábamos en grande! Cenábamos cuando los
hijos dormían. Lavábamos la cocina y luego ordenábamos la agenda de la
semana, el miraba la televisión, yo planchaba alguna prenda, el lustraba los
zapatos de los niños, los suyos y también los míos; yo cosía, preparaba uniformes
y otras cosas más. Eran momentos de mucha intimidad que los dos buscábamos y
necesitábamos, en los cuales conversábamos, compartíamos, cargábamos
baterías. Salíamos bastante con amigos a cenar, al cine, los invitábamos a tomar
café a la casa y a jugar barajas. Aquello pasó a ser historia. Ahora, sólo salimos
con amigos cuando ellos nos invitan y siempre y cuando él no tenga trabajo.
Gustavo ya no colabora ni participa en las actividades del hogar. Cada tanto y
cada vez con mas frecuencia tiene arranques de mal humor, se torna brusco,
agresivo, se aísla y se aleja de nosotros con estas actitudes. Se pone frente a la
televisión o el periódico o tiene reuniones de trabajo los fines de semana.

Desde que nació Felipe, mi marido tiene una preocupación creo que
excesiva, por lo económico. Al salir de la clínica me dijo que había sacado un
seguro de escolaridad que garantizaría, en caso de muerte o invalidez nuestra, el
pago de los estudios del bebé en una institución privada. Esto para mí fue una
sorpresa, no era el estilo de mi marido. Gustavo últimamente se ha limitado a
ocuparse de lo que tiene que ver con el patrimonio y con su trabajo profesional;
yo, por mi parte, me he dedicado enteramente a la educación de los hijos y al
funcionamiento de la casa. Aquel proyecto común ya no se vive, se ha dividido.
Cuando le cuento cosas buenas de los chicos, se limita a escuchar, sin comentar
nada, ni a ellos ni a mí. Cuando le cuento algo malo o dificultades de alguno de los
chicos, me responde que es por mi blandura y demasiado diálogo con ellos,
considera que tengo que ser mas firme.

El año pasado Mercedes presentó problemas en el colegio y una rebeldía


acusada en casa. El especialista considera que tiene su autoestima lesionada,
consecuencia de una ausencia del padre y la falta de atención y consideración de
éste para con ella. Cuando fuimos llamados al colegio, él sufrió mucho y desde
entonces se ha esforzado por acercarse un poco más a ella.

Pienso que las edades de los hijos son una invitación a su amistad,
confianza, dialogo y responsabilidad. No sé si todo es culpa mía o de Gustavo
quien exige, pero no acompaña ni enseña. Me siento sola y mal: sola, porque no
dialogo con mi marido; sensible y triste, por su indiferencia y actitudes y ahora,
estoy seriamente preocupada por su agresividad con Daniel, quien me ha dicho
que estar en la casa le quita la paz, que está siempre a la defensiva y que esto lo
tiene ansioso y angustiado. Soy además consciente de que las discusiones entre
padre e hijo, por el tono y el cómo, son un mal ejemplo para los demás hermanos.
Hace unos meses me puse firme (hace años que le vengo diciendo estas cosas), y
con dureza, pero con cariño, le dije cuanto va a sufrir (porque sé que nos ama)
cuando descubra y vea que los chicos y yo no somos felices por culpa suya. Yo
estoy segura de que quiero a mi marido por encima de todo, es un hombre muy

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valioso. Pero no soy feliz, porque no veo ni a mi marido ni a mis hijos felices.

Días atrás Gustavo me dijo que lo iban a nombrar para el directorio de una
destacada empresa. Le dije que lo pensara, que eso significaría estar menos para
y con la familia; que todos lo necesitamos. Me respondió que este nombramiento
significaría un importante ingreso económico, que a él le significaría acceder a
mayores contactos y que esto lo favorecería en su trabajo profesional.”

Teresa se pregunta: “¿Qué ha pasado?, ¿Por qué mi marido parece que


ya no se interesa por los hijos, aun cuando los ama profundamente? ¿Por qué, al
hacerle notar a Gustavo que nos estábamos alejando, siendo él un hombre
estudioso en temas de familia, mis requerimientos nunca surtieron efecto? ¿Será
que esta última paternidad nos pilló un poco viejos y Gustavo tiene miedo de no
poder darle a Felipe un futuro económico estable? Para alejar los enfrentamientos
entre Gustavo y Daniel, y recuperar el buen ambiente en el hogar, ¿no será
conveniente que Daniel se vaya a vivir solo?”.

Al preguntársele a Teresa qué hace exactamente su marido en la empresa


y si hay algo que lo motive además de los intereses económicos, responde,
después de un largo silencio y con sorpresa: “¡Qué horror, si lo que más quiere es
la docencia! Da unas clases estupendas, es un lector infatigable, hace mucho que
no hablamos de eso” Otro silencio...y en un contenido sollozo:
“¿Qué me ocurrió a mí que ya solamente me ocupo de los hijos y de la
casa y ahora caigo en cuenta que hasta ignoraba el nuevo cargo docente de mi
esposo? ¿Cómo podemos volver a sintonizar Gustavo y yo en esta etapa de
nuestra vida en la que los hijos son mayores y en la que Felipe necesita de su
familia, aquella que alguna vez fuimos? ¿Cómo debemos adaptarnos a esta nueva
realidad de diferentes necesidades de los hijos y de nosotros mismos?”

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